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Mi experiencia en el sistema educativo está marcado por la muerte de mi abuelo.

Cuando cumplí 10 años, mi abuelo paterno, que vivía en Torrox, falleció. Yo por aquel
entonces vivía en el Puerto de Santa María en Cádiz y mis padres comenzaron el lento y
agonioso proceso de la mudanza entre provincias con la intención de mantenerse más
cerca del resto de la familia. No fue algo inesperado, pues poco tiempo antes mis padres
habían estado hablando conmigo la posibilidad de irnos a vivir a Málaga cuando yo fuera
a comenzar el instituto, pero sí que hubo que adelantar todos aquellos planes.
Recuerdo los primeros días ya en Torre del Mar como un auténtico infierno. Yo
nunca he tenido un amplio repertorio de habilidades sociales y por aquel entonces tenía
apenas 10 años, así que me costó Dios y ayuda hacer mis primeros amigos en Málaga.
Además influyó en gran medida el cambio de colegio. He de aclarar que llegué a Torre
del Mar en sexto de primaria y no en primero de la ESO como tenían mis padres pensado
en primer lugar, así que el cambio fue más brusco aún si cabe. Venía de un colegio
tranquilo, sin grandes conflictos, el Jose Luis Poullet, además de una clase tranquila en la
que todo el mundo me conocía y además me respetaba, puesto que yo de pequeño siempre
me preocupaba de ayudar a mis compañeros con los deberes. La realidad con la que me
encontré en Málaga fue muy diferente. Llegué a una clase díscola, llena de alborotadores,
con compañeros bruscos. Yo recuerdo que al principio estaba estupefacto, no entendía por
qué en Torre del Mar eran tan brutos y tan maleducados (luego resultó que era un
problema único de mi clase, pero yo era un poco pequeño para ver más allá de mi situación
inmediata). No sólo eso, sino que yo era el nuevo y el raro, porque no me quería pegar
con los otros, no me gustaba insultar a los profesores y me gustaba atender en clase. Esta
misma clase se mantuvo durante los primeros años de instituto, que fue donde mi
marginalidad dio paso al acoso escolar. Estos compañeros que conocían mi predisposición
más tranquila vieron un filón para hacerme objeto de sus abusos. En rara ocasión llegaron
al abuso físico y cuando llegaron a ese punto se les paró de lleno por parte del profesorado,
pero ya fuera de manera directa o indirecta hicieron de mis primeros años en Torre del
Mar un infierno que recuerdo agriamente.
No todo fue malo en aquellos años, hubo múltiples docentes que se percataron de
mi situación y trataron de ayudarme, por más que yo los rehuyera. Mi profesor de sexto,
Óscar y mi profesor de dibujo ya en la ESO, Ángel(pongo sus nombres porque voy a
hablar bien de ellos, si no, no los pondría) supieron terminar de integrarme con la clase y
frenar el acoso que recibía. Cuando pienso en los profesores que más me han ayudado, a
parte de mi profesora de latín del bachiller, que fue la que me animó a hacer Filología
Clásica, pienso en ellos dos, que tuvieron bien cuidado de que mi situación no fuera a
mayores. Quizá sus enseñanzas no tuvieron tanto impacto en lo que hago a día de hoy,
pero definitivamente su actitud y la ayuda que me dieron en aquellos años ayudó a que
mi problema no pasase de grave a desesperante. Los recuerdo como profesores cercanos,
pero no en exceso, profesores que se preocupaban por cada uno de los alumnos; eran, ante
todo, buenas personas.
Una vez que pasé a tercero de la ESO, la situación cambió ligeramente. Todos los
matones y alborotadores se quedaron repitiendo o habían repetido lo suficiente y podían
dejar los estudios. Mi primero y segundo siempre había sido el peor de todo el instituto y
mi tercero y cuarto fueron años tranquilos que me permitieron por fin dedicarme a las
materias que me interesaban. Si yo tuviera la posibilidad, buscaría que todos los alumnos
puedan tener la tranquilidad que yo tuve aquellos dos últimos años. No una tranquilidad
irreal y utópica, seguía habiendo algún que otro altercado, pero comparado con el infierno
que había sido el resto del tiempo supuso una gran diferencia. Es precisamente por eso
que considero importante el tener el contexto y las herramientas para poder atajar este
tipo de actitudes, por encima de todo lo demás. Un alumno aprenderá más o menos según
lo volcado que esté en una materia, pero el instituto no puede convertirse en una tortura
para nadie. Desarrollar las capacidades y estrategias para controlar y entender un aula son
características cruciales para cualquier docente. En mis años malos de instituto, las clases
en las que peor lo pasaba siempre era en aquellas en las que el profesor no tenía ningún
control ni autoridad ni le interesaba tenerlo; mandaba un puñado de actividades para hacer
en clase y explicaba el verbo to be por decimoquinta vez y se dedicaba a ignorar a los
alumnos el resto de la hora.
