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[http://garciamado.blogspot.com/2013/02/el-iusmoralismo-de-carlos-
santiago-nino.html] Recuperado 10/12/2014
Tres son los autores hoy más a menudo citados como sumamente relevantes
por los iusmoralistas que se dicen no iusnaturalistas: Dworkin, Alexy y Nino.
Voy a referirme aquí a algunas tesis autipositivistas del tercero, de Nino,
especialmente en la forma en que aparecen en su libro póstumo Derecho,
moral y política1[1]. La “tesis central” de Nino en tal obra es “que el derecho es
un fenómeno esencialmente político, es decir, que tiene relaciones intrínsecas
con la práctica política. Algunas de esas relaciones son directas, y otras se dan
a través de la moral”2[2]. Lo que Nino primero examina es si entre derecho y
moral hay conexión conceptual y conexión justificatoria.
Sabido es, y Nino lo recuerda, que una tesis esencial y definitoria es la
de la separación conceptual entre el derecho y la moral. Mas tratemos
nosotros de aclarar qué significa separación conceptual, así como su contrario,
unión o conexión conceptual. Luego volveremos a la doctrina de Nino.
Entre dos conceptos hay conexión conceptual cuando el uno
necesariamente presupone el otro, cuando no puede pensarse el uno sin el
otro, sin asumir el otro. Creo que un ejemplo de conexión o unión conceptual
es el que se da entre ética individual y libertad del individuo: no podemos
pensar ni tiene ningún sentido que pensemos en la existencia de deberes
morales sin presuponer la libertad del individuo, individuo que así, en cuanto
libre, tiene la facultad de hacer o no hacer lo que las normas éticas le señalan
como moralmente debido. Si pensamos la ética sin presuponer la libertad
podemos llegar a entender que también hay una ética de los gatos o de las
piedras, lo cual tendremos por profundamente absurdo.
Entre dos conceptos hay separación conceptual si es perfectamente
posible entender y pensar uno sin presuponer de ninguna forma el otro, de
modo que entre ellos pueden darse todo tipo de relaciones, no solo un tipo de
relaciones necesarias. Así, pongamos, hay separación conceptual entre viajar y
1[1] Carlos Santiago Nino, Derecho, moral y política. Una revisión de la teoría general del Derecho,
Barcelona, Ariel, 1994. En adelante citaré esta obra así: DMP.
3[3] A continuación: “Las propiedades fácticas que son tenidas en cuenta en las definiciones de
derecho que estos pensadores proponen son, generalmente, la existencia de prácticas sociales, en
las que participan relevantemente quienes tienen acceso a un cuasimonopolio de la coacción en
un territorio dado, y que rigen las condiciones para emitir prescripciones sobre el uso de la
coacción” (DMP, p. 24-25).
religiosa, hagan públicamente, de palabra, por escrito o mediante cualquier
tipo de documento, escarnio de su dogmas, creencias, ritos o ceremonias, o
vejen, también públicamente, a quienes los profesan o practican”.
- “En España, a día de hoy, febrero de 2012, es derecho y como tal está
vigente la Constitución de 1978”.
En cambio, para los no positivistas, como Nino, esos enunciados solo
tienen sentido si al hacerlos o bien presuponemos un carácter moral positivo
de esas normas o del correspondiente sistema jurídico, o bien presuponemos
que hay razones morales poderosas para atribuir carácter jurídico a ese
sistema o a esas normas. Dicho de otro modo, para el no positivista no tiene
sentido propiamente un enunciado como el siguiente: “La norma jurídica N,
perteneciente al sistema jurídico SJ, es horriblemente injusta”; pues si es
horriblemente injusta no será jurídica4[4]. O este otro: “El sistema jurídico SJ
era espantosamente injusto”; ya que si era tan injusto no podría ser jurídico.
Si esto es así, un no positivista sólo puede llamar jurídico a un sistema
normativo cuyo contenido no le resulta moralmente rechazable, o muy
rechazable. Por ejemplo, sólo alguien que no rechace moralmente la
esclavitud o que no esté en grave desacuerdo con el machista predominio del
marido sobre la esposa podrá explicar el Derecho romano como derecho o el
derecho español del siglo XVI como derecho.
Si sólo puede ser en puridad derecho el derecho que moralmente debe
ser, ninguna norma moralmente indebida será con propiedad jurídica, sólo lo
aparentará o nada más que lo pretenderán, sin éxito, sus autores o
aplicadores. Así que quien explique la historia del Derecho civil español al
llegar al Derecho civil de los tiempos de Franco deberá puntualizar que no
eran verdaderas normas de Derecho civil las que subordinaban
completamente a la esposa a la autoridad del marido.
