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OSEAS, HAGEO Y MALAQUÍAS

Derek Kidner
Robert Fyall
Peter Adam

Coeditado por PUBLICACIONES ANDAMIO® y LIBROS DESAFÍO®

PUBLICACIONES ANDAMIO
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Oseas © Derek Kidner, 1976


Hageo © Robert Fyall, 2010
Malaquías © Peter Adam, 2013

All rights reserved. This translation of The Message of Haggai first published in 2010 is
published by arrangement with Inter-Varsity Press, Nottingham, United Kingdom.

All rights reserved. This translation of The Message of Hosea first published in 1976 is published
by arrangement with Inter-Varsity Press, Nottingham, United Kingdom.

All rights reserved. This translation of The Message of Malachi first published in 2013 is
published by arrangement with Inter-Varsity Press, Nottingham, United Kingdom.

Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial sin la autorización de
los editores.

“Las citas bíblicas son tomadas de LA BIBLIA DE LAS AMÉRICAS


© Copyright 1986, 1995, 1997 by The Lockman Foundation
Usadas con permiso”. (www.LBLA.com)

© PUBLICACIONES ANDAMIO
Septiembre 2014

La imagen de portada es una obra de Joan Cots


Traducción: Laia Martínez, Loida Viegas y Alba Nadal
Diseño de cubierta: Fernando Caballero

Depósito Legal: B. 5725-2014


ISBN Andamio: 978-84-92836-84-0
ISBN Libros Desafío: 978-1-55883-151-3

Contenido
Prólogo
OSEAS
Prólogo del autor
Abreviaturas principales

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Al lector...
Primera parte: Una parábola sacada de la vida misma Una familia enajenada
(1–3)
Presentación de Oseas (1:1)
Un comienzo de mal agüero (1:2–9)
Un claro en las nubes (1:10–2:1)
Los amantes y el Amante (2:2–23)
“Ama... como el Señor ama” (3:1–5)
Segunda parte: La parábola explicada detalladamente ¿Cómo podría
abandonaros? (4–14)
Un pueblo sin entendimiento (4:1–19)
El futuro se oscurece (5:1–14)
Perseveremos para conocer al Señor (5:15–7:2)
La decadencia (7:3–16)
Sembrar viento y recoger tempestades (8:1–14)
Errantes entre las naciones (9:1–17)
“Es tiempo de buscar al Señor” (10:1–15)
“¿Cómo podría abandonaros?” (11:1–11)
¡Recordad el pasado y aprended! (11:12–12:14)
Nota adicional sobre Oseas 12:12
La destrucción de un reino (13:1–16)
La vuelta a casa (14:1–9)
Apéndices
Mapa: Asiria y Occidente
Mapa: La ruptura de Israel
Tabla cronológica
Resumen del libro
HAGEO
Introducción
¿Cuándo vamos a construir? (1:1–2)
Un llamado a despertar (1:3–11)
En el centro (1:12–15)
¡Días mejores están por venir! (2:1–9)
Cuenta tus bendiciones (2:10–19)
Lo mejor aún está por llegar (Hageo 2:20–23)
MALAQUÍAS
Prólogo del autor
Bibliografía escogida
Introducción
La palabra del Señor (1:1)

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Yo os he amado (1:2–5)
No me menospreciéis (1:6–14)
Dad honor a mi nombre (2:1–9)
No seáis desleales (2:10–16)
No me canséis (2:17–3:5)
Volved a mí, no me robéis (3:6–12)
Palabras finales (3:13–4:6)

Prólogo
Hay muchos cristianos que a menudo se sienten desorientados cuando leen el
Antiguo Testamento. ¿Qué hacemos con estas tres cuartas partes de la Biblia? Es como
si de alguna manera tuvieran menos que ver con nuestras vidas, que el Nuevo
Testamento. Su contexto nos parece demasiado lejano. Y su literatura muy diferente a
la que conocemos hoy. Porque la verdad es que no hay mucha gente que lea leyes,
códigos, oráculos contra naciones extranjeras, o poesía sin rima...
Es cierto que nos gustan algunas de sus historias. Nos identificamos con sus
personajes, tentaciones y conflictos. Participamos de la misma realidad de pecado y
obediencia, éxito y fracaso... Pero ¿es esto lo que quieren decir estas historias? ¡Todo
parece tan subliminal! Porque bien visto, si somos cristianos, ¿no es el Nuevo
Testamento, el que nos habla principalmente de Jesucristo, como nuestro Salvador?
“Los profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros, inquirieron y
diligentemente indagaron acerca de esta salvación, escudriñando qué persona y qué
tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual anunciaba de
antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos. A éstos se les
reveló que no para sí mismo, sino para nosotros, administraban las cosas que ahora os
son anunciadas por los que os han predicado el evangelio por el Espíritu Santo enviado
del cielo; cosas en las cuales anhelan mirar los ángeles“ (1 Pedro 1:10–12).
Los profetas indagaron acerca de esto; los ángeles anhelaban verlo; y los discípulos,
no lo entendían; pero Moisés, los profetas y todas las Escrituras del Antiguo
Testamento hablaban de ello (Lucas 24:25–27): Jesús tenía que venir y sufrir, para ser
después glorificado. Él no vino sin ser anunciado. Su llegada fue declarada con
antelación en el Antiguo Testamento. Pero no sólo en aquellas profecías que
explícitamente hablan del Mesías, sino por medio de las historias de todos los sucesos,
personajes y circunstancias del Antiguo Testamento.
Dios comenzó a contar una historia en el Antiguo Testamento, cuyo final se
esperaba con impaciencia. Desarrolló el argumento, pero faltaba la conclusión. En
Cristo, Dios ha llevado el relato del Antiguo Testamento a su culminación. Los cristianos

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aman por eso el Nuevo Testamento. Pero Dios estaba contando una sola historia, que
se extiende a lo largo de todas las páginas de la Biblia. Desde Génesis a Apocalipsis, Dios
desvela progresivamente su plan de salvación.
La Biblia, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento, presentan una sola
revelación de Dios, centrada en Cristo. Cuando estudiamos los diferentes géneros,
estilos y enseñanzas de cada libro, vemos que anuncian y señalan a Cristo. El carácter
cristocéntrico de la Biblia puede parecer “oculto en el Antiguo Testamento”, como
decía Agustín, pero es “revelado” en el Nuevo. Ver la relación entre Antiguo y Nuevo
Testamento es clave para comprender la Biblia.
El Antiguo Testamento nos revela a Jesús. El Dios de Israel es el Dios encarnado en
Jesús: “El mismo, ayer, y hoy y por los siglos” (Hebreos 13:8). La Biblia de Jesús es el
Antiguo Testamento. Los apóstoles se refieren continuamente a él. Porque el Antiguo
Testamento no es sólo para Israel. ¡Es para nosotros! Nos enseña acerca de Dios y su
propósito en la Historia, pero también sobre nuestra propia vida.

¿Para qué sirve un comentario bíblico?


Aunque hay algunos cristianos que todavía se enorgullecen de no usar nunca un
comentario, cada vez son más los creyentes que aprecian esa literatura que está
específicamente destinada a exponer y analizar el texto bíblico. Pocas herramientas hay
tan fundamentales en la vida de un predicador, pero también de muchos cristianos con
inquietudes por profundizar en el estudio de las Escrituras, que esos libros que
denominamos comentarios bíblicos.
El problema es que hay muchos tipos de comentarios. Y no son pocos los que se
decepcionan al comprar un libro que luego no les ofrece la ayuda deseada. Es
importante por eso considerar qué clase de comentario necesitamos, antes de iniciar la
búsqueda de algún titulo que nos ayude a entender mejor determinada porción de la
Biblia.
Conviene recordar en ese sentido, una vez más, que los comentarios son útiles, pero
ninguno puede sustituir a la Escritura misma. Así que debemos consultar primero
diferentes traducciones —si no conocemos los idiomas bíblicos—, tomándonos tiempo
para orar y meditar en la Palabra de Dios, antes de usar cualquier modelo de
comentario.
Hay básicamente dos enfoques difícilmente combinables en la literatura expositiva
de la Biblia. Uno pretende acercarse al texto con el mayor rigor exegético posible. Por lo
que, en un lenguaje bastante técnico, intenta aclarar el sentido de cada palabra en su
contexto original. Y otro busca más bien presentar el mensaje de cada libro,
esforzándose en aplicar su sentido a la vida personal y social del lector contemporáneo.
Entre medio, hay, por supuesto, una enorme variedad de textos que oscilan entre una y
otra dirección, pero generalmente podemos distinguir estos dos tipos de comentarios.

¿Qué es un comentario evangélico?

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Aquellos que tenemos la extraña costumbre de leer los comentarios bíblicos de


principio a final —o sea, de la primera a la última página, como cualquier otro libro—,
observamos cómo el estilo de muchos exégetas se va haciendo cada vez más farragoso
y oscuro, hasta el punto de resultar casi ilegible. La estructura de muchas colecciones
actuales se ha vuelto tan complicada e incomprensible, que sus divisiones parecen
multiplicarse indefinidamente. Cuesta entender la lógica de tantas secciones y
apartados, sobre todo cuando acompañan unos textos realmente inaccesibles, capaz de
desanimar a cualquiera que vaya a estos comentarios para aclarar sus dudas...
Porque lo peor de muchos comentarios modernos, es su lenguaje. La jerga de la
crítica bíblica, no sólo es difícil de traducir, sino que parece que ya no la entienden ni
siquiera los especialistas —a juzgar por las interpretaciones que hacen unos de otros,
cuando se quejan de que les malentienden—. Todo parece que se ha convertido en un
inmenso galimatías, donde la complejidad se confunde con la erudición...
Basta leer los antiguos comentarios, para ver cómo es posible exponer un texto con
claridad, a pesar de su evidente dificultad... Los que leemos una gran variedad de
comentarios, para preparar un estudio o una exposición bíblica, nos encontramos con
que no solamente los críticos son difíciles de leer, sino que la lectura de algunos autores
evangélicos actuales, que buscan el reconocimiento académico, se ha convertido
también en un verdadero suplicio...
Hay series de comentarios evangélicos, incluso norteamericanos —cuya literatura
ha sido siempre conocida por su sentido práctico—, cuyo contenido carece de
aplicación alguna. Su teología es dudosa, y claramente difícil de distinguir de otros
autores protestantes, que son a veces peores que algunos eruditos católicos, alguna
que tratan con más respeto el texto bíblico, y tienen más carácter devocional que
algunos comentarios evangélicos. ¡Vivimos tiempos extraños!

La Biblia habla hoy


Es, por lo tanto, refrescante encontrarse con una serie de comentarios como esta,
claramente inspirada en la colección The Bible Speak Today de Inter-Varsity Press. La
mayor parte de los libros pertenece a esta colección, pero no en su totalidad. Esta
colección sobre el mensaje de los libros del Antiguo Testamento, que ahora traduce al
castellano Publicaciones Andamio, está editada por veteranos predicadores, como Alec
Motyer o Raymond Brown. La erudición de estos hombres no tiene nada que envidiar a
la de algunos jóvenes profesores evangélicos, pero su fuerza y claridad están a años luz
de muchos autores actuales, más preocupados por las notas a pie de páginas y las
referencias bibliográficas, que por la comprensión del texto bíblico. Necesitamos
comentaristas como ellos, llenos de sabiduría, pero también de pasión por el mensaje
de la Escritura.
Es cierto que esta no es una serie de comentarios bíblicos que desarrollen los libros
siguiendo el texto versículo a versículo. Como su titulo inglés indica, se centran en su
mensaje, aunque hay pocos libros tan útiles como estos, para comprender el sentido de

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cada sección y libro en su totalidad. Lo que tenemos aquí es una comprensión global de
cada texto que nos lleva inmediatamente a la actualidad, considerando su valor práctico
y aplicación para la vida del creyente.
También hay autores jóvenes en esta colección, como Chris Wright, que ha
enseñado mucho tiempo el Antiguo Testamento en un centro bíblico orientado a la
tarea misionera (All Nations Christian College), antes de dedicarse en Londres a la
fundación de cooperación internacional Langham (que fundó John Stott para mantener
proyectos de educación en todo el mundo).
La visión de la profecía de estos autores está lejos de las especulaciones
escatológicas de tantos autores populares, que juegan con el texto bíblico para dar su
propia interpretación del mundo, siguiendo las más caprichosas identificaciones, para
leer la Biblia a la luz del telediario. Su enfoque es riguroso, claramente arraigado en el
contexto histórico, pero lleno de referencias al mundo actual. Lo mismo cita una
canción de U2 que analiza el mapa del Templo.
Algunas obras, como la de Motyer sobre Isaías, no pertenece en realidad a la serie
The Bible Speak Today de Inter-Varsity, aunque está publicada por esta editorial. Es un
comentario al que dedicó toda su vida, basado en su propia traducción y meditación
durante años. Para muchos, no hay duda de que se trata de una obra maestra, un
trabajo magistral, en una línea radicalmente diferente a la mayor parte de los
comentarios que se hacen hoy en el mundo evangélico en un contexto académico.
Algunos de los comentarios, por otro lado, pertenecen a la colección Tyndale
también de Inter-Varsity. Otros son de autores que consideramos “nuestros”, como
David F. Burt, que han escrito algunos comentarios de un nivel excelente.

La Palabra eterna
Estos libros parten de los presupuestos clásicos de la teología evangélica, como es la
unidad del texto y su mensaje cristocéntrico. Se atreven a veces incluso a prescindir de
toda referencia crítica, para concentrarse en el sentido del texto, que explican con
claridad y pasión evangélica. Estas obras están destinadas por eso a ser libros de
referencia durante años, siendo apreciadas por muchas generaciones, que descubrirán
en su trabajo una obra perdurable, que trasciende las absurdas polémicas entre uno y
otro autor de esta generación, para desvelarnos el verdadero mensaje del libro.
La publicación de estas obras nos da, en este sentido, un modelo de lo que debe ser
un comentario evangélico. Cuando muchos de los libros que abundan en este tiempo,
sean finalmente olvidados, las obras que seguirán atrayendo al lector del futuro, son las
que transmitan el mensaje de la Palabra eterna, más allá de modos y modas, sobre los
que prevalece el espíritu de la época.
Estos autores muestran una capacidad excepcional para sintetizar lo que otros
hacen en multitud de páginas de oscuro contenido. Su extraordinaria claridad se ve
resaltada a veces por una increíble genialidad para dividir el texto en unos
encabezamientos tan atractivos, que uno no puede resistirse a la tentación de

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repetirlos en su propia exposición. Son comentarios ideales, porque animan a predicar


estos libros de la Escritura.
Alguien ha dicho que nunca se debería escribir un comentario sobre un texto
bíblico, que no se haya predicado. Es más, los comentarios que resultan más útiles a los
predicadores, son aquellos que están escritos por predicadores. Y eso es lo que son los
autores de estos libros, maestros que piensan que es más importante comunicar la
Palabra de Dios, que obtener un prestigio académico. Son servidores de la Iglesia, pero
anunciadores también al mundo de la Buena Noticia que hay en este Libro.
Estas obras son una excelente ayuda para estudiar la Biblia y exponerla, en nuestra
lengua y generación. Esperamos con impaciencia todos los títulos de esta colección,
deseando que sean usados por muchos predicadores y lectores de la Escritura, para
anunciar el Evangelio a un mundo y una Iglesia necesitada de la Palabra viva, puesto
que Dios sigue hablando hoy por su Palabra y su Espíritu.
José de Segovia

OSEAS
Derek Kidner

Prólogo del autor

Me alegro por tener esta oportunidad de agradecer al editor de la serie y a los que
trabajan en la editorial por las molestias que se han tomado para que este libro pudiera
ver la luz.
Me da un poco de miedo que los comentarios sobre los primeros capítulos de Oseas
(especialmente) parezcan demasiado complicados, a diferencia del propio texto
inspirado, que es extraordinariamente vivo. Por tanto, quisiera sugerir que aquel lector
que se encuentre desanimado y empiece a flaquear, se dirija al apartado titulado
“Resumen del libro”, al final de mismo, para que pueda volver a ubicarse y reiniciar (y
acabar), con la mente fresca, su viaje con este profeta excepcional.
Derek Kidner

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Abreviaturas principales

ANET Ancient Near Eastern Texts editado por J. B. Pritchard, 31969


AV Versión Autorizada (King James), 1611
BDB Hebrew-English Lexicon of the Old Testament, F Brown, S. R. Driver y C.
A. Briggs, 1907
Cfr. Compárese
DHH Dios Habla Hoy
GNB Good News Bible (“Today’s English Version), 1976
Harper Amos and Hosea, W. R. Harper (International Critical Commentary, T. &
T. Clark), 1905
Heb. Hebreo
IVP InterVarsity Press
JAOS Journal of the American Oriental Society
JB La Biblia de Jerusalén, 1966
Knight Oseas, G. A. F. Knight (Torch Bible Commentaries, SCM Press), 1960
LXX La Septuaginta (version griega precristiana del Antiguo Testamento)
Mays Oseas, J. L. Mays (Old Testament Library, SCM Press, 1969)
MT Texto masorético (texto común de la Biblia hebrea)
NEB The New English Bible, Old Testament, 1970
NTV Nueva Traducción Viviente
NVI Nueva Versión Internacional
Pusey The Minor Prophets, E. B. Pusey, 1879
RSV American Revised Standard Version, 1952
RVR Reina-Valera
ss. Siguientes
VT Vetus Testamentum.
Wolff Oseas, H W. Wolff (Biblischer Kommentar XIV, 21965)

Al lector…

Es bastante fácil crecer con una idea simplista de Dios (así como la impresión que
tiene un niño sobre el mundo adulto) y con un enigma preocupante acerca de Su modo
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de hacer las cosas. El viejo enigma es: Si Dios es todopoderoso y totalmente bueno,
¿por qué no destruye todo el mal que hay sobre la tierra? (Es más, ¿por qué no se
deshace también de la Iglesia?)
Oseas nos muestra, con extraordinaria franqueza, la otra cara de la moneda, que es
el punto de vista de Dios.
La idea que tiene un niño sobre sus padres es desconcertante: Ellos hacen las reglas
(se dice a sí mismo) ¡Eso sí que es ser poderoso! Y tienen dinero; digan lo que digan, ¡el
dinero proporciona la libertad! ¡Cuántas cosas podríamos hacer nosotros, los niños, con
toda esa libertad y todo ese poder!
En este libro, no veremos las cosas en estos términos simplistas, en que las
situaciones y las personas no son complicadas y el poder es como una varita mágica.
Oseas nos muestra una familia que representa, en miniatura, nuestro mundo o, más
bien, la parte más avanzada del mundo de aquel tiempo. Sin embargo, se trata de una
familia con problemas, y Dios compara Su situación no con la de un autócrata cuyas
órdenes nadie se atreve a desobedecer, ni con la de un padre que se deleita en su
adorable esposa e hijos, sino con la de un marido cuya esposa lo ha dejado y la de un
padre cuyos hijos son como desconocidos en su propia casa y que se están
autodestruyendo a pasos agigantados.
En un cuadro como este, ¿hay cabida para la omnipotencia y las soluciones
instantáneas? Ciertamente, la respuesta no es una aceptación sumisa, pero tampoco lo
son tácticas más intimidatorias, a menos que nos satisfaga tener una esposa-esclava y
una familia simplemente intimidada y obligada a conformarse.
Con relaciones tan sutiles y sensibles como esta, no hay atajos para enderezarlas
cuando van mal, ni siquiera para alguien omnipotente (si creemos que Dios puede, de
alguna forma, mover una varita mágica y solucionar el problema sin que nadie sufra, si
eso es lo que realmente desea, sólo nos hace falta recordar la cruz, ese horrible
instrumento de tortura, y la oración del Hijo: “Padre mío, si es posible...”, para darnos
cuenta de que estamos equivocados).
Sin embargo, todo esto puede parecer algo teórico y distante, por lo que Dios quiso
aclarárselo a Oseas de una forma práctica y hasta unos límites, incluso, dolorosos, al
pedirle que hiciera la última cosa que podía imaginarse un profeta responsable: “Anda,
toma para ti a una mujer ramera —porque” (y podríamos parafrasearlo de la siguiente
manera) “esto es exactamente lo que he hecho yo, el Señor, al comprometerme con
todos vosotros”.
Y Oseas no dedujo que simplemente podía casarse y continuar vidas separadas, o
que Dios le encontraría una prostituta con un corazón de oro. Se casó con una mujer
superficial y materialista, que probablemente lo dejaría tirado cuando le pareciese. Y,
con ella, empezó una familia.
Ella le dio un hijo varón y, más tarde, dos niños más que, al parecer, no eran de él.
Después, le abandonó. Se había burlado de él, aunque luego se burlaron de ella, pues,
como de la misma manera, su nuevo amante resultó ser tan inútil y cruel, que pronto se
convirtió en su esclava y, prácticamente, su prisionera. Era casi la misma situación que
la del “hijo pródigo”.
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Sin embargo, esta historia no acaba de la misma manera que la conocida parábola y,
de algún modo, incluso la supera. Mientras que ella no muestra ninguna intención de
volver a casa (quizás porque le era imposible hacerlo), es Oseas, su marido, quien va a
su búsqueda y, cuando la encuentra, no sólo tiene que volver a ganársela, sino que
también tiene que pagar un precio por ella, consiguiéndolo parte con dinero y parte en
especie. Y es más: no sólo se trata de recuperarla, sino que Dios le había dicho: “Ve otra
vez, ama a una mujer amada por otro y adúltera, así como el SEÑOR ama a los hijos de
Israel a pesar de que ellos se vuelven a otros dioses”.
En una historia como esta donde encontramos el “eterno triángulo”, apenas hay un
ejercicio del poder, pues el poder a solas no solucionaría nada. En cambio, hay dolor,
humillación, espera, acercamiento y llamamiento personal, y, finalmente, compromiso
mutuo. También hay sacrificio, especialmente frente al riesgo del rechazo, heridas
abiertas, tener que trabajar en una relación difícil y perseverar para que dure y crezca.
“Por tanto, he aquí, la seduciré”, dice Dios, “... y le hablaré al corazón... Te desposaré
conmigo para siempre”. Y Oseas, por su parte, le dice a su esposa Gomer que ni él ni
ella serán compartidos por nadie más: “Te quedarás conmigo por muchos días. No te
prostituirás, ni serás de otro hombre, y yo también seré para ti”.4
Esta es la historia que nos relatan los tres primeros capítulos. Sin embargo, cuando
Dios extrae el significado a gran escala de la misma, nos damos cuenta de que la
estructura de las relaciones entre Él, Su pueblo y Sus rivales, que quieren conseguir el
afecto del pueblo, no es tanto un triángulo como un verdadero polígono. Su pueblo le
ha dado la espalda en muchas direcciones:
— En religión, se han vuelto a otros dioses y a otros cultos.
— En política, han seguido estrategias mezquinas y métodos dudosos.
— En ética, han practicado la violencia y el sexo desenfrenado.
Dios podría haber reaccionado dándoles totalmente por perdidos y no malgastar
más afecto hacia ellos. Sin embargo, Dios no se deja vencer tan fácilmente.
Hasta ahora, he restado importancia al papel desempeñado por la intervención
contundente, pero sería una distorsión demasiado evidente si retratara a Dios,
simplemente, retorciéndose las manos. Aquí, hay enfado y juicio, no únicamente
súplicas. Llegados a este punto, podremos ver más fácilmente las realidades de la
situación y la falta de remedios fáciles si echamos un vistazo a los problemas de nuestra
sociedad actual y las curas simplistas propuestas para ellos. Una corriente filosófica
instará a sus legisladores a que “mantengan la calma”, es decir, que dejen que los
acontecimientos de la vida les hagan entrar en razón en el momento adecuado; otra
corriente les exhortará a que “se mantengan fuertes”, es decir, que pongan en marcha
leyes más estrictas y castigos más severos; una tercera opinión es que “se mantengan
suaves”, o sea, que se anima a que la gente conecte con sus mejores sentimientos y que
confíe en que los fuertes actúen con moderación.
Cada una de estas corrientes por sí mismas deja de lado un componente vital y
abriría las puertas tanto a una anarquía, a una guerra civil o a un paraíso para los

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matones. De ahí que la mejor opción parece ser una combinación de las tres, como
mínimo. Una situación compleja necesita una respuesta compleja.
En Oseas, Dios pasa de un estado a otro sucesivamente: mantiene la calma (“se ha
retirado de ellos”, “Efraín se ha unido a los ídolos, déjalo”, “siembran viento, y
recogerán tempestades”), permanece fuerte (“seré como león para Efraín”, “Él se
acordará de su iniquidad, castigará sus pecados”)6 y, por encima de todo, es tierno
(“¿Cómo podré abandonarte, Efraín?... Mi corazón se conmueve dentro de mí”, “Yo
sanaré su apostasía”).
¿E Israel? Se equivocó, como le suele pasar al ser humano: pensó que Dios quería
más religión, por lo que daría más sacrificios; a lo que Dios respondió: “A ellos les
gustan los sacrificios” e “Irán con sus rebaños y sus ganados en busca del SEÑOR”. Sin
embargo, esta no era una buena forma de encontrar a Dios, ya que se trataba de cosas
religiosas, mientras que Él quería gente: gente convertida, profundamente arrepentida,
enteramente y para siempre Suya. Todos los altibajos de este libro, los retratos
mordaces, las predicciones funestas y los llamamientos fervientes llevan a esto. El libro
acaba echando un vistazo al fruto de toda esta agonía, cuando este matrimonio
desigual, como el de Oseas, ya no estará lleno de tensiones y traiciones, sino que será
seguro y feliz, el largo invierno habrá pasado y llegará, al fin, la primavera con todo su
esplendor.
Entonces, ¿qué mensajes tiene este profeta para el mundo de hoy? Como mínimo,
estos:
— Que Dios no es el mago distante que nos imaginábamos de pequeños (que es donde
empezamos), sino que trabaja dentro de los límites y las libertades mismos que
pueden hacer o romper un matrimonio, una familia, un pueblo o una persona;
— que ama a los que carecen de amor y valora a los que, de lo contrario, serían
despreciables (lo suficiente como para que su rescate le costara absolutamente
todo);
— pero también que nunca quedará satisfecho con ser un lado de un triángulo (y,
menos, ¡de un polígono!), o ser el novio únicamente por un día o dos. Sólo se
conformará con amor, y nunca por un período de tiempo más corto que “para
siempre”.
Así, “quien es sabio”, “Tomad con vosotros palabras, y volveos al SEÑOR”, quizás
con las mismas palabras de 14:2–3:
“Decidle: Quita toda iniquidad,
y acéptanos bondadosamente,
...pues en ti el huérfano halla misericordia.”
Entonces podremos esperar escuchar Su voz respondiéndonos con palabras
maravillosas, directas del corazón, como estas, que aún recordamos:
“Yo sanaré su apostasía,

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los amaré generosamente,


pues mi ira se ha apartado de ellos.”
Y la poesía que sigue a estos versículos, aunque se dirige al Israel antiguo, todavía
nos habla muchísimo a nosotros, como los seres insensibles, mundanos y superficiales
que somos:
“Seré como rocío para Israel;
florecerá como lirio,
y extenderá sus raíces como los cedros del Líbano.”
Así es el Dios que, en estos capítulos, viene a nuestro encuentro, nos saca a la luz,
batalla con nosotros y, si le dejamos, nos sana.

Primera parte
Una parábola sacada de la vida misma. Una familia enajenada
Oseas 1–3

La gente que amas es la que te puede herir más. Casi se puede descubrir el grado de
dolor potencial siguiendo una escala: del desaire que apenas percibimos de un
desconocido, pasando por el conflicto con un amigo y que nos afecta con mayor
intensidad, al dolor punzante que nos puede causar un rechazo o el distanciamiento
entre un padre y un hijo o, lo más hiriente de todo, la traición dentro de un
matrimonio.
Sólo unas experiencias como las dos últimas podrían haberle hecho entender a
Oseas (o a nosotros) cuánto nos cuida Dios y se preocupa por nosotros. E incluso
entonces, es posible que las palabras solas no hubiesen conseguido mostrar la
intensidad de todo ello. Era necesario que se viviera en primera persona.
Después de un breve apunte temporal, en el primer versículo, se nos sumerge
directamente en la historia.

Presentación de Oseas
Oseas 1:2–9
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1:1 Palabra del SEÑOR que vino a Oseas, hijo de Beeri, en días de Uzías,
Jotam, Acaz y Ezequías, reyes de Judá, y en días de Jeroboam, hijo de Joás, rey de
Israel.

Este versículo nos da a conocer al profeta y sus días. Su nombre, que también es el
del último rey de Israel (2 R. 17:1) y el original de Josué, ha sufrido algunas alteraciones
en su viaje por el griego y el latín (en el cual es llamado Osee). Al igual que los nombres
Josué y Jesús, procede del verbo “salvar”.
Los reyes aquí nombrados abarcan la mayor parte del s. VIII a.C., aunque son
eclipsados por los brillantes profetas de aquel tiempo: Jonás, Amós y Oseas
(principalmente) en el norte, y Miqueas e Isaías en el sur.
Al principio, se produjo un tiempo de una prosperidad creciente gracias al breve
descanso que tuvieron estos dos pequeños reinos mientras sus vecinos más fuertes
estaban, por una vez, preocupados y débiles. Damasco, el causante del azote más
reciente, había sido herido por Asiria en el año 802; y, más tarde, Asiria misma, aquella
sombría máquina de guerra de Mesopotamia, empezó a tambalearse debido a
amenazas desde fuera y desunión interna.
Sin embargo, con la riqueza de Israel, había empezado una decadencia cada vez
mayor hasta que, a mitad del siglo, su mundo empezó a desmoronarse. Dentro, dos de
los reyes más fuertes, Jeroboam III de Israel y su contemporáneo, Azarías de Judá,
estaban llegando al fin de sus largos reinados, mientras que, en la distancia, Asiria
habían llegado a conseguir un nuevo grado de fuerza y combatividad aterradoras.
Pronto, entraría en Palestina y, en una generación, el reino de Israel se habría
extinguido.
A esta generación fue enviado Oseas a predicar el arrepentimiento.

Un comienzo de mal agüero


Oseas 1:2–9
Palabra del SEÑOR que vino a Oseas, hijo de Beeri, en días de Uzías, Jotam,
Acaz y Ezequías, reyes de Judá, y en días de Jeroboam, hijo de Joás, rey de Israel.
2 Cuando por primera vez el SEÑOR habló por medio de Oseas, el SEÑOR le

dijo: Anda, toma para ti a una mujer ramera y engendra hijos de prostitución;
porque la tierra se prostituye gravemente, abandonando al SEÑOR. 3a Fue, pues, y
tomó a Gomer, hija de Diblaim...

El llamado de un profeta podía ser muy angustioso, pues sabía que Dios casi le

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podía pedir lo que fuera. Sin embargo, sería muy difícil encontrar una petición inicial
más devastadora que la que recibió Oseas.
Las palabras son fuertes y, por si no fuera suficiente utilizar los términos “ramera” y
“prostitución” tres veces en una misma frase, en el texto hebreo esta raíz no aparece
sólo tres veces, sino cuatro.

¿Fue esta una petición literal?


A primera vista, sí: las palabras son literales. Sin embargo, es posible que se esté
escorzando el cuadro, realizando un salto a cómo sería esta mujer en el futuro, ya
conocido por Dios. (Esta manera de hablar no es tan arbitraria como nos podría
parecer, tal y como nos muestra la forma en la que se menciona a los hijos. Estos
pertenecen al futuro, como nos mostrará la historia, pero, aun así, la orden del
versículo 2 dice, literalmente: “toma una mujer prostituta e hijos de prostitución”,
como si estos ya existieran.)
La segunda posibilidad, más dura, en que Gomer ya es una ramera, me parece la
correcta; sin embargo, cualquiera que sea la opción que tomemos, no deberíamos
suavizarla con la idea de que fuera una prostituta religiosa, simplemente engañada y
abusada, ya que en hebreo existe una palabra para designar eso mismo (4:14) y no es la
que se emplea en este versículo. Lo que Oseas tenía que hacer era, a pequeña escala, lo
que Dios había hecho al darle Su amor a una compañera con una historia y mirada
lasciva. Además, Oseas no dejaría aquí el asunto, como tampoco lo hubiera hecho Dios,
pero esto pertenece a un punto más avanzado de la historia, que veremos en el
capítulo 3.
Mientras tanto, en esta parte introductoria, los niños deben llamar nuestra
atención. Lo que son y cómo se les llama será la personificación de la palabra de Dios
para Israel y para nosotros, pues cada uno de ellos supondrá una señal y un presagio
vivientes.

El primer presagio: el niño Jezreel


1:3b y ella concibió y le dio a luz un hijo.4 Y el SEÑOR dijo a Oseas: “Ponle por
nombre Jezreel, porque dentro de poco castigaré a la casa de Jehú por la sangre
derramada en Jezreel, y pondré fin al reino de la casa de Israel.5 Y sucederá que
en aquel día quebraré el arco de Israel en el valle de Jezreel.”
Los tres presagios van in crescendo; al principio, en el sentido de juicio y, más tarde,
en gracia, para concluir los dos primeros capítulos. La gracia consigue interrumpir los
oráculos de catástrofes (como la alegría, que siempre “interrumpía” cuando el amigo
del Dr. Johnson empezaba a filosofar); pero, por el momento, no hay claros en el cielo
nuboso y la oscuridad se hará más profunda con cada nacimiento.
Es posible que el nombre de Jezreel (yizr”el) no entrañe particularmente mal
augurio. En su forma, se parecía mucho a Israel (yiśrā’ēl) y, aunque podía contener

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algún significado oculto, que saldrá a la luz en 2:23 (véanse pp. 53 y ss.), a primera vista
apuntaría a una ciudad y un valle conocidos del reino del norte. Sin embargo, esa
ciudad había sido testigo de la matanza a manos del rey Jehú,15 por lo que Dios está
demostrando que en ningún momento se ha olvidado de esto. Para un profeta, dar a su
hijo este nombre es como si un político llamara a su hijo Peterloo, Katyn o Soweto y no
desaprovechara ninguna oportunidad para explicar su significado.
La explicación del versículo 4, que predice el castigo sobre la casa de Jehú, pasa a
incluir a todo el reino, y, de hecho, esto es lo que pasó. La casa de Jehú cayó sobre el
año 752 a C. con el asesinato del rey Zacarías (2 R. 15:8–12) y, después de treinta años
de golpes y contragolpes, el reino fue hecho pedazos por Asiría y jamás volvió a
recuperarse.
Jehú es un personaje paradójico. Aquí, lo vemos como un hombre sangriento que va
acumulando desgracia para su dinastía y reino, pero, en 2 R. 10:30, ha “hecho bien” al
enfrentarse a la casa de Acab “conforme a todo lo que estaba en... [el] corazón [de
Dios]”. La causa no queda muy lejos, pues reside en Jehú mismo, un ejemplo de azote
humano. Como ejecutor de Dios, no dejó nada inacabado y por ello recibió su
recompensa: la promesa del trono para su descendencia durante cuatro generaciones.
El Antiguo Testamento hace varias referencias a este tipo de siervo, del que Senaquerib,
a quien Dios llama “vara de mi ira” (“Pero ella no tiene tal intento, ni piensa así en su
corazón”, Is. 10:7), y Nabucodonosor “mi siervo” (Jer. 27:6) son los ejemplos más
importantes. Obtuvieron lo que les correspondía, en botines y conquistas, que son
descritos con el término “paga” (o “pago”) en Ezequiel 29:18–20, aunque también
recibieron lo que su orgullo y crueldad merecían.
También lo era Jehú, con el mismo espíritu y empleando los mismos métodos, con la
única diferencia de que este era consciente de su llamamiento por parte del Señor. Los
acontecimientos descritos en 2 Reyes 10 son un conjunto desordenado de artimañas,
carnicerías e hipocresía, en el que el único indicio de algo relativamente religioso es el
fanatismo (e incluso eso queda bajo sospecha al tener en cuenta la farsa de Jehú en su
sacrificio a Baal, 2 R. 10:25). Lo que realmente lo movía a actuar era su egoísmo y su sed
de matar y fue esto mismo lo que hizo que la “sangre derramada en Jezreel” se
convirtiese en una mancha acusadora.
Si nos preguntamos por qué Israel tuvo que sufrir por esto cien años después, los
últimos capítulos de este libro nos muestran que ni Israel ni su casa real rechazó jamás
esta actitud frente a la violencia. Jezreel fue sólo un capítulo de una historia inacabada,
y Dios no podía ser cómplice de ello.
El fin de este oráculo presenta dos elementos inesperados e igualmente punzantes.
Normalmente, cuando Dios promete “quebrar el arco” de alguna fuerza beligerante,
está diciendo que rescatará a Su pueblo, tal y como vemos en los ejemplos de 2:18 y del
salmo 46:9. Sin embargo, aquí, claramente está hablando de quebrar el arco de Israel.
Como reino, ya no es una fuerza para Dios, si es que alguna vez lo ha sido, y mantenerlo
intacto no sería razonable. El segundo elemento de esta frase final es la inversión total
que queda implícita en la escena de la derrota. Jezreel, el valle de la victoria de Gedeón,
había sido un nombre aureolado de gloria. Ahora, después de las masacres, sólo podía
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relacionarse con la violencia.


Y así es como acabó. En el año 733 a.C., una década antes de la muerte del reino en
su conjunto, un ejército asirio logró llegar a este valle y cortó los territorios israelitas del
norte, haciendo que sus habitantes tuvieran que exiliarse a Asiria. 2 Reyes 15:29
enumera entre estas conquistas “Galaad y Galilea”. Dios había quebrado el arco de
Israel, por lo que estaba totalmente indefenso.

El segundo presagio: la niña “Indigna de compasión”


1:6 Ella concibió otra vez y dio a luz una hija. Y el Señor le dijo: Ponle por
nombre Lo-ruhamá, porque ya no me compadeceré de la casa de Israel, pues no
los perdonaré jamás.7 Pero me compadeceré de la casa de Judá y los salvaré por
el SEÑOR su Dios; y no los salvaré con arco, ni con espada, ni con batalla, ni con
caballos ni jinetes.
El primer hijo había sido engendrado por Oseas: su mujer “le dio a luz un hijo” (3).
Sin embargo, no se dice que el segundo o el tercero fueran suyos, pues el pronombre
“le” no aparece en los versículos 6 y 8. Así, el gozo que supone la paternidad quedó
profundamente diluido, y los niños eran pruebas vivientes de una invasión en su
matrimonio.
El nombre Lo-ruhamá, “Indigna de compasión” (o “no compadecida”), utiliza el
mismo verbo (aunque una parte diferente de este) que aparece en el conocido dicho de
Isaías 49:15: “¿Puede una mujer olvidar a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo
de sus entrañas?”. El efecto que produce el nombre es alarmante y trágico: su
significado duele aún más que el primero, Jezreel, pues, aunque perder una guerra y un
reino sea devastador, todavía es más desesperante perder la misericordia y la
compasión de Dios. Sin embargo, es importante que no hagamos demasiado hincapié
en esta diferencia ya que, por encima de todo, este libro nos revela la persistencia de la
compasión de Dios, incluso en este capítulo inicial e incluso más en las últimas páginas
(véase especialmente el capítulo 11). Pero Su amor no es ciego, ni tampoco coercitivo,
sino que se basa en el hecho de que la misericordia, si no recibe respuesta alguna, es
contraproducente, y el perdón sin una relación sanada está vacío. Así, se llega a un
punto en que lo único que queda por decir, incluso para Dios, es: “¡Cuántas veces
quise... y no quisiste! He aquí, vuestra casa se os deja desierta”.
El versículo sobre Judá (7) enfatiza el hecho de que, en este contexto, la compasión,
o su carencia, no es un estado de la mente, sino un procedimiento, moderado o no. La
compasión de Dios por la casa de Judá adoptaría la forma de una liberación milagrosa,
el rescate de Jerusalén después de que Ezequías hubiera extendido el ultimátum asirio
delante del Señor (Is. 37:14, 33 y ss.).24 Para una Samaria igualmente obstinada, no
existiría ningún indulto. La compasión, de esta forma, no haría más que prolongar el
proceso de su muerte.
No debemos olvidar, además, que oráculos como estos son gritos de advertencia, y
no sentencias irrevocables. Las ilustraciones clásicas de ello se encuentran en Jonás y

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Jeremías. Jonás no podría haber deseado un oráculo más sombrío que el que recibió:
“Dentro de cuarenta días Nínive será arrasada”; aun así, sabía que se había anunciado
para evitar el juicio mismo que había predicho. Jeremías se dio cuenta de este principio
en el taller de un alfarero, cuando vio la reacción radical y creativa de este dependiendo
de cómo respondiese su material, o dejase de responder, a sus acciones. El comentario
de Dios tiene importantes repercusiones: “En un momento yo puedo hablar contra una
nación... de arrancar, de derribar y de destruir; pero si esa nación... se vuelve de su
maldad, me arrepentiré del mal que pensaba traer sobre ella” (Jer. 18:7–8). Este
principio de toda profecía (nótense las palabras “En un momento”) arroja luz sobre
cómo será el desenlace de este capítulo. Pero antes, aún hay cosas peores por venir.

El tercer presagio: el niño “Pueblo ajeno”


1.8 Después de haber destetado a Lo-ruhamá, ella concibió y dio a luz un
hijo.9 Y el Señor dijo: Ponle por nombre Lo-ammí, porque vosotros no sois mi
pueblo y yo no soy vuestro Dios.
Este hijo, Lo-ammí, como su hermana (véase el versículo 6), parece ser fruto de la
“prostitución” (v. 2) de Gomer. Tanto si lo llegó a decir o no, seguro que las palabras “tú
no eres mi hijo” le vinieron a la mente a Oseas muchas veces mientras contemplaba al
niño. Para él, como para nosotros, el pathos de su situación no podía más que llevarle a
la profunda tristeza causada por las palabras dirigidas a Israel: “Vosotros no sois mi
pueblo y yo no soy vuestro Dios”, que, quizás en otro contexto, parecerían insensibles y
despectivas.
Por un lado, este oráculo era simplemente factual: tan preciso como lo hubiera sido
la renuncia de responsabilidad paternal de Oseas respecto a sus hijos. Puede que Israel
fuera, nominalmente, del Señor, pero, de hecho, era un producto de su tiempo y de su
mundo pagano. De la misma forma, puede que Jehová sea, nominalmente, su Dios
nacional, pero como no desea ser compartido, la presencia de otros dioses hacía que
esta relación fuera imposible.

Un claro en las nubes


Oseas 1:10–2:1
1:10 Pero el número de los hijos de Israel
será como la arena del mar,
que no se puede medir ni contar;
y sucederá que en el lugar
donde se les dice:
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No sois mi pueblo,
se les dirá:
Sois hijos del Dios viviente.
11 Y los hijos de Judá y los hijos de Israel se reunirán,

y nombrarán para sí un solo jefe,


y subirán de la tierra,
porque grande será el día de Jezreel.
2:1 Decid a vuestros hermanos: Ammí, y a vuestras hermanas: Ruhamá.

Esto es asombroso. Aquí, se les da la vuelta a tres oráculos catastróficos y, además,


se añade la promesa de una reunión familiar. Sin embargo, este cambio radical será, de
hecho, de Israel, no de Dios. La mención a “la arena del mar, que no se puede medir ni
contar”, nos rememora Abraham y nos recuerda que aquella antigua promesa todavía
es vigente y que Dios aún la mantiene. De una forma u de otra (y el Nuevo Testamento
nos depara sorpresas al respecto), Dios acabará por cumplir su promesa.
Dos de las numerosas declaraciones de esta vieja promesa son, de hecho, aludidas
en el versículo 10 (Gn. 22:17; 13:16, respectivamente), pues Dios se lo reiteró a
Abraham y cambió la analogía al hablarle de estrellas, arena y el polvo de la tierra para
que la promesa tuviera más impacto. Isaías tendría que señalar una advertencia sobre
esta multitud para demostrar que no sólo se trataba de un simple crecimiento de la
población, sino que antes se tendría que separar, de dicha multitud, el remanente de
los verdaderos convertidos (Is. 10:20–30). Oseas ya ha hablado de esa futura y terrible
experiencia, y es esta la que crea el contexto de la promesa.
El fundamento de esta promesa es la reconciliación. El gran “día de Jezreel” (1:11)
quedará explicado en los versículos 2:21 y ss., pero el mero hecho de dar nuevos
nombres (2:1) como una acción puramente de gracia (como la del evangelio cristiano)
cancela completamente la alienación actual; y la calidez del versículo 1:10b ya ha ido
más allá, al cambiarse los términos del pacto por los de la familia: “Sois hijos del Dios
viviente”, palabras que nos recuerdan una gran parábola: “porque este hijo mío estaba
muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado”.
En términos del Israel del Antiguo Testamento, el contexto natural es el del exilio y
dispersión venideros, implícitos en el giro del versículo 11 cuando habla de la reunión
del pueblo y su subida de la tierra (se supone que la de su cautividad). La otra anomalía
en su situación fue la ruptura durante tantos años con Judá (11), que también llegaría a
su fin.
En todo ello, había un cierto grado de realización literal, pero sólo un poco. El reino
del norte (“Israel” o “Efraín”, como un reino distinto a Judá) nunca recuperó su
cohesión después del año 722 a.C., cuando fue destruido y fragmentado. Pero algunas
de sus tribus se refugiaron en Judá y, aunque las tentativas de acercamiento del rey
Ezequías al principio fueron menospreciadas, podemos encontrar hombres de al menos
cinco de ellas que se unieron a él en Jerusalén durante la gran Pascua (2 Cr. 30:11, 18).
El concepto de un solo pueblo de Dios no estaba muerto. En el siglo siguiente, el rey

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Josías de Judá tuvo la idea de incluir toda la tierra de Israel en sus reformas (2 Cr.
34:6–7; cfr. 35:18); y después del exilio encontramos a hombres de Efraín y Manasés (1
Cr. 9:3), que podría ser un nombre general para denominar a las tribus del norte,
estableciéndose en Jerusalén con los hombres de Judá, Benjamín y Leví, las tribus que, a
partir de entonces, ocuparían la mayor parte del territorio de Israel. Aunque “Judá” y
“judíos” se convirtieron en su nombre nacional, el título que aún tenía más importancia
para ellos era “Israel”, cuya tradición de las doce tribus representaba ahora a la nación
escogida en su unidad en vez de en su diversidad.
Así, Esdras y su grupo de peregrinos de Babilonia ofrecieron “doce novillos por todo
Israel” cuando llegaron a Jerusalén (Esd. 8:35); y Pablo, mucho tiempo después, habló a
Agripa de “nuestras doce tribus” que estaban aguardando la esperanza de Israel
(Hechos 24:7), si tomamos sólo un ejemplo del Nuevo Testamento. En tiempos del
Nuevo Testamento, la vieja ruptura entre el norte y el sur ya hacía tiempo que había
sido solucionada, aunque probablemente no de la manera que se hubiera previsto y
tampoco sin nuevas fuentes de rencor por el odio entre judíos y samaritanos.
Pero no se nos permite quedarnos aquí. El Nuevo Testamento retoma esta profecía
dos veces y la presenta a una multitud aún mayor, que incluye samaritanos y gentiles, a
quien Dios les decía con razón:

A LOS QUE NO ERAN MI PUEBLO, LLAMARÉ: “PUEBLO MÍO”, Y A LA QUE NO ERA


AMADA: “AMADA MÍA”.
Y no se trataba de una simple idea de último momento. Tal y como Pablo nos
recuerda, formaba parte de la promesa básica hecha a Abraham. “La Escritura”,
observa, “previendo que Dios justificaría a los gentiles por la fe, anunció de antemano
las buenas nuevas a Abraham, diciendo: EN TI SERÁN BENDITAS TODAS LAS NACIONES”.
Y añade: “Así que, los que son de fe son bendecidos con Abraham, el creyente.” (Gal.
3:8 y ss.; cfr. Rm. 4:9–25).
De hecho, la profecía, después de aterrizar en la época justo después del exilio, salta
hacia el presente y nos llama, a los creyentes, “el Israel de Dios”, tanto si somos judíos o
gentiles. Así es cómo el Nuevo Testamento desarrolla este oráculo, y tal consumación
fue el gozo que llevó a Jesús a la cruz, “a morir... no sólo por la nación, sino también
para reunir en uno” (cfr. nuestro versículo 11) “a los hijos de Dios que están esparcidos”
(Jn. 11:52).

Los amantes y el Amante


Oseas 2:2–23

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El agradable final del capítulo 1 fue totalmente inesperado, y su sorpresa destaca la


pura gracia de Dios que nos revela. Ahora, en el capítulo 2, nos movemos hacia el
mismo clímax, con un desenlace realmente feliz; sin embargo, vemos al Amante divino
tomándose Su tiempo y usando todos sus recursos para ganarse una respuesta que
haga genuina la reconciliación.

A ella no se la comparte
2:2 Contended con vuestra madre, contended,
porque ella no es mi mujer, y yo no soy su marido;
que quite, pues, de su rostro sus prostituciones,
y sus adulterios de entre sus pechos;
3 no sea que yo la desnude completamente

y la deje como el día en que nació,


y la ponga como un desierto,
la reduzca a tierra seca
y la mate de sed.
4 Y no tendré compasión de sus hijos,

porque son hijos de prostitución.


A partir de ahora, dejamos de centrarnos en los niños para hacerlo en la madre y,
por poco tiempo, aparece toda la familia enajenada junta. Sin embargo, como material
para la analogía de Dios, cada uno tendrá que jugar su papel por separado. Por un lado,
Israel y su apostasía podía compararse a la prole descontrolada (Jezreel, 1:4) o nacida
fuera del matrimonio (1:6–9), pero por otro, Israel es como una esposa caprichosa. Esta
segunda perspectiva será el tema principal de nuestro capítulo, aunque, tanto al
principio como al final, los niños hacen una aparición breve pero memorable. En la
medida en que representan una entidad distinta a Israel, estos son, quizás, los
verdaderos oyentes, a diferencia del Israel colectivo, cuya historia ha hecho que sean lo
que son. Obsérvense los plurales en 2:1 (margen) y la nota al pie 28 de la página 38.
Es posible que el clamor inicial, “Contended... contended”, nos dé una impresión
algo falsa, pues se trata de un tipo de alegato o pleito como los que se encuentran en
un juicio. De hecho, en esencia, es la misma palabra que encontramos en 4:1, cuando el
Señor “tiene querella” contra los habitantes de la tierra. Los dos siguientes versículos
podrían formularse como preguntas retóricas (“¿no es ella mi mujer, y no soy su
marido?”), como los presenta la versión inglesa NEB, ya que la idea central del libro es
que Dios no se retractará de las promesas de matrimonio que ha intercambiado con
ella.33 Si no se trata de ninguna pregunta, tiene que ser entendido desde el punto de
vista existencial, como si en otras palabras dijera: “Ella ya no es mi esposa...”, es decir:
“Ya no queda nada real en la relación”.
Aquí, aún en el versículo 2, aparece el primer llamado de muchos por arrepentirse,
pues, como veremos, a Israel, como a la mayoría de nosotros, le es mucho más fácil
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pedir perdón que romper completamente con su modo de vida. Y en los dos versículos
siguientes (3–4) nos encontramos con el duro recordatorio de que su marido
abandonado no es un patético consentidor, sino una persona con la que se las tendrá
que ver. En la amenaza “no sea que yo la desnude completamente” existe una justicia
poética, pues se le da a la mujer la dosis máxima de su propia medicina, en que se la
desacredita, como en el versículo 10, incluso más allá de su propia autodegradación. En
otro sentido, habla también de la pobreza extrema, que queda representada en la
escena del desierto del versículo 3b. La mujer de Oseas iba a experimentar algo de esta
degradación y necesidad, pero Dios estaba hablando de Israel y su adulterio espiritual,
su descendencia impía (versículo 4, que nos lleva otra vez al versículo 1:6) y su
inminente devastación.

Un despertar brusco
2:5 Pues su madre se prostituyó;
la que los concibió se deshonró,
porque dijo: “Iré tras mis amantes,
que me dan mi pan y mi agua,
mi lana y mi lino, mi aceite y mi bebida.”
6 Por tanto, he aquí, cercaré su camino con espinos,

y levantaré un muro contra ella para que no encuentre sus senderos.


7 Y seguirá a sus amantes, pero no los alcanzará;

los buscará, pero no los hallará.


Entonces dirá: “Iré y volveré a mi primer marido,
porque mejor me iba entonces que ahora.”
8 Pues ella no sabía que era yo el que le daba el trigo, el mosto y el aceite,

y le prodigaba la plata y el oro,


que ellos usaban para Baal.
9 Por tanto, volveré a tomar mi trigo a su tiempo

y mi mosto a su sazón.
También me llevaré mi lana y mi lino
que le di para que cubriera su desnudez.
10 Y ahora descubriré su vergüenza

ante los ojos de sus amantes,


y nadie la librará de mi mano.
11 Haré cesar también todo su regocijo,

sus fiestas, sus lunas nuevas, sus días de reposo,


y todas sus solemnidades.
12 Devastaré sus vides y sus higueras,

de las cuales decía ella: “Son la paga


que mis amantes me han dado”.
Y las convertiré en matorral,
y las devorarán las bestias del campo.
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13 Y la castigaré por los días de los Baales


cuando ella les ofrecía sacrificios
y se adornaba con sus zarcillos y joyas,
y se iba tras sus amantes, y se olvidaba de mí —declara el SEÑOR.
La lujuria puede embellecerse (e incluso canonizarse) con muchos nombres
atractivos, pero no todo el mundo quiere que se le conozca por poner precio a sus
servicios. A esta relación en concreto no se le otorga ningún aire de romanticismo. Ella
“se prostituyó” (5) por la paga que recibe una prostituta (12). Tiene muchos amantes,
pero su móvil es uno: la recompensa que puede ganar. Por tanto, la mayor parte del
capítulo se refiere a ella en este aspecto, y sólo irá más allá hacia el final.
En este sentido y en otros, esta historia tiene muchos puntos en común con la del
hijo pródigo, quien volvió a casa no por amor, sino porque (tal y como el versículo 7 lo
expresa) “mejor me iba entonces que ahora”. El amor, al menos al principio, sólo
procede de la otra parte.
El hecho prosaico detrás de la poesía del versículo 5 (que serían evidentes para los
oyentes de aquel tiempo) es que los dioses de Canaán eran mayoritariamente los
patrones de la fertilidad. Para conseguir los mejores resultados en los cultivos, era muy
tentador pedir su ayuda y pensar que Jehová, de alguna forma, se sentiría como un pez
fuera del agua en este tema (“ella no sabía que era yo el que le daba el trigo, el mosto y
el aceite...”, dice el Señor en el versículo 8). Además, esos dioses eran Baales, es decir,
señores o maridos, y aunque algunos de sus rituales eran una recreación de sus guerras
y victorias, o de la muerte y la resurrección de la vegetación, que, tal y como se suponía,
asegurarían el progreso de las estaciones y de las cosechas, otros rituales eran actos
sexuales con prostitutas religiosas, donde el coito en el santuario otorgaría,
mágicamente, fertilidad a los rebaños, a las manadas y a los productos de la tierra.
Estas creencias y presunciones no son tan diferentes de las que existen hoy en día
como podríamos pensar. La idea de que Dios tiene poca relevancia en el mundo natural
es generalmente aceptada por nuestra sociedad secularizada y puede ser una influencia
escondida incluso para la minoría que conscientemente la rechazaría. Tanto si Su lugar
es tomado por un concepto racional como es la “naturaleza”, como si lo es por fantasías
astrológicas o por aproximaciones a lo oculto y lo demoníaco, se llega a un
destronamiento moderno de Dios, que apenas se diferencia de Su reemplazo por los
Baales. Y este no es el único parecido entre nuestra era y la suya. Si el sexo era
divinizado en el pensamiento politeísta, en el nuestro recibe casi la misma devoción. Los
crudos símbolos paganos de la fertilidad, como la comparación de El o Baal a un toro, o
el acto sexual en el santuario no eran simple pornografía, sino expresiones de la
creencia de que este tipo de potencia y fecundidad es lo más importante en la vida y el
mundo. Pero, con ello, también existía la fascinación de lo prohibido y lo decadente, el
emocionante intercambio de la plena luz del día de Jehová y el mundo oscuro de los
dioses violentos, con sus pasiones salvajes, crueldades y éxtasis; un intercambio que
tiene un atractivo perenne.
Podemos observar otro enlace con el presente en la tendencia de Israel hacia el

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sincretismo religioso (es decir, la mezcla y la fusión entre varias religiones), aunque esto
lo veremos con más detenimiento en los comentarios de los versículos 16 y 17.
Volviendo a los versículos 5–13, encontramos a Dios acelerando el proceso de
desencanto, que es lo que está sucediendo. Los “amantes”, los dioses paganos y sus
equivalentes, son ilusiones que van desvaneciéndose con cada paso que se da hacia
ellos, aunque, en tiempos de abundancia, esta fantasía no es muy evidente. Se
necesitan los “espinos” y el “muro” (6) de la hambruna y la frustración para acabar con
toda esperanza en ellos (“¿dónde están tus dioses, los que hiciste para ti? Que se
levanten, a ver si pueden salvarte.”.). Incluso entonces, es posible que no se entre en
razón como el hijo pródigo o como la esposa ausente que es retratada de manera
esperanzadora en el versículo 7b, pero que maldice a Dios como la gente de Isaías 8:21.
¿Era intencionada la ignorancia de Israel (8) al perseguir a estos amantes? La NVI la
presenta como algo deliberado: “Ella no ha querido reconocer que soy yo...”. Sin
embargo, a pesar de que esto reafirma la culpa que Dios ve en ella, el cargo
fundamental contra Israel es su infidelidad, a la que la han atraído las promesas de sus
amantes, tal y como podemos interpretar a partir de los versículos 5–7. Por eso, la
traducción simple “ella no sabía” parece más fidedigna al contexto aun dándonos la
posibilidad de comentar: “¡Pero tendría que haberlo sabido!”.
En su pecado contra el amor, Israel aún va más allá en el versículo 8, ya que no sólo
ha ignorado al verdadero Dador, sino que ha dado Sus regalos a Su usurpador. De paso,
podemos observar que, una vez más, es posible que el lector se sienta confrontado por
un espejo más que por una ventana, ya que el pecado de Israel también es el de cada
ser humano.
El castigo de los versículos 9–13 es implacable, aunque no injusto. De hecho, como
veremos en los versículos 14 y ss., tampoco es demasiado duro, pues, aunque es una
lección amarga, debe ser aprendida a toda costa. En su presentación, lo literal es
mezclado con lo metafórico, aunque ambos permanecen claramente reconocibles.
Existe una posibilidad desalentadora de cosechas destruidas y granjas y huertos
volviendo a su estado salvaje (lo que apunta, en el versículo 12, a una tierra
despoblada, cuyos habitantes han sido desterrados o parcialmente aniquilados), y,
detrás de ella, se encuentra la promesa incumplida de los Baales, para los que se había
emperifollado una Israel encaprichada, coqueteando con ellos en las mismas fiestas
(11) que se les había dado para consolidar su unión con el Señor.
Sin embargo, el Señor mantiene la iniciativa, no sólo en cuanto al juicio, sino
también en cuanto a la gracia. De repente, la escena se ilumina.

El amante fiel
2:14 Por tanto, he aquí, la seduciré,
la llevaré al desierto,
y le hablaré al corazón.
15 Le daré sus viñas desde allí,

y el valle de Acor por puerta de esperanza.


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Y allí cantará como en los días de su juventud,


como en el día en que subió de la tierra de Egipto.
16 Sucederá en aquel día-- declara el SEÑOR –

que me llamarás Ishí


y no me llamarás más Baalí.
Hay un encaprichamiento correcto (implícito en el texto hebreo en las palabras “la
seduciré”, 14), así como uno desastroso, pues el verdadero amor no tiene por qué ser
menos deslumbrante que el falso: sólo menos decepcionante. Ahora, el Señor, por Su
parte, usará todos sus encantos y hablará al corazón de Su amada. Este es el lado
positivo y creativo de Su severidad, pues “desierto” podía significar dos cosas para
Israel: su vida en ruinas o la recuperación de su espíritu de peregrinaje y su promesa de
juventud. Aquí se trata de la segunda opción por medio de la primera. La idea de
empezar un viaje con Dios es retomada más tarde por un profeta, que canta sobre la
efímera luna de miel:
“De ti recuerdo el cariño de tu juventud,
el amor de tu desposorio,
de cuando me seguías en el desierto,
por tierra no sembrada.”
Ahora, pasados el desastre y el exilio, el Señor está planeando crear una nueva era
tan fructífera como la que el Éxodo había prometido traer. Lo que se ha perdido en el
juicio puede ser restaurado con la gracia (las vides arruinadas del versículo 12 son
restauradas mediante las viñas del versículo 15) y lo que había echado a perder el
primer progreso victorioso no tiene por qué acabar con el segundo. El viejo camino de
acceso, el valle de Acor a la entrada de la tierra prometida (es decir, el valle de la
Desgracia y el pecado de Acán; Jos. 7:26), no puede quedarse en el olvido, sino que
necesita un nuevo nombre: la puerta de Esperanza, pues Dios, cuando perdona, lo hace
con generosidad, y en esta línea del versículo 15 presenta los fantasmas no sólo del
pasado de Israel, sino que, por analogía, también del pasado de todo pecador
arrepentido.
Sin embargo, la salvación no es sólo viñas y victorias, incluso ni en el Antiguo
Testamento, sino que, principalmente, es la unión entre Dios y el hombre. Así, en los
versículos 15b–17, se nos muestra la respuesta que Dios está esperando, y Su
preocupación para que esta se halle a la altura de lo que profesa. La confusión en el
corazón de la religión popular (que alegremente confunde un dios con el otro, y la fe
con la superstición) había sido empeorada por la existencia de la palabra engañosa de
Baal. Esta palabra simplemente significaba “señor”, “propietario” o “marido” y, en el
Israel antiguo, a veces se usaba, inocentemente, para llamar a Dios, como queda
confirmado por ciertos nombres personales. Sin embargo, en la religión cananea
designaba tanto al dios más activo del panteón como, en sus distintas versiones, al dios
de cada lugar. Era él, como marido divino, el que daba a la tierra su fertilidad a través
de ritos, sexuales como no sexuales, que se llevaban a cabo “sobre toda colina alta y
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bajo todo árbol frondoso”, como lo expresa, dramáticamente, Jeremías 2:20.


Así pues, esta era la mancha que se había extendido por todo Israel. El nombre de
Baal pintaba una imagen pagana sobre el nombre de Jehová y traía ritos paganos a Su
alabanza pura.
La iniciativa de Dios es audaz y creativa, pues, en vez de prohibir las imágenes
sexuales de la religión, las rescata y las eleva en forma de retrato de fidelidad y amor
ardiente, que son la esencia de Su pacto. Habiendo dejado claro esto, ahora puede
proseguir a mostrar la armonía y el gozo que traerá el total florecimiento del
matrimonio entre Dios y el hombre.

Felicidad absoluta
2:18 En aquel día haré también un pacto por ellos
con las bestias del campo,
con las aves del cielo
y con los reptiles de la tierra;
quitaré de la tierra el arco, la espada y la guerra,
y haré que ellos duerman seguros.
19 Te desposaré conmigo para siempre;

sí, te desposaré conmigo en justicia y en derecho,


en misericordia y en compasión;
20 te desposaré conmigo en fidelidad,

y tú conocerás al SEÑOR.
“En aquel día” (16, 18, 21) apunta, en el Antiguo Testamento, hacia el gran día, el
Día del Señor, no simplemente a un tiempo cercano en el futuro. Para nosotros, ese día
ya empezó en el Primer Adviento, aunque no llegará a completarse hasta el Segundo.
A pesar de su brevedad, esta pequeña profecía entrelaza hebras que sólo nos
deleitan por separado en otros pasajes más familiares. En pocas líneas, se nos ofrece un
retrato de la naturaleza en paz con el hombre (cfr. Is. 11:6–9; 65:25), de armas
quebradas (cfr. Sal. 46:9; Is. 9:5; Mi. 4:3) y del pueblo de Dios siendo uno con Él (cfr. Jer.
31:33 y ss.; Ez. 36:26 y ss.). Dios se entretiene más en éste último, pues se trata del
fundamento de todo lo demás.
La palabra “desposaré”, que aparece sucesivamente en tres ocasiones, otorga una
connotación de afán y entusiasmo por lo que se ha prometido. Se crea un nuevo
comienzo, con todo el frescor del primer amor, en vez de intentar arreglar con hastío
las diferencias, lo que es totalmente apropiado, ya que el nuevo pacto trae con él nueva
vida. Desposar algo va más allá que la seducción del versículo 14, pues habla de un paso
que es aún más decisivo en la cultura israelita que el compromiso de casarse en la
nuestra. Consistía en dar el precio de la novia al padre de esta y, si lo aceptaba, se
acababa el asunto. El desposorio de David con la hija de Saúl, por el precio estrambótico
que se le pedía, es descrito en 2 Samuel 3:14 en unos términos que, en hebreo,
muestran que las cinco cualidades mencionadas aquí, pasando por “justicia” hasta

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“fidelidad”, deben ser interpretadas como el precio de la novia que Dios, el


pretendiente, trae consigo mismo. Evidentemente, la metáfora no es perfecta, como la
metáfora del rescate de Mr. 10:45, pues no existe un “padre de la novia” que reciba el
regalo. Pero incluso en desposorios literales, un regalo de estas características podía ser
dado a la propia novia para que fuera su dote, y no hay duda de que aquí ella es la única
beneficiaria.
La promesa desborda generosidad. Está llena de gracia y viste el Nuevo Pacto con
ropas nupciales. Hay tres cosas que quedan explícitas: la permanencia de esta unión
(19a), su intimidad (20b) y el hecho de que todo lo debe a Dios.
Pero, ¿qué es exactamente este regalo de compromiso, dejando aparte su sentido
metafórico? ¿Son estas las cualidades que aportará, por su parte, Dios al matrimonio, o
las que implantará en nosotros, Su pueblo?
La respuesta es, sin duda, ambas. La justicia, el amor inquebrantable y lo demás son,
por encima de todo, el propio sello y carácter de Dios, y fue la carencia de estos por
parte de Israel, y no por la Suya, lo que acabó con el matrimonio en primer lugar. Así, el
regalo de Dios no es que será para nosotros todas estas cosas, sino que nos las
impartirá, con el fin de que la novia ya no esté en total discordancia con Él y consigo
misma. Es otra forma de decir que Él impondrá Su ley a Su pueblo y la escribirá en sus
corazones (cfr. Jer. 31:33).
Si empezamos a desenvolver, por así decirlo, el regalo, que presenta cinco partes,
encontramos, en primer lugar, que rectitud en la Biblia (heb. ṣeḏeq) tiene un sentido
más afectuoso y positivo de lo que podríamos haber imaginado. Lejos de ser una actitud
fría y preocupada por mantener las manos limpias, la rectitud verdadera es activa y
generosa, tanto si se halla en Dios o en el hombre (cfr. p. ej., Sal. 111:3 con 112:9). “Su
significado”, como apunta Norman Snaith, “debe encontrarse en la naturaleza de Dios,
y no en las costumbres y las especulaciones del hombre, por muy nobles y geniales que
estos pensamientos e ideales puedan llegar a ser”. La rectitud de Dios es creativa e
interviene para corregir hasta lo peor. A menudo, se la relaciona con la “salvación”, que
algunas versiones modernas tienden a llamar “victoria” o “triunfo” (p. ej., Sal. 98:2), y
aunque esto a veces oscurece gran parte de su significado, también capta otra parte
importante.
Así, en todos los sentidos, la rectitud es un regalo de Dios, especialmente cuando
nos otorga su aceptación y absolución o, tal y como lo expresa Pablo, “justificación”.
Pablo encontró este “don de la justicia” ya perceptible en el Antiguo Testamento (Rm.
4) y que ahora podemos “recibirlo” nosotros, mediante nuestra fe en Cristo (Rm. 5:17).
El segundo aspecto de este regalo de compromiso es la justicia (Heb. mišpāṭ). Este
también tiene sus raíces en Dios y sus frutos son manifestados en nosotros.
Básicamente, se trata de las decisiones de un juez, pero mientras que un juez humano
puede ser superficial e injusto, la justicia de Dios es “como profundo abismo” (Sal.
36:6), inmensa, insondable e inagotable en sabiduría, tanto si está emitiendo un
veredicto como si nos está revelando Su voluntad: aquel orden correcto de la vida que,
a diferencia de las demás criaturas, el hombre a menudo ignora.

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“Aun la cigüeña en el cielo


conoce sus estaciones,
y la tórtola, la golondrina y la grulla
guardan la época de sus migraciones;
pero mi pueblo no conoce
la ordenanza del SEÑOR.”
Los profetas eran conscientes de que los hombres religiosos están demasiado
dispuestos a mezclar ritos sagrados con injusticias sociales; y si existe una cosa que Dios
no pueda soportar, es esta. Amós es el que lo describe de una forma más mordaz (Am.
5:21–24):
“Aborrezco, desprecio vuestras fiestas...
vuestras asambleas solemnes.
Aparta de mí el ruido de tus cánticos...
Pero corra el juicio como las aguas
y la justicia como una corriente inagotable.”
Pero es aquí, en Oseas, donde la justicia y la rectitud son vistas no sólo como
exigencias de Dios, sino como sus regalos (que, sin duda, deben ser trabajados y
cultivados, pero que no dejan de ser regalos).
El tercer aspecto, el amor inquebrantable (Heb. ḥeseḏ), también puede expresarse,
aunque sean más inexactos, con los nombres “devoción” o “amor verdadero”. Algunas
versiones antiguas lo llamaron “misericordia” o, de forma más poética, “bondad
amorosa”. Sin embargo, una parte esencial de su significado es el reconocimiento tácito
de un vínculo entre las diferentes partes que comprende. Hace referencia al amor y la
lealtad que ambas partes de un matrimonio o de un pacto se deben la una a la otra, por
lo que tiene una especial relevancia en lo que Gomer le ha negado a Oseas.
En el versículo 6:6, Dios lo califica como aquello que más desea ver en nosotros.
Para el pueblo de Dios, establece un nivel mínimo de amabilidad mutua y preocupación
por los demás, aunque va más allá, ya que el versículo 6:4 habla del amor y la
constancia que le deben a Dios y que, hasta ahora, no le han dado. Así, además de ser el
regalo de parte de Dios para la novia, que en primer lugar y por encima de todo es Su
amor incondicional hacia Su compañera, también podemos entenderlo como la
respuesta que quiere crear en ella.
La cuarta palabra (Heb. raḥamîm) es el término más cálido de todos para
misericordia, parecido a la palabra para la compasión sincera que encontramos en las
parábolas y las reacciones personales de Jesús. Tiene un vínculo especial con el nombre
de la niña Lo-ruhamá, “indigna de compasión”, que procede de la misma raíz. Dios, fiel
a Su naturaleza, enseguida cambió ese terrible nombre. Lo hizo ya en el versículo 2:1 y,
ahora, hablando a Israel como Su prometida, vuelve a enfatizar aquella acción.
Sin embargo, la dote en sí no puede realizar el matrimonio a menos que haga, a la
vez, un milagro interior. Los que aparecen en el versículo 4, que “emplean la violencia, y

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homicidios tras homicidios se suceden” (4:2), sólo comprenden la compasión como una
debilidad, a menos que se les dé un corazón para ello. Un profeta más tardío, Zacarías,
mostró lo que pensaban acerca del juicio, la misericordia y la compasión, utilizando tres
de los términos que aparecen en nuestro versículo (Zac. 7:9 y ss., Heb.). El “duro
corazón” nunca se enternecería frente a Dios o el hombre, por lo que el regalo más
tierno de Dios también es, en varios sentidos, el más inquisitivo.
Finalmente, la fidelidad (Heb. ‘emûnâ). De todas las cualidades, esta es, sin duda, la
más inexistente en alguien que ha abandonado a su compañero. Otros defectos pueden
poner el matrimonio en peligro, pero este es decisivo. Obviamente, Dios ha sido
siempre fiel, a pesar de estar sometido a una provocación continua, por lo que, una vez
más, el regalo de compromiso no es sólo lo que Él ofrece, sino también lo que
implantará y cultivará en Su compañera.
La segunda línea del versículo 20 resume Su regalo: y tú conocerás al SEÑOR. Esta es
una de las promesas más importantes del nuevo pacto (Jer. 31:34), pues el
conocimiento verdadero depende de una semejanza verdadera, y prometer lo primero
es prometer lo segundo. La convicción de que “le veremos como Él es” contiene la
inimaginable posibilidad de que “seremos semejantes a Él” (1 Jn. 3:2).

