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Derek Kidner
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LIBROS DESAFÍO
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All rights reserved. This translation of The Message of Haggai first published in 2010 is
published by arrangement with Inter-Varsity Press, Nottingham, United Kingdom.
All rights reserved. This translation of The Message of Hosea first published in 1976 is published
by arrangement with Inter-Varsity Press, Nottingham, United Kingdom.
All rights reserved. This translation of The Message of Malachi first published in 2013 is
published by arrangement with Inter-Varsity Press, Nottingham, United Kingdom.
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los editores.
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Septiembre 2014
Contenido
Prólogo
OSEAS
Prólogo del autor
Abreviaturas principales
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Al lector...
Primera parte: Una parábola sacada de la vida misma Una familia enajenada
(1–3)
Presentación de Oseas (1:1)
Un comienzo de mal agüero (1:2–9)
Un claro en las nubes (1:10–2:1)
Los amantes y el Amante (2:2–23)
“Ama... como el Señor ama” (3:1–5)
Segunda parte: La parábola explicada detalladamente ¿Cómo podría
abandonaros? (4–14)
Un pueblo sin entendimiento (4:1–19)
El futuro se oscurece (5:1–14)
Perseveremos para conocer al Señor (5:15–7:2)
La decadencia (7:3–16)
Sembrar viento y recoger tempestades (8:1–14)
Errantes entre las naciones (9:1–17)
“Es tiempo de buscar al Señor” (10:1–15)
“¿Cómo podría abandonaros?” (11:1–11)
¡Recordad el pasado y aprended! (11:12–12:14)
Nota adicional sobre Oseas 12:12
La destrucción de un reino (13:1–16)
La vuelta a casa (14:1–9)
Apéndices
Mapa: Asiria y Occidente
Mapa: La ruptura de Israel
Tabla cronológica
Resumen del libro
HAGEO
Introducción
¿Cuándo vamos a construir? (1:1–2)
Un llamado a despertar (1:3–11)
En el centro (1:12–15)
¡Días mejores están por venir! (2:1–9)
Cuenta tus bendiciones (2:10–19)
Lo mejor aún está por llegar (Hageo 2:20–23)
MALAQUÍAS
Prólogo del autor
Bibliografía escogida
Introducción
La palabra del Señor (1:1)
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Yo os he amado (1:2–5)
No me menospreciéis (1:6–14)
Dad honor a mi nombre (2:1–9)
No seáis desleales (2:10–16)
No me canséis (2:17–3:5)
Volved a mí, no me robéis (3:6–12)
Palabras finales (3:13–4:6)
Prólogo
Hay muchos cristianos que a menudo se sienten desorientados cuando leen el
Antiguo Testamento. ¿Qué hacemos con estas tres cuartas partes de la Biblia? Es como
si de alguna manera tuvieran menos que ver con nuestras vidas, que el Nuevo
Testamento. Su contexto nos parece demasiado lejano. Y su literatura muy diferente a
la que conocemos hoy. Porque la verdad es que no hay mucha gente que lea leyes,
códigos, oráculos contra naciones extranjeras, o poesía sin rima...
Es cierto que nos gustan algunas de sus historias. Nos identificamos con sus
personajes, tentaciones y conflictos. Participamos de la misma realidad de pecado y
obediencia, éxito y fracaso... Pero ¿es esto lo que quieren decir estas historias? ¡Todo
parece tan subliminal! Porque bien visto, si somos cristianos, ¿no es el Nuevo
Testamento, el que nos habla principalmente de Jesucristo, como nuestro Salvador?
“Los profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros, inquirieron y
diligentemente indagaron acerca de esta salvación, escudriñando qué persona y qué
tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual anunciaba de
antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos. A éstos se les
reveló que no para sí mismo, sino para nosotros, administraban las cosas que ahora os
son anunciadas por los que os han predicado el evangelio por el Espíritu Santo enviado
del cielo; cosas en las cuales anhelan mirar los ángeles“ (1 Pedro 1:10–12).
Los profetas indagaron acerca de esto; los ángeles anhelaban verlo; y los discípulos,
no lo entendían; pero Moisés, los profetas y todas las Escrituras del Antiguo
Testamento hablaban de ello (Lucas 24:25–27): Jesús tenía que venir y sufrir, para ser
después glorificado. Él no vino sin ser anunciado. Su llegada fue declarada con
antelación en el Antiguo Testamento. Pero no sólo en aquellas profecías que
explícitamente hablan del Mesías, sino por medio de las historias de todos los sucesos,
personajes y circunstancias del Antiguo Testamento.
Dios comenzó a contar una historia en el Antiguo Testamento, cuyo final se
esperaba con impaciencia. Desarrolló el argumento, pero faltaba la conclusión. En
Cristo, Dios ha llevado el relato del Antiguo Testamento a su culminación. Los cristianos
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aman por eso el Nuevo Testamento. Pero Dios estaba contando una sola historia, que
se extiende a lo largo de todas las páginas de la Biblia. Desde Génesis a Apocalipsis, Dios
desvela progresivamente su plan de salvación.
La Biblia, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento, presentan una sola
revelación de Dios, centrada en Cristo. Cuando estudiamos los diferentes géneros,
estilos y enseñanzas de cada libro, vemos que anuncian y señalan a Cristo. El carácter
cristocéntrico de la Biblia puede parecer “oculto en el Antiguo Testamento”, como
decía Agustín, pero es “revelado” en el Nuevo. Ver la relación entre Antiguo y Nuevo
Testamento es clave para comprender la Biblia.
El Antiguo Testamento nos revela a Jesús. El Dios de Israel es el Dios encarnado en
Jesús: “El mismo, ayer, y hoy y por los siglos” (Hebreos 13:8). La Biblia de Jesús es el
Antiguo Testamento. Los apóstoles se refieren continuamente a él. Porque el Antiguo
Testamento no es sólo para Israel. ¡Es para nosotros! Nos enseña acerca de Dios y su
propósito en la Historia, pero también sobre nuestra propia vida.
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cada sección y libro en su totalidad. Lo que tenemos aquí es una comprensión global de
cada texto que nos lleva inmediatamente a la actualidad, considerando su valor práctico
y aplicación para la vida del creyente.
También hay autores jóvenes en esta colección, como Chris Wright, que ha
enseñado mucho tiempo el Antiguo Testamento en un centro bíblico orientado a la
tarea misionera (All Nations Christian College), antes de dedicarse en Londres a la
fundación de cooperación internacional Langham (que fundó John Stott para mantener
proyectos de educación en todo el mundo).
La visión de la profecía de estos autores está lejos de las especulaciones
escatológicas de tantos autores populares, que juegan con el texto bíblico para dar su
propia interpretación del mundo, siguiendo las más caprichosas identificaciones, para
leer la Biblia a la luz del telediario. Su enfoque es riguroso, claramente arraigado en el
contexto histórico, pero lleno de referencias al mundo actual. Lo mismo cita una
canción de U2 que analiza el mapa del Templo.
Algunas obras, como la de Motyer sobre Isaías, no pertenece en realidad a la serie
The Bible Speak Today de Inter-Varsity, aunque está publicada por esta editorial. Es un
comentario al que dedicó toda su vida, basado en su propia traducción y meditación
durante años. Para muchos, no hay duda de que se trata de una obra maestra, un
trabajo magistral, en una línea radicalmente diferente a la mayor parte de los
comentarios que se hacen hoy en el mundo evangélico en un contexto académico.
Algunos de los comentarios, por otro lado, pertenecen a la colección Tyndale
también de Inter-Varsity. Otros son de autores que consideramos “nuestros”, como
David F. Burt, que han escrito algunos comentarios de un nivel excelente.
La Palabra eterna
Estos libros parten de los presupuestos clásicos de la teología evangélica, como es la
unidad del texto y su mensaje cristocéntrico. Se atreven a veces incluso a prescindir de
toda referencia crítica, para concentrarse en el sentido del texto, que explican con
claridad y pasión evangélica. Estas obras están destinadas por eso a ser libros de
referencia durante años, siendo apreciadas por muchas generaciones, que descubrirán
en su trabajo una obra perdurable, que trasciende las absurdas polémicas entre uno y
otro autor de esta generación, para desvelarnos el verdadero mensaje del libro.
La publicación de estas obras nos da, en este sentido, un modelo de lo que debe ser
un comentario evangélico. Cuando muchos de los libros que abundan en este tiempo,
sean finalmente olvidados, las obras que seguirán atrayendo al lector del futuro, son las
que transmitan el mensaje de la Palabra eterna, más allá de modos y modas, sobre los
que prevalece el espíritu de la época.
Estos autores muestran una capacidad excepcional para sintetizar lo que otros
hacen en multitud de páginas de oscuro contenido. Su extraordinaria claridad se ve
resaltada a veces por una increíble genialidad para dividir el texto en unos
encabezamientos tan atractivos, que uno no puede resistirse a la tentación de
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OSEAS
Derek Kidner
Me alegro por tener esta oportunidad de agradecer al editor de la serie y a los que
trabajan en la editorial por las molestias que se han tomado para que este libro pudiera
ver la luz.
Me da un poco de miedo que los comentarios sobre los primeros capítulos de Oseas
(especialmente) parezcan demasiado complicados, a diferencia del propio texto
inspirado, que es extraordinariamente vivo. Por tanto, quisiera sugerir que aquel lector
que se encuentre desanimado y empiece a flaquear, se dirija al apartado titulado
“Resumen del libro”, al final de mismo, para que pueda volver a ubicarse y reiniciar (y
acabar), con la mente fresca, su viaje con este profeta excepcional.
Derek Kidner
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Abreviaturas principales
Al lector…
Es bastante fácil crecer con una idea simplista de Dios (así como la impresión que
tiene un niño sobre el mundo adulto) y con un enigma preocupante acerca de Su modo
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de hacer las cosas. El viejo enigma es: Si Dios es todopoderoso y totalmente bueno,
¿por qué no destruye todo el mal que hay sobre la tierra? (Es más, ¿por qué no se
deshace también de la Iglesia?)
Oseas nos muestra, con extraordinaria franqueza, la otra cara de la moneda, que es
el punto de vista de Dios.
La idea que tiene un niño sobre sus padres es desconcertante: Ellos hacen las reglas
(se dice a sí mismo) ¡Eso sí que es ser poderoso! Y tienen dinero; digan lo que digan, ¡el
dinero proporciona la libertad! ¡Cuántas cosas podríamos hacer nosotros, los niños, con
toda esa libertad y todo ese poder!
En este libro, no veremos las cosas en estos términos simplistas, en que las
situaciones y las personas no son complicadas y el poder es como una varita mágica.
Oseas nos muestra una familia que representa, en miniatura, nuestro mundo o, más
bien, la parte más avanzada del mundo de aquel tiempo. Sin embargo, se trata de una
familia con problemas, y Dios compara Su situación no con la de un autócrata cuyas
órdenes nadie se atreve a desobedecer, ni con la de un padre que se deleita en su
adorable esposa e hijos, sino con la de un marido cuya esposa lo ha dejado y la de un
padre cuyos hijos son como desconocidos en su propia casa y que se están
autodestruyendo a pasos agigantados.
En un cuadro como este, ¿hay cabida para la omnipotencia y las soluciones
instantáneas? Ciertamente, la respuesta no es una aceptación sumisa, pero tampoco lo
son tácticas más intimidatorias, a menos que nos satisfaga tener una esposa-esclava y
una familia simplemente intimidada y obligada a conformarse.
Con relaciones tan sutiles y sensibles como esta, no hay atajos para enderezarlas
cuando van mal, ni siquiera para alguien omnipotente (si creemos que Dios puede, de
alguna forma, mover una varita mágica y solucionar el problema sin que nadie sufra, si
eso es lo que realmente desea, sólo nos hace falta recordar la cruz, ese horrible
instrumento de tortura, y la oración del Hijo: “Padre mío, si es posible...”, para darnos
cuenta de que estamos equivocados).
Sin embargo, todo esto puede parecer algo teórico y distante, por lo que Dios quiso
aclarárselo a Oseas de una forma práctica y hasta unos límites, incluso, dolorosos, al
pedirle que hiciera la última cosa que podía imaginarse un profeta responsable: “Anda,
toma para ti a una mujer ramera —porque” (y podríamos parafrasearlo de la siguiente
manera) “esto es exactamente lo que he hecho yo, el Señor, al comprometerme con
todos vosotros”.
Y Oseas no dedujo que simplemente podía casarse y continuar vidas separadas, o
que Dios le encontraría una prostituta con un corazón de oro. Se casó con una mujer
superficial y materialista, que probablemente lo dejaría tirado cuando le pareciese. Y,
con ella, empezó una familia.
Ella le dio un hijo varón y, más tarde, dos niños más que, al parecer, no eran de él.
Después, le abandonó. Se había burlado de él, aunque luego se burlaron de ella, pues,
como de la misma manera, su nuevo amante resultó ser tan inútil y cruel, que pronto se
convirtió en su esclava y, prácticamente, su prisionera. Era casi la misma situación que
la del “hijo pródigo”.
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Sin embargo, esta historia no acaba de la misma manera que la conocida parábola y,
de algún modo, incluso la supera. Mientras que ella no muestra ninguna intención de
volver a casa (quizás porque le era imposible hacerlo), es Oseas, su marido, quien va a
su búsqueda y, cuando la encuentra, no sólo tiene que volver a ganársela, sino que
también tiene que pagar un precio por ella, consiguiéndolo parte con dinero y parte en
especie. Y es más: no sólo se trata de recuperarla, sino que Dios le había dicho: “Ve otra
vez, ama a una mujer amada por otro y adúltera, así como el SEÑOR ama a los hijos de
Israel a pesar de que ellos se vuelven a otros dioses”.
En una historia como esta donde encontramos el “eterno triángulo”, apenas hay un
ejercicio del poder, pues el poder a solas no solucionaría nada. En cambio, hay dolor,
humillación, espera, acercamiento y llamamiento personal, y, finalmente, compromiso
mutuo. También hay sacrificio, especialmente frente al riesgo del rechazo, heridas
abiertas, tener que trabajar en una relación difícil y perseverar para que dure y crezca.
“Por tanto, he aquí, la seduciré”, dice Dios, “... y le hablaré al corazón... Te desposaré
conmigo para siempre”. Y Oseas, por su parte, le dice a su esposa Gomer que ni él ni
ella serán compartidos por nadie más: “Te quedarás conmigo por muchos días. No te
prostituirás, ni serás de otro hombre, y yo también seré para ti”.4
Esta es la historia que nos relatan los tres primeros capítulos. Sin embargo, cuando
Dios extrae el significado a gran escala de la misma, nos damos cuenta de que la
estructura de las relaciones entre Él, Su pueblo y Sus rivales, que quieren conseguir el
afecto del pueblo, no es tanto un triángulo como un verdadero polígono. Su pueblo le
ha dado la espalda en muchas direcciones:
— En religión, se han vuelto a otros dioses y a otros cultos.
— En política, han seguido estrategias mezquinas y métodos dudosos.
— En ética, han practicado la violencia y el sexo desenfrenado.
Dios podría haber reaccionado dándoles totalmente por perdidos y no malgastar
más afecto hacia ellos. Sin embargo, Dios no se deja vencer tan fácilmente.
Hasta ahora, he restado importancia al papel desempeñado por la intervención
contundente, pero sería una distorsión demasiado evidente si retratara a Dios,
simplemente, retorciéndose las manos. Aquí, hay enfado y juicio, no únicamente
súplicas. Llegados a este punto, podremos ver más fácilmente las realidades de la
situación y la falta de remedios fáciles si echamos un vistazo a los problemas de nuestra
sociedad actual y las curas simplistas propuestas para ellos. Una corriente filosófica
instará a sus legisladores a que “mantengan la calma”, es decir, que dejen que los
acontecimientos de la vida les hagan entrar en razón en el momento adecuado; otra
corriente les exhortará a que “se mantengan fuertes”, es decir, que pongan en marcha
leyes más estrictas y castigos más severos; una tercera opinión es que “se mantengan
suaves”, o sea, que se anima a que la gente conecte con sus mejores sentimientos y que
confíe en que los fuertes actúen con moderación.
Cada una de estas corrientes por sí mismas deja de lado un componente vital y
abriría las puertas tanto a una anarquía, a una guerra civil o a un paraíso para los
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matones. De ahí que la mejor opción parece ser una combinación de las tres, como
mínimo. Una situación compleja necesita una respuesta compleja.
En Oseas, Dios pasa de un estado a otro sucesivamente: mantiene la calma (“se ha
retirado de ellos”, “Efraín se ha unido a los ídolos, déjalo”, “siembran viento, y
recogerán tempestades”), permanece fuerte (“seré como león para Efraín”, “Él se
acordará de su iniquidad, castigará sus pecados”)6 y, por encima de todo, es tierno
(“¿Cómo podré abandonarte, Efraín?... Mi corazón se conmueve dentro de mí”, “Yo
sanaré su apostasía”).
¿E Israel? Se equivocó, como le suele pasar al ser humano: pensó que Dios quería
más religión, por lo que daría más sacrificios; a lo que Dios respondió: “A ellos les
gustan los sacrificios” e “Irán con sus rebaños y sus ganados en busca del SEÑOR”. Sin
embargo, esta no era una buena forma de encontrar a Dios, ya que se trataba de cosas
religiosas, mientras que Él quería gente: gente convertida, profundamente arrepentida,
enteramente y para siempre Suya. Todos los altibajos de este libro, los retratos
mordaces, las predicciones funestas y los llamamientos fervientes llevan a esto. El libro
acaba echando un vistazo al fruto de toda esta agonía, cuando este matrimonio
desigual, como el de Oseas, ya no estará lleno de tensiones y traiciones, sino que será
seguro y feliz, el largo invierno habrá pasado y llegará, al fin, la primavera con todo su
esplendor.
Entonces, ¿qué mensajes tiene este profeta para el mundo de hoy? Como mínimo,
estos:
— Que Dios no es el mago distante que nos imaginábamos de pequeños (que es donde
empezamos), sino que trabaja dentro de los límites y las libertades mismos que
pueden hacer o romper un matrimonio, una familia, un pueblo o una persona;
— que ama a los que carecen de amor y valora a los que, de lo contrario, serían
despreciables (lo suficiente como para que su rescate le costara absolutamente
todo);
— pero también que nunca quedará satisfecho con ser un lado de un triángulo (y,
menos, ¡de un polígono!), o ser el novio únicamente por un día o dos. Sólo se
conformará con amor, y nunca por un período de tiempo más corto que “para
siempre”.
Así, “quien es sabio”, “Tomad con vosotros palabras, y volveos al SEÑOR”, quizás
con las mismas palabras de 14:2–3:
“Decidle: Quita toda iniquidad,
y acéptanos bondadosamente,
...pues en ti el huérfano halla misericordia.”
Entonces podremos esperar escuchar Su voz respondiéndonos con palabras
maravillosas, directas del corazón, como estas, que aún recordamos:
“Yo sanaré su apostasía,
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Primera parte
Una parábola sacada de la vida misma. Una familia enajenada
Oseas 1–3
La gente que amas es la que te puede herir más. Casi se puede descubrir el grado de
dolor potencial siguiendo una escala: del desaire que apenas percibimos de un
desconocido, pasando por el conflicto con un amigo y que nos afecta con mayor
intensidad, al dolor punzante que nos puede causar un rechazo o el distanciamiento
entre un padre y un hijo o, lo más hiriente de todo, la traición dentro de un
matrimonio.
Sólo unas experiencias como las dos últimas podrían haberle hecho entender a
Oseas (o a nosotros) cuánto nos cuida Dios y se preocupa por nosotros. E incluso
entonces, es posible que las palabras solas no hubiesen conseguido mostrar la
intensidad de todo ello. Era necesario que se viviera en primera persona.
Después de un breve apunte temporal, en el primer versículo, se nos sumerge
directamente en la historia.
Presentación de Oseas
Oseas 1:2–9
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1:1 Palabra del SEÑOR que vino a Oseas, hijo de Beeri, en días de Uzías,
Jotam, Acaz y Ezequías, reyes de Judá, y en días de Jeroboam, hijo de Joás, rey de
Israel.
Este versículo nos da a conocer al profeta y sus días. Su nombre, que también es el
del último rey de Israel (2 R. 17:1) y el original de Josué, ha sufrido algunas alteraciones
en su viaje por el griego y el latín (en el cual es llamado Osee). Al igual que los nombres
Josué y Jesús, procede del verbo “salvar”.
Los reyes aquí nombrados abarcan la mayor parte del s. VIII a.C., aunque son
eclipsados por los brillantes profetas de aquel tiempo: Jonás, Amós y Oseas
(principalmente) en el norte, y Miqueas e Isaías en el sur.
Al principio, se produjo un tiempo de una prosperidad creciente gracias al breve
descanso que tuvieron estos dos pequeños reinos mientras sus vecinos más fuertes
estaban, por una vez, preocupados y débiles. Damasco, el causante del azote más
reciente, había sido herido por Asiria en el año 802; y, más tarde, Asiria misma, aquella
sombría máquina de guerra de Mesopotamia, empezó a tambalearse debido a
amenazas desde fuera y desunión interna.
Sin embargo, con la riqueza de Israel, había empezado una decadencia cada vez
mayor hasta que, a mitad del siglo, su mundo empezó a desmoronarse. Dentro, dos de
los reyes más fuertes, Jeroboam III de Israel y su contemporáneo, Azarías de Judá,
estaban llegando al fin de sus largos reinados, mientras que, en la distancia, Asiria
habían llegado a conseguir un nuevo grado de fuerza y combatividad aterradoras.
Pronto, entraría en Palestina y, en una generación, el reino de Israel se habría
extinguido.
A esta generación fue enviado Oseas a predicar el arrepentimiento.
dijo: Anda, toma para ti a una mujer ramera y engendra hijos de prostitución;
porque la tierra se prostituye gravemente, abandonando al SEÑOR. 3a Fue, pues, y
tomó a Gomer, hija de Diblaim...
El llamado de un profeta podía ser muy angustioso, pues sabía que Dios casi le
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podía pedir lo que fuera. Sin embargo, sería muy difícil encontrar una petición inicial
más devastadora que la que recibió Oseas.
Las palabras son fuertes y, por si no fuera suficiente utilizar los términos “ramera” y
“prostitución” tres veces en una misma frase, en el texto hebreo esta raíz no aparece
sólo tres veces, sino cuatro.
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algún significado oculto, que saldrá a la luz en 2:23 (véanse pp. 53 y ss.), a primera vista
apuntaría a una ciudad y un valle conocidos del reino del norte. Sin embargo, esa
ciudad había sido testigo de la matanza a manos del rey Jehú,15 por lo que Dios está
demostrando que en ningún momento se ha olvidado de esto. Para un profeta, dar a su
hijo este nombre es como si un político llamara a su hijo Peterloo, Katyn o Soweto y no
desaprovechara ninguna oportunidad para explicar su significado.
La explicación del versículo 4, que predice el castigo sobre la casa de Jehú, pasa a
incluir a todo el reino, y, de hecho, esto es lo que pasó. La casa de Jehú cayó sobre el
año 752 a C. con el asesinato del rey Zacarías (2 R. 15:8–12) y, después de treinta años
de golpes y contragolpes, el reino fue hecho pedazos por Asiría y jamás volvió a
recuperarse.
Jehú es un personaje paradójico. Aquí, lo vemos como un hombre sangriento que va
acumulando desgracia para su dinastía y reino, pero, en 2 R. 10:30, ha “hecho bien” al
enfrentarse a la casa de Acab “conforme a todo lo que estaba en... [el] corazón [de
Dios]”. La causa no queda muy lejos, pues reside en Jehú mismo, un ejemplo de azote
humano. Como ejecutor de Dios, no dejó nada inacabado y por ello recibió su
recompensa: la promesa del trono para su descendencia durante cuatro generaciones.
El Antiguo Testamento hace varias referencias a este tipo de siervo, del que Senaquerib,
a quien Dios llama “vara de mi ira” (“Pero ella no tiene tal intento, ni piensa así en su
corazón”, Is. 10:7), y Nabucodonosor “mi siervo” (Jer. 27:6) son los ejemplos más
importantes. Obtuvieron lo que les correspondía, en botines y conquistas, que son
descritos con el término “paga” (o “pago”) en Ezequiel 29:18–20, aunque también
recibieron lo que su orgullo y crueldad merecían.
También lo era Jehú, con el mismo espíritu y empleando los mismos métodos, con la
única diferencia de que este era consciente de su llamamiento por parte del Señor. Los
acontecimientos descritos en 2 Reyes 10 son un conjunto desordenado de artimañas,
carnicerías e hipocresía, en el que el único indicio de algo relativamente religioso es el
fanatismo (e incluso eso queda bajo sospecha al tener en cuenta la farsa de Jehú en su
sacrificio a Baal, 2 R. 10:25). Lo que realmente lo movía a actuar era su egoísmo y su sed
de matar y fue esto mismo lo que hizo que la “sangre derramada en Jezreel” se
convirtiese en una mancha acusadora.
Si nos preguntamos por qué Israel tuvo que sufrir por esto cien años después, los
últimos capítulos de este libro nos muestran que ni Israel ni su casa real rechazó jamás
esta actitud frente a la violencia. Jezreel fue sólo un capítulo de una historia inacabada,
y Dios no podía ser cómplice de ello.
El fin de este oráculo presenta dos elementos inesperados e igualmente punzantes.
Normalmente, cuando Dios promete “quebrar el arco” de alguna fuerza beligerante,
está diciendo que rescatará a Su pueblo, tal y como vemos en los ejemplos de 2:18 y del
salmo 46:9. Sin embargo, aquí, claramente está hablando de quebrar el arco de Israel.
Como reino, ya no es una fuerza para Dios, si es que alguna vez lo ha sido, y mantenerlo
intacto no sería razonable. El segundo elemento de esta frase final es la inversión total
que queda implícita en la escena de la derrota. Jezreel, el valle de la victoria de Gedeón,
había sido un nombre aureolado de gloria. Ahora, después de las masacres, sólo podía
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Jeremías. Jonás no podría haber deseado un oráculo más sombrío que el que recibió:
“Dentro de cuarenta días Nínive será arrasada”; aun así, sabía que se había anunciado
para evitar el juicio mismo que había predicho. Jeremías se dio cuenta de este principio
en el taller de un alfarero, cuando vio la reacción radical y creativa de este dependiendo
de cómo respondiese su material, o dejase de responder, a sus acciones. El comentario
de Dios tiene importantes repercusiones: “En un momento yo puedo hablar contra una
nación... de arrancar, de derribar y de destruir; pero si esa nación... se vuelve de su
maldad, me arrepentiré del mal que pensaba traer sobre ella” (Jer. 18:7–8). Este
principio de toda profecía (nótense las palabras “En un momento”) arroja luz sobre
cómo será el desenlace de este capítulo. Pero antes, aún hay cosas peores por venir.
No sois mi pueblo,
se les dirá:
Sois hijos del Dios viviente.
11 Y los hijos de Judá y los hijos de Israel se reunirán,
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Josías de Judá tuvo la idea de incluir toda la tierra de Israel en sus reformas (2 Cr.
34:6–7; cfr. 35:18); y después del exilio encontramos a hombres de Efraín y Manasés (1
Cr. 9:3), que podría ser un nombre general para denominar a las tribus del norte,
estableciéndose en Jerusalén con los hombres de Judá, Benjamín y Leví, las tribus que, a
partir de entonces, ocuparían la mayor parte del territorio de Israel. Aunque “Judá” y
“judíos” se convirtieron en su nombre nacional, el título que aún tenía más importancia
para ellos era “Israel”, cuya tradición de las doce tribus representaba ahora a la nación
escogida en su unidad en vez de en su diversidad.
Así, Esdras y su grupo de peregrinos de Babilonia ofrecieron “doce novillos por todo
Israel” cuando llegaron a Jerusalén (Esd. 8:35); y Pablo, mucho tiempo después, habló a
Agripa de “nuestras doce tribus” que estaban aguardando la esperanza de Israel
(Hechos 24:7), si tomamos sólo un ejemplo del Nuevo Testamento. En tiempos del
Nuevo Testamento, la vieja ruptura entre el norte y el sur ya hacía tiempo que había
sido solucionada, aunque probablemente no de la manera que se hubiera previsto y
tampoco sin nuevas fuentes de rencor por el odio entre judíos y samaritanos.
Pero no se nos permite quedarnos aquí. El Nuevo Testamento retoma esta profecía
dos veces y la presenta a una multitud aún mayor, que incluye samaritanos y gentiles, a
quien Dios les decía con razón:
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A ella no se la comparte
2:2 Contended con vuestra madre, contended,
porque ella no es mi mujer, y yo no soy su marido;
que quite, pues, de su rostro sus prostituciones,
y sus adulterios de entre sus pechos;
3 no sea que yo la desnude completamente
pedir perdón que romper completamente con su modo de vida. Y en los dos versículos
siguientes (3–4) nos encontramos con el duro recordatorio de que su marido
abandonado no es un patético consentidor, sino una persona con la que se las tendrá
que ver. En la amenaza “no sea que yo la desnude completamente” existe una justicia
poética, pues se le da a la mujer la dosis máxima de su propia medicina, en que se la
desacredita, como en el versículo 10, incluso más allá de su propia autodegradación. En
otro sentido, habla también de la pobreza extrema, que queda representada en la
escena del desierto del versículo 3b. La mujer de Oseas iba a experimentar algo de esta
degradación y necesidad, pero Dios estaba hablando de Israel y su adulterio espiritual,
su descendencia impía (versículo 4, que nos lleva otra vez al versículo 1:6) y su
inminente devastación.
Un despertar brusco
2:5 Pues su madre se prostituyó;
la que los concibió se deshonró,
porque dijo: “Iré tras mis amantes,
que me dan mi pan y mi agua,
mi lana y mi lino, mi aceite y mi bebida.”
6 Por tanto, he aquí, cercaré su camino con espinos,
y mi mosto a su sazón.
También me llevaré mi lana y mi lino
que le di para que cubriera su desnudez.
10 Y ahora descubriré su vergüenza
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sincretismo religioso (es decir, la mezcla y la fusión entre varias religiones), aunque esto
lo veremos con más detenimiento en los comentarios de los versículos 16 y 17.
Volviendo a los versículos 5–13, encontramos a Dios acelerando el proceso de
desencanto, que es lo que está sucediendo. Los “amantes”, los dioses paganos y sus
equivalentes, son ilusiones que van desvaneciéndose con cada paso que se da hacia
ellos, aunque, en tiempos de abundancia, esta fantasía no es muy evidente. Se
necesitan los “espinos” y el “muro” (6) de la hambruna y la frustración para acabar con
toda esperanza en ellos (“¿dónde están tus dioses, los que hiciste para ti? Que se
levanten, a ver si pueden salvarte.”.). Incluso entonces, es posible que no se entre en
razón como el hijo pródigo o como la esposa ausente que es retratada de manera
esperanzadora en el versículo 7b, pero que maldice a Dios como la gente de Isaías 8:21.
¿Era intencionada la ignorancia de Israel (8) al perseguir a estos amantes? La NVI la
presenta como algo deliberado: “Ella no ha querido reconocer que soy yo...”. Sin
embargo, a pesar de que esto reafirma la culpa que Dios ve en ella, el cargo
fundamental contra Israel es su infidelidad, a la que la han atraído las promesas de sus
amantes, tal y como podemos interpretar a partir de los versículos 5–7. Por eso, la
traducción simple “ella no sabía” parece más fidedigna al contexto aun dándonos la
posibilidad de comentar: “¡Pero tendría que haberlo sabido!”.
En su pecado contra el amor, Israel aún va más allá en el versículo 8, ya que no sólo
ha ignorado al verdadero Dador, sino que ha dado Sus regalos a Su usurpador. De paso,
podemos observar que, una vez más, es posible que el lector se sienta confrontado por
un espejo más que por una ventana, ya que el pecado de Israel también es el de cada
ser humano.
