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Procesos sociales contemporáneos

SOCIALIZACION
La acción social: sé denomina acción social, a toda conducta
humana que se realiza cumpliendo expectativas de otros (por
ejemplo, comprar un regalo para que otra persona lo disfrute,
ayudar a un necesitado) o respondiendo a conducta de terceros,
o para conseguir esas respuestas (por ejemplo, agredir a quien
me insulta, agradecer un gesto amable, pagar cuando me venden
algo). No son acciones sociales, por ejemplo, orar en la
intimidad, soñar, gritar cuando el equipo que uno admira hace
un gol, emocionarse por un recuerdo, acumular dinero, etcétera.
El sociólogo alemán Max Weber (1864-1920) distinguió las
acciones individuales de las sociales, a las que definió como
aquellas conductas humanas (también tolerancias u omisiones)
intencionales, con significado orientado por y para otros, y son
éstas las que son objeto del estudio de la Sociología. Para este
autor, esas acciones de otros que determinan la conducta
propia, o viceversa, pueden ser actuales, pasadas o expectativas
futuras, como por ejemplo una venganza por un hecho anterior.
En toda acción social interviene un contexto, instrumentos
materiales o inmateriales que hacen posible desarrollarla, y una
finalidad. Según Max Weber hay cuatro modelos ideales de
acción social que surgen de modo progresivo, por su complejidad
racional creciente. 1. La acción social basada en la costumbre o
tradición, donde el hombre actúa por imposición externa y no
por análisis racional de por qué lo hace, o para qué lo hace, por
ejemplo, saludar a los conocidos o vestirse a la moda. 2. La
acción social determinada por las emociones, o también
llamadas conductas afectivas, donde tampoco la razón interviene
en forma plena, sino las emociones, pero se desliga de las
imposiciones de la costumbre: gritarle a alguien cuando nos
enojamos, besarlo cuando sentimos cariño, etcétera. 3. La acción
social racional, con valores morales, pero sin persecución de
fines propios concretos. Los actos están determinados por
normas morales o religiosas, por ejemplo, donar sus bienes a los
necesitados. 4. Acciones sociales que persiguen un fin racional,
buscando los medios adecuados para lograrlo, por ejemplo,
estudiar científicamente una droga para curar enfermedades.

Socialización: es un proceso del individuo y un proceso de la


sociedad. ... "El Proceso por el cual los individuos, en su
interacción con otros, desarrollan las maneras de pensar, sentir y
actuar que son esenciales para su participación eficaz en la
sociedad" (Vander Zanden, 1986). Es el proceso mediante el cual
el ser humano aprende, en el transcurso de su vida, los
elementos socioculturales de su medio ambiente y los integra a
la estructura de su personalidad bajo la influencia de
experiencias, sucesos y de agentes sociales.
El SISTEMA DE ACCION SOCIAL: En sociología, acción social se
refiere a toda acción o actividad que tenga un sentido para
quienes la realizan, afectando o no, la conducta de otros, y cuya
orientación o inspiración es de tipo altruista y desinteresado.
Una acción es toda conducta humana en la que el individuo o
individuos que la producen, la establecen con un sentido
personal. La acción social generalmente estará referida a la
conducta de otros. No todo contacto entre personas es de
carácter social. Las acciones o desencadenantes no son
homogéneas sino variadas. Y no toda acción social es orientada
por las acciones de otros. En ciencias sociales se utiliza el
concepto de sistema social para cualquiera de sus disciplinas
integrantes como: Economía, Sociología, Política, Antropología,
Ecología, Derecho, Trabajo Social, así como ritos y culto, ya que
el término tiene identidad propia y definitoria, (igual que
estructura social), solo que ambos no son intercambiables
porque son diferentes. Sistema Social es un concepto que explica
cómo se encuentra establecida la sociedad, llenando a la
estructura de contenidos que interactúan por las redes de la
misma estructura. Se asemeja a un organismo total, a un
macrosistema (metasistema o sistema de sistemas) para un
análisis con una interpretación total de consenso, equilibrio,
cooperación y orden de los procesos entre actores, sus
relaciones e interacciones

Modernidad: comprender nuestro


presente
La visión más común sobre la modernidad –si bien no
exenta de problemas– mantiene que este término hace
referencia a un nuevo tipo de sociedad que surge a partir
de las grandes transformaciones producidas en Europa y
América del Norte, que culminaron con las revoluciones
industriales y democráticas, iniciadas a finales del siglo
XVIII y principios del XIX. Peter Wagner, a través de su
artículo, revisa los modos en que la Sociología y la Filosofía
han intentado entender la modernidad, con el fin de
ayudarnos a comprender nuestra propia modernidad.

Hubo un tiempo en el que era común pensar en una


única y singular “sociedad moderna”, originada en
Occidente, pero llamada a fundar una nueva y mejor
época en la historia de la humanidad. Hoy necesitamos
reflexionar sobre esas ideas a la luz de la actual
condición globalizada DESTACADOS Perfil
de la modernidad. Las pretensiones y esperanzas
modernas se han vuelto imprescindibles en cada vez más
ámbitos de la vida, y para muchas más personas que
nunca. En el curso de su realización y difusión, sin
embargo, esas pretensiones y esperanzas han sido
también radicalmente transformadas. Han aparecido
nuevas cuestiones, algunas de las cuales son centrales en
nuestro tiempo, y que procedemos a enumerar a
continuación.

En primer lugar, sociólogos y filósofos sostuvieron con


tenacidad que hay –y que sólo puede haber– un único
modelo de modernidad. Sin embargo, las instituciones y
prácticas modernas no han permanecido invariables en el
tiempo y, por añadidura, ha surgido ahora una variedad de
formas modernas de organización socio-política. ¿Qué
conlleva esto para nuestra idea de progreso o, en otras
palabras, para nuestra esperanza de que el mundo futuro
puede ser mejor que el presente?

PeterWagner.

En segundo lugar, la modernidad se ha basado en la


esperanza de la libertad y la razón, pero ha creado las
instituciones del capitalismo contemporáneo y de la
democracia. ¿Cómo se relaciona en la actualidad la libertad
de los ciudadanos con la libertad de los compradores y
vendedores?, ¿y cómo afecta el descontento que suscitan
el capitalismo y la democracia en la sostenibilidad de la
modernidad?

En tercer lugar, nuestro concepto de modernidad está


inextricablemente ligado a la historia de Europa y de
Occidente. ¿Cómo debemos entonces comparar las
diferentes formas de la modernidad global contemporánea
de un modo “simétrico”, no sesgado ni eurocéntrico?, ¿de
qué manera cabe desarrollar la sociología del mundo
moderno?

Una revisión de los modos en que la Sociología y la


Filosofía han intentado entender la modernidad, puede
ayudarnos a comprender nuestra propia modernidad.
La visión más común sobre la modernidad –si bien no
exenta de problemas– mantiene que este término hace
referencia a un nuevo tipo de sociedad que ha surgido a
partir de una sucesión de grandes transformaciones
producidas en Europa y América del Norte, que hubieron
de culminar con las revoluciones industriales y
democráticas iniciadas a finales del siglo XVIII y principios
del XIX. No en vano, esta visión presupone que dichas
transformaciones catapultaron a Europa (o bien a
Occidente en su conjunto) a la primera posición de la
historia  Un acontecimiento clave en la formación de lo

que ahora consideramos como la Europa moderna fue

el, así llamado, descubrimiento de las Américas con sus

poblaciones hasta entonces desconocidas universal, y


que, gracias a ello, a su inherente superioridad, habría sido
difundido el modelo occidental de comprender el mundo.
Pensar en la modernidad significaba así pensar en la
globalización, por más que estos términos solo hayan
empezado a ser de uso frecuente a partir de los años 80 y
90, respectivamente.

Obtener una significación global –o universal– era una


aspiración de la modernidad europea ya desde sus inicios.
Un acontecimiento clave en la formación de lo que ahora
consideramos como la Europa moderna fue el, así llamado,
descubrimiento de las Américas con sus poblaciones hasta
entonces desconocidas. Este evento suscitó las reflexiones
europeas sobre la naturaleza de la humanidad,
proporcionando un marco de referencia para las
especulaciones filosóficas sobre el “estado de naturaleza”,
como en el Segundo tratado sobre el gobierno civil (1690)
de John Locke. Desde el Discurso del método (1637) de
René Descartes en adelante, la Ilustración ha pretendido
erigir el conocimiento universal a partir de unos
fundamentos mínimos, pero absolutamente firmes y
basados ante todo en la libertad y la razón. La revolución
americana y la revolución francesa eran vistas como una
inevitable entrada de la humanidad en la democracia
liberal, sustentada en los derechos humanos y en la
soberanía popular. Ya en su Democracia en América de
1830, Alexis de Tocqueville consideraba el sufragio
universal igualitario como el punto de llegada hacia el que
la historia política habría de aproximarse. Y desde La
riqueza de las naciones (1776) de Adam Smith hasta la
primera mitad del siglo XIX, los economistas políticos se
atribuyeron el descubrimiento de la autorregulación del
mercado como una forma inequívocamente superior de
organización económica. En el Manifiesto
comunista (1848), Karl Marx y Friedrich Engels
proporcionaron una imagen de la globalización económica
cuyo poder evocador todavía no ha sido igualado.

Una comprensión básica y común de la modernidad


subyace en este debate, que se extiende por más de dos
centurias, alcanzando múltiples facetas de la vida social. La
modernidad es la creencia en la libertad de los seres
humanos –natural e inalienable, según muchos filósofos de
la época–, así como en la capacidad de raciocinio de los
hombres, combinada con la inteligibilidad y asequibilidad
del mundo para la razón humana. Este compromiso se
traducía en los principios de la autodeterminación individual
y colectiva,  La modernidad es la creencia en la libertad

de los seres humanos –natural e inalienable, según

muchos filósofos de la época–, así como en la capacidad

de raciocinio de los hombres, combinada con la

inteligibilidad y asequibilidad del mundo para la razón


humana junto con la esperanza de un aumento del
dominio de la naturaleza y de una interacción racional entre
los seres humanos. Por su parte, la Declaración de los
derechos del hombre y de los ciudadanos (1793) y los
tratados de libre comercio pueden entenderse como
aplicaciones de aquellos principios subyacentes de la
modernidad, como las transformaciones técnicas que
vienen recogidas en el término “Revolución industrial”.

