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La experiencia del mal

y la idea de Dios
Reflexiones sobre un gran misterio.

Colaboración de Fernando Renau

            Si hay Dios, ¿porqué existe el mal y el sufrimiento? La historia de la


humanidad es una interminable sucesión de sangre, sudor y lágrimas, de dolor,
tristeza y miedo, de abandono, desesperación y muerte. Ante esa experiencia de
sufrimiento es inevitable que el hombre se haya formulado desde antiguo esa
pregunta. Es bien conocida la respuesta escéptica de Epicuro: o Dios quiere eliminar el
mal, pero no puede, y entonces es impotente y no es Dios; o puede y no quiere, y
entonces es malo, es el verdadero demonio; o ni quiere ni puede, lo que lleva a las dos
conclusiones anteriores; o quiere y puede, pero entonces, ¿de dónde viene el mal?
¿Qué hemos de decir al respecto?

            Como punto de partida, no debemos escandalizarnos por formular la pregunta


con la que hemos comenzado esta reflexión: ésta ha sido planteada también por parte
de la teología católica. Es el mismo Catecismo de la Iglesia Católica el que afirma en su
número 272 que “la fe en Dios Padre Todopoderoso puede ser puesta a prueba por la
experiencia del mal y del sufrimiento” y que “a veces Dios puede parecer ausente e
incapaz de impedir el mal”, llegando a plantearse en su número 310 la pregunta de
“¿por qué Dios no creó un mundo tan perfecto que en el no pudiera existir ningún
mal?”. El teólogo y obispo católico Walter Kasper llega a señalar que “estas
experiencias del sufrimiento inocente e injusto constituyen un argumento
existencialmente mucho más fuerte contra la creencia en Dios que todos los
argumentos basados en la teoría del conocimiento, en las ciencias, en la crítica de la
religión y de la ideología y en cualquier tipo de razonamiento filosófico”.  El teólogo
Hans Küng  afirma que “el dolor es continua piedra de toque de la confianza en Dios”,
tras lo que se pregunta “¿donde encuentra la confianza en Dios mayor desafío que en
el dolor concreto?”. Y nada menos que el propio Juan Pablo II, en su catequesis sobre
el credo (audiencia general de 4 de junio de 1986), indica que la presencia del mal y
del sufrimiento en el mundo  “constituye para muchos la dificultad principal para
aceptar la verdad de la Providencia Divina”, a lo que añade que “en algunos casos esta
dificultad asume una forma radical, cuando incluso se acusa a Dios del mal y del
sufrimiento presente en el mundo llegando hasta rechazar la verdad misma de Dios y
de su existencia” , todo ello por “la dificultad de conciliar entre sí la verdad de la
Providencia Divina, de la paterna solicitud de Dios hacia el mundo creado, y la realidad
del mal y el sufrimiento”.

            Para dar respuesta a esta inquietante pregunta, hemos de distinguir


claramente entre el mal “en sentido físico” y el mal “en sentido moral”. El mal moral se
distingue del físico, sobre todo, por comportar culpabilidad y por depender de la libre
voluntad del hombre; en cambio, el que estamos denominando mal físico no depende
directamente de la voluntad del hombre, sino que se deriva de la propia naturaleza
limitada, contingente y finita del hombre y de la creación. Las calamidades provocadas
por terremotos, inundaciones y otras catástrofes naturales, las epidemias, las
enfermedades, así como la muerte, serían ejemplos de este mal que hemos
denominado “físico”; los desastres producidos por la guerra, el terrorismo, el odio, la
violencia de todo tipo que tiene por origen al hombre serían ejemplos de ese mal que
hemos llamado “moral”. A partir de esta diferenciación, cabe señalar lo siguiente:

            a.- El mal físico es inherente a la condición del hombre y de la creación. El


hombre es un ser finito que está sujeto a la enfermedad y a la muerte; además, ha de
vivir en un universo en el que se producen determinados fenómenos naturales
productores de daño y de sufrimiento. Las limitaciones y la caducidad propias de todas
las criaturas es el origen último de este tipo de males, que son  consustanciales a la
propia estructura del hombre y del universo. En última instancia, puede decirse que
este mal en el orden físico es permitido por Dios, como se señala en la catequesis de
Juan Pablo II antes citada, “con miras al bien global del cosmos natural”,

            b.- Algo bastante distinto sucede respecto al que hemos denominado mal
moral. En palabras de Juan Pablo II, “este mal decidida y absolutamente Dios no lo
quiere”. El mal moral es radicalmente contrario a la voluntad de Dios y su autor es
exclusivamente el hombre, al haber hecho mal uso de su libertad. ¿Por qué tolera Dios
este mal? Porque para Dios la existencia de unos seres libres es un valor más
importante y fundamental que el hecho de que aquellos seres libres abusen de su
propia libertad contra el propio Creador y que, por eso, la libertad pueda llevar al mal
moral.
            La anterior constituye la primera explicación que la teología nos ofrece de que
la existencia del mal en el mundo no es incompatible con la idea de Dios. Pero esto no
es todo. Debemos darle la vuelta al argumento que implícitamente se oculta detrás de
la pregunta con la que se abre este artículo, para afirmar con Hans Küng que “sólo
habiendo Dios es posible contemplar el infinito sufrimiento de este mundo”, que “sólo
creyendo  confiadamente en el Dios incomprensible y siempre mayor puede el hombre
tener fundadas esperanzas de atravesar el ancho y hondo río del dolor de este mundo:
consciente de que por encima del abismo, del dolor y del mal, una mano se extiende
hacia él”.

            El hombre moderno no puede por sí solo erradicar los múltiples sufrimientos
de la humanidad, pese a los adelantos de la ciencia y de la técnica. El sufrimiento es
inherente a la condición humana y solamente mediante la intervención redentora de
Dios es posible que surja un hombre nuevo liberado de la muerte, del dolor y del
sufrimiento. En concreto, es la pasión, la muerte y la resurrección de Jesús la que
implica la redención definitiva del dolor y del sufrimiento humano, la que transforma el
dolor y la muerte en vida eterna. Es desde la perspectiva del sufrimiento y de la
muerte de Jesús como el dolor y el sufrimiento de cada hombre cobra un nuevo
sentido. El sufrimiento, el dolor y la muerte siguen acompañando al hombre; pero en
la pasión y en la resurrección de Jesús ese sufrimiento recibe un sentido.

            En  palabras de Kasper, “el interlocutor de una teología actual es el hombre
doliente que tiene experiencia concreta de la situación de infelicidad y es consciente de
la impotencia y la finitud de su condición humana”. La existencia del hombre, como
señala Küng, “es un acontecimiento marcado por la cruz: dolor, angustia, sufrimiento y
muerte”. La conciliación entre el mal y el sufrimiento en el mundo y la Providencia
Divina no es posible sin hacer referencia a Cristo. Con la pasión, muerte y resurrección
de Jesús se confirma que Dios está al lado del hombre en su sufrimiento. Y no sólo
eso. Además, con Cristo el dolor, el sufrimiento y la muerte no tienen la última
palabra, sino que son definitivamente vencidos mediante su resurrección que, como
primicia de la de todos nosotros, supone una alegre promesa de vida eterna en la que
no hay lugar para el dolor, ni para el sufrimiento y ni  para la muerte.

(se puede ver un comentario de Carlos Caso-Rosendi sobre el artículo aquí)

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