El castigo de los versículos 9–13 es implacable, aunque no injusto. De hecho, como
veremos en los versículos 14 y ss., tampoco es demasiado duro, pues, aunque es una
lección amarga, debe ser aprendida a toda costa. En su presentación, lo literal es
mezclado con lo metafórico, aunque ambos permanecen claramente reconocibles.
Existe una posibilidad desalentadora de cosechas destruidas y granjas y huertos
volviendo a su estado salvaje (lo que apunta, en el versículo 12, a una tierra
despoblada, cuyos habitantes han sido desterrados o parcialmente aniquilados), y,
detrás de ella, se encuentra la promesa incumplida de los Baales, para los que se había
emperifollado una Israel encaprichada, coqueteando con ellos en las mismas fiestas
(11) que se les había dado para consolidar su unión con el Señor.
Sin embargo, el Señor mantiene la iniciativa, no sólo en cuanto al juicio, sino
también en cuanto a la gracia. De repente, la escena se ilumina.
El amante fiel
2:14 Por tanto, he aquí, la seduciré,
la llevaré al desierto,
y le hablaré al corazón.
15 Le daré sus viñas desde allí,
Felicidad absoluta
2:18 En aquel día haré también un pacto por ellos
con las bestias del campo,
con las aves del cielo
y con los reptiles de la tierra;
quitaré de la tierra el arco, la espada y la guerra,
y haré que ellos duerman seguros.
19 Te desposaré conmigo para siempre;
y tú conocerás al SEÑOR.
“En aquel día” (16, 18, 21) apunta, en el Antiguo Testamento, hacia el gran día, el
Día del Señor, no simplemente a un tiempo cercano en el futuro. Para nosotros, ese día
ya empezó en el Primer Adviento, aunque no llegará a completarse hasta el Segundo.
A pesar de su brevedad, esta pequeña profecía entrelaza hebras que sólo nos
deleitan por separado en otros pasajes más familiares. En pocas líneas, se nos ofrece un
retrato de la naturaleza en paz con el hombre (cfr. Is. 11:6–9; 65:25), de armas
quebradas (cfr. Sal. 46:9; Is. 9:5; Mi. 4:3) y del pueblo de Dios siendo uno con Él (cfr. Jer.
31:33 y ss.; Ez. 36:26 y ss.). Dios se entretiene más en éste último, pues se trata del
fundamento de todo lo demás.
La palabra “desposaré”, que aparece sucesivamente en tres ocasiones, otorga una
connotación de afán y entusiasmo por lo que se ha prometido. Se crea un nuevo
comienzo, con todo el frescor del primer amor, en vez de intentar arreglar con hastío
las diferencias, lo que es totalmente apropiado, ya que el nuevo pacto trae con él nueva
vida. Desposar algo va más allá que la seducción del versículo 14, pues habla de un paso
que es aún más decisivo en la cultura israelita que el compromiso de casarse en la
nuestra. Consistía en dar el precio de la novia al padre de esta y, si lo aceptaba, se
acababa el asunto. El desposorio de David con la hija de Saúl, por el precio estrambótico
que se le pedía, es descrito en 2 Samuel 3:14 en unos términos que, en hebreo,
muestran que las cinco cualidades mencionadas aquí, pasando por “justicia” hasta
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homicidios tras homicidios se suceden” (4:2), sólo comprenden la compasión como una
debilidad, a menos que se les dé un corazón para ello. Un profeta más tardío, Zacarías,
mostró lo que pensaban acerca del juicio, la misericordia y la compasión, utilizando tres
de los términos que aparecen en nuestro versículo (Zac. 7:9 y ss., Heb.). El “duro
corazón” nunca se enternecería frente a Dios o el hombre, por lo que el regalo más
tierno de Dios también es, en varios sentidos, el más inquisitivo.
Finalmente, la fidelidad (Heb. ‘emûnâ). De todas las cualidades, esta es, sin duda, la
más inexistente en alguien que ha abandonado a su compañero. Otros defectos pueden
poner el matrimonio en peligro, pero este es decisivo. Obviamente, Dios ha sido
siempre fiel, a pesar de estar sometido a una provocación continua, por lo que, una vez
más, el regalo de compromiso no es sólo lo que Él ofrece, sino también lo que
implantará y cultivará en Su compañera.
La segunda línea del versículo 20 resume Su regalo: y tú conocerás al SEÑOR. Esta es
una de las promesas más importantes del nuevo pacto (Jer. 31:34), pues el
conocimiento verdadero depende de una semejanza verdadera, y prometer lo primero
es prometer lo segundo. La convicción de que “le veremos como Él es” contiene la
inimaginable posibilidad de que “seremos semejantes a Él” (1 Jn. 3:2).
Un acuerdo abundante
2:21 Y sucederá que en aquel día yo responderé –declara el SEÑOR–,
responderé a los cielos, y ellos responderán a la tierra,
22 y la tierra responderá al trigo, al mosto y al aceite,
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sino también de entre los gentiles”, con lo que Pablo quiere demostrar la gracia
liberadora de Dios para los que no la merecen (Rm. 9:23–26); y Pedro que, en Cristo, no
sólo somos reconciliados, sino incorporados al “linaje escogido... pueblo adquirido para
posesión de Dios” (1 P. 2:9 y ss.). Por tanto, si este capítulo nos deja únicamente
contemplando la voluntad de Dios para diez tribus cuyo reino desapareció hace 2.700
años, nos hemos separado tanto del Nuevo Testamento como del Antiguo, pues esto
constituye “la gracia”, tal y como lo expresa 1 Pedro 1:10, “que vendría a vosotros”.
Ahora, Oseas concluye su propia historia en primera persona y sin usar retórica. El
humillante episodio doméstico es narrado sin exaltación y de manera objetiva, y su
mayor homólogo y prototipo es tratado con la misma objetividad. No podría haber un
mejor preludio que esta historia para los apasionados capítulos que siguen, pues nos
muestra ya al principio, como también le mostró a Oseas, las dolorosas exigencias
personales que conlleva el intento de arreglar una relación estrecha. No se trataba de
llegar a un frío acuerdo de una batalla legal o de sonsacar disculpas al otro. Lo que pide
un matrimonio, ya que también lo ofrece, no es algo superficial o transitorio, y, en los
siguientes capítulos, Dios ofrecerá y pedirá sólo lo que procede del corazón y es para
siempre.
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había sido un error aislado, sino un abandono que continuaba agravando la herida. El
amor que se le estaba pidiendo sería heroico, pero precisamente de esto se trataba,
pues iba ser el amor de Dios a pequeña escala.
Quizás sea por esto por lo que Oseas capta, más que cualquier otro autor, la tensión
existente en el amor de Dios por Su elegido, ya que se niega a aliviar el dolor de la
relación mediante la transigencia o el abandono. Él ama a Su pueblo a pesar de la
infidelidad descarada de este (“ellos se vuelven a otros dioses”), que no puede
consentir ni por un momento, así como tampoco su necia y brutal escala de valores. En
este versículo inicial, el Señor ha hablado cuatro veces en términos amorosos, y en cada
ocasión se atribuye a la palabra un sentido noble seguido, en contraposición, por uno
degradante (pura devoción al lado de una flagrante infatuación). En cuanto a la segunda
pareja, esta acaba con una trivialidad total, pues vemos a Dios amando a Israel sin
límites mientras que Israel ofrece su corazón a ¡”tortas de pasas”!. Por mucho que
intentemos suavizar el impacto causado y relacionar estas delicias con las fiestas
religiosas u ocasiones especiales, su incongruencia no deja de ser indignante. Parece
que la novia esté aquí, o en cualquier otro sitio, únicamente por los pasteles y la bebida.
Podríamos suponer que “Escrutopo” habría proclamado este suceso como una de
sus victorias más inusuales y satisfactorias, pues aunque el anzuelo hubiera tenido que
ser el mundo mismo (cfr. Mr. 8:36), no habría dejado de ser una victoria para él. Sin
embargo, y citando al artista que está siendo tentado, “La fórmula es un ansia siempre
creciente de un placer siempre decreciente. Es más seguro, y es de mejor estilo.
Conseguir el alma del hombre y no darle nada a cambio: eso es lo que realmente alegra
el corazón de Nuestro Padre”. Evidentemente, “Nuestro Padre” es el término que utiliza
Escrutopo para referirse al padre de las mentiras y los mentirosos. Pocos se sentirán
preparados para lanzar la primera piedra a Israel si recordamos las trivialidades que
perseguimos.
La compré, pues, para mí... La reticencia es elocuente. Mediante la palabra compré
nos damos cuenta de hasta dónde había caído ella, hasta qué punto estaba sujeta y cuál
es el primer paso que Oseas debe tomar para cumplir la orden de quererla. Nuestra
curiosidad por saber la razón de la compra queda sin satisfacerse (¿Se trataba de sus
deudas? ¿Era una esclava? ¿Quizás era la prostituta trabajando para su proxeneta? ¿O
se trataba de una compensación para su “enamorado” del versículo 1, revelando, así, el
valor de ese amor?). Tampoco sabemos los pensamientos de Oseas, ya que sólo se nos
cuenta lo que tuvo que hacer para conseguir llegar al precio necesario. En la Biblia, a
menudo, el amor es, en primer lugar, práctico y, sólo en segundo lugar, emocional, y
siempre será reconocido por sus frutos. Esto no quiere decir que el amor sea “más frío
que una piedra”, pues en el Antiguo Testamento, como también lo hacemos nosotros,
se utiliza muchas veces la misma palabra para designar el amor entre amigos, o el amor
entre un hombre y una mujer,51 como el amor que es el cumplimiento de la ley. El
mundo adopta su color a partir de su contexto (tal y como han demostrado las cuatro
incidencias del versículo 1), pero no acaba de estar completo sin ambos aspectos de la
entrega de uno mismo: una voluntad devota y una calidez genuina.
En el período de prueba del versículo 3, hay realismo además de simbolismo. Su
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significado más amplio es descrito en los versículos 4–5, pero dentro del matrimonio
había viejas costumbres desleales que tenían que ser remplazadas, y las realidades de
una relación personal que, hasta el momento, se habían limitado al ámbito físico tenían
que ser exploradas con calma.
Ahora, pasamos a lo que significa todo esto para Israel, la esposa infiel de Jehová.
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significado más rico, también lo ha hecho David su rey. Nuestro Señor, en casi Su último
mensaje a la Iglesia, toma este nombre real para sí y se proclama no sólo descendiente
de David, sino también el origen de David (Ap. 22:16). Así, nuestro versículo final capta
la profunda simplicidad del evangelio. Desvanecidas las estructuras elaboradas y
corrompidas por el hombre del versículo 4, se retrata ahora a un pueblo volviendo y
buscando al Señor y Su ungido, con profunda penitencia, aunque, al volver a su bondad,
confía en lo que el Nuevo Testamento llamará Su gracia.
Nos podría parecer demasiado forzado intentar encontrar otro nivel en el
cumplimiento de este versículo. Sin embargo, si entendemos (como yo lo entiendo) que
Pablo predice, en Romanos 11:12, 15, 25 y ss., un gran acercamiento del Israel literal al
Señor durante el momento álgido de la era del evangelio, este versículo podría haber
añadido varias confirmaciones de peso a las promesas que cita, ya que hay alusiones a
nuestros capítulos no sólo en Romanos 9:25 y ss., sino también en 11:30 y ss., versículos
donde se realiza su predicción.
Ya en esta etapa temprana en el desarrollo de la profecía, nos podemos hacer eco
de la esencia de la doxología consiguiente de Pablo en los versículos restantes de
Romanos 11 (“¡Oh, profundidad de las riquezas y de la sabiduría y del conocimiento de
Dios!”) y, más concretamente, su comentario sobre estas riquezas en Romanos 5:20:
“donde el pecado abundó, sobreabundó la gracia”. Aquí, y con una referencia a Su
“bondad” (3:5), concluyen, satisfactoriamente, los capítulos introductorios.
Segunda parte
La parábola explicada detalladamente. ¿Cómo podría
abandonaros?
Oseas 4–14
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Si el final feliz de los primeros tres capítulos han llevado al lector (si ha empezado a
imaginarse a Dios como un marido siempre complaciente) a una cierta satisfacción, ésta
queda hecha pedazos de repente. Ahora, nos encontramos ante un tribunal y Dios es el
abogado de la acusación, y con muchos cargos por presentar.
La acusación es todavía más contundente por empezar con lo que Dios más ansía.
Está sopesando a Israel respecto a la fidelidad, la misericordia y el conocimiento de Dios
y se da cuenta de que le faltan estas tres cualidades, que son las más importantes. Estas
tres expresiones nos llevan desde la periferia de la bondad a su corazón y, en cada
punto, Dios encuentra en su pueblo unas carencias que traerán funestas consecuencias.
“Fidelidad” (heb. ‘emeṯ) es la honestidad o fiabilidad común. El primer ingrediente que
se necesita para cualquier trato, por muy distante o personal que sea, con los demás.
“Misericordia” (heb. ḥeseḏ, una palabra importante en Oseas) aporta un nuevo
elemento, pues se trata del amor y la lealtad que se espera de la persona con la que se
ha hecho un pacto, y esta unión tenía que incluir tanto al Señor como a todos los demás
israelitas. Lo que debía haber sido un hogar y una familia, se había convertido en un
antro de lujuria y violencia.
En cuanto a la tercera necesidad, y la más importante, el “conocimiento de Dios”,
cualquier intento de demostrar su existencia quedaba anulado por la ausencia de las
dos primeras cualidades. Sin embargo, es importante observar la importancia que se da
a esta exigencia: aunque no se necesitaba para poder demostrar un mínimo de santidad
o un temor decente de Dios, por muy fundamentales que estos sean, sí que era
necesaria para desarrollar una relación viva, pues Dios se da a conocer cuando se anda
con Él, se le sirve y se comparten Sus intereses (“tu padre... Juzgó la causa del pobre y
del necesitado; entonces le fue bien. ¿No es esto conocerme? –declara el SEÑOR –”).
Volveremos a encontrar esta alta exigencia para que pueda existir una relación en el
famoso resumen de lo que más quiere Dios del hombre (“más me deleito en la lealtad
que en el sacrificio, y más en el conocimiento de Dios que en los holocaustos”, 6:6) y en
13:4–5 se nos recordará la gracia que lo hace posible: “No conocerás a otro Dios fuera
de mí... Porque yo fui el que te conoció en el desierto, en esa tierra de terrible aridez”
(NVI). En este libro, nunca estamos lejos de dichas relaciones matrimoniales o de padre
e hijo, altamente personales, mientras vamos explorando las expectativas de Dios y Sus
actitudes hacia nosotros.
En el versículo 2, se nos presenta el desagradable catálogo de pecados, una sombra
oscura de los Diez Mandamientos en su lado humano. Aquí, encontramos cada uno de
esos males en toda su magnitud, pues se trata de un tiempo de decadencia y estos han
florecido sin restricción alguna.
Las Escrituras, en general, tienen dos cosas que decir sobre una maldad tan
desenfrenada. Por un lado, puede que ponga en duda la línea con la que separamos los
crímenes graves de los leves y las acciones de las actitudes, por lo que, por ejemplo (si
seguimos esta lista), un mundo desconsiderado es poco mejor que una maldición (Pr.
27:14); la falsedad no es más que una mentira (Jn. 8:55); el odio es como un asesinato
(1 Jn. 3:15); la avaricia, como un robo (Mal. 3:8 y ss.), y los pensamientos lujuriosos,
como un adulterio mental (Mt. 5:28). Desde su estado embrionario hasta llegar a la
edad adulta, por así decirlo, un pecado puede cambiar de nombre y su habilidad para
herir, pero no su naturaleza. Este es uno de los elementos a destacar. El otro, aquí, es
implícito: que existe algo así como un pecado monstruoso e impuro, y que es
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sociedad, como la nuestra, se había vuelto loca por el sexo, con adolescentes
promiscuos y matrimonios ya rotos desde el principio. La reacción de Oseas frente a
esto es totalmente inesperada, pues, en vez de castigar a las jóvenes prostitutas
(“vuestras hijas”) y a las novias errantes, pregunta quién les ha dado este ejemplo. La
respuesta es los hombres, los mismos padres y maridos que se sintieron traicionados.
El versículo 14 es un hito en la historia moral, pues se niega a tratar los pecados
sexuales de los hombres con más indulgencia que los de las mujeres. Ese doble criterio
había sido brutalmente dado por hecho, hacía tiempo, por el cuarto hijo de Jacob, Judá,
que no encontraba nada de malo en visitar a una prostituta, pero que en cambio, se
enfadó ante la aparente falta de castidad de su nuera, diciendo “Sacadla y que sea
quemada” (Gn. 38:24).
En realidad, todo el párrafo insiste en juntar lo que podríamos desear mantener
separado. En primer lugar, se menciona la religión sin entendimiento y llena de excesos,
que es vista como la culpable de crear un adulterio espiritual (“se han prostituido,
apartándose de su Dios”), la causa directa de la crisis moral (obsérvese el “Por tanto”
del v. 13c), la que ha sacado a la luz que los hombres son tan culpables como las
mujeres, y que, al mismo tiempo, borra la diferencia reconocida entre ir con prostitutas
de la calle e ir con prostitutas sagradas. Este último punto esclarece, de manera
escabrosa, lo que era la religión cananea, que debía gran parte de su atractivo a la
creencia de que la cosecha de uno podía volverse mágicamente fértil mediante un
sacrificio y un acto sexual en el santuario. El hecho de que nuestros términos “rameras
de culto pagano” o “rameras del templo” u otros parecidos sean la traducción de una
única palabra que significaba literalmente “mujeres santas”, demuestra el abismo
infranqueable entre los valores de ambas religiones. La santidad bíblica y la pagana
pertenecen a mundos diferentes.
Podría añadirse que el paganismo moderno, que encuentra su profundidad en los
“dioses oscuros” y una mayor sublimidad en una gran pasión que en un solo amor
inquebrantable, es una parodia tan fatídica de la verdad como lo fue el baalismo en su
tiempo. Sin embargo, hoy en día el concepto controvertido es el amor, y no la santidad,
pues esta no es tratada en la religión pagana.
El versículo 14c concluye este pasaje mediante una expresión lacónica (sólo cuatro
palabras en el texto hebreo) y devastadora, que podría emparejarse perfectamente con
el versículo que inició el párrafo:
(11) La prostitución, el vino y el mosto quitan el juicio,
(14c) así se pierde el pueblo sin entendimiento.
Ninguna iniciativa política ni ninguna ingeniería social podría salvar a un pueblo en
tal estado de apostasía sin entendimiento. Nada, excepto el arrepentimiento.
ni subáis a Bet-avén,
ni juréis:
¡Vive el SEÑOR!
16 Puesto que Israel es terco
déjalo.
18 Acabada su bebida,
se entregaron a la prostitución;
sus príncipes aman mucho la ignominia.
19 El viento los envuelve en sus alas,
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correcta. El pródigo debe ser dejado con sus compañeros más cercanos (como podemos
ver en la fuerza de la palabra “unidos” del v. 17), y con sus rebeldes y sus
consecuencias. El arrepentimiento no será posible hasta entonces (y aquí se trata de la
última línea del capítulo).
El futuro se oscurece
Oseas 5:1–14
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con la gran victoria de Débora y Barac. Ahora, eran nombres infames, por lo que estar
involucrado con lo que allí se llevaba a cabo era ir de cabeza hacia una trampa, como
una bestia o pájaro desafortunado.
Los oyentes de Oseas no necesitarían ninguna explicación de por qué estaba
atacando estos lugares e incluso nosotros, sin saber tanto como ellos, tenemos la pista
que necesitábamos en 4:13. Si muchas de las colinas comunes y corrientes tenían en su
cima santuarios de Baal, alejando a docenas de seguidores de la fe verdadera, los
santuarios en cumbres tan famosas como Mizpa y el monte Tabor seducirían a
centenares.
Un profeta moderno escandalizaría incluso al más fiel si empezara a nombrar a los
equivalentes de los apóstatas Mizpa y Tabor. De entre todas las facultades de teología,
¿por dónde empezaría? ¿Cuál de ellas no supone una amenaza a la fe de sus iniciados?
¿Y de entre las facultades y seminarios vocacionales, sociedades, movimientos e
iglesias? Como observará el lector, este autor no tiene el coraje de Oseas, pero, para ir
al grano, ¡también carece de su infalibilidad! La mejor manera de aplicar las palabras
del profeta es mediante el autoanálisis, que sin duda debería hacerse.
volver a su Dios,
porque hay un espíritu de prostitución dentro de ellos,
y no conocen al SEÑOR.
5 Además, el orgullo de Israel testifica contra él,
Un gran problema
5:8 Tocad la bocina en Guibeá,
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la trompeta en Ramá.
Sonad alarma en Bet-avén:
¡Alerta, Benjamín!
9 Efraín será una desolación en el día de la reprensión;
y Judá su herida,
Efraín fue a Asiria
y envió mensaje al rey Jareb;
pero él no os podrá sanar,
ni curar vuestra herida.
14 Porque yo seré como león para Efraín,
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Oseas 5:15–7:2
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Sin embargo, el arrebato del capítulo 2, que amenaza con hambruna y deshonra como
su castigo verdadero (2:13, donde se resume una lista de experiencias muy duras), se
funde en un lenguaje de atracción y cortejo:
“Por tanto, he aquí, la seduciré,
la llevaré al desierto,
y le hablaré al corazón.” (2:14)
A lo largo del libro, este es el resultado anhelado de Sus juicios. Sin tener en cuenta
todo lo demás, son, sobre todo, como la breve frialdad que demuestra un amante para
suscitar de nuevo el amor. Pero, ¿cómo deberíamos interpretar la respuesta de Israel?
Como describe (5:15) y cita (6:1–3) Dios, se trata de un modelo de arrepentimiento,
ruego y confianza. Aun así, parece que Dios lo recibe con gran recelo en los versículos 4
y ss.
Existen al menos dos formas de entender el asunto. La primera es que Dios está
describiendo en los versículos 5:15–6:3 la profunda conversión para la que está
trabajando y que, finalmente, provocará (ese cambio total del corazón que irradiará el
último capítulo del libro). Sin embargo, más tarde, en los versículos 4 y ss., vuelve al
triste espectáculo del Israel de ese momento, incapaz de una respuesta semejante.
Sobre este punto de vista (o sobre la interpretación de los versículos 1–3 como la
súplica del mismo Oseas a Israel; véase, p. 90) no se puede encontrar falta alguna en el
sentimiento de estos versículos, pues en sí mismos son la perfecta expresión de la
humildad, la fe y el empeño. El problema es que Israel, en este momento, no está en
condiciones de hablar, o incluso pensar, en esa dirección. Para ella, la religión no trata
de conocer a Dios, y aún menos esforzarse por conocerlo (3), sino que simplemente es
usada para apaciguarlo mediante sacrificios, como queda implícito en el versículo 6.
Una opinión más común es que las delicadas palabras de los versículos 1–3 son las
de Israel, aunque también son simplistas y presuntuosas, como si dijeran junto a
Catalina II la Grande, “Le bon Dieu pardonnera; c’est son métier” (“El buen Dios
perdonará; este es su trabajo”), delatando el estado desesperado de la nación (“Nos
dará vida después de dos días”) y las grandes exigencias para esforzarse en conocer al
Señor. En contra de este argumento, se podría apuntar al hecho de que este discurso es
introducido en 5:15 como resultado de una profunda angustia, y que la palabra que
sigue a “buscarán” en ese versículo denota urgencia (“con diligencia”). Sin embargo, un
pasaje parecido en los Salmos revela hasta qué punto puede ser falsa tal diligencia:
“Cuando los hería de muerte, entonces le buscaban,
y se volvían y buscaban con diligencia a Dios;
... Mas con su boca le engañaban,
y con su lengua le mentían.
Pues su corazón no era leal para con Él,
ni eran fieles a su pacto.”
(Sal. 78:34, 36–37)
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Así pues, ambas interpretaciones son posibles. En cualquier caso, vemos que Israel
desconoce el amor fiel que Dios está buscando. Sin embargo, mi opinión es que la
primera interpretación es la que demuestra convicción, aunque sea sólo porque la
protesta divina del versículo 6 no mantiene ningún contacto (¡a no ser a modo de
acuerdo!) con nada de lo que aparece en los versículos 1–3. También nos permite leer
estos versículos como el ejemplo elocuente y elaborado de un serio acercamiento a
Dios. Estos han sido recuperados para nosotros no sólo como palabras para ser
estudiadas, sino también para ser usadas.
En algunas versiones (como la inglesa RSV), vemos que al final del versículo 5:15 se
ha añadido la palabra “diciendo” que, aunque no aparece en el texto hebreo, es
tomada de la Septuaginta. Sin esta palabra, somos libres para interpretar los versículos
de 6:1–3 tanto como las palabras esperadas de Israel o las del mismo Oseas a sus
compatriotas: un llamamiento inspirado para el cual, desgraciadamente, Israel aún no
está listo (tal y como dejan claro los versículos 4 y ss.) aunque un día sí lo estará (como
prevé el capítulo 14).
Existen más puntos dignos de mención en este gran pasaje (o así lo considero yo),
por encima y por debajo de los que aparecen tan suntuosamente en la superficie. Uno
de ellos es la palabra “volver”, que desempeña un papel muy importante a lo largo del
libro, naturalmente enlazado al tema de Dios reclamando a Su novia, interpretado en
primer lugar y en pequeña escala en el hogar de Oseas. Debido a que no sólo significa
“volver”, sino más básicamente “darse la vuelta”, puede ser la imagen misma de la
deserción y distanciamiento, cuando una parte le da la espalda a la otra, o de forma
más distendida, la imagen de renunciar a ese camino y dar la vuelta para reunirse de
nuevo. Así, en el mejor de los sentidos, abarca el arrepentimiento y la conversión,
coronadas con la reconciliación. La palabra es tan fuerte como simple.
Entre otros puntos que aparecen en los versículos 1–3, podemos observar que “Él
nos ha desgarrado” (1) recupera la violenta palabra de 5:4 (“despedazaré”, DHH; “haré
pedazos”, NVI) y que, más allá del trauma de la invasión, no sólo ve el salvajismo del
hombre, sino también el juicio y la disciplina de Dios. El modelo clásico de esta actitud
constructiva frente a la calamidad, tanto si es merecida como si no, aparece en las
palabras de José: “Vosotros pensasteis hacerme mal, pero Dios lo tornó en bien” (Gn.
50:20).
Debemos observar, una vez más, hasta qué punto es radical el remedio buscado. La
sanidad y las vendas (1) es sólo una forma de expresarlo, pero dar vida a alguien (2)
hace más patente la situación apremiante del hombre y el poder de Dios. Es cierto que
las palabras “dar vida” y “vivir” no tienen por qué ser más importantes que “sanar” y
“recuperarse”, pero sí pueden expresar más correctamente el hecho de cubrir una
necesidad tan desesperada como la que se encontró Ezequiel ante la visión de su
pueblo como un montón de huesos secos, o Pablo en su diagnosis de los seres humanos
como “muertos en vuestros delitos y pecados” (Ez. 37:1–14; Ef. 2:1). Únicamente la
resurrección es capaz de describir tal necesidad y tal salvación y, aunque para los
oyentes de Oseas la mención al “tercer día” no significaría más que “muy pronto”, es
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probable que las palabras del profeta fueran más significativas de lo que él imaginaba,
pues sólo mediante la resurrección de Cristo Su pueblo es realmente levantado, como
nos enseñan tanto Pablo como Pedro.75 Y cuando Pablo se da cuenta de que,
aparentemente, no sólo la resurrección sino también el “tercer día” son “conforme a las
Escrituras” (1 Co. 15:4), es, al menos, posible (aunque no podría asegurarse) que tuviera
en mente este pasaje, como también la “señal de Jonás”.
Entonces, el llamado Conozcamos, pues, esforcémonos por conocer al SEÑOR (3),
eleva, contundentemente, la súplica más allá de la mera supervivencia nacional, al
plano de una relación creciente con Dios. Esto anticipa, no sólo el clímax al que se llega
en el gran versículo 6, “el conocimiento de Dios”, sino también la definición de Dios
mismo de lo que será la vida eterna, como “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a
ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Jn. 17:3). Después de
todo, se trata de un matrimonio que le preocupa a Dios. Así pues, la perseverancia a la
que nos invita el versículo 1 está más que correspondida por parte de Dios con el uso de
bellas metáforas del infalible amanecer y las lluvias transformadoras.
Después de todo ello, el anticlímax del versículo 4 es devastador, de la misma forma
en que nos podemos sentir hundidos debido a nuestros propios actos:
“Pues me olvido tan pronto;
el temprano rocío de la mañana
ya ha desaparecido al mediodía.”
Aunque no hay duda de que el hecho es, sin duda, desgarrador, no está presentado
ni a partir de una preocupación ineficaz ni de una explosión airada. La ferocidad del
versículo 5, con todo su destrozo y matanza, no es resultado de una furia ciega, sino
que procede de la claridad de la luz, la pureza de la justicia y el carácter constructivo del
amor, ya que el versículo 6 revela el final cercano. Debemos observar, además, el
llamamiento implícito a la razón y la consciencia, pues tanto el despedazamiento como
la matanza fue, en primer lugar, “por medio de los profetas”. Dios no envía su juicio sin
antes advertir u ofrecer la oportunidad para el arrepentimiento.
El versículo 6 era un dicho altamente valorado por nuestro Señor: véase Mateo
9:13; 12:7. De la misma manera que los dos grandes mandamientos que escogió para
que fueran los principios fundamentales de la ley, señala la relación de apoyo con
nuestros compañeros y la relación filial con Dios, que están en el corazón de la
verdadera religión. Este es un tema compartido por todos los grandes contemporáneos
de Oseas, que, además, les lleva a pronunciar algunos de los más poderosos discursos:
p. ej., Isaías 1:12–17; Amós 5:21–24; Miqueas 6:6–8.
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versiones, p. ej., NVI y RVR 1995, en Job 31:33), pero debemos admitir que la siguiente
línea, “allí me han traicionado”, es difícil de explicar si aún no se ha mencionado ningún
lugar.
El último versículo de este apartado, 7:2, es el más alarmante de todos y presenta
un aire muy moderno. El rechazo insípido del pueblo de cualquier cuestión relacionada
con el juicio divino ha hecho que el arrepentimiento sea virtualmente impensable. Esto
me lleva a recordar el tono desdeñoso con el que un presentador destacado informó
(en el momento de escribir estas líneas) sobre los planes de una iglesia de dedicar un
día a la oración para el arrepentimiento nacional durante un tiempo de excepcional
amargura industrial. Para él y, supuestamente, para la mayor parte de sus oyentes, Dios
era alguien que carecía de importancia y del que podían reírse. En cambio, para Dios, un
pueblo y sus pecados son de suma importancia. Para parafrasear este versículo,
podríamos decir que la culpa no disminuye con el tiempo, sino que envuelve a la
persona y mira fijamente a la cara de Dios.
La decadencia
Oseas 7:3–16
Corrupción en la corte
7:3 Con su maldad alegran al rey,
y con sus mentiras a los príncipes.
4 Todos ellos son adúlteros;
y él no lo sabe;
también tiene cabellos canos,
y él no lo sabe.
10 Testifica contra él el orgullo de Israel,
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¿Alarmista o realista?
8:1 Pon la trompeta a tu boca.
Como un águila viene el enemigo contra la casa del SEÑOR,
porque han transgredido mi pacto,
y se han rebelado contra mi ley.