Un acuerdo abundante
2:21 Y sucederá que en aquel día yo responderé –declara el SEÑOR–,
responderé a los cielos, y ellos responderán a la tierra,
22 y la tierra responderá al trigo, al mosto y al aceite,

y ellos responderán a Jezreel.


23 La sembraré para mí en la tierra,

y tendré compasión de la que no recibió compasión,


y diré al que no era mi pueblo:
Tú eres mi pueblo,
y él dirá: Tú eres mi Dios.
La imagen que se nos presentó en el versículo 3 sobre la tierra bajo juicio, seca y
clamando ayuda, nos puede ayudar a apreciar esta secuencia de peticiones y
respuestas. Si la examinamos desde el versículo 22b hacia atrás, apreciaremos ciertos
vínculos en la cadena de la supervivencia: el pueblo (“Jezreel”, como se verá más
adelante) depende de los cultivos; los cultivos, de la tierra; la tierra, del cielo para la
lluvia; el cielo, del Señor. Y “en aquel día”, el Día del Señor, la respuesta será un
abundante “¡Sí!”. Sin embargo, la secuencia no está enfocada hacia atrás, sino que
aparece en su orden adecuado, empezando por el Señor. Y no se trata únicamente de
una simple promesa de mejores tiempos venideros, pues también es una respuesta al
mundo laberíntico del politeísmo, donde existían un dios del trigo, uno de la lluvia, etc.,
que habían robado el corazón de Israel y confundido sus pensamientos. En vez de ese
lío de poderes compitiendo entre ellos, vemos al único Señor del que fluyen todas las
bendiciones, y atisbamos la variedad ordenada de Su creación, a través de la cual Sus

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regalos son distribuidos no arbitrariamente, sino según Su perfecta voluntad, y no por


medios mágicos, sino dentro de un sistema creado que tiene sentido y que, por tanto,
puede ser estudiado y puesto en práctica. Como ha apuntado H. W. Wolff, “el contexto
de estos versículos indica una genuina representación científica de las relaciones en la
naturaleza... En el libro de Oseas, es instructivo observar cómo la liberación de Israel de
los mitos naturales del culto a Baal permite que florezca el estudio libre de la naturaleza
(cfr. Gn. 1).
Vale la pena añadir que, por muy elemental y obvio que pueda parecer este modelo
del mundo natural, es elemental en el mejor sentido, pues nos dirige hacia una
presuposición básica a partir de la cual se origina casi todo avance en el conocimiento
práctico: que el mundo es una única composición bien entrelazada y, en principio,
inteligible. Además, no comete el error garrafal de exaltar ese sistema mediante la
negación de su fuente y origen, por lo que no se nos deja con un mundo mecánico por
un lado, ni con un Dios que nos tiene a todos en la incertidumbre por el otro, sino que
nos presenta un mundo que podemos explorar y un Dios en quien podemos confiar y
servir con responsabilidad dentro de él.
El clímax de este conjunto de promesas disipa la última sombra de los oráculos del
primer capítulo, lo que ya se ha anticipado en 1:10–2:1 y ahora se reitera. Además,
resalta un nuevo elemento: mientras que los nombres del segundo y tercer hijos de
Oseas (“Indigna de compasión” y “Pueblo ajeno”) se libran de las connotaciones
negativas, como hemos visto en el versículo 2:1, el nombre del mayor, Jezreel, es ahora
reinterpretado. En vez de ser un recordatorio de Jehú y sus masacres (véase el versículo
1:4), ahora el nombre adopta una nueva connotación a partir de sus dos componentes
hebreos. La palabra hebrea yizr”el (Jezreel) significa “Dios sembrará” o “Que Dios
siembre”, y Dios lo convierte en la promesa de que Su tierra, en ruinas y descuidada
durante mucho tiempo, será sembrada, otra vez, con habitantes. Además, añade, de
paso, que lo hace “para mí”, para Él mismo, ya que, como cualquier granjero que se
siente orgulloso de su cultivo, aborrece ver a Su amada tierra sin ser utilizada y a Su
pueblo, disperso. Su buen nombre está vinculado a todo esto y, por su propio bien,
quiere que la situación cambie. Ezequiel 36:22 y ss. retoma el tema y muestra que,
aunque puede que este enfoque no sea muy halagüeño, sí es muy tranquilizador, pues
lo basa todo en el honor de Dios y nada en nuestros discutibles méritos.
Hay, además, otro elemento nuevo. Mientras que la promesa anterior mostraba a
Dios diciendo palabras cariñosas a Israel, como por ejemplo “Sois hijos del Dios
viviente” y “mi pueblo” (1:10; 2:1), las últimas palabras de nuestro capítulo reciben una
respuesta humana hacia Dios: “Tú eres mi Dios”. Como un intercambio de promesas
nupciales, esta afirmación mutua, “tú eres mío”, era el fundamento del pacto, y lo sigue
siendo.
Esto nos lleva hasta un punto en que ya no estamos oyendo una conversación entre
Dios y el antiguo Israel, sino que somos una parte directamente involucrada. En el
Nuevo Testamento, este “bienvenidos a casa” a los que son “indignos de compasión” y
“pueblo ajeno” de estos dos capítulos (1:10–2:1; 2:23) es citado dos veces. Allí, la
palabra de Dios es para “nosotros, a quienes también llamó, no sólo de entre los judíos,
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sino también de entre los gentiles”, con lo que Pablo quiere demostrar la gracia
liberadora de Dios para los que no la merecen (Rm. 9:23–26); y Pedro que, en Cristo, no
sólo somos reconciliados, sino incorporados al “linaje escogido... pueblo adquirido para
posesión de Dios” (1 P. 2:9 y ss.). Por tanto, si este capítulo nos deja únicamente
contemplando la voluntad de Dios para diez tribus cuyo reino desapareció hace 2.700
años, nos hemos separado tanto del Nuevo Testamento como del Antiguo, pues esto
constituye “la gracia”, tal y como lo expresa 1 Pedro 1:10, “que vendría a vosotros”.

“Ama... como el Señor ama”


Oseas 3:1–5

Ahora, Oseas concluye su propia historia en primera persona y sin usar retórica. El
humillante episodio doméstico es narrado sin exaltación y de manera objetiva, y su
mayor homólogo y prototipo es tratado con la misma objetividad. No podría haber un
mejor preludio que esta historia para los apasionados capítulos que siguen, pues nos
muestra ya al principio, como también le mostró a Oseas, las dolorosas exigencias
personales que conlleva el intento de arreglar una relación estrecha. No se trataba de
llegar a un frío acuerdo de una batalla legal o de sonsacar disculpas al otro. Lo que pide
un matrimonio, ya que también lo ofrece, no es algo superficial o transitorio, y, en los
siguientes capítulos, Dios ofrecerá y pedirá sólo lo que procede del corazón y es para
siempre.

El difícil camino hacia casa (i)


3:1 Y el SEÑOR me dijo: Ve otra vez, ama a una mujer amada por otro y
adúltera, así como el SEÑOR ama a los hijos de Israel a pesar de que ellos se
vuelven a otros dioses y se deleitan con tortas de pasas.2 La compré, pues, para
mí por quince siclos de plata y un homer y medio de cebada.3 Y le dije: Te
quedarás conmigo por muchos días. No te prostituirás, ni serás de otro hombre, y
yo también seré para ti.
Ya nos habría parecido impresionante que Oseas, a pesar de todo, aún siguiera
amando a su esposa infiel y se hubiera dado cuenta de que el amor de Dios debe ser
algo parecido. Sin embargo, se trata de lo contrario. Fue el amor de Dios que reavivó el
de Oseas cuando el Señor dijo: “Ve otra vez, ama[la]...”, y le dio el patrón a seguir.
La desagradable verdad no es disimulada. El “otra vez” en la orden de Dios reconoce
el hecho de que se volverán a abrir las antiguas heridas y que lo que ya sucedió una vez
puede volver a ocurrir. Además, Dios le recuerda que el adulterio aún prosigue: no

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había sido un error aislado, sino un abandono que continuaba agravando la herida. El
amor que se le estaba pidiendo sería heroico, pero precisamente de esto se trataba,
pues iba ser el amor de Dios a pequeña escala.
Quizás sea por esto por lo que Oseas capta, más que cualquier otro autor, la tensión
existente en el amor de Dios por Su elegido, ya que se niega a aliviar el dolor de la
relación mediante la transigencia o el abandono. Él ama a Su pueblo a pesar de la
infidelidad descarada de este (“ellos se vuelven a otros dioses”), que no puede
consentir ni por un momento, así como tampoco su necia y brutal escala de valores. En
este versículo inicial, el Señor ha hablado cuatro veces en términos amorosos, y en cada
ocasión se atribuye a la palabra un sentido noble seguido, en contraposición, por uno
degradante (pura devoción al lado de una flagrante infatuación). En cuanto a la segunda
pareja, esta acaba con una trivialidad total, pues vemos a Dios amando a Israel sin
límites mientras que Israel ofrece su corazón a ¡”tortas de pasas”!. Por mucho que
intentemos suavizar el impacto causado y relacionar estas delicias con las fiestas
religiosas u ocasiones especiales, su incongruencia no deja de ser indignante. Parece
que la novia esté aquí, o en cualquier otro sitio, únicamente por los pasteles y la bebida.
Podríamos suponer que “Escrutopo” habría proclamado este suceso como una de
sus victorias más inusuales y satisfactorias, pues aunque el anzuelo hubiera tenido que
ser el mundo mismo (cfr. Mr. 8:36), no habría dejado de ser una victoria para él. Sin
embargo, y citando al artista que está siendo tentado, “La fórmula es un ansia siempre
creciente de un placer siempre decreciente. Es más seguro, y es de mejor estilo.
Conseguir el alma del hombre y no darle nada a cambio: eso es lo que realmente alegra
el corazón de Nuestro Padre”. Evidentemente, “Nuestro Padre” es el término que utiliza
Escrutopo para referirse al padre de las mentiras y los mentirosos. Pocos se sentirán
preparados para lanzar la primera piedra a Israel si recordamos las trivialidades que
perseguimos.
La compré, pues, para mí... La reticencia es elocuente. Mediante la palabra compré
nos damos cuenta de hasta dónde había caído ella, hasta qué punto estaba sujeta y cuál
es el primer paso que Oseas debe tomar para cumplir la orden de quererla. Nuestra
curiosidad por saber la razón de la compra queda sin satisfacerse (¿Se trataba de sus
deudas? ¿Era una esclava? ¿Quizás era la prostituta trabajando para su proxeneta? ¿O
se trataba de una compensación para su “enamorado” del versículo 1, revelando, así, el
valor de ese amor?). Tampoco sabemos los pensamientos de Oseas, ya que sólo se nos
cuenta lo que tuvo que hacer para conseguir llegar al precio necesario. En la Biblia, a
menudo, el amor es, en primer lugar, práctico y, sólo en segundo lugar, emocional, y
siempre será reconocido por sus frutos. Esto no quiere decir que el amor sea “más frío
que una piedra”, pues en el Antiguo Testamento, como también lo hacemos nosotros,
se utiliza muchas veces la misma palabra para designar el amor entre amigos, o el amor
entre un hombre y una mujer,51 como el amor que es el cumplimiento de la ley. El
mundo adopta su color a partir de su contexto (tal y como han demostrado las cuatro
incidencias del versículo 1), pero no acaba de estar completo sin ambos aspectos de la
entrega de uno mismo: una voluntad devota y una calidez genuina.
En el período de prueba del versículo 3, hay realismo además de simbolismo. Su
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significado más amplio es descrito en los versículos 4–5, pero dentro del matrimonio
había viejas costumbres desleales que tenían que ser remplazadas, y las realidades de
una relación personal que, hasta el momento, se habían limitado al ámbito físico tenían
que ser exploradas con calma.
Ahora, pasamos a lo que significa todo esto para Israel, la esposa infiel de Jehová.

El difícil camino hacia casa (ii)


3:4 Porque por muchos días los hijos de Israel quedarán sin rey y sin príncipe,
sin sacrificio y sin pilar sagrado, y sin efod y sin ídolos domésticos.
5 Después los hijos de Israel volverán y buscarán al SEÑOR su Dios y a David su

rey; y acudirán temblorosos al SEÑOR y a su bondad en los últimos días.


Debemos recordar que todo lo que muchos de los oyentes de Oseas podían
rememorar era medio siglo de oro, a pesar de que a lo lejos se empezaran a formar
algunas nubes. Sólo la advertencia de Dios mediante Amós y Oseas hacía más real la
posibilidad de una catástrofe.
Lo que nos impacta de esta profecía es, en primer lugar, que amenaza los pilares en
los que se basaba la vida de los israelitas y, en segundo lugar, que interpreta la retirada
de estos elementos preciados (sean buenos, malos o neutros) como algo positivo.
La vida de los israelitas tenía elementos eclécticos. Por un lado, estaba el sacrificio,
una de las ordenanzas principales de Dios y, por otro, terafín (traducido como “´ídolos
domésticos” en Gn. 31:19), objetos que violaban el segundo mandamiento y que fueron
atacados una y otra vez por los profetas y reformadores desde Samuel hasta Zacarías.
Entre estos dos extremos, los pilares (o columnas) y el efod podían ser inofensivos o
nocivos, dependiendo de la situación,54 mientras que la existencia de un rey o príncipe,
en vez de un gobernador extranjero y su régimen, tenía el grato estatus de un país libre.
Sin embargo, incluso las cosas buenas o neutras se habían corrompido. Sus reyes y
príncipes habían sido elegidos por voluntad propia (y “no escogidos por mí”, dice Dios
en 8:4, rechazando, así, la casa de David), y su adoración estaba impregnada de
baalismo. Se necesitaba romper drásticamente con todo ello y empezar de cero: un
retorno puro, en humildad, al Señor mismo; una renovación del matrimonio que
parecía no tener solución.
Con las palabras David su rey, Dios está probando su sinceridad. Para el Israel al que
se dirigía Oseas, significaba abandonar su orgullo de independencia respecto a las tribus
del sur y, por tanto, tener al rey rival y los santuarios rivales, así como sus sacerdotes,
fiestas y becerros de oro (1 R. 12:25–33). Después de la caída de su reino en el año 722
a.C., algunos convertidos empezaron a volver al reino de David (véanse los comentarios
sobre 1:10–2:1, p. 38–39); pero Oseas tiene la vista puesta en un futuro más lejano, en
los últimos días.
Nosotros mismos hemos visto el amanecer de aquellos días (“Hijitos, es la última
hora”, 1 Jn. 2:18) y, como creyentes, hemos heredado el nombre y el destino de Israel
(véanse los últimos comentarios sobre el capítulo 2). Si Israel ha adoptado un

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significado más rico, también lo ha hecho David su rey. Nuestro Señor, en casi Su último
mensaje a la Iglesia, toma este nombre real para sí y se proclama no sólo descendiente
de David, sino también el origen de David (Ap. 22:16). Así, nuestro versículo final capta
la profunda simplicidad del evangelio. Desvanecidas las estructuras elaboradas y
corrompidas por el hombre del versículo 4, se retrata ahora a un pueblo volviendo y
buscando al Señor y Su ungido, con profunda penitencia, aunque, al volver a su bondad,
confía en lo que el Nuevo Testamento llamará Su gracia.
Nos podría parecer demasiado forzado intentar encontrar otro nivel en el
cumplimiento de este versículo. Sin embargo, si entendemos (como yo lo entiendo) que
Pablo predice, en Romanos 11:12, 15, 25 y ss., un gran acercamiento del Israel literal al
Señor durante el momento álgido de la era del evangelio, este versículo podría haber
añadido varias confirmaciones de peso a las promesas que cita, ya que hay alusiones a
nuestros capítulos no sólo en Romanos 9:25 y ss., sino también en 11:30 y ss., versículos
donde se realiza su predicción.
Ya en esta etapa temprana en el desarrollo de la profecía, nos podemos hacer eco
de la esencia de la doxología consiguiente de Pablo en los versículos restantes de
Romanos 11 (“¡Oh, profundidad de las riquezas y de la sabiduría y del conocimiento de
Dios!”) y, más concretamente, su comentario sobre estas riquezas en Romanos 5:20:
“donde el pecado abundó, sobreabundó la gracia”. Aquí, y con una referencia a Su
“bondad” (3:5), concluyen, satisfactoriamente, los capítulos introductorios.

Segunda parte
La parábola explicada detalladamente. ¿Cómo podría
abandonaros?
Oseas 4–14

En la primera parte, con la historia y las lecciones de este matrimonio excepcional,


el libro ya ha empezado a dejar entrever la esencia de su mensaje, que continuará
desarrollándose en los siguientes capítulos, junto con otros temas sociales y políticos
aún por descubrir. Pero, lo que es más importante, ya ha empezado a hacer lo que
ningún otro libro del Antiguo Testamento consigue hacer de forma tan vívida: hablar,
principalmente, de Dios y su Pueblo no en términos de señor y siervos, o de rey y
súbditos (por muy indispensables que sean estas categorías), sino como un hombre y
una mujer, con todo lo que ello implica respecto a gozo personal y posible sufrimiento.
Sin embargo, este enfoque dista mucho de ser sentimental, ya que agudiza
enormemente el sentimiento de culpa al convertirlo en una traición amorosa; nos

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muestra el verdadero motivo de la persistencia de Dios (que fácilmente puede


entenderse como mera tenacidad), y profundiza nuestro entendimiento del
arrepentimiento y la renovación, pues los pecados contra el amor hieren las raíces
mismas de cualquier relación, que, a su vez, no son curadas con disculpas rápidas y
propósitos precipitados.
Así, el resto del libro estará lleno de detalles, mientras que los capítulos
introductorios han esbozado la escena sólo con gruesas pinceladas. Habrá un clamor
para un arrepentimiento profundo y extenderá el tema de las relaciones personales
mediante la búsqueda de una relación paterno-filial, con el mismo dramatismo con el
que los oráculos iniciales exploraron la analogía del hombre y su esposa.
El tono será rápido y apremiante, saltando de una sorprendente metáfora a otra y
sacando sus comparaciones mordaces de las ocupaciones humanas, la naturaleza y la
historia familiar de Israel. Sin embargo, el libro acabará con una elocuente descripción
de un pueblo que, al fin, ha encontrado el camino de vuelta a Dios, y el epílogo
apremiará al lector a tomarse en serio esta accidentada historia. No se trata sólo de un
breve episodio de la historia de Israel, sino que se nos revela la voluntad de Dios y los
caminos de la vida y la muerte.

Un pueblo sin entendimiento


Oseas 4:1–19

Si el final feliz de los primeros tres capítulos han llevado al lector (si ha empezado a
imaginarse a Dios como un marido siempre complaciente) a una cierta satisfacción, ésta
queda hecha pedazos de repente. Ahora, nos encontramos ante un tribunal y Dios es el
abogado de la acusación, y con muchos cargos por presentar.

Todos los pecados en el libro


4:1 Escuchad la palabra del SEÑOR, hijos de Israel,
porque el SEÑOR tiene querella contra los habitantes de la tierra,
pues no hay fidelidad, ni misericordia,
ni conocimiento de Dios en la tierra.
2 Sólo hay perjurio, mentira, asesinato, robo y adulterio.

Emplean la violencia, y homicidios tras homicidios se suceden.


3 Por eso la tierra está de luto,

y languidece todo morador en ella


junto con las bestias del campo y las aves del cielo;
aun los peces del mar desaparecen.
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La acusación es todavía más contundente por empezar con lo que Dios más ansía.
Está sopesando a Israel respecto a la fidelidad, la misericordia y el conocimiento de Dios
y se da cuenta de que le faltan estas tres cualidades, que son las más importantes. Estas
tres expresiones nos llevan desde la periferia de la bondad a su corazón y, en cada
punto, Dios encuentra en su pueblo unas carencias que traerán funestas consecuencias.
“Fidelidad” (heb. ‘emeṯ) es la honestidad o fiabilidad común. El primer ingrediente que
se necesita para cualquier trato, por muy distante o personal que sea, con los demás.
“Misericordia” (heb. ḥeseḏ, una palabra importante en Oseas) aporta un nuevo
elemento, pues se trata del amor y la lealtad que se espera de la persona con la que se
ha hecho un pacto, y esta unión tenía que incluir tanto al Señor como a todos los demás
israelitas. Lo que debía haber sido un hogar y una familia, se había convertido en un
antro de lujuria y violencia.
En cuanto a la tercera necesidad, y la más importante, el “conocimiento de Dios”,
cualquier intento de demostrar su existencia quedaba anulado por la ausencia de las
dos primeras cualidades. Sin embargo, es importante observar la importancia que se da
a esta exigencia: aunque no se necesitaba para poder demostrar un mínimo de santidad
o un temor decente de Dios, por muy fundamentales que estos sean, sí que era
necesaria para desarrollar una relación viva, pues Dios se da a conocer cuando se anda
con Él, se le sirve y se comparten Sus intereses (“tu padre... Juzgó la causa del pobre y
del necesitado; entonces le fue bien. ¿No es esto conocerme? –declara el SEÑOR –”).
Volveremos a encontrar esta alta exigencia para que pueda existir una relación en el
famoso resumen de lo que más quiere Dios del hombre (“más me deleito en la lealtad
que en el sacrificio, y más en el conocimiento de Dios que en los holocaustos”, 6:6) y en
13:4–5 se nos recordará la gracia que lo hace posible: “No conocerás a otro Dios fuera
de mí... Porque yo fui el que te conoció en el desierto, en esa tierra de terrible aridez”
(NVI). En este libro, nunca estamos lejos de dichas relaciones matrimoniales o de padre
e hijo, altamente personales, mientras vamos explorando las expectativas de Dios y Sus
actitudes hacia nosotros.
En el versículo 2, se nos presenta el desagradable catálogo de pecados, una sombra
oscura de los Diez Mandamientos en su lado humano. Aquí, encontramos cada uno de
esos males en toda su magnitud, pues se trata de un tiempo de decadencia y estos han
florecido sin restricción alguna.
Las Escrituras, en general, tienen dos cosas que decir sobre una maldad tan
desenfrenada. Por un lado, puede que ponga en duda la línea con la que separamos los
crímenes graves de los leves y las acciones de las actitudes, por lo que, por ejemplo (si
seguimos esta lista), un mundo desconsiderado es poco mejor que una maldición (Pr.
27:14); la falsedad no es más que una mentira (Jn. 8:55); el odio es como un asesinato
(1 Jn. 3:15); la avaricia, como un robo (Mal. 3:8 y ss.), y los pensamientos lujuriosos,
como un adulterio mental (Mt. 5:28). Desde su estado embrionario hasta llegar a la
edad adulta, por así decirlo, un pecado puede cambiar de nombre y su habilidad para
herir, pero no su naturaleza. Este es uno de los elementos a destacar. El otro, aquí, es
implícito: que existe algo así como un pecado monstruoso e impuro, y que es

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responsabilidad de los maestros y los gobernantes refrenarlo (como recalcará el resto


del capítulo y del libro); y que “toda inmundicia y todo resto de malicia”, para tomar
prestadas las palabras de Stg. 1:21, pueden llegar hasta tal punto que ya no tienen
remedio. En Oseas, este punto queda muy cercano, por lo que debe haber un juicio. Sin
embargo, el castigo aún puede producir un cambio en el corazón, una esperanza que es
evidente a lo largo del libro desde los primeros capítulos en que el matrimonio es
sanado, hasta la perspectiva final de una feliz reunión en el capítulo 14.
Mientras tanto, para nosotros, con nuestro interés moderno en la ecología y la
habilidad de hacer del mundo un desierto, la consiguiente imagen de un medio
ambiente contaminado del versículo 3 nos es demasiado familiar. Sin embargo, no
tenemos por qué entenderlo como si estuviera describiendo una escena
contemporánea de Oseas (como lo interpretan algunas versiones), pues los tiempos
utilizados indican, normalmente, un futuro. Se trata de un anticipo del juicio de Dios
sobre el pecado colectivo, que “cuando... es consumado, engendra la muerte” a mayor
escala de lo que se podría haber imaginado. A veces, la Biblia subraya la acción directa
de Dios en tales juicios, aunque otras veces enfatiza la reacción de Su mundo natural
frente a la forma antinatural con la que el hombre lo trata. Lo vemos de manera muy
gráfica en Levítico 18, donde un catálogo de aberraciones culmina en la advertencia “no
sea que la tierra os vomite por haberla contaminado, como vomitó a la nación que
estuvo antes de vosotros” (Lv. 18:28). Si este lenguaje deja a un lado muchos enlaces en
la cadena de causalidad, no es difícil aportar algunos una vez reconocemos la violencia,
la lujuria y la perversión como síntomas del estado mental que no se parará frente a
ninguna restricción y que sacrificará todo un futuro a los caprichos del momento. Oseas
nos habla, aquí, más a nosotros que a su propia generación, pues estamos muy cerca de
la fase terminal de esa infección.

Los más culpables


4:4 Pero que nadie contienda ni nadie reprenda;
porque tu pueblo es como los que contienden con el sacerdote.
5 Tropezarás de día,

y tropezará también el profeta contigo de noche,


y destruiré a tu madre.
6 Mi pueblo es destruido por falta de conocimiento.

Por cuanto tú has rechazado el conocimiento,


yo también te rechazaré para que no seas mi sacerdote;
como has olvidado la ley de tu Dios,
yo también me olvidaré de tus hijos.
Sea lo que sea lo que entendamos sobre el versículo 4 (que posiblemente no sea
algo tan simple como nos puede parecer en nuestras versiones,) el versículo 6 aleja
cualquier duda de que el objetivo principal de Dios es, en términos modernos, el clero.
Podemos usar este equivalente aproximado porque son los sacerdotes en su capacidad

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abandonada de profesores y no en la de ofrecer sacrificios, los que ahora son criticados.


Los profetas no son mejores, pero aquí no son el tema principal.
Lo que es incluso más sorprendente que la pobre actuación de estos hombres, es la
gloria de la tarea encomendada a ellos: ni más ni menos que ser los educadores
espirituales de la nación. A diferencia de la mayoría de religiones, en las que los
sacerdotes eran los guardianes principales de los misterios cúlticos mientras que la
acción del pueblo no pasaba de ser más o menos mecánica, la fe del Antiguo
Testamento suponía una revelación dirigida a toda mente y consciencia haciendo “sabio
al sencillo”. Ya en este capítulo, nos hemos encontrado con este tema y hemos
observado su profundidad (véase p. 68). Ahora, no sólo es profundo, sino también
crucial: una cuestión de vida o muerte. Así, un sacerdote espiritualmente ciego es un
peligro mortal tanto para él como para los demás, pues Oseas describe detalladamente
lo que Cristo un día resumiría, de manera inolvidable, en Su dicho sobre el ciego que
guía a otro ciego (Mt. 15:14). La metáfora sobre el tropiezo del versículo 5 nos lleva,
inexorablemente, a unos términos más duros: “destruido”, “rechazado” y “olvidado”,
palabras que abarcan el familiar mundo de estos incumplidores: su tierra natal, su
sacerdocio y su posteridad.
Aquí, encontramos ira junto a la lógica, pues el tropiezo no era un accidente. Todo
se dirige a un “tú” enfático y a una acción desde la voluntad, como expresa el texto
hebreo del versículo 6: “porque tú has rechazado el conocimiento...” y todo ello queda
contenido, a su vez, por el también enfático “yo también”, que concluye la frase en
hebreo.

A tal pueblo, tal sacerdote


4:7 Cuanto más se multiplicaron, más pecaron contra mí;
cambiaré, pues, su gloria en afrenta.
8 Del pecado de mi pueblo se alimentan,

y hacia su iniquidad dirigen sus deseos.


9 Como el pueblo, así será el sacerdote;

los castigaré por su proceder,


y les pagaré según sus obras.
10 Comerán, pero no se saciarán;

se prostituirán, pero no se multiplicarán,


porque han dejado de hacer caso al SEÑOR.
Aunque, a primera vista, pudiera parecer que el Señor habla a la nación, que está
creciendo tanto en pecado como en tamaño, el sujeto implícito “ellos” del versículo 8 se
refiere, claramente, a los sacerdotes, por lo que éstos son también el sujeto del
versículo 7. Es una imagen muy conocida: un grupo exclusivo y protegido fácilmente se
hará arrogante y, más tarde, cínico y desvergonzado. Además de todo esto, estaba el
tentador hecho de que las ofrendas por los pecados, que eran los mejores corderos o
niños, eran prerrequisitos sacerdotales: “El sacerdote que la ofrezca por el pecado la

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comerá” (Lv. 6:26).


Así que el ataque del versículo 8, “Del pecado de mi pueblo se alimentan”, podría
muy bien ser bastante literal. Para un grupo depravado de sacerdotes, cuanto más
pecado, mejor, pues habría más carne fresca. El hecho de que la ofrenda por los
pecados fuera “santísima” y “dada” a ellos (como Moisés recordó a Aarón en Lv. 10:17)
“para quitar la culpa de la congregación, para hacer expiación por ellos delante del
SEÑOR”, no significaba nada para ellos. Por otro lado, ya que en tiempos de decadencia
moral las consciencias se endurecen y los sacrificios son escasos, el significado podría
ser metafórico: simplemente, que los sacerdotes aman y se deleitan en la maldad
predominante.
Así aparece la predicción tan directa que es “Como sea el pueblo, así será el
sacerdote”, un dicho que, por sí solo, puede tildar a los sacerdotes de, por decirlo de
algún modo, camaleones, por el hecho de cambiar de color según el contexto social (un
fenómeno que aún se da hoy en día), o también se podría entender que se está
insinuando lo opuesto: que el pueblo está cayendo al nivel de los sacerdotes. Sin
embargo, lo que está diciendo sobre el juicio es una advertencia de que no habrá
exenciones. No habrá privilegios que protejan esta supuesta élite. Hay una profecía
sorprendentemente similar en Isaías 24:1–3 que habla del fin de los tiempos y que es
encabezada con el mismo dicho, “como al pueblo, así también al sacerdote” (seguido de
“como al esclavo, así a su amo” etc.), que demuestra que todos seremos iguales en el
día de Dios.
Los términos para el juicio venidero, como empieza a anunciar el versículo 10, son
realmente apropiados. La comida y el sexo han sido la obsesión de estos sacerdotes,
pero ambos les fallarán, pues uno nunca será suficiente y el otro jamás dará fruto (pues
el hecho de que las cosas materiales son precarias y las cosas meramente sensuales,
frustrantes, es un tema recurrente de la Biblia). Nuestro Dios capturó ambas
limitaciones en un solo aforismo: “Cualquiera que beba de esta agua volverá a tener
sed” (Jn. 4:13). Es evidente que “prostituirán” es una metáfora para el flirteo con otros
dioses, aunque es especialmente apropiado si tenemos en cuenta que parte de la
atracción que provocaban estos rivales era la fornicación ritual, como se nos recordará
en el v. 14b.
En lo que sigue, los pecados de la carne y del espíritu se entremezclan. “El temor de
Jehová es limpio”, pero incluso la más noble de las demás religiones y filosofías poco
puede hacer para limpiar los pensamientos del hombre y es posible que la religión
cananea sea la menos capaz de todas.

Una corrupción creciente


4:11 La prostitución, el vino y el mosto quitan el juicio.
12 Mi pueblo consulta a su ídolo de madera, y su vara les informa;

porque un espíritu de prostitución los ha descarriado,


y se han prostituido, apartándose de su Dios.
13 Ofrecen sacrificios sobre las cumbres de los montes

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y queman incienso sobre las colinas,


debajo de las encinas, los álamos y los terebintos,
porque su sombra es agradable.
Por tanto, vuestras hijas se prostituyen,
y vuestras nueras cometen adulterio.
14 No castigaré a vuestras hijas cuando se prostituyan

ni a vuestras nueras cuando cometan adulterio,


porque los hombres mismos se retiran con rameras
y ofrecen sacrificios con las rameras del culto pagano;
así se pierde el pueblo sin entendimiento.
En la Biblia hebrea, la primera palabra de este pasaje es “prostitución”, seguida por
“el vino y el mosto” al inicio del versículo 11, lo que marcará el tema del párrafo, es
decir, la falta de castidad, tanto literal como metafórica. La fuerza con la que empieza
este pasaje nos recuerda la de un proverbio, y Oseas cerrará el mensaje con otro al final
del versículo 14. Ambos dichos refuerzan la crítica contra los sacerdotes por haber
abandonado al pueblo a la merced de cualquier locura que se les antojara, tal y como
leímos en el versículo 6: “destruido porque le faltó conocimiento”.
El proverbio sobre la prostitución y el vino apunta al hecho de que beber de manera
desenfrenada enturbia la mente, y el sexo desaforado también lo hace, aunque de
forma más sutil. Esta observación es muy apropiada para una Israel amante del placer,
pero Oseas va más allá y resalta que la lascivia espiritual, es decir, abandonar a Dios por
otros ídolos, es igual de desconcertante. El hecho mismo de que un pueblo, una vez
iluminado por el Dios vivo, pueda volverse a trozos de madera en busca de dirección
(orar a un ídolo de madera y, en la adivinación, estudiar la forma en que un palo
lanzado al aire cae al suelo, cfr. Ez. 21:21), nos muestra la historia de unas mentes
espiritualmente confusas. Tales cosas eran para “los paganos en su ceguera”. “Esas
naciones”, había dicho Moisés a los cananeos, “escuchan a los que practican hechicería
y a los adivinos, pero a ti el SEÑOR tu Dios no te lo ha permitido. Un profeta de en
medio de ti, de tus hermanos, como yo, te levantará el SEÑOR tu Dios; a él oiréis” (Dt.
18:14–15). Y en cuanto a los ídolos, los paganos tendrían que haber sido más sensatos y
no adorarlos, pero sus mentes estaban ciegas y encadenadas (Is. 44:18–20).
Por más excusas que tuvieran esas otras naciones, Israel no tenía ninguna. Su
encaprichamiento había sido a propósito, una rendición a “un espíritu de prostitución”
que provocaba el mismo entusiasmo que una huida o una orgía. Según creían, ¡esto es
lo que era la libertad! En vez de altas exigencias para la mente y la voluntad, estaban los
mitos y la magia del dios del maíz. En vez de la lejanía del templo, tan injustamente
situado en la capital rival, Jerusalén, estaba la atracción de los santuarios situados en las
cumbres de las colinas para la superstición y el orgullo local, y los santuarios en los
árboles “porque” (como observa Dios con cierto desdén) ¡“su sombra es agradable”! La
esposa de Oseas había experimentado la tentación de tales trivialidades en su huida de
casa y de su marido.
Pero las palabras acerca del adulterio y la prostitución no sólo son metafóricas. La

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sociedad, como la nuestra, se había vuelto loca por el sexo, con adolescentes
promiscuos y matrimonios ya rotos desde el principio. La reacción de Oseas frente a
esto es totalmente inesperada, pues, en vez de castigar a las jóvenes prostitutas
(“vuestras hijas”) y a las novias errantes, pregunta quién les ha dado este ejemplo. La
respuesta es los hombres, los mismos padres y maridos que se sintieron traicionados.
El versículo 14 es un hito en la historia moral, pues se niega a tratar los pecados
sexuales de los hombres con más indulgencia que los de las mujeres. Ese doble criterio
había sido brutalmente dado por hecho, hacía tiempo, por el cuarto hijo de Jacob, Judá,
que no encontraba nada de malo en visitar a una prostituta, pero que en cambio, se
enfadó ante la aparente falta de castidad de su nuera, diciendo “Sacadla y que sea
quemada” (Gn. 38:24).
En realidad, todo el párrafo insiste en juntar lo que podríamos desear mantener
separado. En primer lugar, se menciona la religión sin entendimiento y llena de excesos,
que es vista como la culpable de crear un adulterio espiritual (“se han prostituido,
apartándose de su Dios”), la causa directa de la crisis moral (obsérvese el “Por tanto”
del v. 13c), la que ha sacado a la luz que los hombres son tan culpables como las
mujeres, y que, al mismo tiempo, borra la diferencia reconocida entre ir con prostitutas
de la calle e ir con prostitutas sagradas. Este último punto esclarece, de manera
escabrosa, lo que era la religión cananea, que debía gran parte de su atractivo a la
creencia de que la cosecha de uno podía volverse mágicamente fértil mediante un
sacrificio y un acto sexual en el santuario. El hecho de que nuestros términos “rameras
de culto pagano” o “rameras del templo” u otros parecidos sean la traducción de una
única palabra que significaba literalmente “mujeres santas”, demuestra el abismo
infranqueable entre los valores de ambas religiones. La santidad bíblica y la pagana
pertenecen a mundos diferentes.
Podría añadirse que el paganismo moderno, que encuentra su profundidad en los
“dioses oscuros” y una mayor sublimidad en una gran pasión que en un solo amor
inquebrantable, es una parodia tan fatídica de la verdad como lo fue el baalismo en su
tiempo. Sin embargo, hoy en día el concepto controvertido es el amor, y no la santidad,
pues esta no es tratada en la religión pagana.
El versículo 14c concluye este pasaje mediante una expresión lacónica (sólo cuatro
palabras en el texto hebreo) y devastadora, que podría emparejarse perfectamente con
el versículo que inició el párrafo:
(11) La prostitución, el vino y el mosto quitan el juicio,
(14c) así se pierde el pueblo sin entendimiento.
Ninguna iniciativa política ni ninguna ingeniería social podría salvar a un pueblo en
tal estado de apostasía sin entendimiento. Nada, excepto el arrepentimiento.

¡Guarda las distancias!


4:15 Aunque tú, Israel, te prostituyas,
que no se haga culpable Judá;
tampoco vayáis a Gilgal,
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ni subáis a Bet-avén,
ni juréis:
¡Vive el SEÑOR!
16 Puesto que Israel es terco

como novilla indómita,


¿los pastoreará ahora el SEÑOR
como a un cordero en campo espacioso?
17 Efraín se ha unido a los ídolos;

déjalo.
18 Acabada su bebida,

se entregaron a la prostitución;
sus príncipes aman mucho la ignominia.
19 El viento los envuelve en sus alas,

y se avergonzarán de sus sacrificios.


La pista para entender este súbito grito de advertencia a la vecina Judá es la ironía,
y una ironía amarga. Sería poco imaginativo preguntarnos cómo es que hay tal cambio
de oyentes, o bien si se trata de Israel o de Judá a quien se está advirtiendo de que se
mantenga alejado de los lugares y las prácticas del versículo 15. Como apunta Mays,
“Preguntarnos si los habitantes de Judá desearon visitar Gilgal y Betel, no viene al caso.
Se supone que la exhortación a Judá de no visitar los santuarios favoritos de Israel es
para aquellos que adoraban en ellos.” Para los israelitas, esto era lo más exasperante y
alarmante que podían escuchar, y mucho más eficaz que una embestida directa.
Oseas está, siguiendo aquí el ejemplo del libro de Amós. Amós, a quien le encantan
las sorpresas, había invitado irónicamente a sus lectores a ambos santuarios famosos
para ahondar en... ¡su culpa!: “Entrad en Betel y pecad” (Am. 4:4). ¡Únete a nuestro
peregrinaje y saca una mala nota! La variación de Oseas sobre este tema profundiza en
dos aspectos. En primer lugar, hace una comparación hiriente al presentar Israel como
una compañera inapropiada para su hermana pequeña e inventa un apodo para el
santuario real: ya no se llamará Betel o “casa de Dios”, sino Bet-avén, “casa del mal”,
pues un sitio así ni puede ser de Dios ni Su nombre puede ser divulgado por aquellos
que piensan en Él como Baal. No es posible seguir el tercer mandamiento, de no decir
Su nombre en vano, si, despreocupadamente, se desobedecen los dos primeros.
Si queremos un equivalente moderno, podríamos encontrarlo en el pluralismo
religioso expresado en la neutralidad estudiada en ciertos cursos sobre las religiones del
mundo, o en cualquier reunión donde se juntan varias religiones. “Venid a St. X y
blasfemad”, diría un Amós actual, mientras que Oseas nos diría: “¡No cerréis las
puertas! Debéis escoger entre eso y Dios”.
Lo que sigue en el resto de este corto pasaje nos recuerda el lamento del Señor:
“¡Cuántas veces... y no quisiste! (Mt. 23:37). La pregunta del versículo 16b nos
confronta con las realidades obstinadas de la situación, y aún habrá otras preguntas
perspicaces más adelante, especialmente en 6:4 y el soliloquio atormentado de Dios del
capítulo 11. De momento, ante tal obstinación, nada conseguirá obtener una respuesta

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correcta. El pródigo debe ser dejado con sus compañeros más cercanos (como podemos
ver en la fuerza de la palabra “unidos” del v. 17), y con sus rebeldes y sus
consecuencias. El arrepentimiento no será posible hasta entonces (y aquí se trata de la
última línea del capítulo).

El futuro se oscurece
Oseas 5:1–14

A partir de ahora y durante varios capítulos, la imagen se irá desarrollando de forma


fragmentada, arrojando luz a la historia desde diferentes ángulos. Esta desarticulación
en el estilo encaja con la situación caótica que describe. En varios momentos a lo largo
de este capítulo, encontraremos algunos signos tardíos de alarma nacional, pero la
acción a la que llevará es otro tema. En el capítulo 6, la pregunta con la que nos
enfrentaremos será hasta qué punto llega este cambio de ánimo. Mientras tanto, Dios
continúa revelándose a Su pueblo y hablando de lo que debe ocurrir mediante una
lluvia de fuertes y vívidas metáforas.

Una nación a evitar


5:1 Oíd esto, sacerdotes,
y estad atentos, casa de Israel,
y casa del rey, escuchad,
porque para vosotros es el juicio;
pues lazo habéis sido en Mizpa,
y red tendida sobre el Tabor.
2 Y los rebeldes se han ahondado en la perversión;
pero yo los castigaré a todos ellos.
Aunque, hasta este momento, el ataque ha ido dirigido a los sacerdotes (4:4 y ss.),
ahora les toca a aquellos que voluntariamente se han dejado liderar por ellos, mientras
que la realeza será reprendida en el capítulo 7:1–7. Sin embargo, por el momento, los
tres estamentos del reino son criticados por igual.
Dios los ve como una amenaza, aunque, de hecho, ¡son llamados a ser una
bendición para el mundo! La etiqueta que anteriormente había calificado a los
cananeos y, proverbialmente, también a las prostitutas, comparándolos a cepos, ahora
es asignada al Pueblo Escogido. Los nombres de lugares del versículo 1 eran famosos en
su historia: Mizpa estaba posiblemente asociado con Jacob, Jefté, Samuel y Saúl (pues
había varios lugares con este nombre, que significa “torre de observación”), y Tabor,

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con la gran victoria de Débora y Barac. Ahora, eran nombres infames, por lo que estar
involucrado con lo que allí se llevaba a cabo era ir de cabeza hacia una trampa, como
una bestia o pájaro desafortunado.
Los oyentes de Oseas no necesitarían ninguna explicación de por qué estaba
atacando estos lugares e incluso nosotros, sin saber tanto como ellos, tenemos la pista
que necesitábamos en 4:13. Si muchas de las colinas comunes y corrientes tenían en su
cima santuarios de Baal, alejando a docenas de seguidores de la fe verdadera, los
santuarios en cumbres tan famosas como Mizpa y el monte Tabor seducirían a
centenares.
Un profeta moderno escandalizaría incluso al más fiel si empezara a nombrar a los
equivalentes de los apóstatas Mizpa y Tabor. De entre todas las facultades de teología,
¿por dónde empezaría? ¿Cuál de ellas no supone una amenaza a la fe de sus iniciados?
¿Y de entre las facultades y seminarios vocacionales, sociedades, movimientos e
iglesias? Como observará el lector, este autor no tiene el coraje de Oseas, pero, para ir
al grano, ¡también carece de su infalibilidad! La mejor manera de aplicar las palabras
del profeta es mediante el autoanálisis, que sin duda debería hacerse.

No hay atajos para llegar a casa


5:3 Yo conozco a Efraín, e Israel no se me oculta;
porque ahora te has prostituido, Efraín,
se ha contaminado Israel.
4 No les permiten sus obras

volver a su Dios,
porque hay un espíritu de prostitución dentro de ellos,
y no conocen al SEÑOR.
5 Además, el orgullo de Israel testifica contra él,

e Israel y Efraín tropiezan en su iniquidad;


también Judá ha tropezado con ellos.
6 Irán con sus rebaños y sus ganados

en busca del SEÑOR, pero no le encontrarán;


se ha retirado de ellos.
7 Han obrado perversamente contra el SEÑOR,

porque han engendrado hijos ilegítimos.


Ahora los devorará la luna nueva junto con sus heredades.
La versión inglesa NEB presenta un tono más afectuoso al traducir las primeras
palabras de la siguiente manera:
“He cuidado de Efraín
Y no he desatendido a Israel;
Pero ahora...”
Y aunque es posible que esta interpretación lleve la afirmación “conozco a Efraín”
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demasiado lejos, correctamente llama la atención sobre la indiferencia de Efraín (4b,


“no conocen/ reconoce, DHH”) y apunta al hecho de que el conocimiento de Dios jamás
es frío o superficial. Para Oseas, más que para cualquier otro profeta, esto era algo
crucial, y en el resto del Antiguo Testamento encontramos que, aunque la fuerte
insistencia por el conocimiento de Dios puede llegar a ser dolorosa al principio, es vista
como algo positivo, pues nos muestra que, a pesar de que Dios conoce lo peor de
nosotros, no nos abandona, como proclama Isaías 57:18: “He visto sus caminos, pero lo
sanaré”.
Sin embargo, no se da a entender que esta reconciliación sea fácil o que el
arrepentimiento consista en un simple gesto de disculpa. El libro es, por un lado, un
estudio de lo que realmente significa volverse a Dios, por lo que, en este pasaje, la
nación se confronta con dos hechos aún no tomados en cuenta: el control absoluto de
sus propias costumbres y el que Dios se esconde de los que no le adoran con sinceridad.
El primero de ellos es rápidamente demostrado, punto por punto, en los versículos
4 y 5. La afirmación “No les permiten sus obras volver” tiene, muy probablemente, un
doble significado: no sólo que el pecador es prisionero de sus propias costumbres, sino
también que sus acciones, en las cuales persiste, contradicen sus piadosas palabras. La
segunda mitad del versículo va más allá de las costumbres del espíritu caprichoso y de
la volubilidad misma hasta llegar a la carencia fundamental: “no conocen al SEÑOR”.
Este es el hiato en el corazón de toda religión nominal, aunque el versículo 5 apunta a
otro obstáculo que dificulta una relación. El pecado no sólo enajena, sino que inunda a
la persona con un sentimiento de culpa; y es obvio que la culpa está presente en toda la
nación, no a causa de las apariencias vergonzosas que normalmente la delata, sino por
el mismo descaro que la negaría.
Por eso, deben aprender que Dios no es el prisionero de Sus sacramentos. El
versículo 6 nos los presenta pasando por todos los procedimientos religiosos
necesarios, que no escatiman ningún gasto para conseguir un acceso a Dios. Pero no
hay nadie en casa. Es un espectáculo que encontramos en todos los profetas de esa
época, pues eran tiempos religiosos y si existía algo más odioso para Dios que la mera
iniquidad, era lo que Isaías 1:13 llama “iniquidad y asamblea solemne”, es decir, el
pecado eclesiástico, agravado, en este caso, por los rituales de fertilidad que producía
un cultivo de bastardos (“hijos ilegítimos”) en ambos sentidos de la palabra, literal y
espiritual.
Es posible que todo ello explique la mención críptica de la desastrosa “luna nueva”
del versículo 7, pues (como Isaías continúa diciendo) “Vuestras lunas nuevas y vuestras
fiestas señaladas las aborrece mi alma”. Las mismas fiestas en las que se confiaba que
aplacarían a Dios serían su mayor provocación.
Y aun así, su ira no se origina en el odio, sino en el amor. Su incansable persistencia
tiene el propósito de traerlos a casa, como queda demostrado pasaje tras pasaje.

Un gran problema
5:8 Tocad la bocina en Guibeá,
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la trompeta en Ramá.
Sonad alarma en Bet-avén:
¡Alerta, Benjamín!
9 Efraín será una desolación en el día de la reprensión;

en las tribus de Israel yo hago saber lo que es cierto.


10 Los príncipes de Judá son como los que mueven los linderos;

sobre ellos derramaré como agua mi furor.


11 Efraín está oprimido, quebrantado en juicio,

porque insistía en seguir mandato de hombre.


12 Yo, pues, soy como polilla para Efraín,

y como carcoma para la casa de Judá.


13 Cuando Efraín vio su enfermedad

y Judá su herida,
Efraín fue a Asiria
y envió mensaje al rey Jareb;
pero él no os podrá sanar,
ni curar vuestra herida.
14 Porque yo seré como león para Efraín,

y como leoncillo para la casa de Judá.


Yo, yo mismo, desgarraré y me iré,
arrebataré y no habrá quien libre.
La primera parte del capítulo nos sorprendió con su doble rechazo hacia Israel. Dios
se estaba retirando (como leemos en el versículo 6) y el juicio era inminente (7). Ahora,
retomamos la segunda de estas amenazas, dejando la del abandono para más adelante,
donde introducirá uno de los capítulos más destacados del libro.
De momento, pues, el tema es el desastre nacional, y no se trataba de una amenaza
vacua: el reino del norte (llamado tanto “Israel” como “Efraín” en estos capítulos) fue
aniquilado en el año 722 a.C., y el reino del sur, Judá y Benjamín, se rindió en el año 701
a.C., sobreviviendo sólo por los pelos, hasta que se colapsó poco más de un siglo
después.
Los topónimos con los que empieza el oráculo (8) se extienden a lo largo de la
frontera entre los dos reinos, una advertencia de que el invasor llegaría hasta el
extremo más al sur de Israel y para alarmar a Guibeá y Ramá, ubicaciones benjamitas
justo al otro lado de la frontera, e incluso a la condenada Bet-avén (véase 4:15), dentro
de ella.
Ya pueden temblar. Si Israel era un antro de vicio, Judá lo era de ladrones, pues su
costumbre de acaparar tierras, mencionada en el versículo 10, fue presenciada por
Miqueas e Isaías:
“Codician campos y se apoderan de ellos,
casas, y las toman.
Roban al dueño y a su casa,

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al hombre y a su heredad”. (Mi. 2:2)


“¡Ay de los que juntáis casa con casa,
y añadís campo a campo
hasta que no queda sitio alguno,
para habitar vosotros solos en medio de la tierra!” (Is. 5:8)
Los iniciales avisos de alarma presagian la guerra, pero es tan evidente que el
invasor humano es meramente una herramienta de juicio, que aquí no se le menciona.
La ira de Dios y su acción lo son todo, y los diferentes roles en los que aparece ahora
son sorprendentes e instructivos. Cuando se compara a sí mismo con un león (14) lo
hace como depredador realista, peligroso y de total determinación. Sin embargo, el
versículo 12 nos presenta a Dios en acción de una forma bastante novedosa, “como
polilla... y como carcoma” (¿o caries?), pues el proceso silencioso de la decadencia es
tan Suyo como el desfile de los ejércitos. Ambas podían ser perfectamente descritas
mediante términos naturales cuando una nación se ablanda, pero ambas son también
azotes potenciales de Dios, tan apropiados como letales. De las dos amenazas a una
nación, como son la agresión y la corrupción, la segunda es la más siniestra y, en estos
capítulos, hay señales de ella por todas partes. La agresión, a pesar de sus cosas malas,
puede unir y purgar, pero la corrupción sólo divide y desmoraliza.
Pero cuando la nación se da cuenta finalmente de la nefasta situación en la que se
encuentra, según este capítulo, su reacción es, como de costumbre, superficial. Para
salvar el pellejo (¡aunque no el alma!), se va directamente a Asiria, sin preguntarse qué
tipo de mecenas le va a recibir y menos qué tipo de remedio necesita.
Lo que hace que el trato sea incluso menos prometedor es la probabilidad de que
Oseas esté hablando del pago desesperado que el rey de Israel, Menahem, reúne para
Asiria, no sólo para que le ayudara a deshacerse de una invasión que ya había
comenzado, sino también para ganar un apoyo externo para su precario reinado, pues
se trataba de un usurpador que había llegado al trono mediante una vil carnicería (su
historia, en la que se incluye la matanza de las mujeres embarazadas de toda una
ciudad, es relatada en 2 Reyes 15:16–22).
Nosotros, que sabemos el resultado final, podemos encontrar una fuerte ironía en
este golpe diplomático. El régimen de Menahem tenía un buen apoyo, pero en menos
de veinte años Asiria demostró ser la nación que acabaría con Israel.
Como si hubiera tenido una premonición sobre lo que iba a ocurrir, Israel empezó a
ir de una gran potencia a otra, poniendo, así, Egipto en contra de Asiria y viceversa, tal y
como mostrarán los últimos capítulos. Sin embargo, al principio hay un destello de luz
que ya introduce el último versículo del capítulo que nos ocupa.

Perseveremos para conocer al Señor


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Oseas 5:15–7:2

Aquí llegamos a uno de los puntos álgidos en el desarrollo de la profecía, desde el


cual podemos entrever la atractiva y distante cúspide que es el último capítulo. A pesar
de que rápidamente descendemos hacia un valle oscuro, ya hemos tenido una
inolvidable, aunque fugaz, visión de aquello que merece la pena conseguir a cualquier
precio.

La reunión ansiada por Dios


5:15 Me iré y volveré a mi lugar
hasta que reconozcan su culpa y busquen mi rostro;
en su angustia me buscarán con diligencia.
6:1 Venid, volvamos al SEÑOR.
Pues Él nos ha desgarrado, y nos sanará;
nos ha herido, y nos vendará.
2 Nos dará vida después de dos días,

al tercer día nos levantará


y viviremos delante de Él.
3 Conozcamos, pues, esforcémonos por conocer al SEÑOR.

Su salida es tan cierta como la aurora,


y Él vendrá a nosotros como la lluvia,
como la lluvia de primavera que riega la tierra.
4 ¿Qué haré contigo, Efraín?

¿Qué haré contigo, Judá?


Porque vuestra lealtad es como nube matinal,
y como el rocío, que temprano desaparece.
5 Por tanto los he despedazado por medio de los profetas,

los he matado con las palabras de mi boca;


los juicios sobre ti son como la luz que sale.
6 Porque más me deleito en la lealtad que en el sacrificio,

y más en el conocimiento de Dios que en los holocaustos.


Antes nos hemos encontrado con una advertencia (5:6) de que, un día, Israel
buscaría al Señor pero no lo encontraría:
“...no le encontrarán;
se ha retirado de ellos.”
Observemos ambas caras de este asunto. En primer lugar, la retirada. Desde un
punto de vista, esto es lo único que la caprichosa esposa se merece, pues es
inconstante e irresponsable con su verdadero compañero, como ya ha indicado Dios.

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Sin embargo, el arrebato del capítulo 2, que amenaza con hambruna y deshonra como
su castigo verdadero (2:13, donde se resume una lista de experiencias muy duras), se
funde en un lenguaje de atracción y cortejo:
“Por tanto, he aquí, la seduciré,
la llevaré al desierto,
y le hablaré al corazón.” (2:14)
A lo largo del libro, este es el resultado anhelado de Sus juicios. Sin tener en cuenta
todo lo demás, son, sobre todo, como la breve frialdad que demuestra un amante para
suscitar de nuevo el amor. Pero, ¿cómo deberíamos interpretar la respuesta de Israel?
Como describe (5:15) y cita (6:1–3) Dios, se trata de un modelo de arrepentimiento,
ruego y confianza. Aun así, parece que Dios lo recibe con gran recelo en los versículos 4
y ss.
Existen al menos dos formas de entender el asunto. La primera es que Dios está
describiendo en los versículos 5:15–6:3 la profunda conversión para la que está
trabajando y que, finalmente, provocará (ese cambio total del corazón que irradiará el
último capítulo del libro). Sin embargo, más tarde, en los versículos 4 y ss., vuelve al
triste espectáculo del Israel de ese momento, incapaz de una respuesta semejante.
Sobre este punto de vista (o sobre la interpretación de los versículos 1–3 como la
súplica del mismo Oseas a Israel; véase, p. 90) no se puede encontrar falta alguna en el
sentimiento de estos versículos, pues en sí mismos son la perfecta expresión de la
humildad, la fe y el empeño. El problema es que Israel, en este momento, no está en
condiciones de hablar, o incluso pensar, en esa dirección. Para ella, la religión no trata
de conocer a Dios, y aún menos esforzarse por conocerlo (3), sino que simplemente es
usada para apaciguarlo mediante sacrificios, como queda implícito en el versículo 6.
Una opinión más común es que las delicadas palabras de los versículos 1–3 son las
de Israel, aunque también son simplistas y presuntuosas, como si dijeran junto a
Catalina II la Grande, “Le bon Dieu pardonnera; c’est son métier” (“El buen Dios
perdonará; este es su trabajo”), delatando el estado desesperado de la nación (“Nos
dará vida después de dos días”) y las grandes exigencias para esforzarse en conocer al
Señor. En contra de este argumento, se podría apuntar al hecho de que este discurso es
introducido en 5:15 como resultado de una profunda angustia, y que la palabra que
sigue a “buscarán” en ese versículo denota urgencia (“con diligencia”). Sin embargo, un
pasaje parecido en los Salmos revela hasta qué punto puede ser falsa tal diligencia:
“Cuando los hería de muerte, entonces le buscaban,
y se volvían y buscaban con diligencia a Dios;
... Mas con su boca le engañaban,
y con su lengua le mentían.
Pues su corazón no era leal para con Él,
ni eran fieles a su pacto.”
(Sal. 78:34, 36–37)

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Así pues, ambas interpretaciones son posibles. En cualquier caso, vemos que Israel
desconoce el amor fiel que Dios está buscando. Sin embargo, mi opinión es que la
primera interpretación es la que demuestra convicción, aunque sea sólo porque la
protesta divina del versículo 6 no mantiene ningún contacto (¡a no ser a modo de
acuerdo!) con nada de lo que aparece en los versículos 1–3. También nos permite leer
estos versículos como el ejemplo elocuente y elaborado de un serio acercamiento a
Dios. Estos han sido recuperados para nosotros no sólo como palabras para ser
estudiadas, sino también para ser usadas.
En algunas versiones (como la inglesa RSV), vemos que al final del versículo 5:15 se
ha añadido la palabra “diciendo” que, aunque no aparece en el texto hebreo, es
tomada de la Septuaginta. Sin esta palabra, somos libres para interpretar los versículos
de 6:1–3 tanto como las palabras esperadas de Israel o las del mismo Oseas a sus
compatriotas: un llamamiento inspirado para el cual, desgraciadamente, Israel aún no
está listo (tal y como dejan claro los versículos 4 y ss.) aunque un día sí lo estará (como
prevé el capítulo 14).
Existen más puntos dignos de mención en este gran pasaje (o así lo considero yo),
por encima y por debajo de los que aparecen tan suntuosamente en la superficie. Uno
de ellos es la palabra “volver”, que desempeña un papel muy importante a lo largo del
libro, naturalmente enlazado al tema de Dios reclamando a Su novia, interpretado en
primer lugar y en pequeña escala en el hogar de Oseas. Debido a que no sólo significa
“volver”, sino más básicamente “darse la vuelta”, puede ser la imagen misma de la
deserción y distanciamiento, cuando una parte le da la espalda a la otra, o de forma
más distendida, la imagen de renunciar a ese camino y dar la vuelta para reunirse de
nuevo. Así, en el mejor de los sentidos, abarca el arrepentimiento y la conversión,
coronadas con la reconciliación. La palabra es tan fuerte como simple.
Entre otros puntos que aparecen en los versículos 1–3, podemos observar que “Él
nos ha desgarrado” (1) recupera la violenta palabra de 5:4 (“despedazaré”, DHH; “haré
pedazos”, NVI) y que, más allá del trauma de la invasión, no sólo ve el salvajismo del
hombre, sino también el juicio y la disciplina de Dios. El modelo clásico de esta actitud
constructiva frente a la calamidad, tanto si es merecida como si no, aparece en las
palabras de José: “Vosotros pensasteis hacerme mal, pero Dios lo tornó en bien” (Gn.
50:20).
Debemos observar, una vez más, hasta qué punto es radical el remedio buscado. La
sanidad y las vendas (1) es sólo una forma de expresarlo, pero dar vida a alguien (2)
hace más patente la situación apremiante del hombre y el poder de Dios. Es cierto que
las palabras “dar vida” y “vivir” no tienen por qué ser más importantes que “sanar” y
“recuperarse”, pero sí pueden expresar más correctamente el hecho de cubrir una
necesidad tan desesperada como la que se encontró Ezequiel ante la visión de su
pueblo como un montón de huesos secos, o Pablo en su diagnosis de los seres humanos
como “muertos en vuestros delitos y pecados” (Ez. 37:1–14; Ef. 2:1). Únicamente la
resurrección es capaz de describir tal necesidad y tal salvación y, aunque para los
oyentes de Oseas la mención al “tercer día” no significaría más que “muy pronto”, es

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probable que las palabras del profeta fueran más significativas de lo que él imaginaba,
pues sólo mediante la resurrección de Cristo Su pueblo es realmente levantado, como
nos enseñan tanto Pablo como Pedro.75 Y cuando Pablo se da cuenta de que,
aparentemente, no sólo la resurrección sino también el “tercer día” son “conforme a las
Escrituras” (1 Co. 15:4), es, al menos, posible (aunque no podría asegurarse) que tuviera
en mente este pasaje, como también la “señal de Jonás”.
Entonces, el llamado Conozcamos, pues, esforcémonos por conocer al SEÑOR (3),
eleva, contundentemente, la súplica más allá de la mera supervivencia nacional, al
plano de una relación creciente con Dios. Esto anticipa, no sólo el clímax al que se llega
en el gran versículo 6, “el conocimiento de Dios”, sino también la definición de Dios
mismo de lo que será la vida eterna, como “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a
ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Jn. 17:3). Después de
todo, se trata de un matrimonio que le preocupa a Dios. Así pues, la perseverancia a la
que nos invita el versículo 1 está más que correspondida por parte de Dios con el uso de
bellas metáforas del infalible amanecer y las lluvias transformadoras.
Después de todo ello, el anticlímax del versículo 4 es devastador, de la misma forma
en que nos podemos sentir hundidos debido a nuestros propios actos:
“Pues me olvido tan pronto;
el temprano rocío de la mañana
ya ha desaparecido al mediodía.”
Aunque no hay duda de que el hecho es, sin duda, desgarrador, no está presentado
ni a partir de una preocupación ineficaz ni de una explosión airada. La ferocidad del
versículo 5, con todo su destrozo y matanza, no es resultado de una furia ciega, sino
que procede de la claridad de la luz, la pureza de la justicia y el carácter constructivo del
amor, ya que el versículo 6 revela el final cercano. Debemos observar, además, el
llamamiento implícito a la razón y la consciencia, pues tanto el despedazamiento como
la matanza fue, en primer lugar, “por medio de los profetas”. Dios no envía su juicio sin
antes advertir u ofrecer la oportunidad para el arrepentimiento.
El versículo 6 era un dicho altamente valorado por nuestro Señor: véase Mateo
9:13; 12:7. De la misma manera que los dos grandes mandamientos que escogió para
que fueran los principios fundamentales de la ley, señala la relación de apoyo con
nuestros compañeros y la relación filial con Dios, que están en el corazón de la
verdadera religión. Este es un tema compartido por todos los grandes contemporáneos
de Oseas, que, además, les lleva a pronunciar algunos de los más poderosos discursos:
p. ej., Isaías 1:12–17; Amós 5:21–24; Miqueas 6:6–8.

El desprecio a los avances de Dios


6:7 Pero ellos, como Adán, han transgredido el pacto;
allí me han traicionado.
8 Galaad es ciudad de malhechores,

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con huellas de sangre.


9 Como bandidos al acecho de un hombre,
es la banda de sacerdotes que asesina en el camino a Siquem;
ciertamente han cometido iniquidad.
10 En la casa de Israel he visto una cosa horrible:

allí está la prostitución de Efraín, se ha contaminado Israel.


11 Para ti también, oh Judá, hay preparada una cosecha,

cuando yo restaure el bienestar de mi pueblo.


7:1 Cuando yo quería curar a Israel,
se descubrió la iniquidad de Efraín
y las maldades de Samaria,
porque practican el engaño;
el ladrón entra,
los bandidos despojan por fuera,
2 y ellos no consideran en su corazón

que yo recuerdo toda su maldad.


Ahora les rodean sus hechos,
ante mi rostro están.
Debido a que Oseas resalta continuamente el matrimonio roto de Israel y el amor
tenaz de Dios, esta profecía está siempre bien “arraigada” y expone claramente el
prosaico coste social de las aventuras maritales de Israel. Aquí, más que nunca, lo
trágico y lo vil se entrelazan. Desde el punto de vista espiritual, existe la tragedia de sus
promesas matrimoniales abandonadas (6:7) y de su “prostitución” (10) al juntarse con
cualquier cliente que aparezca (sea tanto una deidad pagana como una novedad
cúltica). Desde el punto de vista social y moral, vemos la miseria de una sociedad sin
ley, no solamente con ladrones y bandidos sembrando el terror (7:1), sino también con
los sacerdotes mismos convirtiendo la religión en un tejemaneje frío y violento (Jesús se
encontraría con lo mismo. ¡Quizás la Iglesia de hoy debería estar agradecida de no tener
el poder que ofrece tal tentación!).
Los nombres de lugares que aparecen en este pasaje habrían suscitado claramente
recuerdos embarazosos para los oyentes de Oseas, aunque para nosotros hayan
perdido esas connotaciones. Sin embargo, esto no importa, ya que, de hecho, lo que se
enfatiza es la preocupación de aquel, compartida también por Dios, por lo regional y lo
pertinente, así como por la historia en un sentido más amplio. Como ha observado
notablemente J. L. Mays, “6:7–10 es un tipo de guía turística en miniatura de la
geografía del pecado de Israel; al ir de un lado a otro, enumera los famosos crímenes de
las diferentes localidades a modo de acusación contra toda la nación”.
En la mayoría de las versiones inglesas modernas (no así en las versiones españolas),
Adán es tratado como el nombre de uno de esos lugares, y la expresión “como Adán”
(6:7) es entendida como un error, pues debería leerse, según ellas, “En Adán...”. No
existe base textual para este cambio, que parece robar al versículo de una poderosa
comparación (como también sucede, sin mucha base que lo apoye, en algunas

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versiones, p. ej., NVI y RVR 1995, en Job 31:33), pero debemos admitir que la siguiente
línea, “allí me han traicionado”, es difícil de explicar si aún no se ha mencionado ningún
lugar.
El último versículo de este apartado, 7:2, es el más alarmante de todos y presenta
un aire muy moderno. El rechazo insípido del pueblo de cualquier cuestión relacionada
con el juicio divino ha hecho que el arrepentimiento sea virtualmente impensable. Esto
me lleva a recordar el tono desdeñoso con el que un presentador destacado informó
(en el momento de escribir estas líneas) sobre los planes de una iglesia de dedicar un
día a la oración para el arrepentimiento nacional durante un tiempo de excepcional
amargura industrial. Para él y, supuestamente, para la mayor parte de sus oyentes, Dios
era alguien que carecía de importancia y del que podían reírse. En cambio, para Dios, un
pueblo y sus pecados son de suma importancia. Para parafrasear este versículo,
podríamos decir que la culpa no disminuye con el tiempo, sino que envuelve a la
persona y mira fijamente a la cara de Dios.

La decadencia
Oseas 7:3–16

Aquí se encuentran, aglomeradas, algunas de las comparaciones más geniales de


Oseas, conforme va exponiendo la corrupción del palacio, de la nación, de los
diplomáticos e, incluso, de las oraciones formuladas por el pueblo. Sin embargo, no está
anotando cada error, pues Dios se preocupa como un padre por su hijo que se niega a
ser ayudado. Esta relación reveladora, mencionada de paso en el versículo 15, será
retomada y explorada con sensibilidad en el capítulo 11.

Corrupción en la corte
7:3 Con su maldad alegran al rey,
y con sus mentiras a los príncipes.
4 Todos ellos son adúlteros;

son como horno encendido por el hornero,


que deja de atizar el fuego
desde que prepara la masa hasta que fermenta.
5 En la fiesta de nuestro rey, los príncipes se enfermaron por el calor del vino;

él extendió la mano a los escarnecedores,


6 pues sus corazones son como un horno

mientras se acercan a su emboscada;


toda la noche duerme su ira,
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por la mañana arde como llamas de fuego.


7 Todos ellos están calientes como un horno,
y devoran a sus gobernantes;
todos sus reyes han caído.
No hay entre ellos quien me invoque.
Esta escabrosa escena es la culminación del apartado anterior, que nos llevó de las
ciudades importantes a la capital, Samaria. Ahora, nos adentramos en el palacio y nos
encontramos al rey y sus cortesanos no sólo sin hacer nada para detener el mal, sino
que disfrutan de él, son seducidos por él, se deleitan en los tejemanejes y artimañas
reinantes (3) y se dejan llevar por sus deseos. La imagen del horno que no necesita ser
atizado una vez se ha iniciado la fermentación nos cuenta su propia historia de la pasión
que se propaga a sí misma, aunque Oseas aportará un giro inesperado a esta
comparación antes de acabar.
El aniversario real (5) debería haber tenido un sello de grandeza, acercándose a la
visión del Salmo 72:
“Oh Dios, da tus juicios al rey,
y tu justicia al hijo del rey.
Descienda él como la lluvia sobre la hierba cortada,
como aguaceros que riegan la tierra.
Florezca la justicia en sus días,
y abundancia de paz hasta que no haya luna.”
(Sal. 72:1, 6–7)
En cambio, fue una orgía. Con unas pocas frases mordaces, Oseas nos presenta la
escena, con sus príncipes por el suelo, enrojecidos y procaces; una escena que
observamos a menudo, en la que fanfarrones (desde Ben-adad, “bebiendo hasta
emborracharse” antes de una batalla, hasta el desafortunado Belsasar, bebiendo vino
con los vasos del templo y alabando a sus dioses), y escapistas como estos “hombres
indignos y temerarios” intentan distinguirse con la ayuda de lo que beben. Por este
tiempo, Amós se encontraba ante una realidad parecida, aunque llevada con más
elegancia, entre los aficionados de Israel y Judá. Sin embargo, Isaías describe una
escena aún más repugnante de la fiesta que Oseas presenta aquí y, en su oráculo, los
principales juerguistas son, precisamente, sacerdotes y profetas.
Volviendo al símil empleado por Oseas, vemos que el fuego del versículo 4 (que se
ha ido acumulando previamente), es decir, aquel aumento placentero de la lujuria
compartida, estalla en una llamarada aterradora, donde las pasiones se convierten no
sólo en lascivia (como en el versículo 4), sino también en asesinato (6–7), pues, cuando
reinan las pasiones, no existen los límites o la lealtad. Con una fiebre como esta
propagándose en cada nivel de la sociedad, no era una coincidencia que las últimas tres
décadas de Israel hubieran sido un caos de intriga, en que conspirador tras conspirador
se hicieron con el trono de manera violenta sólo para ser asesinados una vez en el
poder. De los seis hombres que reinaron en esos treinta años, cuatro fueron asesinos y
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sólo uno murió en su propia cama.

Una nación imposible de enseñar


7:8 Efraín se mezcla con las naciones;
Efraín es como una torta no volteada.
9 Devoran extranjeros su fuerza,

y él no lo sabe;
también tiene cabellos canos,
y él no lo sabe.
10 Testifica contra él el orgullo de Israel,

pero no se han vuelto al SEÑOR su Dios,


ni lo han buscado a pesar de todo esto.
11 Efraín es como paloma incauta, sin entendimiento;

llaman a Egipto, acuden a Asiria.


12 Cuando vayan, tenderé sobre ellos mi red,

como aves del cielo los haré caer;


los castigaré conforme a lo anunciado a su congregación.
13 ¡Ay de ellos, pues de mí se han alejado!

Sobre ellos vendrá la destrucción, porque contra mí se han rebelado;


yo los redimiría, pero ellos hablan mentiras contra mí.
14 Y no claman a mí de corazón

cuando gimen en sus lechos;


por el trigo y el mosto se reúnen,
y se alejan de mí.
15 Aunque yo adiestré y fortalecí sus brazos,

traman el mal contra mí.


16 Se vuelven, pero no hacia lo alto,

son como un arco engañoso.


