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POLÍTICAS LINGÜÍSTICAS, POLÍTICAS IMPLÍCITAS

Ernesto Díaz Couder Cabral


Universidad Pedagógica Nacional
ediaz@upn.mx

Díaz Couder, E. (2018). Linguist policies, implicit policies. En L. García Landa, R. Terborg, J. E.
Flórez Osorio, & V. Velázquez (Eds.), Theories and linguistic rights, minority, and migrant
languages (pp. 79-100). México: UNAM.

Planteamiento
Si bien el diseño de políticas lingüísticas, como cualquier otra política pública, trata de
atender el interés público afectando lo menos posible el interés privado (Aguilar, 2000), pero
en el caso de México parece existir una inversión en los términos de lo público y lo privado.
Así las políticas lingüísticas a favor de las lenguas indígenas tienden a concentrarse en tratar
de modificar los valores y creencias de los ciudadanos (asunto en principio privado) dejando
en un segundo plano la regulación de inequidad hacia las lenguas indígenas en las prácticas
sociales (ese sí, asunto público). Por otra parte, las políticas lingüísticas parten del supuesto
de que una lengua es un objeto mental (conocimiento o dominio de las reglas gramaticales o
comunicativas) en lugar de centrar su foco de atención en el hablar como práctica social.
Otro factor que incide en la noción actual de lo público y lo privado es la idea también
implícita de que la relación con la diversidad lingüística y cultural debe ser cuestión de interés
público y no de derecho de los pueblos.
La presente es una discusión conceptual acerca de las nociones de lo público y lo
privado en las políticas lingüísticas actuales en México. Es decir, no pretende ofrecer
propuestas concretas y aplicables en el corto plazo; lo cual, por lo demás, se ha convertido
casi en una utopía en el laberinto de la burocracia actual, ya que usualmente se tiene que
cumplir con las siguientes condiciones:
▪ Las propuestas deben ser políticamente viables. Es decir, debe haber consenso entre
las partes involucradas.
▪ Deben apegarse a las normas, leyes y reglamentos administrativos aplicables (lo cual
con frecuencia no es claro), aun cuando sean contradictorios o imposibles de cumplir
en términos prácticos.

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▪ Tienen que llevarse a cabo con los recursos presupuestales disponibles, lo que en la
mayoría de los casos significa cantidades mínimas.
Estas condiciones hacen extremadamente difícil hacer propuestas concretas de política
lingüística, o de cualquier política social para el caso. Sin embargo, el propósito de estas
reflexiones es solamente analizar algunos factores de orden ideológico y político presentes
en el diseño de las políticas lingüísticas actuales en nuestro país, al margen de su aplicación
inmediata en propuestas concretas, aunque sus implicaciones son evidentes.
Actualmente la Constitución Política del Estado mexicano reconoce la pluralidad cultural
de la Nación1 aunque sólo en términos poli étnicos según la terminología de Kymlicka
(1996), es decir, reconoce y atiende la diferencia cultural pero sin tomarla en cuenta para la
organización política del Estado. De manera que la atención del Estado se centra en la
preservación cultural (saberes, rituales, prácticas o lenguas tradicionales) dejando de lado
que se trata de una cuestión principalmente política, a saber: la integración política de pueblos
culturalmente diversos. En este sentido, la noción de pluralismo lingüístico está directamente
asociada a la de pluralismo cultural (o multiculturalismo o interculturalidad, que en este texto
se consideran todos como sinónimos) el cual significa aproximadamente ‘democracia entre
culturas’ (Colom, 1998; Olivé, 2004; Bilbeny, 1999). Por lo que pluralismo lingüístico alude
a algo como ‘democracia entre comunidades lingüísticas’. No democracia entre lenguas, sino
entre comunidades lingüísticas; la distinción es relevante porque las políticas lingüísticas
afectan principalmente a comunidades lingüísticas, y sólo de manera instrumental, a las
lenguas (PEN-CIEMEN, 1996). Por ello, como señala Francisco Colom (1998, p. 12), el
multiculturalismo (y por tanto el pluralismo lingüístico)
“puede entenderse indistintamente como la descripción de un hecho social, de un modelo
político o de una ideología. Estas tres dimensiones están en realidad vinculadas, puesto que
las políticas calificadas de multiculturales se han diseñado para dar respuesta a una serie de
movimientos sociales que reclaman formas específicas de integración en las democracias
contemporáneas.”

1
Al respecto en el Artículo Segundo Constitucional se establece que “La Nación tiene una composición
pluricultural sustentada originalmente en sus pueblos indígenas que son aquellos que descienden de poblaciones
que habitaban en el territorio actual del país al iniciarse la colonización y que conservan sus propias instituciones
social, económicas, culturales y políticas, o parte de ellas”.

