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Claudia Kozak
En una guía teórica anterior (semana 1), mencionamos la noción de “cultura afirmativa” que
Herbert Marcuse acuña en su conocido artículo de 1937, para dar cuenta del modo en que
la sociedad liberal burguesa ubica en el arte un reino “elevado” e incluso contrastivo
respecto de las actividades corrientes en la sociedad, como las actividades relacionadas
con el mundo del trabajo o la economía. Ese reino supuestamente elevado se vincula
con la capacidad humana “universal” de desarrollar las facultades del espíritu.
Marcuse sostenía que el liberalismo burgués usaba este argumento como coartada
para ocultar su negación a considerar las condiciones materiales de existencia como
parte de la posibilidad de las personas de desarrollar esas facultades del espíritu.1
1 Herbert Marcuse, El carácter afirmativo de la cultura [1937]. Buenos Aires, El cuenco de plata,
2011. El texto se divide en tres partes. En la primera se delinean los argumentos generales que
permiten sostener que la cultura es un invento moderno, más precisamente, burgués. Y que,
considerado así históricamente, ese concepto tiene sus raíces en la antigua filosofía griega pero
también se diferencia de ella al adquirir su carácter “afirmativo”. Se trata así de la falsa conciencia
que “afirma” que la cultura es no sólo un reino de valoración superior –contrapuesto al mundo real–
sino también universal –obligatorio para todas las personas y accesible a cada una en su
interioridad–. Como en el mundo real, debido a las desiguales condiciones materiales de existencia,
esa universalidad es sólo formal, la cultura también es “afirmativa” en su afirmación del statu quo.
La segunda parte analiza con detalle algunos conceptos fundamentales que sostienen el peso de
esa noción de cultura: el concepto de persona y personalidad, el concepto de alma y de interioridad.
La tercera parte agrega el elemento coyuntural muy frecuente en los textos de Marcuse, quien sin
lugar a dudas es un pensador que constantemente piensa su propia época. Para el momento de la
redacción del texto, la época es la del fascismo. La tercera parte se aboca entonces a analizar las
transformaciones de la cultura afirmativa en la época de la “movilización total” en la que “el individuo,
en todas las esferas de la existencia, tiene que ser sometido a las exigencias del estado totalitario”.
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¿Dónde buscar entonces otras respuestas? ¿Es posible pasar tan rápidamente por
encima de las vanguardias y terminar, nuevamente, en el “gran arte” después de que la
“gran división” entre la alta cultura y la cultura de masas se ha difuminado en tanto todo
aparece como producto de mercado?2 Se trata de las mismas preguntas que varios de
los integrantes o allegados al pensamiento de la Teoría Crítica y el Instituto de
Investigaciones Sociales de Frankfurt se han hecho en distintos momentos del siglo
XX y para las que han encontrado respuestas diferentes. Adorno en su Teoría
estética, o en sus textos anteriores sobre jazz, sobre música atonal o sobre la
industria cultural. Benjamin en textos como “Experiencia y pobreza” o “La obra de
arte en la era de su reproductibilidad técnica”, entre otros. Y que en este curso nos
atañen particularmente porque, dado que hablamos de la sociedad tecnológica avanzada,
2
El artículo de Andreas Huyssen que damos como una de las lecturas obligatorias para la semana
4 está incluido en un libro llamado Después de la gran división, en el que plantea que desde los años
60 ya no se puede hablar de una división tajante entre lo alto y lo bajo en la cultura.
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Se nos abren en este punto algunas vías de análisis de las que tomaremos
dos. Una en esta guía teórica, la otra en la semana 4. Por un lado, la concepción
adorniana del arte, su análisis de las relaciones entre arte y sociedad (lo que incluye
arte, técnica y sociedad) en las sociedades capitalistas administradas y su discusión de
algunos análisis de Walter Benjamin en torno de las mismas cuestiones, en particular
del arte de reproductibilidad técnica. Hacia el final, volveremos a algunos conceptos
centrales al pensamiento de Benjamin que permitirán darle un marco más general a su
pensamiento sobre la técnica. Por otro lado, un análisis con un sesgo más histórico,
respecto del modo en que las vanguardias en el campo del arte de comienzos del
siglo XX se vieron interpeladas por los nuevos paisajes tecnológicos y propusieron
distintas formas de hacerse cargo de ellos. Como se verá, ambas vías tienen múltiples
puntos de contacto.
Hacia el final de su vida Marcuse publica el libro La dimensión estética. Allí declara que se
trata de un libro absolutamente deudor de la Teoría estética de Adorno. ¿Por qué?
Básicamente porque Marcuse sostiene la misma posición respecto de las posibilidades
transformadoras del arte en el contexto de las sociedades tecnológicas avanzadas.
