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Violencia (1948-1966)
Derecho penal de enemigo en la
Violencia (1948-1966)
DISEÑO DE COLECCIÓN:
Carmen María Sánchez Caro
DIAGRAMACIÓN Y MONTAJE DE CUBIERTA:
Ramiro Parra Galvis
DESARROLLO EPUB:
Lápiz Blanco S.A.S.
Cote Barco, Gustavo Emilio
Derecho penal de enemigo en la Violencia (1948-1996)/Gustavo Emilio Cote Barco.-- la ed. --
Bogotá : Editorial Pontifica Universidad Javeriana, 2010. -- (Colección fronteras del derecho).
304 p. 24cm.
Incluye referencias bibliográficas (p. 285-291).
ISBN : 978-958-715-306-3
ech. Enero
19/2010
Prohibida la reproducción total pacial de este material, sin autorización por escrito de la Pontifica
Universidad Javeriana
A mis papás y a mi hermano, como siempre les he dicho:
son el más grande regalo que me ha dado Dios.
A Tito, por su ejemplo de vida.
A Diana, por la alegría de estar con ella, por todo su apoyo
y por todo lo que viene.
Agradecimientos
E ste trabajo fue presentado por el autor como tesis de grado para optar
por el título de Magister en Derecho, con énfasis en ciencias penales y
criminológicas, en la Universidad Externado de Colombia. En este
proceso fue trascendental el acompañamiento permanente y la orientación
del profesor Dr. Jorge Fernando Perdomo Torres, a quien quisiera expresar mi
más sincero agradecimiento; sus críticas y reflexiones permitieron enriquecer
enormemente el texto que a continuación se presenta. De la misma manera
debo agradecer al profesor Dr. Alejandro Aponte Cardona, con quien tuve la
oportunidad de comentar en varias ocasiones los avances de la tesis; sus
consejos y apoyo fueron de gran importancia incluso en momentos en los que
no era muy claro el camino a seguir.
Debo manifestar también sentimientos de gratitud para los miembros
del grupo de investigación en Justicia Social de la Facultad de Ciencias
Jurídicas de la Pontificia Universidad Javeriana, a mis compañeros de la
Maestría en Derecho (programa en ciencias penales y criminológicas) 2007-
2008 de la Universidad Externado de Colombia y a mis amigos Álvaro
Amaya, Diana Fuentes, Diana Pérez, Daniel Cardona, Julián López, Liliana
Sánchez y Sergio La Torre, personas que dedicaron largos ratos para
escucharme y me permitieron conocer sus acuerdos y discrepancias.
Asi mismo, agradezco a Bernardo Gaitán Mahecha, maestro y amigo;
sus enseñanzas y ejemplo han sido siempre una motivación para el estudio
del derecho penal y para el trabajo por un sistema penal más democrático.
Finalmente, debo reconocer el apoyo y la colaboración de quienes
hicieron posible esta publicación en la Pontificia Universidad Javeriana: al
Decano Académico de la Facultad de Ciencias Jurídicas Carlos Ignacio
Jaramillo, a Javier Celis y a la Editorial Pontificia Universidad Javeriana.
Prefacio
¿Soldado qué esperas tú?
Tienes traje verde oliva
las cartucheras repletas
y un fusil.
En el surco muerde el hambre
tu padre de sol a sol,
tu madre cuenta remiendos
entre bahareques de amor.
Mientras tú cuidas los amos
en orden de tu deber
a tu madre y a tu padre
-soldado- los cuida quien?
Un himno y una bandera
te dicen la patria es.
Cielo arriba y tierra ajena
la patria no puede ser.
Por mas que te dieran botas
mírate viéndote ayer:
de niño ni una cartilla
ni una alpargata a tus pies.
CONSIDERACIONES PRELIMINARES
Con el fin de indagar por el papel que el derecho penal cumplió durante la
Violencia en Colombia (1948-1966), haremos en primer lugar una serie de
precisiones teóricas con relación al derecho penal como mecanismo de
control social y la forma como se conectan la política criminal y la política
social, en contextos en los que se busca, a través de la función punitiva,
crear la base social necesaria para la vigencia real de las normas jurídicas,
tal como ocurrió durante estos años con el sistema penal colombiano.
En este sentido, lo primero que debemos tener en cuenta es que las
personas vivimos necesariamente en contacto permanente con otros
individuos, contacto que es por naturaleza problemático puesto que
debemos renunciar a una buena parte de nuestros impulsos instintivos a
cambio de que la comunidad nos brinde las condiciones adecuadas para
satisfacer nuestras necesidades. Para esto se crean normas que suponen
procesos de comunicación bajo el código de expectativas mediante las cuales
se definen modelos de contacto social que permiten coordinar
comportamientos. Ante el incumplimiento de alguna de estas expectativas
normativas, el Estado reacciona mediante una sanción como expresión de
violencia “legítima”.7
Estas normas tienen un carácter contrafáctico, es decir que cuando
una expectativa social, reconocida como tal en una norma jurídica, se
incumple, su vigencia no se ve afectada sino que por el contrario, gracias a
la sanción, ella y la necesidad de la misma, resultan confirmadas.8 De
acuerdo con esto, el fin principal de la pena consiste entonces en estabilizar
la vigencia de las normas transgredidas con el delito (tal como lo ha
explicado el funcionalismo al privilegiar el análisis del derecho penal desde el
plano normativo sobre el plano cognitivo).9
Estas sanciones son de dos niveles: un nivel social y un nivel jurídico,
dependiendo de su complejidad e institucionalización. “Tanto el orden
social como el jurídico se presentan como un medio de represión del
individuo, y, por tanto, como un medio violento, justificado solo en tanto
sea un medio necesario para posibilitar la convivencia” (Muñoz, 2004, 13).10
No obstante, también es importante la función de motivación
(prevención general positiva) de la sanción penal advertida por otros sectores
de la doctrina,11 ya que en la sociedad se producen una serie de procesos
psicológicos denominados procesos de motivación, que ayudan a consolidar los
parámetros de comportamiento socialmente aceptados. Para explicar esto,
Muñoz Conde retoma lo dicho por Gimbernat Ordeig sobre la importancia
del psicoanálisis para el derecho penal, y se remite a los planteamientos de
Freud, al afirmar que el derecho hace parte de los factores sociales que
influyen en la formación del super-yo, pues la pena es el principal medio de
coacción jurídica y, por lo tanto, de motivación en el sistema jurídico, en un
primer momento a nivel general (con la amenaza de pena) y,
posteriormente, a nivel individual (con la imposición de la sanción).
En consecuencia, encontramos que los conflictos sociales surgen de
la colisión entre diversos sistemas de valores y formas de motivación que
pueden confluir en una misma sociedad. “No existe, pues, una
contraposición individuo-sociedad, sino una contraposición entre distintos
sistemas sociales que inciden sobre el comportamiento del individuo”
(Muñoz, 2004, 24).
Por lo anterior, para estabilizar el cumplimiento de las expectativas
normativas es indispensable el control social, ya que de lo contrario la
sociedad no podría subsistir. Sin embargo, no podemos perder de vista que el
derecho penal no es sino una parte pequeña, aunque bastante agresiva y
dramática, de las diferentes instancias de control social. De hecho, se podría
afirmar que es una última instancia, por encima de las demás formas de
control, como lo son la familia, la escuela, la religión e incluso otras ramas
del derecho. Por esta razón, el derecho penal no puede ser ajeno a la escala
de valores socialmente aceptada y promovida por la demás instancias de
control.
“Un derecho penal sin esa base social previa sería tan ineficaz como
insoportable, y quedaría vacío de contenido o constituiría la típica expresión
de un derecho penal puramente represivo, que solo tendría eficacia como
instrumento de terror” (Muñoz, 2004, 29). El conocimiento y respeto por las
expectativas normativas se adquiere, antes que por parámetros jurídicos, por
parámetros sociales. Sin embargo, estos parámetros en ocasiones son
divergentes, y es común observar sistemas de valores diversos en sociedades
desiguales (clasistas) y excluyentes en donde surgen confrontaciones entre
los sistemas hegemónicos y los que no lo son (situación anómica).12 Por lo
tanto, el derecho penal necesita de la función motivadora de los demás
mecanismos de control social y viceversa.
En este orden de ideas, el Estado define una serie de políticas que en
teoría se deben manifestar en la normatividad punitiva y en la aplicación que
de ella realicen los jueces. No obstante, debido a la complejidad social que
envuelven los distintos fenómenos delictivos, la represión a través de la
sanción penal no parece ser el único mecanismo, y tal vez tampoco el más
conveniente, para prevenir los comportamientos que se consideran
socialmente dañosos.
Podemos afirmar con Baratta que la política criminal debe ser en cierta
medida el género, mientras que la política penal debe ser la especie.13 Esto
sugiere que la única manera de prevenir la comisión de delitos y de paliar las
consecuencias de los que se cometan, no se reduce solamente a la sanción
penal, sino que ésta es tan sólo una parte de los diferentes medios que
componen la política criminal. En otras palabras, la base social que permite la
validez y vigencia del derecho no puede construirse a partir de la represión
punitiva. El Estado debe recurrir a otro tipo de mecanismos sin ignorar los
demás medios de control social, tanto formales como informales, para lograr
la convivencia pacífica. Entran entonces en una estrecha relación los
conceptos de política criminal y política social.14
Lo anterior adquiere una complejidad mayúscula cuando la política
criminal del Estado se ve envuelta en un contexto de alta conflictividad
social y política, en la que debe “lidiar” de alguna manera con actores
colectivos armados, al tiempo que con el exceso en el uso de la fuerza por
parte de los propios agentes del Estado. Así, en situaciones de conflicto se
aprecian problemáticas sociales de las cuales la confrontación armada es
tan sólo una expresión. El Estado pues debe actuar más allá de lo que
indican los síntomas a través de lo penal, puesto que confrontar la violencia
organizada y la oposición violenta únicamente o privilegiando el ejercicio
del poder punitivo, expande la política penal y la confunde completamente
con la política criminal, en perjuicio de otro tipo de estrategias más afines a
los problemas que subyacen al conflicto, dejándolos intactos o incluso
agravándolos.
Cuando esto sucede el concepto de política criminal entra en relación
con el concepto de seguridad, y adquiere una connotación bastante
problemática debido a que en esta dinámica toma un matiz ideológico. La
ideología funciona maquillando los efectos y connotaciones reales de las
políticas estatales a través de un concepto metafórico e incompleto
(“seguridad” y “eficiencia” han cumplido alternativamente este papel), con
el cual se seleccionan algunos lugares geográficos y algunos delitos para
realizar promesas que tienden a legitimar una forma de ser específica del
sistema. Aunque en realidad no se logre con ella la protección real de los
derechos que en el discurso político justifican su existencia (Baratta, 1998,
26-28).
De manera que para reflexionar sobre el papel que la política criminal y
el derecho penal desempeñan en situaciones de conflicto o guerra interna
(como por ejemplo en el periodo que en la historia de Colombia ha sido
denominado “la Violencia”), tenemos que preguntarnos por la relación entre
la violencia y el derecho, para señalar cómo el sistema jurídico es moldeado
en función de las necesidades mediáticas de la guerra al adquirir
proporciones que exceden su propia racionalidad y que resultan justificadas
con discursos ideológicos que desconocen las dimensiones social y política del
conflicto, al tiempo que esconden los efectos adversos que con esto se
producen.
Así pues, en esta parte del trabajo pretendemos llamar la atención sobre
el vínculo necesario que une al derecho con el ejercicio de la violencia, lo que
lleva al sistema jurídico a situaciones bastante paradójicas que se exacerban
en situaciones extremas. Ante este tipo de coyunturas, el derecho se vale de
la fuerza para contrarrestar fenómenos que también constituyen acciones
violentas. En esta dinámica, cuando la violencia inherente al derecho
excede una racionalidad mínima, el derecho se termina negando a sí mismo
y se convierte en un instrumento de lucha que pone seriamente en tela de
juicio la vigencia y el respeto por los derechos de las personas. De esta
manera el poder punitivo adquiere la connotación de derecho penal de
enemigo.
Al reconocer dos aspectos o esferas imprescindibles de lo jurídico
(racionalidad y violencia), el problema que se pretende ilustrar aquí es el de
la definición ambivalente de la dimensión de cada una de dichas esferas en
situaciones de conflicto. Cuando la guerra se convierte en la fuente principal
del derecho, el derecho se crea y se determina en función suya. Como
consecuencia, la dimensión violenta del derecho crece al tiempo que se da la
disminución correlativa de lo racional (lo cual se traduce en la expansión del
derecho penal y la exacerbación de su poder represivo), con el peligro latente
de que aquélla termine superponiéndose totalmente y superando los límite de
ésta.
Justamente en Colombia, entre 1948 y 1966, el sistema penal fue
objeto de un proceso continuo de desfiguración, al expandirse la política
penal como principal alternativa para responder a profundos problemas
sociales. Estos problemas, producto de grandes desigualdades, se
manifestaron en distintas formas y parámetros de socialización de
individuos, los cuales fueron catalogados como enemigos por el Estado.
Por ello, con el fin de definir los elementos teóricos que nos permitirán
ilustrar el papel que el derecho penal cumplió durante la Violencia en
Colombia, en la primera parte de este trabajo desarrollaremos las siguientes
consideraciones, organizadas en tres capítulos:
1. La guerra interna al constituirse en la fuente del ordenamiento
jurídico termina por eliminar la dimensión racional del derecho penal, la cual
permite contener la violencia que le es inherente; 2. En consecuencia, el
derecho penal adquiere la connotación de derecho penal de enemigo y se
convierte en un instrumento de confrontación de sujetos que, se entiende,
son peligrosos, lo cual en contextos de guerra interna conduce a que el
enemigo político sea abordado como no-persona por el derecho penal; y 3.
Este fenómeno se ha dado en Colombia, en donde el derecho penal de
enemigo presenta características y manifestaciones específicas que
evidencian cómo este modelo se constituye en un factor de reproducción
de la violencia.
CAPÍTULO I
La guerra como amenaza para el
derecho
Es así como Kant, buscando una idea de derecho que trascienda a las
particularidades de los sistemas positivos concretos, recurre al principio
general por él formulado sobre lo justo o injusto para construir su concepto
de lo jurídico, ubicando la discusión en la sola razón. Solamente al auscultar
el sentido de la razón práctica y el papel que la libertad juega en ella para la
conducta humana y la definición de la moral, es posible pensar el derecho
como manifestación de esa misma razón.21
“La noción del derecho” apuntará a la relación exterior entre personas
libres (usando las palabras de Kant, no entre el arbitrio de uno con el deseo
de otro, sino entre el arbitrio de agentes racionales y libres) y determina la
corrección externa de las relaciones humanas en la medida en que sean o no
un obstáculo para la libertad.
De esta forma Kant propone la ley universal del derecho: “Obra
exteriormente de forma que el libre uso de tu arbitrio pueda conciliarse con la
libertad de todos según una ley universal” (Kant, 1962, 53). De aquí que todo
aquello que se oponga a la libertad sea considerado como injusto, al mismo
tiempo que la resistencia que se opone a ese obstáculo para realizar la libertad
resulta acorde con ella. Es entonces moral y jurídicamente legítimo limitar la
libertad individual, es decir utilizar la coacción, la fuerza, cuando esa
libertad ha sido utilizada injustamente.
Todo lo que no es conforme al Derecho es un obstáculo a la
libertad según leyes generales, y la coacción es un obstáculo o
resistencia que la libertad padece. En consecuencia: si un cierto
uso de la libertad es él mismo un obstáculo a la libertad según leyes
generales -es decir, no conforme al Derecho-, la coacción que se
opone a aquél coincide con la libertad… O, lo que es lo mismo, la
coacción es conforme al Derecho. Por tanto, de acuerdo con el
principio de contradicción, al Derecho se halla unida en sí la
facultad de ejercer coacción sobre aquel que la viola. (Kant, 1997,
47)
En esta medida, quien tiene mayor fuerza adquiere más poder23 y así
está en capacidad de imponer su voluntad a los otros, incluso estableciendo
qué debe tenerse por legal y qué por ilegal, es decir definiendo al
ordenamiento jurídico. Tenemos pues que el derecho se opone como discurso
al uso indiscriminado de la fuerza. Pero, para que pueda realizar su pretensión
de orden en la vida social, requiere del uso de la fuerza misma y, en cuanto
medio para conservar el orden jurídico, ésta se convierte en su objeto de
regulación pues sólo al monopolizarla es posible que el derecho logre sus
pretensiones.
El uso, regulación y monopolización de la fuerza es un acto claro de
poder. Por lo tanto, las tensiones sociales que surgen de las disputas por la
creación de derecho son, en el fondo, luchas para obtener posiciones de
poder. En esta dinámica en la que se busca poder a través del derecho
mediante el uso de la fuerza “legítima”, encontramos que el ordenamiento
jurídico se caracteriza poco a poco de acuerdo con la forma como se
desarrollan o resuelven dichas tensiones. Al ser la definición del derecho
expresión de poder o, mejor, de la lucha por el poder, tenemos entonces que
la fuerza se convierte también en fuente del derecho.
En este sentido se expresaba Trasímaco cuando, en respuesta a
Sócrates, insiste en que la justicia no es otra cosa que lo conveniente para el
más fuerte. Dejando a un lado la discusión que sobre la justicia como valor
metajurídico se presenta en este diálogo, es pertinente citar el siguiente
razonamiento:
¿El que gobierna en un Estado no es el más fuerte?... ¿No hace
leyes cada uno de ellos en ventaja suya, el pueblo leyes populares,
el monarca leyes monárquicas, y así los demás? Una vez hechas
estas leyes, ¿no declaran que la justicia para los gobernados consiste
en la observancia de las mismas? ¿No se castiga a los que las
traspasan, como culpables de una acción injusta?... En cada Estado,
la justicia no es más que la utilidad del que tiene la autoridad en sus
manos, y por consiguiente del más fuerte… (Platón, 1999, 26,
cursivas fuera del texto original).
Así, el derecho penal del ciudadano sigue siendo derecho “en lo que se
refiere al criminal”, pues éste conserva su condición de persona. En cambio,
el derecho penal de enemigo adquiere frente a su destinatario la forma de
pura coacción física “hasta llegar a la guerra”, aunque se considera derecho
en la medida en que es una expresión del derecho que tienen todos los
ciudadanos a ver garantizada su seguridad por parte del Estado.87
Siguiendo con Hobbes, Jakobs explica también que el delito es una
cuestión relativa, sólo existe como quebrantamiento de las normas de un
determinado orden practicado. Es decir que ante una situación de caos, en un
estado de naturaleza en donde no existe un orden “definido de manera
vinculante”, no tiene lugar la existencia del delito, puesto que allí solamente
existe el derecho natural de cada quien a hacer todo cuanto sea capaz.88
En este punto Jakobs retoma una tesis fundamental para su
planteamiento, cualquier concepto normativo (incluso el de persona) para
ser real debe determinar en alguna medida el comportamiento o dinámica
social. Un delito puede tener lugar únicamente en el marco de un
ordenamiento real. Mientras el delito pueda ser considerado tan sólo como
una irritación de dicho ordenamiento y no como un “principio del fin de la
comunidad ordenada”, su autor podrá seguir siendo considerado como
ciudadano.89 En cambio, si el autor no ofrece ninguna, o al menos un mínimo
de garantía de que continuará en general orientando su comportamiento
como ciudadano (persona que actúa con fidelidad hacia el derecho), tendrá
que ser considerado como un enemigo.
Por esta razón, Aller afirma que el concepto de persona expuesto por
Jakobs (como construcción jurídica, no ontológica, es decir como sujeto de
derechos y obligaciones -expectativas-) se encuentra entrelazado con la
función que éste le reconoce al derecho penal, concretamente la de garantizar
la identidad de la sociedad. Así, el derecho penal de enemigo no es sino una
reacción del Estado, más violenta que el derecho penal del ciudadano, la cual
se genera ante quien pone en duda por su comportamiento permanente
contrario al derecho la identidad social.90 El enemigo es entonces aquella
persona que se aparta del derecho, siguiendo modelos de contacto social que
son considerados ilegítimos por negar el poder vinculante y hegemónico del
orden establecido (en términos de la teoría de sistemas sus conductas no
comunican nada, simplemente trasmiten ruido que molesta y perturba al
sistema).
Y es que para poder esperar razonablemente que las normas configuren
la realidad social, es decir que sean reales, debe poderse esperar también, en
el plano material, que las pautas de comportamiento previstas en ellas sean
efectivamente cumplidas. De la misma manera, si el derecho en general y el
derecho penal del ciudadano en particular, se configuran a partir de la
comunicación entre personas, los sujetos a quienes se dirigen dichas normas
tienen que comportarse como tal, es decir como sujetos de derechos y
obligaciones. Si el sujeto no responde a esta comunicación como una persona
(sujeto de derechos y obligaciones y en el planteamiento de Jakobs
especialmente como sujeto de obligaciones)91 queda por fuera de ella y con él
se entablará una relación de pura coacción, es decir derecho penal de
enemigo. En este punto surge como elemento fundamental en el análisis de
Jakobs el principio de confianza, es decir que todo ciudadano debe poder
confiar en “que los demás se comportarán conforme a la norma”,92 en otras
palabras como personas.
De tal manera que si el sistema penal va a tratar a un sujeto como
persona se debe poder esperar de él un comportamiento acorde con lo
jurídico, es decir conforme al derecho. Pero esta expectativa debe tener una
base cognitiva mínima, o sea fáctica. Si el sujeto no ofrece ninguna garantía
al respecto, desaparece el supuesto que permite considerarlo como persona
volviéndose peligroso, ya que su comportamiento o bien no es previsible o lo
es en un sentido contrario al derecho, lo cual autorizaría a tratarlo de
acuerdo al riesgo que represente.93
Tenemos pues que ni la vigencia de la norma ni la personalidad pueden
mantenerse sólo contrafácticamente, es decir contrario a lo sucedido, sino
que los dos conceptos requieren para su realidad un mínimo de seguridad
cognitiva. Resulta indispensable entonces la corroboración de lo
normativo por lo fáctico.94 En consecuencia, podemos afirmar de acuerdo
con este razonamiento: lo que constituye en realidad un peligro y da entidad
al enemigo no es el riesgo de afectación de bienes jurídicos como
inicialmente y desde una perspectiva crítica afirmó Jakobs, sino el riesgo de
desaparición de una de las condiciones indispensables para la existencia
misma del ordenamiento jurídico. En otras palabras, el sujeto es asumido
como un enemigo, en la medida en que no permite la corroboración fáctica
del ordenamiento jurídico poniendo en tela de juicio su misma existencia
como poder hegemónico. El sujeto es enemigo, ya no de un bien jurídico,
sino del orden social. El derecho penal de enemigo no es entonces un
instrumento de protección de los derechos de las personas, sino una
herramienta de autoconservación del ordenamiento y de reproducción del
sistema social.
Como fruto del desarrollo que ha tenido el pensamiento de Jakobs desde
sus primeros escritos sobre el tema que aquí estamos abordando y durante la
década de los noventa,95 este autor ha identificado una serie de características de
los sistemas penales de la actualidad en la sociedad occidental, a partir de los
cuales señala los rasgos que diferencian las normas propias de lo que él denomina
derecho penal de enemigo (Polaino-Orts, 2006, 35-36).
De acuerdo con Polaino-Orts, Jakobs observa en la sociedad actual un
aumento considerable de la conciencia del riesgo, lo cual se manifiesta en el
aumento progresivo de la anonimidad de los contactos sociales, en la
creciente uniformidad de los comportamientos en masa y en la tendencia
universal a estandarizar los sistemas penales. Como consecuencia de lo anterior, se
crean cada vez más delitos de peligro abstracto “donde por intervenir un gran
número de personas, también personas no fácilmente reconocibles… es difícil
saber quién es responsable de qué” (Polaino-Orts, 2006, 35-36) y se criminalizan
conductas que, consideradas en sí mismas, no representan un gran riesgo
para la comunidad, aunque teniendo en cuenta la cantidad de veces (lo
cual también es indeterminado) en que se incurre en ellas, se elevan a la
categoría de delitos.
En consecuencia los sistemas penales se comienzan a definir en torno
al concepto de “seguridad” asumiendo formas cercanas a un derecho de
policía y se adoptan medidas que tienden a controlar la peligrosidad. De
acuerdo con Jakobs éstas medidas pueden reducirse, en términos muy
generales, a tres:
a. Adelantamiento de la punibilidad.
Se atiende primordialmente al juicio de peligrosidad en el futuro. Es
el caso de la creación de organizaciones terroristas, producción de
narcóticos por bandas organizadas, que provocan un riesgo no tanto
por lo que han hecho sino que su misma unión supone ya un riesgo
tan socialmente intolerable que en sí misma merece punición penal
(Polaino-Orts, 2006, 35-36).
I
ba clamando por una libertad de paz sin sombra,
por la paz verdadera,
no por la paz de los fusiles en receso,
que primero le rompe los huesos a los débiles
y después le reparte mendrugos a los huérfanos.
Iba clamando
por una libertad de paz sin podredumbres,
sin limosnas de ley y sin oprobio;
por una paz del hombre por el hombre.
Iba clamando
por un techo y un pan, y escuela para todos.
Rafael, Capitán!
Ríos de pañolones tristes
y de camisas rotas a media asta
cruzaron los caminos,
los caseríos humildes y estaciones,
las callejuelas y las plazas
poniendo su dolor al sol y al agua,
para verlo de cerca
–ya de mármol y bronce más allá
de la muerte–,
Yrescatardeungolpesupresencia.
Sobreelsilencioenlasoledadelala
De una bandera roja
CONSIDERACIONES PRELIMINARES
Desde 1948 hasta 1966 se vivió en Colombia un proceso de conmoción
social y política, en el que poco a poco se fue transitando de una forma de
violencia protagonizada por los partidos políticos tradicionales (liberal y
conservador), enfrentados por intereses burocráticos, a una confrontación
con tintes social-revolucionarios. En dicha confrontación los parámetros de
aglutinamiento de los distintos “bandos” pasaron de ser configurados a partir
de identidades locales y regionales construidas por la pertenencia a uno u
otro partido, a ser definidos por discursos que se insertaron en la dinámica
transnacional de la Guerra Fría. Este proceso se desarrolló en el periodo que
en la historia de Colombia ha sido denominado como “la Violencia”. Durante
ese periodo, el derecho penal tuvo un rol bastante paradójico, pues se
recurrió permanentemente a él como instrumento de represión con el cual se
pretendía pacificar el territorio nacional haciendo frente a enemigos internos.
Al mismo tiempo, se intentó en algunas ocasiones, de forma paralela,
utilizarlo como herramienta de definición de la identidad política nacional,
mediante la consolidación de acuerdos supuestamente orientados a superar
la confrontación.
El derecho penal que a propósito de la Violencia se produjo en
Colombia entre 1948 y 1966, es un claro ejemplo de la forma como el sistema
punitivo es apropiado por una política pensada desde y para la guerra, y de la
forma como el Estado recurre a lo punitivo para continuar la lucha librada en
lo militar. En este sentido, el derecho penal de la Violencia también muestra
claramente cómo se radicaliza la tensión entre la violencia conservadora y la
violencia originaria inherentes al derecho, justamente en situaciones en
donde la guerra interna se convierte en el parámetro de reforma y
producción jurídica (es decir en su fuente), mientras se intenta legitimar al
ordenamiento apelando a la necesidad de orden, eficiencia y seguridad, a
pesar de que en la práctica simplemente se continúan profundizando las
razones del conflicto.