En este punto es donde muchos autores, y Nino entre ellos, apelan a la
hartiana distinción entre punto de vista interno y punto de vista externo. El
punto de vista externo es el de quien distanciadamente explica o describe un
sistema jurídico bajo cuyas normas no se siente implicado, o concernido por
ellas. Es decir, cuando yo explico el Derecho romano de la época de la
República, doy cuenta de algo ajeno, en un doble sentido: ni yo dependo para
nada de esas normas ni esas normas dependen para nada de cómo las
considere yo, si como derecho o de otra manera.
El punto de vista interno es el de quien está vivencialmente afectado
por las mismas normas a las que se refiere. Cuando yo cuento que es derecho
aquel art. 525.1 del vigente Código Penal español, no sólo describo lo que
4[4] Igual que para los de aquella religión del ejemplo de antes el que reza sin viajar no está
rezando, pues por definición no hay oración sin viaje mientras se ora.
jurídicamente obliga para otros, sino también lo que me está obligando a mí; y
al describir esa norma como derecho no me limito a tal descripción, sino que
cuando la identifico como jurídica co-constituyo su juridicidad. Pues si mis
coetáneos y compatriotas y yo mismo no viéramos esa norma como jurídica,
aquí y ahora, no sería aquí y ahora jurídica.
De acuerdo, al describir no sólo describo lo que jurídicamente hay, sino
que me implico con lo que jurídicamente es. Pero, entonces, ¿incurro yo en
algún tipo de contradicción si digo que en el vigente derecho español la
norma N es derecho y, además, es injusta o una completa inmoralidad? Por
ejemplo, si tal pienso del contenido del art. 525.1 del Código Penal, ¿no puedo
decirlo sin ser un incoherente o sin padecer una especie de esquizofrenia
conceptual? Y, si yo viviera bajo el franquismo en los años cincuenta del siglo
XX, ¿no podría decir que me parece aborrecible e inmoral ese derecho de mi
tiempo? ¿Los únicos que en la época de Franco, en España, veían el derecho
en verdad eran los que no veían derecho ni en aquel Código Civil ni en aquel
Código Penal? ¿Era, entonces y aquí, derecho un conjunto de normas no
legisladas o no jurídicamente positivadas, de normas morales que decían y
mandaban lo contrario de lo que como derecho era socialmente considerado y
como derecho aplicado por los tribunales y la Administración y cumplido por
los particulares en sus contratos y actos jurídicos?
Parece ser que el error del iuspositivismo está en separar
conceptualmente el derecho que es del derecho que debe ser, olvidando que el
que no debe ser no puede ser. Pero ¿qué significa que no debe ser? Cuando
decimos “el derecho que es” describimos unas normas que “son” derecho, al
menos que lo son con arreglo a ciertos parámetros formales o sociales. Pero
cuando decimos “el derecho que debe ser” estaremos empleando un
parámetro normativo externo al del “derecho que es”, al de ese conjunto de
normas que llamamos “el derecho que es”. Ese parámetro que, en ese sentido,
es externo, es un parámetro moral. O sea, que al referirnos al “derecho que
debe ser” queremos decir “el derecho que, según la moral, debe o debería ser”.
Y lo que el no positivista hace es sostener que si “el derecho que es” no es “el
derecho que debe ser”, el derecho que es no es derecho o no lo es del todo o
no lo es perfectamente. Pero ahora vamos a otra cosa y no a esta paradoja.
Quedamos en que para que podamos cotejar “el derecho que es” con el
“derecho que debe ser”, a fin de ver si el que es es, debemos tener un patrón
moral con el que medir. Es ese patrón moral el que nos señala cuál es el
derecho debido, por contraste con el que por moralmente indebido es
derecho que no es derecho. ¿De qué moral hablamos? Ha de tratarse de una
moral objetiva u objetivable. Veamos por qué.
Supóngase un país P que tiene un sistema jurídico cuyas normas son
consideradas perfectamente justas por el noventa y nueve por ciento de sus
pobladores, pero que nuestro iusmoralista ilustrado estima como
radicalmente inmorales. Si el iusmoralista sostiene que el sistema jurídico de
P será derecho para los habitantes de P y como tal puede ser descrito por
nosotros (desde nuestro punto de vista externo) o por ellos (desde su punto
de vista interno), pero no será derecho para nosotros, este iusmoralista se va a
encontrar con dos problemas. El primero, que su postura vendrá a ser muy
similar a la del positivista. Ambos describen como distinto el derecho que es y
el derecho que debe ser. La única diferencia estará en que el iusmoralista
incorpora a la descripción del derecho que es el juicio moral favorable de los
que bajo él viven y piensan que ese derecho que es es el que debe ser.