¿Cuál es esa posibilidad? Ninguna. Al menos desde el punto de vista de un arte que
pretenda una transformación directa de la sociedad tal como se presenta en este período
histórico. La función del arte en ese contexto es, para Adorno, una no función, una
“funcionalidad sin función”.3 De allí que prefiera siempre un arte autónomo (en
particular le interesa el arte autónomo moderno), no consumible,4 que por su propia
forma y trabajo material, le dé la espalda a esa sociedad.5
3 Theodor. W. Adorno, Teoría estética. Madrid, Orbis, 1983, p. 85. Notar que para la lectura les
hemos dado otra edición del mismo libro (cfr. cronograma de lecturas), por lo que las citas textuales
que damos aquí podrían tener otros números de página y diferir en la traducción.
44 Qué cosa pueda llegar a ser hoy no consumible, es algo que podría discutirse. Sin embargo,
Adorno sigue pensando en la década del sesenta que algo del arte podía escapar a la sociedad de
consumo.
5 “Sólo conduciendo su imaginería hacia la propia autonomía puede el arte atravesar ese mercado
que entiende como una falsa inmediatez. La pelea es con la concepción del arte sartreana y las
teorías del compromiso muy vigentes ya en los años sesenta. También Adorno ha dado pelea contra
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Así, sostendrá a largo de toda la Teoría estética –texto póstumo e inconcluso escrito
en los años sesenta– y en otros textos afines como “El artista como lugarteniente” o “Crítica
cultural y sociedad”, que el carácter social del arte no se encuentra en su comunicación
directa con la realidad, sino que es inmanente a su forma: “Los insolubles antagonismos
de la realidad aparecen de nuevo en las obras de arte como problemas inmanentes de su
forma. Y es esto, y no la inclusión de los momentos sociales lo que define la relación entre
el arte y la sociedad”. 7
Por un lado, sostiene que lo técnico del arte cambia históricamente y que el arte trabaja con
los desarrollos técnicos de su época, en este caso, la electrónica. Por lo que técnicamente
no siempre se encuentra en este sentido un antagonismo. Pero, por otro lado, el trabajo
técnico con los materiales de la propia época (los de la industrialización, por ejemplo)
envuelve un “canon negativo”.
el teatro épico brechtiano debido a su carácter pedagógico, a pesar de que le reconoce en cierto
momento un carácter disruptivo en relación al modo de desautomatizar la percepción.
7 Op. cit. pp. 15-16.
8 Op. cit. p. 52.
9 Op. cit. p. 53.
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las más nuevas tecnologías disponibles como si pudieran interpretarse por fuera de
una matriz social. En realidad, lo que Adorno le reclama a Benjamin, por ejemplo en su
carta del 18 de marzo de 1936, es “un más de dialéctica” en la argumentación:10 por una
parte, poner en relación el carácter aurático –idealista– de la obra de arte autónoma
–que explícitamente reconoce incorporado a ella– con el “progresismo” de un trabajo
técnico-materialista– que permita mostrar cómo esa obra “a través de su propia
tecnología se trasciende a sí misma”;11 por el otro lado, poner en relación el carácter
progresista de las técnicas de reproductibilidad –el montaje, el trabajo en equipo en
el cine, por ejemplo, que también reconoce como válidos– con “su irracionalidad
inmanente”.12 Continúa Adorno en su carta a Benjamin:
Cuando, hace dos años, pasé un día en los estudios de Neubabelsberg, lo que
más me impresionó fue cuán poco prevalecen realmente el montaje y todos los
elementos progresistas que usted pone de relieve; antes bien la realidad se
construye con un mimetismo infantil por doquier, y entonces se la “fotografía”.
Usted menosprecia el elemento técnico del arte autónomo y sobrevalora el del arte
dependiente; ésta podría ser quizás, en pocas palabras, mi objeción principal. 13
Es preciso notar aquí que Adorno en todo momento atribuye un carácter progresista
al trabajo técnico en el arte porque, por una parte, la técnica cae del lado materialista
de la práctica artística y, por la otra, porque cada nueva técnica implica un
cuestionamiento a técnicas anteriores naturalizadas que han perdido fuerza y han
sido incorporadas a la cultura. Es decir, que Adorno estaría así cargando positivamente
el aspecto técnico de todo arte por su fuerza renovadora. Sin embargo, al mismo tiempo,
porque reconoce que la técnica artística juega en el terreno de una matriz social que
también le da sentido, llega incluso a afirmar –en el caso del jazz, por ejemplo– que el
aparente carácter progresista de ciertas técnicas es completamente anulado. Así, “ambas
[la obra de arte autónoma y la de reproducción técnica masiva] llevan consigo los
estigmas del capitalismo [y] ambas contienen elementos transformadores”.14
Pero entonces, ¿se trata de un justo medio? Obviamente, no. En el contexto del
ascenso del fascismo y de la consolidación de la industria de la cultura en el que
Adorno está escribiendo, su opción es preferir el arte autónomo [al que veía como no
dependiente de la industria de la cultura], ese arte que “a través de su propia tecnología
se trasciende a sí mismo”. Por ello hace alusión indirecta en su carta a la respuesta que
Mallarmé dio a Degas cuándo éste se quejaba por no poder avanzar en la escritura de un
soneto a pesar de tener muchas ideas para él: “—Pero, Degas, –habría dicho Mallarmé–
no es con ideas con lo que se hacen los versos (...). Es con palabras”. Esto es, desde esta
perspectiva, el poema se define como un trabajo técnico con palabras más que por ideas.