Sus príncipes caerán a espada
por la insolencia de sus lenguas;
esto será su escarnio en la tierra de Egipto.
Es una imagen mordaz detrás de otra: la torta incomible, los primeros cabellos
canos, el pájaro incauto y el arma imperfecta. ¡Pobre Israel! O, quizás, ¿pobre iglesia?
Quizás sería rizar el rizo si intentáramos añadir algo a estas imágenes, pero cada una
de ellas posee más contenido del que podríamos apreciar a simple vista.
Aunque se ha citado a George Adam Smith una y otra vez acerca de su comentario
sobre la primera de ellas (8), es digno de ser mencionado de nuevo: “¿Qué mejor que
un bollo a medio hornear para describir a un pueblo medio alimentado, a una sociedad
medio cultivada, una religión medio vivida y una política desganada?”. La primera línea
de este pareado, “Efraín se mezcla con las naciones”, hace notar la pérdida de la
convicción que dejó a este pueblo sin ser una luz para los gentiles ni un producto

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excusable del paganismo. En cada época, la iglesia ha conocido esta tentación y ha


tendido a reaccionar o bien refugiándose en sí misma o integrándose con su entorno.
Sin embargo, los evangelios demuestran una alternativa mejor al presentar al buen
médico y amigo de los pecadores: totalmente Él mismo y, aun así, totalmente accesible,
y tan compasivo como intransigente.
La segunda imagen, la del hombre que cree estar aún en la flor de la vida (9), nos
puede evocar, sutilmente, los apuros de Sansón después de que su fuerza fuera
devorada por los extranjeros que amaba y odiaba y sin saber que “el SEÑOR se había
apartado de él” (Jue. 16:20). Desde entonces, Israel jamás ha experimentado un
despertamiento tan desagradable como el de Sansón. Para este pueblo, y quizás para
otros también, la decadencia es doblemente imperceptible, pues pasa desapercibida a
causa de su gradualidad y es invisible debido a su orgullo. Sin embargo, este orgullo
mismo es una señal delatora, casi como las arrugas en un rostro, y es un obstáculo fatal
para, incluso, considerar el arrepentimiento. En 5:4–5, ya observamos la influencia
represora de los caminos y actitudes amados por los pecadores, y aquí, la repetición de
5a (“el orgullo de Israel testifica contra él”) realza el ingrediente más condenatorio y
también el más adictivo del pecado. La víctima, tal y como se observa en el versículo 10,
prefiere que no se la ayude.
La tercera comparación, la paloma incauta (11–12), aporta un ímpetu y un humor
caricaturesco a un tema ya mencionado en 5:13 y que volverá a aparecer de vez en
cuando a partir de ahora. Para decirlo de una forma más prosaica, el tema es la
duplicidad diplomática de Israel, pues no tenía fe en nadie, y menos en Dios, pero
cambiaba de alianzas cada vez que había un giro político. Ya vimos cómo el rey
Menahem compró el apoyo de Asiria. El asesino de su hijo, Peka, se desdijo de esta
alianza tan pronto como dejó de serle útil, perdiendo así la mitad de su reino.87 Su
sucesor, Oseas, siguió su ejemplo y se quedó sin el resto, ya que, después de renovar el
pacto de lealtad, lo rompió al conspirar con Egipto, con lo que acabó con lo poco que le
quedaba de su reino para siempre (2 R. 17:1–6).
No solamente era todo esto un sinsentido, sino que además era deserción y
rebelión, no únicamente políticas, sino, como afirma Dios en el versículo 13, “contra
mí”. Esta es la dimensión que el oportunista siempre olvida. Así, los inconstantes
diplomáticos, cambiando de patrón como un pájaro va cambiando de árbol, fueron
directos hacia un peligro que habían pasado por alto: la red del juicio divino. Aun así,
Oseas no sólo menciona la sentencia que debe caer sobre ellos, sino que también nos
ofrece el comentario, lleno de tristeza, que Dios da al respecto.
“Yo los redimiría, pero ellos hablan mentiras contra mí.”
¿Pues qué puede hacer incluso Dios por los hipócritas? En el versículo 14, podemos
llegar a vislumbrar el tipo de oraciones que formulaban (“Dejemos aparte ‘Venga Tu
reino’... ¿dónde está nuestro pan de cada día?”). Sólo había autocompasión y una
creciente presión a causa de la automutilación, por lo que se trataba más bien del
chantaje creado por la pataleta de un niño, que un genuino clamor desde el corazón.

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Así es como se oraba a Baal, no al Señor; y tanto si el nombre de Baal aparece o no en el


versículo 16, Dios lo lee al menos entre líneas, pues se siente herido y está enfadado.
Rebelarse (14c) ya está suficientemente mal, pero lo que Dios señala una y otra vez en
Oseas (un poeta sensibilizado a causa de su pasado infeliz) es que están pecando contra
el amor. En el capítulo 2, se trataba del amor de un esposo, pero ahora, y sobre todo en
el capítulo 11, es el amor del padre, y en el versículo 5a podemos llegar a entrever la
ternura, el cuidado y el orgullo con el que el padre ha intentado hacer un hombre de su
hijo Israel.
El capítulo acaba de manera sombría. La amenaza de la “espada” y “escarnio” no es
arbitraria. Traicionar y despreciar lo que más debes (obsérvese “la insolencia de sus
lenguas”, 16) es una señal evidente de la decadencia, y esta es una invitación para el
predador. También es cinismo, y el cínico consigue los amigos que se merece, cuyo
clamor le parecerá meramente entretenido (16b).
Por último, además, encontramos la cuarta imagen mordaz de este capítulo: el arma
imperfecta del versículo 16a (para las demás, véase los primeros comentarios en esta
sección, pp. 100 y ss.). Esta es, probablemente, la más seria de todas, pues un arma
puede llevar implícita una situación de vida o muerte, en la que un fallo signifique el fin
de todo. Este “arco engañoso” no es simplemente débil, sino que está torcido, como el
contexto de “mentiras” y “tramar el mal” deja claro. El Salmo 78:57 lo expresa bien:
“... se volvieron atrás y fueron desleales como sus padres;
se desviaron como arco engañoso.”
Oh Señor, concédenos la gracia de jamás negociar con la tentación,
de jamás alterar la consciencia, ni ignorar el ojo derecho,
o la mano, o el pie que nos es de tropiezo;
de jamás perder nuestras almas, aunque pudiésemos, a cambio,
ganar el mundo entero.
(Christina Rossetti)

Sembrar viento y recoger tempestades


Oseas 8:1–14

Si existe un tema que unifica la diversidad de este capítulo, es la excesiva confianza


de Israel en sí misma y lo que ella conlleva: sus autoproclamados reyes, su becerro
hecho por el hombre, sus caros aliados, su propia versión de la religión y sus
impresionantes fortalezas. Es un pueblo que no se ha parado a pensar qué debe opinar
Dios de todo ello ni qué tipo de prueba podría pasar.

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¿Alarmista o realista?
8:1 Pon la trompeta a tu boca.
Como un águila viene el enemigo contra la casa del SEÑOR,
porque han transgredido mi pacto,
y se han rebelado contra mi ley.
2 Claman a mí:

¡Dios mío, los de Israel te conocemos!


3 Israel rechazó el bien, el enemigo lo perseguirá.

Si nadie en tiempos de Oseas, al contemplar con satisfacción la casa del Señor


(como los discípulos admiran el templo en Mt. 14:1), se había dado cuenta de la
siniestra mancha que había en el cielo sobre ella, ya era hora de que alguien lo señalara.
Puede que el águila no tenga que esperar mucho tiempo, pero su objeto de interés, la
nación enferma, aún tenía que esperar menos. Ya era demasiado tarde para arreglar su
apurada situación. El texto hebreo para el versículo 1 espeta la orden en tres palabras:
“¡Trompeta en tu-boca!”
Y aun así, nadie podía acabar de creérselo. Podemos descifrar su estado de ánimo a
medida que se desarrolla el capítulo: “Sí, son tiempos difíciles, ¡pero la situación aún no
es desesperante! Quién sabe... otro golpe podría traer el hombre ideal al poder. En el
extranjero, estamos apostando más por nuestros aliados. ¿La religión? Este es nuestro
punto fuerte. ¿La defensa? Tenemos un buen programa de construcción. ¡Debemos
seguir animados!” (cfr. 9:1).
El clamor del versículo 2, “los de Israel te conocemos”, se basa tanto en su
nacimiento como en su educación, lo que volverá a aparecer en los conflictos entre
judíos y Jesús: “Somos descendientes de Abraham”, “nosotros somos discípulos de
Moisés. Nosotros sabemos...” (Jn. 8:33; 9:28 y s.). La respuesta divina es, virtualmente,
la misma en ambos casos: vuestras acciones matan vuestras palabras. Y por si nos
apresuramos a señalar con el dedo a israelitas y judíos, lo mismo se aplica a nosotros:
“El que dice: Yo he llegado a conocerle, y no guarda sus mandamientos, es un
mentiroso” (1 Jn. 2:4).
Lo que posiblemente parezca repetitivo a simple vista en la triple acusación de los
versículos 1–3 es, de hecho, tres veces devastador, pues el “pacto” hablaba de la
relación básica con Dios, tan vinculante e íntima como la de un matrimonio: la “ley”
explicaba con detalle las condiciones que garantizaban la armonía en la relación, y “el
bien” es, por definición, no sólo lo que vale la pena hacer, sino lo que merece la pena
tener y ser. Rechazar todo ello es creer que se ha conseguido una ganga sin serlo, pues
es “gastar dinero” (como queda expresado en Is. 55:2):
“¿Por qué gastáis dinero en lo que no es pan,
y vuestro salario en lo que no sacia?”
A lo que podríamos añadir “y vuestra vida en una muerte segura”.

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La autoayuda que no ayuda


El resto del capítulo prosigue el tema introducido con la primera palabra del
versículo 4: “Ellos han puesto reyes...”, ya que, en el texto hebreo, “Ellos” es enfático.
Todo lo que viene a continuación sigue este patrón de “Ellos... pero no escogidos por
mí”, tanto si se trata de política, religión, diplomacia o defensa.

a. Reyes y dioses títeres


8:4 Ellos han puesto reyes, pero no escogidos por mí;
han nombrado príncipes, pero sin saberlo yo.
Con su plata y su oro se han hecho ídolos,
para su propia destrucción.
5 Él ha rechazado tu becerro, oh Samaria, diciendo:

Mi ira se enciende contra ellos.


¿Hasta cuándo serán incapaces de lograr la purificación?
6 Porque de Israel es éste también;

un artífice lo hizo, y él no es Dios;


ciertamente será hecho pedazos el becerro de Samaria.
El comentario clásico sobre “no escogidos por mí” y “sin saberlo yo” se encuentra
en el Salmo 127: “Si el SEÑOR no edifica la casa... si el SEÑOR no guarda la ciudad... Es
en vano.” Esta desastrosa autoproclamación de los reyes era sólo una parte de una
larga serie a lo largo de las Escrituras, que se remonta hasta los tiempos de Abimelec,
esa “zarza” capaz, únicamente, de empezar un fuego forestal (Jue. 9:15) y que llega a su
clímax espiritual en la petición “No a este, sino a Barrabás” (Jn. 18:40). Ese clamor es
repetido cada vez que la voz del pueblo (nuestra vanagloriada democracia) ahoga la voz
de Dios; donde nosotros mismos levantamos líderes y regímenes que, supuestamente,
sólo son responsables ante nosotros; donde tratamos incluso la ley moral como sujeto
de voto o de la opinión pública.
Aunque la autoproclamación de reyes que se reprende aquí estaba lejos de ser
democrática, tal y como lo entenderíamos nosotros (pues no fue más que una serie de
conspiraciones y golpes violentos), Dios lo veía como una acción colectiva de todo el
pueblo, pues la violencia de arriba tenía sus raíces en la anarquía de abajo. Podríamos
haber adivinado la mayor parte de todo esto, pero el capítulo 4:1–3 ya nos solventó
cualquier duda.
Pasemos a los dioses títeres. El becerro de oro, en cuanto a dios hecho por el
hombre, tenía un pasado aún más remoto que el rey levantado por el hombre. Su
primera aparición fue, por muy escandaloso que parezca, al pie del propio Monte Sinaí,
instigado, además, por el futuro alto sacerdote Aarón (Éx. 32:1 y ss.). (Seguramente, a
estas alturas no deberíamos sorprendernos tanto como Moisés, aunque sí
escandalizarnos, frente al alto patrocinio que la herejía puede asegurar de vez en

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cuando.) Más tarde, justo después de Salomón, Jeroboam I erigió dos becerros de oro,
uno en Betel y otro en Dan, como puntos de reunión para su reino escindido del norte,
la tierra natal de Oseas y como atracciones rivales del templo de Jerusalén (1 R.
12:27–30).
Para nosotros, el becerro de oro nos puede parecer muy poco convincente, pero
una superstición ampliamente aceptada, más que un punto establecido de protocolo,
puede llevar cualquier cosa más allá de cualquier desafío, dejando a un lado todo
razonamiento incluso cuando la razón lo destruye por completo, como hace aquí Oseas.
Además, probablemente reflejaba un elemento del pensamiento pagano, ya que el toro
es un símbolo evidente de la fuerza bruta y la potencia sexual (cualidades que una
sociedad corrupta tiende a idolatrar). En este caso, es posible que el Israel antiguo y
Canaán se parezcan más a nosotros de lo que suponíamos.
Hay un enlace revelador entre los versículos 3 y 5, la palabra “rechazar”:
“Israel rechazó el bien;...
Él ha rechazado tu becerro, oh Samaria,”
Algunas versiones (cfr. DHH) han cambiado el segundo de estos versículos,
interpretando el literal “Él ha rechazado” por “Yo he rechazado” para que encaje mejor
con el “mi” de la siguiente línea. En cualquier caso, es un eficaz recordatorio de que
nuestras arrogantes elecciones no son la última palabra en ninguna situación. Existe
otra voluntad, otro veredicto, que debemos considerar.
También podría ser un llamamiento: “Rechaza tu becerro, oh Samaria”, pues vemos,
una vez más, en el versículo 5 un anhelo divino (“¿Hasta cuándo...?”) mezclado con la
ira.

b. Diplomacia desesperada
8:7 Porque siembran viento,
y recogerán tempestades.
El trigo no tiene espigas,
no da grano,
y si lo diera, se lo tragarían los extraños.
8 Israel ha sido devorado;

ahora están entre las naciones


como vasija en que nadie se deleita;
9 porque ellos han subido a Asiria

como asno montés solitario.


Efraín alquiló amantes;
10 aunque alquilen aliados entre las naciones,

ahora los juntaré,


y comenzarán a debilitarse
a causa de la carga del rey de príncipes.

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“Siembran viento y recogerán tempestades” se ha convertido en una expresión


usual, por lo que podríamos pasar por alto el elemento sorpresa que lo acompaña. Si lo
oyéramos por primera vez, esperaríamos que la cosecha fuera simplemente negativa:
“no pongas nada y no sacarás nada”. Sin embargo, la cosecha es un desastre positivo,
así como en la escena de Pablo: “el que siembra para su propia carne, de la carne
segará corrupción” (Ga. 6:8), pues, al final, no existen las medias tintas.
Aquí, el contexto principal es la política exterior, aunque el tema principal es la fe, y
la fidelidad. Tal y como mostró el último capítulo (7:11 y ss.), Israel estaba apostando de
corazonada en corazonada, cambiando continuamente de bando (como remarca el
actual v. 10) y apostando desesperadamente por amistades influyentes. De esta
manera, sólo conseguiría que desconfiaran de ella y que la despreciaran como “vasija
en que nadie se deleita”, que, finalmente, cosecharía el terrible destino de un traidor.
Así, la cosecha metafórica, la “tempestad del juicio”, estaría acompañada por campos
literalmente vacíos, o bien porque el culto de fertilidad de Baal habría fallado a sus
devotos (véase el versículo 7a, b, con 2:5, 9), o bien porque los ejércitos disciplinarios
habrían arrasado la tierra (7c).
No necesitamos espiritualizar la lección para que sea más actual. Ciertamente, es
válido espiritualmente, como apunta Gálatas 6, ya que la religión falsa lleva a unos
resultados desastrosos. Pero el engaño y la hipocresía en cualquier campo, sea político,
comercial o personal, son tácticas igual de peligrosas. Puede que seamos sólo
aficionados en el coqueteo con el mal, pero estamos jugando con profesionales que nos
destrozarán, tal y como se nos advierte no sólo en la conocida expresión de Efesios
6:12, sino también en las exhortaciones detalladas que lo preceden desde Efesios 4:25.

c. Religiosidad
8:11 Por cuanto Efraín ha multiplicado altares para pecar,
en altares para pecar se le han convertido.
12 Aunque le escribí diez mil preceptos de mi ley,

son considerados como cosa extraña.


13 En cuanto a mis ofrendas de sacrificio,

sacrifican la carne y se la comen,


pero el SEÑOR no se ha complacido en ellas.
Ahora se acordará de su iniquidad,
y los castigará por sus pecados:
ellos volverán a Egipto.
Las primeras dos líneas son tan extrañas, tal y como están, que la mayoría de las
versiones modernas han vuelto al texto original para ver si las consonantes hebreas
pueden ofrecer un significado más claro (pues el hebreo antiguo, como el moderno,
dejaba que el lector añadiera las vocales). La NVI ofrece una buena solución, al
conservar intactas las consonantes pero pronunciándolas de tal manera que se lee:

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“...altares para expiar sus pecados... se han convertido en altares para pecar”.95
Esto concuerda contundentemente con el versículo 13 y con las propuestas de los
contemporáneos de Oseas: Amós, Miqueas e Isaías. Pablo tuvo que advertirnos de algo
muy parecido (1 Co. 11:27), un tipo de enfermedad profesional de los adoradores, que
piensan más en la mecánica de lo que hacen que en su significado, y más en hacer las
cosas correctamente que en estar ellos mismos bien. Todo eso puede degenerar desde
la falta de consideración a algo peor, pasando de la indiferencia cínica (si somos
sofisticados) a la superstición religiosa (si no lo somos). Lo que nos muestran los
profetas es la fuerte reacción celestial frente a tales actitudes, pues esta parodia de la
adoración no sólo carece de valor, como podríamos haber adivinado, sino que insulta y
repugna a Dios, atrayendo, así, el mismo juicio que intenta evitar. Esta es la ironía
presente en todo el párrafo y que aparece aún más enérgicamente en la diatriba de
Isaías y Amós, los pasajes que hemos mencionado en la nota al pie de página y, por
encima de todo, en las estremecedoras palabras que Cristo dirige a la tibia Laodicea
(Ap. 3:16).
El abismo entre tales adoradores y Dios aparece en su faceta más profunda en el
versículo 12. No hay un punto de encuentro para la mente divina y la humana, y aún
menos para las voluntades. Casualmente, este versículo ha sido un tema de discusión
entre eruditos críticos, concretamente sobre la cuestión de cuánto de la ley de Dios
estaba escrito en tiempos de Oseas, aunque el verdadero objetivo es demostrar hasta
qué grado hace el pueblo de Dios oídos sordos ante todo llamamiento o corrección. Por
mucho que Él diga y por muy claro que lo presente (pues se trata de una ley escrita),
será tratado como irrelevante o como un tipo de conjuro, mientras que los cultos y los
sacrificios (como en el v. 13a) continúan y proliferan. El Nuevo Testamento denuncia la
misma actitud cerrada frente al evangelio y a la ley, y revela la fuente, profundamente
arraigada en nuestra naturaleza caída, de esta incapacidad de escuchar la voz de Dios:
“Pero el hombre natural no acepta las cosas del Espíritu de Dios, porque para
él son necedad; y no las puede entender, porque se disciernen espiritualmente” (1
Co. 2:14).
En la amenaza “ellos volverán a Egipto” (13), es posible que la fuerza recaiga sobre
todo en la palabra “volverán”. ¿Era así como acabaría su gran epopeya, el éxodo? En
otras partes, vemos que Asiria, juntamente con Egipto, sería su lugar de exilio y, de
hecho, también su conquistador y captor, por lo que probablemente Egipto sólo recibió
refugiados. Aun así, el verbo “volver” también aparece en 9:3 y 11:5, ya que,
espiritualmente, habían vuelto sobre sus pasos a Egipto mucho antes de hacerlo
físicamente. Esto contrasta directamente con el pareado de 11:1:
“Cuando Israel era niño, yo lo amé,
y de Egipto llamé a mi hijo.”
Aun así, la última palabra estaría llena de gracia y no de juicio:
“De Egipto vendrán temblando como aves,
y de la tierra de Asiria como palomas”
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(Oseas 11:11).
En estas y otras referencias a su cautiverio más antiguo, surge una vez más el patrón
del libro gracia –deshonra– gracia abundante.

d. Una confianza mal depositada


8:14 Pues Israel se ha olvidado de su Hacedor y ha edificado palacios,
y Judá ha multiplicado ciudades fortificadas;
pero yo enviaré fuego a sus ciudades que consumirá sus fortalezas.
La primera frase nos da la clave para entender el versículo, pues el Antiguo
Testamento no desprecia los edificios elegantes o las murallas fuertes (cfr. Sal.
48:12–13), sino la noción de que sean edificadas para la gloria o seguridad de uno
mismo. Nehemías, al edificar su muralla y utilizar cuidadosamente su reducida mano de
obra, demostró tener sus prioridades en el orden correcto: “... Acordaos del Señor, que
es grande y temible, y luchad por vuestros hermanos, vuestros hijos, vuestras hijas,
vuestras mujeres y vuestras casas” (Neh. 4:14).
En cuanto a las “ciudades fortificadas” de Judá, recibirían su brutal respuesta al
cabo de sólo una generación. Según Senaquerib, había cuarenta y seis de ellas, y su
destino es descrito en un solo versículo de 2 Reyes: “Y en el año catorce del rey
Ezequías, subió Senaquerib, rey de Asiria, contra todas las ciudades fortificadas de Judá,
y las tomó” (2 R. 18:13). La única que sobrevivió fue Jerusalén, en línea con el mensaje
de Dios para Ezequías que empezaba con las siguientes palabras significativas: “Lo que
me has rogado acerca de Senaquerib, rey de Asiria, he escuchado” (2 R. 19:20).

Errantes entre las naciones


Oseas 9:1–17

En el último versículo, la sentencia de Israel a una existencia errante concluirá un


capítulo que le ha ido preparando el terreno desde el principio. Este pueblo ha sido
impaciente, coqueteando con una nación tras otra; negligente, tratando de locos a sus
hombres de alerta, los profetas, y caprichoso, renunciando a Dios por Baal incluso
desde los días de Moisés. Oseas recurrirá cada vez más a la historia en los próximos
capítulos, sobre todo mediante referencias, para mostrar lo bien merecidos que son los
juicios que tiene que pronunciar de parte de Dios.

Terminó la fiesta

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9:1 No te alegres, Israel, con gran júbilo como las naciones,


porque te has prostituido, abandonando a tu Dios;
has amado el salario de ramera sobre todas las eras de grano.
2 Ni la era ni el lagar los alimentarán,

y el mosto les faltará.


3 No permanecerán en la tierra del SEÑOR,

sino que Efraín volverá a Egipto,


y en Asiria comerán cosas inmundas.
4 No harán libaciones de vino al SEÑOR,

ni le serán gratos sus sacrificios.


Su pan les será como pan de duelo,
todos los que lo coman se contaminarán,
porque su pan será sólo para ellos,
no entrará en la casa del SEÑOR.
5 ¿Qué haréis el día de la fiesta señalada

y el día de la fiesta del SEÑOR?


6 Pues, he aquí, se irán a causa de la destrucción;

Egipto los recogerá, Menfis los sepultará.


La ortiga poseerá sus tesoros de plata;
cardos crecerán en sus tiendas.
Es posible que, en nuestros tiempos secularizados, nos parezca extraño que Dios
esperara que las advertencias religiosas tuvieran un gran impacto en un pueblo tan
acostumbrado al pecado como lo estaba Israel. De acuerdo, tenían “la ortiga”
sumergiendo sus tesoros y “cardos” apoderándose de sus viviendas abandonadas (6),
dos hechos que podían afectar incluso al más curtido. Pero, ¿la comida ritualmente
prohibida (3c)? ¿El cese de los sacrificios (4)? ¿Ya no más peregrinajes (5)? ¿Cómo podía
todo esto afligirles?
La pista está en el capítulo anterior, 8:12–13, y, sobre todo, en el capítulo 2. Para
ellos, la religión lo penetraba todo excepto la consciencia. Era un amuleto contra los
problemas, una serie irresistible de rituales, historias, costumbres y tabúes que daban
forma a la vida y, con sus embriagadores adornos cananeos, podía incluso provocar la
excitación propia de las orgías. También les otorgaba una identidad: ellos, su pueblo,
sus tradiciones, su tierra natal y el Dios o dioses que tenían autoridad sobre todo su
territorio. Todo eso creaba una estructura unida, cuya desintegración les llevaría
completamente a la deriva.
Lo único que faltaba era el fundamento de la religión verdadera, el amor leal que sin
más podía hacer de Israel una verdadera esposa para Dios. En cambio, Él no demostrará
ningún interés por ella, tal y como nos mostró 8:12, pues su única lealtad está sólo en
sus caprichos. La dura palabra “ramera” (1) no era una exageración y, por si acaso
nuestro interés por este retrato es meramente académico, como si sólo pudiera
atribuirse a idólatras antiguos o, como mucho, a renegados modernos, el Nuevo

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Testamento nos sobresalta con un ataque parecido en Santiago 4:4 contra la


mundanalidad, llamándonos en este caso “almas adúlteras”, aunque algunas versiones
modernas lo expresan de manera más educada.
El juicio de Israel es totalmente apropiado. A causa de sus coqueteos políticos, no
cabe duda de que tendría su cuota de amores extranjeros, con su pueblo cautivo en
Asiria y fugitivos en Egipto. También a causa de sus coqueteos religiosos, pagaría su
precio por haber dispersado sus favores por doquier, acabando sin tener nada digno
que ofrecer a Dios y sin ningún lugar donde celebrar sus queridos festivales.101

“Un insensato es el profeta”


9:7 Han llegado los días del castigo,
han llegado los días de la retribución;
¡que lo sepa Israel!
Un insensato es el profeta,
un loco el hombre inspirado,
a causa de la magnitud de tu culpa,
y por tu mucha hostilidad.
8 Vigía con mi Dios era Efraín, un profeta;

sin embargo, el lazo de cazador está en todos sus caminos,


y en la casa de su Dios hay sólo hostilidad.
9 Se han corrompido profundamente

como en los días de Guibeá;


Él se acordará de su iniquidad,
castigará sus pecados.
Cuando unos dedos sin cuerpo escribieron un mensaje incomprensible en el
banquete de Belsasar, el rey recobró la sobriedad de repente y buscó
desesperadamente a quien le pudiera dar una respuesta (Dn. 5:5 y ss.). Sin embargo,
cuando un hombre de Dios habló apasionadamente y con palabras inteligibles a su
propio pueblo, se le consideró un “insensato” y un “loco” (7), aunque no fue el primero
ni sería el último en ser recibido de esta manera. Por ejemplo, los amigos de Jehú se
preguntaron “¿Por qué vino a ti este loco?” al verlo aparecer, y Jeremías fue
mencionado en una carta en que se instaba a las autoridades a que “todo demente que
profetice... lo pongas en el cepo y la argolla”. Pablo también recibiría el mismo
cumplido por parte de Festo (Hch. 26:24) y nuestro Señor fue acusado de estar poseído
por demonios (Jn. 7:20; 8:48).
Jesús nos dijo que esperásemos y que, incluso, acogiéramos con agrado la
tergiversación y la persecución de un profeta (Mt. 5:12), y aquí, el versículo 8b nos da
un pequeño ejemplo de tales tratos para intentar enredar y poner en peligro al orador
(“el lazo del cazador”) con el veneno especial del desdén religioso (“en la casa de su
Dios hay sólo hostilidad”). Lo que Oseas nos deja entrever en esta sola frase, Jeremías
nos lo revela detalladamente al describir las amenazas que recibió contra su vida

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procedentes de sus conciudadanos (Jer. 11:19, 21), las burlas y los cuchicheos (Jer.
17:15 y ss.; 20:10), el aislamiento: “A causa de tu mano, solitario me senté” (Jer. 15:17).
En cambio, en nuestro pasaje, Dios tiene reservado un adjetivo mejor que “loco” para
un hombre así: “El profeta... es el centinela” (8, NVI), un llamamiento cuyas
implicaciones pueden ser estudiadas más detenidamente en Ezequiel 33:1–9.
Aunque el rechazo es el honor de un profeta, también es la ruina de un pueblo. Este
juicio es expresado de manera impersonal al principio de este párrafo (7a) como el
proceso necesario de la ley (“castigo”) y un ajuste de cuentas (“retribución”), y en
términos personales en la última frase (9b), donde el Señor mismo exige el castigo.
Estos dos aspectos del juicio, como la lógica inexorable de acontecimientos y la acción
de Dios en persona, aparecen juntos en las Escrituras. El pareado
“Él se acordará de su iniquidad,
castigará sus pecados.”
es la oscura alternativa a la gracia del nuevo pacto, que es igual de personal:
“perdonaré su maldad, y no recordaré más su pecado.”
(Jer. 31:34)
No hay un término medio ni ninguna forma de esquivar el arrepentimiento si la
gracia debe prevalecer.
En cuanto al grado de culpabilidad de Israel, la mera mención de Guibeá (9) ya nos
indica su gravedad, puesto que su historia en Jueces 19–21 deja a Sodoma y Gomorra
sin nada que enseñar a esta ciudad, cuya depravación en aquel momento sólo podía
igualarse a la arrogancia y la desfachatez con las que desdeñaban el tema. Para un
análisis más completo sobre estas inversiones de los valores morales, podemos ver el
estudio de Pablo en Romanos 1:18–32, cuyo último comentario (32) podría haber
surgido perfectamente de un encuentro con nuestra sociedad, la suya misma o la de
Oseas.

La gloria se va
9:10 Como uvas en el desierto hallé a Israel;
como las primicias de la higuera en su primera cosecha vi a vuestros padres.
Pero fueron a Baal-peor y se consagraron a la vergüenza,
y se hicieron tan abominables como lo que amaban.
11 Como un ave volará de Efraín su gloria:

no habrá nacimiento, ni embarazo, ni concepción.


12 Aunque críen a sus hijos,

se los quitaré hasta que no quede hombre alguno.


Sí, ¡ay de ellos también cuando de ellos me aparte!
13 Efraín, según he visto,

está como Tiro, plantado en pradera hermosa;

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pero Efraín sacará a sus hijos al verdugo.


14 Dales,oh SEÑOR, ¿qué les darás?
Dales matriz que aborte y pechos secos.
Difícilmente podrían expresarse el placer y la anticipación de una forma más vívida
que en esta evocación introductoria de una de las primeras grandes aventuras de Dios
con Su pueblo. Con un lenguaje propio del deleite humano y de anomalía onírica (“uvas
en el desierto”), este pasaje transmite algo que nuestra teología prudente no llega a
identificar: el gozo y el entusiasmo del Señor, tan lejos de la caridad fría, en Sus
encuentros con un amor receptivo, por muy escasa que sea su respuesta.
Ello hace que el golpe emocional de la decepción sea aún más fuerte, aunque no
nos demos cuenta de ello a causa de nuestra percepción de la presciencia divina y la ira
mesurada. Sin embargo, el eco al versículo 10a en el episodio de la higuera estéril de los
evangelios, recordado fervorosamente en un momento de hambruna (Mt. 21:18 y ss.),
apunta también a la relación entre Dios y hombre, por mucho que por nuestros altos
principios nos sintamos tentados a objetarlo.
La historia de Baal-peor (10), que puede encontrarse en Números 25, es muy
apropiada, pues combina los dos tipos de impureza con los que Oseas tuvo que
enfrentarse: la física y la espiritual. No se trataba sólo de las mujeres moabitas, sino del
Baal de la región que había seducido a los hombres del éxodo; y ya hemos oído las
protestas de Oseas contra los mismos dos tipos de adulterio en aquel tiempo. Debemos
añadir que hoy en día, la adoración virtual del sexo, sin necesitar ningún Baal para
convertirla en religión, ha demostrado ser una distracción tan fuerte como lo fue en
tiempos del Antiguo Testamento. Dicho sea de paso, Oseas no está siendo meramente
retórico cuando llama a los apóstatas “tan abominables como lo que amaban”, sino
que, al utilizar un término común para los ídolos, es decir “abominaciones”, está
apuntando al hecho de que uno no sólo llega a parecerse a aquello a lo que se entrega
(Sal. 115:8), sino que, además, se alía con él. Si es una abominación para Dios, así
también lo eres tú; si su segundo nombre es “vergüenza”, también es el tuyo.
Lo que sigue a esta alusión a Baal-peor y a la rendición a la lujuria no es una serie de
castigos arbitrarios, sino el producto final de una elección tan vil y desleal. Cuando esta
fiebre sujeta a un pueblo, lo primero en desaparecer es la gloria (11), tanto en el
sentido del respeto por uno mismo (pues la consciencia deber ser silenciada por el
cinismo), o de la reputación o, más profundamente, de la gloria de la presencia de Dios.
Es posible que una nación sea tan apocada que no le dé importancia a perder la gloria,
pero ¿qué queda “cuando [yo, el Señor] de ellos me aparte” (12)? El nombre de Icabod
marcó un momento parecido, o al menos eso parecía, una generación atrás, cuando el
arca de Dios fue tomada (1 S. 4:21); y, más tarde, Ezequiel tendría una visión de la gloria
de Dios yéndose de Jerusalén (Ez. 8:6; 11:23). Por suerte, nosotros podemos recordar la
continuación de esa captura y, en Ezequiel 43:2 y ss., de esa retirada, pero los
receptores del mensaje de Oseas no sólo estaban a punto de perder su gloria, sino
también su identidad colectiva como el reino del norte para siempre.
Pero tanto si les importaba o no haber perdido la gloria o Dios, había otra pérdida

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más tangible a la que tenían que hacer frente. Desde el versículo 11 hasta el final del
capítulo, el árbol genealógico de Efraín (es decir, de las tribus del norte) es visto o bien
secándose o siendo podado de todo nuevo crecimiento. Han venerado la fertilidad
mediante ritos sexuales a Baal y han vendido sus almas por la paz, por lo que su castigo
será la infertilidad y la guerra. Una vez más, se trata de una mezcla de los procesos
natural y sobrenatural: natural, ya que, en cualquier caso, el abuso del sexo aboca a la
enfermedad y a la esterilidad, como vemos en los versículos 11b y 14, y los tratados
incumplidos tienden a dejar a un país sin amigos (12–13); pero también sobrenatural
porque Dios llevará este asunto a un final amargo.

Los desheredados
9:15 Toda su maldad está en Gilgal;
allí, pues, los aborrecí.
Por la maldad de sus hechos
los expulsaré de mi casa,
no los amaré más;
todos sus príncipes son rebeldes.
16 Efraín está herido, su raíz está seca;

no darán más fruto.


Aunque den a luz,
yo mataré el fruto de su vientre.
17 Mi Dios los desechará

porque no le han escuchado,


y andarán errantes entre las naciones.
Toda nación tiene sus lugares célebres, cuyos nombres evocan las glorias pasadas o
presentes. Aun así, si comparamos su reputación terrenal con la celestial, es posible que
nos sorprendamos. Gilgal es un buen ejemplo: reverenciado por sus altares (12:11) y
sus famosos nombres y episodios (fue el primer establecimiento de Josué en la tierra
prometida, la primera victoria de Saúl como rey, el lugar donde David regresó de su
exilio...), aunque todo ello no impresiona a Dios en absoluto. Lejos de ser sagrado, está
lleno de maldad, y la única referencia a su historia (si es que podemos llamarlo así en el
v. 15a) va dirigida a su papel en renunciar, por completo, al favor de Dios para la nación.
Con su tono franco y directo, todo ello es tan devastador como la burla mordaz de
Amós de su santuario corrupto y sus peregrinos supersticiosos:
“Entrad en Betel y pecad,
multiplicad en Gilgal las transgresiones”.
Pero ¿qué quiere decir la frase “allí, pues, los aborrecí”? “Aborrecer” es una dura
forma hebrea de expresar rechazo, usada en varios grados de severidad y satisfacción
emocional. El cálido cariño que impregna este libro de principio a fin (véase, p. ej., 3:1b;
11:1 y ss.; 14:4) nos impide entender “allí, pues, los aborrecí” o “no los amaré más” (15)
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como expresiones de una mera hostilidad. Lo que este lenguaje está comunicando (con
una angustia que se hace evidente en otros pasajes, como por ejemplo, 6:4; 11:8) es,
más bien, una ruptura en las relaciones que llevan a la suspensión del matrimonio (“los
expulsaré de mi casa”, 15) como la única esperanza para salvarlo. Ya nos hemos
encontrado con este tema en la sucesión de severidad y ternura en 2:2 y ss. con 2:14 y
ss y el último versículo del capítulo 5.
Algunas versiones pueden desorientarnos un poco, ya que traducen el versículo 15
como “allí comencé a aborrecerlos” (NVI), como si Dios hubiera empezado a
aborrecerlos repentinamente en ese lugar. Cualquiera que sea la razón, Gilgal marcó el
punto culminante, y no el comienzo, de estas relaciones tensas. Si se refiere, como
opinan algunos, a la primera vez que Israel exige un rey (ciertamente, un tema en
Oseas: p. ej., 13:9–11), debemos recordar que tal confrontación tuvo lugar en Ramá (1
S. 8:4–9) y no en Gilgal (1 S. 11:12–15), por lo que parece más probable que el pecado
especial de Gilgal se base en la adoración vergonzosamente falsa, tanto por su
inmoralidad, su hipocresía y su herejía (cfr. 4:14–19), que floreció allí de una manera
más evidente que en los santuarios de Betel y en otras partes.
Así, el capítulo concluye con una reiteración del futuro inminente de la nación, que
era, a la vez, la sentencia de Dios y su propia elección: una condena cuádruple de
esterilidad, matanza, alienación y pérdida del hogar. La última de ellas, “andarán
errantes entre las naciones”, se convertiría, trágicamente, en parte de su reputación
característica y proverbial. Sin embargo, esta no sería la última palabra que Dios tendría
para ellos, como podemos ver en Romanos 11 en su totalidad, y especialmente en los
versículos 11–16 y del 25 al final.

“Es tiempo de buscar al Señor”


Oseas 10:1–15

En este capítulo, existe una gran variedad, a pesar de su insistencia en un único


tema de advertencia. Hace uso tanto de la historia antigua (9) como de episodios más
recientes (14); nos bombardea con vívidas metáforas (4, 7, 11), predicciones de mal
agüero (7–8), lógica de sentido común (13), fragmentos de conversaciones (3), etc.,
cambiando siempre su ángulo de ataque. Sin embargo, su intención es positiva: hacer
reflexionar al lector, no anonadarlo. El único rayo de luz, la invitación del versículo 12,
es la razón de ser de todo el capítulo.

Abundancia y traición
10:1 Israel es un viñedo frondoso,
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dando fruto para sí mismo;


según la abundancia de su fruto,
así multiplicaba los altares;
cuanto más rica era su tierra,
más hermosos hacían sus pilares sagrados.
2 Su corazón es infiel;

ahora serán hallados culpables;


el Señor derribará sus altares
y destruirá sus pilares sagrados.
Cuando Jesús dijo “Yo soy la vid verdadera”, lo hizo en el contexto de la vid de
Israel, este apreciado espécimen que, aunque en el pasado había prosperado, siempre
acababa decepcionando y cuya promesa y propósito sólo podían ser cumplidos por Él.
Respecto a Israel (y a nosotros, ¿quizás las ramas de la Vid Verdadera?), cuanto más
hizo Dios por ellos, más incorrectamente lo usaron. Isaías 5:1–7 desarrolla la metáfora
al hablar de las “uvas silvestres” de Israel que son la injusticia y la violencia, y Oseas hizo
algo parecido en el capítulo anterior (9:10 y ss.), con su imagen de los antepasados
como un fruto que se ha descompuesto con rapidez.
Ahora, la utiliza más libremente y pasa a la fertilidad literal de la tierra, regalo de
Dios, y la ofensiva aparición de altares y pilares, la respuesta desatinada del hombre,
que seguía el ritmo de esta prosperidad. El capítulo 2 ya nos ha dejado entrever la ira
de Dios frente a esto, pues no se trataba de una respuesta material, sino espiritual:
eran la parafernalia para la adoración de Baal, ligeramente disfrazada como adoración
al Señor, y cuyo objetivo principal consistía en ser un tipo de seguro en tiempos más
austeros. Como ha observado, sarcásticamente, J. L. Mays, “el desarrollo de santuarios
cúlticos se basaba, simplemente, en reinvertir parte de los beneficios en el negocio. Los
altares y pilares eran la maquinaria santa que producía prosperidad, una forma de
entender el culto típicamente cananea”.
Además de típicamente cananea, podríamos añadir, para nuestro conocimiento,
típicamente carnal, no sólo en su actitud calculadora respecto a Dios, sino también en
su obsesión con las apariencias y su facilidad por absorber el espíritu de las culturas
vecinas. Según nuestros propios archivos eclesiásticos, podríamos decir que “cuanto
más hacía Dios por ellos, más estructuras establecían y más se fundían con el
ambiente”.

Desilusión
10:3 Ciertamente ahora dirán: No tenemos rey,
porque no hemos temido al SEÑOR.
Y el rey, ¿qué haría por nosotros?
4 Hablan meras palabras,

hacen pactos con juramentos vanos,


y el juicio brotará como hierbas venenosas en los surcos del campo.

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5 Por el becerro de Bet-avén


temerán los habitantes de Samaria.
En verdad, por él hará duelo su pueblo,
y sus sacerdotes idólatras se lamentarán a causa de él,
porque de él se ha alejado su gloria.
6 También el becerro será llevado a Asiria

como tributo al rey Jareb;


Efraín se cubrirá de verguenza,
e Israel se avergonzará de su consejo.
Es posible que nos preguntemos cuál es el mal mayor para una nación, si la
arrogancia o la apatía. Israel había oscilado entre la una y la otra, dependiendo de las
actitudes que se sucedían en torno al trono: en un momento dado, todas las esperanzas
se basaban en la realeza (“Dame rey y príncipes”, 13:10), y en otro, la desacreditaban
mediante la corrupción y la destrozaban con asesinatos (7:3–7). Finalmente, aquí, en el
versículo 3, es menospreciada y tildada de sinsentido, junto con todo lo demás, incluso
Dios. Sólo cuando se elimine su superstición, es decir, el talismán que era el becerro de
oro, se conseguirá despertar algún sentido de pérdida.
Cuando uno considera el cielo como vacío (“no hemos temido al SEÑOR”, 3),
rápidamente le siguen las palabras y las promesas, y la supuesta justicia se convierte en
una parodia de lo que debería ser: ya no pone la imparcialidad por encima del hecho de
ser fuerte o débil, sino que es terrenal y retorcida, y se basa en los pensamientos y la
política del momento. Ya no se trata de una fuerza para el bien y para la salud de la
nación, sino que es una fuente de veneno. La imagen de ella como una mala hierba que
se apodera del campo de un campesino (4) crea un fuerte contraste con las
majestuosas metáforas de la altura, la profundidad y la claridad asociadas con la
verdadera justicia, la divina (“en lo alto, lejos de su vista”, Sal. 10:5; “como profundo
abismo”, Sal. 36:6; “como la luz”, Os. 6:5). La acusación es confirmada por la historia. En
el mejor de los casos, la humanidad valora la moralidad y la justicia a partir del mismo
ser humano, es decir, del estado de ánimo y las prácticas de la sociedad en ese
momento; mientras que en el peor de los casos, los tiranos y los demagogos
simplemente la equiparan a su política e intereses. De esta manera, la moralidad falsa
refuerza sus lazos con la comunidad, eliminando los verdaderos valores como si se
tratara de hierbas salvajes que asfixian el buen crecimiento que hay debajo de ellas.
Por todo ello, era de esperar que el párrafo acabe, en los versículos 5 y 6, con la
predicción de un estado mental del ser humano típicamente confundido: un sentido de
gloria desaparecida, muy apropiadamente, aunque unida precisamente al objeto de
vergüenza de la nación, el becerro de Betel. En tiempos de Samuel (como vimos en los
comentarios sobre 9:11), se había llorado la toma del arca de Dios, pero ahora, Israel
lloraría por la toma de un ídolo y símbolo de la apostasía, pues Jeroboam lo había
erigido en Betel para crear un culto rival al de Jerusalén (1 R. 12:26–33). Esta es una
tristeza que surge de la decepción y del orgullo herido, y no del arrepentimiento; es un
“dolor terrenal” que no lleva a ningún sitio, y no un dolor procedente de Dios, que “que

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conduce a la salvación, sin dejar pesar” (cfr. 2 C. 7:10).


Como posdata de este pasaje, podemos observar la expresión “el gran rey” (6,
véase, p. ej. NVI), que ya vimos en 5:13, y que era el título de los monarcas asirios. Sin
embargo, el texto hebreo (como también la LBLA) le añade una connotación desdeñosa
al llamarlo “rey Jareb”, que significa “un rey que critica”. George Adam Smith encontró
el equivalente perfecto: “Rey busca-peleas”. Con una sola palabra, Oseas ha
demostrado la inutilidad de intentar sobornar un agresor empedernido.

Días de juicio
10:7 Samaria será destruida con su rey,
como una astilla sobre la superficie del agua.
8 También serán destruidos los lugares altos de Avén, el pecado de Israel;

espinos y abrojos crecerán sobre sus altares.


Entonces dirán a los montes:
¡Cubridnos!, y a los collados: ¡Caed sobre nosotros!
9 Desde los días de Guibeá has pecado, oh Israel;

¡allí se han quedado!


¿No los alcanzará en Guibeá la batalla contra los hijos de la iniquidad?
10 Cuando yo lo desee, los castigaré;

y se juntarán pueblos contra ellos


cuando sean castigados por su doble iniquidad.
El libro está lleno de vívidas metáforas y, aquí, sólo en los dos primeros versículos,
tres imágenes muy diferentes acaban rápidamente con los pensamientos de
autosuficiencia humana. El rey, del que se dice: “a su sombra viviremos entre las
naciones”, demostraría ser lo contrario a un roble fuerte, profundamente arraigado y
reconfortante: una pequeña rama en las aguas de un torrente, dominada por los
acontecimientos y llevada, indefensa, por la corriente. Si esta imagen ya es
especialmente turbulenta, la siguiente, de santuarios y altares abandonados y llenos de
maleza, presenta una terrible quietud. A ello, se añade el sobrenombre “Avén” para
todos estos lugares santos y, juntamente con el comentario de que son “el pecado de
Israel”, ponen punto final a la religión creada por el hombre. Sin embargo, el punto final
a la independencia y arrogancia humanas no llega hasta cuando acaba el versículo:
“Entonces dirán a los montes:¡Cubridnos!”, un clamor que será retomado dos veces
más en el Nuevo Testamento: primero para predecir los horrores mayores aún por venir
de la Jerusalén del año 70 d.C. como la consecuencia lógica de su elección del Viernes
Santo, y segundo, para describir los terrores del Juicio Final, en el que todos los
hombres, sean del rango y de la nación que sean, dirán: “a los montes y a las peñas:
Caed sobre nosotros y escondednos de la presencia del que está sentado en el trono y
de la ira del Cordero” (Lc. 23:30; Ap. 6:16).
De esta forma, no se nos deja que contemplemos la caída de Samaria por sí sola,
como si fuera un caso aislado en el s. VIII a.C., sino que nos ofrece una muestra de

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acontecimientos futuros de aún más peso, como sin duda son todas las tragedias
limitadas y regionales de la historia. Nuestro Señor estableció las reacciones correctas e
incorrectas de tales sucesos cuando se le pidió que diera su opinión respecto a una
masacre:
“Respondiendo Jesús, les dijo: ¿Pensáis que estos galileos eran más pecadores
que todos los demás galileos, porque sufrieron esto? Os digo que no; al contrario,
si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente. ¿O pensáis que aquellos
dieciocho, sobre los que cayó la torre en Siloé y los mató, eran más deudores que
todos los hombres que habitan en Jerusalén? Os digo que no; al contrario, si no
os arrepentís, todos pereceréis igualmente” (Lc. 13:2–5).
¡Difícilmente podemos quejarnos de no haber ensayado suficientemente la última
acción de nuestro drama humano!
Una vez más, como vemos a menudo en estos últimos capítulos, Dios reafirma lo
que tiene que decir mediante una alusión al pasado histórico. El nombre Guibeá es
poderoso en dos sentidos, al vincular la generación de Oseas con el episodio más
sanguinario de la historia de Israel (véanse los comentarios sobre 9:9, p. 119) y con sus
secuelas, como la destructora guerra civil de Jueces 20. Sin embargo, el versículo 10
nombra otras naciones, en vez de otros israelitas, como el medio a través del cual
llegará el castigo. Su ejecución es relatada en 2 R. 17:6 y, especialmente, en los
versículos 24–41 del mismo capítulo.
Antes de continuar hacia el siguiente versículo, merece la pena señalar dos detalles.
En primer lugar, aunque el texto hebreo dice simplemente “Cuando yo lo desee, los
castigaré”, algunas versiones inglesas han traducido la primera línea a partir de los
versículos 9b–10a de la Septuaginta (por ejemplo, la NRSV). En segundo lugar, algunas
versiones han optado por traducir esta línea como “cuando sean atados a sus dos
pecados”. Si esto fuera verdad (aunque “atar” podría ser un error al copiar la palabra
“castigar”), nos señala dos cosas importantes sobre el juicio que llegará: que está
esperando el momento escogido por Dios y que ata al pecador a su mala elección. Nada
podría ser menos fortuito o arbitrario.
En cuanto a la “doble iniquidad”, se han sugerido muchos significados. Entre los más
probables, está la referencia a la tendencia de Israel a recurrir a Baal en su adoración y
a aliados terrenales en la política, sobre lo que se le acusa repetidamente en estos
capítulos. Otra sugerencia es que se está refiriendo a su rechazo primero de Dios como
su verdadero rey y, después, de David como Su ungido. Este doble abandono desleal ya
es insinuado en 3:5, aunque este pasaje queda ahora muy lejos. Otras sugerencias se
basan en la referencia a Guibeá justo antes, y ven los dos pecados o bien como los del
pasado y del presente de Israel, o bien como la atrocidad de Jueces 19 juntamente con
el reinado de desobediencia de Saúl (que convirtió Guibeá en su centro). Algunas de
estas interpretaciones parecen demasiado sutiles y posiblemente deberíamos seguir la
más simple de todas: que como las “tres transgresiones... y... cuatro” de Amos 1:3, 6,
etc., las dos iniquidades son sólo las acciones repetidas o persistentes de la

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desobediencia de Israel.

Una elección de cosechas


10:11 Efraín es una novilla domesticada que le gusta trillar,
pero yo pasaré un yugo sobre su hermosa cerviz;
unciré a Efraín,
arará Judá, rastrillará Jacob por sí mismo.
12 Sembrad para vosotros según la justicia,

segad conforme a la misericordia;


romped el barbecho,
porque es tiempo de buscar al SEÑOR
hasta que venga a enseñaros justicia.
13 Habéis arado iniquidad, habéis segado injusticia,

habéis comido fruto de mentira.


Porque has confiado en tu camino, en la multitud de tus guerreros,
14 se levantará un tumulto entre tu pueblo,
y todas tus fortalezas serán destruidas,
como Salmán destruyó a Bet-arbel el día de la batalla,
cuando las madres fueron despedazadas con sus hijos.
15 Así os será hecho en Betel a causa de vuestra gran iniquidad.

Al amanecer, el rey de Israel será totalmente destruido.


Este pasaje es muy típico de la forma de predicar de Oseas, con referencias a un
pasado mejor (11a), un uso ingenioso de las metáforas (aquí basadas en el mundo de la
agricultura) y una conclusión expresada de manera muy directa.
La cuestión sobre la novilla en el primer versículo (11) aparece porque trillar era una
tarea relativamente fácil, siendo aún más llevadera por el hecho de que el animal iba
sin bozal y, por tanto, podía ir comiendo (Dt. 25:4) mientras tiraba de la máquina de
trillar sobre el grano recogido. Este orgullo del amo por la bestia y su consideración por
ella (cfr. Pr. 12:10), juntamente con la obediencia y complacencia de esta, nos ofrece
uno de los muchos toques afectuosos en estos capítulos turbulentos. Encontraremos
otro con la misma imagen del hombre y su animal en 11:4.
Pero la idílica escena tenía que cambiar. Quizás es para que seamos conscientes de
que, en cualquier empresa, debe existir una transición hacia el trabajo duro y exigente
para que haya un crecimiento hacia la madurez:
“Aunque era Hijo, aprendió obediencia por lo que padeció”. “Porque el Señor
al que ama, disciplina”. (He. 5:8; 12:6)
Sin embargo, en el caso de Israel (y de Judá, 11b), la adversidad fue agravada por su
propia obstinación: “Israel es terco como novilla indómita” (4:16). Por eso, el yugo del
versículo 11 ya no sería el diseñado por Dios, perfecto y bien ajustado, sino que será el
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collar duro y pesado de la esclavitud. Lo que se diría más adelante de Babilonia y Judá,
también sería verdad, por partida doble, de Asiria y Efraín:
“En tu mano los entregué;
no les mostraste compasión,
sobre el anciano hiciste muy pesado tu yugo” (Is. 47:6).
Aun así, no se trata de una imagen de tristeza continuada y sin sentido ya que,
después de todo, el yugo está para servir el mejor de los fines, la cosecha, a través de
los mejores medios, el arado y la rastra. Así, el versículo 12a es tan positivo como
práctico, mientras que 12b es tan generoso como urgente. La palabra “barbecho” era
extraordinariamente adecuada para describir a un pueblo doblemente insensible a la
buena semilla de la palabra de Dios, a causa tanto de un aumento de las ideas y
preocupaciones terrenales que se habían apoderado de ellos, como de una corteza
dura debajo de todo ello, hecha de voluntades y actitudes jamás quebrantadas en
arrepentimiento.
Un profeta más tardío retomaría este tema y lo reformularía mediante un
llamamiento: “Romped el barbecho, y no sembréis entre espinos” (Jer. 4:3), y la
parábola del sembrador (Mt. 13) habla de la misma situación, impidiendo que
limitemos el reto de Oseas únicamente a su generación. En cuanto a su apremiante
conclusión, “es tiempo de buscar al SEÑOR”, ciertamente podemos ver,
retrospectivamente, el poco tiempo que le quedaba a Israel, cuyo reino cayó casi antes
de que Oseas acabara de hablar. Sin embargo, una vez más, es una advertencia que aún
nos habla hoy en día (como queda expresado en Hebreos 3:13, “cada día, mientras
todavía se dice: Hoy”) ya que el presente es el único tiempo que tenemos a mano, pues
el pasado no puede cambiarse y el futuro no es más que conjeturas.
Con el versículo 13, se reanuda la advertencia y la lleva a un nuevo punto
culminante. Primero, se retoman las metáforas del arado, la cosecha y la mesa, esta vez
para destacar la fuerte cadena de causalidad que hay entre ellos. En el versículo 12, se
trataba de una cadena de oro que llevaba al “fruto del amor”, mientras que esta lleva al
“fruto de mentira” (13). Sabemos en qué consiste este fruto (en una palabra, la ruptura
de todas las relaciones profundas y la corrupción de todos los valores) porque es
descrito poéticamente en las “uvas venenosas” de Deuteronomio 32:32 y, con más
detalle, en Isaías 59:1–15. Para encontrar una referencia más conocida de Oseas a la
siembra y la siega, véase 8:7 y su comentario (p. 109–110).
Sin embargo, ahora las metáforas dan paso a una realidad dura y literal, y a la
acusación de injusticia y traición se le añade el patrioterismo militar hacia el final del
capítulo. Casi no importa que sólo podamos adivinar las identidades de Salmán y Bet-
arbel, ya que captamos lo que significaban para los primeros oyentes de Oseas: lo
mismo que “Hitler” o “Belsen” representan para nosotros. Aun así, para empeorar las
cosas, las atrocidades de un conquistador contra las madres y los niños (14b) eran,
claramente, algo muy común, y aún más si una mayor crueldad o la fuerza de un
acontecimiento todavía fresco en la memoria, otorgaba una especial intensidad a la

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advertencia presente. Cualquier entusiasmo romántico que podamos sentir hacia las
aventuras militares o revolucionarias debería ser aplacado al contemplar la secuencia
de causa y efecto en 13b y 14a y 14b y 15a.
No es necesario “corregir” la frase final para que empiece “En la tormenta”. El texto
actual, “Al amanecer”, es totalmente coherente, tanto si es traducido como “...al nacer
el día” (DHH) o “en cuanto amanezca” (NVI), pues muestra que el rey no puede
posponer más el día del juicio, como tampoco puede contener el torrente del versículo
7 que acabaría arrasándolo.

“¿Cómo podría abandonaros?”


Oseas 11:1–11

Este es uno de los capítulos más atrevidos de todo el Antiguo Testamento (e incluso
de toda la Biblia) en su exposición de la mente y el corazón de Dios en términos
humanos. En todo momento, corremos el peligro de pensar en la majestad divina en
términos que hemos aprendido de soberanos terrenales (“los reyes de los gentiles”), a
quienes el Señor calificó en Lucas 22:25–27 como antagónicos a Él. Incluso cuando
hablamos de Dios como nuestro Padre, es posible que vacilemos por si le estamos
atribuyendo un significado demasiado cercano, aunque nuestro mayor peligro es lo
contrario, ya que creamos nuestras ideas o bien a partir de la excesiva tolerancia de un
padre cuando es demasiado permisivo respecto a la disciplina de su hijo, o bien a partir
de su autocomplacencia, cuando hace lo que más le conviene y se convierte en un
tirano doméstico.
Aquí, por el contrario, se nos obliga a ver este título en los términos de un coste y
una angustia aceptada. Ver a Dios como un padre rechazado, que se debate entre
varias opciones desesperantes, nos podría parecer demasiado humano, pero este es el
precio de esclarecer el hecho de que el amor divino no es ni más ni menos ardiente o
vulnerable que el nuestro, “porque” (como nos recordará el versículo 9, corrigiendo así
nuestros valores invertidos) “yo soy Dios y no hombre”. Una vez más, como en el
capítulo 3, es Él y no nosotros quien marca el ritmo y quien no afloja frente al
desaliento y la provocación que puede ocasionar la ingratitud.

Ignorado
11:1 Cuando Israel era niño, yo lo amé,
y de Egipto llamé a mi hijo.
2 Cuanto más los llamaban los profetas,

tanto más se alejaban de ellos;


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seguían sacrificando a los Baales


y quemando incienso a los ídolos.
3 Sin embargo yo enseñé a andar a Efraín,

yo lo llevé en mis brazos;


pero ellos no comprendieron que yo los sanaba.
4 Con cuerdas humanas los conduje, con lazos de amor,

y fui para ellos como quien alza el yugo de sobre sus quijadas;
me incliné y les di de comer.
Más de una vez, se nos ha recordado la esperanzadora promesa de la juventud de
Israel que rápidamente se desvanece. La promesa surgió de la gracia de Dios, y no de
sus buenas cualidades, y su pérdida es causada por su total perversidad, pues uno de
los énfasis de Oseas recae en que el pecado de Israel, lejos de originarse en la
ignorancia o las dificultades, es su respuesta a la bondad y la preocupación divinas.
La gracia de Dios queda claramente destacada en las palabras “yo lo amé” (que al
ser pronunciadas por Dios indican no la involuntaria reacción emocional que suelen
significar para nosotros, sino una elección libre y, a la vez, afectuosa) y aún más al
llamar a Israel “mi hijo”.
Debemos observar también que la mención de este versículo en Mateo 2:15 no es
nada arbitraria. En su infancia, Israel había sido separada del resto del mundo para
recibir la bendición suprema y fue descrita a Faraón como el “primogénito” de Dios (Éx.
4:22 y s.). Gracias a la providencia de Dios, había encontrado refugio en Egipto, pero
debía volver a su tierra para cumplir con su llamamiento. Así, aunque había sido
amenazada de extinción mediante (entre otras cosas) la matanza de sus niños,
consiguió liberarse de ella de manera milagrosa, por lo que no debe sorprender que el
bebé Jesús, que reunía en Su persona todo lo que Israel tenía que llegar a ser, fuera
también amenazado y liberado. Aunque los detalles discrepan los unos de los otros, el
patrón inicial fue recreado en esencia, concluyendo con el Hijo de Dios siendo
restaurado a la tierra de Dios para cumplir la tarea que le había sido asignada.
Finalizado este paréntesis, nos encontramos frente al trágico anticlímax del
versículo 2 con toda su fuerza. Entre el gran comienzo y el gran cumplimiento de las
palabras “llamé a mi hijo”, existe una larga etapa en que la acción “llamé” recibe la peor
de las respuestas. Hay frases parecidas a “Cuanto más... tanto más...”, igualmente
perversas, en 4:7 y 10:1, y sería un error pensar que esta reacción brusca frente al amor
divino y la prosperidad ocurrió únicamente en el antiguo Israel. La familiaridad aún
puede traer contentamiento y, el éxito, soberbia, como si los regalos mismos que
conlleva la prosperidad no fuesen regalos, y el paciente amor de Dios fuera una
debilidad.
La ternura de los versículos 3 y 4 completa dos (o quizás sólo una, como podemos
ver más abajo) de las imágenes que Dios ha utilizado en otros pasajes cercanos. El amor
paternal, simplemente expuesto en el versículo 1, es ahora magníficamente
representado en una escena que cualquier familia reconocerá, con el padre absorto en
animar y ayudar a su hijo mientras este hace sus primeros pasos tambaleantes,

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levantándolo cuando se cansa o se cae, y consolándolo cuando se hace daño (aunque


Isaias 66:13 nos recuerda que aún hay alguien mejor que el padre). Sin embargo, Efraín
(es decir, Israel) ya no es un niño pequeño. Como un adolescente distante y desdeñoso,
se ha olvidado o nunca se ha dado cuenta (o simplemente no quiere darse cuenta) de
que está en deuda con esta relación.
La segunda imagen, la que nos presenta el versículo 4, parece reemprender y
superar la de 10:11a (la de la novilla domesticada y su considerado amo). Ahora, se nos
muestra, retrospectivamente, al granjero celestial que ha tratado a la bestia más como
si fuera un animal de compañía que un animal de trabajo. Cada detalle de su cuidado
reitera la extraordinaria gracia que Israel ha experimentado, que iba más allá de lo que
realmente merecía o de lo que pudiera darle su nuevo amo. El siguiente párrafo
demostrará de manera brutal este último punto.

Las crueles consecuencias


11:5 No volverán a la tierra de Egipto,
sino que Asiria será su rey,
porque rehusaron volver a mí.
6 La espada girará contra sus ciudades,

destruirá sus cerrojos


y los consumirá por causa de sus intrigas.
7 Pues mi pueblo se mantiene infiel contra mí;

aunque ellos lo llaman para que se vuelva al Altísimo,


ninguno le exalta.
Ya desde el capítulo 7, con su imagen de Efraín revoloteando entre Egipto y Asiria
como un pájaro nervioso (7:11), se ha nombrado en cada capítulo a una de estas
grandes potencias, o a ambas, como su obsesión y su perdición. En el comentario sobre
8:13, vimos algo de la vergüenza y la ironía en la idea de volver a Egipto; y ahora la
palabra “volver” es retomada y usada de manera reveladora tanto en el sentido literal
como en el espiritual. En ningún lugar queda más claro que aquí que este movimiento
imperceptible del alma volviendo a Dios (5b) o alejándose de Él (7a) es lo realmente
importante, siguiéndole las consecuencias inevitables en el campo de lo práctico. El
retorno físico a Egipto (¡como refugiados!) fue inevitable desde el momento en que
rechazaron el retorno espiritual a Dios.
De la misma manera, el rechazo a Dios como rey no sólo provoca la desaparición de
los reyes que ellos eligieron por encima de Él (el tema de 10:3, 7, 15), sino que recibe la
mano de hierro de una superpotencia extranjera. Algunas versiones hablan de un
“yugo” en el v. 7b (cfr. la versión inglesa RSV), aunque, si están en lo cierto (a pesar de
ser poco probable), este “yugo” es muy diferente al que era tratado con tanta gentileza
en el v. 4. Leamos como leamos el texto, no encontraremos aquí ninguna expectativa de
alivio.

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Una decisión misericordiosa


11:8 ¿Cómo podré abandonarte, Efraín?
¿Cómo podré entregarte, Israel?
¿Cómo podré yo hacerte como a Adma?
¿Cómo podré tratarte como a Zeboim?
Mi corazón se conmueve dentro de mí,
se enciende toda mi compasión.
9 No ejecutaré el furor de mi ira;

no volveré a destruir a Efraín.


Porque yo soy Dios y no hombre, el Santo en medio de ti,
y no vendré con furor.
De repente, los aterradores mecanismos de causa moral y efecto político, de juicio y
culpa nacional, y de traición y alienación quedan interrumpidos por esta intervención
apasionada, originada puramente en el amor desinteresado. No importa que el Señor
parezca que se deja llevar completamente por el impulso y la emoción, pues estamos
más cerca de un verdadero conocimiento de Él en estos términos que en las
definiciones insustanciales de la filosofía teológica. En otras partes, las Escrituras se
ocupan ampliamente de lo que estas definiciones procuran proteger, pero nunca
eliminan la calidez del amor, el fuego de la ira o la osadía de la gracia.
Así, el simple pensamiento de abandonar a aquellos con los que ha convivido (“en
medio de ti”, 9) hasta el punto de destruirlos como hizo con las ciudades de la planicie,
llena a Dios de aversión. Pero, ¿cómo encaja todo ello con lo que realmente está
sucediendo? Pues debemos recordar que Efraín/Israel (el reino del norte) cayó en el
año 722 a.C. y fue deportado a Asiria. Una posibilidad sería que, después de esta
profecía, se le diera otra oportunidad para arrepentirse, aunque es más probable que la
respuesta recaiga en el remanente que se juntó con Judá y cuyos descendientes
volvieron con ellos de Babilonia (1 Cr. 9:13), para ser parte del Israel que encontramos
en el Nuevo Testamento, los antepasados de la iglesia. El siguiente pasaje parece
corroborar esto mismo.

La gran vuelta a casa


11:10 En pos del SEÑOR caminarán,
Él rugirá como un león;
ciertamente Él rugirá,
y sus hijos vendrán temblando desde el occidente.
11 De Egipto vendrán temblando como aves,

y de la tierra de Asiria como palomas,


y yo los estableceré en sus casas –declara el SEÑOR–.
En el gran soliloquio de los versículos 8 y 9, la misericordia de Dios decreta la
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supervivencia y un futuro para Su pueblo, cuando no se lo merecían. Sin embargo,


como hemos visto en el resto del libro, no serviría nada superficial, ya que, sin un
cambio del corazón, la supervivencia sólo traería una repetición del pasado. Así, será un
pueblo escarmentado, “temblando... temblando”, el que al fin volverá a casa después
de andar “errantes entre las naciones” (9:17). La “paloma incauta” de 7:11, siempre
revoloteando entre Egipto y Asiria, acabará harta de ambos y de las tierras más allá del
mar, y agradecerá estar en su propio nido. Lo que es más importante: “caminarán [en
pos]” del Señor (10) y no de los “amantes” que antes habían buscado (2:5).
Todo ello parece suceder sólo después de que Él dé su señal, el rugido del león con
el que Dios entra en acción, pues la Biblia describe de manera consistente el día del
Señor como un día de terror debido a su juicio sobre un mundo malvado, aunque
también será un día de gozo, pues será el fin de esa maldad.
No es fácil saber a qué momento de la historia se está haciendo referencia aquí: si a
algún día intermedio del rugido del león, como, por ejemplo, el derrocamiento de
Babilonia que trajo a un remanente de Israel (incluyendo alguno procedente de las
tribus del norte) de regreso a casa, Jerusalén; o a la vuelta a casa espiritual de los
“hijos” (10b) de Dios procedentes de muchas naciones en la era del evangelio (en
consonancia con la cita que Pablo hace de Os. 2:23 y 1:10 en Rom. 9:25–26); o bien el
gran retorno de Israel al Señor predicho en Romanos 11:12, 25 y ss. Lo que es seguro es
que el acontecimiento final excederá en gran manera nuestros pensamientos más
sabios y nuestras expectativas más atrevidas.

¡Recordad el pasado y aprended!


Oseas 11:12–12:14

Si albergábamos algún recelo en tratar estas historias antiguas de la Biblia como


textos actuales, este capítulo debería disiparlo. Casi puede leerse como las notas de una
prédica sobre la vida de Jacob y el éxodo de Egipto. Además, Oseas ya ha recurrido a
poderosos episodios del pasado como espejos del presente e indicadores del futuro.
Sin embargo, Oseas empieza evaluando a Efraín y Judá tal y como se encuentran en
su día.

Mi señor Contemporizador y mi señor Voluble


11:12 Efraín me rodea de mentiras,
y de engaño la casa de Israel;
Judá todavía anda lejos de Dios,
y del Santo, que es fiel.
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12:1 Efraín se alimenta de viento,


y persigue sin cesar al solano.
Multiplica la mentira y la violencia;
hacen además pacto con Asiria,
y el aceite es llevado a Egipto.
2 El SEÑOR tiene también contienda con Judá,

y castigará a Jacob conforme a sus caminos;


conforme a sus obras le pagará.
El título que le hemos dado a este pasaje necesita dos explicaciones. En primer
lugar, los originales nombres proceden (como muchos lectores habrán reconocido) a El
progreso del peregrino, donde aparecen como dos ciudadanos importantes de la ciudad
Buenas-Palabras. Pero, en segundo lugar, aunque según nuestra versión (LBLA), Judá se
merece el segundo de estos nombres, en otras traducciones aparece bajo una luz
completamente distinta, como, por ejemplo, en la RVR 1995:
“Pero Judá aún gobierna con Dios,
y es fiel con los santos.”
Existen, sin embargo, dos objeciones a la imagen más favorable de la RVR 1995. En
primer lugar, en el v. 2, Dios “tiene también contienda con Judá” y, en segundo lugar, la
afirmación de que Judá “aún gobierna con Dios” y le “es fiel” está basada en la
Septuaginta, y no en el texto hebreo, ya que este afirma que Judá es inconstante y de
poca confianza. También deberíamos tener esto en cuenta para interpretar la segunda
línea del pareado.134
Así pues, ambos reinos son reprendidos, pero sobre todo Efraín, pues es el campo
de misión de Oseas. Una lección que surge de estos dos versículos es que las evasivas,
sea lo que sea lo que producen en el oyente, no hay duda de que corrompen al que las
dice. No es únicamente por casualidad que el “engaño” y las “mentiras” religiosas de
11:12 están conectadas con el vacío interno y los objetivos fútiles de 12:1a (otro de los
pequeños bosquejos mordaces de Oseas) y con el doble juego de 12:1b, pues cada uno
reacciona frente al otro. Así es como sucedió en tiempos de Oseas, en que la sociedad
estaba cayendo en picado a causa de una religión sin sentido (4:6; 7:14; 8:11 y ss.), una
anarquía moral (p. ej., 4:1 y ss.), un hedonismo febril (4:10 y ss.), la perfidia en la
política y la diplomacia (7:6 y ss., 11) y, al final, la enemistad (8:8–10) y la ruina. Lo
cierto es que no nos sería difícil encontrar al menos partes de este patrón reproducido
en cualquier otro grupo o nación que ha empezado a andar por el mismo camino.
Aun así, mientras el capítulo nos lleva a través de algunas de estas etapas, también
nos va recordando regularmente lo que puede suceder cuando Dios y el hombre se
aferran el uno al otro y cuando se acerca el día de la liberación de Dios. De esta forma,
volvemos nuestras mentes hacia un padre fundador y a un acontecimiento formativo:
Jacob y el éxodo.