2 Claman a mí:
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cuando.) Más tarde, justo después de Salomón, Jeroboam I erigió dos becerros de oro,
uno en Betel y otro en Dan, como puntos de reunión para su reino escindido del norte,
la tierra natal de Oseas y como atracciones rivales del templo de Jerusalén (1 R.
12:27–30).
Para nosotros, el becerro de oro nos puede parecer muy poco convincente, pero
una superstición ampliamente aceptada, más que un punto establecido de protocolo,
puede llevar cualquier cosa más allá de cualquier desafío, dejando a un lado todo
razonamiento incluso cuando la razón lo destruye por completo, como hace aquí Oseas.
Además, probablemente reflejaba un elemento del pensamiento pagano, ya que el toro
es un símbolo evidente de la fuerza bruta y la potencia sexual (cualidades que una
sociedad corrupta tiende a idolatrar). En este caso, es posible que el Israel antiguo y
Canaán se parezcan más a nosotros de lo que suponíamos.
Hay un enlace revelador entre los versículos 3 y 5, la palabra “rechazar”:
“Israel rechazó el bien;...
Él ha rechazado tu becerro, oh Samaria,”
Algunas versiones (cfr. DHH) han cambiado el segundo de estos versículos,
interpretando el literal “Él ha rechazado” por “Yo he rechazado” para que encaje mejor
con el “mi” de la siguiente línea. En cualquier caso, es un eficaz recordatorio de que
nuestras arrogantes elecciones no son la última palabra en ninguna situación. Existe
otra voluntad, otro veredicto, que debemos considerar.
También podría ser un llamamiento: “Rechaza tu becerro, oh Samaria”, pues vemos,
una vez más, en el versículo 5 un anhelo divino (“¿Hasta cuándo...?”) mezclado con la
ira.
b. Diplomacia desesperada
8:7 Porque siembran viento,
y recogerán tempestades.
El trigo no tiene espigas,
no da grano,
y si lo diera, se lo tragarían los extraños.
8 Israel ha sido devorado;
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c. Religiosidad
8:11 Por cuanto Efraín ha multiplicado altares para pecar,
en altares para pecar se le han convertido.
12 Aunque le escribí diez mil preceptos de mi ley,
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“...altares para expiar sus pecados... se han convertido en altares para pecar”.95
Esto concuerda contundentemente con el versículo 13 y con las propuestas de los
contemporáneos de Oseas: Amós, Miqueas e Isaías. Pablo tuvo que advertirnos de algo
muy parecido (1 Co. 11:27), un tipo de enfermedad profesional de los adoradores, que
piensan más en la mecánica de lo que hacen que en su significado, y más en hacer las
cosas correctamente que en estar ellos mismos bien. Todo eso puede degenerar desde
la falta de consideración a algo peor, pasando de la indiferencia cínica (si somos
sofisticados) a la superstición religiosa (si no lo somos). Lo que nos muestran los
profetas es la fuerte reacción celestial frente a tales actitudes, pues esta parodia de la
adoración no sólo carece de valor, como podríamos haber adivinado, sino que insulta y
repugna a Dios, atrayendo, así, el mismo juicio que intenta evitar. Esta es la ironía
presente en todo el párrafo y que aparece aún más enérgicamente en la diatriba de
Isaías y Amós, los pasajes que hemos mencionado en la nota al pie de página y, por
encima de todo, en las estremecedoras palabras que Cristo dirige a la tibia Laodicea
(Ap. 3:16).
El abismo entre tales adoradores y Dios aparece en su faceta más profunda en el
versículo 12. No hay un punto de encuentro para la mente divina y la humana, y aún
menos para las voluntades. Casualmente, este versículo ha sido un tema de discusión
entre eruditos críticos, concretamente sobre la cuestión de cuánto de la ley de Dios
estaba escrito en tiempos de Oseas, aunque el verdadero objetivo es demostrar hasta
qué grado hace el pueblo de Dios oídos sordos ante todo llamamiento o corrección. Por
mucho que Él diga y por muy claro que lo presente (pues se trata de una ley escrita),
será tratado como irrelevante o como un tipo de conjuro, mientras que los cultos y los
sacrificios (como en el v. 13a) continúan y proliferan. El Nuevo Testamento denuncia la
misma actitud cerrada frente al evangelio y a la ley, y revela la fuente, profundamente
arraigada en nuestra naturaleza caída, de esta incapacidad de escuchar la voz de Dios:
“Pero el hombre natural no acepta las cosas del Espíritu de Dios, porque para
él son necedad; y no las puede entender, porque se disciernen espiritualmente” (1
Co. 2:14).
En la amenaza “ellos volverán a Egipto” (13), es posible que la fuerza recaiga sobre
todo en la palabra “volverán”. ¿Era así como acabaría su gran epopeya, el éxodo? En
otras partes, vemos que Asiria, juntamente con Egipto, sería su lugar de exilio y, de
hecho, también su conquistador y captor, por lo que probablemente Egipto sólo recibió
refugiados. Aun así, el verbo “volver” también aparece en 9:3 y 11:5, ya que,
espiritualmente, habían vuelto sobre sus pasos a Egipto mucho antes de hacerlo
físicamente. Esto contrasta directamente con el pareado de 11:1:
“Cuando Israel era niño, yo lo amé,
y de Egipto llamé a mi hijo.”
Aun así, la última palabra estaría llena de gracia y no de juicio:
“De Egipto vendrán temblando como aves,
y de la tierra de Asiria como palomas”
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(Oseas 11:11).
En estas y otras referencias a su cautiverio más antiguo, surge una vez más el patrón
del libro gracia –deshonra– gracia abundante.
Terminó la fiesta
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procedentes de sus conciudadanos (Jer. 11:19, 21), las burlas y los cuchicheos (Jer.
17:15 y ss.; 20:10), el aislamiento: “A causa de tu mano, solitario me senté” (Jer. 15:17).
En cambio, en nuestro pasaje, Dios tiene reservado un adjetivo mejor que “loco” para
un hombre así: “El profeta... es el centinela” (8, NVI), un llamamiento cuyas
implicaciones pueden ser estudiadas más detenidamente en Ezequiel 33:1–9.
Aunque el rechazo es el honor de un profeta, también es la ruina de un pueblo. Este
juicio es expresado de manera impersonal al principio de este párrafo (7a) como el
proceso necesario de la ley (“castigo”) y un ajuste de cuentas (“retribución”), y en
términos personales en la última frase (9b), donde el Señor mismo exige el castigo.
Estos dos aspectos del juicio, como la lógica inexorable de acontecimientos y la acción
de Dios en persona, aparecen juntos en las Escrituras. El pareado
“Él se acordará de su iniquidad,
castigará sus pecados.”
es la oscura alternativa a la gracia del nuevo pacto, que es igual de personal:
“perdonaré su maldad, y no recordaré más su pecado.”
(Jer. 31:34)
No hay un término medio ni ninguna forma de esquivar el arrepentimiento si la
gracia debe prevalecer.
En cuanto al grado de culpabilidad de Israel, la mera mención de Guibeá (9) ya nos
indica su gravedad, puesto que su historia en Jueces 19–21 deja a Sodoma y Gomorra
sin nada que enseñar a esta ciudad, cuya depravación en aquel momento sólo podía
igualarse a la arrogancia y la desfachatez con las que desdeñaban el tema. Para un
análisis más completo sobre estas inversiones de los valores morales, podemos ver el
estudio de Pablo en Romanos 1:18–32, cuyo último comentario (32) podría haber
surgido perfectamente de un encuentro con nuestra sociedad, la suya misma o la de
Oseas.
La gloria se va
9:10 Como uvas en el desierto hallé a Israel;
como las primicias de la higuera en su primera cosecha vi a vuestros padres.
Pero fueron a Baal-peor y se consagraron a la vergüenza,
y se hicieron tan abominables como lo que amaban.
11 Como un ave volará de Efraín su gloria:
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más tangible a la que tenían que hacer frente. Desde el versículo 11 hasta el final del
capítulo, el árbol genealógico de Efraín (es decir, de las tribus del norte) es visto o bien
secándose o siendo podado de todo nuevo crecimiento. Han venerado la fertilidad
mediante ritos sexuales a Baal y han vendido sus almas por la paz, por lo que su castigo
será la infertilidad y la guerra. Una vez más, se trata de una mezcla de los procesos
natural y sobrenatural: natural, ya que, en cualquier caso, el abuso del sexo aboca a la
enfermedad y a la esterilidad, como vemos en los versículos 11b y 14, y los tratados
incumplidos tienden a dejar a un país sin amigos (12–13); pero también sobrenatural
porque Dios llevará este asunto a un final amargo.
Los desheredados
9:15 Toda su maldad está en Gilgal;
allí, pues, los aborrecí.
Por la maldad de sus hechos
los expulsaré de mi casa,
no los amaré más;
todos sus príncipes son rebeldes.
16 Efraín está herido, su raíz está seca;
como expresiones de una mera hostilidad. Lo que este lenguaje está comunicando (con
una angustia que se hace evidente en otros pasajes, como por ejemplo, 6:4; 11:8) es,
más bien, una ruptura en las relaciones que llevan a la suspensión del matrimonio (“los
expulsaré de mi casa”, 15) como la única esperanza para salvarlo. Ya nos hemos
encontrado con este tema en la sucesión de severidad y ternura en 2:2 y ss. con 2:14 y
ss y el último versículo del capítulo 5.
Algunas versiones pueden desorientarnos un poco, ya que traducen el versículo 15
como “allí comencé a aborrecerlos” (NVI), como si Dios hubiera empezado a
aborrecerlos repentinamente en ese lugar. Cualquiera que sea la razón, Gilgal marcó el
punto culminante, y no el comienzo, de estas relaciones tensas. Si se refiere, como
opinan algunos, a la primera vez que Israel exige un rey (ciertamente, un tema en
Oseas: p. ej., 13:9–11), debemos recordar que tal confrontación tuvo lugar en Ramá (1
S. 8:4–9) y no en Gilgal (1 S. 11:12–15), por lo que parece más probable que el pecado
especial de Gilgal se base en la adoración vergonzosamente falsa, tanto por su
inmoralidad, su hipocresía y su herejía (cfr. 4:14–19), que floreció allí de una manera
más evidente que en los santuarios de Betel y en otras partes.
Así, el capítulo concluye con una reiteración del futuro inminente de la nación, que
era, a la vez, la sentencia de Dios y su propia elección: una condena cuádruple de
esterilidad, matanza, alienación y pérdida del hogar. La última de ellas, “andarán
errantes entre las naciones”, se convertiría, trágicamente, en parte de su reputación
característica y proverbial. Sin embargo, esta no sería la última palabra que Dios tendría
para ellos, como podemos ver en Romanos 11 en su totalidad, y especialmente en los
versículos 11–16 y del 25 al final.
Abundancia y traición
10:1 Israel es un viñedo frondoso,
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Desilusión
10:3 Ciertamente ahora dirán: No tenemos rey,
porque no hemos temido al SEÑOR.
Y el rey, ¿qué haría por nosotros?
4 Hablan meras palabras,
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Días de juicio
10:7 Samaria será destruida con su rey,
como una astilla sobre la superficie del agua.
8 También serán destruidos los lugares altos de Avén, el pecado de Israel;
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acontecimientos futuros de aún más peso, como sin duda son todas las tragedias
limitadas y regionales de la historia. Nuestro Señor estableció las reacciones correctas e
incorrectas de tales sucesos cuando se le pidió que diera su opinión respecto a una
masacre:
“Respondiendo Jesús, les dijo: ¿Pensáis que estos galileos eran más pecadores
que todos los demás galileos, porque sufrieron esto? Os digo que no; al contrario,
si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente. ¿O pensáis que aquellos
dieciocho, sobre los que cayó la torre en Siloé y los mató, eran más deudores que
todos los hombres que habitan en Jerusalén? Os digo que no; al contrario, si no
os arrepentís, todos pereceréis igualmente” (Lc. 13:2–5).
¡Difícilmente podemos quejarnos de no haber ensayado suficientemente la última
acción de nuestro drama humano!
Una vez más, como vemos a menudo en estos últimos capítulos, Dios reafirma lo
que tiene que decir mediante una alusión al pasado histórico. El nombre Guibeá es
poderoso en dos sentidos, al vincular la generación de Oseas con el episodio más
sanguinario de la historia de Israel (véanse los comentarios sobre 9:9, p. 119) y con sus
secuelas, como la destructora guerra civil de Jueces 20. Sin embargo, el versículo 10
nombra otras naciones, en vez de otros israelitas, como el medio a través del cual
llegará el castigo. Su ejecución es relatada en 2 R. 17:6 y, especialmente, en los
versículos 24–41 del mismo capítulo.
Antes de continuar hacia el siguiente versículo, merece la pena señalar dos detalles.
En primer lugar, aunque el texto hebreo dice simplemente “Cuando yo lo desee, los
castigaré”, algunas versiones inglesas han traducido la primera línea a partir de los
versículos 9b–10a de la Septuaginta (por ejemplo, la NRSV). En segundo lugar, algunas
versiones han optado por traducir esta línea como “cuando sean atados a sus dos
pecados”. Si esto fuera verdad (aunque “atar” podría ser un error al copiar la palabra
“castigar”), nos señala dos cosas importantes sobre el juicio que llegará: que está
esperando el momento escogido por Dios y que ata al pecador a su mala elección. Nada
podría ser menos fortuito o arbitrario.
En cuanto a la “doble iniquidad”, se han sugerido muchos significados. Entre los más
probables, está la referencia a la tendencia de Israel a recurrir a Baal en su adoración y
a aliados terrenales en la política, sobre lo que se le acusa repetidamente en estos
capítulos. Otra sugerencia es que se está refiriendo a su rechazo primero de Dios como
su verdadero rey y, después, de David como Su ungido. Este doble abandono desleal ya
es insinuado en 3:5, aunque este pasaje queda ahora muy lejos. Otras sugerencias se
basan en la referencia a Guibeá justo antes, y ven los dos pecados o bien como los del
pasado y del presente de Israel, o bien como la atrocidad de Jueces 19 juntamente con
el reinado de desobediencia de Saúl (que convirtió Guibeá en su centro). Algunas de
estas interpretaciones parecen demasiado sutiles y posiblemente deberíamos seguir la
más simple de todas: que como las “tres transgresiones... y... cuatro” de Amos 1:3, 6,
etc., las dos iniquidades son sólo las acciones repetidas o persistentes de la
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desobediencia de Israel.
collar duro y pesado de la esclavitud. Lo que se diría más adelante de Babilonia y Judá,
también sería verdad, por partida doble, de Asiria y Efraín:
“En tu mano los entregué;
no les mostraste compasión,
sobre el anciano hiciste muy pesado tu yugo” (Is. 47:6).
Aun así, no se trata de una imagen de tristeza continuada y sin sentido ya que,
después de todo, el yugo está para servir el mejor de los fines, la cosecha, a través de
los mejores medios, el arado y la rastra. Así, el versículo 12a es tan positivo como
práctico, mientras que 12b es tan generoso como urgente. La palabra “barbecho” era
extraordinariamente adecuada para describir a un pueblo doblemente insensible a la
buena semilla de la palabra de Dios, a causa tanto de un aumento de las ideas y
preocupaciones terrenales que se habían apoderado de ellos, como de una corteza
dura debajo de todo ello, hecha de voluntades y actitudes jamás quebrantadas en
arrepentimiento.
Un profeta más tardío retomaría este tema y lo reformularía mediante un
llamamiento: “Romped el barbecho, y no sembréis entre espinos” (Jer. 4:3), y la
parábola del sembrador (Mt. 13) habla de la misma situación, impidiendo que
limitemos el reto de Oseas únicamente a su generación. En cuanto a su apremiante
conclusión, “es tiempo de buscar al SEÑOR”, ciertamente podemos ver,
retrospectivamente, el poco tiempo que le quedaba a Israel, cuyo reino cayó casi antes
de que Oseas acabara de hablar. Sin embargo, una vez más, es una advertencia que aún
nos habla hoy en día (como queda expresado en Hebreos 3:13, “cada día, mientras
todavía se dice: Hoy”) ya que el presente es el único tiempo que tenemos a mano, pues
el pasado no puede cambiarse y el futuro no es más que conjeturas.
Con el versículo 13, se reanuda la advertencia y la lleva a un nuevo punto
culminante. Primero, se retoman las metáforas del arado, la cosecha y la mesa, esta vez
para destacar la fuerte cadena de causalidad que hay entre ellos. En el versículo 12, se
trataba de una cadena de oro que llevaba al “fruto del amor”, mientras que esta lleva al
“fruto de mentira” (13). Sabemos en qué consiste este fruto (en una palabra, la ruptura
de todas las relaciones profundas y la corrupción de todos los valores) porque es
descrito poéticamente en las “uvas venenosas” de Deuteronomio 32:32 y, con más
detalle, en Isaías 59:1–15. Para encontrar una referencia más conocida de Oseas a la
siembra y la siega, véase 8:7 y su comentario (p. 109–110).
Sin embargo, ahora las metáforas dan paso a una realidad dura y literal, y a la
acusación de injusticia y traición se le añade el patrioterismo militar hacia el final del
capítulo. Casi no importa que sólo podamos adivinar las identidades de Salmán y Bet-
arbel, ya que captamos lo que significaban para los primeros oyentes de Oseas: lo
mismo que “Hitler” o “Belsen” representan para nosotros. Aun así, para empeorar las
cosas, las atrocidades de un conquistador contra las madres y los niños (14b) eran,
claramente, algo muy común, y aún más si una mayor crueldad o la fuerza de un
acontecimiento todavía fresco en la memoria, otorgaba una especial intensidad a la
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advertencia presente. Cualquier entusiasmo romántico que podamos sentir hacia las
aventuras militares o revolucionarias debería ser aplacado al contemplar la secuencia
de causa y efecto en 13b y 14a y 14b y 15a.
No es necesario “corregir” la frase final para que empiece “En la tormenta”. El texto
actual, “Al amanecer”, es totalmente coherente, tanto si es traducido como “...al nacer
el día” (DHH) o “en cuanto amanezca” (NVI), pues muestra que el rey no puede
posponer más el día del juicio, como tampoco puede contener el torrente del versículo
7 que acabaría arrasándolo.
Este es uno de los capítulos más atrevidos de todo el Antiguo Testamento (e incluso
de toda la Biblia) en su exposición de la mente y el corazón de Dios en términos
humanos. En todo momento, corremos el peligro de pensar en la majestad divina en
términos que hemos aprendido de soberanos terrenales (“los reyes de los gentiles”), a
quienes el Señor calificó en Lucas 22:25–27 como antagónicos a Él. Incluso cuando
hablamos de Dios como nuestro Padre, es posible que vacilemos por si le estamos
atribuyendo un significado demasiado cercano, aunque nuestro mayor peligro es lo
contrario, ya que creamos nuestras ideas o bien a partir de la excesiva tolerancia de un
padre cuando es demasiado permisivo respecto a la disciplina de su hijo, o bien a partir
de su autocomplacencia, cuando hace lo que más le conviene y se convierte en un
tirano doméstico.
Aquí, por el contrario, se nos obliga a ver este título en los términos de un coste y
una angustia aceptada. Ver a Dios como un padre rechazado, que se debate entre
varias opciones desesperantes, nos podría parecer demasiado humano, pero este es el
precio de esclarecer el hecho de que el amor divino no es ni más ni menos ardiente o
vulnerable que el nuestro, “porque” (como nos recordará el versículo 9, corrigiendo así
nuestros valores invertidos) “yo soy Dios y no hombre”. Una vez más, como en el
capítulo 3, es Él y no nosotros quien marca el ritmo y quien no afloja frente al
desaliento y la provocación que puede ocasionar la ingratitud.
Ignorado
11:1 Cuando Israel era niño, yo lo amé,
y de Egipto llamé a mi hijo.
2 Cuanto más los llamaban los profetas,
y fui para ellos como quien alza el yugo de sobre sus quijadas;
me incliné y les di de comer.
Más de una vez, se nos ha recordado la esperanzadora promesa de la juventud de
Israel que rápidamente se desvanece. La promesa surgió de la gracia de Dios, y no de
sus buenas cualidades, y su pérdida es causada por su total perversidad, pues uno de
los énfasis de Oseas recae en que el pecado de Israel, lejos de originarse en la
ignorancia o las dificultades, es su respuesta a la bondad y la preocupación divinas.
La gracia de Dios queda claramente destacada en las palabras “yo lo amé” (que al
ser pronunciadas por Dios indican no la involuntaria reacción emocional que suelen
significar para nosotros, sino una elección libre y, a la vez, afectuosa) y aún más al
llamar a Israel “mi hijo”.
Debemos observar también que la mención de este versículo en Mateo 2:15 no es
nada arbitraria. En su infancia, Israel había sido separada del resto del mundo para
recibir la bendición suprema y fue descrita a Faraón como el “primogénito” de Dios (Éx.
4:22 y s.). Gracias a la providencia de Dios, había encontrado refugio en Egipto, pero
debía volver a su tierra para cumplir con su llamamiento. Así, aunque había sido
amenazada de extinción mediante (entre otras cosas) la matanza de sus niños,
consiguió liberarse de ella de manera milagrosa, por lo que no debe sorprender que el
bebé Jesús, que reunía en Su persona todo lo que Israel tenía que llegar a ser, fuera
también amenazado y liberado. Aunque los detalles discrepan los unos de los otros, el
patrón inicial fue recreado en esencia, concluyendo con el Hijo de Dios siendo
restaurado a la tierra de Dios para cumplir la tarea que le había sido asignada.
Finalizado este paréntesis, nos encontramos frente al trágico anticlímax del
versículo 2 con toda su fuerza. Entre el gran comienzo y el gran cumplimiento de las
palabras “llamé a mi hijo”, existe una larga etapa en que la acción “llamé” recibe la peor
de las respuestas. Hay frases parecidas a “Cuanto más... tanto más...”, igualmente
perversas, en 4:7 y 10:1, y sería un error pensar que esta reacción brusca frente al amor
divino y la prosperidad ocurrió únicamente en el antiguo Israel. La familiaridad aún
puede traer contentamiento y, el éxito, soberbia, como si los regalos mismos que
conlleva la prosperidad no fuesen regalos, y el paciente amor de Dios fuera una
debilidad.
La ternura de los versículos 3 y 4 completa dos (o quizás sólo una, como podemos
ver más abajo) de las imágenes que Dios ha utilizado en otros pasajes cercanos. El amor
paternal, simplemente expuesto en el versículo 1, es ahora magníficamente
representado en una escena que cualquier familia reconocerá, con el padre absorto en
animar y ayudar a su hijo mientras este hace sus primeros pasos tambaleantes,
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el SEÑOR es su nombre.
6 Y tú, vuelve a tu Dios,
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6: “Y tú, vuelve...”, ¡pues no te llamas Jacob/Israel por que sí! Si tienes más de “Jacob”
que de “Israel”, estás en la misma situación que él cuando fue llamado, en un país
lejano, con las palabras: “Vuelve a la tierra de tus padres y a tus familiares, y yo estaré
contigo”. Y si él recibió su nuevo nombre cuando insistió “No te soltaré si no me
bendices”, tú también deberías estar ansioso por “practicar” Su voluntad y “esperar
siempre” en Su presencia (esto es expresado aún más claramente en el relato sobre su
contexto en 6:1–6, donde se nos cuenta que el amor de Israel era “como el rocío, que
temprano desaparece”).
Si nos parece demasiado difícil poder llevar a cabo este reto, estamos olvidando el
matiz de las palabras de Oseas, pues no está diciendo simplemente que vuelva a Dios,
sino que volverá con la ayuda de Dios, por lo que nada es imposible.
El próspero Efraín
12:7 A un mercader, en cuyas manos hay balanzas falsas,
le gusta oprimir.
8 Y Efraín ha dicho: Ciertamente me he enriquecido,
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del profeta no eran meras excentricidades, sino que eran la palabra de Dios. Esto nos
lleva a preguntarnos (a nosotros tanto como a los antiguos israelitas) por qué Dios, que
podía hablar con la precisión de un legislador y la claridad persuasiva de un sabio
maestro, tiene que ofuscarnos con visiones y provocarnos con parábolas. La respuesta,
al menos parte de ella, es que el profeta era enviado para hacer que los hombres
pensaran, y confrontarlos con las señales de su propio tiempo y con el Dios viviente,
que no queda encerrado fuera del tiempo detrás de Sus leyes y liturgias, sino que nos
muestra “la faz de su gloria” (como lo expresa Isaías en Is. 3:8, RVR 1995) y lleva a juicio
a todas las naciones.
Por ello (y aquí está la conexión entre los versículos 10 y 11), Dios nombra lugares
reales, tanto cercanos como lejanos, que están a punto de recibir su juicio y desdeña
elocuentemente las supersticiones religiosas, creando un juego de palabras sobre la
falsamente venerada Gilgal con el plural irrespectuoso de gal, “montones de piedra”.
Esta impaciencia divina hacia la religiosidad ardía ferozmente dentro de los profetas,
especialmente de los grandes contemporáneos de Oseas: Amós, Miqueas e Isaías, pero
sobre todo del Señor, cuya prolongada diatriba de Mateo 23 supera incluso a la del
Antiguo Testamento tanto en la genialidad del lenguaje como en la profundidad del
problema.
Si, por el momento, dejamos a un lado el versículo 12, podemos observar que la
repetición del versículo 13 “por un profeta... por un profeta” es más importante de lo
que podría parecer a primera vista. No se trata simplemente de que los profetas
puedan remontar su linaje espiritual hasta Moisés, aunque esto sea verdad, sino que
insiste en que el éxodo fue sobre todo un acontecimiento espiritual y no sólo un
movimiento de liberación. La grandeza de Moisés no se basa en qué hizo frente a
Faraón, sino que estuvo delante de Dios y lo vio cara a cara. El monte Sinaí, primero con
la revelación en la zarza ardiendo y, más tarde, con el regalo de la Ley y el Pacto, dio
sentido a la operación. No se trataba de un mero desvío, ni un desfile religioso
marchando hacia la victoria, pues “os he tomado sobre alas de águila y os he traído a
mí”,143 dice Dios. Aquí, la razón de ser y la verdadera estabilidad de Israel se hallaba en
conocer a Dios: “por un profeta fue guardado”, pues “Cuando falta la profecía, el
pueblo se desenfrena”.
Sin embargo, aún es peor, tal y como indica el último versículo, haber recibido una
profecía y no utilizarla, que es precisamente lo que ha hecho Efraín. Este es un peligro
especial para una nación, iglesia o individuo que ha recibido el conocimiento, pero cuyo
apetito por la verdad se ha desvanecido a causa de una falta de ejercicio de lo que el
apóstol Juan llamaría “practicar la verdad” (cfr. Jn. 3:21).
Oseas 12:12
La destrucción de un reino
Oseas 13:1–16
La dignidad desvanecida
13:1 Cuando Efraín hablaba, reinaba el temor;
se había exaltado a sí mismo en Israel,
pero por causa de Baal pecó y murió.
2 Y ahora continúan pecando:
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y te lo quité en mi furor.
12 Atada está la iniquidad de Efraín,
guardado su pecado.
13 Dolores de parto vienen sobre él;
no es un hijo sensato,
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El último enemigo
13:14 De manos del seol los redimiré,
los libraré de la muerte.
Muerte, yo seré tu muerte;
yo seré tu destrucción, seol.
La compasión se ocultará de mi vista. (RVR 1995)
¿Es este un desafío definitivo al “último enemigo”, en que se predice su derrota, o
es simplemente (como opinan algunos) el último clavo en el ataúd de Israel? La
traducción de la RVR 1995, coincidiendo con el Nuevo Testamento (1 Co. 15:54 y s.) y
con las versiones más antiguas, incluso con la Septuaginta precristiana, lo interpreta
como una gran afirmación, una de las más importantes de todas las Escrituras, pues
trata el pareado inicial como una clara promesa, exactamente tal y como está escrita;
una promesa que será revelada con las palabras del Señor en Marcos 10:45 acerca de
su gran “rescate”. Desgraciadamente, la moda actual es convertirlo en una pregunta
cuya respuesta implícita es “no” y, por tanto, convierte al resto del versículo en un
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mero llamamiento para que las armas de la muerte acaben destruyendo a Israel.
Por esto, debemos señalar que el texto hebreo del v. 14a no usa un prefijo
interrogativo, sino que presenta la forma de una afirmación corriente. A veces, para
estar seguros, el contexto de un versículo nos obliga a leer la frase de manera irónica o
con una inflexión interrogativa (véase la nota al pie sobre 4:16b, p. 78), y ese es el
motivo por el que este versículo ha sufrido modificación en algunas versiones recientes,
pues lo rodea una profunda melancolía.
Sin embargo, lo que se ha olvidado es que una de las características más destacadas
de este libro es los cambios repentinos de tono, pues se puede pasar de la amenaza
más severa a la resolución más tierna, como sucede en 11:8,
“¿Cómo podré abandonarte, Efraín?
¿Cómo podré entregarte, Israel?...
Mi corazón se conmueve dentro de mí...”
o también en 1:9–10,
“Ponle por nombre Lo-ammí [no sois mi pueblo]...
pero... se les dirá:
Sois hijos del Dios viviente.”
Ciertamente, la estructura general de la profecía nos lleva, mediante el juicio, hasta
las “amplias y soleadas tierras altas” del último capítulo, así como la historia desastrosa
de Israel y Judá resultó ser el preludio de la derrota definitiva de la muerte aquí
prometida. En cuanto a la última línea, es evidente que no se trata de que Dios no
ofrezca “compasión” a las víctimas de la muerte y la sepultura, sino que se está
refiriendo a los dos tiranos (cfr. su personificación en Ap. 20:14: “Y la Muerte y el Hades
fueron arrojados al lago de fuego”). En términos menos gráficos, lo que Dios está
prometiendo es el final definitivo de la muerte y su dominio, sin que quepa la
posibilidad de un cambio de opinión por su parte.
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El nombre de Efraín poseía una sonoridad parecida al verbo “florecer” (15a) y había
sido escogido por esa razón: “Dios me ha hecho fecundo en la tierra de mi aflicción”,
dijo José (Gn. 41:25). En comparación con Judá y algunos de sus primos del sur, el reino
del norte de Efraín/Israel era fértil y, recientemente, había sido muy próspero. Sin
embargo, como suele suceder con toda prosperidad material, la riqueza de Efraín era
tan vulnerable ante un agresor como lo es una orquídea frente al viento del este.
¡Y qué agresor! Asiria era conocida por su crueldad en la guerra y, ciertamente, no
se detuvo en las atrocidades cometidas por poderes menores. Existe una frecuencia
alarmante de referencias a la matanza descrita en 16b (véase la lista en la nota al pie
sobre 10:14b, p. 134).
Por ello, el profeta se niega a suavizar su advertencia usando términos abstractos,
pues el futuro que se estaban ganando era demasiado severo y físico, y descrito con
desagradable detalle. Sin embargo, por gracia, aunque implicaba el fin de todo lo que se
habían prometido a sí mismos, Dios no había dicho la última palabra.
La vuelta a casa
Oseas 14:1–9
Este corto capítulo de sólo nueve versículos, tan tranquilo y suave como
tumultuosos fueron los anteriores, nos lleva una vez más por todos los temas
principales del libro, aunque esta vez de vuelta a casa. Israel es llamado, y su camino
está lleno de señales que marcan aquellos puntos importantes por los que ha ido
pasando durante su viaje espiritual hacia el lejano país.
Acercaos a Dios…
14:1 Vuelve, oh Israel, al SEÑOR tu Dios,
pues has tropezado a causa de tu iniquidad.
2 Tomad con vosotros palabras, y volveos al SEÑOR.
no montaremos a caballo,
y nunca más diremos: “Dios nuestro”
a la obra de nuestras manos,
pues en ti el huérfano halla misericordia.