10 Carta de Adorno a Benjamin del 18 de marzo de 1936, en Theodor W. Adorno y Walter Benjamin.
Correspondencia, 1928-1940. Madrid, Trotta, 1998, p.136.
11 Op. cit. p. 137.
12 Idem.
13 Idem.
14 Op. cit. p. 135.
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Incluso Benjamin, quien en ese mismo contexto estaba dando una respuesta
diferente a la de Adorno –quizá por seguir confiando hasta cierto punto todavía en la
preparación de una coyuntura revolucionaria–, compartía con éste la admiración por
Mallarmé, quien había mostrado en su última época el camino para que la palabra artística
saliera del ámbito horizontal del libro y se diera a la verticalidad del periódico, el folleto y el
diseño urbano de los carteles.15 Benjamin veía en ese trabajo visual con la palabra un
modo de desautonomización de la literatura que, aunque en el contexto del
capitalismo mostraba aún su costado regresivo, también ofrecía indicios de su propia
superación justamente por su trabajo técnico. Como sostiene en Dirección única,
pensando tanto en “Un golpe de dados” (1897) de Mallarmé –un poema visual que pone en
evidencia la materialidad visual de las palabras– como en las experimentaciones gráficas
de algunas vanguardias de las primeras décadas del siglo XX, las letras del alfabeto
desasidas del formato libro, se erigían en los carteles publicitarios a la vez como nube de
langostas y como promesa de una nueva y excéntrica plasticidad.16
Tanto para Adorno como para Benjamin, el arte, la filosofía, la crítica dialéctica
de la cultura son formas de conocer. Durante estos diálogos ambos habrían compartido
puntos de vista respecto de la tarea de una crítica de la cultura materialista histórica (y
dialéctica), centrada en la asunción de que conocer es posible gracias a la mediación
mutua entre Sujeto y Objeto sin supremacía de uno sobre otro. Cómo “método” habrían
propuesto la construcción en el proceso de conocimiento de “constelaciones” de
elementos fenoménicos pero mediados por la articulación por parte del sujeto que
sin embargo no interpretaba “agregando” nada al objeto. Estas constelaciones
convertirían los fenómenos, que otros abordajes verían sólo como “datos”, en
“particulares concretos” concepto que le servía a Adorno para, por un lado, mostrar la
vinculación de lo particular con la totalidad (entendida según la significación marxiana de la
estructura socioeconómica de las relaciones de producción) y, por el otro, acceder al
15 Stéphane Mallarmé publicó en 1897, en la revista Cosmópolis, un poema extenso con variados
juegos tipográficos titulado “Un coup de dés jamais n’abolira le hasard” (“Un golpe de dados jamás
abolirá el azar” o “Una tirada de dados jamás abolirá el azar”).
16 Walter Benjamin, Dirección única. Madrid, Alfaguara, 1987, p.38.
17 Buck-Morss, Orígenes de la Dialéctica Negativa. Theodor. W. Adorno, Walter Benjamin y el
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análisis en detalle. Adorno sostiene que lo particular concreto realiza una “verdad
inintencional”, es decir, no subjetiva.
Esto permitiría explicar, por ejemplo para el campo del arte, por qué la
estructura no determina a la superestructura en forma de reflejo sino como expresión
mediada, no lineal, incluso contradictoria. Y esa expresión no se halla en el sujeto
creador sino en la materia de su objeto. Eso explica, por ejemplo, todos los casos de
artistas no revolucionarios que han creado una obra revolucionaria. Adorno piensa
particularmente en Schönberg quien extremó el desarrollo de la materialidad sonora contra
la técnica musical “clásica” tradicional alterando el sistema tonal; podría pensarse en tal
sentido que la “disonancia” de la vida moderna, de la urbe moderna por ejemplo, encuentra
su forma en la “disonancia” de la atonalidad que desde dentro de la materialidad artística
contesta las formas cristalizadas de la tradición musical, con lo cual esa “disonancia” es un
correlato no mimético de la externa, ya que comporta un elemento de extrañamiento que la
ciudad disonante naturaliza.
