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1. Introducción
En esta breve reflexión pretendemos, a partir de múltiples aportaciones
teóricas, determinar como el concepto de opinión pública, a través de la
transformación estructural operada en su fundamento social a lo largo de su
evolución institucional desde la sociedad estamental hasta el actual Estado
democrático y social de derecho, precisa de una progresiva ampliación de la
base social que lo constituye. Esta ampliación conlleva el cuestionamiento de la
tradicional separación entre masa y público en la misma medida que el
progreso social se ha ido extendiendo y generalizando al conjunto de la
sociedad.
La historia de los medios de comunicación de masas se puede explicar a partir
de aquellas innovaciones tecnológicas que hicieron posible la difusión masiva
de la información. Paralelamente a estas innovaciones, lo que impulsó la
necesidad de conocer los acontecimientos de forma generalizada fue la
progresiva incorporación de grupos sociales cada vez más amplios, primero a
un mayor conocimiento mediante la alfabetización, después a la participación
en los ámbitos de decisión política por efecto de la democratización de las
formas institucionales. Con la sociedad de masas, el ámbito propio de la
opinión pública se fue abriendo y fortaleciendo aun más hasta convertirse en
una firme promesa para abarcar al todo social.
El siempre inconcluso concepto de opinión pública por fuerza tiene que partir
de ideas previas sobre la base social en que se sustenta. Sus orígenes y su
evolución, según lo refieren los múltiples autores que los explican, vinculan la
naturaleza de la opinión a una dimensión político-institucional que apenas deja
dudas sobre la delimitación originaria de su objeto: de forma unánime, todas se
refieren a la relación entre la sociedad y el poder político.
De este modo, visto en perspectiva histórica, lo que según Habermas comenzó
con una publicidad representativa, entendida como la pretensión del señor
feudal de hacerse visible por medio de su presencia pública:
[…]en tanto el soberano y sus estamentos “son” el país, en vez de
delegarlo meramente, pueden, en un específico sentido de la
palabra, representar: ellos representan su dominio, en vez de para el
pueblo, “ante” el pueblo. […] (Hbermas, 2002, p. 47)
2. Antecedentes
El capítulo XV, De las cosas por las que los hombres, y especialmente los
príncipes, son alabados o censurados, y también los capítulos sucesivos, los
dedica Maquiavelo a explicar que vicios y virtudes le son reconocibles al
príncipe por sus súbditos y como debe adminístralos.
Inicia entonces una descripción contrastada entre las masa y las que él ve
como a excelsas minorías. Nos relata que en las masas se produce una
coincidencia de deseos, de ideas, de modo de ser en los individuos que la
integran. En cambio, en las minorías el deseo es el de no coincidir, es la
singularidad de cada individuo que solo se agrega por su coincidencia en no
coincidir. Para Ortega, cuando se habla de «minorías selectas» la bellaquería
(sic) suele tergiversar el sentido de la expresión, fingiendo ignorar que el
hombre selecto no es el petulante que se cree superior a los demás, sino el
que se exige más que los demás.
Pero estas breves reflexiones no son más que la introducción a un extenso
relato de los defectos y vicios que atribuye al común de lo mortales de su
época, la mayoría social en aquel entonces, relato que consumirá la totalidad
de dicha obra recreándose en todo lujo de detalles.
Con total independencia de su mayor o menor acierto en describir al hombre
común de su época, de lo que no nos debe quedar la menor duda es del
sentido absolutamente peyorativo y despreciativo con el que carga al concepto
de ‘masa’ a medida que despliega su reflexión sobre el «hombre-masa». Para
Ortega este último, no se valora a si mismo, es mediocre y falto de tradición,
autosatisfecho y primitivo. Vive en «las masas», pura homogeneidad, en
permanente dependencia y sumisión del Estado. Es vulgar, fatuo, banal,
ignorante y, a su vez y por eso, también es responsable de todos los males que
aquejan a su época, principalmente de la decadencia europea y occidental en
el mundo.
