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El silencio cómplice: La intelectualidad orgánica y el cacicazgo en la UdeG

Román Munguía Huato

“Callar es dejar creer que no se juzga nada, y en ciertos casos,


no desear efectivamente nada… El silencio lo traduce bien”
Albert Camus. El hombre rebelde

Quienes hemos venido analizando críticamente las estructuras del poder


corporativo–clientelar–autoritario caciquil en la Universidad de Guadalajara (UdeG)
consideramos que el edificio político sobre el cual se sostiene dicho poder tiene
cuatro grandes pilares: El Consejo General Universitario (CGU); el Sindicato de
Trabajadores Académicos de la UdeG (STAUdeG); el Sindicato Único de
Trabajadores de la UdeG (SUTUdeG) y la Federación de Estudiantes Universitarios
(FEU). Todos ellos tienen un papel distinto por sus funciones específicas en el juego
político corporativo hegemónico.

Con la construcción de las nuevas estructuras de poder bajo el cacicazgo de Raúl


Padilla López a partir de su consolidación como rector a principios de la década de
los noventa se constituyeron tanto el STAUdeG como la FEU. El primero como
sucedáneo del viejo control corporativo de la Federación de Profesores Universitarios
(FPU) que no tenía la configuración sindical, y el segundo como adecuación a los
nuevos tiempos como sucesor de la vieja Federación de Estudiantes de Guadalajara
(FEG).

***

Si pensamos que el poder caciquil solamente se reduce a estos cuatro pilares


tendríamos una visión limitada de una realidad más compleja y contradictoria. Por
supuesto, la estructura corporativa es lo fundamental que le permite mantener el
poder al cacicazgo, pero existen otras formas dominantes político e ideológicas que
contribuyen al mantenimiento de tal poder de manera indirecta.

La renovación de la formación del poder corporativo–clientelar autoritario actual no


fue tan difícil establecerla desde los años noventa porque en gran medida es una
herencia de cuando menos 70 años. La cultura política predominante universitaria es
una formación social–concreta histórica basada en toda la cultura del poder político
nacional priista. Esta cultura dio origen al poder caciquil moderno en todas las esferas
políticas cuya historia se remonta a casi un siglo de existencia. Dicha formación
cultural–política hace percibir a los trabajadores universitarios como algo “natural” su
subordinación a un poder centralizado exacerbado. Las relaciones sociales, laborales
y políticas del personal académico y del estudiantado se han domesticado
plenamente en la UdeG. La figura del cacique es una figura de poder que no se
percibe claramente porque la apariencia democrática –con el papel comparsa del
CGU al designar formalmente al nuevo rector en turno– hace posible en el imaginario
colectivo al grueso de la comunidad universitaria tener la idea de que existe un orden
normativo. Nada más alejado de tal creencia.
En la UdeG existe una añeja cultura política corporativa–autoritaria cuya esencia es
antidemocrática. Hay una simulación de democracia participativa, y ésta “democracia”
funciona relativamente dentro de una legitimidad institucional mínima pero que al
mismo tiempo es incapaz de establecer una verdadera legitimidad porque el grueso
de la comunidad no se siente representada políticamente por el CGU ni por los otros
aparatos corporativos sindicales y estudiantiles. No hay un principio identitario
legitimador. Es evidente cuando en los procesos electorales hay una escasa
participación de maestros y estudiantes. Es una situación muy contradictoria porque
al tiempo que el poder corporativo–clientelar carece de legitimidad política, incluida
una carencia de legitimidad de este poder por sectores de la sociedad civil, no existe
ninguna fuerza suficiente capaz de crear, todavía, una oposición democrática.

Hay diversidad de factores que hacen posible un equilibrio inestable político que
favorece al establishment universitario; el grupo de poder desde el rectorado de Raúl
Padilla López, la nomenklatura, se mantiene casi monolítico. El statu quo se hace
posible por una apatía, una indiferencia del personal académico y estudiantil porque
prácticamente nunca ha cultivado, por generaciones, una experiencia reivindicativa
democrática. Una cultura política democrática dentro del grueso de la comunidad es
prácticamente inexistente.