Para desarrollar estas consideraciones, a continuación dividiremos esta
sección del trabajo en tres partes. En cada una de ellas haremos una
aproximación al contexto social y político para pasar posteriormente a
mostrar las normas jurídicas que en él se produjeron, resaltando en cada caso
los aspectos que desde el punto de vista histórico y normativo resultan de
mayor relevancia. Esto se hará con el fin de mostrar que el derecho penal de
la Violencia responde al modelo de lo que hoy conocemos como derecho
penal de enemigo, el cual condujo a reproducir la violencia que se suponía
debía contener: 1. La primera parte abarca el periodo 1948-1953,
demarcado por el asesinato del caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán y el
comienzo de la dictadura militar de Gustavo Rojas Pinilla; 2. La segunda
parte cobija el periodo 1953-1958, durante el cual tuvo lugar el gobierno
militar; 3. La tercera parte va de 1958 a 1966, inicia en la instauración del
gobierno civil (Frente Nacional) y concluye en la fecha de fundación del
grupo guerrillero Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).158
Pero antes de comenzar este análisis es importante realizar tres
precisiones. En primer lugar, debemos llamar la atención sobre la complejidad
de este fenómeno de la historia de Colombia catalogado como la Violencia y,
por lo tanto, sobre la variedad de aproximaciones académicas que se han
dado sobre el tema. Desde los años sesenta hasta hoy se han propuesto varias
alternativas de interpretación sobre lo sucedido en aquellos años, con
diversos tipos de estudios y metodologías.159 Sin embargo, vale la pena aclarar
que no pretendemos asumir ninguna posición histórica en términos
absolutos, pues somos conscientes de los debates que suscitan las distintas
interpretaciones sobre la Violencia, propios de la disciplina histórica y cuya
profundización excede las pretensiones de este trabajo.160 Aquí simplemente
se reseñarán varios planteamientos que nos serán útiles para ilustrar algunos
factores sociales y políticos que demuestran lo complejo de los fenómenos
cuyo entendimiento, al ser abordados indistintamente por el derecho penal
como principal reacción estatal, resultó reducido como si se tratara de
simples expresiones delictivas. En consecuencia, los autores y las fuentes
utilizadas en la reconstrucción del contexto histórico de las normas a las que
se harán alusión, podrán parecer dispares al no obedecer todos ellos a una sola
corriente ni forma de interpretación de los procesos aquí referidos.
No obstante, y en segundo lugar, es importante dejar en claro que
como punto de partida asumimos que el Estado colombiano,
particularmente en estos años, no deja de ser una realidad social
inconclusa, éste, en el periodo de estudio, evidencia sus limitaciones al ser
incapaz de erigirse como parámetro de unidad política y de referente para la
construcción de una identidad nacional, mientras constantemente se ve
cuestionado en su capacidad de configuración de la realidad y del
comportamiento social. Esta afirmación la realizamos al constatar la
imposibilidad del Estado colombiano de cumplir satisfactoriamente con las
funciones de articulación económica161 y de representación,162 las cuales
resultan fundamentales para que la idea de Estado, propia de una perspectiva
moderna (liberal-capitalista), se realice en la práctica.
En efecto, el tránsito de una sociedad agraria y cuasi feudal a una
industrializada y guiada por los principios del mercado, no parece un proceso
exitoso en todo el territorio nacional. De hecho, se observan fronteras en
donde el modo de producción capitalista choca fuertemente con prácticas y
formas de organización locales, dando como resultado movilizaciones y
confrontación entre amplios sectores sociales.163 El Estado colombiano en
muy poco pudo obrar como elemento articulador de la economía, en tanto el
sistema de producción capitalista a lo largo del proceso de industrialización
encontró variedad de obstáculos y resistencias que dificultaron su expansión,
al tiempo que no logró canalizar los intereses ni las necesidades de las
distintas capas sociales. Y es que durante este proceso, los intereses de los
gremios económicos se terminaron superponiendo como “intereses
generales”, haciendo que el Estado perdiera en buena parte la posibilidad de
regulación social ganada en los años treinta y que se constituía en una
importante fuente de legitimación política.164
Adicionalmente, en relación con la función de representación, el
régimen político de los años cuarenta, cincuenta y sesenta, presenta aspectos
que evidentemente lo configuran como un sistema excluyente desde el punto
de vista de clase y de raza. Esto se debe a que las posibilidades de relación y
comunicación entre los diferentes sectores sociales eran nulas, lo que impidió
que el Estado colombiano hiciera acopio de los distintos intereses para, al
menos, intentar lograr en el debate político su conciliación. En consecuencia,
el grado de representatividad social alcanzado por el Estado fue mínimo165 y se
imposibilitó así la construcción de un verdadero imaginario democrático
(Pécaut, 2003, 17). De hecho, lo que se constata al revisar parte de la
literatura sobre la Violencia, como lo explica Pécaut, es la dificultad de
conciliar, por un lado, la idea de soberanía popular con infinidad de
adhesiones personalistas alimentadas por un clientelismo desmedido y, por
otro, la idea de un universo común de lo político con una sociedad que se
encontraba dividida en dos subculturas políticas que se transmitían por el
nacimiento y de acuerdo a los lugares de origen (Pécaut, 2003, 18).
Por lo anterior, el Estado colombiano durante la Violencia “jugó un
papel limitado en la regulación de las relaciones sociales”; la escena política
estaba “constantemente fragmentada” y la ley, “lejos de tener una
significación instituyente”, era “percibida pura y simplemente como el
producto de transacciones fluidas y precarias, que en la práctica han hecho
posible todo tipo de acomodos y transgresiones” (Pécaut, 2003, 18).
Podríamos afirmar entonces que durante estos años el Estado colombiano fue
más una aspiración que una realidad social, al no encontrar con claridad la
posibilidad de corroborarse cognitivamente.
En tercer lugar debemos precisar que el derecho penal construido a
propósito de la Violencia entre 1948 y 1966, fue producto del abuso
permanente de los estados de excepción. Estas normas demuestran la
tendencia, generalizada en Colombia por muchos años, de normalizar lo
excepcional instaurando de manera permanente parámetros normativos
contrarios a los del derecho penal liberal, justamente en función de la guerra
interna. Usando los términos empleados por Ferrajoli para el caso italiano,
podríamos decir que esta normatividad no es más que una involución
(perversión diríamos nosotros) del ordenamiento jurídico colombiano, que
conduce al derecho penal a estadios pre-modernos en donde la razón de
Estado se impone y anula cualquier consideración para la salvaguarda de la
libertad individual.166
Y es que el escenario político durante éste periodo se articuló a partir
de la enemistad, en los términos de Schmitt. En este sentido la Violencia fue
el producto de la decisión de actores con capacidad de imponer una
representación de la política a partir de la división “amigo-enemigo” (Pécaut,
2003, 20). Precisamente durante los años cuarenta hasta comenzar la
dictadura militar de Gustavo Rojas Pinilla en 1953, la división polémica se
fundamentó en las identidades partidistas que sustituyeron por varios años
cualquier idea de identidad nacional. “Durante la Violencia de los años
1946-1960, no era realmente muy difícil que una representación de esta
naturaleza ocupara un primer plano. La convicción de que la sociedad
estaba condenada a estar dividida eternamente en dos subculturas,
portadoras de dos concepciones opuestas del orden social, convertiría la
división amigo-enemigo en fundamento de lo político” (Pécaut, 2003, 20).
Una vez instaurado el régimen militar y puesto en marcha el Frente
Nacional, la enemistad pasó a ser definida por el discurso anticomunista
recibido a través de la doctrina de seguridad nacional exportada desde los
Estados Unidos de América. Se observa entonces un proceso de mutación de
la enemistad, en el cual el derecho penal fungió como instrumento de guerra
y, al mismo tiempo, como vía para la promoción de valores y convicciones
políticas irreductibles con las que se pretendía consolidar la identidad
colombiana dentro de los parámetros de las naciones occidentales y
“civilizadas”.167
El Estado colombiano en el afán de reafirmarse como único sujeto
soberano, a pesar de la continua disputa por el monopolio de la violencia
proveniente de la subversión (bien con tintes partidistas, bien con matices
revolucionarios) por medio de la decisiones que a través de los estados de
excepción tomó sobre la enemistad (seis declaraciones de estado de sitio,
desde el Decreto 1239 de 1948 hasta el Decreto 1288 de 1965), produjo
alrededor de sesenta y seis normas relacionadas con el derecho penal (sin
contar los decretos que restringían distintos tipos de libertades, los cuales
hacienden a veintiseis), tanto sustancial como procedimental. Con dichas
normas se configuró un sistema punitivo paralelo al “normal”, orientado a la
neutralización de sujetos peligrosos,168 en el cual es posible, como ya hemos
insistido, identificar las características del concepto de derecho penal de
enemigo desarrollado por Jakobs.
Así pues, digámoslo una vez más, las normas que se explicarán, al ser
producto de la primacía de la razón de Estado y estar mediadas por la lógica
conflictual del amigo/enemigo, resultaban incompatibles con la idea más
clásica de Estado de derecho, de la que se encontraba bastante lejos el
Estado colombiano. Estas normas terminaron con cualquier posibilidad de
imparcialidad en la formulación y aplicación del ordenamiento normativo y
se configuraron como respuestas de guerra antes que como preceptos
realmente jurídicos. El caso colombiano, particularmente entre 1948 y 1966,
demuestra claramente cómo, en los términos de Ferrajoli, “la ruptura de las
reglas del juego se invoca en estos casos para tutela de las mismas reglas del
juego”, lo que conduce a que el Estado de derecho se defienda mediante su
negación (Ferrajoli, 2004a, 814). Aunque, dado lo permanente de éste
fenómeno en la historia colombiana, podríamos decir, así parezca paradójico,
que en nuestro caso la regla de juego ha sido justamente la excepción, con
mayor razón si tenemos en cuenta la existencia de un aparato institucional y
normativo proclive en su diseño a dicha dinámica.169 Esto confirma la
enorme distancia que en nuestra realidad ha habido, desde tiempo atrás,
entre la definición formal que el Estado hace de sí mismo y las formas en
que dicho Estado se materializa.
De acuerdo con esto podemos afirmar entonces, con palabras de Mary
Roldán, que “la violencia en Colombia versó (y sigue versando) sobre la
formación del Estado” (Roldán, 2003, 49).
CAPÍTULO IV
La Violencia como fenómeno
social complejo que trasciende de
la simple dualidad entre crimen y
pena (1948-1953)
Como hemos visto, el derecho penal de la Violencia, producido a través
de decretos legislativos en desarrollo de estados de sitio, se pone en función
de la confrontación de sujetos que son percibidos como enemigos desde el
punto de vista político y militar, lo cual se refleja en disposiciones normativas
que adquieren una connotación combativa y preventiva. Con este tipo de
normas se pretenden neutralizar los riesgos que se supone obstaculizan la
realización de la idea de sociedad que los grupos sociales de influencia se
proponen hacer hegemónica.
Dichos riesgos son predicados de la existencia de individuos, situaciones
y propuestas, más que de acciones y conductas concretas. Podemos afirmar
entonces que con las normas penales que surgen a la vida jurídica teniendo
por fuente la guerra interna se busca, mediante el ejercicio de la fuerza, la
unidad simbólica de la sociedad, y se cae en un círculo vicioso de
autoreproducción del caos normativo y cognitivo.
CAPÍTULO VI
El Frente Nacional como
alternativa en la que se
autoreproduce el derecho penal
de enemigo y se prolonga el
conflicto político y social (1958-
1966)
Con todo esto podemos afirmar que, como la “profecía que se cumple a
sí misma” explicada por Merton, la “amenaza” interna en Colombia
proveniente del comunismo, anunciada desde las primeras décadas del siglo
XX por el ministro de guerra Ignacio Rengifo, por el agregado militar en
Madrid Enrique Santa María o por el Coronel Francisco Scarpetta en 1953,
se hizo realidad en la década de 1960 con la aparición de estos grupos
guerrilleros. La represión militar de los movimientos sociales, los ataques
indiscriminados a la población rural, la restricción permanente de derechos,
el endurecimiento del poder punitivo y la definición de enemistad llevada a
lo normativo, en vez de pacificar el territorio nacional y consolidar el orden
necesario para que fuera posible el imperio del derecho, contribuyeron a
generar las condiciones para que la violencia fuera en Colombia el
mecanismo constante de expresión de los antagonismos sociales. Esto,
además, hizo realidad los temores de la clase dirigente, que no obstante los
pactos y acuerdos que maquinaron para asegurar su posición hegemónica y
mantener bajo su control las bases populares, nada logró para impedir que la
Violencia, inicialmente estimulada por ellos mismos, se transformara y diera
paso a una nueva etapa que se prolonga aun hasta nuestros días.362
OTROS:
Decreto 3047 de 1950: Por el cual se dicta una medida para la mejor
administración de los Municipios y Corregimientos de la Intendencia
Nacional del Meta y las Comisarías de Arauca y Casanare (militares
nombrados alcaldes o corregidores).
Decreto 2169 de 1951: Por el cual se crea el cargo de Jefe Civil y Militar de
los Llanos Orientales.
Decreto 2595 de 1951: Por el cual se dan unas facultades al Jefe Civil Militar
de los Llanos Orientales y se amplía el territorio de su jurisdicción.
Decreto 0171 de 1952: Por el cual se adiciona la Policía Nacional con un
cuerpo de policía militar.
Decreto 1703 de 1952: Por el cual se modifica el parágrafo del artículo 1 del
Decreto número 816 de 1952, y se dispone la vigencia del marcado con el
número 1389-bis de 1952.
Decreto 2835 de 1952: Por el cual se crea la Policía Municipal para el oriente
y norte de Boyacá.
Decreto 1814 de 1953: Por el cual se incorpora a las Fuerzas Armadas del
Cuerpo de Policía Nacional.
Decreto 1897 de 1953: Por el cual se militariza el personal de las aduanas y
puertos marítimos y terrestres de carácter internacional que funcionen
dentro del país, y se adiciona el Decreto número 1814 de 10 de Julio de
1953.
Decreto 2043 de 1953: Por el cual se destina una partida para atender a
necesidades urgentes del Departamento de Boyacá, con motivo de
sucesos de orden público.
Decreto 2044 de 1953: Por el cual se decreta un auxilio (reparación de
víctimas).
Decreto 1552 de 1954: Por el cual se aclara el Decreto número 0755 del
presenta año (jefatura civil y militar del Amazonas).
Decreto 0755 de 1954: Por el cual se crea la Jefatura Civil y Militar del
Amazonas.
Decreto 0123 de 1957: Por el cual se modifica el Decreto 0981 de 1957 y se
dictan otras disposiciones (comisión de investigación).
Decreto 006 de 1958: Por el cual se crean Comisiones Especiales para el
estudio de los problemas económicos y sociales producidos por la
violencia en los Departamentos del Tolima, Valle del Cauca, Huila y
Cundinamarca.
Decreto 0165 de 1958: Por el cual se crea una Comisión Nacional
investigadora de las causas y situaciones presentes de violencia en el
territorio nacional.
Decreto 0004 de 1959: Por el cual se dictan medidas tendientes a la
rehabilitación económica de los damnificados por la violencia en los
Departamentos de Caldas, Cauca, Huila, Tolima y Valle del Cauca.
Ley 70 de 1959: Por la cual se rinde homenaje a los estudiantes caídos en
defensa de la libertad.
Ley 5 de 1960: Por la cual se aprueba el Acta Final y los Convenios suscritos
por la Conferencia Diplomática de Ginebra del 12 de agosto de 1949.
Ley 56 de 1962: Por el cual se dictan medidas sobre salvoconductos para
portar armas de defensa personal.
Decreto 3398 de 1965: Por el cual se organiza la defensa nacional.
1. Una disputa privada entre criollos santafereños y un comerciante español que dio lugar al grito
de independencia en Santafé de Bogotá, y que ocurrió a tres cuadras de donde, más de un siglo
después, asesinarían a Gaitán.
↩
2. En su libro seminal sobre el constitucionalismo contemporáneo en Colombia, Cartas de
batalla. Una historia del constitucionalismo colombiano, el profesor Hernando Valencia Villa
registraba el invariable tránsito de los grupos políticos en Colombia desde la acción política
armada hacia la institucionalización de su poder político en el Estado.
↩
3. Así, por ejemplo, en la edición de 1987, Reyes Echandía pasaba de explicar los “Principios
Fundamentales” y la “Estructura Formal” del Código Penal de 1936, a hablar del anteproyecto
de código elaborado en 1974 (ver: Reyes, Alfonso. Derecho Penal Parte General. TEMIS:
Bogotá, 1987. Pág. 26). De la misma manera, ver lo dicho por Gaitán Mahecha en: Gaitán,
Bernardo. Derecho Penal General. Pontificia Universidad Javeriana: Bogotá, 1999. Pág. 64-65.
↩
4. Ver: Velásquez, Fernando. Manual de Derecho Penal Parte General. TEMIS, Bogotá: 2004.
Pág. 201.
↩
5. Decreto 1923 de 1978.
↩
6. Decreto 2790 de 1990.
↩
7. La línea divisoria entre la violencia legítima y la ilegítima resulta no solamente bastante tenue
sino relativa. En algunas ocasiones el uso de la violencia ha sido juzgado posteriormente desde
perspectivas jurídicas y políticas como actos reprochables, mientras que en otros momentos
los han valorado como acciones legítimas. En este sentido Iván Gonzales hace referencia por
ejemplo, a la bomba atómica lanzada en Nagasaki y a las guerras americanas de
independencia, como eventos en los que la violencia se ha tenido como algo positivo dado el
triunfo de quien la ha ejercido. Como consecuencia, conceptos con relevancia para el derecho
penal e íntimamente ligados a la violencia organizada y utilizados de distintas maneras
(algunas veces indistintamente, otras manteniendo una cuidadosa distinción entre ellos), como
“rebelde”, “delincuente común” e incluso “terrorista”, aunque teóricamente pueden
diferenciarse unos a otros por las motivaciones que impulsan sus actos, se convierten también
en conceptos relativos, no fácilmente aplicables en la práctica, lo cual se aprecia en las
definiciones bastante ambiguas que se dan en diferentes instrumentos normativos nacionales e
internacionales. De la Convención interamericana contra el terrorismo, la Convención para
prevenir y sancionar los actos de terrorismo, el Convenio internacional para la represión de la
financiación del terrorismo y los pronunciamientos del Comité contra el terrorismo establecido
por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, etc., se puede afirmar que: “el concepto
no se define a partir de sus elementos estructurales y con ello resulta difícil aprehender el
alcance de las conductas prohibidas a título de terrorismo, pues es poco menos que imposible
aceptar que cualquier asesinato u homicidio, cualquier secuestro o delito cometido con un
arma de fuego automática, pueda constituir -y de hecho no lo constituye- un acto de
terrorismo… De esta forma, no es posible establecer un límite definido entre la rebelión y el
terrorismo, pues la delgada línea que los separa puede convertir al terrorista en un héroe con el
triunfo de la revolución” (Gonzáles, 2006, 94-101).
↩
8. “La situación es distinta en el caso de una norma a la de una regla cognitiva: si en esta
última no sucede lo que es conforme a la regla, ésta es errónea o ha sido aplicada
erróneamente, y debe mejorarse la situación cognitiva; como suele decirse hay que aprender de
nuevo. Distinto es el funcionamiento de una norma: si es quebrantada, no es ella, la que es
errónea, sino la conducta del delincuente es errónea, y como ya se ha dicho, su tratamiento
como delincuente es la confirmación, o, dicho con mayor exactitud, el mantenimiento de la
norma” (Jakobs, 2007a, 105).
↩
9. Sobre las teorías preventivas de la pena Jakobs ha afirmado que: “No se trata de
reflexiones sobre el tema normativo de qué se merece una persona que ha delinquido, sino
sobre el tema cognitivo de cómo se puede conseguir un temor suficiente mediante la pena…
sólo el uso de la pena inteligente, que reporta utilidad, resulta el uso jurídicamente correcto…
incluso la indudable gran aportación de las teorías esbozadas, que consiste en desvincular la
pena de las emociones, la sed de venganza y la ira, se encuentra en todo caso escasamente
fundamentada desde una perspectiva jurídica…En resumen y formulándolo de forma un poco
informal: la filosofía penal de la ilustración es una teoría a la que le falta un hervor normativo:
sus teorías de la pena son derivados de reglas de prudencia; se ocupan de la naturaleza como
hecho, pero no del derecho como idea” (Jakobs, 2007b, 20).
↩
10. A pesar que el funcionalismo no reconoce la protección de bienes jurídicos como la primera y
principal finalidad del derecho penal, la doctrina mayoritaria, al menos en nuestro medio, si
encuentra la justificación de la sanción penal en dicho objetivo, el cual además es reconocido
como un punto de anclaje del derecho penal en la constitución política. Al respecto ver:
Hefendehl, 2007.
↩
11. Así por ejemplo Roxin afirma: “En realidad, en la prevención general positiva se pueden
distinguir a su vez tres fines y efectos distintos, si bien imbricados entre sí: el efecto de
aprendizaje, motivado social pedagógicamente; el “ejercicio en la confianza del derecho que
se origina en la población por la actividad de la justicia penal; el efecto de confianza que surge
cuando el ciudadano ve que el derecho se aplica; y, finalmente, el efecto de pacificación, que
se produce cuando la conciencia jurídica general se tranquiliza, en virtud de la sanción, sobre
el quebrantamiento de la ley y considera solucionado el conflicto con el autor” (Roxin, 2002,
91-92).
↩
12. Sobre esto y a propósito de la teoría de las subculturas criminales como negación del
principio de culpabilidad, Baratta explica que “la teoría de las subculturas criminales niega que
el delito pueda ser considerado como expresión de una actitud contraria a los valores y a las
normas sociales generales, y afirma que existen valores y normas específicos de diversos
grupos sociales (subculturas). Éstos, a través de mecanismos de interacción y de aprendizaje
en el seno de los grupos, son interiorizados por los individuos pertenecientes a ellos y
determinan, pues, su comportamiento, en concurrencia con los valores y las normas
institucionalizados del derecho o de la moral ‘oficial’ ” (Baratta, 2004, 71).
↩
13. “Se impone así la necesaria distinción programática entre política penal y política criminal,
entendiéndose con la primera una respuesta a la cuestión criminal circunscrita en el ámbito del
ejercicio de la función punitiva del Estado (ley penal y su aplicación, ejecución de la pena y de
las medidas de seguridad), y entendiendo en sentido amplio la segunda como política de
transformación social e institucional. Una política criminal alternativa es la que escoge
decididamente esta segunda estrategia, extrayendo todas las consecuencias de la conciencia
cada vez más clara en cuanto a los límites del instrumento penal. Entre todos los instrumentos
de política criminal, el derecho penal es, en último análisis, el más inadecuado” (Baratta, 2004,
213-214).
↩
14. “El Estado interviene, a través de la prevención social, no tanto para realizar su propio
deber de prestación hacia los sujetos lesionados, sino para cumplir (a través de acciones
preventivas no penales que se añaden a aquellas represivas) el propio deber de protección (más
específicamente, de prestación de protección) respecto a sujetos débiles considerados ya como
ofensores potenciales. Estamos en presencia, como vemos, de una superposición de la política
criminal a la política social, de una criminalización de la política social…” (Baratta, 1998, 26-
28).
↩
15. “El hombre ha nacido libre, pero por todas partes está encadenado… ¿cómo ocurrió este
cambio? Lo ignoro. ¿Qué es lo que lo hace legítimo? Creo poder responder a esta pregunta…el
orden social es un derecho sagrado que sirve de base para todos los otros. Sin embargo, este
derecho no proviene de la naturaleza, sino que está fundado sobre las convenciones”
(Rousseau, 1998, 4).
↩
16. La primera ley del estado de naturaleza en ROUSSEAU es la de procurar la propia
conservación.
↩
17. “En el caso de que hombres dispersos, cualquiera que sea su número, sean sucesivamente
dominados por uno solo, sólo observo un amo y sus esclavos, pero nunca un pueblo con su
jefe; más bien se trata de una agrupación y no de una asociación, pues no hay bien público ni
cuerpo político” (Rousseau, 1998, 18).
↩
18. Derrida refiriéndose a dos expresiones inglesas que para él resultan valiosas en tratándose del
derecho y de la justicia, por cuanto no tienen un equivalente estricto en Francés, afirma: “A.
La primera es «to enforce the law, o incluso «enforceability of the law or of contract».
Cuando, por ejemplo, se traduce en francés «to enforce the law» como «aplicar la ley», se
pierde esta alusión directa, literal, a la fuerza que, desde el interior, viene a recordarnos que el
derecho es siempre una fuerza autorizada, una fuerza que se justifica o que está justificada al
aplicarse, incluso si esta justificación puede ser juzgada, desde otro lugar, como injusta o
injustificable. No hay derecho sin fuerza, Kant lo recuerda con el más grande rigor. La
aplicabilidad, la enforceability no es una posibilidad exterior o secundaria que vendría a
añadirse, o no, suplementariamente, al derecho. Es la fuerza esencialmente implicada en el
concepto mismo de la justicia como derecho, de la justicia en tanto que se convierte en
derecho, de la ley en tanto que derecho” (Derrida, 2002, 15).
↩
19. “La legislación que de una acción hace un deber, y al mismo tiempo da este deber por motivos,
es la legislación moral. Pero la que no hace entrar el motivo en la ley, que por consiguiente
permite otro motivo que la idea del deber mismo, es la legislación jurídica… La conformidad
o la no conformidad pura y simple de una acción con la ley, sin tener en cuenta sus motivos, se
llama legalidad o ilegalidad. Pero esta conformidad, en la cual la Idea del deber deducida de la
ley es al mismo tiempo un móvil de acción, es la moralidad de la acción” (Kant, 1962, 35).
↩
20. “Esta noción positiva de la libertad (respecto de la práctica), es la base de las leyes prácticas
absolutas que se llaman morales” (Kant, 1962, 38).
↩
21. “Esta cuestión, sino se ha de caer en una tautología, ni se ha de referir a la legislación de
determinado país o tiempo, en lugar de dar una solución general… la cuestión de saber si lo
que prescriben estas leyes es justo, la de dar por sí el criterio general por cuyo medio pueda
reconocerse lo justo y lo injusto… nunca podrá resolverla a menos de dejar aparte estos
principios empíricos y de buscar el origen de estos juicios en la sola razón…” (Kant, 1962,
52).
↩
22. “En esta hipótesis (si la coacción no fuera un elemento esencial del derecho) las normas
jurídicas no se distinguirían de las normas de una moral positiva” (Kelsen, 1977, 81).
↩
23. “En sentido sociológico, el poder es la capacidad de un individuo o grupo de llevar a la práctica su
voluntad, incluso a pesar de la resistencia de otros individuos o grupos” (Bodenheimer, 2007, 17).
↩
24. “Una era «to enforce the law», que nos recuerda siempre que si la justicia no es
necesariamente el derecho o la ley, aquélla no puede convertirse en justicia de derecho o en
derecho si no tiene, o, mejor dicho, si no apela a la fuerza desde su primer instante, desde su
primera palabra… «Justicia, fuerza. -Es justo que lo que es justo sea seguido, es necesario que
lo que es más fuerte sea seguido» Y Pascal prosigue: «La justicia sin la fuerza es impotente
[dicho de otra manera: la justicia no es la justicia, no se realiza, si no tiene la fuerza de ser
enforced; una justicia impotente no es justicia en el sentido del derecho]; la fuerza sin la
justicia es tiránica. La justicia sin fuerza es contradicha porque siempre hay malvados; la
fuerza, sin la justicia, es acusada. Por tanto, hay que poner juntas la justicia y la fuerza; y ello
para hacer que lo que es justo sea fuerte o lo que es fuerte sea justo» Es difícil decidir o
concluir si el «hay que» de esta conclusión («Por tanto, hay que poner juntas la justicia y la
fuerza») es un «hay que» prescrito por lo que es justo en la justicia o por lo que es necesario en
la fuerza. Titubeo que podemos considerar secundario. Y que flota sobre la superficie de un
«hay que» más profundo, si se puede decir, ya que la justicia exige, en tanto que justicia, el
recurso a la fuerza. La necesidad de la fuerza está por ello implicada en lo justo de la justicia.
Conocemos lo que sigue y cómo concluye esta proposición: «Así, no pudiendo hacer que lo
que es justo sea fuerte, hacemos que lo que es fuerte sea justo»” (Derrida, 2002, 25-26).
↩
25. Discurso Inaugural presentado en la Academia de Ciencias de Turín el 9 de Marzo de 1965,
en: Bobbio, 2000.
↩
26. “La causa final, fin o designio de los hombres (que naturalmente aman la libertad y el dominio
sobre los demás) al introducir esta restricción sobre sí mismos (en la que los vemos vivir
formando Estados) es el cuidado de su propia conservación y, por añadidura, el logro de una
vida más armónica; es decir, el deseo de abandonar esa miserable condición de guerra que, tal
como hemos manifestado, es consecuencia necesaria de las pasiones naturales de los hombres
…”(Hobbes, 2006, 137).