El segundo problema está en que esa postura llevaría a entender que
hay tantos derechos que son como derechos que alguien puede pensar que
deben ser. En otras palabras, que existirían tantos sistemas jurídicos posibles
como sistemas morales posibles, esto es, como sistemas morales con posibles
contenidos diversos de sus normas. Así, por ejemplo, lo mismo podría ser un
derecho esclavista que uno no esclavista, bastando con que haya personas o
grupos que admitan como moralmente justificado uno y otro.
Vemos que por esa vía el iusmoralismo conduce al caos teórico y
práctico: no hay manera en ninguna parte de ponerse de acuerdo sobre cuál es
el derecho que es, ni cabrá tampoco acuerdo sobre cómo debe ser el derecho
para ser plena o perfectamente derecho: existirán tantas concepciones de lo
jurídico como concepciones morales en pugna. En la práctica, esto significaría
que con la misma autoridad y fundamento con que un ciudadano le dice a un
juez que no aplique la norma N de ese sistema SJ, pues no es verdaderamente
jurídica de tan injusta, otro ciudadano le diría lo contrario, que aplique N
porque es totalmente jurídica por plenamente justa. El machista y el
antimachista, el esclavista y el antiesclavista que convivan en el mismo Estado
tendrían los dos la misma razón y tendría cada uno su sistema jurídico
personal. ¿Constitución incluida? Sí, claro, porque si la Constitución es
derecho positivo y nada más que derecho positivo, ¿por qué va a ser jurídica
una norma constitucional profundamente inmoral, como sería inmoral para el
antiabortista una que permita el aborto voluntario o como sería para el
igualitarista una que prescribiera la sumisión de la mujer al hombre? Por
cierto, ¿son verdaderas constituciones, y, como tales, normas jurídicas
plenamente, las constituciones actuales que establecen la superioridad de
derechos del varón sobre la mujer?
Nada más que de una manera se libra el iusmoralista de semejantes
callejones sin salida para su doctrina: presuponiendo, dando por sentada una
moral objetivamente correcta y, como tal, cognoscible. Es decir, tiene que ser
objetivista y cognitivista. La moral por referencia a la cual se mide si el
derecho que es es el derecho que debe ser tiene que ser una moral objetiva, en
el sentido de no puramente relativa a personas, tiempos o lugares. Porque si
es relativa esa moral de referencia, volvemos a las andadas: hay tantos
derechos debidos como morales posibles, y para que un derecho sea derecho
bastará, todo lo más, que allí donde rige se considere justo. Así que entre
ciudadanos de moral machista podrá ser derecho perfectamente tal un
derecho machista. Por cierto, que para regir en la práctica y poder ser eficaz
un sistema jurídico requiere una mínima consonancia con la moral dominante
en la respectiva sociedad es algo que siempre han resaltado también los
positivistas de todo cuño al hablar no de la justicia, sino de la eficacia de los
sistemas jurídicos. Pero recordemos que no están los iusmoralistas
ocupándose de los requisitos de la eficacia de las normas jurídicas cuando
subrayan la conexión conceptual entre derecho y moral.
El objetivismo moral reviste dos formas principales, la tradicional y la
del constructivismo ético. La tradicional señala que la moral verdadera ha
tenido siempre y en todas partes los mismos contenidos, al margen de que en
tal o cual cultura se conocieran mejor o peor. El iusnaturalismo es objetivista
en ese sentido y siempre ha mantenido5[5] que el adulterio es contrario a
derecho natural (con lo que no cabe que el derecho “legalice” relaciones
adúlteras) o que lo es la homosexualidad (por lo que el derecho natural no
permite por ejemplo el matrimonio homosexual) o que es conforme a derecho
natural que la mujer se someta a la autoridad del varón .
El objetivismo constructivista no afirma que estén preconstituidas,
preestablecidas, las verdades morales, salvo en lo que tiene que ver con el
igual derecho de todo ser humano adulto a participar en los discursos y
debates morales que lo conciernen, sino que las normas morales
objetivamente verdaderas serán en cada tiempo y lugar las que se acuerden en
el marco de una deliberación social libre e igualitaria. Como esa deliberación
tiene lugar sobre el trasfondo del “mundo de la vida”, de los datos y
conocimientos de la sociedad concreta de que se trate, las verdades morales
pueden cambiar, en la medida en que también cambien los consensos a partir
de modificaciones en ese mundo de la vida o infraestructura cultural de la
deliberación libre y de los acuerdos.
