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Esa noche parecía que sería muy apacible para los estudiantes de la Escuela
Normal Rural “Raúl Isidro Burgos” de Ayotzinapa. La escuela está situada en el
poblado de Tixtla de Guerrero –a 17 kilómetros de Chilpancingo, capital del estado
de Guerrero. Por la tarde los jóvenes habían ido a la ciudad de Iguala para
secuestrar autobuses y viajar a la Ciudad de México para participar, como cada
año, en la marcha de protesta por la masacre del 2 de octubre de 1968.
Esta cuestión política hace considerar que la lucha estudiantil de esta escuela
normal rural era ya intolerable para el gobierno federal y los grupos oligárquicos
guerrerenses, dentro de los cuales forman parte las poderosas organizaciones del
narcotráfico local como los Guerreros Unidos, asociados a las también poderosas
empresas mineras de la región: “En el corredor de Iguala, Cocula y la Tierra
Caliente las firmas mineras pagan cuotas al crimen organizado para asegurar la
extracción de oro”. https://www.jornada.com.mx/2022/08/26/opinion/020a2pol
Durante casi ocho años los padres, madres y familiares de los 43 de Ayotzinapa
han dado muestras de fortaleza moral para resistir la tragedia exigiendo la
aparición de los estudiantes y justicia. “No les mueve la venganza, sino la
esperanza”. Esa entereza de su lucha ha sido compartida con la solidaridad de
miles de mexicanos.
En teoría se supone que el Estado debe proteger la vida de los ciudadanos, pero
en la realidad esencialmente se dedica a proteger al capital y a quienes lo
encarnan. En muchas ocasiones, como aparato represivo, es el artero asesino de
la población civil. El Estado, en su forma más descarnada, es un instrumento
político muy violento y criminal, un monstruo Leviatán que ataca, especialmente, a
su enemigo de clase, la población trabajadora insurrecta...