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Pero, si por pluralismo lingüístico se entiende ‘democracia entre comunidades
lingüísticas’ entonces los tres posibles sentidos anteriores se reducen a dos: pluralismo
lingüístico como modelo político o como ideología, los que si bien operan simultáneamente,
son analíticamente diferentes.
Un claro ejemplo de esto se encuentra en comentarios del EZLN en torno a la Sexta
Declaración de la Lacandona, en los que declara que su lucha hasta ahora ha consistido en
ser parte de la nación sin dejar de ser indígenas. Es decir, no es tanto una cuestión de
preservación cultural como de integración política de la identidad indígena a la Nación
mexicana. Dicho en una expresión más precisa, formulada por Guillermo de la Peña, el reto
actual para las políticas públicas hacia los pueblos indígenas es el de hacer compatible la
diversidad cultural con los derechos ciudadanos. En otras palabras, la cuestión de la
pluralidad cultural y lingüística se ha convertido en un asunto público en la medida que se
trata de una “forma específica de integración política”. Esto significa que las políticas para
la atención de la diversidad lingüística en el país ya no son una cuestión sólo de interés
público, sino una cuestión de derecho de los pueblos. Esta es una discusión vieja que no
requiere mayor profundización2.
Como quiera que sea, de lo que se trata es de hacer realidad lo que en la década de
los noventas se discutía un tanto teóricamente como pluralismo cultural e integración política
o como ciudadanía multicultural, pero que aún está lejos de ser una realidad en nuestro país.
De hecho, la modificación constitucional de 2001, conocida como ‘Ley Indígena’, es uno de
los mejores ejemplos de los estrechos límites del pluralismo cultural y lingüístico en nuestra
idea de Nación y en nuestra idea de Estado.
Pero los límites que tiene que enfrentar el pluralismo lingüístico son, además de
políticos, de naturaleza ideológica. Tienen que ver con ideas subyacentes, implícitas, acerca
de la relación entre la sociedad, el Estado y los pueblos indígenas y que se expresan tanto en
las prácticas sociales como en las políticas institucionales de las dependencias públicas.
Ahora bien, aunque las prácticas sociales en nuestro país son extremadamente jerárquicas y
discriminadoras, la dificultad para modificarlas radica esencialmente en la inequidad de
poder (económico y político) entre los diversos sectores de la sociedad. Esta inequidad se

2
La reforma constitucional de 2001 conocida como Ley Indígena y que se suponía debía llevar al texto
constitucional los Acuerdos de San Andrés de 1996 entre el Gobierno Federal y el EZLN dio lugar a un extenso
debate en este sentido, por lo que no es necesario repetirlo aquí.

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perpetúa y se legitima por medio de la hegemonía de una ideología que la justifica y la
“explica” (Cárdenas 2004).
Así, por ejemplo, con frecuencia son los propios líderes indígenas quienes señalan
que es responsabilidad de los hablantes mismos el que sus idiomas continúen hablándose.
Nada más obvio aparentemente. Parece cuestión de ‘sentido común’. Si los padres no enseñan
su idioma a sus hijos, la desaparición de esa lengua es responsabilidad de ellos y de nadie
más. De esta forma se reproduce un consenso muy generalizado acerca de lo que hay que
hacer para preservar, proteger y promover a las lenguas indígenas del país: crear conciencia
entre los hablantes para que continúen hablándola y para que la enseñen a sus hijos, y en
segundo término, fomentar la valoración de las lenguas indígenas entre la población nacional
a fin de contrarrestar su discriminación. No es de extrañar que sean esas precisamente las
principales estrategias para las políticas lingüísticas en México

Las políticas implícitas


A fin de ilustrar la orientación prevaleciente en las políticas institucionales actuales, quisiera
compartir algunos hallazgos derivados del análisis de diversos documentos institucionales
sobre políticas lingüísticas. En el curso de ese trabajo se revisaron documentos programáticos
y se recogieron las impresiones de algunos funcionarios acerca de las responsabilidades de
sus dependencias hacia las lenguas indígenas 3. Muestro algunos ejemplos tomados de los
documentos programáticos y las opiniones de funcionarios con énfasis míos en cursivas:

Dependencia A
Promover el reconocimiento de la diversidad lingüística para el desarrollo integral de los
pueblos indígenas.
Se considera que el mantenimiento de las lenguas indígenas es decisión de los hablantes. Por
lo tanto, como institución se debe alentar y apoyar a los pueblos indígenas para su
continuidad e impulsar la generación de condiciones de respeto y valoración de la diversidad
entre la sociedad en general.
El reconocimiento, respeto y valoración de la diversidad lingüística son premisas de una
política que busca transformar las condiciones de desarrollo de los pueblos indígenas, como

3
Se omiten los nombres de las instituciones involucradas a fin de preservar su identidad. Lo que importa aquí
es mostrar las razones aducidas para las políticas institucionales.

