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Compañías financieras a Republica Dominicana

La Guerra de Restauración y su técnica de guerra de guerrillas dejó al país


fragmentado con un sinnúmero de jefes locales que empezaron disputarse el
poder. La inestabilidad política fue tal que en el período que va de agosto de
1865 a septiembre de 1880, o sea, en el lapso de unos 15 años, se produjeron
más de 50 alzamientos y se sucedieron 19 gobiernos distintos: de cinco años y
ocho meses para el gobierno de Buenaventura Báez (mayo de 1868 a enero de
1874), al de menos de un mes de Marcos A. Cabral (diciembre de 1876). Las
tendencias conservadora y liberal, cuyos centros geográficos se situaban en el
sur y el este para la primera y en el Cibao y Santo Domingo para la segunda,
enfrentaban a los madereros y hateros, que pretendían seguir buscando (a
pesar de la restauración) el apoyo de influencias extranjeras, con los
tabaqueros e intelectuales que luchaban por el afianzamiento de la
autonomía. Esta puja entre los conservadores y los liberales, cada uno
gobernando con su constitución, dio paso a la creación de los partidos Rojo y
Azul (o Partido Nacional Liberal). El primero tenía como líder absoluto a
Buenaventura Báez, quien durante la Guerra de Restauración había sido
declarado “Mariscal de Campo” por el Gobierno español. El segundo
conformaba una agrupación menos compacta en la que los hombres de la
Restauración y de la Revolución de 1857 se encontraban aliados a antiguos
santanistas. La centralización del liderazgo en torno a una única figura –Báez,
que además era reconocido en todo el país– otorgaba a los rojos superioridad
estratégica frente a los azules, los cuales adolecían de una autoridad
fraccionada en numerosos líderes regionales que no pocas veces rivalizaban
entre sí. Presencia norteamericana. A sólo dos años de la Restauración, en
1867, ya se producían en el país tratativas secretas para arrendar o vender la
bahía de Samaná a los Estados Unidos. Esto le costó la presidencia al General
José María Cabral, pero su sucesor, Buenaventura Báez, a cambio de poder
amasar fortuna y poder personales, también dedicaría toda su astucia a
intentar enajenar y anexionar el país a la nación norteamericana. El 29 de
noviembre de 1869 se firmó un tratado de anexión que no llegó a ser
ratificado por el Senado de los Estados Unidos, quedando por lo tanto sin
efecto, gracias a la oposición de los dominicanos exiliados y, en particular, a la
de varios senadores norteamericanos (entre ellos, Charles Sumner). No
dejándose amilanar por este fracaso, Báez acordó entonces el arrendamiento
de la bahía de Samaná a una compañía norteamericana, nombrada para el
efecto como Samaná Bay Company, y cuya principal cabeza era el inversionista
aventurero Joseph Fabens. La compañía tendría durante 99 años todos los
privilegios que se habían concedido en un principio al Gobierno
norteamericano: potestad para nombrar a las autoridades ejecutivas,
legislativas y judiciales en el territorio de Samaná, así como la propiedad, por
cada milla de ferrocarril o canal que construyera, de una milla cuadrada de los
terrenos del Estado aledaños a esas vías. Firmado el 28 de diciembre de 1872 y
ratificado el 19 de febrero del año siguiente por el Senado de la República, el
mismo fue rescindido poco tiempo después (en 1874) por el Gobierno
dominicano, bajo la presidencia de Ignacio María González (quien había
derrocado a Báez), que aprovechó el retraso de la compañía en el pago al país
de la cuota anual correspondiente. Posteriormente, en la década de 1890, el
gobierno de Ulises Heureaux, Lilís , propondría a los Estados Unidos el
arrendamiento de la bahía y península de Samaná a cambio de ayuda
económica y protección militar para la defensa de cualquier amenaza externa.
Empréstito Hartmont. Mientras se negociaba la anexión a la potencia
americana, Báez contrajo a nombre de la República Dominicana, en 1869, un
empréstito de 420,000 libras esterlinas (cerca de 2,000,000 de dólares) a un
6% de interés anual por un plazo de 25 años. Esto significó la inmediata
hipoteca a favor de Edward Hartmont –el financiero que facilitó el préstamo–
de los ingresos aduanales, los bienes nacionales, las minas de carbón, los
bosques del Estado, y los depósitos de guano de la isla Alta Vela. En realidad,
el Gobierno dominicano sólo recibió una parte del préstamo acordado, aparte
de que Hartmont autorizó a un banco inglés a emitir bonos sobre la deuda por
un valor superior en 337,700 libras al monto consignado en el contrato.
