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HISTORIA CONTEMPORÁNEA

DE EUROPA

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TEMA 0: INTRODUCCIÓN

Nuestro objeto de estudio es el siglo XIX, comienza a manejarse el término de la


modernidad. En el siglo XIX acontecen acontecimientos muy diversos y revolucionarios.
Se le conoce como el siglo de la historia porque hay un afán de algunos historiadores por
registrar absolutamente todo lo que acontece en el siglo XIX y los siglos anteriores, un
ejemplo de ello fue la investigación de Ranke. Hoy en día podemos acceder a numerosas
fuentes historiográficas, en el siglo XIX, sin embargo, se creó una esfera pública de
opinión, surgida a partir de la prensa. Las claves del siglo XIX no están en las dos guerras
mundiales, sino que están en el siglo XVIII, como demostró E.P. Thompson, quien se
puso a elaborar un manual sobre el movimiento obrero en Inglaterra e indagando sobre el
movimiento obrero en el siglo XIX se encontraban desde hace mucho tiempo atrás, por
lo que se tuvo que remontar al siglo XVIII, así como a otros tiempos anteriores. La
conciencia de clase tiene raíces muy profundas, encontramos que la tradición es muy
importante.

¿Qué es la modernidad? (PARTICIPACIÓN)


• Ruptura con antiguo régimen
• No hay una ruptura tajante.
• Auto – conciencia del individuo
• La Ilustración (racionalismo) / Romanticismo (emoción) pero el romanticismo
también alberga puntos racionales y otorga a la subjetividad un valor muy
importante.

Nos encontramos ante dos posiciones historiográficas. ¿Existen las rupturas en la


historia o estas rupturas son algo convencionales? ¿Las rupturas son tajantes o los límites
son difusos? En el siglo XIX surge una conciencia muy fuerte, irrigación de la
individualidad, en el Antiguo Régimen era muy común que los hijos reprodujeran la
biografía de sus padres, pero, aunque siga ocurriendo en el siglo XIX cada vez se produce
con menor intensidad. Surgen las expectativas y la reproducción social y económica.
Podríamos decir que en el siglo XIX hay una fuerte conciencia temporal, en el siglo XIX
se utiliza la expresión “hombre de siglo” que viene a decir que es un hombre “moderno”,
lo que quiere decir que surge la conciencia de que en esos tiempos se están produciendo
cambios muy fuertes para quienes lo viven. Boudelair dice que lo moderno es lo efímero
y lo que cambia permanentemente, hay una conciencia de que el tiempo histórico se
acelera, hay cambios muy intensos y profundos. Marx y Engels dijeron una vez que todo
lo sólido se desvanece en el aire. Toda su teoría social parte de esa premisa, hay cambios
muy intensos, existía una lucha entre maestros y oficiales, esclavos y ciudadanos,
patricios y plebeyos… Hoy tenemos una lucha de clase más intensa, pero con muchos
matices. El siglo XIX es el siglo XIX por muchas razones, no sólo porque aparezcan
historiadores que se dediquen a archivar y transcribir documentos, lo es porque la gente

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comienza a tener conciencia histórica. La Sarasate, arenga a sus compañeras e hizo la
historia de las verduleras, recordándoles las numerosas revueltas históricas de estas
mujeres contra los abusos nobiliarios. Se utiliza la historia para diversos fines. Uno de
ellos es alentar a la gente a llevar a cabo diversas acciones, las cuales se trata de justificar
a partir de sucesos históricos marcados.

El positivismo quiere decir que todas las conductas humanas son cuantificables,
medibles, en un intento de aplicar la cientificidad a las emociones, un objetivo que querían
alcanzar los ilustrados del siglo XIX. ¿La historia es una ciencia? Nuestra ciencia tiene
deficiencias, ya que los fenómenos sociales pueden juzgarse de manera subjetiva, todavía
hoy estamos obsesionados con esa idea de cientificidad. Los historiadores hablan de que
las conductas humanas no se repiten en las mismas circunstancias, porque cambian las
experiencias. Nosotros, por influencia del positivismo, entre otras cuestiones, tenemos
una obsesión muy fuerte con la coherencia, si eres comunista no puedes aspirar a ciertos
lujos, por ejemplo (“Pablo Iglesias”), los seres humanos en realidad no pueden ser
coherentes pues sus acciones se basan en experiencias, experiencias que pueden contener
contradicciones. En sus orígenes el movimiento obrero era tremendamente machista,
excluyendo a las mujeres de la organización socialista y de las fábricas, quizá no tanto
por convicción sino por conveniencia. Los burgueses contrataban mujeres porque
cobraban menos, por lo que los hombres reniegan de que las mujeres trabajen, podrían
haber luchado para subir el sueldo a las mujeres, pero nada más lejos de la realidad.

La ciudad se convierte en el objetivo de aquellas clases sociales a las que se les ha


arrebatado su derecho de vivir en la ciudad, pues en el siglo XIX, la ciudad se revaloriza
y se convierte en el foco de los burgueses y nobles quienes comenzaron a fijarse en la
ciudad, haciendo que estas cambiaran y modernizaran el plano y ordenamiento de estas
ciudades, construyendo viviendas y edificios a partir de planos construidos por ingenieros
y arquitectos de mentalidad ilustrada y racional, de manera que las ciudades cambian, se
destruye el antiguo plano, el cual no se caracterizaba por su especial organización y se
impone una edificación a medida para las personas que vivieran en la ciudad, siguiendo
los planos de proyección innegablemente ilustrada.

Eugene Lebure fue un egiptólogo francés, amigo del poeta Stéphane Mallarmé.
¿? A partir del siglo XIX se da la oportunidad de haber un equilibrio entre los estados de
Europa. No podemos decir que el equilibrio se adueñe de la contemporaneidad, si es cierto
que a lo largo del siglo XIX se produce un cierto equilibrio entre estados. Las relaciones
internacionales y la política de relación internacional también buscan influencia. Hay una
voluntad de cooperación, pero existe un afán de volver a tener influencia en los países
como Sudamérica. Estados Unidos buscaba el control del petróleo en Irak y buscaba
arrebatar un aliado a la URSS durante la Guerra Fría a pesar de estar apoyando la
dictadura de Franco.

La economía del siglo XIX. El capitalismo no es una nueva creación del siglo
XIX, el capitalismo industrial sí, pero analizando la forma de explotación y tenencia de

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la tierra durante el Antiguo Régimen observamos que hay un cierto desarrollo de lo que
se llama “individualismo agrario”. La maximización de rendimientos tiene sólidas raíces
en el capitalismo de la Edad Media, por ejemplo, cuando ocurrió la desamortización de
Madoz, los pastores ya gestionaban sus tierras, tabernas, ganado… La importancia e
influencia de la industria influenciaron a la economía y la forma de … ¿?

Hay un crecimiento demográfico. ¿Por qué? Se produce un aumento de mejoras


saludables y sanitarias, así como la mejora económica. La natalidad se encuentra
estabilizada, así como la mortalidad, al menos en Europa, aunque en siglos anteriores.
Las familias comienzan a cambiar, se produce un mayor control del hogar. Un hijo es
mano de obra y una boca que alimentar y a partir de los 4 o 5 años los hijos empiezan a
trabajar. A partir del siglo XIX empieza a concebirse la infancia como algo que hay que
cuidar, progresivamente los hijos se van retrayendo del trabajo en el campo… En el siglo
XIX hay un deseo de muchas mujeres, así como una lucha de todas ellas, pero
precisamente por eso la burguesía protagoniza una serie de ofensivas patriarcal, y
empiezan a escribirse manuales que, tanto hombres y mujeres deben de seguir, era la
teoría de las dos especies, los hombres a la calle a ganarse el pan y luego estaban las
mujeres, destinadas a cuidar de los hijos y a estar en casa.

Más rasgos de la modernidad: ¿Cómo es la vida política? Surge el concepto de


ciudadanía, aunque no se especifique de esa manera, pero hoy sabemos la lucha política
de esos sujetos, una lucha política que busca lograr los derechos por parte de las clases
obreras. La lucha de las mujeres, por su parte, era ser reconocidas como ciudadanas, a
parte de su derecho a votar y participar en la política. Sin embargo, los obreros luchaban
por la participación política y otros derechos básicos para los trabajadores.

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TEMA 1: PROMETEO LIBEDO

1. La cosa y el nombre: precisiones conceptuales

La cosa que revolución

El concepto de revolución industrial fue acuñado a finales del s XVIII ante la


transformación tecnológica (uso del carbón y el vapor), laboral (remplazo del taller por
la fábrica, nueva disciplina de trabajo), economía (capitalismo) y social (burgueses y
obreros). Algunos autores han destacado la cuestión institucional, patente en los cambios
jurídicos y culturales que allanaron el camino a la industria (Mokyr). Otros han destacado
el aspecto de consumo, ay que supuso un crecimiento sostenido de la población (Landes,
De Vries).

Modelos explicativos clásicos (I)

Marxistas la industria como la transición del modo de producción feudal al


capitalista. Schumpeter (1939) proceso de crecimiento de una economía capitalista
mundial. Polanyi (1944) la RI como parte de una gran transformación general en la que
se afirmó la independencia de la economía respecto a las esferas política o social. Rostow
(1960) estableció cinco fases de desarrollo económico; la tercerea, despegue (take-off)
supone u desplazamiento de la agricultura y conduce al consumo masivo.

Modelos explicativos clásicos (II):

Gerschenkron (1962) puso el acento en los países rezagados obligados a


desarrollar formas imaginativas de desarrollo. Bairoch (1963) atributó a la revolución
agraria un papel casual, como fuente de acumulación de capital y estímulo para la
industria. Landes (1969) situó el foco en el desarrollo tecnológico y el consumo creciente
y previo a la industria. Mokyr (1984) se interesó por los cambios culturales e
institucionales. Berg (1986) destacó el peso de la tradición gremial y la producción
doméstica e la industrialización

Debates y matizaciones recientes:

Fenómeno esencialmente inglés, entre 1760 (Osterhammel) y 1780


(Hobsbawm), momento de una explosión innovadora. Fenómeno de alcance regional,
pero de difusión global, pocos estados eran sociedades industriales en los inicios del s
XX. La industria inglesa creció más lenta e irregularmente de lo que habitualmente
se ha considerado. A la industria se le ha atribuido una capacidad de causación, algo
sobredimensionada, aunque introdujo una nueva cultura laboral y un nuevo modelo
económico: el capitalismo.

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2. Inglaterra el taller del mundo

El taller del mundo.

En Inglaterra confluyeron las condiciones óptimas para el desarrollo industrial:


falta de barreras legales y geográficas, desarrollo tecnológico, comercio colonial,
desarrollo agrícola, mentalidad favorable, demanda y mercado nacional, experiencia
manufacturera protoindustrial. Sus sectores líderes fueron el textil, el ferrocarril y la
siderurgia. Los cambios industriales tendieron a concentrarse en el NE de Inglaterra
(Lancashire, Manchester, Liverpool, Derbyshire, Sheffield). La exposición industrial de
1851 (Londres), el Reino Unido se presentó como taller del mundo.

El mercado

Durante e s XVIII aumentó la demanda de bienes manufacturados selectos, entre


los de primera necesidad y el lujo, por parte de los sectores sociales intermedios que se
inscribe en na nueva cultura del consumo. Este hecho diferencial no se dio en otros
lugares de Europa, donde el consumo masivo se restringía a sectores aristocráticos. La
causa fu l desarrollo económico del s XVIII.

El comercio colonial

El comercio colonias fue especialmente intenso, Gran Bretaña produjo a lo largo


del s XVIII bienes manufacturados que exportaban a sus colonias americanas. El
comercio colonial aseguraba la obtención de algodón y gran Bretaña se especializó en la
producción de algodón semielaborado y su distribución en Europa. En el s XIX se
intensificó la importación de algodón indio, que se intercambiaba con esclavos africanos,
llevados a las indias occidentales, que adquirían productos textiles elaborados en
Lancashire.

¿Revolución industriosa?

Algunos autores (De Vries) han utilizado este término para referirse al cambio en
la cultura empresarial y laboral propia de Inglaterra, patente en la mentalidad emperadora
de los primeros y la laboriosidad de los segundos. En Inglaterra se normalizó la
innovación tecnológica con aplicaciones técnicas: máquina de vapor (Watt, 1769),
lanzadora colante-spinning, Jenny-waterframe-mule Jenny-telar mecánico, pudelado del
hierro (Cort, 1784).

Protoindustrialización

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El concepto se aplica a la producción para el mercado de bienes en hogares
campesinos, al margen de la organización gremial, mediante subcontratación (putting-out
system). El concepto también se aplica a las manufacturas impulsadas por el Estado para
proveerse de bienes suntuarios. Parcialmente también se aplica al fuerte desarrollo de la
producción gremial en algunas zonas, como Sheffield (cuchillos), que luego fueron zonas
industriales.

Revolución agraria

En la primera mitad del siglo XVIII se introdujeron en la agricultura y la ganadería


avances que propiciaron un aumento de la productividad. Los principales fueron la
introducción del sistema Norfolk (rotación cuadrienal), la selección del ganado y las
semillas, la introducción de nuevos cultivos y nuevos aperos y los cercamientos
(enclosures) y privatización de las parcelas. La teoría de Bairoch, cuestionada por su
excesiva tendencia a la monocausalidad, reconoce la relación entre ambos fenómenos, y
es indicativa de una nueva mentalidad

Las comunicaciones

Gran Bretaña se dotó de una red de caminos, carreteras, canales y, sobre todo,
ferrocarril. Tras varios prototipos, George Stephenson creó una locomotora a vapor en
1829 (The Rocket). El ferrocarril facilitó las conexiones entre las cuencas mineras y las
industrias y entre estas y los mercados de consumo, y que atrajo grandes inversiones de
capital, actuando como demanda para el desarrollo de la industria siderometalúrgica.
Hacia 1850, Gran Bretaña había construido más de 20.000 kilómetros de ferrocarril.

El carbón

La revolución industrial supuso un cambio de régimen energético. Desde


comienzos del siglo XVIII se puso de manifiesto que el carbón vegetal resultaba
insuficiente para satisfacer las necesidades energéticas de la industria. El carbón mineral,
que se había empezado a utilizar a mediados del siglo XVII, terminó reemplazando al
vegetal en el XVIII, y se convirtió en un símbolo de la revolución industrial y en un
producto estratégico, que propició el desarrollo de algunas zonas productoras.

Producción en serie y nueva disciplina

La sustitución del taller familiar por la gran fábrica creó un nuevo ecosistema de
las relaciones laborales, marcadas por el mercado. La producción en serie buscaba una
mayor eficiencia, llegando a finales del siglo XIX a una organización científica del trabajo
(taylorismo), basada en la especialización.El proceso no fue, sin embargo, inmediato ni
general, y coexistieron diversas formas de organización de la producción (pequeñas
fábricas subsidiarias, talleres, grandes fábricas).

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El locus de la industrialización

New Lanark (Escocia) es uno de los lugares característicos de la RI. Colonia


industrial fundada por David Dale y transformada por Robert Owen en prototipo del
socialismo científico. En Cromford Mill (Derbyshire), Richard Arkwright introdujo la
Waterframe (hiladora con fuerza de molino). Manchester es una de las ciudades
industriales del RU. Experimentó un rápido crecimiento demográfico (10.000 habitantes
en 1700, 100.000 en 1800, 700.000 en 1920).

3. La difusión de la industria y el capitalismo

La división del mundo

La expansión de la industria estableció una divisoria entre avanzados, rezagados


y productores de materias primas, que se acentuó con la expansión colonial occidental a
costa de los territorios africanos y asiáticos. En 1914 sólo eran potencias industriales Gran
Bretaña, Alemania y Estados Unidos, seguidas de Francia, Austria, Rusia, Italia y Japón.
Bélgica y Suiza habían logrado aumentar su renta per cápita.

Adelantados

Alemania vio dificultado al principio el proceso por la división política en


múltiples estados. En 1834 se creó una unión aduanera (Zollverein) y se llevó a cabo una
política proteccionista. Las reservas mineras en Silesia y el Ruhr favorecieron la
industrialización en ese país, que se consumó a partir de 1870 con el desarrollo de la
química y la electricidad. Estados Unidos llevó a cabo un modelo de especialización
regional en cinturones (belts): el nordeste desarrolló su industria, mientras el sur se
especializó en la plantación agraria. Francia desarrolló su industria tardíamente, debido a
la importancia del sector agrario y la producción artesanal. A partir de 1850, Lyon y el
nordeste se convirtieron en importantes regiones industriales.

Aventajados y rezagados

En Japón, la industrialización fue impulsada por el poder Meiji en un contexto de


regeneración nacional. Un ejemplo de la transformación fue los zaibatsu. Su desarrollo
tecnológico tuvo mucho que ver con la formación de su elite dirigente en el
extranjero.Rusia tuvo una industrialización más tardía, pero efectiva en zonas como San
Petersburgo y Mosú. En Bélgica, el apoyo del Estado a la industria, la creación de una
banca moderna y la construcción del ferrocarril fueron fundamentales. Italia, España y
Portugal definen un modelo latino de desarrollo tardío y localizado en algunas regiones
(Cataluña, norte de Italia).

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La búsqueda de la rentabilidad

La búsqueda de la rentabilidad económica por los empresarios, la constitución de


empresas cada vez más grandes y complejas y la continua movilidad de capitales
(inversión) dieron lugar a un nuevo modelo económico: el capitalismo industrial. El
término procede de la teoría marxista, que lo empleó para definir el modo de producción
en que se transformó el feudal. Una de sus interpretaciones más sugerentes es la de Max
Weber, que lo relacionó con la ética protestante, su austeridad y su individualismo. Entre
sus rasgos destacan la mercantilización de todos los órdenes de la vida, su tendencia a la
integración económica primero nacional y después global, y el libre mercado.

Economistas de la escuela clásica

El capitalismo fue definido por los economistas de la escuela clásica: Adam Smith
(1723-1790) en Investigación sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones
(1776) defendió la propiedad privada como base del interés general, la autorregulación
del mercado mediante la libre competencia (“mano invisible”); y la acumulación del
capital. Smith diferencia entre el valor de uso y el de cambio mediante una paradoja: el
agua es más necesaria que un diamante, pero este tiene mayor coste. El valor de un bien
dependería de la cantidad de trabajo que se emplea en producirlo (teoría del valor-
trabajo). David Ricardo, autor de Principios de Economía Política y tributación (1817),
reformuló la teoría del valor de Smith, señalando que el valor de un bien depende de los
costes de producción y enunció la ley de bronce de los salarios, según la cual, estos son
variables y dependen de la demanda de trabajo.

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TEMA 2: LA BURGUESÍA, LA MULTITUD Y EL
NACIMIENTO DE LA ESFERA PÚBLICA.

1. Las raíces de las revoluciones

Antiguo y moderno

Hasta finales del siglo XVIII las rebeliones y los motines fueron las formas más
habituales de acción colectiva. Defendían derechos antiguos basados en la costumbre, y
se dirigían contra los acaparadores, los estamentos privilegiados o los poderes locales.
Aunque se ha exagerado su carácter espasmódico y espontáneo (Thompson), carecían de
un programa dirigido a crear una nueva base de legitimidad política.

Revoluciones locales de efecto universal

En torno a 1780 aparece una nueva forma de revolución, con la aspiración de


alterar las bases sociales del poder político. La Revolución Francesa y la Independencia
de las Trece colonias fueron los primeros episodios. Ambas alteraron profundamente la
estructura del poder anterior. Pese a su carácter localizado, ambas invocaron la liberación
de la Humanidad del yugo del pasado, y tuvieron un efecto universal, pues influyeron en
otros procesos revolucionarios coetáneos y posteriores.

Revoluciones atlánticas

El carácter mítico de la revolución francesa y norteamericana hizo que durante


mucho tiempo fueran consideradas excepcionales por sus historiografías nacionales. A
mediados del siglo XIX algunos autores advirtieron que su simultaneidad era una
evidencia de su causalidad compartida y, en cierto modo, su coherencia (Sybel, Sorel).
Godechot y Palmer acuñaron el concepto de revoluciones atlánticas para referirse a ambas
a mediados del XX. Kossok aplicó esta interpretación a los ciclos revolucionarios que
jalonaron el siglo XIX.

Los ciclos revolucionarios de 1780

En Irlanda, el ejemplo norteamericano condujo a una masiva agitación que


terminó con 30.000 muertos y despertó una conciencia protonacional. En la república
oligárquica de Ginebra (1782), los artesanos se levantaron contra el gobierno local para
ampliar el sufragio. En 1789, en Lieja, se produjo una revolución que puso fin al
principado y concluyó con la integración de la ciudad en la Francia revolucionaria. En
Brabante, el intento de Austria de imponer reformas laicas provocó una revuelta, que
llevó a la proclamación de los Estados Belgas Unidos. Rusia también fue escenario de

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revueltas campesinas en 1796. Fuera de Europa, se produjeron revueltas en Vietnam
(1773), en la América española (Túpac Amaru y Túpac Catari).
Gran Bretaña

Las raíces del radicalismo: En Gran Bretaña, el ciclo de agitación (1780-1801) se


inició con los Gordon Riots, anticatólicos, en Londres, que terminaron con 26
ejecuciones. Tras la RF, surgieron en el país simpatizantes con los acontecimientos
franceses, que desencadenaron un movimiento radical liderado por intelectuales y
artesanos, seguidores de John Locke y Thomas Paine. La guerra con Francia (1793)
exacerbó los ánimos al principio, pero terminó generando un consenso nacional
antifrancés. El radicalismo no se extinguió, sino que presionó a la clase política, que tuvo
que adoptar un reformismo que culminó en la reforma electoral de 1832.