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de las que habla. El amor divino expresado aquí no es nada agobiador ni restrictivo, sino
que, como el río de Ezequiel 47, da vida a todo con lo que entra en contacto.
El ruego es reiterado
14:8 Efraín, ¿qué tengo yo que ver ya con los ídolos?
Yo respondo y te cuido.
Yo soy como un frondoso ciprés;
de mí procede tu fruto.
El hecho de dirigirse directamente a Efraín ya ha expuesto, más de una vez, el
corazón de la profecía y de su Autor supremo. Como el clamor de David, “¡Hijo mío
Absalón!” (2 S. 18:33), o el de nuestro Señor, “¡Jerusalén, Jerusalén!” (Mt. 23:37), este
versículo expresa tanto amor como angustia: “¿Qué haré contigo, Efraín?”, “¿Cómo
podré abandonarte, Efraín?” (6:4; 11:8). En mi opinión, ahora es como si Dios se parase
a razonar con el oyente por última vez, pues las palabras de arrepentimiento de los
versículos 2 y 3 y la justa expectativa de los versículos 4–7 formaban parte de una
invitación (versículos 1 y 2a), que Israel aún tiene que aceptar y hacer suya.
En este sentido, la súplica descansa en las afirmaciones incomparables de Dios. ¿Se
puede continuar159 hablando de Él, incluso pensar en Él, al mismo tiempo que de los
ídolos? Puede la protección de Egipto o Asiria competir con la suya? ¿Responden ellos
cuando se les llama? ¿Se preocupan como Él?
Las últimas dos líneas del versículo nos pueden parecer extrañas hasta que
recordamos que, en el lenguaje hebreo, no hay las mismas inhibiciones que nosotros
tenemos respecto a las metáforas dominó. Según estas líneas, Dios tiene la misma
constancia de los árboles de hoja perenne y toda la riqueza de los árboles frutales.
Efraín, si quiere ser digno de su nombre (“Dios me ha hecho fecundo...”, Gn. 41:52), no
necesita buscar más allá.
Epílogo: Al lector…
14:9 Quien es sabio, que entienda estas cosas;
quien es prudente, que las comprenda.
Porque rectos son los caminos del SEÑOR,
y los justos andarán por ellos;
pero los transgresores tropezarán en ellos.
Si fue el profeta mismo o un editor quien añadió estas palabras, no debería
preocuparnos. Lo que aquí se quiere enfatizar es que la profecía tiene un final abierto:
su elocuencia y pasión tanto puede llevar a Israel al arrepentimiento como dejarla
indiferente. Cómo responderá, está en sus manos.
Aunque no sólo en las suyas. El “quien” al principio del versículo nos sitúa de
repente frente al mismo encuentro escrutador, pues la palabra de Dios no queda
escondida en el pasado, sino que continúa comunicando. La rectitud en los caminos del
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Señor, como nos es revelada en este libro, está por encima nuestro tanto en santidad
como en amor, y deja al hombre autosuficiente sin excusas y condenado, mientras que
aquellos que deciden seguir el camino de rectitud se encuentran con que Dios está
dispuesto a dar más de lo que ellos pueden ofrecer.
Desviarnos de ti es un infierno,
caminar contigo es el cielo.
El comentario de G. A. F. Knight sobre este versículo merece ser la nota final de este
libro:
“Por tanto, estimado lector, una vez leído este epílogo, hazte esta pregunta: ¿Cómo
aplicarías este mensaje de Oseas a tu propio conocimiento y experiencia del Dios de
Israel?”
Apéndices
Mapas
Tabla cronológica
Resumen del libro
913 Abiam
909 Baasa
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885 Omri
853 Ocozías
841 Jehú
841 Ocozías asesinado por →
841 Reina Atalía
835 Joás
814 Joacaz
(Amós)
(Oseas)
97
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752 Manahem
715 Ezequías
(Corregente con su padre desde 729)
98
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Tiglat-pileser
III, 745–727
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7:3–16 La decadencia
¿Detendrán el rey y sus guardianes de la justicia
esta oleada de maldad? No, sino que se
regodearán y se deleitarán en ella, y sus fiestas
son letales.
Toda la nación está sumergida en el caos y se
enfrenta a un peligro mortal, y, aun así, nada le
lleva a pensar, orar, arrepentirse o, al menos,
ser honesta conmigo. Mira hacia todos los
lados excepto a mí y ha dado la espalda al
mismo que la crió desde su infancia.
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Hageo
Robert Fyall
Introducción
El llamado de algunos de los profetas fue hablar en nombre de Dios en una época
de gran crisis. Isaías ministró en tiempos críticos, cincuenta años en los que constató el
ascenso del imperialismo asirio, la caída y el exilio del reino del norte de Israel y el
rescate milagroso de Judá. Habacuc habló desde el mismo exilio y vio cómo se levantó
el poder neobabilónico. Hageo tuvo que enfrentarse, en cierta forma, a una situación
más complicada. Se encontraba en una época de inercia y apatía con una vida espiritual
muy apagada. Además, había una situación política relativamente asentada y un cierto
nivel de confort, lo cual creaba una aversión a escuchar la palabra de Dios y a actuar en
consecuencia.
La profecía tiene lugar después del regreso del exilio en el año 538 a. C., a lo cual le
siguió la caída del imperio babilónico a manos de Ciro el Persa en el año 539 a.C. Hageo
y Zacarías hablan en el contexto en que los pioneros que habían empezado a
reconstruir el templo, como se observa en Esdras 1–3, habían cesado debido a la
oposición externa y a la falta interna de coraje. El mensaje de Hageo es breve y fue
pronunciado en menos de cuatro meses. Aún así, su profecía aborda, como veremos,
cuestiones importantes y provoca un gran cambio de corazón y de vida a aquellos que
la escucharon.
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a. La palabra de Dios
Ya hemos mencionado la descripción de Hageo como “profeta” y “mensajero”.
También hay un amplio uso de la “fórmula del mensajero”. Es común para los profetas
presentarse a sus oráculos con una frase como “así dice el Señor”, pero Hageo a
menudo concluye con esto (2:7, 9, 23). Además, a veces también lo repite entre medio
(p. ej., 2:4). El libro acaba con la frase “declara el Señor Todopoderoso”. El énfasis en la
palabra de Dios tiene dos significados.
Por un lado, Hageo no está dando a conocer su análisis personal de la situación.
Habla con la autoridad de un mensajero de Jehová de los ejércitos, una palabra que
relativiza todas las demás. Por lo tanto, sus palabras vienen con la autoridad de la
revelación dada a Moisés y a través de él, y directamente de esa enseñanza.
Por otro lado, Hageo utiliza sus propias palabras. No transforma el mensaje, sino
que utiliza su personal estilo y acento. Habla de manera directa y sincera; Joyce Baldwin
lo compara a Elías.166 Acostumbra a utilizar palabras como “considerar” (LBLA) (“pensar
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cuidadosamente”, NVI, 1:5, 7; 2:15, 18), lo cual muestra que no está llamando a la
acción irreflexiva, sino a un compromiso total de corazón y de mente al Señor.
b. El templo
Algunos piensan que este énfasis en la construcción del templo es restringido y
limitado, y que evidencia una actitud ritualista y hasta supersticiosa. Sin embargo, eso
supone una lectura superficial del texto. Podemos observarlo en 2:4–5: “Porque yo
estoy con vosotros, dice el Señor del universo. ‘Este es el compromiso que pacté con
vosotros cuando salisteis de Egipto’ ”. La referencia que hace respecto a la presencia de
Dios entre su pueblo se materializa en las órdenes de construir un tabernáculo: “Me
erigirán un santuario, y habitaré en medio de ellos.” (Ex. 25:8; véase Ex. 29:45–46). Este
mandato se mantenía válido, y no reconstruir el templo hubiera sido como decir que no
querían que Dios habitara entre ellos o, por lo menos, que no les importaba. La
construcción del templo y los sacrificios que lo acompañaban eran una respuesta a la
gracia y no una actividad ritualista y legalista.
Llama la atención que se pasa mucho tiempo en Éxodo 26–27 especificando la
manera como se tenía que construir la tienda. Asimismo, en 1 Reyes 6–8 y, hasta quizás
más en 1 Cro. 28–2 Cro.7, se habla sobre la construcción del templo. La obediencia que
implicaba seguir los mandatos de Dios de construir una casa es un acto de fe de que
Dios cumpliría su promesa de habitar con ellos. Así pues, el templo no era un centro de
culto, sino un lugar donde Dios, a quien “los cielos por altos que sean” no pueden
contener (1 Re. 8:27), se complace en habitar y estar en medio de su pueblo.
c. La esperanza mesiánica
Así como el vínculo con Moisés, Hageo enfatiza la importancia de la realeza davídica
y del pacto con David en 2 Samuel 7. El llamado a construir se le hace a Zorobabel,
quien vemos en 1 Crónicas 3:19 que era el nieto de Joaquín, uno de los últimos reyes de
la dinastía de David a reinar en Jerusalén. Esto crea una inclusión con 2:20–23, donde
las promesas hechas a David en 2 Samuel 7 se tienen que cumplir en Zorobabel.
En 2 Samuel 7, hay una clara relación entre David y el templo. David expresó a
Natán su deseo de construir un templo para el Señor (v. 2). No obstante, Natán
presenta el mensaje de que es el Señor quien construirá la casa para David (v. 11). Esta
casa será la dinastía davídica que ha de ser establecida para siempre.
d. El pacto
Hageo se encuentra en plena corriente de la vida y fe de Israel. De hecho, la palabra
“pacto” sólo se menciona en 2:5, donde la presencia de Dios, que se manifiesta en el
éxodo, permanece entre ellos para bendecir y juzgar. Pero hay mucho más. Yahvé, el
nombre del pacto, aparece treinta y cuatro veces. Además, las dificultades físicas de
1:5–6 y de 2:16–17 evocan las palabras de Amós 4:6–10, que a su vez hacen eco a las
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e. Escatología
Hageo puede hablar a todas las épocas, incluso a la suya, porque su perspectiva es
principalmente la escatológica. El proyecto de construir el templo se finalizará cuando
el Señor llene el templo con su gloria (2:7). Asimismo, y con mucho más detalle,
Ezequiel se imagina el templo restaurado con el príncipe viviendo allí.
Las bendiciones del pacto culminan en una figura mesiánica que reinará en el trono
de David. Pablo ve cómo esto se cumple mientras las naciones van en fe y obediencia a
las “raíces de Isaí..., que se levantará para gobernar a las naciones” (Rom. 15:12).
La garantía de toda esta gloria futura era la actividad presente del Espíritu (2:5).
Hageo, como vio la apatía e incredulidad de su propio tiempo, se centró en la
obediencia y en la fe, mediante la predicación de la palabra, que anticipaba el día de la
venida.
Estructura y estilo
El libro muestra evidencias sobre el cuidado en los arreglos editoriales. Es posible
que el propio Hageo hubiera realizado la mayoría de ellos. El libro se compone de una
serie de seis oráculos organizados cuidadosamente tanto cronológica como
teológicamente. Incluyendo los acontecimientos que tienen lugar en “el segundo año
de Darío I”, la cronología es la siguiente:
1:1 día primero del mes sexto
29 de agosto 520 a. C.
21 de septiembre 520 a. C.
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17 de octubre 520 a. C.
18 de diciembre 520 a. C.
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suburbios con un apoyo total y mucha publicidad eclipsa a un grupo que lucha desde
dentro de la ciudad. Del mismo modo, el profeta Hageo parece diminuto e
insignificante a la sombra de las maravillas de Zacarías. Sin embargo, Hageo tan solo es
escaso en cuanto a duración. Tiene cosas muy relevantes que decir e incluso en estos
dos primeros versículos se establecen asuntos importantes y principios fundamentales.
Hay cuatro cuestiones que merecen nuestra atención.
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posición oficial; más bien, era un llamado directo y un don del propio Yahvé. Esta
autoridad se expresa en la siguiente frase: “vino palabra del Señor por medio del profeta
Hageo” (1:1). Más literalmente, dice “fue palabra... por mano de”, en vez del más
común “la palabra del Señor vino a”. En las traducciones, se suele usar “vino.” Sin
embargo, el verbo que se utiliza en hebreo es “ser”, con sus connotaciones de “ser
parte de”, de modo que la palabra se encarna en el profeta. Esto se transmite más
radicalmente cuando Ezequiel se come el pergamino. Para el profeta, la palabra de Dios
es tan parte de ellos que, ya sea placentero o doloroso, hay que hablarla.177 Esta es la
palabra que Isaías dice que no dejará de cumplir su propósito.
No se dice nada sobre cómo llegó esta revelación, pero se enfatiza el hecho de que
se trata de una revelación y no de una especulación u opinión. La palabra viva hace su
trabajo sin ser vista, pero sus resultados se pueden observar en la transformación así
como en el juicio. El resultado es que lo que tenemos es la palabra del Señor a través de
las palabras de Hageo. La forma característica de Dios de tratar, tanto con la idolatría
como con la apatía entre su pueblo, es enviar profetas, y Hageo, al igual que Elías, trae
esa palabra en una situación en que se necesita desesperadamente. “Así ha dicho” es la
expresión más común para el contenido del mensaje del profeta y, el uso del pretérito
perfecto enfatiza la decisión de lo que se dice. La fuente del mensaje aquí es “Jehová de
los ejércitos”,180 un título que suelen utilizar los profetas y, en particular, Hageo,
Zacarías y Malaquías. Sus primeras apariciones se encuentran en 1 Samuel 1:3, cuando
hace referencia a la alabanza del Señor en Siló, de nuevo en las oraciones de Ana y en
referencia al arca. La palabra ṣĕbā’ôt, “ejércitos”, se refleja en el Dominus exercituum
latino, “Jehová de los ejércitos”. El término se entiende mejor en plural, ya que denota
la presencia de Dios en toda fuente de poder y autoridad, así como en todos los
poderes en el cielo y en la tierra. Probablemente, los ejércitos son las huestes de
ángeles, la corte celestial, y, como tal, el título puede reflejar el acceso que se le da al
profeta a esa corte. Asimismo, puede demostrar que él viene de la corte con palabra de
autoridad. En cualquier caso, el título enfatiza la autoridad invencible de la palabra de
Dios y la certeza de su cumplimiento.
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Vamos a observar, en los próximos versículos, que la gente era asidua a la búsqueda de
sus propias comodidades y trabajo, pero que el entusiasmo y la actividad no abarcaban
su salud y vitalidad espiritual. Moyter traduce el “tiempo” por “el momento oportuno”,
y lo compara con el kairos griego. El énfasis es espiritual y no cronológico. Estas
personas sabían que había llegado el tiempo. Esdras 1:1 muestra que no se trataba
simplemente del decreto de Ciro, sino que la mano de Dios los había traído de vuelta a
la tierra. Sin embargo, se habían dejado llevar por fuerzas externas y la baja moral, lo
cual les había hecho abandonar la construcción del templo. Asimismo, su lealtad a Dios
se había debilitado.
El único antídoto para esto es la palabra viva, que remarca la importancia de la
fecha exacta del primer mensaje de Hageo. La gente estaba dejando pasar el tiempo,
pero Dios les habla de la urgencia del momento presente. En Salmos 95:7–8, “Si oís hoy
su voz, no endurezcáis vuestro corazón”, podemos observar este énfasis en la
relevancia inmediata de la palabra de Dios. Siguiendo la misma línea, Hebreos 3:13 nos
insta a la obediencia “entre tanto que se dice: ‘Hoy’ ”. La palabra de Dios siempre nos
habla allí donde estemos y nos exhorta a un nuevo compromiso.
No está claro dónde se da el mensaje. Algunos comentaristas creen que el profeta
pudo haber visitado el sitio y hablado allí, quizás dirigiéndose con gestos, “este pueblo.”
En cualquier caso, su lenguaje tiene la viveza de un mensaje real y muestra una aptitud
que tendrá un impacto inmediato.
Un llamado a despertar
Hageo 1:3–11
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fatigosas, más de lo que el hombre puede expresar. Nunca se sacia el ojo de ver ni el
oído de oír”. No se encuentran en la pobreza, están en una situación cómoda, pero
están profundamente insatisfechos.
Hageo los llama a “reflexionar” (NVI), a “meditar” (RV60). La expresión significa
literalmente “poned vuestro corazón en” e implica reflexionar seriamente, mirando más
allá de la superficie para encontrar el motivo subyacente de su insatisfacción. “Vuestros
caminos” se refiere a su estilo de vida y hacia dónde van, y los llama a mirar más allá del
presente. Esto tampoco era simplemente un ejercicio intelectual, sino que era un
llamado a responder a la palabra del Señor a través de Hageo que, como veremos,
reproduce las palabras de Moisés. De hecho, es un llamado a pensar bíblicamente y
permitir a Dios que gobierne sus vidas. El cambio vendrá por un compromiso fuerte y
decidido con la palabra de Dios, no por unos sentimientos inactivos.
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el cielo y la tierra, sino que sigue estando involucrado porque utiliza todo lo que tiene
para cumplir su propósito. Una vez más, los Salmos lo expresan claramente: “el
relámpago y el granizo, la nieve y la neblina, el viento tempestuoso que cumple su
mandato” (Sal. 148:8). “Yo llamé la sequía” (v. 11) refleja Amós 4:6–9, que, a su vez,
plasma las maldiciones del pacto de Deuteronomio 28:38–42. Si existe tal Dios, no
podemos relacionarnos con él solo en parte y excluirlo de ciertas partes de nuestra vida
(normalmente, las más importantes). Así como el Señor los había llevado al exilio y los
había devuelto189, ahora seguía obrando con soberanía. Estaba actuando con juicio al
influir en las necesidades básicas de la vida, pero también lo hacía con misericordia al
enviar un profeta para abrirles los ojos a la realidad de la situación.
El lenguaje del pacto destaca en el versículo 10, cuando el Creador llama al cielo y a
la tierra (a los que Moisés pone por testigos en Dt. 4:26 e Isaías lo repite en 1:2) a
mostrar su descontento con su pueblo.
Por otra parte, en Deuteronomio 28:12, la recompensa de los cielos está
explícitamente relacionada con la obediencia a los mandatos de Dios. De hecho, en este
versículo, se describe el cielo como el generoso tesoro del Señor. En la próxima
generación, Malaquías usará una imagen del Señor parecida abriendo las compuertas
del cielo en respuesta al compromiso del pueblo.
Más allá de esto, hay una relación clara con Génesis 3:17: “maldita será la tierra por
tu culpa”. Lo que sucede en la época de Hageo es otra evidencia de la manifestación de
esa maldición. No significa que se haya gestionado mal la economía o que se haya
fracasado en el método agrícola, sino que se trata de un juicio directo del Creador. El
mensaje teológico del profeta se encuentra en el eje principal de la revelación bíblica.
Cuando estudiamos este pasaje, no podemos concebir que sea un mensaje limitado o
localizado. El Dios de Israel es el Creador y el Señor de la historia, y la desobediencia de
su pueblo afecta a lo más profundo de su pacto de fe.
Esto no es un fracaso teórico: “Porque mi casa está en ruinas, mientras vosotros sólo
os ocupáis de la vuestra” (v. 9). El juego de palabras en el texto hebreo refuerza la
relación entre la sequía y el fracaso en la construcción de la casa del Señor. Lo que
habían colocado en los márgenes de sus vidas resulta ser lo central en su impacto y,
hasta que no se le dé al Señor el primer lugar, nada va a ir bien. Más tarde, Hageo
enseñará acerca de las bendiciones positivas que se derramarán cuando se restaure la
verdadera lealtad.
En cierto modo, la primera vez que Hageo se dirige directamente al pueblo lo hace
de forma clara y sencilla. Sin embargo, hay muchos temas en los que hay que
reflexionar más profundamente, en especial a medida que habla más allá de su tiempo
para centrarse en los asuntos que siguen preocupando a la iglesia. Así pues, vamos a
volver a estos temas más amplios.
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Las maldiciones del pacto en Deuterenomio 28, que se reflejan en los versículos
7–11, nos recuerdan un contraste muy marcado de este libro en las formas de vivir y
morir. Además, el principio al que Hageo llama la total soberanía del Señor sobre la
vida, el trabajo y toda la creación, se resume en Deuteronomio 8:18: “sino acuérdate de
Jehová, tu Dios, porque él es quien te da el poder para adquirir las riquezas, a fin de
confirmar el pacto que juró a tus padres, como lo hace hoy”.
Esto, junto con las palabras de Hageo, enfatiza la gracia divina, que es la naturaleza
de Dios tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento. Sin el regalo de
Dios, ya no podemos lograr nada en el mundo material que podamos atesorar.
Hemos visto cómo Hageo utiliza estos dos temas, la creación y la historia, para
mostrar la seriedad de su mensaje. Esto pone de relieve la importancia del templo en el
cuadro general, que está relacionado con la creación, cuando Dios estaba en el jardín
del Edén, y, finalmente, con la nueva creación, cuando Dios vivirá con los humanos. La
historia nos cuenta que el templo, y antes de este, el tabernáculo, estaban en el
corazón del pueblo, y si no era así, enseguida les ocurrían desastres.
El propio templo
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En el centro
Hageo 1:12–15
fascinantes. Lo que ellos obedecían era “la voz del Señor” que les llegó a través de las
“palabras” (RV60) o el “mensaje” (TLA) de Hageo. En Hechos 10:44, sucede algo
parecido cuando Pedro está hablando en la casa de Cornelio: “Mientras Pedro estaba
todavía hablando, el Espíritu Santo descendió sobre todos los que escuchaban el
mensaje”.
La palabra divina no se vino abajo ante la palabra humana ni en Hageo ni en Hechos,
sino que en ambos, las palabras del mensajero humano eran la voz del propio Señor. De
la misma manera, la gente de aquella época reconoció que las palabras de Hageo eran
de Dios, y respondió en obediencia.
Su respuesta también se muestra más adelante cuando se describe a Dios como “el
Señor su Dios.” Esto no sólo enfatiza la gracia de Dios, sino su relación renovada con él.
Su convicción de que Hageo era el mensajero del Señor es gratificante en contraste a la
hostilidad que se mostraba ante otros profetas. El regreso del Señor era nada menos
que el temor de Dios, que es el principio de la sabiduría. Ahora tiemblan ante su
palabra, una actitud que Isaías ve como el cumplimiento de la condición para que Dios
viviera con el pueblo.206
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Las palabras del profeta son la señal audible de la actividad divina en los corazones
de los líderes y del pueblo. “Despertó Jehová”: con este verbo, se muestra la
continuidad de los propósitos de Dios, ya que se usa el mismo en Esdras 1, primero en
Ciro (v. 1) y luego en los líderes del pueblo (v. 5). Esto también anticipa 2:5, donde se
menciona al Espíritu Santo. No se habla sólo a los líderes cívicos y religiosos, sino
también al resto del pueblo. Este es un ejemplo, que llama la atención, del hecho de
que la pasión del Señor por su gloria y la bendición de su pueblo no experimentan
altibajos según sus sentimientos.
La actividad divina conlleva una acción humana: “vinieron y trabajaron en la casa de
Jehová”. Aún queda mucho por hacer, pero ya está establecido que lo central es que el
Señor viva entre ellos, y es momento de que empiece el proyecto. Los comentaristas
prestan especial atención a los veintitrés días que transcurrieron entre el mensaje de
Hageo de 1:1 y 1:3, y la reanudación del trabajo “en el día veinticuatro del mes sexto”.
Esto muestra un poco la visión de los factores humanos y logísticos que se llevaron a
cabo. Se tenían que organizar equipos, preparar material y cuadrar las tareas en
concreto. Y como el lugar había estado abandonado durante veinte años, existía mucha
basura acumulada. Además, se debía recolectar la cosecha en el sexto mes, y no podía
dejarse de hacer. Lo importante era el cambio de corazón, que los dirigía a la actividad
renovada.
Comentarios generales
Las palabras breves de Hageo habían sido espectacularmente efectivas y se había
empezado a trabajar en el templo. Aunque debemos suponer que lo que tenemos es un
resumen conciso de las palabras de Hageo, su mensaje es breve e incisivo. Sería útil
poder reflexionar ahora sobre algunas de las principales cuestiones que trata en la
introducción del capítulo 1 y observar parte del significado del capítulo en su conjunto.
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a. La palabra de Dios
Este capítulo breve es uno de los más significativos de la Biblia para poder ver y
estudiar el efecto de la palabra de Dios, tanto en su entrega como en su recepción.
Tenemos una explicación sorprendentemente exhaustiva, aunque breve, de cómo el
profeta recibe esa palabra y de cómo el pueblo la oye y actúa en consecuencia. En Isaías
55:11, podemos observar una ilustración que llama la atención: “así es también la
palabra que sale de mi boca: No volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo deseo y
cumplirá con mis propósitos”. Podemos examinarlo en su forma más elemental y
notable.
El primer elemento es el misterio de cómo se da la palabra divina. Misterio no
significa imprecisión; justamente esta palabra se da en un período que está datado. El
misterio es, más bien, que la palabra divina viene sin pedirla y sin ayuda de los
humanos, y cumple con su trabajo de transformar o juzgar sin que nadie pueda
impedirlo. Hageo no decidió, después de investigar por él mismo, que la palabra de Dios
era necesaria, sino que, bajo la compulsión del Espíritu, se convirtió en el mensajero
dispuesto. El porqué tenía que ser este hombre, de quien no se sabe nada más, es parte
del misterio.
El siguiente elemento es el propio mensajero. En algunos profetas, especialmente
en Jeremías, se muestra cómo luchan con el mensaje antes de poder transmitirlo con
fe. No sabemos cómo se sintió Hageo acerca de lo que tenía que hablar; sólo podemos
observar su compromiso total a la hora de transmitir el mensaje. Básicamente, esto es
lo que distingue un verdadero mensajero del Señor, y Hageo nos enseña esta realidad
despojada de las circunstancias personales o de los problemas que la rodean. Nos
hubiéramos empobrecido enormemente si no hubiéramos sabido las circunstancias
personales de Jeremías o las agonías y éxtasis de Ezequiel. Lo que Hageo nos da es el
imperativo divino de predicar la palabra y la promesa divina de que la palabra va a
hacer su trabajo.
El último elemento es la naturaleza de la palabra profética. Ya hemos observado
cómo Hageo pasa de reñir a corregir, y cómo sus palabras provienen de las primeras
Escrituras. También hemos constatado cómo se repiten unas veintinueve veces, en este
libro tan corto, frases como “la palabra del señor, la voz del Señor y declara el Señor”.
Esto significa que el contenido de lo que dice Hageo es la palabra de Dios y también las
palabras de Hageo. Asimismo, al igual que el misterio de cómo da dios la palabra,
también existe el misterio de cómo se vuelve carne en un ser humano.
La comparación de Hageo con su contemporáneo Zacarías es fascinante. Ambos
hablaron fundamentalmente acerca del mismo mensaje y ambos ayudaron a los
exiliados que regresaron a asumir la tarea de nuevo. Sin embargo, no se podían
confundir el uno con el otro porque cada cual usaba palabras características. Ya hemos
visto que no hay que exagerar las diferencias, sobre todo si tenemos en cuenta el
material escatológico de Hageo 2. No obstante, hay algo de verdad en ver a Hageo
como activador de la obra y a Zacarías como el visionario que revela las mayores
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implicaciones de la obra.
En cuanto al estilo de Hageo, podemos discernir una franqueza y una voluntad para
hacer frente a lo que está mal, que es la señal del verdadero profeta. También muestra
una capacidad de anticipar los argumentos de los oyentes, como en 1:5–11. Transmite
palabras que son nuevas para la situación actual, pero que llevan el peso de palabras
que ya dijeron otros profetas con anterioridad.
Además, podemos observar cómo se acoge la palabra de Dios. Por un lado, los
líderes y el pueblo estaban verdaderamente inspirados por las palabras de Hageo y su
respuesta fue rápida y su corazón se conmovió. Por otro, el Señor se estaba moviendo
en sus corazones mediante el Espíritu. Estas son dos partes de la misma moneda. Sin el
Espíritu, nadie puede responder a la palabra de Dios, pero es muy posible resistir al
Espíritu y endurecerse en contra de la palabra. De hecho, esta fue la situación con la
que se iba a encontrar Malaquías.
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esperanza para el futuro. Los vamos a analizar de uno en uno y a utilizarlos como parte
de un todo coherente. Este aspecto es especialmente importante en relación a los
versículos 10–19. Quizás algunos parezcan fuera de lugar, pero la exposición mostrará
cómo todo el argumento del libro es congruente y acumulativo. Podemos considerar
cinco cuestiones principales al observar el primer mensaje en 2:1–9.
El tiempo de la profecía
Había pasado casi un mes desde que se había empezado a trabajar en el templo y,
probablemente, había poco que mostrar, excepto desorden. Baldwin puntualiza que,
aparte del fino injerto difícil de reparar sin maquinaria moderna, el “séptimo mes” era
la época con más días festivos y no se permitía trabajar. Sentían que había una gran
tarea por hacer y, por ello, lo que necesitaban sobre todo era un mensaje de aliento.
Antes de pasar a las palabras de Hageo, la propia época tiene un mensaje
importante. El “día veintiuno” fue el último día de la fiesta de los tabernáculos o las
cabañas. Esta festividad celebraba el éxodo de Egipto y se simbolizaba viviendo en
cabañas “para que sus descendientes sepan que yo hice vivir así a los israelitas cuando
los saqué de Egipto” (Lev. 23:43). En el contexto de Hageo, esto era particularmente
significativo. En vez de estar viviendo en cabañas, la gente había estado disfrutando de
“casas artesonadas” (1:3). Así pues, el mensaje del profeta se había visto reforzado por
el simbolismo de la festividad. Además, los otros usos bíblicos de la palabra también
son relevantes. En Job 27:18, se emplea como símbolo de fragilidad y vulnerabilidad, y
encontramos una imagen parecida en Jonás 4:5. Sin embargo, también se utiliza en
Isaías 4:6 con la idea de protección, ya que se habla de Jehová como un refugio en el
último día. Estas ideas parejas de la debilidad del pueblo y del poder del Señor se
encuentran en el corazón del mensaje de aliento de Hageo.
Otro aspecto sobre el tiempo es que el templo de Salomón estaba dedicado al
séptimo mes. Sin duda, esta fue la continuidad y enfatizó el hecho de que lo que
estaban haciendo era reconstruir el viejo templo, no construir uno de nuevo. Sin
embargo, el recuerdo probablemente es más deprimente que alentador, y en ello nos
centraremos ahora.
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nostalgia es muy seductora y haría que la situación presente pareciera aún peor. Como
el profeta es inteligente, les fuerza a enfrentarse a lo que sienten realmente y a admitir
su grave decepción antes de dar el mensaje de aliento, para que tenga el máximo
efecto. Aún así, hay una clara diferencia entre el desaliento del pueblo en este
momento y su actitud en el primer capítulo.
Se necesitaron palabras de desafío y de regaño para poder acabar con la apatía y
complacencia del momento. Había un desánimo que les estaba perjudicando, y
necesitaban palabras de aliento. Así pues, esto es lo que sucede a continuación en el
pasaje.
La palabra de aliento
Los versículos 4 y 5 son una buena base de cómo obtener el aliento verdadero. El
primer aspecto a tener en cuenta es que se trata de algo espiritual y no psicológico.