↩
27. Aquí es pertinente traer la apreciación de Jakobs cuando afirma que la vigencia y realidad
social de las normas no puede mantenerse siempre contrafácticamente; para que las normas
puedan existir como realidad social, requieren también que efectivamente orienten, en algún
grado, la conducta de las personas. Podríamos decir entonces que para que el derecho sea una
realidad social, debe poder cumplir en un mínimo con sus objetivos, de acuerdo con lo que
venimos diciendo este objetivo sería el mantenimiento de la paz, luego si la regla general en
una sociedad es la guerra, el derecho en dicho grupo social estaría más cercano a ser una idea
que una realidad. “Un ordenamiento jurídico también debe estar establecido a grandes rasgos
para que pueda ofrecer a potenciales víctimas algo más que una orientación abstracta, a saber,
una orientación que puede usarse… Las normas necesitan de una cimentación cognitiva si se
pretende que ofrezca orientación; no basta que puedan ser expuestas como correctas o
plausibles, sino que también es necesario que se establezcan” (Jakobs, 2007a, 104-106).
↩
28. Lo que Bobbio parece sugerir entonces es la guerra como medio para la imposición que hace
un Estado a otro de un derecho determinado, de ahí la pregunta por la justicia de lo que se
busca con la guerra.
↩
29. Es importante aclarar que, aunque la perspectiva que se asume en el escrito de Bobbio frente a
la guerra se ubica en el contexto de los conflictos entre Estados, consideramos que sus
reflexiones son perfectamente aplicables a las guerras internas, de hecho, creemos que estas
reflexiones pueden ilustrase con mayor precisión en situaciones de conflictos armados
internos. En el caso de la guerra-medio Bobbio afirma que: “En la perspectiva de la guerra
medio el problema de fondo es establecer si existen justas pretensiones de un estado frente a
otro, o sea pretensiones cuya satisfacción constituya un acto que tiene como resultado la
restauración o la instauración de un derecho, y cuáles son” (Bobbio, 2000, 98). Pues bien, en
una guerra interna la pretensión justa del Estado está enmarcada en la intención de proteger un
ordenamiento jurídico establecido, que se supone legítimo por provenir del propio Estado y
que en ocasiones estará también legitimado por provenir de un sistema estatal al menos
formalmente democrático.
↩
30. No obstante, actualmente se ha intentado desde el garantismo penal definir nuevamente al
derecho como algo opuesto a la guerra, reconociendo que para que tal pretensión pueda ser
posible, en todo caso el derecho debe regular su uso, en últimas monopolizarla, es decir que la
guerra como antítesis depende de la guerra como objeto. En términos de Ferrajoli “La guerra
puede ser justificada por razones extra- jurídicas, de tipo político, económico y hasta moral;
puede también ser considerada lícita o no ilegal, cuando no existan normas de derecho positivo
que la prohíban. Pero no podrá ser calificada nunca de legal, porque la contradicción entre
guerra y derecho no lo permite. El derecho, en efecto, es por su naturaleza un instrumento de
paz, es decir una técnica para la solución pacífica de las controversias y para la regulación y
limitación del uso de la fuerza. En la cultura jurídica moderna, a partir de Hobbes, se justifica
como remedio al bellum ómnium. La paz es su esencia íntima, y la guerra su negación, o
cuando menos, el signo y efecto de su ausencia en las relaciones humanas así como del
carácter prejurídico, falto de reglas y salvaje de las mismas” (Ferrajoli, 2004b, 28-29).
↩
31. “Históricamente, esta teoría ha sido sostenida en un primer momento, desde San Agustín en
adelante, en polémica con el pacifismo cristiano de los orígenes, para el que bellare era
siempre illicitum; en un segundo tiempo, o sea en su reaparición después de la Primera Guerra
Mundial, ha cambiado de adversario, oponiéndose a las teorías belicistas, que derivaban de la
glorificación del Estado-potencia y habían hallado su natural aliado en el positivismo jurídico
que se había extendido últimamente incluso al derecho internacional: en esta doble tarea
polémica la teoría de la guerra justa muestra su naturaleza de teoría intermedia entre los dos
extremos” (Bobbio, 2000, 99).
↩
32. “El objetivo de la teoría de la guerra justa era establecer los criterios de legitimidad de la
guerra. Pero se pensó que no bastaba que una guerra fuera legítima para ser justa: debía
llevarse a cabo según determinadas reglas que tendían por lo general a limitar sus efectos
nocivos” (Bobbio, 2000, 99).
↩
33. Sin embargo, es importante anotar que con las invasiones a Afganistán e Irak por Estados
Unidos de Norteamèrica el debate sobre la guerra justa o al menos sobre la justicia y
legitimación de la guerra se reabre: “la doctrina Bush de la guerra preventiva es un sobre-
esfuerzo por darle apariencia de juridicidad a una conducta que, la luz del sistema actual, es
abiertamente ilegal… Finalmente, queremos recordar que la doctrina tomista de la guerra justa
fue formulada con el fin de racionalizar el uso de la violencia de las relaciones internacionales.
Siglos después de su formulación contamos con un sistema organizado, donde se prohíbe
cualquier utilización unilateral de la fuerza. ¿Serà conveniente que en pleno siglo XXI, se
formule una teoría, como la de la guerra preventiva, que desconoce la legalidad internacional y
cualquier idea de proporcionalidad entre la agresión recibida y las medidas tomadas?” (Caro,
2006, 427-428).
↩
34. En ésta última observación, Bobbio contrasta la guerra con el procedimiento judicial que se
surte al interior de un ordenamiento jurídico, puesto que este permite vencer a quien tiene
razón, mientras que aquella permite tener razón a quien vence (Bobbio, 2000, 102).
↩
35. Lo que es propio del ámbito interno, la revolución, se traslada al ámbito internacional, para lo
cual se utiliza en el texto la idea de “revolución internacional”, al tiempo que lo que es propio
del ámbito exterior, la guerra, se traslada al ámbito interno, para lo cual se utiliza el término
“guerra civil”; con esto se pretende mostrar que en últimas la confrontación entre grupos
humanos organizados, bien sea dentro o entre estados, tiene la potencialidad de definir al
derecho.
↩
36. Alejandro Aponte afirma sobre el texto de Benjamin: “En él se encuentran expuestas las
directrices necesarias para reflexionar sobre la violencia considerada en sí misma, y
simultáneamente sobre las relaciones particulares de la violencia con el derecho” (Aponte,
2006c, 336).
↩
37. Es importante anotar que el nombre original de este escrito en alemán es Zur Kritik der
Gewalt, ya que este último término, “Gewalt”, hace referencia no solamente a la violencia
como tal sino también a la violencia ejercida por el poder legítimo, lo cual pone de presente el
carácter ambiguo del derecho respecto de la violencia: “El carácter ambivalente del derecho en
relación con la violencia, que es general, se observa desde el significado mismo que,
especialmente en la lengua alemana, tiene la palabra violencia. En esta lengua, violencia
significa simultáneamente violencia desnuda, y poder o autoridad estatal legítimos. En el texto
de Benjamin, sin embargo, se usa de manera indistinta la palabra violencia para referirse a uno
u otro significado…” (Aponte, 2006c, 339). En este mismo sentido Derrida: “El texto de
Benjamin del que hablaremos a continuación, y que se titula Zur Kritik der Gewalt, se traduce
en francés como Pour une critique de la violence y en inglés como Critique of Violence. Pero
estas dos traducciones, sin ser completamente injustas, esto es, completamente violentas, son
interpretaciones muy activas que no hacen justicia al hecho de que Gewalt también significa
para los alemanes poder legítimo, autoridad, fuerza pública” (Derrida, 2002, 17).
↩
38. Benjamin, Walter, Para una Crítica de la Violencia, en: página web de la Escuela de Filosofía
de la Universidad ARCIS, Chile, Pág. 4, www.philosophia.cl
↩
39. Ibíd., Pág. 7.
↩
40. “Pero su significado no es el de castigar la infracción jurídica, sino el de establecer el nuevo
derecho. Pues en el ejercicio del poder de vida y muerte el derecho se confirma más que en
cualquier otro acto jurídico… En una connotación mucho más innatural que en la pena de
muerte, en una mescolanza casi espectral, estas dos especies de violencia se hallan presentes
en otra institución del estado moderno: en la policía” Ibíd., Pág. 8.
↩
41. Ibíd., Pág. 9.
↩
42. “A manera de conclusión, son tres los casos que utiliza el autor para deducir la categoría de
una “violencia fundadora del derecho”: el gran delincuente, la guerra -como el ejemplo más
clásico de una violencia creadora de derecho- y la huelga general revolucionaria” (Aponte,
2006c, 347).
↩
43. Benjamin, Walter, Para una Crítica de la Violencia, en: la página web de la Escuela de
Filosofía de la Universidad ARCIS, Chile, Pág. 4, www.philosophia.cl, Pág. 6.
↩
44. “Este trabajo ha suscitado especial interés en Norteamérica, especialmente a lo relativo al
derecho constitucional norteamericano y los denominados critical legal studies. En esta
dirección y con base en diversas conferencias llevadas a cabo a finales de la década de los
ochenta, en la Cardozo Law School, con el título de Deconstruction and the possibility of
justice, libro editado por Hans Haverkamp, el cual contiene aportes sustanciales de diversos
autores sobre el texto de Benjamin y de su lectura hecha por Derrida, en la perspectiva general
de la llamada ‘deconstrucción’ ” (Aponte, 2006c, 336).
↩
45. “No sólo las normas del derecho penal se forman y aplican selectivamente, reflejando las
relaciones de desigualdad existentes, sino que el derecho penal ejerce también una función
activa, de reproducción y de producción, respecto a las reglas de desigualdad… la aplicación
selectiva de las sanciones penales estigmatizantes, y especialmente de la cárcel, es un
momento supraestrcutural esencial para el mantenimiento de la escala vertical de la sociedad”
(Baratta, 2004, 173).
↩
46. En este punto es importante traer a colación la afirmación que realiza Hegel en su obra
Fundamentos de la Filosofía del Derecho: “cada pueblo tiene la constitución que le es
adecuada y le corresponde”, en la medida en que el sistema jurídico y político tiende a ser
reflejo de la forma como en la estructura social se definen las relaciones de poder; de tal suerte
que en una sociedad que discrimina y excluye el derecho tenderá a hacer lo propio; sin
embargo reconocemos que el derecho tiene también la fuerza necesaria para inducir cambios
sociales bien sea conservadores o innovadores, aunque el sentido en que se produzcan estos
cambios dependerá igualmente de cómo se resuelvan las reivindicaciones de protección e
inclusión que formulen sectores vulnerables frente a las estrategias o apatía de los grupos
sociales tradicionalmente influyentes.
↩
47. “El derecho y el Estado no son, sin embargo, expresión de un consenso general de voluntades,
sino reflejo de un modo de producción y una forma de protección de intereses de clase, la
dominante, en el grupo social al que ese derecho y ese Estado pertenecen” (Muñoz, 2004, 34).
De esta forma, se resalta como la nueva criminología ha mostrado que el derecho penal no es
igualitario, sino que responde de manera diferente a distintos delitos y “delincuentes” con
criterio clasista, con lo cual la función de prevención integración de la norma y de la sanción
penal pierde fundamento, ya que el mito del pacto o consenso como base de la sociedad y del
Estado, desaparece.
↩
48. Es importante mencionar que en este texto de Pawlik se presenta una interpretación de la
filosofía del derecho de Hegel, que pretende superar las objeciones a ella formulada y que la
tildan de justificación a ultranza de la realidad y del poder del Estado, para resaltar la
importancia que en su planteamiento tiene la idea de la libertad y la advertencia que se hace
respecto del peligro que el individualismo extremo representa para ella. “Pero tampoco el
convencimiento de Hegel de la primacía ontológica de las instituciones basada en este
diagnóstico representa en absoluto aquel escándalo teórico-liberal que suele ser visto en él…
Hegel coincide con Rousseau en el convencimiento de que el individuo no se puede constituir
en sujeto de libertad política, como ciudadano, desmembrado de la comunidad política a la que
él pertenece… Hegel muestra en un fulminante análisis de la Revolución Francesa que una
libertad semejante se puede transformar rápidamente en la “tiranía más horrenda” cuyo
instrumento es el terror.., El Estado de Hegel no se contenta con ser un Estado liberal, no
obstante, él no es en absoluto un Estado antiliberal”, por lo tanto Pawlik sostiene que en Hegel
la “racionalidad rudimentaria de lo existente no significa su legitimación frente a sus
ciudadanos, en contra de lo que dice la imputación de Tugendhat” (Pawlik, 2005, 12-13-34).
↩
49. “Por su parte, el concepto encuentra su culminación en la idea. Ella es la razón interna que
hace a la realidad externa lo que ella es… Por lo tanto en la idea se une lo racional con lo real”
(Pawlik, 2005, 23-24).
↩
50. “El espíritu se manifiesta primeramente en la forma de la libertad individual. Sus esfuerzos
van dirigidos a “afirmar la propia determinación” que resulta precisamente para Hegel, no de
forma diferente que para kant, como la libertad… el subjetivo avanza hacia el espíritu
objetivo. El espíritu objetivo constituye la esfera del derecho…” (Pawlik, 2005, 26-27).
↩
51. “Minimizar el mal socialmente necesario es un corolario del máximo principio moral, que por
cierto conjuga el bien con la justicia, con prelación de esta última; pero minimizar el mal
social de la pena necesaria es, a partir de ello, el supremo derrotero de la política criminal, a
cuyo servicio han de estar supeditados todos los demás principios penales… es irracional el
derecho penal mismo y por esto lo único racional frente a él es minimizarlo” (Fernández,
2007, 160-162).
↩
52. “El condicionamiento recíproco y la ósmosis se expresan, en este caso, en el hecho de que las
fuerzas del orden y el sistema de la justicia criminal asumen formas bélicas, mientras el
momento punitivo se dilata en la actitud y en la praxis de las formaciones militares y
paramilitares, de los grupos armados, de las organizaciones terroristas y de las grandes
organizaciones criminales” (Baratta, 1998, 61).
↩
53. Aquí hacemos referencia al concepto de enemigo político o enemigo militar, sin pretender
relacionarlo por el momento con el concepto de enemigo propio del sistema funcionalista de
Jakobs.
↩
54. El planteamiento de Schmitt es relevante para nuestro análisis, debido a que en él se
encuentran elementos que nos permiten entender la lógica detrás de las normas que en esta
investigación se analizarán, de hecho la cercanía de esta autor con el partido Nazi en Alemania
y la pertinencia de sus ideas para entender las normas que se referirán más adelante nos
demuestra lo poco democrático del contenido de estas últimas. “Hasta 1932, Schmitt
(discípulo de Max Weber) era un manifiesto opositor del nazismo, pero en Mayo de 1933
cambió y se afilió al partido nacionalsocialista hasta que fue proscrito por el partido a fines de
1936. En 1934 llegó al extremo de escribir, bajo el título El Führer protege el Derecho … que
se justificaba el asesinato en masa como judicialidad del Führer que crea directamente el
Derecho” (Aller, 2006, 89).
↩
55. “Para Schmitt el principio de la deliberación y de la decisión por mayoría tiene su sentido y
justificación por referencia a una determinada etapa histórica, la del Estado liberal-burgués del
XIX. Una decisión puede justificarse a través del principio mayoritario sólo cuando se
presupone la homogeneidad de la sociedad. Desde tal supuesto es posible entender que el
Parlamento opera a través de una deliberación general, y que de esa deliberación nacen normas
de carácter general. La mayoría opera aquí como reflejo o expresión de esa razón elaborada a
través de las condiciones ideales de una discusión general” (Agapito, 1991, 15).
↩
56. “Pone de manifiesto que la homogeneidad social que presupone la concepción liberal no es
sino ficción, lo que priva de sentido a todas las construcciones que dependen de ella. Este es el
punto en el que entronca la crítica de Schmitt al parlamentarismo del Estado liberal-burqués.
El carácter ficticio de la homogeneidad de la sociedad, presupuesta en la concepción liberal,
vacía de todo sentido a la tesis de que están dadas las condiciones para un debate basado sólo
en la razón, capaz de descubrir por su solo ejercicio las soluciones generales a las necesidades
de la sociedad… En este contexto el principio de la mayoría se presenta como imposición, por
la fuerza y con carácter coyuntural, de un sector de la sociedad sobre otro” (Agapito, 1991, 15-
16).
↩
57. “Por eso, y en relación con su crítica a la concepción liberal, el concepto de democracia tiene
que entenderse exclusivamente desde la idea de igualdad. Para Schmitt la libertad no se
corresponde con la democracia; es un principio propia de la concepción liberal-burquesa, que
se basa en una orientación moral según ideas humanitarias, e individualistas, y que obviamente
carece de fundamento democrático… La crítica de Kelsen a este planteamiento pretende
rescatar precisamente esa libertad, ese derecho a la diferencia, de individuos o de grupos,
frente a cualquier planteamiento que pretenda establecer una determinada idea como vía de
homogeneización de la diversidad social… Para ello Kelsen entiende la democracia en un
sentido metodológico, procedimental. Este carácter procedimental es la garantía de que no
surgirán, ni podrán encontrar justificación alguna, pretensiones totales de configurar, de un
modo unilateral y ahistórico, los contenidos de la libertad, que sólo pueden proceder del
ejercicio no inhibido de esta misma libertad” (Agapito, 1991, 16).
↩
58. “La República de Weimar se constituye en un momento en que se hace ya inevitable el
reconocimiento de los partidos políticos. Y éstos aparecen en este momento histórico acuñados
por una fuerte carga constituyente. La crisis del Estado liberal por un lado, y el traspaso de la
autonomía del representante político, tradicional en Europa desde la revolución francesa a
través de la figura del mandato representativo, a los partidos, refuerzan la tendencia a la
autonomización de éstos respecto de los electores, lo cual se traduce en la práctica inexistencia
de límites constitucionales a su política” (Agapito, 1991, 20).
↩
59. “Para él no cabe aplicar derecho alguno al caos. Es necesario que la realidad a la que se aplica
la norma esté previamente configurada de algún modo” (Agapito, 1991, 2).
↩
60. “A semejanza de lo que ocurre también en muchas otras lenguas, la alemana no distingue entre
[enemigos] privados y políticos, y ello da pie a multitud de malentendidos y falseamientos. La
famosa frase evangélica ‘amad a vuestros enemigos’ es en original ‘diligite inimicus
vestros’… y no ‘diligite hostes vestros’; aquí no se habla de enemigo político. En la pugna
milenaria entre Cristianismo y el Islam jamás se le ocurrió a cristiano alguno entregar Europa
a los sarracenos o a los turcos. A un enemigo en sentido político no hace alta odiarlo
personalmente…” (Schmitt, 1991, 59).
↩
61. Zaffaroni, aunque está de acuerdo con el “diagnóstico” que realiza Jakobs sobre la innegable
existencia de normas que pueden catalogarse como derecho penal de enemigo, cuestiona la
propuesta que éste realiza el respecto, “Conforme a este autor, el derecho penal deberá
habilitar poder punitivo de una manera para los ciudadanos y de otra para los enemigos,
reservando el carácter de persona para los primeros y considerando no personas a los
segundos, pero confinando esta habilitación en un compartimiento estanco del derecho penal,
de modo que todo lo demás siga funcionando conforme a los principios del derecho penal
liberal. Se trataría de una especie de cuarentena penal de enemigos” (Zaffaroni, 2006, 152). El
profesor Jakobs ha abierto un fuerte debate poniendo de presente la presencia del enemigo en
el derecho penal, asumiendo una actitud al parecer resignada ante esa realidad, proponiendo
que es mejor reconocerla para evitar su expansión, que negarla inútilmente. Según Zaffaroni,
el mérito de esta propuesta radica en utilizar un lenguaje que saca a flote la idea de enemigo
inmersa en el derecho penal, afrontando el problema con sinceridad. Sin embargo, “a la hora
de proponer su táctica de contención, parece dejar las cosas como estaban, pues pretende
darle un espacio al enemigo en el derecho del estado de derecho, lo cual es lo que ha hecho
casi todo el penalismo y buena parte de la teoría política, que desde la modernidad ha
considerado -y sigue considerando- compatible un incomprensible concepto no bélico de
enemigo con el estado constitucional de derecho, sin advertir que ese pretendido concepto
fuera de una real hipótesis de guerra, corresponde al estado absoluto, que por su esencia no
tolera límite ni parcialización alguna, o sea, que inevitablemente importa el abandono del
principio del estado de derecho” (Zaffaroni, 2006, 152-155). Una de las críticas formuladas a
propósito de la teoría del derecho penal de enemigo, que parece dirigirse más al autor que al
sistema descrito se puede apreciar en: Ambos, 2007, 49.
↩
62. “No obstante, Jakobs es un penalista supremamente rico, y en la complejidad de su postura
también pueden hallarse signos de defensa clara de un derecho penal garantista; en todo caso,
en su gran escepticismo cada vez más notorio acerca del supuesto papel positivo del Derecho
penal en fenómenos que necesitan revisión hoy con especial atención, como es el caso de las
posibilidades de superación del pasado mediante la norma penal o de los alcances de la justicia
penal internacional, puede servir de ayuda para defender un Derecho penal no funcionalista y
no autoritario, basado en los preceptos constitucionales” (Aponte, 2005, 2).
↩
63. “En 1985, en una polémica y sugerente intervención en las jornadas de penalistas alemanes,
celebradas en Frankfurt am Main, introdujo Jakobs el concepto de -Derecho penal de enemigo-
(Feindstrafrecht) al debate científico en el ámbito penal, y desde entonces ha quedado
incorporado al acervo dialéctico y a la discusión internacional en la Dogmática jurídico Penal”
(Polaino-Orts, 2006, 27).
↩
64. Para Jakobs la finalidad principal del derecho penal no es evitar la lesión de bienes jurídicos,
de hecho existen lesiones y puestas en peligro que se admiten, lo principal es garantizar la
vigencia de un ordenamiento jurídico que permita el tráfico social, de ahí su teoría sobre la
acción culpable y la imputación. “La cuestión acerca del fin de la pena también puede
plantearse en otro sentido distinto del que hasta ahora se ha discutido aquí: ¿para que sirve
todo “el aparato penal”? La respuesta probablemente más extendida en Alemania es: para la
protección de bienes jurídicos… la pena no asegura bienes jurídicos, y mucho menos aun los
repara, sino que asegura la vigencia de la norma. La protección de bienes jurídicos en todo
caso se obtendrá como resultado mediato… En todo caso, “protección de bienes jurídicos” no
puede ser el supraconcepto de lo que el derecho penal persigue; este concepto, por lo tanto, es
al menos insuficiente en el plano teórico, sin afirmar con esta crítica que el concepto de bien
jurídico no pueda plasmar en determinados ámbitos -pero eso sí, sectorialmente- la estructura
de la sociedad” (Jakobs, 2004, 50-52).
↩
65. “En lugar de la dogmática ontologicista de Welzel, Jakobs propugna una renormativización de
los conceptos jurídico-penales con el propósito de orientarlos a la función que corresponde al
derecho penal” (Peñaranda, Suarez, Cancio, 1999, 18).
↩
66. “Una vez que se haya introducido alguna forma de orden en esa inabarcabilidad, se habrá
sentado la base para la aludida prelación, que permitirá la autoafirmación como real de uno de
los mundos; se habrá reducido complejidad, habrá comenzado a existir sociedad” (García,
1997, 104-105).
↩
67. “No obstante, en cada uno la pauta de ordenación es propia y exclusiva de ese sistema, de ese
territorio, por lo que no sirve la misma pauta para percibir los criterios ordenadores operantes
fuera de él, en los demás sistemas, fuera de cada territorio habrá otros territorios, pero desde
cada uno de ellos los demás se perciben únicamente como parte del laberinto exterior. Por eso
‘el medio es siempre más complejo que el sistema’ ” (García, 1997, 120).
↩
68. “El requisito fundamental en la constitución de cada sistema será aquel criterio que permita la
delimitación de ese sistema… El correspondiente criterio selectivo es, en todos los sistemas
sociales, aquello que Luhmann llama sentido (Sinn)… Los sistemas sociales no existen antes
de que existan sus límites frente al medio, constituidos por el sentido… nos estamos refiriendo
a un cierto esquema formal, a un modo de delimitación, no a contenidos delimitadores
predeterminados. Por ejemplo: el sentido delimitador y constitutivo del sistema jurídico no
consiste en la averiaguación de ningún contendido ontológico o apriorístico de la juridicidad;
nada es jurídico o antijurídico con anterioridad al sentido constitutivo del sistema… La
función del sentido es la estructuración de un campo abarcable de posibilidades bajo ese
esquema bipolar” (García, 1997, 120-123).
↩
69. “Las expectativas han de ser comunes y compartidas, en forma que los individuos sean ante el
sistema intercambiables: ha de haber también expectativas de expectativas
(Erwartungserwartungen), y no sólo expectativas de conductas, ya que sólo así se solucionará
el problema de la doble contingencia: no sólo se espera una conducta de uno mismo o del otro,
también se espera por cada parte que sea el mismo el criterio rector de las expectativas de la
dos (o n) partes” (García, 1997, 128-129).
↩
70. La generalización de expectativas normativas tiene lugar en una dimensión temporal, una
dimensión social y una dimensión material (Montealegre, Perdomo, 2006, 16-21).
↩
71. “En este punto, vale la pena aclarar el significado que tiene para el Derecho penal el problema
de la doble contingencia y, en el sentido de interpretación de Luhmann, la existencia de
expectativas de expectativas… Se trata de una construcción reflexiva de expectativas de
expectativas… sólo así se obtiene el grado de cohesión necesario… y, en este orden de ideas,
cualquier actividad que comporte una interrelación personal se desenvuelva en forma
coordinada… Las expectativas normativas presuponen que se incorporen en el esperar tanto la
conducta ajena como las expectativas”. (Montealegre, Perdomo, 2006, 15-16).
↩
72. “Los sistemas autorreferenciales son sistemas cerrados en el sentido de que producen sus
propios elementos y, por lo tanto, también sus propios cambios estructurales. No existe una
intervención causal del entorno en el sistema sin participación del sistema” (Luhmann, 1998,
318).
↩
73. “En un trabajo reciente muestra Luhmann con un ejemplo claro cómo no todo lo perteneciente
al individuo como entidad biológica o psicológica pertenece por ello al sistema social: “la
presencia de arsénico en la sangre o un estado de excitación psicológica no son eventos
sociales; sólo devienen tales cuando se transforman en comunicaciones, siempre y en la
medida en que el sistema societario lo consienta. Si éste no predispone los medios para que
tales hechos vengan comunicados y recibidos, éstos no pasan de ser puros eventos biológicos
sin ninguna resonancia sobre la sociedad” (García, 1997, 156-157).
↩
74. “Cada individuo es sujeto para sí mismo, para el sistema autorreferencial particular y propio
en que consiste su conciencia… Pero no hay ningún sistema de sujetos. Tampoco hay un
sujeto (en cuanto conciencia individual o colectiva) de los sistemas sociales” (García, 1997,
155).
↩
75. “Por eso dice Luhmann que ‘personas’ para el sistema significa collages de expectativas
(Erwartungskollagen) en el sistema funcional como punto de referencia para ulteriores
selecciones”. (García, 1997, 160).
↩
76. “Escogeré un punto de partida formalmente equivalente (pero sólo formalmente) al
camino de Kant, distinguiendo en término de teoría de los sistemas entre los distintos
individuos con su “propia” conciencia y la sociedad como sistema de comunicación.
Partiendo de tal comprensión, el derecho aparece como estructura de la sociedad, y tanto
los deberes como los derechos, hablando en los términos de la teoría de los sistemas: las
expectativas normativas, no están dirigidas a individuos, sino a destinos construidos
comunicacionalmente que se denominan personas… el mundo normativo configura un
sistema propio, que, especialmente, no es idéntico con el mundo ordenado en función de
satisfacción e insatisfacción del individuo, y decide autónomamente cuáles son los
procesos en el mundo de los sentidos que son relevantes para el mundo normativo y cuál
es el significado del que se trata. Este desarrollo de los conceptos del derecho desde su
carácter normativo es la idea de la normativización…” (Jakobs, 2004, 16-17).
↩
77. “Todo sistema parcial de la sociedad participa de la autopoiesis del sistema global y se
compone de comunicaciones, pero necesita además un elemento especificador: su orientación
exclusiva a una función. En el caso del sistema jurídico esa función se relaciona con ‘un uso
específico de la normatividad’. Consiste en ‘la utilización de perspectivas conflictuales para la
formación y reproducción de expectativas de comportamiento congruentemente generalizadas
en lo temporal, lo material y lo social’ ” (García, 1997, 168). “En la concepción de Jakobs el
Derecho penal obtiene su legitimación material de su necesidad para garantizar la vigencia de
las expectativas normativas esenciales (aquellas de las que depende la propia configuración o
identidad de la sociedad), frente a aquellas conductas que expresan una máxima de
comportamiento incompatible con la norma correspondiente y ponen a ésta, por tanto, en
cuestión como modelo general de orientación en el contacto social” (Peñaranda, Suárez,
Cancio, 1999, 19).