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Ahora bien, este modo de conocimiento que Adorno persigue en todos sus
textos es lo que también le reclama a Benjamin toda vez que lee en algunos de sus
textos cierta inmediatez. En este punto, la diversa interpretación que ambos realizan
del arte de reproducción técnica es central, pero no es la única discrepancia. Benjamin
leía por ejemplo los collages surrealistas como “iluminaciones profanas” que, surgidas de
la yuxtaposición de los elementos heterogéneos, discontinuos, permitían acceder a un
conocimiento. Así, en su heterogeneidad rompían el continuum perceptivo, hacían aparecer
un “tiempo-ahora” (un puro presente heterogéneo y múltiple).20 Adorno en cambio
consideraba que los collages surrealistas se mantenían en un momento de inmediatez (la
iluminación es instantánea y directa, en efecto) que no permitía la mediación cognoscitiva
del sujeto. La velocidad de las imágenes en el cine es otro ejemplo que ambos leen
de manera opuesta. Coinciden en que en el cine las imágenes pasan tan rápidamente
que la percepción se modifica; pero mientras Benjamin confía en que ese modo de
percepción “disperso” permita una experiencia táctil en la que el cine se adentre en
el sujeto y su praxis, Adorno sostiene que esa dispersión no le permite al sujeto
interpretar reflexivamente, por lo que tampoco accede al conocimiento.
19 Susan Buck-Mors. Orígenes de la dialéctica negativa. México, Siglo XXI, 1981, p. 207. Adorno sólo
dio “pistas” de tal método cognoscitivo que se pone a prueba en la escritura de sus ensayos en
distintos escritos. Varias de las consideraciones acerca de este tema (las categorías llave, las
constelaciones, el ars inveniendi) surgen de la conferencia inaugural que dicta en la universidad en
1931, “Actualidad de la filosofía”, y de su Dialéctica negativa (1966).
20 Susan Buck-Morss, op. cit. Recordar, em relación con ese tiempo-ahora o presente-ahora, lo que
dice Benjamin en sus “Tesis de filosofía de la historia” (ver guía teórica semana 4)
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reproductibilidad técnica cada vez crecientes de artes como la fotografía y el cine con un
cambio profundo en el aparato perceptivo de las colectividades modernas.
Las condiciones técnicas propias del arte cinematográfico, por ejemplo –que
en todo momento son del orden de la reproductibilidad–, imponen para Benjamin,
gracias a la velocidad del movimiento de las imágenes, un modo disipado o disperso
de relacionarse con la obra de arte que impide la fijación del pensamiento o, lo que
es lo mismo, el recogimiento y el sumergirse en el interior de esa obra. Tal
recogimiento frente a la obra es el carácter básico del modo contemplativo de
percepción artística que halla su fundamento en un tipo de valor que la
reproductibilidad técnica tiende a suprimir, esto es, el valor cultual o aurático de la
obra de arte burguesa cifrado en su existencia original e irrepetible, en su experiencia
–en realidad fetichizada en el contexto del capitalismo– del aquí y ahora. Si el modo
contemplativo corresponde a una percepción meramente óptica, el modo disperso
corresponde, en términos benjaminianos, a una percepción táctil, no a un sumergirse
en el interior de la obra sino al modo en que ella misma se sumerge en quienes la
perciben permitiendo, de tal manera, no su contemplación sino su uso o
experimentación.
El concepto de aura pensado por Benjamin en directa relación con los modos
de percepción y experiencia, ha dado lugar ciertamente a grandes malos entendidos.
Puesto que para Benjamin, en última instancia, la “verdadera” o “auténtica” aura no
existe en el tiempo histórico –tiempo al que llama mítico y fantasmagórico, el tiempo
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de lo siempre igual, aunque con apariencia de novedad (cfr. más adelante)– sino en
el tiempo redimido del Paraíso –o, como lo dice en algún lugar, el tiempo “de una
sociedad sin clases”– : 22 la contemplación burguesa de la obra de arte, su carácter
cultual y aurático, sólo es posible bajo la impronta de una gran violencia: el régimen
de propiedad. Ciertamente Benjamin señala en algunos fragmentos de distintos
textos que incluso en la historia que “acumula ruina sobre ruina” existirían huellas
de esa “manifestación irrepetible de una lejanía (por más cerca que pueda estar)”,23
esto es, de un aura que confiere a la cosa su capacidad de convocar lo que allí no
está presente. Mientras esa aura se mantuvo ligada al ritual del que surgía y en el que
tuvo su primer y original valor útil, al parecer para Benjamin tenía más valor que en
la obra de arte burguesa en la que el aura en realidad se ha fetichizado. La
reproductibilidad técnica, al invalidar el concepto de autenticidad, representa para
Benjamin una oportunidad única para proceder a una “liquidación general” de la
tradición, es decir, en este caso, de la idea burguesa de aura, que permita una
transformación social.
