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López Obrador aceptó que cambió de opinión sobre regresar al Ejército a los
cuarteles en sus primeros meses de gobierno, como había prometido en campaña,
y prefirió crear la Guardia Nacional como respuesta a la violencia; reconoció que
modificó su decisión al darse cuenta de la magnitud del problema de inseguridad
que tenía el país. Sin embargo, la política de militarizar las fuerzas encargadas de
guardar la seguridad no es precisamente un cambio fundamental estratégico ante
la creciente violencia social; es la continuidad de una política iniciada por aquellos
gobiernos neoliberales que tanto se crítica en los estridentes discursos
presidenciales aunque en los hechos prácticos tal política se asemeja a formas
revestidas con un “nacionalismo revolucionario” populista trasnochado. Pero la
militarización ha fracasado rotundamente para garantizar la seguridad ciudadana,
al igual que la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana, una figura
decorativa. En teoría el Ejército tiene funciones de seguridad nacional que son
distintas de las de seguridad publica. Para generar acciones de seguridad pública,
se debe fortalecer a las corporaciones policiales.
Mientras todos los retrógradas piensan que se debe aumentar la presencia de los
militares en las calles y mejorar la policía para mejorar el país, es necesario
cambiar al país si se quiere mejorar la seguridad ciudadana. Una profunda reforma
de la policía para la seguridad pública es posible si se parte de la reforma del país;
pero una verdadera reforma solamente vendrá de la lucha popular, de los
trabajadores del campo y las ciudades, organizada políticamente para cambiar
radicalmente a la Nación.