↩
78. “Si el mundo natural no discurre como un ser humano se ha imaginado, lo que sucede
sencillamente es que su propósito estaba equivocado; no conocía de modo suficiente las leyes
de la naturaleza; quizá también ha evaluado la complejidad de la situación erróneamente… sea
como fuere, deberá mejorar en el futuro, deberá iniciar un nuevo aprendizaje, en caso de
necesidad, habrá de intentar evitar las situaciones que no domina” (Jakobs, 2004, 42). “Desde
el momento en que se sostiene que las estructuras de los sistemas sociales consisten en
expectativas, se introduce un elemento de inseguridad, pues siempre cabe que las expectativas
se vean defraudadas… Una solución consiste en que se presenten como expectativas
cognitivas, con lo cual su frustración sirve como nueva fuente de conocimientos y germen de
una nueva expectativa” (García, 1997, 170).
↩
79. “Las cosas son distintas en el mundo social: en la medida en que las personas se hallan
vinculadas a través de las normas… se dirige a ellas la expectativa de que su conducta será
conforme a la norma; pero esa expectativa que se denomina expectativa normativa, en caso de
defraudación no es abandonada, es decir no se lleva a cabo el aprendizaje, sino que se
mantiene la expectativa, planteando la conducta errónea del infractor de la norma como causa
decisiva de la defraudación” (Jakobs, 2004, 43). “Si en toda sociedad no existiera un amplio
entramado de tales expectativas que no cambian ante cualquier frustración, la posibilidad de
orientación intersubjetiva de las conductas desaparecería, y las estructuras sociales se harían
evanescentes, quedando sin solución el problema de la doble contingencia” (García, 1997,
171).
↩
80. Incluso la fundamentación hegeliana que Jakobs considera compatible con la teoría de los
sistemas de Luhmann, es traída a propósito también frente al concepto de persona: “La
formulación clásica de Hegel ‘El mandato del Derecho es por tanto: sé una persona y respeta a
los demás como personas’ es perfectamente compatible con una perspectiva funcional, aunque
siga siendo posible adoptar otros puntos de vista distintos” (Jakobs, 1996, 27).
↩
81. “En el caso de Jakobs, es justamente este problema de la guerra, uno de los aspectos
novedosos de la postura del autor sostenida en el congreso de Berlín. Para él, en el concepto
mismo de derecho penal de enemigo, está incluida la ´guerra`, ´mientras que el carácter
limitado o total de ésta, depende de cuánto se le ha de temer al enemigo`” (Jakobs citado por
Aponte, 2006c, 193).
↩
82. Para ejemplificar esta afirmación, Jakobs se refiere al trato que recibe incluso el gran terrorista
dentro del proceso penal, ya que si bien se encuentra totalmente alejado del concepto de
persona, en todo caso se le respetan un mínimo de garantías propias del ámbito de los
ciudadanos (Jakobs, 2006, 17).
↩
83. Al concepto “Derecho penal de enemigo” desarrollado por Jakobs, se le han atribuido varias
características; Polaino-Orts las explica pasando poco a poco de una perspectiva analítica del
término a tomar partido sobre la conveniencia o no de este tipo de normas. Al realizar un
estudio pormenorizado de las categorías funcionalistas que sirven de base para las tesis de
Jakobs sobre el “Derecho penal de enemigo”, Miguel Polaino-Orts explica una serie de
características que atribuye a éste concepto, con lo cual pretende mostrar que lo dicho por
Jakobs, no obedece a un discurso programático sino a la constatación de una situación
normativa actual. De acuerdo con Polaino, “que existan dichas normas de “enemistad jurídica”
no es un hecho aislado, sino ubicuitario: las sociedades posindustriales se caracterizan porque
la maximización de la protección del riesgo (“la seguridad” como bien jurídico) ha propiciado
varias tendencias en la dogmática jurídico-penal, entre las que cabe destacar la anticipación de
las barreras de protección y de punición, una ausencia de reducción proporcional de la sanción
penal correspondiente a dicha anticipación, una identificación material entre el injusto tentado
e injusto consumado, el paso de una legislación de “protección” a una de “combate” contra la
criminalidad, etc.” En este sentido, las normas que pueden identificarse como “derecho penal
de enemigo” no son en sí mismas ilegítimas, pues esto dependerá de qué tan consolidada esté
la democracia en cada uno de los países en donde se produzcan. De tal forma, para Polaino-
Orts el término “derecho penal de enemigo” es un término eminentemente científico, que no
corresponde al sentido naturalístico del mismo, por el contrario, en este contexto adquiere
significado siempre que se entienda dentro del marco de la teoría de los sistemas, de la cual ha
sido extraído, junto con lo que en ella se entiende también por “individuo” y “persona”. Como
consecuencia, el término “derecho penal de enemigo” es también un concepto descriptivo;
“con el únicamente se describe una situación legislativa concreta ya existente; que refleja la
situación en que se hallan unos sujetos peligrosos, situación que ya ha sido desvalorada y
calificada penalmente por el legislador”, por esta razón presenta una importante utilidad como
herramienta descriptiva. De la misma manera sostiene que es un concepto neutral desde el
punto de vista valorativo, ya que solamente se pretende con él denominar de la manera más
certera posible, una realidad previamente constatada (Jakobs, 2006, 17). Por esta misma línea
insiste en que se trata de un concepto que es relativo, ya que para ser utilizado debe estar
referido a una situación concreta y en todo caso, no abarca toda la personalidad del sujeto, esto
quiere decir que “el individuo no resulta excluido de manera absoluta del sistema, sino
únicamente en el ámbito que abarque su autoexlcuión… se puede ser “persona” y “enemigo”
al tiempo, siempre que se trate de ámbitos diferentes”. Aquí Polaino-Orts se detiene a explicar
que la “despersonalización” ocurre por decisión voluntaria del sujeto, quien en todo caso es
libre de decidir si ofrece o no el mínimo de seguridad cognitiva en el cumplimiento de las
normas, por esta razón habla de la “autoexclusión potestativa”; por lo tanto, el concepto
también es relativo en el tiempo, pues será permanente o no, en tanto lo desee el propio
individuo. Finalmente, este autor hace referencia a la proporcionalidad, como una
característica adicional al concepto, ya que considera como válida la reacción necesaria para
restablecer la “deficitaria seguridad cognitiva”. Así, Polaino-Orts intenta “desmitificar” la
categoría del “Derecho penal de enemigo” concluyendo que a lo largo de la historia del
derecho penal han existido normas de éste tipo, de tal forma que lo dicho por Jakobs al
respecto no constituye propuesta alguna, siendo observaciones meramente deductivas de la
realidad. Igualmente concluye que no existe un ordenamiento que como tal pueda ser
calificado como “Derecho penal de enemigo”, sino que es posible observar normas concretas
que se enmarcan en esta categoría, por lo tanto, siempre que se esté en un Estado democrático,
tales normas no podrán considerarse ilegítimas y en este mismo sentido, se afirma entonces,
que el Derecho penal de enemigo, en la forma explicada por Jakobs, no legitima ninguna clase
de sistema político autoritario. Finalmente, Polaino-Orts afirma que el derecho penal del
ciudadano es perfectamente compatible con el Derecho penal de enemigo, siempre que éste
último no supere la existencia de ciertas normas necesarias para hacerle frente a situaciones de
peligro; en esta medida la coexistencia de normas orientadas a ciudadanos y normas orientadas
a enemigos “es posible, es real y es democrática”. Miguel Polaino-Orts simplemente advierte
sobre el peligro de sustituir el derecho en general por una política criminal de enemigo, a lo
cual es posible llegar mediante la optimización de bienes jurídicos a costa de la reducción de
esferas de libertad, retomando así la propuesta de Jakobs formulada en 1985. Ver: Polaino-
Orts, 2006.
↩
84. “El Derecho penal del ciudadano que estaría dirigido a aquellos sujetos -a la postre personas-
que, si bien han cometido un error o una desviación, muestran en lo fundamental una
vinculación con el Derecho; respetan a grandes rasgos las reglas del juego, no atacan a la
comunidad ordenada, dice Jakobs, sino que cometen un ‘desliz reparable’… Por el contrario,
el Derecho penal de enemigo está pensado para sujetos que, por su actitud recalcitrante o
mediante su incorporación a una organización delictiva, se han apartado probablemente de
manera duradera del Derecho; es decir, no prestan la garantía cognitiva mínima de un
comportamiento ajustado a las reglas del juego y atacan su legitimidad misma… El Derecho es
una estructura de expectativas que nos permite no sólo esperar conductas, sino esperar
expectativas ajenas, y eso es lo que posibilita construir sistemas sociales… En este sentido
dice Jakobs que tanto el hecho delictivo como la coacción penal son medios de interacción
simbólica. Ahora bien, con el enemigo no cabe comunicación … En suma, produce ruido, no
enunciados susceptibles ni tan siquiera de corrección” (Bastida, 2006, 279-280).
↩
85. “El debatido Derecho penal de enemigo representa una extensión del modelo contractualista
de la sociedad (de discutible pertinencia en la actualidad), cuya base es el pacto social por el
cual toda negación del acuerdo implica un rechazo a las obligaciones contraídas por el
ciudadano. La vinculación entre la tesis contractualista y el Derecho penal de enemigo lleva a
Jakobs a reiterar ideas de Hobbes, Grocio, Pufendorf, Fichte, Locke, Rousseau y Kant… Estos
autores efectuaron planteos con algunas similitudes al de Jakobs, pero el alcance y el contexto
merecen ser puestos en tela de juicio, porque se limita a las personas en términos de
obediencia y desobediencia de la norma sin considerar tal vez que haya una interacción
conflictiva entre las personas, o entre éstas y el contenido de la norma penal. Pudiera ocurrir
que dicho conflicto fuera político, económico, social o ideológico y dar pie a replantear la
pertinencia de la norma antes que la descalificación del opositor al punto de ser tratado como
enemigo” (Aller, 2006, 98-101).
↩
86. “En correspondencia con ello, afirma Rousseau que cualquier [malhechor] que ataque al
[derecho social] deja de ser [miembro] del Estado, puesto que se halla en guerra con este… De
modo similar argumenta Fichte: [quien abandona el contrato ciudadano en un punto en el que
en el contrato se contaba con su prudencia, sea de modo voluntario o por imprevisión, en
sentido estricto pierde todos sus derechos como ciudadano y como ser humano, y pasa a un
estado de ausencia completa de derechos]” (Jakobs, 2006, 28).
↩
87. En este punto, Jakobs advierte que el enemigo no pierde necesariamente todos sus derechos
pudiendo conservar por ejemplo la propiedad, adicionalmente advierte que el Estado puede
contenerse frente al enemigo para no cerrar la posibilidad de acuerdos de paz. Nótese como el
discurso ha ido transitando de una explicación sobre aspectos del derecho penal general a un
planteamiento con claros tintes políticos, manejando una terminología que dentro de su
elaboración se mezcla con lo bélico (Jakobs, 2006, 34).
↩
88. La alusión que Jakobs hace de estos autores ha sido criticada, especialmente en lo tocante a
Hobbes y a Kant, afirmándose que Jakobs recurre a ellos y no a otros, debido a su percepción
conservadora sobre el poder estatal, puesto que en ellos se niega todo derecho a la rebelión y
por el contrario se defiende fuertemente el deber de obediencia al Estado. “El liberalismo -ya
hemos mencionado el caso de Locke, paradigmático a este respecto-, concibe la relación entre
ciudadano y enemigo, entre obediencia y reacción ante el poder, como algo esencialmente
dinámico. La obediencia a la autoridad no es sin más un acto debido, sino que se realiza sub
conditione… Por el contrario, el autoritarismo ve la relación ciudadano-enemigo como algo
estático, dada de una vez para siempre. Una vez que se establece el pacto de sujeción toda
forma de control sobre el uso del poder queda excluida… En esta línea de pensamiento se
inscriben tanto Hobbes como Kant -los dos autores que Jakobs cita como mentores clásicos de
su teoría- … Por eso, creemos, Jakobs se adhierea las conceptualizaciones del enemigo que, al
tiempo que lo identifican con el insatisfecho que adopta una postura rebelde, apelan a la
glorificación de la autoridad como garante de la seguridad del ciudadano… Realmente esto es
justo corolario de la teoría sistémica que Jakobs mantiene y que cuestiona los dos pilares
básicos del Derecho penal liberal: la teoría del bien jurídico y el principio de culpabilidad”
(Bastida, 2006, 289-293).
↩
89. “Por ellos, el Estado moderno ve en el autor de un hecho… normal, a diferencia de lo que sucede
en los teóricos del contractualismo Rousseau y Fichte, no ha un enemigo al que ha de destruirse,
sino a un ciudadano, una persona que mediante su conducta a dañado la vigencia de la norma y
que por ello es llamado… a equilibrar el daño en la vigencia de la norma…” (Jakobs, 2006, 36).
↩
90. “La tesitura de Jakobs respecto a la noción de persona, a su vez, se entraba con su concepción
sobre la misión del Derecho penal, al entender que esta es garantizar la identidad de la
sociedad y no la tutela de los bienes jurídicos, como sostienen otras corrientes. A lo expresado
cabe agregar que Jakobs dimensiona el deterioro de la sociedad en cuanto a la pérdida de
respaldo en los aspectos vinculados a la religión, la familia y la nacionalidad… Tal deterioro
social concede al individuo un gran número de posibilidades de construir su identidad al
margen del Derecho o, al menos, más de las que podría ofrecer una sociedad de vínculos más
fuertes, y para la cual el derecho penal tradicional o nuclear sólo tendría una solución jurídico-
penal marginal” (Aller, 2006, 81-82).
↩
91. Por esta razón, Jakobs define la culpabilidad como un déficit de fidelidad al derecho, aunque
reconoce que dicho déficit no convierte a la persona en enemigo, siempre que no sea
permanente y no comporta un distanciamiento de las normas que configuran la identidad
social: “desde el punto de vista específico del Derecho penal, tan sólo existe la expectativa de
que no haya culpabilidad. Esto formulado de modo positivo, significa que existe la expectativa
de una fidelidad suficiente al derecho o, respectivamente, que sólo existe un deber de prestar
una fidelidad suficiente al derecho… De lo dicho se deduce que el rol cuya observancia
garantiza el Derecho penal es el de ciudadano fiel al Derecho; es decir, el de la persona en
Derecho… El Derecho se establece para aquellos que puedan ser caracterizados como
personas en Derecho… Es el correspondiente complejo de normas el que constituye los
criterios para definir lo que se considera una persona” (Jakobs, 1996, 47-60).
↩
92. “Sin una suficiente seguridad cognitiva, la vigencia de la norma se erosiona y se convierte en
una promesa vacía, vacía porque ya no ofrece una configuración social realmente susceptible
de ser vivida” (Jakobs, 2006, 38).
↩
93. “Lo mismo sucede con la personalidad del autor del autor de un hecho delictivo: tampoco ésta
puede mantenerse de modo puramente contrafáctico, sin ninguna corroboración cognitiva”
(Jakobs, 2006, 38).
↩
94. Aquí, Jakobs hace referencia a la criminalidad económica, a la criminalidad organizada, a los
delitos sexuales, al narcotráfico y en especial al terrorismo, como ámbitos en donde el
legislador abiertamente recurre a una normatividad de lucha y dice sobre los sujetos que
pueden verse envueltos en este tipo de fenómenos: “se ha apartado probablemente de manera
duradera, al menos de modo decidido, del Derecho, es decir, que no prestan la garantía
cognitiva mínima que es necesaria para el tratamiento como persona. La reacción del
ordenamiento jurídico frente a esta criminalidad se caracteriza, de modo paralelo a la
diferenciación de Kant entre estado de ciudadanía y estado de naturaleza acabada de citar, por
la circunstancia de que no se trata en primera línea de la compensación de un daño a la
vigencia de la norma, sino de la eliminación de un peligro: la punibilidad se adelanta un gran
trecho hacia el ámbito de la preparación, y la pena se dirige hacia el aseguramiento frente a
hechos futuros, no a la sanción de hechos cometidos” (Jakobs, 2006, 40-41).
↩
95. “A aquel primer estudio realizado en los 80 siguieron otros, en los que igualmente hizo el
autor a la problemática del Derecho penal de enemigo: en 1997 en un sugerente libro-inédito
en español- titulado, Norm, Person, Gesellschaft, en 1998 en un trabajo sobre la teoría actual
sobre la teoría de la pena, en 1999 en una conferencia en España sobre la Ciencia jurídico
penal ante los retos de la actualidad… en 2001 en una conferencia inédita escrita tras los
atentados del 11-septiembre contra el Pentágono y las Torres Gemelas de Nueva Cork, en el
mismo año en un artículo fundamental sobre el tema -personalidad y exclusión en derecho
penal-, en 2003 en otra obra sobre la pena estatal” (Polaino-Orts, 2006, 35-36).
↩
96. Ponencia defendida por el autor en la mesa redonda sobre el tema “Guerra contra el terror –
consecuencias para el Derecho penal de un Estado de Derecho” realizada en el marco de la
convención anual de profesores de Derecho penal, llevada a cabo en Frankfurt, 2005 (Jakobs,
2006).
↩
97. “Carl Schmitt, fascinado por la idea de que el concepto de lo político solo es inteligible en el
horizonte de la guerra -potencial- y, con ello, en el horizonte de las relaciones amigo-enemigo,
desarrolló de manera progresiva, pero sobre todo en los años posteriores a la segunda guerra
mundial, la distinción entre enemigos absolutos y relativos” (Orozco, 2006, 40).
↩
98. Jakobs, hablando del caso colombiano ha afirmado lo siguiente: “En un país desgarrado, en el
que viven grupos con comprensiones normativas diferentes, no puede haber un derecho penal
homogéneo debido a que los conceptos correspondientes de las personas no son homogéneos.
Por eso, obligatoriamente, se tiene que llegar a la situación del derecho penal de enemigo. Con
esto mi teoría, según mi concepción, produce algo importante: denomina exactamente la
situación en la que un país desgarrado se encuentra, o sea en parte acuñado normativamente y
en parte acuñado tan solo cognitivamente” (Jakobs citado por Aponte, 2006c, 198).
↩
99. “En el caso colombiano, por ejemplo, es claro que la configuración del carácter del
narcotraficante como enemigo -relativo o absoluto-, el tratamiento que en un momento
específico se de al guerrillero o al miembro de un grupo paramilitar, depende sobre todo de la
decisión que respecto de ellos se toma, independientemente de los actos que tales actores
cometan” (Aponte, 2006c, 203).
↩
100. Sobre la supuesta “autoexclusión” por la que opta el individuo que cae en la categoría de
enemigo, Manuel Cancio Meliá ha dicho al explicar lo disfuncional del derecho penal de
enemigo: “la pretendida autoexclusión de la personalidad por parte de éste… no debe estar a
su alcance, puesto que la cualidad de persona es una atribución. Es el Estado quien decide
mediante su ordenamiento jurídico quién es ciudadano y cuál es el status que tal condición
comporta: no cabe admitir apostasías del status de ciudadano” (Cancio Meliá, 2006, 133).
↩
101. Al preguntarle al profesor Jakobs sobre la “despersonalización impuesta” atribuible al Estado,
ha afirmado que evidentemente en situaciones de conflicto armado o de guerra-civil en donde
se dan enfrentamientos entre grupos sociales, la categoría de “enemigo” resulta ser relativa y
altamente variable, puesto que el contrario siempre será catalogado como enemigo
independientemente de las razones ajenas o propias; el que se trate de una auto-exclusión o de
una exclusión impuesta es relativo, pues esto dependerá de la percepción que se tenga del
conflicto o desde qué extremo del mismo se esté hablando (explicación ofrecida por el
profesor Jakobs en conversación personal sostenida con el autor de este trabajo y con Jorge
Perdomo Torres, en el marco del “VI Seminario Internacional: Filosofía y Derecho
Contemporáneo - El Sistema Penal Normativista en el Mundo Actual”, realizado en la
Universidad Externado de Colombia los días 16, 17 y 18 de Abril de 2008).
↩
102. “Pero Jakobs si intuye de alguna manera una diferencia similar. Por eso advierte que la
presencia de un derecho penal de enemigo, ‘no debe significar de aquí en adelante que todo es
permitido’… Se trata de que el enemigo tenga, en todo caso, una especie de ‘personalidad
potencial’ ” (Aponte, 2006c, 204).
↩
103. “Schmitt absolutiza el valor de lo político, hasta tal punto que éste arrastra, en su carácter
polémico, todos los demás ámbitos de la vida social, al mismo tiempo que radicaliza las
tensiones inherentes a ellos… Según Schmitt, ‘todos los conceptos, supuestos y palabras de la
política, tienen un sentido polémico… cuya última consecuencia (que se muestra en la guerra
la revolución) es una agrupación entre amigos y enemigos’ ” (Aponte, 2006c, 224).
↩
104. “El allanamiento político-militar del adentro territorial estatal y la consecuente articulación de
buena parte de los Estados europeos como monopolios legítimos y eficaces de la violencia, a
través de un largo proceso que comenzó entre los siglos XVI y XVII, hizo posible la
territorialización definitiva del derecho. Desde entonces se cristalizó como una suerte de
dogma para el pensamiento jurídico-político occidental el afirmar que el adentro del Estado es
el ámbito de la paz y su afuera es el ámbito de la guerra -potencial-; el adentro es el espacio
para el ejercicio de la función policiva y el afuera es el espacio para el ejercicio de la función
militar; en el adentro rigen el derecho público interno, en general, y el derecho penal -
inclusive como derecho penal político- , en particular, en tanto que en el afuera tienen vigencia
el derecho internacional, en general, y el derecho de los conflictos armados, en particular; en el
adentro, quien confronta al Estado es un delincuente , y quien lo confronta en el afuera es un
beligerante” (Orozco, 2006, 34).
↩
105. “En Colombia, en cambio, donde el Estado no ha existido como monopolio de la violencia ,
donde el Estado no ha podido completar la tarea histórica de allanar sus espacios interiores, así
que el adentro y el afuera no están claramente delimitados , la separación tajante entre el
derecho penal interno como instrumento de naturaleza policivo-punitiva y el derecho de los
conflictos armados como instrumento de naturaleza político-militar solo puede explicarse por el
olvido de nuestra propia historia y por la importación acrítica del discurso jurídico europeo”
(Orozco, 2006, 34).
↩
106. “El relativismo jusfilosófico parte, pues, de la tesis de que cada concepto de un contenido de
derecho justo sería solo válido con base en el presupuesto de una determinada situación de la
sociedad y un sistema concreto de valores. Las circunstancias sociales cambian
constantemente, mientras es limitado el número de sistemas de valores. Por ello es dable erigir
un completo sistema de valores posibles en una determinada situación social. Pero es
imposible decidir, sobre una de estas posibilidades de manera científica, comprobable e
irrefutable, ya que la elección entre ellas, es posible solo por medio de una decisión que emerja
de lo profundo de la conciencia individual” (Radbruch, 1999, 2).
↩
107. “Ya lo dijimos: la decisión del legislador no es un acto de verdad, sino un acto de voluntad, de
autoridad. Este puede conferirle a una determinada opinión, fuerza obligatoria, pero nunca
fuerza convincente; puede poner punto final a la lucha por el poder entre partes en conflicto,
pero no a la lucha de opiniones” (Radbruch, 1999, 4).
↩
108. “El relativismo, mientras da al Estado el derecho a legislar, al mismo tiempo lo limita a
obligarlo a respetar determinadas libertades del sujeto de derecho: libertad de creencias,
libertad de prensa. El relativismo desemboca en el liberalismo” (Radbruch, 1999, 4).
↩
109. Es importante mencionar que, no obstante el positivismo predicado por Radbruch, con ocasión
de lo vivido y presenciado durante la segunda guerra mundial, éste autor alemán buscó
alternativas para fundamentar la necesidad de unos mínimos de justicia en el derecho más allá
de la autoridad en cabeza del legislador, afirmando incluso que cuando las normas jurídicas
son en extremo injustas, dejan de ser vinculantes pues dejan e ser derecho (ver al respecto
“Arbitrariedad legal y Derecho Supralegal”, Radbruch, 1999).
↩
110. “La democracia quiere confiar el poder ha cualquier convicción que ha ganado la mayoría, sin
tener que preguntarse por el contenido y el valor de esa convicción. Esta posición solo es
consecuente cuando se reconocen todas las convicciones políticas y sociales como de igual
valor, es decir, con fundamento en el relativismo” (Radbruch, 1999, 7).
↩
111. “La idea de un derecho penal político como un derecho a la guerra, sobre la base de una
soberanía interior absoluta del Estado y de una asimetría -moral y jurídica- igualmente
absoluta a favor del Estado frente a los disidentes, conduce a un tratamiento discriminativo del
delincuente político como enemigo absoluto. La idea de un derecho penal político como
derecho de la guerra, sobre la base de una soberanía interior relativizada y sobre el supuesto
de una simetría moral -no jurídica- en las relaciones entre el Estado y sus disidentes, conduce a
un tratamiento privilegiado del delincuente político como enemigo relativo…Una democracia
pluralista orientada hacia la construcción del Estado desde la sociedad requiere de una política
criminal -y de un modelo penal- que asuma como postulado ético fundamental el que todos los
miembros de la sociedad, incluido el delincuente, sean reconocidos como miembros del pacto
social… Se trata, en fin, de un modelo que establezca una clara simetría moral -que no en
todos los casos jurídica- entre la obediencia y disidencia… ni siquiera el terrorista debe poder
ser tratado como enemigo absoluto, sino solo como enemigo relativo” (Orozco, 2006, 37-50).
↩
112. En este punto, Aponte llama la atención sobre la necesidad de concebir el mal como una
condición inherente al ser humano, no con la finalidad de erradicarlo a toda costa
endureciendo hipócritamente el castigo, como una suerte de venganza contra sujetos
demonizados, sino para comprender y trabajar con sinceridad y seriedad desde el derecho al
ser humano en sus distintas dimensiones. “La recuperación del ser humano como totalidad, en
su ser, con su sombra y su lado oscuro, tiende a producirse más hoy, como se ha dicho antes, al
revés: para aumentar la severidad del castigo. El reconocimiento del mal no se hace para
denunciar falencias ni hipocresías en el tratamiento del sujeto que delinque, sino para
pronunciar la exclusión, la demonización y desintegración del ‘otro’ ” (Aponte, 2006c, 616).
↩
113. “También Roxin critica al derecho penal simbólico por no desarrollar efectos concretos de
protección, sino estar destinado a beneficiar a ciertos grupos políticos o ideológicos, así como
solo a apaciguar al ciudadano (elector) haciéndole creer que se está haciendo algo positivo por
su seguridad cuando, en realidad, se trata de una nefasta huida selectiva hacia al Derecho
penal, porque significa evadir el cumplimiento de las tareas político-sociales” (Aller, 2006,
86).
↩
114. “Cualquier estudio del castigo que se base en más de una fuente teórica debe, entonces,
cuidarse de combinar análisis y propuestas que son teóricamente incompatibles. Pero mientras
que el eclecticismo presenta estos riesgos, el pluralismo teórico goza de una clara fortaleza
explicativa, que consiste en su disposición a considerar más de una perspectiva interpretativa y
a construir explicaciones multidimensionales del fenómeno bajo estudio… En lugar de buscar
un solo principio explicativo necesitamos considerar los fenómenos que se derivan de una
causalidad múltiple, de diversos efectos y significados” (Garland, 2007, 182-185).
↩
115. Sobre las críticas formuladas a cada uno de éstos planteamientos ver: Pavarini, 1983; Bergalli,
1983.