Esos principios fueron considerados universales, por un


lado, porque portaban un valor normativo con el que –así
se pensaba al menos– todo ser humano podía estar de
acuerdo y, por otro lado, porque permitían la creación de
estrategias funcionalmente superiores con las que hacer
frente a diferentes aspectos clave de la vida social, el más
importante de los cuales, quizá, era la satisfacción de las
necesidades humanas en la producción de bienes de
mercado y el gobierno racional de los asuntos colectivos a
través de una administración basada en la ley y
jerárquicamente organizada. Estos principios, además,
eran vistos como globalízales en su aplicación debido al
poder interpretativo y práctico de su normatividad y
funcionalidad.

Ninguna de esas pretensiones, sin embargo, fueron


inmediatamente aceptadas. Ni siquiera era factible
extender esos principios mediante el compromiso
intelectual, dado que siempre existieron dudas sobre la
posibilidad de traducirlos en estrategias institucionales sin
pérdidas o modificaciones sustantivas. Immanuel Kant y
Karl Marx se cuentan entre los primeros críticos. Kant, por
ejemplo, estaba comprometido con la idea de un gobierno
ilustrado y responsable, y esperaba que el principio
republicano propiciara la prosperidad mundial. No creía, sin
embargo, en lo que podría considerarse la culminación de
ese mismo proceso, la creación de un mundo republicano,
pero argumentaba, en cambio, a favor de la superioridad
normativa de una federación global de repúblicas (Sobre la
paz perpetua, 1795). La crítica de Karl Marx a la economía
política (ya en el subtítulo de El Capital, de 1867) ponía en
tela de juicio que la transformación  Por su parte,

la  Declaración de los derechos del hombre y de los

ciudadanos  (1793) y los tratados de libre comercio

pueden entenderse como aplicaciones de aquellos

principios subyacentes de la modernidad del ser


humano en un agente de mercado estaba basada en los
principios de libertad e igualdad, tal como la economía
política sugería. Esta nueva formación social, a la que Marx
se refería como la sociedad burguesa, por el contrario,
dividía a la humanidad en dos clases crecientemente
antagónicas: los poseedores de los medios de producción y
quienes solo podían vender su propia capacidad de trabajo.

Desde el comienzo del siglo XX, la trayectoria de las


sociedades europeas (u occidentales) se había separado
tanto del resto del mundo que la particularidad de la
“racionalidad occidental”, por expresarlo como Max Weber,
se había convertido, no sin objeciones, en una clave
decisiva para el estudio histórico-sociológico. La
ambigüedad de la terminología escogida por Weber hubo
de quedar instalada desde entonces en el debate sobre la
modernidad. Weber parecía reivindicar tanto los presuntos
orígenes occidentales de esa racionalización como el
arraigo de sus precondiciones en una cosmología
occidental, que además estaba destinada a poseer una
“significación universal”, no sin antes reconocer, como
frecuentemente suele olvidarse, que quizá esto último es lo
“que estamos inclinados a pensar”. Así las cosas, esto
permitió a los promotores de la teoría de la modernización
de la década de los 60 y a los más recientes abogados de
las “múltiples modernidades” referirse a Weber como su
fuente principal de inspiración. Los primeros, liderados por
Talcott Parsons, sugerían que el “avance” occidental hacia
la modernidad podría ser emulado por las élites en otras
sociedades en virtud de su superioridad normativa y
funcional y, por lo tanto, la modernidad occidental sería
susceptible de obtener una difusión global en el proceso de
“desarrollo y modernización”, tal como lo expresaba la jerga
sociológica de los años 60. Los últimos, inspirados en el
Shmuel N. Eisenstadt tardío, no desmintieron dicha
“significación universal” de las transformaciones sociales de
Occidente iniciadas en el siglo XVIII, pero sostuvieron que
el encuentro de otras civilizaciones con la modernidad
occidental no condujo a una mera difusión del modelo
occidental sino, por el contrario, a la proliferación de
variaciones de la modernidad generadas en el encuentro
de diferentes “programas culturales” previos con las
prácticas e ideas occidentales.

La oposición entre la teoría de la neo-modernización y el


teorema de las múltiples modernidades, que caracteriza el
actual debate sociológico sobre la modernidad, tienden a
descuidar el tercer aspecto de la concepción weberiana del
“racionalismo occidental” y que consiste en un profundo
escepticismo respecto al destino de la modernidad. Desde
este punto de vista, las reflexiones de Weber se ubican a
medio camino de la tradición crítica con la modernidad, que
fue elaborada a mediados del siglo XIX y del XX, con Karl
Marx en el inicio y Theodor W. Adorno en el final –al menos
en la forma más radical de esta aproximación–. Marx
aceptó el compromiso moderno de la libertad y la razón, tal
como se pone de relieve en su esperanza en una futura
“asociación libre de seres humanos”. Sin embargo, no dejó
de señalar la imposibilidad de llevarla a cabo bajo las
condiciones de dominación de clase. El mercado libre de la
sociedad burguesa podría conducir tanto a la alienación
como a un excesivo utilitarismo, a convertir la relación de
los seres humanos en un mero tráfico de objetos. De
manera semejante, Weber vio la Reforma protestante como
un incremento de la autonomía individual y una eliminación
de las mediaciones institucionales de la Iglesia entre los
creyentes y Dios (La ética protestante y el espíritu del
capitalismo, 1904-05). Toda vez que la ética social ligada al
protestantismo, la cual enfatizaba el éxito y el compromiso
profesional, había contribuido a impulsar las instituciones
del capitalismo moderno, sin embargo, una conducta
racionalizada de la vida podría imponer a sus habitantes
una “morada fabricada con acero” (la traducción común de
la expresión de Weber stählernes Gehäuse como “jaula de
hierro” está claramente errada) característica de la
modernidad. Adorno y Max Horkheimer (Dialéctica de la
Ilustración, 1944) proporcionaron la versión más extrema
de la idea, según la cual el compromiso moderno con la
libertad y la razón tendía hacia su autocancelación en su
proceso inmanente de conversión a formas sociohistóricas
concretas. Vieron los orígenes de esta regresión en la
Filosofía de la Ilustración que, en su insistencia en la  A

finales de los años 70 y comienzos de los 80, la

revolución iraní acabó con la idea de que las sociedades

no-occidentales iban tan solo un poco atrasadas en

relación con la misma trayectoria modernizadora sobre

la que Occidente se había embarcado cognoscibilidad del


mundo, hubo de transformar todas las cualidades en meras
cantidades de lo mismo, reduciendo lo desconocido al
estatus de una variable sometida a la lógica de las
ecuaciones matemáticas. Tal conceptualización estableció
una alianza totalizadora con el capitalismo industrial y
produjo, a lo largo del siglo XX, una sociedad dominada por
la cultura industrial, en la que no había nada que pudiera
ser oído o tocado por vez primera. La novedad y la
creatividad eran igualmente eliminadas en sociedades que
de otro modo habrían permanecido ajenas a la cultura de
masas de los Estados Unidos, de la Alemania nazi o de la
Unión Soviética estalinista.

Las críticas radicales de la modernidad fueron perdiendo


gradualmente su poder persuasivo tras la Segunda Guerra
Mundial. Un eco se puede encontrar, no obstante, en el
análisis de Herbert Marcuse sobre el “hombre
unidimensional” y la “sociedad unidimensional” (1964), un
diagnóstico en consonancia con la revuelta estudiantil de
finales de los años 60 y con la revolución cultural de “1968”,
llamada a (re)introducir una pluralidad de dimensiones en el
mundo contemporáneo. Cuando Zygmunt Bauman reanimó
los análisis de la modernidad que mostraban sus intentos
obsesivos por crear un orden y eliminar la ambivalencia
(Modernidad y Holocausto, 1989; Modernidad y
ambivalencia, 1991), solo parcialmente lo hizo en
perspectiva histórica, ofreciendo una nueva visión del
genocidio nazi sobre los judíos europeos como un
fenómeno plenamente moderno, y situando sus propios
escritos como la salida a semejante organización de la
modernidad, a saber, hacia una post-modernidad
preocupada por la libertad, incluso a través de una posible
modificación y reducción de las promesas modernas
tempranas.

Tal visión sobre la modernidad sufrió de hecho una


modificación crucial a partir de la década de los 70 y cuyo
emblema es La condición postmoderna (1979) de Jean
François Lyotard. Lyotard radicalizó el debate sociológico
de la década –promovido por autores como Raymond Aron
y Daniel Bell– sobre la transformación de una sociedad
industrial en una sociedad postindustrial, sugiriendo que
esta configuración social emergente era de una novedad
tal, que difícilmente podía ser captada por la
conceptualización tradicional. De este modo, su trabajo
contribuyó a suscitar una investigación mucho más amplia
que ha caracterizado buena parte de la Filosofía política y
la Sociología histórico-comparativa elaborada desde
entonces, convirtiendo el franco compromiso moderno con
la libertad y la razón en una pluralidad de posibles
interpretaciones. Una de sus consecuencias fue la
temprana oposición entre una visión afirmativa de la
modernidad como institucionalización de la libertad y la
razón, por una parte, y el análisis crítico de la
autocancelación del compromiso normativo moderno, por
otra, que además podía ser ahora reinterpretado como
evidencia de la ambigüedad de las bases conceptuales de
la modernidad, y de la variedad de posibles traducciones
de dichos compromisos en prácticas sociales
institucionalizadas, tales como la democracia y el
capitalismo.

Las dudas sobre la estabilidad y superioridad de Occidente,


sobre la “sociedad moderna”, no quedaron reducidas en
ese periodo al ámbito de las reflexiones teóricas. A finales
de los años 70 y comienzos de los 80, la revolución iraní
acabó con la idea de que las sociedades no-occidentales
iban tan solo un poco atrasadas en relación con la misma
trayectoria modernizadora sobre la que Occidente se había
embarcado. La emergencia de la economía japonesa –y
después la de Taiwan, Corea del Sur y China– sugería que
un capitalismo por completo ajeno a la cultura protestante
podía competir con las economías supuestamente más
avanzadas. La aparición de las ideologías neoliberales
(monetarismo y la economía de la oferta, según se las
denominaba entonces) afines al poder gubernamental en
Reino Unido y en los Estados Unidos, así como el fracaso
concomitante de la política económica de oferta de
mercado en Francia, señalaron el final del optimismo en las
economías de mercado alentadas por los gobiernos
nacionales. Además, esos años fueron jalonados por
movimientos estudiantiles, de trabajadores y por los
derechos civiles, que súbitamente pusieron en entredicho el
aparente consenso social postbélico de finales de la
década de los 60, al que se añadiría el colapso del
socialismo soviético entre 1989 y 1991. Había, en suma, un
conjunto de evidencias cotidianas plenamente disponibles
que volvía aún más acuciante la necesidad de preguntarse
de nuevo sobre la condición humana contemporánea.

