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Estructura de los
Grupos
Docente:
Díaz, Lucia.
Facilitadores:
Álvarez, Gleismar.
Aponte, Silvia.
Oliveira, María.
Sandoval, Rosibel.
Sección: 01
Febrero, 2019.
ESTRUCTURA DE LOS GRUPOS
Todo sistema vivo, y los grupos pueden ser considerados como tales, posee una
estructura más o menos persistente definida por sus elementos y un conjunto de procesos
que con su movimiento dinámico mantienen, desarrollan o cambian dicha estructura. Tanto
la estructura como los procesos deben ser considerados como los dos ejes básicos e
inseparables a partir de los cuales se organiza y desarrolla la vida del grupo.
Podemos decir entonces que, el concepto de estructura, (que proviene del latín
structura: disposición, configuración que surge del orden de cómo están colocadas las
cosas, Moliner, 1987), en cuanto a la psicología de los grupos se refiere, tiene que ver con
la coordinación y distribución de los elementos que componen el grupo, así como a su
consistencia, estabilidad y al patrón de relación entre ellos. Aplicado esto al caso concreto
de los grupos, nos encontramos que cualquier descripción de la vida grupal recurre a
términos que hacen referencia a la posición y al ordenamiento de los miembros en el grupo
con la ayuda de un fenómeno muy psicosocial, la interacción.
Añadiendo que, «... el término estructura se utiliza generalmente para referirse a este
modelo de relaciones entre las partes diferenciadas del grupo» (Shaw, 1979, p. 354).
Por otra parte contamos con la aportación de Lewin (1978), quien concibe la
estructura del grupo como un campo dinámico, como un sistema en equilibrio cuasi
estacionario, un estado de equilibrio entre fuerzas equivalentes en intensidad y opuestas en
dirección. Es un equilibrio cuasi estacionario porque en el grupo se producen cambios que
romperán el equilibrio y el grupo se estructurará en su totalidad en un equilibrio y
distribución de fuerzas distinto del anterior. En palabras de Anzieu y Martin (1971, p. 68),
«una vez que el cambio ha ido más allá del margen de vecindad, tiende a continuarse por sí
mismo hacia un nuevo equilibrio y convertirse en irreversible».
Levine y Moreland (1998) ponen de manifiesto que una de las funciones básicas de
la estructura es la de regular y controlar las relaciones entre los miembros y así evitar o
moderar posibles tensiones y enfrentamientos.
Características
Componente de la estructura
Roda (1999) ha tratado de resumir las aportaciones conceptuales y los elementos que
configuran la estructura de forma secuencial para así «apreciar las complejas relaciones que
existen entre los procesos y la estructura del grupo» (p. 194). Esta síntesis nos parece
sumamente interesante si no la contemplamos desde una relación causa-efecto, sino desde
la circularidad que ha de presidir toda relación grupal: la interacción repetida de los
miembros genera diferencias de posición (estatus) en el grupo, prescripciones de
comportamiento (normas) que dan lugar a funciones diferenciales (roles) que cristalizan en
una estructura de poder en cuyo vértice está el líder y a un acceso diferencial a los canales
de comunicación. En suma, para este autor, estatus, roles, normas, liderazgo y
comunicación son los principales elementos que configuran la estructura del grupo, a los
que nosotros añadimos uno más si cabe, la cultura, que se configura en el propio grupo.
1. ESTATUS
A partir de Linton, el concepto de estatus se ha asociado a dos aspectos fundamentales:
a) la localización o posición dentro de una estructura, y b) el conjunto de derechos y
obligaciones vinculados a dicha posición.
Parsons (1969) nos indica que el estatus, como el rol, no es un atributo del actor, sino del
sistema social, lo que significa que las funciones (al menos las socialmente significativas),
junto con la valoración de tales funciones, son asignadas independientemente del sujeto; es
decir, el proceso social es anterior al sujeto y se encuentra regulado por ciertas normas y
valores que en lo fundamental no son voluntarios, sino impuestos. Pero esta posición,
extremadamente sociologista, no considera que las características del propio actor son
claves en la lectura o interpretación que realizará del estatus. Precisamente esta
consideración ha sido defendida desde la teoría de los estados de expectativas y desde la
teoría etológica.
Si el estatus se fundamenta en las expectativas que mantienen los miembros entre sí, es
fundamental, por tanto, especificar los factores sociales que configuran estas expectativas.
Esta teoría especifica tres procesos diferentes en el establecimiento del estatus. El primero
describe cómo las características de los sujetos, socialmente significativas, llegan a ser
salientes activando creencias culturales compartidas que configuran expectativas de
rendimiento. El segundo toma como interés el impacto de las recompensas sociales sobre
las expectativas e influencia. El tercero se centra en el desarrollo de patrones de
intercambio conductual entre los actores.
Desde la posición etológica o biosocial (Mazur, 1985), se defiende que los miembros del
grupo lo que evalúan son características físicas como vigor, estatura, expresión facial. Estas
percepciones llevan a adjudicar estatus altos a los aparentemente fuertes y estatus bajos a
los débiles. El resto de los integrantes del grupo se implican en breves concursos de
dominancia de los que resultan «ganadores» y «perdedores», a los que se asignan los
correspondientes estatus.
