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El México que no sabe de coronavirus,

pero sí de supervivencia
Los 52,4 millones de personas que viven en la pobreza y casi
el 60% de los que trabajan en la informalidad asumen con
terror al hambre las medidas del Gobierno para enfrentar la
epidemia.
Las manos redondas de Patricia Juárez Camacho, de 47 años,
abren nerviosas una bolsa de mascarillas quirúrgicas en el andén.
Mira a su alrededor y señala: “Me da pena. Ya verá, nadie las
lleva”. Al abrirse las puertas, la observan unos 50 pasajeros
cansados, con surcos oscuros bajo los ojos, pegados hombro con
hombro, las manos aferradas a las barras metálicas, con la frente
húmeda del sudor que ya traen y el nuevo, ese que se traspira en el
Metro de Ciudad de México, porque la única ventilación que hay
es la de unas ventanillas abiertas que dejan pasar el aire sucio de
los túneles. La mascarilla se pega a la piel, y ahoga. La realidad
subterránea de México no sabe de coronavirus, pero sí de
supervivencia. Antes incluso de que se desatara la pandemia. Por
eso todos miran a Patricia. En este punto de la capital, quien se
coloca un cubrebocas es de los pocos afortunados que tiene menos
cosas de las que preocuparse.
“Si no nos mata el virus, nos mata el Gobierno”, contaba Juárez
unas horas antes de subirse al vagón, con una camiseta negra
manchada del cloro de frotar toda la semana los baños y suelos de
quienes se pueden permitir trabajar desde casa. Ella no.
Tampoco los más de 52 millones de pobres que viven en México ,
casi la mitad de la población. O los casi 25 millones de habitantes
que no tienen agua o luz en sus casas, según el Coneval. Donde
vive Juárez en Ecatepec, un municipio a las afueras, en el Estado
de México, llega agua una vez a la semana, dos horas.
Lávense mucho las manos, compren lo indispensable, no agoten
los supermercados, que no cunda el pánico. En este barrio las
recomendaciones de las autoridades suenan como de otro planeta.
¿Cómo se van a lavar mucho las manos si tienen que racionar el
agua? Cuando los bidones que logran llenar en ese escaso tiempo
se acaban, hay que comprar. Con qué dinero. “Nunca he comprado
comida para más de una semana. Tampoco mis vecinos. Si se
acaba acá, será por los saqueos. Nadie en este barrio tiene para
más de un día”, responde Patricia Juárez desesperada.
—¿Cuánto gana al mes?

—¿Al mes? No sé.


En los barrios pobres de México nadie calcula cuánto gana más
allá de un día o una semana. Por eso, las imágenes que se han
visto en las colonias adineradas de la capital de familias llenando
los carros de la compra de papel higiénico y leche para dos meses,
no se verán en Ecatepec. En este municipio, cuando se anunció en
enero de 2017 que subiría el precio de la gasolina y cundió el
temor al desabasto, quemaron coches y desmontaron
supermercados completos a mano armada. Aquí cuando hay
pánico, no hay compras.
Juárez limpia seis casas a la semana. Seis días de trabajo de más
de nueve horas para sacar a su familia adelante, por 2.300 pesos
(menos de 100 dólares). Desde que su marido falleciera en un
accidente de tráiler hace 12 años, ella es la única que mantiene a
sus dos hijos pequeños, uno de 19 y otra de 12. Las otras dos
mayores ya han hecho su vida. Con sus ingresos, el de 19 estudia
Administración de Empresas en la UNAM. Además, a las seis de
la mañana, coloca un puesto de galletas y yogures líquidos frente a
una escuela infantil que hay en la puerta de su casa. Esto le
permitía agregar unos pesos extra.
El colegio ha cerrado estos días, así que no hay puesto, y las clases
de sus hijos se han suspendido. Serán en línea, han comunicado,
como en el resto de países afectados por la epidemia del Covid-19.
Pero en la casa de Juárez no había internet. Ahora, además de
comprar el agua que les haga falta cuando se acabe cada semana,
deben pagar más de 400 pesos para tener Wifi, unos 20 dólares.
“Un día de trabajo”, señala resignada.
Hasta el domingo de la semana pasada, Juárez solo había sabido
del coronavirus por las noticias. Ese día fue a trabajar a un barrio
de clase media de la capital, en la colonia Narvarte. Ni siquiera le
abrieron la puerta. Desde la ventana, la señora de la casa donde
trabajaba ese día le explicaba por qué no podía entrar. “Tenemos
miedo a que nuestro hijo se contagie. Ya no puedes venir más,
Patricia. Toma lo del día por las molestias”, recuerda Juárez que le
dijeron. Y con 400 pesos enrollados en el bolsillo, lo que cuesta
solo el Internet de su hijo un mes, se regresó en Metro y autobús a
su casa. Nada más. “¿De qué vamos a vivir este tiempo?”, se
pregunta.