Tales observaciones y reflexiones dieron un nuevo ímpetu


a la investigación sobre la modernidad. En Filosofía política
y teoría social, la naturaleza de la ambigüedad moderna y
sus compromisos requieren de ulteriores investigaciones,
no solo con una visión que permita comprender e
interpretar mejor el grado de apertura de los compromisos
modernos, sino también las reivindicaciones universalistas
que hubieron de acompañar a esos compromisos ya en
sus  Las críticas radicales de la modernidad fueron

perdiendo gradualmente su poder persuasivo tras la

Segunda Guerra Mundial comienzos. En la investigación


sociológica, que se abre a partir de la década de los 60, la
hipótesis de una reciente y gran transformación de las
“sociedades modernas” ha condicionado muchos análisis
desde la segunda mitad de los 80 en adelante. La
investigación contemporánea necesita atender de manera
especial la pregunta sobre esa transformación, si se
muestra una dirección específica de ruptura o bien si se
confirman las tendencias de la modernidad tal y como
fueron postuladas en las teorizaciones tempranas.
Finalmente, la Sociología comparada de las diferentes
modernidades necesita investigar si la constatable
pluralidad de las formas modernas de organización
sociopolítica fue creada por procesos históricos
específicos, así como explorar las condiciones que
permiten la persistencia de esa pluralidad bajo las
condiciones actuales de globalización.

Esta triple tarea es heredera de las interpretaciones dadas


en la reflexiones de Weber sobre la modernidad, sin
embargo la actual condición de una modernidad global
tiende a agudizar los aspectos desvelados en las primeras
teorizaciones. La pluralidad de las formas modernas puede
propiciar una variedad en pugna de proyectos creadores
del mundo, mientras las tendencias comúnmente
observadas de producción de homogeneidad pueden
imponer un retorno de la visión de la modernidad como una
forma única y singular de organización sociopolítica,
desprovista de alternativas duraderas. En este último caso,
la crítica de la modernidad puede emerger con una nueva
faz, como una crítica de la individualización alienada y
utilitarista que

POSTMODERNIDAD Y DESARROLLO:

Significado de Posmodernidad

Qué es Posmodernidad

La posmodernidad es un movimiento artístico, filosófico e


histórico que nace a finales del siglo XX como una búsqueda por
nuevas formas de expresión centrados en el culto por el
individualismo y crítica al racionalismo.
La posmodernidad o postmodernidad como movimiento
artístico, incorpora las corrientes vanguardistas anteriores en
una estética actual que refleja el caos generado por la revolución
de la información y la tecnología en que vivimos hoy.
Como corriente filosófica, la posmodernidad busca nuevas
formas de pensamiento centrados en el crecimiento del
individuo a través del uso de la tecnología. Se caracteriza por
criticar las corrientes de pensamientos antiguos que son
considerados anticuados, como el positivismo y el racionalismo.

Como período histórico, la posmodernidad abarca desde el final


del siglo XX hasta el día de hoy, por lo tanto, su definición exacta
es aún difusa y en proceso de definición.

Características de la posmodernidad

La posmodernidad comporta características que dependen del


ámbito en que se apliquen. Por ejemplo, en la arquitectura se
presenta como el rescate de la forma que el modernismo
rechaza; en la filosofía se define como un nihilismo moderno, o
sea, lo obsoleto de los valores y en la educación se valida la
tecnología y la innovación para la generación de un hombre
autosuficiente e independiente.

A pesar de estas diferencias que pueden resultar contradictorias


unas con las otras, la posmodernidad tiene características
comunes y transversales descritas a continuación:

 Es antidualista: critican la dualidad que los conceptos


definidos en el pasado han creado dejando así muchos
significados fuera del campo del conocimiento. De esta
manera, la posmodernidad defiende la diversidad y el
pluralismo.
 Cuestiona los textos literarios e históricos: afirman que
los autores de los textos les falta objetividad y tergiversan
la verdad para reflejar ideas personales.
 Afirma que la verdad no es universal: el lenguaje se
considera la clave de la verdad y es lo único que moldea el
pensamiento humano, por lo tanto, la verdad depende del
contexto y es cuestionable. Sólo existe la percepción.
 Valoriza la forma sobre el contenido: es más importante
el cómo y qué transmite el mensaje que el propio mensaje.
 Defiende la hibridación y la cultura popular: toda forma
de conocimiento y de saber es válido. La distorsión del
discurso no tiene límites en las esferas del conocimiento.
 El presente es lo único que importa: buscan lo inmediato,
ya que, el pasado y el futuro no está en manos del
individuo.
 Revaloriza la naturaleza: se preocupan por las
consecuencias del desarrollo industrial y exigen que las
ciencias modernas se limiten a generar conocimiento
válido universal.
Arte posmoderno

Mona Lisa

with bazooka rocket, Banksy, 2010.

El arte posmoderno se considera un movimiento artístico que


empieza a finales del siglo XX, en oposición al modernismo o art
Nouveau.

También llamado posmodernidad, esta corriente se gesta en la


década de los ‘70 y se desarrolla en los ‘80 inspirado y usando las
técnicas desarrolladas en la historia del arte, presentando el arte
a través de una estética actual.

El arte posmoderno se caracteriza por el quiebre de la linealidad


que definía cada cierto tiempo corrientes vanguardistas o el
vanguardismo de moda. El arte posmoderno se define como el
movimiento que pone fin a las vanguardias, como lo define Rudi
Fuchs en 1982.

Debido a la revolución de la información y el auge de la


tecnología, el arte posmoderno refleja la complejidad y el caos
de la sociedad actual, usando objetos e imágenes de la cultura
popular e interviniendo en obras de clásicas.

El arte posmoderno forma parte del arte contemporáneo, siendo


algunas de sus corrientes las siguientes

 Arte pop
 Arte abstracto
 Arte conceptual
 Minimalismo
 Expresionismo abstracto
 entre otros.

Posmodernidad y educación

La posmodernidad imprime en los sistemas de educación una necesidad de


cambio en la influencia que se ejerce en el desarrollo personal, educativo y
cultural del individuo, siendo válido sólo aquello que tiene sentido funcional
e inmediato.

La educación posmoderna inserta dentro de la psicopedagogía se basa en


el sistema de la información en que la sociedad se encuentra sumergida. En
este contexto, el uso de la tecnología se convierte en una herramienta
fundamental para la innovación entregando validez funcional e inmediata
del conocimiento.

Según el autor estadounidense Alvin Toffler (1928-2016) la educación


posmoderna se caracteriza por los siguientes puntos:

 Ser interactiva
 Se desarrolla en cualquier ambiente o institución
 El procesamiento de la información es convertible entre distintos
medios para la conformación de sistemas más complejos
 Buscan fuentes plurales de información
 Democratizan totalmente la información
 Defienden que la información no debe presentar fronteras ni
diferencias

La arquitectura posmoderna
El movimiento posmoderno en la arquitectura rescata los conceptos que la
arquitectura moderna elimina a comienzos del siglo XX imponiendo, por
ejemplo, la mera funcionalidad de los edificios.

De esta manera, la arquitectura posmoderna devuelve la importancia a la


forma combinando, en este sentido, lo antiguo y lo moderno para resolver
no solo los problemas funcionales sino también los sociales, económicos,
culturales y estéticos.

Posmodernidad y modernidad
La posmodernidad nace como una reacción contra el racionalismo extremo
de la modernidad. El pensamiento posmoderno se caracteriza por el
desencanto y la apatía por el fracaso de la modernidad como una corriente
renovadora del pensamiento y expresión de la sociedad contemporánea.

Filosofía posmoderna
En el ámbito de la filosofía, la posmodernidad también se define como la
filosofía de la desconstrucción donde predomina el detalle y la
fragmentación del pensamiento, dando a su vez, un orden al caos.

El fenómeno de los fractales, por ejemplo, representa esta filosofía donde la


repetición de fragmentos se asemeja a la repetición de cada ser humano
pero que en su conjunto constituyen puertas de ingreso al laberinto del
conocimiento.

Se considera al filósofo alemán Friedrich Nietzsche (1844-1900) el precursor


del pensamiento posmoderno al proclamar la muerte de dios, por lo tanto,
la inexistencia de dogmas ni de valores. En este sentido, la posmodernidad
se considera un nihilismo moderno que no cree en la necesidad de los
valores sobre el individuo.

Entre los autores representantes de la filosofía posmoderna se encuentran:


 Jean François Lyotard: filósofo francés que introduce en 1979 a
través de su obra La condición posmoderna el concepto de
posmodernidad en la filosofía, criticando el positivismo imperante, o
sea, la aplicación del método científico y el racionalismo para la
obtención de conocimiento objetivo.
 Esther Díaz: filósofa argentina que sostiene que la posmodernidad
es un choque entre el mundo de tecnología sofisticada que nos
rodea y los discursos heredados de épocas pasadas como el
romanticismo y el racionalismo.
Cómo citar: "Posmodernidad". En: Significados.com. Disponible
en: https://www.significados.com/posmodernidad/ Consultado: 21 de
febrero de 2022, 09:32 am

MODERNIZACION Y DESARROLLO

Del desarrollo y la modernización a la modernidad. De


la posmodernidad a la globalización. Notas para el
estudio acerca de la construcción y el cambio
conceptual, continuidades y rupturas en la sociología
latinoamericana
 

Lidia Girola

Los conceptos que los científicos sociales utilizan muestran cambios y


adecuaciones a las diferentes realidades objeto de estudio; son
construcciones simbólicas que como tales pueden ser, a su vez,
estudiadas en una particular dimensión: su historicidad. El objetivo
de este trabajo es hacer un breve recuento de las diferentes
interpretaciones que sobre la modernización en América Latina han
elaborado las ciencias sociales del continente, en especial la
sociología, de la segunda mitad del siglo XX a la actualidad. Estas
interpretaciones han contribuido a formar el acervo conceptual de la
disciplina, a la par que han incidido en lo que las sociedades
latinoamericanas piensan acerca de sí mismas, y de sus posibilidades
a futuro.

