Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
PAGDEN, ANTHONY - La Ilustración y Sus Enemigos (Dos Ensayos Sobre Los Orígenes de La Modernidad) (Por Ganz1912)
PAGDEN, ANTHONY - La Ilustración y Sus Enemigos (Dos Ensayos Sobre Los Orígenes de La Modernidad) (Por Ganz1912)
PAGDEN, ANTHONY - La Ilustración y Sus Enemigos (Dos Ensayos Sobre Los Orígenes de La Modernidad) (Por Ganz1912)
E D IC IÓ N , T R A D U C C IÓ N E IN T R O D U C C IÓ N
D E JO S É M A R ÍA H E R N Á N D E Z
I9
ED ICIO N ES PEN ÍN SULA
B a rc e lo n a
Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita
de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas
en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por
cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprograíía
y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares
de ella mediante alquiler o préstamo públicos.
Introducción, p o r josé m a r ía He r n á n d e z 7
L A IL U S T R A C IÓ N Y S U S E N E M IG O S
Prefacio 23
LA IDENTIDAD HUMANA 3I
EL COSMOPOLITISMO ILUSTRADO 79
Conclusión 121
Noticia bibliográfica 129
5
IN T R O D U C C IÓ N
por
JO S É M ARÍA H E R N Á N D E Z
7
JOSÉ MARÍA HERNÁNDEZ
8
INTRODUCCIÓN
cial entre E l Viejo Mundo y el Nuevo, para servirnos ahora del título de
un conocido ensayo de Jo h n Elliot, uno de los historiadores contem
poráneos que también ha cultivado este tipo de preguntas, a pesar de
las diferencias en sus respectivas respuestas.1
L a historia que nos ofrece Pagden es la historia de los lenguajes de
la modernidad política. Y en este sentido es difícil dejar de pensar en
el impacto que han tenido en los últimos años los trabajos de los his
toriadores británicos que han seguido este enfoque crítico. P or eso, si
antes decíamos que Pagden se form ó en el Oxford de los años sesen
ta, no es menos oportuno señalar ahora su vínculo posterior con el gru
po de historiadores que trataron de renovar la Historia Intelectual en
lengua inglesa desde la Universidad de Cam bridge (e.g., Quentin Skin-
ner, Stefan Collini, Richard Tuck, Istvan Hont y John Dunn), donde Pag
den permaneció como profesor de Historia Moderna entre 1980 y 1997.
Si para la mayoría de estos autores el hilo de la historia lo propor
ciona el lenguaje, en el caso concreto de Pagden esta es una historia
que, como decíamos, se inició con La caída del hambre natural—en don
de examina los orígenes europeos de la antropología— , continúa con E l
Imperialismo español y la imaginación política (Spanish Imperialista and the
Political Imaginaban, 1990), se detiene a reexaminar los «encuentros»
europeos con el nuevo mundo (European Encotinters with the New World,
*993)— tm libro en donde aborda la conceptualización del otro en la fi
losofía europea como resultado de las sucesivas interpretaciones del des
cubrimiento de América desde la época del Renacimiento hasta la época
del Romanticismo— , para completar su visión particular de este mismo
(jeríodo con Señores de todo el mundo (harás o fa ll the World, 1997), un libro
en donde aborda el problema de la identidad intelectual europea desde el
punto de vista de la historia de los grandes imperios ultramarinos.
E n este último libro el hilo conductor lo proporciona el lenguaje
que sirvió tanto para justificar com o para criticar las ambiciones ¡m-
(Kírialistas de las grandes potencias europeas y para establecer el impres
cindible vínculo explicativo entre sus distintas fases históricas. Porque
yonviene recordar que estos lenguajes están sujetos a sus propias mu- 2
9
JOSÉ MARÍA HERNÁNDEZ
IO
INTRODUCCIÓN
exaltada visión del com ercio. L a exigencia cristiana de que todos los hom
bres com partan un único sistema de creencias ha desaparecido bajo el peso
com binado del escepticism o científico y el pluralism o cultural. Aun así, el
precio que hay que pagar para sum arse al nuevo orden m undial— actual
m ente representado por las instituciones m onetarias internacionales— sigue
siendo la aceptación de regirse por una ley a la cual se atribuye, a diferencia
de cualquier legislación restante, siem pre de carácter local, una fuerza de al
cance universal. Asim ism o, se da por supuesto que las prem isas en las que se
fúnda esta ley son manifiestas. N o precisan ser explicadas y m ucho menos
defendidas y son, por naturaleza, aplicables a todos los pueblos del m undo.4
6. A Pagúen, Europea?i Ecounters witb tbt New World. From Renaissance to Ro-
manttcism, Yale University Press, New Haven-Londres, 1993, pp. 184-185.
14
INTRODUCCIÓN
16
INTRODUCCIÓN
8. C. Schmitt, Polirische Rommtik, Dunker & Humblot, Berlín, 5* ed., 1991, p- 23.
»7
JOSÉ MARÍA HERNÁNDEZ
Tam bién es posible señalar ciertos matices entre los defensores del
proyecto ilustrado. La narrativa clásica de Berlín sobre esa confronta
ción entre la «razón» y las «emociones»— una confrontación que, según
Berlín, nos habría conducido a la disolución del sujeto— ,9 concluía en
una reconciliación entre el liberalismo y el romanticismo, o lo que es lo
mismo, en un cierto grado de «autocomprensión racional» que se con
solidaría a través de la tolerancia, la decencia y la apreciación de las im
perfecciones humanas. «L a noción de que existe una pluralidad de valo
res, de que son incompatibles; toda esta idea de pluralidad, de lo
inagotable, del carácter imperfecto de las respuestas y arreglos humanos;
y de que ninguna respuesta puede reclamar perfección y verdad; todo
esto es lo que le debemos a los románticos».10*12E l problema, como señala
Pagden, es que de este modo la mayoría de los filósofos ilustrados, inclu
yendo a Kant, pasaban a formar parte del proyecto contrailustrado.
Algo muy parecido podríamos decir que ocurre ahora con relación a
Hume y la preferencia dada al «sentimiento» humanitario dentro del
proyecto político de la Ilustración que propugna Richard R o ity ."
D e todos modos, frente a este optimismo reconciliador nunca
está de más recordar— como ha hecho recientemente entre nosotros
Juan García-M oran— que la confianza en la integración de «senti
miento y razón, compasión y comprensión, sensibilidad y reflexión,
educación sentimental y conocimiento ético puede ayudar a forjar
una voluntad de resistencia frente a las normas extremas de inhuma
nidad y deshumanización de las que hemos sido y continuamos sien
do testigos. Aun a sabiendas, claro está, de que se trata de instrumen
tos frágiles que, no por necesarios, pueden llegar a ser suficientes».'1
18
INTRODUCCIÓN
19
LA IL U ST R A C IÓ N Y SUS EN EM IG O S
A CHEMA,
quellafonte
che spandi d i parlar si largo fium e
23
LA ILUSTRACIÓN Y SUS ENEMIGOS
25
LA ILUSTRACIÓN Y SUS ENEMIGOS
26
PREFACIO
27
LA ILUSTRACIÓN Y SUS ENEMIGOS
28
PREFACIO
29
LA ILUSTRACIÓN Y SUS ENEMIGOS
nado a muerte. Pero dado que, hoy por hoy, esta división se concibe
com o la herencia— real o figurada— de un movimiento intelectual en
particular, no queda más rem edio que hacer (rente a la necesidad de
una reconsideración en serio de la significación de este movimiento
intelectual. Sólo una actitud semejante puede ayudarnos a recuperar
algo de esos bastos recursos intelectuales que todavía esconde ese m o
vimiento que llamamos la Ilustración.
3°
UNO
L A ID E N T ID A D H U M A N A
31
LA ILUSTRACIÓN Y SUS ENEMIGOS
32
LA IDENTIDAD HUMANA
un mundo en donde todas las formas de certeza lingüística (lo que sig
nifica igualmente certeza epistémica) son reemplazadas por el entrecru
zamiento de una multiplicidad de narrativas en principio aisladas. Esto
es lo que, en otras palabras, Lyotard llama con Derrida: le différend.
La postmodemidad podría ser aquí considerada com o una nueva
forma de escepticismo. El espacio asignado al «hom bre» es ocupado
por lo que Lyotard llama «un pago, una zona fronteriza en la que los
distintos géneros del discurso entran en conflicto en tom o a la forma
misma de vincularse».3
Debo advertir que en estos dos ensayos no voy a ocuparme mucho
de la postmodernidad. En parte porque los filósofos postmodemos, en
su calidad de escépticos, tienen muchos rasgos en común con los filó
sofos ilustrados. (La dependencia de Derrida, Lyotard o Deleuze con
respecto a Kant es sobradamente conocida; y lo mismo puede decirse
de la dependencia de Diderot o de Rousseau— por citar sólo dos ejem
plos— con respecto al escepticismo antiguo y, en especial, con respec
to al escepticismo de un M ontaigne.) Para el filósofo postmodemo el
conflicto con la Ilustración es sobre todo un conflicto lingüístico. L yo
tard ha insistido mucho sobre este punto. E n realidad, se trataría de
una batalla contra un lenguaje, contra una «m etanarrativa» que— por
citar nuevamente a este autor— estaría «firmemente asentada en el lec
tor tras siglos de humanismo y de “ ciencias humanas” ». Supuestamen
te, este lenguaje habría eclipsado una imagen más rica y satisfactoria de
la diversidad humana. En resumen, esta «m etanarrativa» vendría a de
cir lo siguiente: «que existe el “ hombre” ; que existe el lenguaje; que el
primero se sirve del segundo para sus fines; y que si no logra satisfacer
estos fines es porque requiere mejorar su control del lenguaje “ por
medio” de un “ m ejor” lenguaje».4
L o que me propongo hacer en estos dos ensayos es contrarrestar
un cierto tipo de crítica a la Ilustración que podríamos considerar tan
vieja com o la propia Ilustración. Este es el tipo de crítica que ha he
cho del supuesto com prom iso ilustrado con la «racionalidad»— y de
las consecuencias de este mismo com prom iso para la vida m oral en
Europa, tanto en el pasado como en el presente— su objeto de preo
33
LA ILUSTRACIÓN Y SUS ENEMIGOS
cupación principal, sin que esto presuponga, por otro lado, renuncia
alguna a la posibilidad misma de construir ese tipo de «m etarrelatos»
que tanto preocupan a los postmodernos. A los efectos de estos dos
ensayos, seguiré identificando este tipo de crítica como «tradiciona-
lista», por más que en los E E .U U (y ahora también en Europa) se la
conozca bajo la denominación de crítica «comunitarista» a la m oder
nidad. E l «tradicionalism o» al que me referiré aquí arranca con un
antiguo discípulo de Immanuel Kant, Johann Gottfried von H erder,
y con otro de sus coetáneos, Johann G eo rg Hamann, llegará hasta es
critores contemporáneos como H an s-G eorg Gadainer, Charles T a y -
lor, Alasdair M aclntyre y John G ray. Se trata de una posición intelec
tual que puede ser captada con toda su brillantez— aunque también
con su excesiva repetición, una repetición que por momentos llega a
rozar la caricatura histórica— en tres libros de A. M aclntyre: A fie r
V iítue (19 8 1), Whose Jnstice? Which Rationality? (1988) y Three R ival
Versiom o f M oral Enquiry (1990).*
El tradicionalism o afirma que el concepto de «hum anidad» y,
por tanto, el concepto de «naturaleza hum ana» es una mera ilusión.