Por supuesto, el corporativismo–autoritario dentro de sus esquemas de control


establece mecanismos intimidatorios a profesores y estudiantes, generando una
cultura del miedo, del temor a formas represivas sutiles o abiertas. Las amenazas de
despido a profesores o las intimidaciones a estudiantes con la pérdida de sus
expedientes escolares es típico de los métodos autoritarios. La vigilancia orwelliana
desde un panóptico burocrático es eficiente, empezando por los jefes de
departamento.

Aquí debemos señalar muy claramente que la cultura del miedo imbuido a maestros y
estudiantes es inherente a los mecanismos coercitivos corporativos caciquiles que
inhiben las acciones reivindicativas democráticas de sectores de la comunidad.
Nuestra cultura política en la UdeG tiene muy poco o nada que ver con la cultura de
luchas democráticas de instituciones como la UNAM. La conciencia política
democrática universitaria es algo tan etéreo como la trasparencia del manejo del
presupuesto financiero por la alta burocracia de la rectoría.

***

Se supone que la universidad es el espacio cultural por antonomasia del


conocimiento científico, de su generación y trasmisión. Por supuesto, también puede
ser el espacio cultural y educativo de las artes. Todo ello tiene gran parte de verdad,
lo que no tiene mucho de verdad es que sea un crisol cultural del pensamiento crítico
y, por ende, del pensamiento democrático y de su consecuente práctica. Hay un mito
de la universidad en este sentido. Esto lo podemos constatar con un vasto sector del
personal académico carente de pensamiento crítico y democrático. La ausencia de
las reflexiones críticas no solamente se da en los estudios particulares de aquellos
investigadores pertenecientes en especial al campo de las llamadas ciencias sociales
sino también en sus prácticas docentes dentro de los procesos de enseñanza–
aprendizaje, lo cual significa que los estudiantes carecen de una percepción crítica de
la realidad social. No hay aprendizaje crítico. La universidad tiene un Departamento
de Estudios Políticos, cuerpos académicos sobre cuestiones políticas, etcétera, pero
nunca hemos leído ningún estudio sobre el régimen de gobierno caciquil. Los que
“estudian” sindicatos nunca hablan del sindicalismo blanco–patronal. La pedagogía
sigue siendo terriblemente tradicional de una visión parcelaria del todo social porque
prevalece una ideología política conservadora del grueso del personal docente. No se
forman estudiantes con conciencia política crítica porque los maestros carecen de
ella. En cierta forma tenemos una universidad feudal con una escolástica filosófica y
con formas de gobierno anacrónicas como es propiamente el rancio caciquismo.
Tenemos una crisis académica derivado del corporativismo–autoritario y la
intelectualidad académica no dice nada de nada.

Por supuesto que existe un profesorado crítico y participativo democráticamente de


los problemas internos y externos, pero es muy pequeño. Por supuesto que también
existe un vasto sector académico que percibe críticamente los problemas internos
universitarios pero, contradictoriamente, es totalmente pasivo políticamente. La
pregunta inmediata es: ¿Por qué esa pasividad, indiferencia o apatía política teniendo
conocimiento de esa situación antidemocrática? ¿Será que no tienen plena
conciencia de ello? ¿Las causas son de naturaleza sociológica, su extracción y
condición clasista, con sus consecuencias ideológicas?

Es sabido que el concepto de intelectual tiene su historia y sus diversas


interpretaciones según sea el sesgo ideológico–político con el cual se analice, lo que
significa caracterizar su papel en la sociedad y de sus relaciones con el poder
político. De igual manera también sabemos que la conceptualización de intelectual
orgánico a partir del pensamiento de Antonio Gramsci tiene diversas interpretaciones.
Hay intelectuales orgánicos con un pensamiento crítico y ligados a las organizaciones
revolucionarias como el caso del propio Gramsci, pero también intelectuales
tradicionales quienes construyen toda una ideología–política liberal–conservadora
que justifica el orden social establecido. Hay entonces intelectuales afines al poder
dominante burgués e intelectuales comprometidos con los movimientos sociales que
luchan por la transformación radical de la sociedad.

