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Espada de lluvia (soneto)

Besa agua su desnuda piel de rosa.

Rosa, deja sin espinas su lecho

de caracola, donde el sol se posa.

Y sacude viento perfume a helecho

cuando el boscaje de la luna aúlla.

Dios, hazme grillo y penetre su oído

serpenteante música, la que arrulla

el gateado suspiro que ha crecido

con ella adentro mío, como un río

donde el silencio teje su misterio

hasta que arda en deseo, luz de frío,

la astillada mirada de su imperio,

y goce del rayo su poderío,

y la espada de lluvia sea un incendio.

Darío Oliva

No sé si la reclusión

está ganando territorio

en mi estómago

más rápido

que el parpadeo de semáforos

a ritmo de puntazos

o arritmias en mi cerebro
(donde el corazón bombea lento

como una lámpara azul

de bajo consumo),

o si soy yo, obligado

a repetir lecturas y conversaciones

triviales con el viento,

el que encuentro cenizas

en mis dientes

y en la lengua un perro

que ladra por ciertos desconciertos,

sin ver más que la persiana

cerrada o semiabierta

en el cuarto en penumbras,

y el compás de lluvia

que lenta cierra marzo

en calles olvidadas

todavía de tierra

con terrones de sol

pegados a sus pupilas...

Angustia, obviamente,

la ausencia

hasta de sombra y reflejo

en la vereda de luna

cuando la palabra no logra asir

su propia fuga

a la madrugada,
con hondas, pálidas ojeras

en la desnudez de luz

-tajeada en fetas irreales-,

de este viernes cansado

por la rutina

de repetirse lunes

día tras día,

y me ladra y lame heridas

de noche emparedada,

y junta mis cenizas

debajo de la alfombra

de este papel

apenas con vida...

Darío Oliva. 20/III/'20

Ya no sé si es día o noche

en este cuarto de preguntas,

o si el decorado es otro

y mueven de lugar ventanas

pájaros y luces,

o si bosteza en el espejo

un calendario de luciérnagas ciegas

o desorientadas,

o si cambiaron de lugar

una mesa o una neurona,

y habito el desorden

de palabras repetidas,
y silencios que se clavan a la lengua

con oxidadas dudas tras las puertas.

Lo único cierto es la incerteza,

y que el mundo está de cabeza.

Yo mismo palpo la ausencia

cuando me toco roída sombra,

y es el deseo madera

de un barco encallado en las orillas.

Marea el vacío

y soportar los mismos ruidos.

Ni visitan el patio idénticas estrellas;

las nubla el charco de la tristeza

en el ojo de Heráclito, el oscuro,

y el desoído canto de ranas grises

bajo la luna. Y ya no sé si soy

semilla del aire o pie de tormenta,

o trazo desdoblado en un cielo

de Magritte. O la voluta de humo

que se consume en la ceniza

de un último cigarrillo.

Me consuela saber,

-aunque me engañe-

que esto también pasará

como tren de carga,

o viento entre las hojas,

y volverán las manos a encontrarse


en cada remanso de cada calle,

y la noche a darle de comer al día

sus buenas tardes, sus alegrías.

Y a ser gentes y no zombis

los que se hablen y demoren

una charla de más

entre mate y mate.

Y decomisen al miedo

tanto asedio,

tanta noticia destemplada,

tanta horrísona muerte miserable

en cada semáforo, bocacalle

o esquina. Y gritar vida

en las puntas que proyecta

un sol de arena sobre líneas

que un niño traza en la rayuela.

Y volver mañana

por las deshoras ganadas

y perdidas en Poesía.

Darío Oliva. 22/III/'20

Y volverá la inquietud insomne/ con sus dientes de sombra/ sobre mi vientre de nieve y
amapola;/ martillará la idea del deceso,/ la humillación, el espanto/ de verme fragmentado/ en
las calles del espejo;/ plurales los desasosiegos/ y el ciego y pausado/ acontecer del ocaso,/
como otro clavo en mi lengua/ y en mi pie descalzo.// Volverá la sed del ojo acorralado,/ la
lluvia que marchita/ silencios en la boca del poema,/ los días que preguntan/ por su inútil
consistencia,/ y el rodar de la hoja de ruta/ por el cementerio de las oficinas.// Me volveré el
que fui/ para no ser el que era/ cuando empezaba a amanecer/ como una flor sobre la tierra./
Me costará entender el cambio/ para reinventar la palabra que me sufre/ más como cosa que
como hombre,/ y a no desesperar desnudo/ en los fríos colmillos del hambre...// ¿Para qué
hablar de futuro/ si ya ha sucedido antes esta fiebre/ de no encontrar respuesta en las
cerraduras interiores/ ni en "el agujero en la media"?/ Llaves abrirán otras puertas,/ mientras
soporto el peso de piedra/ en mis pupilas de arena...-

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