En el m ejor de los casos se trataría de una proyección de lo simple
en lo com plejo, de lo pequeño en lo grande, de lo poco en lo mucho
y, en el peor de los casos, sería una abstracción vacía de todo conte
nido. E l tradicionalism o afirm a que los seres humanos sólo existen
com o m iem bros de un grupo. E n consecuencia, su naturaleza es co
lectiva y contingente. Se trata de entidades incrustadas en la natu
raleza y en la historia. L a prim era naturaleza que com partim os
com o seres humanos es aquella que nos corresponde com o anim a
les: la necesidad de alimentos y defensa, la necesidad de procrear, la
necesidad de proteger a nuestros vástagos, y así sucesivamente. P or
lo demás, con respecto a todo aquello que es distintivo de nosotros
mismos en cuanto seres humanos, el tradicionalista afirm ará que
somos criaturas de las sociedades a las que pertenecem os. C om o
* Hay versiones en castellano de estas tres obras, por el mismo orden, traduci
dos como Tras la virtud, Editorial Critica, Barcelona, 1982; Justicia y racionalidad,
Ediciones Internacionales Universitarias, Barcelona, 1994; y Tres versiones rivales de
Urética, Editorial Rialp, Madrid, 1992.
34
LA IDENTIDAD HUMANA
35
LA ILUSTRACIÓN Y SUS ENEMIGOS
3<5
LA IDENTIDAD HUMANA
dice Jo h n G ray, «entre las ruinas del proyecto ilustrado, que fue el
proyecto piloto del período moderno». L a característica distintiva de
este proyecto es la «prom oción de la razón autónoma y la concesión
de un lugar privilegiado a la ciencia con relación a todas las demás for
mas de intelección humanas». Y esta es una estrategia que sólo habría
conseguido «socavar y destruir las formas tradicionales y particulares
de conocimiento social y moral. En lugar de dar paso a algo que se pa
rezca a una nueva civilización, su resultado final es el nihilism o».1‘
D icho en otras palabras, las consecuencias del supuesto triunfo
de la razón sobre la especiosa fe habrían sido desastrosas. L o que
M aclntyre llama la «defensa racional» de la moral nos habría priva
do de ese «conjunto narrativo» que constituye el fondo dramático de
toda sociedad. N o s hemos quedado com o niños «faltos de relatos»,
«tartamudos en sus acciones y en su m undo».11 N ecesitam os, por
tanto, volver a colocar de forma urgente el respeto por la creencia y
la tradición en el centro mismo de nuestra vida moral. M ás aún, al
gunos de estos nuevos escritores tradicionalistas han sostenido que,
además de form ar parte de una tradición, com o seres humanos, no
deberíamos descartar, para com pletar nuestra moralidad, la posible
pertenencia a una Iglesia, pues es sabido que la m ejor base para la
tradición la ha proporcionado desde siem pre y en todo lugar la per
tenencia a algún sistema religioso. M e refiero aquí a algunos com en
tarios de T a y lo r, M aclntyre y G adam er, aunque es cierto que este
último está algo más alejado de este tipo de manifestaciones. T a m
bién es obligado decir que ninguno de ellos nos aclara si es preciso
creer en lo que esa Iglesia predique. Sobre este punto volveré más tar
de. D e mom ento, espero m ostrar que el relato que los tradicionalis
tas quieren que cream os es esencialmente un relato falso y que una
com prensión adecuada de la Ilustración nos ofrecerá una narrativa
mucho más atractiva que ese tipo de neoescolasticismo al que M ac
lntyre desea que volvamos.12
1 1 . J . Gray, Enlightemnent's Wake. Polittcs and adture at tht cióse of tbe módem age,
Koutledge, Londres y Nueva York, 1997, p. 145.
12. A. Maclntyre, After Virtne, A Study ¡n Moral Tbeory, University o f Notre
Dame Press, Notre Dame, 1981, p. 216.
37
LA ILUSTRACIÓN Y SUS ENEMIGOS
38
LA IDENTIDAD HUMANA
sus principios «son exactamente los mismos: sólo difieren en sus ex
presiones. T am bién difieren en sus métodos. Hobbes se apoya en so
fismas y G rocio en los poetas; el resto es lo mismo».)'*
En principio me referiré a H obbes y G rocio. Aunque ambos fue
ron más bien parcos en lo tocante a la citada descripción del hombre
en su condición original. E l famoso pasaje de Levtatán— aquel que
termina con la frase « y la vida del hom bre [es] solitaria, pobre, su
cia, brutal y corta»— '4 ocupa escasamente algo más de un parágrafo.
Es cierto que de forma ocasional aparecen referencias a los indios
americanos, a los pueblos primitivos de Europa y a la historia de Caín
y Abel. Pero, desde luego, nada de esto podría considerarse com o una
descripción bien desarrollada del tema. Las explicaciones que había
anticipado G ro cio tenían algo más de profundidad en términos etno
lógicos o históricos— com o dijo Leibniz: «sus ejem plos tomados de la
totalidad de la historia y de las antiguas leyendas están excelentemen
te adaptados con el fin de dar reglas que pueden servim os para
hoy»— , '5 pero me temo que, en conjunto, se trata nuevamente de
descripciones dispersas y poco útiles.
Hobbes nunca fue muy preciso acerca del estatuto del estado de
naturaleza. ¿Se trata de una posibilidad histórica o de una simple fic
ción con carácter pedagógico? G rocio, con ser más claro, de nuevo
hay que decirlo, es igualmente vago en los detalles. Y lo mismo pode
mos decir de Locke, cuya descripción de los orígenes de la sociedad es
más compleja y detallada que en los dos casos anteriores. Em pecem os
con G rocio, pues. Sabemos que para él la única forma efectiva de con- 134
5
39
LA ILUS TRACIÓN Y SUS ENEMIGOS
40
LA IDENTIDAD HUMANA
4 1
LA ILUSTRACIÓN Y SUS ENEMIGOS
natura. Pero, por lo común, los que apelan a la recta razón para decidir
en cualquier disputa se refieren, con estas palabras, a su propia razón».'8
Obviam ente, la evidencia que llegaba del mundo externo contradecía
a todas luces la bella explicación construida por la escolástica en tor
no a una misma inclinación humana, o m ejor aún, al conjunto de in
clinaciones humanas a partir de las cuales se podría deducir un sólo
tipo verdadero de sociedad, esto es: la sociedad cristiana de la E u ro
pa occidental. L a respuesta al dilema moral que esto supuso tomó la
forma, com o ha sostenido Charles T aylo r, de una apuesta por la sim
plicidad radical (algo que también había notado Hum e), una apuesta
por encontrar alguna posición al margen de cualquier sistema ético o
político desde la cual todos los sistemas podían ser evaluados; pero se
trataba de una posición que nada tenía que ver con la perspectiva a
través de los ojos de D ios que habían defendido los teólogos. Y , tal
com o T a y lo r ha señalado igualmente, esto habría causado «un efec
to distorsionante sobre la auto-com prensión de los m odernos».'9
N o obstante, sería del todo inapropiado describir a G rocio— quien
empleó tanto tiempo y tanto esfuerzo en ridiculizar a los modernos
emuladores de Carnéades— como a un escéptico más. Sabemos que
G rocio trató de hallar una respuesta al escepticismo. En su opinión,
esta respuesta tenía que cortar de raíz todo vínculo significativo con la
tradición aristotélico-toinista, la misma tradición que M aclntyre con
sidera ahora como la única base firme para reconstm ir, una vez más,
un orden moral que sea «convincente» para todos nosotros, es decir,
de nuevo europeo.
Sin duda, aquí nos adentramos en otra dimensión de la misma his
toria: la crítica de los fundamentos epistemológicos de aquello que se18 9
18. T . Hobbes, The Elements of Law, Natural and Political, ed. Ferdinand
Tónnies, 2* edición, Frank Cass & Co., Londres, 1969, 2. 10. 8., pp. 188-189 [Hay
edición castellana de Dalmacio Negro, Centro de Estudios Constitucionales, Ma
drid, 1979].
19. Ch. Taylor, «The Diversity o f Goods», en Pbilosopby and tbe Human
Sciences. Pbilosophical Papers II, Cambridge University Press, Cambridge, 1985,
p. 230. Y ver Richard Tuck, «Rights and pluralism», en James TuIIy ed., Pbilosopby
in an Age of Pluralism, The Pbilosopby of Charles Taylor in Question, Cambridge
University Press, Cambridge, 1994, p. 160.
42
LA IDENTIDAD HUMANA
considerar las facultades del discernim iento hum ano tal y com o son aplica
das en el conocim iento de los O bjetos a los que se refieren, y daré por bue
no el esfuerzo invertido si con este sencillo m étodo histórico puedo dar al
guna explicación de los M odos en que nuestro Entendim iento llega a
obtener esas N ocion es que poseem os de las cosas.20
43
I-A ILUSTRACIÓN Y SUS ENEMIGOS
men al com ienzo mismo del libro I iba mucho más allá de la mera
aceptación cartesiana de lo que ahora es llamado «innatismo disposi-
cional», y puesto que en esta misma lista de objetivos estaba la no
ción estoica de nociones comunes (koinai ennoiai), resulta com plica
do aceptar que su crítica estuviese tan limitada. Además, muchos de
los contem poráneos de Locke, al igual que la mayoría de sus suceso
res en el siglo xvm , estaban convencidos de que su objetivo no era
dem oler lo que Descartes entendía por ideas innatas, sino la concep
ción de la ley natural de raíz aristotélica y escolástica. Desde luego,
este es el modo en que Leibniz leyó esta parte del Ensayo en su largo
y admirable intento de refutación. Leibniz describió a Locke com o
alguien que, en realidad, estaría «m uy de acuerdo con el sistema de
G assendi», sistema que habría «enriquecido y reforzado [...] con
cientos de ideas refinadas», y, por tanto, com o a un auténtico epicú
reo, identificando sus objetivos en Platón (el escolástico), San Pablo
(el estoico) y Ju lio C ésar E scalíg ero ." D esde luego, así fue com o lo
entendió H um e, quien consideró que Locke había sido inducido a
tratar este tema del conocim iento por los escolásticos." L a misma
opinión expresaron D iderot o Shaftesbury, de quienes hablaré más
tarde. Para este último, por ejemplo, «el pobre sistema traslaticio de
los últimos escolásticos» fue la razón del indiscutible «triunfo» de John
Locke sobre sus rivales.’ 5 Q ue éste y no otro fue el objetivo principal
de Locke, es algo que podemos apreciar de la forma más evidente a
partir de los Ensayos sobre la ley natural, donde la misma afirmación
que en los Ensayos sobre el entendimiento humano tomaría la forma de 213
44
LA IDENTIDAD HUMANA
45
I.A ILUSTRACIÓN Y SUS ENEMIGOS
46
LA IDENTIDAD HUMANA
28. S. James, «Internal añil external in the work of Descartes», en James Tully
ed., Phtlosopby m an Age of Pluralista. The philosophy of Charles Taylor ¡n question, op.
cit., pp. 7-19. Aunque se podría decir lo mismo de otros tradicionalistas, Susan
James se refiere aquí a las explicaciones ofrecidas por ('hartes Taylor en Sources of
the Self, Cambridge University Press, Cambridge, 1989. [Hay versión castellana en
Paidós, Barcelona, 1996].