Asumamos este tipo de objetivismo constructivista, que es al que Nino
se acoge también. ¿Cuándo podré yo considerar que es racional y verdadera la
norma NM de mi moral? Cuando pueda razonablemente presumir o dar por
sentado que esa norma la considerarían igualmente verdadera todos mis
conciudadanos, si entre todos nosotros sobre ella pudiéramos debatir en
5[5] Y se supone que mantiene, pues qué iusnaturalismo sería uno de contenido históricamente
mutante y que explicara hoy como de derecho natural lo que como contrario a derecho natural
desautoriza mañana.
condiciones de perfecta imparcialidad y con total ausencia de prejuicio. Es
decir, sólo podré considerar racional y verdadera NM si estoy sincera y
seriamente convencido de que podría pasar ese test del consentimiento del
auditorio universal o de la comunidad ideal de diálogo, aunque aquí y ahora,
sobre la base de nuestro Lebenswelt o mundo de la vida.
Bien, pongamos que NM es la norma de mi moral que dice que no es
inmoral el aborto voluntario de la mujer dentro de las primeras semanas de su
embarazo. ¿Es racional y verdadera NM, por cuanto que puedo estar
convencido de que todos los antiabortistas que me rodean no serían
antiabortistas si no estuvieran llenos de prejuicios y fueran capaces de razonar
imparcialmente? ¿No pensarán exactamente ellos lo mismo de mí, que si yo
no anduviera obnubilado por falsos ídolos estaría plenamente de acuerdo en
que el aborto voluntario y libre dentro de un plazo es una radical
inmoralidad? ¿Realmente pueden ellos decir de mí o yo decir de ellos que
nuestras respectivas moralidades son irracionales y fruto solo del prejuicio y
de la incapacidad para razonar como es debido? No olvidemos que el debate
que aquí nos traemos no es meramente moral, sino jurídico: de que estén en
la verdad ellos o yo dependerá el que la norma de derecho positivo que
permite el aborto voluntario en plazo no sea jurídica, aunque esté legislada y
hasta avalada por el Tribunal Constitucional, o sí lo sea. Y una pregunta más,
malévola pero de hondo realismo: ¿alguien ha visto alguna vez a un
constructivista decir que él mismo se hallaba en el error moral, pero que una
vez aplicado el test del consenso imparcial hipotético se ha dado cuenta de su
yerro y ha cambiado sus convicciones morales para asumir las verdaderas?
¿No sucede siempre al revés, que las convicciones de partida se ven ratificadas
mediante la afirmación de que cómo no van a superar el test, si salta a la vista
que son las únicas racionales o las de mayor racionalidad?
Será inevitable, creo, topar de nuevo con la paradoja. Si el consenso
racional que hipotéticamente avala la moral objetivamente verdadera o
correcta está condicionado por las coordenadas culturales respectivas 6[6], por
el correspondiente mundo de la vida, podemos racionalmente tener por
norma moral verdadera hoy la que en otro tiempo o lugar es racionalmente
tenible por falsa; y a la inversa. Entonces, puesto que la moral objetivamente
correcta condiciona el derecho que pueda ser derecho y, por eso, un derecho
contrario a la moral correcta no es derecho o no lo es perfectamente, tenemos
que la moral condicionadora de la juridicidad es una moral relativa a cada
tiempo y lugar: aquella que en cada tiempo y lugar hipotéticamente alcanzaría
el consenso del auditorio universal. Pues o hay tantos auditorios universales
como culturas, con lo que los auditorios universales sólo son relativamente
Vayamos al núcleo de las razones que ofrece Nino para poner de relieve
que entre derecho y moral hay una conexión esencial que él llama “conexión
justificatoria”.
Según nuestro autor, “El uso de los conceptos descriptivos de derecho
(…) parece ser apropiado para un observador externo al derecho, mientras que
el empleo de los conceptos normativos es aparentemente adecuado para los
participantes en la práctica jurídica, como legisladores, jueces y abogados”
(DMP, p. 43). El que “desde dentro” ve el derecho y, por tanto, lo ve y lo vive
como derecho válido, no puede contemplarlo con una perspectiva puramente
descriptiva o positivista. Lo que en Nino define ese llamado punto de vista
interno es que los que lo adoptan toman en cuenta ellos mismos “razones a
favor o en contra del reconocimiento de tales estándares”. Este concepto
normativo del derecho supone “el conjunto de estándares que deben ser
reconocidos” (DMP, p. 4). ¿Qué querrá decir eso de reconocer los estándares
que deben ser reconocidos?
