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Siempre acompañada
La luna, mi soledad y
Una taza de café.
MI QUERIDA NIÑA DE OJOS TRISTES:
Te escribo esta carta 30 años tarde. Me disculpo por ello, pero al irme del
pueblo, deje tirada por el puente El Vaquero, la maleta de mis sueños, mis agallas y mi
pasión.
¿Por qué te escribo hasta hoy? Porque ya no quiero ser un fantasma. De esos
que abundan los domingos por la mañana en el malecón, los veo y me distingo entre
ellos, porque se reconocer cuando alguien ha perdido el rumbo a casa, caminan
cansados, cabizbajos, con la mirada perdida, ebrios de nada. Estuve en ese lugar, de
los que olvidaron lo que se siente rasparse las rodillas jugando con los amigos, pasar la
noche sollozando por un amor no correspondido o la adrenalina de saltarse la clase de
la maestra Lupita.
Los adultos, involuntariamente vamos perdiendo todo aquello que nos mantenía
como niños, es decir, vivos.
En estas líneas quiero decirte que a nuestros muertos los enterramos, como a
los abuelos, pero no tenemos por qué irnos con ellos. Son esas mañanas con aroma a
café, mientras la abuela hacia la sopa mosqueada, el abuelo bajo su sombrero
recorriendo su huerta color mango, un recordatorio de que somos parte de este
universo para crear momentos y permanecer en el corazón de quienes nos amaron. Y
aunque la casa se vaya vaciando, y la planta de obelisco un diciembre se secó, los
recuerdos son el mejor regalo de verano.
Mi pequeña de color canela, te veo jugando atrás, entre los arboles de sapote,
con la mitad de un gis y un pizarrón verde oxidado, ¿en qué momento pusiste a
invernar tus sueños?
Después de un largo letargo, despierta, que ya es primavera, deja que broten de
tus ojos las buganvilias, vístete de sol, vuelve a caminar descalza, baila al ritmo de tus
latidos y conviértete en un ser literario, escribe y escríbete, ponte frente a la hoja en
blanco y deja que la tinta se deslice, permítete equivocarte y volver a empezar, regálate
por lo que más quieras esas primeras veces.
En un mundo lleno de sombras, hay historias, como la tuya, que merecen ser
contadas, recordadas y amadas por quienes las hacen suyas, deja de guardarlas en el
último cajón del buro, que, empolvadas y amarillentas, no llegaran a los ojos de tus dos
luceros que corren por la casa, o peor aún, no será escuchada la voz de las mujeres
que estuvieron antes de ti, tus encentras, quienes te dieron las alas para conquistar el
cielo, planear sobre el mar y aterrizar en el desierto.
Mamá dice que llegamos a este mundo un 21 de marzo, era viernes. La abuela
nos contó que nos criamos en su pecho, pero tú (niña que jugaba a ser maestra) y yo
(mujer que decidió cumplir su sueño), volvimos a nacer el día que aprendimos a
escribir, escribir para nosotras.
PD. Cuando te sientas cansada de esta vida acelerada, descansa en los consejos de la
abuela.
Siempre tuya, Daniela.
SOY CHOYERA