Empréstito de la Westendorp y Cía. En octubre de 1888, al final del segundo
período de presidencia del general Ulises Heureaux, el gobierno dominicano
contrajo una deuda de 770,000 libras esterlinas al 6% de interés anual por 30
años. El acreedor, la Westendorp y Cía., tenía derecho a cobrar hasta un 30%
de los ingresos aduanales, para lo cual nombró en el país varios agentes
fiscales encargados de retener en las aduanas el dinero correspondiente y
entregar el resto a las autoridades dominicanas. Mediante este préstamo se
pagaron 142,860 libras esterlinas reclamadas por la firma Hartmont, se saldó
parte de la deuda interna que tenía el gobierno con los servidores públicos y
los prestamistas locales, y se engrasó la maquinaria política que mantenía a
Ulises Heureaux en el poder con la compra de lealtades, armamentos,
uniformes para el ejército y la adquisición y construcción de barcos de guerra.
Poco tiempo después, en 1890, Heureaux obtuvo otro préstamo con la
Westendorp y Cía. por valor de 900,000 libras esterlinas, al 6% anual y por 50
años. Presentó como justificación la construcción de una vía de ferrocarril
entre Santiago y Puerto Plata, aunque en realidad buena parte del dinero fue
destinado al soborno y al pago de prebendas políticas. El contrabando
generalizado auspiciado por el propio Gobierno como forma de evadir el pago
a los agentes aduanales de la Westendorp hizo caer en la quiebra a dicha
compañía en 1893, que prefirió entonces aprovechar las negociaciones en
torno al arrendamiento de la bahía y península de Samaná a los Estados
Unidos para vender sus acreencias en la República Dominicana a capitalistas
norteamericanos. Éstos se constituyeron en la Santo Domingo Improvement
Company, y entre sus inversionistas principales se encontraban un secretario
de Estado y otros funcionarios del gobierno estadounidense. Santo Domingo
Improvement Company. Una vez constituida esta compañía, el Gobierno
dominicano requirió dos nuevos préstamos por valor de 1,250,000 dólares y
2,035,000 libras esterlinas, con lo que el monto total que adeudaba la
República Dominicana ascendía en 1893 a 17 millones de pesos. La Santo
Domingo Improvement Company quedó en completo dominio de las aduanas
nacionales, y ello catapultó la influencia norteamericana en el país a niveles
nunca antes alcanzados, ya que, además, el transporte marítimo entre Santo
Domingo y Nueva York estaba monopolizado por la Línea de Vapores Clyde, de
capital estadounidense, y una gran parte de la industria azucarera de inversión
extranjera que había empezado a fomentarse durante el gobierno de Ignacio
María González de 1874 se encontraba en manos también norteamericanas. El
conato de oposición a los intereses norteamericanos –organizado por las
potencias europeas y el candidato presidencial opositor al general Heureaux,
Generoso de Marchena– terminó con el apresamiento y fusilamiento de De
Marchena y la salida del país del Banco Nacional de Santo Domingo (1893),
centro financiero que desde los días de la Westendorp agrupaba los valores
europeos. Se tomaron otros préstamos secretos y fraudulentos en
contubernio con los directores de la Santo Domingo Improvement Company.
En 1898, un año antes del ajusticiamiento de Heureaux, se le debían más de
15,000,000 de pesos, teniendo ésta el control total de las aduanas. Por otra
parte, ahogaban al gobierno las deudas a los funcionarios públicos y a los
prestamistas nacionales. El recurso a la emisión de moneda inorgánica (las
llamadas “papeletas de Lilís”) y la concertación de un nuevo empréstito
internacional, ahora con financistas europeos, agravaban la situación. Para el
año 1900, la República Dominicana “debía” a la empresa norteamericana, y
con ello a tenedores de bonos que esa compañía había vendido en Francia,
Bélgica, Alemania, Italia e Inglaterra, la suma de 23,957,078 dólares; en tanto
que la deuda interna ascendía a 10,126,628 dólares. Durante el siglo 19, los
intentos de anexar la República Dominicana a los Estados Unidos fueron el
resultado del largo proceso de inestabilidad política y económica del país a
partir de su independencia de Haití en febrero de 1844, luego de veintidós
años de ocupación haitiana. De algún modo u otro, la idea anexionista fue la
culminación de la búsqueda inicial de un “protectorado” con una nación
europea para proteger el país de una serie de invasiones haitianas que se
inician el mismo año de su independencia. El arrendamiento o cesión de la
península y bahía de Samaná a una potencia naval extranjera, sería el
denominador común en esta historia por conseguir un apoyo político, militar y
económico exterior durante el resto del siglo 19. De 1801 a 1855, Santo
Domingo fue invadido seis veces por los haitianos. A raíz de la proclamación
de la República de Haití (1801), Toussaint Loverture invade la antigua colonia