Es importante destacar que las lecturas que sólo ven en el artículo sobre la
reproductibilidad técnica una oposición de Benjamin a las mismas y hasta una
especie de nostalgia en relación con el aura resultan mal encaminadas o, como
mínimo, parciales. Por un lado, en este texto Benjamin no ve de ningún modo un valor
positivo en el carácter aurático de la obra de arte burguesa. Por otro lado, a pesar de
que el último tramo del artículo revierte el argumento central acerca del carácter
progresista de la reproductibilidad técnica porque ésta se termina asociando tanto al
fascismo como al star system hollywoodense, existe mucha evidencia en relación a
la importancia que Benjamin le dio al progresismo de las técnicas de reproducción
en el arte. Varios interlocutores intelectuales de Benjamin que leyeron el texto y lo
comentaron en su momento –como Adorno, Max Horkheimer y Gretel Karplus– fueron muy
críticos en cuanto interpretaron claramente que Benjamin daba a la reproductibilidad
técnica un carácter emancipador. Conociendo el pensamiento de Adorno y Horkheimer
22 “En el sueño en que toda época anticipa la época que le seguirá, esa era venidera aparece
enlazada con elementos de una prehistoria, es decir con elementos de una sociedad sin clases, cuya
experiencia, que se encuentra depositada en la inconsciencia colectiva, crea, en su contacto con lo
nuevo, una utopía que deja su huella en las mil formas de la vida, desde las construcciones duraderas
hasta las modas fugaces”. (“París, capital del siglo XIX” en Sobre el programa de la filosofía futura.
127). Subrayado mío. Prehistoria debe leerse en Benjamin como tiempo redimido, no mítico ni
fantasmagórico como lo es el tiempo histórico sumido en la lógica de lo “siempre igual”. Dicho de
otro modo, en términos de la famosa Tesis IX de las Tesis de filosofía de la historia: ese tiempo que
media entre el Paraíso y el presente del “ángel de la Historia” y que acumula “ruina sobre ruina”.
23 Walter Benjamin, “La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica”, Discursos
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En realidad, todo lo dicho tendría que ser reevaluado a partir de una lectura más abarcadora
de la obra de Benjamin, en la que no sólo el texto sobre la reproductibilidad técnica nos
habla de las relaciones entre arte, técnica y experiencia. De hecho, podría hacerse una
rápida lista de textos en los que el autor reflexiona en torno de los nuevos paisajes
tecnológicos de la Modernidad en relación con una interpretación acerca de los alcances
históricos para la construcción de experiencia vinculada con el arte. Una lista no exhaustiva
de textos escritos por Benjamin a partir de los cuales se puede reflexionar acerca de tales
cuestiones podría incluir: Dirección única (1928), “Experiencia y pobreza” (1933), “El
narrador. Acerca de la obra de Nikolai Leskov” (1936), “La obra de arte en la era de su
reproductibilidad técnica” (1936), “París, capital del Siglo XIX” (1935), “El París del Segundo
Imperio en Baudelaire” (1938) y “Sobre algunos temas en Baudelaire” (1939), “Tesis de
filosofía de la historia” (1940). Más allá de ellos, sin embargo, habría que tener como
horizonte un texto inconcluso -casi, se diría, un texto inexistente- en el que Benjamin trabajó
desde 1927 hasta el momento de su muerte en 1940, que responde al título de La obra de
los pasajes. Por otro lado, teniendo en cuenta que el pensamiento de Benjamin no se agota
en los textos dedicados a París, Baudelaire, o el arte de reproductibilidad técnica, y dada la
reconocida complejidad de ese pensamiento, sería preciso también, al menos
sucintamente, presentar algunos conceptos que permitan leer desde más cerca los textos
que nos interesan.
Benjamin fue lector del pasado –el drama barroco alemán del S. XVII, el
romanticismo, o el París del S. XIX– sólo porque se preocupaba por su presente. No
encontraba entre ambos una relación homogénea y continua de progresión necesaria sino
más bien una relación pautada por la fulguración de pequeños restos, huellas, ruinas que,
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desde el pasado, llamaban la atención del historiador, del crítico, del filósofo, empeñado en
leer la historia desde el presente.
El propio Benjamin solía referirse a esos dos polos antitéticos, y que sin embargo
extrañamente se complementaban, como su “rostro de Jano”. En los momentos en que sus
textos parecían no alcanzar la síntesis deseada, Benjamin –consciente de la incomodidad
que produciría en tal o cual lector de su entorno más cercano– optaba por no enviar copia
a aquél que pudiera objetarlo. Tal el caso de su conferencia “El autor como productor”, un
texto político programático leído en el Instituto para el Estudio del Fascismo en París en
1934, en el que sostenía que la tendencia política adecuada redundaba en la tendencia
artística adecuada; allí elogiaba la música proletaria de Hanns Eisler, compositor que había
sido expresamente criticado por Adorno. El resultado fue que sólo Brecht (de quien Eisler
29 Cfr. Héctor Schmucler, “La pérdida del aura: una nueva pobreza humana” en A.A.V.V. Sobre
Walter Benjamin. Buenos Aires, Alianza, 1993, pp. 238-9.