Con este último coincidirá Elias Canetti, quien en su ensayo Masa y poder,
pretende explicar la lógica de las masas atribuyendo a ese momento de
igualdad y proximidad humanas la capacidad para representar el derribo de las
barreras jerárquicas, físicas y psicológicas que hemos construido los unos
frente a los otros en la vida ordinaria, haciéndonos así experimentar la
satisfacción de un cierto anhelo de humanidad por esa igualación. Desde de
dicho momento de emancipación, la masa, sobre todo si es abierta a través de
la descarga, adquiere vida propia y se empieza a comportar con independencia
de la voluntad aislada de los que la integran. Se hace ávida de nuevos
integrantes y se fija unos motivos para su existencia que en realidad son más
aparentes que reales, pues lo que la crea y alimenta es el hecho de ser masa
en sí misma. (Canetti, 2002, pgs. 3-8)
En su extenso y concienzudo trabajo Elias Cannetti atribuye a la masa las
siguientes propiedades:
[…] constituiría algo así como una mediación[…] suponer que, justo
debido a que la presión real de las categorías de masa y poder —
cuya profunda interrelación usted bien ha advertido— ha ido
aumentando hasta un grado tal que dificultan enormemente la
resistencia del individuo contra ellas, así como su autoafirmación en
tanto que individuo; suponer, digo, que debido a ello también haya
aumentado el significado simbólico de estas categorías. (op. cit. p.
CXIX)
Alarmado como estaba por el retorno del mito, que vuelve tras la ilustración de
la mano de la razón instrumental, Adorno se nos muestra así profundamente
preocupado con el efecto simbólico que puedan presentar tanto la categoría de
masa como la de poder.
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diferencias son acuñadas y programadas artificialmente. El
abastecimiento del público con una jerarquía de cualidades sirve sólo
a una cuantificación tanto más compacta. Cada uno debe
comportarse, por así decirlo, espontáneamente de acuerdo con su
«nivel», que le ha sido asignado previamente sobre la base índices
estadísticos, y echar mano de la categoría de productos de masa∗
que ha sido fabricada para su tipo. (Horkheimer y Adorno, 2009, p.
167,168)
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[…] La masa es heterogénea, un público es homogéneo. Los
individuos forman una masa no porque tengan algo en común, sino
porque todos sintonizan el mismo medio de comunicación o resulta,
sencillamente, que viven en la misma ciudad o país. Los miembros
de un público, por contra, tienen algo en común. Están afectados por
el mismo problema o tema.
Los párrafos que siguen resultarán claves para el argumento que pretendemos
desarrollar y es por es que los presentamos formalmente autonomizados de su
contexto, lo que ni mucho menos significa que puedan tener sentido por sí
mimos:
Las normas constitucionales están ancladas en un modelo de
sociedad burguesa que en modo alguno coincide con la realidad de
esta. Las categorías, sacadas del proceso histórico del capitalismo,
también de su fase liberal, tienen incluso un carácter histórico:
señalan tendencias (pero no más que tendencias). Así son las
«personas privadas» —con cuya autonomía, garantizada
socialmente por la propiedad, cuenta el Estado de derecho tanto
como con la instrucción del público que ellas forman— una pequeña
minoría, incluso cuando se incluye en ellas a la pequeña burguesía.
Incomparablemente más numeroso es el «pueblo»[…]
Tal es así que, hasta finales del siglo XIX, la norma electoral en las
constituciones fue el sufragio censitario:
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Esta transformación de las formaciones económico-sociales es precisamente la
que describe Habermas. Reproduciendo aquí las citas de nuestra introducción:
Esta idea sobre la restricción del ámbito de la opinión a una minoría instruida
tiene que ver con aquella percepción de las elites sociales burguesas que
referíamos en el apartado La idea de masa. Por ese entonces, las elites ya
pensaban que perdían su papel dirigente, o que los papeles se acabarían por
trastocar y «la masa» gobernaría desde la mediocridad más tarde o más
temprano. Efectivamente, debemos entender que la idea del dominio político
que se esconde tras esta reacción del primer liberalismo político buscó
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perpetuar el orden social capitalista burgués mediante una democracia
restringida de marcado carácter elitista. El propio Habermas nos había
prevenido contra la, sólo en apariencia, legitimidad del Estado liberal burgués,
dada la mera existencia de una esfera pública neutralizada respecto del poder
del Estado en la que no participaban los que carecían de instrucción y
propiedad. Pero será el mismo progreso social el que se ocupara de ampliar
progresivamente esa esfera pública.