Yo en este momento vivo en España y constato que en este Estado en el
que vivo los ciudadanos de modo prácticamente unánime, así como los
funcionarios del Estado mismo, consideran o creen que las normas que en la
Constitución de 1978 se contienen son derecho, al igual que lo son las del
Código Civil, el Código Penal y multitud más de leyes y reglamentos de todo
tipo. Cuando voy por la autopista en España sé o siento o creo firmemente que
hay y está en vigor una norma jurídica que me prohíbe circular a más de 120
kilómetros por hora, bajo amenaza de una sanción si rebaso dicho límite. Si
nadie o casi ninguno creyera que en esas sedes está el derecho y que esas
normas son jurídicas, seguramente a mí tampoco se me ocurriría pensar tal
cosa o contemplar bajo ese estatuto especial tales mandatos, de la misma
forma que si hubiera un generalísimo acuerdo en que lo que obliga de la
manera especial del derecho es lo que cada día determinen la Conferencia
Episcopal o las asociaciones de jugadores de mus, así lo vería yo también.
¿Qué es lo que reconozco? No sé qué reconozco, digamos que participo de
una convicción colectivamente asentada y de las consiguientes prácticas.
¿Qué debo reconocer? Depende de lo que entendamos por deber. Al
reconocer derecho en la Constitución y en aquellas leyes y reglamentos no
cumplo con ningún deber ni atiendo ninguna normatividad ulterior: lo
reconozco porque es lo que hay, no porque estime que es lo que debe haber.
Ese reconocer es independiente por completo de que a mí me parezca
bien o mal que haya derecho, pues a lo mejor soy anarquista, o que considere
justa o injusta aquella norma. Si yo soy anarquista y llamo a derribar el
derecho y a terminar con las normas jurídicas, ¿cómo sé qué es el derecho con
el que quiero acabar y cuáles las normas jurídicas que deseo expulsar de la
sociedad? Pues porque las reconozco en su presencia en el imaginario
colectivo y las prácticas sociales, aunque me parezcan pura ideología falsa o
carentes de todo fundamento moral aceptable. ¿Por qué se yo, juez o
ciudadano común, que tal o cual norma jurídica es injustísima? Porque la
reconozco como jurídica con independencia de ese calificativo de justa o
injusta. Si no fuera así y así no pasara, sería absolutamente imposible formular
con sentido un enunciado como el siguiente: “La norma jurídica N es (muy)
injusta”.
Lo que Nino defiende es que la perspectiva interna del derecho “está
indisolublemente ligada a la perspectiva interna de la moral y, en especial, a la
perspectiva interna de la práctica discursiva que la modernidad ha acoplado a
la moral positiva” (DMP, p. 50). Así que, al parecer, sea yo anarquista o sea de
las convicciones morales o políticas que sea, no puedo ver el derecho como
derecho si no me afilio a la moral discursiva de la modernidad y si no pienso
que lo que hace a fin de cuentas que el derecho sea derecho son razones
morales de ese tipo de moral. Así que habrá que concluir que anarquistas,
tradicionalistas, conservadores premodernos o posmodernos escépticos o no
saben ver el derecho tal cual es o lo ven en lo que no es, muy
equivocadamente. Y si todos aquí y ahora coincidimos en que las normas del
vigente Código Civil son derecho y, en cambio, no lo son las normas que trata
de dictarnos la Conferencia Episcopal, es porque todos somos modernos y
discursivos.
Tal como Nino explica, si identificamos nosotros o identifican los jueces
qué normas son derecho es por referencia a ciertos individuos autorizados
para dictar esas normas, llámense legisladores o como se llamen, individuos
que, por tanto, “cuentan con legitimidad para emitir tales prescripciones, o
que son fuentes de normas válidas” (DMP, p. 56). En la cadena de
competencia siempre tendremos que llegar a un legislador que no esté
habilitado por las normas de otro anterior y, entonces, cómo vamos a basar la
juridicidad de los mandatos de ese primero si no es a partir de una
normatividad primera que no es jurídica, sino moral. Dice Nino: “Como ha
observado Kelsen, la cadena de normas de competencia no puede ser infinita.
Vale decir que este concepto de derecho necesariamente alude a normas que
no son jurídicas en su identificación de las normas jurídicas. El derecho es
identificado, según este concepto, acudiendo a normas no jurídicas” (DMP, p.
57).