↩
116. El texto de Merton que aquí se reseña sobre Estructura Social y Anomia, fue escrito en 1938
teniendo como referente empírico fundamentalmente la sociedad norteamericana, en especial
el culto al éxito económico y las oposiciones entre grupos con distintos orígenes étnicos que la
caracterizan; no obstante, sus reflexiones sobre la relación entre las oportunidades que la
sociedad reserva para unos pocos mientras exige a todos por igual y el comportamiento
divergente, resultan pertinentes para nuestro objeto de análisis. “A Merton se le clasifica
generalmente como estructuralista-funcionalista… Pero el funcionalismo de Merton, a
diferencia del de Durkheim, Malinowski y Parsons, no es holista (globalista) ni excluye el
conflicto ni el cambio; por lo tanto no sirve de apoyo al conservadurismo político… el
estructuralismo-funcionalismo de Merton, a diferencia del precedente, es dinamicista y por lo
tanto invita a la unión de la sociología con la historia. Por consiguiente, no se le aplica la
crítica de que concibe la sociedad como un organismo que goza de perfecta salud y que
explica el presente por el presente y no por el pasado” (“Introducción” de Mario Bunge a
Merton, 2002, 4).
↩
117. “Hasta tiempos muy recientes, o cuando más muy poco antes, podía hablarse de una marcada
tendencia en la teoría psicológica y en la sociología a atribuir el funcionamiento defectuoso de
las estructuras sociales a fallas del control social sobre los imperiosos impulsos biológicos del
hombre… La imagen del hombre como un manojo indomable de impulsos empieza a parecer
más una caricatura que un retrato” (Merton, 2002, 209).
↩
118. “Los objetivos predominantes implican diversos grados de sentimiento y de importancia y
comprenden una estructura de referencia aspiracional. Son las cosas ‘por las que vale la pena
esforzarse’… Un segundo elemento de la estructura cultural define, regula y controla los
modos admisibles de alcanzar esos objetivos. Todo grupo social acopla sus objetivos culturales a
reglas, arraigadas en las costumbres o en las instituciones, relativas a los procedimientos permisibles
para avanzar hacia dichos objetivos” (Merton, 2002, 210-211).
↩
119. “Mi hipótesis central es que la conducta anómala puede considerarse desde el punto de vista
sociológico como un síntoma de disociación entre las aspiraciones culturalmente prescritas y
los caminos socialmente estructurales para llegar a ellas… si este proceso de atenuación
continúa, la sociedad se hace inestable y se produce lo que Durkheim llamó “anomia” (o falta
de normas)” (Merton, 2002, 212-213).
↩
120. “Tiene lugar esta reacción (la innovación) cuando el individuo asimiló la importancia cultural
de la meta sin interiorizar igualmente las normas institucionales que gobiernan los modos y los
medios para alcanzarla…la presión dominante empuja hacia la atenuación gradual de los
esfuerzos legítimos, pero en general ineficaces, y el uso creciente de expedientes ilegítimos
pero más o menos eficaces… Los individuos que se adaptan de esta manera (retraimiento),
estrictamente hablando, están en la sociedad pero no son de ella… En contraste con el
conformista, que mantiene en funcionamiento las ruedas sociales, este desviado es un riesgo
improductivo; en contraste con el innovador, que por lo menos es ‘listo’ y se esfuerza
activamente, no ve valor en la meta éxito que la cultura tanto estima… Y la sociedad no acepta
a la ligera este rechazo de sus valores, ya que hacerlo sería ponerlos en duda… Esta
adaptación (rebelión) lleva a los individuos que están fuera de la estructura social ambiente a
pensar y tratar de poner en existencia una estructura social nueva, es decir, muy modificada.
Supone el extrañamiento de las metas y las normas existentes, que son consideradas como
puramente arbitrarias. Y lo arbitrario es precisamente lo que no puede exigir fidelidad ni posee
legitimidad” (Merton, 2002, 220-235).
↩
121. En el caso de la innovación podemos observar las legislaciones que buscan reprimir el
comercio de sustancias estupefacientes, en el caso del retraimiento el trato peligrosista y
denigrante que se da en el sistema penal a personas socialmente marginadas (indigencia) y en
el caso de la rebelión, la criminalización de movimientos sociales, opciones políticas
disidentes, sustitución del concepto de delito político por el de terrorismo, etc.
↩
122. “Este análisis teórico puede ayudar a explicar las correlaciones variables entre delincuencia y
pobreza. La “pobreza” no es una variable aislada que opere exactamente de la misma manera
en todas partes; no es más que una variable de un complejo de variables sociales y culturales
reconocidamente interdependientes” (Merton, 2002, 226).
↩
123. “No habría necesidad de repetir todo esto si no fuera por la suposición ocasional y, a lo que
parece, cada vez más frecuente, de que conducta desviada necesariamente equivale a
disfunción social, a su vez, a violación de un código ético… También debe decirse una vez
más, ya que tan fácilmente de olvida, que el centrar esta teoría sobre las fuentes culturales y
estructurales de la conducta divergente no implica que esa conducta sea la respuesta
característica, por no decir exclusiva, a las presiones que hemos venido examinando. Éste es
un estudio de proporciones y tipos diferentes de conducta divergente, no una generalización
empírica al efecto de que todos los individuos sometidos a esas presiones reaccionan con la
desviación” (Merton, 2002, 263).
↩
124. “Es el conflicto entre los valores culturalmente aceptados y las dificultades socialmente
estructuradas para vivir de acuerdo con dichos valores el que ejerce presión hacia la conducta
divergente y la destrucción del sistema normativo. Pero este resultado de la anomia puede ser
sólo un preludio para la formulación de normas nuevas, y esta reacción es la que describimos
como “rebelión” en la tipología de la adaptación… Cuando la rebelión se hace endémica en
una parte importante de la sociedad, suministra un potencial para la revolución, que refunde la
estructura normativa y la estructura social” (Merton, 2002, 271).
↩
125. “La cultura, en un determinado momento de desarrollo de una sociedad, propone al individuo
determinadas metas que constituyen motivaciones fundamentales de su comportamiento (por
ejemplo, un cierto grado de bienestar y de éxito económico). También proporciona modelos de
comportamiento institucionalizados, que conciernen a las modalidades y a los medios
legítimos para alcanzar aquellas metas. Por otro lado, sin embargo, la estructura económico-
social ofrece en diverso grado a los individuos, especialmente con base en su pertenencia a los
distintos estratos sociales, la posibilidad de acceder a las modalidades y a los medios
legítimos” (Baratta, 2004, 60).
↩
126. “Aunque carece de la generalidad y la precisión de un teorema newtoniano, posee el mismo
don de pertinencia, y es aplicable instructivamente a muchos, si es que no a la mayor parte, de
los problemas sociales” (Merton, 2002, 505).
↩
127. “Cartwright no había oído hablar nunca del teorema de Thomas, pero no encontraba dificultad
en reconocer su acción. Sabía que, a pesar de la liquidez relativa de las partidas del banco, un
rumor de insolvencia, una vez creído por un número suficiente de depositantes, daría por
resultado la insolvencia del banco… las consecuencias de esta definición irreal fueron bastante
reales” (Merton, 2002, 506).
↩
128. “En el ámbito de las teorías más propiamente sociológicas, el principio del bien y del mal ha
sido puesto en duda por la teoría estructural-funcionalista de la anomia y de la criminalidad…
Constituye la primera alternativa clásica a la concepción de los caracteres diferenciales
biosicológicos del delincuente y, en consecuencia, a la variante positivista del principio del
bien y del mal” (Baratta, 2004, 56). Desde el punto de vista de las teorías de las subculturas
criminales “la estratificación y el pluralismo de los grupos sociales, así como las reacciones
típicas de grupos socialmente excluidos del acceso pleno a los medios legítimos para la
consecución de fines institucionales, dan lugar a un pluralismo de subgrupos culturales,
algunos de ellos rígidamente cerrados ante el sistema institucional de los valores y de las
normas, y caracterizados por valores, normas y modelos de comportamiento alternativos a
aquel” (Baratta, 2004, 71).
↩
129. En este cambio de paradigma también cumple un importante papel la teoría de la asociación
diferencial, ya que “realiza así un salto cualitativo… el pensamiento positivista había
propuesto un modelo explicativo que terminaba por definir al violador de la ley penal en
términos patológicos; la teoría de la anomia y las subculturas había invertido la definición de
patología volcándola del criminal a la sociedad… La teoría de la asociación diferencial, por el
contrario, rechazando la noción según la cual la sociedad se funda sobre el consenso y
afirmando que ésta se estructura sobre un pluralismo normativo, se contrapone a las teorías de
la desviación fundadas sobre la patología individual o social. La criminalidad es simplemente
un comportamiento aprendido a través de la transmisión social de una cultura criminal…”
(Pavarini, 1983, 121).
↩
130. “El horizonte de investigación dentro del cual se sitúa el labelling approach está en amplia
medida dominado por dos corrientes de la sociología estadunidense estrechamente vinculadas
entre sí. En primer lugar, tal enfoque se remonta de hecho a aquella dirección de la psicología
social y de la sociolingüística que se inspira en Georg H. Mead y que se indica comúnmente
como ‘interaccionismo simbólico’. En segundo lugar, es la ‘etnometodología’ inspirada en la
sociología fenomenológica de Alfred Schutz la que concurre a modelar el paradigma
epistemológico que las teorías del labelling han hecho propio” (Baratta, 2004, 85).
↩
131. De la misma manera se afirma que el comportamiento humano adquiere el carácter de acción
únicamente en un determinado contexto social, a través de la interacción, en el que se le asigna
un significado específico de acuerdo con una serie de normas sociales generales (éticas o
jurídicas) y de unas prácticas interpretativas (o metanormas) que determinan la aplicación de
aquellas normas generales en situaciones particulares (Baratta, 2004, 86).
↩
132. “Así, sostienen que los mismos procesos de control social pueden a menudo producir una
‘imagen negativa de uno mismo’ (Erikson) o una ‘reorganización simbólica del yo’ (Lemert),
en la que la persona se ve como desviada y, progresivamente, actúa de acuerdo con ello”
(Taylor, Walton y Young, 2001, 158). Becker desarrolló también esta hipótesis a partir de la
observación de los jóvenes consumidores de marihuana en los Estados Unidos, en donde
identificó “un cambio decisivo en la identidad social del individuo… en el momento en que se
le introduce en el estatus de desviado” (Baratta, 2004, 88).
↩
133. “El paradigma de estas teorías interaccionistas de la realidad social puede relacionarse de
manera más general al llamado teorema de Thomas… que destaca el efecto constitutivo que
tienen las definiciones ante las consecuencias sociales” (Baratta, 2004, 109-110).
↩
134. “La criminología interaccionista… cumplió el importante papel de poner en cuestión las tareas
que ejerce el sistema de control de la criminalidad, al suministrar los elementos de juicio para
determinar los intereses que están en la base de los procesos de creación y aplicación de la ley
penal… puede entonces decirse que la irrupción de las propuestas críticas en criminología fue
provocada (también en otros ámbitos disciplinarios) por acontecimientos que revelaban
profundas contradicciones en el seno mismo de la sociedad. Todo esto, además, ocurrió porque
el pensamiento crítico vino ‘a caballo’ de una situación teórica allanada y de un campo
metodológico fértil donde actuar en virtud de la labor realizada por los enfoques
interaccionistas” (Bergalli, 1983, 181).
↩
135. “La criminología de siempre ha pretendido captar la cuestión criminal como un fenómeno
proveniente de la ciencia del derecho… Con semejantes premisas, el derecho construye la
definición del delito y, a partir de ella, la criminología orienta sus investigaciones” (Bergalli,
1983, 187).
↩
136. “Esta es la metodología que el marxismo propone para demostrar que la ciencia del derecho se
basa en una ideología, o sea en una falsa representación de la realidad” (Bergalli, 1983, 188).
↩
137. “La construcción de conceptos jurídicos abstractos ha dado nacimiento a una ciencia
normativa conforme a los intereses de una clase dominante y explotadora que, elaborada en la
época del capitalismo de acumulación, descansa sobre tales bases… En consecuencia, si el
derecho y la ciencia que lo estudia no sólo no son disciplinas autónomas, sino que, además, los
conceptos que crean son falsos y extraños a la realidad que deben aprehender, el delito -como
categoría creada por ese derecho- y la disciplina que lo investiga, como también su autor y el
sistema de control penal -la criminología-, están asentados sobre bases equívocas…” (Bergalli,
1983, 189).
↩
138. En el caso de la escuela Baratta hace referencia, por ejemplo, a la función ideológica del
principio meritocrático, afirmando que “En el caso del niño proveniente de grupos marginales,
la escuela es, entonces, y no infrecuentemente, la primera vuelta de la espiral que lo constriñe
cada vez más dentro de su papel de marginado” (Baratta, 2004, 183).
↩
139. “En general, puede afirmarse que hay una tendencia por parte de los jueces a esperar un
comportamiento conforme a la ley de los individuos pertenecientes a los estratos medios y
superiores; lo inverso acontece respecto de los individuos provenientes de los estratos
inferiores” (Baratta, 2004, 187).
↩
140. Es por esto que “el planteamiento del Estado social de derecho trae como consecuencia la
necesidad de vinculación social entre policía y comunidad y, por ello, el requerimiento de
asunción por parte de la policía de labores de asistencia social a todos los niveles” (Bustos,
1983a, 64).
↩
141. “Hemos dicho que la policía es un hecho político ligado a la concepción misma de Estado, con
lo cual ya de partida aparece identificada con un determinado sistema y penetrada de la
ideología de ese sistema en forma muy radical, ya que tiene que defender el orden de ese
sistema. Pero es que además la vinculación directa, dentro de la organización política, con el
ejecutivo, se presta a que la policía quede penetrada por la política contingente… a que tienda
a identificarse con ella y a que los ciudadanos también lo hagan al juzgarla” (Bustos, 1983a,
67).
↩
142. “Esta eficacia represiva no es como aparece en las novelas policiales, a través de una
deducción lógica genial o mediante una aplicación maravillosa de medios tecnológicos… sino
más bien… la ligazón clara a un determinado sector por parte del delincuente… su eficacia,
aún parcial, sólo resulta respecto de determinados estratos de la población… también se puede
utilizar como vía, y se hace, el sistema de la ‘redada’ o de ‘peinar’ o ‘rastrillar’ un sector
especial o poblacional; pero esto si bien puede utilizarse en ciertos casos muy específicos para
descubrir a los autores de un hecho o para prevenir un hecho, resulta en su forma claramente
atentatorio a los fundamentos de un Estado de derecho y sólo puede utilizarse en casos muy
excepcionales y en conformidad con una normativa expresa” (Bustos, 1983a, 68-69).
↩
143. Las conclusiones de Alejandro Aponte sobre este punto están basadas en una serie de estudios
realizados en Colombia por la Universidad Nacional, en donde se evaluó la aplicación de la
justicia sin rostro y se demostró cómo una mínima parte de las personas procesadas tenían en
realidad una vinculación clara con el crimen organizado (2.8%) o actividades guerrilleras
(3.3%), al tiempo que la mitad de las personas únicamente tenían educación primaria y un
27% educación secundaria (Aponte, 2006c, 625-626).
↩
144. “El resultado: la criminalización de las “mulas” del narcotráfico, el juzgamiento de peces
pequeños en el circuito del crimen organizado, el procesamiento en general de los últimos de
la fila… Esto no sólo ocurre con el crimen organizado, sino también con la corrupción y,
particularmente, con aquella corrupción que se alimenta del conflicto armado y de la lucha por
apropiaciones territoriales y de los recursos generosos de un país rico. En una lógica imparable
de creación de chivos expiatorios, la norma penal se desplaza hacia aquellas “víctimas de
recambio”… La reacción penal se desplaza hacia aquellas víctimas que no serán vengadas…”
(Aponte, 2006c, 629).
↩
145. “La violencia estructural: aquella que no es violencia para el sistema penal… es la violencia
manifestada en las condiciones estructurales de la vida y por ello identificada con la
inequitativa distribución de los recursos, de los ingresos, de las posibilidades de llevar una
vida digna; en fin, son las injusticias sociales, por las que nadie responde socialmente… Por la
vida solo deben responder los seleccionados como “asesinos”; por la salud, los seleccionados
como “traficantes de droga”; por el engaño electoral y la compra de votos, los seleccionados
como “corruptos”, y así sucesivamente… Por las condiciones de vida de la mayor parte de los
latinoamericanos, en consecuencia, nadie responde” (Martínez, 2006, 120).
↩
146. En este sentido, afirma Hobbes en el Leviatán: “La obligación de los súbditos con respecto al
soberano se comprende que no ha de durar ni más ni menos que lo que dure el poder mediante
el cual tiene capacidad para protegerlos… el fin de la obediencia es la protección…” (Hobbes,
2006, 180-181).
↩
147. En este sentido, Cancio Meliá sostiene que en efecto, la realidad ha demostrado que este tipo
de normas han llevado a que las organizaciones que se supone se pretenden combatir consigan
más militantes, en vez de prevenir delitos graves (Cancio Meliá, 2006, 124).
↩
148. Apoyado en Silva Sánchez y en Mendoza Buergo, Manuel Cancio afirma que “se ignora, en
primer lugar, que la percepción de los riesgos -como es sabido en sociología- es una
construcción social que no está relacionada con las dimensiones reales de determinadas
amenazas… Los fenómenos frente a los que reacciona el ‘Derecho penal del enemigo’ no
tienen esa especial ‘peligrosidad terminal’ (para la sociedad) que se predica de ellos, y, como
antes se ha expuesto, en realidad el Derecho penal del enemigo fácticamente existente no es un
mecanismo defensista” (Cancio Meliá, 2006, 129).
↩
149. “Se trata de comportamientos delictivos que afectan, ciertamente, a elementos esenciales y
especialmente vulnerables de la identidad de las sociedades en cuestión. Pero no en el sentido
en el que lo entiéndela concepción antes examinada -en el sentido de un riesgo fáctico
extraordinario para esos elementos esenciales-, sino ante todo, como antes se ha adelantado, en
un determinado plano simbólico” (Cancio Meliá, 2006, 131).
↩
150. Tal es el caso por ejemplo de los artículo 375, 376, 377 y siguientes sobre tráfico de
estupefacientes o del artículo 323 sobre lavado de activos, todos de la ley 599 de 2000 (Código
Penal colombiano); ocurre lo mismo con los artículo 199 y 200 de la ley 1098 de 2006 (ley de
infancia y adolescencia), que consagran normas especiales para cuando los niños, las niñas y
los adolescentes son víctimas de delitos.
↩
151. En Colombia podemos citar tres importantes ejemplos de pronunciamientos judiciales de altas
Cortes que van en este sentido. La sentencia C-456 de 1997 que declaró inconstitucional el
artículo 127 del decreto-ley 100 de 1980 (código penal colombiano derogado por la ley 599 de
2000) en donde se consagraba una exención de pena por delitos comunes cometidos en
combate por conexidad con la rebelión, las sentencias del 8 de Agosto de 2007 y de Enero 23
de 2008 de la sala de casación penal de la Corte Suprema de Justicia, en las que se pasa por
alto cualquier diferencia entre actos de preparación y actos de ejecución, con el fin de
sancionar por tentativa de homicidio a miembros del grupo guerrillero FARC-EP.
↩
152. “El estado de excepción como ruptura de la ‘normalidad constitucional’, bajo el presupuesto
de una valoración de inevitabilidad, comúnmente comporta la suspensión, precisamente
excepcional, de algunos principios constitucionales… la derogación de la normalidad debe ser
provisional, al ser la naturaleza temporal un carácter esencial del régimen de emergencia”
(Cornacchia, 2006, 423).
↩
153. Zaffaroni coincide con Jakobs en cuatro puntos: 1. Se debe contener el derecho penal de
enemigo, 2. debe hablarse abiertamente del enemigo en el derecho penal, 3. la idea de enemigo
en el derecho penal priva del carácter de persona a ciertos sujetos y 4. en la práctica, la
legislación penal impone un poder punitivo que acepta la discriminación (Zaffaroni, 2006,
162).
↩
154. “Desde una visión estática del poder -o sea, desde la fotografía- es posible pensar que si se
concede al derecho penal del enemigo un espacio limitado, o sea, si se entrega un grupo de
personas al poder conforme al modelo del estado de policía y en forma limitada, las pulsiones
de este modelo cesarán. Pero esto no es lo que sucede en la realidad dinámica del poder,
donde todo espacio que se concede al estado de policía es usado por este para extenderse hasta
llegar al estado absoluto” (Zaffaroni, 2006, 163).
↩
155. “Debido a esto, existe una continua dialéctica en el estado de derecho real, concreto e
histórico, entre éste y el estado de policía. El estado de policía que lleva en su interior, nunca
cesa de pulsionar por perforar y estallar las vallas que le coloca el estado de derecho. Cuanto
mayor sea la contención del estado de derecho, más cerca se hallará del modelo ideal, y
viceversa, pero nunca llegará al modelo ideal porque para eso debería ahogar definitivamente
el estado de policía y ello importaría una reducción radical -o una abolición- del propio poder
punitivo” (Zaffaroni, 2006, 166).
↩
156. “La función del derecho penal de todo estado de derecho… debe ser la reducción y contención
del poder punitivo dentro de los límites menos irracionales posibles. Si el derecho penal no
logra que el poder jurídico asuma esta función, lamentablemente habrá fracasado y con él
habrá caído el estado de derecho” (Zaffaroni, 2006, 168).
↩
157. “Esto resulta evidente en el plano empírico si se piensa en las múltiples instituciones que,
proviniendo del Derecho penal antiterrorista, han sido incorporadas al Derecho penal ordinario
con carácter general…”. Manuel Cancio ofrece en este sentido varios ejemplos recientes que
han tenido lugar en España, como el régimen excepcional de menores del año 2000 (Cancio
Meliá, 2006, 146).
↩
158. “Podemos considerar cuatro fases, que pueden ser cuatro facetas de la Violencia: 1) la del
sectarismo tradicional, 1945-49. 2) La que abre la abstención liberal a fines de 1949 y cierra el
gobierno militar en el segundo semestre de 1953. 3) La de los pájaros, de 1954 a 1958 y
finalmente, 4) la residual que, de la caída de Rojas a 1964, presenta un cuadro de
descomposición, gamonalismo armado e intentos de reinserción de las bandas a la vida civil”
(Palacios, 2003, 191).
↩
159. Mary Roldán nos presenta en la introducción de su obra A Sangre y Fuego varias formas de
interpretar la Violencia, afirma que en los años 60 se intentaron formular numerosas teorías:
“se atribuía la Violencia en Colombia a los conflictos provocados por la transición de una
sociedad ‘premoderna’ a una ‘moderna’, a la exagerada agresión atizada por rivalidades en
torno al status social, o a rivalidades entre sistemas clientelistas en los cuales los campesinos
seguían ciegamente los dictados de los directorios partidistas o el ‘gamonalismo’; mientras que
en los setenta las investigaciones se orientaron a “estudios regionales específicos”, haciéndose
más claro que ‘si bien el conflicto partidista parecía el elemento catalizador inicial de la
Violencia y, quizás, incluso un marco aparentemente lógico… apoyarse en la noción de los
odios partidistas heredados era insuficiente para dar cuenta de la divergencia y especificidad
de la Violencia’, así, llama la atención sobre la importancia de los estudios realizados por
Daniel Pécaut, Paul Orquist, Herbert Braun, Gonzalo Sánchez y Carlos Ortiz; también afirma
que ‘para los 80, la noción de una interpretación única y amplia de la Violencia, dio paso al
reconocimiento de que la Violencia tenía muchas manifestaciones y significados. Las
condiciones locales parecían ser el factor más significativos para determinar la naturaleza de la
Violencia’ ” (Roldán, 2003).
↩
160. Gonzalo Sánchez en Los Estudios Sobre la Violencia también nos permite observar la
diversidad de enfoques y de análisis de este trágico periodo de la historia colombiana.
Principalmente nos habla de dos grandes momentos de la literatura sobre el tema: 1. Textos
que se producen hasta mediados de los años setenta y que padecen de uno de dos vicios: “o
bien adoptan un enfoque puramente narrativo descriptivo, o bien se ubican en un nivel
puramente especulativo”, aquí se encuentran aproximaciones apologéticas, testimoniales y lo
que Sánchez denomina el comienzo de la nueva literatura, haciendo referencia a la obra de
Guzmán, Borda y Umaña; 2. Estudios que, por un lado, comienzan a tener en el análisis de la
Violencia perspectivas de larga duración “ en las cuales el fenómeno se proyecta como un
elemento estructural de la evolución política y social del país” y, por otro, estudios que
desplazan el centro de atención pasando de enfoques globalizantes a “estudios regionales,
unidades temáticas o a coyunturas específicas” (Sánchez, 1991).
↩
161. “Las funciones de articulación económica del Estado se orientan, pues, a conciliar en líneas
generales las tendencias de valorización y acumulación del capital con las necesidades de
racionalidad del sistema. El Estado propicia, en consecuencia, una serie de prácticas
destinadas a asegurar la reproducción de las condiciones que permiten la generalización y
realización de la plusvalía… El problema es que toda esa actividad estatal inscrita en la línea
de conservación del orden capitalista se contradice a sí misma: al ayudar a reproducir al
capitalista y al no obrero no puede menos que reproducir sus antagonismos y, por tanto, los
factores que posibilitan su disolución” (Ramírez, 1990, 34).
↩
162. “Están dirigidas a darle al Estado una figuración policlasista gracias al establecimiento de un
campo de relaciones en el cual hallen representación legítima las diferentes clases, fuerzas y
categorías sociales. Constituyen el respaldo a la autodefinición que le permite al Estado
proclamarse como el delegado de la sociedad civil” (Ramírez, 1990, 35).
↩
163. Tal es el caso de zonas de colonización que durante la Violencia padecieron profundos
conflictos por la propiedad de la tierra. Es interesante observar en este punto el contraste que
se presenta por algunos autores entre lo sucedido por ejemplo en el Quindío y lo ocurrido en
los llanos orientales o en el sur del Tolima; dado que el sistema económico en el Quindío se
encontraba más cercano a la dinámica capitalista mundial (producción y comercialización del
café) la Violencia que allí se vivió no adquirió los tintes revolucionarios que si tuvo la
Violencia en zonas que se encontraban más apartadas y excluidas de dicha dinámica, como por
ejemplo en el sur del Tolima. “Naturalmente la historia regional… posibilita y condiciona las
modalidades específicas que asumen en el Quindío las conexiones entre la Violencia y las
actividades económicas. De seguro en otras regiones los antecedentes históricos hicieron
factibles que la Violencia expresara, bajo etiquetas de partido, enfrentamientos más o menos
clasistas: desalojo de colonos por parte de terratenientes o rescate de tierras por parte de
campesinos expulsados en los años 20… Recuérdese que en cambio en el Quindío la sociedad
no había tendido a articularse de modo clasista predominantemente… La proliferación de
medianas y pequeñas parcelas en la actividad vertebral de la caficultura… el hecho de que la
gran acumulación se extrajese mucho más en el comercio que en la agricultura… son
elementos propicios para una organización social de matices no ciertamente clasistas” (Ortiz,
1991, 276-277).
↩
164. Como consecuencia del miedo y la desconfianza que despertó en las élites colombianas la
política de regulación estatal en materia económica llevada a cabo de 1930 a 1942, las élites
económicas lograron imponer su visión, en la que el intervencionismo estatal era casi
ilegítimo, institucionalizando sus intereses particulares como intereses generales, lo que
incrementó considerablemente el poder de los gremios económicos; en consecuencia, se
despojó al Estado “de aquello que lo legitimaba, la regulación social” (Pécaut, 1991, 265).
↩
165. “Las funciones de Representación son, de tal suerte, prácticas políticas que no dejan de
evidenciar la potencialidad democrática del capitalismo. Democracia relativa al Modo de
producción ya las condiciones históricas de cada formación social, obviamente. Pero real y
visible en las diferentes gradaciones que pueden recorrerse entre un Estado de máxima
representatividad social (al que correspondería un Régimen político Inclusivo) y un Estado de
mínima representatividad social (al que le correspondería un Régimen político Exclusivo”
(Ramírez, 1990, 36).
↩
166. En palabras de Ferrajoli, analizando el ordenamiento jurídico italiano, “la cultura de la
emergencia y la práctica de la excepción… son responsables de una involución de nuestro
ordenamiento punitivo que se ha expresado en la reedición, con ropas modernizadas, de viejos
esquemas sustancialistas propios de la tradición penal premoderna, además de en la recepción
en la actividad judicial de técnicas inquisitivas y de métodos de intervención que son típicos
de la actividad de policía” (Ferrajoli, 2004a, 807).