Con todo, Habermas, en su propósito de dar sentido a los cambios operados
en la publicidad burguesa con la llegada del Estado social y la sociedad de
masas, continúa adelante con su ardua explicación. Ya en el V capitulo, titulado
La transformación social de la estructura de la publicidad, nos expone en el
apartado Del público culto al público consumidor de cultura lo siguiente:
[…]Cuando las leyes del mercado, que controlan la esfera del tráfico
mercantil y del trabajo social, penetran también la esfera reservada a
las personas privadas en su calidad de público, el raciocinio tiende a
transformarse en consumo, y el marco de la comunicación pública se
disgrega en el acto, siempre uniformizado, de la recepción individual.
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[…]Cierto que el público mediatizado está reclamado con mucha más
frecuencia y desde muchos más lados —en el marco de una esfera
de la publicidad inmensamente ampliada∗∗— para los fines de la
aclamación pública; pero está, al mismo tiempo, tan lejos de los
procesos de compensación del poder, que no se necesita ya de la
racionalización que, mediante el principio de publicidad, podría él
proporcionar (y, si no se necesita de ella, menos aún se tiende a
protegerla o garantizarla) (op. cit, pgs. 207, 208)
Con está certera crítica, que todavía se extenderá hasta el final de su obra,
intenta precisamente sustraer a la idea de la opinión pública de los excesos y
desviaciones en que incurrirá por la generalización del «reclamo publicitario»∗∗∗
y su extensión al ámbito de la dominación política (Habermas lo ilustra
perfectamente con su empleo intensivo y limitado a los procesos electorales
orientados a la lograr la aclamación plebiscitaria). Así viene a resultar que la
institución de la opinión pública ha perdido totalmente su sentido crítico
originario. Las estrategias socio-psicológicas desplegadas para lograr la
conformidad y la continuidad del status quo son también confirmadas por el
intento de clarificación sociológica del concepto de opinión pública:
∗∗
id.
∗∗∗
Entiéndase aquí, entonces sí, que bajo esta expresión de «reclamo publicitario»se esconde
el sentido convencional de publicidad entendida como las técnicas persuasivas para el
convencimiento comercial del consumo.
∗
Habermas afirma que las características de la nueva publicidad la retrotrae a la «publicidad
representativa» estamental.
3. Discusión
Lo más conveniente a nuestros efectos es comprender aquella interpenetración
de la sociedad en el Estado y del Estado en la sociedad; o lo que es lo mismo,
comprender la progresiva desaparición de la separación entre lo público y lo
privado. Recordemos que es la presión de la sociedad sobre el Estado para
ampliar sus funciones y para regular los variados aspectos del tráfico mercantil
El más elemental sentido común nos indica que la generalidad de las personas
somos semejantes en cuanto a competencias y capacidades, a salvo de las
naturales limitaciones físicas o mentales de unas pocas que tampoco son
responsables de ellas y que por eso merecen una adecuación a sus
involuntarias limitaciones. Sólo son muy pocos los que se desvían
apreciablemente por encima o por debajo de la media. Esta realidad ha sido
constatada en las sociedades contemporáneas precisamente con la extensión
del derecho a la educación universal. Hoy en día, los gobiernos están más
preocupados por lograr la eficacia de sus sistemas educativos y en evitar
efectos indeseados como el fracaso escolar que en preparar a personas con
distintas cualificaciones. La experiencia está demostrando que los países con
los mejores sistemas educativos, los que logran extender y generalizar la
formación de sus ciudadanos aumentando la calidad y cantidad de sus
4. Conclusiones
Por no alterar en lo más mínimo la exposición de nuestro propósito cuando
fijamos el objetivo de nuestra indagación en la introducción, lo reproducimos
aquí textualmente para dejar prefecta constancia de su realización a lo largo de
nuestra elaboración.
Recordemos que, tras citar a Habermas, determinamos la relevancia de sus
hallazgos en función de nuestros propios criterios y propuestas de explicación.
Concretamente nos referíamos a la ampliación de la base social que constituye
a la opinión pública como resultado de las transformaciones del Estado liberal
burgués de derecho camino hacia al Estado social:
Bibliografía
Noeelle Neumann, E. La espiral del silencio: nuestra piel social ed. Paidós
Ibérica, Barcelona, 2003