30 Georg Simmel, “Las grandes urbes y la vida del espíritu”, en El individuo y la libertad. Ensayos
sobre crítica de la cultura. Madrid, Península, 1998, pp. 247-262. Disponible en Revista de Estudios
Sociales, Universidad de Los Andes, Colombia: http://www.redalyc.org/pdf/815/81501013.pdf
31 Cfr. Susan Buck-Morss, Dialéctica de la mirada. Walter Benjamin y el proyecto de los Pasajes.
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era colaborador) recibió copia de la conferencia, pero no sus otros dos corresponsales
intelectuales más famosos: Adorno y Gershom Scholem. Su ensayo sobre Kafka, en
cambio, sólo había entusiasmado a Adorno: Brecht lo sentía demasiado teológico, Scholem
muy poco.32
Para la época del encuentro en Königstein, Benjamin ya había escrito una cantidad
de trabajos crítico-filosóficos. Sus primeros textos se relacionan con la experiencia de la
juventud tal como era vivida –a partir de una fuerte crítica a los valores adultos cristalizados–
por aquellos que se relacionaron con Gustav Wyneken, un filósofo de la educación creador
del Movimiento juvenil alemán.33 En 1919 presenta su tesis doctoral El concepto de crítica
de arte en el romanticismo alemán y ya antes (1916) escribe su importante artículo “Sobre
el lenguaje en general y sobre el lenguaje de los hombres” que, junto con “La tarea del
traductor” –prólogo a la traducción de Baudelaire que Benjamin hace en 1921– delinea una
teoría del lenguaje que será fundamental para todo el programa filosófico. La etapa místico-
idealista del pensamiento de Benjamin culminaría con El origen del drama barroco alemán,
libro escrito en 1924, rechazado al año siguiente por la Universidad de Frankfurt como
requisito para su habilitación docente (por lo que no obtiene el puesto), y cuyo primer
capítulo teórico metodológico es fundamental para la constitución de su teoría del
conocimiento. Benjamin publica el libro en 1928 y, en el mismo año publica un pequeño
volumen llamado Dirección única que ya permite leer en parte su acercamiento al marxismo
y en el que se encuentran en germen algunos motivos benjaminianos claves: la experiencia
moderna del shock, el tema de la reproducción técnica del arte, la mirada hacia los pasajes,
la liberación de la palabra artística de su “sometimiento” al libro y la adscripción al montaje
32 Estos y otros datos biográficos, más una excelente introducción al pensamiento de Adorno y
Benjamin, pueden encontrarse en: Susan Buck-Morss, Orígenes de la Dialéctica Negativa. Theodor.
W. Adorno, Walter Benjamin y el Instituto de Frankfurt. México, Siglo XXI, 1981.
33 Según Richard Wolin, la facción del Movimiento juvenil alemán liderada por Wyneken se
diferenciaba de muchos de los postulados del movimiento que suelen considerarse antecedentes de
las juventudes nacional- socialistas: valores como el heroísmo o la pureza de la raza basados en
componentes étnicos y de la mitología teutónica. Se diferenciaba también por su aceptación de las
nuevas tendencias artísticas como el expresionismo, denostadas por el movimiento juvenil que
tendía a una estética más tradicionalista y primitivista. Cfr. Richard Wolin, Walter Benjamin. An
Aesthetic of Redemption. Berkeley, University of California Press, 1994, 2ª ed.
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surrealista como forma de conocimiento. De hecho, estos son los únicos dos libros enteros
que Benjamin publicó en vida. El desarrollo posterior de los acontecimientos, el ascenso
del nazismo al poder y el exilio en París parecen ser algunas de las razones. Otra: el
extenso proyecto que Benjamin inaugura en 1927 y que lo acompaña durante el resto de
su vida, esto es, la inconclusa Obra de los pasajes, libro que comienza siendo un proyecto
de cincuenta páginas y termina en más de mil páginas de fragmentos, recopilación de citas
y archivos (publicados en alemán en el volumen V de las Obras completas).34
Acceder a la lectura de Benjamin supone tener mínimamente en claro algunos
conceptos básicos de su pensamiento, algunos de los cuales hemos esbozado en
las guías teóricas previas. En primer lugar, su teoría del conocimiento derivada en
gran medida de una particular teoría del lenguaje inspirada en la teología judía. Luego
del acercamiento al marxismo, esta teoría del conocimiento derivará en una filosofía
materialista de la historia.