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Jacob, el que lucha


12:3 En el vientre tomó a su hermano por el calcañar,
y en su madurez luchó con Dios.
4 Sí, luchó con el ángel y prevaleció,

lloró y le pidió su ayuda;


en Betel le encontró,
y allí Él habló con nosotros,
5 sí, el SEÑOR, Dios de los ejércitos,

el SEÑOR es su nombre.
6 Y tú, vuelve a tu Dios,

practica la misericordia y la justicia,


y espera siempre en tu Dios.
Con sólo un par de pinceladas, el primer pareado resume toda la historia de Jacob
mediante sus dos nombres, Jacob e Israel. El hecho de que naciera agarrando con su
mano el talón de Esaú (Gn. 25:26) le dio su nombre de nacimiento (“el-que-está-en-el-
talón”) y, por muchos años, su trato con los demás confirmaría ese componente
siniestro de su nombre, como aquel que se acerca sigilosamente por detrás para tener
ventaja y ganar al otro. Esaú, que negoció y perdió su derecho de primogénito y la
bendición que esto conllevaba, exclamó: “Con razón se llama Jacob, pues me ha
suplantado estas dos veces...” (Gn. 27:36). Incluso Labán, un maestro de las
negociaciones, se dio cuenta de que Jacob también era un experto.
Su nombre final, Israel, tiene unas connotaciones muy diferentes, pues denota
tenacidad sin sigilo (“el que lucha”) y, en última instancia, una obsesión no con el
hombre, sino con Dios. La transformación que implica este cambio de nombre es
descrito de manera exquisita y concisa en las primeras dos líneas del versículo 4, donde
su agresión y determinación por ganar, son redirigidas hacia el fin más noble de ser
fuerte con Dios (aunque todavía queriendo imponer su propia voluntad sobre su gran
adversario), aunque finalmente lo vemos suplicando por la gracia. Su arrogancia ha sido
vencida, pero no su afán. Podemos encontrar esta historia en Génesis 32:22–32.
Aun así, el versículo 4 tiene algo más que decir: la transformación del hombre no se
debió a su propia acción, sino a la iniciativa de Dios revelada en Betel tiempo atrás, en
una clásica demostración de la gracia inesperada, no buscada e irresistible.
Oseas está a punto de reiterar la lección en el gran llamamiento del versículo 6, “Y
tú,...”, pero antes rememora el nombre de Dios y medita en él en el versículo 5 con un
énfasis especial. Si nos preguntamos por qué hace aquí esta pausa, podremos observar
que, por primera vez, ha llamado al santuario más importante de Israel por su nombre
real, Betel, “casa de Dios”, en vez de por su apodo salvaje, Bet-avén, “casa de maldad”,
pues allí Jacob se encontró con Dios mismo, y no con un becerro de oro (10:5; 13:2), y si
Israel quiere aprender de Jacob, esta es la primera lección a la que debe enfrentarse.
Después de este paréntesis, ya puede presentarse el profundo desafío del versículo

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6: “Y tú, vuelve...”, ¡pues no te llamas Jacob/Israel por que sí! Si tienes más de “Jacob”
que de “Israel”, estás en la misma situación que él cuando fue llamado, en un país
lejano, con las palabras: “Vuelve a la tierra de tus padres y a tus familiares, y yo estaré
contigo”. Y si él recibió su nuevo nombre cuando insistió “No te soltaré si no me
bendices”, tú también deberías estar ansioso por “practicar” Su voluntad y “esperar
siempre” en Su presencia (esto es expresado aún más claramente en el relato sobre su
contexto en 6:1–6, donde se nos cuenta que el amor de Israel era “como el rocío, que
temprano desaparece”).
Si nos parece demasiado difícil poder llevar a cabo este reto, estamos olvidando el
matiz de las palabras de Oseas, pues no está diciendo simplemente que vuelva a Dios,
sino que volverá con la ayuda de Dios, por lo que nada es imposible.

El próspero Efraín
12:7 A un mercader, en cuyas manos hay balanzas falsas,
le gusta oprimir.
8 Y Efraín ha dicho: Ciertamente me he enriquecido,

he adquirido riquezas para mí;


en todos mis trabajos no hallarán en mí
iniquidad alguna que sea pecado.
9 Pero yo he sido el SEÑOR tu Dios desde la tierra de Egipto;

de nuevo te haré habitar en tiendas,


como en los días de la fiesta señalada.
¡El anticlímax! El rechazo de Efraín no es melancólico como el del hombre rico, sino
que rechaza a Dios con desfachatez, así como lo hace Laodicea o, aún peor, Canaán,
pues “Canaán” es la palabra que aquí ha sido traducida por “un mercader”, tildando así
a Efraín de ser el verdadero sucesor de los antiguos habitantes corruptos de esta tierra.
La afirmación rotunda de que su desorbitante riqueza no esconde ninguna mala acción
(o ninguna que merezca ser mencionada) y que, incluso, lo sitúa por encima de la ley, es
claramente absurda. Aun así, las actitudes del ser humano, que venera el éxito y,
aunque sea desde cierta distancia, admira al pícaro, influyen y refuerzan este
engreimiento en el hombre que vende su alma al presente.
La respuesta de Dios frente a ello es otra escena retrospectiva, esta vez no de Jacob,
sino del Éxodo. Para su discurso, toma prestada la impactante introducción de los Diez
Mandamientos, “yo he sido el SEÑOR tu Dios [que te trajo] desde la tierra de Egipto”,
palabras tan conocidas para sus oyentes como lo es el Padre Nuestro para nosotros, y el
ritual propio de la Fiesta de los Tabernáculos, en que se rememora la diáspora.
Se trata de un doble ataque. Por un lado, Dios está preguntando: “¿Fue por esto
que te redimí? ¿Para que os convirtieseis en una pandilla de cananeos?” y, por el otro:
“Cuando revivís el Éxodo cada año, viviendo en tiendas tal y como hicieron vuestros
padres, ¿es sólo fingimiento? ¿O es para aprender de nuevo la lección de aquellos días,
de que no sólo de pan vivirá el hombre?”

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Si únicamente lo aceptaran, se darían cuenta de que la intención de Dios en la


eliminación de todas las comodidades que habían convertido a estos peregrinos en
especuladores no es condenarlos, sino sanarlos. La amenaza aparente de “te haré
habitar en tiendas” (9) forma parte de un discurso que ya vimos en 2:14 y s:
“Por tanto, he aquí, la seduciré,
la llevaré al desierto,
y le hablaré al corazón.
Y allí cantará como en los días de su juventud,
como en el día en que subió de la tierra de Egipto.”
Éste es el espíritu de todo el libro, pero sólo porque busca una respuesta desde la
libertad es posible que se encuentre con una negativa obstinada, y no hay ninguna
voluntad de esconder esta posibilidad o de enmascarar sus fatales consecuencias.

Profetas sin honor


12:10 También he hablado a los profetas
y multipliqué las visiones;
y por medio de los profetas hablé en parábolas.
11 ¿Hay iniquidad en Galaad?

Ciertamente son indignos.


En Gilgal sacrifican toros,
sí, sus altares son como montones de piedra
en los surcos del campo.
12 Mas Jacob huyó a la tierra de Aram,

e Israel sirvió por una mujer,


y por una mujer cuidó rebaños.
13 Por un profeta el SEÑOR hizo subir a Israel de Egipto,

y por un profeta fue guardado.


14 Efraín le ha irritado amargamente;

por eso su Señor dejará sobre él su culpa de sangre,


y le devolverá su oprobio.
Al final del capítulo, podemos notar cierto elemento deshilvanado de agitación y
angustia. Sin embargo, la forma como el versículo 13 vuelve al tema inicial (10), el papel
de los profetas, sugiere que, al menos, aquí existe un hilo unificador, un énfasis central:
el hecho de que los tratos de Dios con el hombre siempre han ido dirigidos a la mente y
a la consciencia, que a la vez son lo que más preocupan a los profetas, pues la nación
entera será juzgada únicamente a ese nivel.
El primer versículo de este pasaje (10) enfatiza especialmente el hecho de que Dios,
y no el hombre, es la fuente y el origen de las profecías y de las formas variadas y a
veces extrañas como son comunicadas. A pesar de que la gente iba diciendo: “Un
insensato es el profeta, un loco el hombre inspirado” (9:7), las visiones y las parábolas
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del profeta no eran meras excentricidades, sino que eran la palabra de Dios. Esto nos
lleva a preguntarnos (a nosotros tanto como a los antiguos israelitas) por qué Dios, que
podía hablar con la precisión de un legislador y la claridad persuasiva de un sabio
maestro, tiene que ofuscarnos con visiones y provocarnos con parábolas. La respuesta,
al menos parte de ella, es que el profeta era enviado para hacer que los hombres
pensaran, y confrontarlos con las señales de su propio tiempo y con el Dios viviente,
que no queda encerrado fuera del tiempo detrás de Sus leyes y liturgias, sino que nos
muestra “la faz de su gloria” (como lo expresa Isaías en Is. 3:8, RVR 1995) y lleva a juicio
a todas las naciones.
Por ello (y aquí está la conexión entre los versículos 10 y 11), Dios nombra lugares
reales, tanto cercanos como lejanos, que están a punto de recibir su juicio y desdeña
elocuentemente las supersticiones religiosas, creando un juego de palabras sobre la
falsamente venerada Gilgal con el plural irrespectuoso de gal, “montones de piedra”.
Esta impaciencia divina hacia la religiosidad ardía ferozmente dentro de los profetas,
especialmente de los grandes contemporáneos de Oseas: Amós, Miqueas e Isaías, pero
sobre todo del Señor, cuya prolongada diatriba de Mateo 23 supera incluso a la del
Antiguo Testamento tanto en la genialidad del lenguaje como en la profundidad del
problema.
Si, por el momento, dejamos a un lado el versículo 12, podemos observar que la
repetición del versículo 13 “por un profeta... por un profeta” es más importante de lo
que podría parecer a primera vista. No se trata simplemente de que los profetas
puedan remontar su linaje espiritual hasta Moisés, aunque esto sea verdad, sino que
insiste en que el éxodo fue sobre todo un acontecimiento espiritual y no sólo un
movimiento de liberación. La grandeza de Moisés no se basa en qué hizo frente a
Faraón, sino que estuvo delante de Dios y lo vio cara a cara. El monte Sinaí, primero con
la revelación en la zarza ardiendo y, más tarde, con el regalo de la Ley y el Pacto, dio
sentido a la operación. No se trataba de un mero desvío, ni un desfile religioso
marchando hacia la victoria, pues “os he tomado sobre alas de águila y os he traído a
mí”,143 dice Dios. Aquí, la razón de ser y la verdadera estabilidad de Israel se hallaba en
conocer a Dios: “por un profeta fue guardado”, pues “Cuando falta la profecía, el
pueblo se desenfrena”.
Sin embargo, aún es peor, tal y como indica el último versículo, haber recibido una
profecía y no utilizarla, que es precisamente lo que ha hecho Efraín. Este es un peligro
especial para una nación, iglesia o individuo que ha recibido el conocimiento, pero cuyo
apetito por la verdad se ha desvanecido a causa de una falta de ejercicio de lo que el
apóstol Juan llamaría “practicar la verdad” (cfr. Jn. 3:21).

Nota adicional sobre


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Oseas 12:12

El versículo 12 parece un paréntesis, donde se añade la parte que faltaba a la


historia sobre la vida del patriarca resumida en el versículo 3 y que seguramente fue
excluida para que el contraste entre Jacob e Israel no se difuminara. Sin embargo,
puede que su ubicación actual tenga un objetivo más sutil. J. L. Mays apunta a la
repetición de la raíz hebrea para “guardar” (“cuidó” y “guardado”) en los versículos 12 y
13 (13–14, Heb.), y en ella encuentra un contraste implícito entre el pastor humano,
cuyo ámbito es muy limitado, y el pastor divino, pues es muy probable que Israel basara
en exceso su orgullo y seguridad en su antepasado y demasiado poco en el Dios viviente
del éxodo y los profetas. Así, el antepasado es retratado aquí con unos matices muy
sobrios: como un fugitivo en vez de un peregrino y un pastor de ovejas en vez del
pastor de las naciones, cuya motivación, durante años, fue totalmente doméstica. Aquí
se nos recuerda que, muchas veces, la adoración a los héroes ni siquiera es fidedigna al
pasado, y menos aún válida para el presente.

La destrucción de un reino
Oseas 13:1–16

Este es el punto culminante de las profecías de Oseas sobre la inminente ruina,


aunque no el punto culminante de todo el libro, pues es reservado (aparte de un
extraordinario versículo que encontramos aquí) al capítulo siguiente, la gran visión
sobre la renovación. Ambos iban a ser cumplidos: el reino del norte caería, como ya
hemos visto, en el año 722 a.C. para no renacer nunca más, aunque el Nuevo
Testamento ya celebra los acontecimientos maravillosos que llegarían después de esta
tragedia.
La única excepción destacada, tal y como lo entendemos, de la oscuridad que se
extiende por todo el capítulo es la provocación del versículo 14 al Último Enemigo.
Desgraciadamente, la mayoría de traducciones modernas han cambiado por completo
el sentido para, supuestamente, ser consistentes con el resto del pasaje.

La dignidad desvanecida
13:1 Cuando Efraín hablaba, reinaba el temor;
se había exaltado a sí mismo en Israel,
pero por causa de Baal pecó y murió.
2 Y ahora continúan pecando:

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se hacen imágenes fundidas,


ídolos, con su plata, conforme a su pericia,
todo ello obra de artífices.
De ellos dicen: Que los hombres que sacrifican, besen los becerros.
3 Por tanto, serán como niebla de la mañana,

y como rocío que pronto desaparece,


como paja aventada de la era,
y como humo de chimenea.
Uno de los aspectos comunes en las fortunas humanas que la historia no para de
inculcarnos es su inestabilidad, y los historiadores pueden mostrar miles de razones
económicas y políticas (entre otras) que explican los cambios que convierten a los
gigantes de una era en los débiles de la siguiente. Aquí, ni los cambios en el poder en el
extranjero ni las divisiones en casa son las culpables del triste estado de Efraín, sino que
la causa reside en un cambio anterior y sutil de la mente: del Señor a Baal. En ese
momento, Efraín “murió”, como también lo hizo Adán, aunque, como este, siguió
viviendo, al menos en apariencia. Para hacerlo aún más imperceptible, Efraín manifestó
que esta volubilidad era simplemente una ampliación en las formas en que se podía
servir al Señor, como hemos visto en los comentarios sobre el capítulo 2. Sin embargo,
tal pluralismo ignoró el primero de los mandamientos (mencionado explícitamente en
el versículo 4 y, anteriormente, en el v. 12:9), y, a causa de su veneración a los ídolos,
llevó a infringir el segundo. El versículo 2 nos da una fuerte sacudida a causa de su
repentino cambio en el foco de atención, que pasa del ámbito de los hábiles artesanos y
los metales preciosos al de la insensatez religiosa a la que servían. El final de este
ejercicio tan costoso, en que se usaban las habilidades de las criaturas superiores de
Dios, es presentado en una frase escandalizadora: “la gente (‘āḏām) besa ídolos que
tienen forma de becerro” (DHH).
Anteriormente en el libro (6:4), Dios había comparado la bondad de Efraín y Judá
con una “nube matinal” y al “rocío, que temprano desaparece”. Ahora, Dios habla aún
más claro, pues una nación no es más que sus valores morales y su carácter, por lo que
no sólo se desvanecerán por completo sus intenciones superficiales, sino que “ellos”
mismos también desaparecerán. Lo que se dice de ellos también se dice en otras partes
de los pecadores individuales (p. ej., “como paja que se lleva el viento”, Sal. 1:4) y de
todos los enemigos de Dios (p. ej., “Como se disipa el humo”, Sal. 68:2).

Una divinidad indómita


13:4 Mas yo he sido el SEÑOR tu Dios
desde la tierra de Egipto;
no reconocerás a otro dios fuera de mí,
pues no hay más salvador que yo.
5 Yo te cuidé en el desierto,

en tierra muy seca.

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6 Cuando comían sus pastos, se saciaron,


y al estar saciados, se ensoberbeció su corazón;
por tanto, se olvidaron de mí.
7 Seré, pues, para ellos como león;

como leopardo junto al camino acecharé.


8 Como osa privada de sus cachorros, me enfrentaré a ellos

y les desgarraré el pecho,


y allí los devoraré como leona,
Nada podría estar más lejos de la popular imagen de Dios como espectador
tolerante que las dos mitades de este pasaje. En primer lugar, insiste en tener una
relación completamente personal (“no reconocerás...”; “yo te cuidé...”) y una lealtad
exclusiva, y, más adelante, frente a la violación de ambas, amenaza con pasar de
salvador (4) a depredador. En términos de los Diez Mandamientos, cuya declaración
inicial parece ser la base de estos versículos (véase v. 4a), Él es un “Dios celoso”, lo que
queda reiterado por estas amenazas destructoras.
Casi no hace falta decir que el infantilismo que provoca la mayoría de los celos
humanos no tiene cabida en Dios: únicamente la tiene una gran preocupación por lo
que Él considera valioso. Está tan lejos de nuestra envidia, odio y malicia como de una
fría indiferencia. De la misma manera, no hay nada de arbitrario en Sus juicios, por muy
excesivos que, a menudo, nos puedan parecer y tan desinhibidos como en la feroz
imagen del versículo 8. Debemos permitir que el resto del libro nos muestre la otra cara
del asunto y no sólo la lógica de nuestro sembrar y cosechar espiritual (p. ej., 8:7:
“siembran viento, y recogerán tempestades”; 10:13: “fruto de mentira”), nuestra
sordera ante el razonamiento y los llamamientos (8:12; 11:2), nuestra terquedad (4:16;
11:7), nuestra esquivez (7:13) y lascivia (5:4), pero, por encima de todo, la profunda
reticencia de Dios de recurrir al juicio (11:8) y Su anhelo de que al fin pueda hacerles
entrar en razón (5:13–15; capítulo 14).

¿Quién puede ayudarte?


13:9 Tu destrucción vendrá, oh Israel,
porque estás contra mí, contra tu ayuda.
10 ¿Dónde está ahora tu rey

para que te salve en todas tus ciudades,


y tus jueces de quienes me decías:
Dame rey y príncipes?
11 Te di rey en mi ira,

y te lo quité en mi furor.
12 Atada está la iniquidad de Efraín,

guardado su pecado.
13 Dolores de parto vienen sobre él;

no es un hijo sensato,

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porque no es hora de que se demore en la apertura del vientre.


El estado de ánimo con el que Israel ha exigido un rey nos es bastante familiar: una
mezcla de quejas razonables (contra el mal gobierno por parte de los hijos de Samuel, 1
S. 8:1–5), ideas de grandeza (“como todas las naciones”) y una confianza depositada en
lo que se ve en vez de en lo que no se ve (“para que nuestro... salga delante de
nosotros y dirija nuestras batallas”, 1 S. 8:20).
Aun así, Dios concedió espacio para la realeza y le dio un uso noble, como también
lo hace con nuestras buenas ideas, o a pesar de ellas. Pero lo que no podía bendecir era
la arrogancia que le dio pie y las luchas por el poder que la explotaron. Ya hemos visto
la corrupción que había en ella en tiempos de Oseas (7:3–7) y la total decepción que
marcó su caída (10:3: “el rey, ¿qué haría por nosotros?”). El proceso mediante el que
Dios quitó a estos reyes en (Su) ira fue elección de ellos mismos: una serie de asesinatos
y golpes desde dentro y el poder punitivo de Asiria desde fuera, en represalia por las
repetidas acciones de traición.
La riqueza visual de Oseas, posiblemente inigualada por ninguno de los otros
profetas, vuelve a ser patente en los versículos 12 y 13, en un doble ataque a la
autocomplacencia de Israel: primero, al describir un pecado no perdonado como una
reserva guardada que acarreará problemas para el futuro y, luego, con la analogía de un
parto que amenaza ir mal. Esta segunda imagen combina el pensamiento frustrante de
una promesa que no ha llegado a cumplirse con la de un desastre que ya nadie puede
evitar. El rey Ezequías de Judá volvería a utilizar esta misma metáfora, no en un
momento de total desesperación, pero sí en un clamor desesperado hacia Dios, que le
contestó con un milagro (2 R. 19:3 y ss.). Sin embargo, en el reino del norte no había un
líder de tal calibre o con una fe parecida.

El último enemigo
13:14 De manos del seol los redimiré,
los libraré de la muerte.
Muerte, yo seré tu muerte;
yo seré tu destrucción, seol.
La compasión se ocultará de mi vista. (RVR 1995)
¿Es este un desafío definitivo al “último enemigo”, en que se predice su derrota, o
es simplemente (como opinan algunos) el último clavo en el ataúd de Israel? La
traducción de la RVR 1995, coincidiendo con el Nuevo Testamento (1 Co. 15:54 y s.) y
con las versiones más antiguas, incluso con la Septuaginta precristiana, lo interpreta
como una gran afirmación, una de las más importantes de todas las Escrituras, pues
trata el pareado inicial como una clara promesa, exactamente tal y como está escrita;
una promesa que será revelada con las palabras del Señor en Marcos 10:45 acerca de
su gran “rescate”. Desgraciadamente, la moda actual es convertirlo en una pregunta
cuya respuesta implícita es “no” y, por tanto, convierte al resto del versículo en un

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mero llamamiento para que las armas de la muerte acaben destruyendo a Israel.
Por esto, debemos señalar que el texto hebreo del v. 14a no usa un prefijo
interrogativo, sino que presenta la forma de una afirmación corriente. A veces, para
estar seguros, el contexto de un versículo nos obliga a leer la frase de manera irónica o
con una inflexión interrogativa (véase la nota al pie sobre 4:16b, p. 78), y ese es el
motivo por el que este versículo ha sufrido modificación en algunas versiones recientes,
pues lo rodea una profunda melancolía.
Sin embargo, lo que se ha olvidado es que una de las características más destacadas
de este libro es los cambios repentinos de tono, pues se puede pasar de la amenaza
más severa a la resolución más tierna, como sucede en 11:8,
“¿Cómo podré abandonarte, Efraín?
¿Cómo podré entregarte, Israel?...
Mi corazón se conmueve dentro de mí...”
o también en 1:9–10,
“Ponle por nombre Lo-ammí [no sois mi pueblo]...
pero... se les dirá:
Sois hijos del Dios viviente.”
Ciertamente, la estructura general de la profecía nos lleva, mediante el juicio, hasta
las “amplias y soleadas tierras altas” del último capítulo, así como la historia desastrosa
de Israel y Judá resultó ser el preludio de la derrota definitiva de la muerte aquí
prometida. En cuanto a la última línea, es evidente que no se trata de que Dios no
ofrezca “compasión” a las víctimas de la muerte y la sepultura, sino que se está
refiriendo a los dos tiranos (cfr. su personificación en Ap. 20:14: “Y la Muerte y el Hades
fueron arrojados al lago de fuego”). En términos menos gráficos, lo que Dios está
prometiendo es el final definitivo de la muerte y su dominio, sin que quepa la
posibilidad de un cambio de opinión por su parte.

No hay misericordia para Samaria


13:15 Aunque él florezca entre los juncos,
vendrá el solano,
viento del SEÑOR que sube del desierto,
y su fuente se secará
y su manantial se agotará;
despojará su tesoro de todos los objetos preciosos.
16 Samaria será considerada culpable,

porque se rebeló contra su Dios.


Caerán a espada;
serán estrellados sus niños,
y abiertos los vientres de sus mujeres encintas.

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El nombre de Efraín poseía una sonoridad parecida al verbo “florecer” (15a) y había
sido escogido por esa razón: “Dios me ha hecho fecundo en la tierra de mi aflicción”,
dijo José (Gn. 41:25). En comparación con Judá y algunos de sus primos del sur, el reino
del norte de Efraín/Israel era fértil y, recientemente, había sido muy próspero. Sin
embargo, como suele suceder con toda prosperidad material, la riqueza de Efraín era
tan vulnerable ante un agresor como lo es una orquídea frente al viento del este.
¡Y qué agresor! Asiria era conocida por su crueldad en la guerra y, ciertamente, no
se detuvo en las atrocidades cometidas por poderes menores. Existe una frecuencia
alarmante de referencias a la matanza descrita en 16b (véase la lista en la nota al pie
sobre 10:14b, p. 134).
Por ello, el profeta se niega a suavizar su advertencia usando términos abstractos,
pues el futuro que se estaban ganando era demasiado severo y físico, y descrito con
desagradable detalle. Sin embargo, por gracia, aunque implicaba el fin de todo lo que se
habían prometido a sí mismos, Dios no había dicho la última palabra.

La vuelta a casa
Oseas 14:1–9

Este corto capítulo de sólo nueve versículos, tan tranquilo y suave como
tumultuosos fueron los anteriores, nos lleva una vez más por todos los temas
principales del libro, aunque esta vez de vuelta a casa. Israel es llamado, y su camino
está lleno de señales que marcan aquellos puntos importantes por los que ha ido
pasando durante su viaje espiritual hacia el lejano país.

Acercaos a Dios…
14:1 Vuelve, oh Israel, al SEÑOR tu Dios,
pues has tropezado a causa de tu iniquidad.
2 Tomad con vosotros palabras, y volveos al SEÑOR.

Decidle: Quita toda iniquidad,


y acéptanos bondadosamente,
para que podamos presentar el fruto de nuestros labios.
3 Asiria no nos salvará,

no montaremos a caballo,
y nunca más diremos: “Dios nuestro”
a la obra de nuestras manos,
pues en ti el huérfano halla misericordia.

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La primera palabra, “vuelve” es un viejo amigo y uno de los elementos principales


del libro. Hasta ahora, sólo ha traído decepción y reproche. Básicamente, significa
“girar” e Israel a menudo ha girado hacia la dirección equivocada, como leemos en 11:7:
“Mi pueblo persiste en estar alejado de mí”. Sin embargo, este sentido ha sido
encubierto en algunas traducciones antiguas, en las que se ha interpretado como
“recaer”, que tiene connotaciones más de fracaso que de perversidad, a pesar de que,
de hecho, había sido un rechazo absoluto a responder (11:5), originado en el orgullo
(7:10) y en una preferencia determinada (“No les permiten sus obras volver a su Dios,”
5:4). Hasta ahora, cualquier respuesta al gran llamamiento, “Venid, volvamos al
Señor...”, había sido tan superficial como un impulso pasajero (6:1, 4).
Sin embargo, Dios no desistirá, ¡no podría! Si su arrepentimiento ha sido superficial,
Él se encargará de que sea más profundo. Aquí, hay cierta calidez en la forma enfática
de la palabra “vuelve” (1a; en el versículo 2 aparece en la forma ordinaria) y la
preposición es fuerte. Casi lo podríamos traducir por “Oh regresa, Israel, al Señor”.
Incluso las palabras familiares “tu Dios” han ganado una nueva intensidad desde la
amenaza en que la inconstancia de Israel parecía estar poniendo en peligro su vínculo
matrimonial con el Señor. Sin embargo, aun sin merecerlo, el matrimonio no se rompe y
Él todavía le pertenece, por lo que aquí se encuentra el costoso equivalente de Su
palabra en la vida de Oseas: “Ve otra vez, ama a una mujer amada por otro y adúltera,
así como el SEÑOR ama a los hijos de Israel a pesar de que ellos se vuelven a otros
dioses” (3:1).
Así pues, el arrepentimiento tendrá que empezar con la lealtad rota: “la seduciré...
y... cantará como en los días de su juventud” (2:14 y s.). Como lo expresa delicadamente
George Adam Smith: “Amós clama, ‘Vuelve, pues delante de ti sólo hay destrucción’;
mientras que Oseas clama, “Vuelve, pues detrás de ti está Dios’ ”.
Sin embargo, el llamamiento de Dios no es sólo tierno, sino también duro, pues no
hay lugar para patrañas: debe haber “frutos dignos de arrepentimiento”. El versículo
12:6 ya nos ha expuesto las implicaciones de ello: de cara a los demás seres humanos,
“practica la misericordia y la justicia”, y de cara al cielo, “espera siempre en tu Dios”, y,
principalmente, este capítulo se centrará en esta última.
Así, en primer lugar, leemos “Tomad con vosotros palabras” (v. 2). Las palabras
pueden ser superficiales, pero también pueden serlo las acciones. Uno de los contrastes
más destacados de este libro se halla entre un encuentro articulado y significativo y las
meras formalidades y ofrendas con las que los hombres intentan sustituir dicho
encuentro: “Irán con sus rebaños y sus ganados en busca del SEÑOR, pero no le
encontrarán” (5:6); de la misma forma que una religión impersonal tampoco lo logrará
(cfr. 5:15).
Estas “palabras” deben pronunciarse sin cautela ni excusas, pues Dios ha hablado de
“tu iniquidad” (v. 1) y el hombre debe aceptarlas y hacerlas suyas (v. 2), en vez de
resistirse y no tomarlas en serio, como alardeó Efraín en 12:8 con la afirmación “no
hallarán en mí iniquidad alguna que sea pecado”.
Pero ¿cómo deberíamos entender la siguiente súplica: “acéptanos

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bondadosamente”? La RVR 1995 lo traduce como “acepta lo bueno”, que quizás no


resulta tan forzado, mientras que G. A. F. Knight sugiere otra posible interpretación:
“Recíbenos, Tú que eres bueno”. Sin embargo, lo más probable es que se trate
simplemente de una súplica para que Dios acepte la ofrenda procedente de los labios y
el corazón que Dios ha exigido de Su pueblo. Ello coincide con el famoso dicho en 6:6,
sobre aquellas cosas que desea más que un sacrificio, y con el Salmo 51:17; y
posiblemente también con el eco de las palabras, difuminado en el proceso de
traducción, entre el llamamiento de Dios, “tomad con vosotros...” y la respuesta del
hombre, “acéptanos (lit. “toma[nos]...”).
La ofrenda de palabras, que comenzó como un tipo de confesión (el reconocimiento
del pecado), se convierte ahora en confesión en otro sentido: el reconocimiento de Dios
por medio de la adoración. El texto hebreo del v. 2c es, una vez más, poco claro:
literalmente, “y nosotros ofreceremos terneros, nuestros labios”, aunque al menos la
palabra “ofrecer” nos da una buena pista acerca del sentido, pues se trata del término
empleado para pagar los votos de uno (véase Sal. 116:14) en gratitud por una oración
respondida. De esta manera, los labios serían nuestra ofrenda votiva, nuestros
“terneros” sacrificiales. Sin embargo, la frase es expresada con más gracia en las
versiones griega y siriaca, que, con las mismas consonantes, la interpretan como “el
fruto de nuestros labios”, y así es como es citada en Hebreos 13:15.
Por tanto, de momento, el lado positivo del arrepentimiento ha sido el más
importante. El fugitivo debe regresar, el pecador debe suplicar y el formalista debe
utilizar su mente y sus labios para poder tener de nuevo una relación personal con Dios.
Deben girar hacia la luz.
Ahora con el versículo 3 aparece la exigencia negativa, pues deben abandonar los
viejos caminos y decir adiós para siempre a las esperanzas futiles y a las falsas creencias,
que ya han aparecido en capítulos anteriores. Por seguridad, Israel ha estado siguiendo
un doble juego, confiando en Asiria un momento y en Egipto (el provisor de caballos y
carros, 3a, cfr. Is. 31:1) el siguiente. Ya nos hemos encontrado con ambos nombres en
casi todos los capítulos a partir de la mitad del libro, pues Israel era tan perezoso como
nosotros cuando se trata de jugar limpio o de tomar en serio a Dios. Su nombre no
tenía ningún peso en el ámbito político.
En cuanto a las falsas creencias, los dioses del v. 3b quedan, a lo largo del libro,
constantemente en evidencia y el desprecio de Oseas hacia ellos es tan rotundo como
el encaprichamiento de Israel. No cabe duda de que nuestro propio desprecio es el eco
del suyo, pero mientras que “la obra de nuestras manos” nos parezca más grande que
El que hizo estas manos, el versículo 3b todavía tendrá palabras útiles para nosotros.
El punto culminante de la confesión es expresado a la perfección, aunque de
manera algo libre, en la versión inglesa NEB: “pues en ti, el huérfano encuentra el amor
de un padre”, sacando a relucir la referencia en el texto hebreo de la misma forma en
que empezó el libro; con el matrimonio roto del profeta y la hija repudiada, Lo-ruhamá,
que significa “No amada” (1:6). Sin embargo, Lo-ruhamá recibiría un nuevo nombre,
Ruhamá, “La que es amada” (2:1, 23), en señal de la gracia reivindicadora del Señor
hacia Israel. Una vez más, este capítulo ha tomado de nuevo los temas que surgieron al
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inicio del libro y los ha llenado de esperanza.

... y Él se acercará a vosotros


14:4 Yo sanaré su apostasía,
los amaré generosamente,
pues mi ira se ha apartado de ellos.
5 Seré como rocío para Israel;

florecerá como lirio,


y extenderá sus raíces como los cedros del Líbano.
6 Brotarán sus renuevos,

y será su esplendor como el del olivo,


y su fragancia como la de los cedros del Líbano.
7 Los que moran a su sombra,

cultivarán de nuevo el trigo


y florecerán como la vid.
Su fama será como la del vino del Líbano.
Ahora habla Dios, y toda la escena cobra luz delante de nosotros. La palabra
“volver” (o “girar”) aún resuena a lo largo del capítulo, como lo ha hecho a lo largo de
todo el libro. La escuchamos en los versículos 1 y 2 y volverá a aparecer en el versículo
7, pero, mientras tanto, aparece dos veces en el versículo 4: en primer lugar, escondida
detrás de la palabra “apostasía” (lit. “volverse”) para recordarnos que nuestra rebeldía
es incurable hasta que Dios la sane y, en segundo lugar, la encontramos en la garantía
de la última línea de que su ira se ha “apartado de ellos”. Entre estos dos recordatorios
del pasado, se nos presenta una de las expresiones más puras de lo que el Nuevo
Testamento llamará gracia, prevaleciendo sobre el lenguaje del juicio y el desierto que
encontramos en 9:15 (“no los amaré más”). Tanto la RVR 1995 como la NVI traducen
esta frase como “los amaré de pura gracia”. También podemos observar un fuerte
contraste, no sólo entre este amor hacia fuera y el escaso afecto de los amantes de
Israel (2:7), sino también entre este Dador incansable y los mercenarios reacios de
8:8–9.
Después de la perfecta claridad de estas promesas, que es vital para el que está
ansioso y lleno de remordimientos, la poesía tiene vía libre para extenderse en los
siguientes versículos (5–7). En ellos, toda la imaginería procede de una naturaleza
radiante y especialmente abundante.
Sin entrar en detalles, podemos sacar de ella una impresión triple de esta Israel
reavivada y reconciliada con Dios. En primer lugar, observar la frescura (rocío, flores,
fragancia, belleza, sombra, etc.); en segundo lugar, la estabilidad (arraigado como el
cedro, quizás; o como el Líbano, v. 5); y en tercer lugar, el vigor (renuevos que brotan, v.
6; el abundante trigo, v. 7).
Sin embargo, un resumen como este sólo nos será útil si nos lleva a analizar con más
detalle el pasaje, donde existe toda la gracia y la vitalidad que necesitan las realidades

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de las que habla. El amor divino expresado aquí no es nada agobiador ni restrictivo, sino
que, como el río de Ezequiel 47, da vida a todo con lo que entra en contacto.

El ruego es reiterado
14:8 Efraín, ¿qué tengo yo que ver ya con los ídolos?
Yo respondo y te cuido.
Yo soy como un frondoso ciprés;
de mí procede tu fruto.
El hecho de dirigirse directamente a Efraín ya ha expuesto, más de una vez, el
corazón de la profecía y de su Autor supremo. Como el clamor de David, “¡Hijo mío
Absalón!” (2 S. 18:33), o el de nuestro Señor, “¡Jerusalén, Jerusalén!” (Mt. 23:37), este
versículo expresa tanto amor como angustia: “¿Qué haré contigo, Efraín?”, “¿Cómo
podré abandonarte, Efraín?” (6:4; 11:8). En mi opinión, ahora es como si Dios se parase
a razonar con el oyente por última vez, pues las palabras de arrepentimiento de los
versículos 2 y 3 y la justa expectativa de los versículos 4–7 formaban parte de una
invitación (versículos 1 y 2a), que Israel aún tiene que aceptar y hacer suya.
En este sentido, la súplica descansa en las afirmaciones incomparables de Dios. ¿Se
puede continuar159 hablando de Él, incluso pensar en Él, al mismo tiempo que de los
ídolos? Puede la protección de Egipto o Asiria competir con la suya? ¿Responden ellos
cuando se les llama? ¿Se preocupan como Él?
Las últimas dos líneas del versículo nos pueden parecer extrañas hasta que
recordamos que, en el lenguaje hebreo, no hay las mismas inhibiciones que nosotros
tenemos respecto a las metáforas dominó. Según estas líneas, Dios tiene la misma
constancia de los árboles de hoja perenne y toda la riqueza de los árboles frutales.
Efraín, si quiere ser digno de su nombre (“Dios me ha hecho fecundo...”, Gn. 41:52), no
necesita buscar más allá.

Epílogo: Al lector…
14:9 Quien es sabio, que entienda estas cosas;
quien es prudente, que las comprenda.
Porque rectos son los caminos del SEÑOR,
y los justos andarán por ellos;
pero los transgresores tropezarán en ellos.
Si fue el profeta mismo o un editor quien añadió estas palabras, no debería
preocuparnos. Lo que aquí se quiere enfatizar es que la profecía tiene un final abierto:
su elocuencia y pasión tanto puede llevar a Israel al arrepentimiento como dejarla
indiferente. Cómo responderá, está en sus manos.
Aunque no sólo en las suyas. El “quien” al principio del versículo nos sitúa de
repente frente al mismo encuentro escrutador, pues la palabra de Dios no queda
escondida en el pasado, sino que continúa comunicando. La rectitud en los caminos del
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Señor, como nos es revelada en este libro, está por encima nuestro tanto en santidad
como en amor, y deja al hombre autosuficiente sin excusas y condenado, mientras que
aquellos que deciden seguir el camino de rectitud se encuentran con que Dios está
dispuesto a dar más de lo que ellos pueden ofrecer.
Desviarnos de ti es un infierno,
caminar contigo es el cielo.
El comentario de G. A. F. Knight sobre este versículo merece ser la nota final de este
libro:
“Por tanto, estimado lector, una vez leído este epílogo, hazte esta pregunta: ¿Cómo
aplicarías este mensaje de Oseas a tu propio conocimiento y experiencia del Dios de
Israel?”

Apéndices
Mapas
Tabla cronológica
Resumen del libro

LOS REINOS DE JUDÁ E ISRAEL

Los reinos de Judá (sur) e Israel (norte) desde la muerte de Salomón a la


caída de Samaria
Reyes de Judá (Profetas) Reyes de Israel

931 Roboam 931 Jeroboam I

913 Abiam

911 Asa 910 Nadat, asesinado por

909 Baasa

886 Ela, asesinado por

96
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885 Zimri: suicidio, en la


derrota con

885 Omri

870 Josafat (Elías) 874 Acab


(Corregente con su padre
desde 873).
(Ver pie de página sobre
corregencia).

853 Ocozías

848 Joram (Elíseo) 852 Joram, asesinado por


(Corregente con su padre
desde 853).

841 Jehú
841 Ocozías asesinado por →
841 Reina Atalía

835 Joás

814 Joacaz

796 Amasías 798 Joás

767 uzías (Azarías) (Jonás) 782 Jeroboam II (corregente


(Corregente con su padre con su padre desde 793).
desde 791)

(Amós)
(Oseas)

753 Zacarías, asesinado por

752 salum, asesinado por

97
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752 Manahem

742 Pekaía, asesinado por

740 Jotam (Isaías) 740, Peka, asesinado por


(Corregente con su padre (Miqueas)
desde 750)

732 Acab 732 Oseas


(Corregente con su padre
desde 744)

722 LA CAÍDA DE SAMARIA


(el fin del reino del norte)

715 Ezequías
(Corregente con su padre desde 729)

AGRESIONES ASIRIAS CONTRA ISRAEL

Agresiones asirias contra Israel y pueblos vecinos


Reyes Asirios

Las campañas asirias alcanzan Ashur-nasir-pal II 883–859


el Libano y la costa Filistea,
aterrorizando y extorsionando
los tributos

853 Fue detenido y conducido por Salmanasar III 859–824


una coalición encabezada por
Siria e Israel, hacia el oeste en
la batalla de Qarqar. De
acuerdo a los registros Asirios,
el rey Acab dispuso 2.000
carruajes y 14.000 hombres.

841 Los asirios sitiaron Damasco y a Salmanasar III


su rey Hazael, rodearon 859–824
Palestina exigiendo tributos del
rey Jehú de Israel (entre otros).

98
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804–802 Asiria aplasta Damasco. Israel Adad-nirari III


después de mucho tiempo 810–781
sufriendo el acoso de Hazael de
Damasco, ahora empieza
medio siglo de paz y
abundancia.

Tiglat-pileser
III, 745–727

734–732 Manahem reinó como vasallo Tiglat-pileser


de Tiglat-pileser, pero en 735 el III, 745–727
rey Peka conspira junto con
Damasco, Gaza, etc, contra
Asiria.
Asiria destruye la costa de
Filistea, derrota Israel (ver
mapa) y toma Damasco. Pero
Oseas mata a Peka y obliga a
Asiria a preservar lo que queda
de Israel.

724–722 Ahora Oseas junto con Egipto Salmanasar V


conspira contra Asiria. 727–722
Salmanasar lo ha incautado e
invade Israel. La Capital, Sargón II
Samaria, resiste desde el 724 al 722–705
722, pero cae frente a Sargón
II, el sucesor de Salmanasar.
Los habitantes de Israel son
deportados y reemplazados por
otros pueblos sometidos.

RESUMEN DEL LIBRO


Primera parte: Oseas 1–3 Una parábola sacada de la vida misma

UNA FAMILIA ENAJENADA

1:1 Presentación de Oseas

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1:2–9 Un comienzo de mal agüero


Siguiendo las órdenes de Dios, Oseas toma por
esposa a una mujer que sabe que le será infiel,
así como Israel ha sido infiel al Señor. Esta
mujer le da tres hijos y después lo abandona. A
cada hijo se le pone un nombre que expresa la
desaprobación de Dios en cuanto a su pueblo y
su inminente juicio.

1:10–2:1 Un claro en las nubes


Los funestos nombres no son la última palabra
de Dios. De inmediato, como si no pudiera
soportar dejar así las cosas, apunta al futuro
lejano, cuando todo lo que representaban
aquellos nombres será revocado.

2:2–23 Los amantes y el Amante


Ahora, la madre en fuga (Israel, que es visto
como la esposa infiel de Dios) es el tema
principal. “Me ha dejado”, dice Dios, “por lo
que sus amantes le han prometido: toda la
riqueza fructífera de la naturaleza. ¡Poco sabía
ella que yo, y no sus nuevos dioses, soy la
fuente de todo!.”
“Así que dejaré de proveer para ella hasta que
no tenga nada. Entonces la cortejaré de nuevo
y, finalmente, reaccionará. Esta vez será para
siempre, como un paraíso recuperado, y toda la
familiar volverá a estar unida.”

3:1–5 “Ama... como el Señor ama”


Ahora, Oseas es enviado a ganarse de nuevo a
su propia esposa caprichosa, con un amor
como el del Señor, y para ello tiene que
comprarla (así es su nuevo amante). Justo
después, deja claro que nadie volverá a
interponerse entre ellos.
Así pues, tras ser disciplinada mediante una
larga privación, Israel, escarmentada, volverá al
fin a su verdadero hogar.

Segunda parte: Oseas 4–14 La parábola explicada detalladamente

¿CÓMO PODRÍA ABANDONAROS?

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4:1–19 Un pueblo sin entendimiento


¡Israel! ¡Eres como una jungla moral! Te acuso
de cada pecado que aparece en el libro. Pero
tú, sacerdote, eres un auténtico villano. Tú,
maestro, no tienes ningún interés por el
conocimiento, cuando precisamente este
hubiera salvado a mi pueblo. Por esto, yo
tampoco tengo ningún interés en ti. Tú y tu
rebaño recibiréis el castigo juntos.
¿Es posible que este sea mi pueblo? Tan
pagano y promiscuo, terco e insípido, no eres
útil ni para el hombre ni para Dios: lo mejor es
que seas abandonado a tu propio destino.

5:1–14 El futuro se oscurece


¡Sacerdotes! ¡Pueblo! ¡rey! Sois tan engañosos
como una trampa y tan deshonestos como una
ramera. Si piensas que puedes escoger el
momento para arrepentirte y volver a caer en
gracia mediante chantajes, estás equivocado,
pues tus pecados son demasiado fuertes para
ti, y tu Dios te ha abandonado.
Sí, yo mismo aceleraré tu declive y ahora soy tu
depredador, por lo que ningún poder terrenal
puede ayudarte.
Ahora deberás aprender por las malas.

5:15–7:2 Perseveremos para conocer al Señor


Cuando soy duro contigo y difícil de encontrar,
es para que te pongas a buscar. Necesito tu
amor leal, no tu piedad fugaz o tus sacrificios.
Pero, ¿qué es lo que encuentro? Sólo
infidelidad, violencia y ni una pizca de
preocupación.

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7:3–16 La decadencia
¿Detendrán el rey y sus guardianes de la justicia
esta oleada de maldad? No, sino que se
regodearán y se deleitarán en ella, y sus fiestas
son letales.
Toda la nación está sumergida en el caos y se
enfrenta a un peligro mortal, y, aun así, nada le
lleva a pensar, orar, arrepentirse o, al menos,
ser honesta conmigo. Mira hacia todos los
lados excepto a mí y ha dado la espalda al
mismo que la crió desde su infancia.

8:1–14 Sembrar viento y recoger tempestades


¿Cuándo se darán cuenta de que están en
peligro y de mi ira? Me provocan, satisfechos,
con sus estrategias favoritas: reyes y dioses
creados por ellos mismos, aliados comprados
con promesas, altares por todas partes y
fortalezas que se convertirán en ratoneras.

9:1–17 Errantes entre las naciones


La orgía ha acabado. Ahora, lo que se alza de
manera amenazadora es el exilio. En vez de
negociar con Egipto y Asiria, viviréis allí, como
refugiados en uno y como cautivos en el otro.
¿Qué pasará entonces con vuestra caprichosa
religión?, ¿y con vuestras burlas hacia mis
profetas?
Ninguna de vuestras promesas pasadas se ha
cumplido, pues ninguna fue genuina. Siempre
has anhelado dioses paganos y estilos de vida
paganos. Pues ahora los tendrás.

10:1–15 “Es tiempo de buscar al SEÑOR”


Cuando todo iba bien, había altares y símbolos
paganos por todas partes. Ahora que todo ha
fallado y lo peor es inminente, ¿escucharéis al
fin? Aún hay tiempo para escoger la cosecha,
para que el Señor “venga a enseñaros justicia”.
Sin embargo, habéis escogido cosechar muerte.
¿Os acordáis de la matanza en manos de Asiria?

102
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11:1–11 “¿Cómo podría abandonaros?”


¿Creéis que me importáis tan poco como yo os
importo a vosotros? Fui vuestro padre. ¡Yo os
enseñé a andar!
Pero vosotros os habéis vuelto en mi contra.
Habéis tomado una decisión y ahora debéis
apechugar con las consecuencias, con todo
sobre lo que os advertí. Aun así, ¿cómo podría
destruiros? Mi amor permanece y al final mis
hijos volverán, perturbados y avergonzados, a
mí, a casa.

11:12–12:14 ¡Recordad el pasado y aprended!


Recordad al deshonesto Jacob y os veréis a
vosotros mismos. Pero debéis recordar
también cómo lo transformó Dios cuando Jacob
luchó, lloró y buscó, no para obtener un
beneficio, sino para encontrar gracia.
Ahora miraos a vosotros mismos, a vuestra
riqueza y suficiencia. ¡No sois peregrinos! Sólo
os interesa el dinero y no escucháis a mis
profetas, que en el pasado hicieron de vosotros
el pueblo que sois ahora. Tenéis que volver a
vuestros orígenes, y si debéis ser castigados,
vosotros sois los únicos culpables.

13:1–16 La destrucción de un reino


Una vez más, recordad el pasado. Recordad lo
que erais y en lo que os habéis convertido.
Recordad lo que hice por vosotros y cómo me
lo habéis pagado.
¿Quién te liberará ahora? Pues yo no lo haré,
¡yo soy ahora tu depredador! Vuestro rey no
podrá, pues ha sido capturado. Es verdad, la
muerte, el último enemigo, no tendrá la última
palabra, pero, aun así, vuestra ciudad debe
caer, y caer en manos despiadadas.

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14:1–9 La vuelta a casa


Amada Israel, ¡aún puedes volver a Dios! No
necesitas pagar ninguna deuda, simplemente
busca el verdadero perdón y abandona todo
sustituto terrenal de tu Señor.
¿Y cuál será su respuesta? “Yo sanaré...
amaré...[a] los que moran a su sombra”. Donde
abundó el pecado, sobreabundará la gracia.
Al lector: estas palabras van dirigidas a todos
los hombres, no sólo a Israel. Puedes o bien
seguir el camino seguro o, si insistes, escoger tu
propia perdición.

Hageo
Robert Fyall

Introducción

El llamado de algunos de los profetas fue hablar en nombre de Dios en una época
de gran crisis. Isaías ministró en tiempos críticos, cincuenta años en los que constató el
ascenso del imperialismo asirio, la caída y el exilio del reino del norte de Israel y el
rescate milagroso de Judá. Habacuc habló desde el mismo exilio y vio cómo se levantó
el poder neobabilónico. Hageo tuvo que enfrentarse, en cierta forma, a una situación
más complicada. Se encontraba en una época de inercia y apatía con una vida espiritual
muy apagada. Además, había una situación política relativamente asentada y un cierto
nivel de confort, lo cual creaba una aversión a escuchar la palabra de Dios y a actuar en
consecuencia.
La profecía tiene lugar después del regreso del exilio en el año 538 a. C., a lo cual le
siguió la caída del imperio babilónico a manos de Ciro el Persa en el año 539 a.C. Hageo
y Zacarías hablan en el contexto en que los pioneros que habían empezado a
reconstruir el templo, como se observa en Esdras 1–3, habían cesado debido a la
oposición externa y a la falta interna de coraje. El mensaje de Hageo es breve y fue
pronunciado en menos de cuatro meses. Aún así, su profecía aborda, como veremos,
cuestiones importantes y provoca un gran cambio de corazón y de vida a aquellos que
la escucharon.

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¿Quién fue Hageo?


En cuanto a la persona, no sabemos nada, aparte de este libro breve y unas pocas
menciones en Esdras 5:1–2 y 6:14. No sabemos si nació en Babilonia y volvió a Jerusalén
con el primer grupo de exiliados (su referencia a “la casa en su antigua gloria” en 2:3
apenas es una evidencia de que ya era viejo). Asimismo, sus alusiones a las leyes de
santidad en 2:11–13 no acaban de demostrar si era un sacerdote, ya que se trataba de
regulaciones sencillas que casi todos conocían.
No obstante, lo más significativo es que es un profeta (1:1; 2:1, 10) y el mensajero
del Señor (1:13). El hecho de que sólo se le llama “el profeta Hageo” sugiere que era
bien conocido y que no necesitaba ninguna otra identificación. Que tuviera palabra de
parte del Señor era mucho más importante que sus antecedentes familiares, la edad u
otras circunstancias. El mensaje que aportó fue enormemente significativo en el
desarrollo de la historia del pueblo de Dios. El Señor usó a Hageo y a Zacarías para que
el regreso del exilio no fuera un viaje sin sentido, y para reconstruir el templo, un
monumento para empezar una obra que no se había finalizado. El término “profeta” se
ve reforzado por el término “mensajero”, que enfatiza el origen divino de la palabra que
trae Hageo.

¿Cuál era su mensaje?


La sencillez y franqueza básica del mensaje de Hageo no nos debe hacer olvidar la
magnitud de las cuestiones que trata. Además, se encuentra en la corriente principal de
la tradición profética, que se deriva desde Moisés y los sucesos de éxodo, así como en
su compromiso con la casa davídica y su futuro. Podemos apreciar cinco aspectos
principales.

a. La palabra de Dios
Ya hemos mencionado la descripción de Hageo como “profeta” y “mensajero”.
También hay un amplio uso de la “fórmula del mensajero”. Es común para los profetas
presentarse a sus oráculos con una frase como “así dice el Señor”, pero Hageo a
menudo concluye con esto (2:7, 9, 23). Además, a veces también lo repite entre medio
(p. ej., 2:4). El libro acaba con la frase “declara el Señor Todopoderoso”. El énfasis en la
palabra de Dios tiene dos significados.
Por un lado, Hageo no está dando a conocer su análisis personal de la situación.
Habla con la autoridad de un mensajero de Jehová de los ejércitos, una palabra que
relativiza todas las demás. Por lo tanto, sus palabras vienen con la autoridad de la
revelación dada a Moisés y a través de él, y directamente de esa enseñanza.
Por otro lado, Hageo utiliza sus propias palabras. No transforma el mensaje, sino
que utiliza su personal estilo y acento. Habla de manera directa y sincera; Joyce Baldwin
lo compara a Elías.166 Acostumbra a utilizar palabras como “considerar” (LBLA) (“pensar
105
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cuidadosamente”, NVI, 1:5, 7; 2:15, 18), lo cual muestra que no está llamando a la
acción irreflexiva, sino a un compromiso total de corazón y de mente al Señor.

b. El templo
Algunos piensan que este énfasis en la construcción del templo es restringido y
limitado, y que evidencia una actitud ritualista y hasta supersticiosa. Sin embargo, eso
supone una lectura superficial del texto. Podemos observarlo en 2:4–5: “Porque yo
estoy con vosotros, dice el Señor del universo. ‘Este es el compromiso que pacté con
vosotros cuando salisteis de Egipto’ ”. La referencia que hace respecto a la presencia de
Dios entre su pueblo se materializa en las órdenes de construir un tabernáculo: “Me
erigirán un santuario, y habitaré en medio de ellos.” (Ex. 25:8; véase Ex. 29:45–46). Este
mandato se mantenía válido, y no reconstruir el templo hubiera sido como decir que no
querían que Dios habitara entre ellos o, por lo menos, que no les importaba. La
construcción del templo y los sacrificios que lo acompañaban eran una respuesta a la
gracia y no una actividad ritualista y legalista.
Llama la atención que se pasa mucho tiempo en Éxodo 26–27 especificando la
manera como se tenía que construir la tienda. Asimismo, en 1 Reyes 6–8 y, hasta quizás
más en 1 Cro. 28–2 Cro.7, se habla sobre la construcción del templo. La obediencia que
implicaba seguir los mandatos de Dios de construir una casa es un acto de fe de que
Dios cumpliría su promesa de habitar con ellos. Así pues, el templo no era un centro de
culto, sino un lugar donde Dios, a quien “los cielos por altos que sean” no pueden
contener (1 Re. 8:27), se complace en habitar y estar en medio de su pueblo.

c. La esperanza mesiánica
Así como el vínculo con Moisés, Hageo enfatiza la importancia de la realeza davídica
y del pacto con David en 2 Samuel 7. El llamado a construir se le hace a Zorobabel,
quien vemos en 1 Crónicas 3:19 que era el nieto de Joaquín, uno de los últimos reyes de
la dinastía de David a reinar en Jerusalén. Esto crea una inclusión con 2:20–23, donde
las promesas hechas a David en 2 Samuel 7 se tienen que cumplir en Zorobabel.
En 2 Samuel 7, hay una clara relación entre David y el templo. David expresó a
Natán su deseo de construir un templo para el Señor (v. 2). No obstante, Natán
presenta el mensaje de que es el Señor quien construirá la casa para David (v. 11). Esta
casa será la dinastía davídica que ha de ser establecida para siempre.

d. El pacto
Hageo se encuentra en plena corriente de la vida y fe de Israel. De hecho, la palabra
“pacto” sólo se menciona en 2:5, donde la presencia de Dios, que se manifiesta en el
éxodo, permanece entre ellos para bendecir y juzgar. Pero hay mucho más. Yahvé, el
nombre del pacto, aparece treinta y cuatro veces. Además, las dificultades físicas de
1:5–6 y de 2:16–17 evocan las palabras de Amós 4:6–10, que a su vez hacen eco a las

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maldiciones por la desobediencia del pacto de Deuteronomio 28. El llamado de Hageo a


la acción es de un compromiso total.
Pero aún hay más. El llamado de Hageo como profeta lo sitúa firmemente en la
sucesión de Moisés. Moisés es el origen de la revelación del Antiguo Testamento y el
único profeta que conoció a Dios cara a cara. La Torá fue dada a través de él
(Pentateuco). Las palabras de Moisés son las palabras de Dios; no existe ninguna
revelación en la época del Antiguo Testamento que sea superior e independiente a la
que dio Moisés. Por ello, los profetas se levantaron para decir a la gente que volvieran
al mensaje que se le dio a Moisés como la manera de construir vidas piadosas y
comunidades florecientes. Esto entraña que el mensaje de Hageo sea relevante en su
época y en todas, ya que es la palabra viva de Dios.

e. Escatología
Hageo puede hablar a todas las épocas, incluso a la suya, porque su perspectiva es
principalmente la escatológica. El proyecto de construir el templo se finalizará cuando
el Señor llene el templo con su gloria (2:7). Asimismo, y con mucho más detalle,
Ezequiel se imagina el templo restaurado con el príncipe viviendo allí.
Las bendiciones del pacto culminan en una figura mesiánica que reinará en el trono
de David. Pablo ve cómo esto se cumple mientras las naciones van en fe y obediencia a
las “raíces de Isaí..., que se levantará para gobernar a las naciones” (Rom. 15:12).
La garantía de toda esta gloria futura era la actividad presente del Espíritu (2:5).
Hageo, como vio la apatía e incredulidad de su propio tiempo, se centró en la
obediencia y en la fe, mediante la predicación de la palabra, que anticipaba el día de la
venida.

Estructura y estilo
El libro muestra evidencias sobre el cuidado en los arreglos editoriales. Es posible
que el propio Hageo hubiera realizado la mayoría de ellos. El libro se compone de una
serie de seis oráculos organizados cuidadosamente tanto cronológica como
teológicamente. Incluyendo los acontecimientos que tienen lugar en “el segundo año
de Darío I”, la cronología es la siguiente:
1:1 día primero del mes sexto

29 de agosto 520 a. C.

1:15 día veinticuatro del mes sexto

21 de septiembre 520 a. C.

2:1 día veintiuno del mes séptimo

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17 de octubre 520 a. C.

2:15 día veinticuatro del mes noveno

18 de diciembre 520 a. C.

2:20 día veinticuatro del mismo mes

El período es breve, un poco menos de cuatro meses, pero la efectividad de un


ministerio no depende de su duración. No obstante, la disposición no está simplemente
condicionada por el tiempo, sino que existe una progresión real de pensamiento. El
libro empieza (1:1–2, 3–11) y acaba (2:10–19, 20–23) con dos oráculos, ambos en el
mismo día y dirigidos a los líderes y al pueblo. En medio, hay dos oráculos (1:12–15;
2:1–19), los cuales enfatizan la presencia del Señor, “Yo estoy contigo” (1:13; 2:4). El
gesto es más bien de reproche para llamar a la acción, para el estímulo y la promesa. La
importancia de la conexión davídica se enfatiza por la inclusión de la mención de
Zorobabel (1:1; 2:23) y la perspectiva escatológica de la referencia posterior.
El estilo de Hageo es dinámico y no desperdicia ni una sola palabra. Sin embargo,
debemos resistir la tentación de verlo como un hombre práctico en comparación con el
visionario Zacarías. Es cierto que Hageo carece de las grandes visiones apocalípticas de
Zacarías. Sin embargo, veremos (como con Esdras) que repetir el contenido de las
primeras Escrituras da un empuje rico y fundamental a su escritura y a sus pasajes
escatológicos. El movimiento de la palabra profética que lleva al arrepentimiento, a la
acción y a la bendición es fundamental para que el libro fluya.
A medida que vayamos analizando el libro, usaremos estos seis oráculos como base
para la explicación, seguiremos la corriente de la profecía y nos detendremos en los
detalles.

¿Cuándo vamos a construir?


Hageo 1:1–2

Algunas personas o instituciones están en perpetua desventaja porque les hace


sombra alguien o algo que parece ser más glamuroso o interesante. Raramente se les
menciona, sino que simplemente son alguien del montón, al lado de ese compañero tan
maravilloso. Así pues, Boswell es el biógrafo del Dr. Johnson, en lugar de ser valorado
por él mismo. También sucede en las iglesias, donde un trabajo próspero en los

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suburbios con un apoyo total y mucha publicidad eclipsa a un grupo que lucha desde
dentro de la ciudad. Del mismo modo, el profeta Hageo parece diminuto e
insignificante a la sombra de las maravillas de Zacarías. Sin embargo, Hageo tan solo es
escaso en cuanto a duración. Tiene cosas muy relevantes que decir e incluso en estos
dos primeros versículos se establecen asuntos importantes y principios fundamentales.
Hay cuatro cuestiones que merecen nuestra atención.

Cuándo profetizó Hageo


La fecha exacta y las circunstancias en el versículo 1 son características de las
Escrituras. La voz de Dios llega a las personas allí donde están y habla en un lenguaje
específicamente dirigido a esa situación. Darío es el primero, conocido como Histaspes,
que en sus inicios se preocupó por sofocar la rebelión, que ahora es inactiva en su
gobierno. Nos encontramos en el primer día del sexto mes del año 520 a. C., a finales de
agosto, en época de la cosecha de la fruta. Era el tiempo de las ofrendas especiales, las
cuales serían un recordatorio del proyecto inacabado. De hecho, se había construido el
altar, pero no perseverar con el templo plantearía, inevitablemente, interrogantes
sobre la sinceridad y la validez de tales ofrendas.
El profeta se dirige primeramente a los líderes, Zorobabel y Josué. Ya hemos
encontrado a estos hombres en los primeros capítulos de Esdras, y hemos visto cómo,
en Esdras 5:1–2, toman la iniciativa en respuesta al mensaje de Hageo porque habían
sido líderes del primer grupo de exiliados que regresó.
El ministerio profético se dirige tanto a los líderes como al pueblo. A veces, se le
presta más atención a uno que a otro. Por ello, Isaías empieza con la nación pecadora y
se traslada rápidamente a los “gobernantes de Sodoma” y al “pueblo de Gomorra.”
Malaquías comienza hablándole al pueblo y luego a los sacerdotes. Aquí, Hageo lo hace
con los líderes que necesitarían tomar la iniciativa si se restableciera la tarea.
Así pues, el llamado es específico y para gente concreta, pero, como veremos, se
trata de un asunto colectivo. Es precisamente esta mezcla de lo local y lo ocasional,
junto con el panorama general, lo que da a los escritos proféticos, de hecho a toda la
Escritura, su capacidad de hablar desde su propia época a todas las épocas. Antes de
que Hageo termine, nos llevará desde su humilde situación en Jerusalén, al temblor de
los cielos y la tierra, y la venida del reino de Dios.

Cuál era su llamado


A Hageo se le llama el profeta. Esto nos permite relacionarlo directamente con
Moisés174, y nos dice que va a ser un mensajero del pacto y que va a llamar de nuevo a
la gente a ser fieles al Señor del pacto. También se nombra bastante a Habacuc y a
Zacarías. Sin duda, es significativo que se describa siete veces a Hageo (Hag. 1:1, 3, 12;
2:1; véase Esd. 5:1; 6:14). Quizás su mensaje fue corto, pero no se puede dudar de su
autoridad. Sin embargo, esta autoridad no es un estatus que le fuera dado gracias a una

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posición oficial; más bien, era un llamado directo y un don del propio Yahvé. Esta
autoridad se expresa en la siguiente frase: “vino palabra del Señor por medio del profeta
Hageo” (1:1). Más literalmente, dice “fue palabra... por mano de”, en vez del más
común “la palabra del Señor vino a”. En las traducciones, se suele usar “vino.” Sin
embargo, el verbo que se utiliza en hebreo es “ser”, con sus connotaciones de “ser
parte de”, de modo que la palabra se encarna en el profeta. Esto se transmite más
radicalmente cuando Ezequiel se come el pergamino. Para el profeta, la palabra de Dios
es tan parte de ellos que, ya sea placentero o doloroso, hay que hablarla.177 Esta es la
palabra que Isaías dice que no dejará de cumplir su propósito.
No se dice nada sobre cómo llegó esta revelación, pero se enfatiza el hecho de que
se trata de una revelación y no de una especulación u opinión. La palabra viva hace su
trabajo sin ser vista, pero sus resultados se pueden observar en la transformación así
como en el juicio. El resultado es que lo que tenemos es la palabra del Señor a través de
las palabras de Hageo. La forma característica de Dios de tratar, tanto con la idolatría
como con la apatía entre su pueblo, es enviar profetas, y Hageo, al igual que Elías, trae
esa palabra en una situación en que se necesita desesperadamente. “Así ha dicho” es la
expresión más común para el contenido del mensaje del profeta y, el uso del pretérito
perfecto enfatiza la decisión de lo que se dice. La fuente del mensaje aquí es “Jehová de
los ejércitos”,180 un título que suelen utilizar los profetas y, en particular, Hageo,
Zacarías y Malaquías. Sus primeras apariciones se encuentran en 1 Samuel 1:3, cuando
hace referencia a la alabanza del Señor en Siló, de nuevo en las oraciones de Ana y en
referencia al arca. La palabra ṣĕbā’ôt, “ejércitos”, se refleja en el Dominus exercituum
latino, “Jehová de los ejércitos”. El término se entiende mejor en plural, ya que denota
la presencia de Dios en toda fuente de poder y autoridad, así como en todos los
poderes en el cielo y en la tierra. Probablemente, los ejércitos son las huestes de
ángeles, la corte celestial, y, como tal, el título puede reflejar el acceso que se le da al
profeta a esa corte. Asimismo, puede demostrar que él viene de la corte con palabra de
autoridad. En cualquier caso, el título enfatiza la autoridad invencible de la palabra de
Dios y la certeza de su cumplimiento.

Qué significa su mensaje


El primer mensaje es breve y directo: Este pueblo dice: “No ha llegado aún el tiempo,
el tiempo de que la casa de Jehová sea reedificada” (v. 2). El primer aspecto a tener en
cuenta es el fragmento “este pueblo”, que es neutral de forma deliberada. Aún así,
Baldwin lo ve como un reproche. Lo que nos muestra es la importancia de la respuesta
a la palabra del Señor. Cómo responderán determinará si la denominación “mi pueblo”
es merecida o si quieren desvincularse de Dios. Los verdaderos profetas siempre llaman
al arrepentimiento y al cambio, y Hageo no da nada por sentado.
“No ha llegado aún el tiempo” resume el espíritu de apatía y derrotismo que se
había apoderado de la gente. De hecho, lo que estaban diciendo era que nunca llegaría
el tiempo. Estaban aceptando este estado de muerte espiritual como algo normal.

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Vamos a observar, en los próximos versículos, que la gente era asidua a la búsqueda de
sus propias comodidades y trabajo, pero que el entusiasmo y la actividad no abarcaban
su salud y vitalidad espiritual. Moyter traduce el “tiempo” por “el momento oportuno”,
y lo compara con el kairos griego. El énfasis es espiritual y no cronológico. Estas
personas sabían que había llegado el tiempo. Esdras 1:1 muestra que no se trataba
simplemente del decreto de Ciro, sino que la mano de Dios los había traído de vuelta a
la tierra. Sin embargo, se habían dejado llevar por fuerzas externas y la baja moral, lo
cual les había hecho abandonar la construcción del templo. Asimismo, su lealtad a Dios
se había debilitado.
El único antídoto para esto es la palabra viva, que remarca la importancia de la
fecha exacta del primer mensaje de Hageo. La gente estaba dejando pasar el tiempo,
pero Dios les habla de la urgencia del momento presente. En Salmos 95:7–8, “Si oís hoy
su voz, no endurezcáis vuestro corazón”, podemos observar este énfasis en la
relevancia inmediata de la palabra de Dios. Siguiendo la misma línea, Hebreos 3:13 nos
insta a la obediencia “entre tanto que se dice: ‘Hoy’ ”. La palabra de Dios siempre nos
habla allí donde estemos y nos exhorta a un nuevo compromiso.
No está claro dónde se da el mensaje. Algunos comentaristas creen que el profeta
pudo haber visitado el sitio y hablado allí, quizás dirigiéndose con gestos, “este pueblo.”
En cualquier caso, su lenguaje tiene la viveza de un mensaje real y muestra una aptitud
que tendrá un impacto inmediato.

La casa del Señor


“La casa del Señor” se encuentra en una posición enfática que es difícil de
reproducir en nuestro idioma, pero no hay duda de que es importante para Hageo. Ya
se ha comentado en la introducción y en la explicación acerca de los primeros capítulos
de Esdras en el templo, así como su significado, pero hay más cosas por decir. El templo
es mucho más que otra forma de decir que Dios ocupa el primer lugar, lo cual es
axiomático. Más bien, se está poniendo la presencia de Dios en el centro de su pueblo.
Sabemos, por Esdras 4, que había oposición externa para que se construyera el templo,
pero Hageo no se centra en esto. Él va a la raíz del problema, que es que el corazón del
pueblo se había enfriado y no estaban dando prioridad a la presencia de Dios entre
ellos.

a. Habían perdido la fe en el pacto de Dios


El hecho de que se use el nombre Yahvé para el pacto muestra que en el fondo es el
pacto que Dios hizo con su pueblo. El exilio no destruyó eso, pero el simple retorno de
Babilonia no restauraría antiguas glorias y era necesario que hubiera arrepentimiento y
compromiso. Sin ello, también podrían haber estado en Babilonia, ya que fueron
descuidando el motivo de su retorno. La razón de construir el santuario era evidenciar
que el pacto de Dios seguía vigente y que sus propósitos de redención no se habían
dejado de lado.
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b. Habían perdido el deseo de encontrarse con Dios en el presente


La tragedia del exilio sólo fue, en parte, la eliminación de las personas de la tierra y
la destrucción de la ciudad y del templo. La verdadera tragedia fue que la gloria de Dios
dejó de morar en aquel lugar, lo cual Ezequiel representa de manera muy conmovedora
en el capítulo 10 de su profecía. Sin la gloria de Dios, el lugar no sería santificado y no
habría bendiciones. La voz profética de Hageo es una señal de que el Señor sigue
teniendo propósitos de gracia, pero, para poder disfrutar de ellos, su pueblo tiene que
preparar un lugar para Él.

c. No tenían visión de futuro


Más tarde, Hageo hablará de la increíble cosecha de los pueblos y de la riqueza de
las naciones al templo restaurado. No obstante, esta visión gloriosa se oscurece con la
realidad presente, un altar rodeado por los escombros de una construcción inacabada.
En cada pequeña señal, se revelaría la gloria de Dios, y tenemos tendencia a preguntar
por qué su regreso en aquel momento fue tan sencillo. O. Palmer Robertson, en su
fantástico libro, El Cristo de los profetas, entre muchas otras observaciones agudas
sobre los profetas de la restauración, dice lo siguiente: “este ungido, uno de los
profetas de la restauración, vendrá de manera humilde para que pueda cumplir la
función de siervo sufriente del Señor, descrita anteriormente”. Por lo tanto, no podía
haber un glorioso rey davídico gobernando en un reino restaurado antes de que el
sacerdote o rey que iba a venir sufriera.
Así pues, el desafío de reconstruir el templo va más allá de una simple restauración,
y es mucho más significativo que levantar un edificio. Esa fue una señal fundamental de
que continuaban los propósitos redentores de Dios y de que, a pesar de las pocas
evidencias, la gloria del templo no se limitaría a una estructura física.
Hageo establece sus credenciales y plasma la esencia de su mensaje en dos breves
versículos. Aquí, hay mucho de lo que podemos aprender. Sólo conseguiremos inspirar
a la gente a reconstruir el templo del Señor si somos fieles a la palabra viva. El énfasis
no debe estar tanto en los programas o las estrategias, sino en liberar esa palabra y
permitir que haga su trabajo. Veremos cómo esa palabra aviva las brasas.

Un llamado a despertar
Hageo 1:3–11

Las palabras de introducción de Hageo desembocan en un análisis de la situación,


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tanto de la realidad material como de la espiritual. De nuevo, se hace hincapié en el


hecho de que esto es palabra del Señor, no sólo en el versículo 3, sino también en los
versículos 5, 7, 8 y 9. Quizás aquí tenemos un resumen mucho más completo de los
oráculos de los que habló el profeta en aquella ocasión. Las palabras son mordaces y
memorables en sí mismas y también son un modelo de cómo anunciar y aplicar la
palabra de Dios. La estructura es clara y lúcida, y usaremos esto como base para la
exposición. “El llamado a despertar” de Hageo se desarrolla como una serie de
peticiones específicas.
• Los llama a establecer prioridades (vv. 3–4): la evidencia visual del fracaso del
pueblo.
• Los llama a ver la realidad de su situación (vv. 5–6): están provistos de todas las
necesidades vitales, pero no están satisfechos.
• Los llama al pensamiento y a la acción (vv. 7–8): necesitan reflejarse en la palabra de
Dios y actuar en consecuencia.
• Los llama a ver qué hay detrás de su situación (vv. 9–11): han ignorado a Dios, así
como sus propias Escrituras e historia.
Hageo empieza con la situación en concreto, luego pasa a las preocupaciones del
pueblo y muestra cómo la desobediencia ha afectado negativamente su calidad de vida.

Los llama a establecer prioridades (1:3–4)


La pregunta de Hageo contrasta “vuestras casas” con “esta casa”, y la naturaleza
artesonada de las suyas con el estado en ruinas de la de Yahvé. “Vosotros mismos”
remarca su propia preocupación, que se destaca además por la traducción
“artesonada”. Se insinúa la elegancia, incluso el lujo, que contrasta preocupadamente
con los escombros y los restos del túmulo del templo. Lo que impedía la construcción
de la casa de Yahvé no era la falta de dinero, sino la de voluntad. Baldwin comenta
explícitamente que “sigue habiendo conflicto entre gastar en casas lujosas y apoyar
dignamente la obra de Dios”. Hageo, después de haber llamado su atención con este
comentario mordaz, empieza a desarrollar sus implicaciones.