47
LA ILUSTRACIÓN Y SUS ENEMIGOS
48
LA IDENTIDAD HUMANA
49
LA ILUSTRACIÓN Y SUS ENEMIGOS
del conocimiento humano. Además, com o ocurre con todos los ma
pas, lo que uno ve depende siempre del lugar que ocupa. « E s posible
imaginar», escribió D ’Alembert, «muchos y distintos sistemas de co
nocimiento humano, como si estos sistemas formasen parte de un mis
mo mapamundi basado en sus diferentes proyecciones». Desde luego,
el «mapa» también era una metáfora de gran fuerza para conceptuali-
zar la base a partir de la cual se puede adquirir un verdadero cono
cimiento. Se trataba de una metáfora que ya había sido utilizada por
Bacon y Hobbes, aunque con fines algo distintos. /VI retomarla, D ’A
lembert no sólo quiere abrir la posibilidad de una pluralidad de visio
nes diferentes sobre el conocimiento humano, sino que también nos
está sugiriendo una ruta, un itinerario para lo que será necesariamen
te un largo y peligroso viaje por tierras extrañas. La metáfora, por
tanto, se transforma en el curso de la argumentación. Ya no estamos
en un laberinto, cuyos recodos y cambios de sentido, pasajes secretos
y callejones sin salida están parcialmente ocultos, de forma que nun
ca estaremos suficientemente seguros de cuál es nuestra posición. D e
repente nos encontramos en medio del mar, en medio de «un vasto
océano desde donde podemos distinguir un número de islas no muy
grandes y cuya situación con respecto a tierra firm e no podemos de
terminar con seguridad».11
La visión que tiene D ’Alem bert de la nueva «ciencia humana»,
una ciencia secular y moderna a un mismo tiempo, no se basaba en un
sistema dogmático, ni siquiera en un «m étodo»— com o ocurría con la
filosofía mecanicista del siglo xvii— sino que según la opinión del
propio D iderot se trataba de una forma de redescripción, algo que
presenta a los ojos del «bmrnne le plus éclaire» todas las fuentes posibles
de entendimiento humano. E m st C assirer dirá algo m uy parecido.
(Conviene recordar que su historia de la Ilustración comienza tam
bién con el Ensayo sobre los ele?nentos de la filosofía de D ’Alem bert, aun
que sus explicaciones posteriores se encaminen en otra dirección).
Cassirer sostenía que el siglo xvm había buscado «otro concepto de
verdad y de filosofía», un concepto distinto al de Descartes, M ale-
branche, Leibniz o Spinoza, si bien su misión principal fue siempre la32
50
LA IDENTIDAD HUMANA
de «am pliar sus respectivas fronteras para hacer que estos conceptos
fuesen más flexibles, concretos y vitales».”
Está claro que D ’Alem bert no comparte la supuesta confianza de
la Ilustración— es decir, la supuesta confianza de Descartes— en la
autoridad de una razón humana que se basta a sí misma. La razón es
cuanto poseemos, sin duda; pero se trata de la misma razón que es ca
paz de construir un número indefinido de perspectivas distintas a par
tir de la misma realidad tangible. Sólo la razón es capaz de trabajar
una y otra vez con los mismo materiales. Esta última observación es
crucial. Se trata, pues, de la razón encerrada en la historia, en la his
toria de nuestros propios esfuerzos de comprensión crítica, una histo
ria para la cual La Enciclopedia estaba destinada a ser un archivo per
manente. D ’Alem bert, com o la mayoría de los pbihsopbes, debía más a
Locke que a Descartes. Siguiendo a Locke, rechaza la concepción de
las ideas innatas que todavía está presente en Descartes. Al igual que
Locke, construye su teoría del conocimiento a partir de las sensacio
nes: porque tanto la experiencia en sociedad com o la crítica que sur
ge de esta experiencia, «la necesidad de las leyes, la espiritualidad del
alma, la existencia de D ios [...], todo esto es el resultado final de esas
primeras ideas que se originan en nuestros sentidos corporales».” F i
nalmente, en Locke halló una solución posible al reto escéptico a tra
vés de la noción de probabilidad. Para Locke, recordemos, el escepti
cismo (al menos en su versión pirrónica, que, com o vimos antes, afirma
que no puede darse ningún conocimiento, ninguna diferencia entre la
afirmación y la negación) sólo puede conducim os a la desesperación
más absoluta. Por ello, según Locke, «sería una displicencia imperdo
nable, una pataleta infantil, despreciar las ventajas de nuestro conoci
miento, y dejar con ello de aproxim am os a los fines para los cuales
éste nos ha sido concedido por el solo hecho de que haya algunas co
sas que siempre quedan fuera de su alcance». En definitiva, si bien es
cierto que nunca podremos obtener una certeza absoluta, «la proba- 34
51
LA ILUSTRACIÓN Y SUS ENEMIGOS
52
LA IDENTIDAD HUMANA
38. Shaftesbury (A. A. Coopcr, 3er Earl of), Characteristics ofMen, Manners, Oprnions
and Times |i* ed., Londres, 17 11I, Bobbs-Merrill, Nueva York, 1964, vol. I, pp. 83-84.
39. Ver Richard Tuck, «The “ módem” theory o f natural law», en Anthony
l’agden, ed., The iMnguagcs o f Political Theory in Earty-Modem Europe, Cambridge
University Press, Cambridge, 1987, pp. 99 -119.
53
LA ILUSTRACIÓN Y SUS ENEMIGOS
54
LA IDENTIDAD HUMANA
42. De iure belli ac pacis, op.cit., 1, p.13. Este es el famoso etiamsi daremos. La
fórmula utilizada por Cirocio concuerda con el principio convencional de la esco
lástica según el cual la ley natural sería incluso verdadera si—per imponible— Dios no
existiera. También es cierto que Cirocio llega a afirmar que las leyes de Dios son
obligatorias, y que la ley natural, procediendo de las características esenciales
implantadas en el hombre, «puede ser atribuida a Dios, pues es El quien ha queri
do que esas características existan en nosotros» (p. 14). La diferencia esencial, por
supuesto, está en rechazar la idea de un completo aparato de preceptos innatos. De
este modo, Grocio fundamentaba la ley natural sobre la idea de la acción humana.
En este mismo texto, un poco más adelante, declara: «La ley natural es inmodifica-
ble, incluso en el sentido de que no puede ser modificada por Dios» (p. 40).
43. J. Habermas, Theorie m d Praxis. Sozialphilosopbische Studien, Suhkamp,
Krankfurt am Main, 1974, pp. 78-79. [Hay versión castellana en Editorial Tecnos,
Madrid, 1987].
44. D. Hume, Em/uires Coneeming the Human Understanding, op. cit., p. 298.
55
LA ILUSTRACIÓN Y SUS ENEMIGOS
45. D. Hume, Enquiñes Qmceming tbe Hteman Understanding and Concemmg tbe
Principies of Moráis, op. cit., pp. 298-299. Las opiniones que expresa Hume en esta
misma obra sobre el estoicismo no eran mucho mejores. En este caso, se trataría de «un
sistema algo más refinado de egoísmo», pero, en definitiva, de un sistema que «nos
apartaría de toda virtud y delicadeza en la convivencia social» (p. 40). Cfr. ibid., p. 101.
56
LA IDENTIDAD HUMANA
En los inhóspitos años de la primera mitad del siglo xvn esta radical
reducción de la categoría de «lo humano»— que con razón ha denun
ciado Haberm as— parecía la salida inevitable a la situación en la que
se encontraban la mayoría de los europeos. Conviene recordar que el
De ture praedae de G ro cio fue escrito entre 1604 y 160 5, y el De Cive
de H obbes— el libro que m ayor fama le proporcionó fuera de Ingla
terra— se publicó en París, en 1642, esto es, el mismo año en que co
menzó la guerra civil inglesa. En este contexto, considerar todo
«afecto» com o una forma de «egoísm o» parecía ofrecer una base ade
cuada para construir una concepción completamente «realista» de la
sociedad y de la política, ambas necesarias para evitar su propia des
trucción. Se trataba, sin em bargo, de creaciones de un mundo que de
sapareció (o esto fue lo que pensaron a menudo los propios implica
dos) con el T ratad o de W estfalia en 1648. D e esta forma se puso fin,
al menos de forma oficial, a la G uerra de los T rein ta Años. Además
este tratado, que fue el prim er auténtico tratado en un sentido mo
derno, detuvo todos los futuros conflictos religiosos haciendo que la
Iglesia dependiese del Estado. T am bién creó un orden europeo que
asumió los poderes para crear dos nuevos estados (las Provincias U n i
das y la Federación Suiza) y detuvo de una vez por todas la guerra en
tre España y Holanda que, com o quiera que se extendió desde el nor
te de Europa al M ar de la China, podría ser considerada com o el
primer conflicto mundial entre dos estados europeos. Finalmente, la
paz de W estfalia hizo que desapareciese la función del papado como
árbitro en las disputas internacionales. Por supuesto, ninguno de es
tos cambios tuvo lugar de forma inmediata; además, la guerra franco-
española todavía se prolongó por once largos años. Pero, sin duda, en
la primera década del siglo xvm , los cambios estaban lo suficiente
mente bien consolidados com o para afirm ar que la solución hobbe-
siana sólo parecía haber aportado «principios de gobierno de base es
clavista», com o dijo en 1 7 1 1 el entonces «E arl o f Shaftesbury», del
que como hemos prometido, volveremos a hablar con más detalle un
poco más adelante.
Después de W estfalia surgió una nueva generación que empezó a
cuestionar la supuestamente irrefutable explicación que la «filosofía
mecanicista» había dado sobre los orígenes de la sociabilidad huma-
57
LA ILUSTRACIÓN Y SUS ENEMIGOS
58
LA IDENTIDAD HUMANA
59
LA ILUSTRACIÓN Y SUS ENEMIGOS
L o que Pufendorf quiso hacer fue dotar al hombre civil del estatus de
una criatura moral natural. Así renunciaba en la práctica a la distin
ción entre el estado de naturaleza y la sociedad civil, abriendo al mis
m o tiempo el camino hacia un concepto universal de la humanidad
que sustituyera el rígido e inverosímil psicologicismo de sus predece
sores. L o crucial dentro del giro que iba a tomar el discurso sobre el
derecho natural en el siglo xvhi es que el hombre estaba inclinado por
naturaleza a la benevolencia para con sus congéneres, precisamente
porque reconoce en ellos un valor compartido. « E l hom bre», escribió
Pufendorf,
54. F. Hutcheson, Inaugural lecture on tbe social nature of man [1730J, en Two
Texis on Human Nature, ed. Thomas Mautner, Cambridge University Press,
Cambridge, 1993, p. 135.