34 Al referirse a los pasajes dice Susan Buck-Morss: “Los pasajes comerciales del siglo XIX
constituían la imagen central porque eran precisamente la réplica material de la conciencia interna,
o mejor dicho, el inconsciente del sueño colectivo. Todos los errores de la conciencia burguesa
podían hallarse allí (el fetichismo de la mercancía, la cosificación, el mundo como ‘interioridad’), y
también (en la moda, la prostitución, las apuestas) todos sus sueños utópicos. Además, los pasajes
fueron el primer estilo internacional de la arquitectura moderna, y por tanto, parte de la experiencia
vivida por una generación a escala mundial, metropolitana. Para finales del siglo XIX los pasajes
habían llegado a ser el signo de las metrópolis ‘modernas’ (así como la dominación imperial de
Occidente) y habían sido imitados en todo el mundo, desde Cleveland hasta Estambul, de Glasgow
a Johannesburg, de Buenos Aires a Melbourne.” Cfr. Dialéctica de la mirada. Walter Benjamin y el
proyecto de los Pasajes. Madrid, Visor, 1995, p.58.
Edición en español del libro de los pasajes: Walter Benjamin, Libro de los Pasajes. Madrid, Akal,
2005 [Edición de Rolf Tiedemann; traducción de Luis Fernández Castañeda, Isidro herrera y
Fernando Gamerro].
35 En este y otros puntos -a modo de introducción estoy glosando conceptos claves tomados del
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sentido, es interesante destacar que este texto puede leerse como una anticipación de la
Dialéctica del Iluminismo de Adorno y Horkheimer.
[Según Benjamin] Como nombrador de las criaturas de Dios, Adán y no Platón fue
el padre de la filosofía. Pero el lenguaje del paraíso fue herido por la Caída, y el
balbuceo del lenguaje humano, en el que las palabras tendían a los objetos, no pudo
recapturar el conocimiento de lo particular encerrado en el nombre (...) {su noción
del nombre} retenía, aún después de su acercamiento al marxismo, trazos de su
origen teológico: utopía, el retorno del Paraíso perdido, implicaba el restablecimiento
del lenguaje divino de los nombres. El interés de Benjamin en la forma artística del
drama barroco alemán, o en los aparentemente insignificantes detalles históricos
que reviven en su Obra de los Pasajes, reflejaban la esperanza de rescatar los
fenómenos de su extinción temporal redimiéndolos al interior del nombre. Esta
noción de redención profana de las cosas en su particularidad era un tema constante
en los escritos de Benjamin (...) 36
36Cfr.
Susan Buck-Morss, Origen de la Dialéctica negativa, op. cit. p.p. 190-1. Para la teoría de las
constelaciones, cfr. también pp. 193-202.
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Ahora bien, ¿cómo funciona esta teoría de las ideas en la lectura de la historia?
Pregunta fundamental si se considera que Benjamin se interesa por el conocimiento
filosófico como forma de comprensión de la realidad presente. Y ese presente no era, ya
en la década del treinta, algo que pudiera resultarle indiferente. Como ya adelantamos en
la guía teórica de la semana 4, Benjamin distingue entre dos concepciones de tiempo.
Por una parte, el tiempo mesiánico, o tiempo de la redención, y por la otra, el tiempo
histórico no redimido al que considera como tiempo mítico, homogéneo,
“fantasmagórico”, el tiempo vacío de “lo siempre igual”.
El ideal de progreso iluminista, que sólo concibe una serie infinita de transiciones vacías y
cuantitativas, es ejemplo claro de ese tiempo homogéneo de “lo siempre igual” (la moda es
leída por Benjamin como caso típico de ese tiempo homogéneo porque representa una
“mítica compulsión a la repetición bajo la forma de la ‘modernización’, la representación de
lo siempre igual como lo ‘nuevo’ que caracteriza al consumo de mercancías en el
capitalismo”).38
37 Cfr. Buck- Morss, op. cit. p.p. 196-7, la autora cita palabras de Benjamin de El origen del drama
barroco alemán.
38 Cfr. Wolin, op. cit., p.51.
39 Walter Benjamin, “Tesis de filosofía de la historia. Tesis 15”. Discursos interrumpidos I. Madrid,
Taurus, 1982, p. 190. En gran medida el concepto de mónada tal como aquí aparece -que Benjamin
toma de Leibniz- es comparable al de constelación, un conjunto heterogéneo que se asimila, pero
no miméticamente, a la totalidad.
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De la gran cantidad de textos sobre la ciudad moderna que escribió Benjamin, podemos
detenernos en la serie de sus tres textos clásicos sobre Baudelaire. En términos
cronológicos el primero de ellos es “París, capital del siglo XIX”, escrito en 1935, y que es
en realidad un esbozo o proyecto (Exposé) que Benjamin envía a algunos de los miembros
del Instituto de Frankfurt para conseguir una especie de beca o financiamiento para
continuar el trabajo en París. A pesar de las objeciones que hace Adorno respecto del
contenido del texto, Benjamin consigue de este modo que el Instituto financie su estadía en
Paris, y es esto lo que le permite continuar la investigación para su proyecto de los pasajes.