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uno de los sectores sociales históricamente más vulnerables, y con ello posibilitar el
mantenimiento de identidades diferenciadas.

Dependencia B
Existe una tendencia actualmente en la academia a seguir una política de preservación
(registro, descripción, documentación) de las lenguas, incompatible con la pretensión de
querer incidir en la definición e implementación de políticas lingüísticas en realidades
multilingües.

Dependencia C
Una política de valoración y respeto de la diversidad lingüística, que busca combatir la
discriminación y marginación de las poblaciones lingüística y culturalmente diversas.
Por un lado se busca sensibilizar en torno al valor de las lenguas indígenas, tanto al personal
de la institución como a los diferentes agentes del proceso educativo.
Se considera que los hablantes son los responsables directos del mantenimiento de las
lenguas y del desarrollo de las mismas, para lo cual cuentan, como principal recurso, con los
saberes de los ancianos y el impulso y acompañamiento de la escuela.

Dependencia D
“Contribuir a la construcción de instrumentos y condiciones que posibiliten el diálogo
intercultural, respetuoso y armónico, en el que se exprese toda la riqueza cultural de nuestro
país”. Es decir, generar modelos de atención a los diferentes actores de la cultura popular y
propiciar condiciones sociales de diálogo, respeto, reconocimiento y no discriminación que
permitan el desarrollo equitativo de las diversas culturas.
Considerando que el mantenimiento lingüístico es responsabilidad de los hablantes y que las
comunidades son las que finalmente definen qué significa el fortalecimiento de sus lenguas,
la institución asume una doble responsabilidad: 1) la de contribuir a crear el ambiente de
respeto y valoración hacia la diversidad lingüística necesario para que esta se pueda
mantener y 2) la de apoyar los procesos comunitarios de desarrollo lingüístico fortaleciendo
las capacidades autogestivas.
Se sueña con una sociedad en la que el empleo de las lenguas indígenas pueda volver a ser
“normal” y se generalice, en algunos casos, en un uso regional.
Para contribuir a la construcción de “Un país de relaciones interculturales basadas en el
diálogo; un país en el que se reconocen y respetan plenamente las diferencias culturales y

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étnicas de sus integrantes; un país que valora la diversidad de sus lenguas, de sus tradiciones,
de sus pueblos, de sus comunidades; un país en el que la discriminación por otro diferente
ha desaparecido”.
Una política de fomento de la diversidad que reconoce el valor de la interculturalidad como
un factor de equidad y de crecimiento social.

Dependencia E
Una política que valora la diversidad lingüística y cultural, impulsa el desarrollo de las
lenguas indígenas, combate la discriminación, y fortalece la identidad cultural y lingüística.

Dependencia F
Una política de valoración y respeto de la diversidad lingüística, que busca combatir la
discriminación y marginación de las poblaciones lingüística y culturalmente diversas.
Se trabaja en la sensibilización de los servidores públicos hacia el respeto y valoración de la
diversidad lingüística y cultural, así como en el reconocimiento de problemas culturales –
discriminación- en la impartición de justicia.
Por otra parte, se reconoce la necesidad de atender las particularidades lingüísticas y
culturales de la población indígena para un adecuado acceso a la justicia.

Dependencia G
Una política de reconocimiento y valoración de la diversidad, de respeto a las prácticas
comunicativas y culturales de la población indígena, que busca transformar las condiciones
de marginación de los sectores más vulnerables de la población.
Predominan estrategias orientadas al reconocimiento, el respeto, la valoración y la
sensibilización. Se trata, en la mayoría de los casos, de acciones destinadas a modificar el
estado subjetivo (actitudes, creencias o valores) de los individuos con el propósito de influir
en su comportamiento objetivo a fin de compensar la discriminación y la marginación social.
Es decir, el fin último no es de orden lingüístico sino de compensación social. Lo cual es
completamente consistente con la naturaleza misma de las políticas lingüísticas (para una
discusión de este punto véase Pool, 1987). Lo que me interesa destacar aquí es el énfasis en
la modificación de las actitudes, creencias o valores de ciudadanos o grupos sociales como
medio para regular su comportamiento.
Con la modificación de las actitudes, creencias o valores de los individuos (ámbito
esencialmente privado) se espera regular su comportamiento público, es decir, la no