La independencia de estados unidos

La independencia de las Trece colonias británicas de América del Norte fue un


proceso de hondo calado, al ser el primer territorio colonial que logró su independencia
de un país europeo. Respondió a factores antiguos (resistencia contra la ley del timbre en
1765 y motín del Té contra la liberalización del comercio en 1773) y modernos (difusión
ilustrada, descontento criollo y del ejército colonial). El conflicto se internacionalizó con
la intervención de Francia (1778) y España (1781) por razones estratégicas, para socavar
el poder británico tras la Guerra de los Siete Años (1756-63). En la Guerra de
Independencia se forjaron algunas de las conciencias de los revolucionarios franceses de
1789. Las Declaraciones de Independencia (1776) y Derechos de Virginia (1787) fueron
un poderoso estímulo para los revolucionarios europeos.

2. La Revolución Francesa: la fase constituyente (17 89-1791)

¿Desde arriba o desde abajo?

En Francia, el debate sobre la naturaleza de la revolución ha centrado la atención


de la historiografía y la mitología nacionales. Los historiadores liberales (Michelet,
Guizot) han destacado su raíz ilustrada, el protagonismo burgués (girondino) y han
mitificado su primera fase (1789-1792). Los socialistas (Soboul, Lefebvre) han destacado
el componente popular y han denunciado la apropiación burguesa de las conquistas
revolucionarias, exaltando la fase jacobina (1792-1794). François Furet (escuela de
Annales) adoptó un enfoque más complejo, destacando la confluencia de una revolución
burguesa, otra popular urbana y otra campesina. La historia cultural (Chartier, McPhee,
Baker, Hunt, Darnton, Garrioch) ha situado el foco en la cultura política revolucionaria y
la esfera pública.

Esfera pública y cultura política.

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Las raíces intelectuales de la RF se sitúan en la Ilustración, que alumbró conceptos
como la separación de poderes (Montesquieu) o la soberanía nacional (Rousseau). En el
siglo XVIII se extendió una cultura política reivindicativa, que se difundió gracias al
ensanchamiento de la esfera pública de discusión. Esta se trasladó de las veladas en
salones aristocráticos a los periódicos, la literatura popular (biblioteca azul), los cafés, las
tabernas y las calles (Chartier). La nueva cultura política (Hunt, Baker) se articuló en
torno a los símbolos, rituales y la tradición revolucionaria y dio forma a una nueva
relación con el poder, caracterizada por la reivindicación de la soberanía por los sujetos.

La hacienda y la revuelta de los privilegiados.

La revolución estalló en un contexto favorable: la crisis de la Hacienda provocada


por la suntuosidad de la corte y los gastos derivados de la costosa política exterior francesa
(Guerra de los Siete Años, Guerra de Independencia de las 13 colonias) y las crisis de
subsistencias provocadas por una sucesión de malas cosechas. Los ministros franceses
(Turgot, Necker) trataron de resolver la crisis mediante reformas que aumentaron la
presión fiscal. En 1787, Calonne convocó una Asamblea de Notables para pedir a la
nobleza y el clero que aceptaran un nuevo impuesto sobre la tierra, lo que desencadenó la
revuelta de los privilegiados, al negarse la asamblea a aprobarlos, exigiendo la
convocatoria de Estados Generales, que no se convocaban desde 1614.

El comienzo de la revolución.

En los Estados Generales (mayo de 1789), los representantes del tercer estado
canalizaron el descontento popular a través de los cuadernos de quejas. Muchos de ellos
recogían el descontento por la política fiscal y deforestadora de la monarquía. Algunos
cuadernos, aquí. Algunos teóricos, como el abate Emmanuel-Joseph Sieyès, abogaron por
una nueva legitimidad, encarnada en la “nación”, identificada con el tercer Estado. La
negativa de los privilegiados a aceptar el voto por cabeza llevó a los representantes del
tercer Estado a formar una Asamblea constituyente tras el Juramento del Juego de Pelota
(junio 1789). Era la revolución de la burguesía, a la que se sumaron muchos nobles y
eclesiásticos ilustrados.

Revuelta popular y campesina.

El primer estallido del pueblo insurgente tuvo lugar en el verano de 1789: los
parisinos (liderados por Camille Desmoulins) asaltaron las aduanas que circundaban parís
(12 de julio) y tomaron la prisión real de la Bastilla (14 de julio). La toma de la Bastilla
fue la primera advertencia contra el inmovilismo del Rey, y nutrió a la mitología
revolucionaria de elementos como la bandera tricolor y la guardia nacional.
Paralelamente, los campesinos se movilizaron contra la nobleza e hicieron cundir el Gran
Miedo (la Grande Peur). Durante el mes de agosto, asaltaron las propiedades de la nobleza
y extendieron la violencia por todo el agro francés.

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La asamblea constituyente (1789-1791).

La Asamblea Nacional Constituyente (9-7-1789 / 30-9-1791) desarrolló sus


trabajos bajo la presión popular. Los diputados se organizaron en tendencias: los
“patriotas” (La Fayette, Mirabeau), nucleados en torno al club de los jacobinos, eran
partidarios de la revolución y mayoritariamente monárquicos; los “monarchiens”,
partidarios de un compromiso (Necker); y los absolutistas. Sus trabajos legislativos
alumbraron un nuevo régimen:
a) Un decreto de 4 de agosto de 1789 abolió los derechos feudales (servidumbre,
privilegios de caza, tribunales señoriales).
b) La Declaración de los Derechos del Hombre sentó las bases del liberalismo
(libertades civiles, propiedad privada).
c) La Constitución Civil del Clero ordenó el sometimiento de la Iglesia al orden
civil, provocando la reacción ultramontana.
d) La Constitución de 1791 sustituyó la monarquía absoluta y por una
constitucional.

La huida del rey y la asamblea legislativa.

En junio de 1791, el Rey huyó de París, para unirse a los realistas emigrados en
Austria. Fue detenido en Varennes y devuelto a París. La huida provocó la recomposición
de los grupos políticos. Los brissotinos (derecha), nucleados en torno al club de los
feuillants (escisión de los jacobinos), encabezados por Brissot y La Fayette, eran
partidarios de una evolución sin sobresaltos. Fueron el embrión de los girondinos. Los
jacobinos (izquierda) y, sus aliados, los cordeliers, se posicionaron a favor de la república.
Entre sus líderes destacaban Robespierre, Marat y Danton. En septiembre, la ANC se
transformó en Asamblea Legislativa, que mantuvo la monarquía constitucional,
perdonando al Rey.

Guerra y presión popular.

La huida del rey, sin embargo, desacreditó su figura y polarizó la situación


política, marcada por la creciente oposición entre girondinos y jacobinos y por la guerra
contra Austria y sus aliadas. En abril, la Asamblea declaró la guerra a Austria, que había
ocupado Francia con el apoyo de Prusia, tras la declaración de Pillnitz. Tras la declaración
de guerra, Austria articuló la Primera Coalición. La guerra concluyó en 1797 y se saldó
con la victoria de Francia sobre Prusia en Valmy. Prusia y España abandonaron la
coalición en 1795 (Paz de Basilea). Francia creó la República Bátava (Holanda) y ocupó
Renania, el norte de España, Suiza, Saboya y el norte de Italia. Por el Tratado de Campo
Formio (1797), Austria cedió Bélgica a Francia, y aceptó el control francés sobre Renania
y el norte de Italia. El 10 de agosto de 1792, los sans-culottes asaltaron el Palacio de las
Tullerías y el Rey y su familia fueron detenidos.

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La convención girondina.

La caída de la monarquía precipitó la convocatoria de elecciones para la


Convención, asamblea que concentró el ejecutivo y el legislativo. La Convención estuvo
dominada por los girondinos, burgueses moderados partidarios de la descentralización.
Sus oponentes, los jacobinos (Montaña), eran partidarios de ejecutar al rey, y fueron
ganando terreno a costa del centro (Llanura o Pantano), gracias a la presión popular de
los sans-culottes. Las levas ocasionadas por la guerra provocaron levantamientos
campesinos (jacqueries), que desembocaron en Guerra en La Vendée y La Chouannerie,
capitalizadas por los realistas. En enero de 1793, Luis XVI fue ejecutado, iniciándose la
versión radical de la revolución o fase de anticipaciones.

La convención montañesa y el terror.

En mayo de 1793, los sans-culottes ocuparon la Comuna de París. Los jacobinos


se hicieron con el control de la Convención y arrestaron a los principales dirigentes
girondinos. La Convención Montañesa supuso un giro a la izquierda, que culminó en la
Constitución del Año I (junio de 1793). La carta estableció un régimen plenamente
republicano y laico. El ascenso jacobino degeneró en el Terror (septiembre 1793), en el
que la Convención tuvo que someterse a la supremacía del Comité de Salvación Pública,
liderado por Maximilien Robespierre, que definió el Terror como “la justicia rápida,
severa e inflexible” contra los enemigos de la Revolución. Fueron ejecutados varios ex
aliados de Robespierre (Danton, Hébert, Desmoulins) y otros 40.000 franceses, que
fueron guillotinados. Durante el Terror, los jacobinos abolieron la esclavitud, ordenaron
el reparto de los bienes comunales, regularon el precio de los granos e impusieron el
calendario republicano y el culto al Ser Supremo.

El 9 de termidor y la caída de Robespierre.

En julio de 1794, Robespierre únicamente contaba con el respaldo de su círculo


del CSP. El 8 de Termidor del Año II denunció en la Convención una conspiración contra
la Revolución, provocando la reacción de muchos jacobinos. Al día siguiente, el 9 de
Termidor (27-7-1794), Robespierre, su hermano y sus colaboradores Saint-Just, Couthon
y Le Bas fueron detenidos. Apoyados por el alcalde de París, intentaron organizar una
insurrección, frustrada por la intervención de la Convención. Robespierre, Saint-Just, el
alcalde de París y los partidarios de aquel fueron guillotinados el 28-7-1794.

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TEMA 3: EL AUGE DE LA BURGUESÍA Y EL
IMPERIO NAPOLEÓNICO

1. La reacción de la burguesía moderada (1794 -1804)

Convención termidoriana y terror blanco.

Convención termidoriana (julio de 1794-octubre de 1795): a la caída del Terror,


el Pantano y los moderados rectificaron el radicalismo jacobino y consolidaron los logros
sociales y económicos de la burguesía moderada. La Convención termidoriana era una
república conservadora y burguesa, que persiguió a los jacobinos y reprimió varios
levantamientos de la izquierda en 1795. La contrarrevolución adoptó la forma del Terror
blanco, un movimiento antijacobino que presionó a la Convención y alimentó la
movilización contra la revolución hasta 1815.

La Convención termidoriana y el terror blanco.

La caída del Terror dio paso a la Convención Termidoriana (julio 1794-octubre


1795), encabezada por el Pantano y los girondinos. La Convención se apoyó en la
burguesía conservadora, que consolidó sus logros económicos y sociales, rectificó la obra
jacobina y desplazó a los sans-culottes como fuerza social de la Revolución. La
contrarrevolución adoptó la forma del terror blanco, un movimiento antijacobino que
presionó a la Convención, persiguió a los jacobinos y alimentó la movilización contra la
revolución hasta 1815.

El directorio (1795-1799).

La Constitución del Año III estableció un régimen con predominio del poder
ejecutivo, el Directorio (octubre 1795-noviembre 1799). El Directorio contaba con un
ejecutivo dirigido de forma colegiada por 5 directores, entre los que se encontraban Sieyès
y Ducos, y un legislativo bicameral (Consejo de 500, elegido por sufragio censitario, y
Consejo de Ancianos, designados por los 500). El movimiento de los sans-culottes se
diluyó por el descrédito de los jacobinos. Algunos grupos radicales protagonizaron
movimientos como la Conjura de los Iguales de Babeuf (1796). El golpe de Estado de 18
de Fructidor del Año V propició el inicio de un giro autoritario.

La guerra: el ascenso de Bonaparte.

El giro conservador no disipó el recelo de las potencias, que, en 1798, formaron


la segunda coalición. En la guerra emergió Napoleón Bonaparte, un joven general corso,
encargado de las campañas de Italia, Egipto y Siria. La Segunda Coalición se sustentó en
el pánico austriaco y la rivalidad franco-británica, tras las campañas de Egipto y Siria.

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Las victorias napoleónicas y los Tratados de Luneville y Amiens confirmaron el control
de Napoleón sobre Holanda, Italia y Renania.

El consulado (1799-1804).

En noviembre de 1799 (18 Brumario Año VII), Napoleón Bonaparte dio un golpe
de Estado, apoyándose en el ejército, en su popularidad y en el respaldo del Directorio.
Napoleón instauró el Consulado, dirigido por un triunvirato (Sieyès, Ducos). En él, el
general corso acumuló un creciente poder personal. En 1802, Napoleón se proclamó
cónsul vitalicio y en 1804, emperador de los franceses, haciéndose coronar por el Papa.

2. El Imperio Napoleónico (1804-1815)

Napoleón y los ideales burgueses.

Napoleón Bonaparte nació en Ajaccio (Córcega), en 1769. Era de origen hidalgo


y protagonizó un meteórico ascenso en el ejército. En política, apoyó primero a los
jacobinos y luego el Directorio. Su biografía encarnaba las posibilidades de reproducción
social, política y económica que anhelaba la burguesía. En su época de militar fraguó
importantes lazos con la burguesía, su principal apoyo. En el poder, favoreció a sus
hermanos y generales (nepotismo). Se casó con Josefina Beauharnais y, tras divorciarse,
con María Luisa de Austria, lo que le permitió emparentar con la realeza.

Napoleón: cesarismo y populismo.

Napoleón definió un gobierno autoritario, que conjugó el autoritarismo y el


cesarismo con tintes populistas (Emperador de los Franceses). Mantuvo las instituciones
consulares (Senado, Cuerpo Legislativo), pero persiguió ferozmente a los disidentes. La
burguesía conservadora consolidó su poder y sus conquistas e impuso su hegemonía
cultural. Napoleón impuso el culto a su figura, sirviéndose de la propaganda y el arte.
Para ello contó con la colaboración de artistas como Jacques-Luis David, Jean-Auguste-
Dominique Ingres o Antoine-Jean Gros.

La construcción del nuevo estado.

El emperador amplió la base social de su poder atrayéndose a los católicos


(Concordato de 1801) y haciéndose coronar por el Papa. Desplegó una reforma legislativa
dirigida a legitimar su poder autoritario, cuyas piezas clave fueron los Códigos Civil
(1801), Penal (1810) y de Comercio. También creó el Banco de Francia. La
administración se complejizó. Bajo el imperio se crearon las consejerías de Estado (por
debajo de los ministros) y se rediseñó la descentralización mediante las prefecturas, que
representaban el poder ejecutivo y policial del emperador en cada departamento.

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Expansión y prestigio.

Napoleón continuó la expansión territorial iniciada durante la Revolución. Las


guerras en el exterior contribuyeron a afianzar su imagen de militar invicto y cohesionar
a los franceses. En su escalada expansionista, Napoleón se enfrentó a Inglaterra, que
recelaba de su poder en el continente y a Austria, que pretendía evitar la expansión de las
ideas revolucionarias y la hegemonía francesa. El conflicto se extendió a otros espacios,
como la India, donde Francia apoyó a los rebeldes del Reino de Mysore contra Inglaterra.
En las guerras de la revolución y el imperio se dilucidó la hegemonía mundial, pero
también diferentes concepciones del poder, una inspirada en la Revolución Francesa y
otra reaccionaria.

Conquistador de media Europa.

Durante su gobierno, Napoleón y su ejército conquistaron media Europa. Los


territorios ocupados se integraron en el Imperio, aunque muchos de ellos fueron
concebidos como estados satélite, liderados por miembros de la familia Bonaparte o por
los generales napoleónicos.

Las guerras contra Napoleón.

La Tercera Coalición (1803-6), encabezada por Austria, Rusia, Inglaterra, Suecia


y Nápoles, dilucidó el dominio francés sobre el continente (Austerlitz) y británico en el
mar (Trafalgar). Austria fue expulsada de Italia, y el Sacro Imperio disuelto. En su lugar,
se formó la Confederación del Rin, satelizada por Napoleón. La guerra contra la Cuarta
Coalición supuso la victoria napoleónica contra Prusia (Jena), que fue parcialmente
ocupada. Francia decretó el bloqueo continental contra Inglaterra y derrotó a Rusia
(Friedland), creando el Gran Ducado de Varsovia. La Quinta Coalición fue la última que
se saldó con la victoria napoleónica contra Austria (Wagram), coincidiendo con la Guerra
Peninsular en España y Portugal. La Sexta Coalición se formó tras el desastre de
Napoleón en Rusia, y supuso la primera derrota internacional del emperador, en Leipzig
(1813), y su expulsión al este del Rin y de España (Tratado de Fontainebleau). Napoleón
fue desterrado a Elba.

Waterloo.

Tras el regreso de Napoleón a París, las potencias formaron la Séptima Coalición,


que derrotó al emperador en Waterloo (18 de junio) y precipitó su partida a Santa Helena.
La guerra causó entre 1 y 2 millones de muertes, el fin de uno de los grandes poderes del
Antiguo Régimen, el Sacro Imperio, y una crisis económica (1816) y financiera, que dio
pie a la adopción de nuevos instrumentos monetarios, como el papel moneda. Pero, sobre
todo, supuso la difusión de las ideas en las que se apoyó la revolución y las que generó

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en su contra, el patriotismo, transformado en nacionalismo por los estados que emergieron
en los sesenta años siguientes.

Revolución y Resistencia.

Durante las guerras de la Revolución y el imperio Francia ocupó media Europa.


La ocupación provocó el surgimiento de diversas formas de resistencia, en las que a
menudo se mezclaban el ejemplo revolucionario de la propia Francia, un sentimiento
protonacional y la defensa de la economía moral de la multitud. Al comienzo de la
revolución, muchos intelectuales simpatizaron con los ideales revolucionarios de
igualdad, fraternidad y libertad, como Paine, Kant, Fichte, Schiller, Hegel, Beethoven o
Goya. Entre las clases populares las simpatías fueron menores, y amplias capas de la
población rechazaron la causa de la libertad liberal, aunque se comprometieron con
nuevas formas de acción colectiva, que cuestionan ampliamente la visión espasmódica
tradicionalmente acuñada por la historiografía sobre la protesta y la resistencia.

Reacción y Resistencia.

Los católicos irlandeses apoyaron a los ateos revolucionarios franceses, no por sus
ideas, sino porque eran la única potencia capaz de liberarles del yugo británico. Los
jacobinos ingleses de las Corresponding Societies simpatizaron con las ideas de los
revolucionarios radicales, pero apoyaron a su país en aras de una incipiente conciencia
nacional. En España, la guerra de guerrillas contó con líderes ligados al liberalismo y con
cabecillas vinculados a la reacción, aunque entre las clases populares dominaba la defensa
de la tradición. En la propia Francia, los realistas recibieron el apoyo de los campesinos,
como en los episodios de la Vendée y los chuanes (Bretaña) en 1792.

El fin de napoleón.

El imperio de Napoleón se derrumbó como consecuencia de las guerras que


mantuvo en el exterior, contra las coaliciones de las potencias europeas. Derrotado en
Rusia, en el Rin y en la Península Ibérica, fue depuesto y desterrado a la isla de Elba, en
abril de 1814. En febrero de 1815 escapó de Elba y restauró su imperio, durante 100 días.
En junio, la Séptima Coalición lo derrotó en Waterloo. Napoleón fue desterrado a la isla
de Santa Helena, donde murió en 1821.

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TEMA 4: LA EUROPA DE LA RESTAURACIÓN

1. La Europa de los congresos

El Congreso de Viena Tras la caída de Napoleón, en abril de 1814, cundió entre


las potencias europeas el temor a que el emperador regresara y se reeditaran la revolución
y el imperio. Para evitarlo, se convocó el Congreso de Viena a instancias del canciller
austriaco Klemens von Metternich y el británico vizconde de Castlereagh. En la capital
imperial se reunieron representantes de Austria, Inglaterra, Rusia, Prusia, Francia
(Talleyrand), España y otros rivales o aliados de Napoleón. El Congreso reorganizó el
mapa de Europa e instauró un sistema internacional dominado por una pentarquía,
articulado en torno a los principios de la defensa del legitimismo monárquico y el
equilibrio internacional.
El nuevo mapa europeo (I).

Francia perdió sus ganancias territoriales y vio restaurada la monarquía absoluta,


en la persona de Luis XVIII. Talleyrand se convirtió en el árbitro de la política francesa
desde entonces. Austria restituyó su influencia en Italia, al recuperar algunos territorios
en el norte, y su control sobre parte de los Balcanes (Croacia), que compartió con el
Imperio Otomano. Prusia quedó reforzada en el seno de la Confederación Germánica,
estableciendo un tándem junto a Austria. Rusia ganó Polonia, Besarabia y Finlandia.

El nuevo mapa europeo (II).

En Italia, Piamonte-Cerdeña, los Estados Pontificios y NápolesSicilia quedaron


reforzados. Dinamarca, aliada de Napoleón, perdió Noruega, que pasó a Suecia. Bélgica
se unió a Holanda, para formar el Reino de Holanda, un estado tapón muy inestable.
Portugal recuperó su control sobre Brasil. España no solo no obtuvo ganancias
territoriales, sino que vio consolidada la vuelta al absolutismo, su irrelevancia
internacional y la inhibición de las potencias europeas ante la pérdida de las colonias
americanas, que ya era un hecho.