Palabras clave: América Latina, sociología, cambio conceptual,


modernización, desarrollo, modernidad, posmodernidad,
globalización.
Introducción

Las décadas de los cincuenta, sesenta y parte de la de los setenta del


siglo pasado constituyeron un periodo en el que las sociedades
latinoamericanas apostaban por el proceso de industrialización y el
crecimiento del mercado interno. Ese fue el momento en el que la
sociología, sobre todo en los países más grandes del continente, se
institucionalizó y profesionalizó. La disciplina vivió una era de
expansión, porque se fundaron carreras e institutos en la mayoría de
los países, la matrícula de estudiantes creció notoriamente en
relación con años anteriores, y los investigadores más destacados
formularon interpretaciones acerca de la realidad latinoamericana y
sus posibilidades de desarrollo que les sirvieron en gran medida como
orientación a los gobiernos y a diversos organismos públicos y
privados. Los temas predominantes eran el desarrollo, el crecimiento
y el análisis de los procesos de urbanización, secularización, e
incorporación a la política de sectores hasta ese momento
marginados o excluidos.

Desde fines de los setenta y durante los ochenta, las ciencias sociales
latinoamericanas, y específicamente la sociología, se enfrentaban con
la necesidad de analizar y explicar el surgimiento de las dictaduras en
varios países latinoamericanos, y el difícil camino hacia la
democratización en otros, en un marco de crisis económica que llevó
a los investigadores a hablar de la "década perdida" para la
modernización de América Latina. Junto con lo anterior, la situación
en el campo disciplinar tampoco era fácil. Al menos en la sociología,
la llamada "crisis de los paradigmas", que hacía referencia al fracaso
de ciertas teorías (el estructural-funcionalismo y el marxismo) para
explicar la realidad latinoamericana, aunada al descenso en el
financiamiento de las investigaciones por parte de los gobiernos de la
región, y a un aparentemente menor peso de las opiniones de los
expertos de la academia, condujeron a una situación en la que
comenzó a disminuir el interés de los jóvenes por la carrera y, por lo
tanto, se produjo un decremento en las matrículas en las
universidades. La posibilidad de la modernización de América Latina,
interrumpida, frágil y siempre amenazada, empezó a concebirse por
los científicos sociales de la región como estrechamente unida al logro
de la democratización de los países del área. A fines de los ochenta la
discusión sobre la modernización se transformó en la polémica acerca
de la modernidad, sus rasgos distintivos, sus tiempos, sus crisis y,
con ello, emergió el cuestionamiento a las grandes narrativas y mitos
que la acompañaron; fue el momento principal del debate sobre la
posmodernidad.

En los años noventa, la idea de que América Latina estaba viviendo


una modernidad peculiar con aspectos alternativos a los modelos de
Occidente era aceptada por muchos investigadores al tiempo que
comienzan a estudiarse los signos de la globalización, tanto
económica como cultural. Los investigadores de muchas
universidades latinoamericanas centran su atención en los procesos
que pueden conducir a la democracia, así como en los efectos
perversos que estos procesos pueden implicar.

En lo que va del siglo XXI nuevamente encontramos cambios en


cuanto a la concepción de la modernización, el desarrollo, la
modernidad y la posmodernidad y en relación con los efectos de la
globalización en América Latina.

Este trabajo se propone mostrar los contenidos cambiantes de los


conceptos, las preocupaciones temáticas predominantes, y las
continuidades y rupturas en las maneras de concebir los procesos de
modernización, que han sido propuestas por los científicos sociales
latinoamericanos como una forma de entender las distintas
perspectivas con respecto a los problemas acuciantes para la región,
así como la conformación de escenarios alternativos y perspectivas a
futuro que las disciplinas han formulado.

 En el primer periodo que me propongo comentar, el que va de los


años cincuenta a mediados de los setenta del siglo XX, las ciencias
sociales formularon diversas interpretaciones acerca de la realidad
latinoamericana. Las principales fueron: a) las derivadas de las
sociologías de la modernización; b) las teorías del desarrollo; c) las
teorías de la dependencia; d) las propuestas por la CEPAL. En lo que
sigue señalo algunos ejemplos de las ideas sustentadas por cada una
de estas corrientes:

A. Un representante destacado de las sociologías de la modernización


en América Latina lo fue Gino Germani. Sus propuestas se inspiraban
tanto en las teorías estructural-funcionalistas acerca de la transición
de las sociedades tradicionales a las industriales de masas, como en
las críticas a los aspectos oscuros de la modernidad formulados por
los autores de la Escuela de Frankfurt. Germani señalaba que
América Latina era una región de grandes contrastes, ya que podían
encontrarse zonas desarrolladas junto con otras que parecían vivir en
la edad de piedra; sin embargo, los procesos de modernización,
principalmente la urbanización y la secularización, eran notorios e
incontenibles. Y se planteaban grandes problemas: por una parte, no
todos los países estaban en las mismas condiciones para enfrentar la
transición, pero además en la mayoría los sectores medios, que en
otros contextos eran el principal motor de cambio, no habían asumido
esa tarea histórica, y los sectores populares estaban luchando por
acceder de manera espontánea, no institucional ni por medio de vías
democráticas, a los espacios de decisión y participación que la
sociedad intentaba restringirles. Germani y otros autores vinculados a
su perspectiva1 tenían como referente a las sociedades
industrializadas de Occidente y proponían, por lo tanto, un modelo de
modernización que la asociaba al desarrollo económico y también a
las formas democráticas. Se ocuparon de analizar los efectos de la
secularización, la industrialización y la urbanización; los cambios que
suponían en la estructura social y de poder en los países de la región;
y destacaron las amenazas autoritarias y populistas que se cernían
sobre la mayor parte de los países de América Latina (Germani, 1977
y 1985).

B. Los científicos sociales desarrollistas propusieron diferenciar el


desarrollo, concebido como transformación estructural de las
sociedades (lo que implicaba cambios en la economía, la estructura
social, la política y la cultura), del mero crecimiento económico.
Basadas en gran medida en las ideas de Walter Rostow, sus
propuestas consideraban los determinantes endógeneos
(industrialización) y exógenos (difusión de elementos culturales de
los países desarrollados en los países subdesarrollados) del cambio, y
si el impulso para el despegue (take off) provenía de la propia
sociedad o del capital extranjero. Una muestra muy clara de las
posiciones desarrollistas puede encontrarse en la revista Desarrollo
económico, en donde muchos articulistas sostenían la importancia de
las innovaciones y los cambios en las instituciones políticas,
financieras y educativas para la modernización de América Latina. Los
frenos y obstáculos al cambio estaban, para ellos, en la carencia de
un cuerpo legal acorde con los objetivos del desarrollo, así como en la
falta de un mercado de capitales. Lamentablemente, también se
manejaban estereotipos culturales, tales como que los
latinoamericanos eran ostentosos, inestables y flojos, mientras que
los estadounidenses eran frugales, trabajadores y racionales.

C. Los teóricos que suscribieron el enfoque basado en la idea de que


el principal problema de América Latina era su situación de
dependencia con respecto a las potencias industrializadas sostenían
que la prosperidad de las economías llamadas centrales se
sustentaba en la expoliación de los países del llamado tercer
mundo.2 Estos últimos, por su parte, no tenían la capacidad
económica, de conocimientos, y sobre todo política, como para
romper con el sometimiento. En palabras de André Günder Frank, el
subdesarrollo de los países latinoamericanos fue originado por el
mismo proceso histórico que generó el desarrollo económico del
capitalismo en los países centrales. Pablo González Casanova, en su
famoso libro La democracia en México, de 1965, señalaba dos
cuestiones que enriquecieron notoriamente las formulaciones iniciales
de la "Teoría de la Dependencia". Por una parte, planteó el problema
de la desigualdad en la distribución de la riqueza, y por otra, analizó
las limitaciones que la estructura del poder, concentrado en pocas
manos, imponía a las posibilidades del desarrollo con equidad. Este
autor fue pionero en remarcar que la modernización sólo sería posible
con la democratización, y no sólo política sino también social,
económica, educativa y cultural (González Casanova, 1983).

D. La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL),


organismo de Naciones Unidas, ha generado desde su fundación y
hasta la actualidad una visión específica de las condicionantes del
desarrollo en la región. Bajo la conducción de Raúl Prebisch aunó
algunas ideas keynesianas con una reelaboración neomarxista del
proceso de desarrollo. Formulaciones típicas de la CEPAL, tales como
la noción "centro-periferia"; deterioro de los medios de intercambio;
desarrollo desigual y combinado; colonialismo interno y, sobre todo,
su propuesta de la política de sustitución de importaciones, incidieron
con gran fuerza en las políticas de los gobiernos latinoamericanos
durante muchos años. Posteriormente, la CEPAL ha impulsado la
"transformación productiva con equidad", con lo cual puso en el
centro de la conceptualización acerca de la modernización en América
Latina no sólo los problemas relacionados con la industrialización,
sino el debate en torno al tema de la desigualdad social estructural en
los países del continente.

En este periodo, que es quizás uno de los más productivos en cuanto


a desarrollo conceptual de los que ha vivido la sociología en América
Latina, podemos observar que los conceptos utilizados por los
científicos sociales para caracterizar la situación de la mayoría de los
países latinoamericanos fueron los de modernización, desarrollo y
dependencia. Algunos investigadores tenían como referente a los
procesos europeos o estadounidenses, y se abocaron a estudiar la
viabilidad del cambio estructural en América Latina. Otros asociaron
los procesos de modernización con las imposiciones del capital
internacional y las clases dominantes nativas. No obstante, en la
mayoría de los casos a la modernización se la concibe como un
cúmulo de procesos en curso, principalmente el de la
industrialización, y a la modernidad como una etapa a alcanzar, si
acaso, en el futuro. Si algunos trabajos son relativamente optimistas,
en la mayoría se resaltan las falencias, los obstáculos, y se visualiza
la situación como de carencia, tanto de las condiciones materiales
como de las "espirituales", para el logro de la meta propuesta.

