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¡No a la militarización!

Román Munguía Huato

Se supone que en un régimen democrático su naturaleza política es de carácter


civil, por lo que éste gobierno no debería apoyarse para sus política públicas en
las instituciones castrenses, más aún cuando se autonombra como adalid histórico
de una “Cuarta Transformación”, con la cual pretende emular ilusoriamente los
grandes cambios de la historia nacional como la Revolución de Independencia y
su Constitución (1810–1824); la Reforma liberal juarista con su Constitución
(1857); y la Revolución de 1910 y su Constitución de 1917. Todos estos procesos
sociales de gran calado histórico transformador fueron confrontaciones muy
violentas de batallas entre ejércitos enemigos en guerra.

Por supuesto, no hay punto de comparación en nada de la 4T con estos


momentos históricos trascendentales, ni siquiera con el régimen cardenista de un
bonapartismo progresivo de 1934 a 1940. Megalomanía estatal decía Octavio Paz
cuando se refería al régimen priísta, que parece continuar con los delirantes aires
de grandeza epocal de un mesianismo demagógico. El coordinador del Grupo
Parlamentario de Morena, Mario Delgado Carrillo, aseguró que los profundos
cambios que ha hecho el Poder Legislativo, en el contexto de la Cuarta
Transformación, equivalen a una nueva Constitución, equiparándola
equívocamente con las tres anteriores que fueron resultado de fuertes
enfrentamientos bélicos de polarización clasista. Tales constituciones expresarían
nuevos proyectos de Nación bajo un nuevo Estado representativo de esos
estallidos revolucionarios, que no es el caso actual de ninguna manera.

Que la Guardia Nacional pase a depender formalmente de la Secretaría de


Defensa trasgrediendo la Constitución no es ningún signo democrático legislativo.
Pero, ¿por qué hay una creciente militarización de la vida nacional? Cierto es el
presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) no inició este proceso. Quien lo
empezó el 10 de diciembre 2006 fue el entonces presidente panista Felipe
Calderón Hinojosa días después de tomar posesión pretendiendo legitimar el
fraude electoral con el cual saldría ganador “haiga sido como haiga sido”. El
despliegue del Ejército era para establecer la “guerra” contra el narco, pero los
cárteles del crimen organizado son más poderosos hoy día ¿Hay una amenaza de
invasión militar extranjera? ¿Hay una amenaza de la “derecha golpista” e impedir
su avance?, así lo declaró Mario Delgado. En su momento, como precandidato
presidencial AMLO se comprometió a regresar al Ejército a sus cuarteles en seis
meses: “No debe seguir exponiéndose al Ejército, ni socavarlo; regresarlo en la
medida que se va profesionalizando la policía y eso nos llevará seis meses, en
tanto la nueva policía federal sea la que se haga cargo de garantizar la
seguridad… Ejército es una institución que debemos cuidar todos y su encargo es
defender la soberanía nacional”. Todo ha sido simulación y ocurrencias… como
que “los soldados son pueblo uniformado”, cuando sabemos que el Ejército
cumple una función esencial de Estado de dominación clasista.

A diferencia de Felipe calderón, AMLO salió electo con un respaldo de 30 millones


de votos, lo que hace suponer que es innecesario buscar un respaldo político con
las tropas militares para sostener su gobierno sobre todo cuando sigue
manteniendo los llamados índices de popularidad en las encuestas, pues en
ningún momento de su mandato el índice ha bajado del 60 por ciento. Pero los
índices de criminalidad también son muy elevados.

López Obrador aceptó que cambió de opinión sobre regresar al Ejército a los
cuarteles en sus primeros meses de gobierno, como había prometido en campaña,
y prefirió crear la Guardia Nacional como respuesta a la violencia; reconoció que
modificó su decisión al darse cuenta de la magnitud del problema de inseguridad
que tenía el país. Sin embargo, la política de militarizar las fuerzas encargadas de
guardar la seguridad no es precisamente un cambio fundamental estratégico ante
la creciente violencia social; es la continuidad de una política iniciada por aquellos
gobiernos neoliberales que tanto se crítica en los estridentes discursos
presidenciales aunque en los hechos prácticos tal política se asemeja a formas
revestidas con un “nacionalismo revolucionario” populista trasnochado. Pero la
militarización ha fracasado rotundamente para garantizar la seguridad ciudadana,
al igual que la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana, una figura
decorativa. En teoría el Ejército tiene funciones de seguridad nacional que son
distintas de las de seguridad publica. Para generar acciones de seguridad pública,
se debe fortalecer a las corporaciones policiales.

Al Ejército se le han dado muchas atribuciones, más allá de las que le


corresponde acordes al marco constitucional: vigilancia de aduanas portuarias,
construcción de obras de infraestructura, administración de aeropuertos, etcétera.
Ojalá así fuese el privilegio con otras instituciones como las educativas, las de
salud pública, etcétera.

De acuerdo con datos del Instituto Internacional de Investigación para la Paz de


Estocolmo (SIPRI), “el gasto militar mundial del año 2021 alcanzó su máximo
histórico alcanzando un total de 2.133 billones de dólares. En nuestro continente,
los países que más gastaron fueron Brasil con 19.187 millones de dólares;
Colombia con 10.180 millones de dólares; México con 8.680 millones de dólares;
Chile con 6.230 millones de dólares; y Argentina con 2.591 millones de dólares. En
América Central y el Caribe, el gasto militar ascendió a 11.000 millones de
dólares”. https://soaw.org/carta-contra-el-gasto-militar-y-la-militarizacion-en-america-latina-y-el-
caribe

Para 2022, considerando el presupuesto de la Secretaría de Seguridad


Ciudadana, de la Marina, de la Guardia Nacional y de la Secretaría de Defensa
Nacional, son más de 230 mil millones de pesos ¿En que estatus quedan los
programas necesarios para el bienestar social?

Mientras todos los retrógradas piensan que se debe aumentar la presencia de los
militares en las calles y mejorar la policía para mejorar el país, es necesario
cambiar al país si se quiere mejorar la seguridad ciudadana. Una profunda reforma
de la policía para la seguridad pública es posible si se parte de la reforma del país;
pero una verdadera reforma solamente vendrá de la lucha popular, de los
trabajadores del campo y las ciudades, organizada políticamente para cambiar
radicalmente a la Nación.

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