Los llama a ver la realidad de su situación (1:5–6)


El pueblo había compartimentado su vida: una parte (la mayor) para ellos mismos, y
la restante para Yahvé. Hageo les dice que esto es imposible, ya que no pueden
esconder a Dios ninguna parte de sus vidas. El profeta habla de comer, beber y vestirse,
que son las primeras necesidades básicas de la vida y representan toda la existencia
material, incluyendo las casas artesonadas. Asimismo, la siembra y la cosecha resumen
el trabajo esencial de la economía agrícola.
Aquí nos habla de prosperidad material y de seguridad sin una plenitud real, una
situación parecida a la que se presenta en Eclesiastés 1:8: “Todas las cosas son

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fatigosas, más de lo que el hombre puede expresar. Nunca se sacia el ojo de ver ni el
oído de oír”. No se encuentran en la pobreza, están en una situación cómoda, pero
están profundamente insatisfechos.
Hageo los llama a “reflexionar” (NVI), a “meditar” (RV60). La expresión significa
literalmente “poned vuestro corazón en” e implica reflexionar seriamente, mirando más
allá de la superficie para encontrar el motivo subyacente de su insatisfacción. “Vuestros
caminos” se refiere a su estilo de vida y hacia dónde van, y los llama a mirar más allá del
presente. Esto tampoco era simplemente un ejercicio intelectual, sino que era un
llamado a responder a la palabra del Señor a través de Hageo que, como veremos,
reproduce las palabras de Moisés. De hecho, es un llamado a pensar bíblicamente y
permitir a Dios que gobierne sus vidas. El cambio vendrá por un compromiso fuerte y
decidido con la palabra de Dios, no por unos sentimientos inactivos.

Los llama al pensamiento y a la acción (1:7–8)


Se repite el llamado a meditar, que va a la par con el llamado a la acción. Hageo no
les exhorta a ser contemplativos, sino a reflexionar profundamente y, luego, a actuar.
En general, la acción sin reflexión es imprudente, pero la reflexión sin acción es estéril.
Hageo quiere ver evidencias de que la palabra de Yahvé está obrando en las vidas de la
gente.
La acción en concreto es subir a las montañas y traer madera para la reconstrucción.
Nehemías 8:15 habla sobre la cantidad de árboles que hay en la región montañosa. Lo
importante es “construir la casa” para honrar y complacer a Dios. Reconstruir el templo
demostraría que el pueblo deseaba que Dios estuviera con ellos de nuevo. La gloria de
Dios no depende de la magnificencia del edificio, sino del hecho de que Dios está ahí, al
igual que para Jacob, un lugar indescriptible pasó a ser la casa de Dios y la puerta del
cielo.
Este hecho lleva todo a un plano superior. El trabajo duro de conseguir madera y
empezar de nuevo la tarea de la reconstrucción sería poco atractivo y laborioso. Sin
embargo, la compensación superaba con creces el esfuerzo. En el presente, Yahvé
volvería a vivir entre su pueblo, y en el futuro, habría un templo glorioso al que
acudirían todas las naciones.

Los llama a ver qué hay detrás de su situación (1:9–11)


Hageo explica la razón de por qué las cosas son como son: no han honrado a Dios
reedificando su casa y, por ello, les está castigando. Detrás de todas las causas
secundarias, está la providencia de Dios. En este momento, repite palabras de profetas
anteriores y refuerza la convicción de que Yahvé no es un diosecillo, sino el Señor del
universo. De manera negativa, Hageo está afirmando lo que se dice positivamente en
Salmos 121:2: “Mi ayuda proviene del Señor, creador del cielo y de la tierra”.
Finalmente, está en duda si el pueblo realmente cree en este Dios, que no sólo creó

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el cielo y la tierra, sino que sigue estando involucrado porque utiliza todo lo que tiene
para cumplir su propósito. Una vez más, los Salmos lo expresan claramente: “el
relámpago y el granizo, la nieve y la neblina, el viento tempestuoso que cumple su
mandato” (Sal. 148:8). “Yo llamé la sequía” (v. 11) refleja Amós 4:6–9, que, a su vez,
plasma las maldiciones del pacto de Deuteronomio 28:38–42. Si existe tal Dios, no
podemos relacionarnos con él solo en parte y excluirlo de ciertas partes de nuestra vida
(normalmente, las más importantes). Así como el Señor los había llevado al exilio y los
había devuelto189, ahora seguía obrando con soberanía. Estaba actuando con juicio al
influir en las necesidades básicas de la vida, pero también lo hacía con misericordia al
enviar un profeta para abrirles los ojos a la realidad de la situación.
El lenguaje del pacto destaca en el versículo 10, cuando el Creador llama al cielo y a
la tierra (a los que Moisés pone por testigos en Dt. 4:26 e Isaías lo repite en 1:2) a
mostrar su descontento con su pueblo.
Por otra parte, en Deuteronomio 28:12, la recompensa de los cielos está
explícitamente relacionada con la obediencia a los mandatos de Dios. De hecho, en este
versículo, se describe el cielo como el generoso tesoro del Señor. En la próxima
generación, Malaquías usará una imagen del Señor parecida abriendo las compuertas
del cielo en respuesta al compromiso del pueblo.
Más allá de esto, hay una relación clara con Génesis 3:17: “maldita será la tierra por
tu culpa”. Lo que sucede en la época de Hageo es otra evidencia de la manifestación de
esa maldición. No significa que se haya gestionado mal la economía o que se haya
fracasado en el método agrícola, sino que se trata de un juicio directo del Creador. El
mensaje teológico del profeta se encuentra en el eje principal de la revelación bíblica.
Cuando estudiamos este pasaje, no podemos concebir que sea un mensaje limitado o
localizado. El Dios de Israel es el Creador y el Señor de la historia, y la desobediencia de
su pueblo afecta a lo más profundo de su pacto de fe.
Esto no es un fracaso teórico: “Porque mi casa está en ruinas, mientras vosotros sólo
os ocupáis de la vuestra” (v. 9). El juego de palabras en el texto hebreo refuerza la
relación entre la sequía y el fracaso en la construcción de la casa del Señor. Lo que
habían colocado en los márgenes de sus vidas resulta ser lo central en su impacto y,
hasta que no se le dé al Señor el primer lugar, nada va a ir bien. Más tarde, Hageo
enseñará acerca de las bendiciones positivas que se derramarán cuando se restaure la
verdadera lealtad.
En cierto modo, la primera vez que Hageo se dirige directamente al pueblo lo hace
de forma clara y sencilla. Sin embargo, hay muchos temas en los que hay que
reflexionar más profundamente, en especial a medida que habla más allá de su tiempo
para centrarse en los asuntos que siguen preocupando a la iglesia. Así pues, vamos a
volver a estos temas más amplios.

Hageo como predicador


Los versículos 3–11 nos ofrecen un ejemplo del ministerio de Hageo en la

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predicación y un modelo de lo que es la verdadera predicación. Hageo empieza


dirigiéndose de manera directa a situaciones específicas, luego hace que tengan una
mayor perspectiva acerca de sus vidas y, finalmente, llama a la acción en base a toda la
cosmovisión que sacan de sus Escrituras. Estos son los elementos de toda buena
predicación, no siempre en el mismo orden, y a menudo en distintas proporciones y
combinaciones. Aún así, es interesante ver cómo Hageo los combina en su sermón.
El primer aspecto a tener en cuenta son las palabras de Hageo, que son directas e
intencionadas. No se generaliza sobre el hecho de poner a Dios en primer lugar, sino
que se realiza un contraste específico entre el estado de la casa de Dios y sus casas. La
evidencia era inconfundible y la tenían justo delante de sus ojos. Con excesiva
frecuencia, la parte práctica es bastante confusa y poco específica y, por ello, se fracasa
por completo.
Después, vemos cómo desarrolla el tema específico en un comentario que va a la
raíz de su actitud y estilo de vida. Hageo, como buen predicador que es, llega a los
pensamientos de la gente, ya que probablemente estaban considerando que el templo
tenía poco que ver con lo que realmente importaba. Sin embargo, cuando les explica
que todas las partes de su vida se ven afectadas por este fracaso, les llama la atención.
Además, les dice cómo solucionarlo, mediante un cambio de actitud, y con la acción
renovada resultante.
Es fácil que la gente pensara que Hageo sólo está moralizando o dando una charla.
No obstante, sigue haciendo hincapié en la palabra del Señor. Por otro lado, el repetir
las primeras Escrituras muestra que el Señor se está comunicando de nuevo con su
pueblo. Hageo es la primera voz profética entre los exiliados que regresaron y esto es
una señal de que Dios aún tiene un propósito para su pueblo. La voz del profeta es un
llamado al despertar, una palabra de desafío y de regaño. Estamos a punto de ver a
Hageo dando un mensaje de aliento, y los mismos elementos que se enfatizan para dar
un toque de atención también los utiliza para consolar.

El uso de las Escrituras


El mensaje directo de Hageo gana poder y profundidad, no sólo por el hecho de
hablar como portavoz de Dios, sino también por reproducir las primeras Escrituras. Este
aspecto nos da una visión más amplia y un sentido de los propósitos que Dios está
llevando a cabo. Es fascinante reflexionar acerca del uso que le da el profeta a la
Escritura, ya que se puede hablar mucho sobre ello.
Lo primero es que Hageo presupone la existencia del Pentateuco. La teoría
fundamental de que Dios more con su pueblo y el sistema de sacrificios se encuentra
detrás de lo que él dice. Está claro que ha meditado en los últimos capítulos de Éxodo y
en el libro de Levítico, y espera que la gente pueda entender esto de manera sencilla.
Así pues, sus exhortaciones van totalmente a la par con el origen de la revelación
profética, el propio Moisés. Baldwin señala que su método reproduce lo que Moisés
reflejó en Deuteronomio en los sucesos del éxodo.193

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Las maldiciones del pacto en Deuterenomio 28, que se reflejan en los versículos
7–11, nos recuerdan un contraste muy marcado de este libro en las formas de vivir y
morir. Además, el principio al que Hageo llama la total soberanía del Señor sobre la
vida, el trabajo y toda la creación, se resume en Deuteronomio 8:18: “sino acuérdate de
Jehová, tu Dios, porque él es quien te da el poder para adquirir las riquezas, a fin de
confirmar el pacto que juró a tus padres, como lo hace hoy”.
Esto, junto con las palabras de Hageo, enfatiza la gracia divina, que es la naturaleza
de Dios tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento. Sin el regalo de
Dios, ya no podemos lograr nada en el mundo material que podamos atesorar.
Hemos visto cómo Hageo utiliza estos dos temas, la creación y la historia, para
mostrar la seriedad de su mensaje. Esto pone de relieve la importancia del templo en el
cuadro general, que está relacionado con la creación, cuando Dios estaba en el jardín
del Edén, y, finalmente, con la nueva creación, cuando Dios vivirá con los humanos. La
historia nos cuenta que el templo, y antes de este, el tabernáculo, estaban en el
corazón del pueblo, y si no era así, enseguida les ocurrían desastres.

El estado del pueblo


La naturaleza del pecado que Hageo está condenando le hace parecer menos vívido
y espectacular que otros profetas anteriores. No hay denuncias profusas de una religión
falsa e injusticia social, como en Amós. No hay condenaciones poderosas sobre la
idolatría, como en Isaías y Jeremías, ni tampoco los llamados apasionados de Oseas.
Más bien, Hageo se enfrenta a una apatía complaciente que se manifiesta en una
escalofriante indiferencia ante el Señor. Es fascinante comparar esto con las cartas a las
siete iglesias en Apocalipsis 2 y 3. Laodicea sufre la condenación más severa. ¿Laodicea
era más hereje que Pérgamo, que sostenía la doctrina de Balaam, o que Tiatira, que
“toleraba a esa mujer Jezabel”?196 ¿Sus inmoralidades eran más importantes que las de
Tiatira con su licencia sexual? Laodicea no tenía ninguna de esas cosas porque allí no
había suficiente vida para que las malas hierbas echaran raíces y crecieran. Más bien, la
naturaleza tibia y complaciente de la iglesia se convirtió en una ofensa. Lo mismo
sucede aquí, y siempre ocurre. Como en Apocalipsis, tan sólo la palabra viva de Dios,
por el poder del Espíritu, puede transformar el corazón del pueblo.
Los profetas nunca estaban preocupados por los fracasos externos y los pecados
obvios. Principalmente, se preocupaban por el pacto y todo lo que implicaba la
devoción del corazón y el verdadero compromiso ante el Señor, de lo que se derivaba
todo lo demás. Esto significaba que cualquier cosa menos el tener al Señor en el centro
de sus vidas y su comunidad, era tan dañina como la idolatría. De hecho, podemos
observar, medio siglo más tarde en el libro de Malaquías, las consecuencias de la
actitud que Hageo está reprendiendo.

El propio templo

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Probablemente, ninguna parte de las Escrituras revela, de manera tan clara, la


importancia del templo como símbolo externo de que Dios vivía entre su pueblo. No es
que la piedra y la madera tuvieran un significado en sí mismos, para evitar pensar que
era idolatría. Tampoco es que el sistema de sacrificios fuera meritorio en sí mismo,199
pero ambos manifestaban compromiso ante el Señor, y su santidad habitaba entre
ellos. Hasta que Jesús muriera fuera del lugar sagrado, estas parábolas visibles y
representadas forman parte de la manera ordenada por Dios para expresar la realidad
de la presencia del Dios vivo.
Cuando la construcción del templo estaba en ruinas, la vida podría haber
continuado, ya que muchos van tirando en una congregación donde la Biblia no
establece el orden del día y las llamas del amor y de la fe se van apagando. Y cuando
ocurre esto, como en el caso de Laodicea, la iglesia se encuentra al borde de la
extinción. Sin embargo, hay algo más terrible en esta tarea. De nuevo, Satanás está
intentando destruir la obra de Dios e impedir, de cualquier forma posible, la venida de
Aquel que es el verdadero templo, la presencia del Señor y Dios mismo”.201

En el centro
Hageo 1:12–15

El problema fundamental hasta ahora, no era la falta de fe en Dios, ni la idolatría,


sino que habían dejado de lado a Dios, que debería estar ocupando el centro. Ahora
empieza a haber una transformación entre los líderes y el pueblo, que cambia la
situación totalmente. La diferencia es que la palabra de Dios y su Espíritu estaban
trabajando poderosamente. El pasaje se desarrolla en tres partes: la obediencia (v. 12),
el consuelo (v. 13), y la acción divina y humana (vv. 14–15).

La obediencia (v. 12)


No hay muchos ejemplos de profetas a los que se les haya prestado gran atención
enseguida. El pueblo y los líderes están empezando a obedecer y a actuar en
consecuencia, lo que es un gran cambio. El pueblo ahora no es “este pueblo”, sino “todo
el resto del pueblo.” No se trata sólo de la gente que volvió físicamente a la tierra, sino
también de aquellos que volvieron al Señor. La palabra “retorno”, es un término que
suelen utilizar los profetas para llamar a la gente a volver al Señor con arrepentimiento
y fe, y esto es lo que está ocurriendo aquí.
Este “retorno” se demuestra a través de la obediencia del pueblo, que es obra
misma de Dios, quien les había enviado a Hageo. Las palabras que utiliza aquí son
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fascinantes. Lo que ellos obedecían era “la voz del Señor” que les llegó a través de las
“palabras” (RV60) o el “mensaje” (TLA) de Hageo. En Hechos 10:44, sucede algo
parecido cuando Pedro está hablando en la casa de Cornelio: “Mientras Pedro estaba
todavía hablando, el Espíritu Santo descendió sobre todos los que escuchaban el
mensaje”.
La palabra divina no se vino abajo ante la palabra humana ni en Hageo ni en Hechos,
sino que en ambos, las palabras del mensajero humano eran la voz del propio Señor. De
la misma manera, la gente de aquella época reconoció que las palabras de Hageo eran
de Dios, y respondió en obediencia.
Su respuesta también se muestra más adelante cuando se describe a Dios como “el
Señor su Dios.” Esto no sólo enfatiza la gracia de Dios, sino su relación renovada con él.
Su convicción de que Hageo era el mensajero del Señor es gratificante en contraste a la
hostilidad que se mostraba ante otros profetas. El regreso del Señor era nada menos
que el temor de Dios, que es el principio de la sabiduría. Ahora tiemblan ante su
palabra, una actitud que Isaías ve como el cumplimiento de la condición para que Dios
viviera con el pueblo.206

La promesa (v. 13)


Lo que llama la atención es el nuevo título que se le da a Hageo (“el mensajero del
Señor”) y el énfasis que pone en “el mensaje del Señor”. Esto no prueba que el versículo
sea una interpolación, como algunos han argumentado, sino que demuestra una nueva
consciencia por parte del pueblo de que las palabras que estaban escuchando eran las
palabras del Dios vivo. Como hemos visto, estas palabras también son las de Hageo y,
por ejemplo, no pueden confundirse fácilmente por las de Zacarías. Sin embargo, su
impacto está cambiando vidas.
Su nuevo mensaje es de aliento y consuelo, y no sólo cita las primeras Escrituras,
sino que está perfectamente adaptado a la situación concreta. Baldwin comenta que
Hageo puede haberse referido a Isaías 42:18–43:7, donde se prevé el regreso del exilio
y aparecen las palabras “No temas, porque yo estoy contigo” (43:5). Aún así, esta frase
también la usa Jacob (Gn. 28:15) y Moisés (Ex. 3:12). Esta es la promesa de que Dios se
ha comprometido con ellos.
No obstante, hay mucho más implícito. Dios, estando con ellos, estaba vinculado a
la reconstrucción de su casa, que no sólo se refiere a la madera y a la piedra, sino que a
los corazones cambiados, que respondieron a su palabra. Esta palabra también era
garantía de protección contra la oposición de la que leímos en Esdras 4 y 5. Era una
promesa de que la obra sería hecha porque no la estaban realizando con sus propias
fuerzas. Así pues, a la palabra de exhortación y de regaño le sigue la palabra de aliento y
fortaleza.

La acción divina y humana (vv. 14–15)

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Las palabras del profeta son la señal audible de la actividad divina en los corazones
de los líderes y del pueblo. “Despertó Jehová”: con este verbo, se muestra la
continuidad de los propósitos de Dios, ya que se usa el mismo en Esdras 1, primero en
Ciro (v. 1) y luego en los líderes del pueblo (v. 5). Esto también anticipa 2:5, donde se
menciona al Espíritu Santo. No se habla sólo a los líderes cívicos y religiosos, sino
también al resto del pueblo. Este es un ejemplo, que llama la atención, del hecho de
que la pasión del Señor por su gloria y la bendición de su pueblo no experimentan
altibajos según sus sentimientos.
La actividad divina conlleva una acción humana: “vinieron y trabajaron en la casa de
Jehová”. Aún queda mucho por hacer, pero ya está establecido que lo central es que el
Señor viva entre ellos, y es momento de que empiece el proyecto. Los comentaristas
prestan especial atención a los veintitrés días que transcurrieron entre el mensaje de
Hageo de 1:1 y 1:3, y la reanudación del trabajo “en el día veinticuatro del mes sexto”.
Esto muestra un poco la visión de los factores humanos y logísticos que se llevaron a
cabo. Se tenían que organizar equipos, preparar material y cuadrar las tareas en
concreto. Y como el lugar había estado abandonado durante veinte años, existía mucha
basura acumulada. Además, se debía recolectar la cosecha en el sexto mes, y no podía
dejarse de hacer. Lo importante era el cambio de corazón, que los dirigía a la actividad
renovada.

Un comentario sobre 1:15b


En traducciones actuales, la frase “en el segundo año del rey Darío” se considera el
final del capítulo 1 en vez del principio del capítulo 2. Algunos sostienen que al capítulo
1:15 debería seguirle 2:15–19, argumentando que 2:10–14 tiene poca relación con los
versículos 15–19. Este punto de vista es insostenible (véase la exposición de los
versículos pertinentes).
Es más probable que “en el segundo año del rey Darío” pertenezca al capítulo 2 e
introduzca el segundo grupo de oráculos. A menudo se comenta que la expresión
laḥōdeš ba i î, que en inglés se construye “del mes, en el sexto”, es extraña porque el
número usa el artículo definido y la preposición hebrea be Por otra parte, la repetición
de 1:1 parece inequívoca. El libro está elaborado cuidadosamente y se deberían evitar
reestructuraciones innecesarias como cambiar de orden 2:15–19.

Comentarios generales
Las palabras breves de Hageo habían sido espectacularmente efectivas y se había
empezado a trabajar en el templo. Aunque debemos suponer que lo que tenemos es un
resumen conciso de las palabras de Hageo, su mensaje es breve e incisivo. Sería útil
poder reflexionar ahora sobre algunas de las principales cuestiones que trata en la
introducción del capítulo 1 y observar parte del significado del capítulo en su conjunto.

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a. La palabra de Dios
Este capítulo breve es uno de los más significativos de la Biblia para poder ver y
estudiar el efecto de la palabra de Dios, tanto en su entrega como en su recepción.
Tenemos una explicación sorprendentemente exhaustiva, aunque breve, de cómo el
profeta recibe esa palabra y de cómo el pueblo la oye y actúa en consecuencia. En Isaías
55:11, podemos observar una ilustración que llama la atención: “así es también la
palabra que sale de mi boca: No volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo deseo y
cumplirá con mis propósitos”. Podemos examinarlo en su forma más elemental y
notable.
El primer elemento es el misterio de cómo se da la palabra divina. Misterio no
significa imprecisión; justamente esta palabra se da en un período que está datado. El
misterio es, más bien, que la palabra divina viene sin pedirla y sin ayuda de los
humanos, y cumple con su trabajo de transformar o juzgar sin que nadie pueda
impedirlo. Hageo no decidió, después de investigar por él mismo, que la palabra de Dios
era necesaria, sino que, bajo la compulsión del Espíritu, se convirtió en el mensajero
dispuesto. El porqué tenía que ser este hombre, de quien no se sabe nada más, es parte
del misterio.
El siguiente elemento es el propio mensajero. En algunos profetas, especialmente
en Jeremías, se muestra cómo luchan con el mensaje antes de poder transmitirlo con
fe. No sabemos cómo se sintió Hageo acerca de lo que tenía que hablar; sólo podemos
observar su compromiso total a la hora de transmitir el mensaje. Básicamente, esto es
lo que distingue un verdadero mensajero del Señor, y Hageo nos enseña esta realidad
despojada de las circunstancias personales o de los problemas que la rodean. Nos
hubiéramos empobrecido enormemente si no hubiéramos sabido las circunstancias
personales de Jeremías o las agonías y éxtasis de Ezequiel. Lo que Hageo nos da es el
imperativo divino de predicar la palabra y la promesa divina de que la palabra va a
hacer su trabajo.
El último elemento es la naturaleza de la palabra profética. Ya hemos observado
cómo Hageo pasa de reñir a corregir, y cómo sus palabras provienen de las primeras
Escrituras. También hemos constatado cómo se repiten unas veintinueve veces, en este
libro tan corto, frases como “la palabra del señor, la voz del Señor y declara el Señor”.
Esto significa que el contenido de lo que dice Hageo es la palabra de Dios y también las
palabras de Hageo. Asimismo, al igual que el misterio de cómo da dios la palabra,
también existe el misterio de cómo se vuelve carne en un ser humano.
La comparación de Hageo con su contemporáneo Zacarías es fascinante. Ambos
hablaron fundamentalmente acerca del mismo mensaje y ambos ayudaron a los
exiliados que regresaron a asumir la tarea de nuevo. Sin embargo, no se podían
confundir el uno con el otro porque cada cual usaba palabras características. Ya hemos
visto que no hay que exagerar las diferencias, sobre todo si tenemos en cuenta el
material escatológico de Hageo 2. No obstante, hay algo de verdad en ver a Hageo
como activador de la obra y a Zacarías como el visionario que revela las mayores
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implicaciones de la obra.
En cuanto al estilo de Hageo, podemos discernir una franqueza y una voluntad para
hacer frente a lo que está mal, que es la señal del verdadero profeta. También muestra
una capacidad de anticipar los argumentos de los oyentes, como en 1:5–11. Transmite
palabras que son nuevas para la situación actual, pero que llevan el peso de palabras
que ya dijeron otros profetas con anterioridad.
Además, podemos observar cómo se acoge la palabra de Dios. Por un lado, los
líderes y el pueblo estaban verdaderamente inspirados por las palabras de Hageo y su
respuesta fue rápida y su corazón se conmovió. Por otro, el Señor se estaba moviendo
en sus corazones mediante el Espíritu. Estas son dos partes de la misma moneda. Sin el
Espíritu, nadie puede responder a la palabra de Dios, pero es muy posible resistir al
Espíritu y endurecerse en contra de la palabra. De hecho, esta fue la situación con la
que se iba a encontrar Malaquías.

b. Dios con nosotros


En una época de mucho peligro, Isaías había prometido al pueblo la presencia de
Dios. Ahora, en un período muy diferente, Hageo recuerda al pueblo que no se trata de
un mantra que hay que repetir, sino de una realidad de la que tienen que darse cuenta.
Así pues, lo central es reconstruir el templo y la realidad de la presencia de Dios que
este simboliza. La carga del mensaje de Hageo es fundamental para que la Escritura
fluya. El propósito de Dios de estar en el centro de su pueblo y vivir con ellos sólo
sucederá plenamente en el día final,214 pero el templo era un testigo fundamental para
esa realidad.
La presencia de Dios no se puede separar de escuchar su palabra. El templo es algo
más que un edificio, tiene que ser el producto de los corazones y las vidas
transformadas por la palabra. Debido a que Dios no estaba en el centro, sus vidas
económicas y espirituales estaban dañadas. La atracción fatal del politeísmo es que la
vida puede estar dividida en muchos segmentos y ningún “dios” reclama una lealtad
absoluta. Adorar al Señor, quien creó el cielo y la tierra, implica un compromiso total.
Hablar de “Dios con nosotros” sin una respuesta verdadera del corazón y de la vida
conduce a dos tipos de peligros. Uno de ellos es un misticismo difuso que hace pensar
que se trata de repetir las palabras y tener “pensamientos benditos”. Los profetas
siempre están expuestos a este peligro y Amós castiga brutalmente la “religión”, que se
encuentra en palabras y sentimientos pero no tiene un impacto en las vidas. En la época
de Hageo, la gente está sumida en la apatía y la fe se ha convertido en una opción extra.
El otro peligro es el legalismo, donde la obediencia meticulosa, según la ley, era más
importante que la justicia y el amor. Hageo es muy consciente de este problema, por lo
que se centra en las cuestiones del pacto, en la repetición de sus maldiciones. Esto se
enfatiza en el versículo 11, donde Dios se describe como “Jehová su Dios” y la relación
con él es lo que va a conducir la fuerza de la obra renovada. Esta idea se desarrollará
escatológicamente en el capítulo 2.

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c. Los elementos humanos y divinos


Como la profecía misma es a la vez palabra del Señor y las palabras de Hageo, todo
el sentido del texto y el desarrollo de la acción es una mezcla de elementos divinos y
humanos. El uso de palabra despertar está relacionado con el primer edicto de Ciro
(Esdras 1:1). La datación de la profecía en el “segundo año del rey Darío” enfatiza que
Dios va a seguir usando a este rey para sus propósitos. La teología aquí es la misma que
se expresó en Daniel 4:35: “y él hace según su voluntad en el ejército del cielo, y en los
habitantes de la tierra, y no hay quien detenga su mano, y le diga: ¿Qué haces?”. En el
capítulo 2, podemos observar cómo este control divino de la historia se extiende hasta
el final de esta y más allá.
La mayor parte de la intervención divina es la palabra profética, que no sólo
anuncia, sino que también mueve a aquellos que la escuchan. Se describe a Hageo y a
Zacarías como quienes ayudan en la obra de la reconstrucción. Independientemente de
lo que hicieran, fueron sus palabras las que inspiraron el trabajo y las que continúan
hablándonos milenios más tarde. La palabra viva no está limitada por el tiempo o el
espacio, y la verdad de las palabras de Hageo es verdad en la Biblia en su conjunto.
El elemento humano se encuentra en su respuesta. En primer lugar, hay la
respuesta del profeta. Ante todo, el mensajero debe ser fiel y decir ni más ni menos que
lo que se le da. Las palabras que pronunciaron Hageo y Zacarías fueron la primera parte
fundamental de la respuesta humana: “¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?”
(Rom.10:14). Esta palabra también se encuentra con una respuesta en los corazones de
los líderes y del pueblo. Además, sin saberlo, Darío estaba siguiendo la voluntad divina
en la política.
Este capítulo tan breve se encuentra en el foco de la revelación y trata grandes
cuestiones. La fidelidad del Señor a sus promesas del pacto, el santuario como prueba
permanente de su gracia y el envío continuo de profetas son ejemplos de los temas que
se presentan. El próximo capítulo lleva todo esto a un nivel más profundo y vislumbra la
gloria venidera más allá del presente sombrío.

¡Días mejores están por venir!


Hageo 2:1–9

En el capítulo 2, el tema de la construcción del templo continúa, pero con más


intensidad. Según las palabras de C.S Lewis, estamos “más arriba y a mayor
profundidad”. Se hace hincapié en cómo este hecho va a superar con creces cualquier
cosa del pasado. Los tres mensajes breves del profeta son de ánimo, advertencia y
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esperanza para el futuro. Los vamos a analizar de uno en uno y a utilizarlos como parte
de un todo coherente. Este aspecto es especialmente importante en relación a los
versículos 10–19. Quizás algunos parezcan fuera de lugar, pero la exposición mostrará
cómo todo el argumento del libro es congruente y acumulativo. Podemos considerar
cinco cuestiones principales al observar el primer mensaje en 2:1–9.

El tiempo de la profecía
Había pasado casi un mes desde que se había empezado a trabajar en el templo y,
probablemente, había poco que mostrar, excepto desorden. Baldwin puntualiza que,
aparte del fino injerto difícil de reparar sin maquinaria moderna, el “séptimo mes” era
la época con más días festivos y no se permitía trabajar. Sentían que había una gran
tarea por hacer y, por ello, lo que necesitaban sobre todo era un mensaje de aliento.
Antes de pasar a las palabras de Hageo, la propia época tiene un mensaje
importante. El “día veintiuno” fue el último día de la fiesta de los tabernáculos o las
cabañas. Esta festividad celebraba el éxodo de Egipto y se simbolizaba viviendo en
cabañas “para que sus descendientes sepan que yo hice vivir así a los israelitas cuando
los saqué de Egipto” (Lev. 23:43). En el contexto de Hageo, esto era particularmente
significativo. En vez de estar viviendo en cabañas, la gente había estado disfrutando de
“casas artesonadas” (1:3). Así pues, el mensaje del profeta se había visto reforzado por
el simbolismo de la festividad. Además, los otros usos bíblicos de la palabra también
son relevantes. En Job 27:18, se emplea como símbolo de fragilidad y vulnerabilidad, y
encontramos una imagen parecida en Jonás 4:5. Sin embargo, también se utiliza en
Isaías 4:6 con la idea de protección, ya que se habla de Jehová como un refugio en el
último día. Estas ideas parejas de la debilidad del pueblo y del poder del Señor se
encuentran en el corazón del mensaje de aliento de Hageo.
Otro aspecto sobre el tiempo es que el templo de Salomón estaba dedicado al
séptimo mes. Sin duda, esta fue la continuidad y enfatizó el hecho de que lo que
estaban haciendo era reconstruir el viejo templo, no construir uno de nuevo. Sin
embargo, el recuerdo probablemente es más deprimente que alentador, y en ello nos
centraremos ahora.

El contraste del pasado y del presente


El versículo 3 habla acerca del pensamiento que estaba en el corazón del pueblo, el
pasado era mucho mejor, nunca lograremos nada igual. Hoy en día, este sentimiento
también es común cuando nos fijamos en la decadencia, aparentemente inexorable, de
la iglesia en el mundo occidental; por no hablar de nuestras propias debilidades y
fracasos, y el peligro de girar la vista hacia alguna “edad de oro” del pasado.
Seguramente, la gente lamentaba su falta de recursos, tanto humanos como materiales,
en comparación con los que tuvo Salomón. Sin duda, la nostalgia influía en los
recuerdos de la gente mayor, que habían visto el primer templo. No obstante, la

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nostalgia es muy seductora y haría que la situación presente pareciera aún peor. Como
el profeta es inteligente, les fuerza a enfrentarse a lo que sienten realmente y a admitir
su grave decepción antes de dar el mensaje de aliento, para que tenga el máximo
efecto. Aún así, hay una clara diferencia entre el desaliento del pueblo en este
momento y su actitud en el primer capítulo.
Se necesitaron palabras de desafío y de regaño para poder acabar con la apatía y
complacencia del momento. Había un desánimo que les estaba perjudicando, y
necesitaban palabras de aliento. Así pues, esto es lo que sucede a continuación en el
pasaje.

La palabra de aliento
Los versículos 4 y 5 son una buena base de cómo obtener el aliento verdadero. El
primer aspecto a tener en cuenta es que se trata de algo espiritual y no psicológico.
“Esfuérzate y trabaja”, dice Hageo. Sin embargo, lo importante es el motivo que da, no
“trabajar porque hay que hacer las cosas” o “trabajar porque te sentirás mejor si lo
haces”. No, “trabajad”. “Porque yo estoy con vosotros, dice Jehová de los ejércitos.” La
realidad de la presencia activa y viva del Señor es lo que va a hacer el trabajo. Hageo no
niega la realidad de la situación presente, los montones de escombros, el contraste con
el pasado y la difícil tarea que queda por delante. Más bien, pone estos hechos en el
contexto de una realidad mayor. Su método es como el de Eliseo atrapado con su siervo
en Dotán cuando el ejército sirio rodeó la ciudad con sus fuerzas y carros. Eliseo no
niega que están ahí, pero ve la realidad de los caballos y de los carros de fuego con una
perspectiva mayor. Se dirige a este siervo aterrorizado diciéndole “más son los que
están con nosotros que los que están con ellos” (2 Reyes 6:16). De hecho, esto es lo que
Hageo está diciendo aquí.
A Josué ya se le habían dicho las palabras “Yo estoy con vosotros” antes, cuando el
Señor le prometió la misma presencia y protección que Moisés había experimentado.
De hecho, Moisés había prometido esto a todas las naciones en sus últimas palabras.
Asimismo, Jacob, en su lecho de muerte, le dice a José “He aquí yo muero; pero Dios
estará con vosotros” (Gén. 48:21). Esta es una promesa que nuestro Señor refuerza en
Mateo 28:20, donde se promete su presencia y su poder hasta el fin del mundo.
Siempre es una tentación en momentos de desánimo anhelar el regreso de alguna
gran figura del pasado. A menudo, esto revela más acerca de nuestras preferencias que
sobre una verdadera visión espiritual. Hageo está diciendo: “Moisés, David o Salomón
no volverán, pero el Dios viviente está con vosotros. Está trabajando ahora como lo hizo
en el pasado, y terminará la buena obra que empezó”.
Así que, desde un punto de vista equivocado del pasado, donde la nostalgia lleva a
la desesperación sobre el presente, Hageo presenta una visión real del pasado y de la
fidelidad inmutable del Señor. Cuando salieron de Egipto, el pacto que hicieron no fue
simplemente otro acontecimiento en su historia, sino la revelación decisiva de su Dios y
la promesa de que estaría siempre con ellos. Esto se ve reforzado por la frase “mi

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Espíritu estará en medio de vosotros” (v. 5). Además, también es la convicción de


Zacarías: “No será por la fuerza ni por ningún poder, sino por mi Espíritu” (4:6). Vale la
pena reflexionar sobre la relación entre la obra del Espíritu y la obra humana. Del
mismo modo que Hageo enseña que la obra humana sin el Espíritu será inútil, también
muestra que la actividad humana es una parte integral de la obra del Espíritu. Se ve que
el Espíritu está trabajando porque su pueblo está trabajando. Esto no significa que Dios
dependa de un grupo específico de personas, sino que, cuando el Espíritu está
trabajando, su palabra inspira a la gente para hacer sus tareas, que quizás antes
parecían imposibles.
Además, este es el mismo Espíritu que dio los dones a Bezabel para construir el
tabernáculo. En Números 11:17, se les da a los ancianos el Espíritu que estaba sobre
Moisés. Isaías 63:10 enfatiza la importancia del Espíritu en el éxodo, tanto al cruzar el
mar como en el viaje por el desierto. El Espíritu, aunque se manifiesta sobre todo en el
éxodo, no está ausente ni impotente en otros momentos. Hoy en día, necesitamos
recordar esto cuando, a menudo, nos sentimos tentados a subestimar la presencia del
Espíritu si no sucede nada espectacular. Fundamentalmente, se trata de un llamado
para ver el desarrollo de la obra divina en lugar de la perspectiva humana, y colocarlo
en el presente, en el contexto de la obra de Dios. Hageo ya ha puesto de manifiesto la
continuidad de la situación actual con el éxodo, y ahora está a punto de mirar hacia el
futuro y hacia la realización definitiva de los propósitos de Dios.

La importancia del futuro universal del templo


El esfuerzo humano ya está en marcha. Hageo plantea que el esplendor final del
templo será el resultado de las acciones directas de Dios. Nos trasladamos de lo local a
lo universal y de lo actual a lo futuro. Esto está estrechamente relacionado con el punto
anterior, con su énfasis en el éxodo y la ayuda divina parecida en el presente. Esta es la
garantía de bendiciones futuras. La continuidad en el éxodo se enfatiza con la expresión
“una vez más” (v. 6), que sugiere que sucederán actos similares por parte de Dios.
De nuevo, se plantean problemas con la expresión “dentro de muy poco” (lit. “es un
poco”). Sin embargo, la expresión es importante porque remarca que Hageo está
pensando en el horario de Dios, no en el nuestro. Pedro, repitiendo el Salmo 90:4,
señala el hecho de que con el Señor “mil años son como un día” (2 Ped. 3:8). El énfasis
en la inminencia tiene dos implicaciones. La primera es que cada generación debe vivir
vigilante y expectante: “Velad, pues, porque no sabéis el día ni la hora” (Mat. 25:13). La
segunda es que va a suceder; no es simplemente que la venida del reino esté marcada
al final, sino que Dios ha estado obrando para este fin a lo largo de la historia.
El lenguaje de Dios de hacer temblar “los cielos y la tierra, el mar y la tierra seca” es
una teofanía y sucede, por ejemplo, en Nahúm 1:5: “Los montes tiemblan delante de
él”. Toda la creación física tiembla ante su presencia. También se usan palabras del
éxodo parecidas en Salmos 77:18, y de la experiencia de David en Salmos 18:7.
Básicamente, el lenguaje apunta hacia el cielo nuevo y la tierra nueva. En cierto sentido,

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la Biblia entera es el resultado de Génesis 1:1: la buena creación, echada a perder por el
pecado, que se renovará y cumplirá el propósito de Dios por toda la eternidad. El orden
creado reflejará la belleza del Creador y la maldición de Génesis 3 ya no tendrá lugar. La
palabra hebrea para “temblar” es un participio, que indica un número de temblores y
de intervenciones en la historia antes del último temblor que anuncia el reino.
El temblor afectará a las naciones, así como al universo físico, y, como resultado, sus
tesoros llegarán al templo (v. 7). Esto se puede entender a distintos niveles, todos ellos
relacionados con el reino de Dios sobre las naciones y su propiedad de la plata y el oro.
En el nivel más básico, esto estaba sucediendo porque Darío encargó a los que se
oponían a construir el templo que pagaran los costes del proyecto del ingreso real con
sus propios impuestos regionales. Esto se cumplió más cuando Herodes emprendió
grandes obras para embellecer la estructura.231 Eran cumplimientos parciales, pero no
llegaron a completar el significado porque no anunciaron un movimiento entre las
naciones para llevar sus tesoros a la casa del Señor.
La interpretación mesiánica tradicional ha complicado el debate de este pasaje.
Probablemente, el mayor defensor de este punto de vista es E. B. Pusey, que basó este
comentario en la traducción de la RV: “vendrá el Deseado de todas las naciones; y
llenaré de gloria esta casa”. Argumenta que esto debe referirse a Cristo, a quien las
naciones anhelaban, a menudo inconscientemente. Gramaticalmente, Pusey se
encuentra en tierras movedizas porque ḥemdat es singular, pero el verbo está en plural.
Sin embargo, si esta interpretación es correcta, el significado escatológico es el
único que hace justicia al versículo aunque no se mencione al Mesías explícitamente.
Esta riqueza de alusiones es algo que ya hemos visto en Hageo y, de hecho, también en
Esdras.
No obstante, lo fundamental es el cumplimiento del pasaje, tanto en la primera
como en la segunda venida de Cristo. Malaquías también habló más específicamente de
lo siguiente: “De pronto vendrá a su templo el Señor a quien vosotros buscáis” (Mal.
3:1). La muerte de Jesús hizo que el velo del templo se rasgara de arriba abajo,
acompañado por un temblor de la tierra; en la resurrección hubo un temblor mucho
mayor.235 Sin embargo, el cumplimiento final se encuentra en el futuro, cuando “el
Señor Dios y el cordero” ‘son’ el templo (Apocalipsis 21:22).
Necesitamos mantener juntos todos estos aspectos si queremos hacer justicia a lo
que Hageo está diciendo aquí. La interpretación espiritual del versículo 8 no contradice
la interpretación material, sino que ambas son necesarias para mostrar que el
cumplimiento no está limitado a recursos físicos ni a un sueño idealista.
Estas ideas se ven reforzadas por el versículo 9. “Esta casa” se refiere a la historia
del templo a través de todos los cambios y posibilidades. La “gloria” es la presencia
visible de Dios mismo que llena toda la tierra y se manifiesta parcialmente en el templo,
pero plenamente en Jesucristo.237 El otro aspecto es que el templo será un lugar de paz.
El contraste inmediato es que el templo cayó en una guerra salvaje y sangrienta, y su
reconstrucción se vio obstaculizada por la oposición, pero ahora está avanzando para
ser terminada. Aún así, sigue sin completarse el significado.
“La paz”, como dice Baldwin, “resume todas las bendiciones de la época mesiánica,
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cuando la reconciliación con Dios y su gobierno justo asegurará una paz justa y
duradera.” En primer lugar, la paz es una relación restaurada con Dios y, luego, una
sociedad estable y feliz, y unos individuos redimidos y satisfechos. Se trata de un don de
Dios mismo que quiere traer, a través de la muerte y de la resurrección de Cristo, la
verdadera bendición de la paz a todos los que le reciben.
La interpretación más general de estos versículos se confirma en Hebreos 12:26–27.
Los temblores del universo físico, provenientes de Dios, tendrán como resultado un
reino que no puede ser sacudido. Esta es la culminación de un pasaje que habla del
monte de Sión, el Jerusalén celestial, y del festival creciente donde la realidad de la
adoración a Dios se experimenta de tal manera que reúne y sustituye todo lo que se ha
vislumbrado antes de la presencia.

Comentarios generales
Se trata de un pasaje intenso, y demuestra el poder de la visión del profeta, ya que
esboza las perspectivas para la época venidera. Mientras observamos estos versículos,
merece la pena reflexionar sobre dos temas en concreto.

a. La combinación entre la actividad divina y la humana


El sentido de Dios en la obra es palpable y electrizante. Es instructivo estudiar el
número de verbos con el Señor como sujeto, especialmente en los versículos 6–9: haré
temblar, llenaré, concederé. El establecimiento del reino y las bendiciones que lo
acompañan son una completa actividad divina que se llevará a cabo
independientemente de la fuerza o la debilidad humana. Esta siempre debe ser la base
de nuestra seguridad y nuestro impulso para perseverar.
Sin embargo, la construcción presente era parte de todo el movimiento de la
historia. Puede parecer que esta construcción estuviera a años luz de la ciudad celestial,
pero este fragmento de la historia era una parte necesaria de la gran historia. No es
tanto que Dios tuviera su papel para desempeñar y, por ello, los hombres también. Más
bien, leemos, en Esdras 6:15–22, que la obra del Espíritu de Dios es evidente en los
corazones cambiados de la gente, ya que los llevó a reanudar el trabajo y a finalizarlo.
Las palabras del profeta fueron fundamentales, puesto que eran el vínculo entre la
gracia de Dios y el fracaso humano.

b. El cumplimiento progresivo de la profecía


Pedro nos dice que los profetas eran “hombres de Dios que hablaron siendo
inspirados por el Espíritu Santo” (2 Pedro 1:21). Esta es una imagen específica del punto
anterior sobre la actividad divina y humana. La autoría humana es real, “los hombres
hablaron”, pero la autoría es “de Dios”, y es la obra del Espíritu Santo la que produce el
mensaje. Esto significa que las palabras de Hageo hablan directamente a la situación del
año 520 a. C. y al proyecto abortado de la construcción del templo; y ahí es donde debe
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empezar nuestra interpretación de lo que él dice. Aunque para ellos y para más
actividades de construcción de Herodes, confinar el mensaje es pasar por alto la
relevancia y el significado eterno de las palabras del profeta.
El cumplimiento escatológico es el significado fundamental de la profecía. En los
tiempos de Hageo, eso no produjo visionarios poco realistas, sino más bien gente que
trabajó fielmente en su propia época. Hacer caso a sus palabras tendrá el mismo efecto
en nuestro tiempo que en cualquier otro.

Cuenta tus bendiciones


Hageo 2:10–19

Han pasado casi cuatro meses desde el primer mensaje de Hageo en el capítulo
1:1–12, y dos meses desde las palabras entusiastas de 2:1–9. La voz de Dios no ha
permanecido en silencio; aún así, para Zacarías, su ministerio había empezado un mes
antes. La última sección, como la anterior, es para concentrarse en la visión del futuro.
Sin embargo, la actual parece ser una digresión y se han encontrado discrepancias entre
este pasaje y Esdras 3:10–13. También se han hecho intentos para eliminar el capítulo
2:15–19 y colocarlo después en 1:15a (vamos a hablar de esto con más detalle en la
exposición). Aún así, el aspecto inicial es que este capítulo, de hecho todo el libro, es
una unidad con un desarrollo claro de pensamiento tanto con una base cronológica
como teológica. Lo que debemos hacer es preguntarnos cómo discurre esta sección del
capítulo 2:1–9 y anticipa 2:20–23.

Las razones del mensaje


Se pueden indicar tres razones para su postura en el capítulo.

a) Teológica
Salmos 93:5 dice “la santidad es para siempre el adorno de tu casa”. Esto tiene
implicaciones, no sólo en la ciudad celestial donde “nunca entrará en ella nada impuro”
(Apocalipsis 21:27), sino también para la construcción del templo y para las vidas de los
constructores allí y entonces. La esencia de la tierra y de los cielos nuevos es una
relación restaurada y vital con el Señor, y el papel del templo en la tierra es anticiparlo,
tanto si es el templo antiguo o el nuevo de piedras vivas. La santidad no se iba a quedar
entre las cuatro paredes del templo. Hay que rechazar la idea de que hay un lugar
especial donde suceden las actividades “religiosas”, y un lugar “secular” donde Dios no
es importante. Cuando esto sucede, ni el supuesto “salvo” ni el supuesto “secular”
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prosperan porque falta la integridad básica de la respuesta de Dios en todos los ámbitos
de la vida.

b) Pragmática
Esta se deriva de la necesidad teológica de santidad. La profecía de los temblores
del cielo y de la tierra y de la gloria venidera de la casa es necesaria para poder alentar y
perseverar en la actualidad. Sin embargo, es justo ahí donde surge otra tentación: la de
descuidar las demandas del presente o incluso verlas como algo poco relevante. Pablo
también tuvo que lidiar con el mismo problema. El pueblo necesitaba recordar las
realidades de la situación: el templo que aún no había sido acabado, la recesión
económica y la importancia de esto a las demandas fundamentales de la Torá. Este es el
énfasis de los versículos 18–19, que destacan el mensaje de 1:1–11 con la repetición de
la palabra “meditad” o “considerad bien”.

c) Escatológica
El versículo 19 acaba diciendo “desde este día os bendeciré”. “Bendecir” podría
entenderse como algo material refiriéndose a la prosperidad económica y, de hecho, es
parte del significado. Malaquías 3:8–11 muestra que, unos cincuenta años más tarde,
predominaba una condición económica pobre y, una vez más, el profeta lo relaciona
con no dar al Señor con corazones alegres. No obstante, como veremos en el siguiente
apartado (2:20–23), todo el significado de su palabra es escatológico.
Así pues, estos versículos no están fuera de lugar, sino que forman un puente
efectivo entre una profecía de bendición final y la profecía a Zorobabel. Ambas
relacionan lo presente con lo eterno. Una vez más, el oráculo se presenta con una fecha
concreta, lo que equivaldría en nuestro calendario al 18 de diciembre. En aquel
momento, ya habrían caído las lluvias de otoño y ya se habría sembrado la cosecha de
invierno, lo cual recordaba al pueblo su dependencia total en el Creador. Cinco aspectos
a tener en cuenta.

El deber de los sacerdotes para enseñar


El versículo 12 lo muestra claramente: “preguntad a los sacerdotes qué dice la ley”.
No se pretende que los sacerdotes sean tan sólo funcionarios litúrgicos, sino que
también se espera que enseñen la Torá. El objetivo de Malaquías es castigarlos por no
haber llevado a cabo ambas funciones. Levítico 10:11 habla sobre la tarea de Aarón y de
sus hijos de “enseñar a los hijos de Israel todos los estatutos que Jehová les ha dicho
por medio de Moisés”. Esto se desarrolla en Deuteronomio 17:9–12, donde los
sacerdotes no sólo se encargan de enseñar la revelación, sino que también toman
decisiones sobre casos difíciles que no aparecen específicamente en la Torá. De hecho,
se puede sostener que los profetas se levantaron cuando los sacerdotes fracasaron en
el cumplimiento de su ministerio. Sin la enseñanza de la palabra de Dios, la iglesia será
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anémica e ineficaz. Es posible que el Señor les diera el mensaje a Hageo y a Zacarías
porque los sacerdotes que habían regresado de Babilonia no supieron enseñar al
pueblo.

La santidad no es contagiosa, pero la falta de santidad sí que lo es


Hageo nunca utiliza preguntas y respuestas (como Malaquías) para mostrar el arte
del maestro. La “carne consagrada” debería ser de una de las ofrendas, como la ofrenda
por el pecado. Una parte de esta se daba a los sacerdotes y, normalmente, la llevaban
en su vestido. La santidad no se transmitía de este a cualquier otra cosa. Sin embargo,
la impureza se transmite por el contacto, que es el aspecto que Hageo está resaltando
aquí. La ley dice que cualquier cosa tocada por una persona impura se convierte en
impura.244
Lo principal de esto es la aplicación en el versículo 14: la gente profana no se vuelve
santa por participar en actividades religiosas. Obrar en un “lugar redimido”, si los
corazones y los motivos no son los correctos, no hace que el trabajo sea santo. No
obstante, Hageo también repite 1:5–6, donde la vida económica y social se había
echado a perder porque el pueblo no estaba bien con Dios. “Así es toda obra de sus
manos y lo que aquí ofrecen” es un buen resumen de todas sus vidas. En el corazón de
la Torá, se encuentran las palabras de Jehová: “Sed santos, porque yo el Señor vuestro
Dios soy santo” (Lev. 19:2). Este capítulo de Levítico es un resumen claro de los
requisitos de adoración y del compromiso de estilo de vida del pueblo de Dios. Cuando
Pedro utiliza estas palabras para su primera carta, también mezcla lo teológico con lo
práctico. Así pues, lo que tenemos aquí no son normas sin importancia sobre la carne
consagrada, sino una observación profunda sobre la santidad de Dios y sus
implicaciones en la vida de su pueblo. Baldwin246 señala, con agudeza, que el templo en
ruinas era como un cadáver, lo que desmentía que Israel fuera una nación santa. Este
no fue un mensaje fácil de escuchar entonces, ni lo es ahora. Nos suele gustar que nos
hablen acerca del gozo y del cumplimiento de nuestro potencial. Nada de esto es malo
en sí mismo, de hecho, son regalos de Dios. Sin embargo, antes de poder disfrutar de la
bendición del versículo 19, tenemos que ordenar nuestra casa y luchar por la santidad.

La necesidad de discernir
Para entender verdaderamente los tiempos en los que vivían, se precisaba más que
un simple vistazo desagradable. Hageo dice que meditemos y consideremos bien las
cosas. Después de que se le revele la situación, necesita responder a ella. Una vez más,
las circunstancias del día a día y las comodidades de la vida son una ventana a los
propósitos mayores de Dios y a una visión más amplia; por lo que el profeta dice que
estas son las consecuencias directas de que Dios sea el Creador y de que se haya
revelado a sí mismo en su palabra. En el versículo 14, se había enfatizado la verdad de
la unidad de la vida, tanto “sagrada” como “secular”, y ahora se explicita. La

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construcción del templo estaba relacionada, básicamente, con la forma en que el


Creador había hecho el universo, y el fracaso de su prosperidad material y las
condiciones climáticas eran las señales externas por no entregar sus corazones al Señor.
Cualquier posibilidad de que esto fuera una coincidencia se descarta en el versículo 17:
“Os herí con un viento sofocante, con tizoncillo y con granizo en toda la obra de vuestras
manos”. Estos sucesos ya eran un mensaje para aquellos que habían leído la Torá,
puesto que se predecían calamidades por no obedecer el pacto. No obstante, se
necesitaba un profeta para que mostrara a aquella generación, tal como había hecho
Amós con una anterior,249 que las palabras de Dios estaban vivas y siempre provocaban
lo que ellos decían, ya fuera en juicio o bendición.
No debemos pasar por alto la expresión “desde este día en adelante” (v. 18), que se
repite también en el versículo 19. La palabra de Dios no es una entidad confusa y sin
cuerpo, sino que viene en los momentos precisos, que a menudo pueden tener una
fecha en concreto. Y esto es común en los profetas, sobre todo en Isaías, Jeremías y
Ezequiel. Se necesita una respuesta definida y considerada a esta palabra de Dios, o, si
no, perderá su efecto. Una vez más, se relaciona el fracaso de la cosecha con el hecho
de no continuar con la construcción del templo. Superficialmente, nada de esto parece
ser obvio. Por ello, es fundamental meditar y tener determinación para actuar en la
palabra profética.
Creer verdaderamente en la doctrina bíblica de Dios como Creador es mucho más
que el simple reconocimiento de la existencia de la primera causa. Eso es deísmo y no
tiene efecto en nuestra forma de pensar y vivir. Sin embargo, la doctrina bíblica trata de
un Creador que está íntimamente involucrado en esta creación y al que le debemos
todo lo que somos y lo que tenemos, y que no está lejos de ninguno de nosotros. Esto
tuvo un efecto radical en la forma de pensar y vivir, y considera el conjunto de la vida
como algo que preocupa e interesa al Señor. De hecho, esta unidad e integridad de vida
es fundamental y se presupone en el Shemá: “Oye, Israel: Jehová, nuestro Dios, Jehová
uno es” (Deut. 6:4). Esto significa que la totalidad de la vida pertenece al Señor, a
diferencia del paganismo, donde se divide la lealtad entre muchos dioses y se pueden
enfrentar el uno contra el otro. Este corazón dividido se encuentra en la raíz tanto del
estancamiento como de la improductividad de mucha de la actividad de la iglesia. Para
dejar de ver que el mundo de la adoración y de la obra pertenece y fluye del mismo
Dios, hay que optar por una vida en que lo que profesamos y cómo vivimos esté cada
vez más separado. Esta actitud, que en teoría cree en el Señor, pero quiere mantenerlo
alejado de las preocupaciones “reales” de la vida, siempre crea una temperatura
espiritual baja y una mentalidad complaciente y apática.

La realidad de la bendición de Dios


“Desde este día os bendeciré” (v. 19). Así como el viento solano, el tizoncillo y el
granizo eran signo de la maldición que causó la desobediencia, ahora Dios iba a otorgar
la bendición del pacto. La bendición no era una mera formalidad. El Creador está

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prometiendo que habrá una nueva vida, y esta palabra conduce a una buena relación
entre la creación y el pacto, y a un futuro brillante más allá de nuestra imaginación. Dios
bendice a Adán y a Eva252, y esta bendición conlleva la promesa de fertilidad, una
promesa que se repite a Noé en Génesis 9:1 y se vuelve a repetir cuatros veces a
Abraham. Esta situación, a primera vista simple y poco estimulante, fue una parte
nueva e importante de la gran historia que lleva a la nueva creación. Más allá y por
encima del fracaso humano y del pecado, hay la gracia de Dios que cubre todo.
Aquí, bendición significa que se cumplirán los propósitos antiguos de Dios acerca de
la creación y de la salvación. De nuevo, hay una relación entre la cosecha y el templo,
pero esta vez es positiva. El propósito de Jehová se cumplirá y su pueblo debe ser
obediente. Malaquías utiliza términos parecidos cuando habla de “traed todos los
diezmos al alfolí” (Mal. 3:10), a lo que seguirán bendiciones que lloverán del cielo. Esto
era mucho más que esperar que hubiera una buena cosecha; era un compromiso del
Señor del pacto y, como cualquier promesa, era para toda la vida y más allá.

Dios se adapta a nuestras debilidades


Calvino lo expresa bien, ya que reconoce que, a veces, Dios enseña a la gente a
almacenar tesoros en el cielo, mediante la privación de las bendiciones terrenales. Sin
embargo, el profeta quiere enseñar al pueblo que su propia labor era irrelevante si Dios
no bendecía, y no se trata de afirmar que Dios bendice toda actividad que se lleva a
cabo, como si fuera una regla invariable. Por ello, podemos considerar varios aspectos.
El primero, es que Dios, de forma constante, habla de muchas maneras relacionadas
con la madurez espiritual de los oyentes. El exilio había anulado gran parte de su
idolatría, pero seguían muy lejos de una fe viva y gozosa. Eran apáticos y necesitaban el
incentivo de una bendición futura para que despertaran de su letargo y de su pereza
espiritual. Este es un principio importante para aquellos que llevan la palabra de Dios a
las personas. Esa palabra no varía, pero la forma en la que se presenta y su énfasis
particular se adaptará a la capacidad de los oyentes. El problema que Hageo identificó
al principio (1:4) es que los que regresaron del exilio estaban encadenados al amor a la
posesión terrenal y a la seguridad. Hageo se da cuenta de que lo primero que debe
hacer es mostrarles que no hay seguridad en las “casas artesonadas” y que, en vez de
ser astutos, se estaban comportando como necios.
Calvino dice:
La mayoría de hombres, debido a su ignorancia, no pueden ser dirigidos
primeramente a este estado mental tan abundante, así que, para entregarse
voluntariamente a Dios, es necesario usar otros medios, como el profeta hace
aquí, que promete sustento terrenal y diario a los judíos porque vio que no
podían, de buenas a primeras, de manera inmediata, ascender hasta el cielo.
El segundo aspecto es que Dios, al cubrirnos con su gracia constantemente a pesar
de nuestros errores, nos deja claro que es el autor de todo lo bueno. El uso de la

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palabra “bendecir” lo corrobora. No se trata de un evangelio de buenas obras. Más


bien, Dios está diciendo, a través del profeta, que estas bendiciones materiales son un
anticipo de bendiciones mucho mayores que aún están por llegar (que se resumen al
final de la sección del libro).
La tercera consideración es que la promesa de bendición es también un llamado a la
fe radical. Esta era necesaria más que nunca, ya que se hallaban en una situación en
que las señales de la presencia de Dios parecían insignificantes. Estaban en la mitad de
la época de cultivos, y se necesitaba fe y obediencia para ver que, sacar tiempo del
trabajo en los campos para trabajar en el templo, supondría una cosecha mejor. Esta
promesa abre las puertas a un nuevo comienzo y a un cambio de corazón, que es una
evidencia de la bendición.
Ahora podemos ver la importancia de esta sección intercalada entre dos visiones del
futuro. El énfasis en la santidad es un recordatorio poderoso de la Torá y un indicio de
la santidad, que estará en el corazón de la nueva creación. Toda la vida es una unidad, y
si el templo en la tierra está para reflejar el templo en el cielo, no se debe separar lo
secular257 de lo religioso. Además, también muestra la importancia de nuestros
pensamientos (vv. 15, 18) y la necesidad continua de evaluar lo que hacemos a la luz de
la palabra de Dios.

Lo mejor aún está por llegar


Hageo 2:20–23

Con este último oráculo, Hageo termina con una nota alta y, mientras resume
algunas cosas que ya se han dicho, va más allá de estos aspectos y nos habla de un
futuro glorioso. A la palabra “bendecir” (v. 19) se le da tanto un énfasis específico como
eterno, lo cual enfatiza la importancia de la situación actual y lo coloca en una visión
más amplia de los propósitos de Dios. Hay cuatro aspectos a tener en cuenta.

Habrá agitación universal


Desde el punto de vista humano, esto son los escombros y el desorden de un lugar
de construcción. Desde la perspectiva de Dios, se trata de un eslabón fundamental en la
cadena, que lleva a través de todas las convulsiones de la historia, como, por ejemplo,
la inundación, Sodoma, el exilio y otras similares a la gran convulsión que anunciará la
llegada de la nueva creación. Como se ha mencionado en la exposición de los versículos
6 y 7, este temblor ya se ve en la primera venida de Cristo, pero se va a completar
cuando venga de nuevo. Siempre es importante que las personas que trabajan para

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Dios, en especial en tiempos en los que no se aprecia el crecimiento, vean lo que están
haciendo con la mayor perspectiva posible. La reconstrucción del templo parecía que
estuviera a años luz de la visión gloriosa del monte del Señor, al que irían las naciones,
y, aún así, fue parte del proceso que llevaría a ese día. Es probable que está sea la razón
por la cual se presenta la promesa dos veces. No obstante, esta predicción de la
agitación universal no es sólo una repetición de los versículos 6 y 7, lo que nos lleva al
segundo asunto principal de esta sección.

Todos los demás poderes serán derrocados


En los versículos 6–9, se había hecho hincapié en la gloria y el esplendor. Aquí se
está dedicando a eliminar todos los reinos rivales. Como los profetas predicen el futuro,
guiados por el Espíritu Santo, lo que se les revela está en consonancia con las
circunstancias particulares en las que ministran. De hecho, los exiliados habían
regresado, pero la pequeña provincia en la que se encontraban era insignificante a los
ojos del mundo y no consistía en un reino independiente. No tenía una fuerza militar y
no parecía que el reino davídico volviera a ocupar el lugar que tuvo. La respuesta es la
siguiente: el Señor, que sacó a su pueblo de Egipto y levantó la dinastía davídica, se
encargaría de ello. Las palabras son menos poéticas, pero apuntan hacia la misma
realidad que en Isaías 9:2–7.
Hay dos énfasis que llaman la atención. El primero es que Dios destruirá las sedes de
poder y se deshará de toda la oposición desde su origen. Se destruirá “el poder de los
reinos de las naciones”. De nuevo, encontramos, en Daniel 2, un paralelismo en la
imagen de la piedra que golpea los reinos del mundo. El otro énfasis es que Dios quitará
toda manifestación específica de estos poderes, que se simbolizan con caballos, carros y
jinetes (quizás es una alusión a Éxodo 15:1, 4, 19, 21). La referencia a los ejércitos, que
se destruyen los unos a los otros, nos recuerda a Ezequiel 38:21, donde Dios y Magog se
volvieron el uno contra el otro, y a la visión de Zacarías de un conflicto parecido al final
de la historia. Dios destruye el mal, pero el mal también es, inherentemente,
autodestructivo.
Esto sigue siendo un mensaje importante para nosotros cuando estamos
abrumados a causa del poder global de las naciones, de las empresas multinacionales y
de la cada vez mayor influencia de las grandes corporaciones mediáticas. Es fácil dejarse
intimidar por la secularización progresiva de la vida en Occidente, el rápido
desmantelamiento de nuestra herencia cristiana y el desprecio incesante de los medios
de comunicación hacia el cristianismo bíblico. No obstante, no necesitamos temblar por
el arca de Dios como Elí porque Cristo está construyendo su iglesia y nada puede
impedirlo. Esta no es una mera idea abstracta y Hageo hace esto específicamente en su
época y también anticipa lo que está por venir.

El significado mesiánico de Zorobabel

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Ya hemos visto que tenemos poco conocimiento acerca de Zorobabel y no sabemos


lo que le sucedió (no se le menciona cuando se habla de la terminación del templo en
Esdras 6:15). En cierto sentido, al igual que el propio templo reconstruido, él parece un
actor secundario. Sin embargo, como ya hemos visto en relación con el templo, y
también con Zorobabel, si pensamos que este suceso y este individuo no tienen
importancia, no hemos llegado a entender nada.
En las citas 1:1, 14; 2:2, 21, a Zorobabel simplemente se le llama “gobernador”, pero
en el versículo 23 es “mi siervo.” No se trata sólo de un término común para Moisés y
David, sino que Isaías también lo utiliza.264 Así pues, Zorobabel es un eslabón
fundamental en la cadena que conduce al verdadero Mesías, en quien las funciones de
sacerdote y rey se combinan a la perfección. Algunos han argumentado que Zacarías
4:6–10 ve a Zorobabel tan sólo como un constructor del templo en vez de verlo como
un gran líder del ejército, y eso es falta de comprensión. Hageo deja claro que no es
Zorobabel, sino Jehová, quien ganará la batalla, y que es el mesías quien heredará el
reino. Además, Zacarías hace hincapié en el poder del Espíritu para allanar montañas y,
a pesar de que para el observador parezca un “día de pequeñeces” (Zacarías 4:10), aún
así Dios es poderoso cuando trabaja. Así pues, la obra del reino siempre tiene un
significado eterno, sea cual sea la circunstancia externa. Lo más sorprendente es que
zorobabel aparece en la genealogía de Jesús en Mateo 1:13, lo que recalca su
importancia.
Considerar a Zorobabel como una figura mesiánica es otra indicación de cómo Dios
prepara a su pueblo a través de los siglos por lo que él va a hacer definitiva y
completamente en Cristo. Moyter escribe: “Dios había actuado ‘como de costumbre’ y
de manera característica en ciertas grandes personas y en sucesos del pasado y, porque
Dios no cambia, va actuar así de nuevo”. La importancia de David apunta, aunque
parcialmente, hacia las victorias y la gloria del que está por venir. Una figura más oculta,
como Zorobabel, señala hacia la humildad y el escondimiento. Tan solo cuando llegue
finalmente el reino, se resolverán estas paradojas y énfasis variados. “En aquel día” (v.
23) es una abreviación profética que se refiere al día del Señor y, por lo tanto, nos
impulsa hacia el futuro y el día en que Dios será Dios y el mundo lo sabrá. Todo esto lo
garantiza la palabra del Señor, lo cual nos lleva al cuarto aspecto de esta sección.

El anillo de sello es el símbolo de la gracia de Dios


El portador del anillo de sellar lo consideraba precioso y tenía que hacerse cargo de
él y cuidarlo. Esta idea está bien expresada en Cantar de los Cantares 8:6: “Grábame
como un sello sobre tu corazón; llévame como una marca sobre tu brazo”. También era
una marca de autenticidad y autoridad. En Jeremías 22:24, Dios le quita el anillo de
sellar a Joaquín como señal de que el reino está condenado al exilio. Sin embargo, se le
da a Zorobabel para demostrar que la descendencia mesiánica continúa.
Esta es una señal para el mundo de que Dios tiene buenos propósitos para
Zorobabel y de que él representó en su época la promesa de David a pesar del exilio.

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Vale la pena leer el Salmo 89 para reflexionar sobre esto. Este salmo habla acerca de
“David mi siervo” (v. 20) quien será “El más excelso de los reyes de la tierra” (v. 27).
Esto no se deja de lado por el castigo del exilio (v. 32), a lo que le sigue un énfasis en la
alianza con David en los versículos 33–37: “Su descendencia será para siempre, y su
trono como el sol delante de mí”. Sigue habiendo tensión en el salmo porque se
necesitaba fe y firmeza hasta que Cristo viniera y venga de nuevo. Kidner comenta de
manera característica y profunda: “En vez de quejarse de la promesa o desecharla, se
enfrenta de lleno al conflicto de la palabra y del suceso pidiendo a Dios que muestre su
mano. Así como una discordia no resuelta, nos impulsa hacia el Nuevo Testamento,
donde podemos ver que el cumplimiento siempre supera con creces la expectativa”.
Este aspecto está más vinculado con la providencia de Dios: “porque yo te escogí” (v.
23). Dios hizo un pacto con David: “Yo te tomé del redil, de detrás de las ovejas, para
que fueses príncipe sobre mi pueblo, sobre Israel” (2 Sam. 7:8), y ahora este pacto se
renueva con Zorobabel. Las últimas palabras del libro refuerzan esta idea: “afirma el
Señor Todopoderoso”. Esto no es una ilusión, sino que se trata de confiar en Dios. Él se
ha comprometido con su pueblo mediante promesas que no puede ni va a romper.

Conclusiones sobre Hageo


Inevitablemente, a medida que nos acercamos al final de este pequeño libro, siguen
habiendo preguntas, pero al menos no son sobre el propio profeta. Estoy seguro de que
no soy la única persona que, a menudo, desearía tener un suplemento de confianza a
parte de la Biblia, que nos diera información sobre muchos de los personajes que
aparecen poco en las páginas y que luego desaparecen (ya hemos hecho un comentario
parecido con Zorobabel). Hay muchos profetas de los que no sabemos nada, como por
ejemplo de Nahúm, Habacuc y Malaquías. Sin embargo, a pesar de ser por un período
muy corto, se nos han dado fechas exactas la vida de Hageo.
En el principio de la exposición, ya hemos observado que el hecho de que se le
llame un “profeta” sugiere que es conocido, pero no sabemos si es debido a las
profecías o si ya se le conocía de antes. Tampoco sabemos si estos pocos meses
tuvieron lugar en sus primeros o sus últimos años. Conocemos que los maestros de la
palabra de Dios, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, hablaron sobre
muchas cosas que no aparecen en las Escrituras. Lo que es inusual es que un período
tan corto llegara a tener un efecto tan poderoso.
Por supuesto, no podemos saber la respuesta a estas preguntas. Lo que sí sabemos
es que Dios levantó a este profeta en un momento crítico y le dio un mensaje para esa
época, pero también se aseguró de que el mensaje fuera parte de la Escritura y, por lo
tanto, válido para todos los tiempos. Para finalizar nuestro estudio de Hageo, podemos
observar tres aspectos que nos ayudarán a resumir lo que hemos descubierto.

a) Hageo es conciso, pero su lenguaje es rico y relevante


Es casi obligatorio contrastar Hageo con Zacarías. A este se le considera un
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visionario y un poeta, mientras que Hageo es una persona simple y directa que entrega
un mensaje práctico que te hace tener los pies en el suelo. Hay un elemento de verdad
en eso: Dios llama y utiliza a personalidades diferentes y emplea los dones y talentos
que les ha dado. Sin embargo, se descuida el hecho más importante: que ambos
hablaban la palabra del Señor y en eso se establecía su importancia y autoridad.
Lo que sí que es cierto es que Hageo es breve en comparación con Zacarías, pero,
como hemos visto, la brevedad es el tipo de concisión que está llena de profundidad y
riqueza. Esto surge de una serie de factores. En primer lugar, su comprensión de las
primeras Escrituras y de las que seguían, que ya habían dado esa revelación. Por otro
lado, la capacidad de llegar directamente al corazón del problema y conmover a la
gente demostrando un significado mayor del trabajo que están haciendo. El tercer
factor es su énfasis repetitivo en que estas son las palabras del Señor, lo cual demuestra
que van más allá de un buen consejo o de una observación inteligente.

b) Hageo combina el reproche y el ánimo


Empieza con el reproche y la exhortación para estimular al pueblo a dejar de lado la
apatía, pero poco después empieza con el ánimo y las promesas. Esta mezcla es
efectiva, sobre todo en las circunstancias del momento. A diferencia de, por ejemplo
Amós o Jeremías, él no se ve afectado por la idolatría flagrante, sino más bien por una
falta de visión y la incapacidad de reconocer la grandeza de Dios. Podemos suponer que
muchos de los que habían regresado estaban más motivados por la esperanza de
recuperar los viejos tiempos que por una fe viva en Dios. Cuando esto no llegó a
materializarse, se volvieron indiferentes; la tierra prometida entre el Nilo y el Éufrates
se había reducido a una pequeña zona alrededor de Jerusalén. Una mera denuncia sólo
les habría evocado una profunda melancolía y no les habría proporcionado ningún
incentivo para continuar con la obra. Aún así, era necesario regañar para demostrar que
era totalmente la gracia de Dios lo que les había hecho volver.
No obstante, estos ánimos no son sólo buenas palabras, sino que están relacionados
con los propósitos de Dios. Ezequiel había dicho: “Y sabrán las naciones que yo Jehová
santifico a Israel, estando mi santuario en medio de ellos para siempre” (37:28). De ahí,
la concentración decidida de Hageo en la necesidad de reconstruir el templo. Como
todos los escritores que pasaron por el exilio, Hageo insiste en la continuidad de los que
regresaron del exilio con el pueblo de Dios del pasado. Así pues, los ánimos surgen de
esa convicción, sobre todo en el estado mesiánico de Zorobabel y en la esperanza de la
bendición futura, que nos lleva a la tercera observación.

c) Hageo tiene un mensaje oportuno y eterno


A menudo, no reconocer esto ha hecho que se devalúe el libro. Algunos lo ven como
ritualista, enfatizando demasiado los ladrillos y el mortero, y como una leve reflexión en
un tiempo de desánimo. Otros, más conscientes de la importancia contemporánea,
predican sermones del capítulo 1 sobre aportar económicamente al edificio, pero no
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mencionan para nada el templo espiritual. La clave para evitar ambos errores es ver el
libro como un eslabón fundamental en el desarrollo de la historia de la Biblia, que tiene
su centro en Cristo.
Ezequiel había representado la partida de la gloria del Señor desde el templo hasta
la cima del Monte de los Olivos. Incluso allí, podemos vislumbrar, entre el dolor y la
angustia, que cosas mejores están por venir si nos situamos en la perspectiva global.
Ezequiel dice que la gloria del Señor “se puso sobre el monte” (Ez. 11:23). Más
adelante, en Lucas 24:50, observamos de nuevo la gloria del Señor que se encuentra en
la montaña; en esta ocasión, en forma humana. Sin embargo, esta vez es para bendecir
en vez de juzgar, como el gran sumo sacerdote, con su obra terminada en la tierra,
levanta las manos antes de ascender al templo celestial. Esto ilustra la destrucción del
templo en los días de Ezequiel, y el trabajo de alguien mayor que el templo. O. Palmer
Robertson lo expresa bien: “La gente del exilio tuvo que volver a la tierra y se tenía que
reconstruir el templo para poder proporcionar un teatro santificado en el que se
pudieran finalizar los grandes actos de la redención divina”.
Para Hageo, el templo es mucho más que un edificio, incluso uno sagrado. Es un
símbolo visible de Dios morando entre su pueblo mediante su Espíritu (2:4–5).
Así pues, este pequeño libro es un estímulo y un desafío, sobre todo en momentos
en los que la causa de Cristo parece que pasa por un gran declive en Occidente y en que
la tentación de renunciar o caer está al orden del día. Para aquellos que predicáis este
libro, es un comentario divino de cómo los propósitos de Dios nunca se ven frustrados,
así como una llamada a la fidelidad.