La Europa de los congresos.

Tras el Congreso de Viena, las potencias absolutistas, Austria, Prusia y Rusia


formaron un directorio que rigió los destinos de Europa durante dos décadas. La Santa
Alianza (septiembre de 1815) consolidó el sistema internacional basado en el legitimismo
y el equilibrio. La Cuádruple Alianza (noviembre) trató de evitar el restablecimiento del
Imperio napoleónico. Se celebraron Congresos periódicamente en Aquisgrán (1818),
Troppau (1820), Laibach (1821) y Verona (1822), que acordó la intervención contra los
liberales en España.

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1. La invención de la tradición

La invención de la tradición.

El soporte ideológico de la Restauración fue el tradicionalismo, preconizado por


un grupo de teóricos que elaboraron un cuerpo doctrinal que defendió el legitimismo, la
monarquía absoluta y los valores de la aristocracia y condenó el liberalismo. Pero la
tradición no es algo eterno e inmanente, sino, como señaló Eric J. Hobsbawm, inventada
con fines legitimadores. Otra cosa diferente es la costumbre, o prácticas de base popular
enraizadas en una sociedad y generalmente no ritualizadas, mientras que las tradiciones
tienden a ser objeto de ritualización.

Las bases intelectuales de la tradición.

Louis de Bonald defendió la monarquía tradicional de derecho divino y el


matrimonio cristiano. Joseph de Maistre defendió el poder del Papado y la Inquisición.
Fréderic Le Play fue un defensor de la familia tradicional. Jaime Balmes se alineó con el
providencialismo tomista y cuestionó el escepticismo ilustrado.

Nuevas tradiciones.

La “tradición” adquirió un renovado protagonismo en la Europa del siglo XIX.


Todo el continente fue escenario de la invención o resignificación de numerosas
tradiciones, como los espectáculos de tauromaquia, en España, o la caza del zorro, en
Inglaterra. En este proceso de exaltación de las tradiciones, la religión desempeñó un
papel muy relevante. Las procesiones religiosas, como el Corpus Christi, se revalorizaron,
desplazando a otras fiestas y celebraciones expresivas de la religiosidad popular. A partir
de la segunda mitad del siglo XIX cundió la tendencia a convertir la religión en un rasgo
de la identidad nacional (Balmes).

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TEMA 5: COMUNIDADES IMAGINADAS Y SUJETOS
REBELDES: nacionalismo liberalismo y ciclos
revolucionarios

1. Revoluciones y acción colectiva en el primer tercio

El siglo de la revolución.

El siglo XIX ha sido caracterizado como el siglo de la revolución. Tilly contabilizó


hasta 147 “situaciones revolucionarias” entre 1792 y 1891. Tras la derrota de Napoleón,
en 1815, la tiranía se adscribió al neoabsolutismo, y las revueltas populares abrazaron en
muchos casos la causa del liberalismo y el nacionalismo. Aunque la acción colectiva fue
a menudo mucho más compleja que un mero enfrentamiento entre opresión y libertad.
Las motivaciones fueron diversas, desde las que respondían a la defensa de la economía
moral a las que lo hacían movidas por el nacionalismo y el deseo de presionar para lograr
una mayor participación política. Las formas de protesta (repertorios de acción colectiva)
también lo fueron, aunque en la mayor parte de los casos las acciones buscaban asegurar
su eficacia.

La defensa de la economía moral.

Fueron frecuentes las luchas en defensa de la economía moral de la multitud


(motines de subsistencias, turbas urbanas), y contra las transformaciones operadas por la
implantación del sistema capitalista o incluso el liberalismo político. La acción colectiva
desencadenada por el alza de los impuestos, la subida de los precios o la amenaza del
poder racional, defendían derechos antiguos basados en la costumbre, y se dirigían contra
los acaparadores, los estamentos privilegiados o los poderes locales. Thompson acuñó el
término economía moral de la multitud para explicar sus motivaciones, pues, aunque no
pretendían crear una nueva base de legitimidad, se ha exagerado su carácter espasmódico.

El nacionalismo.

El nacionalismo tuvo su base intelectual en el Romanticismo, un movimiento que


propugnaba el dominio del sentimiento y su vuelta a lo medieval. Hegel, Herder y Fichte
(Discursos a la nación alemana, Völkgeist) son sus principales representantes. La nación,
como comunidad política superior, adoptó una forma también institucionalizada, con
unos símbolos y sus propias tradiciones inventadas (Hobsbawm). Algunos autores
consideran la nación una comunidad imaginada (Benedict Anderson), sustitutiva de las
formas religiosas (Álvarez Junco). El nacionalismo moderno tuvo un fundamento cultural
(Herder, Fichte) y otro liberal, que tuvo su expresión en las revoluciones de Estados
Unidos y francesa (Sièyes).

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Radicalismo, liberalismo y democracia.

El liberalismo tuvo sus raíces en la Ilustración. 1) John Locke, en su Segundo


tratado sobre el gobierno civil (1662) definió al pueblo como titular de la soberanía y
defendió la subordinación de los poderes al legislativo. 2) En El espíritu de las leyes
(1748), Montesquieu defendió la separación e independencia de los tres poderes. 3)
Immanuel Kant defendió el Estado de derecho como fundamento de la libertad de los
individuos. Los doctrinarios (Constant, Guizot), cuya cima fue la Monarquía de Julio en
Francia (1830-48), apostaban por libertades restringidas (sufragio censitario, soberanía
compartida, meritocracia). Los radicales (Paine, Bentham, Mill) defendían el sufragio
universal, la estricta separación de poderes, la secularización del espacio público y la
igualdad. Muchos, defraudados por la tibieza de las reformas, abrazaron el socialismo.

Los ciclos revolucionarios del siglo xix.

El primer ciclo se dio hacia 1820. Sus escenarios fueron los estados alemanes
(nacionalista, 1817), Inglaterra (antifiscal, Peterloo, 1819), España (pronunciamiento de
Riego, liberal, 1820), Portugal, Rusia (revolución decembrista, 1825), Grecia
(nacionalista), Nápoles y Piamonte (liberales) y las colonias de América Latina
(anticoloniales). El ciclo de 1830 tuvo como escenarios Francia (antiabsolutista y liberal),
Bélgica (nacionalista), Polonia (contra el dominio ruso) y los estados alemanes e italianos,
en los que empezó a difundirse el nacionalismo. Entre 1848 y 1865 hubo revoluciones y
conflictos con menor coherencia entre sí en Francia, los estados alemanes e italianos,
China (Taiping), India (Cipayos), Estados Unidos (Guerra de Secesión, 1861). En 1871
estalló la Comuna de París, inspirada en la democracia radical y el socialismo.

Revoluciones dudosas y secuelas.

En algunos movimientos bélicos y de resistencia no parece clara su naturaleza


revolucionaria. Hubo revoluciones dudosas y guerras civiles en Tonkín (Vietnam),
España (guerras carlistas), Portugal, Líbano, México (revueltas campesinas).
Movimientos de resistencia anticoloniales en Líbano, Java, Kazajstán y Sudáfrica. La
última oleada corresponde ya a los inicios del siglo XX y sus escenarios fundamentales
fueron Rusia (1905, 1917), México (1910), China (1911) y los Balcanes.

2. El ciclo revolucionario de 1817-1821

Wartburg (1817): el nacionalismo alemán.

En la Confederación Germánica, las asociaciones estudiantiles liberales y


nacionalistas (Burschenschaften) protagonizaron una creciente movilización tras la

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liberación. En 1817, los estudiantes protestantes organizaron un Festival en el castillo de
Wartburg, donde Lutero tradujo la Biblia. En el festival se quemaron libros del poeta
prorruso August von Kotzebue, asesinado en 1819. La Dieta de la Confederación
promulgó los Decretos de Karlsbad (1819), que restablecieron la censura y prohibieron
las asociaciones estudiantiles.

Inglaterra: de Peterloo a Cato Street.

En Inglaterra, el descontento contra la restrictiva ley electoral y la escasez


provocada por la guerra estalló como consecuencia de la promulgación de las Corn Laws,
que impusieron aranceles a los cereales extranjeros. En Manchester, en agosto de 1819,
la Patriotic Union Society organizó una protesta, liderada por el radical Henry Hunt. El
ejército cargó contra los manifestantes en la plaza Saint Peter’s Field, matando a 15. Tras
la masacre, el Parlamento promulgó las represivas Six Acts, que criminalizaban el
radicalismo. La represión incrementó la tensión, que desembocó en la Conspiración de
Cato Street contra Lord Liverpool. El movimiento sentó las bases del movimiento cartista.

España, Italia y Portugal.

En España, el teniente coronel Riego llevó a cabo un pronunciamiento en Cabezas


de San Juan (Sevilla), que se extendió a otros lugares. Los militares sublevados querían
restituir la Constitución liberal de 1812, que el absolutista Fernando VII había suspendido
en 1814. El rey acató el régimen constitucional de vida efímera (Trienio Liberal). El
ejemplo cundió en Portugal. En Oporto, los liberales impulsaron un proceso
constituyente. El rey Juan VI regresó de Brasil, donde su hijo, el regente Pedro, proclamó
el imperio (1822). En Nápoles, la sociedad de los carbonarios protagonizó una revuelta
contra el autoritario Fernando I, que acató una Constitución inspirada en la gaditana. Los
austriacos restauraron el absolutismo. En Piamonte, los carbonarios se alzaron en 1821,
provocando la abdicación del rey e impulsaron un proceso constituyente. La revolución
fue sofocada por Austria.

La independencia de Grecia.

En 1821 Grecia inició su independencia del Imperio Otomano. En el movimiento


participaron la sociedad masónica Phyliki Hetairía, campesinos (polícaros), burgueses,
bandoleros peloponésicos (kleftes) e intelectuales europeos (Lord Byron). El detonante
fue la decisión del pachá de no enviar los impuestos al sultán, que respondió con un
ejército. En 1822, el líder de la Hetairía, Dimitris Ypsilantis, proclamó la independencia
en el Teatro de Epidauro. El apoyo del bajá de Egipto al sultán prolongó el conflicto hasta
que Francia, Gran Bretaña y Rusia intervinieron a favor de los rebeldes (Tratado de
Londres, 1827).

Secuelas y réplicas.

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En las colonias españolas de América Latina se consumó la independencia,
iniciada en torno a 1808. Los principales focos fueron México, la Gran Colombia,
Argentina, Chile y Brasil, donde actuaron los libertadores Bolívar, O’Higgins y San
Martín. En las revoluciones se conjugaron el liberalismo inspirado en la Constitución de
Cádiz y el nacionalismo criollo. En diciembre de 1825, en Rusia, un grupo de oficiales
liberales se levantó al conocerse que el sucesor del zar Alejandro I no sería su hermano
Constantino, liberal, sino su otro hermano, Nicolás, autócrata. La revuelta fue
severamente sofocada.

3. El ciclo revolucionario de 1830

Las jornadas de julio en Francia.

En Francia el absolutista Carlos X promulgó Cuatro Ordenanzas (1830) que


suspendían las escasas garantías de la Carta Otorgada (suspensión de la libertad de prensa,
disolución de las Cámaras, reducción del cuerpo electoral y gobierno por decreto).
Durante las Tres Gloriosas jornadas de Julio (días 28-30), los liberales formaron
barricadas, provocando la renuncia y exilio del monarca. Se estableció una monarquía
constitucional encabezada por Luis Felipe de Orleáns, hijo de Felipe Igualdad, que
encarnaba los ideales del liberalismo doctrinario. Aunque su gobierno defraudó las
expectativas, formó un frente internacional alternativo a la Santa Alianza con Inglaterra,
España y Portugal, la Cuádruple Alianza (1834), a raíz de los conflictos sucesorios en
estos dos países.

Bélgica y Polonia.

Bélgica formaba con Holanda un reino heterogéneo: Bélgica era católica y


Holanda calvinista (protestante). Un movimiento liberal y nacionalista apoyado por
Francia y Gran Bretala condujo a Bélgica a la independencia en 1831. El Estado resultante
fue un país inestable, por la rivalidad flamenco-valona. Polonia trató de emanciparse del
control ejercido por Rusia desde 1815, pero provocó el efecto contrario, pues Rusia
incorporó Polonia a su imperio e impuso su cultura.

Suiza y Alemania.

En los cantones suizos, el centralismo napoleónico se mantuvo durante la


Restauración. A partir de 1830, se inició un movimiento disgregador y radical-
democrático, encarnado por el Partido Radical y la Joven Suiza. Muchos cantones
aprobaron constituciones democráticas. Zurich fue escenario de disturbios durante toda
la década. En Alemania, el Festival de Hambach (1832) congregó a 20.000 personas. En
el acto, se exhibió la bandera tricolor. Se produjeron disturbios. Los organizadores fueron
detenidos.

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España, Portugal e Italia.

En España, Fernando VII tuvo que hacer frente a varios episodios de agitación
(levantamiento de Torrijos, 1831) y a la presión del incipiente movimiento carlista. La
debilidad del rey lo aproximó a los liberales, que impulsaron un régimen reformista,
desencadenándose la guerra carlista. En Portugal también se desarrolló un conflicto
sucesorio, que desató el enfrentamiento entre los liberales, partidarios de la reina María,
y los absolutistas, encabezados por su tío Miguel. En Italia fracasaron sendos
levantamientos revolucionarios en Módena y Parma, que pretendían separarse Austria.

Gran Bretaña: motines antifiscales y cartismo.

En Inglaterra, la agitación en favor de la ampliación del sufragio impulsó al


gobierno a adoptar una reforma electoral (Reform Act, 1832). Radicalismo mantuvo la
presión, dando forma al movimiento cartista, que, articulado a partir de la Carta del
Pueblo, demandó reformas laborales y electorales. En Gales se desencadenaron los
Motines de Rebeca (1839-1843), desatados por los impuestos abusivos. En ellos, los
rebeldes se disfrazaron de mujeres, definiendo una de las habituales prácticas de la acción
colectiva decimonónica, orientado a amortiguar la represión militar.

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TEMA 6: LA CONSTRUCCIÓN DE LOS ESTADOS
NACIONALES: la formación del cuerpo político y la
gubernamentalidad liberal

1. Los estados europeos del siglo xix: las fuentes de autoridad

Estados complejos y centralizados .

En el siglo XIX se instituyó un poder político estructurado e institucionalizado


(Herrschaftverband, según la terminología weberiana), basado en una autoridad racional-
legal. Esta fórmula tendió a imponerse a lo largo del siglo, desde Occidente hacia el resto
del mundo, utilizando como vehículo la dominación colonial. Con el Estado del siglo XIX
culminó la centralización del poder político iniciada en el siglo XV, frente a sus
limitaciones (Iglesia, nobleza, costumbre). El Estado incrementó su capacidad de
coacción, y adoptó una organización compleja y burocratizada. La burocratización
implicó un nuevo sistema tributario, el desarrollo de la policía y el Ejército, la creación
de una administración compleja y de la provisión de bienes públicos (Estado social,
precursor del Estado del bienestar). Max Weber definió el Estado como organización
política referenciada en un territorio que reclama para sí el monopolio de la violencia
legítima, a través de un sistema de policía y un sistema represivo destinados a la
vigilancia.

El cuerpo político.

Pero no bastaba con la violencia y la coacción; era necesario construir un cuerpo


político cohesionado y disciplinado. El Estado desplegó un modelo de gubernamentalidad
liberal, que, según Michel Foucault se apoyó en el desarrollo de una disciplina conductual
(a través de la educación, la imposición de la cultura hegemónica burguesa y las
instituciones correccionales, como la prisión y el manicomio) que permitiera al Estado
reducir la maquinaria del gobierno. El nacionalismo fue una de las formas de cohesión
empleadas por los estados, que se convirtieron en Estados nacionales, ya que la nación
fue la principal fuerza cohesiva de la comunidad política.

Liberalismo y neoabsolutismo.

El Estado adoptó diferentes formas: republicano-constitucional, monárquico-


constitucional, autocrático, neoabsolutista, aunque terminó imponiéndose el Estado
liberal constitucional. Su despliegue supuso el reemplazo de las monarquías absolutas y
autocráticas, que no fue automático, sino dislocado, aunque imparable, sobre todo desde
1830. Los estados liberales fundaron su legitimidad en dos pilares: el sufragio y el
Constitucionalismo. La Constitución escrita ordenaba las relaciones entre los poderes del
Estado y los derechos de los ciudadanos y preveía la representación a través de partidos

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políticos y elecciones. El Estado liberal no fue universal, ni condujo a la democracia. Pero
el liberalismo fue un fenómeno de amplia difusión, que llevó a los Estados, incluidos los
más autoritarios, a emprender reformas, para evitar la revolución.

El triunfo del parlamentarismo.

Los Estados liberales adoptaron el parlamentarismo, lo que, si bien contribuyó a


legitimar la participación política de la burguesía (sufragio censitario), sustrajo a los
sujetos (especialmente de las clases populares) su capacidad de participación. La difusión
de la prensa y la creciente organización partidista (comités, clubes, banquetes) supusieron
el ensanchamiento de la esfera pública. La prensa y los partidos canalizaron la
movilización popular. En el primer tercio del XIX, los partidos eran organizaciones de
notables. La política institucionalizada fue poco a poco abriéndose a la ciudadanía, pero
no funcionaron como partidos de masas hasta el desarrollo de los partidos socialistas.

Sistemas electorales.

La democracia fue más una aspiración retórica que una realidad tangible. Los
sistemas políticos liberales arbitraron mecanismos para evitar el desborde popular de la
masa. El sufragio censitario fue el mecanismo más restrictivo, pero la presión popular y
de las organizaciones democráticas forzó su sustitución por el sufragio universal
masculino. Otros mecanismos de limitación de la voluntad popular fueron los sistemas
electorales representativos (un distrito, un diputado), el contrapeso ejercido por las
cámaras altas (Senados, House of Lords) y las elecciones indirectas con compromisarios.
Los sistemas electorales distaron de ser representativos. Las organizaciones de masas
quedaron marginadas por el predominio del sistema de distrito único representativo y no
proporcional y por las restricciones del sufragio. El no reconocimiento del sufragio
femenino excluyó a la mitad de la población, las mujeres, que en algunos países se
movilizaron para conseguir el reconocimiento de ese derecho.

Participación política.

Ni siquiera con el reconocimiento del sufragio universal masculino al final de la


centuria se logró la total representatividad del sistema, pues fueron frecuentes los fraudes
electorales, el voto de los muertos, el encasillado y la compra de votos, entre otros
mecanismos de adulteración electoral. Estos comportamientos fueron habituales en los
países del sur de Europa, donde en el marco rural de campesinos subordinados a los
propietarios de la tierra se crearon redes clientelares que influyeron en las elecciones. La
participación política de las mujeres fue aún más restringida que entre los hombres, al
menos en el ámbito electoral, donde hasta 1893 no se reconoció por primera vez el
derecho de sufragio a las mujeres, en Nueva Zelanda. A finales del siglo se empezó a
gestar el movimiento sufragista, que se desarrolló en los primeros decenios del siglo XX.

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2. La redefinición del absolutismo

Austria: el periodo Vörmarz.

En 1803, el Reichsdeputationshauptschluss (Receso Imperial) reorganizó el


Imperio Austriaco. El decreto supuso el fin formal del Sacro Imperio Romano Germánico
y su estructura confederal, en favor de un Estado más centralizado. Entre 1815 y 1848
(periodo Vörmarz), el canciller de Francisco I y Fernando I, Klemens von Metternich
controló el poder, imponiendo un sistema autoritario, que frustró las aspiraciones
liberalizadoras y autonomistas de los territorios alemanes (decretos de Karlsbad, 1819).

Rusia: la autocracia zarista.

En Rusia, los zares gobernaron de forma autocrática, alejándose poco a poco del
despotismo ilustrado de la corte de Catalina la Grande. Alejandro I frustró las aspiraciones
reformistas de su consejero Speransky e impulsó la expansión rusa hacia el oeste
(Finlandia, 1809) y Asia Central. Durante su reinado, la oposición fue perseguida y los
disidentes (Pushkin), desterrados a Siberia y otros lugares. Su hermano y sucesor, Nicolás
I, tuvo que afrontar la revuelta decembrista (1825), tras la cual acentuó su autoritarismo.
Las reformas educativas establecieron un sistema que conjugaba el dogmatismo ortodoxo
y el nacionalismo ruso.

Prusia: las bases de Alemania.

Tras el Congreso de Viena, Prusia reforzó su posición dentro de la Confederación


Germánica, gracias a sus ganancias territoriales y a su alianza con Austria y Prusia. En
todo caso, Prusia y Austria desarrollaron una creciente rivalidad por la hegemonía
germánica. Durante el reinado de Federico Guillermo III, se emprendieron reformas
dirigidas a racionalizar la administración e impulsar la construcción nacional, evitando la
difusión del liberalismo. La aproximación entre los estados germánicos culminó en la
unión aduanera (Zollverein, 1834).

Francia: la restauración borbón ica.

Durante la Restauración, Francia volvió al absolutismo, de la mano de la dinastía


Borbón. Luis XVIII promulgó una Carta otorgada (1814), que recogía derechos formales
pero no reconocía la soberanía nacional. Se estableció un parlamento bicameral
(Diputados y Pares). Los primeros ministros (Talleyrand, Du Plessis, Villèle), recortaron
la libertad de prensa y favorecieron a la nobleza. A la muerte de Luis XVIII, su hermano
Carlos X inició un reinado reaccionario, que culminó en las ordenanzas de Julio, en las

31
que suprimió la libertad de expresión, suprimió el parlamento y convocó elecciones con
un nuevo sistema electoral. Fue depuesto por la revolución de 1830.