↩
167. “Las identidades colectivas de tipo cultural no han estado, por lo demás, muy extendidas en el
caso colombiano. El mestizaje (muy antiguo), los incesantes desplazamientos de la población
y, sobre todo, la omnipresencia de las redes ligadas a los dos partidos políticos tradicionales
que no responden a ninguna… geografía cultural u oposición social, son algunos de los
factores que pueden explicar este hecho. La pertenencia a los partidos tradicionales y a la
Iglesia Católica, garante hasta los años setenta del orden social han sido, de hecho, para la
mayoría de la población, instrumentos de definición cultural durante largo tiempo” (Pécaut,
2003, 22).
↩
168. Estos datos son producto del rastreo realizado en las distintas ediciones del diario oficial de la
República de Colombia, publicado desde el 9 de Abril de 1948 hasta el 3 de Marzo de 1966,
que reposan en los archivos de la biblioteca general de la Pontificia Universidad Javeriana de
Bogotá.
↩
169. El artículo 121 de la Constitución Nacional de Colombia autorizaba al presidente, sin
necesidad de intervención de ninguna de las otras ramas del poder público, ni de ningún
órgano de control, para declarar turbado el orden público y en estado de sitio toda la República
o parte de ella, en caso de guerra exterior o conmoción interior. Únicamente requería el
Presidente la firma de todos sus ministros. También se disponía que “Restablecido el orden
público, el Gobierno convocará al Congreso y le pasará una exposición motivada de sus
providencias”. Mediante el Acto Legislativo número 1 del 10 de diciembre de 1960, se
modificó el artículo 121 de la Constitución Nacional y se previó que durante el estado de sitio
el Congreso Nacional debía reunirse por derecho propio, además se le otorgó la facultad de
remitir los Decretos expedidos por el Gobierno a la Corte Suprema de Justicia para que se
examinara se constitucionalidad.
↩
170. Tovar explica las distintas acciones del Estado tomadas en función de facilitar el proceso de
industrialización del país, dentro de las cuales se observa la creación del Banco de la
República, de la Federación Nacional de Cafeteros, del Banco Central Hipotecario, del Fondo
de Fomento Municipal, de la Flota Mercante Grancolombiana, entre otras instituciones,
igualmente resalta la importancia de la reforma constitucional de 1936, mediante la cual se
abrió la posibilidad del intervencionismo estatal, especialmente con relación a la política
monetaria, cambiaria, arancelaria y crediticia; adicionalmente, llama la atención sobre el gasto
en obras públicas de infraestructura, especialmente en la construcción de ferrocarriles y
carreteras (Tovar, 1991, 209-211).
↩
171. En este sentido, Tovar enuncia como ejemplos la intervención militar en los repetidos
conflictos de los trabajadores de la Tropical Fuit Company, en Barrancabermeja y en la
masacre de las bananeras (Tovar, 1991, 214).
↩
172. “En el terreno económico, si se toma por indicador del intervencionismo efectivo la parte de
las inversiones públicas en el total de las inversiones, no hay en efecto incremento del
intervencionismo estatal entre 1930 y 1939. Al contrario, por razones evidentes se debilita
frente al periodo comprendido entre los años 1925 a 1929… Sin embargo lo esencial no está
ahí sino que de 1930 a 1942 se desarrolla un referente simbólico de la regulación estatal, que
hace del Estado el garante de los intereses generales frente a los intereses particulares”
(Pécaut, 1991, 264).
↩
173. “El 9 de Abril no hace más que dar substancia a algo que en 1945 no era más que un
fantasma” (Pécaut, 1991, 267).
↩
174. “Los campesinos mantuvieron latente la conciencia de las usurpaciones que habían padecido,
hasta que los cambios estructurales de los años veinte los impulsaron a renovar la lucha contra
el predominio de las grandes haciendas… Súbitamente los arrendatarios en las regiones de
nueva frontera empezaron a sostener que no eran arrendatarios sino colonos, y que la tierra era
del Estado y no de propiedad privada” (Legrand, 1991, 144-145).
↩
175. “El 9 de Abril de 1948 evidenció un vacío al que se vio enfrentada parte de la población,
confundida al no lograr comprender ni sus propios actos ni la muerte de su líder” (Braun,
1991, 227-229).
↩
176. “La solución superaba la esperanza de los políticos. No tendrían que mover a Gaitán. Su
cuerpo no sería expuesto una vez más al púbico. Lo enterrarían en las afueras de la ciudad, en
un edificio particular, en vez de un sitio histórico en el centro. El pueblo seguramente sentiría
orgullo y satisfacción al ver la casa del caudillo convertida en monumento nacional. Además,
en frente de esa casa el pueblo no encontraría un espacio grande donde congregarse. Gaitán, el
hombre que nunca fue aceptado en la vida pública de los tradicionales partidos políticos del
país, descansaría fuera de los límites físicos de ese alto mundo. Una vez tomada la decisión,
los liberales decidieron convertir el funeral, en una gran manifestación de apoyo popular al
partido, y así restablecer el control sobre la muchedumbre” (Braun, 1991, 232).
↩
177. “Atrás queda el gesto vanidoso de quienes creen poder sacar de sus propias cabezas todos los
programas políticos, como si estos no tuvieran que ser forzosamente la sistemática y ordenada
interpretación de los anhelos populares. Atrás queda el aristocrático aislamiento de los grupos
rectores, porque no hay gestión política que no languidezca y pierda vida cuando se cortan los
canales por los que la alimenta la fecunda savia popular” (Braun, 1991, 234). Aparte del
discurso pronunciado por Alberto Lleras Camargo, expresidente de Colombia, el 20 de Abril
de 1948, en la ceremonia llevada a cabo en la residencia de Jorge Eliecer Gaitán.
↩
178. “Un hombre parado en frente de una conocida sombrerería, se probó cuidadosamente un
sombrero tras otro, hasta que al final le gustó uno, asintió, y se fue” (Braun, 1991, 248).
↩
179. “Un individuo caminaba repartiendo cigarros, porque tenía más de los que podía fumar.
Forzaba a algunos a que aceptaran esos cigarros, como si el objeto fuera el de establecer algún
contacto humano. La muchedumbre cooperó con el saqueo. Algunos cogieron más de lo que
podían cargar y lo dejaban en la calle, sabiendo que iba a ser recogido por otras personas con
el mismo derecho” (Braun, 1991, 249).
↩
180. “Las multitudes respondieron principalmente al impacto que la política ejercía sobre sus vidas.
El orden social contra el cual se levantaron fue aquel en el que se tomaban decisiones políticas
sobre sus vidas” (Braun, 1991, 251).
↩
181. “Creyente y cultor del principio del poder de la voluntad, en el individuo y en las
colectividades, Gaitán se convirtió en sin igual vendedor de ilusiones. Con su eslogan de que
‘el pueblo es superior a sus dirigentes’, abrió las puertas del sistema político a miles de
colombianos” (Palacios, 2003, 196).
↩
182. En la motivación del Decreto 1239 de 1948 se lee: “Que se ha presentado grave caso de
conmoción interior y de perturbación del orden en la capital de la República y en el resto del
país, con motivo del aleve atentado de que fue víctima el eminente hombre público doctor
Jorge Eliecer Gaitán; Que esta situación constituye un peligro para las personas y bienes de los
asociados, que la autoridad está obligada a proteger; Que el gobierno ha tomado las medidas
aconsejables, dentro de la normalidad legal, y que la magnitud y gravedad de los desórdenes
que se han presentado en la capital de la República conducen a la convicción de que se hace
necesario declarar el estado de sitio”.
↩
183. En la motivación del Decreto 3518 de 1949 se lee: “1º Que según informaciones oficiales
recibidas por el Gobierno, procedentes de varias regiones del país, se están consumando
graves atentados contra el orden público, que han llegado en algunas de ellas al ataque a la
autoridades legítimamente constituidas. 2º Que los hechos aludidos constituyen seria amenaza
para las personas y los bienes de los asociados, que la autoridad está obligada a proteger. 3º
Que los hechos enumerados en los considerandos anteriores han creado grave conmoción
interna. 4º Que el gobierno ha tomado las medidas a su alcance para el mantenimiento del
orden, pero, dada la magnitud y gravedad de los hechos, se hace necesario declarar turbado el
orden público y en estado de sitio todo el territorio nacional, a fin de cumplir debidamente los
deberes que en las presentes circunstancias le señala la Constitución”.
↩
184. El artículo 42 de la Constitución Nacional de 1886, vigente para ese entonces, establecía: “La
prensa es libre en tiempo de paz; pero responsable, con arreglo a las leyes, cuando atente a la
honra de las personas, al orden social o a la tranquilidad pública”.
↩
185. El artículo 18 de la Constitución Nacional de 1886 establecía (Acto Legislativo No. 1 de
1936): “Se garantiza el derecho de huelga, salvo en los servicios púbicos…”, y el artículo 46:
“Toda parte del pueblo puede reunirse o congregarse pacíficamente. La autoridad podrá
disolver toda reunión que degenere en asonada o tumulto, o que obstruya las vías públicas”.
↩
186. Así por ejemplo, para El Tiempo se designó al Coronel Álvaro González Quintana, para El
Siglo se designó al Teniente Coronel Luis E. Zuluaga, para Vanguardia del Pueblo se nombró
al Capitán de Corbeta Alejandro Herrera, y así sucesivamente con El Liberal, El Espectador,
Eco Nacional, Jornada, La Nación, Semana, Crítica, Clarín, Estampa, etc.
↩
187. Decreto 3580 del 11 de noviembre de 1949, artículo primero.
↩
188. Decreto 3520 del 9 de noviembre de 1949, artículo primero.
↩
189. Decreto 2207 del 7 de Julio de 1950, artículo primero.
↩
190. Decreto 1268 del 18 de abril de 1948, artículo primero.
↩
191. “Considerando: 3º Que el artículo 122 de la Ley 3ª de 1945 faculta al gobierno para convocar
Consejos de Guerra Verbales encargados de juzgar a todas las personas sindicadas de delitos
previstos en el Código de Justicia Penal Militar, cometidos antes o después de la turbación del
orden público, siempre que en el primer caso se trate de hechos que tengan relación con los
que dieron origen a esa turbación” (Decreto 1285 del 21 de abril de 1948).
↩
192. “En cada Brigada o unidad operativa del Ejército terrestre, en las Fuerzas Aéreas y en la
Armada Nacional, debe haber un juez permanente con residencia en el respectivo Comando
Superior, que conoce, en primera instancia, de las infracciones militares, en armonía con lo
prescrito en este Código” (Artículo 13, Ley 3ª del 19 de Febrero de 1945 – Código de Justicia
Penal Militar).
↩
193. “El cargo de defensor es de forzosa aceptación y puede recaer en un Oficial, en servicio activo
de igual o inferior grado al que tiene el procesado” Artículo 126, inciso segundo, Ley 3ª del 19
de Febrero de 1945 – Código de Justicia Penal Militar).
↩
194. Artículo 130, Ley 3ª del 19 de Febrero de 1945 – Código de Justicia Penal Militar).
↩
195. Artículo 130, Ley 3ª del 19 de Febrero de 1945 – (Código de Justicia Penal Militar).
↩
196. Artículos 134 a 139, Ley 3ª del 19 de Febrero de 1945 – Código de Justicia Penal Militar. En
los años posteriores, se hicieron algunas aclaraciones y modificaciones a este procedimiento,
sin alterarlo en lo fundamental, como por ejemplo con el Decreto extraordinario 1123 del 31
de marzo de 1950 (Código de Justicia Penal Militar que derogó la Ley 3ª de 1945), los
decretos 2007 y 2832, del 18 de agosto y 8 de noviembre, respectivamente, de 1952 y el
Decreto 1355 del 22 de mayo de 1953.
↩
197. “En consecuencia, si se trata de delitos complejos, es decir, de delitos contra el régimen
constitucional y seguridad interior del Estado, cometidos en conexidad con delitos comunes,
como los enumerados en el inciso anterior, el conocimiento corresponde a la justicia militar”
(Artículo 1º, inciso segundo, Decreto 1406 del 30 de abril de 1948).
↩
198. Decreto 3562 del 10 de noviembre de 1949. El Decreto 3981 del 16 de diciembre de 1949,
modificó el artículo 1º del Decreto 3562 estableciendo una cuantía mínima de $1.000 y de
$500 para que el hurto y el robo, respectivamente, fueran conocidos por la Justicia Penal
Militar. Adicionalmente, el artículo 2º del Decreto 3981, permitió que el Jefe del Estado
Mayor General de las Fuerzas Militares, quedara facultado para designar un funcionario que
sustituyera al Juez Militar que cumplía la función de asesor jurídico del Consejo, cuando lo
considerara necesario.
↩
199. “Artículo 1º parágrafo. Los mismos Consejos de Guerra Verbales juzgarán a los particulares
sindicados de los delitos de que tratan los títulos II, III, IV, VI, VII y IX, Libro Segundo del
Código Penal Militar…Artículo 2º Los Consejos de Guerra Verbales también juzgarán a los
particulares sindicados de delitos de “asociación e instigación para delinquir y apología del
delito”… y delitos de “hurto y robo de cabezas de ganado mayor” (Decreto 1534 del 9 de
mayo de 1950).
↩
200. “Artículo 1º Radícase en los Comandantes de Brigada la facultad de convocar los Consejos de
Guerra Verbales que estimen necesarios para que, por el procedimiento establecido en el Libro
2º, Título 9º, de la Ley tercera de 1945 (antiguo Código de Justicia Penal Militar) juzguen los
delitos de que trata el Decreto extraordinario número 3562 de 1949…” (Decreto 2782 del 28
de Agosto de 1950).
↩
201. “Artículo 1º Los Comandantes de la Armada y de la Fuerza Aérea colombiana tendrán la
facultad de convocar los Consejos de Guerra Verbales necesarios para el juzgamiento de los
delitos cometidos dentro de sus respectivas jurisdicciones y que deban ser juzgados por este
procedimiento”. (Decreto 1531 del 14 de julio de 1951).
↩
202. “Artículo 4º La Justicia Penal Militar seguirá conociendo de los delitos de asociación e
instigación para delinquir de que tratan los artículos 208 y 209 del Código Penal (Ley 95 de
1936), cometidos por personas militares o civiles” (Decreto 1591 del 28 de Julio de 1951).
↩
203. Ley 3ª del 19 de Febrero de 1945 – Código de Justicia Penal Militar.
↩
204. “Artículo 379: Cuando la infracción por que se procede tuviere señalada pena de presidio o de
prisión, el procesado será detenido, si resultare contra él por lo menos una declaración de
testigo que ofrezca serios motivos de credibilidad, aunque no se haya todavía escrito, o un
indicio grave de que es responsable penalmente, como autor o partícipe de la Infracción que se
investiga, o si el funcionario que decretare la detención lo hubiere visto en el acto que
constituye su participación en la infracción” (Ley 94 del 13 de junio de 1938 – Código de
Procedimiento Penal). “Artículo 1º Cuando la infracción por que se procede fuera alguna o
algunas de las contempladas en los artículos 1º y 2º del Decreto 3562 de 10 de noviembre del
año en curso, y tuviere señalada pena privativa de la libertad o restrictiva de la libertad, el
procesado será detenido, si resultare contra él por lo menos una declaración de testigo que
ofrezca serios motivos de credibilidad, aunque no se haya todavía escrito, o un indicio
grave de que es responsable penalmente. Como autor o partícipe de la infracción que se
investiga, o si el funcionario que decreta la detención lo hubiere visto en el acto que
constituye su participación en la infracción” (Decreto 3697 del 22 de noviembre de
1949).
↩
205. Artículo 397, Ley 94 del 13 de junio de 1938 – Código de Procedimiento Penal.
↩
206. Decreto 3697 del 22 de noviembre de 1949.
↩
207. “Artículo 406. No se podrá conceder excarcelación a los procesados por las infracciones
siguientes, en los casos en que tengan señalada pena de presidio o prisión: 1o. Delitos contra la
existencia y seguridad del Estado; 2o. Delitos contra el régimen constitucional y seguridad
interior del Estado; 3o. Delitos contra la administración pública; 4o. Delitos contra la
administración de justicia; 5o. Asociación para delinquir; 6o. Delitos contra la fe pública; 7o.
Delitos contra la salud y la integridad colectivas; 8o. Delitos contra la economía nacional,
la industria y comercio; 9o. Delitos contra el sufragio; 10. Delitos contra la libertad
individual; 11. Delitos contra la libertad y el honor sexuales; 12. Delitos contra la familia
en los casos de los artículos 349, 351, 352, 357 y 358 del Código Penal; 13. Homicidio en
los casos de los artículos 362, 363, 365 y 366 del Código Penal, y en el del artículo 370 del
mismo Código cuando se trate de culpa en el manejo de vehículos los automóviles,
siempre que el conductor procesado careciere de licencia o pase al tiempo de ocurrir el
accidente.
En todos los casos de homicidio por culpa en el manejo de vehículos automóviles, cuando
haya lugar a excarcelación, se le impondrá al procesado excarcelado, en la respectiva
diligencia, la prohibición de conducir vehículos mientras no se haya dictado a su favor
sentencia absolutoria o auto de sobreseimiento. Por tanto, se le retirará en el acto de la
diligencia el pase o licencia correspondiente; 14. Lesiones personales en los casos de los
artículos 373, 374, 375, 376 y 379 del Código Penal.
Cuando por culpa en el manejo de vehículos automóviles, se causare alguna de las lesiones
previstas en los artículos 373, 374, 375 y 376 del Código Penal, en la diligencia de
excarcelación al procesado se le impondrá la prohibición de conducir vehículos mientras no se
haya dictado a su favor sentencia absolutoria o auto de sobreseimiento. Por tanto, se le retirará
en el acto de la diligencia el pase o licencia correspondiente; 15. Robo, extorsión y chantaje;
16. Hurto y estafa de cantidad o cosa que valga más de doscientos pesos, y 17. Abuso de
confianza en los casos de los artículos 413 y 414 del Código Penal” (Ley 94 del 13 de junio de
1938 – Código de Procedimiento Penal).
↩
208. “Artículo 2º La detención preventiva que hoy rige para las infracciones que implican penas de
presidio o de prisión queda extendida a las que la tienen de arresto en el Código Penal y leyes
que lo adicionan y reforman”, “Artículo 3º No tendrán derecho a excarcelación quienes por
culpa en el manejo de vehículos o unidades montadas sobre ruedas cometieren una infracción
penal que tenga señalada pena de presidio o de prisión” (Decreto 2184 del 19 de octubre de
1951).
↩
209. “Cuando varias personas se concierten con el fin de cometer delitos, cada una de ellas será
penada, por esa sola conducta, con prisión de cuarenta y ocho (48) a ciento ocho (108) meses”
(Ley 599 de 2000, artículo 340).
↩
210. Ley 95 del 24 de abril de 1936, artículo 208.
↩
211. El Código Penal ordinario vigente para la época (Ley 95 de 1936) diferenciaba en sus artículos
19 y 20 las categorías de “cómplice necesario”, “cómplice” y “determinador”. “Artículo 19. El
que tome parte en la ejecución del hecho, o preste al autor o autores un auxilio o cooperación
sin los cuales no habría podido cometerse, quedará sometido a la sanción establecida para el
delito. En la misma sanción incurrirá el que determine a otro a cometerlo”, “Artículo 20. El
que de cualquier otro modo coopere en la ejecución del hecho o preste una ayuda posterior,
cumpliendo promesas anteriores al mismo, incurrirá en la sanción correspondiente al delito,
disminuida de una sexta parte a la mitad”.
↩
212. En los artículos 15, 16, 17 y 18, el Código Penal de 1936 definía la tentativa desistida, la
tentativa inacabada, la tentativa acabada y la tentativa imposible: “Artículo 15. Al que
voluntariamente desista de la consumación de un delito iniciado, se le aplica solamente la
sanción establecida para los actos ejecutados, si éstos constituyen por sí mismos delito o
contravención”, “Artículo 16. El que con el fin de cometer un delito, diere principio a su
ejecución pero no lo consumare por circunstancias ajenas de su voluntad, incurrirá en una
sanción no menor de la mitad del mínimo ni mayor de las dos terceras partes del máximo de la
señalada para el delito consumado”, “Artículo 17. Cuando habiéndose ejecutado todos los
actos necesarios para la consumación del delito, éste no se realizare por circunstancias
independientes de la voluntad del agente, podrá disminuirse hasta en una tercera parte la
sanción señalada para el delito consumado”, “Artículo 18. Si el delito fuere imposible, podrá
disminuirse discrecionalmente la sanción establecida para el delito consumado, y hasta
prescindirse de ella”.
↩
213. El artículo 6º de la Ley 48 del 13 de marzo de 1936, sobre “vagos, maleantes y rateros”
establecía que eran maleantes “a) Los que sin causa justificativa no ejercen profesión, ni oficio
lícito, y adoptan habitualmente para su vida y subsistencia medios considerados como
delictuosos; o los que aun ejerciendo profesión o teniendo oficio lícito, hayan sido conducidos
con frecuencia ante las autoridades como presuntos responsables de delitos contra las personas
o contra la propiedad, y respecto de los cuales, además, se haya pronunciado, si quiera por tres
veces, sobreseimiento de carácter temporal, por delitos contra la propiedad. b) Los
reincidentes en delitos de alcahuetería y corrupción. c) Los que con el propósito de cometer
cualquier delito contra la propiedad, ejecuten violencia sobre las personas, o las amenacen con
peligro inminente… d) Las personas que hayan sido condenadas por delitos contra la
propiedad, o sindicadas tres o más veces por la misma causa”.
↩
214. “Artículo 1º Para los efectos de la ley 48 de 1936 y las disposiciones que la adicionan y
reforman son también maleantes los que cultiven, elaboren, comercien o de cualquier manera
hagan uso o induzcan a otro a hacer uso de la marihuana (Cannabis Sativa o Cannabis Indica)”
(Decreto 1858 del 4 de Septiembre de 1951).
↩
215. “Considerando: Que la adopción de medidas más eficaces contra el delito contribuye al
restablecimiento del orden público” (Decreto 1858 del 4 de Septiembre de 1951).
↩
216. De acuerdo con el artículo 7º de la Ley 48 de 1936 las personas responsables de los hechos
descritos en el artículo 6º (maleantes) serían condenadas a Colonia Agrícola Penal de dos a
cinco años.
↩
217. “Artículo 1º No quedarán sujetos a sanción alguna los individuos comprometidos en delitos
contra el régimen constitucional o contra la seguridad interior del Estado o en conexión con
éstos, siempre que antes del 1º de octubre próximo se presenten espontáneamente ante las
autoridades políticas o militares y entreguen las armas, y siempre también que no se haya
iniciado proceso criminal alguno por esta causa en el momento en que se presenten. Artículo
2º Establécese el recurso especial de revisión contra las sentencias condenatorias de segunda
instancia, recurso que podrán interponer los individuos juzgados en ausencia por delitos contra
el régimen constitucional o contra la seguridad interior del Estado, o en conexión con éstos,
siempre que se presenten espontáneamente ante las autoridades políticas o militares y
entreguen las armas. Artículo 6º Los beneficios de este Decreto se extienden a las personas
que se encuentren privadas de libertad por los delitos contra el régimen constitucional o contra
la seguridad interior del Estado, o en conexión con éstos, siempre que se hubieren presentado
espontáneamente” (Decreto 1647 del 12 de julio de 1952. El Decreto 1936 de 1952,
reglamentó lo dispuesto en el Decreto1647).
↩
218. En los Considerandos del Decreto 1647 se afirmaba: “1º Que es propósito del Gobierno en
bien de la paz facilitar el retorno a la vida normal y de trabajo a los ciudadanos que deseen
hacerlo, y que se encuentren en armas fuera de la ley, pero contra quienes no cursa
actualmente proceso penal alguno. 2º Que es conveniente con el mismo fin asegurar a todos
los que deseen presentarse a las autoridades y deponer sus armas, la mayor amplitud y la más
alta imparcialidad en la administración de justicia”, menos de un año antes mediante el
Decreto 2184 de 1951, se aumentaron las penas y se amplió la detención preventiva
considerando que el país reclamaba “la adopción de medidas más eficaces contra los delitos y
contravenciones”.
↩
219. “Que es firme propósito del Gobierno tranquilizar a la Nación, imponiendo una justicia severa
y oportuna para contener las infracciones penales que perturban la normalidad pública”
(Decreto 3562 del 10 de noviembre de 1949). “Que debido a la expedición del nuevo Código
Penal Militar, Decreto 1125 de 1950, se hace necesario convocar Consejos Verbales
encargados de juzgar a todas las personas sindicadas de determinados delitos previstos en el
Código Penal Militar y en el Código Penal, a fin de imponer una justicia severa y oportuna
para contener las infracciones penales que perturban la normalidad pública” (Decreto 1534 del
9 de mayo de 1950).
↩
220. Decreto 0241 del 3 de febrero de 1951.
↩
221. Decreto 0242 del 3 de febrero de 1951.
↩
222. Decreto 1858 del 4 de septiembre de 1951.
↩
223. Decreto 2184 del 19 de octubre de 1951.
↩
224. “Quizá nunca sepamos la verdadera cifra de asesinados, lisiados, desposeídos y exiliados. La
de 300.000 muertos goza de un gran favor en Colombia. Pero, en muchas comarcas y
períodos, las líneas que separan la criminalidad común y la Violencia fueron demasiado
tenues. Un estudio reciente informa de 194.000 muertos, distribuidos en una ‘Violencia
temprana’ (c. 1945-1953) en 230 municipios con 159.000 muertos y otra ‘tardía’, (1954-1966),
con unos 35.000 en un centenar de poblaciones” (Paul Oquist citado por Palacios, 2003, 192).
↩
225. “Artículo 1º Concédese amnistía a los procesados o condenados por delitos contra el régimen
constitucional y contra la seguridad interior del Estado, cometidos con ocasión del 9 de abril
próximo pasado, de que tratan los artículos 139, 142, incisos 1º, 2º y 3º del artículo 144, 145,
146, 147, 148 y 149 del Código Penal, y 180 a 187, inclusive, del Código de Justicia Penal
Militar” (Ley 82 del 10 de diciembre de 1948).
↩
226. Considerando, Decreto 3518 del 9 de noviembre de 1949.
↩
227. Recordemos los decretos 3521 y 3526 de 1949 sobre censura de prensa y radiodifusión con
intervención militar, el Decreto 3522 del mismo año que prohibió las manifestaciones públicas
y suspendió el derecho de reunión, el Decreto 3520 también de 1949 que cerró el Congreso,
las asambleas y los consejos, así como el Decreto 3562 que amplió la competencia de la
Justicia Penal Militar.
↩
228. “En las consideraciones siguientes queremos plantear tres puntos: 1. La Violencia está en
relación con la imposibilidad de consolidar la concepción de un orden social unificado. 2. La
Violencia está en relación con la irrupción de una nueva representación, de la división social y
política, que surge a través del laureanismo y del gaitanismo. 3. La Violencia está en relación
con el hecho de que tanto lo social como lo político tienden a descifrarse bajo el signo de la
dialéctica ‘amigo-enemigo’ ” (Pécaut, 2003, 32).
↩
229. Sobre este punto ya habíamos precisado, que un intento de configurar al estado colombiano en
un elemento aglutinador y por lo tanto como una instancia de representación de diversos
intereses, por encima de los intereses privados, fue la regulación económica que comienza a
adoptarse desde los años treinta. Sin embargo, dicho intento no logra tener efectos
significativos en aras de “asumir la representación de la nación por encima de los intereses
privados” (Pécaut, 2003, 34).
↩
230. “Existen por un lado luchas campesinas o situaciones sindicales sin expresión política; existen
por otro lado sectores como la CTC, que reivindican una representatividad social, pero que de
hecho sólo son actores políticos, comprometidos sobre todo en la política electoral” (Pécaut,
2003, 36).
↩
231. Es importante en este punto tener en cuenta el prejuicio social tanto de liberales como de
conservadores, frente a la población campesina e indígena, al momento de explicar hechos
violentos. Así por ejemplo, el Partido Liberal en el texto Sangre y Fuego – Testimonio de la
tragedia boyacense, publicado en 1949 por la editorial Kelly, se refería a la Violencia
conservadora proveniente “indígenas bárbaros y crueles” (texto citado por Pécaut, 2003, 42).