Más tarde, en 1938, envía al Instituto “El París del Segundo Imperio en Baudelaire”, primera
versión de un texto que –a instancias de Adorno y la poca aceptación del artículo en el
entorno del Instituto– es reescrito bajo el nombre de “Sobre algunos temas en Baudelaire”
en 1939. A pesar de la seducción que muchas veces han ejercido los primeros dos textos,
es más bien éste último el que la crítica de Benjamin considera más importante.
Comenzando entonces por “París, capital del siglo XIX”, es aquí –y también en el
primer ensayo sobre Baudelaire– donde podemos leer más claramente ese doble impulso
ligado a las ideas de decadencia y redención utópica. Se trata de un breve ensayo
fragmentario en el que Benjamin analiza el siglo XIX desde “entradas” bastante
heterogéneas en función de títulos armados por pares complementarios (Fourier o los
pasajes; Daguerre o los panoramas; Grandville o las exposiciones mundiales; Louis
Philippe o los interiores, Baudelaire o las calles de París; Haussmann o las barricadas), y
en el que básicamente lee el espacio urbano del siglo XIX como fetiche, como el espacio
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donde los sueños del porvenir devienen en mito (“Las exposiciones mundiales son lugares
de peregrinación del fetiche ‘Mercadería’”).41 Sin embargo, uno de los fragmentos, el
dedicado a Fourier y los pasajes dice:
En el sueño en que toda época anticipa la época que le seguirá, esa era venidera
aparece enlazada con elementos de una prehistoria, es decir con elementos de una
sociedad sin clases, cuya experiencia, que se encuentra depositada en la
inconciencia colectiva, crea, en su contacto con lo nuevo, una utopía que deja su
huella en las mil formas de la vida, desde las construcciones duraderas hasta las
modas fugaces. 42
Para Benjamin la imaginación dialéctica debe mirar ambos aspectos, tanto como el juego
histórico entre ellos. Sin embargo, Adorno criticó este ensayo porque consideraba que el
modelo ensayístico fragmentario que utilizaba Benjamin –a imagen y semejanza de un
collage surrealista– no permitía la correcta mediación de unos elementos sobre otros, sino
que se quedaba en la instantánea iluminación profana, acrítica desde su perspectiva.
También Adorno escribió luego textos fragmentarios (Minima Moralia, por ejemplo) pero en
su momento percibió el estilo benjaminiano riesgosamente cercano al surrealismo y,
aunque a grandes rasgos pueda decirse que Adorno reivindicó en un primer momento a
este movimiento por sus posibilidades disruptoras de la representación burguesa del arte,
había aspectos del surrealismo –como su irracionalismo y la yuxtaposición estática de los
fragmentos– que rechazaba.
41 Cfr. Walter Benjamin, “París, capital del siglo XIX” en Sobre el programa de la filosofía futura.
Barcelona, Planeta-Agostini, 1986, p. 130.
42 Op. cit. p. 127.
43 Cfr. Buck-Morss, Origen de la Dialéctica Negativa, op. cit. p. 291.
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Habría que tener en cuenta que el exposé de Benjamin era sólo un esbozo para un
futuro texto (La obra de los pasajes) y no el texto completo. El primer ensayo sobre
Baudelaire (“El París del Segundo Imperio en Baudelaire”), con todo, también recurría a la
forma fragmentaria y de yuxtaposición de elementos heterogéneos con los que construye
imágenes dialécticas: el conspirador, el flâneur, el trapero relacionados uno a uno con
ciertos espacios –las barricadas, los pasajes o la taberna– en montaje con ciertos
fragmentos de poemas o datos históricos referidos a la industrialización. El texto, de hecho,
debía constituir el capítulo intermedio de un libro entero sobre Baudelarie que, como
desglose del anterior exposé, Benjamin planeaba escribir en ese tiempo.
Para cerrar, otro ejemplo donde se observa esa tensión entre la fantasmagoría y la
huella que puede ser reconstelada para pensar un futuro emancipado. En “Sobre
algunos temas en Baudelaire”, dice Benjamin al analizar el poema “El juego” de
Baudelaire:
El poeta no participa del juego. Permanece en un ángulo; y no es más feliz que ellos,
los jugadores. Es también un hombre despojado de su experiencia, un
moderno. Pero él rechaza el estupefaciente con el que los jugadores tratan de
apagar la conciencia que los ha puesto bajo la custodia del ritmo de los
segundos.45
44 Walter Benjamin, “El París del Segundo Imperio en Baudelaire”, Iluminaciones II, Madrid, Taurus,
p. 70.
45 Walter Benjamin, “Sobre algunos temas en Baudelaire”, Sobre el programa de la filosofía futura,
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