 El periodo que comprende desde mediados de los años setenta a


fines de los ochenta fue muy conflictivo para las sociedades y
también para las ciencias sociales, aunque sobre todo lo fue para la
sociología en América Latina. En varios países de la región existían
dictaduras. Los procesos de transición democrática que las sucedieron
fueron muy duros, y en otros países la consolidación de las formas
representativas y participativas tampoco fue un proceso fácil.
Aunado a lo anterior, la situación institucional de las
disciplinas también registró problemas: disminución del
financiamiento a proyectos por parte de las agencias
estatales; disminución de las matrículas en las
universidades; y crisis teóricas diversas asociadas a la
caducidad de las grandes narrativas propuestas por el
estructural-funcionalismo y el marxismo. La reflexión por
parte de los investigadores reflejó en cierta manera estas
situaciones, pero a la vez la llamada "década perdida" para
el desarrollo y la modernización de América Latina, debida
a la crisis del modelo de desarrollo basado en la
industrialización y la sustitución de importaciones, fue para
ciertos autores también una "década perdida" en cuanto a
la investigación sociológica, mientras que para otros
constituyó para la disciplina sociológica una oportunidad de
revisión crítica y, a la vez, de construcción de las bases
para el desarrollo de nuevos enfoques, conceptos y
temáticas. En México, por ejemplo, junto con la pérdida de
influencia del marxismo académico se abrieron espacios
para la discusión de otras corrientes teóricas, y se fundaron
revistas especializadas que abrieron las posibilidades de
debate a un rango más amplio de problemas (Girola y
Zabludovsky, 1992).

El estudio de los procesos de modernización, una


problemática constante en la sociología
latinoamericana, se enfocó en ese periodo a la
reflexión acerca de las características de la
modernidad; los cambios y crisis que ésta supone y,
sobre todo, a la viabilidad del proyecto moderno en
América Latina.

El debate acerca de la modernidad, sus crisis y la


posmodernidad se dio en América Latina, en sus
inicios, como glosa y comentario de los textos de
autores europeos como Habermas, Giddens,
Marshall, Berman y Touraine, para citar sólo a unos
cuantos.3 Sin embargo, la reflexión también se
extendió en el ámbito latinoamericano como
resultado de las propuestas generadas, entre otras
instituciones, por el Consejo Latinoamericano de
Ciencias Sociales (Clacso). Por ejemplo, en un libro
de 1988 diversos autores plantean las relaciones
entre la modernización latinoamericana (trunca y
corta, pero fuerte y brutal, a decir de Fernando
Calderón), la modernidad como proyecto
sociocultural y experiencia vital, y la
posmodernidad, reconociendo las diferencias del
desarrollo entre las metrópolis y sus formas locales
(Calderón, 1988).

Ese texto es ilustrativo de las divergencias que los


autores que en él participan tienen acerca de las
características de la modernidad. Por una parte,
plantean que la modernización latinoamericana es
fallida o deficitaria. El "proyecto moderno" en
América Latina cuenta con algunos elementos
parecidos al "original" europeo, pero es distinto. A
ello se suma que en la década de los ochenta el
proyecto mismo de la modernidad estaba en crisis,
lo cual genera reflexiones que dejan de lado la
asociación entre modernización y desarrollo
económico y otorgan prioridad a la democracia, a
los movimientos sociales y a la dimensión cultural
de los cambios en curso.

En cuanto al modelo económico, la modernización


industrializadora ha cedido el paso a los modelos de
mercado; el neoliberalismo ha implicado para
América Latina la pérdida de su capacidad para
forjar un nuevo proyecto nacional y regional.

Lo que para muchos autores resulta evidente es que


aquello que caracterizaba a la situación política de
los países latinoamericanos en los ochenta era un
cierto desencanto con la modernización, con el
papel del Estado y, principalmente, con un cierto
estilo de hacer política. En la agenda democrática
de América Latina comenzaban a aparecer las
preocupaciones por los costos y logros de la
democracia; por los derechos humanos; y por la re-
interpretación de la heterogeneidad cultural, que
brindarían a la propia modernidad una perspectiva
de futuro. Los científicos sociales latinoamericanos
eran conscientes, al finalizar la penúltima década
del siglo XX, no sólo de las diferencias en términos
de desarrollo, sino de las dificultades de
conceptualizar correctamente los propios procesos
de modernización; de la complejidad no sólo de las
realidades peculiares sino también de la dificultad
que implica haber sido formados en determinadas
ideas y paradigmas, y constatar que no sirven o no
son suficientes para entender la propia realidad.

En la década de los noventa las preocupaciones de


los sociólogos de América Latina van a orientarse no
sólo al desarrollo (económico, social, cultural,
sustentable, con equidad) y a la modernización, sino
también a re-pensar a la democracia como
condición de la modernidad. El modelo económico
de la década fue el neoliberal, surgido del
"Consenso de Washington", mientras que en lo
político se produjeron en general diversos procesos
de transición a la democracia, o de consolidación
democrática en algunos países.

A la modernidad se la concibe crecientemente como


resultado de la democratización. La democracia
debía entenderse como algo más que el ejercicio de
la representación política; debía implicar la
extensión de las formas democráticas a los ámbitos
económico y social y, por lo tanto, precisaba contar
con un componente participativo y republicano
(Nun, 1991; O´Donnell, 1999).

Por otra parte, se insiste en que uno de los


problemas acuciantes de América Latina es la
desigualdad, que crecía en lugar de disminuir. Por lo
tanto, los estudios se dedicaron a analizar las
relaciones de poder, las fuentes de la corrupción, y
las luchas de la sociedad civil. El pensamiento
sociológico (y político) de la década señala que "la
democracia es primero". Lo cual quiere decir que el
énfasis pasa de la modernización económica como
requisito de la modernidad latinoamericana a la
constatación del carácter imprescindible de la
expansión de la democracia al conjunto de la
sociedad. La democracia como sistema, no sólo
como forma política. Los temas asociados son, por
lo tanto, los de la inclusión-exclusión; los
movimientos sociales; la expansión de derechos; y
las dimensiones de la ciudadanía.

Fue en esta década que aparecieron los primeros


estudios sobre globalización en América Latina,
primero en su faceta ligada a la expansión
económica, y luego en relación con temáticas
culturales y de la sociedad de la información (véase,
por ejemplo, la revista Desarrollo
económico correspondiente a la década).

En los albores del nuevo siglo se produce una nueva


vuelta de tuerca en torno a los conceptos y
problemas que se asocian con la modernidad y con
la modernización, la cual proviene de muy diversas
fuentes:
a) por una parte, el incremento notorio de los
estudios sobre la globalización, que como temática
ha ido suscitando un creciente interés en los
investigadores de todo el mundo y también de
América Latina. Aunque no se trata de un término
con un significado único, en general se refiere tanto
a procesos económicos como culturales y de
migraciones; implica una reflexión sobre la relación
entre lo local y los ámbitos mundiales y
transnacionales; y ha originado una profusa
bibliografía. En el mundo, y también en América
Latina, se debate acerca de si la globalización es un
fenómeno relativamente reciente, o si de hecho
podemos pensarla como un fenómeno asociado al
surgimiento y expansión del capitalismo, presente
desde el siglo XVI (Aldo Ferrer, 1998; Castells,
2003; García Canclini, 1999). El contexto de la
globalización se usa como marco para estudiar la
expansión de nuevas formas de religiosidad, el
medio ambiente, el espacio público, las identidades,
la perspectiva de género, el empleo, la vida
cotidiana, la legalidad, las migraciones, los cambios
técnicos, el multiculturalismo, la industrialización, el
poder local, el desarrollo sustentable, las
transiciones a la democracia, la informática, los
medios, la estética, y un largo etcétera.

b) Por otra parte, el llamado "giro cultural" en las


ciencias sociales ha significado el progresivo
aumento de los llamados "estudios culturales", que
si bien son encarados principalmente por
antropólogos y expertos en medios, también han
incidido en la sociología, e implicado la relación de
las temáticas y los conceptos de modernidad y
modernización con las nuevas concepciones acerca
de las identidades, la ciudadanía, las migraciones y
la industria cultural. Estos estudios han propuesto
una mirada distinta con respecto a los procesos de
globalización, centrada sobre todo en los caminos y
medios de la transmisión y reconstrucción
simbólica, y en los flujos internacionales de
personas, información, estilos de vida y dinero. Uno
de los aportes más sugerentes es el cambio
propuesto con respecto a la heterogeneidad cultural
de América Latina; en lugar de considerarla como
un obstáculo para la modernización (Brunner, 1986
y 2002), o de asociarla con el carácter mágico
maravilloso de la identidad latinoamericana
(Quijano, 1988), teóricos como Néstor García
Canclini enfatizan el carácter híbrido de la cultura;
la mezcla de elementos modernos, tradicionales y
"post" como una característica de los tiempos; y el
desvanecimiento de las fronteras y la expansión de
las dimensiones de la identidad como elementos
cruciales del mundo globalizado (García Canclini,
1989 y 1999).

c) Un tercer aspecto a considerar es el que se


refiere a los cambios, cada vez más consistentes, en
cuanto a la conceptualización misma de la
modernidad.