Malaquías
Yo os he amado, dice el Señor

Peter Adam

Dedicado con profunda gratitud a


aquellos que han luchado en oración por mí
y por mi ministerio, y por todos los que siguen haciéndolo.

Prólogo del autor


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He amado el libro de Malaquías desde hace muchos años; he enseñado y predicado


sobre él en numerosas ocasiones. Me siento agradecido a quienes han escuchado
pacientemente mi enseñanza y motivado aún más mi pensamiento con sus interesantes
preguntas. Mi gratitud especial a la congregación de San Judas, Carlton, oyente de unas
series de sermones en 1983 y 1998; a la conferencia de predicación en Sydney
Missionary y en la Escuela Bíblica en 1997; a los miembros de la filial de Church
Missionary Society de Queensland en el 2001; a los estudiantes de Ridley Melbourne en
el 2005, y a los participantes de Evangelical Ministry Assembly en el 2006.
Mi agradecimiento, asimismo, a Philip Duce y Alec Motyer por su invitación a
escribir este libro e incluirlo en la serie Dios Habla Hoy. Siempre la he tenido en muy
alta consideración, por lo que me alegra formar parte de ella.
Gracias a Ruth Millard, bibliotecaria de Leon Morris Library en Ridley, Melbourne,
así como a Annabelle Crane y Peter Williams por su ayuda práctica.
Mientras escribía este libro, he tomado conciencia de lo mucho que he aprendido
de otros en todos los ámbitos de la vida, y en cuánto me han enriquecido estos actos de
generosidad. Me ha servido de aliciente para apreciar el valor de las enseñanzas de
otros y me siento enormemente agradecido a Dios, el dador de toda buena dádiva y
todo don perfecto.
Peter Adam

Bibliografía escogida
Estos libros se citan en las notas por su autor y título solamente.

Baldwin, J. G. Haggai, Zechariah, Malachi, Tyndale Old Testament Commentaries


(Londres: Tyndale Press, 1972).
Barnett, P. The Second Epistle to the Corinthians, New International Commentary on the
New Testament (Grand Rapids: Eerdmans, 1997).
Benton, J., Losing Touch with the Living God (Welwyn/Darlington: Evangelical Press,
1985).
Calvino, J., Commentary on Isaiah 1–32, Calvin’s Commentaries, vol. VII (Grand Rapids:
Baker, 1981 [1843]).
———, Habakkuk, Zephaniah, Haggai, Zechariah, Malachi, Calvin’s Commentaries, vol.
VII (Grand Rapids: Baker, 1981 [1848]).
———, The Institutes of the Christian Religion, vols. 1 y 2, trad. Ford Lewis Battles, en
The Library of Christian Classics, vols. XX y XXI (Filadelfia: The Westminster Press,

140
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1960).
Carson, D. A., “Matthew”, en F. E. Gæbelein (ed.), The Expositor’s Bible Commentary,
vol. 8 (Grand Rapids: Regency, 1984).
Craigie, P. C., Twelve Prophets, Daily Bible Study Series, vol. 2 (Edimburgo: Saint Andrew
Press y Filadelfia: Westminster, 1985).
Glazier-McDonald, B., Malachi: The Divine Messenger, SBL Dissertation 98 (Atlanta:
Scholar Press, 1987).
Hill, A. E., Malachi, Anchor Commentaries, vol. 25D (Nueva York: Doubleday, 1998).
Jacobs, M. R., “Malachi”, en K. J. Vanhoozer (ed.), Theological Interpretation of the Old
Testament (Grand Rapids: Baker Academic y Londres: SPCK, 2008), pp. 305–312.
Kaiser, W. C., Malachi: God’s Unchanging Love (Grand Rapids: Baker, 1984).
Mason, R., The Books of Haggai, Zechariah and Malachi, Cambridge Bible Commentary
(Cambridge: Cambridge University Press, 1977).
Moore, T. V., Haggai and Malachi, Geneva Series Commentary (Edimburgo: Banner of
Truth, 1960 [1856]).
Pohling, J. N., An Exegetical Summary of Malachi (Dallas: SIL, 1998).
Smith, R. L., Micah-Malachi, Word Biblical Commentary 32 (Waco: Word, 1984).
Verhoef, P. A., The Books of Haggai and Malachi, New International Commentary on the
Old Testament (Grand Rapids: Eerdmans, 1987).
Wenham, G. J., The Book of Leviticus, New International Commentary on the Old
Testament (Grand Rapids: Eerdmans, 1979).

Introducción

Malaquías, libro y profeta


La ubicación del libro de Malaquías como último libro del Antiguo Testamento es
sumamente acertada ya que mira retrospectivamente a esta primera parte de la Biblia y
asume, resume y aplica su mensaje. Sin embargo, también mira hacia delante, al Nuevo
Testamento, con sus promesas del reino venidero de Dios.
Uno de los rasgos más llamativos del libro es la forma en que el pueblo de Dios
contradice o cuestiona cada una de las palabras divinas. En esto consiste la estructura
profunda del libro y su tema recurrente. Contradecir a Dios y sus palabras era, por
desgracia, algo característico en este pueblo díscolo. Objetaban a todo lo que decía
mediante preguntas. Estos son algunos ejemplos:
Yo os he amado, dice el Señor. Pero vosotros decís: ¿En qué nos has amado?
(Mal. 1:2–3).

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Vosotros, sacerdotes que menospreciáis mi nombre. Pero vosotros decís: ¿En


qué hemos menospreciado tu nombre? Ofreciendo sobre mi altar pan inmundo. Y
vosotros decís: ¿En qué te hemos deshonrado? (Mal. 1:6–7)
Habéis cansado al Señor con vuestras palabras. Y decís: ¿En qué le hemos
cansado? Cuando decís: Todo el que hace mal es bueno a los ojos del Señor, y en
ellos El se complace; o: ¿Dónde está el Dios de la justicia? (Mal. 2:17)
Volved a mí y yo volveré a vosotros - dice el Señor de los ejércitos-. Pero decís:
¿Cómo hemos de volver? ¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros me estáis
robando. Pero decís: ¿En qué te hemos robado? (Mal. 3:7–8)
Vuestras palabras han sido duras contra mí, dice el Señor. Pero decís: ¿Qué
hemos hablado contra ti? (Mal. 3:13)
Vemos aquí la insistencia de Dios en hablar a su pueblo, y también la diferencia
entre lo que Dios piensa y lo que opinan ellos. A través del profeta, Dios revela sus
pensamientos y los contrasta articulando las opiniones y las palabras de su pueblo. Este
libro nos proporciona una clara imagen de gracia y pecado en estrecha proximidad.
Otro rasgo relevante es la aparente renuencia con la que el pueblo sirve a Dios, con
el corazón dividido. No tienen el suficiente entusiasmo para realizar su servicio de todo
corazón, pero tampoco desobedece de forma patente. ¡La situación es tan poco
satisfactoria para ellos como para Dios!
Tal vez nos encontremos en una iglesia de este tipo, en cuyo caso Malaquías es un
libro muy adecuado. Sin embargo, hasta cuando una iglesia está llena de jóvenes
creyentes entusiastas que, más que estímulo, lo que necesitan es quien los frene,
Malaquías sigue siendo de gran utilidad como advertencia para el futuro o como
preparación para un ministerio dirigido a personas más desganadas.
La palabra Malaquías significa “mi mensajero”, un buen nombre para un profeta.
Algunos piensan que se trata más bien de un título y no de un nombre propio, pero yo
supongo aquí que el profeta se llama así.
Malaquías profetizó después de que el pueblo de Dios regresara del exilio en
Babilonia y se instalara en Jerusalén y Judá. El templo se había reedificado (1:10) y el
dirigente al mando es un gobernador (persa) (1:8). Aunque no se proporciona fecha
alguna para la profecía, el problema del divorcio (2:10–16) también estaba presente en
el tiempo de Esdras y Nehemías. La renuencia a proveer para el templo que hallamos en
Malaquías (1:6–14) también aparece en Nehemías 13:10–13. Por tanto, se diría que
Malaquías profetizó alrededor de esa época, aunque no se le mencione en Esdras o
Nehemías, que sí nombran a Hageo y Zacarías. (Véase el gráfico.)
Fecha a.C. Reyes de Babilonia, Pueblo de Dios Libros de la Biblia
entonces Persia

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597–587 Nabucodonosor Jerusalén y el templo Jeremías Y Ezequiel


destruidos, el pueblo
exiliado a Babilonia

587–539 Nabucodonosor Y En el exilio en Babilonia Daniel


Belsasar

539 Ciro, rey de Persia, El primer grupo regresa Hageo y Zacarías


conquista Babilonia a Jerusalén desde
Babilonia y se
reconstruye el templo

530 Cambises conquista


Egipto

522 Darío I

485 Jerjes/Asuero Ester

465 Artajerjes 458 Regresa el segundo ¿Malaquías?


grupo liderado por
Esdras

445 El tercer grupo regresa ¿Malaquías?


conducido por
Nehemías. Se
reedifican los muros de
Jerusalén

433 Nehemías regresa a


Jerusalén tras una
breve visita a Babilonia

Después del 433 Esdras ¿Nehemías?


¿Malaquías?

Es probable que Malaquías pronunciara su profecía en algún momento entre el 460


y el 400 a.C.

Malaquías para nosotros hoy


Este libro es la palabra del Señor para nosotros hoy por tres razones.
En primer lugar, Malaquías vio que en el corazón del pueblo de Dios, la iglesia, debe
existir una convicción profunda, radical y arrolladora de que él los ama. Sin esta
seguridad en lo más hondo de nuestro ser, estamos perdidos.
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En segundo lugar, Malaquías sabía que el mayor pecado del pueblo de Dios era el
pecado contra él. Nos confundimos fácilmente en el tema del pecado. Vemos que
podemos pecar contra nosotros mismos y perjudicarnos, o contra otros y hacerles
daño. Pero nos resulta más difícil tomar en serio nuestra transgresión contra Dios. Sin
embargo, es el pecado fundamental, la fuente de todo pecado.
En tercer lugar, en el tiempo de Malaquías, el pueblo de Dios estaba totalmente
desordenado. Aunque no se puede decir que escaparan de él ni adoraban ídolos como
lo habían hecho en el pasado, parecían carecer de energía para servir a Dios de todo
corazón. Intentaban vivir en territorio neutro, sin servir a Dios con demasiado brío, pero
sin apartarse de él con excesivo entusiasmo. En esto se engañaban a sí mismos.
Pensaban que se hallaban en una especie de tierra de nadie gris, donde no necesitaban
responder a Dios de todo corazón ni rechazarlo. En realidad, se encontraban en un
círculo vicioso, un remolino aterrador, hundiéndose cada vez más en la destrucción.
Malaquías es el remedio eficaz de Dios para una situación semejante en el seno del
pueblo de Dios.

Características de esta exposición


Siguiendo el patrón general de los volúmenes de la serie “La Biblia habla hoy”, he
tenido en mente tres prioridades.

a. El Antiguo Testamento como profecía de Cristo


Cuando el apóstol Pablo escribió a Timoteo, con una simple frase le explicó el
mensaje del Antiguo Testamento que Timoteo conocía desde niño, porque sin duda se
lo habían enseñado su abuela Loida y su madre Eunice. Escribió: “Desde la niñez has
sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden dar la sabiduría que lleva a la
salvación mediante la fe en Cristo Jesús”. El Antiguo Testamento habla de la salvación
por medio de la fe en Jesucristo. No es ni más ni menos que esto.
El Antiguo Testamento señalaba hacia Cristo en muchas maneras: las profecías,
tanto generales como específicas; un pueblo que actúa como Cristo y cumple papeles
similares a los suyos como profetas, sacerdotes y reyes; rituales como los sacrificios; y
lugares y edificios como la tierra, el tabernáculo y el templo. Todo esto sirvió al
propósito de Dios en su época y también prometió y señaló al futuro, a Cristo: él honró
la promesa y fue el cumplimiento sustancial de lo que esto presagió. La teología bíblica
es la que esclarece estos temas en la Biblia. Los dos desafíos para los expositores de hoy
consisten en no reducir el Antiguo Testamento a esta función profética y no perderse
esta parte de su propósito.
Vemos este uso profético con suma claridad en la enseñanza del Señor Jesús.
Explicó su identidad y misión por medio de su interpretación del Antiguo Testamento, y
esperó que sus discípulos lo contemplaran en las palabras del Antiguo Testamento.
Entonces él les dijo:

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¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han
dicho! ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su
gloria? Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les
declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían.

b. El Antiguo Testamento como formación en piedad y ministerio


Según Pablo, el Antiguo Testamento tenía un uso similar: entrenar a los líderes
cristianos y prepararlos para el ministerio: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil
para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el
hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra”. Y cuando
Pablo escribió a los corintios, su advertencia se basó en la historia del pueblo de Dios en
su deambular por el desierto tras el éxodo:
Mas estas cosas sucedieron como ejemplos para nosotros, para que no
codiciemos cosas malas, como ellos codiciaron [...]. Y estas cosas les acontecieron
como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han
alcanzado los fines de los siglos.
Estas cosas les sucedieron a ellos, pero se escribieron para nosotros. Por supuesto
que quedaron registradas para generaciones posteriores de los creyentes del Antiguo
Testamento, pero se tomó nota de todas ellas también para nosotros. Del mismo modo,
el autor de Hebreos citó el Antiguo Testamento como parte de su propia exhortación a
los creyentes cristianos:
Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor,
ni desmayes cuando eres reprendido por él;
porque el Señor al que ama, disciplina,
y azota a todo el que recibe por hijo.
Es evidente que estos dos grandes propósitos, el profético y el moral, no se
contradicen mutuamente. Como hemos visto en 2 Timoteo 3, Pablo indica que uno de
los objetivos de las Escrituras consiste en aportarnos sabiduría para la salvación por
medio de la fe en Jesucristo, y en los dos versículos siguientes también explica el valor
moral y educativo que tienen. ¡No deberíamos separar lo que Dios ha unido!

c. Malaquías se dirigió al pueblo de Dios


Otro hecho relevante es que, como la mayoría de los libros de la Biblia, Malaquías se
dirige al pueblo de Dios, la iglesia de aquella época, y no a individuos.
A aquellos de nosotros que vivimos en el mundo occidental se nos ha lavado el
cerebro con el individualismo. Pensamos y sentimos como individuos, y esta es para
nosotros la forma más importante de la vida humana; favorecemos lo individual por
encima de las comunidades y esto nos lleva a leer y predicar la Biblia como si estuviera
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dirigida a personas particulares.


Algunos libros tienen a individuos por destinatarios, como por ejemplo Lucas y
Hechos, y las cartas de Pablo a Timoteo, Tito y Filemón. Sin embargo, la mayoría de los
libros de la Biblia, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, están dirigidos al
pueblo de Dios. Deuteronomio es, por tanto, una colección de sermones para Israel
como nación, y todos los profetas del Antiguo Testamento se dirigieron al pueblo de
Dios en conjunto, aunque algunas profecías específicas se dieran de forma individual.
Pablo escribió la mayor parte de sus cartas a iglesias. Sus epístolas a Timoteo y Tito
tratan, principalmente, sobre la vida de las iglesias, y su misiva a Filemón también
estaba destinada a “la iglesia que está en tu casa”. Obviamente, aunque Lucas escribió
el Evangelio que lleva su nombre y el libro de Hechos para Teófilo280, era costumbre en
aquel tiempo dedicar los escritos a una persona importante, aunque teniendo en mente
una audiencia más amplia.
Esto significa que, si leemos o predicamos Malaquías y nos limitamos a aplicarlo a
individuos, nos estaremos perdiendo un elemento importante del mensaje. “La
Escritura es la predicación de Dios” y el libro de este profeta forma parte de este
sermón. Deberíamos seguir lo que Dios ha hecho y dirigir este libro a la iglesia de
nuestros días. Nuestra primera pregunta tendría que ser: “¿Qué nos está diciendo Dios?
y no “¿Qué me está comunicando a mí?”, o “¿Qué está transmitiendo Dios a los
individuos de la congregación?”.
De modo que, en lugar de buscar una aplicación individual, deberíamos fomentar
una aplicación corporativa. Este término no tiene aquí la connotación de empresarial,
de gran negocio, sino que significa “cuerpo”, como en “el cuerpo de Cristo”.
Deberíamos ejercitarnos en buscar los valores compartidos de nuestras iglesias como la
piedad, los pecados, las cosas que no acabamos de entender, las debilidades, las
fuerzas.
Tomemos como ejemplo dos cuestiones de Malaquías: robar a Dios y hablar
palabras duras contra él (3:8–15). El primer caso se trata de algo más que “¿Cómo
robamos a Dios como individuos?”; es “¿Cómo le estamos robando a Dios como
iglesia?”, “¿Cómo está permitiendo nuestra iglesia que los individuos le roben a Dios sin
desafiarlos?”, “¿De qué forma estoy dando mal ejemplo a otros en la iglesia al robarle a
Dios?”; “¿Qué estoy haciendo para desafiar al conjunto de la iglesia para que deje de
robar a Dios?” y “¿Qué están haciendo los líderes de nuestra iglesia para impedir que
los individuos y la iglesia como conjunto roben a Dios?”.
De manera similar, el segundo asunto es más que “¿De qué forma hablamos duras
palabras contra Dios como individuos?”. Hemos de pensar sobre “¿En qué modo
estamos hablando palabras duras contra Dios como iglesia?”, “¿Cómo está dejando
nuestra iglesia que los individuos hablen palabras duras contra Dios sin enfrentarse a
ellos?”, “¿Qué ejemplo negativo estoy dando a otros en la iglesia al hablar palabras
duras contra Dios?”, “¿Qué estoy haciendo para desafiar al conjunto de la iglesia para
que deje de hablar palabras duras contra Dios?” y “¿Qué están haciendo los líderes de
nuestra iglesia para impedir que los individuos y la iglesia hablen palabras duras contra
Dios?”.
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Sin embargo, aunque el modelo de vida del pueblo de Dios es la principal


preocupación de Malaquías, ¡su mensaje sigue siendo exigente para los individuos!
Que Dios Espíritu Santo escriba sus palabras a través de Malaquías en nuestras
iglesias, nuestros corazones, mentes, memorias, vidas y ministerios.

La palabra del Señor


Malaquías 1:1

Esta breve introducción al libro en su primer versículo nos revela cuatro hechos
importantes: el libro viene del Señor, las palabras están en forma de oráculo, va dirigido
a Israel y las pronuncia Malaquías. Para hacer un buen uso de este libro, el último de los
profetas del Antiguo Testamento, es necesario que entendamos bien estos puntos.

“La palabra del Señor”


“El Señor” es el Dios del Antiguo Testamento, el Dios de la Biblia. El Señor, que es
Dios, “hizo la tierra y los cielos” (Gn. 2:4), creó al hombre y a la mujer en el jardín cerca
de Edén (Gn. 2:7, 22), los juzgó por su pecado (Gn. 3:8–24), ayudó a Eva a dar a luz a
Caín (Gn. 4:1), provocó el diluvio para juzgar al mundo y salvó a Noé y su familia (Gn.
6–8), dispersó a los que estaban construyendo la torre de Babel (Gn. 11:1–9) y llamó a
Abraham para hacer de él una gran nación y, por medio de él, bendecir a todos los
pueblos de la tierra (Gn. 12:1–3).

a. ¿Quién es este Señor?


El Señor es la forma en que nuestras traducciones españolas representan el nombre
personal de Dios. Cuando llamó a Moisés, se le reveló por su nombre personal,
traducido en Éxodo como “Yo soy el que soy”, el nombre del pacto de Dios:
“Y dijo Dios a Moisés: YO SOY EL QUE SOY. Y añadió: Así dirás a los hijos de Israel:
“YO SOY me ha enviado a vosotros...
Este es mi nombre para siempre,
y con él se hará memoria de mí de generación en generación.”
También se proclamó a sí mismo como,
“El Señor, el Señor,
Dios compasivo y clemente,
lento para la ira
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y abundante en misericordia y verdad;


el que guarda misericordia a millares...”
Tres grandes características del Señor Dios en el Antiguo Testamento son: ama a su
pueblo, salva a su pueblo y habla a su pueblo.
El amor de Dios significa que escogió a su pueblo, hizo promesas de pacto con ellos,
las cumplió y, por tanto, fue fiel a los suyos. En sus palabras por medio de Moisés,
“El Señor no puso su amor en vosotros ni os escogió por ser vosotros más
numerosos que otro pueblo, pues erais el más pequeño de todos los pueblos; mas
porque el SEÑOR os amó y guardó el juramento que hizo a vuestros padres, el
SEÑOR os sacó con mano fuerte y os redimió de casa de servidumbre, de la mano
de Faraón, rey de Egipto.”
El amor de Dios también se ve cuando salva o rescata a su pueblo después de haber
pecado o cuando están en peligro.
Nuestros padres en Egipto no entendieron tus maravillas;
no se acordaron de tu infinito amor,
sino que se rebelaron junto al mar, en el mar Rojo.
No obstante, los salvó por amor de su nombre,
para manifestar su poder.
De nuevo, estas palabras celebran el amor del Señor por su pueblo:
Compasivo y clemente es el Señor,
lento para la ira y grande en misericordia.
No contenderá con nosotros para siempre,
ni para siempre guardará su enojo.
No nos ha tratado según nuestros pecados,
ni nos ha pagado conforme a nuestras iniquidades.
Porque como están de altos los cielos sobre la tierra,
así es de grande su misericordia para los que le temen.
Como está de lejos el oriente del occidente,
así alejó de nosotros nuestras transgresiones.
Y el amor del Señor se ve en las palabras que habla a su pueblo.
Porque como descienden de los cielos la lluvia y la nieve,
y no vuelven allá sino que riegan la tierra,
haciéndola producir y germinar,
dando semilla al sembrador y pan al que come,
así será mi palabra que sale de mi boca,
no volverá a mí vacía
sin haber realizado lo que deseo,
y logrado el propósito para el cual la envié.
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De manera que Dios el Señor es el único que ama, salva y habla. Como estas
referencias han dejado claro, la historia del Señor y su pueblo se remonta a mucho
tiempo atrás. Estas palabras en Malaquías no inician una relación: se introducen dentro
de una larga historia del amor de Dios por su pueblo, sus respuestas de obediencia y
desobediencia, de fidelidad e infidelidad.
El pueblo de Dios de la época de Malaquías podía esperar encontrarse con este Dios
en sus palabras, por medio del profeta. Y nosotros, al leer sus palabras escritas por
Malaquías, deberíamos confiar en hacer lo mismo; es nuestro Dios, aquel que es Dios
Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo.

b. Dios y nuestro mundo


En el mundo en el que Malaquías escribió su profecía, la mayoría de las personas
creían en un dios o en dioses, y moldeaban su vida en respuesta a él o ellos. Pero
nosotros leemos estas palabras del Señor por medio de su profeta en un mundo
diferente. Si creemos en Dios, suele ser en un dios que se halla en la periferia de
nuestra vida y no en el centro. El ateísmo o el agnosticismo prácticos estructuran
nuestra realidad.
Existen muchas voces en nuestro mundo, y con frecuencia nuestros oídos están
sordos a la voz de Dios. Tenemos muchas responsabilidades y nuestro deber con Dios se
halla, a menudo, al final de la lista. Somos gente ocupada, demasiado atareada para
Dios. El abanico de lectura es amplio y las palabras de Dios no son una prioridad.
T. E. Lawrence, Lawrence de Arabia, fue uno de los héroes de la Primera Guerra
Mundial, en la que incitó a los árabes con eficacia para que se rebelaran contra sus
gobernantes turcos. Pero su actitud hacia la religión era tristemente típica de su época:
“Aunque fue educado en la religión convencional, hacía mucho tiempo que la había
descartado y no notaba su pérdida”.
Y como nuestra cultura va incluso más allá de la “religión convencional” del
cristianismo, nos resulta aún más difícil encontrar un lugar para Dios en nuestra vida,
por no hablar de hacer un hueco en ella a la palabra del Señor. Sin embargo, incluso
esta forma de hablar expone el problema. ¿Cómo nos atrevemos a pensar en “hacerle
sitio” a Dios, el Señor? Y es que él creó y sostiene toda realidad, y la mantiene unida. La
verdadera pregunta es esta: “¿Hay sitio para nosotros en el universo de Dios?”.
Aunque podemos mantener una cierta creencia en Dios, por lo general se trata de
un Dios debilitado, o incluso creemos en un diosecillo en lugar de dioses, lo que David
Bentley Hart denomina “espiritualidades a medida”. Los diosecillos son pequeños
dioses que se pueden elevar o rebajar, adoptados durante un momento para que
suplan nuestras necesidades, pero de los que nos deshacemos en cuanto nos fallan o
nos aburren. Como sugiere Hart, las personas ahíjan “diosecillos” siempre que estos les
convienen. También podemos intentar adoptar al único Dios y Señor, el Dios vivo y
verdadero, como un “diosecillo” mientras nos venga bien.
En nuestro mundo, muchas ideas comunes dificultan aceptar y creer en la Biblia, así

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como en un Dios vivo y verdadero. A continuación, damos algunas de ellas:


• El individuo autónomo: la libertad absoluta de la voluntad personal; la persona
autocreada; el derecho a la felicidad y a la realización personal; el peligro de los
deseos reprimidos; la creencia de que las comunidades son libres para establecer
sus propias normas; la convicción de que nos creamos a nosotros mismos; la
confianza absoluta en la intuición personal y los sentimientos; la confianza absoluta
en “lo que todo el mundo piensa”.
• La humanidad disminuida: la creencia en diversos tipos de determinismo; la opinión
de que los humanos no son más que animales creativos; la devaluación de la
humanidad y los valores humanos; el consumismo como clave de la realización
personal; la convicción de que la sociedad humana es principalmente “una
economía”, de manera que la política es economía; la adoración de la riqueza, de las
celebridades; la simplificación de las ideas.
• Una visión disminuida o idólatra del universo: creer en la “madre naturaleza” o en
algún otro poder que controla el universo; el profundo pesimismo en cuanto al
futuro; una amplia confianza en el progreso; la seguridad en el capitalismo industrial
y científico desarrollado en Occidente; la convicción de que cualquier cosa en la que
se te ocurra creer con respecto a tu destino tras la muerte es lo que te sucederá en
realidad; la creencia en el karma y el destino; la desconfianza en las palabras o los
textos, o una creencia de que el significado es el producto de las reflexiones y las
respuestas del lector o de la comunidad; aceptar que lo fáctico, lo histórico y lo
literal es lo único que tiene relevancia, o, por el contrario, admitir que solo aquello
que es poético y no literal tiene alguna importancia.
Todo esto dificultará creer en un Dios soberano. He observado que las personas
mantienen sus ideas formativas a lo que se conoce como un nivel “profundo”. Es decir,
que tal vez no sean capaces de articularlas, quizá no puedan aportar razones de por qué
creen en ellas, pero “saben” que son ciertas. Estas “ideas” son intuiciones
profundamente sostenidas, recibidas, en su mayoría y de forma inconsciente, de la
cultura del entorno. Suelen ser, en un sentido estricto, “prejuicios”, suposiciones no
comprobadas.
Si queremos conocer al Dios vivo y verdadero, tendremos que arrepentirnos de
estos prejuicios, estas suposiciones o estos compromisos. Ojalá lo hagamos y
conozcamos a Dios, el Señor, revelado por medio de las palabras de Malaquías, y
plenamente revelado en el Señor Jesucristo, el Verbo que “... se hizo carne, y habitó
entre nosotros y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y
de verdad”.

“Un oráculo”, “la palabra del SEÑOR”


Como hemos visto, Dios, el Señor, es un Dios que habla y que suele hacerlo por
medio de profetas. Moisés fue el primero de ellos, llamado por Dios, de quien recibió el

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encargo y, posteriormente, las palabras que debía transmitir al pueblo divino.

a. Las palabras de Dios


Moisés recibió y transmitió dos tipos de palabras. El primero fue el pacto mismo, tal
como se encuentra en Éxodo 20–24. La declaración de este pasó a ser el fundamento de
la relación de Dios con su pueblo y de la responsabilidad que, mediante el pacto del
monte Sinaí, ellos adquirían. Incluía instrucciones de cómo debían comportarse y
adorar. Esto fue relevante para los contemporáneos de Moisés y para todas las
generaciones siguientes. En segundo lugar, los sermones que este predicó cuarenta
años después y que se recogen en el libro de Deuteronomio, cuando el pueblo se
preparaba para entrar en la Tierra Prometida. En estos mensajes mosaicos se le
recordaba el pacto recibido en Sinaí, se aplicaba a la nueva situación del pueblo de Dios
y apelaba a este a que respondiera en fe y obediencia. Esta segunda clase de homilías
era como la que transmitieron los profetas posteriores. Se trataba de un recordatorio
del pacto, la aplicación de este y un llamado al pueblo para que lo guardara. Como
Calvino escribió acerca de los predicadores cristianos: “... deberíamos imitar a los
profetas, que transmitieron la doctrina de la ley de forma que permitiera nutrirse de
sus consejos, reprobaciones, amenazas y consuelos que aplicaron a la condición del
pueblo en aquel momento”.
El término oráculo (maśśā’) está vinculado a la idea de llevar algo y, a veces, se
traduce carga (una carga para el profeta y/o para el pueblo). Cumple el mismo
propósito que las otras palabras de introducción a las profecías sobre los últimos
tiempos, con una advertencia de juicio a la vez que un mensaje de misericordia. El libro
mismo se describe también como una palabra, es decir, un anuncio. Es la palabra del
Señor. No responder al aviso de un profeta equivale a no atender a Dios:
Sedequías tenía veintiún años cuando comenzó a reinar, y reinó once años en
Jerusalén. E hizo lo malo ante los ojos del Señor su Dios; y no se humilló delante
del profeta Jeremías que le hablaba por boca del Señor.

b. Nuestra respuesta
Jeremiah Burroughs fue uno de los grandes predicadores del siglo XVII. Escribió un
libro llamado Gospel Worship [La adoración de los Evangelios], una serie de sermones
sobre cómo relacionarse con Dios. Pensaba que una de las cosas más importantes que
hacemos cada semana es asistir a la iglesia para escuchar la lectura y la predicación de
la Biblia. Al sentarnos en silencio —explica—: “... llegamos a ofrecer nuestro homenaje
a Dios, a sentarnos a sus pies y, allí, profesar nuestra sumisión a él”.
¿Acaso no resulta trágico ver a las parejas casadas cuando han dejado de escucharse
mutuamente? ¿No es frustrante hallarse en un lugar de trabajo donde las personas no
se prestan oído entre sí? ¿No es triste cuando los políticos se limitan a repetir sus
fórmulas y dejan de atender lo que se les está diciendo?

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Todas estas cosas son lamentables. Pero aun es más desolador cuando el pueblo de
Dios no escucha las palabras que él le dirige. Siempre es más fácil hablar que escuchar.
Cuesta menos hablar con él que escucharlo. Las palabras de Malaquías eran las de Dios,
porque “ninguna profecía llegó jamás por voluntad humana, sino que hombres dirigidos
por el Espíritu Santo hablaron de parte de Dios”. Y, una vez recopilados todos los libros
de la Biblia, ella misma trata la narrativa y las citas directas de las palabras de Dios como
la Palabra de Dios298. La totalidad de Malaquías es, pues, la Palabra de Dios.
Nuestro enfoque en la Biblia no se debe a una bibliolatría secreta ni a que su
conocimiento sea el corazón del cristianismo, sino a que quiero que se oiga la voz de
Dios, que se conozca a Cristo y que se confíe en él. Y es que, como John Donne predicó:
“Las Escrituras son la voz de Dios y la iglesia su eco”. James Smart también escribió:
“...sin la Biblia, el Cristo recordado se convierte en el Cristo imaginado, [un Cristo
moldeado] por la religiosidad y los deseos inconscientes de sus adoradores”.
En Deuteronomio 6:4–9, Moisés dio instrucciones al pueblo de Dios a fin de que
meditara de forma corporativa en las palabras de Dios, para que pudieran amarlo. Y
nosotros hemos de prestar atención a las advertencias de Jesús:
“Cualquiera que se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación
adúltera y pecadora, el Hijo del Hombre también se avergonzará de él, cuando
venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles”.
Las palabras de Jesús son aplicables hoy como en cualquier otro tiempo. Debemos
alentarnos unos a otros para ser como el sabio que las escucha y las pone por obra, y no
como el necio que también las oye, pero no las hace (Mt. 7:24–27). Nuestra vida y
ministerios se afianzarán sobre un fundamento firme ¡o se desplomarán con gran
estrépito!
Deberíamos reconocer que uno de los efectos del pecado consiste en cegarnos a su
presencia. Si transigimos en descuidar, rehusar o no escuchar las palabras de Dios en las
Escrituras, nos volveremos más y más ciegos a la existencia continuada de ese pecado y,
por tanto, seremos su cómplice en silenciar a Dios. Debemos atender la advertencia de
Dios a su pueblo:
“Y sucedió que, como yo había clamado y ellos no habían querido escuchar,
así ellos clamaron y yo no quise escuchar, dice el Señor de los ejércitos”.
Nuestro deber y nuestro gozo son escuchar, recibir y obedecer las palabras que Dios
nos ha dirigido en las Escrituras, para que él pueda realizar su buen propósito en y por
medio de nuestra vida. En palabras de Jeremías Burroughs: “Deberíamos prestar tanta
atención a la voz de Dios en el ministerio de su palabra como si... el Señor nos hablara
desde las nubes”. Del mismo modo, deberíamos escuchar las palabras de Dios por
medio de Malaquías.

“Para Israel”

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Estas palabras son extraordinarias. En origen, el pueblo de Dios, las doce tribus,
eran un solo pueblo. En la época de Jeroboam y Roboam, hijo de Salomón, el reino se
dividió en dos (1 R. 12). El reino del norte (las diez tribus basadas en Samaria) se dieron
a conocer entonces como Israel, y el del sur (dos tribus con base en Jerusalén) recibió el
nombre de Judá. Pero Israel, el reino norteño, fue al exilio bajo los asirios en el 722 a.C.
Judá, el reino del sur, fue llevado cautivo a Babilonia y, más tarde, regresó a Jerusalén
donde recibió esta profecía (véase la referencia al “templo” en 1:10, y a “Jerusalén y
Judá” en 3:4).
¿Por qué se interpela a Judá con el nombre de Israel? La respuesta inmediata es que
Malaquías está a punto de referirse a la historia primitiva del pueblo de Dios, a Isaac y
sus dos hijos Esaú y Jacob (Gn. 27–35). Aludirá al amor del Señor por Jacob, quien más
tarde recibió el nombre de Israel (Gn. 32:28). Por tanto, quiso utilizar el antiguo nombre
de Israel para el pueblo de Dios de su propia época. La contestación más amplia es que
Judá representa al pueblo de Dios y hereda todas las promesas que le fueron hechas a
este en su totalidad. Dicho de otro modo, el reino del norte, llamado Israel, tuvo su
continuidad en el pueblo de Dios de Judá del tiempo de Malaquías que se dirige a él
correctamente como Israel. Además, llamar Israel a Judá también tiene por objeto
indicar el cumplimiento por parte de Dios de sus promesas de volver a reunir a su
pueblo en el territorio y la ciudad de Jerusalén. En 1 Crónicas, leemos que algunos del
reino norteño se asentaron allí tras el exilio (1 Cr. 9:2–3).
Vemos, pues, que se alude al pueblo de Dios con el nombre de Israel, que sugiere su
elección de este pueblo, de su juicio sobre ellos si se apartaban de él, pero también su
gracia eficaz al lograr su propósito salvífico a largo plazo. Y es que así como Dios es
capaz de convertir en su pueblo a personas que no forman parte de este, como hizo con
Abraham cuando lo llamó, y como actuó perdonando el pecado de las personas,
también puede hacer que Judá cumpla sus promesas con la totalidad del pueblo de Dios
y, finalmente, integrar a las naciones en el pueblo de Dios en Cristo306.
Como vimos en la Introducción, el libro de Malaquías va dirigido al pueblo de Dios,
la iglesia de su época. Es relevante para el individuo, pero su propósito principal
consiste en desafiar al pueblo de Dios. El objeto de la predicación no es cambiar a los
individuos, sino a la iglesia. Siendo esta su meta original, deberíamos respetarlo cuando
predicamos sobre él en la actualidad. Esta forma de leer y escuchar la Biblia también
implica que tienes la oportunidad de aprender cosas que no necesitas personalmente,
pero que Dios te muestra para que tú enseñes, ayudes o formes a otra persona o
respondas a las preguntas que formulen.
La Biblia cambia a las iglesias y no solo a los individuos. Las iglesias y no únicamente
los individuos conversos son el fruto del evangelio. Si pretendes cambiar una iglesia,
además de desafiarla en su totalidad basándote en la Biblia, también será necesario que
retes a los líderes. Es lo que hace Malaquías (2:1–9). Y es que la congregación seguirá la
orientación de los líderes. Este cargo incluye a quienes toman las decisiones más
importantes, a los predicadores, a los maestros de cualquier categoría incluidos los
dirigentes de pequeños grupos, de jóvenes, de la escuela dominical y del grupo de

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oración. También forman parte del liderazgo los que dirigen los cultos dominicales y
quienes son mentores de otros, los forman o tienen influencia sobre ellos.
Cuando leemos Malaquías, tenemos que trabajar duro, pues, para evitar
individualizar el mensaje cuando Dios lo dirigió de una forma tan clara y carente de
ambigüedad a Israel, la iglesia de aquella época. Y deberíamos esforzarnos en aplicarlo
a la iglesia a la que pertenecemos. Por supuesto que es necesario que los individuos
cambien por la palabra de Dios. Sin embargo, esa transformación que necesariamente
ha de ocurrir en el individuo no se refiere tan solo a la propia conducta personal: el
cambio requerido es que el individuo quiera transformar a la iglesia.
Si eres un miembro individual de una iglesia, tu tarea consiste en recibir el mensaje
de Malaquías y reflexionar en cómo se aplica a tu iglesia. A continuación, utiliza su
mensaje para orar por tu iglesia, para alentar a otros creyentes y ayudar a escoger a los
líderes. Si tú mismo perteneces al liderazgo, si eres maestro o mentor en tu iglesia,
asegúrate de enseñar y aplicar el mensaje de Malaquías a las personas sobre las que
tienes influencia.

“Por medio de Malaquías”


Malaquías fue, pues, el medio que el Señor utilizó para llevar su oráculo, su palabra
a su pueblo Israel (1). Este es el patrón común del Antiguo Testamento: Moisés fue el
paradigma del profeta, porque recibió palabras del Señor que, a continuación,
transmitió al pueblo y se las dejó escritas. Se pusieron por escrito para que hubiera un
registro auténtico de lo que Dios había hablado en aquel tiempo y para que las
generaciones posteriores lo pudieran oír y leer. Y es que, en palabras de Esteban,
Moisés “recibió palabras de vida para transmitirlas a vosotros”.
Malaquías significa “mi mensajero”, lo que implica “el mensajero del Señor” o “el
mensajero de Dios”. Como ya expliqué en la Introducción, creo que se trataba del
verdadero nombre del profeta y, por tanto, así deberíamos traducirlo y no leer 1:1
como “por medio de mi mensajero”. Malaquías profetizó, tras el regreso del exilio, al
pueblo de Dios en Judá y Jerusalén, estando bajo dominación persa. Desconocemos la
fecha exacta, pero debió ser entre el 460 y el 400 a.C..
Malaquías 1:1 asevera que las palabras de la profecía eran un oráculo, la palabra del
Señor, y que llegaron por medio de Malaquías. Es, en verdad, la palabra del Señor,
aunque también se transmitió por medio de Malaquías. Por tanto, hemos de aceptar su
origen divino y humano, su poder divino y su forma humana, su valor eterno y su
particularidad histórica. La autoría divina y humana de Malaquías y de las demás
Escrituras proporciona un fascinante entendimiento de cómo Dios lleva a cabo su
perfecto propósito y también respeta y utiliza a agentes humanos. Aunque él es el
autor de todos los libros de la Biblia, permite que cada escritor humano hable y escriba
según su contexto histórico, en su propio lenguaje y estilo personal. Malaquías tiene su
forma distintiva, como veremos, pero, a pesar de ello, comunica también lo que Dios
pretende. ¡Qué sorprendente percepción del amable, aunque eficaz, poder de Dios; de

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su respeto por la humanidad, a la vez que logra su propósito divino! Sin embargo,
vemos que en las buenas obras que realizamos ocurre, por supuesto, lo mismo. Dios
prepara todas las que nos corresponden y nos capacita para llevarlas a cabo, aunque
nos permite hacerlo de una manera que exprese plenamente nuestra humanidad, así
como nuestro carácter y estilo personales.
No se trata simplemente de que Dios tenga algunas ideas generales en mente y deje
que Malaquías utilice las palabras que le apetezca usar. Y es que este libro es un oráculo
y también la palabra del Señor. Malaquías fue inspirado por el Espíritu Santo al escribir,
como vimos más arriba, y los términos mismos que empleó procedían de la inspiración
divina. Un “oráculo” es un conjunto completo de vocablos, un texto íntegro: consiste en
cada una de las palabras a la vez que en la totalidad del mensaje, las palabras así como
la palabra.
Deberíamos reconocer que los profetas del Antiguo Testamento recibieron “la
palabra”, o “palabras”, o “la visión” o “el oráculo” de diversas formas. Algunos, como
Moisés, tan solo escribieron y, posteriormente, transmitieron de forma verbal lo
recibido. Jonás escuchó y después rechazó lo que Dios le pidió, y, al final, lo comunicó
con gran renuencia311. Jeremías aceptó las palabras divinas con deleite, pero pronto
deseó no haber nacido. Habacuc no estaba de acuerdo con el plan revelado de Dios,
pero consintió. Dios llamó a Jeremías, Ezequiel y Oseas para que vivieran su mensaje a
la vez que lo notificaban314.
No sabemos lo que pensó o sintió Malaquías con respecto al oráculo que se le pidió
que transmitiera, pero estamos convencidos de que era un oráculo de Dios, la palabra
del Señor. Y es que, en este asunto, no hay terreno neutral; las palabras de un profeta
proceden de Dios o sencillamente salen de su propia imaginación y son, por tanto,
inútiles. Dios aborrece que se le malinterprete, por lo mucho que valora sus palabras y
también a su pueblo. Por tanto, por medio de Jeremías condenó a los falsos profetas en
estos términos:
Y al profeta, al sacerdote o al pueblo que diga: “Profecía [‘oráculo’ o ‘carga’]
del Señor”, traeré castigo sobre tal hombre y sobre su casa. Así diréis cada uno a
su prójimo y cada uno a su hermano: “¿Qué ha respondido el Señor? ¿Qué ha
hablado el Señor?”. Y no os acordaréis más de la profecía [‘oráculo’ o ‘carga’] del
Señor, porque la palabra de cada uno le será por profecía, pues habéis pervertido
las palabras del Dios viviente, del Señor de los ejércitos, nuestro Dios.
Podríamos pensar que las palabras directas de Dios tienen mayor valor que las que
pronuncia a través de agentes humanos y, en especial, ¡por medio de hombres que
vivieron hace tanto tiempo! Juan Calvino, el reformador, describió con estas palabras el
uso que Dios hace de los portavoces humanos:
Pero como Dios no encomendó al pueblo antiguo a los ángeles, sino que levantó
maestros de la tierra para que llevaran a cabo fielmente el oficio angelical, también es
hoy su voluntad enseñarnos a través de medios humanos. Así como en la antigüedad no
se conformó solo con la ley, sino que añadió sacerdotes como intérpretes, de cuyos

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labios el pueblo pudiera inquirir el verdadero significado de esta, tampoco desea hoy
que nos limitemos a estar atentos a su lectura, sino que designa instructores que nos
ayuden por medio de su esfuerzo. Esto es doblemente útil. Por una parte, provoca
nuestra obediencia mediante una buena prueba cuando escuchamos hablar a sus
ministros como si de él mismo se tratara. Por otro lado, también se ocupa de nuestra
debilidad prefiriendo dirigirse a nosotros a la manera humana, por medio de
intérpretes, para atraernos a sí mismo, en lugar de hablarnos desde el trueno y
apartarnos por completo de él.
Podríamos pensar que, aunque debemos obedecer las palabras que proceden
directamente de la boca de Dios, nos podemos permitir prestar menos atención a lo
comunicado por medio de la mente y la boca de sus agentes humanos. Esto sería una
gran equivocación. Como dice Amós: “Ciertamente el Señor Dios no hace nada sin
revelar su secreto a sus siervos los profetas”. Y Jesús dijo a sus mensajeros: “El que a
vosotros escucha, a mí me escucha, y el que a vosotros rechaza, a mí me rechaza; y el
que a mí me rechaza, rechaza al que me envió”318.

Nuestra respuesta
¿Qué deberíamos hacer, pues, en respuesta a Profecía [oráculo], la palabra del
Señor a Israel por medio de Malaquías?
Deberíamos escucharla, recibirla o dar la bienvenida a Malaquías y sus palabras,
sabiendo que, al hacerlo, prestamos oído a la voz de Dios. Deberíamos esperar recibir
sabiduría para salvación mediante la fe en Cristo Jesús, y también estar equipados a
fondo para toda buena obra.
Deberíamos prestar atención a las palabras del Señor Jesús: “¡Oh insensatos y
tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho!”. Y deberíamos evitar
esta reprensión y averiguar en su lugar todo “lo que era necesario que se cumpliera”
sobre Cristo, “escrito en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos”.
Deberíamos recibir estas palabras del Antiguo Testamento como las que el Espíritu
Santo pronuncia en el presente: “Como dice el Espíritu Santo”, “palabras de vida”322
entregadas para nosotros. Por encima de todo, deberíamos amar a Dios de una forma
plena y completa, recibiendo sus palabras, meditando en ellas y alentándonos con ellas
los unos a los otros. El gran paradigma de la relación entre el pueblo y las palabras de
Dios se halla en Deuteronomio 6. Allí, por medio de Moisés, le dijo a su pueblo que lo
amara:
“Escucha, oh Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor uno es. Amarás al Señor
tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza”.
Y entonces, Dios, a través de Moisés, les explicó cómo deberían amarlo:
Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y
diligentemente las enseñarás a tus hijos, y hablarás de ellas cuando te sientes en
tu casa y cuando andes por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes. Y
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las atarás como una señal a tu mano, y serán por insignias entre tus ojos. Y las
escribirás en los postes de tu casa y en tus puertas.
Sin embargo, como profetizó Jeremías, el pueblo de Dios se negaba habitualmente a
recibir las palabras de Dios por medio de sus profetas. Este pecado había conducido al
exilio. ¿Qué hará ahora el pueblo de Dios, cuando la palabra del Señor se presenta a
través de Malaquías?
Cuando leemos un libro como este, experimentamos una tensión creciente. Y es
que, una vez más, Dios está hablando a su pueblo utilizando a su profeta; de nuevo, las
palabras de Dios llegan a su pueblo. ¿Qué ocurrirá esta vez? ¿Responderán con fe,
obediencia y alabanza, o endurecerán su corazón y cerrarán sus oídos ante las palabras
llenas de gracia de Dios? ¿Lo dejarán hablar o lo silenciarán?
En la actualidad, nos enfrentamos a esta misma cuestión con respecto a nuestras
iglesias. No basta con que, en la iglesia, algunos estén comprometidos en la lectura de
la Biblia, ni que el predicador cumpla con su responsabilidad de proclamar las
Escrituras. ¿Recibirá hoy bien el pueblo de Dios sus palabras? ¿Lo amarán mostrando
amor hacia lo que él dice? ¿Seguirán el antiguo consejo del rey Josafat:
“Oídme, Judá y habitantes de Jerusalén, confiad en el Señor vuestro Dios, y
estaréis seguros. Confiad en sus profetas y triunfaréis”?.
Es un asunto vital para la iglesia de Dios en cualquier época: ¿Recibiremos las
palabras de Dios en las Escrituras? Es una cuestión para cada iglesia, así como lo es para
cada predicador y para cada cristiano. Escucha la respuesta del gran reformador inglés
Thomas Cranmer: “Mi fundamento mismo está en la Palabra de Dios solamente, y es un
cimiento tan seguro que jamás fallará”. Y Cranmer nos advierte:
Si hubiera otra palabra de Dios al margen de las Escrituras, jamás podrías estar
seguro de la Palabra de Dios; y si esto ocurriera, el diablo podría introducir en medio
nuestro una nueva palabra, una nueva doctrina, una nueva fe, una nueva iglesia, un
nuevo Dios, o incluso se autonombraría dios [...]. Si la iglesia y la fe cristiana no se
afirmaran sobre la palabra cierta de Dios, como sobre un cimiento seguro y firme,
ningún hombre podría saber si posee la fe correcta y si se encuentra en la verdadera
Iglesia de Cristo, o en la sinagoga de Satanás.
¡Ojalá recibamos las preciosas palabras de Dios al leer Malaquías! Que podamos ser
alentados por otros creyentes que han acogido a los mensajeros de Dios, como los
tesalonicenses aceptaron el mensaje del evangelio de boca de Pablo:
Por esto también nosotros sin cesar damos gracias a Dios de que cuando
recibisteis de nosotros la palabra del mensaje de Dios, la aceptasteis no como la
palabra de hombres, sino como lo que realmente es, la palabra de Dios, la cual
también hace su obra en vosotros los que creéis.
Oye la palabra del Señor; gracias sean dadas a Dios.

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Yo os he amado
Malaquías 1:2–5

Yo os he amado (2–3)
¡Qué comienzo tan llamativo para este oráculo! Yo os he amado, dice el Señor (2)
establece la tónica del libro, brinda consuelo y plantea un desafío, y sitúa en el centro
del libro la cuestión de lo que Dios ha hecho y lo que ha revelado. El libro no comienza
con un resumen de lo que las personas deben o no hacer, sino con los hechos divinos.
No empieza con la forma en que el pueblo ha actuado con Dios, sino con la manera en
que él se ha portado con ellos. Los ha amado.
¡Qué principio tan aterrador para esta profecía! El Señor expresa su amor y su
acción, Yo os he amado, pero, de inmediato, a esto le sigue la respuesta instintiva y
contradictoria del pueblo, desde lo más profundo de su corazón, su mente, su vida y sus
labios: ¿En qué nos has amado? (2). Negar que Dios los haya amado es rechazarlo. Este
contradecir a Dios se halla en lo hondo del corazón del pueblo.
Esta respuesta no solo era instintiva y característica, como ya hemos visto, sino que
en la estructura de la profecía de Malaquías, este pecado de dudar del amor de Dios, el
primero que se menciona, conduce de forma natural a las demás transgresiones. El
pueblo se halla en esa “tierra de nadie” gris, ese territorio neutral imaginario, sin el
valor de responder de todo corazón a Dios, pero, a la vez, sin atreverse a rechazarlo por
completo.
Lamentablemente, contradecir a Dios y sus palabras era algo natural en ese pueblo
tan rebelde. A cualquier cosa que dijera, le ponían el contrapunto mediante preguntas
similares (como vimos en la Introducción), cuando deberían haber sabido que él los
amaba. Sus Escrituras lo enseñaban con toda claridad y era evidente en todas las
muestras del eficaz amor divino que los eligió y demostrado sobre todo en hacerlos
regresar del exilio en Babilonia, en la reconstrucción de Jerusalén y el templo, en la
continua provisión de sacerdote, sacrificios y profetas.
El pueblo se halla en una espiral descendente que lo aleja de Dios; cada vez estará
más amargado y será más cínico y negativo, a menos que Dios lo vuelva a llamar
milagrosamente al arrepentimiento y lo restaure por medio de esta palabra profética.
Están en un círculo vicioso, un remolino aterrador, hundiéndose cada vez más hacia la
destrucción. No conoce el amor del pacto de Dios y, por ello, lo desprecia a él y a la
expiación que provee, quebranta la fe del pacto, y su descaro frente a las promesas de
Dios revela una obediencia renuente, una desobediencia activa, y se enfrenta al juicio
de Dios.
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No habrían existido como pueblo de Dios si este no los hubiera amado, escogido en
sus antepasados (en Abraham, Isaac y Jacob) y mantenido su fiel y constante amor del
pacto perdonando sus pecados y rebeliones, restaurándolos cuando estaban en
dificultad, rescatándolos de sus enemigos, supliendo sus necesidades, contestando sus
oraciones, proveyéndolos con sacerdotes, sacrificios expiatorios y enviándoles profetas
así como hombres y mujeres sabios que les enseñara y los alentara. Al negar que Dios
los amaba, lo rechazaban a él, a su gracia al convertirlos en un pueblo, a su propia
identidad como rebaño, nación y pueblo divino, y a su llamado especial para llevar
bendición a todas las naciones del mundo.
Además, contradecir a Dios es el abecé de su vida y queda plenamente expresado
en sus palabras: Pero vosotros decís: ¿En qué nos has amado? (2). Su negativa a aceptar
el amor de Dios no sólo se expresa en sus pensamientos internos, o en sus actos, sino
en sus palabras. Esto significa que extienden sin cesar este contagio a su alrededor,
reforzando constantemente esta actitud y alentándose unos a otros a dudar del amor
de Dios. ¿En qué nos has amado? expone pecados profundos y peligrosos, y la inmensa
sima entre Dios y su pueblo del pacto. Lo que hay en sus labios procede de lo que
tienen en el corazón, porque “de la abundancia del corazón habla la boca”.
Los seres humanos somos unos incurables egocéntricos enfocados en nosotros
mismos. San Agustín pensaba que el amor propio era el mayor enemigo del amor de
Dios, y Martin Lutero nos describía como “curvados sobre nosotros mismos”. Nuestras
primeras preguntas son: “¿Quién soy?”, “¿Cómo somos?”. Y nos ciegan a quién es Dios,
qué piensa, cómo se siente, qué ha dicho, qué ha hecho. Por esta razón, las primeras
palabras de la profecía son sobre Dios, lo que sintió, lo que hizo y lo que dijo. ¡Cuán
sorprendente resulta ver que, cuando nos preguntan cómo somos, lo más natural es
responder en términos del bienestar, la salud, la felicidad, las relaciones, la satisfacción,
la riqueza humanos y el confort de nuestro entorno y de nuestra sociedad.
Descuidamos la mayor de las cuestiones que consiste en cómo estamos con Dios, y el
aspecto más importante del asunto que no es lo que sentimos en cuanto a él, sino lo
que él siente hacia nosotros. Es curioso que, aun sabiendo que no somos el centro del
universo, nos sentimos, pensamos, nos relacionamos y actuamos como si lo fuéramos.
Nuestro egocentrismo nos ciega con respecto a Dios; intentamos vivir en un paraíso de
necios, cuando en realidad es más parecido al infierno que a un edén. Nuestro lema y
norma verdaderos son: “Dios en último lugar” en vez de “Dios primero”.
Si, como individuos, los seres humanos funcionan de este modo, las iglesias, las
comunidades y las naciones también lo hacen. El enfoque de Malaquías está, por
supuesto, en el pueblo de Dios, la iglesia-nación de su época. Asusta encontrar un
cristiano egoísta, y aún aterroriza más hallar una iglesia que lo sea. Y aunque el egoísmo
que ignora a los demás es perjudicial, la que no toma en cuenta a Dios es detestable.
Una iglesia centrada en sí misma será egoísta. Su objetivo será su propia comodidad y
su conveniencia; su felicidad y su satisfacción serán su guía. No convertirá a los
incrédulos ni se preocupará por los necesitados, ni servirá a su comunidad ni levantará
a obreros del evangelio para el mundo. La gloria, el honor y el plan del evangelio de
Dios no serán su prioridad. Su vida egoísta traicionará su egocéntrico corazón. Sus
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acciones egoístas denotarán sus instintos pancistas.


Como señalan todos los autores de ficción criminal, cometer un asesinato no sólo
perjudica a la persona que muere, sino también al homicida. Una de las consecuencias
terroríficas de cualquier pecado es que no nos ciega únicamente a la realidad de los
pecados específicos cometidos, sino también a todos ellos en general. ¡Qué pecados tan
grandes debió cometer el pueblo para responder de este modo: ¿En qué nos has
amado?! En realidad, están retando a Dios: “Demuéstralo”; le están desafiando a
mostrarles su amor y, por tanto, están negando todo lo que él hizo por ellos y les
declaró a lo largo de las generaciones pasadas, y en su propia experiencia.
¡Esta respuesta denota tanta distancia y es tan destructiva...! Es el tipo de
contestación que acabaría fácilmente con un matrimonio y pondría fin a una amistad.
Es perjudicial, porque no solo socava las palabras que Dios acaba de pronunciar, Yo os
he amado (2), sino también todo lo que Dios ha sido en su amor del pacto en todas las
generaciones, y su constante amor por su pueblo en aquel momento.
¡Qué ejemplo tan espantoso de cómo ciega y ata el pecado como sabemos en
nuestra propia vida y en la de nuestras iglesias! Y es que cada vez que pecamos, esa
transgresión nos ciega a su presencia, somos menos capaces de detectarla y es más
probable que la repitamos. Y el pecado ata, porque cuando pecamos debilitamos
nuestra resistencia ante él, y damos los primeros pasos en la formación del hábito de
repetirlo. Como se ha dicho con frecuencia: “Siembra un pensamiento y cosecharás una
acción. Siembra una acción y recogerás un hábito. Siembra un hábito y cosecharás un
carácter. Siembra un carácter y recogerás un destino”.
En el tiempo de Malaquías, ¡el pueblo de Dios está ciego a su pecado! Yo os he
amado, dice el Señor. Pero vosotros decís: ¿En qué nos has amado? (2). En la actualidad,
calificaríamos esto como carencia de inteligencia emocional. Esta incluye el
conocimiento de uno mismo, de sus propias emociones, y lo mismo en cuanto a los
demás. Pero están ciegos al amor de Dios.
¿Has notado alguna vez esos pecados en la vida de otros, tan evidentes a todos los
demás, pero que ellos mismos no reconocen? En verdad, resulta extraño lo ciegas que
pueden estar otras personas a sus pecados más obvios. ¿Te has llegado a preguntar si
quizá tú tengas pecados de ese tipo? Tus amigos y familiares lo saben todo sobre ellos,
pero tú sencillamente no los detectas. ¿Se te ha ocurrido que si los demás tienen estos
pecados que no notan, tal vez puedas tenerlos tú también?
Esta simple verdad me asaltó hace cinco años, y empecé a orar cada día para que
Dios me mostrara mis pecados secretos; me refiero a los que yo no veía, ¡aunque no
estaban ocultos ni para Dios ni para los demás! Dios me los va indicando lentamente y
me va facultando para arrepentirme; estoy seguro de que quedan muchos por llegar.
Pero si nuestros pecados nos ciegan su presencia en nosotros como individuos, por
supuesto que las transgresiones de las iglesias también harán lo propio con sus
miembros. ¿Cuáles pueden ser algunos de estos pecados? Sin duda, Dios nos los
mostrará y le pido que use a Malaquías para ponérnoslos de manifiesto. Debemos orar
para que Dios nos limpie de esos pecados secretos mostrándonoslos por medio de su
Espíritu, capacitando nuestro arrepentimiento, purificándonos por la sangre del Señor
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Jesús y el poder de su muerte expiatoria, y facultándonos para morir al pecado y vivir a


la justicia.
En el Antiguo Testamento, el gran pecado del pueblo de Dios había sido la idolatría,
el volverse a otros dioses y apartarse de su propio Dios, el Señor. La idolatría estuvo
presente cuando el pueblo fabricó un becerro de oro para adorarlo en el monte Sinaí.
Esta transgresión fue la que condujo a la destrucción del reino norteño de Israel y su
exilio a Asiria, y a la deportación del reino sureño a Babilonia. Es como si la expatriación
hubiera sanado al pueblo de Dios de la más crasa idolatría. Por desgracia, aquí, en
Malaquías, descubrimos que habían hallado un pecado alternativo. Si no podían acudir
a otros dioses, al menos podían mantener a su Dios a distancia, se permitirían dudar de
su amor, de sus hechos y de sus palabras. Tal vez no eran lo bastante valientes para
decir que Dios no los amaba: su coraje sólo llegaba a formular la dañina y reveladora
pregunta: ¿En qué nos has amado? (2).
Llamamos a esto “enfurruñarse” y es algo sumamente cansino y destructivo. Es
frecuente en los matrimonios, en las familias, entre adolescentes, entre adultos, entre
ancianos, en las iglesias y en la sociedad en general. En su peor forma, su arma es la
negativa a hablar o reunirse. Pero lo que vemos aquí, en Malaquías, es bastante
desolador. Se trata de la maniobra de poder de la contradicción implícita que requiere
de las otras personas que cumplan tus normas, que trabajen más duro, para demostrar
lo que afirman. Es la respuesta de la desconfianza, de la falta de compromiso positivo,
una negativa autoimpuesta a tener la reacción o el comentario positivo.
Es como si el pueblo de Dios pensara que ha encontrado un terreno intermedio
neutral satisfactorio entre la obediencia y la desobediencia. No obedecerán a Dios, pero
tampoco se atreverán a desobedecerle. Piensan que pueden seguir siendo el pueblo de
Dios a la vez que lo cuestionan, lo critican, desconfían de él y declinan obedecerlo. Pero
no existe un terreno neutral. Malaquías en el Antiguo Testamento, como Pablo en el
Nuevo, era un embajador que llamaba al pueblo de Dios a la reconciliación con él,
exhortándolos a no recibir su gracia en vano.
Se encontraban en un estado de ánimo muy común en las iglesias y los cristianos de
hoy: sin la suficiente valentía para apartarse de Dios, pero sin el valor necesario para
amarlo y servirlo de todo corazón. Imaginamos que podemos vivir en una zona neutral y
evitar la acción decisiva. Pero no existe tal terreno neutro. Si no estamos edificando
nuestro matrimonio año tras año, este se irá deshaciendo. Si no crecemos en nuestra
confianza en Dios, esta se irá encogiendo. Si no morimos al pecado, este irá adquiriendo
más poder. Si no vivimos en justicia, nos estaremos distanciando de ella. Si no
mantenemos la coordinación con el Espíritu, caminaremos a un ritmo diferente, el de
nuestros propios deseos egoístas. Si el fruto del Espíritu no va aumentando en nuestra
vida, las obras de la carne estarán ganando poder sobre nosotros.
En lugar de preguntar ¿En qué nos has amado?, deberían haber sabido que, en
palabras de Dios por medio de Jeremías, “Con amor eterno te he amado, por eso te he
atraído con misericordia”. Deberían haber celebrado, en palabras de Lamentaciones,
que

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Que las misericordias del Señor jamás terminan,


pues nunca fallan sus bondades;
son nuevas cada mañana;
¡grande es tu fidelidad!
Deberían haberse unido al Salmo 136, con su entusiasta estribillo, “porque para
siempre es su misericordia”. Sin embargo, en vez de alabar a Dios por su constante
amor, le formulan la miserable y mezquina pregunta: ¿En qué nos has amado?
Deberíamos pensar, sin embargo, que siempre resulta incorrecto hacer esta
pregunta. No se trata de que el pueblo de Dios deba negarse a afrontar las preguntas
difíciles de la vida de fe ni que se le pida que ignore sus sentimientos. En los Salmos,
vemos infinidad de ejemplos de santos que interrogan a Dios, buscan que él los
tranquilice y que responda a sus consultas en medio de las situaciones complicadas. La
reacción sana a tales circunstancias consiste en afrontar la pregunta y persistir en llevar
nuestro dolor, nuestras quejas, nuestras interrogantes o lamentos a Dios. A
continuación, deberíamos esperar en él y escudriñar las Escrituras en busca de su
contestación. La hallaremos al recordar las palabras y las obras de Dios, al reflexionar en
su carácter, al darnos cuenta de su grandeza y al acudir a él para saber qué pasos
positivos dar para encontrar la solución.
En los Salmos, la pregunta suele ser con frecuencia: “Nos has amado en el pasado,
¿pero dónde está hoy tu amor?”. Aquí, en el tiempo de Malaquías, la situación era
distinta. El pueblo de Dios se había desviado o había adoptado una actitud
determinada, sistemática y compartida de distanciarlo de ellos. Lo hicieron mediante
sus palabras, su forma de vivir y de actuar, como si sus necesidades fueran de crucial
importancia y él los hubiera abandonado; pensaron, por tanto, que el cinismo en lugar
de la fe estaba totalmente justificado. Su actitud era la siguiente: “Quitémonos de
encima la más mínima respuesta posible a Dios”, en vez de obedecer la Shemá:
“Escucha, oh Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor uno es. Amarás al Señor tu Dios
con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza”. Se dedicaron a la
denigración pública de Dios en lugar de alabarlo por su incesante amor. Estaban muy
lejos de Salmo 145:4: “Una generación alabará tus obras a otra generación, y anunciará
tus hechos poderosos”.
Howard Guinness, el evangelista de estudiantes, daba este consejo a los jóvenes
cristianos: “Vive peligrosamente, ama con generosidad y sirve con humildad”. Desde
luego, no viviremos de este modo si dudamos o desconfiamos del gran amor del pacto
de Dios hacia nosotros, su pueblo.
Todo esto es muy alarmante. Y más inquietante aún es la evidencia de que, tanto
aquí como muy a menudo en toda la Biblia, el pecado es corporativo y no individual.
Vosotros decís: ¿En qué nos has amado? (2), y nadie parece cuestionar que se
contradiga a Dios. Hasta Malaquías 3:16 no vemos a quienes se han conmovido por las
palabras de Dios y quieren cambiar su forma de vida. Cuestionar a Dios se ha convertido
en algo socialmente aceptable entre su pueblo.
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¿Cómo sería esto hoy? Los que pensaran que no era correcto cuestionar el amor de
Dios se enfrentarían a presiones sociales para que se amoldaran; los jóvenes crecerían
creyendo que esta era la forma normal de tratar a Dios en lugar de alabarlo por su
amor; los líderes de la comunidad no reprenderían esta conducta; cada vez que alguien
expresara en público sus dudas en cuanto al amor de Dios, no haría más que reforzar
este comportamiento; y todos quedarían cegados ante este pecado compartido. Las
transgresiones corporativas y compartidas son más perniciosas que las privadas, porque
se aceptan públicamente y, cada vez que se transige con ellas, fortalecen la mala
conducta y dificultan que el individuo evite volver a cometer ese mismo pecado. No hay
nada tan útil para el individuo como la justicia corporativa; por tanto, nada es más
perjudicial para él que el pecado corporativo. Es la dolorosa evidencia en Malaquías,
como a lo largo de toda la Biblia.
Lo mismo ocurre en nuestras iglesias: las transgresiones compartidas son las más
pecaminosas, porque nos atrapan a todos, hacen que el débil tropiece, y confunde a los
nuevos y jóvenes creyentes. Afortunadamente, la Biblia nos muestra cómo tratar con
este problema, y también a alentar la justicia y la bondad corporativas compartidas,
porque su mayor preocupación es la vida compartida del pueblo de Dios. Y esa fue la
obra de Cristo, nuestro Salvador, que murió por su esposa, la iglesia:
Cristo amó a la iglesia y se dio a sí mismo por ella, para santificarla,
habiéndola purificado por el lavamiento del agua con la palabra, a fin de
presentársela a sí mismo, una iglesia en toda su gloria, sin que tenga mancha ni
arruga ni cosa semejante, sino que fuera santa e inmaculada.

Yo amé a Jacob, y aborrecí a Esaú (2–5)


¿Cómo responde Dios a la pregunta: ¿En qué nos has amado? (2)? La contestación
es su amor elector, su libre elección entre los hijos mellizos de Isaac y Rebeca,
decantándose por Jacob, el hermano menor, y no por Esaú, el mayor. ¿No era Esaú
hermano de Jacob?, declara el Señor. Sin embargo, yo amé a Jacob, y aborrecí a Esaú (3).
Cuando aún estaban en el vientre de Rebeca, el Señor le anunció:
Dos naciones hay en tu seno,
y dos pueblos se dividirán desde tus entrañas;
un pueblo será más fuerte que el otro,
y el mayor servirá al menor.
Vemos el resultado de la elección de Dios, Jacob y no Esaú, cuando este último
vendió voluntariamente su primogenitura a su hermano por una comida,
menospreciando así su derecho. Lo vemos en el eficaz engaño de Rebeca y Jacob al
ciego Isaac, para que bendijera al menor con la bendición que debía ser para Esaú, su
hijo mayor y su preferido342. Lo observamos en las pruebas, la prosperidad y la
humillación de Jacob, escogido y amado por Dios a pesar de sus muchos pecados y
debilidades. También se nos dice cómo funcionó en las muchas ocasiones en que los
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edomitas, descendientes de Esaú, persiguieron al pueblo de Dios344; de ahí las palabras


divinas dirigidas a ellos por medio de Ezequiel:
Así dice el Señor Dios: Por cuanto Edom ha obrado vengativamente contra la
casa de Judá, ha incurrido en grave culpa y se ha vengado de ellos, por tanto, así
dice el Señor Dios: Yo extenderé también mi mano contra Edom y cortaré de ella
hombres y animales y la dejaré en ruinas; desde Temán hasta Dedán caerán a
espada.
Edom fue oprimida por Babilonia del mismo modo que Judá. Sin embargo, no fue
objeto del amor selectivo de Dios, a diferencia de los descendientes de Jacob/Israel.
Aunque el destino terrenal de ambas naciones pareció ser muy similar, estaban
separadas por un inmenso abismo. Ambas eran descendientes de Abraham, pero Dios
había escogido a Israel y no a Edom. Ambas merecían la ira y el juicio de Dios. De hecho,
tal vez Israel los mereciera aún más, por sus mayores privilegios; y es que a mayor
bendición, mayor responsabilidad y, por tanto, mayor juicio347. Ambas estaban bajo la
ira y el aborrecimiento de Dios por su pecado; pero, en el caso de Israel, Dios cubrió su
enfado con su misericordia, y en el caso de Edom no lo hizo. No fue porque Jacob
mereciera un trato mejor que Esaú, o que el pueblo de Dios hiciera méritos para un
tratamiento más excelente que los edomitas. Se da el caso de que Dios había decidido
poner su amor en Israel, que no lo merecía, y que ese amor del pacto continuara hasta
su propio pueblo. Alguien de fuera vería muy poca diferencia entre Israel y Edom, pero
quienes han escuchado la palabra de Dios saben que la diferencia entre ellos es grande.
Como escribió Juan Calvino en su comentario sobre Malaquías:
Cuando Dios visita el pecado en general (es decir, el de los elegidos como el de
aquellos que no lo son), siempre modera su ira hacia su escogido y pone límites a su
seriedad, según que él mismo afirma:
“Si sus hijos [...], si violan mis estatutos y no guardan mis mandamientos,
entonces castigaré con vara su transgresión, y con azotes su iniquidad. Pero no
quitaré de él mi misericordia” (Sal. 89:31–32; 2 S. 7:14).
Aquí vemos el funcionamiento histórico de las implicaciones prácticas de la elección
de Israel por parte de Dios y de que no escogiera a Edom. A pesar de los pecados
israelitas, Dios no anuló su plan de bendecir a largo plazo a su pueblo y a todas las
naciones a través del Mesías de Israel. Pero no tenía planeado algo así para Edom. Por
tanto, mientras a Israel se le denomina “la tierra santa”, se alude a Edom como
territorio [tierra] impío (4).
Tanto Israel como Edom fueron reconstruidos después de su destrucción, pero así
como la reedificación de Israel fue una señal de esperanza eterna, para Edom no se
estableció una promesa semejante. No queda claro a qué referencia histórica específica
se alude en estos versículos. Edom fue finalmente destruido por los nabateos en 312
a.C., mucho después de esta profecía. Los sustituyeron los idumeos, una mezcla de
nabateos y edomitas. En Marcos 3:8 leemos que vinieron a escuchar las enseñanzas de

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Jesús, una nueva oportunidad de acudir a Dios en fe y arrepentimiento.