“Esfuérzate y trabaja”, dice Hageo. Sin embargo, lo importante es el motivo que da, no
“trabajar porque hay que hacer las cosas” o “trabajar porque te sentirás mejor si lo
haces”. No, “trabajad”. “Porque yo estoy con vosotros, dice Jehová de los ejércitos.” La
realidad de la presencia activa y viva del Señor es lo que va a hacer el trabajo. Hageo no
niega la realidad de la situación presente, los montones de escombros, el contraste con
el pasado y la difícil tarea que queda por delante. Más bien, pone estos hechos en el
contexto de una realidad mayor. Su método es como el de Eliseo atrapado con su siervo
en Dotán cuando el ejército sirio rodeó la ciudad con sus fuerzas y carros. Eliseo no
niega que están ahí, pero ve la realidad de los caballos y de los carros de fuego con una
perspectiva mayor. Se dirige a este siervo aterrorizado diciéndole “más son los que
están con nosotros que los que están con ellos” (2 Reyes 6:16). De hecho, esto es lo que
Hageo está diciendo aquí.
A Josué ya se le habían dicho las palabras “Yo estoy con vosotros” antes, cuando el
Señor le prometió la misma presencia y protección que Moisés había experimentado.
De hecho, Moisés había prometido esto a todas las naciones en sus últimas palabras.
Asimismo, Jacob, en su lecho de muerte, le dice a José “He aquí yo muero; pero Dios
estará con vosotros” (Gén. 48:21). Esta es una promesa que nuestro Señor refuerza en
Mateo 28:20, donde se promete su presencia y su poder hasta el fin del mundo.
Siempre es una tentación en momentos de desánimo anhelar el regreso de alguna
gran figura del pasado. A menudo, esto revela más acerca de nuestras preferencias que
sobre una verdadera visión espiritual. Hageo está diciendo: “Moisés, David o Salomón
no volverán, pero el Dios viviente está con vosotros. Está trabajando ahora como lo hizo
en el pasado, y terminará la buena obra que empezó”.
Así que, desde un punto de vista equivocado del pasado, donde la nostalgia lleva a
la desesperación sobre el presente, Hageo presenta una visión real del pasado y de la
fidelidad inmutable del Señor. Cuando salieron de Egipto, el pacto que hicieron no fue
simplemente otro acontecimiento en su historia, sino la revelación decisiva de su Dios y
la promesa de que estaría siempre con ellos. Esto se ve reforzado por la frase “mi
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la Biblia entera es el resultado de Génesis 1:1: la buena creación, echada a perder por el
pecado, que se renovará y cumplirá el propósito de Dios por toda la eternidad. El orden
creado reflejará la belleza del Creador y la maldición de Génesis 3 ya no tendrá lugar. La
palabra hebrea para “temblar” es un participio, que indica un número de temblores y
de intervenciones en la historia antes del último temblor que anuncia el reino.
El temblor afectará a las naciones, así como al universo físico, y, como resultado, sus
tesoros llegarán al templo (v. 7). Esto se puede entender a distintos niveles, todos ellos
relacionados con el reino de Dios sobre las naciones y su propiedad de la plata y el oro.
En el nivel más básico, esto estaba sucediendo porque Darío encargó a los que se
oponían a construir el templo que pagaran los costes del proyecto del ingreso real con
sus propios impuestos regionales. Esto se cumplió más cuando Herodes emprendió
grandes obras para embellecer la estructura.231 Eran cumplimientos parciales, pero no
llegaron a completar el significado porque no anunciaron un movimiento entre las
naciones para llevar sus tesoros a la casa del Señor.
La interpretación mesiánica tradicional ha complicado el debate de este pasaje.
Probablemente, el mayor defensor de este punto de vista es E. B. Pusey, que basó este
comentario en la traducción de la RV: “vendrá el Deseado de todas las naciones; y
llenaré de gloria esta casa”. Argumenta que esto debe referirse a Cristo, a quien las
naciones anhelaban, a menudo inconscientemente. Gramaticalmente, Pusey se
encuentra en tierras movedizas porque ḥemdat es singular, pero el verbo está en plural.
Sin embargo, si esta interpretación es correcta, el significado escatológico es el
único que hace justicia al versículo aunque no se mencione al Mesías explícitamente.
Esta riqueza de alusiones es algo que ya hemos visto en Hageo y, de hecho, también en
Esdras.
No obstante, lo fundamental es el cumplimiento del pasaje, tanto en la primera
como en la segunda venida de Cristo. Malaquías también habló más específicamente de
lo siguiente: “De pronto vendrá a su templo el Señor a quien vosotros buscáis” (Mal.
3:1). La muerte de Jesús hizo que el velo del templo se rasgara de arriba abajo,
acompañado por un temblor de la tierra; en la resurrección hubo un temblor mucho
mayor.235 Sin embargo, el cumplimiento final se encuentra en el futuro, cuando “el
Señor Dios y el cordero” ‘son’ el templo (Apocalipsis 21:22).
Necesitamos mantener juntos todos estos aspectos si queremos hacer justicia a lo
que Hageo está diciendo aquí. La interpretación espiritual del versículo 8 no contradice
la interpretación material, sino que ambas son necesarias para mostrar que el
cumplimiento no está limitado a recursos físicos ni a un sueño idealista.
Estas ideas se ven reforzadas por el versículo 9. “Esta casa” se refiere a la historia
del templo a través de todos los cambios y posibilidades. La “gloria” es la presencia
visible de Dios mismo que llena toda la tierra y se manifiesta parcialmente en el templo,
pero plenamente en Jesucristo.237 El otro aspecto es que el templo será un lugar de paz.
El contraste inmediato es que el templo cayó en una guerra salvaje y sangrienta, y su
reconstrucción se vio obstaculizada por la oposición, pero ahora está avanzando para
ser terminada. Aún así, sigue sin completarse el significado.
“La paz”, como dice Baldwin, “resume todas las bendiciones de la época mesiánica,
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cuando la reconciliación con Dios y su gobierno justo asegurará una paz justa y
duradera.” En primer lugar, la paz es una relación restaurada con Dios y, luego, una
sociedad estable y feliz, y unos individuos redimidos y satisfechos. Se trata de un don de
Dios mismo que quiere traer, a través de la muerte y de la resurrección de Cristo, la
verdadera bendición de la paz a todos los que le reciben.
La interpretación más general de estos versículos se confirma en Hebreos 12:26–27.
Los temblores del universo físico, provenientes de Dios, tendrán como resultado un
reino que no puede ser sacudido. Esta es la culminación de un pasaje que habla del
monte de Sión, el Jerusalén celestial, y del festival creciente donde la realidad de la
adoración a Dios se experimenta de tal manera que reúne y sustituye todo lo que se ha
vislumbrado antes de la presencia.
Comentarios generales
Se trata de un pasaje intenso, y demuestra el poder de la visión del profeta, ya que
esboza las perspectivas para la época venidera. Mientras observamos estos versículos,
merece la pena reflexionar sobre dos temas en concreto.
empezar nuestra interpretación de lo que él dice. Aunque para ellos y para más
actividades de construcción de Herodes, confinar el mensaje es pasar por alto la
relevancia y el significado eterno de las palabras del profeta.
El cumplimiento escatológico es el significado fundamental de la profecía. En los
tiempos de Hageo, eso no produjo visionarios poco realistas, sino más bien gente que
trabajó fielmente en su propia época. Hacer caso a sus palabras tendrá el mismo efecto
en nuestro tiempo que en cualquier otro.
Han pasado casi cuatro meses desde el primer mensaje de Hageo en el capítulo
1:1–12, y dos meses desde las palabras entusiastas de 2:1–9. La voz de Dios no ha
permanecido en silencio; aún así, para Zacarías, su ministerio había empezado un mes
antes. La última sección, como la anterior, es para concentrarse en la visión del futuro.
Sin embargo, la actual parece ser una digresión y se han encontrado discrepancias entre
este pasaje y Esdras 3:10–13. También se han hecho intentos para eliminar el capítulo
2:15–19 y colocarlo después en 1:15a (vamos a hablar de esto con más detalle en la
exposición). Aún así, el aspecto inicial es que este capítulo, de hecho todo el libro, es
una unidad con un desarrollo claro de pensamiento tanto con una base cronológica
como teológica. Lo que debemos hacer es preguntarnos cómo discurre esta sección del
capítulo 2:1–9 y anticipa 2:20–23.
a) Teológica
Salmos 93:5 dice “la santidad es para siempre el adorno de tu casa”. Esto tiene
implicaciones, no sólo en la ciudad celestial donde “nunca entrará en ella nada impuro”
(Apocalipsis 21:27), sino también para la construcción del templo y para las vidas de los
constructores allí y entonces. La esencia de la tierra y de los cielos nuevos es una
relación restaurada y vital con el Señor, y el papel del templo en la tierra es anticiparlo,
tanto si es el templo antiguo o el nuevo de piedras vivas. La santidad no se iba a quedar
entre las cuatro paredes del templo. Hay que rechazar la idea de que hay un lugar
especial donde suceden las actividades “religiosas”, y un lugar “secular” donde Dios no
es importante. Cuando esto sucede, ni el supuesto “salvo” ni el supuesto “secular”
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prosperan porque falta la integridad básica de la respuesta de Dios en todos los ámbitos
de la vida.
b) Pragmática
Esta se deriva de la necesidad teológica de santidad. La profecía de los temblores
del cielo y de la tierra y de la gloria venidera de la casa es necesaria para poder alentar y
perseverar en la actualidad. Sin embargo, es justo ahí donde surge otra tentación: la de
descuidar las demandas del presente o incluso verlas como algo poco relevante. Pablo
también tuvo que lidiar con el mismo problema. El pueblo necesitaba recordar las
realidades de la situación: el templo que aún no había sido acabado, la recesión
económica y la importancia de esto a las demandas fundamentales de la Torá. Este es el
énfasis de los versículos 18–19, que destacan el mensaje de 1:1–11 con la repetición de
la palabra “meditad” o “considerad bien”.
c) Escatológica
El versículo 19 acaba diciendo “desde este día os bendeciré”. “Bendecir” podría
entenderse como algo material refiriéndose a la prosperidad económica y, de hecho, es
parte del significado. Malaquías 3:8–11 muestra que, unos cincuenta años más tarde,
predominaba una condición económica pobre y, una vez más, el profeta lo relaciona
con no dar al Señor con corazones alegres. No obstante, como veremos en el siguiente
apartado (2:20–23), todo el significado de su palabra es escatológico.
Así pues, estos versículos no están fuera de lugar, sino que forman un puente
efectivo entre una profecía de bendición final y la profecía a Zorobabel. Ambas
relacionan lo presente con lo eterno. Una vez más, el oráculo se presenta con una fecha
concreta, lo que equivaldría en nuestro calendario al 18 de diciembre. En aquel
momento, ya habrían caído las lluvias de otoño y ya se habría sembrado la cosecha de
invierno, lo cual recordaba al pueblo su dependencia total en el Creador. Cinco aspectos
a tener en cuenta.
anémica e ineficaz. Es posible que el Señor les diera el mensaje a Hageo y a Zacarías
porque los sacerdotes que habían regresado de Babilonia no supieron enseñar al
pueblo.
La necesidad de discernir
Para entender verdaderamente los tiempos en los que vivían, se precisaba más que
un simple vistazo desagradable. Hageo dice que meditemos y consideremos bien las
cosas. Después de que se le revele la situación, necesita responder a ella. Una vez más,
las circunstancias del día a día y las comodidades de la vida son una ventana a los
propósitos mayores de Dios y a una visión más amplia; por lo que el profeta dice que
estas son las consecuencias directas de que Dios sea el Creador y de que se haya
revelado a sí mismo en su palabra. En el versículo 14, se había enfatizado la verdad de
la unidad de la vida, tanto “sagrada” como “secular”, y ahora se explicita. La
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prometiendo que habrá una nueva vida, y esta palabra conduce a una buena relación
entre la creación y el pacto, y a un futuro brillante más allá de nuestra imaginación. Dios
bendice a Adán y a Eva252, y esta bendición conlleva la promesa de fertilidad, una
promesa que se repite a Noé en Génesis 9:1 y se vuelve a repetir cuatros veces a
Abraham. Esta situación, a primera vista simple y poco estimulante, fue una parte
nueva e importante de la gran historia que lleva a la nueva creación. Más allá y por
encima del fracaso humano y del pecado, hay la gracia de Dios que cubre todo.
Aquí, bendición significa que se cumplirán los propósitos antiguos de Dios acerca de
la creación y de la salvación. De nuevo, hay una relación entre la cosecha y el templo,
pero esta vez es positiva. El propósito de Jehová se cumplirá y su pueblo debe ser
obediente. Malaquías utiliza términos parecidos cuando habla de “traed todos los
diezmos al alfolí” (Mal. 3:10), a lo que seguirán bendiciones que lloverán del cielo. Esto
era mucho más que esperar que hubiera una buena cosecha; era un compromiso del
Señor del pacto y, como cualquier promesa, era para toda la vida y más allá.
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Con este último oráculo, Hageo termina con una nota alta y, mientras resume
algunas cosas que ya se han dicho, va más allá de estos aspectos y nos habla de un
futuro glorioso. A la palabra “bendecir” (v. 19) se le da tanto un énfasis específico como
eterno, lo cual enfatiza la importancia de la situación actual y lo coloca en una visión
más amplia de los propósitos de Dios. Hay cuatro aspectos a tener en cuenta.
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Dios, en especial en tiempos en los que no se aprecia el crecimiento, vean lo que están
haciendo con la mayor perspectiva posible. La reconstrucción del templo parecía que
estuviera a años luz de la visión gloriosa del monte del Señor, al que irían las naciones,
y, aún así, fue parte del proceso que llevaría a ese día. Es probable que está sea la razón
por la cual se presenta la promesa dos veces. No obstante, esta predicción de la
agitación universal no es sólo una repetición de los versículos 6 y 7, lo que nos lleva al
segundo asunto principal de esta sección.
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Vale la pena leer el Salmo 89 para reflexionar sobre esto. Este salmo habla acerca de
“David mi siervo” (v. 20) quien será “El más excelso de los reyes de la tierra” (v. 27).
Esto no se deja de lado por el castigo del exilio (v. 32), a lo que le sigue un énfasis en la
alianza con David en los versículos 33–37: “Su descendencia será para siempre, y su
trono como el sol delante de mí”. Sigue habiendo tensión en el salmo porque se
necesitaba fe y firmeza hasta que Cristo viniera y venga de nuevo. Kidner comenta de
manera característica y profunda: “En vez de quejarse de la promesa o desecharla, se
enfrenta de lleno al conflicto de la palabra y del suceso pidiendo a Dios que muestre su
mano. Así como una discordia no resuelta, nos impulsa hacia el Nuevo Testamento,
donde podemos ver que el cumplimiento siempre supera con creces la expectativa”.
Este aspecto está más vinculado con la providencia de Dios: “porque yo te escogí” (v.
23). Dios hizo un pacto con David: “Yo te tomé del redil, de detrás de las ovejas, para
que fueses príncipe sobre mi pueblo, sobre Israel” (2 Sam. 7:8), y ahora este pacto se
renueva con Zorobabel. Las últimas palabras del libro refuerzan esta idea: “afirma el
Señor Todopoderoso”. Esto no es una ilusión, sino que se trata de confiar en Dios. Él se
ha comprometido con su pueblo mediante promesas que no puede ni va a romper.
visionario y un poeta, mientras que Hageo es una persona simple y directa que entrega
un mensaje práctico que te hace tener los pies en el suelo. Hay un elemento de verdad
en eso: Dios llama y utiliza a personalidades diferentes y emplea los dones y talentos
que les ha dado. Sin embargo, se descuida el hecho más importante: que ambos
hablaban la palabra del Señor y en eso se establecía su importancia y autoridad.
Lo que sí que es cierto es que Hageo es breve en comparación con Zacarías, pero,
como hemos visto, la brevedad es el tipo de concisión que está llena de profundidad y
riqueza. Esto surge de una serie de factores. En primer lugar, su comprensión de las
primeras Escrituras y de las que seguían, que ya habían dado esa revelación. Por otro
lado, la capacidad de llegar directamente al corazón del problema y conmover a la
gente demostrando un significado mayor del trabajo que están haciendo. El tercer
factor es su énfasis repetitivo en que estas son las palabras del Señor, lo cual demuestra
que van más allá de un buen consejo o de una observación inteligente.
mencionan para nada el templo espiritual. La clave para evitar ambos errores es ver el
libro como un eslabón fundamental en el desarrollo de la historia de la Biblia, que tiene
su centro en Cristo.
Ezequiel había representado la partida de la gloria del Señor desde el templo hasta
la cima del Monte de los Olivos. Incluso allí, podemos vislumbrar, entre el dolor y la
angustia, que cosas mejores están por venir si nos situamos en la perspectiva global.
Ezequiel dice que la gloria del Señor “se puso sobre el monte” (Ez. 11:23). Más
adelante, en Lucas 24:50, observamos de nuevo la gloria del Señor que se encuentra en
la montaña; en esta ocasión, en forma humana. Sin embargo, esta vez es para bendecir
en vez de juzgar, como el gran sumo sacerdote, con su obra terminada en la tierra,
levanta las manos antes de ascender al templo celestial. Esto ilustra la destrucción del
templo en los días de Ezequiel, y el trabajo de alguien mayor que el templo. O. Palmer
Robertson lo expresa bien: “La gente del exilio tuvo que volver a la tierra y se tenía que
reconstruir el templo para poder proporcionar un teatro santificado en el que se
pudieran finalizar los grandes actos de la redención divina”.
Para Hageo, el templo es mucho más que un edificio, incluso uno sagrado. Es un
símbolo visible de Dios morando entre su pueblo mediante su Espíritu (2:4–5).
Así pues, este pequeño libro es un estímulo y un desafío, sobre todo en momentos
en los que la causa de Cristo parece que pasa por un gran declive en Occidente y en que
la tentación de renunciar o caer está al orden del día. Para aquellos que predicáis este
libro, es un comentario divino de cómo los propósitos de Dios nunca se ven frustrados,
así como una llamada a la fidelidad.
Malaquías
Yo os he amado, dice el Señor
Peter Adam
Bibliografía escogida
Estos libros se citan en las notas por su autor y título solamente.
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Introducción
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522 Darío I
En segundo lugar, Malaquías sabía que el mayor pecado del pueblo de Dios era el
pecado contra él. Nos confundimos fácilmente en el tema del pecado. Vemos que
podemos pecar contra nosotros mismos y perjudicarnos, o contra otros y hacerles
daño. Pero nos resulta más difícil tomar en serio nuestra transgresión contra Dios. Sin
embargo, es el pecado fundamental, la fuente de todo pecado.
En tercer lugar, en el tiempo de Malaquías, el pueblo de Dios estaba totalmente
desordenado. Aunque no se puede decir que escaparan de él ni adoraban ídolos como
lo habían hecho en el pasado, parecían carecer de energía para servir a Dios de todo
corazón. Intentaban vivir en territorio neutro, sin servir a Dios con demasiado brío, pero
sin apartarse de él con excesivo entusiasmo. En esto se engañaban a sí mismos.
Pensaban que se hallaban en una especie de tierra de nadie gris, donde no necesitaban
responder a Dios de todo corazón ni rechazarlo. En realidad, se encontraban en un
círculo vicioso, un remolino aterrador, hundiéndose cada vez más en la destrucción.
Malaquías es el remedio eficaz de Dios para una situación semejante en el seno del
pueblo de Dios.
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¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han
dicho! ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su
gloria? Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les
declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían.
Esta breve introducción al libro en su primer versículo nos revela cuatro hechos
importantes: el libro viene del Señor, las palabras están en forma de oráculo, va dirigido
a Israel y las pronuncia Malaquías. Para hacer un buen uso de este libro, el último de los
profetas del Antiguo Testamento, es necesario que entendamos bien estos puntos.
De manera que Dios el Señor es el único que ama, salva y habla. Como estas
referencias han dejado claro, la historia del Señor y su pueblo se remonta a mucho
tiempo atrás. Estas palabras en Malaquías no inician una relación: se introducen dentro
de una larga historia del amor de Dios por su pueblo, sus respuestas de obediencia y
desobediencia, de fidelidad e infidelidad.
El pueblo de Dios de la época de Malaquías podía esperar encontrarse con este Dios
en sus palabras, por medio del profeta. Y nosotros, al leer sus palabras escritas por
Malaquías, deberíamos confiar en hacer lo mismo; es nuestro Dios, aquel que es Dios
Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo.
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b. Nuestra respuesta
Jeremiah Burroughs fue uno de los grandes predicadores del siglo XVII. Escribió un
libro llamado Gospel Worship [La adoración de los Evangelios], una serie de sermones
sobre cómo relacionarse con Dios. Pensaba que una de las cosas más importantes que
hacemos cada semana es asistir a la iglesia para escuchar la lectura y la predicación de
la Biblia. Al sentarnos en silencio —explica—: “... llegamos a ofrecer nuestro homenaje
a Dios, a sentarnos a sus pies y, allí, profesar nuestra sumisión a él”.
¿Acaso no resulta trágico ver a las parejas casadas cuando han dejado de escucharse
mutuamente? ¿No es frustrante hallarse en un lugar de trabajo donde las personas no
se prestan oído entre sí? ¿No es triste cuando los políticos se limitan a repetir sus
fórmulas y dejan de atender lo que se les está diciendo?
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Todas estas cosas son lamentables. Pero aun es más desolador cuando el pueblo de
Dios no escucha las palabras que él le dirige. Siempre es más fácil hablar que escuchar.
Cuesta menos hablar con él que escucharlo. Las palabras de Malaquías eran las de Dios,
porque “ninguna profecía llegó jamás por voluntad humana, sino que hombres dirigidos
por el Espíritu Santo hablaron de parte de Dios”. Y, una vez recopilados todos los libros
de la Biblia, ella misma trata la narrativa y las citas directas de las palabras de Dios como
la Palabra de Dios298. La totalidad de Malaquías es, pues, la Palabra de Dios.
Nuestro enfoque en la Biblia no se debe a una bibliolatría secreta ni a que su
conocimiento sea el corazón del cristianismo, sino a que quiero que se oiga la voz de
Dios, que se conozca a Cristo y que se confíe en él. Y es que, como John Donne predicó:
“Las Escrituras son la voz de Dios y la iglesia su eco”. James Smart también escribió:
“...sin la Biblia, el Cristo recordado se convierte en el Cristo imaginado, [un Cristo
moldeado] por la religiosidad y los deseos inconscientes de sus adoradores”.
En Deuteronomio 6:4–9, Moisés dio instrucciones al pueblo de Dios a fin de que
meditara de forma corporativa en las palabras de Dios, para que pudieran amarlo. Y
nosotros hemos de prestar atención a las advertencias de Jesús:
“Cualquiera que se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación
adúltera y pecadora, el Hijo del Hombre también se avergonzará de él, cuando
venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles”.
Las palabras de Jesús son aplicables hoy como en cualquier otro tiempo. Debemos
alentarnos unos a otros para ser como el sabio que las escucha y las pone por obra, y no
como el necio que también las oye, pero no las hace (Mt. 7:24–27). Nuestra vida y
ministerios se afianzarán sobre un fundamento firme ¡o se desplomarán con gran
estrépito!
Deberíamos reconocer que uno de los efectos del pecado consiste en cegarnos a su
presencia. Si transigimos en descuidar, rehusar o no escuchar las palabras de Dios en las
Escrituras, nos volveremos más y más ciegos a la existencia continuada de ese pecado y,
por tanto, seremos su cómplice en silenciar a Dios. Debemos atender la advertencia de
Dios a su pueblo:
“Y sucedió que, como yo había clamado y ellos no habían querido escuchar,
así ellos clamaron y yo no quise escuchar, dice el Señor de los ejércitos”.
Nuestro deber y nuestro gozo son escuchar, recibir y obedecer las palabras que Dios
nos ha dirigido en las Escrituras, para que él pueda realizar su buen propósito en y por
medio de nuestra vida. En palabras de Jeremías Burroughs: “Deberíamos prestar tanta
atención a la voz de Dios en el ministerio de su palabra como si... el Señor nos hablara
desde las nubes”. Del mismo modo, deberíamos escuchar las palabras de Dios por
medio de Malaquías.
“Para Israel”
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Estas palabras son extraordinarias. En origen, el pueblo de Dios, las doce tribus,
eran un solo pueblo. En la época de Jeroboam y Roboam, hijo de Salomón, el reino se
dividió en dos (1 R. 12). El reino del norte (las diez tribus basadas en Samaria) se dieron
a conocer entonces como Israel, y el del sur (dos tribus con base en Jerusalén) recibió el
nombre de Judá. Pero Israel, el reino norteño, fue al exilio bajo los asirios en el 722 a.C.
Judá, el reino del sur, fue llevado cautivo a Babilonia y, más tarde, regresó a Jerusalén
donde recibió esta profecía (véase la referencia al “templo” en 1:10, y a “Jerusalén y
Judá” en 3:4).
¿Por qué se interpela a Judá con el nombre de Israel? La respuesta inmediata es que
Malaquías está a punto de referirse a la historia primitiva del pueblo de Dios, a Isaac y
sus dos hijos Esaú y Jacob (Gn. 27–35). Aludirá al amor del Señor por Jacob, quien más
tarde recibió el nombre de Israel (Gn. 32:28). Por tanto, quiso utilizar el antiguo nombre
de Israel para el pueblo de Dios de su propia época. La contestación más amplia es que
Judá representa al pueblo de Dios y hereda todas las promesas que le fueron hechas a
este en su totalidad. Dicho de otro modo, el reino del norte, llamado Israel, tuvo su
continuidad en el pueblo de Dios de Judá del tiempo de Malaquías que se dirige a él
correctamente como Israel. Además, llamar Israel a Judá también tiene por objeto
indicar el cumplimiento por parte de Dios de sus promesas de volver a reunir a su
pueblo en el territorio y la ciudad de Jerusalén. En 1 Crónicas, leemos que algunos del
reino norteño se asentaron allí tras el exilio (1 Cr. 9:2–3).
Vemos, pues, que se alude al pueblo de Dios con el nombre de Israel, que sugiere su
elección de este pueblo, de su juicio sobre ellos si se apartaban de él, pero también su
gracia eficaz al lograr su propósito salvífico a largo plazo. Y es que así como Dios es
capaz de convertir en su pueblo a personas que no forman parte de este, como hizo con
Abraham cuando lo llamó, y como actuó perdonando el pecado de las personas,
también puede hacer que Judá cumpla sus promesas con la totalidad del pueblo de Dios
y, finalmente, integrar a las naciones en el pueblo de Dios en Cristo306.
Como vimos en la Introducción, el libro de Malaquías va dirigido al pueblo de Dios,
la iglesia de su época. Es relevante para el individuo, pero su propósito principal
consiste en desafiar al pueblo de Dios. El objeto de la predicación no es cambiar a los
individuos, sino a la iglesia. Siendo esta su meta original, deberíamos respetarlo cuando
predicamos sobre él en la actualidad. Esta forma de leer y escuchar la Biblia también
implica que tienes la oportunidad de aprender cosas que no necesitas personalmente,
pero que Dios te muestra para que tú enseñes, ayudes o formes a otra persona o
respondas a las preguntas que formulen.
La Biblia cambia a las iglesias y no solo a los individuos. Las iglesias y no únicamente
los individuos conversos son el fruto del evangelio. Si pretendes cambiar una iglesia,
además de desafiarla en su totalidad basándote en la Biblia, también será necesario que
retes a los líderes. Es lo que hace Malaquías (2:1–9). Y es que la congregación seguirá la
orientación de los líderes. Este cargo incluye a quienes toman las decisiones más
importantes, a los predicadores, a los maestros de cualquier categoría incluidos los
dirigentes de pequeños grupos, de jóvenes, de la escuela dominical y del grupo de
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oración. También forman parte del liderazgo los que dirigen los cultos dominicales y
quienes son mentores de otros, los forman o tienen influencia sobre ellos.
Cuando leemos Malaquías, tenemos que trabajar duro, pues, para evitar
individualizar el mensaje cuando Dios lo dirigió de una forma tan clara y carente de
ambigüedad a Israel, la iglesia de aquella época. Y deberíamos esforzarnos en aplicarlo
a la iglesia a la que pertenecemos. Por supuesto que es necesario que los individuos
cambien por la palabra de Dios. Sin embargo, esa transformación que necesariamente
ha de ocurrir en el individuo no se refiere tan solo a la propia conducta personal: el
cambio requerido es que el individuo quiera transformar a la iglesia.
Si eres un miembro individual de una iglesia, tu tarea consiste en recibir el mensaje
de Malaquías y reflexionar en cómo se aplica a tu iglesia. A continuación, utiliza su
mensaje para orar por tu iglesia, para alentar a otros creyentes y ayudar a escoger a los
líderes. Si tú mismo perteneces al liderazgo, si eres maestro o mentor en tu iglesia,
asegúrate de enseñar y aplicar el mensaje de Malaquías a las personas sobre las que
tienes influencia.
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su respeto por la humanidad, a la vez que logra su propósito divino! Sin embargo,
vemos que en las buenas obras que realizamos ocurre, por supuesto, lo mismo. Dios
prepara todas las que nos corresponden y nos capacita para llevarlas a cabo, aunque
nos permite hacerlo de una manera que exprese plenamente nuestra humanidad, así
como nuestro carácter y estilo personales.
No se trata simplemente de que Dios tenga algunas ideas generales en mente y deje
que Malaquías utilice las palabras que le apetezca usar. Y es que este libro es un oráculo
y también la palabra del Señor. Malaquías fue inspirado por el Espíritu Santo al escribir,
como vimos más arriba, y los términos mismos que empleó procedían de la inspiración
divina. Un “oráculo” es un conjunto completo de vocablos, un texto íntegro: consiste en
cada una de las palabras a la vez que en la totalidad del mensaje, las palabras así como
la palabra.
Deberíamos reconocer que los profetas del Antiguo Testamento recibieron “la
palabra”, o “palabras”, o “la visión” o “el oráculo” de diversas formas. Algunos, como
Moisés, tan solo escribieron y, posteriormente, transmitieron de forma verbal lo
recibido. Jonás escuchó y después rechazó lo que Dios le pidió, y, al final, lo comunicó
con gran renuencia311. Jeremías aceptó las palabras divinas con deleite, pero pronto
deseó no haber nacido. Habacuc no estaba de acuerdo con el plan revelado de Dios,
pero consintió. Dios llamó a Jeremías, Ezequiel y Oseas para que vivieran su mensaje a
la vez que lo notificaban314.
No sabemos lo que pensó o sintió Malaquías con respecto al oráculo que se le pidió
que transmitiera, pero estamos convencidos de que era un oráculo de Dios, la palabra
del Señor. Y es que, en este asunto, no hay terreno neutral; las palabras de un profeta
proceden de Dios o sencillamente salen de su propia imaginación y son, por tanto,
inútiles. Dios aborrece que se le malinterprete, por lo mucho que valora sus palabras y
también a su pueblo. Por tanto, por medio de Jeremías condenó a los falsos profetas en
estos términos:
Y al profeta, al sacerdote o al pueblo que diga: “Profecía [‘oráculo’ o ‘carga’]
del Señor”, traeré castigo sobre tal hombre y sobre su casa. Así diréis cada uno a
su prójimo y cada uno a su hermano: “¿Qué ha respondido el Señor? ¿Qué ha
hablado el Señor?”. Y no os acordaréis más de la profecía [‘oráculo’ o ‘carga’] del
Señor, porque la palabra de cada uno le será por profecía, pues habéis pervertido
las palabras del Dios viviente, del Señor de los ejércitos, nuestro Dios.