¿Esas normas últimas son morales? Según Nino, aunque podemos
buscar palabras más neutras, en realidad “la identificación descriptiva de
ciertas proposiciones normativas como jurídicas implica mostrar que derivan
de ciertas normas morales que legitiman a determinadas autoridades y de
proposiciones descriptivas de las prescripciones de tales autoridades” (DMP,
p. 59). Así que, si no entiendo mal, todo el que piense que la Constitución
española, por ejemplo, es derecho aquí y ahora, lo pensará por razones
morales, porque a fin de cuentas es capaz de dar una justificación moral de tal
Constitución. Con lo que, supongo, si ahora mismo hubiera en España un
golpe de Estado como aquel franquista, con su guerra civil, se derogara esa
Constitución moralmente justificada y se instaurara una nueva incompatible
con esa moral, dicha Constitución nunca sería no podría ser derecho, aunque
todos los ciudadanos la vieran como tal (con independencia de que muchos
moralmente la aborrecieran) y como tal fuera absolutamente eficaz y el
Estado por ella jurídicamente presidido estuviera plenamente reconocido en
el Derecho Internacional, como lo están todavía hoy unas cuantas dictaduras,
como la de Cuba o China, entre otras. En realidad, sigo suponiendo, Cuba o
China no tienen ni Constitución ni derecho, salvo que supongamos que
moralmente no están en la modernidad y entonces se les permite por el
momento que allá sea jurídico lo que aquí no podría serlo porque no debería
ser reconocido como siéndolo.
¿Qué pasa si un chino (o unos cientos de millones de ellos) reconoce el
derecho chino actual como derecho? ¿Se equivoca al reconocer como jurídico
lo que jurídico no puede ser, por incompatible con la moral de la modernidad,
o es derecho porque los chinos así lo ven, aunque moralmente nosotros lo
juzguemos como moralmente descarriado y aun cuando ellos acabaran
considerándolo injusto? Si es lo primero, cuando un chino nos señale algún
código vigente en su país y nos diga que eso es derecho chino y pretenda
explicárnoslo como tal, habremos de corregirlo y de decirle que imposible,
pues aunque él lo reconozca así, es imposible que así lo reconozca, ya que ese
reconocimiento presupone un visto bueno moral que él no puede estar
dándole si está en sus cabales o es mínimamente racional o un poco moderno.
No olvidemos cuál es la moral que sirve de referente para el
reconocimiento moral de la juridicidad, reconocimiento moral constitutivo de
la juridicidad y sin el que no habría derecho pues nadie se explicaría cómo
ciertas normas pueden serlo: la moral de la modernidad. En palabras de Nino,
“La adopción de tales normas que legitimen las fuentes de normas jurídicas se
verá sometida a la práctica discursiva mencionada antes, para imbricarla con
la moral positiva de la modernidad” (DMP, pp. 58-59). Sólo puede ser
derecho, modernamente, el que discursivamente todos podamos aprobar si
razonamos en condiciones aseguradoras de nuestra imparcialidad. Los otros
sistemas jurídicos, como los de las dictaduras de hoy, son derecho a todos los
efectos pero nadie podrá explicárselo, pues el auditorio universal no los
consentiría si pudiera expresarse; por eso, esos sistemas jurídicos no son
jurídicos y aunque funcionen plenamente como derecho son derecho que no
es porque racionalmente no puede ser, porque a nadie se le puede ocurrir una
buena razón admisible para ver juridicidad en sus normas jurídicas últimas.
Tal como explica Nino, en “el marco discursivo de la modernidad”
(DMP, p. 60) esas normas que legitiman a las autoridades últimas que dictan
prescripciones jurídicas están sujetas a crítica. O sea, un cubano o yo podemos
criticar moralmente el sistema jurídico cubano y sostener que lo que la moral
moderna exige es que no veamos derecho en el derecho de una dictadura.
Ahora bien, porque quepa la crítica moral, o en particular la crítica con los
presupuestos discursivos de la moderna idea de moral, ¿dejará un sistema
jurídico de serlo si no supera esa crítica, si es desautorizado por ella? Si la
crítica moral deslegitima moralmente a las autoridades jurídicas, ¿quedan
estas jurídicamente deslegitimadas?
9[9] “Una norma que objetivamente contradice las condiciones de órgano, procedimiento o
contenido establecidas por una norma superior, como en el caso de la Constitución respecto de
sus leyes o decretos, puede, sin embargo y en algunos casos, ser considerada válida por jueces,
abogados y juristas. Esto puede suceder si no existe (...) un procedimiento de control judicial de
constitucionalidad, o no es ejercido, o sólo permite anular una norma en el caso concreto y no en
el general, o si el tribunal se equivoca sobre la inconstitucionalidad o ilegalidad de una norma. De
ser así, ello querrá decir que el concepto de validez no podrá definirse de tal modo que se
satisfagan tales condiciones. Lo que se establece por definición no puede tener excepciones según
las circunstancias fácticas” (DMP, p. 76).
