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FRANKENSTEIN EL EDUCADOR
Producción Textual
A MITAD DE RECORRIDO:
POR UNA VERDADERA «REVOLUCION COPERNICANA» EN PEDAGOGIA
desarrollo. Como el niño aún no sabe lo que es necesario y beneficioso, la decisión al respecto
recae en última instancia en el adulto. La filiación es una relación con alguien más en la que el
ser extraño es radicalmente otro, y en la que, sin embargo, también lo es en de cierta manera.
“Debemos renunciar a ser la causa del otro sin renunciar a ser su padre”, “Nadie puede tomar la
decisión de aprender para otro” Sólo la experiencia total de esa capacidad puede infundir fe y
confianza en los asuntos humanos esperar. Debemos honrar, en el ser que llega, la oportunidad
que se nos ofrece de no encerrarnos en nuestro pasado sino, por el contrario, de ser “superados”
de verdad.
Aprender es difícil: ya lo habían señalado Platón, Aristóteles, San Agustín... Incluso es
una operación que puede parecer imposible, porque aprender es “hacer algo que no se sabe hacer
para aprender a hacerlo”. “La fórmula es seductora; pero esto no significa que sea realmente
nuevo o que esté completamente desprovisto de ambigüedades. ¿Hasta qué número puedes
contar, realmente existe el infinito? Tienes que pensar en la fórmula. Como veis, el asunto no es
fácil, es entonces el profesor quien debe “cubrir el curso”... y eso lo honra. Pero siempre habrá un
momento en que el aprendiz de nadador salte al agua. El instructor grita: La instrucción es
obligatoria, señor, OBLIGATORIO. Adecuada: cuando queremos que estudien matemáticas o
latín, se dedican a ver una serie de televisión. Los niños mismos lo saben; como Ernesto, en La
pluie d'été, de Marguerite Duras, quien, cuando su tutor le pregunta cómo aprender, responde sin
titubeos: "Aprendes cuando quieres aprender". Por supuesto que no.
Aprender es atreverse a subvertir nuestra “verdadera forma de ser”, es un acto de rebelión
contra todos los fatalismos y todas las prisiones, es la afirmación de una libertad que permite a un
ser desbordarse. La educación debe, eso sí, posibilitar que cada cual ocupe su puesto y se atreva a
cambiarlo. La escuela, por su parte, debe tener como objetivo la autonomía de los alumnos en la
gestión de su aprendizaje. Hacia la conquista de la “autonomía” es necesario desconfiar, sin duda,
de la noción de autonomía. Nadie es nunca completamente autónomo: yo soy económicamente
autónomo, más o menos, pero emocionalmente no lo soy en absoluto. Intentar llevar a alguien a
un nivel de autonomía muy superior al que se encuentra, y hacerlo de forma brusca, es a todas
luces abocarse al fracaso. La educación debe ser concebida como el movimiento por el cual los
hombres permiten a sus hijos vivir en el mundo y decidir en él su destino. La decisión de
aprender la toma cada uno por sí solo, por razones que, sin embargo, no son propias del
adoptante. La educación no debe anticipar prematuramente, por “darwinismo escolar”, las
realidades sociales. ¿Por qué hay hombres que mueren ante la indiferencia de sus semejantes? No
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se puede estudiar a Einstein en segundo año de bachillerato... pero se puede dar un poco de
historia de las matemáticas para que los alumnos vean qué preguntas han querido responder los
hombres elaborando medios matemáticos.
La inteligencia de los niños y su capacidad para motivarse ante las grandes cosas siempre
se subestiman demasiado. Es cierto que no se puede estudiar la filosofía de Kant en la escuela
primaria... pero se puede, en ella, aprender a leer con potentes textos mitológicos. La instrucción
es obligatoria, pero no tenemos poder sobre la decisión de aprender. Es cierto que los
conocimientos aritméticos pueden ser útiles a un niño de primaria para contar su dinero de
bolsillo o comprender la receta de un pastel. Allí, el mundo social y económico es despiadado, y
¡ay de quien no se imponga! No hay espontaneidad en esa actitud. Esa decisión es, precisamente,
aquella por la cual alguien supera lo que le es dado y subvierte todas las previsiones y
definiciones. “Hacer sitio donde llega” no es tan sencillo. Sin espacio ni referencias, sin
horizontalidad habitable ni verticalidad significativa, se reduce a una huida hacia adelante.
La pedagogía es un proyecto sostenido por una verticalidad irreductible frente a todo el
saber de quien observa, controla y verifica. El propósito de la investigación pedagógica es, de
hecho, generar discursos que ayuden a los practicantes a acceder a una comprensión de su
práctica. Así, la “autonomización” podría entenderse como un “principio regulador” de la acción
pedagógica, en el sentido kantiano de la expresión. La autonomización es lo contrario de lo que
guía al Dr. Frankenstein con su criatura. Cuando se le debe enseñar a construirse a sí mismo,
Frankenstein pretende realizar y terminar esa construcción por sí mismo, en tanto el discurso
pedagógico es, muy al contrario, por definición, objeto de debates, incluso de polémicas. En
definitiva: la séptima exigencia de la revolución copernicana en la pedagogía consiste en asumir
“la insostenible levedad de la pedagogía”. No debe asumir que ya es autónomo: debe organizar
un sistema de ayudas que le permita acceder a los objetivos que se propone. . La ruptura nunca se
produce de forma global y abrupta, sino que se produce a lo largo de la existencia de cada uno, a
medida que nuevas ayudas de todo tipo intervienen en sus vidas y luego se retiran. Es extraño,
desde luego, un siglo que redescubre los límites del racionalismo fantasmático y cae a veces en el
opuesto simétrico de lo irracional. El sexto requisito de la revolución copernicana en la pedagogía
es inscribirse dentro de toda actividad educativa. En esa escuela hay cosas raras; por decirlo todo,
todo en él es extraño mientras uno sepa mirar. Al igual que en la medicina, la actuación en
materia de salud supone la combinación de enfoques biológicos, fisiológicos, químicos,
psicológicos..., y al igual que en la política, las decisiones importantes no dependen
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una situación literaria” ¿No le dispones a tu manera todo lo que le rodea? Sus trabajos, sus
juegos, sus placeres, sus penas, ¿no están todos en vuestras manos sin su conocimiento? Por
supuesto, debe hacer sólo lo que quiere; pero no debe querer hacer más de lo que tú quieres que
haga. “La condición humana”, dice a menudo Albert Jacquard, “es el don que los hombres hacen
a sus semejantes”. Pero cuidado: no tenemos mucho espacio y no podremos tener un espacio para
cada animal; tendrás que estar en grupos. Debe resistirse la tentación de erradicar la resistencia.