Podríamos pensar que las palabras directas de Dios tienen mayor valor que las que
pronuncia a través de agentes humanos y, en especial, ¡por medio de hombres que
vivieron hace tanto tiempo! Juan Calvino, el reformador, describió con estas palabras el
uso que Dios hace de los portavoces humanos:
Pero como Dios no encomendó al pueblo antiguo a los ángeles, sino que levantó
maestros de la tierra para que llevaran a cabo fielmente el oficio angelical, también es
hoy su voluntad enseñarnos a través de medios humanos. Así como en la antigüedad no
se conformó solo con la ley, sino que añadió sacerdotes como intérpretes, de cuyos
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labios el pueblo pudiera inquirir el verdadero significado de esta, tampoco desea hoy
que nos limitemos a estar atentos a su lectura, sino que designa instructores que nos
ayuden por medio de su esfuerzo. Esto es doblemente útil. Por una parte, provoca
nuestra obediencia mediante una buena prueba cuando escuchamos hablar a sus
ministros como si de él mismo se tratara. Por otro lado, también se ocupa de nuestra
debilidad prefiriendo dirigirse a nosotros a la manera humana, por medio de
intérpretes, para atraernos a sí mismo, en lugar de hablarnos desde el trueno y
apartarnos por completo de él.
Podríamos pensar que, aunque debemos obedecer las palabras que proceden
directamente de la boca de Dios, nos podemos permitir prestar menos atención a lo
comunicado por medio de la mente y la boca de sus agentes humanos. Esto sería una
gran equivocación. Como dice Amós: “Ciertamente el Señor Dios no hace nada sin
revelar su secreto a sus siervos los profetas”. Y Jesús dijo a sus mensajeros: “El que a
vosotros escucha, a mí me escucha, y el que a vosotros rechaza, a mí me rechaza; y el
que a mí me rechaza, rechaza al que me envió”318.
Nuestra respuesta
¿Qué deberíamos hacer, pues, en respuesta a Profecía [oráculo], la palabra del
Señor a Israel por medio de Malaquías?
Deberíamos escucharla, recibirla o dar la bienvenida a Malaquías y sus palabras,
sabiendo que, al hacerlo, prestamos oído a la voz de Dios. Deberíamos esperar recibir
sabiduría para salvación mediante la fe en Cristo Jesús, y también estar equipados a
fondo para toda buena obra.
Deberíamos prestar atención a las palabras del Señor Jesús: “¡Oh insensatos y
tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho!”. Y deberíamos evitar
esta reprensión y averiguar en su lugar todo “lo que era necesario que se cumpliera”
sobre Cristo, “escrito en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos”.
Deberíamos recibir estas palabras del Antiguo Testamento como las que el Espíritu
Santo pronuncia en el presente: “Como dice el Espíritu Santo”, “palabras de vida”322
entregadas para nosotros. Por encima de todo, deberíamos amar a Dios de una forma
plena y completa, recibiendo sus palabras, meditando en ellas y alentándonos con ellas
los unos a los otros. El gran paradigma de la relación entre el pueblo y las palabras de
Dios se halla en Deuteronomio 6. Allí, por medio de Moisés, le dijo a su pueblo que lo
amara:
“Escucha, oh Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor uno es. Amarás al Señor
tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza”.
Y entonces, Dios, a través de Moisés, les explicó cómo deberían amarlo:
Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y
diligentemente las enseñarás a tus hijos, y hablarás de ellas cuando te sientes en
tu casa y cuando andes por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes. Y
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las atarás como una señal a tu mano, y serán por insignias entre tus ojos. Y las
escribirás en los postes de tu casa y en tus puertas.
Sin embargo, como profetizó Jeremías, el pueblo de Dios se negaba habitualmente a
recibir las palabras de Dios por medio de sus profetas. Este pecado había conducido al
exilio. ¿Qué hará ahora el pueblo de Dios, cuando la palabra del Señor se presenta a
través de Malaquías?
Cuando leemos un libro como este, experimentamos una tensión creciente. Y es
que, una vez más, Dios está hablando a su pueblo utilizando a su profeta; de nuevo, las
palabras de Dios llegan a su pueblo. ¿Qué ocurrirá esta vez? ¿Responderán con fe,
obediencia y alabanza, o endurecerán su corazón y cerrarán sus oídos ante las palabras
llenas de gracia de Dios? ¿Lo dejarán hablar o lo silenciarán?
En la actualidad, nos enfrentamos a esta misma cuestión con respecto a nuestras
iglesias. No basta con que, en la iglesia, algunos estén comprometidos en la lectura de
la Biblia, ni que el predicador cumpla con su responsabilidad de proclamar las
Escrituras. ¿Recibirá hoy bien el pueblo de Dios sus palabras? ¿Lo amarán mostrando
amor hacia lo que él dice? ¿Seguirán el antiguo consejo del rey Josafat:
“Oídme, Judá y habitantes de Jerusalén, confiad en el Señor vuestro Dios, y
estaréis seguros. Confiad en sus profetas y triunfaréis”?.
Es un asunto vital para la iglesia de Dios en cualquier época: ¿Recibiremos las
palabras de Dios en las Escrituras? Es una cuestión para cada iglesia, así como lo es para
cada predicador y para cada cristiano. Escucha la respuesta del gran reformador inglés
Thomas Cranmer: “Mi fundamento mismo está en la Palabra de Dios solamente, y es un
cimiento tan seguro que jamás fallará”. Y Cranmer nos advierte:
Si hubiera otra palabra de Dios al margen de las Escrituras, jamás podrías estar
seguro de la Palabra de Dios; y si esto ocurriera, el diablo podría introducir en medio
nuestro una nueva palabra, una nueva doctrina, una nueva fe, una nueva iglesia, un
nuevo Dios, o incluso se autonombraría dios [...]. Si la iglesia y la fe cristiana no se
afirmaran sobre la palabra cierta de Dios, como sobre un cimiento seguro y firme,
ningún hombre podría saber si posee la fe correcta y si se encuentra en la verdadera
Iglesia de Cristo, o en la sinagoga de Satanás.
¡Ojalá recibamos las preciosas palabras de Dios al leer Malaquías! Que podamos ser
alentados por otros creyentes que han acogido a los mensajeros de Dios, como los
tesalonicenses aceptaron el mensaje del evangelio de boca de Pablo:
Por esto también nosotros sin cesar damos gracias a Dios de que cuando
recibisteis de nosotros la palabra del mensaje de Dios, la aceptasteis no como la
palabra de hombres, sino como lo que realmente es, la palabra de Dios, la cual
también hace su obra en vosotros los que creéis.
Oye la palabra del Señor; gracias sean dadas a Dios.
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Yo os he amado
Malaquías 1:2–5
Yo os he amado (2–3)
¡Qué comienzo tan llamativo para este oráculo! Yo os he amado, dice el Señor (2)
establece la tónica del libro, brinda consuelo y plantea un desafío, y sitúa en el centro
del libro la cuestión de lo que Dios ha hecho y lo que ha revelado. El libro no comienza
con un resumen de lo que las personas deben o no hacer, sino con los hechos divinos.
No empieza con la forma en que el pueblo ha actuado con Dios, sino con la manera en
que él se ha portado con ellos. Los ha amado.
¡Qué principio tan aterrador para esta profecía! El Señor expresa su amor y su
acción, Yo os he amado, pero, de inmediato, a esto le sigue la respuesta instintiva y
contradictoria del pueblo, desde lo más profundo de su corazón, su mente, su vida y sus
labios: ¿En qué nos has amado? (2). Negar que Dios los haya amado es rechazarlo. Este
contradecir a Dios se halla en lo hondo del corazón del pueblo.
Esta respuesta no solo era instintiva y característica, como ya hemos visto, sino que
en la estructura de la profecía de Malaquías, este pecado de dudar del amor de Dios, el
primero que se menciona, conduce de forma natural a las demás transgresiones. El
pueblo se halla en esa “tierra de nadie” gris, ese territorio neutral imaginario, sin el
valor de responder de todo corazón a Dios, pero, a la vez, sin atreverse a rechazarlo por
completo.
Lamentablemente, contradecir a Dios y sus palabras era algo natural en ese pueblo
tan rebelde. A cualquier cosa que dijera, le ponían el contrapunto mediante preguntas
similares (como vimos en la Introducción), cuando deberían haber sabido que él los
amaba. Sus Escrituras lo enseñaban con toda claridad y era evidente en todas las
muestras del eficaz amor divino que los eligió y demostrado sobre todo en hacerlos
regresar del exilio en Babilonia, en la reconstrucción de Jerusalén y el templo, en la
continua provisión de sacerdote, sacrificios y profetas.
El pueblo se halla en una espiral descendente que lo aleja de Dios; cada vez estará
más amargado y será más cínico y negativo, a menos que Dios lo vuelva a llamar
milagrosamente al arrepentimiento y lo restaure por medio de esta palabra profética.
Están en un círculo vicioso, un remolino aterrador, hundiéndose cada vez más hacia la
destrucción. No conoce el amor del pacto de Dios y, por ello, lo desprecia a él y a la
expiación que provee, quebranta la fe del pacto, y su descaro frente a las promesas de
Dios revela una obediencia renuente, una desobediencia activa, y se enfrenta al juicio
de Dios.
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No habrían existido como pueblo de Dios si este no los hubiera amado, escogido en
sus antepasados (en Abraham, Isaac y Jacob) y mantenido su fiel y constante amor del
pacto perdonando sus pecados y rebeliones, restaurándolos cuando estaban en
dificultad, rescatándolos de sus enemigos, supliendo sus necesidades, contestando sus
oraciones, proveyéndolos con sacerdotes, sacrificios expiatorios y enviándoles profetas
así como hombres y mujeres sabios que les enseñara y los alentara. Al negar que Dios
los amaba, lo rechazaban a él, a su gracia al convertirlos en un pueblo, a su propia
identidad como rebaño, nación y pueblo divino, y a su llamado especial para llevar
bendición a todas las naciones del mundo.
Además, contradecir a Dios es el abecé de su vida y queda plenamente expresado
en sus palabras: Pero vosotros decís: ¿En qué nos has amado? (2). Su negativa a aceptar
el amor de Dios no sólo se expresa en sus pensamientos internos, o en sus actos, sino
en sus palabras. Esto significa que extienden sin cesar este contagio a su alrededor,
reforzando constantemente esta actitud y alentándose unos a otros a dudar del amor
de Dios. ¿En qué nos has amado? expone pecados profundos y peligrosos, y la inmensa
sima entre Dios y su pueblo del pacto. Lo que hay en sus labios procede de lo que
tienen en el corazón, porque “de la abundancia del corazón habla la boca”.
Los seres humanos somos unos incurables egocéntricos enfocados en nosotros
mismos. San Agustín pensaba que el amor propio era el mayor enemigo del amor de
Dios, y Martin Lutero nos describía como “curvados sobre nosotros mismos”. Nuestras
primeras preguntas son: “¿Quién soy?”, “¿Cómo somos?”. Y nos ciegan a quién es Dios,
qué piensa, cómo se siente, qué ha dicho, qué ha hecho. Por esta razón, las primeras
palabras de la profecía son sobre Dios, lo que sintió, lo que hizo y lo que dijo. ¡Cuán
sorprendente resulta ver que, cuando nos preguntan cómo somos, lo más natural es
responder en términos del bienestar, la salud, la felicidad, las relaciones, la satisfacción,
la riqueza humanos y el confort de nuestro entorno y de nuestra sociedad.
Descuidamos la mayor de las cuestiones que consiste en cómo estamos con Dios, y el
aspecto más importante del asunto que no es lo que sentimos en cuanto a él, sino lo
que él siente hacia nosotros. Es curioso que, aun sabiendo que no somos el centro del
universo, nos sentimos, pensamos, nos relacionamos y actuamos como si lo fuéramos.
Nuestro egocentrismo nos ciega con respecto a Dios; intentamos vivir en un paraíso de
necios, cuando en realidad es más parecido al infierno que a un edén. Nuestro lema y
norma verdaderos son: “Dios en último lugar” en vez de “Dios primero”.
Si, como individuos, los seres humanos funcionan de este modo, las iglesias, las
comunidades y las naciones también lo hacen. El enfoque de Malaquías está, por
supuesto, en el pueblo de Dios, la iglesia-nación de su época. Asusta encontrar un
cristiano egoísta, y aún aterroriza más hallar una iglesia que lo sea. Y aunque el egoísmo
que ignora a los demás es perjudicial, la que no toma en cuenta a Dios es detestable.
Una iglesia centrada en sí misma será egoísta. Su objetivo será su propia comodidad y
su conveniencia; su felicidad y su satisfacción serán su guía. No convertirá a los
incrédulos ni se preocupará por los necesitados, ni servirá a su comunidad ni levantará
a obreros del evangelio para el mundo. La gloria, el honor y el plan del evangelio de
Dios no serán su prioridad. Su vida egoísta traicionará su egocéntrico corazón. Sus
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¿Cómo sería esto hoy? Los que pensaran que no era correcto cuestionar el amor de
Dios se enfrentarían a presiones sociales para que se amoldaran; los jóvenes crecerían
creyendo que esta era la forma normal de tratar a Dios en lugar de alabarlo por su
amor; los líderes de la comunidad no reprenderían esta conducta; cada vez que alguien
expresara en público sus dudas en cuanto al amor de Dios, no haría más que reforzar
este comportamiento; y todos quedarían cegados ante este pecado compartido. Las
transgresiones corporativas y compartidas son más perniciosas que las privadas, porque
se aceptan públicamente y, cada vez que se transige con ellas, fortalecen la mala
conducta y dificultan que el individuo evite volver a cometer ese mismo pecado. No hay
nada tan útil para el individuo como la justicia corporativa; por tanto, nada es más
perjudicial para él que el pecado corporativo. Es la dolorosa evidencia en Malaquías,
como a lo largo de toda la Biblia.
Lo mismo ocurre en nuestras iglesias: las transgresiones compartidas son las más
pecaminosas, porque nos atrapan a todos, hacen que el débil tropiece, y confunde a los
nuevos y jóvenes creyentes. Afortunadamente, la Biblia nos muestra cómo tratar con
este problema, y también a alentar la justicia y la bondad corporativas compartidas,
porque su mayor preocupación es la vida compartida del pueblo de Dios. Y esa fue la
obra de Cristo, nuestro Salvador, que murió por su esposa, la iglesia:
Cristo amó a la iglesia y se dio a sí mismo por ella, para santificarla,
habiéndola purificado por el lavamiento del agua con la palabra, a fin de
presentársela a sí mismo, una iglesia en toda su gloria, sin que tenga mancha ni
arruga ni cosa semejante, sino que fuera santa e inmaculada.
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de Dios debería saberse amado por él; los creyentes individuales deberían ser
conscientes de que Dios ama a su pueblo; y el mundo también debería estar al tanto de
esto. La señal convincente del amor de Dios es que no nos ha tratado según nuestros
pecados, sino de acuerdo con su misericordia, y que en la ira se ha acordado de tener
compasión. La única escapatoria a la ira del Cordero es hallar refugio en la sangre del
Cordero inmolado:
“... porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre compraste para Dios a gente
de toda tribu, lengua, pueblo y nación”.
La misericordia de Dios fue lo único que salvó a la iglesia del tiempo de Malaquías y
salva también a la de hoy.
Porque nosotros también en otro tiempo éramos necios, desobedientes,
extraviados, esclavos de deleites y placeres diversos, viviendo en malicia y
envidia, aborrecibles y odiándonos unos a otros. Pero cuando se manifestó la
bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor hacia la humanidad, él nos salvó, no
por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino conforme a su
misericordia, por medio del lavamiento de la regeneración y la renovación por el
Espíritu Santo, que él derramó sobre nosotros abundantemente por medio de
Jesucristo nuestro Salvador, para que justificados por su gracia fuésemos hechos
herederos según la esperanza de la vida eterna.
¿Nos resulta difícil aceptar este lenguaje de amor y odio? Recuerda que Jesús utilizó
este lenguaje de un modo similar cuando dijo: “Si alguno viene a mí, y no aborrece a su
padre y madre, a su mujer e hijos, a sus hermanos y hermanas, y aun hasta su propia
vida, no puede ser mi discípulo”. La realidad del amor elector de Dios también se vio en
el ministerio de Jesús, como él mismo observó en su acción de gracias a Dios:
En aquel tiempo, hablando Jesús, dijo: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la
tierra, porque ocultaste estas cosas a sabios e inteligentes, y las revelaste a los
niños. Sí, Padre, porque así fue de tu agrado. Todas las cosas me han sido
entregadas por mi Padre; y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni nadie conoce al
Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Pablo desarrolló estas mismas ideas en Romanos, cuando comentó la misma historia
sobre Jacob y Esaú.
Pero no es que la palabra de Dios haya fallado. Porque no todos los
descendientes de Israel son Israel; ni son todos hijos por ser descendientes de
Abraham, sino que por Isaac será llamada tu descendencia. Esto es, no son los
hijos de la carne los que son hijos de Dios, sino que los hijos de la promesa son
considerados como descendientes [...]. Y no sólo esto, sino que también Rebeca,
cuando concibió mellizos de uno, nuestro padre Isaac (porque aún cuando los
mellizos no habían nacido, y no habían hecho nada, ni bueno ni malo, para que el
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fracaso, la futilidad, la soledad, la falta de sentido o de gozo. Le damos loor porque nos
ha amado y nos ha revelado el amor de Dios. Sin embargo, se nos pasa por alto el punto
principal de nuestra salvación: Cristo nos ha salvado del juicio de Dios, de su ira y de su
condenación. Porque “Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo mismo, no
tomando en cuenta a los hombres sus transgresiones [...]. Al que no conoció pecado, le
hizo pecado por nosotros, para que fuéramos hechos justicia de Dios en Él”.
¿Cómo nos muestra Cristo el amor de Dios? La respuesta del Nuevo Testamento es
que él nos muestra el amor de Dios y este, a su vez, nos enseña su amor en Cristo en
que vino por aquellos que no lo merecían, los enemigos de Dios, pecadores impíos,
muertos en nuestros pecados, y que Cristo entregó su vida como sacrificio y resucitó
para darnos vida con él.
Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para
que todo aquel que cree en Él, no se pierda, mas tenga vida eterna.
En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en
que Él nos amó a nosotros y envió a su Hijo como propiciación por nuestros
pecados.
Porque mientras aún éramos débiles, a su tiempo Cristo murió por los impíos.
Porque a duras penas habrá alguien que muera por un justo, aunque tal vez
alguno se atreva a morir por el bueno. Pero Dios demuestra su amor para con
nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Entonces
mucho más, habiendo sido ahora justificados por su sangre, seremos salvos de la
ira de Dios por medio de Él. Porque si cuando éramos enemigos fuimos
reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, habiendo sido
reconciliados, seremos salvos por su vida.
Pero Dios, que es rico en misericordia, por causa del gran amor con que nos
amó, aun cuando estábamos muertos en nuestros delitos, nos dio vida
juntamente con Cristo (por gracia habéis sido salvados), y con él nos resucitó, y
con él nos sentó en los lugares celestiales en Cristo Jesús, a fin de poder mostrar
en los siglos venideros las sobreabundantes riquezas de su gracia por su bondad
para con nosotros en Cristo Jesús.
Entonces, ¿qué diremos a esto? Si Dios está por nosotros, ¿quién estará
contra nosotros? El que no eximió ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por
todos nosotros, ¿cómo no nos concederá también con él todas las cosas? ¿Quién
acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que
condena? Cristo Jesús es el que murió, sí, más aún, el que resucitó, el que además
está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros [...]. Porque estoy
convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni lo
presente, ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra
cosa creada nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor
nuestro.
La idea se subraya por el desafío a amar a nuestros enemigos, como Dios lo hizo con
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No me menospreciéis
Malaquías 1:6–14
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Dios mío, para que oigas el clamor y la oración que tu siervo hace hoy delante de
ti; que tus ojos estén abiertos noche y día sobre esta casa, hacia el lugar del cual
has dicho: Mi nombre estará allí, para que oigas la oración que tu siervo hará
sobre este lugar.
No es, pues, como si Dios se hallara a una gran distancia. Ha puesto su presencia en
el templo, se ha hecho accesible a ellos; con todo, aun cuando él está presente, lo
menosprecian. Como Gordon Wenham comenta sobre los sacrificios: “El objetivo de
estos rituales es posibilitar la presencia continuada de Dios entre su pueblo”, y también
permitían que el pueblo pudiera estar ante su Dios. Él estaba presente y la indiferencia
de ellos a su presencia aumentó la gravedad de su pecado.
El nombre de Dios es un tema central en Malaquías. Los sacerdotes de Dios
menosprecian su nombre (1:6), aunque este será grande y reverenciado entre las
naciones (1:11, 14). Los sacerdotes debían “decidir de corazón dar honor” al nombre de
Dios (2:2) y seguir el ejemplo de Leví, su homólogo, que “me reverenció, y estaba lleno
de temor ante mi nombre” (2:5). Y es que, como hemos visto, el nombre de Dios es su
carácter revelado y su presencia entre su pueblo en el templo. Más adelante, leemos
sobre “los que temen al Señor y estiman su nombre”, y, después Dios habla a “vosotros
que teméis mi nombre” (3:16; 4:2).
Blasfemar el nombre del Señor merecía la pena de muerte por lapidación. Y el Señor
Jesús nos dijo que oráramos así: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea
tu nombre”374. Menospreciar el nombre del Señor suena a ocupación precaria y, en
realidad, es un grave pecado.
En su respuesta ante tal acusación, los sacerdotes revelan la inmensa brecha que
hay entre su percepción de la realidad y la de Dios, y también su instintiva tendencia a
dudar de Dios y a disentir de él.
Y vosotros decís: ¿En qué te hemos deshonrado? En que decís: La mesa del
Señor es despreciable. Y cuando presentáis un animal ciego para el sacrificio, ¿no
es malo? Y cuando presentáis el cojo y el enfermo, ¿no es malo? (6–8)
Esta es la prueba práctica diaria de que los sacerdotes menosprecian a Dios. Se
suponía que los sacrificios debían ser de la más alta calidad, los mejores animales y los
más finos productos, adecuados para el Dios al que se los ofrecía. El sacrificio animal
tenía que ser impecable y sin defecto, y las ofrendas de grano debían ser de grano
“escogido”. De haber leído recientemente las Escrituras, los sacerdotes habrían
recordado las palabras de Levítico:
[...]. Los que estén ciegos, quebrados, mutilados, o con llagas purulentas,
sarna o roña, no los ofreceréis al Señor, ni haréis de ellos una ofrenda encendida
sobre el altar al Señor.
Algunos de estos sacrificios proporcionaban la expiación por el pecado y el perdón
para los pecadores. ¡Qué raro sería ofrecer un sacrificio ciego o cojo para cubrir el
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del evangelio.
3. Menospreciar nuestro estilo de vida abnegado
La tercera forma es considerar que estos sacrificios, cumplidos en Cristo, apuntan a
la vida de abnegación que sus seguidores estamos llamados a abrazar, imitándolo a él,
por su gracia. Despreciamos, por tanto, estos sacrificios así como el de Cristo cuando no
nos aceptamos “los unos a los otros, como también Cristo nos aceptó” o no nos
amamos “los unos a los otros” como Dios nos amó cuando envió a su Hijo como el
Salvador del mundo. Porque “en esto conocemos el amor: en que él puso su vida por
nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos” y “se
[nos] ha concedido por amor a Cristo, no solo creer en él, sino también sufrir por él”398.
Pablo también escribió sobre la necesidad de perdonarnos unos a otros, siguiendo
el ejemplo del sacrificio de Cristo:
Sea quitada de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritos, maledicencia, así
como toda malicia. Sed más bien amables unos con otros, misericordiosos,
perdonándoos unos a otros, así como también Dios os perdonó en Cristo. Sed,
pues, imitadores de Dios como hijos amados; y andad en amor, así como también
Cristo os amó y se dio a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios, como
fragante aroma.
Podemos dejar de vivir una vida que refleje el sacrificio de Cristo si no nos
acogemos, amamos, perdonamos los unos a los otros, o no ponemos nuestra vida los
unos por los otros. Por supuesto que es relativamente fácil comportarnos así con
quienes amamos. Sentimos una afinidad natural, y es menos probable que nos ofendan;
por ello, queremos mantener nuestra mutua relación y nos resulta posible acogerlos,
amarlos, perdonarlos y poner nuestra vida por ellos. Pero estas instrucciones no se
refieren a nuestras relaciones íntimas, sino a cómo tratamos a otros creyentes. Es algo
mucho más exigente, sobre todo cuando se trata de personas que no tienen razón y son
irreflexivas, ofensivas, groseras, intolerantes, pecadoras y convencidas de no estar
equivocadas. Para ser sincero, ¡no siempre resulta fácil ofrecer el sacrificio de acogida,
amor, perdón y entrega de nuestra vida por aquellos que están cerca de nosotros!
Como alguien dijo: “¿Quién es nuestro prójimo?”. ¡Alguien que Dios pone cerca de
nosotros para probar nuestro crecimiento en Cristo!
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y perdona.
Por supuesto que Dios no estaba confinado en el templo, pero manifestaba allí su
presencia. No es de sorprender que el pueblo orara: “Presta oído, oh Pastor de Israel; tú
que estás sentado más alto que los querubines; ¡resplandece! [...], despierta tu poder y
ven a salvarnos. Restáuranos, oh Dios, y haz resplandecer tu rostro sobre nosotros, y
seremos salvos”. La idea es que las palabras de Dios, Oh, si hubiera entre vosotros quien
cerrara las puertas (10), no solo eran el deseo de que el pueblo aprendiera la lección,
sino de que se quedaran fuera de su presencia sobre la tierra. Dios preferiría que
estuvieran apartados a que vinieran sin ganas, con renuencia, fingiendo una adoración y
un compromiso que no sentían. Las palabras de Dios aquí evocan las que pronunció por
medio de Isaías muchos años antes:
¿Quién demanda esto de vosotros, de que pisoteéis mis atrios?
No traigáis más vuestras vanas ofrendas,
el incienso me es abominación [...].
Y cuando extendáis vuestras manos,
esconderé mis ojos de vosotros;
sí, aunque multipliquéis las oraciones,
no escucharé.
El templo es el hogar terrenal de Dios. Les está pidiendo a sus visitantes que lo
abandonen. Aquí Dios, por medio de Malaquías, afirma que no disfruta de su compañía
y que no aceptará sus ofrendas:
¡Oh, si hubiera entre vosotros quien cerrara las puertas para que no
encendierais mi altar en vano! No me complazco en vosotros, dice el Señor de los
ejércitos, ni de vuestra mano aceptaré ofrenda (10).
Estaban haciendo un mal uso del medio que Dios había dispuesto por su
misericordia para posibilitar que estuvieran en su presencia, a saber, el templo y los
sacrificios. Y es que la adoración y ofrecer sacrificios no eran esfuerzos humanos por
ganar el favor de Dios, sino dones de su gracia que facultaban a su pueblo para venir
ante él con sus pecados perdonados y expresar su agradecimiento, su compromiso y su
alabanza. Dios proveyó el templo, los sacerdotes y los sacrificios, y todos ellos eran sus
dones misericordiosos.
Además, todo eso eran señales visibles del Cristo que había de venir. Dios, que
manifestó su gloria en el templo, estaría personalmente presente en su vida encarnada
en su Hijo. En la cruz, este cumpliría la obra de los sacerdotes y los sacrificios en su
ofrenda de sí mismo, de una vez y para siempre. Si el pueblo de Dios menospreciaba el
templo y los sacrificios, lo más probable es que tampoco acogieran al Mesías venidero.
Esto nos ayuda entender la profunda relevancia de sus actos y actitudes.
Posteriormente, Jesús mismo purificó el templo de sus corrupciones (Jn. 2:18–22);
también cumplió su promesa mediante su muerte expiatoria como sacerdote y
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cereal; pues grande será mi nombre entre las naciones, dice el Señor de los
ejércitos (11).
La idea de este versículo es clara, aunque resulta más difícil descubrir su significado
pleno. Se trata del contraste entre la actitud hacia Dios entre las naciones y el
comportamiento y las acciones de los sacerdotes de la época de Malaquías en los
versículos 6–10 y 12–14. El enfoque de este verso queda reforzado por la última sección
del versículo 14, que muestra la diferencia entre los sacrificios de mala calidad y
mezquinos de los sacerdotes de Jerusalén y el servicio y la adoración a Dios de buen
grado en otros lugares por todo el mundo.
Con todo, el significado de este tipo de adoración, con buena disposición, por todo
el mundo es más difícil de descubrir. Sin lugar a duda, es universal y mundial. Es desde
la salida del sol hasta su puesta; es entre las naciones; es en todo lugar; y, de nuevo,
entre todas las naciones.
Algunos dan por hecho que alude a la adoración ofrecida por los judíos exiliados aún
en Babilonia, Asiria, Egipto y en otros lugares. Habían sido ampliamente dispersados
entre las naciones del tiempo de Malaquías y quizá se podría decir que estaban en todo
lugar de este a oeste. No obstante, el versículo parece implicar que las naciones, los
gentiles, son los que ofrecen esta adoración y el mensaje del Antiguo Testamento
parece consistir en que el piadoso remanente del pueblo de Dios es el que ha regresado
a Jerusalén.
Otros creen que se trata de los gentiles que temen a Dios y que se unieron a la
adoración de su pueblo, pero no hay prueba alguna de que fueran tan numerosos en
aquel tiempo como para justificar la afirmación universal de este versículo.
Los hay que lo entienden como una referencia a “creyentes verdaderos anónimos”
entre todas las naciones, que tal vez desconozcan la revelación de Dios en el Antiguo
Testamento, sus palabras y sus obras, su elección de Israel, del templo, de los
sacerdotes, de los sacrificios o de los profetas, y, a pesar de ello, adoran al Dios
verdadero en los rituales de su propia religión. Esto parece improbable, ya que, como
hemos visto, el nombre de Dios significa su revelación de sí mismo a Israel, de su
carácter y su presencia en el templo. Tampoco existe prueba alguna en otro lugar del
Antiguo Testamento de que Dios aceptara la adoración pagana; de hecho, se deja claro
que es inaceptable.
También podría ser que las naciones hubieran aprendido a respetar al Señor aunque
no le sirvieran. Sin embargo, el versículo indica más bien una respuesta positiva a Dios y
no respeto.
Resultaría poco sabio adoptar cualquiera de estas opiniones sin más pruebas y
respaldo de otras partes de la Biblia. Siempre es peligroso aceptar un criterio basado en
un solo versículo, sobre todo cuando son juicios contradichos por pasajes muy claros de
la Biblia. Lo más probable es que se trate de una referencia futura y, ciertamente, las
palabras se podrían traducir de este modo:
Porque desde la salida del sol hasta su puesta, mi nombre será grande entre
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Mesías, Jesús:
“Puesto que yo soy apóstol de los gentiles, honro mi ministerio, si en alguna
manera puedo causar celos a mis compatriotas y salvar a algunos de ellos”.
En realidad, este uso de los gentiles con el fin de espolear a los judíos para que
respondieran a Dios se predijo en Deuteronomio:
Ellos me han provocado a celo con lo que no es Dios;
me han irritado con sus ídolos.
Yo, pues, los provocaré a celos con los que no son un pueblo;
los irritaré con una nación insensata.
Y la conversión de los gentiles es, asimismo, un recordatorio para Israel de que son
sujetos de la gratuita misericordia y gracia de Dios, como leemos en estas palabras del
profeta Oseas:
Pero el número de los hijos de Israel será como la arena del mar, que no se
puede medir ni contar; y sucederá que en el lugar donde se les dice: No sois mi
pueblo, se les dirá: Sois hijos del Dios viviente.
De manera que esta interpretación encaja bien con algunos temas importantes de la
Biblia y nos ayuda a entender un versículo difícil. Dios será alabado a pesar del pecado
de su pueblo escogido. Él levantará pueblos que lo honren y en quien su gracia
transformadora sea eficaz y fructífera.