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discriminación de las lenguas indígenas. Si bien no existe nada reprochable en estas
estrategias en la medida que, por interés público, influir en las actitudes, creencias y valores
de los ciudadanos es una responsabilidad del estado en algunos casos (SIDA, homofobia,
intolerancia religiosa, o étnica como en este caso). Lo que no aparece es la regulación del uso
de las lenguas indígenas como derecho de los pueblos. Esto es, un régimen o reglamentación
del uso de las lenguas ―de las prácticas lingüísticas mismas― que es el dominio propio de
las políticas lingüísticas.
Esto resulta especialmente evidente al comparar la Ley General de Derechos
Lingüísticos de los Pueblos Indígenas con la Ley de Política Lingüística de Cataluña o la
Declaración Universal de los Derechos Lingüísticos. En los dos últimos documentos, el ideal
de respeto y aprecio de la diversidad lingüística es materia de las consideraciones iniciales
que luego se concretan en un régimen lingüístico que regula el uso de las lenguas en ámbitos
o dominios sociales específicos (comercio, educación, administración pública, etc.) En el
caso de la Ley mexicana, en contraste, no existe tal régimen lingüístico. Sus disposiciones
corresponden básicamente a lo que en los otros documentos se expresa en las consideraciones
iniciales, para pasar luego a las competencias de los distintos niveles de gobierno4.
Lo que me interesa señalar es que en todos los casos ilustrados arriba se habla muy
poco, o nada, de la regulación del uso de las lenguas en dominios sociales específicos, lo que
debería ser la materia principal de las políticas lingüísticas. En cambio se trata
abundantemente de combatir la discriminación mediante el cambio de actitudes, creencias y
valores de los ciudadanos en general y de la población indígena en particular.
Ahora bien, hasta donde yo conozco no ha habido ninguna discusión que sustente esta
perspectiva; simplemente es una visión subyacente que reproduce la ideología hegemónica
respecto a las lenguas indígenas. Así, la preservación de las lenguas indígenas aparece como
un asunto privado ―la elección lingüística de los hablantes― en el que, por interés público,
el Estado considera que debe influir. En esta perspectiva, la responsabilidad del Estado se
limita a fomentar que en las transacciones privadas de los individuos éstos no las discriminen.

4
Por supuesto la Ley General de Derechos Lingüísticos no se limita a consideraciones generales, contiene
también aspectos de gran trascendencia respecto al estatuto político y jurídico de las lenguas indígenas. Pero
eso no cambia el hecho de que no contiene un régimen lingüístico expreso. El presente trabajo no se ocupa del
marco legal para las lenguas indígenas, sino de las políticas institucionales que les atañen, por lo que no entraré
en comentarios a esa Ley.

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Por otra parte, la regulación objetiva del uso de las lenguas indígenas aparece solamente en
espacios acotados y específicos, como por ejemplo la educación para niños hablantes de
lengua indígena y con poco dominio del español, o en los procesos judiciales que involucren
a un hablante de lengua indígena sin dominio suficiente del español (si habla lengua indígena
y habla también español, ya no tiene derecho a usar su lengua en el proceso judicial). En los
hechos la presunta libertad individual de elegir qué lengua hablar se cancela al no tener ni
derecho ni posibilidad de hablar su idioma si así decide hacerlo. Para que un individuo
realmente tenga libertad de elegir qué lengua hablar en dominios públicos es condición
indispensable que las instituciones ofrezcan esa posibilidad. Las condiciones que deben
establecerse para que las instituciones permitan la elección lingüística de los ciudadanos
indígenas es precisamente lo que casi no existe en las políticas lingüísticas institucionales, ni
en la Ley General de Derechos Lingüísticos de los Pueblos Indígenas5. Sin embargo, en los
ámbitos públicos las comunidades lingüísticas indígenas no tienen derecho a usar sus
idiomas, solamente los individuos incompetentes en español tienen derecho a ser asistidos
para tener acceso a algunos servicios del Estado, esencialmente, educación básica,
administración de justicia, y algunos aspectos culturales. El comportamiento público queda
a discreción de la elección privada de los hablantes, y a la tolerancia o no de la sociedad en
general (es decir, lo no hablantes de lengua indígena), excepto en los ámbitos ya
mencionados.
Esta tendencia a transformar en cuestiones privadas o individuales problemas de
orden público no es exclusiva del ámbito lingüístico o cultural. Forma parte de un patrón más
general. Existe cierto paralelismo con el “combate” a la “corrupción” por ejemplo. En este
caso la corrupción es atribuida principalmente a una cualidad individual: deshonestidad; y
sólo en segundo término a una situación objetiva de impunidad resultante de la extrema
desigualdad (política, económica, social) aunada a la verticalidad y concentración del poder.
Por tanto el combate a la corrupción se focaliza, por una parte, en el castigo a los individuos
deshonestos y, por otra, en campañas que promueven valores como la honestidad y el respeto