española de Santo Domingo. En 1805, Jean-Jacques Dessalines invade la parte
oriental de la isla, entonces en manos de Francia, y comete una serie de
iniquidades. En 1822, el presidente Jean-Pierre Boyer invade la colonia de
Santo Domingo, entonces recobrada por España, y la ocupa por veintidós años
hasta la proclamación de la República Dominicana (febrero, 1844). El primer
presidente constitucional dominicano, el general Pedro Santana, enfrentó
exitosamente en marzo de 1844 la invasión haitiana dirigida por el presidente
Charles Hérard como consecuencia de la independencia dominicana. En 1845,
el presidente Jean-Louis Piérrot otorga patente de corso a buques haitianos y
extranjeros para perseguir navíos dominicanos, aunque no logró realizar la
invasión planeada. Santana, junto a los llamados “afrancesados”, estaba
convencido que el país para sobrevivir necesitaba la protección de una nación
europea. Trató así de conseguir sin éxito un protectorado con Francia. Cuando
obtuvo del gobierno francés un “Tratado de paz, amistad, comercio y
navegación” (1848), el autoproclamado emperador haitiano Faustin
Soulouque se sintió amenazado y lanzó una masiva invasión en marzo de
1849. El triunfo de Santana sobre esta quinta invasión haitiana incrementó su
prestigio. En 1853, Santana es de nuevo proclamado presidente. Ahora busca
el reconocimiento y protección de España. Al año siguiente, el presidente
estadounidense Franklin Pierce envía a Santo Domingo un delegado para
negociar un “Tratado de amistad, comercio y navegación” que no llegó a
materializarse. El gobierno español, temeroso de la entrada de Estados Unidos
en la geopolítica antillana, se apresura a firmar un acuerdo similar. Mas
Santana, conociendo las intenciones norteamericanas, torna su mirada hacia
Estados Unidos en busca de un acuerdo de protección. En 1855, de nuevo
Soulouque se siente amenazado por la probable presencia de estas potencias
esclavista en la isla y lanza una invasión que fue derrotada en dos sangrientas
batallas por las tropas del general Santana. Luego de una serie de conflictos y
luchas internas, Santana regresa al poder en 1858. A principios del año
siguiente envía un delegado a negociar con España un protectorado. En abril
decide solicitar la reincorporación del país a España en calidad de provincia, al
igual que Cuba y Puerto Rico. A sabiendas del interés norteamericano en la
bahía de Samana para establecer una base naval, el gobierno español concreta
la negociación y en marzo de 1861 se proclama la Anexión a España. Sin
embargo, el sentimiento nacionalista que había cundido en la masa del pueblo
dominicano provocó serios conflictos con la fuerza de ocupación española y en
poco tiempo surgen una serie de rebeliones en la región del Cibao. El llamado
Grito de Capotillo (agosto, 1863) dio inicio a la Guerra de Restauración, guerra
que luego de unos 107 combates, miles de muertos y la devastación del país,
logró expulsar las tropas españolas en el verano de 1865. No hay duda que el
triunfo dominicano sobre España fue, en gran medida, el acicate para que tres
años después se diera el Grito de Yara en Cuba y el Grito de Lares en Puerto
Rico. De nuevo independiente, en la República Dominicana se inicia hasta
finales de siglo un período de luchas políticas y revoluciones donde predomina
el personalismo y el caudillismo heredado de la guerra restauradora. Apenas
dos años de la expulsión de España, bajo el gobierno de José María Cabral
llega a Santo Domingo el comisionado Frederick W. Seward interesado en
negociar la bahía de Samaná. Nada se concretó. Buenaventura Báez, hábil
político que había ocupado la presidencia entre los gobiernos de Santana,
triunfa en una revuelta armada, iniciándose los llamados “Seis años de Báez”
(1868-1873), años que estarán caracterizados por el afán anexionista,
persecuciones políticas, asesinatos, censura y el desfalco de los fondos
públicos. El presidente Báez fue el principal protagonista en los intentos de
anexar su país a los Estados Unidos. Le propuso a William Seward, Secretario
de Estado norteamericano, vender la bahía de Samaná por 1,000,000.00 de
pesos oro y 100,000.00 en armas. Seward evitó dar una respuesta categórica,
a pesar de contar con la simpatía del presidente Andrew Johnson. En 1869 los
esfuerzos anexionistas de Báez vieron la oportunidad de realizarse con el
ascenso del general Ulises Grant a la presidencia de Estados Unidos y seguidor
de la Doctrina Monroe de “América para los americanos”. En poco tiempo, con
la crítica crisis económica y política que enfrentaba, Báez cambió la idea de
vender la bahía de Samaná por la de anexar el país. Grant endosó la idea y a
mediados de año envió a Santo Domingo al general Orville E. Babcock con un
borrador de acuerdo redactado por Hamilton Fish, Secretario de Estado. En su