55. Citado en S. Pufendorf, On tbe Duty ofMan and Citizen According to Natural
Law, ed. James Tully, Cambridge University Press, Cambridge, 19 91, pp. xxvii-
xxviii [El título de esta obra en latín es De officio bominis et civisjuxta legem natura-
lem libri dúo].
60
LA IDENTIDAD HUMANA
56. Ibid.
57. Véase la magnífica introducción de James Tully a la edición de S. Pufendorf,
On tbe Duty ofMan and Citizen Accordmg to Natural Law, op. cit., p. xxvii.
61
LA ILUSTRACIÓN Y SUS ENEMIGOS
62
LA IDENTIDAD HUMANA
Pero si consideras que es un pie, y no algo desconectado del resto del cuer
po, será necesario que algunas veces lo utilices para pisar el polvo y otras
para cam inar sobre los abrojos y otras deberás cortarlo por el bien del cuer
po entero: y, si llegado el caso se negara, entonces no sería un pie.60
59. Condorcet (J. A. N. De Caritat, Marqués de), Esqutsse d’un tabican bistoriqiie
desprogris de l'esprit hurnain, ed. Yvon Belaval, Librairie Philosophique J. Vrin, París,
1970, p. 74. |Hay edición castellana de A. Torres del Moral y Marcial Suárez en
Editora Nacional, Madrid, 1980].
60. Epictetus, The DiscoursesasreportedbyAirian, ed. W. A. Oldfather, 2 vols: The
Loeb Classical Library, Harvard University Press, Cambridge, Mass., 1925, Vol. 1, p.
245. [Hay edición castellana de Paloma Ortiz, en Editorial Credos, Madrid, 1993].
63
I.A ILUSTRACIÓN Y SUS ENEMIGOS
Los seres humanos, com o ocurre con los miembros de sus propios
cuerpos, estarían igualmente integrados con los otros miembros de su
misma especie. La oikeiosis es lo que da cuenta de esta unidad esencial.
Esta doctrina de la oikeiosis— central para la filosofía estoica— es pre
sentada muy frecuentemente com o «el reconocimiento y la apropia
ción de algo que nos pertenece», o de forma todavía más simple como
un «sentimiento de compañerismo». (Conviene recordar que la raíz
está en la palabra oikos, que es la casa familiar en tanto que cuerpo de
personas que tienen una misma pertenencia.) En la mayoría de las teo
rías estoicas esto comienza— como ocurre sobre todo en las explica
ciones estoicas sobre los orígenes de la humanidad— inmediatamente
después del nacimiento, con el am or de los padres hacia los hijos. El
am or de los [ladres hacia sus hijos o hijas es un amor hacia algo que les
«pertenece» pero que, al mismo tiempo, es una parte viva e indepen
diente de sí mismos. Ahora bien, no sólo amamos a nuestros hijos por
nuestro propio bien, o porque se trate de nuestra única garantía de
continuidad, la única garantía de continuidad de nuestra herencia ge
nética que diríamos hoy, sino que los amamos porque uno se identifi
ca con ellos, y la identificación significa aquí antes que nada una dis
posición básica a adoptar el punto de vista del otro. En el siglo xvm a
esto se le llamó «simpatía»; algo que hoy quizá llamaríamos «em pa
tia». Simpatizar o, si se prefiere, empatizar con los propios descen
dientes es— con todo— sólo el prim er paso dentro de un proceso mu
cho más amplio de identificación: un proceso que alcanza a toda la
especie humana. «A partir de aquí», escribió Cicerón al tratar del
am or parental, «se origina también una forma de interés compartido
(commendatio) por todo el género humano, de modo que una vez pro
bada la condición humana, se asume que ningún ser humano es ajeno
a otro».6' D e aquí se sigue también que todos los hombres tienen una
natural disposición altruista. T od os los hombres muestran un amor na
tural hacia sí mismos y una inclinación natural a la asociación con los
otros (una disposición natural para am ar a los demás). Para los estoi- 6 1
64
LA IDENTIDAD HUMANA
62. Cicerón (Marco Tulio), De Officiis, III, 28. [Hay edición castellana de J.
Guillen en Editorial Tecnos, Madrid, 1989]. Ver Malcolm Schofield, «Two Stoic
approaches to justice», en Adrén Laks y Malcolm Schofield eds., Justice and
Generosity, Cambridge University Press, Cambridge, 1995, pp. 191-212.
65
LA ILUSTRACIÓN Y SUS ENEMIGOS
66
LA IDENTIDAD HUMANA
más ayudó a poner esto en claro fue Anthony Ashley C ooper, el ter
cer Earl o f Shaftesbury. H o y en día no es un autor m uy leído. Pero en
su inomento, tuvo una considerable influencia tanto en Francia como
en Alemania. Diderot, por ejemplo, comenzó su carrera como traduc
tor de la Investigación sobre la virtud y el mérito; Hutcheson también co
menzó la suya con una defensa de Shaftesbury frente a Mandeville. La
teoría estética de Shaftesbury sobre el «desinterés» tuvo un profundo
impacto en K an ty, más tarde, en Schopenhauer.65 Hume le sitúa— jun
to a Locke, Mandeville y Hutcheson— en la lista de esos «filósofos in
gleses que han renovado la ciencia del hombre».66 E s también muy ha
bitual tratar a Shaftesbury y Hutcheson como herederos de los
Platónicos de Cambridge (Benjamín W hichcote, Ralph Cudworth y
1Ienry More), como creadores de una teoría de la moralidad que esta
ría al margen de la historia del triunfo de la razón. Esta sería una tradi
ción que desaparece con Hum e. Pero lo mismo Hume que Diderot,
Smith que Rousseau, todos compartían una misma visión de la identi
dad humana, y todos tenía una visión similar, estructuralmente hablan
do, de los orígenes y las fuentes de la humana sociabilidad. AJasdair
Maclntyre ha reconocido esto último, aunque lo ha puesto al servicio
— como es muy propio de él— de otra historia de un fracaso, haciendo
de «la apelación kantiana a la razón [...] la heredera y sucesora históri
ca de la apelación de Diderot y Hum e al deseo y las pasiones».67
C om o la mayoría de los miembros de su generación (Shaftesbury
nació en 1 6 7 1 y murió en 1 7 1 3 ) fue muy hostil a la imagen hobbesia-
na del hombre com o ser calculador y egoísta. C o n todo, el citado
hobbesianismo no era lo que en verdad le inquietaba. T a l y com o dejó
67
LA ILUSTRACIÓN Y SUS ENEMIGOS
68. Shaftesbury (A. A. Cooper, 3er Earl of), Life, Unpublished Letters, and
Philosophical Regimen ofAnthony, Earl of Shaftesbury, op. cit., p. 403. Ver, igualmente,
los comentarios que sobre este pasaje hace Charles Taylor en Sources o f the Self,
op. cit., pp. 253-255.
69. Shaftesbury (A. A. Cooper, 3er Earl of), Advice to an Author, citado por Ch.
Taylor en Sources of the Self, op. cit., p. 253.
68
LA IDENTIDAD HUMANA
Kn una criatura capaz de form ar nociones generales de las cosas, no son sólo
los objetos exteriores que se ofrecen a los sentidos los que form an los obje
tos de la afección, sino que también llegan a ser objetos las acciones y afec
tos mismos de la piedad, la cortesía y la gratitud que, al igual que sus con
trarias, aparecen en la mente a través de la reflexión.7'
69
LA ILUSTRACIÓN Y SUS ENEMIGOS
to en que los objetos sensibles actúan sobre sus sentidos (...], reci
biendo en sus M entes las Imágenes y Representaciones de la Justicia,
la Generosidad, la Gratitud y las otras Virtudes, el hombre deberá
sentir Sim patía por éstas o Disgusto por sus contrarias». Puede que no
exista una «Afabilidad o Deform idad real en los Actos m orales», pero,
en todo caso, siempre habrá «una fuerte afabilidad o deformidad ima
ginaria». Y ese imaginario debe tener sus orígenes en la naturaleza.
Las propiedades morales se convierten en objetos que contemplamos
de un modo muy similar a los objetos del mundo externo.
no sólo los seres externos que se ofrecen al sentido son objetos de la afec
ción, sino que las mismas acciones y afecciones de piedad, bondad, gratitud,
72. Shaftesbury (A. A. C'opper, 3er Earl of), An Inqutry conceming Valué or
Merit, op. cit., p. 173.
73. Véase J . R. Schneewind, The Invention of Autonomy. A History o f Modem
Moral Philosophy, Cambridge University Press, Cambridge, 1998, pp. 300-309.
70
LA IDENTIDAD HUMANA
al igual que sus contrarías, una vez que aparecen reflexivam ente en la mente
se convierten en objetos. A sí que, por m edio de este sentido reflexivo, apa
rece otro tipo de afección hacia esas mismas afecciones que han sido senti
das y transformadas en materia de un nuevo gusto o disgusto.74
74. Ver Ch. Taylor, «Self-Interpreung Animáis», en Pbilosopby and tbe Human
Sáencts. Philosopbical Papen /, Cambridge University Press, Cambridge, 1985, p. 46.
75. A. Srnith, Theory of Moral Smtíments, op. ctt., I, I, 1.2, p. 9.
71
LA ILUSTRACIÓN Y SUS ENEMIGOS
ser el más firme detractor de las virtudes humanas, se vio forzado a re
conocer. La explicación dada por Rousseau con respecto a la em er
gencia del hombre a partir del estado de naturaleza, com o muchos
han advertido (incluyendo a Kant), tiene mucho en común con la de
Hobbes. C om o otros escritores de su siglo, Rousseau pudo darse
cuenta de que H obbes había visto «m uy claramente el defecto de to
das las definiciones modernas de derecho natural». Y , también como
la mayoría de ellos, creía que «las conclusiones que deriva de sus pro
pias definiciones demuestran que lo entiende en un sentido que no es
menos falso». Pues las aptitudes naturales del hombre primitivo de
Rousseau incluyen no sólo la repugnancia al dolor y la capacidad
de razonamiento colectivo, sino también esa aptitud especial para el
«sufrim iento imaginario». (Rousseau incluso llegará a decir que esto
es lo que los seres humanos comparten con otros grandes mamíferos).