Y tú pensarás que a Israel tampoco es que le fuera mucho mejor. Después de todo,
los griegos lo capturaron en 332 a.C., y, más tarde, tras un breve periodo de
independencia, cayeron de nuevo bajo dominación romana en el 63 a.C. Jerusalén y su
templo fueron destruidos posteriormente por ellos y el pueblo judío fue expulsado de
su tierra en el 135 d.C. A pesar de todo, Dios continuó con su amor por su pueblo
escogido: judíos y gentiles que llegaron a formar la iglesia de Jesucristo.
Las situaciones históricas relativas de Israel y Edom fueron, pues, la muestra de un
destino mayor y eterno. Y es que, como vemos en Hebreos 11, los creyentes del
Antiguo Testamento sabían que la tierra apuntaba a una realidad y a un futuro más allá
de sí mismos.
Por la fe, Abraham, al ser llamado, obedeció, saliendo para un lugar que
había de recibir como herencia; y salió sin saber adónde iba. Por la fe, habitó
como extranjero en la tierra de la promesa como en tierra extraña, viviendo en
tiendas como Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa, porque esperaba
la ciudad que tiene cimientos, cuyo arquitecto y constructor es Dios [...]. Todos
éstos murieron en fe, sin haber recibido las promesas, pero habiéndolas visto y
aceptado con gusto desde lejos [...]. Por lo cual, Dios no se avergüenza de ser
llamado Dios de ellos, pues les ha preparado una ciudad.
La verdad no es cuánto tiempo viviera el pueblo de Dios en la tierra, sino cómo se
reflejaba su destino eterno en su situación histórica. El retorno de Israel del exilio en
Babilonia era una señal del propósito y el plan eternos de Dios. Lo sucedido a Edom
reflejará también su destino perpetuo. Dios juzgará a Edom enviando desastre y,
aunque planeen reconstruir, no lo harán. Pero pueden decir: Hemos sido destruidos,
pero volveremos y edificaremos las ruinas, el Señor de los ejércitos dice así: Ellos
edificarán, pero yo destruiré (4). Y es que, en última instancia, los seres humanos no
pueden derrotar los planes de Dios ni escapar a su juicio.
¿Es correcto que Dios juzgue a Edom? Sí, porque lo caracteriza la maldad: son
territorio impío (4). ¿Acaso Israel no lo era también? Sí, pero Dios tuvo misericordia de
él y, por tanto, ha santificado a su pueblo así como él es santo. Dios es libre de actuar
con misericordia y de conceder sus mercedes a aquellos a los que elige. La destrucción
de Edom será una señal de esperanza para Israel: Vuestros ojos lo verán, y vosotros
diréis: Sea engrandecido el Señor más allá de la frontera de Israel (5).
Esto no significa que Israel esté a salvo del ataque y de la derrota, sino que en el
fracaso histórico edomita será donde Israel, enseñado por Dios por medio de sus
profetas, verán una señal de esperanza, un recordatorio de la misericordia de Dios
hacia ellos y un indicio del juicio futuro. El Señor no es un mero dios local. Es el juez de
toda la tierra y de todas las naciones, es grande más allá y por encima de las fronteras
de Israel. Y la existencia continua de Israel (vuestros ojos lo verán) es un recordatorio de
la gracia y el amor de Dios al hacer de ellos su pueblo santo.
Todo esto muestra que la palabra de Dios es verdad: Yo os he amado (2). El pueblo

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de Dios debería saberse amado por él; los creyentes individuales deberían ser
conscientes de que Dios ama a su pueblo; y el mundo también debería estar al tanto de
esto. La señal convincente del amor de Dios es que no nos ha tratado según nuestros
pecados, sino de acuerdo con su misericordia, y que en la ira se ha acordado de tener
compasión. La única escapatoria a la ira del Cordero es hallar refugio en la sangre del
Cordero inmolado:
“... porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre compraste para Dios a gente
de toda tribu, lengua, pueblo y nación”.
La misericordia de Dios fue lo único que salvó a la iglesia del tiempo de Malaquías y
salva también a la de hoy.
Porque nosotros también en otro tiempo éramos necios, desobedientes,
extraviados, esclavos de deleites y placeres diversos, viviendo en malicia y
envidia, aborrecibles y odiándonos unos a otros. Pero cuando se manifestó la
bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor hacia la humanidad, él nos salvó, no
por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino conforme a su
misericordia, por medio del lavamiento de la regeneración y la renovación por el
Espíritu Santo, que él derramó sobre nosotros abundantemente por medio de
Jesucristo nuestro Salvador, para que justificados por su gracia fuésemos hechos
herederos según la esperanza de la vida eterna.
¿Nos resulta difícil aceptar este lenguaje de amor y odio? Recuerda que Jesús utilizó
este lenguaje de un modo similar cuando dijo: “Si alguno viene a mí, y no aborrece a su
padre y madre, a su mujer e hijos, a sus hermanos y hermanas, y aun hasta su propia
vida, no puede ser mi discípulo”. La realidad del amor elector de Dios también se vio en
el ministerio de Jesús, como él mismo observó en su acción de gracias a Dios:
En aquel tiempo, hablando Jesús, dijo: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la
tierra, porque ocultaste estas cosas a sabios e inteligentes, y las revelaste a los
niños. Sí, Padre, porque así fue de tu agrado. Todas las cosas me han sido
entregadas por mi Padre; y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni nadie conoce al
Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Pablo desarrolló estas mismas ideas en Romanos, cuando comentó la misma historia
sobre Jacob y Esaú.
Pero no es que la palabra de Dios haya fallado. Porque no todos los
descendientes de Israel son Israel; ni son todos hijos por ser descendientes de
Abraham, sino que por Isaac será llamada tu descendencia. Esto es, no son los
hijos de la carne los que son hijos de Dios, sino que los hijos de la promesa son
considerados como descendientes [...]. Y no sólo esto, sino que también Rebeca,
cuando concibió mellizos de uno, nuestro padre Isaac (porque aún cuando los
mellizos no habían nacido, y no habían hecho nada, ni bueno ni malo, para que el

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propósito de Dios conforme a su elección permaneciera, no por las obras, sino


por aquel que llama), se le dijo a ella: El mayor servirá al menor.
Tal como está escrito: A Jacob amé, pero a Esaú aborrecí. ¿Qué diremos
entonces? ¿Que hay injusticia en Dios? ¡De ningún modo! Porque Él dice a
Moisés: Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y tendré compasión
del que yo tenga compasión.
Esto no es más duro que las palabras que Jesús dirigió a sus discípulos:
A vosotros os ha sido dado el misterio del reino de Dios, pero los que están
afuera reciben todo en parábolas; para que viendo vean pero no perciban, y
oyendo oigan pero no entiendan, no sea que se conviertan y sean perdonados.
Es exactamente la consecuencia del principio general que Pablo explica en Efesios:
Porque por gracia habéis sido salvados por medio de la fe, y esto no de
vosotros, sino que es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. Porque
somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras, las cuales
Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas.
¿Ama Dios a la iglesia? ¿Me ama Dios a mí? Si intentamos responder a estas
preguntas en términos de cómo nos sentimos o de lo bendecidos que somos por la
forma en que Dios ha suplido nuestras necesidades o deseos, o al compararnos con
otros, a veces llegaremos a dudar de su amor. La prueba abrumadora y convincente de
éste es que no ha tratado con nosotros como nuestros pecados merecían, sino que ha
tenido compasión de nosotros en Cristo Jesús y en su muerte expiatoria. Por medio del
sacrificio de Cristo, él ha dejado, pues, a un lado el juicio y la ira que merecíamos y nos
ha revestido con su justicia. Es la sorprendente gracia de Dios para con su pueblo en
general y para cada uno de ellos de manera individual.
Es la prueba convincente del amor de Dios. Pensamos que le haremos parecer más
amoroso si dejamos a un lado su ira y su juicio; en realidad, actuando de este modo
oscurecemos su amor y nos hacemos dependientes de nuestros sentimientos y
circunstancias, y, por tanto, más vulnerables a las dudas y la desesperación. Yo os he
amado, dice el Señor. Pero vosotros decís: ¿En qué nos has amado? ¿No era Esaú
hermano de Jacob?, declara el Señor. Sin embargo, yo amé a Jacob, y aborrecí a Esaú
(2–3).
Si evaluamos el amor de Dios por la manera como satisface nuestras necesidades,
para nuestros codiciosos corazones siempre será deficiente. Si lo medimos por su
misericordia al salvarnos de la muerte, del juicio y del infierno que por nuestra
naturaleza y nuestros actos merecemos, nos maravillaremos constantemente al ver su
amor y su gracia tan sorprendentes.
Es una cuestión verdaderamente importante para nosotros pensar en el significado
de la muerte de Cristo. Solemos creer que nos salva de necesidades y problemas
cruciales para nuestras propias preocupaciones. Lo alabamos porque nos ha salvado del

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fracaso, la futilidad, la soledad, la falta de sentido o de gozo. Le damos loor porque nos
ha amado y nos ha revelado el amor de Dios. Sin embargo, se nos pasa por alto el punto
principal de nuestra salvación: Cristo nos ha salvado del juicio de Dios, de su ira y de su
condenación. Porque “Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo mismo, no
tomando en cuenta a los hombres sus transgresiones [...]. Al que no conoció pecado, le
hizo pecado por nosotros, para que fuéramos hechos justicia de Dios en Él”.
¿Cómo nos muestra Cristo el amor de Dios? La respuesta del Nuevo Testamento es
que él nos muestra el amor de Dios y este, a su vez, nos enseña su amor en Cristo en
que vino por aquellos que no lo merecían, los enemigos de Dios, pecadores impíos,
muertos en nuestros pecados, y que Cristo entregó su vida como sacrificio y resucitó
para darnos vida con él.
Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para
que todo aquel que cree en Él, no se pierda, mas tenga vida eterna.
En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en
que Él nos amó a nosotros y envió a su Hijo como propiciación por nuestros
pecados.
Porque mientras aún éramos débiles, a su tiempo Cristo murió por los impíos.
Porque a duras penas habrá alguien que muera por un justo, aunque tal vez
alguno se atreva a morir por el bueno. Pero Dios demuestra su amor para con
nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Entonces
mucho más, habiendo sido ahora justificados por su sangre, seremos salvos de la
ira de Dios por medio de Él. Porque si cuando éramos enemigos fuimos
reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, habiendo sido
reconciliados, seremos salvos por su vida.
Pero Dios, que es rico en misericordia, por causa del gran amor con que nos
amó, aun cuando estábamos muertos en nuestros delitos, nos dio vida
juntamente con Cristo (por gracia habéis sido salvados), y con él nos resucitó, y
con él nos sentó en los lugares celestiales en Cristo Jesús, a fin de poder mostrar
en los siglos venideros las sobreabundantes riquezas de su gracia por su bondad
para con nosotros en Cristo Jesús.
Entonces, ¿qué diremos a esto? Si Dios está por nosotros, ¿quién estará
contra nosotros? El que no eximió ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por
todos nosotros, ¿cómo no nos concederá también con él todas las cosas? ¿Quién
acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que
condena? Cristo Jesús es el que murió, sí, más aún, el que resucitó, el que además
está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros [...]. Porque estoy
convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni lo
presente, ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra
cosa creada nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor
nuestro.
La idea se subraya por el desafío a amar a nuestros enemigos, como Dios lo hizo con

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nosotros, sus enemigos.


Si no conocemos la ira de Dios, desconoceremos su amor. Cuanto más entendamos
la primera, más nos maravillaremos por su misericordioso amor, su gracia para con
nosotros en su Hijo. Tal vez el que dejemos de conocer la largura, la anchura, la altura y
la profundidad del amor de Dios en Cristo procede de nuestra falta de amor por él. Si el
pueblo de Dios en la época de Malaquías le hubiera amado con mayor entusiasmo y de
todo corazón, habría sido más consciente del amor divino hacia ellos. Como observó C.
S. Lewis:
De hecho, si consideramos las descaradas promesas de recompensa y la naturaleza
asombrosa de los galardones prometidos en los Evangelios, parecería que nuestro
Señor opina que, lejos de ser demasiado fuertes, nuestros deseos son en realidad muy
débiles. Somos criaturas con el corazón dividido, jugamos con la bebida, el sexo y la
ambición cuando se nos está ofreciendo un gozo infinito, como el niño ignorante que
quiere seguir haciendo pasteles de barro en un barrio pobre, porque no puede imaginar
lo que supone que le ofrezcan unas vacaciones junto al mar. Se nos complace con
demasiada facilidad.
Quizá sea que miramos nuestra vida cotidiana en busca de una prueba convincente
del amor de Dios y descubrimos que ha fracasado, porque no nos ha tratado todo lo
bien que merecíamos. Es entonces cuando deberíamos recordar unas palabras
atribuidas a Leighton Ford: “Dios nos ama tal como somos, pero demasiado para dejar
que sigamos siendo así”.
¿En qué punto quería Dios que estuviera su pueblo? Deseaba que conocieran su
amor par que pudieran probar sus buenas promesas, recibir sus bendiciones y, de este
modo, conocer su amor.
Las palabras de John Newton se cantan por todo el mundo: “¡Sublime gracia [...] que
a un infeliz salvó!”. Alabado sea Dios que hoy también podemos cantarlas. Asimismo
sería posible entonar: “¡Sublime gracia, que salvó a una iglesia como nosotros!”.
¡Gloria sea a Dios por sus sinceras palabras de verdad a su pueblo! ¡Que hoy
podamos escucharlas y recibirlas profundamente!

No me menospreciéis
Malaquías 1:6–14

Menospreciar el nombre de Dios (6–9)


¿Cuál es el primer indicio de haber dejado de alabar a Dios por su amor del pacto?
¿Cuál es uno de los síntomas de esta honda enfermedad? Menospreciar el nombre de
Dios. ¿Y cuál es la acción práctica que demuestra que el pueblo de Dios está
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despreciando su nombre? Ofrecer comida contaminada sobre su altar.


El profeta muestra el doloroso contraste entre los valores comunes compartidos
evidentes en su sociedad: El hijo honra a su padre, y el siervo a su señor (6), y la forma
común de tratar a Dios que ellos comparten: Pues si yo soy padre, ¿dónde está mi
honor? Y si yo soy señor, ¿dónde está mi temor? (6). Quizá has pensado que, en una
sociedad en la que los hijos solían honrar a su padre y los siervos a su amor, el pueblo
de Dios habría dado honra a este de forma automática; que, de hecho, habrían rendido
mayor honor a Dios. Pero la forma en que se comportan los unos con los otros destaca
en el más fuerte de los contrastes con el modo en que tratan a Dios. Lejos de honrarlo,
lo deshonran y lo presentan al escándalo público.
Los sacerdotes deberían haber tomado nota de la historia recogida en Levítico sobre
el pecado de Nadab y Abihú:
Nadab y Abihú, hijos de Aarón, tomaron sus respectivos incensarios, y
después de poner en ellos fuego y echar incienso sobre él, ofrecieron delante del
Señor fuego extraño, que él no les había ordenado. Y de la presencia del Señor
salió fuego que los consumió, y murieron delante del Señor. Entonces Moisés dijo
a Aarón: Esto es lo que el Señor habló, diciendo: Como santo seré tratado por los
que se acercan a mí, y en presencia de todo el pueblo seré honrado. Y Aarón
guardó silencio.
Según Dios, el pecado consistía en que los sacerdotes despreciáis mi nombre (6).
¿Qué significa despreciar el nombre de Dios? Es mucho más que lo que opinamos de
tomar el nombre de Dios en vano, el uso descuidado de este en la manera corriente de
hablar. En la Biblia, el nombre de Dios significa su carácter revelado y su presencia,
porque cuando el Señor se le apareció a Moisés, proclamó su nombre, como lo hemos
visto:
Y el Señor descendió en la nube y estuvo allí con él, mientras éste invocaba el
nombre del Señor. Entonces pasó el Señor por delante de él y proclamó: El Señor,
el Señor, Dios compasivo y clemente, lento para la ira y abundante en
misericordia y verdad; el que guarda misericordia a millares, el que perdona la
iniquidad, la transgresión y el pecado, y que no tendrá por inocente al culpable; el
que castiga la iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos
hasta la tercera y cuarta generación....
De manera que menospreciar el nombre de Dios es despreciar lo que él es, su
autorrevelación, su carácter. Y también supone hacer de menos su presencia, ya que él
escoge el templo “para morada de su nombre”.
Cuando el rey Salomón estaba dedicando el primer templo, oró:
Pero, ¿morará verdaderamente Dios sobre la tierra? He aquí, los cielos y los
cielos de los cielos no te pueden contener, cuánto menos esta casa que yo he
edificado. No obstante, atiende a la oración de tu siervo y a su súplica, oh Señor

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Dios mío, para que oigas el clamor y la oración que tu siervo hace hoy delante de
ti; que tus ojos estén abiertos noche y día sobre esta casa, hacia el lugar del cual
has dicho: Mi nombre estará allí, para que oigas la oración que tu siervo hará
sobre este lugar.
No es, pues, como si Dios se hallara a una gran distancia. Ha puesto su presencia en
el templo, se ha hecho accesible a ellos; con todo, aun cuando él está presente, lo
menosprecian. Como Gordon Wenham comenta sobre los sacrificios: “El objetivo de
estos rituales es posibilitar la presencia continuada de Dios entre su pueblo”, y también
permitían que el pueblo pudiera estar ante su Dios. Él estaba presente y la indiferencia
de ellos a su presencia aumentó la gravedad de su pecado.
El nombre de Dios es un tema central en Malaquías. Los sacerdotes de Dios
menosprecian su nombre (1:6), aunque este será grande y reverenciado entre las
naciones (1:11, 14). Los sacerdotes debían “decidir de corazón dar honor” al nombre de
Dios (2:2) y seguir el ejemplo de Leví, su homólogo, que “me reverenció, y estaba lleno
de temor ante mi nombre” (2:5). Y es que, como hemos visto, el nombre de Dios es su
carácter revelado y su presencia entre su pueblo en el templo. Más adelante, leemos
sobre “los que temen al Señor y estiman su nombre”, y, después Dios habla a “vosotros
que teméis mi nombre” (3:16; 4:2).
Blasfemar el nombre del Señor merecía la pena de muerte por lapidación. Y el Señor
Jesús nos dijo que oráramos así: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea
tu nombre”374. Menospreciar el nombre del Señor suena a ocupación precaria y, en
realidad, es un grave pecado.
En su respuesta ante tal acusación, los sacerdotes revelan la inmensa brecha que
hay entre su percepción de la realidad y la de Dios, y también su instintiva tendencia a
dudar de Dios y a disentir de él.
Y vosotros decís: ¿En qué te hemos deshonrado? En que decís: La mesa del
Señor es despreciable. Y cuando presentáis un animal ciego para el sacrificio, ¿no
es malo? Y cuando presentáis el cojo y el enfermo, ¿no es malo? (6–8)
Esta es la prueba práctica diaria de que los sacerdotes menosprecian a Dios. Se
suponía que los sacrificios debían ser de la más alta calidad, los mejores animales y los
más finos productos, adecuados para el Dios al que se los ofrecía. El sacrificio animal
tenía que ser impecable y sin defecto, y las ofrendas de grano debían ser de grano
“escogido”. De haber leído recientemente las Escrituras, los sacerdotes habrían
recordado las palabras de Levítico:
[...]. Los que estén ciegos, quebrados, mutilados, o con llagas purulentas,
sarna o roña, no los ofreceréis al Señor, ni haréis de ellos una ofrenda encendida
sobre el altar al Señor.
Algunos de estos sacrificios proporcionaban la expiación por el pecado y el perdón
para los pecadores. ¡Qué raro sería ofrecer un sacrificio ciego o cojo para cubrir el

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pecado! Otros sacrificios expresaban agradecimiento o dedicación a Dios378. ¡Qué


estrambótico presentar un sacrificio que debía expresar estas cosas y que estuviera
enfermo! Todos estos sacrificios ciegos, cojos y enfermos revelaban mucho sobre los
adoradores que los ofrecían e incluso más acerca de los sacerdotes que los aceptaban.
No era cuestión de: “a Dios sólo le vale lo mejor”, sino más bien «da a Dios lo peor”.
¡Qué típico de los sacerdotes y del pueblo de aquella época que ni siquiera tuvo el valor
de dejar de ofrecer sacrificios, optando por presentar unos de segunda clase, fingiendo
servir a Dios cuando su corazón, sus labios y su vida estaban tan lejos de él!
Además, los sacrificios que trataban con el pecado y proveían expiación y perdón
pretendían señalar al futuro, al sacrificio de Cristo, así como los sacerdotes debían ser
un presagio de Cristo, nuestro gran sumo sacerdote. Como Calvino escribió sobre ellos:
Desde entonces, fueron a este respecto los tipos de Cristo, a ellos les correspondía
esforzarse en ser santos [...] porque cuanto más excelente fuera su condición [es decir,
de los sacerdotes], más eminente debería haber sido su piedad y santidad.
Menospreciar estos sacrificios era despreciar el corazón de la provisión del
evangelio de Dios para la expiación, el perdón y la purificación del pecado, como hemos
visto. Porque en Hebreos leemos que el santuario terrenal apuntaba a Cristo:
Sirven a lo que es copia y sombra de las cosas celestiales, tal como Moisés fue
advertido por Dios cuando estaba a punto de erigir el tabernáculo; pues, dice Él:
Mira, haz todas las cosas conforme al modelo que te fue mostrado en el monte
[...]. Pero cuando Cristo apareció como sumo sacerdote de los bienes futuros, a
través de un mayor y más perfecto tabernáculo, no hecho con manos, es decir, no
de esta creación, y no por medio de la sangre de machos cabríos y de becerros,
sino por medio de su propia sangre, entró al Lugar Santísimo una vez para
siempre, habiendo obtenido redención eterna.
Como Malaquías ya ha apelado a los valores comunes, ahora hace un llamado a la
decencia mediante una pregunta repetida: Y cuando presentáis un animal ciego para el
sacrificio, ¿no es malo? Y cuando presentáis el cojo y el enfermo, ¿no es malo? (8). Se
sirve de la motivación del sentido o de la decencia comunes en un intento compasivo
por ayudar a que los sacerdotes y el pueblo reconozcan lo terrible de su
comportamiento. Prosigue con otro llamamiento a la sensatez: ¿Por qué no lo ofreces a
tu gobernador? ¿Se agradaría de ti o te recibiría con benignidad?, dice el Señor de los
ejércitos (8).
No sabemos si los sacerdotes habían abierto camino a este insulto a Dios, o si partió
del pueblo y ellos habían sido demasiado débiles para detenerlo. De una u otra forma,
eran responsables, porque aprobaban a los animales para los sacrificios. Les competía a
ellos por ser los líderes religiosos de la comunidad y del pueblo de Dios. No es de
sorprender que Malaquías les suplique que reconozcan su responsabilidad, su falta, su
deber y su ministerio, y que se encomienden a la gracia de Dios: Ahora pues, ¿no
pediréis el favor de Dios, para que se apiade de nosotros? Con tal ofrenda de vuestra
parte, ¿os recibirá Él con benignidad?, dice el Señor de los ejércitos (9).

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a. Llamamiento a todos los líderes


Estas palabras no solo se dirigían al pueblo en su totalidad, como las de 1:2–5. Esta
sección está destinada a los sacerdotes que menospreciáis mi nombre (6). Es una doble
desgracia. Y es que, aunque había un gobernante responsable del bienestar civil, los
sacerdotes eran los representantes del Señor de los ejércitos cuya tarea consistía en ser
ejemplo de obediencia piadosa y en enseñar y formar al pueblo en ella. Es una doble
deshonra por ser líderes de la comunidad y los representantes de Dios. Si los dirigentes
fallan, no sorprende que el pueblo esté en dificultades. Si los guías deshonran a Dios, a
quien representan, no es de extrañar que el pueblo esté anclado en el pecado
corporativo compartido. Si los gerifaltes no ejercen disciplina, poca esperanza le queda
al pueblo.
El libro de Malaquías era la palabra de Dios designada para reformar y transformar
la iglesia de aquella época, el pueblo de Israel. Si quieres cambiar una iglesia, debes
cambiar a sus líderes. El profeta se dirige, pues, a los sacerdotes en 1:6–2:9. Del mismo
modo hoy, si queremos que la palabra de Dios reforme y transforme su iglesia,
debemos destinar estas palabras a los líderes de nuestras iglesias. Y debemos
predicárnoslas a nosotros mismos, si ostentamos dicho cargo. El grupo de liderazgo de
la iglesia que influye en su dirección incluye a ministros, predicadores, comité de
líderes, los que dirigen o enseñan en cualquier ámbito, incluido el de jóvenes y la obra
entre los niños, así como quienes son mentores y forman a otros, o lideran o enseñan
en estudios bíblicos en las casas. Este tipo de líderes establecen el nivel para la iglesia.
Reprenden o consienten el pecado. Son modelo de piedad y la fomentan, o son un
paradigma beneficioso o perjudicial.
¿Qué es lo que se exige a tales líderes en estos versículos y cuál es el desafío que,
desde aquí, nos llega a nosotros? Es necesario que, en el centro de nuestra vida, de
aquellos que lideran, y de la iglesia, haya un entendimiento profundo y creciente del
libre amor elector de Dios. Es preciso que veamos este amor de Dios en habernos
rescatado de la condenación, en su constante perdón y su fiel misericordia. Y es que
también necesitamos saber que Dios es un Dios santo, puro y sin pecado; el juez de
todo el mundo, que nos ha llamado a ser su pueblo santo. Sin esto, también nosotros
correremos el peligro de menospreciar el nombre de Dios, su carácter y su revelación
de sí mismo. Y la evidencia de semejante comportamiento será que despreciaremos los
sacrificios. ¡Ojalá que nuestros líderes nos lleven de regreso a Dios!

b. Cómo hacer uso de esta enseñanza


Los sacrificios del Antiguo Testamento cumplían tres funciones distintas:
1. Los sacrificios de expiación, como las “ofrendas quemadas” y la “ofrenda por el
pecado” alcanzaban el perdón y la purificación del pecado. Eran sacrificios
ofrecidos por individuos y también en nombre de la comunidad, como los de la

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mañana y la tarde, y los del Día de la Expiación anual382.


2. Otros, como la “ofrenda de grano” y la del “bienestar” o la “paz”, representaban
la oblación de uno mismo o consagración a Dios, el agradecimiento hacia él y la
comunión con él.
3. Los sacrificios de animales, aves, aceite, sal harina y grano también pretendían
enseñar al pueblo de Dios sobre la necesidad del autosacrificio. Quienes ofrecían
los sacrificios debían ser personas abnegadas. Esto se ve en la fuerte
condenación de quienes siguieron ofreciendo sacrificios cuando su vida y su
corazón estaban lejos de la obediencia a Dios.
¿Cómo podríamos caer en la misma trampa de menospreciar los sacrificios?
1. Menospreciando el sacrificio de Cristo como expiación por nuestros pecados
Considerar los sacrificios del Antiguo Testamento como prefiguración del sacrificio
de Cristo es de suma importancia. Despreciarlos supone, pues, en este caso, desdeñar
el gran sacrificio que Cristo hizo de una vez y para siempre “por los pecados del mundo
entero”.
Menospreciamos el sacrificio de Cristo cuando pensamos que no lo necesitamos,
cuando lo remplazamos por aquellos que hacemos, cuando lo consideramos como una
idea inaceptable en el mundo actual, cuando nos avergonzamos de él o descuidamos
enseñar a otros acerca de él en nuestra evangelización. Menospreciamos el sacrificio de
Cristo cuando pensamos que podemos acercarnos a Dios sin pedir acceso por medio de
su sangre exclusivamente. Menospreciamos el sacrificio de Cristo si no confesamos
constantemente nuestros pecados pidiendo a Dios que nos limpie por la sangre de
Jesús. Menospreciamos el sacrificio de Cristo si continuamos descaradamente en el
pecado. Menospreciamos el sacrificio de Cristo cuando creemos poder vivir sin la
protección de su sangre frente al poder de Satanás: “lo vencieron por medio de la
sangre del Cordero”. Menospreciamos el sacrificio de Cristo cuando dejamos de
predicar a “Cristo crucificado”387. Menospreciamos el sacrificio de Cristo cuando nos
apartamos de su muerte expiatoria; cuando nos unimos a quienes han “hollado bajo sus
pies al Hijo de Dios, y ha tenido por inmunda la sangre del pacto por la cual fue
santificado, y ha ultrajado al Espíritu de gracia”. Y menospreciamos el sacrificio de Cristo
cuando no entramos en el lugar santísimo, en la presencia de Dios, “en plena
certidumbre de fe”, por medio de la sangre de Jesús389.
Por tanto, podemos ignorar el gran sacrificio expiatorio de Cristo, dejar de
reconocer que somos pecadores necesitados de un sacrificio expiatorio, no proclamar a
Cristo crucificado y no ver que solo podemos entrar en la presencia de Dios por medio
de la muerte de Cristo.
2. Menospreciar nuestra dedicación a Dios
Comenzamos con el gran llamamiento al sacrificio que Pablo hace en Romanos:
Por consiguiente, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios que
presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo y santo, aceptable a Dios, que es

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vuestro culto racional. Y no os adaptéis a este mundo, sino transformaos


mediante la renovación de vuestra mente, para que verifiquéis cuál es la
voluntad de Dios: lo que es bueno, aceptable y perfecto.
En los versículos siguientes, Pablo desarrolla el tema de ofrecer sacrificios vivos
cuando habla sobre la vida corporativa del pueblo de Dios y cómo se relacionan los
miembros unos con otros. No es un llamado al sacrificio individual, sino a un modelo
sacrificial de utilizar nuestros dones en la totalidad del pueblo de Dios.
El autor de Hebreos escribe sobre dos sacrificios que deberíamos ofrecer a Dios. El
primero es la alabanza a Dios en la adoración y la evangelización, y el segundo es hacer
el bien a los demás y compartir lo que tenemos.
Por tanto, ofrezcamos continuamente mediante él [Cristo], sacrificio de
alabanza a Dios, es decir, el fruto de labios que confiesan su nombre. Y no os
olvidéis de hacer el bien y de la ayuda mutua, porque de tales sacrificios se
agrada Dios.
Pablo escribió sobre los dones sacrificiales del dinero enviado por la iglesia de los
filipenses para apoyar su ministerio:
“Habiendo recibido de Epafrodito lo que habéis enviado: fragante aroma,
sacrificio aceptable, agradable a Dios”.
Y también comentó acerca de la abnegación que surge de sufrir persecución por
llevar a cabo el ministerio del evangelio:
Pero aunque yo sea derramado como libación sobre el sacrificio y servicio de
vuestra fe, me regocijo y comparto mi gozo con todos vosotros. Y también
vosotros, os ruego, regocijaos de la misma manera, y compartid vuestro gozo
conmigo.
De manera similar, Pedro trata sobre los sacrificios que deberíamos ofrecer a Dios,
proclamando sus poderosos hechos en el mundo en nuestro testimonio público y
nuestra evangelización:
Y viniendo a él como a una piedra viva, desechada por los hombres, pero
escogida y preciosa delante de Dios, también vosotros, como piedras vivas, sed
edificados como casa espiritual para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios
espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo [...]. Pero vosotros sois
linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido para posesión de
Dios, a fin de que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su
luz admirable.
Despreciar estos sacrificios podría suponer dejar de ofrecer sacrificios satisfactorios
de ofrendas cotidianas a Dios; de la forma en que servimos al cuerpo de Cristo, damos
dinero para apoyar el ministerio cristiano, o sufrimos por nuestra presentación pública

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del evangelio.
3. Menospreciar nuestro estilo de vida abnegado
La tercera forma es considerar que estos sacrificios, cumplidos en Cristo, apuntan a
la vida de abnegación que sus seguidores estamos llamados a abrazar, imitándolo a él,
por su gracia. Despreciamos, por tanto, estos sacrificios así como el de Cristo cuando no
nos aceptamos “los unos a los otros, como también Cristo nos aceptó” o no nos
amamos “los unos a los otros” como Dios nos amó cuando envió a su Hijo como el
Salvador del mundo. Porque “en esto conocemos el amor: en que él puso su vida por
nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos” y “se
[nos] ha concedido por amor a Cristo, no solo creer en él, sino también sufrir por él”398.
Pablo también escribió sobre la necesidad de perdonarnos unos a otros, siguiendo
el ejemplo del sacrificio de Cristo:
Sea quitada de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritos, maledicencia, así
como toda malicia. Sed más bien amables unos con otros, misericordiosos,
perdonándoos unos a otros, así como también Dios os perdonó en Cristo. Sed,
pues, imitadores de Dios como hijos amados; y andad en amor, así como también
Cristo os amó y se dio a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios, como
fragante aroma.
Podemos dejar de vivir una vida que refleje el sacrificio de Cristo si no nos
acogemos, amamos, perdonamos los unos a los otros, o no ponemos nuestra vida los
unos por los otros. Por supuesto que es relativamente fácil comportarnos así con
quienes amamos. Sentimos una afinidad natural, y es menos probable que nos ofendan;
por ello, queremos mantener nuestra mutua relación y nos resulta posible acogerlos,
amarlos, perdonarlos y poner nuestra vida por ellos. Pero estas instrucciones no se
refieren a nuestras relaciones íntimas, sino a cómo tratamos a otros creyentes. Es algo
mucho más exigente, sobre todo cuando se trata de personas que no tienen razón y son
irreflexivas, ofensivas, groseras, intolerantes, pecadoras y convencidas de no estar
equivocadas. Para ser sincero, ¡no siempre resulta fácil ofrecer el sacrificio de acogida,
amor, perdón y entrega de nuestra vida por aquellos que están cerca de nosotros!
Como alguien dijo: “¿Quién es nuestro prójimo?”. ¡Alguien que Dios pone cerca de
nosotros para probar nuestro crecimiento en Cristo!

c. ¿Una iglesia sacrificial?


Si reunimos las distintas ideas de sacrificio en el Nuevo Testamento, veremos con
qué facilidad podríamos caer en la misma trampa que el pueblo de Dios del tiempo de
Malaquías, y despreciar el nombre de Dios ofreciendo sacrificios de segunda mano que
parecen buenos, pero solo son triviales; que tienen aspecto de piedad, pero no la
sustancia; sacrificios que no nos cuesten nada.
¿Cómo podemos saber que podríamos correr el peligro de menospreciar el sacrificio
de Cristo? Porque el pueblo de la época de Malaquías subestimó sus sacrificios,
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aquellos que apuntaban al sacrificio de Cristo.


Ofrecer un sacrificio satisfactorio es más que estar sencillamente a favor de una
idea. Es vivir deliberadamente para hacer aquello que más nos cuesta, y rendir algo
para poder ofrecer a Dios la obediencia y el servicio que le corresponde. Como afirmó el
rey David: “No ofreceré al Señor mi Dios holocausto que no me cueste nada”. Con todo,
el objetivo principal de los sacrificios no es lo que nos cuesten, sino que agraden a Dios.
Tenemos que considerar nuestros sacrificios como algo centrado en él.
¿Tu iglesia es sacrificial? ¿A qué renuncia para ofrecérselo a Dios? ¿Tu ministerio es
sacrificial? ¿Qué rindes para poder llevarlo a cabo? ¿Tu vida es sacrificial? ¿Qué te
cuesta vivir como cristiano? ¿Te ofreces a ti mismo deliberadamente a Dios cada día
como sacrificio vivo? ¿Le presentas cada día como una oportunidad de darle con alegría
cualquier cosa que te pida? ¿Tu cuenta bancaria habla de vida sacrificial? ¿Tu vida social
es sacrificial? ¿Tus oraciones son sacrificiales o están centradas en ti mismo y son
egoístas? ¿Qué me dices de las oraciones de tu iglesia? ¿Se enfocan tan solo en sus
necesidades o carencias, o son sacrificiales? ¿Y qué hay del uso que hace de sus
recursos? ¿Sacrificial o autocomplaciente?
Existen muchos argumentos contra la vida sacrificial. Nos rodean en nuestra
sociedad y se infiltran en nuestro pensamiento y nuestros actos en la iglesia. He aquí
unos cuantos:
¿No es la abnegación psicológicamente peligrosa? ¿No dañará mi personalidad que
me niegue a mí mismo?
No, no hay ningún peligro en la abnegación y el sacrificio conscientes y deliberados,
y no te perjudicarás siempre que tu negación de ti mismo sea deliberada y hayas tenido
en cuenta el coste.
¿No existe el peligro de una abnegación obsesiva?
Sí, lo hay, pero no sientas que tienes que llegar a ese extremo y no permitas que el
temor a un comportamiento extremista te impida cumplir con tu deber cristiano básico.
Con toda seguridad, el gran sacrificio de Cristo significa que no tenemos que ofrecer
ninguno más. ¿No existe el peligro de pensar que nos estamos salvando por nuestros
propios sacrificios?
El sacrificio de Cristo es lo único que nos salva, pero aquel que nos rescató por su
sacrificio nos llamó a seguirle en los sacrificios que hacemos. Así como somos “salvados
para servir”, también lo somos “para el sacrificio”. No significa que nuestros sacrificios
nos salven, sino que son una respuesta adecuada a Dios por parte de personas a las que
ha rescatado.
Si no poseo dones destacables, mi sacrificio no tendrá un valor real.
No es así. Dios ama los sacrificios de amor de todos sus hijos y los usa para bien.
¿Me proporcionará felicidad la abnegación?
Tal vez esta no sea la mejor pregunta que uno pueda hacer. Debería motivarnos lo
que Dios quiere y no lo que nosotros deseamos. Y, de hecho, si puedes trabajar a través
del dolor, puede haber gozo al ser liberado del egocentrismo. En última instancia, la
gloria de Dios será nuestro mayor regocijo.
Indudablemente, necesito establecerme primero, tener una buena carrera, buenos
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ingresos y mi propia casa. Después planificaré algunos sacrificios.


Bueno, esto sólo te lo pondrá más difícil, porque te acostumbrará al más alto nivel
de vida y el cambio quizá te resulte imposible. “Ahora, como entonces” es una buena
guía. Es decir, el tipo de vida cristiana que vives ahora demuestra cómo vivirás en el
futuro.
Sin duda, nuestra iglesia debería edificarse primero, y solo entonces pensar en los
que están afuera, o en los cristianos en el extranjero.
De nuevo, “ahora, como entonces” es una buena guía de lo que ocurrirá. A una
iglesia que se basa en el egoísmo, le resultará muy difícil cambiar sus formas.
¿No importa si los sacrificios son ocasionales?
Sí, porque el Señor Jesús nos dijo que tomáramos nuestra cruz cada día para poder
seguirlo, y Pablo nos desafió a ofrecernos como sacrificio vivo.
Sin duda, cualquier sacrificio que hacemos es tan inútil que insulta a Dios.
No, porque las imperfecciones en nuestros sacrificios quedan cubiertas por el
sacrificio de Cristo: estamos “en Cristo” y ofrecemos nuestros sacrificios “por medio de
él”. Por tanto, Dios, nuestro Padre celestial, los aceptará por amor a Cristo y en él.
Este inquietante poema de Amy Carmichael, célebre misionera en India, es
demasiado bueno para perdérselo.
¿Es que no tienes cicatrices?
¿Ninguna escondida en el pie, el costado o la mano?
Cual poderoso en la tierra percibo tu canto;
los oigo aclamar tu clara estrella ascendente.
¿Es que no tienes cicatrices?
¿Es que no tienes heridas?
Yo sí fui herido por los arqueros; agotado,
me apoyaron contra un árbol para que muriera; y desgarrado
por bestias salvajes que me rodeaban, desfallecí.
¿Es que no tienes heridas?
¿Heridas? ¿Cicatrices?
Como el Señor, así será el siervo,
y traspasados serán los pies de quien me siga.
Pero los tuyos están enteros; ¿cuánto me habrá seguido
quien no tenga heridas ni cicatrices?

Os ruego que cerréis las puertas del templo (10–14)


El templo de Malaquías era el segundo que se edificó en Jerusalén. El rey Salomón
construyó el primero; más tarde, cuando los babilonios capturaron la ciudad, el templo
fue destruido y muchos de sus utensilios llevados a Babilonia. Cuando el pueblo de Dios
regresó del exilio babilónico, levantó el segundo templo, como leemos en Esdras,
impulsado por la predicación de Hageo y Zacarías.
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A menudo, pensamos en el templo como símbolo de la presencia de Dios entre su


pueblo, una especie de ayuda visual. Era mucho más que todo esto. Era el lugar donde
Dios se hizo presente sobre la tierra, y el arca del pacto era su trono terrenal en el
templo, como lo había sido en el tabernáculo construido bajo el liderazgo de Moisés, en
el monte Sinaí. Se trataba de una tienda a modo de templo portátil, levantado en Sinaí
y transportado a través del desierto; lo montaban cada vez que el pueblo descansaba y,
finalmente, entró con él en la tierra prometida y lo erigieron allí. Precedió al primer
templo.
Estas son las palabras que Dios empleó cuando dio instrucciones a Moisés para que
edificara el tabernáculo: “Y que hagan un santuario para mí, para que yo habite entre
ellos”. Y cuando el tabernáculo fue acabado, quedó cubierto por la nube, la señal visible
de la presencia de Dios:
Entonces la nube cubrió la tienda de reunión y la gloria del Señor llenó el
tabernáculo. Y Moisés no podía entrar en la tienda de reunión porque la nube
estaba sobre ella y la gloria del Señor llenaba el tabernáculo.
La nube de día y el fuego por la noche eran el testimonio de la presencia de Dios.
Y en todas sus jornadas cuando la nube se alzaba de sobre el tabernáculo, los
hijos de Israel se ponían en marcha; pero si la nube no se alzaba, ellos no se
ponían en marcha hasta el día en que se alzaba. Porque la nube del Señor estaba
de día sobre el tabernáculo, y de noche había fuego allí a la vista de toda la casa
de Israel en todas sus jornadas.
Después de entrar en la tierra prometida, recibieron instrucciones de levantar un
santuario central que sería la morada de Dios, donde él viviría en medio de ellos. Allí se
congregarían en su presencia.
Sino que buscaréis al Señor en el lugar en que el Señor vuestro Dios escoja de
todas vuestras tribus, para poner allí su nombre para su morada, y allí vendréis. Y
allí traeréis vuestros holocaustos, vuestros sacrificios, vuestros diezmos, la
contribución de vuestra mano [...]. Allí también vosotros y vuestras familias
comeréis en presencia del Señor vuestro Dios....
El santuario central se convirtió en el templo. Cuando Salomón dedicó el primero,
habló acerca de personas que orarían mirando hacia él, porque el nombre de Dios
estaba presente allí.
No obstante, atiende a la oración de tu siervo y a su súplica, oh Señor Dios
mío, para que oigas el clamor y la oración que tu siervo hace hoy delante de ti;
que tus ojos estén abiertos noche y día sobre esta casa, hacia el lugar del cual
has dicho: Mi nombre estará allí, para que oigas la oración que tu siervo hará
sobre este lugar. Y escucha la súplica de tu siervo y de tu pueblo Israel cuando
oren hacia este lugar; escucha tú en el lugar de tu morada, en los cielos; escucha

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y perdona.
Por supuesto que Dios no estaba confinado en el templo, pero manifestaba allí su
presencia. No es de sorprender que el pueblo orara: “Presta oído, oh Pastor de Israel; tú
que estás sentado más alto que los querubines; ¡resplandece! [...], despierta tu poder y
ven a salvarnos. Restáuranos, oh Dios, y haz resplandecer tu rostro sobre nosotros, y
seremos salvos”. La idea es que las palabras de Dios, Oh, si hubiera entre vosotros quien
cerrara las puertas (10), no solo eran el deseo de que el pueblo aprendiera la lección,
sino de que se quedaran fuera de su presencia sobre la tierra. Dios preferiría que
estuvieran apartados a que vinieran sin ganas, con renuencia, fingiendo una adoración y
un compromiso que no sentían. Las palabras de Dios aquí evocan las que pronunció por
medio de Isaías muchos años antes:
¿Quién demanda esto de vosotros, de que pisoteéis mis atrios?
No traigáis más vuestras vanas ofrendas,
el incienso me es abominación [...].
Y cuando extendáis vuestras manos,
esconderé mis ojos de vosotros;
sí, aunque multipliquéis las oraciones,
no escucharé.
El templo es el hogar terrenal de Dios. Les está pidiendo a sus visitantes que lo
abandonen. Aquí Dios, por medio de Malaquías, afirma que no disfruta de su compañía
y que no aceptará sus ofrendas:
¡Oh, si hubiera entre vosotros quien cerrara las puertas para que no
encendierais mi altar en vano! No me complazco en vosotros, dice el Señor de los
ejércitos, ni de vuestra mano aceptaré ofrenda (10).
Estaban haciendo un mal uso del medio que Dios había dispuesto por su
misericordia para posibilitar que estuvieran en su presencia, a saber, el templo y los
sacrificios. Y es que la adoración y ofrecer sacrificios no eran esfuerzos humanos por
ganar el favor de Dios, sino dones de su gracia que facultaban a su pueblo para venir
ante él con sus pecados perdonados y expresar su agradecimiento, su compromiso y su
alabanza. Dios proveyó el templo, los sacerdotes y los sacrificios, y todos ellos eran sus
dones misericordiosos.
Además, todo eso eran señales visibles del Cristo que había de venir. Dios, que
manifestó su gloria en el templo, estaría personalmente presente en su vida encarnada
en su Hijo. En la cruz, este cumpliría la obra de los sacerdotes y los sacrificios en su
ofrenda de sí mismo, de una vez y para siempre. Si el pueblo de Dios menospreciaba el
templo y los sacrificios, lo más probable es que tampoco acogieran al Mesías venidero.
Esto nos ayuda entender la profunda relevancia de sus actos y actitudes.
Posteriormente, Jesús mismo purificó el templo de sus corrupciones (Jn. 2:18–22);
también cumplió su promesa mediante su muerte expiatoria como sacerdote y

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sacrificio (He. 9:1–14).


Esta sección de Malaquías apunta asimismo a la endeblez y el pecado de los
sacerdotes. En última instancia, la obra de animales frágiles y unos sacerdotes débiles,
pecaminosos y mortales, acabará cuando se vea cumplida y remplazada en la obra de
Cristo. Como leemos en Hebreos:
Los sacerdotes anteriores eran más numerosos porque la muerte les impedía
continuar, pero él [Cristo] conserva su sacerdocio inmutable puesto que
permanece para siempre. Por lo cual, él también es poderoso para salvar para
siempre a los que por medio de él se acercan a Dios, puesto que vive
perpetuamente para interceder por ellos.
Porque convenía que tuviéramos tal sumo sacerdote: santo, inocente,
inmaculado, apartado de los pecadores y exaltado más allá de los cielos, que no
necesita, como aquellos sumos sacerdotes, ofrecer sacrificios diariamente,
primero por sus propios pecados y después por los pecados del pueblo; porque
esto lo hizo una vez para siempre, cuando se ofreció a sí mismo. Porque la ley
designa como sumos sacerdotes a hombres débiles, pero la palabra del
juramento, que vino después de la ley, designa al Hijo, hecho perfecto para
siempre.
En lugar de estos muchos sacrificios ofrecidos por numerosos sacerdotes, Cristo
presentó “un solo sacrificio por los pecados para siempre”, y, después, “se sentó a la
diestra de Dios”, habiendo acabado su obra expiatoria.
Por tanto, no se nos está diciendo que nos quedemos lejos de Dios, a causa de los
sacerdotes imperfectos y desobedientes, sino que nos acerquemos a él por medio de
Cristo:
Entonces, hermanos, puesto que tenemos confianza para entrar al Lugar
Santísimo por la sangre de Jesús, por un camino nuevo y vivo que él inauguró
para nosotros por medio del velo, es decir, su carne, y puesto que tenemos un
gran sacerdote sobre la casa de Dios, acerquémonos con corazón sincero, en
plena certidumbre de fe, teniendo nuestro corazón purificado de mala conciencia
y nuestro cuerpo lavado con agua pura. Mantengamos firme la profesión de
nuestra esperanza sin vacilar, porque fiel es el que prometió; y consideremos
cómo estimularnos unos a otros al amor y a las buenas obras, no dejando de
congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos unos a
otros, y mucho más al ver que el día se acerca.
¡Qué gran antídoto para los problemas del tiempo de Malaquías!

a. Mi nombre será grande entre las naciones (11)


Porque desde la salida del sol hasta su puesta, mi nombre será grande entre
las naciones, y en todo lugar se ofrecerá incienso a mi nombre, y ofrenda pura de

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cereal; pues grande será mi nombre entre las naciones, dice el Señor de los
ejércitos (11).
La idea de este versículo es clara, aunque resulta más difícil descubrir su significado
pleno. Se trata del contraste entre la actitud hacia Dios entre las naciones y el
comportamiento y las acciones de los sacerdotes de la época de Malaquías en los
versículos 6–10 y 12–14. El enfoque de este verso queda reforzado por la última sección
del versículo 14, que muestra la diferencia entre los sacrificios de mala calidad y
mezquinos de los sacerdotes de Jerusalén y el servicio y la adoración a Dios de buen
grado en otros lugares por todo el mundo.
Con todo, el significado de este tipo de adoración, con buena disposición, por todo
el mundo es más difícil de descubrir. Sin lugar a duda, es universal y mundial. Es desde
la salida del sol hasta su puesta; es entre las naciones; es en todo lugar; y, de nuevo,
entre todas las naciones.
Algunos dan por hecho que alude a la adoración ofrecida por los judíos exiliados aún
en Babilonia, Asiria, Egipto y en otros lugares. Habían sido ampliamente dispersados
entre las naciones del tiempo de Malaquías y quizá se podría decir que estaban en todo
lugar de este a oeste. No obstante, el versículo parece implicar que las naciones, los
gentiles, son los que ofrecen esta adoración y el mensaje del Antiguo Testamento
parece consistir en que el piadoso remanente del pueblo de Dios es el que ha regresado
a Jerusalén.
Otros creen que se trata de los gentiles que temen a Dios y que se unieron a la
adoración de su pueblo, pero no hay prueba alguna de que fueran tan numerosos en
aquel tiempo como para justificar la afirmación universal de este versículo.
Los hay que lo entienden como una referencia a “creyentes verdaderos anónimos”
entre todas las naciones, que tal vez desconozcan la revelación de Dios en el Antiguo
Testamento, sus palabras y sus obras, su elección de Israel, del templo, de los
sacerdotes, de los sacrificios o de los profetas, y, a pesar de ello, adoran al Dios
verdadero en los rituales de su propia religión. Esto parece improbable, ya que, como
hemos visto, el nombre de Dios significa su revelación de sí mismo a Israel, de su
carácter y su presencia en el templo. Tampoco existe prueba alguna en otro lugar del
Antiguo Testamento de que Dios aceptara la adoración pagana; de hecho, se deja claro
que es inaceptable.
También podría ser que las naciones hubieran aprendido a respetar al Señor aunque
no le sirvieran. Sin embargo, el versículo indica más bien una respuesta positiva a Dios y
no respeto.
Resultaría poco sabio adoptar cualquiera de estas opiniones sin más pruebas y
respaldo de otras partes de la Biblia. Siempre es peligroso aceptar un criterio basado en
un solo versículo, sobre todo cuando son juicios contradichos por pasajes muy claros de
la Biblia. Lo más probable es que se trate de una referencia futura y, ciertamente, las
palabras se podrían traducir de este modo:
Porque desde la salida del sol hasta su puesta, mi nombre será grande entre

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las naciones, y en todo lugar se ofrecerá incienso a mi nombre, y ofrenda pura de


cereal; pues grande será mi nombre grande entre las naciones, dice el Señor de
los ejércitos.
Si esto es así, nos encontramos en terreno bíblico familiar, porque se convierte en
un importante tema tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, el de la conversión
de las naciones por medio del ministerio de los apóstoles de Jesucristo.
La Iglesia Católico-Romana utiliza Malaquías 1:11 como profecía de la eucaristía. Si
hoy aprobamos esta idea, el mejor remedio consiste en enfatizar que todos los
sacrificios del Antiguo Testamento que trataban con el pecado, así como la acción de los
sacerdotes al hacer estas ofrendas, se cumplieron en el sacrificio de Cristo en la cruz.
Los sacrificios del Antiguo Testamento lograron la expiación, pero su contrapartida en el
Nuevo Testamento no es la Santa Cena, sino la muerte de Cristo en la cruz. Y es que
aquel sacrificio se hizo de una vez y para siempre:
Pero cuando Cristo apareció [...], no por medio de la sangre de machos
cabríos y de becerros, sino por medio de su propia sangre, entró al Lugar
Santísimo una vez para siempre, habiendo obtenido redención eterna.
Una sola vez en la consumación de los siglos, [Cristo] se ha manifestado para
destruir el pecado por el sacrificio de sí mismo.
Por esta voluntad [de Dios] hemos sido santificados mediante la ofrenda del
cuerpo de Jesucristo una vez para siempre.
Y aunque Cristo sigue siendo sacerdote para siempre, ya no está ofreciendo su
sacrificio en el cielo:
Y ciertamente todo sacerdote está de pie, día tras día, ministrando y
ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los
pecados; pero él, habiendo ofrecido un solo sacrificio por los pecados para
siempre, se sentó a la diestra de Dios.
Su sacrificio sigue siendo poderoso por toda la eternidad, pero él no sigue
ofreciéndolo. La obra expiatoria de Cristo está acabada, de modo que ninguna “misa”
terrenal puede formar parte de una ofrenda eterna suya.
En resumen, este versículo contrasta la falta de una obediencia dispuesta de los
sacerdotes en el tiempo de Malaquías con la conversión futura, de buen grado, de las
naciones. Jesús estableció un contraste similar:
Y os digo que vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán a la
mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos. Pero los hijos del reino
serán arrojados a las tinieblas de afuera; allí será el llanto y el crujir de dientes.
En la parábola de la viña, advierte al pueblo de Dios que “el reino de Dios os será
quitado y será dado a una nación que produzca sus frutos”. Y la política de Pablo, como
apóstol a las naciones, fue utilizar su conversión para instar a los judíos a creer en el

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Mesías, Jesús:
“Puesto que yo soy apóstol de los gentiles, honro mi ministerio, si en alguna
manera puedo causar celos a mis compatriotas y salvar a algunos de ellos”.
En realidad, este uso de los gentiles con el fin de espolear a los judíos para que
respondieran a Dios se predijo en Deuteronomio:
Ellos me han provocado a celo con lo que no es Dios;
me han irritado con sus ídolos.
Yo, pues, los provocaré a celos con los que no son un pueblo;
los irritaré con una nación insensata.
Y la conversión de los gentiles es, asimismo, un recordatorio para Israel de que son
sujetos de la gratuita misericordia y gracia de Dios, como leemos en estas palabras del
profeta Oseas:
Pero el número de los hijos de Israel será como la arena del mar, que no se
puede medir ni contar; y sucederá que en el lugar donde se les dice: No sois mi
pueblo, se les dirá: Sois hijos del Dios viviente.
De manera que esta interpretación encaja bien con algunos temas importantes de la
Biblia y nos ayuda a entender un versículo difícil. Dios será alabado a pesar del pecado
de su pueblo escogido. Él levantará pueblos que lo honren y en quien su gracia
transformadora sea eficaz y fructífera.

b. Profanar el nombre del Señor (12–13)


En contraste con esta adoración futura de Dios, vemos la actitud de su pueblo en la
época de Malaquías: Pero vosotros lo profanáis [es decir, el nombre del Señor], cuando
decís: La mesa del Señor es inmunda, y su fruto, su alimento despreciable. También
decís: ¡Ay, qué fastidio! Y con indiferencia lo despreciáis, dice el Señor de los ejércitos...
Estas palabras parecen dirigirse tanto a los sacerdotes como al pueblo. La actitud de
los líderes ha contaminado, pues, al pueblo, y los líderes eran incapaces de resistir o
cuestionar que el pueblo llevara animales enfermos al sacrificio. Y es que el pueblo
escogía a los animales que iban a ofrecer, y correspondía a los sacerdotes aceptarlo
como apto para la ofrenda o rechazarlo.
Menospreciar el nombre del Señor (6) es tratarlo como si no tuviera valor;
profanarlo (12) era considerarlo como algo que no es santo. Los sacerdotes hacen esto
cuando decís: La mesa del Señor es inmunda, y su fruto, su alimento despreciable (12).
Aquí vemos que el pecado engendra pecado, y los pecados producen peores pecados.
Empezaron aceptando sacrificios indignos que, más tarde, condujeron a menospreciar
la mesa o el altar sobre el cual se ofrecían los sacrificios. La lógica es que, si los
sacrificios eran indignos, la mesa también debía serlo. Por tanto, desprecian el don
misericordioso de Dios, el medio por el cual se expía el pecado y se aceptan las

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ofrendas. Menospreciar los dones de Dios es rechazarlo a él; tratar sus dones de gracia
como cosa no santa supone desechar el medio mismo que Dios ha provisto para que los
pecados sean perdonados. Y esta actitud se refleja después en lo que dicen,
comunicándose así a los demás, sacerdotes y adoradores por igual: También decís: ¡Ay,
qué fastidio! Y con indiferencia lo despreciáis, dice el Señor de los ejércitos (13). Vemos
aquí un declive moral continuado en el que el pecado se multiplica y se intensifica.

c. La irreverencia en la actualidad
El pueblo y los sacerdotes de la época de Malaquías estaban en una situación similar
a algunos del pueblo de Dios en los tiempos del Nuevo Testamento, tal como se refleja
en la carta a los Hebreos que hemos visto. Menospreciar el medio de expiación de Dios
en cualquier periodo es peligroso, y aún más apartarnos de Cristo, el gran sumo
sacerdote y sacrificio de Dios. Apostatar de él no deja lugar al perdón, porque tanto
este como nuestra purificación solo están en Cristo.
Cualquiera que viola la ley de Moisés muere sin misericordia por el testimonio
de dos o tres testigos. ¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que ha
hollado bajo sus pies al Hijo de Dios, y ha tenido por inmunda la sangre del pacto
por la cual fue santificado, y ha ultrajado al Espíritu de gracia?.
¿Cómo podrían recibir el perdón quienes rechazan al Hijo de Dios, profanan su
sangre y ultrajan al Espíritu? Han repudiado el medio de expiación, de perdón y de
purificación.
¿Quién más podría profanar lo que es santo? Observa algunas otras advertencias
del Nuevo Testamento con respecto a la irreverencia.
1. No dejar que la amargura estropee la santidad que compartimos en la iglesia al
volvernos irreverentes como Esaú:
Buscad la paz con todos y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor. Mirad
bien que nadie deje de alcanzar la gracia de Dios; que ninguna raíz de amargura,
brotando, cause dificultades y por ella muchos sean contaminados; que no haya
ninguna persona inmoral ni profana como Esaú, que vendió su primogenitura por
una comida.
2. No ignorar la santidad de la iglesia y menospreciarla como si fuera algo común o
profano:
¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en
vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él, porque el
templo de Dios es santo, y eso es lo que vosotros sois.
Porque todas las veces que comáis este pan y bebáis esta copa, la muerte del
Señor proclamáis hasta que Él venga. De manera que el que coma el pan o beba
la copa del Señor indignamente, será culpable del cuerpo y de la sangre del

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Señor. Por tanto, examínese cada uno a sí mismo, y entonces coma del pan y
beba de la copa. Porque el que come y bebe sin discernir correctamente el cuerpo
del Señor, come y bebe juicio para sí.
3. No cambiar la verdad del evangelio de Cristo por parloteos y mitos profanos:
Al señalar estas cosas a los hermanos serás un buen ministro de Cristo Jesús,
nutrido con las palabras de la fe y de la buena doctrina que has seguido. Pero
nada tengas que ver con las fábulas profanas propias de viejas.
Oh Timoteo, guarda lo que se te ha encomendado, y evita las palabrerías
vacías y profanas, y las objeciones de lo que falsamente se llama ciencia, la cual
profesándola algunos, se han desviado de la fe.
Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no
tiene de qué avergonzarse, que maneja con precisión la palabra de verdad. Evita
las palabrerías vacías y profanas, porque los dados a ellas conducirán más y más
a la impiedad, y su palabra se extenderá como gangrena.
4. Rechazar la promiscuidad y no profanar nuestro cuerpo:
Huid de la fornicación. Todos los demás pecados que un hombre comete
están fuera del cuerpo, pero el fornicario peca contra su propio cuerpo. ¿O no
sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros, el
cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Pues por precio habéis sido
comprados; por tanto, glorificad a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu,
los cuales son de Dios.

d. Sacrificios de animales atropellados


Traéis lo robado, o cojo, o enfermo; así traéis la ofrenda. ¿Aceptaré eso de
vuestra mano?, dice el Señor.
Los sacrificios de mala calidad, los rituales de animales en mal estado, revelan lo que
los sacerdotes piensan sobre la necesidad de expiación, y sobre la relevancia de la
dedicación, la acción de gracias y la comunión con Dios. Menosprecian a Dios y, por
tanto, se degradan a sí mismos y su ministerio. Su actitud es, asimismo, tan poderosa
que se ha propagado al pueblo y el resultado es una rancia hipocresía. ¡Maldito sea el
engañador que tiene un macho en su rebaño, y lo promete, pero sacrifica un animal
dañado al Señor! (14). ¿Por qué intentaría alguien un engaño como este? No
conseguiría burlar a Dios. ¿Conseguiría engañar a sus vecinos? El pecado ciega de tal
manera que el timador parece estar estafándose a sí mismo. Una de las consecuencias
de mentir es que acabamos por no confiar en los demás; por tanto, uno de los
resultados de engañar a otros es que solo conseguimos burlarnos a nosotros mismos.
Esta hipocresía provoca la maldición del pacto de Dios, porque añade una tentativa de

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estafa por tacañería, dejando de dar a Dios lo que se le debe: Maldito sea el engañador
(14).
Y todo esto es tan fútil, porque yo soy el Gran Rey, dice el Señor de los ejércitos, y mi
nombre es temido entre las naciones (14). No escaparán con sus mezquinos sacrificios,
despreciando el nombre de Dios, tratando la mesa del templo como algo contaminado,
ofreciendo animales dañados, intentando engañar a Dios, porque él es el Señor de los
ejércitos, un gran Rey (14). Y aunque sean renuentes a alabar y descuidados en su
adoración, Dios sigue siendo el Señor de los ejércitos, adorado en verdad y servido por
todos los ángeles, y será temido entre las naciones (14). Los sacerdotes y el pueblo de la
época de Malaquías necesitaban, pues, volver a aprender una gran verdad: El amor de
Dios es un don gratuito que no se puede ganar y que exige una obediencia total. Y es
que, como podían leer en Deuteronomio:
“El Señor no puso su amor en vosotros ni os escogió por ser [...], mas porque
el Señor os amó”, y, “amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu
alma y con toda tu fuerza”.
El amor de Dios es un don gratuito por el que debemos darlo todo a cambio.

e. El autoengaño en la actualidad
Por supuesto que nos quedamos totalmente sorprendidos ante el autoengaño que
abundaba en la época de Malaquías. ¿Cómo podían pensar los sacerdotes y el pueblo
que unos actos semejantes podían ser satisfactorios? ¿Cómo podía haber un abismo así
entre lo que Dios decía y lo que ellos pensaban, proferían y hacían? Siempre es más
fácil ver el pecado en otro que en uno mismo, claro está.
Permíteme un ejemplo trivial. Suelo montar en bicicleta con frecuencia por el centro
urbano de Melbourne. De vez en cuando, por razones de conveniencia, utilizo las zonas
peatonales, sobre todo al principio o al final de mi trayecto. Cuando lo hago, sé que los
peatones están perfectamente a salvo, porque tengo tanta experiencia como ciclista
que puedo evitarles cualquier peligro. ¿Por qué tendrían que preocuparse? Sin
embargo, cuando el peatón soy yo, la situación es totalmente distinta. Si alguien va en
bicicleta por donde yo voy caminando, considero su conducta imprudente, peligrosa,
egoísta, permisiva, estúpida y una amenaza para la seguridad pública. ¡Cómo cambia mi
actitud! ¡Y cuán incoherente soy!
Cuando contemplamos al pueblo de Dios en el tiempo de Malaquías, es como
mirarse en un espejo. Contemplamos nuestro reflejo. Y lo que vemos es la facilidad con
la que el pueblo de Dios se ciega a la realidad, con la que el pecado los ciega a ellos y
también a nosotros. A lo largo de todo el libro de Malaquías, existe una brecha
inquietante entre lo que Dios ve y lo que el pueblo percibe, entre lo que Dios dice y lo
que el pueblo profiere. Hemos considerado algunos ejemplos aquí, en el capítulo uno:
“Yo os he amado, dice el Señor. Pero vosotros decís: ¿En qué nos has amado?” (1:2).
¿Dónde está mi temor?, dice el Señor de los ejércitos a vosotros sacerdotes
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que menospreciáis mi nombre. Pero vosotros decís: ¿En qué hemos


menospreciado tu nombre? Ofreciendo sobre mi altar pan inmundo. Y vosotros
decís: ¿En qué te hemos deshonrado? En que decís: “La mesa del Señor es
despreciable” (6–7).
La realidad es que somos más conscientes de las faltas y los pecados de los demás y
más ciegos a los nuestros. Y la ficción nos seduce con facilidad apartándonos de este
hecho. Somos blancos fáciles para imaginar que nuestra vida es satisfactoria cuando, en
verdad, no lo es.
Nuestro problema es que solemos pensar que vemos las cosas con claridad y no es
así. Nuestro mundo occidental es especialmente vulnerable a la ficción, ¡porque es una
droga tan común! En 1962, Daniel Borstein produjo su libro The Image: A Guide to
Pseudo Events in America. Escribió:
Nos arriesgamos a ser los primeros en la historia en haber sido capaces de convertir
sus ilusiones en algo tan vívido, tan persuasivo, tan “realista” que pueden vivir en ellas.
Somos la gente más ilusionada sobre la tierra. No nos atrevemos a desilusionarnos,
porque nuestras ilusiones son el hogar mismo en el que vivimos; son nuestras noticias,
nuestros héroes, nuestra aventura, nuestras formas de arte, nuestra experiencia
misma.
Cita a Max Frisch: “La tecnología [...] el truco de disponer el mundo de tal manera
que no tengamos que experimentarlo”, y da el ejemplo del siguiente diálogo:
El amigo admirado: “¡Vaya! ¡Qué bebé tan hermoso tiene usted!”.
La madre: “Oh, esto no es nada. ¡Debería ver su fotografía!”.
Borstein observa que esa “elaboración de noticias” aparece en lugar de “conseguir
las noticias”; que los famosos han sustituido a los verdaderos héroes; que los turistas
han remplazado a los viajeros; y que la ficción es la mayor de las realidades. Y es que
estos pseudoacontecimientos son más dramáticos, más vívidos, más caros, más
inteligibles y más sociables. Es extraordinario leer esas palabras escritas a principio de
los 60. Las imágenes son ahora más poderosas e incluso más penetrantes: en nuestra
vida diaria, no existe una realidad que no esté alterada. Borstein no escribió desde una
perspectiva cristiana, pero podemos oír su llamado a la realidad y aplicarla a la forma en
que recibimos las palabras de Dios en las Escrituras: “Deberíamos intentar llegar más
allá de nuestras imágenes. Habríamos de procurar nuevas formas de permitir que los
mensajes nos alcancen: desde nuestro propio pasado, desde Dios, desde el mundo que
podemos o creemos odiar. Dar licencia a las nociones extrañas, extranjeras y externas”.
Juan Calvino utilizó la maravillosa imagen de las Escrituras como un par de anteojos,
o lentes que nos permiten ver con claridad. “Porque así como los ojos que van
perdiendo vista o que se debilitan con la edad, o por cualquier otro defecto, no
distinguirían nada con claridad sin la ayuda de unas lentes, nosotros nos sentiríamos
inmediatamente confundidos si las Escrituras no nos guiaran en nuestra búsqueda de
Dios”. Es lo que estaba ocurriendo a través de la profecía de Malaquías. El pueblo no

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veía la realidad: las palabras de Dios por medio del profeta eran como lentes que les
permitían ver con claridad. Y estas palabras de las Escrituras pueden hacer lo mismo por
nosotros.
La irrealidad no se limita a la sociedad occidental, claro está. Lawrence de Arabia
conoció otro tipo distinto de esta en sus colegas Zeki y Nesib, cuando atravesaban el
desierto en sus camellos:
Cuando señaló que el camello de Zeki estaba lleno de sarna, este se lanzó a un
extenso discurso sobre el “Departamento veterinario del Estado”, minuciosamente
organizado y científicamente equipado que se establecería [...] (en algún momento
futuro). Él y Nesib se dejaron absorber de tal manera por la planificación de su
organización durante los días siguientes que ignoraron todos los recordatorios en
cuanto a ocuparse de la piel irritada del camello... hasta que, por fin, murió.
En realidad, la ceguera ante la realidad es universal, a menos que Dios abra nuestros
ojos, porque como Pablo escribió:
El dios de este mundo ha cegado el entendimiento de los incrédulos, para que
no vean el resplandor del evangelio de la gloria de Cristo, que es la imagen de
Dios. Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como
Señor, y a nosotros como siervos vuestros por amor de Jesús. Pues Dios, que dijo
que de las tinieblas resplandecerá la luz, es el que ha resplandecido en nuestros
corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de
Cristo.
Como Iris Murdoch comentó en una ocasión: “Vivimos en un mundo de fantasía, un
mundo de ilusión. La gran tarea en la vida consiste en hallar la realidad”. Para poderlo
hacer, necesitamos la compasión de Dios, el poder transformador de Cristo y las
Sagradas Escrituras inspiradas por el Espíritu.

Dad honor a mi nombre


Malaquías 2:1–9

En esta sección, Malaquías sigue dirigiéndose a los sacerdotes. Les advierte del
juicio en dos ocasiones (vv. 1–3 y 8–9), y en los versículos 3–7 les recuerda el buen
modelo de sacerdocio de su antepasado Leví. El supremo llamamiento que tienen como
sacerdotes del linaje de Leví supone gran responsabilidad. Y es que una gran bendición
exige la gran responsabilidad que conlleva el peligro de un gran juicio.