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ofrendas. Menospreciar los dones de Dios es rechazarlo a él; tratar sus dones de gracia
como cosa no santa supone desechar el medio mismo que Dios ha provisto para que los
pecados sean perdonados. Y esta actitud se refleja después en lo que dicen,
comunicándose así a los demás, sacerdotes y adoradores por igual: También decís: ¡Ay,
qué fastidio! Y con indiferencia lo despreciáis, dice el Señor de los ejércitos (13). Vemos
aquí un declive moral continuado en el que el pecado se multiplica y se intensifica.
c. La irreverencia en la actualidad
El pueblo y los sacerdotes de la época de Malaquías estaban en una situación similar
a algunos del pueblo de Dios en los tiempos del Nuevo Testamento, tal como se refleja
en la carta a los Hebreos que hemos visto. Menospreciar el medio de expiación de Dios
en cualquier periodo es peligroso, y aún más apartarnos de Cristo, el gran sumo
sacerdote y sacrificio de Dios. Apostatar de él no deja lugar al perdón, porque tanto
este como nuestra purificación solo están en Cristo.
Cualquiera que viola la ley de Moisés muere sin misericordia por el testimonio
de dos o tres testigos. ¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que ha
hollado bajo sus pies al Hijo de Dios, y ha tenido por inmunda la sangre del pacto
por la cual fue santificado, y ha ultrajado al Espíritu de gracia?.
¿Cómo podrían recibir el perdón quienes rechazan al Hijo de Dios, profanan su
sangre y ultrajan al Espíritu? Han repudiado el medio de expiación, de perdón y de
purificación.
¿Quién más podría profanar lo que es santo? Observa algunas otras advertencias
del Nuevo Testamento con respecto a la irreverencia.
1. No dejar que la amargura estropee la santidad que compartimos en la iglesia al
volvernos irreverentes como Esaú:
Buscad la paz con todos y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor. Mirad
bien que nadie deje de alcanzar la gracia de Dios; que ninguna raíz de amargura,
brotando, cause dificultades y por ella muchos sean contaminados; que no haya
ninguna persona inmoral ni profana como Esaú, que vendió su primogenitura por
una comida.
2. No ignorar la santidad de la iglesia y menospreciarla como si fuera algo común o
profano:
¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en
vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él, porque el
templo de Dios es santo, y eso es lo que vosotros sois.
Porque todas las veces que comáis este pan y bebáis esta copa, la muerte del
Señor proclamáis hasta que Él venga. De manera que el que coma el pan o beba
la copa del Señor indignamente, será culpable del cuerpo y de la sangre del
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Señor. Por tanto, examínese cada uno a sí mismo, y entonces coma del pan y
beba de la copa. Porque el que come y bebe sin discernir correctamente el cuerpo
del Señor, come y bebe juicio para sí.
3. No cambiar la verdad del evangelio de Cristo por parloteos y mitos profanos:
Al señalar estas cosas a los hermanos serás un buen ministro de Cristo Jesús,
nutrido con las palabras de la fe y de la buena doctrina que has seguido. Pero
nada tengas que ver con las fábulas profanas propias de viejas.
Oh Timoteo, guarda lo que se te ha encomendado, y evita las palabrerías
vacías y profanas, y las objeciones de lo que falsamente se llama ciencia, la cual
profesándola algunos, se han desviado de la fe.
Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no
tiene de qué avergonzarse, que maneja con precisión la palabra de verdad. Evita
las palabrerías vacías y profanas, porque los dados a ellas conducirán más y más
a la impiedad, y su palabra se extenderá como gangrena.
4. Rechazar la promiscuidad y no profanar nuestro cuerpo:
Huid de la fornicación. Todos los demás pecados que un hombre comete
están fuera del cuerpo, pero el fornicario peca contra su propio cuerpo. ¿O no
sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros, el
cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Pues por precio habéis sido
comprados; por tanto, glorificad a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu,
los cuales son de Dios.
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estafa por tacañería, dejando de dar a Dios lo que se le debe: Maldito sea el engañador
(14).
Y todo esto es tan fútil, porque yo soy el Gran Rey, dice el Señor de los ejércitos, y mi
nombre es temido entre las naciones (14). No escaparán con sus mezquinos sacrificios,
despreciando el nombre de Dios, tratando la mesa del templo como algo contaminado,
ofreciendo animales dañados, intentando engañar a Dios, porque él es el Señor de los
ejércitos, un gran Rey (14). Y aunque sean renuentes a alabar y descuidados en su
adoración, Dios sigue siendo el Señor de los ejércitos, adorado en verdad y servido por
todos los ángeles, y será temido entre las naciones (14). Los sacerdotes y el pueblo de la
época de Malaquías necesitaban, pues, volver a aprender una gran verdad: El amor de
Dios es un don gratuito que no se puede ganar y que exige una obediencia total. Y es
que, como podían leer en Deuteronomio:
“El Señor no puso su amor en vosotros ni os escogió por ser [...], mas porque
el Señor os amó”, y, “amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu
alma y con toda tu fuerza”.
El amor de Dios es un don gratuito por el que debemos darlo todo a cambio.
e. El autoengaño en la actualidad
Por supuesto que nos quedamos totalmente sorprendidos ante el autoengaño que
abundaba en la época de Malaquías. ¿Cómo podían pensar los sacerdotes y el pueblo
que unos actos semejantes podían ser satisfactorios? ¿Cómo podía haber un abismo así
entre lo que Dios decía y lo que ellos pensaban, proferían y hacían? Siempre es más
fácil ver el pecado en otro que en uno mismo, claro está.
Permíteme un ejemplo trivial. Suelo montar en bicicleta con frecuencia por el centro
urbano de Melbourne. De vez en cuando, por razones de conveniencia, utilizo las zonas
peatonales, sobre todo al principio o al final de mi trayecto. Cuando lo hago, sé que los
peatones están perfectamente a salvo, porque tengo tanta experiencia como ciclista
que puedo evitarles cualquier peligro. ¿Por qué tendrían que preocuparse? Sin
embargo, cuando el peatón soy yo, la situación es totalmente distinta. Si alguien va en
bicicleta por donde yo voy caminando, considero su conducta imprudente, peligrosa,
egoísta, permisiva, estúpida y una amenaza para la seguridad pública. ¡Cómo cambia mi
actitud! ¡Y cuán incoherente soy!
Cuando contemplamos al pueblo de Dios en el tiempo de Malaquías, es como
mirarse en un espejo. Contemplamos nuestro reflejo. Y lo que vemos es la facilidad con
la que el pueblo de Dios se ciega a la realidad, con la que el pecado los ciega a ellos y
también a nosotros. A lo largo de todo el libro de Malaquías, existe una brecha
inquietante entre lo que Dios ve y lo que el pueblo percibe, entre lo que Dios dice y lo
que el pueblo profiere. Hemos considerado algunos ejemplos aquí, en el capítulo uno:
“Yo os he amado, dice el Señor. Pero vosotros decís: ¿En qué nos has amado?” (1:2).
¿Dónde está mi temor?, dice el Señor de los ejércitos a vosotros sacerdotes
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veía la realidad: las palabras de Dios por medio del profeta eran como lentes que les
permitían ver con claridad. Y estas palabras de las Escrituras pueden hacer lo mismo por
nosotros.
La irrealidad no se limita a la sociedad occidental, claro está. Lawrence de Arabia
conoció otro tipo distinto de esta en sus colegas Zeki y Nesib, cuando atravesaban el
desierto en sus camellos:
Cuando señaló que el camello de Zeki estaba lleno de sarna, este se lanzó a un
extenso discurso sobre el “Departamento veterinario del Estado”, minuciosamente
organizado y científicamente equipado que se establecería [...] (en algún momento
futuro). Él y Nesib se dejaron absorber de tal manera por la planificación de su
organización durante los días siguientes que ignoraron todos los recordatorios en
cuanto a ocuparse de la piel irritada del camello... hasta que, por fin, murió.
En realidad, la ceguera ante la realidad es universal, a menos que Dios abra nuestros
ojos, porque como Pablo escribió:
El dios de este mundo ha cegado el entendimiento de los incrédulos, para que
no vean el resplandor del evangelio de la gloria de Cristo, que es la imagen de
Dios. Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como
Señor, y a nosotros como siervos vuestros por amor de Jesús. Pues Dios, que dijo
que de las tinieblas resplandecerá la luz, es el que ha resplandecido en nuestros
corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de
Cristo.
Como Iris Murdoch comentó en una ocasión: “Vivimos en un mundo de fantasía, un
mundo de ilusión. La gran tarea en la vida consiste en hallar la realidad”. Para poderlo
hacer, necesitamos la compasión de Dios, el poder transformador de Cristo y las
Sagradas Escrituras inspiradas por el Espíritu.
En esta sección, Malaquías sigue dirigiéndose a los sacerdotes. Les advierte del
juicio en dos ocasiones (vv. 1–3 y 8–9), y en los versículos 3–7 les recuerda el buen
modelo de sacerdocio de su antepasado Leví. El supremo llamamiento que tienen como
sacerdotes del linaje de Leví supone gran responsabilidad. Y es que una gran bendición
exige la gran responsabilidad que conlleva el peligro de un gran juicio.
El asunto que se trataba en 1:6–14 era el de los sacrificios que los sacerdotes
aprobaban y ofrecían a Dios; aquí, en 2:1–9, lo que se tiene en mente es la otra
responsabilidad sacerdotal, la de enseñar la ley al pueblo y darles un buen ejemplo. Con
frecuencia, pensamos que los sacerdotes del Antiguo Testamento solo se ocupaban de
ofrecer los sacrificios, pero también debían guardar, leer, enseñar y aplicar la ley de
Moisés al pueblo. Moisés bendijo la tribu de sacerdotes con estas palabras: “Porque
obedecieron tu palabra, y guardaron tu pacto. Ellos enseñarán tus ordenanzas a Jacob y
tu ley a Israel”. En Hageo, leemos lo siguiente con respecto a este ministerio: “Así dice
el Señor de los ejércitos: “Pide ahora instrucción a los sacerdotes”445. Crónicas alude a
un tiempo en el que el conocimiento de Dios está ausente de la vida del pueblo: “Y por
muchos días Israel estuvo sin el Dios verdadero, y sin sacerdote que enseñara, y sin ley”.
Y, al parecer, esta era también la situación en la época de Malaquías: Pues los labios del
sacerdote deben guardar la sabiduría, y los hombres deben buscar la instrucción de su
boca, porque él es el mensajero del Señor de los ejércitos (7).
En realidad, es como si un prolongado problema se repitiera, porque, si los
sacerdotes hubieran hecho su trabajo y enseñado y aplicado la ley de Moisés, no habría
sido tan necesario que los profetas tuvieran que llamar al pueblo de nuevo a la
obediencia. Sin embargo, en los días de Malaquías, parece ser que los sacerdotes
habían descuidado ambos aspectos de su ministerio: los sacrificios y la enseñanza. Por
tanto, este era el triste resultado lógico. Si no honraban a Dios ofreciendo los sacrificios
correctos, no lo harían mediante la enseñanza de su ley.
Dios amenaza con deshonrarlos como ellos lo estaban denigrando a él, y con hacer
que su valioso ministerio fuera inútil.
Y ahora, para vosotros, sacerdotes, es este mandamiento. Si no escucháis, y si
no decidís de corazón dar honor a mi nombre, dice el Señor de los ejércitos,
enviaré sobre vosotros maldición, y maldeciré vuestras bendiciones; y en verdad,
ya las he maldecido, porque no lo habéis decidido de corazón. He aquí, yo
reprenderé a vuestra descendencia, y os echaré estiércol a la cara, el estiércol de
vuestras fiestas, y seréis llevados con él (1–3).
Es posible que retrocedamos ante estas duras palabras, pero advertir al pueblo
sobre el peligro en el que están es un acto de bondad y de gracia: Si no escucháis (1).
Dios les ha dicho: Menospreciáis mi nombre (1:6), de modo que ahora les invita a un
profundo arrepentimiento, a decidir de corazón dar honor a mi nombre (2). El mejor
antídoto para el pecado es la justicia; para el odio, el amor, y para el menosprecio del
carácter revelado y de la presencia de Dios, decidir de corazón dar honor al nombre de
Dios (2).
Como han corrompido su ministerio de ofrecer sacrificios, Dios les advierte que
pronunciará la maldición del pacto y lo pone en práctica renegando de sus bendiciones:
Enviaré sobre vosotros maldición, y maldeciré vuestras bendiciones (2). En realidad, ya lo
ha hecho y ha corrompido su ministerio de bendecir al pueblo: Enviaré sobre vosotros
maldición, y maldeciré vuestras bendiciones; y en verdad, ya las he maldecido, porque no
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lo habéis decidido de corazón (2). Se supone que han de recibir las bendiciones del
pacto y compartirlas, pero sufrirán y extenderán las maldiciones de Dios, si no se
arrepienten y no deciden de corazón dar honor a Dios y a su nombre (2). Dios los
maldecirá haciéndolos ceremonialmente impuros e inadecuados para servir: He aquí, yo
reprenderé a vuestra descendencia, y os echaré estiércol a la cara, el estiércol de
vuestras fiestas (3). Serán sacados, pues, del templo con la basura: seréis llevados con él
(3).
En un momento en que el ejemplo de servicio en el templo era tan abominable, el
Señor proporciona por medio de Malaquías el retrato conmovedor del sacerdocio
piadoso, para reprender a los sacerdotes a la vez que los llamaba al arrepentimiento y
les mostraba cómo debían actuar.
Entonces sabréis que os he enviado este mandamiento para que mi pacto
siga con Leví, dice el Señor de los ejércitos. Mi pacto con él era de vida y paz, las
cuales le di para que me reverenciara; y él me reverenció, y estaba lleno de temor
ante mi nombre. La verdadera instrucción estaba en su boca, y no se hallaba
iniquidad en sus labios; en paz y rectitud caminaba conmigo, y apartaba a
muchos de la iniquidad. Pues los labios del sacerdote deben guardar la sabiduría,
y los hombres deben buscar la instrucción de su boca, porque él es el mensajero
del Señor de los ejércitos (4–7).
Leví fue el antepasado de los sacerdotes y los levitas del pueblo de Dios. La tribu de
Leví mostró su compromiso con el Señor cuando Israel fabricó el becerro de oro en el
monte Sinaí y lo adoró. Moisés llamó a esa tribu a actuar en juicio. Los hijos de Leví
hicieron como Moisés había ordenado y, unas tres mil personas del pueblo fueron
pasadas a espada ese día. Moisés dijo: “Hoy os habéis consagrado a Jehová, pues cada
uno se ha consagrado en su hijo y en su hermano, para que él dé bendición hoy sobre
vosotros” (RVR 1960)447.
De manera similar, Finees, de la tribu sacerdotal de Leví, actuó con decisión cuando
los moabitas intentaron seducir a Israel. El Señor le elogió y, al hacerlo, aludió al “pacto
de paz” que también se encuentra en Malaquías 2:5.
Entonces habló el Señor a Moisés, diciendo: Finees, hijo de Eleazar, hijo del
sacerdote Aarón, ha apartado mi furor de los hijos de Israel porque demostró su
celo por mí entre ellos, y en mi celo no he destruido a los hijos de Israel. Por
tanto, di: He aquí, yo le doy mi pacto de paz; y será para él y para su
descendencia después de él, un pacto de sacerdocio perpetuo, porque tuvo celo
por su Dios e hizo expiación por los hijos de Israel.
Salmos celebra este ejemplo de Finees:
Se unieron también a Baal-peor, y comieron sacrificios ofrecidos a los
muertos. Le provocaron, pues, a ira con sus actos, y la plaga se desató entre
ellos. Entonces Finees se levantó e intervino, y cesó la plaga. Y le fue contado por
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caos. Pablo enumera dos requisitos para los líderes de la iglesia en su carta a Tito: que
sean un buen ejemplo de vida y piedad, y que sean capaces de enseñar la verdad y
corregir el error:
Por esta causa te dejé en Creta, para que pusieras en orden lo que queda, y
designaras ancianos en cada ciudad como te mandé, esto es, si alguno es
irreprensible, marido de una sola mujer, que tenga hijos creyentes, no acusados
de disolución ni de rebeldía. Porque el obispo debe ser irreprensible como
administrador de Dios, no obstinado, no iracundo, no dado a la bebida, no
pendenciero, no amante de ganancias deshonestas, sino hospitalario, amante de
lo bueno, prudente, justo, santo, dueño de sí mismo, reteniendo la palabra fiel
que es conforme a la enseñanza, para que sea capaz también de exhortar con
sana doctrina y refutar a los que contradicen.
Estas cualidades nos recuerdan a Malaquías 2:1–9, como también la advertencia en
Santiago: “No os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos un
juicio más severo”.
¡Ojalá que Dios levante hoy este tipo de líderes para su iglesia en cada país, y que
siga llamándolos para las generaciones futuras.
No seáis desleales
Malaquías 2:10–16
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responsabiliza en público por su carácter fiel. Las promesas formales de Dios son sus
pactos, las promesas que ha pronunciado y las que están escritas. Los pactos son un
tema importante en Malaquías (véase 2:4–5, 8, 10, 14; 3:1).
Dios es leal a su pueblo y, a su vez, le pide reciprocidad en la lealtad. En
Deuteronomio, encontramos estos mismos temas de la lealtad de Dios, la Roca, el
Padre y Creador de su pueblo, y la fidelidad de su pueblo.
¡La Roca! Su obra es perfecta,
porque todos sus caminos son justos;
Dios de fidelidad y sin injusticia,
justo y recto es él.
Corrompidamente se han portado con él.
No son sus hijos, debido a la falta de ellos;
sino una generación perversa y torcida.
¿Así pagáis al Señor,
oh pueblo insensato e ignorante?
¿No es él tu padre que te compró?
Él te hizo y te estableció.
Cuando el pueblo de Dios se aparta de él, está siendo desleal; sobre todo, cuando se
vuelve a otros dioses, en idolatría:
Despreciaste la Roca que te engendró,
y olvidaste al Dios que te dio a luz.
Y el Señor vio esto, y se llenó de ira
a causa de la provocación de sus hijos y de sus hijas.
Entonces él dijo: Esconderé de ellos mi rostro,
veré cuál será su fin;
porque son una generación perversa,
hijos en los cuales no hay fidelidad.
El pueblo de Dios no sólo está llamado a ser fiel a Dios, sino también los unos hacia
los otros, dentro de la comunidad del pacto de su pueblo. Como vemos aquí en
Malaquías. Dios, que es fiel a las promesas que ha hecho a su pueblo, llama a este a
serle leal. Dios ama al pueblo fiel; por ello, sobre Hananías, colega de Nehemías, leemos
que “este era hombre fiel y temeroso de Dios más que muchos”.
El Salmo 15 celebra y requiere este tipo de lealtad:
Señor, ¿quién habitará en tu tabernáculo?
¿Quién morará en tu santo monte?
El que anda en integridad y obra justicia,
que habla verdad en su corazón.
El que no calumnia con su lengua,
no hace mal a su prójimo,
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racismo, y con razón; disfrutamos de las comidas y las personas de muchas culturas
(¡observa el orden!), y valoramos nuestra libertad para hacer nuestras propias
elecciones en lo que respecta a con quién nos casamos. Cuando la Biblia nos parece
extraña, hemos de trabajar duro para romper las barreras y conseguir hallar el sentido y
entender su relevancia para nosotros.
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No, sino que digo que lo que los gentiles sacrifican, lo sacrifican a los
demonios y no a Dios; no quiero que seáis partícipes con los demonios. No podéis
beber la copa del Señor y la copa de los demonios; no podéis participar de la
mesa del Señor y de la mesa de los demonios. ¿O provocaremos a celos al Señor?
¿Somos, acaso, más fuertes que él?.
Esto no significa que los creyentes de Corinto no debieran tener contacto con los
incrédulos, como aclara Pablo en 1 Corintios.
En mi carta os escribí que no anduvierais en compañía de personas inmorales;
no me refería a la gente inmoral de este mundo, o a los avaros y estafadores, o a
los idólatras, porque entonces tendríais que salir del mundo.
Él permitiría, incluso, que los creyentes comieran carne del mercado, aunque
pudiera haber sido ofrecida antes a un ídolo (1 Co. 10:23–30). Pero esto significa que,
aunque estemos en pleno contacto con el mundo, debemos guardarnos de las
asociaciones formales que nos corromperían. Nuestro llamado es a estar “en el
mundo”, pero no ser “del mundo”. De hecho, se nos ha enviado “al mundo”. Como
Jesús oró por sus discípulos:
No te ruego que los saques del mundo, sino que los guardes del maligno. Ellos
no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Santifícalos en la verdad; tu
palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, yo también los he enviado al
mundo.
Además, también vemos que si un creyente ya está casado con un inconverso, Pablo
no le pide que se divorcie: por el contrario, le alienta a permanecer casado con el fin de
ganar a esa persona para Cristo.
Pero a los demás digo yo, no el Señor, que si un hermano tiene una mujer que
no es creyente, y ella consiente en vivir con él, no la abandone. Y la mujer cuyo
marido no es creyente, y él consiente en vivir con ella, no abandone a su marido.
Sin embargo, si el que no es creyente se separa, que se separe; en tales casos el
hermano o la hermana no están obligados, sino que Dios nos ha llamado para
vivir en paz. Pues ¿cómo sabes tú, mujer, si salvarás a tu marido? ¿O cómo sabes
tú, marido, si salvarás a tu mujer?.
En muchas sociedades del mundo, un cristiano puede tener poca elección en cuanto
a con quién se casa, porque tales decisiones las suelen tomar los padres o las familias.
En estos casos, un cristiano puede unirse “en yugo desigual” con un inconverso por
elección de otros. En semejante situación se aplicaría la instrucción de Pablo.
Asimismo, deberíamos observar que, aunque Malaquías advirtió a los israelitas que
no se divorciaran de sus esposas para casarse con idólatras, no dio ninguna directriz a
quienes lo hubieran hecho. ¿Deberían romper su matrimonio con sus esposas paganas
para casarse de nuevo con su primera mujer? Malaquías no responde a esta pregunta.
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Sin embargo, en Esdras 9 y 10, leemos acerca de los israelitas que se habían casado con
idólatras (no existe sugerencia alguna de que estuvieran casados con anterioridad
dentro de Israel). Allí, Esdras les pidió que despidieran a sus mujeres extranjeras. Esto
significaría que ellas volverían a la familia de sus padres.
Ocurriera lo que ocurriera en los días de Malaquías o Esdras, nuestra situación como
creyentes cristianos es diferente, y deberíamos seguir las instrucciones de Pablo según
se perfilan anteriormente.
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han sido abandonadas con displicencia por sus maridos. Dios quería proteger a las
mujeres y evitar que se las tratara de este modo, y por ello declaró: Yo detesto el
divorcio. Y Dios hace guardia sobre sus matrimonios: el Señor ha sido testigo entre tú y
la mujer de tu juventud, contra la cual has obrado deslealmente (14). El Señor del pacto
es el testigo del matrimonio del pacto: y los defiende hablando en contra de quienes los
quieren destruir.
El propósito de esta enfática declaración de Dios es detener a cualquier hombre
israelita que estuviera pensando en divorciarse de su esposa para casarse con una
mujer de fuera de Israel.
Cuando Dios nos dice lo que aborrece es para advertirnos que nos apartemos de
semejante conducta. Él abomina, pues, la adoración en el templo cuando quienes la
ofrecen son asesinos impenitentes y gente que oprime a los demás: “Vuestras lunas
nuevas y vuestras fiestas señaladas las aborrece mi alma; se han vuelto una carga para
mí, estoy cansado de soportarlas”. De forma similar, porque ama la justicia, odia la
injusticia: “Porque yo, el Señor, amo el derecho, odio el latrocinio”484. Dios aborrece
también, por tanto, que se planee el mal, las mentiras, los engaños y las falsas
promesas:
Estas son las cosas que debéis hacer: decid la verdad unos a otros, juzgad con
verdad y con juicio de paz en vuestras puertas, no traméis en vuestro corazón el
mal uno contra otro, ni améis el juramento falso; porque todas estas cosas son
las que odio, declara el Señor.
Dios detesta aquello que nos perjudica y aborrece las acciones que llevamos a cabo
y dañan a otros. Las personas que sean descartadas por su esposo o por su mujer,
porque quieran un cónyuge sustituto o porque busquen un cambio, conocerán el
inmenso dolor de ese tipo de divorcio y se sentirán consoladas al saber que Dios
también lo abomina.
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permanecer casados:
¿No habéis leído que aquel que los creó, desde el principio los hizo varón y
hembra, y añadió: por esta razón el hombre dejara a su padre y a su madre y se
unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne? Por consiguiente, ya no son dos,
sino una sola carne. Por tanto, lo que Dios ha unido, ningún hombre lo separe.
La prioridad de Jesús era preservar los matrimonios y limitar los divorcios
innecesarios o triviales. Sin embargo, permitió la posibilidad del mismo: “Y yo os digo
que cualquiera que se divorcie de su mujer, salvo por infidelidad, y se case con otra,
comete adulterio”. Pablo también lo permitió, en el caso de que un creyente estuviera
casado con un inconverso y este quisiera poner fin al matrimonio (1 Co. 7:10–16). En la
actualidad, muchos cristianos sostienen que el divorcio está permitido tan solo en estos
dos casos. Otros mantienen que la ruptura irremediable o la violencia doméstica o el
maltrato son otras causas legítimas de divorcio. Nadie cree que los matrimonios
debieran acabarse a la ligera. Todos estarían de acuerdo en que este vínculo debería
honrarse y que tendría que alentarse a los casados a que permanezcan juntos. Esto es
más probable cuando los maridos aman a sus esposas y a la inversa, y ambos trabajan
para exhortarse el uno al otro y edificar su matrimonio. También es susceptible de
ocurrir cuando amigos se apoyan mutuamente en su matrimonio, y este vínculo se
tiene en alta estima en las iglesias.
Divorciarse de la esposa de uno para casarse con una inconversa sigue siendo un
grave pecado; en una situación como esta, queda claro que Dios odia el divorcio y
nosotros también deberíamos sentir lo mismo. Como señaló Malaquías, en tales casos
se trata de un doble pecado. Quebrantar el pacto del matrimonio y la unidad del pueblo
de Dios es una deslealtad.
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serían una mala influencia que haría desistir a los niños de adorar al Señor. Estos
tendrían lealtades divididas y podrían intentar adorar tanto a los dioses de su madre
como al Señor, el Dios de su padre. Todos ellos intentarían venerar a la totalidad de los
dioses familiares, tanto al Señor Dios como a los demás dioses. ¡Un desastre!
Existen distintas formas en las que nosotros podríamos aplicar este mensaje.
En primer lugar, a Dios le gusta que los niños se eduquen conociendo al Señor Jesús
y confiando en él, esperando en su Padre celestial y obedeciéndolo. Es más probable
que esto ocurra cuando un creyente se casa con alguien que también los es y acuerdan
criar a sus hijos en el conocimiento de Dios y confiando en él.
En segundo lugar, deberíamos alentar a los padres cristianos a que oren con y por
sus hijos, que los instruyan en la Biblia y que sean un modelo de lo que significa vivir
como creyente.
En tercer lugar, las iglesias deberían trabajar duro para apoyar a los padres en este
ministerio, y para proporcionar mentores adicionales para los niños y personas que los
formen y les enseñen.
En cuarto lugar, como muchos futuros creyentes no procederán de entre los hijos
de creyentes, sino de personas sin antecedentes cristianos, las iglesias deberían ser
activas en la evangelización, convirtiendo a hombres, mujeres y niños a Jesucristo. ¡Es el
medio por el que crece su iglesia!
En quinto lugar, la iglesia debería advertir a sus miembros que no flirteen con otras
religiones, otras ideas u otras formas de vida que seducirán a las personas,
apartándolas de la devoción pura hacia Cristo. Como Pablo escribió a la iglesia de
Corinto:
Porque celoso estoy de vosotros con celo de Dios; pues os desposé a un
esposo para presentaros como virgen pura a Cristo. Pero temo que, así como la
serpiente con su astucia engañó a Eva, vuestras mentes sean desviadas de la
sencillez y pureza de la devoción a Cristo. Porque si alguien viene y predica a otro
Jesús, a quien no hemos predicado, o recibís un espíritu diferente, que no habéis
recibido, o aceptáis un evangelio distinto, que no habéis aceptado, bien lo
toleráis.
La violencia (16)
Hemos visto un racimo de pecados. El principal es que los hombres israelitas se
habían casado con mujeres idólatras. Para ello, primero tuvieron que divorciarse de sus
esposas, compatriotas suyas. Esto significaba que habían profanado la santidad del
templo y del pueblo de Dios. También implicaba que sus hijos no estuvieran creciendo
en el conocimiento y el servicio del único Dios verdadero. El otro pecado asociado era el
de la violencia. Por tanto, Malaquías predicó: Porque yo detesto el divorcio, dice el
Señor, Dios de Israel, y al que cubre de iniquidad su vestidura, dice el Señor de los
ejércitos. Prestad atención, pues, a vuestro espíritu y no seáis desleales (16).
¿Qué significaba cubrir de iniquidad su vestidura’ Podría ser el maltrato físico
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Posdata pastoral
Esta sección de Malaquías suscita muchos asuntos dolorosos, porque el matrimonio
y la crianza de los hijos son cuestiones delicadas en nuestras iglesias. Algunos se quieren
casar y no hallan con quien. Otros quieren tener hijos y no pueden. Los hay que se
sienten atrapados en matrimonios difíciles. Unos están casados con inconversos, o con
un marido o una esposa que anteriormente era creyente, pero que ya no es un cristiano
practicante. Algunos han educado a sus hijos en la fe Cristo y ahora se encuentran con
que estos se han apartado de él. Otros han dado fin a su matrimonio y ahora se dan
cuenta de que han cometido un error. Unos han tenido hijos que han muerto. Los hay
que han sido padres de niños con graves problemas de salud. Unos cuantos han
experimentado un divorcio doloroso, sobre todo si el esposo o la esposa los han
abandonado. Otros vienen de familias o matrimonios disfuncionales y consideran que
los niveles bíblicos son imposibles de alcanzar. Muchos sienten que su matrimonio está
desordenado. Numerosos padres admiten que no están haciendo un buen trabajo en la
educación de sus hijos. En la mayoría de nuestras iglesias, tenemos gente en estas
situaciones.
Cuando conozco a alguien en estas circunstancias, intento hacer lo siguiente:
• Escuchar pacientemente e intentar entender tanto como sea posible.
• Decir: “Hagas lo que hagas, deberías confiar en Dios, en su amor, su compasión, su
poder y su bondad”.
• Alentar a las personas a encontrar unos cuantos buenos amigos discretos y dignos
de confianza que prometan orar por ellos sin cesar.
• Decir: “Siéntete libre de compartir con Dios tu enfado, toda tu frustración y todo tu
dolor”.
• Oro por ellos.
Incluyo estos comentarios, porque algunos de los que lean este libro estarán en
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estas situaciones dolorosas. También lo hago para que todos sean conscientes de que
estas cuestiones personales están presentes en nuestras iglesias y para ayudar a las
personas que sufren de este modo. Porque todos debemos llevar “los unos las cargas
de los otros, y cumplid así la ley de Cristo”. Deberíamos hacerlo con humildad,
compasión y fidelidad.
Estos versículos de Malaquías son un llamado a la fidelidad: un llamamiento a ser
leal en el matrimonio, hacia los demás creyentes y a nuestro fiel Dios. Si somos
desleales con otros creyentes, lo somos con Dios. No ser fiel a la iglesia de Jesucristo
implica no serlo tampoco hacia Dios. Debemos tener cuidado, no sea que nuestro
traicionero corazón nos lleve a traicionar a otros y a Dios. Él es fiel a su carácter que nos
ha revelado. Cumple sus promesas; es un Dios de gran fidelidad e inalterable amor de
pacto, y sus misericordias “nuevas son cada mañana” y “jamás terminan”. Y todas las
promesas de Dios hallan su sí en el Señor Jesucristo (2 Co. 1:20).
