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Hay diversidad de factores que hacen posible un equilibrio inestable político que
favorece al establishment universitario; el grupo de poder desde el rectorado de Raúl
Padilla López, la nomenklatura, se mantiene casi monolítico. El statu quo se hace
posible por una apatía, una indiferencia del personal académico y estudiantil porque
prácticamente nunca ha cultivado, por generaciones, una experiencia reivindicativa
democrática. Una cultura política democrática dentro del grueso de la comunidad es
prácticamente inexistente.
Aquí debemos señalar muy claramente que la cultura del miedo imbuido a maestros y
estudiantes es inherente a los mecanismos coercitivos corporativos caciquiles que
inhiben las acciones reivindicativas democráticas de sectores de la comunidad.
Nuestra cultura política en la UdeG tiene muy poco o nada que ver con la cultura de
luchas democráticas de instituciones como la UNAM. La conciencia política
democrática universitaria es algo tan etéreo como la trasparencia del manejo del
presupuesto financiero por la alta burocracia de la rectoría.
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Dicho sea de paso, el director del Sistema de Radio Universitario de Radio, Televisión
y Cinematografía (SURT), Gabriel Torres Espinoza, como lacayo caciquil si forma
parte del séquito cortesano palaciego y aún cuando no establece ninguna censura
explicita a sus operadores radiofónicos, si establece un veto a participar en los
programas a la disidencia democrática. Martín dice una cuestión esclarecedora:
“Muchos piensan que no se puede criticar el orden de gobierno y control que existe
en la UdeG, cuando podrían hacerlo.” Cierto, hay profesores e investigadores que si
criticamos abierta y públicamente el control corporativo–clientelar y autoritario;
también es muy cierto que existe una autocensura dentro de la universidad.
Igualmente es cierto que: “gracias a miles de universitarios que deciden y realizan
actividades bajo su propia lógica y decisión, y que no tienen ni son obligados a
consultar a sus jefes o a Padilla, ocurren una infinidad de actividades e invitaciones
de grandes personalidades que propician, a su vez, encuentros con colectivos,
activistas, militantes, intelectuales, artistas y pensadores críticos que, probablemente,
sin el cobijo de la UdeG, no habrían ocurrido en Guadalajara y en Jalisco.”
Entre otros ejemplos mencionados por Rubén Martín dice: “Un ejemplo relevante en
este sentido, desde mi punto de vista, son las actividades que la UdeG auspicia en
términos del encuentro de sujetos del pensamiento crítico, resistencias y experiencias
revolucionarias contemporáneas es la Cátedra Jorge Alonso que la UdeG patrocina
junto al CIESAS. Por la Cátedra Alonso han pasado decenas de investigadores,
intelectuales, escritores, activistas, revolucionarios y defensores del territorio que de
otro modo difícilmente se habrían encontrado con sus pares de Jalisco.”
Hay un silencio cómplice de esta intelectualidad universitaria con esta forma de poder
unipersonal que, como bien señala Martín, se mantiene como poder omnímodo en
esta casa de estudios desde 1989. No hay casi pensamiento crítico de los
académicos de elite, quienes están meramente contemplando pasivamente el
acontecer de un permanente saqueo y despilfarro del presupuesto universitario y
otras truculencias que se pueden definir propias de una mafia universitaria. Son
farolitos de la calles y oscuridad de la casa… Esperamos que algún día cercano
Rubén Martín nos invite a su programa para hablar de la Cosa Pública Universitaria.
Por supuesto, compartimos plenamente su propuesta: “Otra reflexión pendiente y
necesaria es qué hacer para que la UdeG democratice sus procesos y toma de
decisiones.” Sería bueno, entonces, que estos intelectuales organicen foros,
seminarios, etcétera, sobre el tema de las formas y estructuras de poder en la UdeG.
Seguramente de allí se desprenderían, consecuentemente, propuestas de
alternativas de organización colectiva para construir la democratización necesaria y
urgente de los procesos de gobierno y de la toma de decisiones por parte de toda la
comunidad universitaria.