A partir del trabajo pionero de Schmuel Eisenstadt,


la Teoría de las Modernidades Múltiples sostiene que
las pautas institucionales y demás rasgos distintivos
de las sociedades occidentales son seleccionados,
re-interpretados y re-formulados cuando intentan
implantarse en sociedades distintas de las
originales, dando como resultado configuraciones
heterogéneas. Una de las causas es que las
sociedades receptoras están estructuradas sobre la
base de patrones institucionales, culturales,
políticos, económicos, e incluso religiosos, diversos
y, por lo tanto, si los puntos de partida son distintos
también lo serán los resultados (Eisenstadt, 2000;
Wittrock, 2000; Waisman, 2005).
La literatura sobre el tema es muy amplia, ya que se abordó desde
perspectivas muy distintas al menos desde los años cincuenta del
siglo pasado (Parsons, 1966 y 1973; Apter, 1960), aunque lo que es
nuevo es la consideración de que la modernidad no sólo se expande
desde un núcleo originario relativamente homogéneo, sino que
existen divergencias importantes desde el origen, y que cualquier
configuración actual muestra características específicas debidas a la
propia matriz sociocultural, esto es, a la peculiar articulación de lo
económico con lo cultural, social y político y, por lo tanto, es diferente
el impacto que en ella han tenido los procesos de modernización. Algo
que es válido tanto para los países del Occidente europeo y los
Estados Unidos como para las sociedades de las naciones que han
recibido diversas denominaciones a lo largo del tiempo
(subdesarrolladas, del Tercer Mundo y, más recientemente,
emergentes), pero que siempre han aparecido como las receptoras de
una modernidad en continua expansión. Si esta teoría asume que de
situaciones heterogéneas se siguen configuraciones también
heterogéneas, la propuesta teórica del neoinstitucionalismo plantea,
por el contrario, que de heterogeneidades iniciales pueden, sin
embargo, derivarse, con el tiempo, situaciones similares en el campo
de las instituciones y en las normas prevalecientes. La tendencia a la
democratización de los gobiernos y las sociedades, así como la
igualación creciente en cuanto a estilos de vida y opciones serían tan
sólo algunos de estos elementos compartidos por la mayoría de las
sociedades modernas, tanto consolidadas como emergentes. El
debate está abierto, pero ha significado que cada vez más científicos
sociales latinoamericanos cambien su punto de vista con respecto a
los procesos de modernización, para aceptar que éstos no tienen un
único estadío final posible, y no sólo en el sentido de que pueden
fallar o truncarse, sino de que pueden conducir a modernidades y
situaciones de globalización alternativas y múltiples. Se trata de una
discusión relativamente reciente, que se ha conjuntado con las
formulaciones acerca de la hibridación cultural y la globalización en
América Latina (Roniger y Waisman, 2002).

d) Otro punto a considerar son las continuidades temáticas en la


sociología y de las ciencias sociales en general, que han implicado
una profundización en cuanto al estudio de cuestiones relevantes. Un
caso importante es el que se refiere a los estudios sobre el Estado, la
democratización, la ciudadanía y la sociedad civil. Si bien son temas
que han estado presentes en el pensamiento sociológico
latinoamericano prácticamente desde los inicios de la
institucionalización de la disciplina, y que cobraron mucha
importancia en las décadas de los ochenta y noventa, al revisar en la
actualidad los acervos en las bibliotecas y hemerotecas podemos
constatar que la producción acerca de estas cuestiones rebasa con
mucho la de cualquier otro campo disciplinar. Las concepciones
acerca de qué tipo de Estado existe en América Latina, si es que
puede hablarse en general; sobre cuáles son los obstáculos que
enfrentan los procesos de democratización, y las formas de
participación y representación; sobre el papel de la sociedad civil, los
partidos políticos y los distintos grupos y organizaciones, legales o
no, en la construcción de tipos específicos de sociedad política, son
todas cuestiones que la sociología latinoamericana ha abordado
prácticamente desde los inicios de su institucionalización como
disciplina científica y que se conjuntan ahora con la reflexión acerca
del papel de los Estados nacionales, en el marco de una modernidad
globalizadora en la que el peso de las agencias y organismos
económicos y culturales internacionales crece. De hecho, también en
este asunto existen posiciones encontradas: la de quienes sostienen
que el Estado tiene tareas que debe asumir, que son cruciales para la
construcción de una sociedad moderna y democrática, y que no
existe posibilidad ni sería conveniente soslayar esa función; y la de
aquellos que aseguran que la globalización ha venido a borrar las
fronteras nacionales y que el papel de los Estados consiste hoy
meramente en buscar la adecuación de sus sociedades a los nuevos
tiempos.

e) El surgimiento de nuevas temáticas es, asimismo, un aspecto a


remarcar, puesto que en cada periodo de la historia disciplinar
emergen temas y problemas relevantes. Algunos permanecen y otros
se agotan rápidamente, aunque luego pueden resurgir. En los últimos
quince años las cuestiones relacionadas con la exclusión social; la
violencia intrafamiliar; el debate sobre el género; el cuerpo; y el
tiempo han venido a enriquecer el horizonte epistémico de la
sociología, en gran medida por el influjo de la creciente circulación de
los discursos, potenciada por Internet, dada la posibilidad que hoy
existe para conocer en tiempo real lo que se debate en otros lugares,
pero también por la toma de conciencia cada vez mayor con respecto
a situaciones que en momentos anteriores la sociología descuidó o
simplemente no visualizó. Con una cierta nostalgia leemos los
trabajos sobre clases sociales, normas y valores, e incluso sobre
movimientos sociales, como hitos en la historia de nuestra ciencia,
aunque en la actualidad son pocos los trabajos al respecto. La
modernidad y la globalización, su fase más reciente, constituyen un
marco de experiencia vital que enfatiza la cuestión de los derechos de
diverso tipo (humanos, de género, de las minorías, etcétera), los
cuales son materia de demanda de las sociedades contemporáneas.
Los estudios acerca del ámbito íntimo, las relaciones interpersonales,
y los estilos de vida y los patrones de consumo muestran los cambios
que la modernidad globalizada implica en la vida cotidiana de las
personas, y han originado nuevas perspectivas acerca de los
impactos de la modernización.

Consideraciones
En los inicios de la vida independiente, el acceso a lo moderno se
concebía en estrecha relación con el legado libertario, emancipador e
ilustrado.

En la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del XX es posible


constatar un cierto pesimismo acerca de la posibilidad de alcanzar los
estándares socioculturales, económicos y políticos de los países de la
"modernidad originaria". Se llegó a pensar en las culturas autóctonas
como rémoras que implicaban atraso, y más aún, se produjeron
interpretaciones raciales e incluso racistas de los obstáculos que
impedían el acceso de América Latina a los logros de las sociedades
avanzadas del Occidente europeo. Aunque también, como muestra de
la heterogeneidad de interpretaciones existentes desde siempre en
América latina, otros sectores sostenían la "superioridad de la raza
cósmica", producto del mestizaje, así como su potencialidad a futuro.

A mediados del siglo XX, la sociología incipientemente


institucionalizada y otras disciplinas sociales comenzaron a visualizar
el desarrollo económico como una meta a lograr. Se asoció entonces
lo moderno con el pleno desarrollo económico, y se estudiaron los
mecanismos y los procesos de modernización que posibilitarían el
desarrollo. La modernidad (aunque el término como tal sólo se utilizó
posteriormente) fue pensada ante todo como un proyecto, como algo
a lograr en el futuro.

A partir de fines de los setenta y durante toda la década de los


ochenta América Latina cobró conciencia de las dificultades y
obstáculos que impedían el acceso a la modernidad; sin embargo, por
influencia del pensamiento europeo, y por el reconocimiento de la
heterogeneidad y complejidad culturales latinoamericanas, se asumió
que a pesar de que en ciertos aspectos la región no había alcanzado
los estándares modernos, en otras cuestiones participaba de las crisis
y malestares de una nueva época: la posmodernidad. Aunque por un
tiempo los estudios sobre este último tema se multiplicaron, no
llegaron a tener un auge que se prolongara mucho más allá de los
años noventa.
En ese momento surgió otra noción, igualmente poco unívoca: la de
globalización, a la cual se asoció con fuerza a la temática de la
modernidad y de la modernización, y que hacía referencia a las
tendencias mundiales crecientes, tanto en el ámbito económico como,
sobre todo, en cuestiones de cultura, estilos de vida y migraciones.

Si uno se guiara por las entradas en Internet; y por las publicaciones,


tanto de libros como de revistas, de los últimos quince años, se
podría asegurar que la temática de la globalización ha acaparado
crecientemente el interés de los sociólogos, y de los científicos
sociales en general, en América Latina y en el mundo.

Una primera conclusión que puede extraerse es que la construcción


de las representaciones de la modernidad ha estado siempre influida
por la conciencia de las diferencias entre la propia situación y la de
los países tomados como modelos. Algunas veces se resaltó la
impotencia e imposibilidad de las propias culturas para ser tan
racionales, industriosas y eficientes como las de los modelos, pero en
otros casos se intentó construir la propia identidad, recuperando las
propias tradiciones y culturas.

A pesar de que en muchas ocasiones las discusiones teóricas acerca


de la modernidad y los procesos de modernización se dieron en
América Latina teniendo como referente a los debates europeos, sin
duda también ha existido pensamiento original en la región; aunque
los enfoques han variado década tras década. Ello ha dependido en
gran medida de las circunstancias sociales, económicas y políticas
cambiantes, pero también de la historia disciplinar, que sufrió los
avatares de las políticas públicas en la educación; la escasez
endémica de presupuesto; y el impacto de las modas y de modelos
teóricos fluctuantes.

Lo anterior puede conducirnos a visualizar la situación actual de la


sociología en América Latina como generadora de un discurso menos
crítico que el de las décadas anteriores; más centrado en la
expansión de la investigación empírica en campos específicos; menos
preocupado por la originalidad conceptual e interpretativa; y más
escéptico y pesimista con respecto de las posibilidades de América
Latina de acceder a los estándares educativos, sociales, políticos y
económicos que se definieron como propios de la modernidad.

Sin embargo, una lectura más profunda, aunada al análisis de los


cambios conceptuales con respecto, por ejemplo, a los términos aquí
señalados, nos permiten comprender que aquello que se ha dejado
atrás es el fundamento ideológico de parte del discurso
latinoamericano, y que en consecuencia ahora se enfatiza la
fundamentación empírica de las afirmaciones. Los conceptos que se
utilizan tienen significados más complejos, que asumen la
ambigüedad y la ambivalencia propias de la época. Un botón de
muestra: la modernidad se reconoce actualmente como
"radicalizada", "líquida", "hiper", todas nociones fluctuantes y
polivalentes; la globalización implica tanto sistemas tecnológicos, de
información, de telecomunicaciones y transporte, como mercados de
trabajo que exigen calificaciones especiales, como la expansión de la
ciencia y la tecnología; o la construcción de redes y flujos mundiales
de personas, dinero, mercancías, estilos de vida y crimen organizado.
Es la posibilidad de inserción en el mundo para países y personas de
todos los continentes y, a la vez, implica exclusión social para otros
tantos, así como destrucción y degradación medioambiental. Si bien
la sociología reconoció los efectos perversos de los procesos de
modernización, y también se hizo cargo, hasta cierto punto, del "lado
oscuro" de la modernidad, es en la actualidad cuando el peso de la
historicidad de los conceptos, y de su creciente complejidad, incide
fuertemente en el pensamiento sociológico

MODERNIZACION

MODERNIZACION: se entiende como un proceso de cambio en


las estructuras, funciones, actores, normas, valores y
comportamiento institucionales. Esto, que generó en un
comienzo una expectativa positiva de mejoramiento de
condiciones de las sociedades nacionales y de la organización
estatal, se constituyó después en una desilusión empírica y
teórica, pues no ha correspondido a las expectativas de las
poblaciones ni a los principios de las ciencias sociales que de
manera coherente fundamentan el concepto de Modernización en
el de “Modernidad” y en el de “moda”

Globalización
¿Qué es la Globalización?
La globalización es un proceso histórico de integración
mundial en los ámbitos económico, político, tecnológico,
social y cultural, que ha convertido al mundo en un lugar cada
vez más interconectado. En ese sentido, se dice que este proceso
ha hecho del mundo una aldea global.
La disolución progresiva de las fronteras económicas y
comunicacionales ha generado una expansión capitalista. Esta, a
su vez, ha posibilitado inversiones y transacciones financieras
globales orientadas a mercados distantes o emergentes, en
términos que antiguamente resultaban muy difíciles, altamente
costosos o inviables.