No me canséis
Malaquías 2:17–3:5
Es inquietante pensar que Dios pueda cansarse de las palabras de las personas.
¿Cómo se había llegado a esta situación? ¡Resulta tan extraño, cuando sabemos que los
oídos de Dios están siempre abiertos para escuchar y contestar nuestras oraciones!
Pero las razones de su hastío eran numerosas.
En primer lugar, el pueblo había ignorado las palabras de Dios y esto indicaba que
sus vidas estaban cada vez más alejadas de su voluntad. No confiaban en él ni en su
amor y no le obedecían. Si hubieran hecho caso de lo que él les había dicho: “Yo os he
amado” (1:2), “¿Dónde está mi honor?” (1:6), él se habría deleitado al escucharlos. Si no
se hubieran portado “deslealmente unos contra otros” (2:10), a Dios le habrían
encantado sus oraciones.
En segundo lugar, ellos hablaban entre sí, pero no con Dios. Conversaban sobre él,
se quejaban de él, pero no compartían con él lo que había en su corazón ni lo que
tenían en su contra. El libro de los Salmos incluye mucho resentimiento de individuos y
del pueblo de Dios; se lo cuestiona a él, sus actos y su aparente inactividad. El Señor
Jesús exclamó en la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”497. A
Dios no le importa que dirijamos a él nuestras quejas y preguntas, pero le cansa oír
cómo nos quejamos de él.
En tercer lugar, cuando comentaron: Todo el que hace mal es bueno a los ojos del
Señor, y en ellos él se complace y ¿Dónde está el Dios de la justicia? (2:17), estaban
contradiciendo el carácter de Dios revelado en sus palabras y en sus caminos. Y es que
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Dios se deleita en aquellos que le sirven y le obedecen; él reina sobre cielos y tierras
para cumplir sus propósitos.
En cuarto lugar, extendían su incredulidad entre ellos y a la comunidad. No solo no
elevaban sus quejas a Dios que podía tolerarlas, sino que se las transmitían unos a otros
y, de este modo, extendían un clima de incredulidad a todos. ¡Qué difícil afirmar “confío
en Dios” cuando otros se están quejando de él!
En quinto lugar, esto significaba que no estaban haciendo lo que debían, es decir, en
sus conversaciones cotidianas no se alentaban los unos a los otros a amar a Dios y a
confiar en él. Moisés ya les había indicado que lo hicieran y había mostrado la manera
en los Salmos:
Bendeciré al Señor en todo tiempo;
continuamente estará su alabanza en mi boca.
En el Señor se gloriará mi alma;
lo oirán los humildes y se regocijarán.
Engrandeced al Señor conmigo,
y exaltemos a una su nombre [...].
Probad y ved que el Señor es bueno.
¡Cuán bienaventurado es el hombre que en él se refugia!
En sexto lugar, eran bastante inconscientes de lo que estaban haciendo: Habéis
cansado al Señor con vuestras palabras. Y decís: ¿En qué le hemos cansado? (2:17). Su
pecado repetido los había cegado a su transgresión. Todos los pecados nos ciegan, y
esta es una de las señales más temibles del juicio presente de Dios. Así como nuestros
pecados le hastían, nuestras palabras pecaminosas tienen el mismo efecto.
Finalmente, como veremos en 3:13–15, sus propias declaraciones los condujeron a
palabras más fuertes en contra de Dios.
Como ya hemos visto, dejar de hacer lo correcto dejó espacio para actuar
incorrectamente. No elevar sus reclamaciones a Dios los llevó a quejarse entre ellos, a
extender la pesadumbre y la desconfianza en él, en lugar de la esperanza y la confianza.
Supongo que una de las desventajas de ser Dios y saberlo todo es que uno ¡está al
tanto de lo que las personas dicen sobre él! Desde luego, no eran buenas noticias en
aquel tiempo. El ánimo dominante del pueblo de Dios era quejarse los unos a los otros
sobre Dios, su Señor. Deberían haber convertido sus murmuraciones en oraciones, y
nosotros tendríamos que hacer lo mismo. Como ocurre en nuestras relaciones humanas
comunes, cuando tenemos un problema con alguien, lo normal es que hablemos con
esa persona sobre el asunto, y no comentarlo con otros. Los santos de Dios suelen
quejarse a él, y sus oídos están siempre abiertos a sus oraciones. Es el “Dios de toda
consolación”; puede reconfortarnos en toda situación, y su provisión de consuelo es
infinita.
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Cuando miramos más adelante, Hebreos nos dice que el Señor, que vino como
mediador del nuevo pacto, procedía de la tribu de Judá y no de Leví. No era un
sacerdote levítico, sino uno especial, directa y personalmente nombrado por Dios para
un sacerdocio eterno, para ofrecer el sacrificio de sí mismo en la cruz, una vez y para
siempre. El resultado de su ministerio fue que todo el que viniera a Dios por medio de
él pudiera ofrecer sus sacrificios receptivos en gratitud por aquel único sacrificio por el
pecado que él llevó a cabo.
Por tanto, ofrezcamos continuamente mediante él, sacrificio de alabanza a
Dios, es decir, el fruto de labios que confiesan su nombre. Y no os olvidéis de
hacer el bien y de la ayuda mutua, porque de tales sacrificios se agrada Dios.
En respuesta a la pregunta: ¿Dónde está el Dios de la justicia? (2:17), Dios responde
que enviará a un mensajero que prepare su camino, el mensajero del pacto. En
contestación a la murmuración: Todo el que hace mal es bueno a los ojos del Señor, y en
ellos él se complace (2:17), les dice que el mal será juzgado con toda seguridad:
Y me acercaré a vosotros para el juicio, y seré un testigo veloz contra los
hechiceros, contra los adúlteros, contra los que juran en falso y contra los que
oprimen al jornalero en su salario, a la viuda y al huérfano, contra los que niegan
el derecho del extranjero y los que no me temen, dice el Señor de los ejércitos
(3:5).
Están preguntando: “¿Por qué no actúa Dios?”, y la pregunta de Dios es: “¿Estáis
listos para mi venida?”. La evidencia muestra que no temen a Dios, ya que tratan a
otros de mala manera, practican la hechicería, cometen adulterio, dan falso testimonio,
pagan salarios injustos y no proveen para las viudas, los huérfanos, los extranjeros y los
refugiados.
Podemos preguntarnos por qué tiene Dios paciencia con los malos. Pero qué duda
cabe que ¡lo alabamos por su longanimidad con nosotros! Y debemos recordar que,
como nos dice Pedro
Pero, amados, no ignoréis esto: que para el Señor un día es como mil años, y
mil años como un día [...]. Pero, según su promesa, nosotros esperamos nuevos
cielos y nueva tierra, en los cuales mora la justicia. Por tanto, amados, puesto
que aguardáis estas cosas, procurad con diligencia ser hallados por él en paz, sin
mancha e irreprensibles, y considerad la paciencia de nuestro Señor como
salvación.
Malaquías 3:6–12
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mismo modo con sus diezmos y sus ofrendas, y, por tanto, era la nación la que le estaba
robando a Dios. Cuando todos cometen un pecado, cuando los líderes también
consuman la misma transgresión, resulta muy difícil que una persona pueda levantarse
en contra de ello. Si alguien decidía que no robaría a Dios en sus diezmos y ofrendas, los
demás le odiarían, porque los pecados de muchos quedarían en evidencia por la justicia
de ese uno. Los pecadores siempre aborrecen a quienes no perpetran el mismo pecado,
porque esto pone de manifiesto su transgresión. ¡Qué tragedia, pues, para Dios que
tuvo que acusarlos: ¡Me estáis robando, toda la nación lo está haciendo! (9).
Los diezmos y las ofrendas eran la forma como proveían el sostén económico del
templo, del sacerdote y de los levitas, de los servicios del templo, de los pobres y de los
necesitados de la comunidad. Robar al templo y quitarle al pobre y al necesitado
equivalía a robarle a Dios.
Esta idea de sustraerle a Dios también demuestra lo equivocado que estaba el
pueblo con respecto a su propiedad y sus posesiones. Creían que todo lo que tenían les
pertenecía, cuando en realidad no eran más que administradores de Dios sobre todos
“sus bienes”, como de hecho nosotros también lo somos de “lo que poseemos”. Como
escribió Peter Craigie: “Su actitud hacia la propiedad no era la de la administración,
según la cual manejaban lo que tenían como un depósito sagrado por parte de Dios,
sino la de propiedad”.
Si pensamos que todo lo que tenemos nos pertenece, entonces seremos
naturalmente renuentes a compartirlo. Si creemos que Dios es el dueño de todo lo que
poseemos, entonces sentiremos la libertad de dar en su nombre. Irónicamente,
valoraremos mucho más aquello con lo que nos quedemos, porque será el regalo
personal de nuestro Dios misericordioso para nosotros. Ser mayordomo de Dios para
dar o para guardar es un privilegio inmenso. Constatamos en el pueblo del tiempo de
Malaquías el terrible resultado de dejarse poseer por los bienes.
Además de todo esto, podemos ver que el pueblo cayó en la fácil equivocación de
valorar más los dones de Dios que al Dador de los mismos. Por consiguiente, cuando no
obtuvieron lo que ellos querían, se volvieron contra él. Intentamos enseñar a los niños a
prestar más atención a la persona que les hace un regalo que al obsequio en sí. ¡Tal vez
todavía tengamos que aprender nosotros la misma lección!
¿Y cuál es el resultado de robarle a Dios? Con maldición estáis malditos, porque
vosotros, la nación entera, me estáis robando (9). Esta maldición de Dios es lo opuesto a
su bendición. Él escogió a Abraham para bendecirlo y para derramar bendición sobre la
gran nación que formarían sus descendientes. Pero la gran bendición acarrea gran
responsabilidad y esta última conlleva la posibilidad de gran juicio. Leamos, pues,
Deuteronomio 28–30 para ver el gran momento de claridad cuando Moisés presentó
dos opciones delante del pueblo: la bendición de Dios o su maldición. La condenación
de Dios cae sobre su pueblo cuando rompe el pacto de Dios, desconfía de su palabra,
desobedece sus mandamientos, rechaza su amor, desconfía de sus promesas, repudia a
sus mensajeros, y no le ama y le sirve a él solamente. Es un hecho impresionante que el
libro de Malaquías acabe con la advertencia de Dios: “no sea que venga yo y hiera la
tierra con maldición” (4:6).
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La gravedad de esta maldición de Dios se puede ve con gran claridad, cuando nos
damos cuenta de que la única forma de poder eliminar finalmente la condenación
acumulada de Dios sobre su pueblo era mediante la muerte del Señor Jesús en la cruz:
Cristo nos redimió de la maldición de la ley, habiéndose hecho maldición por
nosotros (porque escrito está: Maldito todo el que cuelga de un madero), a fin de
que en Cristo Jesús la bendición de Abraham viniera a los gentiles, para que
recibiéramos la promesa del Espíritu mediante la fe.
¿Cuál fue el remedio temporal en los días de Malaquías?
Traed todo el diezmo al alfolí, para que haya alimento en mi casa; y ponedme
ahora a prueba en esto, dice el Señor de los ejércitos, si no os abriré las ventanas
del cielo, y derramaré para vosotros bendición hasta que sobreabunde. Por
vosotros reprenderé al devorador, para que no os destruya los frutos del suelo; ni
vuestra vid en el campo será estéril, dice el Señor de los ejércitos. Y todas las
naciones os llamarán bienaventurados, porque seréis una tierra de delicias, dice
el Señor de los ejércitos (10–12).
Esta era la ironía de la situación. Sin duda, usaban su pobreza como excusa para
robar a Dios en sus diezmos y ofrendas, pensando: “Bueno, si Dios va a ser tacaño con
nosotros, ¡entonces nosotros seremos mezquinos con él!”. Pero, en realidad, como
deberían haber sabido por Deuteronomio 28–30, su pobreza era una advertencia divina
de que su relación con él no estaba del todo bien. De hecho, sus estrecheces se debían
a un amoroso aviso, del mismo modo que Dios disciplina aún hoy a aquellos que ama
(He. 12:3–13). Pero su pueblo lo tomó como una excusa para vengarse de él.
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puede ser una señal de persecución en las personas justas (por ejemplo, en Sal. 70), o
de que su fe en Dios esté siendo probada, como en el caso de Job (Job 1–2; 42). Aunque
la pobreza pueda ser, pues, una señal de desobediencia al pacto, podría tener también
otro significado. De la misma manera, la riqueza no siempre era evidencia de la
obediencia. Los ricos se oponían con frecuencia a Dios y oprimían a otros (Sal. 73).
Debemos aprender a no universalizar un pasaje de la Biblia pensando que nos dice todo
lo que necesitamos saber sobre un asunto. Es preciso que conozcamos bien las
Escrituras para que seamos conscientes de lo que hemos de tener en cuenta de otras
porciones de ellas, y poder decidir cuál se aplica de forma más directa a una situación
del momento. Y es que sería un desastre que las personas justas y pobres pensaran que
su pobreza representaba la maldición de Dios, como también lo sería que un rico
arrogante creyera que su riqueza se debía a que Dios aprobaba su conducta.
En segundo lugar, Proverbios advierte de los peligros tanto de la riqueza como de la
pobreza:
Aleja de mí la mentira y las palabras engañosas,
no me des pobreza ni riqueza;
dame a comer mi porción de pan,
no sea que me sacie y te niegue, y diga:
¿Quién es el Señor?
o que sea menesteroso y robe,
y profane el nombre de mi Dios.
En tercer lugar, el Nuevo Testamento nos dice que los creyentes
veterotestamentarios no estaban tan centrados como pensamos en las bendiciones
terrenales temporales. En Hebreos 11, leemos que algunos de ellos “anhelaban una
patria mejor, es decir, celestial. Por lo cual, Dios no se avergüenza de ser llamado Dios
de ellos, pues les ha preparado una ciudad”. De manera que, ya en el Antiguo
Testamento, las personas sabían que sus bendiciones del momento no eran más que un
aperitivo y una promesa de otras mayores en el futuro. Estas grandes bendiciones eran
promesas de un futuro más extraordinario, así como las maldiciones eran advertencias
del juicio final de Dios por venir.
Nosotros también hemos de aprender de nuestras circunstancias presentes,
reflexionando sobre ellas a la luz de todo lo que la Biblia nos enseña sobre los caminos
de Dios. Y asimismo es preciso que asimilemos cómo esperar la venida de Cristo para
hacer una evaluación de nosotros y de nuestra vida, y para nuestras futuras
recompensas de gracia.
Recientemente, me topé con un dicho de Thomas Brooks, predicador del siglo XVII.
Es obvio que era un predicador generoso ¡ya que su apodo era “Babbling Brooks”!
Decía: “Hay dos cosas muy escasas de hallar: una es ver a un joven humilde y alerta; y la
otra es ver a un hombre anciano satisfecho y alegre”521. La impresionante realidad es
que el pueblo de Dios de la época de Malaquías no era humilde ni estaba satisfecho. La
otra verdad llamativa es la constancia y la paciencia de Dios al enviar a su profeta
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Palabras finales
Malaquías (3:13–4:6)
Llegamos a la última sección de Malaquías. Incluye las palabras finales del pueblo de
Dios que se niega a recibir lo que él dice (3:13–15), una referencia a lo que expresaron
algunos de ellos que reverenciaron sus palabras y lo que él afirmó sobre ellos (3:16–18),
y la última frase de Dios que fue de advertencia y, a la vez, de consuelo (4:1–6).
eso ahora llamamos bienaventurados a los soberbios. No sólo prosperan los que
hacen el mal, sino que también ponen a prueba a Dios y escapan impunes
(14–15).
Me recuerdan a aquellos que murmuraron en el desierto en el tiempo de Moisés
(Nm. 11:1–35 y 14:1–4). En realidad eran como los que se quejan de Dios en todos los
tiempos: e incluso hay ecos en nuestro propio corazón y hasta en nuestros labios en
algunas ocasiones.
¿Qué provecho hay? (3:14) ¡Es una pregunta tan reveladora! Demuestra que,
fundamentalmente, están centrados en sí mismos y no en Dios. Es la incómoda
pregunta que, de vez en cuando, llega hasta nosotros a medio camino de nuestra vida
como cristiano, y la dolorosa pregunta que se puede presentar al final de los años de
ministerio. ¿Qué provecho he sacado de todo esto? ¿Ha merecido la pena tantos
sacrificios? ¿Cuál es la recompensa por mi bondad y servicio a Dios? En particular, la
queja suele ser: ¿Qué provecho hay en que guardemos sus ordenanzas y en que
andemos de duelo delante del Señor de los ejércitos? (14). Guardar los mandamientos
de Dios no les proporcionó ningún beneficio ni tampoco su penitencia cuando no los
cumplieron. Hicieran lo que hicieran, siempre sentían que eran los perdedores.
Si las palabras ¿qué provecho? revelan tanto sobre su motivación profunda y
destructiva, las palabras siguientes aún descubren mucho más sobre su honda y
demoledora tendencia a envidiar a quienes no se han molestado en seguir los
mandamientos de Dios ni en sentirse tristes por sus pecados. Por eso ahora llamamos
bienaventurados a los soberbios. No sólo prosperan los que hacen el mal, sino que
también ponen a prueba a Dios y escapan impunes (15). Codiciar la felicidad de otras
personas es fatal para nuestra confianza en Dios. Los campos lejanos siempre están más
verdes. Pero, de forma más concreta, aquí el pueblo de Dios está envidiando a aquellos
que son abiertamente arrogantes y tienen éxito. No tuvieron el valor de ser totalmente
arrogantes contra Dios, de modo que en vez de esto, envidian a los prepotentes. Y es
que estos presuntuosos no solo prosperan, sino que también ponen a prueba a Dios y
escapan impunes (15).
¡Qué palabras tan reveladoras! Los que pronunciaban duras palabras contra Dios
envidiaban a quienes lo ponían a prueba y salían impunes.
Aunque la invitación de Dios “ponedme ahora a prueba” en 3:10 es una incitación al
arrepentimiento y la confianza en Dios por sus bendiciones prometidas, probar a Dios
en 3:14 consiste en ver qué pueden conseguir desobedeciéndole. Es el comportamiento
de los arrogantes. Por supuesto que lo que no llegan a ver quienes se quejan es que,
cuando Dios deja que la gente se salga con la suya, en realidad se trata de una forma de
juicio. Como ya hemos observado, el asesino no sólo daña a la persona a la que mata,
sino también a sí mismo, porque, habiendo quedado impune de un homicidio, llegan a
creerse lo suficientemente listos como para cometer otro sin consecuencias. Dios es
paciente con los pecadores; no nos fulmina en el momento mismo de pecar. Su
longanimidad se debe a su deseo de darnos tiempo para el arrepentimiento y para ser
perdonados. Pero su paciencia también conlleva riesgo; puede llevarnos a pensar que el
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pecado no tiene importancia, y a que otros crean que saldrán impunes por la misma
transgresión. Así suele ser cómo los pecados se extienden en una comunidad.
He oído muchas veces frases como ¿qué provecho hay? (14) en boca de creyentes
obedientes, pero descontentos; también he percibido palabras de lamento y envidia,
como ahora llamamos bienaventurados a los soberbios (15). En nuestra experiencia, es
como si, con demasiada frecuencia, fuera fútil servir a Dios, porque quienes lo hacen no
reciben recompensa y quienes no lo realizan parecen divertirse más y salir impunes.
¡Qué triste escuchar y ver una bondad y una piedad amargadas en cristianos fieles! Y
estas expresiones se hacen eco de los sentimientos de 2:17: “¿Dónde está el Dios de la
justicia?”, porque ¡parece tan injusto que trate tan mal a sus siervos y que permita a
otros pasárselo tan bien!
Merece la pena señalar que las personas vinculadas a ministerios tienen una
especial propensión a envidiar a otros colegas; les resulta más difícil cuanto más hayan
tenido que sacrificar ellos para llevar a cabo su ministerio, y ver que otros tienen “más
éxito” en el suyo. Yo intento ayudar a que las personas empiecen a transformar este
bloqueo tan doloroso, y lo hago de diversas formas. Se requiere tiempo y paciencia,
¡porque el dolor es tan profundo...!
Compararnos con otros, nos conducirá al descontento o a la arrogancia. Es un
planteamiento insano de la vida, y siempre nos produce infelicidad. Podemos escoger a
gente que tienen más que nosotros y esto nos hará sentir insatisfechos. Si elegimos a
quienes tienen menos, podemos pecar de vanidad. ¡Las comparaciones son odiosas!
Más bien, deberíamos centrarnos en nuestra relación con Dios. Nuestra naturaleza
nos lleva a pensar en lo que Dios no nos ha dado o en lo que no ha hecho por nosotros,
y también en todo lo que hemos llevado a cabo para él. Pasa dos semanas dedicando
algún tiempo cada día a alabarlo por cada buena dádiva, grande o pequeña, que te ha
proporcionado.
La envidia nos ciega a las dificultades que otros afrontan, incluso aquellos a los que
envidiamos. Si conociéramos la verdad sobre su vida, tal vez tendríamos menos motivos
de anhelar ser como ellos. Vivimos en un mundo de desigualdades: ¿importan tanto
estas disparidades como para permitir que te destruyan? Sí, los pecadores se salen con
la suya y salen impunes. Pero Dios es paciente contigo cuando pecas, aunque tu
transgresión sea envidiar.
Estás aquí para servir a Dios ¡y no a la inversa! Jamás estarás satisfecho si te
comparas con los demás, y tú eres la única persona que puede impedir que lo sigas
haciendo. No culpes a otros por tu actitud hacia ellos. La envidia es la enemiga del
contentamiento. La ironía radica en que aquellos a quienes envidias son los que han
aprendido a no sentir envidia de nadie: jamás conseguirás lo que quieres.
Traicionamos nuestro ser más profundo con nuestras palabras y actos. El pueblo de
Malaquías le robaba a Dios (3:8–10) y proferían duras palabras de resentimiento contra
él (3:13–15). Esto demuestra que eran fundamentalmente egocéntricos y que no se
centraban en Dios; que eran egoístas al máximo en lugar de adorar y servir tan solo a
Dios. Se habían convertido en sus propios ídolos y habían dejado de honrarle a él.
Buscaban su propia gloria y no la de Dios. Una vez, leí este antiguo dicho: “Dios no es
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La mayor parte del tiempo, Jesús llamó a las personas a recibir buenas dádivas. Sin
embargo, a veces les advirtió del peligro en el que se hallaban a causa del juicio de Dios;
por ejemplo, en la parábola de los arrendadores (Mt. 21:33–44) y en sus avisos a los
fariseos y maestros de la ley en Mateo 23:1–36. En la alegoría de las ovejas y las cabras,
alentó a las primeras con la promesa de vida eterna y amenazó a las cabras con el
castigo eterno (Mt. 25:31–46).
Obsérvese que, cuando Jesús enseñaba a sus discípulos en Lucas 12, les dio tres
instrucciones sobre el temor. Son las siguientes: No temáis a los que solo pueden matar
el cuerpo; temed a Dios que tiene poder para arrojaros al infierno; “sí [...] a éste
¡temed!”; y no tengáis miedo de Dios, porque vosotros valéis más que muchos
pajarillos. Esta última instrucción se refuerza más adelante: sus seguidores no deberían
tener miedo, “porque vuestro Padre ha decidido daros el reino”.
A primera vista, parece un tanto confuso que se nos diga temer a Dios y, a
continuación, que no tengamos miedo de él. El propósito de lo primero es liberarnos de
temer a las personas, porque lo peor que nos podrían hacer sería matarnos, mientras
que Dios puede enviarnos al infierno. Pero no deberíamos asustarnos de él, porque
cuida de nosotros y nos dará su reino.
Hallamos temas similares en el Salmo 34. Dios nos libra de los miedos y protege a
aquellos que le temen:
Busqué al Señor, y Él me respondió,
y me libró de todos mis temores...
El ángel del Señor acampa alrededor de los que le temen,
y los rescata.
Paradójicamente, no hemos de temer al amor de Dios, mientras temamos su juicio.
Quienes hallan refugio en él, no han de tenerle miedo (Sal. 2:12).
Aquellas buenas personas no solo temían a Dios, sino que también se alentaban los
unos a los otros. Entonces los que temían al Señor se hablaron unos a otros (16). Dios
nos ha creado para mantener relaciones positivas los unos con los otros, y una parte
vital de estas consiste en darnos ánimos mutuamente. Necesitamos que otros nos
alienten y a la inversa. El estímulo es una buena mezcla de interés personal, de
afirmación de lo bueno y piadoso, una exhortación a continuar, resistir y crecer, una
advertencia de cualquier peligro y una promesa de apoyo, interés, amor y oraciones. Es
un ministerio muto al que todos somos llamados y que todos precisamos. No es de
sorprender que Hebreos declare:
Antes exhortaos los unos a los otros cada día, mientras todavía se dice: Hoy;
no sea que alguno de vosotros sea endurecido por el engaño del pecado. Porque
somos hechos partícipes de Cristo, si es que retenemos el principio de nuestra
seguridad firme hasta el fin.
Y consideremos cómo estimularnos unos a otros al amor y a las buenas obras,
no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino
exhortándonos unos a otros, y mucho más al ver que el día se acerca.
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El tercer punto difícil es qué hacer con la promesa de Malaquías 4 en cuanto a que
los justos pisotearán a los impíos. Leemos: Y saldréis y saltaréis como terneros del
establo. Y hollaréis a los impíos, pues ellos serán ceniza bajo las plantas de vuestros pies
el día en que yo actúe, dice el Señor de los ejércitos (2–3).
Al margen de cómo entendamos esto, no nos proporciona justificación alguna para
que nos venguemos de quienes nos persiguen por nuestras creencias o actos cristianos.
Pablo escribió: “Bendecid a los que os persiguen; bendecid, y no maldigáis [...]. Amados,
nunca os venguéis vosotros mismos, sino dad lugar a la ira de Dios, porque escrito está:
mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor. Si nos persiguen, esperamos que el
gobierno nos proteja (Ro. 13:1–4). Si no lo hace, entonces debemos seguir el ejemplo
de Cristo y encomendarnos a Dios que juzga con justicia (1 P. 2:21–23).
Esto sigue siendo un problema para muchos creyentes por todo el mundo actual. Si
nosotros no lo estamos afrontando en el presente, deberíamos prestar atención,
porque podría ocurrirnos en el futuro. Y también habríamos de atender, para orar
mejor por nuestros hermanos y hermanas en Cristo perseguidos.
Volvemos a Malaquías 4:2–3. ¿Qué me dices de esta idea de disfrutar de la
venganza que hallamos aquí? ¿Acaso es una actitud cristiana? Pablo trata el tema de la
vindicación final de Dios y de su pueblo en 2 Tesalonicenses. La situación es que los
creyentes de Tesalónica están siendo perseguidos y, al mismo tiempo, Pablo y sus
compañeros en el ministerio también están sufriendo persecución. Y el apóstol escribe:
De manera que nosotros mismos hablamos con orgullo de vosotros entre las
iglesias de Dios, por vuestra perseverancia y fe en medio de todas las
persecuciones y aflicciones que soportáis. Esta es una señal evidente del justo
juicio de Dios, para que seáis considerados dignos del reino de Dios, por el cual en
verdad estáis sufriendo. Porque después de todo, es justo delante de Dios
retribuir con aflicción a los que os afligen, y daros alivio a vosotros que sois
afligidos, y también a nosotros, cuando el Señor Jesús sea revelado desde el cielo
con sus poderosos ángeles en llama de fuego, dando retribución a los que no
conocen a Dios, y a los que no obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesús.
Estos sufrirán el castigo de eterna destrucción, excluidos de la presencia del
Señor y de la gloria de su poder, cuando él venga para ser glorificado en sus
santos en aquel día y para ser admirado entre todos los que han creído; porque
nuestro testimonio ha sido creído por vosotros.
¡Qué palabras tan fuertes! Dejan claro que Dios adecuará el castigo al crimen y que
“retribuir[á] con aflicción a los que os afligen”. A mí me producen gran consuelo cuando
pienso en los innumerables creyentes de hoy y de toda la historia del cristianismo que
han sufrido persecución, privación, tortura y muerte por amor a Cristo, y que tuvieron
que soportar ver padecer a sus familias y amigos esas mismas aflicciones. Quiero que
Dios les recompense, y que los vengue. Que deje inequívocamente claro a sus
perseguidores que hicieron cosas espantosas. Recuerdo las palabras de John Paton, uno
de los primeros misioneros a Vanuatu, entonces conocida como Nuevas Hébridas. Al
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se personan para autentificar a Jesús como el Mesías y el Hijo de Dios. Son testigos de
las palabras del Padre: “Este es mi Hijo amado en quien me he complacido; a él oíd”.
El libro de Malaquías acaba con estas palabras: No sea que venga yo y hiera la tierra
con maldición. Es un final tan atemorizador que muchos lectores judíos repetirían 4:5
después de haber leído 4:6, para evitar dejar un sonido desagradable en los oídos del
pueblo. Esta maldición es, como hemos visto, la que se cita en Deuteronomio 28–30, y
las envía el Señor a su pueblo cuando este le da la espalda, quebranta su pacto y no
cumple sus mandatos. Las aflicciones del pueblo de Dios serían manifestaciones de esta
maldición si no volvían a Dios y se arrepentían.
Como ya hemos visto en Gálatas, Cristo llevó esta maldición como sustituto de su
pueblo y nuestro (Gá. 3:14–19). Vemos una gráfica imagen de Cristo cargando con la
maldición de Dios sobre la cruz, y también percibimos un vívido presagio de la nueva
vida prometida en la resurrección de Cristo, en el Evangelio de Mateo.
Y desde la hora sexta hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora
novena. Y alrededor de la hora novena, Jesús exclamó a gran voz, diciendo: Eli,
Eli, ¿Lema Sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
[...]. Entonces Jesús, clamando otra vez a gran voz, exhaló el espíritu. Y he aquí, el
velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo, y la tierra tembló y las rocas se
partieron; y los sepulcros se abrieron, y los cuerpos de muchos santos que habían
dormido resucitaron.
Vemos aquí que Jesús llevó la maldición de Dios en la oscuridad que sobrevino en
toda la tierra durante tres horas, y en su grito: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?”. Con todo, contemplamos también señales de la esperanza de la
resurrección en los numerosos santos que se levantaron de los muertos, una gran señal
de la extraordinaria resurrección general futura, y de la transformación del universo
cuando Cristo regrese. No es de sorprender que algunos creyeran: “El centurión y los
que estaban con él custodiando a Jesús, cuando vieron el terremoto y las cosas que
sucedían, se asustaron mucho, y dijeron: En verdad éste era Hijo de Dios”557.
Es una buena advertencia no confiar en nuestra propia justicia, sino en la de Cristo;
no en nuestro propio servicio a Dios, sino en la obra de Cristo, el siervo de Dios, en
nuestro nombre y en nuestro lugar (Hch. 13:38–39; Ro. 3:21–26; Fil. 3:4–11). Jesús llevó
la maldición de Dios en nuestro lugar y “[Dios] le hizo pecado por nosotros, para que
fuéramos hechos justicia de Dios en él”.
Otra buena advertencia para que muramos al pecado y vivamos a la justicia (1 P.
2:24), para considerarnos muertos al pecado, pero vivos a Dios en Cristo, por medio del
poder de su muerte y resurrección (Ro. 6:5–13); para matar lo que es terrenal y
revestirnos de nuestra nueva vida; para dejar las obras de la carne y andar en el Espíritu
(Gá. 5:16–26). Vivamos como los que son libres de la maldición y el juicio de Dios, y
como quien ha sido liberado de la pena y el poder del pecado por la muerte y la
resurrección de Cristo, y por el poder del Espíritu Santo.
Como el pueblo en los días de Malaquías, somos llamados a mirar
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