3. Los estados constitucionales parlamentarios

Gran Bretaña el parlamentarismo.

El principal modelo de Estado constitucional y parlamentario fue Gran Bretaña,


que, sin embargo, carecía de constitución escrita, pero había limitado el poder del rey
desde la revolución Gloriosa de 1688. El centro de la vida política era el Parlamento,
aunque el rey disfrutó de amplios poderes ejecutivos. En Gran Bretaña se configuró un
sistema bipartidista, caracterizado por la alternancia de tories (liberal-conservadores) y
whigs (liberales). Con William Pitt el Joven (1783-1800, 1801, 1804-1806), los whigs
adoptaron una política restrictiva durante la Revolución Francesa, pero promovieron
reformas e intentaron abolir la esclavitud. El conde de Liverpool (1812-1827), tory,
emprendió una política represiva.

Liderados por el vizconde de Melbourne y Lord Russell, los whigs controlaron el


gobierno en 1830- 41, emprendiendo reformas dirigidas a racionalizar la administración
y extender el sufragio. La Reform Act (1832) amplió el cuerpo electoral y creó nuevos
distritos, pero no colmó las aspiraciones del cartismo, que pedía más representatividad.
La Ley de Ayuntamientos (1835) uniformizó el gobierno municipal y estableció el
sufragio. La Ley de Pobres (1834) trataba de paliar la pobreza mediante un sistema
asistencial muy limitado.

España: el Trienio Liberal (1820-1823).

En España, el pronunciamiento de Riego dio paso al Trienio Liberal, verdadero


laboratorio del liberalismo, el parlamentarismo y el constitucionalismo. Durante el
Trienio, los liberales emprendieron audaces reformas, restituyeron la Constitución de
1812, realizaron reformas económicas e instauraron una nueva relación con la Iglesia. Se
formaron partidos, doceañistas y exaltados, que se escindieron con el surgimiento de los
comuneros (izquierda). Se avanzó en la socialización del liberalismo, a través de
sociedades y de la prensa.

Holanda, Piamonte.

En el reino de las Provincias Unidas de los Países Bajos, se formó una monarquía
constitucional dual, con parlamento bicameral elegido por sufragio censitario. Durante el
reinado de Guillermo I se realizaron reformas educativas y administrativas. En el reino
de Piamonte-Cerdeña, en Italia, tras la revolución en 1821, el sucesor de Víctor Manuel

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I, Carlos Félix I, emprendió reformas constitucionales y económicas, dirigidas a
industrializar el país y extender la participación política, mediante el sufragio censitario.

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TEMA 7: LA PAX BURGUESA Y LA EXPERIENCIA
DE L MODERNIDAD: LAS CIUDADES

1. Las limitaciones de la hegemonía burguesa

La sociedad del s XIX

Las teorías sociales clásicas han explicado el cambio operado en la sociedad


industrial como el paso de una sociedad estamental a una sociedad de clases. Pero los
estamentos (y los valores aristocráticos) no desaparecieron del todo y la clase no fue el
único criterio de división social. La clase constituye la clave de la teoría sociológica
marxista, que interpretó la sociedad del XIX como un estadio subsiguiente en la evolución
desde la sociedad primitiva, esclavista y feudal marcada por el antagonismo binario entre
burguesía y proletariado. Pero las divisiones sociales no adoptaron una estructura basada
únicamente en la clase. El género y la etnia son esenciales para comprender la dinámica
social del XIX.

Burguesía y aristocracia

La burguesía dio forma a un nuevo modelo de sociedad. El dominio burgués se


plasmó en la imposición de sus valores culturales y su conducta (urbanidad). La clase
dominante no era homogénea, pero sus miembros compartían su utilitarismo, su
individualismo y su espíritu meritocrático. La burguesía fue perdiendo su original espíritu
revolucionario y mesocrático y se convirtió en una clase conservadora, que emulaba los
valores de la vieja aristocracia, su elitismo y sus pautas de ocio y sociabilidad (teoría de
la clase ociosa, Veblen).

El discutible declive de la nobleza

El fin de los privilegios feudales no fue total ni universal, ni supuso la desaparición


de la aristocracia. En Rusia, la nobleza terrateniente consolidó su poder e incrementó sus
efectivos. Desde 1785 adquirió la plena propiedad de sus tierras y fue uno de los soportes
del zarismo. En Francia, se formó una amalgama de burgueses y aristócratas, los notables.
Muchos nobles se empobrecieron. En Inglaterra, la nobleza disfrutaba de menos
privilegios, pero era más rica y poderosa. Su poder estaba institucionalizado (House of
Lords) y la tierra fue un elemento de estatus, pero la aristocracia tendía a adoptar
conductas burguesas.

El siglo de la burguesía

La industrialización y el Estado liberal propiciaron el triunfo social, político y


económico de la burguesía, que impuso su dominio en toda Europa, modelando la

34
sociedad a su imagen y semejanza. Inicialmente, se emplearon términos como medianías
o notables para referirse a los burgueses, una clase media que terminó suplantando a la
nobleza. Pero la burguesía no fue un colectivo homogéneo, pues basaba su poder en
fuentes diversas, desde la industria y el comercio a la política y el Ejército, pasando por
la tierra y la propiedad inmobiliaria o las profesiones liberales.

La burguesía industrial y de los negocios

El burgués típico del ochocientos fue el dedicado a la industria y los negocios,


actividades que propiciaron el enriquecimiento de antiguos propietarios agrícolas y
artesanos prósperos. La burguesía de los negocios y la industria definió los valores
individualistas y utilitaristas característicos de la burguesía europea e impuso un modelo
de organización social y política basado en el poder del dinero. Pero en muchos casos, los
industriales se acomodaron y adoptaron conductas aristocráticas.

Tierra y propiedad

Un sector de la burguesía prefirió las seguridades que ofrecían la inversión


inmobiliaria y agrícola al riesgo de invertir en la industria y las finanzas. La tierra se
convirtió en un elemento de prestigio y estatus y la propiedad inmobiliaria en una vía
segura de enriquecimiento ocioso y rentista, que emulaba el comportamiento de la
nobleza. La política supuso la cuadratura del círculo, pues era una base segura de poder
y una forma de consolidar la riqueza y la defensa de los intereses particulares.

La pequeña burguesía

La expansión del sector servicios propició el ensanchamiento de las profesiones


liberales y las clases medias. La burocratización de las empresas y el Estado dio lugar a
trabajos de gestión, realizados por trabajadores de cuello blanco. En muchos casos, las
profesiones liberales adoptaron posturas revolucionarias o semirrevolucionarias. Pero
buena parte de las clases medias asalariadas terminaron convirtiéndose en una garantía
de estabilidad para la sociedad burguesa, cuyas conductas emulaban.

Los sectores subalternos

En la base de las sociedades europeas se situaba un heterogéneo conjunto de


población formado por trabajadores manuales de los oficios tradicionales, empleados de
baja categoría, dependientes del comercio, jornaleros y trabajadores y trabajadoras del
servicio doméstico. La identidad de las clases populares era difusa, pues, en muchos
casos, asimilaron las pautas de sociabilidad de la burguesía y las clases medias (asistencia
a los cafés y el teatro), mientras en otros casos, desarrollaron conductas sexuales,
amorosas, recreativas y políticas ajenas a la normatividad burguesa. Fue en el terreno de
las identidades de género donde más pesada se hizo la hegemonía cultural burguesa, pues

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las mujeres subordinaron su presencia en el espacio público a su rol de amas de casa, lo
que no significó su retraimiento del mercado de trabajo.

2. La ciudad burguesa y sus heterodoxias

¿Qué es una ciudad?

Habitualmente, las ciudades son definidas como agregados demográfico o núcleos


con funciones definidas. Urbanización cultural: las ciudades como espacios en los que se
difunden nuevos comportamientos sociales (De Vries, Ewen). Nuevos comportamientos
sociales: en las ciudades del XIX, la vida adquirió un nuevo ritmo, una mayor intensidad
(Simmel) ¿Consecuencia o vanguardia de los cambios sociales? Habitual asociación con
la industrialización.

La ciudad como agregado demográfico

Inmigración como base del crecimiento de las ciudades. Tránsito de las


migraciones temporales e individuales y el servicio de ciclo vital a las migraciones
definitivas (redes migratorias, expectativas). Disolución de la comunidad en las ciudades,
los individuos se “pierden” en la masa y se liberan de los yugos del pasado. La vida urbana
se caracteriza por el anonimato. La ciudad como mercado: mercado de trabajo
(proletarización, pauperización, jornalerización), mercado de servicios y capitales,
mercado matrimonial. Transición demográfica: reducción de la mortalidad, salud.

La ciudad y sus funciones

Ciudades industriales: modelos habitualmente considerados referentes. Rápido


crecimiento (Liverpool, Manchester), marcados por su función económica. Capitales: son
las que experimentaron mayor crecimiento, ligado a su función política y de servicios
(Londres, París). Ciudades intermedias: crecimiento de la red urbana, desarrollo
comunicacional; ciudades portuarias. Suburbios: surgimiento de las ciudades
residenciales, ligadas a la metropolitización.

La producción del espacio

En las ciudades del siglo XIX se desarrolló un nuevo urbanismo, conjugó el


racionalismo espacial y el control social (París de Haussmann). Producción del espacio
(Lefebvre) como resultado del diseño del espacio político, la especulación y la
segregación social. Los ensanches de Madrid y Barcelona son ejemplos de urbanismo
higienista y segregador. Viena es un ejemplo de ciudad moral, con un urbanismo dirigido
a exhibir el poder imperial.

36
TEMA 8: DEL CARTISMO A LAS REVOLUCIONES
DE 1848: HACIA LA NUEVA POLÍTICA

1. Las raíces de la revolución

La primavera de los pueblos

En 1848, era patente la hegemonía impuesta por la alta burguesía en toda Europa.
Las clases medias y populares seguían excluidas de la participación política por el
sufragio censitario. En esa coyuntura se desencadenó una oleada revolucionaria, cuya
principal fuerza aglutinante era el ansia de mayor participación política. Todas las
revoluciones del 48 estuvieron presididas por una “atmósfera romántico-utópica y una
retórica similar (…): las barbas, las chalinas y los sombreros de ala ancha de los
militantes, los tricolores, las ubicuas barricadas, el sentido inicial de liberación, de
inmensa esperanza y de confusión optimista” (Hobsbawm, 2012: 345). El ciclo
revolucionario de 1848 tuvo una extensión mundial, pues pronto tuvo réplicas más allá
de Europa (Brasil, Colombia, India).

La coyuntura económica

En Irlanda y Escocia, las Grandes Hambrunas (1845, 1846), provocadas por una
plaga que afectó a la producción de patatas, empujaron a muchas personas a emigrar a
lugares como Estados Unidos. La crisis económica de 1847, de origen agrícola y
financiero, hundió la industria, el pequeño comercio y la minería en muchos lugares de
Europa. Los salarios cayeron en torno a un 30 %, mientras el precio de los cereales
aumentó hasta un 150 %. En muchos lugares, la crisis fue la oportunidad que permitió
movilizar a la masa, aunque la vanguardia revolucionaria siguió siendo burguesa
(pequeño-burguesa, aunque también popular).

Nacionalismo, democracia, socialismo

Las revoluciones se apoyaron en bases ideológicas heterogéneas, aunque de


perfiles mejor definidos que en 1820 o 1830. El radicalismo democrático fue
especialmente patente en Francia, donde el historiador Jules Michelet fue un destacado
agitador. En Gran Bretaña, el Cartismo se erigió como un movimiento democratizador,
que encabezó dos oleadas rebeldes (1842, 1846). En febrero de 1848, Karl Marx y
Friedrich Engels publicaron el Manifiesto Comunista, a instancias de la Liga de los
Comunistas. El texto se convirtió en el referente del socialismo científico, que condensó
y desbordó la experiencia del socialismo utópico anterior. En Italia, Alemania y los
territorios del Imperio Austriaco, los procesos revolucionarios impulsaron los
movimientos nacionalistas.

37
Un nuevo lenguaje revolucionario

La barricada fue uno de los rasgos comunes a las revoluciones de 1848. Su uso
refleja la adopción de un nuevo repertorio de acción colectiva. La barricada revela el
papel que la calle y el control sobre el espacio adquirieron en la lucha política contenciosa.
También se difundieron nuevas formas de socialización política, a través de
organizaciones radicales o socialistas y, en el caso de la burguesía, banquetes, surgidos
para eludir las restricciones legales a las reuniones políticas. Las revoluciones de 1848 se
extendieron rápidamente. A ello contribuyeron notablemente los nuevos medios de
comunicación (ferrocarril, telégrafo eléctrico).

Precedentes: The People´s Charter

El movimiento cartista se referenció en la Carta del Pueblo, enviada por el


movimiento al Parlamento, en demanda de seis reivindicaciones: 1) sufragio universal;
2) abolición de la ciudadanía basada en la propiedad; 3) parlamentos anuales; 4)
representación igualitaria de las circunscripciones; 5) pago de un salario a los
parlamentarios; y 6) voto secreto. Uno de los animadores fue William Lovett, un
carpintero que fundó y lideró la Asociación de Trabajadores de Londres, que evidenciaba
el carácter popular del movimiento.

Precedentes: la Guerra Civil suiza

En 1845, los cantones católicos de Suiza, encabezados por Friburgo y Lucerna,


formaron el Sonderbund, una alianza dirigida a defender su autonomía frente a los
cantones protestantes. En 1847 estalló una guerra civil, reprimida por las tropas de la
Dieta Federal. La Constitución de 1848 convirtió Suiza en un Estado federal.

2. La primavera de los pueblos

Francia la avanzada de la revolución

En Francia, la revolución se precipitó por la deriva autoritaria de Luis Felipe de


Orleáns y el Gobierno de Guizot, que restringió las reuniones de la oposición. Los
opositores utilizaron los banquetes como forma de reunión. El 19 de febrero, el gobierno
prohibió un banquete de la Guardia Nacional, y el 22 estalló una manifestación, que
desembocó en un movimiento revolucionario. Se formaron barricadas y el rey abdicó. El
25 se proclamó la II República. El gobierno provisional (Lamartine, Blanc) convocó
elecciones por sufragio universal masculino, abolió la esclavitud, redujo la jornada
laboral a 10 horas y reconoció el derecho de huelga. En las elecciones de junio triunfaron
los republicanos conservadores. Un movimiento rebelde popular contrario fue duramente
reprimido. En diciembre, Luis Napoleón Bonaparte fue elegido presidente.

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Alemania: las raíces de la unificación

En Alemania, radicales y liberales se manifestaron en marzo para pedir la


convocatoria de un Parlamento. En Estados como Baviera, la agitación provocó la
abdicación del rey, y en muchos de ellos (incluida Prusia) se formaron gobiernos liberales.
En Frankfurt se reunió un Parlamento por sufragio universal masculino, que votó a favor
de una Pequeña Alemania unificada, nucleada en torno a Prusia pero sin Austria, y ofreció
la corona al rey prusiano Federico Guillermo IV. El monarca la rechazó, receloso de
fundar su legitimidad en una revolución, y en abril de 1849 se produjo una segunda
insurrección. La retirada de los diputados austriacos y prusianos debilitó a la asamblea y
provocó su traslado a Stuttgart, donde el gobierno de Wurtenberg prohibió la asamblea.
Ello dio pie a una revuelta radicalizada, y una escisión entre la burguesía y los sectores
populares, duramente reprimidos.

Austria o el fracaso plurinacional

En los territorios subsidiarios del Imperio Austriaco, la identidad nacionalista


secesionista de algunos territorios y la crisis política en Viena evidenciaron el fracaso del
modelo plurinacional y neoabsolutista. En Viena, un movimiento rebelde exigió el cese
de Metternich, que fue destituido por el emperador. Sus sucesores, asediados por los
movimientos nacionalistas, abandonaron Viena, en medio de una intensa agitación. El
emperador austriaco terminó abdicando. En Hungría y Bohemia estallaron sendos
movimientos nacionalistas. También se escindió efímeramente Voivodina, en Serbia. En
los territorios italianos bajo soberanía austriaca se desencadenaron revueltas y una guerra
contra Piamonte-Cerdeña.

Italia: el nacimiento de una nación

En los Estados italianos, los nacionalistas se movilizaron contra la soberanía


austriaca o pontificia. En el Reino de las Dos Sicilias, estalló un movimiento en 1847,
que obligó al rey Fernando II a proclamar una Constitución. En los territorios controlados
por Austria hubo revueltas en Parma, Módena, Toscana y el Reino Lombardo-Véneto,
que provocaron la intervención imperial. En las Cinco Jornadas de Milán murieron 350
personas, una quinta parte mujeres y niños, y el resto, artesanos. En Venecia fue
proclamada la República de San Marco. Cerdeña declaró la guerra a Austria, apoyada por
los Estados Pontificios y Dos Sicilias. En los Estados Pontificios, el papa Pío IX huyó
tras la revolución, proclamándose una república en 1849, derrocada por Francia. Por su
intervención en Italia, Johann Strauss compuso la marcha en honor al mariscal Radetzky.

España: las tormentas del 48

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En España, la oposición progresista se levantó contra el Gobierno del moderado
Narváez. El 26 de marzo, civiles y militares levantaron barricadas, aplastadas al día
siguiente por el Gobierno. En mayo, el comandante Buceta se rebeló con su regimiento
en Madrid, donde hubo enfrentamientos en varios puntos de la ciudad. También hubo
agitación en Barcelona y otras ciudades. Narváez reprimió el levantamiento, disolvió las
Cortes y acentuó su autoritarismo. Murieron 14 personas y otras 1.000 fueron deportadas.
La reacción no pudo evitar la crisis del régimen isabelino, que se prolongó hasta 1868.
La revolución fue la base del movimiento democrático. Del partido progresista se escindió
el Demócrata (1849), matriz del republicanismo.

Dinamarca, Suecia, Polonia

En Dinamarca, la invasión de Schleswig por el Parlamento de Francfort despertó


un creciente nacionalismo. En Suecia, la capital, Estocolmo, fue escenario de un
movimiento de agitación reformista en marzo. En Polonia, estallaron movimientos
secesionistas en Galitzia (contra Austria) y Posen (contra Rusia).

3. Un largo otoño: la reacción conservadora

El final de la primavera

Las revoluciones de 1848 han sido interpretadas como un fracaso. Los gobiernos
y regímenes surgidos de ellas, como el francés, el alemán o las repúblicas italianas fueron
pronto derrocadas por una reacción conservadora, fruto de la división de la izquierda y de
la participación campesina en la vida política. El paradigma de la reacción fue Francia,
donde el triunfo electoral de los republicanos conservadores allanó la irrupción de Luis
Napoleón Bonaparte en la vida política. En diciembre fue elegido presidente, y en 1852
se proclamó emperador. Entre sus medidas, destacan las reformas urbanísticas de
Haussmann, orientadas a controlar el espacio urbano parisino en previsión de nuevos
movimientos revolucionarios.

Un movimiento imparable

Sin embargo, a medio y largo plazo, la aportación de las revoluciones al


despliegue de nuevas formas de participación política y la socialización de identidades
nacionales y democráticas fue innegable. Las revoluciones provocaron la caducidad del
absolutismo, salvo en Rusia, que también emprendió algunas reformas después de 1860.
Nacionalismo, democracia y socialismo se extendieron por toda Europa. En Italia y
Alemania, las experiencias de 1848 fueron la antesala de sus procesos de unificación. El
socialismo científico de Marx y Engels se extendió notablemente a partir de esa fecha. La
democracia desbordó al viejo liberalismo, transformado en una ideología conservadora al
servicio de la burguesía propietaria.

40
Los recuerdos de Tocqueville

Aunque las clases trabajadoras hubieran desempeñado, a menudo, el papel


principal en los acontecimientos de la primera República, jamás habían sido las
conductoras y las únicas dueñas del Estado, ni de hecho ni de derecho. En la Convención
tal vez no había ni un solo hombre del pueblo: estaba llena de burgueses y de intelectuales.
La guerra entre la Montaña y la Gironda fue sostenida, de una y otra parte, por miembros
de la burguesía, y el triunfo de la primera jamás hizo bajar el poder a las manos del pueblo
solamente. La revolución de julio había sido hecha por el pueblo, pero la clase media, que
la había suscitado y dirigido, había recogido los frutos principales. La revolución de
febrero, por el contrario, parecía hecha totalmente al margen de la burguesía y contra ella
(…).

Revoluciones análogas habían tenido lugar, ciertamente, en otros países y en otros


tiempos, porque la historia particular de una época, incluso la de nuestros días, por nueva
e imprevista que parezca a los contemporáneos, pertenece siempre, en el fondo, a la vieja
historia de la humanidad (…). Esta vez no se trataba sólo del triunfo de un partido: se
aspiraba a fundar una ciencia social, una filosofía, yo casi me atrevería a decir una religión
común, que podría enseñarse y hacer que la siguieran todos los hombres. Esa era la parte
realmente nueva del antiguo cuadro.

Durante aquella jornada yo no vi en París ni a uno solo de los antiguos agentes de


la fuerza pública, ni a un soldado, ni a un gendarme, ni a un agente de la policía; incluso
la guardia nacional había desaparecido. Sólo el pueblo llevaba armas, guardaba los
lugares públicos, vigilaba, mandaba, castigaba. Era una cosa extraordinaria y terrible el
ver, sólo en manos de los que nada poseían, toda aquella inmensa ciudad, llena de tantas
riquezas.

