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Mi vida en escuela y mis modelos

Recuerdo con mucho cariño los días cuando asistía al jardín de niños, tenía 4 años de edad,
como cualquier pequeño mi curiosidad era muy grande, no parábamos de jugar y aprender;
creo que los dos años que la pase por el kínder, ahora que lo recuerdo era un modelo un
tanto tradicional y un tanto por descubrimiento ya que se pasaba lista, hacíamos actividades
ya programadas, pero también íbamos dándonos cuenta de otras cosas que no conocíamos
como los colores, las formas geométricas, los planetas, el mismo cuerpo de cada niño y
niña.

Ya para la primaria, esto cambió de forma completa, aquellos pequeños niños que veía en
el kínder no se comparaban con los “gigantones” de quinto o sexto grado al menos así los
percibía a mis 6 años, lloraba a mi mamá para que no me dejara en la primaria, ya no era
aprender con juegos, canciones y títeres; ahora los títeres empezamos a ser nosotros.

Los seis años de primaria fueron muy tradicionalistas, disciplinistas; todo eran efemérides y
los héroes de la nación. Era utilizar uniforme completo, bien peinado, aseado (nos
obligaban a quitarnos los zapatos para revisarnos los pies), bancas del aula alineadas, el
escritorio de la profesora era intocable. En este proceso la mayor parte de los
conocimientos adquiridos fue por medio de transmisiòn-recepciòn; casi todo era
memorístico; aun experimentamos en esos años lo que fue recibir una reprenda de la
profesora cuando no se hacía tarea o ya en clases algún compañero no acertó a lo que se
había pedido, muchas cosas punitivas, reglazos, golpe con el borrador, permanecer de pie
un rato, ponerle “orejas de burro” a alguien que no entendía la clase, hacer aseo en la
escuela, etc.

A lo anterior le añadimos que la profesora que nos mandaron para darnos clase en segundo
año de primaria, se embarazó en pleno ciclo escolar por lo que pidió permiso para
ausentarse, pasamos casi tres meses sin recibir clases de ningún tipo. Lo peor es que para el
tercer año, nos repitieron a la misma maestra, pero yo nunca vi que mis padres u otros de
los compañeros se quejaran o manifestaran por ello, simplemente dijo el director de la
primaria que la maestra aún estaba indispuesta y que no podía dar clases hasta nuevo aviso;
ya con el tiempo mandaron un suplente que solo nos ponía a dibujar y a recortar cosas para
hacer collage, era muy joven esta persona.

Los estragos de los años anteriores se vieron reflejados al entrar al cuarto grado de primaria
con una de las profesoras más severas, estrictas y regañonas; ahí supe lo que era
memorizar, frustrarte, la repetición de lo enseñado; en aquellos años, recuerdo las refriegas
que el maestro le daba a los alumnos (no a las alumnas, nunca lo vi al menos en la
primaria), estaban justificadas por mismos padres de familia. Un día ya entrado el ciclo
escolar, la profesora me pidió que pasara al frente del pizarrón para realizar un ejercicio de
divisiones simples (en mi vida había hecho una división simple de matemáticas), sin
embargo, no pude con la labor y me corrió del salón, no podía volver si mi mamá o mi papá
no me acompañaban, llegué a casa y mi mamá que aquellos años se dedicaba al hogar,
estaba haciendo un de los tantos y sin fin de cosas que hay en casa; me preguntó por qué
me había salido de escuela, le expliqué lo que me dijo la profesora, acto seguido se dispuso
a acompañarme para aclarar la situación, llegamos a la escuela y al estar en el aula, mi
mamá le reclamó a la maestra por lo que había pasado, la docente simplemente le preguntó
-Disculpe, señora ¿usted sabe dividir?- A lo que mi mamá después de unos instantes de
silencio, dijo -no-; Y la maestra concluyó con la siguiente indicación -Entonces, siéntese en
esa silla y ponga atención-.

Los siguientes ciclos, quinto y sexto ya fueron muy secuenciales, seguían siendo
transmisivas, no importaba mucho lo que pensaran los alumnos y alumnas. Eso sí, cada fin
de ciclo se le dedicaba mucho tiempo a planear las clausuras fastuosas de los que se
graduaban de sexto para ir a la secundaria.

En la secundaria no iba a variar mucho la forma del modelo tradicional y transmisivo, salvo
que las materias de secundaria las daban distintos maestros; cabe señalar que la generación
de 1992-1995, fue la única donde a los alumnos se les evaluaba en escala del 0 al 10, esta
medida de calificar fue muy criticada debido a que se creía que muchos maestros se
aprovechaban de este sistema para ejercer su poder como autoridad, por tanto, el índice de
reprobación de estos años ha sido de los más altos.
Algo de mencionar es que tanto en primaria y secundaria, se premiaba y evaluaba la
disciplina, la puntualidad y la higiene a tal grado que cada mes al grupo que salía mejor
evaluado en alguno de estos tres rubros, era el portador de un banderín con las letras
doradas que decían lo que representaban y que con orgullo lo mostraban en alguna parte del
aula.