« N o concluyamos con H obbes», escribió, «que, puesto que el hom
bre no tiene idea de la bondad (bonte), es un ser malvado por natura
leza, que es vicioso porque no conoce la virtud». Pues incluso M an-
deville, «el mayor detractor de las virtudes humanas, se vio obligado
a reconocer» que también sentía una «repugnancia innata en ver a su
propio género sufrir». Pero M andeville no había conseguido dar el
paso siguiente, que según Rousseau era el paso más obvio, a saber:
que de este sencillo atributo fluyen todas las virtudes sociales que quiere
negarle a los hom bres. D e hecho, ¿qué son la generosidad, la clem encia y
la humanidad si no la piedad para el débil, el culpable o para la especie en
general? Hasta la benevolencia y la am istad, bien entendidas, son produc
to de una piedad constante fijada sobre un objeto particular: pues ¿qué otra
cosa puede ser el desear que alguien no sufra más que el desear que sea fe
liz?.76
72
LA IDENTIDAD HUMANA
73
LA ILUSTRACIÓN V SUS ENEMIGOS
del «sentim iento» que nos mueve al contemplar un objeto bello. Este
sentimiento vierte la moral en el lenguaje de la estética. Sin duda,
Shaftesbury no fue el prim ero en realizar este movimiento. Sabemos
que fue un platónico y que estaba m uy influido por los platónicos de
Cam bridge, de forma especial por Ralph Cudw orth y H enry M ore;
también sabemos que su concepción de la verdad, en particular su
concepción de la verdad moral com o forma de belleza, estaba en co
nexión con la concepción platónica de una armonía entre todas las es
feras de la actividad humana— el tipo de armonía reforzada por los ro
mánticos y que encuentra su expresión más característica en los
famosos versos de Jo h n Keats:
80. J . Keats, Ode on a Grecian Um / Oda sobre una urna griega, mayo de 1819.
8 1. D. Diderot, Essai sur le ntérite et la vertu, (1745), en Oeuvres completes, ed.
Jules Assevat y Maurice Tourneaux, 20 vols., París, 1875-7, v°l- h P- 26.
74
LA IDENTIDAD HUMANA
82. A. Smith, Theory of Moral Sentiments, op. cit., II, ii, 3 .4 , p. 86.
83. Shaftesbury (A. A. Copper, 3er Earl of), An Inquiry conceming Virtue or
Merit, op. cit., p. 165.
75
LA ILUSTRACIÓN Y SUS ENEMIGOS
84. Shaftesbury (A. A. Copper, 3er EarI of). <4 Setter conceming Enthusiasm en
Characteristics of Men, Manners, Opinions, Times ed. Lawrence E. Klein, Cambridge
University Press, Cambridge, 1999.
85. Ch. Taylor, Sources oftbe Self, op. dt.< p. 345.
76
LA IDENTIDAD HUMANA
86. A. Maclntyre, After Virtue. A Study iti Moral Theory, op. cit., p. 1 70.
77 I
DOS
E L C O S M O P O L IT IS M O IL U S T R A D O
Ahora quiero conectar lo que he estado discutiendo hasta aquí con las •
condiciones en que viven todas las personas, tanto ilustradas como no
ilustradas. Dicho en pocas palabras, lo que deseo averiguar es si po
demos llevar el argumento hasta el lugar que, según Kant, le corres
pondería: hasta el espacio de la política y de la cultura; pues como el
propio Kant insistió, aunque la Ilustración sea una condición de futu
ro que depende para su realización de la voluntad humana, esta vo
luntad sólo puede operar (y esto es algo que también él dejó bien cla
ro) dentro de las condiciones impuestas por la propia sociedad.
Los escritores del siglo xvm rechazaron la concepción aristotéli
ca de la sociabilidad con la misma energía con que se opusieron a la
concepción hobbesiana. Porque reintroducir a Aristóteles en el si
glo x v iii — como desearía hacerlo ahora M aclntyre— significaba enre
darse, una vez más, en el innatism o escolástico y en otra definición
teleológica de «lo humano». P o r el contrario, la idea de «común hu
manidad» que se basa en el reconocimiento del valor, el sentido y los
sentimientos implícitos y en una nodón moral algo más amplia, como
la de oikeiosis, por ejemplo, parecía proporcionar una alternativa mu
cho más adecuada para devolver al hombre su bondad innata.
Además, estos escritores tenían otra cosa a su favor. E l hombre
aristotélico había sido creado para vivir en la polis, sin duda, pero esto
es algo que difícilmente podía servir para diferenciarle de las abejas o
de las hormigas. L o que distinguía al hombre de estas otras criaturas
sociales era el tipo de politeia que formaba: una sociedad ideada para
alcanzar el bien últim o, una sociedad fuera de cuyos límites sólo las
bestias y los héroes podían vivir. Bestias, héroes y, en definitiva— se
gún la lectura de La Política que hacían los primeros modernos— , bár
baros. Aristóteles había sido criticado por su apego a la conocida dis-
79
LA ILUSTRACIÓN Y SUS ENEMIGOS
1. I. Kant, Metapbysik der Sitien Vigilantius, Bermerkungen aus dem Vortrage des
Herren Kant vber Metapbysic der Sitten, Angefangen den 14 Okt. 93/94 [notas sobre las
lecciones de Kant por Vigilantius], en Kents Gesammelte Scbrifien, ed. Georg
Reimer, Walter de Gruyter, Berlín, 19 10 , vol. 27, 1975 (pp. 475-732), p. 674.
2. A. Smith, Theory of Moral Senthnents, op. cit., p. 86.
80
EL COSMOPOLITISMO ILUSTRADO
81
LA ILUSTRACIÓN Y SUS ENEMIGOS
82
EL COSMOPOLITISMO ILUSTRADO
perdiendo de Sociedad en Sociedad casi toda la fuerza que tenía en las rela
ciones de hom bre a hom bre, ya no habita más que en un puñado de grandes
Almas Cosm opolitas que cruzan las barreras im aginarias que separan a los
Pueblos y que, a ejem plo del S er soberano que las ha creado son capaces de
abrazar a todo el género hum ano en su benevolencia.6
83
LA ILUSTRACIÓN Y SUS ENEMIGOS
84
EL COSMOPOLITISMO ILUSTRADO
para los alemanes, se reveló a la postre com o una frase algo más pro-
fética que perceptiva. Recientemente, V ico ha sido rescatado por G a -
dainer y M aclntyre com o el filósofo que proporcionó a la Ilustración
aquello que supuestamente más necesitaba: el reconocimiento de que
«los temas de la filosofía moral»— en palabras de M aclntyre— «han
de hallarse encarnados en las vidas históricas de los grupos sociales en
particular».89 T am bién Habermas— el teórico contemporáneo que
más se ha significado en la defensa de un cierto tipo de Ilustración
frente a los críticos postmodernos y tradicionalistas— ha visto en V ico
al campeón de esas «complejas interrelaciones de la vida humana»,
una riqueza capaz de enfrentarse al árido y, en última instancia, im
potente cientificismo de H obbes y sus herederos.y Si hay algo que no
puede ponerse en duda es que V ico (sin duda un autor muy citado
pero algo menos leído) se ha convertido últimamente en una de las fi
guras centrales del debate contemporáneo en torno al legado e iden
tidad de la Ilustración. L o que sí se puede cuestionar— al menos eso
pienso yo— es que sea cierta la tesis, también ampliamente aceptada,
de que V ico fue un «anti-m odem o», expresión que utiliza M ark L i
lla, posiblemente el más avezado de sus comentaristas actuales en len
gua inglesa.10
Que V ico no se tenía a sí mismo por un reaccionario, sino que des
de muy pronto (Vico murió en 1 744) se vio com o un pionero de otro
tipo de Ilustración, es algo que puede com probarse desde la misma
portada de su O bra M agna. La Ciencia N ueva está dedicada a los «aca
démicos de Europa que en esta edad ilustrada han sometido a los filó
sofos más respetados al escrutinio de la razón». M ás aún, el título
completo de la obra— Principi d i una scienza mnrva intomo alia natura
delle nazioni per la quale si ritruovano i princii d i altro sistema del diritto
naturale delle genti—se hace eco tanto de la M agna Instauratio de Ba-
con como de los Principia de N ew ton, y en su Autobiografía señala a
Bacon, junto a Platón, T ácito y G rocio, com o a sus fuentes principa
85
LA ILUSTRACIÓN Y SUS ENEMIGOS
11 . G-B. Vico, Vita di Giambattista Vico, en Opere di Giambattista Vico, ed. Fausto
Nicolini, Ricciardi, Milán, 1953, vol. 5, pp. 38-39 [Hay edición castellana de este
texto autobiográfico por Moisés González yjosep Martínez en Editorial Siglo XXI,
Madrid, 1998].
12. Ver Mark Lilla, G.B. Vico, op. cit., pp. 62-63.
13. G-B. Vico, Scienza nuova, en Opere, ed. F. Nicolini, op. cit., P. 347 .1 odas las
referencias a la Ciencia nueva se hacen por la numeración de parágrafos stándar [Hay
edición castellana de Rodo de la Villa en Editorial Tecnos, Madrid, 199$].
86
EL COSMOPOLITISMO ILUSTRADO
14. G-B. Vico, Ildiritto untversale, en Opere, ed. F. Nicolini, op. cit., 2(1), p.128.
Objeciones similares a la naturaleza «filosófica» de la explicación de Grocio sobre
la ley natural pueden encontrarse diseminadas a lo largo de la Ciencia nueva. Véase,
Scienza nueva, §§ 329, 313, 394, 972 y 974.
15. G -B. Vico, Scienza nueva, §1 3 1. Cfr., los comentarios que aparecen en la
Autobiografía sobre la ética griega: «la scienza del giusto che insegnano i morali filo-
sofi, ella procede da poche verita eterne, dettate in metafísica da una giustizia idéa
le», Vita di Giambattista Vico, op. cit., p. 1 1 .
16. Scienza nueva, § 127. 17. Scienza nuova, § 394.
87
LA ILUSTRACIÓN Y SUS ENEMIGOS
88
EL COSMOPOLITISMO ILUSTRADO
tón y después Jám bico, sostienen que se habló una vez sobre la tie
rra» ." La narrativa de Vico sobre los orígenes de la sociedad humana
trataba de restablecer lo que G rocio, Hobbes y Locke habían hecho
desaparecer, es decir, las primeras narrativas clásicas sobre los oríge
nes humanos, narrativas que definen la sociabilidad en términos de la
persuasión por el lenguaje, no en términos de la voluntad de los agen
tes. Esto es lo que K arl-O tto Apel ha llamado una «ideología retóri
ca», una tradición humanista cuyos orígenes pueden encontrarse en
Horacio y también en la explicación sobre los orígenes de la sociedad
que nos ofrece Cicerón en su De lnventione.n Pero el hombre prim i
tivo no sólo era un poeta sino también un jurista. Dicho de otro
modo: la poesía que tuvo por objeto sacar a los hombres del estado de
naturaleza— haciendo de ellos seres sociales y civiles— fue el lenguaje
de la ley. L o s Himnos órficos, las Odas homéricas y las Doce T ablas de
la L ey Romana formarían la primera expresión colectiva de esa socia
bilidad humana. « L a antigua L ey Rom ana— escribió— era un poema
solemne, y la jurisprudencia antigua un tipo de poesía form al».14 La
historia hipotética de la humanidad de V ico es, por tanto, una histo
ria escrita en términos de la evolución de una narrativa jurídica. Se
gún esto, fueron los romanos— no sólo por haber inventado el dere
cho europeo sino también por haberlo convertido en la base de toda
su cultura— quienes proporcionan el «tipo ideal» a partir del cual se
fue modelando eso que V ico dio en llamar «la historia eterna ideal»
de la humanidad. (Tam bién para Kant serían los griegos quienes ha
brían proporcionado el hilo (Leitfaden) que guiará al lector de esta
misma historia a través de lo que, de otro modo, no sería más que el
agregado sin orden ni concierto de las acciones humanas).152*5
89
LA ILUSTRACIÓN Y SUS ENEMIGOS
zó. Ver, con respecto a las similitudes en las posiciones sobre el lenguaje en
Vico por un lado y Cumberland y Condillac por el otro, Antoni Verri, Presenza di
Vico. Confrmti e paralleli, Miella, Lecce, 1986, pp. 135-18 6 y Luigi Rosiello,
Lingüistica humanista II Mulino, Bologna.iyóy.