segundo viaje a Santo Domingo, Babcock logró que se firmara el “Tratado
celebrado entre los Estados Unidos y la República Dominicana para la
incorporación de esta en aquella nación” por Manuel María Gautier, Ministro
de Relaciones Exteriores dominicano, y Raymond H. Perry, el agente comercial
norteamericano. El acuerdo establecía el pago inmediato de $100,000.00 en
efectivo y 50,000.00 en armas. Además, una llamada Convención establecía el
arrendamiento de la península y bahía de Samaná en caso que el Senado
norteamericano no aprobara el Tratado. Cabe decir que en su viaje de regreso,
el general Babcock se detuvo en Samaná donde izó la bandera de Estados
Unidos. Tan pronto el acuerdo Gautier-Perry trascendió públicamente, la
oposición en Washington no se hizo esperar. De manera similar reaccionaron
los dominicanos exilados en Curazao, San Thomas y Puerto Rico. Previendo
una invasión de Haití, donde el presidente Nissage-Saget se oponía al acuerdo,
Báez solicitó y obtuvo que la marina de guerra norteamericano patrullara las
aguas dominicanas. En febrero de 1870, Báez convocó a un plebiscito para
obtener la opinión sobre la anexión, según se había establecido. El amañado
plebiscito resultó en 15,695 votos a favor de la anexión y 11 en contra. Cuando
el proyecto de anexión fue presentado en el Senado norteamericano, éste
acordó con el presidente Grant enviar una Comisión investigadora a Santo
Domingo para verificar el deseo de la población y evaluar los resultados
económicos de la incorporación. La Comisión, que se cree estaba influenciada
por Grant, fue favorable a la anexión. En julio de 1871, luego de un acalorado
proceso en el Senado, el proyecto no logró las dos terceras partes de los votos
para ser aprobado. Gracias a la tenaz oposición sostenida por un grupo de
senadores liderados por Charles Sumner, destacado orador y decidido
antiesclavista, la votación quedó empatada con 28 votos en contra y 28 votos
a favor. Fracasado el proyecto de anexión, Báez promovió negociaciones para
arrendar la consabida bahía a la “Samaná Bay Company”, compañía formada
por varios capitalistas norteamericanos. El contrato por un término de 99 años
se firmó en diciembre de 1872. Pero la crítica situación política y económica
del país desembocó en una revolución encabezada por Ignacio María
González, quien como nuevo presidente rescindió el contrato en 1874. Años
después, el general Ulises Heureaux (Lilis), dictador de 1887 a 1899, se
convirtió en el nuevo propulsor de la anexión a Estados Unidos. Con el apoyo
del presidente Benjamín Harrison, logró un Convenio de Reciprocidad
comercial (1891) entre ambos países, el cual tuvo la abierta oposición de los
gobiernos de Alemania, Inglaterra, Francia e Italia que velaban por sus
intereses comerciales. Lilis consiguió el firme apoyo de Estados Unidos y el
problema se disipó. En 1892, Harrison también se esforzó en conseguir la
bahía de Samaná, enviando al comisionado Durham a Santo Domingo con un
proyecto de contrato. Lilis, no obstante, le dio largas al asunto por estar
negociando otros empréstitos internacionales donde dicha bahía podía servir
de garantía. Cuando ocurrió la Guerra Hispanoamericana (1898), el dictador
dominicano reconoció el poderío de Estados Unidos y pensando que el
presidente William McKinley estaría de acuerdo de arrendar a Samaná, le
sugirió transmitir al cónsul Grimke un descabellado plan: que su gobierno
enviara a un agente confidencial para negociar la cesión de Samaná, pero que
antes la tomaran por la fuerza. Y para que el pueblo aceptara el plan, decía
necesitar $300,000.00 tan pronto la acción ocurriera. La respuesta que recibió
fue que el interés del gobierno norteamericano era la terminación de un
acuerdo similar al negociado por Harrison en 1892. Agobiado por los
problemas financieros y una fuerte oposición, Lilis hizo un último esfuerzo
para establecer una especie de protectorado con el nuevo imperio
continental. Entre otros puntos que establecían una mutua protección
estratégica, estaba dispuesto a ceder los puertos dominicanos en caso de
guerra de Estados Unidos con alguna potencia extranjera, aunque decía
mantener la integridad del territorio dominicano. El proyecto sometido al
Departamento de Estado fue categóricamente rechazado por el secretario
Hay. A fin de cuentas, con la ocupación de la bahía de Guantánamo por
Estados Unidos a principios del nuevo siglo, la bahía de Samaná pasó al olvido.
Los endeudamientos del país establecidos por Lilis con la Westendrop y Cía.
(1890) y San Domingo Improvement Company (1893), dieron paso a una
progresiva influencia norteamericana en las finanzas dominicanas que
culminaría en la ocupación militar de Estados Unidos de la República
Dominicana (1916- 1924).

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