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virtualidad
La enseñanza constituye una acción compleja que requiere de la reflexión y comprensión
de las dimensiones socio-política, histórico-cultural, pedagógica, metodológica y disciplinar que la
definen. Esta complejidad se nos presenta con mayor visibilidad y fuerza frente a la pandemia del
COVID 19.
Los momentos de aislamiento y cuidado que estamos transitando atraviesan, no sólo
desde lo personal, sino también desde lo profesional, al colectivo docente que continúa la
premisa de seguir educando, ya no desde la presencialidad, sino, y en los casos que es posible,
desde la virtualidad. Dicha realidad no sólo interpela a que pensemos nuevos formatos de
enseñanza, sino también prácticas alternativas de evaluación que garanticen no sólo las
trayectorias educativas de nuestros estudiantes, sino el acompañamiento y el fortalecimiento del
vínculo pedagógico:
● En relación a las estrategias nos convoca a manejar herramientas tecnológicas que en
muchos casos no fueron incorporadas en el formato tradicional de escuela, ni en la
formación de grado. Estas prácticas, que tan instaladas continúan en algunas aulas,
principalmente en el nivel secundario y superior, por momentos nos hace repetir en forma
de espejo lo que sucede con prácticas lineales de transmisión o de mera ejercitación.
● En relación al vínculo pedagógico, cobra fuerza el planteo de Laurence Cornu (1999) en
relación a la confianza, constitutiva de dicho vínculo, y sin el cual no sería posible en tanto
acción dialógica desde y con el otro. Estamos, entonces, interpelados a repensar cómo
garantizar nuestra “presencialidad” no sólo a través del envío de tareas, sino en el
acompañamiento de las trayectorias de los estudiantes.
● En relación a la evaluación, la misma suele estar vinculada a la acreditación, desde una
mirada del docente que busca ponderar cuánto aprendieron los estudiantes a través de los
resultados obtenidos en los diversos instrumentos que aplican. Los mismos, en
ocasiones,contienen criterios sumamente diferentes entre unas y otras materias y como
consecuencia, la aprobación de las mismas queda librada arbitrariamente al criterio de
cada docente.Si la máxima que orienta nuestra labor en estos tiempos es la de acompañar
de la mejor manera posible a los estudiantes, lo es también, revisar los modos de valorar o
cuantificar lo aprendido.
Son momentos, entonces, para volver a reflexionar colectivamente qué saberes estamos
promoviendo, de qué manera llegamos a todos los estudiantes (estrategias, canales) y cómo
pensamos evaluarlos (consignas, estrategias, devoluciones y orientaciones). Es necesario que los
Equipos directivos con sus docentes revean los acuerdos pedagógicos -didácticos para construir
criterios que formen parte de un proyecto de evaluación formativa institucional, poniendo en el
centro del análisis, la trayectoria educativa de los estudiantes Estas reflexiones no resultan
inocentes ni aleatorias ya que los resultados de las evaluaciones implican consecuencias sobre
las mismas en tanto se relacionan directamente con el proceso de acreditación de saberes y con
la aprobación y promoción de materias y/o años.
En nuestras escuelas son muchos los sentidos con que se llevan a cabo las tareas de
evaluación. La mayor parte de las veces se evalúa centrado la mirada en los aprendizajes de los
estudiantes, en los resultados, dejando de lado los procesos, las implicancias de las propuestas
de enseñanza, los contextos en los que éstas se desarrollan, el currículo en el que se inscriben,
las historias de los grupos, entre otros. Considerar la evaluación como instrumento de medición
del rendimiento del alumno, es una mera reducción de un proceso sumamente complejo que sería
insensato disociar de los procesos de enseñanza y aprendizaje. Es necesario, por lo tanto,
reflexionar y resignificar los supuestos que sustentan las prácticas de evaluación, en orden a
clarificar los propios marcos referenciales desde los que se toman decisiones en relación a las
mismas.
La evaluación considerada como parte del proceso didáctico puede constituirse en fuente
de conocimiento y lugar de gestación de mejoras educativas siempre que se creen espacios para
la reflexión por parte del alumno respecto de lo que aprende y cómo lo aprende; es decir, pone en
marcha procesos metacognitivos. Se valora, desde este posicionamiento, la mirada del estudiante
sobre su propio aprendizaje. Es por ello que interesa generar estrategias e instrumentos de
evaluación que no se obsesionen en cuantificar el pensamiento y los aprendizajes y que utilicen la
comunicación como base de valoración de los procesos educativos.
Para concluir, y resaltando uno de los aspectos a tener en cuenta, en coincidencia con
Susana Celman, afirmamos que "La mejora de los exámenes comienza mucho antes, cuando me
pregunto: ¿Qué enseño? ¿Por qué enseño eso y no otras cosas? ¿De qué modo lo enseño?
¿Pueden aprenderlo mis alumnos? ¿Qué hago para contribuir a un aprendizaje significativo?
¿Qué otras cosas dejan de aprender? ¿Por qué?" (Susana C
elman. 1998: 40)
Les proponemos algunas actividades:
3. Elaboren actividades significativas que cobren sentido en el proceso formativo, y teniendo en
cuenta las posibilidades del contexto y la comunidad, en orden a pensar una escuela
constructora de conocimiento. Dependiendo de los recursos que se dispongan algunas de éstas
pueden ser:
Otra estrategia a utilizar puede ser la construcción de Mapas conceptuales para el nivel
secundario con Cmap tools. https://www.educ.ar/recursos/103689/cmaptools-modulo-1
Aplicaciones móviles:
https://tecnologiaeducativa.abc.gob.ar/aplicaciones-m%C3%B3viles-para-ense%C3%B1ar-y-apren
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Viviana Sassi
ETR Generalista Secundaria