5
Aunque la Ley señala que los gobiernos de los estados deberán establecer “en consulta con las comunidades
indígenas originarias y migrantes, cuáles de sus dependencias administrativas adoptarán e instrumentarán las
medidas para que las instancias requeridas puedan atender y resolver los asuntos que se les planteen en lenguas
indígenas” y que en los municipios con comunidades indígenas se instrumentarán medidas en todas sus
instancias (Artículo 7, incisos a y b), no indica qué medidas deberán adoptarse. Es decir, la Ley indica el
problema a resolver, pero no lo resuelve ni establece las consecuencias de no respetar la Ley.

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a los demás. Es decir, la corrupción es tratada principalmente como una carencia de
educación o cultura (actitudes y valores) y no como un exceso de desigualdad y concentración
de poder. Los resultados están a la vista. De ahí, por ejemplo, la gran importancia que se
concede a la elección de individuos honestos para ocupar cargos públicos, cuando lo
verdaderamente importante sería contar con instituciones públicas sólidas al margen de la
honestidad de sus funcionarios. Por supuesto, en este caso, como en el de las políticas
lingüísticas, las actitudes y valores juegan un papel importante, pero se trata de variables
dependientes.
En el caso del pluralismo cultural como modelo político y como ideología juega
también un papel importante la tradición del pensamiento liberal. El modelo de esta ideología
liberal, aplicada luego a la diversidad cultural, se encuentra en las ideas de John Locke
respecto al papel del Estado acerca de la libertad de conciencia en cuestiones religiosas
expuestas en su célebre Carta sobre la Tolerancia escrita hacia 1690 (Locke, 1998). En esta
carta se argumenta acerca de la obligación del Estado a respetar la diversidad religiosa
mediante la tolerancia a la intocable libertad de conciencia de los individuos (o ciudadanos).
En la perspectiva liberal este razonamiento tiende a aplicarse también a la diversidad cultural.
En el caso más particular de la diversidad lingüística, la elección del uso de una lengua u otra
es visto, por tanto, como un asunto de conciencia individual, por lo que el papel del estado
sería el de respetar la diversidad lingüística como consecuencia de la tolerancia a la libertad
de elección lingüística de sus ciudadanos y no tanto como garante del derecho de
comunidades lingüísticas a hablar su lengua. El énfasis del pensamiento liberal en la libertad
de conciencia conduce a enfatizar las actitudes y valores de los individuos por sobre las
prácticas sociales. Pero el pluralismo cultural y lingüístico en la actualidad, como ya he
mencionado, es una cuestión de integración política y participación política, es decir, de
libertades positivas de las comunidades indígenas, de la capacidad de participar y decidir en
los asuntos públicos, y no sólo de protección de las libertades individuales frente al poder del
Estado, o libertades negativas (Bovero, 1995). Después de todo, Locke abogaba por un
Estado laico, pero un Estado alingüístico o acultural es imposible6, de ahí la necesidad de un
modelo político pluralista o intercultural.

6
A menos, quizás, que se elija como lengua del Estado un idioma desconocido para todas sus comunidades
lingüísticas por igual a fin de no favorecer a ninguna de ellas. De hecho, esto es lo ha sucedido en varios países

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Tipos de pluralismo
En mis ya lejanos tiempos de estudiante de licenciatura, uno de mis profesores solía decir
que “bromas aparte, todos somos marxistas”. Actualmente podemos parafrasearlo diciendo
que “bromas aparte, todos somos multiculturalistas”. En efecto, difícilmente uno podrá
encontrar una posición pública expresa en contra de la protección a la diversidad ambiental,
cultural, lingüística o de género. No obstante, los enemigos de la diversidad son como las
brujas: no existen, pero de que los hay, los hay. De nuevo, la modificación constitucional de
2001 es un claro ejemplo de las resistencias al pluralismo cultural como modelo político,
aunque reconozca el pluralismo como modelo de asistencia social en tanto asunto de interés
público. No obstante, actualmente el discurso político y las políticas culturales
correspondientes (y en ellas las lingüísticas) se inscriben dentro de una perspectiva
multicultural o pluralista (Grupo Plural de Dirigentes Indígenas, 1994; Comisión Nacional
para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, 2005; Presidencia de la República, 2001; SEP,
2001; Aguilar Rivera, 2004).
Simplificando un tanto, podemos distinguir dos formas de entender el pluralismo
cultural: el pluralismo de integración política, y el pluralismo de tolerancia y asistencia social.
Por supuesto, las políticas lingüísticas asociadas a uno u otro tipo de pluralismo son bastante
distintas. El primer tipo de pluralismo regula el uso de las lenguas en los ámbitos públicos
(servicios, comercio, empleo, educación, medios de comunicación, administración pública,
impartición de justicia, etc.) como un reconocimiento a los pueblos indígenas como sujetos
de derecho, es decir, como comunidades constitutivas del Estado (o de la Nación como
prefieren decir los legisladores)7. El segundo tipo de pluralismo fomenta, por interés público,
la tolerancia y el respeto al uso de las lenguas indígenas en ámbitos privados o ‘culturales’
(fiestas patronales o concursos de poesía por ejemplo). Es decir, se tolera su uso; no se castiga
a nadie por hablar alguna lengua indígena, pero no se reconoce el derecho de la comunidad
lingüística a utilizar su idioma en los ámbitos públicos. Por ejemplo, el derecho a contar con
un intérprete en los procesos judiciales para los hablantes de lengua indígena con poco o nulo