En preparatoria, es un tanto difícil de despejar ya que debido al gran número de materias


que se tenían, había modelos muy variados, aunque la gran mayoría seguían siendo
tradicionalistas, transmisivos y conductista; no recuerdo que hubiese algún profesor o
profesora que ofreciera un modelo crítico o comunicativo; a diferencia de la secundaria, la
prepa era distinta; no había prefectos, trabajo social, profesores que te insistieran en entrar a
clases, algunos no pasaban lista y toda su clase se reducía a un examen final al terminar
cada semestre; algunos hacían dos exámenes, una parte a mitad de semestre y otro al final,
las variaciones en la preparatoria dependían también de los bachilleratos ofrecidos.

Al entrar a la todavía Escuela de Historia en esos tiempos de 1999, increíblemente todos los
profesores y todas las profesoras nos hacían exámenes en la facultad, al puro estilo
memorístico y modelo tradicional, transmisión; por supuesto que hubo excepciones,
recuerdo al profesor Darío G. Barriera quien nos adentró al mundo de la microhistoria
italiana a través del libro de Carlo Ginzburg de nombre El Queso y Los Gusanos; ahí
experimenté lo que se conoce como modelo por descubrimiento y más adelante el modelo
crítico con el profesor Álvaro Estrada con la historia vívida.

El modelo que comencé a utilizar para dar una clase, creo que no tenía nombre ni siquiera
sabía que iba a hacer, llegué a un colegio por azares del destino a suplir a un amigo,
recuerdo que fue con un grupo del tercer grado de secundaria a principios del mes de
febrero del 2005; nunca tuve ni me dieron una clase sobre pedagogía o algún acercamiento
a lo que hace un educador por lo que fui siendo autodidacta; ese día odié dar clases, eran
como treinta adolescentes a los que se les podía ver toda la efervescencia de su edad y que
no hacían caso de nada ni de nadie.
Seguí un modelo por órdenes de las autoridades de aquel colegio que tenía muy marcado el
modelo tradicional pues uno pensaba que, al cumplir sus reglas todo iba a estar bien; la
realidad es que no fue así, comencé a observar la sensibilidad y necesidad que tenían esos
adolescentes que eran no escuchados, los problemas que tenían en sus familias por el
divorcio de sus padres, por vivir con los abuelos y tener madre soltera. Tomé la decisión sin
darme cuenta que mi vocación era más allá de un bonito y adornado salón de clases así
comencé a trabajar como Héctor, ya no como el profesor que no era y que no quería ser;
por supuesto que tuve muchos problemas (los sigo teniendo) al romper el curriculum
establecido, al no seguir sus reglas cuadradas y cerradas, al recibir actualizaciones que solo
sirven para cumplir un requisito y no para implementarse (sucede hasta la actualidad) en la
institución;

He trabajo y creo hasta el día hoy un “collage” de modelos de aprendizaje, no lo niego,


utilizo a veces, pero lo utilizo, el tradicional, de transmisión y creo que esto es porque
desde que era niño fue con lo que crecí y nunca vi ningún cambio, nos lo hacían ver
“normal” (sé que odias esta palabra plástica); en la preparatoria donde laboro actualmente,
los maestros que tienen menos problemas son aquellos que utilizan este modelo; a qué me
refiero con no tener problemas, que las autoridades están contentas por su implemento
cabalmente del reglamento, del dictado, del estar derechitos los alumnos en sus bancas sin
hacer ruido y aquel que haga ruido o esté distraído será a acreedor a un reporte y al
acumular tres de estos, será suspendido de clases; aquellos profesores que llegan puntual a
clases y se van también justo a la hora en que suena la chicharra, es decir, no escuchan a
los alumnos ni alumnas, no conocen o no quieren saber lo que pasa en la escuela, son
indiferentes; lo peor es que justifican esas no acciones con frases como “a mí no me pagan
por eso”; “es ese problema es tuyo no mío”; “Yo qué tengo que ver con eso”; creo que se
les olvida a quienes nos debemos como docentes, ver la educación como una “chamba” no
es educar, trabajamos con personas, sujetos no con objetos o cosas.
Los profesores que tratamos de implementar otro modelo, muchas veces se nos cuestiona
lo qué estamos haciendo, siendo como siempre que aquellos que no siguen la línea recta
son los más atacados, somos los que escuchamos e intervenimos por los alumnos y
alumnas, a los nos corren de las escuelas por no acatar las reglas; los que entendemos que la
realidad es problemática, que a los alumnos y alumnas no podemos meterlos juntos a todos
en un mismo costal porque la realidad es caótica, somos esos profesores que los alumnos
nos mandan mensaje a media noche para preguntar si tenemos un minuto para platicar
porque se sienten solos. Pues ese tipo de educador soy, con muchos defectos, pocas
virtudes, pero con un corazón que está hecho de pedacitos de mis alumnos a los que acepto
como son; efectivamente, yo soy el profesor, pero ellos son quienes me educan cada día a
mí.

Volviendo a las cuestiones del modelo que trabajo, trato de implementar mucho el
comunicativo, por descubrimiento y el crítico siendo este el que más me acomoda, pero al
momento de trabajarlo con los alumnos y alumnas se complica mucho debido a que les
resulta difícil entender lo que hacemos y cómo lo hacemos.

Por tanto y para concluir, me gustaría trabajar más el modelo crítico, así como tú lo haces,
pero dándole mi propio estilo.

De verdad, Javier, muchas gracias por tus clases, jamás pensé que mi mente se fuera abrir
tanto como ahora. Sigue siendo esa luciérnaga que alumbra nuestro sendero que a veces no
sabemos a dónde va.

Con cariño:

Héctor Iván Ochoa Cortés.

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