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TEMA 9: LA SOCIEDAD DE CLASES Y SUS
CRÍTICOS: socialismo y movimientos sociales

1. El mundo del trabajo

Homo Faber

Antes de la revolución industrial, el trabajo era una actividad generalizada entre


hombres, mujeres y niños. Esta situación no cambió con la revolución industrial, sino que
se consolidó. Al principio, en las fábricas trabajaban sobre todo mujeres y niños, porque
percibían salarios más bajos. El trabajo siguió siendo el criterio fundamental de división
social. Pero frente al valor del oficio y la cualificación se impuso una cultura laboral
basada en el empleo, el lugar de trabajo o el salario. La corrosión de los viejos oficios fue
el resultado de la progresiva sustitución del taller por la fábrica, el despliegue capitalista
y el ensanchamiento de los servicios.

Mercados de trabajo

La principal transformación experimentada por el trabajo en el siglo XIX fue la


expansión del trabajo asalariado. Ello afectó a formas de organización del trabajo
antiguas, como las que se daban en los talleres (maestros, oficiales, aprendices), la
servidumbre rural y la esclavitud. El fin de la esclavitud alteró profundamente las
relaciones sociales en algunos lugares, como Estados Unidos y las colonias. En 1808,
Gran Bretaña y Estados Unidos prohibieron el comercio de esclavos, pero hasta 1886-8
no se abolió en las colonias españolas y portuguesas en América.

Disciplina de trabajo y sus críticas

El capitalismo contribuyó a estandarizar la disciplina de trabajo y la cultura


laboral. Las condiciones de trabajo se endurecieron (jornadas de 14 horas, salarios bajos,
precariedad). La teoría del valor-trabajo, compartida por los clásicos y los marxistas,
asignó al esfuerzo un valor social y económico, que explica las críticas para lograr
condiciones mejores. El trabajo se empezó a regular desde 1830, en parte como respuesta
a las críticas formuladas por algunos teóricos y políticos, que abogaron por unas
condiciones más humanas. Diversas leyes se ocuparon del trabajo femenino e infantil,
introdujeron los descansos semanales, las jornadas reducidas y los seguros por retiro o
enfermedad.

Clases sociales y otras categorías

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Una de las críticas más influyentes fue formulada por Marx y Engels en el
Manifiesto del Partido Comunista (1848). En él caracterizaron el concepto de clase social
y atribuyeron a la lucha entre clases el motor de la historia. Su aportación fue muy
influyente en la teoría socialista y las ciencias sociales, pues la clase social ha sido
reconocida como categoría básica de división social. Esta idea ha sido matizada por su
excesiva rigidez, que oculta otros criterios, como el género o la raza.

2. Trabajo, conciencia y clase

Campesinos

El trabajo agrario siguió dominando en Europa y fuera de ella hasta la Segunda


Guerra Mundial. Amplias zonas, como el sur de Europa, Rusia, Asia, la mayor parte de
América y África conservaban su estructura económica agraria. En algunas zonas,incluso,
aumentaron la superficie y la mano de obra del sector primario como consecuencia de la
división internacional del trabajo (peasantization). Las clásicas teorías desde Chayanov
asignaron a los campesinos una actitud comunitaria, consuetudinaria, reaccionaria,
anticapitalista y antimoderna, en defensa de su economía moral.

Cambios en la tierra

Hubo situaciones jurídicas de todo tipo, que favorecieron la inclinación de los


campesinos hacia el mercado (enclosures, desamortizaciones, abolición de la
servidumbre) o la tenencia cuasi colectiva (mir en Rusia), pero en general, se extendió la
propiedad privada (y también el arrendamiento), la concentración de la propiedad y la
mecanización, en pos de la agricultura para el mercado y menos para la subsistencia. Este
hecho impulsó el éxodo a las ciudades en la segunda mitad del siglo y aceleró la
urbanización. La emigración, sin embargo, respondió a un modelo pull-and-push.

Del taller a la fábrica

La irrupción de la industria supuso una progresiva invasión del mercado y, a la


larga, provocó una crisis en los oficios manuales, organizados en torno al taller familiar.
La corrosión de los oficios manuales desplazó a los viejos artesanos hacia los márgenes,
y los obligó a emplearse en la industria o la construcción, válvula de escape en algunos
lugares a la falta de trabajo. El ocaso del taller y de los gremios, fruto de la desregulación
y la industrialización, reflejaba una nueva concepción de las relaciones laborales y
sociales, más individualistas y menos mediatizadas por la familia.

43
Obreros fabriles

El trabajo asalariado en las fábricas cortó el vínculo entre el hogar y el centro de


trabajo. En las fábricas surgieron formas de colaboración, relación y jerarquías que
impregnaron la organización social. La nueva disciplina industrial culminó en el
taylorismo, doctrina que defendía una organización racional y científica del trabajo. La
instalación de fábricas dio lugar a grandes ciudades (Manchester, Liverpool) que
reclutaban a sus trabajadores en zonas a veces distantes y en sus entornos se generaron
barrios obreros que representan una forma de segregación.

Minas y obras públicas

El desarrollo de la industria trajo como consecuencia la aparición de nuevos


trabajos, particularmente en dos ámbitos: las comunicaciones y la minería. En ambos
casos, la disciplina de trabajo industrial terminó imponiéndose. La construcción de
canales, ferrocarriles y carreteras se convirtió en un reclamo para la población campesina,
aunque produjo una migración intermitente. En las minas las condiciones fueron de una
gran dureza, en especial para los niños.

El trabajo de las mujeres

Las mujeres se vieron obligadas al trabajo en los márgenes, fruto de los valores
patriarcales reforzados por la burguesía. Al comienzo de la industrialización, las mujeres
trabajaban en las fábricas, pero pronto coparon el servicio doméstico, la enseñanza y la
sanidad, que reflejan y la subordinación del trabajo femenino a la labor reproductiva
asignada por la sociedad patriarcal a las mujeres (male-breadwinners-families). Las
mujeres, además, se especializaron en los trabajos de cuidados, desarrollados en el seno
de la familia y no remunerados. Hasta la Primera Guerra Mundial el trabajo femenino no
se expandió a otros sectores. La visibilización y formalización del trabajo de las mujeres
fue patente en sectores como la telefonía

3. El socialismo

Clase e identidad

Los teóricos del marxismo dieron forma a una concepción materialista de la clase,
que contrastaba con criterios identitarios basados en el oficio. Pero la clase no es
únicamente una categoría objetiva, sino también basada en la percepción y las prácticas.
Las clases populares desarrollaron una cultura propia, moldeada a través de su
sociabilidad en tabernas y espectáculos deportivos (fútbol), su atuendo, su vida en barrios
segregados y su militancia en las organizaciones socialistas.

Socialistas utópicos

44
Contra la industrialización y sus efectos sociales se levantaron obreros (y
burgueses) que anhelaban una sociedad más justa. Los primeros fueron los socialistas
utópicos. Propusieron una mejora de la situación de los obreros en la sociedad burguesa.
Babeuf fue uno de los precursores del comunismo en plena Revolución Francesa. Saint-
Simon defendió una sociedad más equitativa desde un socialismo cristiano y tecnocrático.
Fourier y Owen idearon comunidades cooperativas. Cabet defendió la propiedad
colectiva en Viaje a Icaria (1842).

El socialismo marxista

La formación de la Liga de los Comunistas (1847) y la publicación del Manifiesto


comunista (1848) dieron pie a la hegemonía marxista (socialismo científico) en el campo
socialista. Marx y Engels defendieron una sociedad socialista, a la que habría de llegarse
mediante la toma de conciencia obrera, la revolución y la dictadura del proletariado, que
controlaría los medios de producción y suprimiría la propiedad privada. La teoría social
marxista fue desarrollada en El capital (1967). En la construcción de su teoría, Marx se
apoyó en Hegel (método dialéctico) y Feuerbach (alienación provocada por la religión).

Las claves de la teoría marxista

Materialismo. La economía representa la infraestructura material de la que


depende la superestructura (ideología, religión). Trabajo. Los modos de producción
determinan los estadios del desarrollo humano (esclavista, feudal y capitalista). Lucha de
clases. La lucha entre clases es el motor de la historia. En la sociedad capitalista el
antagonismo entre burgueses y proletarios es mayor. Alienación. La clase proletaria está
alienada por condiciones de explotación socioeconómicas (la concentración de la
propiedad privada y los medios de producción por la burguesía, la sustracción por el
burgués del plusvalor generado por el trabajador), y político (el Estado burgués, la
religión). Los trabajadores son una mercancía, se han cosificado. Revolución. La
revolución liberará a los proletarios, tras una toma de conciencia solo al alcance de los
obreros industriales, la única fuerza revolucionaria, frente al lumpenproletariado y los
campesinos.

El anarquismo

El anarquismo fue más radical, al proponer no solo la abolición de la propiedad


privada, sino del Estado. William Godwin fue uno de los precursores, desde una postura
antiestatalista, que defendía la abolición del Estado a medio plazo. Pierre-Joseph
Proudhon desarrolló el mutualismo, al proponer un sistema basado en la cooperación y el
intercambio. Mijail Bakunin definió el anarcocolectivismo, partidario de la propiedad
colectiva de los medios de producción. Piotr Kropotkin dio forma a la corriente
anarcocomunista, partidaria de la propiedad redistributiva.

45
4. Las organizaciones obreras

Los orígenes de la acción obrera

Las primeras acciones colectivas específicamente obreras surgieron en un


contexto de prohibición del asociacionismo, como la Ley Le Chapelier (1791) en Francia
y las Combination Acts británicas (1799). A partir de 1810 se desarrollaron movimientos
antimaquinistas. En Inglaterra actuaron dos grupos, los luditas y los seguidores del
capitán Swing, contra los efectos de la mecanización. Desde 1840, las sociedades de
socorro mutuo heredaron el espíritu corporativo de los gremios. El cartismo reclamó
mejoras laborales, participación política y supresión de las Poor Laws en Inglaterra desde
1838.

Los sindicatos

La influencia socialista pronto cristalizó en la formación de organizaciones con


una articulación más compleja. Los sindicatos agrupaban a trabajadores de un mismo
oficio, que se agruparon para articular un movimiento que agrupara a trabajadores de
todos los oficios. La legalización de estas asociaciones (Gran Bretaña, 1871; Francia,
1884; España, 1887) propició su crecimiento (Asociación General de Trabajadores
alemanes, 1863; Trade Unions británicas, 1868; CGT francesa, 1895; UGT española,
1888). El objetivo de los sindicatos era promover cambios en la legislación laboral.

Los partidos socialistas

Desde el entorno de los sindicatos surgieron los primeros partidos socialistas a


partir de 1875 (SPD, 1875; PSOE, 1879; FTSF, 1879; Laboristas británicos, 1901).Su
objetivo era promover una apertura de los sistemas políticos a la clase obrera y forzar a
los gobiernos a adoptar reformas laborales y sociales. En Alemania el crecimiento del
SPD fue especialmente intenso, llegando a copar antes de 1914 un tercio del Reichstag.

Internacionalismo: la AIT

En 1864 fue creada en Londres la AIT, por socialistas de varios países. La AIT contribuyó
a difundir el socialismo y a impulsar su organización en los distintos países. En el V
Congreso, celebrado en La Haya (1872), se consumó la ruptura entre los marxistas,
partidarios de una organización jerárquica del movimiento, y los bakuninistas, que
tildaron a los primeros de autoritarios. En 1876, la AIT se disolvió (Congreso de
Filadelfia).En 1889 se reunió la II Internacional, impulsada por los partidos socialistas de
varios países. Ese año se instituyó el 1º de mayo, que recordaba a los obreros abatidos en
la revuelta de Haymarket.

46
TEMA 10: LIBERALISMO Y
GUBERNAMENTALIDAD EN LA EUROPA
OCCIDENTAL

1. El sistema político: la libertad simulada

El Estado a mediados del s XIX

El triunfo social de la burguesía y el temor a la revolución alteró la cultura del


poder hegemónica a mediados del siglo XIX. La presión popular fue interpretada como
un síntoma de un “exceso” revolucionario, que la burguesía corrigió mediante una serie
de mecanismos de disciplinamiento. En la mayor parte de Europa, los parlamentos
distaban de ser representativos, ni en los regímenes con sufragio censitario, ni en los que
adoptaron un sufragio universal. En los sistemas con sufragio universal se adoptaron
fórmulas electorales mayoritarias uninominales (first-past-the-post), alternancia
bipartidista, relaciones caciquiles o políticas sociales de contención.

El triunfo de la gubernamentalidad

Las revoluciones de 1848 evidenciaron las dificultades del control social mediante
la utilización de mecanismos de orden público, por lo que la mayoría de regímenes
europeos impulsaron el desarrollo de mecanismos de gubernamentalidad que combinaban
un sutil control sobre las clases populares (vigilancia, registros, padrones, servicio de
correos, urbanismo) y la educación moral del cuerpo político (propaganda, exhibiciones
de poder, sistema carcelario). En muchos casos, sin embargo, el panóptico fue una utopía,
porque el Estado carecía de medios.

2. Gran Bretaña en la era victoriana

Reformismo versus revolución

Durante el reinado de Victoria I (1837-1901), Gran Bretaña profundizó en su


régimen parlamentario sin sobresaltos. La estabilidad del sistema dio pie al término
victoriano. El modelo político británico se convirtió en un paradigma del liberalismo
burgués. Sus pilares fueron las reformas, que pretendían frenar la revolución, y un sistema
bipartidista que garantizaba la alternancia entre conservadores (tories) y liberales (whigs).
Los whigs dieron cobijo a radicales y socialistas (vinculados a las Trade Unions), que no
formaron un partido propio hasta 1901.

La reforma de los whigs

47
Liderados por el vizconde de Melbourne y Lord Russell, los whigs controlaron el
gobierno en 1830-41 y 1846-52, emprendiendo reformas dirigidas a racionalizar la
administración y extender el sufragio. La Reform Act (1832) amplió el cuerpo electoral
y creó nuevos distritos, pero no colmó las aspiraciones del cartismo, que demandaba
mayor representatividad y participación. La Ley de Ayuntamientos (1835) uniformizó el
gobierno municipal y estableció el sufragio para su composición. La Ley de Pobres (1834)
trataba de paliar la pobreza mediante un sistema asistencial muy limitado. Durante la
crisis de la patata (1847), adoptaron medidas librecambistas y emprendieron obras
públicas para paliar el paro obrero.

El racionalismo de los tories

Robert Peel encabezó varios gobiernos conservadores entre 1834 y 1846,


definiendo una cultura gubernamental basada en el reforzamiento del orden público y la
racionalización fiscal. Como ministro, Peel creó la Policía Metropolitana (bobbies o
peelers) en 1829, que reforzó en los cuarenta. En 1844 promulgó una ley de sociedades
anónimas, que obligaba a las empresas a publicar sus balances, creó una moneda uniforme
emitida desde el Banco de Inglaterra y creó el impuesto sobre la renta. La retirada de Peel
sumió a los tories en una crisis.

La hegemonía liberal (1855-1874)

Entre 1855 y 1865, el whig vizconde Palmerston controló el gobierno. Palmerston


puso fin a la Guerra de Crimea, aprobó el divorcio y reforzó el poder de Gran Bretaña en
la India, tras la revuelta de los cipayos. Palmerston utilizó la política exterior como
herramienta de exacerbación nacionalista. El partido whig empezó a denominarse liberal.
El ministro de Hacienda de Palmerston, Gladstone, redujo el impuesto de la renta,
aumentó los impuestos sobre la propiedad y favoreció la expansión de la prensa
(reducción de tasas sobre imprentas y papel). Como PM, Gladstone (1868-1874) redujo
la hegemonía anglicana, reformó el sistema educativo, legalizó los sindicatos (1871) e
introdujo el voto secreto (1872).

El nuevo partido conservador: Disraeli

En la Cámara de los Comunes, Disraeli, portavoz tory, emergió como brillante orador,
curtido en los debates con Gladstone. Disraeli impulsó la reforma electoral de 1867,
aprobada por el gobierno del donde de Derby. La reforma amplió el sufragio a las clases
medias (el cuerpo electoral pasó de 1 a 2 millones de electores). Disraeli (Dizzy),
novelista de origen judío, encabezó el gobierno en 1868, volviendo en 1874. Bajo su
mando, el partido conservador se despojó de su carácter aristocrático y empezó a
transformarse en un partido moderno.

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3. Francia: la monarquía doctrinaria, la II República, el II Imperio y la
Comuna de París

La monarquía de Luis Felipe (1830-1848)

Tras la revolución de 1830, Luis Felipe I tomó el título de rey de los franceses,
adoptó la bandera tricolor y se apoyó en los liberales doctrinarios (Guizot, Thiers). La
monarquía reformó la Carta Otorgada de Luis XVIII, suprimiendo las referencias a la
soberanía real. Se relajó la censura, se amplió el sufragio y se redujo la hegemonía
católica. Pero el crecimiento de la oposición republicana llevó al gobierno a recrudecer la
represión y la vigilancia, provocando la revolución de 1848, que puso fin al reinado de
Luis Felipe.

La segunda República (1848-1852)

Tras la revolución de febrero de 1848, Alphonse Lamartine proclamó la República y se


convirtió en su presidente. El gobierno de republicanos y socialistas (Blanc, el obrero
Albert) convocó elecciones por sufragio universal y creó los Talleres Nacionales, para
paliar el paro obrero. Las elecciones dieron el triunfo a los conservadores y los Talleres
Nacionales fueron suprimidos. Las clases populares se movilizaron y el ministro de
Defensa, general Cavaignac, impuso la ley marcial. En las elecciones de noviembre de
1848, Luis Napoleón Bonaparte fue elegido presidente por sufragio universal. Tras
fracasar en su intento de reformar la constitución, en 1851 dio un golpe de estado. Sendos
plebiscitos en 1852 crearon una república autoritaria y un imperio.

El segundo Imperio (1852-1870)

Napoleón III combinó represión con propaganda y ambiciosas obras públicas y


reformas urbanísticas, que aspiraban a controlar el espacio público para frenar los
movimientos revolucionarios, diseñadas por el barón Haussmann. El emperador
neutralizó a los disidentes y gozó de amplios poderes, pero una creciente oposición le
obligó a reconocer algunos derechos a partir de 1863 (huelga, asociación). La batalla de
Sedán, en la guerra franco-prusiana, desacreditó al emperador y precipitó su caída.

La Comuna de París y la III República

En septiembre de 1870, León Gambetta proclamó la III República. En marzo de 1871, la


Guardia Nacional se hizo con el poder en París, y lo entregó a un gobierno insurreccional,
la Comuna. La Comuna fue un consejo revolucionario que gobernó París y decretó la
autogestión de las fábricas, la condonación de las deudas por alquileres, la supresión de
intereses de deudas, la laicidad del Estado, la abolición del trabajo nocturno en las
panaderías y la creación de guarderías para los hijos de mujeres trabajadoras. Fue la
primera experiencia socialista de la historia. Desde abril, la III República inició la

49
conquista de París desde Versalles. Tras un duro enfrentamiento, el ejército de McMahon
tomó la ciudad y reprimió a los comuneros. En agosto de 1871 fue elegido presidente el
monárquico Thiers.

4. Los estados mediterráneos

El mosaico italiano

Hasta finales de los años 1850, Italia fue un mosaico de Estados, territorial y
políticamente. En los Estados Pontificios, los Papas gobernaron con mano de hierro a
través de una milicia, que, incapaz de sofocar las revueltas de 1831, recurrió al ejército
austriaco (Radetzky). Pío IX realizó reformas, emuladas por otros estados (Toscana,
Piamonte-Cerdeña, Dos Sicilias). En Piamonte-Cerdeña, Carlos Alberto de Saboya
proclamó el Statuto Albertino (1848), y promulgó sendos Códigos, civil y penal. Las
reformas alcanzaron su cénit en los cincuenta, con las Leyes Siccardi (matrimonio civil,
reformas económicas) y el ascenso del reformista conde de Cavour. En Dos Sicilias,
Fernando I rectificó su reformismo constitucional tras la
revolución de 1849.

España, Portugal y Grecia

En España, Narváez terminó desacreditado tras la represión de 1848. Sus


sucesores (Bravo Murillo, Sartorius) reforzaron su autoritarismo, pero en 1854 se inició
un bienio progresista, que dio paso a una alianza entre moderados y progresistas. El
inmovilismo del régimen isabelino desembocó en el Sexenio. Portugal vivió una época
muy convulsa, marcada por los golpes de Estado, las revueltas populares y la guerra civil,
que se atenuó mediante el turno (rotativismo) de los dos grandes partidos,
regeneracionistas (conservadores) e históricos (progresistas). En Grecia, el rey Otón I se
vio forzado a establecer una constitución, pero su autoritarismo provocó su destitución y
la entronización de un príncipe danés, Jorge I, que reinó constitucionalmente.

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TEMA 11: TRADICIÓN ABSOLUTISMO Y
SERVIDUMBRE: EUROPA ORIENTAL (1836-1871)

1. La redefinición del absolutismo

La redefinición del absolutismo

A mediados del siglo XIX, los Estados liberales todavía no constituían la norma
en la política europea. En Europa central y oriental seguía dominando el absolutismo,
que, a partir de 1848 tuvo que redefinirse. Austria-Hungría, Rusia, Prusia y el Imperio
Otomano siguieron siendo las referencias del absolutismo en el continente, aunque, poco
a poco, tuvieron que adoptar reformas, como consecuencia de la presión popular,
especialmente en los estados germánicos tras el ciclo revolucionario de 1848, consistentes
en el desarrollo constitucional y el funcionamiento de parlamentos restringidos. En Rusia,
la autocracia zarista subsistió hasta 1905 sin ni siquiera un parlamento, aunque poco a
poco fue desmantelándose el edificio jurídico feudal y emergió una oposición que allanó
el camino hacia la revolución.