↩
232. “El proceso de reforma constitucional dividió más al conservatismo y alejó definitivamente a
los liberales. Esto se comprobó en la campaña electoral para formar la nueva Asamblea
Constituyente, ANAC, en las que medirían fuerzas las parcialidades conservadoras con miras a
la Presidencia de la República en el período, 1954-58. En las elecciones de la ANAC, gremios
como la SAC incluyeron destacados ospinistas y aún algunos liberales. Gómez empezó a
desplazarse cautelosamente por el occidente del país, su fuerte electoral. En abril de 1953, a
continuación de las elecciones de Cámara de Representantes, Ospina lanzó su candidatura
presidencial. Gómez la vetó con su acostumbrada intemperancia verbal. La escisión fue
profunda e irreparable. Todos los puentes se quemaron. Seis meses después, los dos jefes
liberales… optaron por el exilio” (Palacios, 2003, 209).
↩
233. “Pero tampoco como partido de gobierno, al iniciarse el régimen de “Concentración Nacional”
(1930-34), iba el liberalismo a homogeneizarse. Con la misma flexibilidad de antes se
desdobla en dos corrientes, una de gobierno, propiamente dicha, y otra de oposición. La
primera, siempre dispuesta a entenderse con los más recalcitrantes conservadores en la
dirección general del Estado y de la economía, actúa institucionalizando o reprimiendo, tal
como lo hizo con el movimiento campesino, el cual padeció bajo los primeros años de la
república liberal una persecución no menor de la que hubiera cabido imaginar bajo la
hegemonía conservadora, entre otras razones porque muchos de los terratenientes que
constituían el blanco en las zonas de conflicto agrario eran liberales. La otra corriente, la de
oposición, se expresa a través de una o varias fracciones disidentes, que utilizando un lenguaje
de clase combaten, por encima de la identidad partidista, la política gubernamental e incluso el
orden establecido representado por la otra corriente liberal, dinamizando así las luchas de las
masas obreras y campesinas” (Sánchez, Meertens, 2002, 32).
↩
234. Ya con ocasión del 9 de Abril de 1948 se había podido apreciar un intento de acuerdo
desesperado entre dirigentes liberales y conservadores. “En la noche del 9 de abril, líderes
liberales representativos consiguieron ingresar al palacio presidencial… empezaron con
Ospina una negociación que tomaría doce horas. En ese lapso el gobierno aseguró la lealtad
absoluta del Ejército y el control militar de la capital” (Palacios, 2003, 199).
↩
235. Sobre este mismo punto, Palacios sostiene que el partido Liberal apoyaba también el gobierno
de Gustavo Rojas Pinilla, debido a sus propuestas de amnistía e indulto para presos políticos y
guerrilleros, así como por la restauración de la libertad de prensa. (Palacios, 2003, 210).
↩
236. “Pasada la euforia inicial, la presión militar se haría sentir de manera selectiva y con particular
agudeza en las zonas en donde las guerrillas habían tenido la lucidez de esperar antes de
entregarse” (Sánchez y Meertens, 2002, 41).
↩
237. “Hasta el golpe de Rojas, la policía, bajo la jurisdicción del ministro de Gobierno, intentó
hacer de la persecución política una rutina burocrática. Desaparecieron las policías
municipales y departamentales, algunas de las cuales, como la de Bogotá, se habían pasado el
9 de abril del lado de la chusma. En el papel, la centralización y profesionalización parecían
razonables… Sin embargo, muchos municipios tolimenses, vallecaucanos y caldenses de
mayorías liberales soportaron la invasión de comisiones de policía, reclutadas en poblaciones
conservadoras… No llevaron el orden sino que fueron autores y cómplices de una secuela de
abusos… Tampoco se hicieron esperar las represalias de los cuadrilleros liberales contra
veredas conservadoras inermes o contra los agentes uniformados” (Palacios, 2003, 222).
↩
238. “Del segundo semestre de 1952 al primero de 1953, la región llanera fue escenario de una
ofensiva convencional en gran escala que involucró la Fuerza Aérea. Sin resultado, el gobierno
solicitó a los Estados Unidos un millar de bombas napalm, con las que esperaba derrotar a los
llaneros. En las ofensivas y contraofensivas, la población dejaba sus bienes y ganados. Se
enseñoreó la inseguridad. Y los guerrilleros fueron más y más populares. Sus acciones
empezaron a tomar un inconfundible sesgo social” (Palacios, 2003, 227).
↩
239. “En la zona del Sumapaz, fortín gaitanista de los años 30 y con una sólida tradición de lucha
organizada por la tierra, fue posible transformar las antiguas asociaciones reivindicativas en un
amplio y disciplinado movimiento guerrillero” (Sánchez y Meertens, 2002, 39).
↩
240. “En 1952-54 el sur tolimense fue escenario de una guerra encarnizada entre los limpios
(liberales) y los comunes (comunistas) y estos últimos establecieron nexos con el alto
Sumapaz donde actuaban las fuerzas agraristas de Juan de la Cruz Varela” (Palacios, 2003,
223).
↩
241. “Los primeros grandes núcleos guerrilleros se formaron en zonas que, como los Llanos,
combinaban determinadas circunstancias: homogeneidad política; fronteras de colonización
abierta capaces de absorber productivamente un número ilimitado de fugitivos del interior del
país; distancias considerables del poder central que dificultaban la represión, y vecindad de un
país (Venezuela) cuyo gobierno se suponía amigo de la resistencia” (Sánchez y Meertens,
2002, 39).
↩
242. “Los actores principales fueron el ejército, la policía y fuerzas paramilitares conservadoras: las
guerrillas de la paz en los Llanos, la contrachusma en Antioquía, los patriotas en el Tolima y la
policía rural en el noroccidente de Cundinamarca, supuestamente enfrentadas a comandos
guerrilleros auxiliados por la población liberal” (Palacios, 2003, 223).
↩
243. “La pacificación del gobierno militar no sólo fracasaba en el Sumapaz. La Violencia prendía
en algunas comarcas del occidente bajo el signo de complicidades entre el gobierno militar y
los conservadores locales quienes, desde 1947-48, venían empleando pájaros. Sus orígenes
pueden encontrarse en la manipulación partidista de la policía bajo la república liberal que,
después de 1946, tuvo una respuesta aún más virulenta entre los conservadores, en particular
entre sus dirigentes socialmente móviles que encontraron en la Violencia electoral un medio de
promoción” (Palacios, 2003, 229).
↩
244. “A la inversa de lo ocurrido en algunas sociedades europeas, los Estados suramericanos fueron
la base de las formaciones nacionales. Este proceso tuvo como común denominador en los
distintos países la inestabilidad económica y la dificultad de integración social” (Leal, 1994,
17).
↩
245. Gilhodés advierte que este discurso anticomunista parece diluirse durante la república liberal
mientras la atención del ejército se encontraba centrada en la guerra con el Perú, sin embargo
sostiene también qué “la influencia pro alemana introducida en particular (que no solamente)
por los chilenos, sigue siendo muy fuerte como lo muestran tanto el No. 254-255 (agosto-
septiembre, 1933) con un artículo de F.W. Von Oertzen ‘Milicia cívica o Ejército a contratas’
como en el No. 256 (octubre, 1933) con una conferencia, que levantaría muchas polémicas, del
general Kreiss Von Kressenstein ante el círculo militar argentino: ‘Política y conducción de la
guerra’ ” (Gilhodés, 1991, 347).
↩
246. “La Guerra Fría surgió de la bipolaridad política e ideológica en que quedó dividido el mundo
al finalizar la segunda guerra y de la competencia de los dos grandes bloques por el control
estratégico de las grandes áreas geográficas… Sobre esta base, nació el denominado ‘Estado
de seguridad nacional’ estadounidense” (Leal, 1994, 19).
↩
247. “La Resolución Octava del Acta contemplaba la defensa colectiva del continente frente a la
aún inconclusa guerra mundial, con la utilización de las fuerzas armadas latinoamericanas en
unión de las norteamericanas” (Leal, 1994, 21).
↩
248. “Propuso la unificación militar continental” (Leal, 1994, 21).
↩
249. “Este acuerdo fue el más importante para la unificación americana de la política militar, ya que
representó la integración de las instituciones militares de América Latina a un bloque bélico
cuya dirección estratégica estaba a cargo de los Estados Unidos” (Leal, 1994, 21).
↩
250. Por ejemplo Gilhodés sostiene que una vez el general Rafael Sánchez Amaya reemplazó en el
ministerio de guerra al General Germán Ocampo, comenzó una cierta parcialización política
del ejército, en la que varios oficiales sospechosos de liberalismo fueron excluidos. (Gilhodés,
1991, 348). Al respecto, Leal afirma qué “con la ayuda de la apoliticidad militar formal, hubo
resistencia institucional para tomar partido en la contienda, lo cual facilitó la continuidad de la
subordinación castrense a los gobiernos civiles. Incluso, las presidencias militares… fueron el
resultado de coaliciones bipartidistas que las indujeron directamente” (Leal, 1994, 45).
↩
251. “El ala más radical del conservatismo comenzó a percibir todas las expresiones de la protesta
social como la proyección de la amenaza bolchevique y las Fuerzas Armadas van a ser
utilizadas en la represión de movimientos huelguísticos, como la de la uso en Barrancabermeja
de 1924 y 1927 o la famosa huelga de las bananeras de 1928, entre otras expresiones de lucha
social” (Vargas, 2008, 311).
↩
252. “A finales 1946 había doscientos alcaldes militares” (Vargas, 2008, 315).
↩
253. Los jefes civiles y militares eran funcionarios designados por el gobierno nacional encargados
de la pacificación de ciertas regiones, que concentraban funciones administrativas, militares,
policivas y judiciales.
↩
254. Decreto 1723 del 2 de julio de 1953.
↩
255. Artículo 1º (Decreto 1723 del 2 de julio de 1953).
↩
256. Artículo 1º (Decreto 1896 del 21 de julio de 1953).
↩
257. “Artículo 1º Queda prohibido publicar informaciones, noticias, comentarios, caricaturas,
dibujos o fotografías que, directa o indirectamente, impliquen falta de respeto para el
Presidente de la República o para el Jefe de Estado de una Nación amiga, o comprometan
seriamente el normal desarrollo de las relaciones internacionales de Colombia”, “Artículo 2º
Queda también prohibida toda publicación en la cual se dé cuenta de hechos que afecten el
orden público, o que directa o indirectamente configuren o traten de configurar sucesos de
violencia como producto del sectarismo o de la pasión política, o de provocar o estimular la
perturbación del orden público o la Violencia política” (Decreto 2535 del 21 de septiembre de
1955).
↩
258. Decreto 2238 del 13 de agosto de 1955, artículos 1º y 3º.
↩
259. Decreto 1893 del 17 de julio de 1953, considerando.
↩
260. Decreto 2192 del 19 de julio de 1954, considerando.
↩
261. Decreto 1285 de 1948, Decreto 1406 de 1948, Decreto 1895 de 1948, Decreto 3562 d 1949,
Decreto 1534 de 1950, Decreto 2782 de 1950, Decreto 1531 de 1951 y Decreto 1591 de 1951.
↩
262. Decreto 2311 del 4 de septiembre de 1953, considerando.
↩
263. Decreto 2311 del 4 de septiembre de 1953, artículo 1º.
↩
264. Decreto 2311 del 4 de septiembre de 1953, artículo 2º.
↩
265. Decreto 2311 del 4 de septiembre de 1953, artículo 4º.
↩
266. El SIC fue sustituido en 1960 por el Departamento Administrativo de Seguridad (DAS)
mediante el Decreto 1717 del 18 de julio, durante el gobierno de Alberto Lleras Camargo.
↩
267. “Que por Decreto número 3518 de 1949 se declaró turbado el orden público y en estado de
sitio todo el territorio nacional; Que hay necesidad de establecer un organismo técnico que
vele constantemente por el mantenimiento de la seguridad interior y exterior del Estado y que
así mismo preste su colaboración a los Jueces y Tribunales del país para la buena marcha de la
administración de justicia… Decreta: Artículo 1º Créase como Departamento Administrativo
autónomo un organismo técnico de investigación e información que se denominará ‘Servicio
de Inteligencia Colombiano’ (S. I. C.) y que tendrá jurisdicción en todo el territorio nacional”
(Decreto 2311 del 4 de septiembre de 1953).
↩
268. Decreto 2311 del 4 de septiembre de 1953, artículo 2º.
↩
269. Decreto 2311 del 4 de septiembre de 1953, artículo 2º.
↩
270. Decreto 2311 del 4 de septiembre de 1953, artículo 4º.
↩
271. Decreto 2311 del 4 de septiembre de 1953, artículo 5º.
↩
272. Decreto 2311 del 4 de septiembre de 1953, artículo 7º (literal d).
↩
273. Decreto 2311 del 4 de septiembre de 1953, artículo 11.
↩
274. Decreto 2311 del 4 de septiembre de 1953, artículo 11 (numeral 5º).
↩
275. Decreto 2311 del 4 de septiembre de 1953, artículo 11 (numeral 7º).
↩
276. Decreto 3468 del 1º de diciembre de 1954, artículo primero.
↩
277. El Decreto 2900 del 3 de noviembre de 1953 implementó varias medidas en materia penal
militar, entre ellas, creó el Tribunal Superior Militar y un Cuerpo de Funcionarios Instructores,
así mismo modificó el delito de deserción, reglamentó asuntos relacionados con la casación e
intentó unificar los procedimientos ante la Justicia Penal Castrense.
↩
278. Decreto 0943 del 29 de marzo de 1953, artículo 1º.
↩
279. Decreto 1111 del 20 de abril de 1955.
↩
280. Decreto 0209 del 23 de junio de 1958, artículo primero (literal a).
↩
281. Decreto 0209 del 23 de junio de 1958, artículo primero (literal b).
↩
282. Decreto 0684 del 5 de marzo de 1954, artículo primero.
↩
283. Decreto 0684 del 5 de marzo de 1954, artículo tercero.
↩
284. Nuevamente tenemos aquí una muestra más de la militarización y desjudicialización de la
justicia penal. El Decreto 1574 del 14 de mayo de 1954, estableció que la segunda instancia,
cuando se tratara de los delitos contemplados en el Decreto 0694, sería el Comandante General
de las Fuerzas Armadas si el fallo de primera instancia había sido dictado por el Jefe del SIC.
↩
285. Decreto 3000 del 13 de octubre de 1954, artículo cuarto.
↩
286. Decreto 3000 del 13 de octubre de 1954, artículo quinto.
↩
287. Decreto 3000 del 13 de octubre de 1954, considerando.
↩
288. Decreto 0078 del 26 de abril de 1957, artículo primero.
↩
289. “En la misma sanción incurrirán los que mantengan en su poder escritos o publicaciones
clandestinas de esta clase sin que den aviso oportuno a cualquier autoridad” (Decreto 0078 del
26 de abril de 1957, artículo primero).
↩
290. Decreto 0078 del 26 de abril de 1957, artículo tercero.
↩
291. Decreto 1139 del 22 de abril de 1955, artículo primero.
↩
292. “Artículo 1º Queda prohibida la actividad política del comunismo internacional La Ley
reglamentará la manera de hacer efectiva esta prohibición” (Acto Legislativo Número 6 del 14
de septiembre de 1954 reformatorio de la Constitución Nacional).
↩
293. Decreto 0434 del 1 de marzo de 1956, considerando.
↩
294. Decreto 0434 del 1 de marzo de 1956, considerando.
↩
295. “Nadie ignora que el comunismo es un partido internacional, que por su afán ecuménico de
proselitismo rebasó las propias fronteras de su experimento esclavista, y pretende, con sus
programas de expansión, sojuzgar la conciencia de los pueblos libres” (Exposición de motivos,
Acto Legislativo Número 6 del 14 de septiembre de 1954 reformatorio de la Constitución
Nacional).
↩
296. “Ningún país de América Latina puede permanecer ajeno a estas organizaciones… de
explosivo peligro interno, ya que la soberanía de las naciones, el orden público interno y la
intangibilidad de las instituciones nacionales y tradicionales debemos defenderlos
valerosamente porque son… nuestra razón de ser como pueblos y como sociedades que
surgieron a la vida independiente con el advenimiento de la democracia y tutelados por
principios eternos e inmutables” (Exposición de motivos, Acto Legislativo Número 6 del 14 de
septiembre de 1954 reformatorio de la Constitución Nacional).
↩
297. “La libertad humana, nacida de los auténticos manantiales del cristianismo, está amenazada
universalmente por la avalancha materialista que pretende esclavizar al hombre, con un
despotismo bestial de dominación absoluta no visto ni registrado en la historia de la especie”
(Exposición de motivos, Acto Legislativo Número 6 del 14 de septiembre de 1954
reformatorio de la Constitución Nacional).
↩
298. La iniciativa para que se discutiera en la Asamblea Nacional Constituyente la prohibición
constitucional del comunismo la tuvo el presidente de la República Teniente General Gustavo
Rojas Pinilla, según se lee en la misma exposición de motivos: “El Excelentísimo señor
Presidente de la República ha recomendado al Cuerpo soberano y deliberante de esta
Asamblea una declaración explícita sobre este trascendental asunto”. Adicionalmente, para
reforzar los argumentos que soportaron esta medida, en la exposición de motivos se hace
alusión a los hechos ocurridos el 9 de abril de 1948, como un ejemplo de la fuerza destructiva
y subversiva del comunismo: “El 9 de abril, cuyo recuerdo está presente en la memoria de
estas generaciones que lo vivieron, es un ejemplo monumental, que no puede olvidarse con la
infidelidad de la experiencia, porque las heridas sangrantes de aquellos días continúan abiertas
en el propio corazón de la Patria”.
↩
299. “Artículo segundo. Ejercen actividades políticas de índole comunista quienes obedezcan
órdenes, instrucciones o consignas de partidos o entidades comunistas extranjeros, o por
cualesquiera medios preconicen o traten de implantar en la organización de la familia, de la
sociedad o del Estado las doctrinas y métodos del comunismo internacional, o asistan con
conocimiento de causa a juntas o reuniones de ese carácter, bien sea éste manifiesto o
encubierto” (Decreto 0434 del 1 de marzo de 1956).
↩
300. “Artículo tercero: Se presume legalmente que es responsable de participar en actividades
políticas de índole comunista: a) Quien figure, con su conocimiento y son protestar por ello,
como miembro inscrito de una organización comunista, en cualquier libro, registro, lista,
correspondencia u otro documento; b) Quien contribuya económicamente mediante cuotas,
donaciones, préstamos, aportes u otra forma similar al desarrollo de planes u objetivos
comunistas; c) Quien se someta accidental, temporal o permanentemente a la disciplina de una
organización comunista; d) Quien ejecute proyectos o cumpla instrucciones u órdenes de
personas u organizaciones comunistas, o las divulgue o comunique por cualesquiera medios;
e) Quien actúe como dirigente, organizador, corresponsal, mensajero, agente, propagandista o
en calidad similar de una organización comunista; f) Quien redacte documentos, panfletos,
hojas volantes, libros o cualquier otro tipo de publicaciones en apoyo de los fines u objetivos
del comunismo, o los distribuya, embarque o remita como propaganda; g) Quien exprese la
decisión de cumplir los proyectos, planes, instrucciones u órdenes de personas u
organizaciones comunistas tendientes a la realización de los fines u objetivos del comunismo”
(Decreto 0434 del 1 de marzo de 1956).
↩
301. “Artículo cuarto. De las infracciones de que trata el presente Decreto conocerá la Justicia
Penal Militar, por el procedimiento de Consejos de Guerra Verbales y, por lo tanto, contra los
fallos que éstos dicten podrán interponerse los recursos de apelación, casación y revisión
consagrados por el Código de Justicia Penal Militar. Parágrafo. Es entendido que si en la
investigación de las actividades comunistas surgiere cualquiera otra infracción conexa definida
en el Código Penal o en el Código Penal Militar, de todas ellas conocerá la Justicia Penal
Militar” (Decreto 0434 del 1 de marzo de 1956).
↩
302. “Artículo primero. Con las excepciones contempladas en este Decreto, solamente el Gobierno
podrá importar armas de fuego; artefactos propios para lanzar gases tóxicos; municiones para
tales armas; cualquier clase de municiones que estallen o se fragmenten, lo mismo que
vainillas, fulminantes, cargas de proyección o proyectiles para confeccionar municiones;
armas de ánima lisa para cacería, o de defensa personal; sus municiones; materias primas
necesarias para procesos de fabricación de dichos elementos; dinamitas; gelignite,
blastingelatine, fósforo blanco, mechas de combustión y demás implementos propios para
provocar explosiones” (Decreto 3416 del 23 de diciembre de 1955).
↩
303. Decreto 3416 del 23 de diciembre de 1955.
↩
304. “Artículo veinticuatro. El dueño, poseedor o tenedor de taller de reparación de armas de fuego,
o de sección de otro taller dedicado al mismo objeto, que funciones sin la autorización previa
del Ministerio de Guerra… incurrirá en prisión de seis meses a tres años” (Decreto 3416 del 23
de diciembre de 1955).
↩
305. “Artículo veinticinco. Quien reciba para reparación un arma de fuego que no esté amparada
por salvoconducto, incurrirá en multa… por la primera vez… y en caso de reincidencia, en
prisión de seis meses a tres años” (Decreto 3416 del 23 de diciembre de 1955).
↩
306. “Artículo veintiséis. Quien mantenga en su poder armas de fuego o municiones para las
mismas, sin tener facultad legal para ello, incurrirá en prisión de dos a cuatro años” (Decreto
3416 del 23 de diciembre de 1955).
↩
307. “Artículo veintisiete. Quien ilícitamente negocie o traspase a cualquier título armas de fuego o
municiones para las mismas, incurrirá en prisión de tres a seis años… Si se tratare de armas de
uso privativo de las Fuerzas Armadas, la prisión será de diez a quince años” (Decreto 3416 del
23 de diciembre de 1955).
↩
308. “Auméntanse el doble las penas señaladas por el Decreto legislativo número 3416 de 1955
para los infractores de las disposiciones sobre fabricación, porte, etc., de armas y municiones”
(Decreto 0130 del 30 de abril de 1958, artículo cuarto).
↩
309. Decreto 3416 del 23 de diciembre de 1955, artículo veintiocho.
↩
310. Decreto 3416 del 23 de diciembre de 1955, artículo treinta y uno.
↩
311. Decreto 1546 del 22 de junio de 1953, artículo primero.
↩
312. Decreto 1546 del 22 de junio de 1953, artículo segundo.
↩
313. Decreto 1546 del 22 de junio de 1953, considerando.
↩
314. Decreto 1546 del 22 de junio de 1953, artículo segundo (parágrafo segundo).
↩
315. Decreto 2311 del 4 de septiembre de 1953, artículo 7º.
↩
316. Decreto 2449 del 18 de septiembre de 1953, artículo 1º.
↩
317. “Corresponde al Presidente de la República, en relación con la administración de justicia: 4º
Conceder indultos por delitos políticos, con arreglo a la ley que regule el ejercicio de esta
facultad” (Constitución Nacional de Colombia, agosto 5 de 1886, Acto Legislativo número 1
de 1945, artículo 28).
↩
318. El Título II del Libro segundo del Código Penal vigente para la época describía las conductas
de rebelión, sedición y asonada. El artículo 4º del Decreto 1591 de 1951 hacía alusión a los
delitos de asociación e instigación para delinquir.
↩
319. Decreto 2184 del 21 de agosto, artículo 1º.
↩
320. “Artículo primero. Concédese amnistía para los delitos políticos cometidos con anterioridad al
1º de enero del presenta año” (Decreto 1823 del 13 de junio de 1954).
↩
321. “Artículo tercero. Concédese indulto a los sindicados condenados en sentencias ya
ejecutoriadas por los delitos señalados en el artículo 1º” (Decreto 1823 del 13 de junio de
1954).
↩
322. Decreto 1823 del 13 de junio de 1954, artículo primero inciso segundo.
↩
323. Decreto 1823 del 13 de junio de 1954, artículo sexto.
↩
324. Decreto 2062 del 8 de julio de 1954, artículo 1º.
↩
325. Decreto 1823 del 13 de junio de 1954, artículo 2º.
↩
326. Decreto 1823 del 13 de junio de 1954, artículo 14.
↩
327. Decreto 1823 de junio 13 de 1954, artículo séptimo. Decreto 2062 de julio 8 de 1954, artículo
13.
↩
328. “El Decreto en mención concedía la amnistía a los militares implicados en el golpe frustrado
contra López Pumarejo en 1944” (Molano, 1978, 18).
↩
329. Alfredo Molano cita un fragmento de una declaración hecha por el Ministro de Gobierno de
Gustavo Rojas Pinilla, Lucio Pabón Núñez, aparecida en el diario El Espectador el 31 de mayo
de 1954, en la que se alude a la amnistía como un gesto de reconciliación nacional: “Para que
se efectúe la verdadera reconciliación nacional, los partidos políticos que ayer se encontraban
en verdadera situación de guerra, tienen que decretarse mutuamente una amplia, una patriótica
amnistía”. De acuerdo con Molano, “era una invitación a que los partidos acordaran los
términos de la amnistía con independencia del gobierno para poder presentarse éste a
sancionar la alianza, salvaguardando su autonomía y personalidad política. Cabe anotar que
Pabón exceptuaba del arreglo al Partido Comunista ‘Por considerar que ellos constituyen un
peligro de exterminio para la patria misma’ ” (Molano, 1978, 19).
↩
330. “El liberalismo y el conservatismo cabían dentro del espacio abierto por la amnistía porque
ellos constituían piezas fundamentales del poder, mientras que el Partido Comunista no había
logrado erigirse como un rival que pudiera hacerse alojar allí” (Molano, 1978, 20).
↩
331. “Haciendo un resumen de los elementos y hechos que precedieron el decreto 1823 podemos
afirmar que la amnistía y el indulto fueron las consecuencias necesarias del arbitraje militar
que había sido logrado como acuerdo entre los liberales y el Ospino-Alzatismo para impedir la
perpetuación del Laureanismo en el poder bajo la forma de una Nueva Constitución.
El liberalismo entregó las guerrillas del Llano a cambio del reconocimiento de su personalidad
política y de una adecuada representación liberal en la ANAC. El conservatismo aceptó
conceder la amnistía a los liberales a cambio del cese de la resistencia civil, y del
extrañamiento legal del Partido Comunista. Las Fuerzas Armadas quisieron preservar su
independencia del acuerdo, aunque se mostraron dispuestas a facilitarlo y garantizarlo”
(Molano, 1978, 22-23).
↩
332. “Un partido que atacara el Estado era susceptible de ser considerado como una banda de
delincuentes que constituían un ‘peligro de exterminio para la patria misma’ ” (Molano, 1978,
25).
↩
333. “La precariedad institucional no se mide por la presencia del Estado en un sitio u otro y, menos
aún, por el hecho de saber si el Estado construye redes eléctricas o puentes; se expresa, sobre
todo y de manera más simple, en el hecho de que la autoridad del Estado, la aceptación de las
reglas institucionales, la adhesión compartida a una misma simbólica de la unidad nacional se
encuentran sometidas a numerosas eventualidades o brillan por su ausencia… Durante mucho
tiempo no es el Estado el que garantiza un mínimo de cohesión nacional, sino las redes
vinculadas con los dos partidos políticos. En los campos o en las zonas de colonización, la
comunicación con el poder se efectuaba a través de la mediación de las clientelas partidistas”
(Pécaut, 2003, 97).
↩
334. De acuerdo con Pécaut, en Colombia el concepto de ciudadanía también fue muy precario
durante La Violencia, pues desde el punto de vista político “la noción de ciudadanía supone
que los individuos disponen de derechos y pueden reclamar su aplicación, se sienten miembros
de solidaridades intermedias pero también de una comunidad política nacional, es decir,
consideran que la vida pública les concierne y creen que pueden ejercer una influencia sobre
ella. Estos elementos no están presentes a lo largo de la historia del siglo XX y los derechos
oficialmente reconocidos han sido burlados muy a menudo”, mientras que desde el punto de
vista social “las reformas de los años 1930 estaban orientadas sobre todo a estrechar los
vínculos entre una parte de las clases populares y el partido liberal. Una legislación social
nueva sólo aparece verdaderamente en 1944-45 y no produce efectos porque fue arrastrada en
la tormenta de la Violencia” (Pécaut, 2003, 97-99).
↩
335. “La ausencia de los derechos y la fragilidad de la simbólica nacional no son ajenos al hecho de
que muchos colombianos manifiesten la más grande desconfianza con respecto al Estado. Este
sentimiento se encuentra casi en todas partes en América Latina durante el siglo XX, porque el
Estado parece tener una mera existencia abstracta con relación a los pueblos y a las provincias
y porque los fundamentos de su legitimidad son inciertos. Sin embargo, en el caso
colombiano, esta desconfianza se ha prolongado” (Pécaut, 2003, 100).