Después de los años más tranquilos llegué al bachillerato, donde he tenido las
experiencias más enriquecedoras de todo mi paso por el instituto. Mi profesora de latín,
que, sin perjudicar el correcto flujo de la clase, me sabía responder todas mis inquietudes
con la materia y mi profesor de inglés, con el que aprendí muchísimo casi sin darme
cuenta. Ahora entiendo que muchas de las estrategias que empleaban eran diferentes y
que abordaban las clases con una actitud diferente a muchos profesores. Con Sergio, mi
profesor de inglés, las clases eran muy dinámicas (también hay que apuntar que por
avatares del destino éramos sólo cuatro personas en clase) todo el rato participábamos en
conversaciones complejas e interactuábamos con nosotros con ejercicios de roles, de
conversación y para aprender nuevo vocabulario. En latín éramos más, pero no por ello
eran menos interesantes las clases, gracias a Isabel. La parte de la corrección del
fragmento del texto visto quizá era lo más ortodoxo de las clases, pero la parte de
civilización y literatura las recuerdo con mucho cariño, puesto que la profesora lograba
hacernos llegar y hacernos entender la pervivencia de todos aquellos conceptos que en
primera instancia nos sonaban lejanos. Además teníamos con esta misma profesora las
clases de Mitología en la que éramos los alumnos los que nos explicábamos los unos a
los otros los mitos griegos mediante exposiciones y otras actividades.
De mi experiencia en el instituto me quedo con los últimos años y hago por borrar
los anteriores, que no fueron en absoluto placenteros, no tengo ningún interés en
revivirlos. Entiendo que las estrategias y los métodos de los profesores que más me han
marcado en esta etapa son fruto del estudio y la capacidad de mantenerse actualizados.
No espero llegar a recrear todas las cosas que tan estimulantes me resultaron siempre,
entiendo que cada año y cada curso tendrá necesidades diferentes, pero espero transmitir
una parte del cariño que estos profesores imprimieron en sus asignaturas.
Hasta este punto he hablado poco de mi papel como alumno durante el instituto y
es precisamente porque no me parece verdaderamente destacable. Si un profesor
preguntaba, yo respondía, durante las clases guardaba silencio, en los pasillos no armaba
jaleo. Siempre he tenido cierto respeto por la autoridad, quizás hasta un punto poco
recomendable y vivía aterrorizado por hacer algo que estuviera fuera de lugar y fuera a
perder el favor de los profesores, que era lo que siempre valoré más durante aquellos años.
No creo que este sea un comportamiento modélico ni realista, aún a día de hoy guardo
mis distancias con todo el mundo que no conozco y tardo mucho en confiar en nadie, sin
embargo. Los alumnos no deberían vivir encerrados en sí mismos, rehuyendo las miradas
de los compañeros. Eso no me impidió aprender aquellas cosas que más me interesaban,
no obstante, así que creo que en mi caso, al menos no fue una mala respuesta. Sin
embargo, siempre he sido poco comunicativo con los profesores, siempre me he mostrado
un tanto reticente a participar aunque tuviera la respuesta correcta y nunca he mostrado
ningún tipo de interés por preguntar mis dudas cuando un examen o un ejercicio me salía
mal. He sido siempre muy crítico conmigo mismo en ese aspecto, si fallo en algo es, por
supuesto, culpa mía y no ha podido haber absolutamente ningún otro factor que
contribuyese a mi fracaso. Creo que todas estas cosas han de ser evitadas a toda costa por
el alumno, nada de esto es bueno y va en contra de los valores que deberían promoverse
en los institutos, pues un alumno no puede aprender si no es equivocándose.
Espero poder enmendar esta parte de mi experiencia como estudiante durante los
años que me dedique a la enseñanza y mantener la atención no sólo en el estudiante que
se sabe las respuestas y lo intenta, sino también en aquel, que como yo, se las sabe y calla,
por miedo a estar equivocado.

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