2. Reinos e imperio en Europa central

Austria-Hungría: un imperio dual

Austria, adalid del legitimismo monárquico, mantuvo su sistema conservador a


pesar de la destitución de Metternich. En 1867 se creó una monarquía dual (Austria-
Hungría), con un mismo emperador, Francisco José I, y una política económica y exterior
comunes, pero que reconocía un amplio autogobierno para Hungría. Austria mantuvo
hasta 1907 el sufragio estamental, mientras que Hungría optó por el sufragio censitario.
Entretanto, surgieron organizaciones políticas modernas, como el partido social cristiano
o el socialdemócrata (1869).

En Austria-Hungría coexistían multitud de grupos étnicos y lingüísticos. La


principal fuente de problemas para el imperio fue el área de los Balcanes y los
nacionalismos húngaro y bohemio. Croacia obtuvo su autonomía en 1868 y Bosnia-
Herzegovina se incorporó en 1878.

Prusia: las raíces de la pequeña Alemania

En Prusia, el ascenso de Federico Guillermo IV alentó las esperanzas de reformas


y unificación nacional. Pero el rey llegó a disolver la Dieta prusiana y rechazó la corona
de una Alemania unida ofrecida por el parlamento de Francfort, tras la revolución de
1848. En 1862, Otto von Bismarck, un representante de la aristocracia terrateniente

51
(junker), fue elevado a ministro-presidente, definiendo la orientación conservadora de
Prusia y de la futura Alemania unificada. Desde su posición, impulsó la unificación de
los estados alemanes sin Austria.

En otros estados alemanes, los soberanos bascularon entre el absolutismo y una


tímida apertura a partir de 1848. En Baviera, Luis I desplegó una política represiva y
gobernó bajo el influjo de su amante, Lola Montez. En Hannover, el rey Ernesto Augusto
abolió la Constitución al comienzo de su reinado, aunque promulgó otra en 1848. En
Wurtenberg, se sucedieron los reinados del autoritario Guillermo I y el aperturista Carlos
I. Sajonia mantenía una unión personal con Dinamarca, que abolió el absolutismo en
1848.

3. Imperios orientales: Rusia y el Imperio Otomano

Rusia: la autocracia zarista

Rusia fue un imperio autocrático y agrario. Tras el fracaso de la revolución


decembrista (1825), el zar Nicolás I (1825-1855) impuso un régimen represivo y
emprendió una política imperialista y de rusificación. Su sucesor, Alejandro II (1855-
1881) adoptó algunas reformas de escaso calado. En 1861, se abolió la dependencia de
los campesinos a la tierra, pero se los adscribió a la aldea rural (mir), creando una nueva
dependencia. Se crearon asambleas de gobierno locales, los zemstvo, que no colmaron
las aspiraciones de participación popular.

La oposición se movilizó. Los narodniki (populistas), socialistas agrarios, y la


intelligentsia (intelectuales liberales, radicales o socialistas) presionaron contra el
gobierno desde la prensa. En 1881, Alejandro II fue asesinado y el Estado recrudeció la
represión y la vigilancia a través de la policía política (okhrana).

El Imperio Otomano: teocracia y Tanzimat

El imperio Otomano era una teocracia, en la que el sultán concentraba el poder


absoluto. El sultán Abdülmecit I emprendió el Tanzimat, un programa de reformas que
culminó en la promulgación de una carta constitucional (Edicto de Gülhane). Las
reformas se orientaron a la occidentalización de las costumbres y la definición de un
nacionalismo turco de inspiración europea.

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TEMA 12: EL TRIUNFO DE LA NACIÓN

1. El nacionalismo a mediaos del ochocientos

El resurgimiento de la nación

La nación fue tempranamente definida por el Romanticismo alemán: para Herder


o Fichte, la nación era interpretada como una entidad espiritual, cultural y emocional.Tras
la Revolución Francesa, la nación fue interpretada como un concepto civil, al convertirse
en la principal fuerza cohesiva de los Estados liberales. De acuerdo con esta acepción, la
nación era interpretada como la principal manifestación de la soberanía del cuerpo
político (nacional). Pero las revoluciones de 1830 y 1848 demostraron que existían
distorsiones entre las comunidades nacionales y las fronteras de los Estados. Ello acentuó
la recuperación del ideal nacionalista romántico y étnico, frente al nacionalismo cívico de
la primera mitad de la centuria.

Estados sin Nación, naciones sin Estados

A partir de 1848, proliferaron con intensidad los movimientos nacionalistas.


Algunos, emancipadores, pretendían la formación de estados-nación independientes de
los imperios plurinacionales (húngaros, irlandeses, polacos, búlgaros, bosnios). Otros,
unificadores, trataron de aglutinar a estados independientes bajo una cultura común
(Italia, Alemania, Rumania).

La Nación teorías clásicas

Ernest Renan (¿Qué es una nación?, 1882) trató de actualizar el significado del
concepto nación a finales del ochocientos, admitiendo su carácter subjetivo. Para él, la
nación era “un alma, un principio espiritual”, que no podía fundarse sobre la lengua, la
raza o la geografía, sino sobre el pasado (épico) y el presente (“el deseo de vivir juntos”).
En 1961, Elie Kedourie señaló que la nación no era algo “natural”, sinoinculcado por los
Estados a través de la educación.Anthony Smith (1971) indicó que el nacionalismo era
fruto de la racionalización uniformizadora del Estado moderno, pero basada en la
identidad tradicional y religiosa popular

La Nación: teorías constructivistas y posmodernas

Para Ernest Gellner, la nación es un producto de la estandarización subsiguiente a


la industrialización, que requirió de una cultura homogénea como base para el mercado.
La burguesía, así, encontró en la nación un instrumento de cohesión. Benedict Anderson
consideró las naciones “comunidades imaginadas”, construidas desde la invención de la
imprenta y las guerras de religión.Eric Hobsbawm situó el origen de la nación en la RF y

53
lo consideró un instrumento al servicio de la burguesía, ilustrada antes de 1870, pero
xenófoba, a partir de entonces. La expresión de este nacionalismo exacerbado fue la
represión contra las minorías culturales interiores y el imperialismo. George Mosse y
Eugen Weber, estudiaron la nacionalización de las masas y Michael Billig analizó las
formas en que la nación es impuesta a través del deporte o los símbolos (“nacionalismo
banal”).

Recientemente, otros autores han elaborado análisis más complejos, en el marco


de la posmodernidad. John Breuilly propuso un análisis de los procesos de construcción
nacional en sus respectivos contextos, distinguiendo entre modelos unificadores
(Alemania, Italia), separatistas, modernizadores (Japón) o anticoloniales (India). Los
historiadores decoloniales (Partha Chaterjee) opusieron al nacionalismo europeo un
modelo asiático, basado en su propia tradición. Adrian Hastings ha insistido en el papel
de las religiones en la formación de las naciones, señalando que no son construcciones
modernas. José Álvarez Junco matiza la supuesta homogeneidad de las elites y destaca el
valor de la participación popular en la construcción nacional.

2. La unificación italiana

El Risorgimento

La identidad nacional italiana se apoyó en un Risorgimento cultural. El


compositor Verdi fue uno de los mitos nacionales. Su ópera Nabucco, se convirtió en un
símbolo de la identidad nacional italiana

El movimiento cultural sentó las bases de un movimiento político, que se articuló


en torno a tres proyectos de construcción nacional:
1. Uno republicano y laico, encabezado por La Joven Italia, organización europeísta
liderada por Giuseppe Mazzini, y al que perteneció el revolucionario Giuseppe
Garibaldi, que formó un ejército de camisas rojas.
2. Una federación católica presidida por el Papa Pío IX, defendida por los neogüelfos
de Vincenzo Gioberti.
3. Un Estado liberal, propugnado por el primer ministro de Piamonte-Cerdeña,
conde de Cavour, la unificación bajo una monarquía constitucional encabezada
por su rey Víctor Manuel II

La unificación en el norte

Cavour tenía a su favor el apoyo de Napoleón III, ex carbonario, que aspiraba a


obtener Niza y Saboya, un principado en Toscana y el matrimonio con la hija de Víctor
Manuel. En Plombières (1858) el emperador y Cavour acordaron que Piamonte debería
provocar la invasión austriaca, para que Francia interviniera. A cambio, se comprometió
secretamente a ceder Saboya y Niza.En 1859, Piamonte fue invadida por Austria. Un

54
ejército franco-sardo venció a las tropas imperiales en Magenta y Solferino. Francia firmó
la paz con Austria sin Piamonte y Austria cedió Lombardía a Piamonte, pero no Venecia.
Cavour instigó la agitación en Italia central. Se celebraron plebiscitos en Parma, Módena,
Romagna y Toscana.

El reino de Italia

En el sur, la conquista fue liderada por Garibaldi y los camisas rojas. Desde
Génova, el revolucionario pasó a Sicilia, donde Cavour había instigado la revolución, y
de allí a Nápoles. En su marcha hacia el norte, Cavour mandó tropas a su encuentro,
aprovechando que la revolución había estallado en las Marcas y Umbría. Los tres
territorios fueron anexionados tras un plebiscito. En 1861 se reunió en Turín un
Parlamento que proclamó el reino de Italia, fijó la capital en Roma (temporalmente
Florencia) y eligió rey a Víctor Manuel.

La culminación de la unificación mediterráneos

En 1866 se anexionó Venecia, aprovechando la guerra austro-prusiana. La capital,


Roma, cayó en 1870 tras la salida de las tropas que Francia -mantenía en ella desde 1848,
aunque el Vaticano excomulgó al rey y se mantuvo hostil hasta 1929. Quedaba la Italia
irredenta (Trentino, Tirol e Istria), que se incorporaron a la unidad tras la Primera Guerra
Mundial. El Reino de Italia fue un Estado con fuertes contrastes económicos y sociales
entre el norte industrial y próspero y el sur agrario y atrasado, con un parlamentarismo
desvirtuado por prácticas caciquiles y por el transformismo.

3. La unificación alemana

Antecedentes y proyectos

La unificación partió de una Confederación Germánica de 39 Estados, una unión


aduanera (Zollverein, 1834), diseñada por la burguesía y los terratenientes prusianos
(junkers), una base intelectual nacionalista (Ranke, Heine, Wagner) y las experiencias
revolucionarias de 1817, 1832 y 1848. Los alemanes no contaban con un antagonista,
pero sí con la rivalidad entre Austria y Prusia por liderar el proceso, que hubo de optar
por una Großdeutschland o una Kleindeutschland (con o sin Austria), defendida por el
primer ministro prusiano, Otto von Bismarck.

Brechas internas

La unificación alemana es considerada una revolución desde arriba. Bismarck


impuso una orientación conservadora y posibilista (Realpolitik), antes que nacionalista,
en la que las alternativas liberales o demócratas fueron minoritarias. Tras la revolución
de 1848 y el fracaso del Parlamento de Frankfurt, muchos liberales se exiliaron, donde

55
funcionaban movimientos como la Joven Alemania. En el interior de la Confederación,
la oposición se reducía a los estados de mayoría católica (Baviera) o contrarios a perder
su independencia. En Prusia, los liberales y los demócratas aceptaron el liderazgo
bismarckiano tras el fracaso de la lucha constitucional en 1862. el izquierdista Waldeck
reconoció que no había alternativa al modelo bismarckiano y el liberal Baumgarten
declaró fenecido el nacionalismo. Algunos demócratas fundaron organizaciones de
izquierda, como el Partido del Pueblo Sajón o la Asociación General de Trabajadores
Alemanes, embrión del SPD, fundada por Ferdinand Lassalle.

La rivalidad austro-prusiana

La primera fase de la unificación fue la Guerra de los Ducados (1864), contra


Dinamarca, para ocupar tres ducados de cultura alemana. Austria anexionó Holstein, y
Prusia, Schleswig y Lauenburg.Tras ella quedó patente la rivalidad entre Austria y Prusia,
que desembocó en la Guerra austro-prusiana, alimentada por la exclusión de Austria de
un tratado comercial con Francia, el anuncio de Bismarck de introducir el sufragio
universal en la Dieta de la Confederación y la ocupación alemana de Holstein. Bismarck
se alió con Italia y logró la neutralidad francesa, mientras que Austria instigó la guerra
civil, logrando el apoyo de Baviera, Sajonia y Wurtenberg. La victoria prusiana en
Sadowa (1866) excluyó a Austria de la unificación y permitió a Bismarck fundar una
Confederación Alemana del Norte, encabezada por Guillermo I, con un Parlamento
(Reichstag).

La guerra franco-prusiana

Francia recelaba de la unificación y la alianza hispano-prusiana tras la propuesta


de Bismarck del alemán Hohenzollern al trono español, vacante en 1868. Hohenzollern
renunció al trono español, pero Napoleón exigió que el rey de Prusia renunciara
formalmente. Bismarck respondió con el telegrama de Ems. Prusia derrotó a Francia
(Sedán, 1870) y aproximó a su causa a los estados alemanes recelosos de la unificación.

El II Reich alemán

Tras la victoria prusiana, Bismarck proclamó el II Reich Alemán en Versalles y


Francia la República. Los territorios fronterizos de Alsacia y Lorena pasaron a Alemania.
La derrota francesa intensificó la rivalidad con Alemania, que se mantuvo durante las
décadas siguientes y se complicó con las rivalidades coloniales. Tras la unificación,
Bismarck y Guillermo I instauraron un régimen autoritario, caracterizado por sus políticas
reformistas para contrarrestar el crecimiento de la oposición socialdemócrata, la
Kulturkampf contra los católicos y la diplomacia dirigida a aislar a Francia.

4. Estados sin nación, naciones sin Estado

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Irlanda

El nacionalismo irlandés se manifestó desde finales del XVIII (rebelión de los


irlandeses unidos, 1798). El nacionalismo irlandés tenía raíces lingüísticas y religiosas
(catolicismo en el sur, Eire). Tras el Acta de Unión (1800) surgió un movimiento
derogacionista, que se reactivó en los cuarenta, sobre todo tras la gran hambruna. Sus
líderes impulsaron un movimiento revolucionario en 1848.Desde 1860, el nacionalismo
irlandés se articuló en torno a las hermandades fenianas y desde 1880 en torno a la Liga
Agraria y el Partido Parlamentario Irlandés (Parnell). En 1886 fracasó el proyecto
autonomista.

Rumania

En los territorios de lengua romance de los imperios otomano y austriaco (antigua


Dacia, actual Rumania) surgió un movimiento de agregación que culminó en la formación
de un estado unificado. En 1848, Transilvania Valaquia y Moldavia fueron escenarios de
revoluciones de corte nacionalista. En 1859, Valaquia y Moldavia proclamaron un
Principado unificado bajo liderazgo de Alexandru Ioan Cuza, que tomó el título de
Domnitor y adoptó reformas de signo liberal. El nuevo estado fue el embrión de Rumania,
formado por la unión del Principado con Transilvania, Besarabia y Bucovina.

Bélgica

En Bélgica, tras la independencia de Holanda, la elite valona impuso la lengua y


la cultura francesa. Los flamencos reivindicaron el uso de su lengua, que consiguieron
progresivamente desde la década de 1870. Bélgica se convirtió en un estado federal. El
conflicto lingüístico devino en un extrañamiento de las dos comunidades.

Naciones sin Estado

Como quedó patente en 1848, muchos territorios europeos reivindicaban su


independencia de otros estados supranacionales. En Austria (checos, húngaros), el
imperio otomano, Rusia o España (Cataluña desde 1852) se articularon movimientos
autonomistas o independentistas, en torno a la lengua y la cultura propia.

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TEMA 13: LA SEGUNDA INDUSTRIALIZACIÓN Y
EL GRAN CAPITALISMO

1. La segunda industrialización

¿Revolución industrial o económica?

Hacia 1860-70 se inició una segunda oleada industrializadora, caracterizada por


la aplicación de la ciencia a la industria y la economía. En realidad, no hubo una ruptura
con la primera, sino que se industrializaron otros lugares, se adoptaron nuevas fuentes de
energía y se desarrollaron otros sectores de la producción. El principal cambio afectó al
capitalismo y las formas de organización empresarial, por lo que se ha hablado de una
“revolución económica” (Abelshauser).

Nuevas fuentes de energía

La SRI se vio favorecida por la implantación de nuevas fuentes de energía, como


la electricidad, el gas y el petróleo, que desplazaron al carbón de la primera
industrialización. El uso de electricidad fue posible gracias a la producción hidroeléctrica
y supuso una auténtica revolución en la vida cotidiana, pues no solo se aplicó a la
industria, sino también al ámbito doméstico. El petróleo se basaba en la utilización de
nuevos conversores, como el motor de combustión interna (Otto, 1876; Daimler y Benz,
1888).

Materias primas y sectores

Se emplearon o potenciaron materias primas como el acero (convertidor


Bessemer, hornos de solera), el níquel o el aluminio. Los sectores líderes fueron las
industrias farmacéuticas, química, automovilística, aeronáutica, de bienes de equipo,
maquinaria, telecomunicaciones, construcción, producción de energía.

Nuevas potencias industriales

Desde 1870, el centro de gravedad de la industria mundial se trasladó a países


como Alemania, Estados Unidos y Japón. Iniciaron su industrialización espacios como
Rusia, Italia o España. Las potencias industriales buscaron materias primas y mercados
en África y Asia (imperialismo). Alemania se convirtió en la primera potencia industrial
europea gracias a la siderurgia, la farmacéutica y la química, y Gran Bretaña perdió el
liderazgo.

58
2. El gran capitalismo

El gran capitalismo

La industrialización propició la expansión capitalista, caracterizada por el


surgimiento de nuevas formas de organización empresarial (sociedades anónimas,
acciones). El nuevo modelo de gestión empresarial reemplazó al productor-empresario
por un gestor asalariado. Algunos empresarios eran inventores (Edison, Siemens).
Surgieron diversas formas de concentración de empresas:
• Cárteles: acuerdos sobre el mercado.
• Holdings: concentración de empresas de diversos productos.
• Trusts: fusión de empresas del mismo producto.

Nuevos gigantes empresariales

En la SRI surgieron algunos gigantes empresariales, como Siemens AG


(telégrafo), Thyssenkrupp (acero), Bayer (farmacéutica), Standard Oil Company
(petróleo) o Ford (automóviles). Los oligopolios o monopolios desplegados por algunas
de ellas provocó la intervención de los gobiernos para regular el mercado (Sherman
Antitrust Act, 1890).

Taylorismo y Fordismo

Se ideó una nueva organización del trabajo, en cadena o en serie.Frederick Taylor,


en La organización científica del trabajo (1911) apostó por la medición de las tareas, la
especialización y la felicidad de los trabajadores como formas de aumentar su
rendimiento. Sus doctrinas ya habían sido aplicadas en la empresa Ford (fordismo),
paradigma del uso de cadenas de montaje de alto rendimiento económico.

El pánico de 1873 y la primera depresión

El gran capitalismo conlleva la sucesión de crisis periódicas. La primera fue la de


1873, desencadenada por la caída de la bolsa de Viena y la quiebra de Jay Cooke. La
crisis tuvo diversas ramificaciones: crisis de las compañías de construcción de
ferrocarriles, caída de la agricultura por la competencia de la producción extraeuropea,
crisis de los sectores tradicionales, especialmente el textil inglés.

59
TEMA 14: UN CONTINENTE DE CIUDADES:
URBANIZACIÓN Y VIDA COTIDIANA EN EL
ÚLTIMO TERCIO DEL OCHOCIENTOS

1. Las ciudades europeas de fin de siglo

El tamaño de las ciudades

En el último tercio del XIX, las ciudades europeas intensificaron su crecimiento.


Manchester alcanzó los 720.000 habitantes en 1910; Estocolmo, Düsseldorf y Essen
rebasaron los 300.000 (frente a menos de 10.000 a principios del ochocientos, y
Hamburgo superó el millón. En 1900, Londres era la mayor aglomeración urbana del
mundo, con 6 millones, seguida de París (4), Nueva York (3,5), Berlín, Viena, Tokio, San
Petersburgo, Estambul, Chicago, Filadelfia y Moscú. En África, la mayor ciudad era El
Cairo, con unos 250.000, y en la India, la colonización favoreció la concentración de la
población en Delhi, Bombay o Calcuta.

Multiplicación de las ciudades

La urbanización también supuso una multiplicación de los centros urbanos. Reino


Unido pasó de 2 ciudades de más de 100.000 habitantes en 1800 a 50 en 1913; Francia,
de 3 a 15; Alemania, de 2 a 47; Italia, de 5 a 13; y Rusia, de 2 a 20. En total, Europa pasó
de 22 a 184, y América del norte, de 0 a 53.

La metropolización

Uno de los fenómenos más evidentes en la urbanización finisecular fue la


metropolitización. Las capitales y grandes ciudades industriales incrementaron su
importancia y tendieron a intensificar sus relaciones con sus hinterlands, en los que la
trama urbana se densificó. Aunque la metrópolis y sus hinterlands definieron un modelo
de villes tentaculaires, la relación entre ambas se caracterizó por una mayor reciprocidad
(migraciones, mercados de trabajo y productos) que en el Antiguo Régimen.