El proceso de globalización ha modificado la forma en que


interactúan los países y los sujetos. Ha generado gran impacto
en aspectos económicos (mercado laboral, comercio
internacional), políticos (instauración de sistemas democráticos,
respeto de los derechos humanos), así como un mayor acceso a
la educación y a la tecnología, entre otros.

Características de la globalización

Las más importantes características de la globalización son las


siguientes:

 es un fenómeno planetario, es decir, se manifiesta en todo


el mundo;
 es universal, pues abarca todos los aspectos de la vida
humana y social;
 es desigual y asimétrica, ya que repercute de formas muy
diferentes según el nivel de desarrollo de cada país y su
cuota de participación en el poder mundial;
 es impredecible, es decir, sus resultados no pueden ser
anticipados;
 depende de la conectividad y de las telecomunicaciones;
 supone la reorganización espacial de la producción;
 globaliza las mercancías y favorece la uniformidad del
consumo;
 conforma un modelo financiero mundial.
Tipos de globalización
Globalización económica

La globalización económica consiste en la creación de un mercado mundial


que no contemple barreras arancelarias para permitir la libre circulación de
capitales, bien sea, financiero, comercial y productivo.

El surgimiento de bloques económicos, es decir, países que se asocian


para fomentar relaciones comerciales, como es el caso de Mercosur o
la Unión Europea, es el resultado de este proceso económico.
En el siglo XXI la globalización económica se intensifico más logrando un
impacto en el mercado de trabajo y comercio internacional.

Globalización política

La globalización ha fomentado la creación y desarrollo de diferentes


mecanismos para dar respuesta y solución a un sin fin de problemas que se
han vuelto globales y que nos afectan a todos. Algunos ejemplos de esto
son el cambio climático, índices de pobreza, uso de recursos naturales,
entre otros.

Por ello, se han creado instituciones y organizaciones de carácter


internacional, por ejemplo, la Organización de las Naciones
Unidas (ONU), a fin de enfrentar dichos problemas y dar la mejor solución
posible.
Globalización tecnológica
La globalización tecnológica abarca el acceso a la información, Internet y
medios de comunicación, así como los diversos avances tecnológicos y
científicos en el área industrial y salud.

Vivimos en un mundo interconectado, la información se comparte a mayor


velocidad y distancia, las personas están más informadas acerca de lo que
ocurre en su país y alrededor del mundo a través de los diversos canales de
comunicación que existen.

Los medios de transporte también se han beneficiado del avance


tecnológico y científico. Por ejemplo, se han desarrollado mecanismos para
reducir el consumo de combustibles y los niveles de contaminación, los
vehículos poseen mayores sistemas de seguridad, entre otros.

Globalización cultural
La globalización cultural se ha generado como consecuencia de
las relaciones internaciones derivadas del intercambio de la
información, tecnología, economía, turismo, entre otros.

Al expandir los mercados de consumo y el intercambio de bienes


y servicios culturales, se han producido importantes conexiones
entre países y comunidades por medio del cine, televisión,
literatura, música, gastronomía, moda, teatro, museos, entre
otros.

Esto tiene diversos aspectos positivos y negativos. Algunos


destacan la difusión de valores universales, mayor acceso a la
información e intercambio cultural.

Sin embargo, los grupos sociales de menor tamaño se ven


afectados por el consumo de produc tos culturales de mayor alcance
e, incluso, a la pérdida de ciertos valores propios.

Globalización social

La globalización social se caracteriza por la defensa de la


igualdad y la justicia para todos los seres humanos. Tomando en
cuenta esta acepción, se puede afirmar que un mundo
globalizado, en el ámbito social, es aquel en que todos los seres
humanos son considerados iguales sin importar su clase social,
creencias religiosas ni culturas.

Causas y consecuencias de la globalización


Las causas de la globalización más inmediatas que podemos mencionar
han sido:
 los cambios en la geopolítica internacional del siglo XX;
 el fin de la Guerra Fría;
 la consolidación del modelo capitalista;
 la necesidad de ampliar mercados económicos;
 la revolución en materia de telecomunicaciones e informática;
 la liberación de los mercados de capitales.
Podemos contar entre las consecuencias de la globalización como
proceso histórico las siguientes:
 Pobreza extrema y concentración de la riqueza: la riqueza se
concentra en los países desarrollados y solo un 25% de las
inversiones internacionales van a las naciones en desarrollo, lo cual
repercute en un aumento del número de personas que viven en la
pobreza extrema.
 Aumento del desempleo: algunos economistas sostienen que, en
las últimas décadas, la globalización y la revolución científica y
tecnológica (responsables por la automatización de la producción)
han sido las principales causas del aumento del desempleo.
 Pérdida de identidades culturales: los autores críticos de la
globalización también sostienen que esta favorece la pérdida de las
identidades culturales tradicionales en favor de una idea de cultura
global, impuesta por el influjo de las grandes potencias sobre el resto
del mundo.
Ventajas y desventajas de la globalización
La globalización conlleva a un conjunto de acciones que tienen
tanto aspectos positivos como negativos, de allí que se haga
mención de las ventajas y desventajas de este gran proceso de
integración.

Las ventajas de la globalización serían:
 Desarrollo de un mercado global;
 interconexión de las sociedades con acceso a recursos
informáticos;
 mayor acceso a la información;
 circulación de bienes y productos importados;
 aumento de inversiones extranjeras;
 desarrollo exponencial del comercio internacional;
 favorecimiento de las relaciones internacionales;
 procesos de intercambio cultural;
 aumento del turismo;
 desarrollo tecnológico.
Entre las desventajas de la globalización: podemos mencionar
 Incapacidad del Estado nacional como ente de control y
administración;
 obstaculización o estrangulamiento del desarrollo del
comercio local;
 aumento del intervencionismo extranjero;
 concentración del capital en los grandes grupos
multinacionales o transnacionales;
 aumento de la brecha en la distribución de la riqueza;
 construcción de una hegemonía cultural global que
amenaza las identidades locales;
 uniformidad en el consumo.

Origen de la globalización
La globalización es un fenómeno palpable, sobre todo, desde
finales del siglo XX y comienzos del siglo XXI. Se suele señalar
que tuvo su inicio con la llegada de Colón a América a finales
del siglo XV y con la colonización por parte de las potencias
europeas alrededor del mundo.
Este proceso se acentúo exponencialmente a partir de la
Revolución Industrial del siglo XIX y el rearme del capitalismo, y
adquirió su forma plena a partir de la segunda mitad del siglo XX.

La globalización es el resultado de la consolidación del


capitalismo y la necesidad de expansión del flujo del comercio
mundial, así como de los principales avances tecnológicos,
especialmente en materia comunicacional.

Las innovaciones en el campo de las telecomunicaciones y de la


informática, sobre todo el Internet, han jugado un papel decisivo
en la construcción de un mundo globalizado.

DESAFIO DE LA MODERNIDAD
El desafío de la modernidad
La imagen de España -y, por tanto, las interpretaciones de su
historia- ha variado sustancialmente a lo largo de los años en
razón de la misma evolución política, cultural y económica del
país, y al hilo también, como es lógico, del propio debate
historiográfico. Estereotipos (la imagen romántica), crisis
históricas (el desastre del 98, la guerra civil de 1936-1939, el
franquismo), frases afortunadas (oligarquía y caciquismo) o
interpretaciones historiográficas (fracaso de la revolución
burguesa, fracaso de la revolución industrial) pondrían el énfasis
en el dramatismo de determinadas manifestaciones de la vida
colectiva y conducirían a una visión extremadamente pesimista y
crítica de la España contemporánea: España como problema;
España, país dramático; España como fracaso. Todo ello integra
lo que podríamos denominar la excepcionalidad española.Puede,
sin embargo, defenderse con mucho mayor rigor una visión muy
distinta: dicho con toda rotundidad, no admitir la misma idea de
excepcionalidad española. En otras palabras, considerar a España
como un "país normal". Ello no significa minimizar la gravedad
de los problemas españoles en la historía: es demasiado obvio que
el país no tuvo una evolución tranquila en los siglos XIX y XX, y
que no se exagera cuando se interpretan algunos acontecimientos
de ese pasado (y, ante todo, la guerra civil de 1936-1939) como
tragedias o como naufragios o, en palabras menos enfáticas, como
fracasos colectivos. Pero junto a ellos hubo también otras
realidades: construcción del Estado, avances en la administración
y el derecho, aprobación de códigos legales, organización de un
sistema judicial independiente, aumento de la urbanización,
articulación de la sociedad civil, y formas de vida y cultura
modernas. Sin tomar en consideración estas otras realidades,
entender cómo la sociedad, española ha logrado alcanzar su
posición actual se convierte en un juego de prestidigitación.

Lo anterior es igualmente válido para la evolución económica. La


ausencia en España de un proceso de industrialización durante el
siglo XIX no es un elemento de excepcionalidad. La mayor parte
de los países del Viejo Continente quedaron fuera del mismo. Y a
pesar de los claros límites en la modificación estructural de la
economía durante la centuria pasada, en la actual, los españoles
han conseguido transformarla radicalmente incorporándose al
limitado grupo de las sociedades desarrolladas, un resultado
infrecuente en la historia económica del siglo XX. La
equiparación en los niveles de renta por habitante con los
existentes en los países más avanzados es, todavía hoy, un
proceso inacabado, y ha demostrado estar plagado de dificultades.
Pero aun con ello, considerada globalmente, la trayectoria durante
la época contemporánea constituye, sin ignorar la gravedad de las
dificultades que se plantearon, un resultado muy alejado de una
ininterrumpida sucesión de fracasos.