africanos al lograr su independencia; y es la razón tras las sugerencias, sin mayor trascendencia por lo demás,
de hacer del esperanto o del latín la lengua de Europa.
7
Quizás no sea del todo irrelevante señalar la semejanza de esta argumentación con la idea de ‘nación cultural
catalana’ que sustenta la propuesta para un nuevo Estatuto de Autonomía para la Comunidad de Cataluña
propuesto en 2005.

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conocimiento del español expresa la tolerancia de la diversidad lingüística mediante la
asistencia para seguir un proceso judicial en español a los ciudadanos que no dominan este
idioma. Lo cual es muy distinto a que una comunidad lingüística tenga derecho a utilizar su
idioma ―independientemente de si hablan español o no— en los procesos judiciales. En
otras palabras, se tolera a los hablantes de lengua indígena, pero no se reconoce derecho
alguno a la comunidad de hablantes8.
En nuestro país predomina todavía el segundo tipo de pluralismo en nuestras prácticas
sociales cotidianas y en nuestra visión de la sociedad, el cual, a la vez, expresa las relaciones
de poder prevalecientes. Existe un consenso amplio, incluso entre las mismas comunidades
indígenas, acerca de que las políticas lingüísticas deben proteger a los hablantes de lengua
indígena de la intromisión del estado (libertad negativa) para conservar sus tradiciones, entre
ellas y de manera destacada, su lengua. En cambio, hay poco lugar para ver a las comunidades
indígenas como parte constitutiva del Estado y la sociedad, con derecho a participar, en tanto
pueblos con lenguas y culturas propias (libertades positivas).
Así, las lenguas indígenas aparecen como un patrimonio cultural que debe ser
protegido principalmente por sus auténticos dueños (las comunidades indígenas) y que, por
interés público, el Estado está obligado a proteger, al igual que es su responsabilidad proteger
las zonas arqueológicas (Lewin, 1999). Son algo así como las joyas de la familia: pueden
tener un gran valor afectivo, pero poca utilidad. Y al igual que las joyas de la abuela en una
familia pobre, conservar las lenguas indígenas se vuelve un lujo que generalmente sus
hablantes no pueden permitirse. Del mismo modo que no resulta legítimo obligar a nadie a
conservar el patrimonio familiar en caso de necesidad, tampoco es legítimo obligar a nadie a
practicar una tradición (hablar una lengua indígena en este caso), por lo que lo más que puede
hacerse es sensibilizar acerca del valor histórico y cultural de esa tradición con la esperanza
que sus ‘legítimos’ custodios no se deshagan de ellas, aunque finalmente será decisión de

8
Nuevamente es necesario aclarar que la Ley General de Derechos Lingüísticos sí reconoce explícitamente el
derecho de los hablantes (no de las comunidades lingüísticas) a utilizar su lengua, oralmente o por escrito, tanto
en ámbitos privados como públicos (Artículo 9) y reconoce también la validez de las lenguas indígenas “para
cualquier asunto o trámite de carácter público, así como para acceder plenamente a la gestión, servicios e
información pública” (Artículo 7). Pero esta proclamación no regula o rige el uso de las lenguas en ámbitos
específicos por lo que pierde mucho de su fuerza jurídica y puede quedar como un mero gesto simbólico de
solidaridad para con los hablantes de lengua indígena. Además como ya mencione, estas reflexiones se ocupan
de las políticas institucionales hacia las lenguas indígenas y no del marco legal. Lo que trato de mostrar aquí es
que las políticas institucionales y las prácticas sociales siguen perpetuando (al menos todavía) nociones
implícitas reconocibles también en el marco legal.