Centros de gravedad migratoria

Hasta el fin de la transición demográfica, la inmigración fue la principal causa del


crecimiento de las ciudades. La mortalidad era especialmente alta en las grandes ciudades,
pero también en las pequeñas, hasta que la natalidad se sobrepuso a la mortalidad,
precisamente en las ciudades, gracias a la expansión de los hospitales y la higiene urbana.
El crecimiento de la población urbana fue el resultado de un tránsito de las migraciones

60
temporales e individuales y el servicio de ciclo vital a las migraciones definitivas (cadenas
migratorias, expectativas de mejora en las ciudades).

Mercados de trabajo, matrimoniales y de ocio

Los migrantes buscaban en las ciudades mercados de trabajo mejor articulados,


expulsados de la tierra como consecuencia de los procesos de transformación
(desamortizaciones, cercamientos), aunque luego se vieran sometidos a una
proletarización, una pauperización. Las ciudades actuaban como mercados
matrimoniales, un factor de atracción esencial en una sociedad patriarcal. Las ciudades
eran percibidas como espacios de libertad y ocio, generando expectativas entre la
población rural

2. Las ciudades, espacios segregados

Los problemas de las ciudades

La masiva llegada de inmigrantes multiplicó los problemas. Muchas veces eran


calificadas como “devoradoras de hombres”. Engels y Dickens mostraron los efectos del
hacinamiento, la falta de servicios y las pésimas condiciones de habitabilidad en las
ciudades industriales británicas. La ciudad se convirtió en un espacio conflictivo. Al
localizarse en ellas las instituciones políticas, se convirtieron en escenario de luchas
políticas y sociales, muchas de ellas resultado de una movilización por el derecho a la
ciudad (ocupación libre del espacio, servicios públicos).

La producción burguesa del espacio

La lógica espacial de las ciudades se transformó. Desde la Edad Media, el espacio


urbano estaba jerarquizado de acuerdo con una lógica funcional-política (centralización
en el principal espacio de poder, como la catedral o el concejo, barrios por oficios). En el
XIX, la ciudad se segregó de acuerdo con una lógica residencial que respondía al modelo
social de la burguesía (higienismo, división de clase). La producción del espacio
(Lefebvre) fue el resultado de la apropiación del espacio por la burguesía, que ocupó los
mejores barrios, en muchos casos construidos ex novo, como los ensanches de las
ciudades españolas, expulsando o relegando a las clases populares a barrios degradados,
viejos arrabales, suburbios o calles secundarias del centro, carentes de los servicios más
elementales.

Ciudad de tránsito ciudad moral

Pero el urbanismo del XIX respondía también a criterios utilitarios, relacionados


con las comunicaciones, la distribución de aguas o el alumbrado. Las ciudades se
convirtieron en ciudades de tránsito. Estos servicios también respondían a una utilidad

61
política: racionalizar el control social. La reforma haussmanniana es un buen ejemplo.
Los parques, por su parte, y el sistema de aguas tenían una clara voluntad ordenadora y
domesticadora de las clases populares, como lo fueron los cafés y las fiestas (procesiones
cívicas, religiosas) o los espectáculos. Uno de los fenómenos asociados a la nueva lógica
espacial, aunque no enteramente nuevo es el de la heterotopía (Foucault), “utopías
realizadas”, espacios heterogéneos que aspiraban a ser representativos, como los parques,
los cementerios, los prostíbulos.

Espacios segregados

Los centros de poder se realzaron mediante grandes construcciones monumentales,


avenidas, parques, etc. Ejemplo: la Ringstrasse vienesa. Este modelo dio lugar a una
ciudad moral (Schorscke, Joyce). Los bajos fondos acogían los servicios menos
apreciados, como cementerios, tejares y fábricas, estaciones, poblados autoconstruidos,
prostitución, lavaderos, etc. En los entornos de las grandes ciudades se formaron
suburbios residenciales (suburbs), o las viejas ciudades se transformaron progresivamente
en ciudades dormitorio.

3. La diversificación funcional de la ciudad

Urbanización funcional

Uno de los rasgos característicos de la urbanización decimonónica fue la fuerte


especialización funcional de las ciudades europeas. Las capitales como Londres, París,
Viena o Madrid se especializaron en funciones políticas, comerciales o financieras. Su
población trabajaba en los servicios. Experimentaron una fuerte intervención urbanística.
Las ciudades industriales, como Manchester, Lyon o Moscú. Los barrios obreros
proliferaron con inusitada fuerza, la segregación fue muy fuerte, y la conflictividad,
canalizada por las organizaciones socialistas. Las ciudades portuarias tuvieron un especial
dinamismo, como Hamburgo y Rotterdam, que multiplicaron su población por 10.

La ringstraβe de viena

En Viena, se construyó la Ringstraβe (1860-1900), un anillo alrededor del centro


histórico, que servía de “frontera” y exhibición de la burguesía.

París, de Haussmann a Eiffel

En París, la mayor intervención fue obra del barón Haussmann. A finales del siglo,
la Exposición Universal de 1889 propició el embellecimiento de la ciudad y la
segregación burguesa, con la construcción de grandes edificios de la ciudad moral.

62
Londres ciudad desconcentrada

A diferencia de Viena o París, Londres se expandió de forma desconcentrada y


extendió su influencia mediante la construcción de suburbios. Se creó el condado de
Londres (1888), un ente administrativo autónomo. Se construyeron parques, como
epítome de la ciudad moral.

Ciudades portuarias

La urbanización más intensa se dio en las costas. Ciudades como Rotterdam,


Hamburgo, Marsella u Odessa crecieron a costa del comercio marítimo. En ellas, la
población era fluctuante y los migrantes padecieron una fuerte segregación.

Ciudades industriales

En las ciudades industriales, como Manchester, Liverpool, Lyon o Moscú. Los


barrios obreros proliferaron con inusitada fuerza, la segregación fue muy fuerte, y la
conflictividad, canalizada por las organizaciones socialistas.

Ciudades universitarias

Las ciudades universitarias se especializaron en la función educativa y cultural.


Muchas de ellas fueron centros difusores de la modernidad, como Oxford, Cambridge,
Salamanca, Bolonia o Bonn.

Ciudades intermedias

Las ciudades intermedias experimentaron cambios no siempre perceptibles.


Sometidas a la doble influencia de las grandes ciudades y las zonas rurales, se formó en
ellas una cultura híbrida, resultante de la interacción campociudad.

Ciudades turísticas

Ciudades como Brighton, Vichy, Bad Ems o San Sebastián se especializaron en su


función turística, adaptando su espacio a las necesidades de los visitantes. El punto
neurálgico era el paseo marítimo o el balneario y se fundaron casinos y otras atracciones.

63
TEMA 15: LA CONQUISTA EUROPEA DEL MUNDO:
Imperialismo y relaciones internacionales

1. Imperialismo y colonialismo

Colonialismo e imperialismo

La fe de los europeos en el progreso los lanzó a conquistar el mundo en la segunda


mitad del siglo XIX, sobre todo desde 1870. La expansión colonial no era un fenómeno
nuevo, ya que se remonta al siglo XV. El colonialismo imperialista de finales del siglo
XIX respondió a un nuevo impulso político y económico, cuyo principal rasgo fue la
rivalidad entre las potencias. Y supuso el reparto de África y Asia, donde la presencia
europea había sido selectiva. En 1914 Gran Bretaña había aumentado en 10 millones de
km2, Francia en 9, Alemania en 2,5, Portugal en 0,75 y Bélgica colonizó un territorio 80
veces mayor. España, Italia y Dinamarca también obtuvieron su parte y Estados Unidos
y Japón irrumpieron como potencias respaldados por sus imperios coloniales.

El reparto del mundo

En 1902, John Hobson caracterizó el imperialismo como el “el movimiento más


poderoso de la actual vida política occidental”. A finales del siglo XIX solo Abisinia y
Liberia, en el continente africano, y Japón, China, Persia y Siam, en el asiático, lograron
mantener su independencia, y aun en estos casos, la influencia europea fue notable.

Capitalismo e imperialismo

El factor económico fue destacado tanto por el liberal John Hobson (Imperialismo,
1902), como por el marxista Hilferding (El capital financiero, 1910) y el socialdemócrata
Karl Kautsky (“El imperialismo”, 1914). La expansión colonial, según ellos, respondió a
las necesidades de materias primas y mercados en el marco del gran capitalismo, como
se refleja en el crecimiento exponencial de la inversión exterior, de 400 millones de libras
en 1850 a 9.500 en 1914. Lenin (El imperialismo, fase superior del capitalismo, 1916),
fue el autor que más estrechamente relacionó ambos fenómenos, al considerar la
expansión colonial como una consecuencia lógica del sistema capitalista, en su fase
monopolista.

Imperialismo y emigración

No menos importante fue el factor demográfico, pues el imperialismo supuso, en


primer lugar, un desplazamiento de población desde las metrópolis a las colonias. William
Langer (La diplomacia del imperialismo, 1890, 1902) consideró los imperios coloniales
una válvula de escape empleada por las burguesías europeas para aliviar las tensiones

64
internas. Robinson y Gallagher conceden un gran peso al subimperialismo, presión desde
las colonias por los colonos residentes en ellas, para forzar a sus países a establecer un
control efectivo. Esta presión fue determinante en la expansión de Francia en el norte de
África.

La lucha por la hegemonía

La expansión colonial fue también la manifestación más visible de la lucha por la


hegemonía entre las potencias europeas, como han destacado Gallagher y Robinson
(África y los victorianos, 1961) y Fieldhouse (Economía e imperio, 1973). Para estos
autores, el imperialismo británico fue, ante todo, una respuesta a la expansión promovida
por el káiser Guillermo II (Weltpolitik).

La presión de la opinión pública

La expansión imperialista también respondió a la presión de la opinión pública,


que acuñó un imperialismo popular de resabios nacionalistas (como muestra el
protagonismo del magnate Hearst en la guerra hispanoestadounidense), o a las
necesidades geoestratégicas y defensiva (caso de los británicos en la India).

Ciencia y explorción

El imperialismo también respondió a un interés científico por explorar nuevos


espacios. Las sociedades geográficas (como la de Londres o la National Geographic
Society de Washington) impulsaron distintas expediciones con destino a África y Asia.
Las expediciones más conocidas fueron las de Callié (Tombuctú, 1828), Savorgnan de
Brazza (río Ogoué, 1875), David Livingstone (río Zambeze, 1851; cataratas Victoria,
1865), Henry Stanley (fuentes del Congo, 1877), Peary (Polo Norte, 1909) y Amundsen
(Antártida, 1911). En 1876 Leopoldo II de Bélgica fundó la Asociación Internacional del
Congo y financió las expediciones de Stanley.

El desarrollo tecnológico

Debemos añadir un factor tecnológico, el desarrollo de la navegación a vapor, que


facilitó los viajes, los buquescañonera para explorar los ríos y forzar la apertura de los
puertos (Japón y China), el desarrollo de la ingeniería (Suez, 1856) y el descubrimiento
de la quinina contra la malaria y el tifus.

Darwinismo social

El soporte intelectual del imperialismo fue el darwinismo social, teoría que trataba
de aplicar la teoría de la selección natural a las civilizaciones, movidas por una fuerza
inevitable hacia el progreso, que explicaría la evolución de las sociedades primitivas hacia

65
formas más complejas. Esta idea, de resabios racistas y nacionalistas, fue recogida por
Rudyard Kipling en un conocido poema (La carga del hombre blanco, 1899). Ferry hizo
una encendida defensa de la misión “humanitaria y civilizadora” de las “razas superiores”
en su discurso de 1885 y Lord Salisbury dividió a las potencias en vivas y moribundas,
para justificar la victoria estadounidense sobre los españoles en Cavite. El geógrafo Ratzel
formuló su idea de Lebensraum, espacio vital desplegado por los Estados para su
desarrollo.

La obra literaria de Kipling (Kim, 1901) refleja el auge de los libros de aventuras
ambientados en las colonias, como los de Melville (Moby Dick, 1851), Verne (La vuelta
al mundo en 80 días, 1873), Conrad (El corazón de las tinieblas, 1899) y las sátiras de
Baroja (Paradox rey) y Rohmer (saga de Fu Manchú). Revistas como Le Petit Journal se
interesaron por las conquistas de Francia en África y Asia.

Misiones evangeliza

En íntima relación con ello proliferaron las misiones evangelizadoras. La


actuación de Livingstone (misionero) respondía al triple interés de explorar el territorio
africano y abrirlo a Occidente, acabar con el comercio de esclavos y expandir la religión
cristiana. A esta tarea se dedicaron las sociedades misioneras protestantes (Londres, 1795;
Metodista, 1818) y católicas (Padres Blancos, 1868).

Imperialismo y antiimperialismo

No todo fueron elogios. En Europa el antiimperialismo partió del campo socialista


(Kautsky, Hilferding, Lenin, Clemenceau, Jaurés) y cristalizó en la protesta de su
Internacional en el Congreso de Stuttgart (1907). Mark Twain fue una de las pocas voces
críticas con el imperialismo estadounidense.

2. El reparto europeo del mundo

Fronteras interiores

En Rusia, el imperialismo se plasmó en el desplazamiento de la frontera interior.


La primera de ellas había extendido su dominio al Báltico, Polonia oriental, el Mar Negro
(Crimea, Besarabia, Georgia) y Alaska desde el siglo XVIII. Tras la derrota en la Guerra
de Crimea (1856) los zares promovieron la colonización de Siberia (que repoblaron con
5 millones de rusos, frente a 1,5 de siberianos) y trataron de extender su influencia a los
Balcanes. En Estados Unidos, también se desplazó la frontera interior desde el Misisipi
al oeste. Entre 1846 y 1850 se incorporaron Texas (guerra con México, 1846-8),
California (estado en 1850), Arizona (el sur fue comprado en 1853) y Nuevo México
(estados en 1912). Tras la Guerra de Secesión, los nativos fueron relegados a reservas y
algunos territorios (Oklahoma) fueron colonizados mediante carreras. En 1867 compró

66
Alaska a Rusia, y en 1898, incorporó Hawai, Puerto Rico, Filipinas y Guam. En Canadá
el dominio atlántico se amplió con Columbia Británica (oeste), Manitoba (centro) y un
territorio casi despoblado al norte. Se incorporó el área de las Praderas.

La conquista europea de África (1805-1855)

A finales del XVIII, los europeos comenzaron una masiva exploración y


ocupación del continente africano, que sentó las bases del posterior reparto: En África
occidental, Gran Bretaña fundó Nova Scotia (1792, que se convirtió en Freetown, Sierra
Leona), para esclavos libertados, y Estados Unidos hizo lo propio en Liberia (1821). La
zona, empero, fue colonizada por Francia que creó un protectorado en Costa de Marfil
(1844) y penetró hacia el interior desde Senegal (1854), a través de un eje que llegaba por
Níger hasta el lago Chad. Egipto fue ocupado inicialmente por Napoleón (1798-1801)
con el consentimiento otomano y el rechazo de Gran Bretaña, que veía peligrar su control
sobre el Mediterráneo. La construcción del canal de Suez (1869) situó a Francia en una
posición ventajosa, pero Gran Bretaña compró el canal (1875) y forzó un acuerdo de
control dual sobre Egipto, que mantuvo su gobierno hasta la ocupación británica (1882).

En el Magreb, Francia ocupó Argel (1830), aunque tardó tres décadas en vencer
la resistencia de los beréberes en el interior. La presión subimperialista impulsó la
conquista de Marruecos y Túnez (1880). En el sur, la colonia de El Cabo fue transferida
a Gran Bretaña en 1806. La abolición de la esclavitud (1833) provocó el movimiento de
los colonos bóers al norte (Grand Trek), donde crearon las repúblicas de Natal (1839,
anexada por El Cabo en 1843), Transvaal (1857) y el Estado Libre de Orange (1854).
Otros países europeos se lanzaron a conquistar el continente: los alemanes exploraron
Namibia (1840), los portugueses se adentraron hacia el interior de Angola y Mozambique,
los italianos exploraron Eritrea y Abisinia, sin éxito, Leopoldo II de Bélgica organizó la
colonización del Congo y los españoles hicieron efectiva la ocupación de Bioko
(Fernando Poo, 1845) y emprendieron una guerra con el sultán de Marruecos, que
reconoció la soberanía española de Ceuta, Melilla, Chafarinas e Ifini y la ocupación
temporal de Tetuán.

Las rivalidades coloniales motivaron la celebración de una Conferencia en Berlín


(1884) a instancias de Bismarck y Leopoldo II. La Conferencia de Berlín prefiguró las
líneas maestras de la colonización africana, al reconocer la navegación libre en los ríos
Congo y Níger, la libertad comercial en el Congo y la costa atlántica, la exigencia de
hacer efectiva la ocupación y la creación del Estado del Congo bajo tutela de Leopoldo
II. A raíz de la conferencia, Francia extendió su control a la costa atlántica y Gran Bretaña
trató de unir El Cairo con El Cabo por ferrocarril (Rhodes), provocando conflictos con
Francia en Sudan (crisis de Fachoda, 1898) y Portugal (crisis del ultimátum, 1890).
Alemania colonizó Namibia (África del Sudoeste), Camerún, Togo y Tanzania y Portugal
consolidó Angola y Mozambique y logró una colonia en el Golfo de Guinea. España
obtuvo el Sahara Occidental, Ifni, Guinea Ecuatorial y norte de Marruecos. Italia logró
establecerse en Eritrea y Somalia (1890), y en Tripolitania (1911).

67
La conquista europea de la India

Hasta el siglo XIX, Asia estaba dominada por los imperios chino, japonés, mogol
(India) y persa, el reino de Corea, Afganistán y el Imperio Otomano. La India fue la joya
del Imperio Británico. Su presencia se remontaba a su asentamiento en Surat (1608),
Madrás (1639) y Calcuta (1717) con el beneplácito del Imperio Mogol, para comerciar
con algodón, azúcar y especias. Entre tanto, los holandeses controlaban Surat (1617) y
los franceses, Pondicherry (1665). En 1763, tras la Guerra de los Siete Años, Gran
Bretaña amplió su control a través de la Compañía de las Indias Orientales. Tras la
revuelta de los cipayos (soldados de la Compañía de origen nativo), en 1857, el gobierno
británico nombró un gobernador y creó un cuerpo de funcionarios. La India se convirtió
en la gran proveedora de algodón de la industria británica. Gran Bretaña construyó
infraestructuras y escuelas y nombró a Victoria I emperatriz de la India (1876), y amplió
su dominio para frenar el empuje ruso (Uzbekistán), dejando Afganistán como estado
tapón

Sudeste asiático y el pacífico sur

En el Sudeste asiático, la ocupación francesa de Indochina comenzó en Saigón y


el delta del Mekong (Cochinchina), con apoyo español (1857). En 1887 Francia completó
la formación de su colonia con la ocupación de Camboya, Annam y Tonkín, donde
encontró fuertes resistencias. Gran Bretaña amplió su dominio en Birmania y Malaca
(1819), donde fundó Singapur. En el Pacífico sur, Estados Unidos se hizo con el control
de las posesiones españolas de Filipinas, Guam y, en el Caribe, Cuba y Puerto Rico, a los
que se sumó Hawaii. El imperialismo estadounidense se basó en la influencia, contenida
en la doctrina Monroe (1823). Las últimas posesiones españolas (Carolinas, Marianas,
Palaos) fueron compradas por Alemania. Australia y Nueva Zelanda, incorporadas a Gran
Bretaña desde el siglo XVIII son el típico ejemplo de colonias de poblamiento.

China y Japón

En China y Japón, la presión occidental tuvo resultados divergentes. El interés


europeo por China, su seda y sus especias, es antiguo (Marco Polo), pero su aislamiento
no se rompió hasta el XIX, en que Gran Bretaña abrió sus puertos para exportar opio e
importar té. La resistencia imperial, desembocó en la primera guerra del opio (1839), en
que China fue derrotada. Por el Tratado de Nanking (1842) Gran Bretaña se hizo con
Hong-Kong y el control de Cantón y otros cuatro puertos. Le siguieron otros tratados
desiguales con Estados Unidos y Francia (1844) que alimentaron la tensión y la revuelta
bóxer (1900). En Japón la presión europea y estadounidense (desembarco en Uraga, 1853)
influyó en la adopción de reformas políticas y económicas (Revolución Meiji) y una
política imperialista. La actuación de Japón en Corea, vasallo de China, provocó la guerra
chino-japonesa (1894-1895). La ocupación rusa de Manchuria y el norte de Corea

68
provocó la guerra ruso-japonesa (1904-1905), cuya victoria supuso el control de Corea,
ocupada en 1910.

La resistencia de las colonias

En las colonias, la población nativa organizó movimientos de resistencia, en forma


de sociedades secretas (bóxers en China), guerrillas (Abd el-Krim en el Rif) y ejércitos,
que infligieron severas derrotas a los colonizadores británicos (zulúes en 1879, sudaneses
en 1884), italianos (Adua, Abisinia, 1896) y franceses y españoles. Las elites nativas,
formadas en Universidades occidentales, evolucionaron desde el autonomismo al
independentismo. El primer partido autóctono fue el del Congreso Nacional Indio
(Gandhi, Nehru). Tampoco faltaron los enfrentamientos entre colonos de diversa
procedencia, como la que dio lugar a las guerras anglo-bóer, la primera (1880-1) con
victoria británica y la segunda (1899-1902), afrikáner. Caso aparte es la revuelta de los
cipayos, críticos con la expulsión de los gobernantes locales.