↩
336. “El Frente Nacional, en sus comienzos en todo caso, tomó medidas que beneficiaron a ciertos
sectores sociales; pero fueron numerosos los sectores que quedaron excluidos de ellas; es
suficiente constatar a este respecto que la seguridad social sólo cubre un porcentaje de la
población muy inferior al de la mayor parte de los demás países de América Latina. Los
procedimientos de resolución de conflictos colectivos, por lo demás, no alcanzaron nunca un
nivel suficiente de institucionalización como para prevenir el recurso a la fuerza bruta”
(Pécaut, 2003, 99).
↩
337. “El Frente Nacional, ese pacto de repartición del poder entre los dos partidos que se habían
hecho la guerra, ofrece un ejemplo de transacción consagrada legalmente, una transacción que
se hace en detrimento de cualquier otra fuerza política” (Pécaut, 2003, 100).
↩
338. “Pero el ejercicio del poder tiene su propia dinámica, y el gobierno de Rojas fue
distanciándose de las esperanzas que acariciaban sus promotores. El asesinato de estudiantes el
8 y 9 de junio sacó a flote las dudas que comenzaban a irritar a los dirigentes; el progresivo
recorte de libertades públicas generalizó el descontento; y la matanza de la plaza de toros,
cristalizó una posición sin matices, que aplazó las retaliaciones entre los directorios políticos.
La promesa de Rojas de sustraerse a la lucha de los partidos tradicionales se transformó en la
aspiración de crear su propia fuerza, el célebre binomio Pueblo-Fuerzas Armadas. La
posibilidad de que la dialéctica populista… canalizara el fervor de una violencia ambigua en
sus modalidades pero de composición popular inequívoca y afianzara las tentaciones políticas
de una pequeña burguesía súbitamente redimida, excitaba los temores de los conductores
tradicionales” (Molano, 1978, 49-50).
↩
339. “La irrupción de Rojas logró en un primer período atenuar el ritmo de la Violencia. La
negociación con los liberales condujo a la entrega de los guerrilleros de los Llanos,
precisamente cuando Guadalupe Salcedo había sancionado La Segunda Ley del Llano; y la
amnistía y el indulto decretado en 1954 debilitó momentáneamente la intensidad de la lucha en
la región andina… A partir del año 55 la Violencia se reanima con un vigor inusitado: Villarica
es arrasada y los periódicos clausurados… Entonces vino el recrudecimiento de la represión
contra el badolerismo y el comunismo. La matanzas de Cunday, 140 muertos; Cabrera, 95
muertos; Villa-Hermosa, 65 muertos, etc., son testimonios del brutal afán de Rojas por
controlar la situación”. (Molano, 1978, 51-54).
↩
340. “La suavidad de la caída y del cambio inmediato retratan una dictadura blanda para los
patrones latinoamericanos y caribeños de la época” (Palacios, 2003, 216).
↩
341. “Los primeros meses de gobierno de la Junta Militar ilustran un aspecto común a las
transiciones a la democracia: cómo ajustar cuentas con el antiguo régimen y cómo recrear
legitimidad. Sólo hasta el 20 de mayo Alberto Lleras la respaldó explícitamente. Había que
aplacar el sentimiento antimilitarista generalizado y neutralizar a quienes pedían investigar y
abrir proceso criminal a la jerarquía castrense” (Palacios, 2003, 216).
↩
342. “Un pacto de gobierno de coalición bipartidista, firmado por Lleras y Gómez en julio de 1957,
ahora en el balneario de Sitges, debía llevarse al pueblo por medio de un plebiscito muy
sencillo y concreto sin antecedentes en la historia colombiana… La Junta acogió el documento
y se comprometió con el plebiscito. El frente civil empezó a llamarse Frente Nacional: los
militares hacían parte del nuevo orden. Quedaba cancelada la oposición civil-militar”
(Palacios, 2003, 217).
↩
343. El 2 de mayo de 1958 se llevó a cabo un nuevo intento de golpe militar (Palacios, 2003, 218).
↩
344. “El FN fue la edad dorada de los llamados pactos de caballeros entre el alto gobierno y
organizaciones como ANDI, FENALCO, la ASOBANCARIA o la SAC… Pactos e
influencias que dieron al régimen un aire oligárquico. En diciembre de 1960, Carlos Lleras…
declaró a El Espectador: ‘nadie podrá desmentirme si afirmo que las más importantes
empresas del país han sido mis clientes en más de treinta años de vida profesional’. Se refería
a la profesión de abogado tributarista” (Palacios, 2003, 240-241).
↩
345. “Ya desde 1950 Colombia empezaba a figurar entre los primeros beneficiarios de las políticas
del Exim- Bank y del Banco Mundial. Unos diez años más tarde, ante el reto de la Revolución
cubana, Estados Unidos revisó su política hemisférica… En 1962 comenzó operaciones el
Banco Interamericano de Desarrollo, cuya creación había sido presentada en la Conferencia
Interamericana de Bogotá (1948). Por los mismos motivos de la guerra fría el gobierno
norteamericano apoyó la creación de la Organización Internacional del Café (OIC). Con un
sello más personal y en respaldo al paquete de reformas económicas y sociales consagradas en
la Carta de Punta del Este (1961) el presidente Kennedy propuso la Alianza para el Progreso,
de la cual Colombia fue considerada la vitrina y en función de la cual se creó el Departamento
de Planeación que preparó el ‘Plan Decenal de Desarrollo’ y el ‘Plan Cuatrienal de
Inversiones’, con la asistencia técnica de la Misión de CEPAL (1960-1962)” (Palacios, 2003,
241).
↩
346. Ley 135 del 13 de diciembre de 1961, artículo 1º.
↩
347. Durante el Frente Nacional las únicas dos alternativas de oposición que parecieron tener
alguna viabilidad fueron el MRL (Movimiento Revolucionario Liberal) y la ANAPO, los
cuales terminaron excluidos del juego político, el primero de ellos al volver su líder López
Michelsen al oficialismo liberal en 1967 y el segundo después de que en las elecciones
presidenciales de 1970 fuera víctima de un inesperado cambio en el escrutinio (fraude) que
llevó a la presidencia al candidato conservador Misael Pastrana (Palacios, 2003, 259-261).
↩
348. “La creación de la doctrina fue obra de unos pocos países suramericanos, especialmente
Argentina y Brasil, y en menor grado y con posterioridad Chile”. El término “Doctrina de
Seguridad Nacional” se generaliza en los años setenta (Leal, 1994, 30-32).
↩
349. “La guerra antisubversiva da prioridad al componente psicológico. Para su aplicación fueron
copiadas las instituciones estadounidenses del Estado de seguridad nacional, particularmente
lo que se entiende en términos militares por “inteligencia”. Todos los servicios de inteligencia
se militarizaron y fueron ubicados, al igual que en el sistema nazi, por encima de la jerarquía
que le corresponde en la organización institucional tradicional. Se identificó al enemigo sobre
la base de un manejo maniqueo de la información. Para combatirlo, dado el carácter ‘irregular’
de la guerra, se aplicaron métodos de la guerra psicológica, donde la definición de propaganda
se amplía al máximo: persecución, hostigamiento, detención arbitraria, tortura, desaparición”
(Leal, 1994, 41).
↩
350. “El proceso colombiano de profesionalización castrense se ubica en 1907, año de fundación de
la actual Escuela Militar de Cadetes del Ejército, y en 1943, año en el cual los oficiales
egresados de esa escuela ocuparon los más altos cargos de la jerarquía militar” (Leal, 1994,
44).
↩
351. “Durante el Frente Nacional apareció otro tipo de violencia política que se cruzó con la
provocada por los partidos tradicionales. A mediados de los años sesenta, mientras se
extinguían los restos del conflicto armado bipartidista, aparecía la Violencia de las guerrillas
subversivas… de esta manera, el clima militar antisubversivo creó condiciones propicias para
definir el componente colombiano de la Doctrina de Seguridad Nacional” (Leal, 1994, 46).
↩
352. Ver: Comando del Ejército, La misión del Ejército, Bogotá, Sección Imprenta y Publicaciones
de las Fuerzas Militares, 1960, 38, citado por Leal, 1994, 47.
↩
353. “Uno de sus pilares, la ‘acción cívico-militar’, proponía ganarse a la población civil con
jornadas de alfabetización, salud y obras públicas, con el fin de quitarle apoyo popular a las
organizaciones armadas rebeldes. Las innovaciones del general Ruiz sirvieron de base para
que el presidente Guillermo León Valencia lo nombrara como su primer ministro de Guerra en
1962. De ahí en adelante la estrategia del Plan Lazo se generalizó a las demás instituciones
militares” (Leal, 1994, 48).
↩
354. “En 1964 el Ejército adelantó acciones militares contra las ‘repúblicas independientes’, en
zonas centrales del país con influencia comunista y organización de autodefensa campesina.
Se trataba de “ejercer soberanía” y de paso mostrar a las instituciones castrenses la realidad del
comunismo. Todo ello se logró, pero también se desplazaron geográficamente las
autodefensas, las cuales se convirtieron en el grupo guerrillero de las FARC” (Leal, 1994, 48-
49).
↩
355. “Algunos se negaron a acogerse porque consideraban insuficientes, sospechosas o engañosas
las garantías ofrecidas; y otros, porque habiéndose acogido transitoriamente a ellas,
encontraron que los continuos hostigamientos a que eran sometidos y el peso de tantos años de
vida irregular les impedían readaptarse a la vida rutinaria del campo. Además, sobre todos
ellos influía no sólo la lección del asesinato de Guadalupe Salcedo, el más prestigioso
comandante de la resistencia al gobierno dictatorial de Laureano Gómez, sino también la
memoria de muchos otros ex guerrilleros reintegrados a la vida civil y después de algún
tiempo abatidos por los organismos de seguridad del Estado” (Sánchez y Meertens, 2002, 47).
↩
356. “Este combinado y contradictorio apoyo de campesinos y gamonales es el que imprime esa
tensión interna tan característica al bandolerismo colombiano: el cual aparece por un lado
como la expresión vaga de una insubordinación al proyecto político nacional de las clases
dominantes, y punto de apoyo de las mismas clases dominantes para evitar que esa
inconformidad adopte la vía revolucionaria” (Sánchez y Meertens, 2002, 50).
↩
357. “El EPL se inspiraba en la metáfora del ‘ejército rojo’ chino” (Palacios, 2003, 264).
↩
358. “Ciertamente, para los campesinos el movimiento guerrillero pasa muy a menudo por la cosa
más natural del mundo. Gabino, entonces un recién llegado cuyo padre había colaborado con
la guerrilla liberal de Rangel, cuenta cómo las gentes ‘no olvidaban que el Ejército y la Policía
eran sus enemigos’ y presenta el ejemplo de su familia que había participado en el
aprovisionamiento del ELN. Pero la población estaba de hecho más habituada a las guerrillas
vinculadas con los partidos tradicionales que a las que ahora se reclamaban de la revolución.
Durante la toma de Simacota, declara igualmente Gabino, los guerrilleros arengan a los
habitantes pero éstos ‘no comprenden de qué se trata’ y les preguntan ‘si son liberales o
conservadores’ ” (Pécaut, 2003, 55).
↩
359. “Estos conflictos tuvieron como resultado la desaparición o la partición de muchas haciendas y
la formación de zonas controladas por los comunistas y sus aliados. Tal es el caso de la zona
de Viotá, próxima a Bogotá, que gracias a este alineamiento logra sustraerse a las peores
manifestaciones de la Violencia partidista. Tal es el caso igualmente de la zona limítrofe del
Sumapaz, que atrae numerosos colonos a partir de los años veinte, y que va a ser la cuna de un
amplio proceso de organización campesina marcado por figuras como Erasmo Valencia y Juan
de la Cruz Varela… El Sumapaz se transforma durante la Violencia en uno de los polos de
resistencia armada contra los conservadores y el Ejército” (Pécaut, 2003, 60-61).
↩
360. “Atribuirles desde el comienzo una filiación comunista sería un error de perspectiva, pero es
verdad que rápidamente se diferencian de las guerrillas liberales vecinas debido a la distancia
que toman respecto de los liberales, la influencia de ciertos campesinos marcados por las
luchas agrarias anteriores, a su modo de organización y de disciplina y, finalmente, a sus
contactos con emisarios del Partido Comunista. Los líderes campesinos que surgen allí, Isauro
Yosa (conocido con el sobrenombre de Mayor Líster), Manuel Marulanda Vélez (conocido con
el sobrenombre de Tirofijo) se transforman rápidamente en jefes de fila de las autodefensas y
de las guerrillas. El éxodo inicial hacia la montaña y, sobre todo, hacia El Davis, será
celebrado como el comienzo de la epopeya guerrillera. Su difusión se extiende a muchas otras
zonas del Tolima y del Huila” (Pécaut, 2003, 61).
↩
361. “Cada acción militar da lugar en efecto a la migración de los campesinos hacia zonas
prácticamente deshabitadas… Encontramos aquí una originalidad de Colombia: la ocupación
del espacio opera en ciertos lugares bajo la dirección de la guerrilla; donde los campesinos se
instalan, se encuentran de entrada alineados por ella” (Pécaut, 2003, 61).
↩
362. “Las guerrillas revolucionarias de los años sesenta fueron simultáneamente: a) la continuación
de las formas más politizadas y radicales del liberalismo en armas de la Violencia; b) una
respuesta izquierdista al bloqueo político del pacto bipartidista, y c) una oportunidad de
encontrar el nicho campesino para la revolución socialista” (Palacios, 2003, 262).
↩
363. “De hecho, lo que se había iniciado con el Frente Nacional era una nueva etapa de la Violencia
durante la cual, para consuelo de los demócratas, al menos se podía debatir públicamente sobre
las causas de su prolongación y sobre el número de víctimas que iban quedando tendidas en el
camino. Los debates parlamentarios del periodo girarían precisamente entorno de estas dos
cuestiones fundamentales: ¿cómo explicar ese carácter endémico de la Violencia y qué
mecanismos adoptar para combatirla?” (Sánchez y Meertens, 2002, 195).
↩
364. “Pues bien, la primera explicación externa a los partidos de la persistencia del fenómeno
estaba a la mano: la Violencia como herencia de la Dictadura (1953-57) fue la tesis
fervorosamente defendida particularmente por la fracción laureanista del conservatismo”
(Sánchez y Meertens, 2002, 196).
↩
365. “Los parlamentarios conservadores promotores de estos debates acusaban al Ministro de
Gobierno Guillermo Amaya Rodríguez de excesiva tolerancia y clemencia con personajes a
juicio de ellos irreformables” (Sánchez y Meertens, 2002, 197).
↩
366. “La argumentación conservadora, tanto de los que se reclamaban independientes como de los
frentenacionalistas, se reducía, pues, en esencia, al siguiente planteamiento: el partido liberal
está incumpliendo los pactos bipartidistas y la política conciliadora del Frente Nacional, en
abstracto positiva está patrocinando en la práctica un recrudecimiento de la Violencia”
(Sánchez y Meertens, 2002, 199).
↩
367. Decreto 0321 del 27 de agosto de 1958, artículo primero.
↩
368. Decreto 0321 del 27 de agosto de 1958, artículo segundo.
↩
369. Decreto 0329 del 3 de diciembre de 1958, artículo único.
↩
370. Departamentos de Antioquia, Atlántico, Bolívar, Boyacá, Córdoba, Cundinamarca, Chocó,
Magdalena, Nariño, Norte de Santander, Santander y en las Intendencias y Comisarias
(Decreto 0001 del 12 de enero de 1959, artículo 1º).
↩
371. Decreto 0001 del 12 de enero de 1959, considerando.
↩
372. Decreto 0003 del 8 de octubre de 1960, considerando.
↩
373. Decreto 10 del 11 de octubre de 1961, considerando.
↩
374. Decreto 1288 del 21 de mayo de 1965, considerando.
↩
375. El artículo 1º de la Ley 2º de 1958 establece que “con el fin de que el Gobierno pueda declarar
restablecido el orden público, sin que esa medida ocasiones trastornos de carácter jurídico,
tendrán fuerza legal hasta el 31 de diciembre de 1959 los decretos dictados a partir del 9 de
noviembre de 1949, para cuya expedición se haya invocado el artículo 121 de la
Constitución”. El artículo 1º de la Ley 105 de 1959 otorgó “fuerza de ley, como legislación de
emergencia” al contenido de los “decretos extraordinarios expedidos por la Rama Ejecutiva
del Poder Público desde el 9 de noviembre de 1949”. La Ley 79 de 1960 prorrogó en el
artículo 1º las leyes 2ª de 1958 y 105 de 1959 hasta el 31 de diciembre de 1961.
↩
376. Decreto 0330 del 3 de diciembre de 1958, artículo 1º.
↩
377. Decreto 0008 del 23 de abril de 1959, artículo 1º.
↩
378. Decreto 0008 del 23 de abril de 1959, considerando.
↩
379. Decreto 12 del 13 de octubre de 1961, artículo 2º. En las consideraciones de este Decreto se
aprecia también cómo el ejercicio de la libertad de expresión se asocia con el desorden, cuando
esta se ejerce cuestionando la autoridad pública: “Que es indispensable establecer un sistema
eficaz de control y vigilancia del uso de los canales de radio y televisión, para que no puedan
utilizarse con perjuicio del orden público”.
↩
380. Decreto 13 del 13 de octubre de 1961, artículo primero.
↩
381. Decreto 16 del 3 de noviembre de 1961, artículo 1º.
↩
382. Decreto 17 del 9 de noviembre de 1961, considerando.
↩
383. Decreto 17 del 9 de noviembre de 1961, artículo primero.
↩
384. Decreto 11 del 13 de octubre de 1961, artículo primero. El artículo tercero disponía que “las
convenciones y asambleas de carácter político, o reuniones de naturaleza semejante, deberán
efectuarse en locales cerrados y cubiertos, previo aviso dado a los respectivos Gobernadores,
Intendentes, Comisarios o Alcalde de Bogotá, con cinco días de anticipación por lo menos, y
no podrán difundirse por la radio o por medio de altavoces fuera de los lugares de reunión”.
↩
385. “Mientras permanezca turbado el orden público en todo el territorio nacional, los
Gobernadores, Intendentes, Comisarios y el Alcalde Mayor de Bogotá, D. E., podrán tomar las
medidas que estimen de absoluta necesidad para mantener o restablecer la tranquilidad pública
en relación con: 1º Circulación de las personas por las vías y lugares públicos la cual podrá ser
vigilada y restringida y, llegado el caso, sujeta al toque de queda, en cuanto ello tienda a
prevenir desórdenes o a procurar el restablecimiento de la normalidad. 2º Difusión de noticias,
informaciones y propaganda radiales o escritas, que podrán someterse a previa revisión y
prohibirse cuando sean susceptibles de crear alarma, afectar la tranquilidad pública o dificultar
el pleno restablecimiento del orden, y 3º Expendio de bebidas alcohólicas en establecimientos
y lugares públicos, el cual podrá limitarse o suspenderse en cuanto sea indispensable para
impedir alteraciones del orden” (Decreto 1289 del 21 de mayo de 1965, artículo segundo).
Como habíamos indicado, el artículo 1º del Decreto 0330 de 1958 confirió estas mismas
facultades a dichas autoridades, en vigencia del estado de sitio declarado por el Decreto 0329
del mismo año.
↩
386. Decreto 31 del 14 de enero de 1966, considerando.
↩
387. Decreto 31 del 14 de enero de 1966, artículo 1º.
↩
388. Decreto 31 del 14 de enero de 1966, artículo 4º.
↩
389. Decreto 0284 del 19 de julio de 1958, considerando.
↩
390. Decreto 0284 del 19 de julio de 1958, artículo 1º.
↩
391. Decreto 0284 del 19 de julio de 1958, artículo 2º.
↩
392. Decreto 0326 del 7 de octubre de 1958, artículo primero.
↩
393. Adicionalmente a lo previsto en el artículo primero, el artículo segundo autorizaba a imponer
la misma medida a quienes, sin autorización legal ejercieran funciones públicas de cualquier
clase, ofrecieran dinero o cualquier otra utilidad a testigos, hicieran parte de una asociación o
banda de tres o más personas organizada con el propósito de cometer delitos o incitaran a otro
a cometer delitos.
↩
394. De acuerdo con el artículo tercero del Decreto 0326 de 1958 era “suficiente el informe
debidamente ratificado bajo juramento de los agentes del Servicio de Inteligencia Colombiano,
de las autoridades militares o de los funcionarios judiciales, sobre la imputación del hecho”,
para imponer la medida preventiva de seguridad.
↩
395. “Artículo 1º Los Jueces de Instrucción Criminal que actúen por comisión del Ministerio de
Justicia en el territorio de los Departamentos en donde subsiste el estado de sitio, son
competentes para instruir y fallar en primera instancia los procesos que se adelanten por los
siguientes delitos” (Decreto 0012 del 4 de junio de 1959).
↩
396. Decreto 0012 del 4 de junio de 1959, artículo 2º.
↩
397. Decretos 0006 del 22 de enero de 1958 “por el cual se crean Comisiones Especiales para el
estudio de los problemas económicos y sociales producidos por la Violencia en los
Departamentos del Tolima, Caldas, Valle del Cauca, Huila Y Cundinamarca”, y 0165 del 21 de
mayo de 1958 “por el cual se crea una Comisión Nacional Investigadora de las causas y
situaciones presentes de violencia en el territorio nacional”.
↩
398. Decreto 0004 del 31 de enero de 1959 “por el cual se dictan medidas tendientes a la
rehabilitación económica de los damnificados por la Violencia en los Departamentos de
Caldas, Cauca, Huila, Tolima y Valle del Cauca”. “Para ello el gobierno organizó formalmente
la Campaña de Rehabilitación. Facultó a la Caja Agraria para abrir un plan de créditos
excepcionalmente favorable; creó fondos especiales con recursos ordinarios y extraordinarios
para financiar los programas de rehabilitación; autorizó la expropiación con indemnización, de
propiedades rurales para iniciar la reincorporación de los desplazados; dictó disposiciones
legales para resolver los problemas de tierras creados por la Violencia y estructuró un plan de
obras públicas para ocupar brazos y garantizar fuentes suficientes de ingreso” (Molano, 1978,
72).
↩
399. “El sector conservador excluido del gobierno escribía por intermedio de su vocero, el diario La
República: ‘La mayoría de los dineros de la famosa rehabilitación han sido destinados a
mejorar aquellas regiones conquistadas por el bandolerismo y donde el conservatismo fue
totalmente liquidado, por no decir exterminado’ ” (Molano, 1978, 75).
↩
400. Decreto 0328 del 28 de noviembre de 1958, considerando.
↩
401. Decreto 0328 del 28 de noviembre de 1958, artículo 1º.
↩
402. Decreto 0328 del 28 de noviembre de 1958, artículo 2º. Se establecía en el artículo 4º que se
revocaría el beneficio de la suspensión del ejercicio de la acción penal a quienes incumplieran
los compromisos asumidos de acuerdo con el artículo 1º.
↩
403. “El Representante liberal del Valle, Carlos Holmes Trujillo… proponía… que se estableciera
un sistema de vigilancia permanente, particularmente en las zonas políticamente minoritarias,
que eran las más amenazadas y, por otro lado, la creación ‘de una guardia de labriegos
especialmente entrenada y bajo responsabilidad oficial, integrada por hombres de bien que se
encargasen, en caso necesario, de la defensa de su propia vida, de su propia tierra y de su
propia familia’… Paralelo a este tema de la autodefensa empezaron a debatirse dos cuestiones
íntimamente ligadas: la de la recompensa por la captura o muerte de bandoleros y la de la pena
de muerte. Ambos procedimientos venían siendo aplicados de hecho, pero era sintomático que
ahora se intentara su legalización en debates públicos… todos los anteriores puntos fueron el
centro de los debates que se llevaron a cabo durante marzo y abril de 1961, y constituyen el
contexto en que se propondría la implantación de la pena de muerte. El proyecto respectivo se
sometió a consideración de la Cámara el 30 de mayo de 1961” (Sánchez y Meertens, 2002,
207).
↩
404. Decreto 1290 del 21 de mayo de 1965, artículo primero.
↩
405. Decreto 1290 del 21 de mayo de 1965, artículo tercero.
↩
406. Decreto 248 del 8 de febrero de 1966, artículos 6º y 8º.
↩
407. Decreto 248 del 8 de febrero de 1966, artículo 1º. Los artículos 2º y 3º definieron los
siguientes delitos: “Estará sujeto a la pena establecida en el artículo anterior, quien negocie
instalaciones o elementos que hayan sido materia de las infracciones anteriores o quien sin
causa justificada tenga en su poder los mismos”; “El que sin licencia o autorización legal
coloque explosivo o elementos inflamable en cualquier lugar, por ese sólo hecho incurrirá en
presidio de dos (2) a ocho (8) años. Estará sujeto a la pena señalada en el inciso anterior,
aumentada hasta en otro tanto, el que emplee contra las personas o edificios, o lance en lugares
públicos dinamita u otra materia explosiva e inflamable”.
↩
408. Decreto 248 del 8 de febrero de 1966, artículo 7º.
↩
409. Decreto 1290 del 21 de mayo de 1965, considerando.
↩
410. Decreto 248 del 8 de febrero de 1966, considerando.
↩
Tabla de Contenido
1. Portada
2. Portadilla
3. Créditos
4. Agradecimientos
5. Prefacio
6. Prólogo
7. Presentación
8. Introducción
9. PRIMERA PARTE
1. Consideraciones preliminares
10. CAPÍTULO I
1. Posición ambivalente del derecho frente al uso de la fuerza
2. La guerra, de medio para la realización del derecho a fuente
del ordenamiento jurídico
3. La guerra interna como fuente del derecho define los
contornos del ordenamiento jurídico
4. La violencia del derecho ejercida en lógica de guerra se
convierte en amenaza para el derecho mismo
5. El derecho como escenario de protección de la libertad a
pesar de la violencia que le es inherente
11. CAPÍTULO II
1. La política entendida como definición y confrontación de
enemigos
2. El derecho penal utilizado para consolidar la hegemonía del
poder estatal adquiere la connotación de derecho penal de
enemigo
3. Primera aproximación al concepto de enemigo en el
derecho penal: criminalización de momentos previos a la
lesión de bienes jurídicos
4. La teoría de los sistemas como punto de partida para
explicar la reacción del derecho penal ante el enemigo
5. El derecho penal de enemigo como instrumento para
reprimir sujetos peligrosos que no reconocen la autoridad
del poder hegemónico
6. La confrontación de enemigos a través del derecho penal
como forma de reafirmar el Estado de derecho
12. CAPÍTULO III
1. El derecho penal de enemigo en Colombia como
continuación de la guerra interna
2. El derecho penal de enemigo como instrumento de
reproducción de la violencia
3. El derecho penal de enemigo incentiva situaciones de
anomia
4. El derecho penal de enemigo conduce a que percepciones
de la conflictividad social inicialmente incorrectas se hagan
realidad
5. El derecho penal de enemigo tiene un carácter altamente
selectivo
6. El derecho penal de enemigo niega el Estado de derecho
13. Resumen primera parte
14. SEGUNDA PARTE
1. Consideraciones preliminares
15. CAPÍTULO IV
1. Violencia estructural en Colombia
2. El gaitanismo como respuesta a la exclusión política en
Colombia
3. La violencia conservadora del derecho se manifiesta
radicalizando la reacción punitiva
4. El derecho penal de la Violencia como instrumento para
consolidar el poder político
16. CAPÍTULO V
1. En medio de la conmoción social las élites políticas
superponen sus propios intereses e ignoran la complejidad
del conflicto
2. La preeminencia de los intereses comunes de los partidos
llevan a redefinir la enemistad en contra del comunismo
3. La violencia conservadora transforma el ordenamiento
jurídico y se convierte en violencia originaria – El enemigo
político como no persona
17. CAPÍTULO VI
1. Transición al gobierno civil y reproducción del sistema
político excluyente
2. Transformación de la violencia bipartidista y su
reproducción en la violencia social
3. Reproducción permanente de un sistema normativo caótico
y represivo
18. Resumen segunda parte
19. Bibliografía
1. Normas consultadas
2. Normas sobre derecho penal (sustancial y procesal):
3. Normas sobre restricción y limitación de derechos:
4. Normas sobre estado de sitio:
5. Otros: