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Es común que cuando leemos posiciones desde la ciencia sobre temas ambientales
encontremos una serie de conceptos tomados de la Ecología y usados con finalidades
e intencionalidades muy definidas, incluso para la apología del delito.
Quemar, provocar fuego en cualquier ámbito del territorio nacional sin la debida autorización,
es delito según la Ley 26562 y Ley 26815 sobre incendios forestales y rurales.
Partimos de esta certeza, de lo que está legislado y en vigencia, para poner en primer término
y fuera de discusión el derecho a la integridad que sobre personas y cosas estas leyes
establecen. Las leyes se escriben luego que durante años o siglos se hayan cometido abusos
ejecutados por personas o entidades de mayor poder hacia otras más débiles que fueron sus
víctimas (mujeres, pueblos, minorías, o la naturaleza misma que nos incluye, como en este
caso).
La adaptación:
Un tema muy hablado cuando se analizan ciertos caracteres de los organismos (o de las
comunidades) es la adaptación.
La admiración que produce observar cómo los organismos funcionan en distintos medios ha
llevado a pensar a algunos que la selección darwiniana produce entidades 100% adaptadas;
induce a algunos a creer que cada carácter que expresa un organismo es una respuesta
adaptativa y que si un organismo u otra entidad biológica presenta ese carácter “por algo
será”, es decir está adaptado. A este error en la interpretación de estructuras biológicas se lo
llama Adaptacionismo.
Los incendios de proporciones desmedidas que fueron provocados en las islas del delta del
Paraná (y lamentablemente de similares magnitudes en otras partes de nuestro territorio)
son una expresión extrema del abuso que desde determinados sectores de poder se
ejecutó sobre el medio natural, sus comunidades y ecosistemas, la paciencia de la
población y la capacidad de respuesta del Estado en todos sus niveles. Estas acciones,
extendidas y reiteradas con total impunidad van a seguir en tanto se den las condiciones
de combustibilidad del medio. Sorprendentemente, han tenido el apoyo de cierto sector
de académicos que con diferentes argumentos han pretendido no sólo relativizar los daños
sino incluso justificar los delitos.
Hay un texto de Steven J. Gould y Richard Lewontin escrito en 1979 que describe
perfectamente las lógicas usadas para la justificación de los abusos ambientales; se llama “Las
ojivas de San Marco y el paradigma panglosiano”.
Las ojivas son la intersección de los arcos que se construían en los edificios medievales. En
varias catedrales, (San Marco, Venecia) esa intersección delimita triángulos: las ojivas,
bellamente adornados con venecitas de oro. Estas ojivas no se produjeron “para”, sino que
son una “consecuencia de”. Pueden parecer un objeto arquitectónico pero son una
consecuencia, un subproducto de la construcción con arcos.
El doctor Pangloss de la novela Cándido de Voltaire decía que las cosas pasaban porque tenían
que suceder. Y que cuando algo sucedía, lo hacía justo del mejor modo en que podía ocurrir.
Con esta analogía intentaremos poner en evidencia tendencias erróneas del pensamiento
(invertir causas y consecuencias, confundir acciones con predestinaciones, etc.) con la
intención en este caso de justificar el delito.
El delta del Paraná y algunos supuestos falsos que se han esgrimido con
toda liviandad:
“SI rebrota (por algo será) es porque están adaptados”.
Pero ninguna de las especies ni comunidades vegetales que se están quemando en el delta
dependen del fuego para su existencia. En casi todos los pantanos las plantas emergen cada
año de rizomas profundamente enterrados. Poseyendo estas plantas estructuras que flotan, el
anclaje en profundidad evita que sean desenterradas por el movimiento del agua. Algunas de
estas plantas (no todas) rebrotan luego del fuego. ¿Tener las raíces debajo de la tierra es una
adaptación al fuego acaso?
El doctor Pangloss decía que un hombre no puede viajar a oriente sin contraer enfermedades
venéreas y que si Cristóbal Colón no hubiera contraído la sífilis, no conoceríamos ni el
chocolate ni la cochinilla, dando por sentado que la condición para la adquisición de la
enfermedad no puede dejar de cumplirse, pero que además siempre comporta una ventaja
secundaria.
Obviamente si hay quien enciende fuego y hay biomasa seca tenemos incendios, que no es lo
mismo que decir que la acumulación de materia seca es la que provoca fuego. Nos sobran
evidencias para determinar que los fuegos que ocurren no son espontáneos.
Cuando en primavera rebrote parte de lo quemado vamos a oír la voz atroz de los abusadores
evidenciando “cómo se pone de verde la isla” (¿será que a la naturaleza le gusta ser abusada?).
La resiliencia (psicológica de los abusados o ecológica de las comunidades) viene a ser usada
una vez más en expresiones atroces que minimizan el abuso y relativizan el dolor o el
sufrimiento.
Las personas que justifican los incendios no están haciendo ecología: militan la apología de un
delito. Están confundiendo a la población con discursos que manipulan adrede conceptos en
defensa de intereses muy poderosos, en clara oposición a la legislación vigente y usando
además la investidura académica para legitimar esas acciones abusivas y su propia falacia. No
es ecología, no es ciencia, no es pensamiento crítico ni objetivo, es interés.
Hay cosas peores aún en su discurso: la falta de sensibilidad ante el dolor, el magro lucro que
obtienen por defender a quienes defienden, la soberbia de despreciar a todos los que no
compartimos su miserable racionalidad.