3. Las relaciones internacionales : hegemonía y equilibrio

Hegemonía y equilibrio

La noción de sistema internacional alude al conjunto de relaciones, alianzas y


distribución del poder entre los estados. Frente al modelo de potencias hegemónicas
heredado de la Edad Moderna, surgió un sistema internacional tendente al equilibrio entre
varias potencias. Entre 1750 y 1914, el sistema pasó por cuatro fases:
1) Lucha por la hegemonía entre Francia y Gran Bretaña (1756-15),
2) Concierto de 5 potencias (Gran Bretaña, Austria, Rusia, Francia y Prusia, 1815-
53),
3) Desequilibrios y Realpolitik (1853-71) y
4) Sistemas bismarckianos y paz armada (1870-90) y
5) Formación de bloques y crisis (1890-1914). El sistema de estados europeo
adquirió escala mundial. La expansión imperialista refleja el papel que
adquirieron otros escenarios en la rivalidad entre potencias europeas y no
europeas (Japón, Estados Unidos).

Relaciones internacionales

En el XIX se asistió al nacimiento de las relaciones internacionales, relaciones


entre los Estados-nación, principales actores de la política mundial. Pero no solo los
gobiernos lo fueron, pues también irrumpieron otros actores secundarios: parlamentos,
grupos de presión, organizaciones supranacionales. La guerra pasó de ser un
enfrentamiento entre oficiales a una confrontación entre pueblos armados. La opinión
pública tuvo una participación activa (presión). El desarrollo industrial amplió la distancia

69
entre las potencias industriales y los países menos industrializados y propició el desarrollo
de la industria bélica (tanques, armas químicas, aviación, submarinos).

El triunfo de la realpolitik

Después de una fase caracterizada por un reparto del poder entre Francia, Gran
Bretaña, Austria, Prusia y Rusia (1815-56), la Guerra de Crimea (1853- 1856) quebró el
equilibrio, al enfrentar a Rusia (derrotada) frente a Gran Bretaña, Francia y el Imperio
Otomano por la rivalidad colonial rusootomana y ruso-británica. A la Guerra de Crimea
siguieron varios conflictos (unificación italiana, 1859; unificación alemana, 1863-70) que
evidencian el aumento de la tensión y el triunfo de los intereses de los estados sobre el
ideal de paz. También fue un período de guerras civiles (Estados Unidos, 1861-5; China,
1850-73). En esta fase, la expansión colonial refleja un creciente protagonismo de la
opinión pública en la política exterior, patente en intervenciones propagandísticas.

Un nuevo equilibio

A partir de la unificación alemana, el canciller prusiano, Otto von Bismarck


desplegó un sistema de alianzas que lo convirtió en el árbitro de la política europea. El
objetivo era contener a Francia, dolida por su derrota en Sedán. Para ello, Bismarck buscó
el aislamiento y el cerco a Francia, aliándose con los vecinos de esta.

El sistema bismarckiano

El primer sistema vinculó a Alemania con Austria-Hungría y Rusia (Alianza de


los Tres emperadores, 1873). La alianza austro-rusa se afianzó en la Guerra de Oriente.
La guerra fue provocada por Austria y Rusia, que aspiraban a controlar los Balcanes, en
manos de un debilitado Imperio Otomano, aprovechando los levantamientos
antiotomanos de Bosnia, Bulgaria, Montenegro y Serbia. La guerra terminó con la derrota
del Imperio Otomano, que, por el Tratado de San Estéfano, tuvo que renunciar a la
soberanía sobre Bulgaria, Serbia, Montenegro y Rumania, aliadas de Rusia, y aceptar la
autonomía de Bosnia-Herzegovina. El Congreso de Berlín redujo la extensión de Bulgaria
y concedió a AustriaHungría la soberanía de Bosnia-Herzegovina. Inglaterra obtuvo
Chipre.

La Guerra de Oriente debilitó el primer sistema bismarckiano, ya que certificó la


rivalidad austro-rusa por el control de los Balcanes. El segundo sistema aproximó a
Alemania, Austria-Hungría e Italia. Alemania reforzó su alianza con Austria-Hungría
(Dúplice, 1879), que amplió a Italia (Triple Alianza, 1882). Paralelamente, se reeditó la
alianza con Rusia, aunque la rivalidad con Austria-Hungría se mantuvo. En este contexto
se intensificó la rivalidad colonial (Conferencia de Berlín, 1884). El tercer sistema afianzó
la Triple Alianza, a la que se vincularon momentáneamente Gran Bretaña, Rusia y
España.

70
La paz armada

Paralelamente, las potencias se prepararon para una eventual guerra, por lo que
este período se conoce como paz armada. El rearme de las potencias fue en un principio
disuasorio, pero desde 1890 más agresivo. Francia y Gran Bretaña aumentaron sus
armamentos y Alemania hizo lo propio (von Moltke) desde la década de 1890, aunque no
con fines ofensivos. La intrincada red de alianzas evitó el conflicto entre estados, salvo
algunas guerras localizadas. La debilidad de algunos viejos imperios, como Austria-
Hungría y el Imperio Otomano obligó a estos a vincularse a otras potencias o evitar el
enfrentamiento directo.

La formación de bloques

A partir de 1890, se asistió a la formación de bloques, que terminaron


enfrentándose a partir de 1914 en la Gran Guerra. Desde 1888, el káiser Guillermo II,
diseñó una Weltpolitik. Bismarck fue sustituido por Leo von Caprivi. El káiser mantuvo
la Triple Alianza, aunque debilitada por la rivalidad entre Austria-Hungría e Italia por
Tirol, y promovió el rearme naval, provocando la oposición británica. Francia, Gran
Bretaña y Rusia, espoleadas por su rivalidad con Alemania (en el caso francés, agravada
por los enfrentamientos coloniales en Marruecos), y Austria (con Rusia, por los
Balcanes), se aproximaron a través de varias alianzas: 1) Entente (1891) y Convención
militar (1893) francorusas; 2) Entente Cordial anglo-francesa (1904); 3) Entente anglo-
rusa (1907); 4) Triple Entente (1907) entre Francia, Gran Bretaña y Rusia.

Las crisis de preguerra: Marruecos

Las rivalidades entre las potencias provocaron conflictos en Marruecos y los


Balcanes. Las crisis marroquíes fueron provocadas por Alemania y se cerraron con el
acuerdo entre Francia y Alemania, mediante la Conferencia de Algeciras (1906) y la
mediación británica (1911). El principal acuerdo de la Conferencia fue el establecimiento
de un protectorado hispano-francés en Marruecos.

Las crisis balcánicas

La primera crisis balcánica (1908) se inició con la conquista austro-húngara de


Bosnia-Herzegovina. Serbia y su aliada, Rusia, terminaron cediendo por la inhibición
franco-británica. La segunda crisis balcánica (1912) se inició cuando Bulgaria, Serbia,
Montenegro y Grecia, que habían formado la Liga Balcánica con apoyo ruso, atacaron
Albania, retenida por el Imperio Otomano, que tuvo que reconocer su independencia. En
1913 se desencadenó una guerra entre Bulgaria y Serbia, con victoria de ésta, lo que
aumentó la influencia rusa. La tercera crisis (1914) estalló por el asesinato del archiduque
Francisco Fernando, dando comienzo a la Gran Guerra.

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La Gran Guerra (1914)

Francisco Fernando, sobrino del emperador y heredero de la corona austro-


húngara, fue asesinado el 28 de junio, cuando visitaba Sarajevo, por un joven militante
de una sociedad secreta nacionalista paneslava, la Mano Negra. El 23 de julio, Austria-
Hungría lanzó un ultimátum a Serbia, a la que exigía una investigación sobre lo sucedido.
Austria-Hungría consideró la respuesta de Serbia insuficiente, y el 28 de julio le declaró
la guerra. El 30 de julio, Rusia movilizó a sus tropas en apoyo de Serbia. Desde entonces
se activó el sistema de alianzas. El 4 de agosto, Gran Bretaña entró en la guerra, ante la
entrada de tropas alemanas en Bélgica.

Sombras sobre Europa

Las declaraciones de guerra activaron las alianzas. En Francia, los obreros


internacionalistas se alistaron voluntarios, en una actitud que el presidente Poincaré
bautizó como unión sagrada. El diputado socialista Jean Jaurès pronunció un duro
discurso contra la política colonial y tres días después fue asesinado en un café de
Montmartre por un militante nacionalista. El filósofo liberal británico Bertrand Russell
también clamó contra la guerra en las páginas de Nation, con escaso éxito. Como señaló
Stefan Zweig, en aquellos días de furia solo había una alternativa, “recogerse en sí mismo
y callar”.

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TEMA 16: EL LARGO CAMINO HACIA LA
DEMOCRACIA EN LA EUROPA DE FIN DE SIGLO

1. ¿Qué es la democracia?

¿Del liberalismo a la democracia?

A partir de 1870, en toda Europa se expandió la democracia. Esta democratización


no siempre fue efectiva, sino formal, ni universal. La democracia siguió siendo una
aspiración, más que una realidad en la mayor parte de Europa, pero la retórica
democratizadora, la ampliación del sufragio y la institucionalización de la participación
política popular avanzaron considerablemente. Esta democratización está relacionada con
el ensanchamiento de la esfera pública de discusión, la presión de las clases populares y
las clases medias para lograr una mayor participación política, a través de asociaciones
creadas al efecto (mujeres sufragistas) o de partidos políticos (socialistas, republicanos,
radicales, democristianos).

¿Qué es la democracia?

La teoría de la democracia contempla cuatro definiciones (Tilly, 2006):


1. Constitucional: las Constituciones pueden configurar una democracia formal,
pero no efectiva, sin separación de poderes ni garantías para el ejercicio de los
derechos.
2. Sustantiva: ¿promueve un régimen la libertad individual, el bienestar, la equidad,
la igualdad, la deliberación pública?
3. Procedimental: las elecciones son el procedimiento básico, pero, ¿son realmente
competitivas y permiten cambios en el personal político?
4. Procesal: para Dahl, esta definición se basa en cinco procesos: participación
efectiva, igualdad de voto, comprensión de la política, control sobre la agenda,
ciudadanía inclusiva.

El Estado y los ciudadanos

La relación entre el Estado y los ciudadanos es, para algunos autores, el criterio
que permite distinguir un régimen democrático de otro que no lo es (Tilly, 2006). El
propio Tilly consideró que un régimen es democrático en la medida en que esas relaciones
“se demuestran con consultas mutuamente vinculantes, amplias, iguales y protegidas”
(Tilly, 2006: 45). En la medida en que el Estado garantiza el equilibrio en estas relaciones,
Tilly habla de cuatro tipos de regímenes: no democrático de alta capacidad (Irán), no
democrático de baja capacidad (Somalia), democrático de alta capacidad (Noruega),
democrático de baja capacidad (Jamaica, Bélgica).

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Precursores de la democracia

Desde Atenas al siglo XIX se han conocido distintas experiencias que reconocían
la consulta mutuamente vinculante. Son ejemplos tempranos de democratismo:
• Las ciudades-Estado italianas (oligarquía mercantil urbana).
• Las comunidades campesinas de la Edad Moderna (“oligarquías plebeyas”).
• Las congregaciones protestantes primitivistas y pietistas de los países nórdicos en
la Edad Moderna o los cuáqueros.
• Los levellers y los revolucionarios de las 13 colonias de América del Norte.
• Los Estados liberales son herederos de la Ilustración, que promovió el
reconocimiento de soberanía nacional y separación de poderes.

El desarrollo teórico de la democracia

Uno de los primeros divulgadores de la democracia en el XIX fue Tocqueville,


que definió la democracia estadounidense, en 1831, como un “estado de la sociedad”. La
democratización alimentó y se vio impulsada desde la sociología política. Autores como
Sidney y Beatrice Webb, Max Weber, Émile Durkheim, Wifredo Pareto o Gaettano
Mosca se ocuparon de la participación del cuerpo social en la vida política. La democracia
se apoya en el imperio del Derecho. El Estado de derecho fue teorizado por el
iuspositivista Georg Jellinek y, ya en el período de entreguerras, por Hans Kelsen.

Esfera pública y opinión pública

Desde el siglo XVIII, la implicación de los individuos en la vida política y la


discusión sobre los problemas colectivos dio lugar a una esfera pública de discusión
(Chartier). Para Habermas, ese espacio público es la condición para la existencia de una
democracia, aunque Habermas atribuye al espacio público un sentido ilustrado que obvia
las luchas y conflictos que se desarrollan en su seno. Su rasgo esencial es el desarrollo de
la prensa política, cada vez más interesada en el gobierno y los asuntos públicos o las
relaciones internacionales.

La ampliación del sufragio

A finales del siglo XIX, los sistemas liberales presentaban todavía carencias
participativas. Un ejemplo es la escasa difusión del sufragio universal sin restricciones de
sexo hasta comienzos del siglo XX: solo el estado de Wyoming (1869) y Nueva Zelanda
(1893) lo reconocieron. En los primeros años del siglo XX, se difundieron nuevas formas
de cultura y participación política. Creció la demanda de derechos sociales y políticos
(vivienda, educación, sufragio), como el sufragismo. En 1920, 26 de los 28 países
europeos eran regímenes parlamentarios. La democratización supuso el reconocimiento
del poder popular (nuevas constituciones), la ampliación del sufragio (Australia, 1902;

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Finlandia, 1907; Noruega, 1913; Estados Unidos, 1920) y el desarrollo de sistemas más
participativos y representativos.

Las sufragistas

Uno de los colectivos más implicados en la ampliación del sufragio fue el de las
sufragistas. En Gran Bretaña, Lydia Becker fundó en 1867 la Sociedad Nacional por el
Sufragio de las Mujeres y en 1870, el Women’s Suffrage Journal. Hasta entonces, el
sufragio femenino de la clase media había sido defendido por John Stuart Mill. En 1888,
Emmeline Pankhurst, admiradora de Becker, organizó la Liga por el Sufragio Femenino,
que demandaba la participación electoral de las mujeres, más que su emancipación. En
las primeras décadas del siglo XX, las sufragistas llevaron a cabo audaces campañas con
altas dosis de violencia para reclamar atención.

Nuevas formas de participación

En muchos países, el poder legislativo asumió un papel preponderante. Los


parlamentos aumentaron su protagonismo político. El viejo bipartidismo de los partidos
de notables (conservadores y liberales) dio paso al pluripartidismo de organizaciones de
masas. La socialdemocracia se consolidó como alternativa progresista a los
conservadores en la mayoría de los países democráticos. Otros partidos irrumpieron con
fuerza en el panorama político, como los radicales y los demócrata-cristianos (centro), los
fascistas y nacionalistas (derecha) y los comunistas (izquierda). Los partidos se sumaban
a otras organizaciones políticas, que demandaban una democratización y derechos
sociales, como los sindicatos, las organizaciones sufragistas o los movimientos
ciudadanos.

La adulteración del sufragio

Pero las clases dirigentes liberales tendían a desconfiar de las masas, y por ello,
diseñaron diferentes subterfugios para controlar sus formas de participación. Por un lado,
idearon o mantuvieron algunos mecanismos legales, como la exigencia de la
alfabetización o la educación formal, la edad mínima (en algunos casos, 30 años), la
exclusión de las mujeres, o la geometría electoral (rediseño de las circunscripciones
electorales). Por otro, se desarrollaron mecanismos informales de control del electorado
(patronazgo, caciquismo) o se recurrió llanamente al fraude electoral. Las clases
populares aceptaron en la medida en que les permitía satisfacer sus necesidades o
demandas, aunque ello no es un síntoma de despolitización, sino lo contrario.

2. Democracia real e ideal en Europa occidental

Gran Bretaña

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En Gran Bretaña, la vida política estuvo marcada, en los 70, por la rivalidad entre
tories (Disraeli) y liberales (Gladstone). Gladstone (1868-1874) emprendió reformas
educativas y religiosas, que redujeron la hegemonía del anglicanismo. Los sindicatos
fueron legalizados (1871). En el seno de los sindicatos surgió el Partido Laborista
(socialista moderado, 1901), que creció a costa de los liberales. En 1874, Disraeli llegó
“a lo alto de la cucaña” y modernizó el partido conservador, haciéndolo más presentable
ante las clases populares. Disraeli diseñó una ambiciosa política social, que le llevó a
promulgar una pionera ley de sanidad pública y otra de viviendas para artesanos.

William Gladstone regresó al gobierno y dominó la escena hasta 1894. Las leyes
de reforma de 1883 y 1884 limitaron las cantidades que los candidatos podían gastar en
las campañas y ampliaron el sufragio, reduciendo las limitaciones censuales. Gladstone
preparó la autonomía de Irlanda (Home Rule, 1886), pero los liberales unionistas la
rechazaron. El conflicto identitario, religioso y económico condujo a la guerra (1916-
1922) e independencia de la isla, salvo el Ulster. El sucesor de Disraeli en el partido
conservador, lord Salisbury, también recurrió a las reformas sociales y laborales
(exigencia de responsabilidades a los patrones), aunque centró sus esfuerzos en la política
exterior imperialista.

La república francesa

El sistema de partidos experimentó una fuerte atomización (legitimistas,


orleansistas, radicales, socialistas, liberales). Pese a ello, el sistema parlamentario gozó
de una sorprendente estabilidad. Los primeros gobiernos de la III República, liderados
por monárquicos (De Broglie), fracasaron en su afán presidencialista. Se impuso la
supremacía del legislativo bicameral. Los republicanos de izquierdas (Ferry, Gambetta)
impulsaron reformas sociales (enseñanza laica, divorcio, libertad de prensa), pero
alimentaron el nacionalismo e impulsaron la expansión imperialista.

En 1894 estalló el affaire Dreyfus, un oficial judío represaliado por traición. En


1898, Émile Zola publicó un artículo denunciando las deficiencias democráticas de la
República, en lo que se considera el bautismo de los intelectuales, conciencia crítica de
la democracia. Los intelectuales fueron contestados por los antiintelectuales de la extrema
derecha (Barrès, Action Française).

Italia: bipartidismo y transformismo

Tras la unificación, el Estatuto Albertino sentó las bases de un sistema


parlamentario, marcado por una acusada tendencia al caciquismo y el bipartidismo, entre
la Sinistra Storica (Depretis, Crispi, Giolitti) y la Destra Storica (Cavour, Minghetti). Las
prácticas caciquiles y el transformismo terminaron desvirtuando el parlamentarismo y la
participación popular. La SS y la DS terminaron perpetuando el transformismo al fundar

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la Unión Liberal, en 1913. Los gobiernos impulsaron la industrialización y la ampliación
del sufragio, aunque a costa de una fuerte presión fiscal.

3. El fin del Antiguo Régimen en Europa central y oriental

La Alemania bismarckiana

La unificación fortaleció la posición de Bismarck y los terratenientes


conservadores, reacios a la extensión de los derechos políticos. Sin embargo, Bismarck
conjugó las reformas sociales con la represión, para anular a la oposición. Para frenar a
los socialdemócratas, limitó la actividad de los sindicatos y periódicos afines al SPD
(Leyes contra los socialdemócratas) y promulgó una legislación social pionera en Europa
(seguros de enfermedad, vejez y accidentes). Frente a los católicos emprendió la
Kulturkampf, que promovió el control estatal de la enseñanza y el clero. Más tarde, se
aproximó al Zentrum católico, marginando a los liberales.

El ascenso de Guillermo II (1888) supuso la caída de Bismarck (1890), ya que el


káiser rechazaba su política exterior de equilibrio en favor de la Weltpolitik. Los nuevos
cancilleres, como Leo von Caprivi, Bernhard von Bülow y Theobald von
BethmannHollweg se plegaron a los dictados del káiser y se concentraron en la política
exterior. El SPD, liberado de la presión policial (1890) se convirtió en la fuerza más
votada ese año, pero la ley electoral favorecía a las opciones conservadoras (Zentrum) o
liberales (nacional-liberales, radicales).

Rusia, el imperio atocrático

Rusia fue un imperio autocrático y agrario. Los zares Alejandro II (1855-1881) y


Alejandro III (1881-1894) hicieron reformas de escaso calado, lo que hizo crecer la
oposición. La población campesina vivía en una situación de servidumbre feudal. En
1861, se abolió la dependencia de los campesinos a la tierra, pero se los adscribió a la
aldea rural (mir), creando una nueva dependencia. Se crearon asambleas de gobierno
locales, los zemstvos.

La oposición se movilizó formando organizaciones que reflejan el avance


socialista (narodniks, socialrevolucionarios, socialdemócratas) y anarquista. En 1881
Alejandro II fue asesinado y el Estado recrudeció la represión y la vigilancia a través de
la policía política (okhrana). Las clases populares y el ejército se movilizaron en 1905, en
una revolución tras la que el zar adoptó reformas, como la creación de una Duma, aunque
muy alterada por su intervención.

Austria-Hungría, un imperio dual

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En 1867, Austria se transformó en una monarquía dual, con un mismo emperador,
Francisco José I, y una política económica y exterior comunes, pero concedía a Hungría
un amplio autogobierno. Se reconoció el bilingüismo en algunas regiones y la autonomía
a otras, como Croacia. En 1878, Austria-Hungría recibió Bosnia-Herzegovina
(independizada del Imperio Otomano), lo que convirtió los Balcanes en el epicentro de
sus problemas. La política interior estuvo marcada por el conservadurismo del emperador
y los primeros ministros. A pesar de ello, surgieron partidos modernos (socialcristianos,
socialdemócratas, pangermanistas).

El imperio otomano

El imperio Otomano era una teocracia en la que el sultán concentraba el poder


absoluto. Abdulhamit II (1876-1908) combinó la autocracia con el espíritu
pseudoreformista del período Tanzimat. Tras el golpe de Estado de los Jóvenes Turcos
(1908), una organización reformista y nacionalista, el nuevo sultán, Mehmet V se vio
obligado a emprender nuevas reformas, pero la derrota en la Gran Guerra precipitó una
revolución occidentalizante y republicana.

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