Existen muchas razones para explicar esta evolución de la


economía, distinta a la experimentada por los países más
avanzados. Ninguna de ellas, sin embargo, debe buscarse en una
particular forma de ser de los españoles que los haría menos
predispuestos al trabajo, ni en unas diferencias en los parámetros
centrales de su comportamiento económico respecto al resto de
los europeos. Las causas deben buscarse en otro lado. Por
mencionar sólo algunas, en el escaso empuje de los incentivos
favorables a la inversión y la innovación ante la inestabilidad del
marco institucional; en unos derechos de propiedad
discriminatorios para quienes reinvertían los beneficios en el
proceso de producción; en la escasa atención dedicada a la
cualificación del trabajo; en las desventajas derivadas de una
orografía, calidad de la tierra, climatología o posición geográfica
poco favorables, o en la ausencia de recursos naturales, como
car-, bón de calidad y agua, fundamentales para el crecimiento
hasta bien entrado el siglo XX.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que
decir.
Tomada en su conjunto, pues, la historia de España durante los
siglos XIX y XX, dista mucho de ser la historia de un fracaso. Por
debajo de la conflictividad política y social, hubo, al menos desde
mediados del siglo XIX, una revolución tranquila y lenta que, con
las limitaciones que se quiera, fue cambiando el país, su
economía, el Estado, las regiones. Además, lo sucedido en ella no
fue inevitable: los hechos, las cosas -pronunciamientos militares,
partidos, elecciones, el 98, Marruecos, hasta las mismas guerras
civiles-, pudieron haber sido casi siempre de otra manera. Baste
un solo ejemplo. El golpe de Primo de Rivera del 13 de
septiembre de 1923 cambió el curso de la historia española. La
dictadura militar trajo la República, y la República, la guerra civil
de 1936-1939. De no haberse producido el golpe, o de haber
fracasado -lo que, por lo que sabemos, pudo perfectamente haber
sucedido-, todo habría sido distinto. De ahí que Raymond Carr,
por ejemplo, lo considere como el hecho más determinante de
todo el siglo XX español.

También la economía ofrece ejemplos numerosos de ello. Quizá


ninguno más claro que las decisiones adoptadas durante el
franquismo. La instauración de un Estado Nuevo basado en los
denominados ideales del 18 de julio tras la guerra civil supuso
una, abrupta y decisiva ruptura histórica. Las repercusiones
económicas fueron tan negativas como destacadas, al pretender
lograr la autosuficiencia frente al exterior, y aspirar también a
sustituir los precios de mercado por los decididos en los
despachos de la Administración. En el corto plazo, la política
económica del franquismo dejó a España fuera de la primera fase
del milagro económico europeo, condujo a la etapa de
estancamiento económico más prolongada del siglo XX y sumió a
buena parte de los españoles en el hambre y la miseria. En el
largo plazo, la discrecionalidad de las autoridades, cuando no la
pura arbitrariedad, aumentó considerablemente el peso de las
actividades no competitivas, y, sobre todo, modificó
profundamente las pautas de comportamiento de los agentes
económicos, consolidando como elementos relevantes de la
actuación de no pocos la especulación, el tráfico de influencias -
disfrazado bajo justificaciones ideológicas- y, en bastantes
ocasiones, la corrupción.

En el siglo XIX, España perdió su imperio ultramarino: la que


había sido poderosa monarquía católica de los Habsburgo pasó a
ser, de esa forma, una modesta nación con escasa influencia en el
mundo. Desde entonces, España buscaría una nueva identidad
colectiva, preocupación que tuvo su expresión en el debate (por
ejemplo, tras el 98) sobre el problema de España como nación y
su relación con Europa. Europa, desde la perspectiva española,
significó construcción de un Estado liberal y eficaz y de una
economía próspera y estable. Los logros frente a ambos retos,
vista la cuestión en una perspectiva de largo plazo, no han sido
escasos. Dicho de otro modo, el desafío de la modernidad no se
ha saldado, en modo alguno, con un fracaso.

Juan Pablo Fusi es catedrático de Historia de la Universidad


Complutense. Jordi Palafox es catedrático de Historía Económica
de la Universidad de Valencia.

¿Qué es la pobreza?

Definición de pobreza
Ante de todo, es necesario decir que la pobreza es un
fenómeno multidimensional que puede traducirse en
factores objetivos, como la falta de recursos para satisfacer
las necesidades básicas para la supervivencia, o subjetivos,
tal cual la privación de la participación social por cuestiones
relacionadas al género.

El enfoque más común define la pobreza como falta de


ingresos. Este concepto esta basado en los estudios de
Benjamin Rowntree (1901). Según él, la pobreza se
configura cuando lo total de ingresos disponibles no
satisface el mínimo necesario para la subsistencia. Esta idea
inspiró la creación por el Banco Mundial de la línea de
pobreza, o umbral de pobreza, que es “el costo monetario
de un nivel de bienestar de referencia para una persona
dada, en un momento y un lugar dados”. En 2015, el Banco
clasificaba como pobre una persona que vivía con menos de
US$1,90 al día.
No obstante, hay teorías que defienden que la pobreza
transciende la falta de ingresos. El enfoque de
las Necesidades Básicas promovido por la Organización
Internacional del Trabajo (OIT) en la década de 1970,
incluyó la salud, la educación, el saneamiento, las ropas y
etc., entre los mínimos necesarios para una calidad de vida
digna. Igualmente, el economista Amartya Sen introdujo la
visión de la pobreza como privación de desarrollo humano
individual. Según él mismo, la pobreza se define por la
constricción de las capacidades básicas (en inglés,
capabilities) que impidan a los individuos de ser o de realizar
funciones a que dan importancia (sea vivir una vida larga y
saludable o ser respetado por la comunidad en que vive). De
la teoría de Sen, Mahbub ul Haq concebió el Índice de
Desarrollo Humano del PNUD (IDH). El IDH combina tres
indicadores de capacidad para medir el desarrollo humano:
esperanza de vida, nivel educativo y ingreso.

Como se ha mostrado, la pobreza puede ser definida como


falta de recursos para disfrutar de una calidad de vida
mínima o una deficiencia de medios para lograr la calidad de
vida deseada. Cualquiera que sea el concepto adoptado en
la lucha contra la pobreza, es imprescindible que se
consideren los contextos y las necesidades locales. Por eso,
son las contrapartes, misioneros y ONGs locales los
creadores y ejecutores de los proyectos financiados
por Manos Unidas. Cooperamos para acabar con la
pobreza según el concepto y las necesidades definidas por
los habitantes de cada uno de los países donde trabajamos.

MIGRACIÓN
¿Qué entiendes por la migración?

La migración se refiere a los cambios de residencia de las


personas desde un lugar a otro, cruzando los límites
geográficos, por ejemplo: de una región a otra, de una
comuna a otra. ... Es útil distinguir, por ejemplo, que, si una
persona traslada su residencia habitual de una
región a otra, tiene la condición de migrante

Conflicto social
El conflicto social, de acuerdo con la Organización de Naciones
Unidas (ONU), es la falta de acuerdo entre dos o más personas.
Sin embargo, siempre y cuando, dicha falta de acuerdo persista
en el tiempo, afectando, de esta forma, a un gran grupo de
individuos a los que dicha situación llega a generarles efectos
negativos.
El conflicto social, además, puede llevar aparejados signos de
violencia. Este tipo de conflictos, al igual que los conflictos
armados, tienen repercusiones en una determinada población.
De hecho, un conflicto llega a considerase social cuando dicho
conflicto afecta a un gran grupo de población, al que genera
situaciones desagradables que pueden ser devengadas del
propio malestar generado. 

A través de dicho conflicto, se han ido desarrollando lo que se


conoce como “las teorías del conflicto social”.

Estas promueven, entre otras cosas, la necesidad de una


intervención estatal que, por un lado, corrija dicha situación, a la
vez que, por otro lado, logre una auténtica integración social .

Causas del conflicto social

Un conflicto social se da cuando se producen situaciones en


países o regiones que pueden dar lugar a circunstancias
desagradables para la convivencia y la integración social. 

Entre estas situaciones podríamos destacar las siguientes:

 Corrupción.
 Desigualdad social y económica.
 Ausencia del Estado y falta de legislación y marco
institucional.
 Crisis económicas.
 Crisis naturales. 
 Pobreza.
 Racismo, machismo, homofobia, etc.

Consecuencias del conflicto social


Los conflictos sociales, de la misma forma que se originan,
tienen consecuencias en la sociedad que deben ser destacadas.

Entre estas consecuencias cabría citar las siguientes:

 Migración ilegal.
 Delincuencia y vandalismo.
 Corrupción y narcotráfico.
 Pobreza. 
 Malestar social. 
 Falta de recursos.

De acuerdo con la ONU, 65,6 millones de personas se han visto


obligadas a desplazarse y 22,5 millones son refugiadas. Casi 20
personas de media deben abandonar sus lugares de residencia
cada minuto debido a un conflicto social.

Prevención del conflicto social

Con el fin de evitar dicha situación, así como poner remedio a


aquellas personas que lo sufren, se deben aplicar políticas
activas para combatir los conflictos sociales desde instituciones y
organismos internacionales.

Estas políticas están basadas en una serie de estrategias entre


las que podrían encontrarse las siguientes:
 Promoción de la igualdad y la asignación eficiente de
recursos.
 Fomento de la integración social y el acceso a recursos
básicos.
 Promoción de ascensores sociales que permitan dicha
integración.
 Fomento de la solidaridad entre convivientes.
 Promoción de la educación en valores desde la infancia.
 Desarrollo de planes para promover el acceso a servicios
básicos.

Ejemplo de conflicto social

La opresión de un dictador a un pueblo, o las guerrillas en


Latinoamérica, son claros ejemplos de lo que podría
denominarse conflicto social.

El poder de un dictador, el cual acapara recursos para la élite


gobernante, sin atender las necesidades del pueblo, produce
una sensación de malestar en la población. Todo ello, debido a la
desigualdad que se produce, así como la pobreza generada por
la corrupta asignación de recursos.

Algo similar ocurre con las guerrillas en Latinoamérica. Las


cuales, por razones como la discriminación, la política o la
economía, se vieron impulsadas a estar en guerra con la
sociedad.

ESTE MATERIAL ES UNA RECOPILACION DE VARIOS AUTORES.

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