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ellos. No es difícil prever el resultado de esta estrategia: continuará el progresivo
desplazamiento de las lenguas indígenas (Cárdenas, 2004).
Sin embargo, las lenguas no son sólo tradición; no son sólo un vínculo con el pasado.
Son también el medio de una comunidad para integrarse políticamente a la nación mexicana
y participar en la construcción del futuro de nuestra sociedad. Ver las cosas de esta manera
exige estrategias distintas basadas, no en la preservación de la tradición a cargo de los pueblos
indígenas con la asistencia del Estado, sino en la promoción de su integración política a la
nación mediante la construcción de una sociedad pluralista (o multicultural o intercultural);
y esto supone la integración de las pueblos indígenas, con y desde sus lenguas y culturas, en
la vida pública de la nación.

La idea de lengua en política lingüística


Otro factor que a mi juicio influye significativamente en la orientación de las políticas
lingüísticas es la noción subyacente de lengua. Para la política lingüística es necesario
entender a las lenguas como prácticas sociales. Es decir, como medios para hacer cosas –
regañar, comerciar, rezar, convencer, litigar, organizar, arengar, explicar, conjurar, consolar,
cortejar, disputar, informar, jugar—y no tanto como un conocimiento para producir oraciones
o discursos gramaticalmente correctos. Esto es consecuencia de que las políticas lingüísticas
buscan regular el uso de las lenguas, es decir, las prácticas sociales asociadas a ellas, por lo
que sólo en relación a su uso puede ser necesario también fomentar el conocimiento de esas
lenguas. Sin embargo, ante la creencia predominante de que las lenguas son un código (léxico
y gramatical) en el que está contenida la cultura de un pueblo y la identidad de sus hablantes,
tienden a prevalecer estrategias para proteger ese código –es decir, la ´lengua’—en lugar de
las prácticas sociales en las que encarnan. Las lenguas ‘viven’ en las prácticas sociales de las
comunidades que las hablan, no en las mentes de sus hablantes. La vitalidad de una lengua
no depende de cuántas personas la conocen, sino de qué tanto se habla y en qué
circunstancias. De hecho, el número de hablantes de una lengua depende de las prácticas
comunicativas que abarca. Una lengua pierde hablantes porque su utilidad disminuye, no a
la inversa. Y lo que rige la mayor o menor utilidad comunicativa de una lengua son las
relaciones sociales y el status de sus hablantes.
Si bien la legislación lingüística en México —en vigor desde marzo de 2003—
reconoce el derecho de los hablantes de lengua indígena a utilizar sus idiomas en cualquier

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situación pública o privada ya sea oralmente o por escrito, lo cierto es que no existen todavía
políticas que ofrezcan garantías específicas para el uso de las lenguas indígenas en ámbitos
o dominios particulares, por lo que la disposición no tiene mucho sentido más allá de tratar
de aminorar la discriminación lingüística.
Las siguientes expresiones, presentes en documentos institucionales, ilustran el punto
de vista que sustenta las políticas institucionales:
La lengua es expresión de la cultura y elemento fundamental de la identidad.
La lengua es parte esencial de la cultura y rasgo fundamental de la identidad
Las lenguas son expresión de la cultura y un elemento fundamental de la identidad
La lengua es un recurso fundamental para el desarrollo de las capacidades cognitivas
y herramientas idóneas para el aprendizaje y la comunicación que conlleva a la
reflexión y análisis de la realidad de manera crítica
La lengua es un sistema de comunicación que revela y transmite la cosmovisión de
sus hablantes. Tiene un referente individual (el sujeto que experimenta problemas de
comunicación en las unidades de salud) y uno colectivo (la cultura de los pueblos
indígenas).
La lengua es un atributo de las personas y de los pueblos y por lo tanto un derecho
humano
En todas las expresiones anteriores es evidente una visión ‘herderiana’ del lenguaje (Bauman,
2000), esto es, el lenguaje como expresión del espíritu (o la cultura, en palabras actuales) del
pueblo. Estas posiciones derivan de concepciones implícitas acerca de qué es una “lengua”.
Aun cuando los especialistas en diversos campos de estudio del lenguaje conceptualizan de
manera distinta su objeto de estudio –su definición de lengua– para los fines de política del
lenguaje en México el referente suele ser la noción “lingüística” de lengua. Quizá no la más
apropiada para ese efecto. En consecuencia la política del lenguaje es considerada como un
asunto de expertos en “lenguas”, en lugar de ser un asunto de expertos en procesos sociales,
o más precisamente, sociolingüísticos. Sin duda su participación es muy necesaria, pero no
es suficiente.
Actualmente coexisten cuatro paradigmas principales acerca de la naturaleza del
lenguaje y de las lenguas: uno semiótico, uno psicológico, otro sistémico por llamarlo de
alguna manera, y uno de orden sociológico. El paradigma semiótico conceptúa al lenguaje