Una vez que el sistema de estatus se ha desarrollado en el grupo, su cambio puede ser lento.
Y esto porque la asignación de estatus en el grupo tiene sus consecuencias tanto en el plano
personal como en el interpersonal. En sus relaciones con los otros miembros del grupo, los
sujetos que tienen un alto estatus tienen más oportunidades de ejercer influencias, intentan
de hecho ejercerlas con más frecuencia y son realmente más influyentes que las personas
que poseen menos estatus, por lo que difícilmente abandonarán su posición. Además, el
estatus también tiene su influencia en la percepción interpersonal, de tal modo que ante una
conducta similar, las personas con más estatus tienden a ser evaluadas más favorablemente
que las que poseen menos estatus (Sande y colaboradores, 1986). También el estatus
influye en la propia evaluación, como se pone de manifiesto en el alto nivel de
autoconcepto que poseen las personas de estatus superior en comparación con las que se
sitúan por debajo de ellas.
La teoría de la identidad social también se ha ocupado del estatus del grupo y en este
sentido ha destacado el papel tan importante que desempeña la identificación a la hora de
determinar las respuestas de los miembros del grupo a su estatus quo.
No obstante, estudios posteriores han demostrado que estos resultados son incompletos. En
concreto, gran parte de la investigación mencionada se ha realizado en el laboratorio, donde
los grupos se forman en base al azar o a cuestiones triviales.
1. ROLES
La palabra rol procede del latín rotula, término utilizado para designar una hoja de
pergamino enrollada alrededor de un cilindro de madera en donde estaba escrita la parte del
guión que le correspondía al actor y que éste llevaba en la mano durante la representación
teatral.
En esta misma línea se sitúan Levine y Moreland (1990) al considerar los roles como las
expectativas compartidas de cómo una persona ha de comportarse en un grupo. Para Hare
(1985, p. 156), el concepto de rol «se refiere al conjunto de expectativas que comparten los
miembros del grupo en torno a la conducta de una persona que ocupa una posición dada en
el mismo...». En la práctica, sin embargo, el concepto de rol alude a «cualquier conjunto de
conductas que una persona exhibe de modo característico dentro de un grupo». Para este
autor, por tanto, todo aspecto de la conducta de un individuo que exprese alguna dimensión
de su personalidad puede llegar a formar parte del rol individual.
Para Schelemenson (1986, p. 123), «los roles son las posiciones oficialmente sancionadas, a
las cuales les son adscritas responsabilidades». Precisamente esta responsabilidad atribuida
desde fuera va a influir en el desempeño del rol, hasta tal punto que la persona puede llevar
a cabo una conducta considerada como inmoral sin que se sienta responsable de la misma si
considera que su rol así lo prescribe, tal y como se puso de manifiesto en los experimentos
de Milgram (1974) sobre obediencia destructiva.
La otra dimensión del rol es la dimensión personal. Desde esta dimensión se subrayan las
características personales en el desempeño del rol. Frente a las expectativas sobre la
conducta de los demás, algunos autores destacan la importancia de la dimensión personal
en el concepto de rol.
Lemoine y Lemoine (1979), en el marco de la teoría psicoanalítica, consideran que los
miembros del grupo tienden a repetir siempre los mismos roles clave que han sido
aprendidos en las primeras etapas de la vida en el seno de la familia. Estos roles, que son
relativamente fijos, se manifiestan con bastante regularidad en los grupos y responden a
unas vocaciones particulares de las personas que los asumen. Los miembros del grupo
tienden a repetir una y otra vez un rol-actitud debido a una actitud inconsciente de la que no
pueden liberarse fácilmente. Una visión más actualizada de los roles desde la perspectiva
psicodinámica es la aportada por Moxnes (1999). Este autor describe los roles básicos que
emergen en el grupo en base a tres imperativos biológicos: evaluación (buena o mala),
género y jerarquía. Desde estos imperativos, identifica 14 roles que pueden ser modificados
en la interacción familia-niño.
Considerar esta doble dimensión del rol (dimensión situacional y dimensión personal) es
considerar que la reciprocidad e interdependencia entre la dimensión situacional y personal
es el elemento clave en la concepción de rol. Es decir, el desempeño de los distintos roles
en el grupo estará en función de las expectativas de los miembros (objetivos y necesidades
grupales) y de las características personales (aptitudes, valores, etc.) de cada uno de ellos.
Ésta es la postura defendida por autores como Vendrell y Ayer (1997), para quienes «la
conducta de rol refleja la síntesis entre las expectativas-demandas de los miembros del
grupo y las características personales del miembro que lo ejecuta» (p. 109). Yardley (1984)
también señala que el actor no se limita a declamar objetivamente el papel asignado, sino
que encarna y elabora un rol-personaje usando ciertas convenciones expresivas apropiadas
al contexto social de la situación.