Pero la cuestión de los intelectuales y sus relaciones con el poder dominante no se


reducen esquemáticamente a estos extremos representativos de la lucha de clases;
hay intelectuales que pretenden situarse dentro de una posición aparentemente
neutral en sus perspectivas no solamente ideológicas sino además en el obrar
práctico. Una visión analítica social “libre de valores” propia de nuestros weberianos
académicos es pura especulación ideológica. Por supuesto, tales posiciones no
existen en el terreno de la práctica política: la neutralidad ideológica–política es una
ficción propia del pensamiento conservador. La teoría del intelectual ajeno a los
conflictos mundanos sirve para aparentar una visión no comprometida políticamente y
supuestamente más objetiva de la realidad social.

No es que una posición de “indiferencia” de un gran sector de académicos le confiera


ninguna legitimidad al poder caciquil, pero si es algo que le otorga un reconocimiento
tácito como forma de dominación que nunca se cuestiona abierta o públicamente.
Sería algo como muy parecido al laissez faire, laissez passer, o como una especie de
intercambio de favores, dicho de otra manera, un quid pro quo; algo a cambio de
algo, y ese algo, para muchos de los académicos universitarios de elite, aparte de la
propia meritocracia real o no, es la posibilidad de mantener ciertos privilegios
académicos o movilidad burocrática o de ascenso en la jerarquía político–
administrativa, lo que significa formar parte de un séquito cortesano aunque se
rechace la figura del cacique tras bambalinas. Desde luego, esta situación política de
un vasto sector de académicos de elite no es propia de esta universidad sino de
muchas más.

Los grupos de poder universitarios o las llamadas mafias universitarias para


mantenerse como tales requieren de una aceptación o tolerancia política de un sector
del profesorado jerárquico. La complicidad de hacerse de la vista gorda por un sector
académico de una u otra forma conlleva una serie de ventajas extras a la condición
de cualquier profesor común y corriente. En el cacicazgo padillista existen muchos
académicos “prestigiados”, una especie de mandarines académicos que podríamos
denominar “intelectuales orgánicos” al sistema corporativo, aunque ellos mismos no
formen parte del séquito cortesano. Pretender estar por arriba del bien y del mal, por
así decir, es estar en el limbo político ¿Cuánto cuesta el silencio de la intelectualidad
aristocrática que reposa en una nube de confort?

***

En junio pasado El Informador publica un artículo muy interesante: “Defender a la


UdeG sin ser padillista”. El autor es el periodista Rubén Martín. Dicho artículo tiene
como argumento central que se puede “defender la importancia que cumple la
Universidad de Guadalajara (UdeG) en los ámbitos educativos, culturales, de
investigación, comunicación y socialización del conocimiento y hacerlo sin por ello
estar de acuerdo con un grupo político y un funcionario universitario como Raúl
Padilla López, quien encabeza el grupo y que tiene la facultad de tomar las
decisiones principales sobre asuntos políticos o financieros de esta casa de estudios
desde 1989.”

Este planteamiento lo compartimos plenamente porque, en efecto, desde hace


décadas hay quienes defendemos a la universidad y pugnamos por su
democratización –en tanto institución educativa superior pública– sin tener nada que
ver con las estructuras del poder caciquil. La defendemos desde una oposición
democrática como académicos y, desde luego, también existen grupos estudiantiles
que luchan por una universidad democrática.

Rubén Martín, quien desde agosto de 2013 conduce el excelente programa


informativo crítico Cosa Pública 2.0 en Radio UdeG escribe que “muchos asumen que
por trabajar en la UdeG los universitarios somos obligados a ser parte del grupo de
control político y de gobierno de la universidad y de su jefe, Raúl Padilla. Nadie me lo
pidió y no lo asumo así. Sin embargo, creo que no miento si digo que hay una
especie de autocensura dentro de la universidad. Muchos piensan que no se puede
criticar el orden de gobierno y control que existe en la UdeG, cuando podrían
hacerlo.”

