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Una página… tu recuerdo, una palabra…..

La primera biblioteca que conocí fue mi madre. Ella, como toda biblioteca auténtica,
fue quien me contó el secreto de las palabras, su capacidad mágica de crear historia.
Al principio fueron las palabras, su capacidad mágica de crear historias. Al principio,
fueron las palabras de la bienvenida y la ternura; luego las el despertar y de la vida.
Siempre, las palabras de lo imaginario y soñado.
Cada noche antes de dormir, visitábamos las estanterías de su memoria. Y un día
era una canción, aprendida de mi abuela; otras, un cuento de los de siempre:
Pulgarcito, a la cabeza, y el Patito feo, con su calido final pleno de felicidad y
encuentro.
Un día, aquellas palabras no fueron solo de ella sino también de los demás. De los
próximos y de los lejanos, cuyas historias venían de las ondas, como del mar.
Alrededor de una radio que a todos nos dejaba como estatuas, escuchábamos
embelesadas las aventuras de Kalimán o a las andanzas de Arandú, el príncipe de la
selva. Al comienzo de la tarde alimentábamos al mundo de los sueños cuando
escuchábamos “farina el alimento de los niños de Colombia…..”. Ah! Que ratos tan
sublimes.
Y el baúl de las historias se iba llenando siempre había sido para una nueva. O para
las mismas, siempre ellas, pero nunca idénticas. Porque cuando oímos o leemos o
leemos una historia jamás la escuchamos o la entendemos del mismo modo. Es
como el rió: es el mismo rió, pero nunca es la misma agua que nutre ese charco
fresco.
Un cumpleaños me trajo el primer libro. La primera comunión (con su apretada
corbata que hacia mas intensa la emoción y la respiración) me trajo otro cuento.
Era un relato de valores que leí solo. Por fin. Aunque se que ahí estaba mi madre,
bien cerca, para leerme siempre.
Si mi mama me enseño que leer es desear que un libro no se acabe nunca. Porque
están llenos de palabras que se meten en mi y evocan las palabras de mi infancia,
las bellas palabras de mi mà. Por eso creo en la voz de la cantante cuando dice:
Gracias a la vida que me ha dado tanto,
me ha dado el sonido y el abecedario.
con él las palabras que pienso y declaro:
Madre, amiga, hermana y luz alumbrando
La ruta del alma del que estoy amando
Gracias a la vida.
Gracias a doña Adelaida, a la palabra, a los libros.
Gracias a la lectura y su aventura.
Julián Pérez Arias

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