¿Qué significa “Yo debo hacer X”? Posturas teóricas como la de Nino se
explican por la ambigüedad de “deber” o de “estar obligado”, o quizá más bien
de la incapacidad para captar la pluralidad de sentidos de tales expresiones.
“Yo debo hacer X” puede significar tres cosas diferentes:
a) Que yo me siento obligado o en el deber de hacer X.
b) Que conforme a algún tipo de norma yo esté obligado a hacer X.
c) Que objetivamente, según la naturaleza, la razón o algún tipo de
orden inapelable del ser yo esté obligado a hacer X.
Cuando decimos que un sujeto tiene la obligación jurídica de hacer X
estamos empleando el sentido b). No tiene absolutamente nada de particular
la expresión “A tenor del derecho español actual, yo debo hacer cada año la
declaración del impuesto sobre la renta”. Ese “debo” no me compromete
personalmente a nada, simplemente tiene un valor informativo, por así decir:
pone de relieve que según las normas del ordenamiento jurídico español de
ahora mismo, yo estoy obligado a hacer la declaración de la renta. Pero ese
sentido nada tiene que ver ni con el sentido a) ni con el sentido c). Se me
informa lo que a tenor de un determinado sistema jurídico es mi obligación,
no de lo que sea o deje de ser mi obligación de conformidad con otros
sistemas normativos, como el moral, o con otras regularidades ontológicas,
como la naturaleza o la razón.
Supóngase el siguiente juego. Nos juntamos tres personas y escribimos
mil normas de comportamiento que puedan tener algún sentido más o menos
chusco, cada una en un papel. Metemos esos mil papeles en una bolsa y
sacamos tres al azar, con el compromiso previo de que durante ese día nos
atendremos estrictamente a lo que esas tres normas determinen. Llamemos
SL a ese sistema de tres normas. Tiene sentido pleno que yo diga que estoy
obligado por SL a rascarme un pie cada cinco minutos o a no beber vino en
todo el día o a no dirigirle la palabra a mi familia en toda la jornada, si esas
fueron normas de las que salieron. Pero al decirme así obligado no expreso
más que eso: que a tal me obligan esas normas de dicho sistema, nada más.
Ello no quita para que tales normas usted o yo mismo las juzguemos
inmorales, idiotas o perfectamente fútiles.
Que la equivocidad está en la noción de deber se comprueba en
párrafos como este de Nino, que sigue a la insistencia en que no tiene sentido
un discurso jurídico insular, sino uno controlado por algún principio moral:
“Las cosas podrían ser diferentes de lo que son, y podríamos vivir bajo una
cultura en que hubiera discursos jurídicos insulares, como en otras culturas
hubo discursos religiosos insulares. Podría ser que decir que el rey ha
prescrito x fuera una razón última e incontrovertible para que x deba hacerse,
como hay culturas en las que decir que Allah ha prescrito x es una razón
última e incontrovertible para que x se realice” (DMP, p. 82). Veamos: si que
el rey haya dicho x es una razón incontrovertible y última para que se haga x,
será porque la voluntad del rey la hemos cargado de algo más que la voluntad
del rey, la hemos cargado de valor moral absoluto, de imperio moral
inatacable. Si no es así, decir que el rey ha prescrito x sólo significa que desde
el punto de vista del rey los destinatarios de su prescripción deben hacer x.
Nada más. No significa que desde ningún otro punto de vista (ni personal ni
moral ni político ni ninguno) esos destinatarios deban hacer x.
El estar obligado por las normas de un rey o de un sistema jurídico no
es para nada diferente del estar obligado por las normas de una mafia o de los
mandatos de un asaltante. Las diferencias que haya lo serán de legitimidad, y
esa legitimidad nos permitirá decir que algunas de esas obligaciones son
legítimas y moralmente o políticamente merecen nuestra obediencia y otras
no. Mas si pensamos que no hay más obligación que la legítima, nos
quedamos sin la posibilidad de decir “obligación ilegítima”, incurrimos en
redundancia al decir “obligación legítima” y, además, damos por sentado que
toda obligación que lo sea es legítima y compromete nuestra moral y nuestra
conciencia. El iusmoralismo acaba siendo muchísimo más heterónomo que el
iuspositivismo.