27. Condillac (Édenne Bonnot de), Cotas d'etudes pota Pinstructim du Prince de
Panne, en Oeuvres philosophiques de Condillac, ed, George Le Roy, 3 vols., Presses
Universitaires de France, París, 19 47-19 51, vol. 1, pp. 402-404.
28. S. Cavell, Must We Mean What We Soy? A Book o f Essays, Cambridge
University Press, Cambridge, 1976, p. xix.
90
EL COSMOPOLITISMO ILUSTRADO
fue ordenada por la costum bre (que según D ión [Crisóstom o] dispone las
cosas com o un rey que gobierna por medio del placer) y no por la ley (que
también según D ión gobierna com o un tirano por medio de la fuerza); ya
que este derecho ha nacido junto con esas costum bres que em ergen de la na
turaleza común de las naciones y es este derecho el que preserva la sociedad
humana; no habiendo cosa más natural (pues nada hay más placentero) que
la defensa de las costum bres naturales. P o r todo ello, la naturaleza humana
de la cual han surgido estas costum bres, es una naturaleza sociable.3*
92
EL COSMOPOLITISMO ILUSTRADO
quien por primera vez señaló la importancia del hecho innegable, que ya se
hace tedioso reiterar, de que al menos los temas de la filosofía moral (los con
ceptos valorativos y normativos, las máximas, los argumentos y los juicios so
bre la filosofía m oral investigada) no pueden encontrarse sino encam ados en
la realidad histórica de unos grupos sociales concretos y, por tanto, dotados de
características distintivas de la existencia histórica: identidad y cam bio a través
del tiempo, expresión tanto en la práctica institucional com o en el discurso,
interacción e interrelación con gran variedad de formas de actividad.56
Esto último, siendo cierto en términos generales, todavía deja sin ex
plicar un elemento crucial dentro de la estrategia que emplea V ico. Y 34
56
93
LA ILUSTRACIÓN Y SUS ENEMIGOS
37. Ver Shaftesbury (A. A. Cooper, 3er Earl of), Sensus Cmnnunis, an Essay on the
Freedom oflVit and Humour ¡n a Letter to a Friend, en Cbaracteristics ofMen, Manners,
Opinionsand Times, ed. L. E. Klein, Cambridge University Press, Cambridge, 1999,
pp. 29-69.
94
EL COSMOPOLITISMO ILUSTRADO
38. H-G. Gadamer, Wubrbeit und Metbode, op. cit., p.19. Gadamer señala tam
bién que el uso que Vico hace del término comparte con los juristas romanos «una
carácter crítico contra las especulaciones teóricas de los filósofos».
39. Onora O ’Neill, Constructions of Rcason. Exploratiom in Kant's Practical
Philosophy, Cambridge University Press, Cambridge, 1990, p. 25.
40. G-B. Vico, Scienza nuova, § 142.
95
LA ILUSTRACIÓN Y SUS ENEMIGOS
El siguiente paso que voy a dar nos conducirá de V ico a Kant. Puede
■ que este parezca también un paso enorme y, hasta cierto punto, poco
verosímil. Es un lugar común situar a V ico del lado romántico en la
confrontación Romanticismo/Ilustración, es decir, verle junto a J o -
hann Gottfried von H erder, a quien me referiré después, com o a un
precursor de Hegel. H e tratado de argumentar, sin embargo, que
aunque existe algo de cierto en esta percepción común, también es
verdad que en el historicismo de V ico (aunque lo mismo podríamos
decir de H egel) se concede tanta o más importancia a una naturaleza
humana universal (a un código universal inscrito en la ley y la cos
tumbre) que permitiría a todos los pueblos entrar en comunicación
mutua. Esta era la primera condición de cualquier cosmópolis futura.
Y aunque K ant no supo nada de V ico y, de haberlo sabido, probable
mente le hubiera situado con G oethe en la misma línea que Hamann,
coincidía con él en que el prim er paso hacia el ius cosmopoliticum era la
compresión de lo humano y de la capacidad de todos los pueblos del
mundo para «entablar una comunicación mutua». Además, ocurre 4 1
41. Shaftesbury (A. A. Cooper, 3er EarI of), A Letter Conceming Enthusiasm, en
Characteristics of Men, Manners, Opinions and Times, Bobbs-Merrill, Nueva York,
1964, p. 279.
96
EL COSMOPOLITISMO ILUSTRADO
que ambos escritores eligieron para form ular sus argumentos un len
guaje que derivaba del Derecho romano. Kant, a diferencia de V ico,
no era un jurista; pero, como Vico— y com o algunos de sus comenta
ristas contemporáneos más perceptivos, com o es el caso de G ada-
mer— apreció en el lenguaje del Derecho romano la cosa más pareci
da a un lenguaje común que podía aportar la cultura occidental. Kant
también insistió en que cualquier futuro Estado cosmopolita sería una
cuestión de derecho. Aún así, para dar este paso del modo más vero
símil posible necesitamos volver a repasar brevemente los cambios in
mensamente significativos que se produjeron después de Pufendorf
en la concepción grociana de la ley natural.
Pufendorf—como hemos visto en el ensayo anterior— había sos
tenido que las naciones, una vez creadas, adquirían sus propias carac
terísticas morales; porque los lazos que nos unen como personas en la
naturaleza serían igualmente efectivos al agruparnos en comunidades.
Esto mismo argumenta— quizá con m ayor énfasis todavía— Christian
W olff, cuyo tratado de 1 749, E l derecho de las naciones expuesto de modo
científico, fue en cierto modo un desarrollo del proyecto iniciado por
Pufendorf.
Para W o lff sería absurdo suponer que la creación de «sociedades
particulares» podría haber llegado a suprim ir esa otra «gran socie
dad» (o civitas maxima) «que la naturaleza estableció entre los hom
bres».
Al igual que en el cuerpo hum ano, los órganos individuales no dejan de ser
órganos del cuerpo hum ano en su conjunto por el hecho de que algunos de
estos puedan constituir, al juntarse, un órgano m ayor; del m ism o m odo, los
hombres com o individuos no dejan de ser m iem bros de esa gran sociedad
constituida a partir de toda la raza humana por el hecho de que algunos de
estos individuos hallan form ado juntos una sociedad en particular.4'
97
LA ILUSTRACIÓN Y SUS ENEMIGOS
Si así fuera, parece seguirse lo siguiente: que del mismo modo que las
comunidades individuales pueden transformarse en Estados, la huma
nidad en su conjunto debería también reconstituirse en algo que se pa
rezca a un Estado. Esto es lo que W o lff llamó « E l Estado Suprem o»,
su famosa crvitas maxima, cuyo cometido es capacitar a todas las nacio
nes del mundo para «la asistencia mutua que está encaminada a la me
jora de su propia condición [como civitas maximaJ, esto es, a la promo
ción del bien común a través de la combinación de sus fuerzas».
L a civitas maxima de W o lff era una «ficción», en el sentido legal
del término; se trataba de lo que K ant llam ó una construcción de la
razón, en referencia a su propia historia de un presunto com ienzo de
la humanidad, esto es, de un recurso que nos permite m ostrar qué es
lo que debe haber ocurrido. Para construir un corolario político en
tiempo y espacio real, era preciso contar con la intervención humana,
y, com o el propio W o lff reconoce, esta posibilidad todavía no existía.
Pero lo que esta ficción servía para enfatizar era aquello que el diplo-
43. Ibid.y p. 9.
44. Ibid.y p. II.
98
EL COSMOPOLITISMO ILUSTRADO
45. E. de Vattel, Le Dnttdegens, et les devoirs des citoyens, mi principe de la loi natu-
relle, 2 vols., Nimes, 1793, vol. I, pp. 149-50.
99
LA il u s t r a c ió n y s u s e n e m ig o s
100
EL COSMOPOLITISMO ILUSTRADO
del tipo que Leibniz y otros ambicionaban crear, sino más bien de la
existencia de un conjunto de fórmulas imprescindibles para expresar
las supuestas capacidades humanas para el reconocim iento. Vattel
pensaba que estas fórmulas se condensaban en lo que para los hom
bres del siglo xviii iba a convertirse en modelo principal de todas las
relaciones internacionales con carácter pacífico: el com ercio. Desde
luego, con esto último Vattel quería decir algo más que el simple in
tercambio de bienes; en realidad apuntaba a toda una nueva esfera de
la interacción humana. E l com ercio— según la famosa expresión
de Montesquieu— era el antídoto de los hombres contra el prejuicio.
Más aún, el com ercio les hacía amables (doux). Pero esto sólo era po
sible ai tratarse de un medio de intercambio entre naciones; algo que
no debería confundirse con el mero trato comercial entre individuos,
incitado generalmente por la codicia y huérfano de las propiedades ci-
vilizatorias del com ercio internacional.
La noción de Montesquieu, aunque generalmente aceptada en el
siglo xviii, procedía sin em bargo de una discusión mucho más antigua
en torno a la relación entre el com ercio entendido com o intercambio
de bienes y el com ercio com o medio para la socialización de los pue
blos y la creación de relaciones entre las distintas naciones. Ya en el
siglo i Filón de Alejandría había identificado el com ercio com o una
forma de intercambio basada en algo más que el deseo popular de in
crementar y diversificar las comodidades. E l com ercio era también
expresión de un «natural deseo de establecer y mantener una relación
social». Cualquier acción que interfiriera en este proceso debería ser
considerada com o una ofensa contra la humanidad. «Si destruyes el
com ercio», añadirá el historiador Lucius Annaeus Florus en la misma
época, «rom pes la alianza que mantiene unida a la raza humana». A
nadie extrañe, pues, que el decreto ateniense prohibiendo a los habi
tantes de M égara el com ercio en cualquier parte del Im perio Ate
niense condujese a la G uerra del Peloponeso, o que Agamenón se en
frentase al rey de M ícale por pretender éste limitar el paso por las
carreteras que atravesaban su reino. El humanista italiano Andrea A l-
ciati llegó a decir que la razón principal de las cruzadas había sido que
los «sarracenos» negaron el acceso a T ierra Santa a los cristianos.
U n o de los precedentes más notables de este discurso del «dulce IO
IO I
LA ILUSTRACIÓN Y SUS ENEMIGOS
cuando las cosas eran tenidas en común, a todos estaba permitido visitar y
viajar por cualquier [parte de la] tierra. Este derecho no quedó anulado
por la división de la propiedad {divisio rerum); pues nunca fue intención de
102
EL COSMOPOLITISMO ILUSTRADO
las gentes impedir el libre contacto entre los hombres debido a tal divi-
• * <o
sion.5
50. Vitoria (Francisco de), De Indis, q. j , art. 1., op. cit., p. 278.
5 1. Virgilio (Publio), Eneida, ed. R. Bonifaz Ñuño, Universidad Nacional de
México, México, 1972, vol. I, p. 16.
52. Véase, A. Brett, Liberty, Rigbt and Nature, Cambridge University Press,
Cambridge, 1997, pp. 205-206.
103
LA ILUSTRACIÓN Y SUS ENEMIGOS
53. Th. Hobbes, Leviatbaii, lib. I, cap. 18, op. cit., p. 127.
54. Una discusión más detallada de esto puede hallarse en mi trabajo, «El ideal
cosmopolita, la aristocracia y el triste sino del universalismo europeo», en Revista
Internacional de Filosofía Política (Madrid), n° 15, julio 2000, pp. 2 1-4 1.
104
EL COSMOPOLITISMO ILUSTRADO
Las naciones del mundo comunicarán sus bienes y sus ideas (/umieres). Una
paz profunda reinará sobre la tierra y la enriquecerá con sus preciados fru
tos. Las ciencias, las artes y la industria se ocuparán tanto de nuestro bienes
tar (bonbeur) como de nuestras necesidades. El recurso a la violencia desapa
recerá como medio para la resolución de las disputas que puedan surgir.
Todas estas disputas se resolverán con moderación, justicia e igualdad. El
mundo se parecerá a una gran república. Los hombres vivirán en todas par
tes como hermanos, y cada uno será un ciudadano del universo.55
De mom ento, todo esto era una ilusión que— él mismo lo recono
ce— las pasiones y los intereses de los hombres amenazaban con frus
trar. Europa es lo más parecido a esta ilusión que el mundo realmen
te existente ha llegado a estar, una Europa que se describe de forma
bastante optimista com o el resultado com binado del arte de la diplo
macia y la moderna ciencia del Estado. Este combinado ha dado luz
a «un tipo de república formada por m iem bros independientes pero
unidos por intereses com unes».56 E ste sigue siendo el m odelo para el
verdadero orden cosm opolita que un día llegará: «cuando la voz de la
naturaleza alcance a todos los pueblos civilizados del mundo, entonces
se comprenderá que todos los hombres son hermanos; y cuando se
105
LA ILUSTRACIÓN Y SUS ENEMIGOS
106
EL COSMOPOLITISMO ILUSTRADO
este derecho se deriva del derecho inicial que todos los humanos tie
nen en común con los demás hombres en tanto que miembros de la
misma especie. Sin em bargo, tal y com o aparece recogido en la M eta
física de las costumbres, de 17 9 7 , la última de las grandes obras de Kant:
Y continúa diciendo:
Este derecho— prosigue Kant— que «se refiere a una posible unión de
todas las naciones con la mirada puesta en ciertas leyes universales
para una posible relación comercial, puede ser llamado un Derecho
Cosm opolita (ius cosmopoliticum).596
0E s obvio que Kant todavía confía
plenamente en la noción estoica de un reconocim iento universal de
los otros (derivada en este caso del De O jfíáis de Cicerón) com o el
m ejor fundamento de la sociabilidad.00 Las sociedades no pueden flo
recer en el aislamiento y, menos aún, en el enfrentamiento mutuo.
Fue precisamente la tendencia de los griegos a aislarse del resto de la
humanidad, tratando de forma despectiva a los otros pueblos como
107
LA ILUSTRACIÓN Y SUS ENEMIGOS
hace posible [a los extranjeros] entablar relaciones con los nativos; «le este
modo los continentes más distantes pueden entablar relaciones mutuas y pa
cíficas que, finalmente, serán reguladas por el derecho público, acercando
así cada vez niás a la raza humana hasta llegar a una existencia cosmopolita.
Este derecho nada tiene que ver con «la conducta inhóspita de los E s
tados civilizados de nuestro continente, en especial de los Estados co
merciales, [en lo tocante a] la gran injusticia que demuestran en sus
visitas a otros países y pueblos (que en este caso más se parece a la con
quista)».6162
Para Kant, el ius cosmopoliticum atañe a todo el mundo en virtud de
la misma autonomía humana; en otras palabras, se trataría del impe
rativo categórico aplicado en este caso a las relaciones entre los pue
blos. U na vez que los «continentes más alejados» entran en contacto
mutuo se alcanza un nuevo estado de cosas: «los pueblos de la tierra
entran, en distinto grado, dentro de una comunidad universal, y esta
comunidad se desarrolla hasta el punto de que una violación del dere
61. Kant, op. cit., p. 674. Metapbysik der Sitien Vigilantius, Bermerkungen mis dem
Vortrage des Herren Kant uber Metapbysic der Sitien, Angefangen den 14 Okt. 93/94-
62. I. Kant, Perpetual Peace, a Pbilosopbical Sketch, en Political IVritings, op. cit.,
pp. 106-107; y cfr., Die Metapbysik der Sitien, op. cit., pp. 352-353.
108
EL COSMOPOLITISMO ILUSTRADO
cho en alguna parte del inundo se deja sentir en todas las demás».6* El
«reconocim iento mutuo» (que ha caracterizado el proceso de ilustra
ción entre los primeros hombres) se podría extender ahora a las rela
ciones entre unidades nacionales al completo.
A diferencia de sus predecesores, Kant reconoció que no es posi
ble un orden cosmopolita a menos que se trate igualmente de la ex
presión de una forma política universal. Si la humanidad ha de com u
nicarse con sus semejantes para obtener ese reconocim iento mutuo
que forma la base de su autonomía moral, de ello se sigue que esta for
ma sólo puede ser una república. K ant no compartía el sentimentalis
mo del siglo xviii sobre el republicanismo. A diferencia de Rousseau,
rechazó las repúblicas del mundo antiguo, porque para K ant la carac
terística determinante de una verdadera república no era— como lo
había sido en la antigua Roma y todavía lo era para Rousseau— la no
ción de virtud sino la de representación. «Sólo este sistema hace po
sible la existencia de un Estado republicano, ya que en su defecto sur
girá la violencia y el despotismo con independencia del tipo de
constitución que se aplique». Aún así, no deberíamos asumir sin
más— com o lo hacen hoy con excesiva facilidad muchos teóricos de
las relaciones internacionales— que Kant entiende por «representa
ción» lo mismo que entendemos en las modernas sociedades dem o
cráticas. El concepto de una plena autonomía política no era un con
cepto fácil de im aginaren el K ón igsbergd el siglo xvm . Según Kant,
los hombres, nunca las mujeres (Kant no tenía una opinión muy po
sitiva de Jas mujeres que digamos), estarían «representados» a través
de una autoridad de algún modo establecida y sobre cuya identidad
sólo dispondrían de un control mínimo. Sin embargo, a pesar del
muy limitado derecho de representación disponible para el «despo
tismo ilustrado» de la Europa pre-revolucionaria (o incluso después
de la Asamblea N acional Revolucionaria), este concepto constituye
el pleno desarrollo político del derecho natural del hombre a la au
tonomía.
La forma en que Kant concibe este orden mundial de repúblicas 6 3
63. 1. Kant, Perpetual Peace, a Pbilosopbical Sketch, en Politkal Writings, op. cit.,
pp. 107-108.
LA ILUSTRACIÓN Y SUS ENEMIGOS
64. I. Kant, Die Metaphysik der Sitien, op. cit., pp. 350-351.
li o
EL COSMOPOLITISMO [LUSTRADO
para hacer lo que tiene que hacer por sí mismo para ser un fin en sí
mismo». La cultura, para Kant, es «la producción, en un ser racional,
de una aptitud para lograr los fines de su propia elección, y, en conse
cuencia, la aptitud de ser libre [...] Así pues, sólo la cultura puede ser
el fin último [...] que podemos atribuir a la naturaleza con respecto a
la raza humana
Sin embargo, la cultura puede ser de dos tipos: de un lado, lo que
Kant llama la cultura del refinamiento en las habilidades (Geschicklich-
keit); y, de otro lado, la cultura como disciplina (Zucht). La primera es
la «condición subjetiva de principio [...] para lograr todo tipo de fi
nes»: la responsable directa de todas las artes y las ciencias. Son pre
cisamente estas últimas las que «dando a conocer un placer que es
capaz de comunicación universal e introduciendo el brillo y el refina
miento en la sociedad, consiguen hacer del hombre un ser más civili
zado». Estas son instrumentos a través de los cuales el hombre puede
alcanzar su objetivo final, pero en sí mismas no afectan su voluntad y,
por tanto, no pueden determinar el progreso moral. La disciplina, por
el contrario, «consiste en la liberación de la voluntad del despotismo
de los deseos que [...] impiden ejercer una opción de nuestra propia
elección». La cultura, por tanto, com o combinación del refinamiento
en la habilidad y la disciplina, estaría en una especie de térm ino m e
dio entre la voluntad natural y la voluntad moral. L a cultura es lo que
prepara al hombre para adquirir ese estatus final com o ser moral no
conflictivo, después de haber sido guiado por los instintos a través de
los distintos estadios formativos de su desarrollo, prim ero en el esta
do de naturaleza, después en el orden civil de las naciones rivales. El
orden político que progresa de las desigualdades propias de una cul
tura de la habilidad hasta la armonía que la somete a disciplina, habrá
completado el propósito oculto de la naturaleza para nuestra especie.
Para el K ant de la tercera crítica, com o para el K ant de la Respuesta a
la precin ta: ¿Q ué es Ilustración?, o para el K an t de la Idea de una histo
ria universal con propósito cosmopolita, es evidente que se trata de un lo
gro futuro de la humanidad. E l éxito de la Revolución Francesa le ha- 6 5
65. I. Kant, Kritik der Urteilskraft en Gesammeltc Scbrijten, op. cit., IV , pp. 429-
430 [Hay edición de Manuel Garda Morente en Espasa-Calpe, Madrid, 4a ed., 1989].
LA ILUS TRACIÓN Y SUS ENEMIGOS
66. I. Kant, Reflexionen zur Rechtspbilosphie, en Gesannne/te Scbriften, op. cit., vol.
19 (1943, n° 8077, |>. 609), pp. 442-613 y 616-654.
112
EL COSMOPOLITISMO ILUSTRADO
históricas con todo, pero sin duda la historia de V ico es también una
historia «hipotética» de la humanidad y, sobre todo, es al mismo
tiempo una historia ideal y eterna, que como la historia de Kant sólo
puede terminar en la plena realización del ser humano.