Tres de las seis casas para las que trabajaba le han dado el dinero
de un mes, aunque no vaya a ir a trabajar. “Si no consigo más, no
comemos”, cuenta en voz baja con lágrimas en los ojos desde la
cocina de su casa, mientras sus hijos ven la televisión. Tanto ella
como otros millones de vecinos dependen de la buena voluntad del
patrón, de su caridad. Como si trabajar toda la vida no les
concediera el derecho fundamental de sobrevivir.
México, con 367 casos confirmados y cuatro muertos, ha pedido a
la ciudadanía que no realice las actividades que no sean
indispensables, se suspendan eventos masivos y si pueden, se
queden en casa. Si tienen síntomas —tos seca, fiebre, dolor
corporal— llamen a las líneas de asistencia de los hospitales
públicos y esperen para realizarse una prueba.
Juárez no tiene celular porque en el autobús que toma cuando se
acaba la línea de Metro para llegar a su casa asaltan con pistola un
día sí y otro también. No merece la pena comprar cada semana
uno nuevo. Es diabética y en enero estuvo ingresada en el hospital
por una gripe. Si se enferma ella de nuevo o su familia, no tienen
acceso a la Seguridad Social, como más de 71 millones de
personas en este país. Si tienen que ir al médico, pueden acceder a
los hospitales de los pobres que no cotizan (casi el 60% de la
población), donde lo único que no se paga es el doctor, pero el
paciente tiene que comprar hasta las jeringuillas.

Los expertos han vaticinado que la crisis golpeará a México a


finales de marzo o principios de abril, el parón de actividades
puede ser total, como ha sucedido en otros países europeos. Juárez
intentará buscar trabajo de lo que sea en estas semanas, todavía no
ha pensado en qué. Con lo que sus patrones le han dado comprará
frijoles y latas que duren el mayor tiempo posible. Ni ella ni sus
vecinos agotaran las reservas de los supermercados de su barrio.
“Pinches chinos, qué les costaba hervir al murciélago”, le contaba
su hijo y ella todavía se ríe cuando recuerda el chiste.

Síntesis

La historia tiene lugar en el municipio de Ecatepec, con la señora Juárez, a inicios


de esta horrible pandemia, nos cuenta como es la vida en el pesado y horrible
municipio de Ecatepec, donde nadie tiene la disponibilidad suficiente ni para
colocarse una mascarilla en lugares concurridos, donde se vive al día, la señora
Juárez cuenta como de difícil es su vida, sobre todo en el ámbito laboral, ella
trabaja limpiando casas, específicamente 6 casas, donde al menos en 3 de ellas le
rechazaron el trabajo por temor de contraer la enfermedad, no puede darse el lujo
de trabajar desde casa, así que tendrá que buscar otros medios para solventar los
gastos que conlleva una cuarentena, son 400 pesos solo del internet para las
clases virtuales de sus hijos, los expertos pronostican que la crisis golpeará en
marzo, Juárez buscará empleo y se mantendrá a base de frijoles y comida
enlatada.
El México que no sabe de coronavirus,
pero sí de supervivencia.

 Patricia Juárez Si no nos mata el virus, nos


Camacho, de 47 años mata el Gobierno

Juárez limpia seis casas a la semana. Quienes se pueden permitir


Seis días de trabajo de más de nueve trabajar desde casa. Ella no.
horas para sacar a su familia adelante,
por 2.300 pesos, El colegio ha cerrado
Tampoco los más de 52
estos días, así que no hay puesto, y las millones de pobres que viven
clases de sus hijos se han suspendido. en México, casi la mitad de la
Serán en línea, han comunicado, como población. O los casi 25
en el resto de países afectados por la millones de habitantes que no
epidemia del Covid-19. Pero en la casa tienen agua o luz en sus casas,
de Juárez no había internet. Ahora,
según el Coneval.
además de comprar el agua que les
haga falta cuando se acabe cada
semana, deben pagar más de 400 pesos
para tener Wifi

¿Cómo se van a lavar mucho las manos si tienen que


racionar el agua? Cuando los bidones que logran
llenar en ese escaso tiempo se acaban, hay que
comprar. Con qué dinero. “Nunca he comprado
comida para más de una semana. Tampoco mis
vecinos. Si se acaba acá, será por los saqueos. Nadie
en este barrio tiene para más de un día

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