Ha dicho Nino que “el discurso moral de la modernidad tiene un
carácter imperialista que impide la subsistencia de discursos justificatorios
insulares” (DMP, p. 79) y que “El único espacio que queda para que discursos
prácticos diferentes al moral generen razones que justifiquen acciones y
decisiones es el espacio que ese discurso moral deje libre” (DMP, pp. 79-80).
No es fácil entender esto. Si se refiere a que en esta época si cabe la crítica
moral abierta, frente a cualquier sistema de normas y frente a las morales
establecidas o dominantes, suena trivial por conocido. Si quiere decir que
precisamente en esta época moderna es cuando los sistemas jurídicos pierden
su autonomía conceptual y operativa y quedan sometidos a la moral, parece
que habla Nino del mundo al revés y que se olvida de que imperialismo moral
era el de la Edad Media, sin ir más lejos, no este de ahora en el que lo jurídico
se ha decantado frente a otros órdenes normativos y en el que al fin no hace
falta que los ciudadanos compartan las mismas normas morales para que
tengan el mismo derecho y con iguales derechos.
Pero la clave está, una vez más, en las ambigüedades o en la falta de
finura analítica. Dice: “Este imperialismo del discurso moral implica que no
existen razones jurídicas que puedan justificar acciones y decisiones con
independencia de su derivación de razones morales” (DMP, p. 82). El
problema se halla en lo que signifique “justificar”. Cómo no va a haber razones
jurídicas que justifiquen jurídicamente una acción o decisión con
independencia de razones morales. Si así fuera, no habría más que moral y no
existiría el derecho, salvo como normativa moralmente redundante o
moralmente indiferente. Si una persona blasfema donde la blasfemia no tiene
sanción jurídica, esa acción está jurídicamente justificada aunque uno o un
millón la consideren moralmente injustificable; si una mujer aborta
libremente y dentro de cierto plazo donde el aborto está jurídicamente
permitido en ese plazo, esa acción está jurídicamente justificada, aun cuando
media sociedad la estime inmoral; si dos personas del mismo sexo se casan
donde el matrimonio de este tipo está legalmente permitido, esa acción está
jurídicamente justificada, aunque clamen al cielo el Papa y los obispos; si el
matrimonio entre personas del mismo sexo no está permitido en un Estado,
ahí esa acción no está jurídicamente justificada, aunque a mí y a muchos nos
parezca una tontería o una injusticia grande. ¿Tan difícil es apreciar lo obvio y
diferenciar lo distinto? Si lo que caracteriza esta época moderna de moral
imperialista es esa promiscuidad de lo jurídico y lo moral, ¿podemos con
verdad decir que en Irán la práctica homosexual entre adultos es legal o que
en Irlanda está permitido el aborto según una ley de plazo o que en España no
es delito la negación del holocausto, aunque las respectivas legislaciones digan
lo contrario y los jueces apliquen sus normas y hasta los tribunales
constitucionales digan que no hay problema?
Equívocos conceptuales graves, aunque se haga algún amago de
distinguir sentidos: “Por cierto, las palabras <> y <> pueden ser definidas
estipulativamente en un sentido puramente descriptivo, que sí hagan posible
la existencia de razones jurídicas que justifiquen, por sí solas, acciones y
decisiones. Pero es obvio que tales conceptos no captan el sentido pragmático
de razón y justificación que se pone de manifiesto cuando se advierte una
inconsistencia práctica entre decir que hay una razón que justifica hacer x y
hacer no x” (DMP, p. 82).
Es al revés. La muy peculiar definición estipulativa la hacemos cuando
decimos que toda justificación es lo mismo y que afirmar que la acción X está
jurídicamente justificada es lo mismo que decir que la acción X está
moralmente justificada; o a la inversa. No hay una “inconsistencia práctica” al
decir, por ejemplo, que hay una razón jurídica para hacer X y una razón moral
para no hacer X, o que hay una razón jurídica para no hacer X y una razón
moral para hacer X. Y también pueden concurrir a favor o en contra razones
religiosas, económicas, estéticas, de cortesía, etc. Lo que hay ahí es un
problema práctico para el individuo llamado a decidir. Si para quitarle al
individuo el peso de sus decisiones hemos de fingir que no hay dilemas
normativos y decisorios, pues a la postre todas las posibles contradicciones
entre cualesquiera normas se sanan en el supremo altar de la moral
“imperialista”, o es que nos estamos engañando muy ingenuamente o es que
tratamos de volver a un modelo premoderno de normatividad única y sagrada,
aunque la religión de fondo sea ahora una sutil pero no menos “imperialista”
forma de religión civil.