Dicho sea de paso, el director del Sistema de Radio Universitario de Radio, Televisión
y Cinematografía (SURT), Gabriel Torres Espinoza, como lacayo caciquil si forma
parte del séquito cortesano palaciego y aún cuando no establece ninguna censura
explicita a sus operadores radiofónicos, si establece un veto a participar en los
programas a la disidencia democrática. Martín dice una cuestión esclarecedora:
“Muchos piensan que no se puede criticar el orden de gobierno y control que existe
en la UdeG, cuando podrían hacerlo.” Cierto, hay profesores e investigadores que si
criticamos abierta y públicamente el control corporativo–clientelar y autoritario;
también es muy cierto que existe una autocensura dentro de la universidad.
Igualmente es cierto que: “gracias a miles de universitarios que deciden y realizan
actividades bajo su propia lógica y decisión, y que no tienen ni son obligados a
consultar a sus jefes o a Padilla, ocurren una infinidad de actividades e invitaciones
de grandes personalidades que propician, a su vez, encuentros con colectivos,
activistas, militantes, intelectuales, artistas y pensadores críticos que, probablemente,
sin el cobijo de la UdeG, no habrían ocurrido en Guadalajara y en Jalisco.”

Entre otros ejemplos mencionados por Rubén Martín dice: “Un ejemplo relevante en
este sentido, desde mi punto de vista, son las actividades que la UdeG auspicia en
términos del encuentro de sujetos del pensamiento crítico, resistencias y experiencias
revolucionarias contemporáneas es la Cátedra Jorge Alonso que la UdeG patrocina
junto al CIESAS. Por la Cátedra Alonso han pasado decenas de investigadores,
intelectuales, escritores, activistas, revolucionarios y defensores del territorio que de
otro modo difícilmente se habrían encontrado con sus pares de Jalisco.”

Estamos de acuerdo, porque este tipo actividades propias de la Intelligentsia


universitaria son necesarias e importantes. Sin embargo, hay una cuestión central
ausente en el artículo, y es el hecho de que una cosa son los invitados externos a
participar a estos eventos de “encuentro de sujetos del pensamiento crítico” y otra
cosa muy distinta son quienes organizan y promueven dichos eventos desde la propia
universidad. Aquí aparece la autocensura de muchos de estos profesores e
investigadores pertenecientes a la intelectualidad universitaria quienes nunca
expresan ningún comentario crítico de lo que sucede en los intramuros
institucionales. Están domesticados y son políticamente correctos. Nunca critican “el
orden de gobierno y control que existe en la UdeG, cuando podrían hacerlo.” Estos
intelectuales que viven en la torre de marfil universitaria guardan ominoso silencio de
cada uno de los grandes escándalos y de la profunda corrupción imperante que lleva
a cabo el grupo de poder caciquil encabezado por el ya mencionado Raúl Padilla
López y no se atreven a tocarlo ni con el pétalo de una rosa.

Hay un silencio cómplice de esta intelectualidad universitaria con esta forma de poder
unipersonal que, como bien señala Martín, se mantiene como poder omnímodo en
esta casa de estudios desde 1989. No hay casi pensamiento crítico de los
académicos de elite, quienes están meramente contemplando pasivamente el
acontecer de un permanente saqueo y despilfarro del presupuesto universitario y
otras truculencias que se pueden definir propias de una mafia universitaria. Son
farolitos de la calles y oscuridad de la casa… Esperamos que algún día cercano
Rubén Martín nos invite a su programa para hablar de la Cosa Pública Universitaria.
Por supuesto, compartimos plenamente su propuesta: “Otra reflexión pendiente y
necesaria es qué hacer para que la UdeG democratice sus procesos y toma de
decisiones.” Sería bueno, entonces, que estos intelectuales organicen foros,
seminarios, etcétera, sobre el tema de las formas y estructuras de poder en la UdeG.
Seguramente de allí se desprenderían, consecuentemente, propuestas de
alternativas de organización colectiva para construir la democratización necesaria y
urgente de los procesos de gobierno y de la toma de decisiones por parte de toda la
comunidad universitaria.

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