Kant y V ico se sirvieron del mismo tipo de historias hipotéticas
para demostrar que, a pesar de sus diferencias, todos los pueblos de la
tierra compartían un mismo pasado y, por tanto, un mismo futuro. En
estas dos narrativas hay un supuesto común que afirma que la nación
es sólo un paso más en el camino hacia lo que V ico llamó la trascen
dencia de la condición humana y K ant la consecución del tus cosmopo-
litictmi entendido com o «la finalidad última de la naturaleza con rela
ción al hombre». Se trata de un estadio necesario, sin duda, pero
como estadio de la evolución humana nunca podrá tener un punto fi
nal. D e igual modo, ambos se sirven de un lenguaje cuyas raíces son
básicamente legales, romanas para más señas. E s este un lenguaje para
el que la costumbre constituía lo que Kant (como Vico o Shaftesbury)
describió com o un léxico común. E l sentido común (seasus continuáis)
es entendido com o el conjunto de principios a partir los cuales toda la
humanidad podía llegar a entenderse con independencia de su condi
ción particular. L o que no com partieron, sin embargo, fue una misma
idea sobre el propósito último de esta condición humana. Ciertam en
te, ambos creyeron con fuerza en la existencia de un propósito común
para la naturaleza, que es básicamente lo que V ico entendía por la
«providencia». N o obstante, si en V ico este propósito— la culmina
ción de la «historia eterna ideal»— llegará cuando el hombre se reali
ce plenamente (que es en definitiva a lo que Aristóteles apuntaba con
su noción de eudaimonía), en Kant— por el contrario— se rechaza todo
eudemonismo y se afirma que el hombre sólo podrá hallar su verda
dero fin en cuanto agente libre, es decir, sobreponiéndose a la natu
raleza. Para Kant el hombre no podía «participar de ninguna otra cla
se de felicidad o perfección a excepción de aquella que se procura a sí
mismo sin servirse de-su instinto y a través de su mera razón». N o se
trata de luchar por una «vida buena» que hallar en nosotros mismos,
sino de crear esa misma vida con las herramientas que la naturaleza
nos ha entregado. Según la historia kantiana sobre el origen de la hu
manidad, esto fue lo que prim ero arrancó al hombre del cóm odo re
” 3
LA ILUSTRACIÓN Y SUS ENEMIGOS
114
EL COSMOPOLITISMO ILUSTRADO
67. J . G . Herder, Auth cine Philosophie dtr Gescbicbte zur Bildung der Mmscheit,
en Samtlicbe Werke, ed Bcrnard Suphan, Olms Weidmann, Hildesheim-Zürich-
Nueva York, 1944, V , p. 487 [Hay edición castellana de este texto en J . G . Herder,
Obra selecta, ed. Pedro Ribas, Madrid, Alfaguara, 1982].
68. J . G . Herder, Ideen zur Philosophie der Gescbicbte der Mmscheit, en Samtlicbe
Werke, op. cit., vol-, XIII, p. 186.
69. Ibid, p. 135.
"5
LA ILUSTRACIÓN Y SUS ENEMIGOS
nó
EL COSMOPOLITISMO ILUSTRADO
cío en lugar de un genuino deseo». U n anhelo «que hace que los cuen
tos de Robinson Crusoe y los viajes a los M ares del Sur parezcan tan
atractivos. Pero siendo cuentos inofensivos com o una form a de fuga
transitoria, se convierten en algo muy peligroso en el mom ento en
que son utilizados para nublar y negar— com o tantas veces se ha he
cho— el que los «seres humanos sólo pueden dar valor a sus vidas a
través de la acción».70
L a batalla entre H erder y K ant en torno al significado de T ah ití
se prolongará en el siglo siguiente. P o r un tiempo K an t pareció llevar
la peor parte, pues en mitad de su camino se interpuso H egel. Para
H egel, com o antes para H erder, los seres humanos creaban por sí
mismos sus propios fines. Pero él creía haber dado con la solución o
trascendido el problema en el que K ant se había quedado atrapado; y
de paso también creía haber resuelto la disputa m ilenaria entre las
dos clases de escépticos modernos, epicúreos o estoicos. H egel hizo
del hom bre el producto de su propia historia. A partir de ahora, por
tanto, los seres humanos no serían ni los meros creadores de sus pro
pios fines a partir de los designios de la naturaleza, com o lo habían
sido para Kant, ni tampoco los meros intérpretes en el tiempo histó
rico de lo que la naturaleza (o Dios) había creado junto con ellos,
como suponían H erder y los eudemonistas. L o s seres humanos deja
ban de ser criaturas de la naturaleza y pasaban a ser realizaciones de lo
que H egel llamó el Absoluto, el Espíritu del M undo. L a humanidad
es concebida com o un proceso de realización a través del tiempo his
tórico y su mom ento final había llegado. «U n a nueva época del mun
do ha empezado», declaró H egel en el mom ento en que se libraba la
batalla de Jen a. L a lucha entre la «autocindencia finita» y la «auto-
conciencia absoluta»— que había estado en la raíz de todas la anterio
res disputas filosóficas— había llegado a su fin. La historia mundial
«parecía estar en su final».
Cada una de estas tres grandes figuras— Kant, H erder y H egel—
vivieron y estuvieron m uy claramente influidos por lo que quizá sean
tres de los momentos más decisivos de la moderna historia europea.
Kant, com o acabamos de señalar, presenció, aunque desde una derta
117
LA ILUSTRACIÓN Y SUS ENEMIGOS
118
EL COSMOPOLITISMO ILUSTRADO
120
C O N C L U S IÓ N
122
CONCLUSIÓN
123
CONCLUSIÓN
124
CONCLUSIÓN
125
CONCLUSIÓN
126
CONCLUSIÓN
127
A dom o, T ., 28, 2811, xoó, 12 4 C harron, Pierre, 92
Agam enón, 1 0 1 C icerón, 6 1 , 64, 6411, 65, Ó5n, 77,
Agustín, san, 1 1 , io 2n 80, 89, 10 7
Ainsworth, M ichael, 68 Clarke, Arthur C ., 67
Alciari, Andrea, 1 0 1 C olón , Cristóbal, 1 3 - 1 4
Apel, K arl-O tto, 89, 8pn C ollini, Stefan, 9
Aristóteles, 4 3,7 3-7 4 , 7 9 - 8 0 ,113 - 1 14 , Condillac, Etienne Bonnot de, 90,
116 9on
Arouet, Fran^ois-M arie, 45, 450, Condorcet, marqués de, véase J . A.
52 N . D e Caritat
Ayer, Alfred J . , 12 4 Constant, Benjam ín, 11 9 , 1 1 9 0
C ook, Jam es, 1 1 4 , 1 1 6
Bacon, Francis, 3 1 , 4 3, 46, 50, 85 C ooper, A. A., 16 , 44, 44x1, 53, 53n,
Bayle, Pierre, 86 58, 6 1-6 2 , 67, Ó7n, 68, 68n, 69,
Beckmann, N icolaus, 6 1 690, 70, 7on, 7 1 , 7 3 -7 5 , 75n,
Bentham , Jerem y, 1 2 1 76n, 8 0 -8 1, 83-84, 94, 94n, 95-
Berlín, Isaiah, 8, 15 , I5n , 18 , i8n, 96, 9Ón, 106, 1 1 3 , 12 4
27, 27n, 28 Cudw orth, Ralph, 67, 74
Bobbio, N orberto, I9n Cum berland, 9on
Bonaparte, N apoleón, 1 1 8 - 1 1 9
Bougainville, Antoine de, 1x 6 D ’Alem bert, Jean , 28, 4 1 , 48-49,
Brett, A ., io 3n 49n , 5 ° . 5 on> 5 1 » 5 In >5 2 >5 2n>56
B r o w n ,Jo h n ,i2 4 n D ante, 22
Burke, Edm und, 25, 28, 35, 3Ón D e Caritat, J . A. N ., 1 1 , 52, 6 1-6 2 ,
630, 10 6 , io6n, 12 2 , i2 2 n
C arlos V , 102 D e M aistre, Jo seph , 28, 35, 350
C am éades, 42 D eleuze, G ilíes, 33
C assirer, E m st, 50, 5 in D em ócrito, 6 1
Cattaneo, 1 1 9 D e rrid a ,J., 33, 12 3 , 12 6 , i2Ón
C avell, Stanley, 90, 9on Descartes, René, 16 , 3 1 - 3 2 , 43-44,
J35
ÍNDICE ONOMÁSTICO
12 5 5 8n>8 5 »8 5 n
D iderot, Denis, n , 1 3 - 1 4 , 16 , 27- t H acking, Ian, 52n
28, 33» 44-45» 4 8» 5°» 5 2» 6 1-6 2 , Ham ann, Jo h an n G eo rg , 28, 34, 36,
67, 7 1, 74, 74 3Ón, 84, 96
Dión, Crisóstom o, 92 H am pshire, Stuart, 8
Dunn, Jo h n , 9 Hankins, T h om as L ., 49n
H eidegger, M artin, 36n
E lliot, Jo h n , 9, 9n, 10 H egel, G e o rg W ilhelm Friedrich,
Em m anuel de las Cases, 1 1 8 63, 84, 96, 1 1 7 - 1 1 8
Epicteto, 63, Ó3n, 77 H elvétius, Claude Adrien, 28.
Epicuro, 56, 74 H erder, Jo h an n G ottfried von, 13 -
Erhard, J . B ., 36n 14 , 28, 34 -35, 36n, 6 1 , 96, 1 1 4 -
Escalígero, Ju lio C ésar, 44 1 1 5 , i i 5 n , 1 1 6 - 1 1 9 , I2 6
H ernández, Jo sé M aría, 7, 8n, 30,
Federico el G rande, 45 12 5 - 12 6
Ferguson, Adam, 76 H obbes, T h om as, 16 , 3 1 , 38-39,
Filangieri, Gaetano, 6 1 39 n, 40-41» 42n, 43, 46-47, 50,
Filón de Alejandría, 10 1 5 3-54 , 54 n, 55-58, 58n, 59, 6 1 -
Fiorillo, Vanda, 59n 62, 65-66, Ó 7n,6 8 ,7 1- 7 3 , 75-76,
Foucault, M ichel, 23-24 , 24n, 27, 85-86, 88-89, 95» 98» I0°» io 4>
77 » i 2 * 10 4 0 , 11 4 , 1 2 3 - 1 2 6
H olbach, Paul H enri D ietrich, ba
Gadam er, H an s-G eo rg, 34, 36, 3Ón, rón de, 28, 62
37, 84, 8421, 85, 94-95, 95n, H ont, Istvan, 9
G alileo G alilei, 43 H oracio, 94
G arcía-M oran Escobedo, Ju an , 7n, H orkheim er, M ., 28, 28n, 106, 12 4
1 8 , i8n Hum boldt, 13
G assendi, Pierre, 56, 86 H um e, D ., 18 , 27, 27n, 42, 44, 440,
G ay, Peter, 76-77 55» 55n > 56, 56n, 58, 58n, 6 1 , 66,
G e ic h ,J. B., 36097 66n, 67, 670, 73, 730, 82, 82n,
G enovesi, Antonio, 29 8 3 » 95 » I2 4
G oeth e, Jo h an n W olfgan g, 84, 96 H utcheson, Francis, 4 5, 4Ón, 58-59,
G ra y .Jo h n , 34, 37, 370 , 12 5 59n, 60, 6on, 6 1, 67, 7 1, 730, 80
G ro cio , H ugo, 1 4 , 1 6 , 3 1 , 32, 38-42,
4 6 -4 7 . 53 - 54 » 54 °» 55 » 55 n » 56- Jám b ico, 89
59, 6 1 , 66, 85-87, 870, 88-89, Jam es, Susan, 47, 470
9 2_93 » 95 » 97 » io 3 » 106 Jo m ein i, 26
G u yer, Paul, 6yn
136
ÍNDICE ONOMÁSTICO
137
ÍNDICE ONOMÁSTICO