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como un sistema de signos y corresponde a los enfoques estructuralistas y desarrollos
posteriores (Danesi y Perron, 1999), de acuerdo con los cuales la lingüística es parte de la
semiótica. El psicológico por su parte establece al lenguaje como un componente de la mente,
por lo que la lingüística sería parte de la psicología o de las ciencias cognitivas (Chomsky,
1980, 2000; Pinker, 2000). El paradigma que aquí llamo sistémico deriva de los actuales
estudios sobre sistemas complejos (Capra, 2003; Johnson, 2003). En esta perspectiva el
lenguaje puede ser comprendido como un sistema emergente de la interacción humana y por
tanto el estudio del lenguaje sería parte de la teoría de sistemas.
Sin embargo, para el caso de las políticas del lenguaje lo más pertinente es conceptuar
a las lenguas principalmente como prácticas sociales, como algo que la gente hace; no tanto
como una competencia mental innata e inconsciente o como un sistema abstracto
independiente del hacer de los hablantes. Interesa el ‘hablar’ más que la ‘lengua’, es decir, lo
que se hace al interactuar verbalmente en un entorno específico (McCarthy, 2011; Johnson,
2013; Heller, 2011; Erickson, 2004). No estoy discutiendo aquí “qué es” el lenguaje. Lo
único que me interesa señalar es solamente que hay numerosos puntos de vista al respecto y
que para los fines de la política del lenguaje el punto de vista adoptado es crucial.
En este sentido la política del lenguaje es parte de la sociolingüística, y no en el
sentido banal de entender esta última como un enfoque multidisciplinario que correlaciona
el lenguaje con la sociedad, sino en el sentido fundamental de que se sustenta en una
concepción teórica sociológica (no semiótica, ni psicológica o sistémica) del lenguaje
(Johnson, 2013; Blommaert, 2010; Wright, 2004).
Lo que interesa a la política del lenguaje no es la estructura de una lengua, ni su
organización cognitiva, ni su carácter de sistema emergente. Lo que interesa es la regulación
del uso público de las lenguas; o la protección del derecho a utilizarlas por parte de
comunidades lingüísticas; o la regulación de la diversidad lingüística en interés público; u
otras cosas por el estilo. Es decir, interesa el lenguaje como una serie de prácticas sociales
que pueden ser promovidas o inhibidas en beneficio público ya sea a favor o en contra de los
intereses de la mayoría o de las minorías. Por ello, la claridad respecto a la idea de lengua
que sustenta una política del lenguaje es fundamental ya que puede conducir a plantear
estrategias ineficientes, cuando no erróneas o contraproducentes.

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En suma …
De todo lo anterior lo que quisiera destacar es la necesidad de dar atención también a la
regulación explícita del uso de las lenguas en ámbitos públicos principalmente, además de
promover su valoración y respeto mediante la influencia en las actitudes y creencias de los
individuos. Pero el énfasis en la regulación del uso de las lenguas no es solamente una
cuestión de completar las políticas actuales; no es una cuestión de grado sino de género.
Al buscar regular el uso de las lenguas de lo que se trata es de promover la integración
política de los pueblos indígenas, se trata por tanto de políticas de pluralismo cultural (o
multiculturalismo o interculturalidad). En contraste, el énfasis en la valoración y respeto de
las lenguas se sustenta en concepciones tendientes a la preservación de las tradiciones
culturales de los pueblos indígenas. Se trata de políticas patrimonialistas. Así cuando se
recurre a la preservación de la tradición como estrategia para fomentar el pluralismo o la
interculturalidad, las posibilidades de éxito son bajas debido a la incongruencia entre medios
y fines.
En suma, desde mi punto de vista no debe confundirse la preservación de las lenguas
como un asunto de conciencia individual (preservación de la tradición), con la promoción de
la diversidad lingüística en los ámbitos públicos (promoción del pluralismo cultural).
Muchas de las ideas expresadas en esta oportunidad requieren matices y mediaciones,
probablemente incluso alguna rectificación. No puede ser de otra manera, es la naturaleza de
las ideas y el pensamiento. No importa, porque lo que deseo proponer es más una discusión
que una solución. He tratado de mostrar la necesidad de discutir explícitamente el sustento
ideológico y teórico implícito en muchas de las políticas institucionales actuales. La falta de
ese debate ha ocultado y favorecido la toma de decisiones que van incluso en sentido opuesto
a los objetivos declarados. Si estas páginas contribuyen a animar alguna reflexión en ese
sentido habrán cumplido su propósito.

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