1. La responsabilidad de los sacerdotes


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El asunto que se trataba en 1:6–14 era el de los sacrificios que los sacerdotes
aprobaban y ofrecían a Dios; aquí, en 2:1–9, lo que se tiene en mente es la otra
responsabilidad sacerdotal, la de enseñar la ley al pueblo y darles un buen ejemplo. Con
frecuencia, pensamos que los sacerdotes del Antiguo Testamento solo se ocupaban de
ofrecer los sacrificios, pero también debían guardar, leer, enseñar y aplicar la ley de
Moisés al pueblo. Moisés bendijo la tribu de sacerdotes con estas palabras: “Porque
obedecieron tu palabra, y guardaron tu pacto. Ellos enseñarán tus ordenanzas a Jacob y
tu ley a Israel”. En Hageo, leemos lo siguiente con respecto a este ministerio: “Así dice
el Señor de los ejércitos: “Pide ahora instrucción a los sacerdotes”445. Crónicas alude a
un tiempo en el que el conocimiento de Dios está ausente de la vida del pueblo: “Y por
muchos días Israel estuvo sin el Dios verdadero, y sin sacerdote que enseñara, y sin ley”.
Y, al parecer, esta era también la situación en la época de Malaquías: Pues los labios del
sacerdote deben guardar la sabiduría, y los hombres deben buscar la instrucción de su
boca, porque él es el mensajero del Señor de los ejércitos (7).
En realidad, es como si un prolongado problema se repitiera, porque, si los
sacerdotes hubieran hecho su trabajo y enseñado y aplicado la ley de Moisés, no habría
sido tan necesario que los profetas tuvieran que llamar al pueblo de nuevo a la
obediencia. Sin embargo, en los días de Malaquías, parece ser que los sacerdotes
habían descuidado ambos aspectos de su ministerio: los sacrificios y la enseñanza. Por
tanto, este era el triste resultado lógico. Si no honraban a Dios ofreciendo los sacrificios
correctos, no lo harían mediante la enseñanza de su ley.
Dios amenaza con deshonrarlos como ellos lo estaban denigrando a él, y con hacer
que su valioso ministerio fuera inútil.
Y ahora, para vosotros, sacerdotes, es este mandamiento. Si no escucháis, y si
no decidís de corazón dar honor a mi nombre, dice el Señor de los ejércitos,
enviaré sobre vosotros maldición, y maldeciré vuestras bendiciones; y en verdad,
ya las he maldecido, porque no lo habéis decidido de corazón. He aquí, yo
reprenderé a vuestra descendencia, y os echaré estiércol a la cara, el estiércol de
vuestras fiestas, y seréis llevados con él (1–3).
Es posible que retrocedamos ante estas duras palabras, pero advertir al pueblo
sobre el peligro en el que están es un acto de bondad y de gracia: Si no escucháis (1).
Dios les ha dicho: Menospreciáis mi nombre (1:6), de modo que ahora les invita a un
profundo arrepentimiento, a decidir de corazón dar honor a mi nombre (2). El mejor
antídoto para el pecado es la justicia; para el odio, el amor, y para el menosprecio del
carácter revelado y de la presencia de Dios, decidir de corazón dar honor al nombre de
Dios (2).
Como han corrompido su ministerio de ofrecer sacrificios, Dios les advierte que
pronunciará la maldición del pacto y lo pone en práctica renegando de sus bendiciones:
Enviaré sobre vosotros maldición, y maldeciré vuestras bendiciones (2). En realidad, ya lo
ha hecho y ha corrompido su ministerio de bendecir al pueblo: Enviaré sobre vosotros
maldición, y maldeciré vuestras bendiciones; y en verdad, ya las he maldecido, porque no
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lo habéis decidido de corazón (2). Se supone que han de recibir las bendiciones del
pacto y compartirlas, pero sufrirán y extenderán las maldiciones de Dios, si no se
arrepienten y no deciden de corazón dar honor a Dios y a su nombre (2). Dios los
maldecirá haciéndolos ceremonialmente impuros e inadecuados para servir: He aquí, yo
reprenderé a vuestra descendencia, y os echaré estiércol a la cara, el estiércol de
vuestras fiestas (3). Serán sacados, pues, del templo con la basura: seréis llevados con él
(3).
En un momento en que el ejemplo de servicio en el templo era tan abominable, el
Señor proporciona por medio de Malaquías el retrato conmovedor del sacerdocio
piadoso, para reprender a los sacerdotes a la vez que los llamaba al arrepentimiento y
les mostraba cómo debían actuar.
Entonces sabréis que os he enviado este mandamiento para que mi pacto
siga con Leví, dice el Señor de los ejércitos. Mi pacto con él era de vida y paz, las
cuales le di para que me reverenciara; y él me reverenció, y estaba lleno de temor
ante mi nombre. La verdadera instrucción estaba en su boca, y no se hallaba
iniquidad en sus labios; en paz y rectitud caminaba conmigo, y apartaba a
muchos de la iniquidad. Pues los labios del sacerdote deben guardar la sabiduría,
y los hombres deben buscar la instrucción de su boca, porque él es el mensajero
del Señor de los ejércitos (4–7).
Leví fue el antepasado de los sacerdotes y los levitas del pueblo de Dios. La tribu de
Leví mostró su compromiso con el Señor cuando Israel fabricó el becerro de oro en el
monte Sinaí y lo adoró. Moisés llamó a esa tribu a actuar en juicio. Los hijos de Leví
hicieron como Moisés había ordenado y, unas tres mil personas del pueblo fueron
pasadas a espada ese día. Moisés dijo: “Hoy os habéis consagrado a Jehová, pues cada
uno se ha consagrado en su hijo y en su hermano, para que él dé bendición hoy sobre
vosotros” (RVR 1960)447.
De manera similar, Finees, de la tribu sacerdotal de Leví, actuó con decisión cuando
los moabitas intentaron seducir a Israel. El Señor le elogió y, al hacerlo, aludió al “pacto
de paz” que también se encuentra en Malaquías 2:5.
Entonces habló el Señor a Moisés, diciendo: Finees, hijo de Eleazar, hijo del
sacerdote Aarón, ha apartado mi furor de los hijos de Israel porque demostró su
celo por mí entre ellos, y en mi celo no he destruido a los hijos de Israel. Por
tanto, di: He aquí, yo le doy mi pacto de paz; y será para él y para su
descendencia después de él, un pacto de sacerdocio perpetuo, porque tuvo celo
por su Dios e hizo expiación por los hijos de Israel.
Salmos celebra este ejemplo de Finees:
Se unieron también a Baal-peor, y comieron sacrificios ofrecidos a los
muertos. Le provocaron, pues, a ira con sus actos, y la plaga se desató entre
ellos. Entonces Finees se levantó e intervino, y cesó la plaga. Y le fue contado por

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justicia por todas las generaciones para siempre.


Leví y su tribu tuvieron, pues, un llamamiento supremo como sacerdotes del Señor,
y, algunos, como Finees en especial, habían honrado a Dios con sus actos.
Malaquías atrae la atención a la actitud que debería ser fundamental tanto para el
sacerdocio como para todos los siervos del Señor, a saber, la reverencia por su nombre,
por su revelación personal y por su presencia en el templo. Para que me reverenciara y
él me reverenció, y estaba lleno de temor ante mi nombre (5). Los que veneran a Dios y a
su nombre, enseñarán a su pueblo la verdad y no el error. La verdadera instrucción
estaba en su boca, y no se hallaba iniquidad en sus labios (6). Esta devoción hacia Dios y
su revelación conduce a la integridad, y esta al ministerio eficaz: En paz y rectitud
caminaba conmigo, y apartaba a muchos de la iniquidad (6). Como maestros de la ley de
Moisés, los sacerdotes eran mensajeros del Señor (como también el profeta Malaquías).
Pues los labios del sacerdote deben guardar la sabiduría, y los hombres deben buscar la
instrucción de su boca, porque él es el mensajero del Señor de los ejércitos (7). Si los
sacerdotes hubieran vivido según este principio, sin duda el pueblo habría amado y
servido a Dios con un corazón íntegro.
Pero habían hecho exactamente lo contrario y, por tanto, habían producido un caos.
Se habían apartado de Dios y causado confusión entre el pueblo. Pero vosotros os
habéis desviado del camino, habéis hecho tropezar a muchos en la ley (8). Se habían
perjudicado a sí mismos y también a los demás. Habían traicionado su llamado y
quebrantado su pacto ancestral, por lo que Dios declaró que serían deshonrados
delante del pueblo. Habéis corrompido el pacto de Leví dice el Señor de los ejércitos. Por
eso yo también os he hecho despreciables y viles ante todo el pueblo, así como vosotros
no habéis guardado mis caminos y hacéis acepción de personas en la ley (8–9).
El sacerdote no había seguido la instrucción recogida en Levítico:
“Obedeced mis mandamientos y ponedlos por obra. Yo soy el Señor. No
profanéis mi santo nombre sino reconocedme como santo en medio de los
israelitas. Yo soy el Señor, que os santifica”.
No es de sorprender que Dios enviara más tarde a Jesús, nuestro gran sumo
sacerdote, que fue “santo, inocente, inmaculado, apartado de los pecadores y exaltado
más allá de los cielos”, porque aunque era el Hijo de Dios, “... aprendió obediencia por
lo que padeció; y habiendo sido hecho perfecto, vino a ser fuente de eterna salvación
para todos los que le obedecen”452 con el resultado de que “hemos sido santificados
mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo una vez para siempre”.

2. Los líderes de la iglesia en la actualidad


El pueblo de Dios de hoy no tiene, ni necesita, claro está, a los sacerdotes del
Antiguo Testamento para ofrecer sacrificios, ya que Cristo cumplió ese ministerio. Pero
Dios provee líderes para su pueblo, y las iglesias están incompletas sin líderes. Como en
la época de Malaquías, los buenos dirigentes traen gran bendición y los malos causan el
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caos. Pablo enumera dos requisitos para los líderes de la iglesia en su carta a Tito: que
sean un buen ejemplo de vida y piedad, y que sean capaces de enseñar la verdad y
corregir el error:
Por esta causa te dejé en Creta, para que pusieras en orden lo que queda, y
designaras ancianos en cada ciudad como te mandé, esto es, si alguno es
irreprensible, marido de una sola mujer, que tenga hijos creyentes, no acusados
de disolución ni de rebeldía. Porque el obispo debe ser irreprensible como
administrador de Dios, no obstinado, no iracundo, no dado a la bebida, no
pendenciero, no amante de ganancias deshonestas, sino hospitalario, amante de
lo bueno, prudente, justo, santo, dueño de sí mismo, reteniendo la palabra fiel
que es conforme a la enseñanza, para que sea capaz también de exhortar con
sana doctrina y refutar a los que contradicen.
Estas cualidades nos recuerdan a Malaquías 2:1–9, como también la advertencia en
Santiago: “No os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos un
juicio más severo”.
¡Ojalá que Dios levante hoy este tipo de líderes para su iglesia en cada país, y que
siga llamándolos para las generaciones futuras.

No seáis desleales
Malaquías 2:10–16

Esta sección de Malaquías no se centra principalmente en la forma en que el pueblo


trataba a su Dios, sino más bien en la manera como se comportaban los unos con los
otros. Estaban siendo “desleales” entre sí. La falta de lealtad es el tema principal de
este pasaje; la palabra “desleal” aparece cinco veces en 2:10–16. ¿Por qué nos portamos
deslealmente unos contra otros? (10) es la pregunta inquisitiva con la que comienza el
pasaje. Sin embargo, esta porción también deja claro que ser desleal con los demás
implica serlo también para con Dios. La unidad del pueblo de Dios se debía a tener un
padre y un Dios (10).
¿Por qué importa tanto ser desleal? ¿Por qué importa ser leal? La respuesta final
radica en quién es Dios. ¡El Señor Dios es el patrón de la lealtad! La gran afirmación de
la Biblia es que Dios es fiel en carácter, inmutable en su poder, su amor, su santidad, su
gracia y en sus propósitos del evangelio. Y no sólo es fiel en su propio carácter, sino
también a sus palabras y sus promesas para con nosotros458. Esto representa su gran
compromiso con nosotros: hace promesas verbales de forma abierta y pública, y luego
las cumple. Asumiendo la responsabilidad ante todos de cumplir su palabra, también se

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responsabiliza en público por su carácter fiel. Las promesas formales de Dios son sus
pactos, las promesas que ha pronunciado y las que están escritas. Los pactos son un
tema importante en Malaquías (véase 2:4–5, 8, 10, 14; 3:1).
Dios es leal a su pueblo y, a su vez, le pide reciprocidad en la lealtad. En
Deuteronomio, encontramos estos mismos temas de la lealtad de Dios, la Roca, el
Padre y Creador de su pueblo, y la fidelidad de su pueblo.
¡La Roca! Su obra es perfecta,
porque todos sus caminos son justos;
Dios de fidelidad y sin injusticia,
justo y recto es él.
Corrompidamente se han portado con él.
No son sus hijos, debido a la falta de ellos;
sino una generación perversa y torcida.
¿Así pagáis al Señor,
oh pueblo insensato e ignorante?
¿No es él tu padre que te compró?
Él te hizo y te estableció.
Cuando el pueblo de Dios se aparta de él, está siendo desleal; sobre todo, cuando se
vuelve a otros dioses, en idolatría:
Despreciaste la Roca que te engendró,
y olvidaste al Dios que te dio a luz.
Y el Señor vio esto, y se llenó de ira
a causa de la provocación de sus hijos y de sus hijas.
Entonces él dijo: Esconderé de ellos mi rostro,
veré cuál será su fin;
porque son una generación perversa,
hijos en los cuales no hay fidelidad.
El pueblo de Dios no sólo está llamado a ser fiel a Dios, sino también los unos hacia
los otros, dentro de la comunidad del pacto de su pueblo. Como vemos aquí en
Malaquías. Dios, que es fiel a las promesas que ha hecho a su pueblo, llama a este a
serle leal. Dios ama al pueblo fiel; por ello, sobre Hananías, colega de Nehemías, leemos
que “este era hombre fiel y temeroso de Dios más que muchos”.
El Salmo 15 celebra y requiere este tipo de lealtad:
Señor, ¿quién habitará en tu tabernáculo?
¿Quién morará en tu santo monte?
El que anda en integridad y obra justicia,
que habla verdad en su corazón.
El que no calumnia con su lengua,
no hace mal a su prójimo,
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ni toma reproche contra su amigo...


el que aun jurando en perjuicio propio, no cambia.
La lealtad, o fiabilidad, es una gran virtud: el pueblo de Dios tiene que cumplir con
su palabra. Es una tragedia cuando las personas son poco fiables, no se puede confiar
en ellas y desleales las unas con las otras: “Muchos hombres proclaman su propia
lealtad, pero un hombre digno de confianza, ¿quién lo hallará?” (Pr. 20:6). En
Malaquías, el Dios fiel le pide, pues, a su pueblo que le sea leal y que sean fieles entre
ellos.
En este pasaje, el llamado a que sean fieles unos con otros se basa en la unidad que
el pueblo de Dios tiene en el propio Dios: ¿No tenemos todos un mismo padre? ¿No nos
ha creado un mismo Dios? ¿Por qué nos portamos deslealmente unos contra otros,
profanando el pacto de nuestros padres? (10). La lealtad familiar debería unirlos entre
sí, porque tienen un padre, que los ha creado para que sean su pueblo. La deslealtad de
los unos hacia los otros no solo quebranta su relación con Dios, sino también con sus
antepasados.
Este llamado a la lealtad familiar supera de lejos la que encontramos en la mayoría
de las sociedades. El pueblo de Dios es una familia especial, que tiene una relación
especial con Dios que los ha convertido en su pueblo, y también con sus antepasados,
porque son descendientes de Abraham, cada uno de ellos parte de una de las doce
tribus de Israel. Siendo Dios un padre (10), porque les dio la vida e hizo de ellos su
pueblo especial, en lo físico también descendían de los mismos antepasados (10).
Es de suma importancia que prestemos especial atención a la evidencia de que el
pueblo había sido desleal. ¿Cuáles fueron sus pecados? En total, eran cinco. Es
necesario que los distingamos para que podamos entender plenamente lo que estaba
ocurriendo:
1. Han profanado el santuario del Señor (11–12).
2. Lo hicieron casándose con la hija de un dios extraño: mujeres de fuera de Israel que
seguían siendo idólatras (11).
3. Se han divorciado de sus esposas israelitas para casarse con mujeres extranjeras
(13–15).
4. Su matrimonio con idólatras tendrá por resultado que no producirán una
descendencia de parte de Dios (15).
5. Se habían implicado en violencia (16, nvi).
Analizaremos cada uno de estos puntos en mayor detalle, pero observa cómo se
acumulaban sus pecados. Su pecado fundamental consiste en haberse casado con
idólatras; las demás transgresiones están vinculadas a esa iniquidad, como manera de
llevarla a cabo o como consecuencia de la misma. Resulta instructivo notar cómo es
inevitable que un pecado forme un racimo con otros que son las ramificaciones de la
transgresión principal, lo acompañan o se cometen para cubrir el primero.
Consideremos todos estos pecados por orden.

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Profanar el santuario del Señor (11–12)


Dios es un Dios santo. Ha santificado a su pueblo y lo llama a ser santo. Profanar lo
que Dios ha santificado es, pues, un pecado relevante y grave. Profanar significa tratar
como algo común, ignorar o violar la santidad. No reverenciar lo que Dios ha santificado
equivale a hollar la santidad de Dios.
¿Cuál es este santuario o santo lugar? Podría ser el santo templo, el santuario
sagrado, donde el Dios santo vive entre su pueblo. Este suele ser el significado más
frecuente del término “santuario”: “Después me harán un santuario, para que yo habite
entre vosotros”. Esto queda respaldado mediante las referencias al altar del Señor en
2:13. De forma alternativa, el santuario del Señor podría ser el santo pueblo de Dios,
porque son “una nación santa”, “mi especial tesoro”, “la simiente santa”. Y está
llamado a ser santo: “Me seréis, pues, santos, porque yo, el Señor, soy santo, y os he
apartado de los pueblos para que seáis míos”466. Esto se ve apoyado por la referencia a
la descendencia de parte de Dios en 2:15, ya que el nacimiento de hijos santos corre
peligro por el matrimonio con idólatras.
Estos dos sentidos son, en realidad, bastante próximos, porque en ambos casos el
pueblo está profanando lo que Dios ha santificado. Están violando el templo, el
santuario de Dios, o a sí mismos, la nación santa de Dios. Creo que, en este contexto, lo
más probable sea que el término santuario signifique templo, ya que la idolatría
arriesga directamente la santidad del templo. Ya había ocurrido antes, en el tiempo de
Atalía, Manasés y Sedequías.
Aunque el pecado fundamental fue casarse con extranjeros idólatras, al profanar lo
que era santo estaban mancillando al santo Dios que vivía en medio de ellos, en su
santo templo, y que los había convertido en su pueblo santo. Ya hemos visto algunas de
las advertencias neotestamentarias contra profanar la santidad. Estas incluyen el
apartarse de la muerte expiatoria de Cristo; seguir el ejemplo de profanación de Esaú
que no obtuvo la gracia de Dios y perseguir la santidad; mancillar la iglesia, el templo
del Espíritu Santo, destruyéndola; violar la verdad cambiándola por palabrería ofensiva;
envilecer nuestro cuerpo, templo del Espíritu Santo, implicándonos en fornicación.
Uno de los rasgos más lamentables de la naturaleza humana consiste en que,
cuando encontramos algo maravilloso, sentimos la tentación de rebajarlo a nuestro
nivel. Inscribimos nuestro nombre en preciosos edificios o lugares especiales; nos gusta
leer los cotilleos sobre los famosos, y queremos simplificar los asuntos justificadamente
exigentes. Hacemos todo esto en detrimento nuestro. Y hacemos lo mismo con Dios por
nuestra cuenta y riesgo.

Casarse con mujeres extranjeras (11)


La condena del matrimonio mixto merece un debate, porque nos parece algo ajeno
y remoto. Nos resulta difícil de entender, porque intentamos no dejarnos llevar por el

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racismo, y con razón; disfrutamos de las comidas y las personas de muchas culturas
(¡observa el orden!), y valoramos nuestra libertad para hacer nuestras propias
elecciones en lo que respecta a con quién nos casamos. Cuando la Biblia nos parece
extraña, hemos de trabajar duro para romper las barreras y conseguir hallar el sentido y
entender su relevancia para nosotros.

a. No es racismo, sino santidad


Lo primero que decir es que no se trata aquí de racismo. El problema no era la raza
de las mujeres, sino que eran hijas, es decir, seguidoras, de un dios extraño. En Esdras 6,
vemos que el pueblo de Dios acogió a los gentiles conversos para que se unieran a ellos
en la Pascua: “Los israelitas que regresaron del cautiverio comieron la Pascua junto con
los que se habían apartado de la impureza de sus vecinos para seguir al SEÑOR, Dios de
Israel”. Esto había sido legítimo desde que se instituyó la Pascua. Rut, por ejemplo, era
de Moab, pero había abandonado a los dioses moabitas y asumido el servicio al Dios de
Israel470.
Lo segundo es que la división entre judíos y gentiles ha sido eliminada por la muerte
de Cristo en el Nuevo Testamento:
Recordad, pues, que en otro tiempo vosotros los gentiles en la carne,
llamados incircuncisión por la tal llamada circuncisión, hecha por manos en la
carne, recordad que en ese tiempo estabais separados de Cristo, excluidos de la
ciudadanía de Israel, extraños a los pactos de la promesa, sin tener esperanza, y
sin Dios en el mundo. Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros, que en otro tiempo
estabais lejos, habéis sido acercados por la sangre de Cristo. Porque él mismo es
nuestra paz, quien de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de
separación, aboliendo en su carne la enemistad, la ley de los mandamientos
expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un nuevo hombre,
estableciendo así la paz, y para reconciliar con Dios a los dos en un cuerpo por
medio de la cruz, habiendo dado muerte en ella a la enemistad. Y vino y anunció
paz a vosotros que estabais lejos, y paz a los que estaban cerca....
Por tanto, los creyentes en Cristo no deberían apoyar el racismo. Todos los seres
humanos son de una sola sangre (Hch. 17:26) y están hechos igualmente a imagen de
Dios (Gn. 1:26–27). La división instituida por Dios entre su pueblo escogido, los
descendientes de Abraham, y las demás naciones ha quedado borrada por la muerte de
Cristo. Debemos repudiar el racismo.
¿Pero, si no es racismo, en qué consiste la condenación de casarse con mujeres
extranjeras? Y la respuesta es que Dios es santo. Ha santificado a su pueblo. Quiere que
este sea santo (Lv. 11:45). Ser santo significa estar dedicado por completo a Dios,
compartir sus valores, obedecer su voluntad, confiar en sus promesas, cumplir su pacto,
vivir para la gloria de Dios. Ser santo no quiere decir ser neutral, sino ser transformado
por Dios y estar comprometido con él. Los extranjeros podían incluirse en la nación sin
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contaminarla, siempre que los hombres estuvieran circuncidados, se apartaran de la


idolatría, observaran la ley y el pacto, y adoraran y sirvieran al Dios vivo y verdadero.
El pueblo de Dios fue expulsado de su tierra a causa de su idolatría, de modo que
fue sumamente necio por su parte volver a dirigirse en esa misma dirección.
Anteriormente, Salomón los había llevado a la idolatría al casarse con mujeres
extranjeras (1 R. 11:1–13). Según comenta Joyce Baldwin: “Dado que la apostasía había
sido responsable del exilio, era impensable que toda la comunidad volviera a
arriesgarse”.
Por tanto, no se trata de racismo, sino que se exige que el pueblo de Israel siga las
dos primeras estipulaciones de los Diez Mandamientos:
“Yo soy el Señor tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de la casa de
servidumbre. No tendrás otros dioses delante de mí. No te harás ídolo, ni
semejanza alguna de lo que está arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las
aguas debajo de la tierra. No los adorarás ni los servirás; porque yo, el Señor tu
Dios, soy Dios celoso, que castigo la iniquidad de los padres sobre los hijos hasta
la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen”.

b. ¿Y qué hay de nosotros?


El primer punto que debemos exponer es que, para los creyentes en Cristo
neotestamentarios no hay prohibición de casarse con alguien de otra raza, etnia, tribu,
cultura o grupo social. Aunque todavía existe un profundo racismo en muchas personas,
no debemos dejar que una actitud tan pecaminosa nos domine. Nuestra unidad en la
raza humana es más fuerte que nuestras divisiones, y, desde luego, todos somos uno en
Cristo Jesús.
“Una renovación en la cual no hay distinción entre griego y judío, circunciso e
incircunciso, bárbaro, escita, esclavo o libre, sino que Cristo es todo, y en todos”.
El segundo punto que debemos exponer es que seremos sabios si nos casamos con
otro creyente en Cristo. Por ello, Pablo alienta a la mujer que considera volver a casarse
tras enviudar que “está en libertad de casarse con quien desee, solo que en el Señor”.
¿Prohíbe el Nuevo Testamento a un creyente que se case con un incrédulo? Eso
parece según 2 Corintios: “No estéis unidos en yugo desigual con los incrédulos”. Sin
embargo, nada sugiere en el contexto de 2 Corintios 6 que Pablo esté escribiendo sobre
el matrimonio. Se estaba refiriendo a unirse a idólatras, como observamos en los
versículos que rodean el texto.
Por tanto, no se trata principalmente del matrimonio ni de dejar una iglesia
corrupta, sino que se aplica a contraer un matrimonio que involucrara el
comprometerse con la idolatría. Pablo estaba advirtiendo a los creyentes que no
tomaran parte en la adoración pagana, una actividad tan natural y común en Corintio
en aquella época. Como escribió en 1 Corintios:

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No, sino que digo que lo que los gentiles sacrifican, lo sacrifican a los
demonios y no a Dios; no quiero que seáis partícipes con los demonios. No podéis
beber la copa del Señor y la copa de los demonios; no podéis participar de la
mesa del Señor y de la mesa de los demonios. ¿O provocaremos a celos al Señor?
¿Somos, acaso, más fuertes que él?.
Esto no significa que los creyentes de Corinto no debieran tener contacto con los
incrédulos, como aclara Pablo en 1 Corintios.
En mi carta os escribí que no anduvierais en compañía de personas inmorales;
no me refería a la gente inmoral de este mundo, o a los avaros y estafadores, o a
los idólatras, porque entonces tendríais que salir del mundo.
Él permitiría, incluso, que los creyentes comieran carne del mercado, aunque
pudiera haber sido ofrecida antes a un ídolo (1 Co. 10:23–30). Pero esto significa que,
aunque estemos en pleno contacto con el mundo, debemos guardarnos de las
asociaciones formales que nos corromperían. Nuestro llamado es a estar “en el
mundo”, pero no ser “del mundo”. De hecho, se nos ha enviado “al mundo”. Como
Jesús oró por sus discípulos:
No te ruego que los saques del mundo, sino que los guardes del maligno. Ellos
no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Santifícalos en la verdad; tu
palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, yo también los he enviado al
mundo.
Además, también vemos que si un creyente ya está casado con un inconverso, Pablo
no le pide que se divorcie: por el contrario, le alienta a permanecer casado con el fin de
ganar a esa persona para Cristo.
Pero a los demás digo yo, no el Señor, que si un hermano tiene una mujer que
no es creyente, y ella consiente en vivir con él, no la abandone. Y la mujer cuyo
marido no es creyente, y él consiente en vivir con ella, no abandone a su marido.
Sin embargo, si el que no es creyente se separa, que se separe; en tales casos el
hermano o la hermana no están obligados, sino que Dios nos ha llamado para
vivir en paz. Pues ¿cómo sabes tú, mujer, si salvarás a tu marido? ¿O cómo sabes
tú, marido, si salvarás a tu mujer?.
En muchas sociedades del mundo, un cristiano puede tener poca elección en cuanto
a con quién se casa, porque tales decisiones las suelen tomar los padres o las familias.
En estos casos, un cristiano puede unirse “en yugo desigual” con un inconverso por
elección de otros. En semejante situación se aplicaría la instrucción de Pablo.
Asimismo, deberíamos observar que, aunque Malaquías advirtió a los israelitas que
no se divorciaran de sus esposas para casarse con idólatras, no dio ninguna directriz a
quienes lo hubieran hecho. ¿Deberían romper su matrimonio con sus esposas paganas
para casarse de nuevo con su primera mujer? Malaquías no responde a esta pregunta.
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Sin embargo, en Esdras 9 y 10, leemos acerca de los israelitas que se habían casado con
idólatras (no existe sugerencia alguna de que estuvieran casados con anterioridad
dentro de Israel). Allí, Esdras les pidió que despidieran a sus mujeres extranjeras. Esto
significaría que ellas volverían a la familia de sus padres.
Ocurriera lo que ocurriera en los días de Malaquías o Esdras, nuestra situación como
creyentes cristianos es diferente, y deberíamos seguir las instrucciones de Pablo según
se perfilan anteriormente.

Divorciarse de sus esposas israelitas (13–15)


La situación era más complicada y el pecado también, porque los hombres israelitas
se habían divorciado de sus esposas para casarse con las mujeres extranjeras.
Y vosotros decís: ¿Por qué? Porque el Señor ha sido testigo entre tú y la mujer
de tu juventud, contra la cual has obrado deslealmente, aunque ella es tu
compañera y la mujer de tu pacto. Pero ninguno que tenga un remanente del
Espíritu lo ha hecho así. ¿Y qué hizo éste mientras buscaba una descendencia de
parte de Dios? Prestad atención, pues, a vuestro espíritu; no seas desleal con la
mujer de tu juventud (14–15).

a. Dios ama el matrimonio


Nótese la hermosa descripción del matrimonio en estos versículos. La mujer de tu
juventud, tu compañera y la mujer de tu pacto. Eran matrimonios para mucho tiempo:
se trataba de compañerismo, sociedad y se hacía mediante un pacto, es decir, por
medio de una promesa. Es una visión muy elevada del matrimonio y, de hecho, la
declaración más positiva al respecto en el Antiguo Testamento, porque el importante
término “pacto” se usa muy pocas veces en relación del casamiento. Dios hizo y diseñó
el matrimonio, y, según Génesis, este proporciona una ayuda idónea y convierte al
hombre y la mujer en “una sola carne”.
Dios ama el matrimonio y nos lo dio como un grato don. Los buenos matrimonios
aportan una verdadera bendición al marido y a la esposa, a los hijos que puedan nacer
del matrimonio, a los parientes, a la comunidad local y al conjunto de la sociedad. Es
evidente que los seres humanos poseemos una creatividad y una energía infinitas para
contaminar todas las buenas dádivas de Dios, y el matrimonio no se salva de ello. La
cercanía del matrimonio puede convertirse en una prisión; los casados pueden caer en
el maltrato físico o psicológico, las personas pueden ser malos padres y las parejas
pueden idolatrar egoístamente su matrimonio o despreciar el vínculo y a su cónyuge.
Sin embargo, Dios ama el matrimonio; es un buen don que se ha de recibir con alabanza
y agradecimiento, se debería tener en gran estima y alimentar.
Porque Dios ama el matrimonio: Yo detesto el divorcio (16). El texto no dice que
aborrezca a la gente divorciada. Dios conoce el poder positivo del matrimonio y, por
tanto, abomina su destrucción. Desde luego, Dios no odia a estas mujeres israelitas que

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han sido abandonadas con displicencia por sus maridos. Dios quería proteger a las
mujeres y evitar que se las tratara de este modo, y por ello declaró: Yo detesto el
divorcio. Y Dios hace guardia sobre sus matrimonios: el Señor ha sido testigo entre tú y
la mujer de tu juventud, contra la cual has obrado deslealmente (14). El Señor del pacto
es el testigo del matrimonio del pacto: y los defiende hablando en contra de quienes los
quieren destruir.
El propósito de esta enfática declaración de Dios es detener a cualquier hombre
israelita que estuviera pensando en divorciarse de su esposa para casarse con una
mujer de fuera de Israel.
Cuando Dios nos dice lo que aborrece es para advertirnos que nos apartemos de
semejante conducta. Él abomina, pues, la adoración en el templo cuando quienes la
ofrecen son asesinos impenitentes y gente que oprime a los demás: “Vuestras lunas
nuevas y vuestras fiestas señaladas las aborrece mi alma; se han vuelto una carga para
mí, estoy cansado de soportarlas”. De forma similar, porque ama la justicia, odia la
injusticia: “Porque yo, el Señor, amo el derecho, odio el latrocinio”484. Dios aborrece
también, por tanto, que se planee el mal, las mentiras, los engaños y las falsas
promesas:
Estas son las cosas que debéis hacer: decid la verdad unos a otros, juzgad con
verdad y con juicio de paz en vuestras puertas, no traméis en vuestro corazón el
mal uno contra otro, ni améis el juramento falso; porque todas estas cosas son
las que odio, declara el Señor.
Dios detesta aquello que nos perjudica y aborrece las acciones que llevamos a cabo
y dañan a otros. Las personas que sean descartadas por su esposo o por su mujer,
porque quieran un cónyuge sustituto o porque busquen un cambio, conocerán el
inmenso dolor de ese tipo de divorcio y se sentirán consoladas al saber que Dios
también lo abomina.

b. ¿Qué deberíamos pensar sobre el divorcio?


En este asunto, como en todos los demás, deberíamos pensar lo mismo que Dios,
mediante el estudio de las Escrituras y creyendo sus enseñanzas. Al aceptar sus
palabras, compartimos pensamiento con él y le honramos. Dios valora mucho el
matrimonio y nosotros también deberíamos hacerlo. Detesta el divorcio y nosotros
también tendríamos que lamentar el final prematuro de los matrimonios. Y hemos de
aborrecer el tipo de divorcio que encontramos aquí en Malaquías, en el que las mujeres
son desdeñadas sencillamente porque sus maridos querían casarse con otras.
Aunque en el Antiguo Testamento se sentía un alto respeto por el matrimonio, el
divorcio estaba permitido en circunstancias limitadas (Dt. 24:1–4). En el Nuevo
Testamento, Jesús dijo que esta cláusula estaba en vigor por la dureza de sus
corazones: “Por la dureza de vuestro corazón, Moisés os permitió divorciaros de
vuestras mujeres”. Asimismo, habló de la prioridad de resistir al divorcio y de

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permanecer casados:
¿No habéis leído que aquel que los creó, desde el principio los hizo varón y
hembra, y añadió: por esta razón el hombre dejara a su padre y a su madre y se
unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne? Por consiguiente, ya no son dos,
sino una sola carne. Por tanto, lo que Dios ha unido, ningún hombre lo separe.
La prioridad de Jesús era preservar los matrimonios y limitar los divorcios
innecesarios o triviales. Sin embargo, permitió la posibilidad del mismo: “Y yo os digo
que cualquiera que se divorcie de su mujer, salvo por infidelidad, y se case con otra,
comete adulterio”. Pablo también lo permitió, en el caso de que un creyente estuviera
casado con un inconverso y este quisiera poner fin al matrimonio (1 Co. 7:10–16). En la
actualidad, muchos cristianos sostienen que el divorcio está permitido tan solo en estos
dos casos. Otros mantienen que la ruptura irremediable o la violencia doméstica o el
maltrato son otras causas legítimas de divorcio. Nadie cree que los matrimonios
debieran acabarse a la ligera. Todos estarían de acuerdo en que este vínculo debería
honrarse y que tendría que alentarse a los casados a que permanezcan juntos. Esto es
más probable cuando los maridos aman a sus esposas y a la inversa, y ambos trabajan
para exhortarse el uno al otro y edificar su matrimonio. También es susceptible de
ocurrir cuando amigos se apoyan mutuamente en su matrimonio, y este vínculo se
tiene en alta estima en las iglesias.
Divorciarse de la esposa de uno para casarse con una inconversa sigue siendo un
grave pecado; en una situación como esta, queda claro que Dios odia el divorcio y
nosotros también deberíamos sentir lo mismo. Como señaló Malaquías, en tales casos
se trata de un doble pecado. Quebrantar el pacto del matrimonio y la unidad del pueblo
de Dios es una deslealtad.

Casarse con idólatras (15)


Malaquías dijo: “Pero ninguno que tenga un remanente del Espíritu lo ha hecho así.
¿Y qué hizo éste mientras buscaba una descendencia de parte de Dios? Prestad atención,
pues, a vuestro espíritu; no seas desleal con la mujer de tu juventud” (15).
El plan de Dios consistía en producir una gran nación a partir de los descendientes
de Abraham y que, en el seno de las tribus y familias, los padres enseñaran a sus hijos la
ley de Moisés, los instruyeran sobre cómo ponerla en práctica y que el temor del Señor
es la base de toda sabiduría. Casarse con un extranjero que adorara a otros dioses
socavaría dicho plan y lo pondría en riesgo. Deslealmente ha obrado Judá, y una
abominación se ha cometido en Israel y en Jerusalén; pues Judá ha profanado el
santuario del Señor, que él ama, y se ha casado con la hija de un dios extraño (11).
Al casarse con extranjeras, los hombres israelitas podrían dejarse seducir y
apartarse de la adoración al Señor como único Dios verdadero. Sus nuevas esposas no
podrían enseñar a sus hijos a venerarlo. Los hombres tendrían el corazón dividido y esto
les restaría capacidad a la hora de enseñar la verdad a sus hijos. Los nuevos parientes

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serían una mala influencia que haría desistir a los niños de adorar al Señor. Estos
tendrían lealtades divididas y podrían intentar adorar tanto a los dioses de su madre
como al Señor, el Dios de su padre. Todos ellos intentarían venerar a la totalidad de los
dioses familiares, tanto al Señor Dios como a los demás dioses. ¡Un desastre!
Existen distintas formas en las que nosotros podríamos aplicar este mensaje.
En primer lugar, a Dios le gusta que los niños se eduquen conociendo al Señor Jesús
y confiando en él, esperando en su Padre celestial y obedeciéndolo. Es más probable
que esto ocurra cuando un creyente se casa con alguien que también los es y acuerdan
criar a sus hijos en el conocimiento de Dios y confiando en él.
En segundo lugar, deberíamos alentar a los padres cristianos a que oren con y por
sus hijos, que los instruyan en la Biblia y que sean un modelo de lo que significa vivir
como creyente.
En tercer lugar, las iglesias deberían trabajar duro para apoyar a los padres en este
ministerio, y para proporcionar mentores adicionales para los niños y personas que los
formen y les enseñen.
En cuarto lugar, como muchos futuros creyentes no procederán de entre los hijos
de creyentes, sino de personas sin antecedentes cristianos, las iglesias deberían ser
activas en la evangelización, convirtiendo a hombres, mujeres y niños a Jesucristo. ¡Es el
medio por el que crece su iglesia!
En quinto lugar, la iglesia debería advertir a sus miembros que no flirteen con otras
religiones, otras ideas u otras formas de vida que seducirán a las personas,
apartándolas de la devoción pura hacia Cristo. Como Pablo escribió a la iglesia de
Corinto:
Porque celoso estoy de vosotros con celo de Dios; pues os desposé a un
esposo para presentaros como virgen pura a Cristo. Pero temo que, así como la
serpiente con su astucia engañó a Eva, vuestras mentes sean desviadas de la
sencillez y pureza de la devoción a Cristo. Porque si alguien viene y predica a otro
Jesús, a quien no hemos predicado, o recibís un espíritu diferente, que no habéis
recibido, o aceptáis un evangelio distinto, que no habéis aceptado, bien lo
toleráis.

La violencia (16)
Hemos visto un racimo de pecados. El principal es que los hombres israelitas se
habían casado con mujeres idólatras. Para ello, primero tuvieron que divorciarse de sus
esposas, compatriotas suyas. Esto significaba que habían profanado la santidad del
templo y del pueblo de Dios. También implicaba que sus hijos no estuvieran creciendo
en el conocimiento y el servicio del único Dios verdadero. El otro pecado asociado era el
de la violencia. Por tanto, Malaquías predicó: Porque yo detesto el divorcio, dice el
Señor, Dios de Israel, y al que cubre de iniquidad su vestidura, dice el Señor de los
ejércitos. Prestad atención, pues, a vuestro espíritu y no seáis desleales (16).
¿Qué significaba cubrir de iniquidad su vestidura’ Podría ser el maltrato físico

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violento que acompañaba al acto de divorciarse de la esposa. Esto también sería


abominable. Sin embargo, lo más probable es que sea una referencia a la ofrenda de
sacrificios. Es decir, que, mientras los hombres se estaban divorciando de sus mujeres,
también presentaban sus holocaustos en el templo. Esto va unido a un versículo
anterior de esta sección: Y esta otra cosa hacéis: cubrís el altar del Señor de lágrimas,
llantos y gemidos, porque Él ya no mira la ofrenda ni la acepta con agrado de vuestra
mano (13).
Los hombres eran, pues, tan hipócritas que se estaban divorciando y ofreciendo
sacrificios al mismo tiempo, y encima se preguntaban por qué los rechazaba el Señor.
Era un problema común: seguían participando en la adoración del templo, a la vez que
se involucraban en una repugnante desobediencia con el Señor del templo. Como había
profetizado Miqueas:
¿Con qué me presentaré al Señor
y me postraré ante el Dios de lo alto?
¿Me presentaré delante de él con holocaustos,
con becerros de un año?
¿Se agrada el Señor de millares de carneros,
de miríadas de ríos de aceite?
¿Ofreceré mi primogénito por mi rebeldía,
el fruto de mis entrañas por el pecado de mi alma?
Él te ha declarado, oh hombre, lo que es bueno.
¿Y qué es lo que demanda el Señor de ti,
sino sólo practicar la justicia, amar la misericordia,
y andar humildemente con tu Dios?
Deberíamos recordar que los hipócritas suelen estar ciegos a su fariseísmo. El
pecado nos ciega al pecado y la falsedad actúa del mismo modo. Rara vez pueden notar
los farsantes la brecha que existe entre sus prácticas religiosas y sus desenfrenadas
transgresiones. El fariseísmo suele ser ciego. Sencillamente, no ve de dónde procede el
escándalo. Si se los desafía en cuanto a su conducta, piensan que está cubierta con su
proceder religioso. Por ello, necesitamos buenos amigos que nos reten como
individuos. Y por esto precisamos tener buenos pastores y líderes de iglesia que nos
pongan frente al desafío para que nos arrepintamos de nuestra hipocresía compartida
como iglesia.
Recuerdo haber visitado a unos amigos involucrados en el ministerio cristiano en
una nación no occidental. A medida que iban hablando de la iglesia de allí, me sentía
cada vez más horrorizado por sus pecados. Cuando se lo comenté a mis amigos que
vivían en el país, aprendí mucho cuando señalaron que las iglesias y los cristianos son
pecaminosos por naturaleza en la medida en la que sus sociedades lo son, y que mi
fuerte reacción iba tan en contra de las transgresiones de la cultura como de los de la
iglesia. También indicaron que si los cristianos de ese país visitaran Australia, se
escandalizarían por los pecados de la iglesia australiana que, por supuesto, son los de su

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sociedad. Amablemente, me sugirieron que yo podía estar ciego ante aquellas


transgresiones, ¡porque eran los de mi cultura! Con frecuencia, necesitamos que
personas de otros países nos resalten nuestras hipocresías.
Es necesario que oremos para que Dios haga un gran milagro y nos convierta en
personas de corazón íntegro, con la pureza de desear y querer una sola cosa: la gloria
de Dios. Como Josué advirtió al pueblo de Dios hace ya tanto tiempo, es sumamente
difícil servir solo a Dios:
Ahora pues, temed al Señor y servidle con integridad y con fidelidad; quitad
los dioses que vuestros padres sirvieron al otro lado del río y en Egipto, y servid al
Señor. Y si no os parece bien servir al Señor, escoged hoy a quién habéis de servir:
si a los dioses que sirvieron vuestros padres, que estaban al otro lado del río, o a
los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis; pero yo y mi casa, serviremos
al Señor.

Posdata pastoral
Esta sección de Malaquías suscita muchos asuntos dolorosos, porque el matrimonio
y la crianza de los hijos son cuestiones delicadas en nuestras iglesias. Algunos se quieren
casar y no hallan con quien. Otros quieren tener hijos y no pueden. Los hay que se
sienten atrapados en matrimonios difíciles. Unos están casados con inconversos, o con
un marido o una esposa que anteriormente era creyente, pero que ya no es un cristiano
practicante. Algunos han educado a sus hijos en la fe Cristo y ahora se encuentran con
que estos se han apartado de él. Otros han dado fin a su matrimonio y ahora se dan
cuenta de que han cometido un error. Unos han tenido hijos que han muerto. Los hay
que han sido padres de niños con graves problemas de salud. Unos cuantos han
experimentado un divorcio doloroso, sobre todo si el esposo o la esposa los han
abandonado. Otros vienen de familias o matrimonios disfuncionales y consideran que
los niveles bíblicos son imposibles de alcanzar. Muchos sienten que su matrimonio está
desordenado. Numerosos padres admiten que no están haciendo un buen trabajo en la
educación de sus hijos. En la mayoría de nuestras iglesias, tenemos gente en estas
situaciones.
Cuando conozco a alguien en estas circunstancias, intento hacer lo siguiente:
• Escuchar pacientemente e intentar entender tanto como sea posible.
• Decir: “Hagas lo que hagas, deberías confiar en Dios, en su amor, su compasión, su
poder y su bondad”.
• Alentar a las personas a encontrar unos cuantos buenos amigos discretos y dignos
de confianza que prometan orar por ellos sin cesar.
• Decir: “Siéntete libre de compartir con Dios tu enfado, toda tu frustración y todo tu
dolor”.
• Oro por ellos.
Incluyo estos comentarios, porque algunos de los que lean este libro estarán en
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estas situaciones dolorosas. También lo hago para que todos sean conscientes de que
estas cuestiones personales están presentes en nuestras iglesias y para ayudar a las
personas que sufren de este modo. Porque todos debemos llevar “los unos las cargas
de los otros, y cumplid así la ley de Cristo”. Deberíamos hacerlo con humildad,
compasión y fidelidad.
Estos versículos de Malaquías son un llamado a la fidelidad: un llamamiento a ser
leal en el matrimonio, hacia los demás creyentes y a nuestro fiel Dios. Si somos
desleales con otros creyentes, lo somos con Dios. No ser fiel a la iglesia de Jesucristo
implica no serlo tampoco hacia Dios. Debemos tener cuidado, no sea que nuestro
traicionero corazón nos lleve a traicionar a otros y a Dios. Él es fiel a su carácter que nos
ha revelado. Cumple sus promesas; es un Dios de gran fidelidad e inalterable amor de
pacto, y sus misericordias “nuevas son cada mañana” y “jamás terminan”. Y todas las
promesas de Dios hallan su sí en el Señor Jesucristo (2 Co. 1:20).

No me canséis
Malaquías 2:17–3:5

Es inquietante pensar que Dios pueda cansarse de las palabras de las personas.
¿Cómo se había llegado a esta situación? ¡Resulta tan extraño, cuando sabemos que los
oídos de Dios están siempre abiertos para escuchar y contestar nuestras oraciones!
Pero las razones de su hastío eran numerosas.
En primer lugar, el pueblo había ignorado las palabras de Dios y esto indicaba que
sus vidas estaban cada vez más alejadas de su voluntad. No confiaban en él ni en su
amor y no le obedecían. Si hubieran hecho caso de lo que él les había dicho: “Yo os he
amado” (1:2), “¿Dónde está mi honor?” (1:6), él se habría deleitado al escucharlos. Si no
se hubieran portado “deslealmente unos contra otros” (2:10), a Dios le habrían
encantado sus oraciones.
En segundo lugar, ellos hablaban entre sí, pero no con Dios. Conversaban sobre él,
se quejaban de él, pero no compartían con él lo que había en su corazón ni lo que
tenían en su contra. El libro de los Salmos incluye mucho resentimiento de individuos y
del pueblo de Dios; se lo cuestiona a él, sus actos y su aparente inactividad. El Señor
Jesús exclamó en la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”497. A
Dios no le importa que dirijamos a él nuestras quejas y preguntas, pero le cansa oír
cómo nos quejamos de él.
En tercer lugar, cuando comentaron: Todo el que hace mal es bueno a los ojos del
Señor, y en ellos él se complace y ¿Dónde está el Dios de la justicia? (2:17), estaban
contradiciendo el carácter de Dios revelado en sus palabras y en sus caminos. Y es que

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Dios se deleita en aquellos que le sirven y le obedecen; él reina sobre cielos y tierras
para cumplir sus propósitos.
En cuarto lugar, extendían su incredulidad entre ellos y a la comunidad. No solo no
elevaban sus quejas a Dios que podía tolerarlas, sino que se las transmitían unos a otros
y, de este modo, extendían un clima de incredulidad a todos. ¡Qué difícil afirmar “confío
en Dios” cuando otros se están quejando de él!
En quinto lugar, esto significaba que no estaban haciendo lo que debían, es decir, en
sus conversaciones cotidianas no se alentaban los unos a los otros a amar a Dios y a
confiar en él. Moisés ya les había indicado que lo hicieran y había mostrado la manera
en los Salmos:
Bendeciré al Señor en todo tiempo;
continuamente estará su alabanza en mi boca.
En el Señor se gloriará mi alma;
lo oirán los humildes y se regocijarán.
Engrandeced al Señor conmigo,
y exaltemos a una su nombre [...].
Probad y ved que el Señor es bueno.
¡Cuán bienaventurado es el hombre que en él se refugia!
En sexto lugar, eran bastante inconscientes de lo que estaban haciendo: Habéis
cansado al Señor con vuestras palabras. Y decís: ¿En qué le hemos cansado? (2:17). Su
pecado repetido los había cegado a su transgresión. Todos los pecados nos ciegan, y
esta es una de las señales más temibles del juicio presente de Dios. Así como nuestros
pecados le hastían, nuestras palabras pecaminosas tienen el mismo efecto.
Finalmente, como veremos en 3:13–15, sus propias declaraciones los condujeron a
palabras más fuertes en contra de Dios.
Como ya hemos visto, dejar de hacer lo correcto dejó espacio para actuar
incorrectamente. No elevar sus reclamaciones a Dios los llevó a quejarse entre ellos, a
extender la pesadumbre y la desconfianza en él, en lugar de la esperanza y la confianza.
Supongo que una de las desventajas de ser Dios y saberlo todo es que uno ¡está al
tanto de lo que las personas dicen sobre él! Desde luego, no eran buenas noticias en
aquel tiempo. El ánimo dominante del pueblo de Dios era quejarse los unos a los otros
sobre Dios, su Señor. Deberían haber convertido sus murmuraciones en oraciones, y
nosotros tendríamos que hacer lo mismo. Como ocurre en nuestras relaciones humanas
comunes, cuando tenemos un problema con alguien, lo normal es que hablemos con
esa persona sobre el asunto, y no comentarlo con otros. Los santos de Dios suelen
quejarse a él, y sus oídos están siempre abiertos a sus oraciones. Es el “Dios de toda
consolación”; puede reconfortarnos en toda situación, y su provisión de consuelo es
infinita.

Las palabras del pueblo (2:17)

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Prestemos ahora mayor atención al significado de sus palabras. Empecemos con


Todo el que hace mal es bueno a los ojos del Señor, y en ellos él se complace (2:17).
Miraban a su alrededor y veían a personas pecando, pero Dios no los fulminaba. Por
tanto, suponían que Dios aprobaba aquellas transgresiones. Veían cómo el impío
prosperaba y daban por sentado que Dios se complacía en los malos. Nótese que su
enfoque estaba en los demás, y no en Dios, y que envidiaban el éxito. Esta actitud es
peligrosa. Los que pecaban y se salían con la suya se estaban aprovechando de la
paciencia y el aguante de Dios y quienes lo observaban confundían su longanimidad
entendiendo que se complacía en lo malo. Era una profunda equivocación en cuanto al
modo de obrar de Dios, y aún mayor con respecto a su carácter. Su propia reflexión
teológica los apartaba de él en lugar de acercarlos, porque confiaban en lo que veían y
no en la autorrevelación de Dios en las Escrituras. Deberían haber sabido que él es un
Dios santo y paciente, pero que también juzga el pecado y a los pecadores.
El resto de sus palabras fueron: ¿Dónde está el Dios de la justicia? (2:17). De
entrada, es una pregunta razonable, aunque, como hemos visto, solo cuando se
formula en el contexto de la oración: “¿Dónde estás, Dios de la justicia?”. Sin embargo,
adquiere un significado oscuro cuando se contempla en el entorno de lo que el pueblo
había estado comentando: Todo el que hace mal es bueno a los ojos del Señor, y en ellos
él se complace (2:17). Entonces se descubre que no era un deseo ferviente de que Dios
actuara para corregir los errores, sino que estaban desafiando la capacidad o la
disposición de Dios para actuar. Conlleva el sentimiento de “Si existe, ¿dónde está?”.
La vida sería mucho más simple si Dios juzgara todos los pecados de inmediato.
Sabríamos enseguida que habíamos cometido un error o que no habíamos hecho lo
correcto. Sería evidente para la persona que hubiera pecado, y, a la vez, obvio para
todos los demás; tal vez sería menos probable que hiciéramos lo incorrecto y más
factible que hiciéramos lo bueno. Jamás tendríamos motivo para preguntar ¿Dónde está
el Dios de la justicia? (2:17). De manera similar, si Dios actuara inmediatamente para
defender a los que se vieran atacados para rescatar al oprimido y recompensar la fe, el
aguante y el sacrificio en el acto, la vida sería más sencilla, más fácil y más llana. Esperar
que Dios actúe resulta exigente en muchas maneras.
¿Por qué nos hace esperar? Merece la pena comentar que esta es una extraña
pregunta, porque supone que Dios debería servirnos, cumplir nuestras expectativas y
nuestro horario. Da por sentado que nuestros deseos deberían prevalecer y que Dios ha
de rendirnos cuentas. No es el caso y bueno sería reconocer que esta postura es ridícula
y arrepentirnos de ella.
No obstante, la Biblia nos da razones por las que Dios espera. Demora su juicio por
su misericordia. Quiere dar tiempo a las personas para que se arrepientan. Como
hemos leído en Éxodo: “El Señor, el Señor, Dios compasivo y clemente, lento para la ira
y abundante en misericordia y verdad”. Y, como Pedro dice: “El Señor no se tarda en
cumplir su promesa, según algunos entienden la tardanza, sino que es paciente para con
vosotros, no queriendo que nadie perezca, sino que todos vengan al arrepentimiento”503.
Como la paga del pecado es la muerte, si falleciéramos en el momento de pecar, no

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habría tiempo para el arrepentimiento. La razón de que Dios demore el regreso de


Cristo y su juicio es, pues, para que se pueda predicar el evangelio y que más hombres,
mujeres y niños se puedan arrepentir, creer y ser salvos. Esta es la política general de
Dios en el evangelio. Y se refleja en la vida de los individuos. Dios soporta nuestro
pecado para dar tiempo a que nos arrepintamos, muramos al pecado y vivamos a la
justicia.
¿Y por qué retrasa Dios la recompensa de quienes lo esperan? La respuesta es que
quiere ejercitarnos en una fe imperecedera:
... que sois protegidos por el poder de Dios mediante la fe, para la salvación
que está preparada para ser revelada en el último tiempo. En lo cual os regocijáis
grandemente, aunque ahora, por un poco de tiempo si es necesario, seáis
afligidos con diversas pruebas, para que la prueba de vuestra fe, más preciosa
que el oro que perece, aunque probado por fuego, sea hallada que resulta en
alabanza, gloria y honor en la revelación de Jesucristo.
Al esperar en Dios, se pone a prueba nuestra preciosa fe. Un día será justificada en
gloria. Vemos un extraordinario ejemplo de esto en el Antiguo Testamento, en la
persona de Job. Dios quería demostrar la integridad de este hombre y, para ello,
permitió que sufriera. En todo el Antiguo Testamento, vemos la fe puesta a prueba, ya
que todos los santos murieron sin haber visto el cumplimiento de todas las promesas
de Dios en la venida del Señor Jesucristo. Y vemos cómo se prueba la fe en el Nuevo
Testamento y en nuestra propia vida, mientras esperamos el regreso de Cristo en su
gloria para rescatar y transformar a su pueblo, y para juzgar al mundo506. Al leer toda la
Biblia en relación con esta cuestión, es importante que recordemos que los juicios y las
recompensas que Dios derrama sobre su pueblo ahora son relevantes en sí mismos, y
también apuntan al juicio y las recompensas eternas futuras que él dará en la venida de
Cristo.

La respuesta de Dios (3:1–5)


Ahora nos volvemos al mensaje que Dios dio a aquellas quejas y preguntas. Su
respuesta no ha de aparecer entre ellos, sino que les hablará por medio de su profeta.
Sus palabras son promesas de acción futura: enviará a dos mensajeros a juzgar y a
salvar. Es una contestación suficiente aunque aquellos a quienes iba dirigida no verían
su cumplimiento.
He aquí, yo envío a mi mensajero, y él preparará el camino delante de mí. Y
vendrá de repente a su templo el Señor a quien vosotros buscáis; y el mensajero
del pacto en quien vosotros os complacéis, he aquí, viene, dice el Señor de los
ejércitos (3:1).
Mi mensajero preparará el camino de Dios, advirtiendo de la llegada del Señor y
mensajero del pacto. La idea de un precursor que abra la senda también se halla en

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4:5–6, donde se le identifica como el profeta Elías. La promesa de mi mensajero se


cumplió posteriormente en el ministerio de Juan el Bautista, como Jesucristo explicó a
sus discípulos sobre la identidad y el ministerio de su primo, usando las palabras de
Malaquías: “Este es de quien está escrito: He aquí, yo envío mi mensajero delante de tu
faz, quien preparara tu camino delante de ti”.
El segundo mensajero prometido se describe en estos términos: ... el Señor a quien
vosotros buscáis; y el mensajero del pacto en quien vosotros os complacéis, he aquí,
viene, dice el Señor de los ejércitos (3:1).
Este segundo mensajero es el Señor... que vendrá a su templo, y también el
mensajero del pacto en quien vosotros os complacéis. El Señor y este mensajero son la
misma persona, como podemos ver en la paráfrasis siguiente de estas palabras:
Vendrá de repente... el Señor a quien vosotros buscáis: El mensajero... en
quien vosotros os complacéis... he aquí que viene.
Juan el Bautista preparó el camino para el Señor Jesucristo que vino a su templo y
que fue el medidor de un nuevo pacto (He 12:24). Y Jesús no solo visitó su templo, sino
que también vino a sustituir a este y a sus sacrificios. En Juan 2:19–21, leemos sobre la
relación entre el templo de Jerusalén y el cuerpo de Cristo: “Destruid este templo, y en
tres días lo levantaré [...]. Pero él hablaba del templo de su cuerpo”.
En el Señor Jesucristo, Dios vendrá a salvar y a juzgar. Esta promesa se hizo y
después se recogió por escrito para que el pueblo de la época de Malaquías pudiera
entender. Ellos se quejaban de la ausencia de Dios, pero su presencia les parecería
desafiante: ¿Pero quién podrá soportar el día de su venida? ¿Y quién podrá mantenerse
en pie cuando él aparezca? (3:2), porque vendría a refinar y purificar a sus sacerdotes y
a su pueblo:
Porque él es como fuego de fundidor y como jabón de lavanderos. Y él se
sentará como fundidor y purificador de plata, y purificará a los hijos de Leví y los
acrisolará como a oro y como a plata, y serán los que presenten ofrendas en
justicia al Señor. Entonces será grata al Señor la ofrenda de Judá y de Jerusalén,
como en los días de antaño y como en los años pasados (3:2–4).
Hallamos una advertencia similar en Amós 5:18–20, donde el pueblo desea “el día
del Señor”, pero descubrirá que es más doloroso de lo que esperaban. Este afinamiento
será punzante, pero eficaz, como veremos en el ministerio de Jesucristo a su pueblo
cuando estaba en la tierra. El resultado será que los sacerdotes (descendientes de Leví),
cuya vida y ofrendas han sido condenadas (1:6–2:9), ahora serán purificados. Si tanto
ellos como el pueblo prestan atención a la profecía, ofrecerán sacrificios aceptables en
contraste con su práctica actual según describe Malaquías 1, donde están presentando
holocaustos de segunda clase. Lo habían hecho antes, como en los días de antaño y
como en los años pasados (3:4), una alusión que probablemente se refiera a los días de
Moisés y David. Una vez purificados los sacerdotes, le tocará al pueblo, para que sea
grata al Señor la ofrenda de Judá y de Jerusalén (3:4).

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Cuando miramos más adelante, Hebreos nos dice que el Señor, que vino como
mediador del nuevo pacto, procedía de la tribu de Judá y no de Leví. No era un
sacerdote levítico, sino uno especial, directa y personalmente nombrado por Dios para
un sacerdocio eterno, para ofrecer el sacrificio de sí mismo en la cruz, una vez y para
siempre. El resultado de su ministerio fue que todo el que viniera a Dios por medio de
él pudiera ofrecer sus sacrificios receptivos en gratitud por aquel único sacrificio por el
pecado que él llevó a cabo.
Por tanto, ofrezcamos continuamente mediante él, sacrificio de alabanza a
Dios, es decir, el fruto de labios que confiesan su nombre. Y no os olvidéis de
hacer el bien y de la ayuda mutua, porque de tales sacrificios se agrada Dios.
En respuesta a la pregunta: ¿Dónde está el Dios de la justicia? (2:17), Dios responde
que enviará a un mensajero que prepare su camino, el mensajero del pacto. En
contestación a la murmuración: Todo el que hace mal es bueno a los ojos del Señor, y en
ellos él se complace (2:17), les dice que el mal será juzgado con toda seguridad:
Y me acercaré a vosotros para el juicio, y seré un testigo veloz contra los
hechiceros, contra los adúlteros, contra los que juran en falso y contra los que
oprimen al jornalero en su salario, a la viuda y al huérfano, contra los que niegan
el derecho del extranjero y los que no me temen, dice el Señor de los ejércitos
(3:5).
Están preguntando: “¿Por qué no actúa Dios?”, y la pregunta de Dios es: “¿Estáis
listos para mi venida?”. La evidencia muestra que no temen a Dios, ya que tratan a
otros de mala manera, practican la hechicería, cometen adulterio, dan falso testimonio,
pagan salarios injustos y no proveen para las viudas, los huérfanos, los extranjeros y los
refugiados.
Podemos preguntarnos por qué tiene Dios paciencia con los malos. Pero qué duda
cabe que ¡lo alabamos por su longanimidad con nosotros! Y debemos recordar que,
como nos dice Pedro
Pero, amados, no ignoréis esto: que para el Señor un día es como mil años, y
mil años como un día [...]. Pero, según su promesa, nosotros esperamos nuevos
cielos y nueva tierra, en los cuales mora la justicia. Por tanto, amados, puesto
que aguardáis estas cosas, procurad con diligencia ser hallados por él en paz, sin
mancha e irreprensibles, y considerad la paciencia de nuestro Señor como
salvación.

Volved a mí, no me robéis


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Malaquías 3:6–12

El pueblo había acusado a Dios de inconstancia y de falta de fiabilidad (2:17). Se


hallan en una espiral descendente; dudan del amor de Dios y, por tanto, responden con
sacrificios y un ministerio inadecuados y con infidelidad en el matrimonio, desconfían
de las normas de Dios y existe una injusticia general en la comunidad, como hemos
visto en 1:1–3:5. Culpan a Dios de los problemas que tienen con él. Le echan la culpa y
no ven su propio pecado; no aceptan sus palabras. Lo vemos en el modelo familiar que
este libro nos da sobre la declaración de Dios, el rechazo del pueblo de lo que Dios dice
y la provisión divina de pruebas para respaldar su manifestación, como en 1:1; 1:6–7;
2:17.
No tienen valor para abandonar a Dios; ¡su comportamiento parece más un
matrimonio infeliz que un divorcio! El remedio divino para esta relación rota consiste en
que su pueblo regrese a él, como él acude a ellos.

“Yo no cambio” (6)


El pueblo se queja de la incoherencia de Dios, pero, en realidad, él sigue siendo el
mismo. Por esta razón, ellos siguen existiendo como su pueblo: Porque yo, el SEÑOR, no
cambio; por eso vosotros, oh hijos de Jacob, no habéis sido consumidos (6). Es relevante
que Dios se dirija a ellos como hijos de Jacob. Físicamente, son descendientes de
aquellas tres generaciones de patriarcas: Abraham, Isaac y Jacob. Sin embargo, Dios ya
había señalado su amor elector y del pacto al escoger a Jacob en lugar de a su hermano
mayor Esaú (1:2). Su existencia como pueblo de Dios depende de la elección de Dios,
“porque los dones y el llamamiento de Dios son irrevocables”. Se quejan del carácter de
Dios y se vengan de él mediante insignificantes actos de desobediencia, pero, en
realidad, su única esperanza radica en el carácter y en la constancia de Dios. Sin él, no
son nada. Yo [...] no cambio; por eso vosotros [...], no habéis sido consumidos (6).
Del mismo modo, nuestra única esperanza está en el amor elector de Dios en Cristo:
Porque a los que de antemano conoció, también los predestinó a ser hechos
conforme a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos
hermanos; y a los que predestinó, a ésos también llamó; y a los que llamó, a ésos
también justificó; y a los que justificó, a ésos también glorificó.
Como Pablo nos muestra en Romanos 8, este amor elector de Dios en Cristo es la
base de nuestra confianza en que nada “nos podrá separar del amor de Dios en Cristo
Jesús Señor nuestro”. Dios sigue siendo el mismo; con todo, Desde los días de vuestros
padres os habéis apartado de mis estatutos y no los habéis guardado (3:7).
Resulta alarmante que el pueblo de Dios estuviera dándole la espalda en aquel
tiempo; y aún es más inquietante que esta conducta suya hubiera sido característica
durante generaciones. No se trataba de una caída excepcional. Sus raíces estaban

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arraigadas en profundidad dentro de ellos y su comportamiento era típico e incluso


“normal”.

Robar a Dios (7–9)


A pesar de su continua tendencia a apartarse de los caminos de Dios, este sigue
llamándolos a que regresen a él. Volved a mí y yo volveré a vosotros, dice el Señor de los
ejércitos (7). El amor de Dios es un amor elector, constante, fiel, generoso, perdonador,
eterno, desafiante, prometedor y lleno de esperanza. Volved a mí y yo volveré a
vosotros. Dios trabaja constantemente para restaurar, mantener y fortalecer su relación
con su pueblo, y apela a él sin cesar para que regrese a su lado, y proseguir con su
relación con él y reforzarla.
Sin embargo, al preguntar ¿Cómo hemos de volver? (7), muestran lo lejos que han
caído. Podría haber sido una pregunta genuina que procediera de un profundo deseo
de reconciliación. A la luz de la totalidad del mensaje de Malaquías, y de la respuesta
característica de ellos a las palabras previas de Dios en esta profecía, sospecho que es
más bien algo como: “No sabemos en absoluto lo que hemos hecho mal; no nos hemos
percatado de habernos apartado de ti, ¡y desconocemos por completo que tengamos
que hacer algo para volver a ti!”. No se dan cuenta de lo lejos que están de Dios. Esta
sospecha se ve reforzada por las siguientes palabras de Dios y del pueblo. Dios
pregunta: ¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros me estáis robando (8). Y el pueblo
responde: ¿En qué te hemos robado? (8). Sus palabras de sorpresa e ignorancia revelan
lo apartados que están de Dios, lo inconscientes que son de sus expectativas y la
incredulidad ante lo que él afirma.
¡Robar a Dios es una idea extraordinaria! Parece una actividad ridícula. Con todo, el
predicador de principios del siglo XIX, Charles Simeon, comenzó en una ocasión su
sermón basándose en este texto, de la forma siguiente: “¿Robará el hombre a Dios?
¡Pues todos vosotros le estáis robando! ¡Tú!, ¡¡y tú!!, ¡¡¡y tú!!!”.
Robamos a Dios cuando no le damos lo que le pertenece. Le debemos nuestra
confianza, nuestro amor, nuestro servicio, nuestra obediencia, nuestra adoración y
nuestro sacrificio. Nos debemos nosotros mismos. Y esto es así, porque él nos hizo y
porque nos redimió en Cristo: “No sois vuestros [...]. Pues por precio habéis sido
comprados”. Porque sabéis “que no fuisteis redimidos de vuestra vana manera de vivir
heredada de vuestros padres con cosas perecederas como oro o plata, sino con sangre
preciosa, como de un cordero sin tacha y sin mancha, la sangre de Cristo”516.
¿Cómo le estaba robando el pueblo a Dios en la época de Malaquías?
¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros me estáis robando. Pero decís: ¿En
qué te hemos robado? En los diezmos y en las ofrendas. Con maldición estáis
malditos, porque vosotros, la nación entera, me estáis robando (8–9).
De modo que no solo eran los sacerdotes los que ofrecían sacrificios de segunda
clase (1:6–14). El contagio se había extendido a todo el pueblo, que trataba a Dios del

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mismo modo con sus diezmos y sus ofrendas, y, por tanto, era la nación la que le estaba
robando a Dios. Cuando todos cometen un pecado, cuando los líderes también
consuman la misma transgresión, resulta muy difícil que una persona pueda levantarse
en contra de ello. Si alguien decidía que no robaría a Dios en sus diezmos y ofrendas, los
demás le odiarían, porque los pecados de muchos quedarían en evidencia por la justicia
de ese uno. Los pecadores siempre aborrecen a quienes no perpetran el mismo pecado,
porque esto pone de manifiesto su transgresión. ¡Qué tragedia, pues, para Dios que
tuvo que acusarlos: ¡Me estáis robando, toda la nación lo está haciendo! (9).
Los diezmos y las ofrendas eran la forma como proveían el sostén económico del
templo, del sacerdote y de los levitas, de los servicios del templo, de los pobres y de los
necesitados de la comunidad. Robar al templo y quitarle al pobre y al necesitado
equivalía a robarle a Dios.
Esta idea de sustraerle a Dios también demuestra lo equivocado que estaba el
pueblo con respecto a su propiedad y sus posesiones. Creían que todo lo que tenían les
pertenecía, cuando en realidad no eran más que administradores de Dios sobre todos
“sus bienes”, como de hecho nosotros también lo somos de “lo que poseemos”. Como
escribió Peter Craigie: “Su actitud hacia la propiedad no era la de la administración,
según la cual manejaban lo que tenían como un depósito sagrado por parte de Dios,
sino la de propiedad”.
Si pensamos que todo lo que tenemos nos pertenece, entonces seremos
naturalmente renuentes a compartirlo. Si creemos que Dios es el dueño de todo lo que
poseemos, entonces sentiremos la libertad de dar en su nombre. Irónicamente,
valoraremos mucho más aquello con lo que nos quedemos, porque será el regalo
personal de nuestro Dios misericordioso para nosotros. Ser mayordomo de Dios para
dar o para guardar es un privilegio inmenso. Constatamos en el pueblo del tiempo de
Malaquías el terrible resultado de dejarse poseer por los bienes.
Además de todo esto, podemos ver que el pueblo cayó en la fácil equivocación de
valorar más los dones de Dios que al Dador de los mismos. Por consiguiente, cuando no
obtuvieron lo que ellos querían, se volvieron contra él. Intentamos enseñar a los niños a
prestar más atención a la persona que les hace un regalo que al obsequio en sí. ¡Tal vez
todavía tengamos que aprender nosotros la misma lección!
¿Y cuál es el resultado de robarle a Dios? Con maldición estáis malditos, porque
vosotros, la nación entera, me estáis robando (9). Esta maldición de Dios es lo opuesto a
su bendición. Él escogió a Abraham para bendecirlo y para derramar bendición sobre la
gran nación que formarían sus descendientes. Pero la gran bendición acarrea gran
responsabilidad y esta última conlleva la posibilidad de gran juicio. Leamos, pues,
Deuteronomio 28–30 para ver el gran momento de claridad cuando Moisés presentó
dos opciones delante del pueblo: la bendición de Dios o su maldición. La condenación
de Dios cae sobre su pueblo cuando rompe el pacto de Dios, desconfía de su palabra,
desobedece sus mandamientos, rechaza su amor, desconfía de sus promesas, repudia a
sus mensajeros, y no le ama y le sirve a él solamente. Es un hecho impresionante que el
libro de Malaquías acabe con la advertencia de Dios: “no sea que venga yo y hiera la
tierra con maldición” (4:6).
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La gravedad de esta maldición de Dios se puede ve con gran claridad, cuando nos
damos cuenta de que la única forma de poder eliminar finalmente la condenación
acumulada de Dios sobre su pueblo era mediante la muerte del Señor Jesús en la cruz:
Cristo nos redimió de la maldición de la ley, habiéndose hecho maldición por
nosotros (porque escrito está: Maldito todo el que cuelga de un madero), a fin de
que en Cristo Jesús la bendición de Abraham viniera a los gentiles, para que
recibiéramos la promesa del Espíritu mediante la fe.
¿Cuál fue el remedio temporal en los días de Malaquías?
Traed todo el diezmo al alfolí, para que haya alimento en mi casa; y ponedme
ahora a prueba en esto, dice el Señor de los ejércitos, si no os abriré las ventanas
del cielo, y derramaré para vosotros bendición hasta que sobreabunde. Por
vosotros reprenderé al devorador, para que no os destruya los frutos del suelo; ni
vuestra vid en el campo será estéril, dice el Señor de los ejércitos. Y todas las
naciones os llamarán bienaventurados, porque seréis una tierra de delicias, dice
el Señor de los ejércitos (10–12).
Esta era la ironía de la situación. Sin duda, usaban su pobreza como excusa para
robar a Dios en sus diezmos y ofrendas, pensando: “Bueno, si Dios va a ser tacaño con
nosotros, ¡entonces nosotros seremos mezquinos con él!”. Pero, en realidad, como
deberían haber sabido por Deuteronomio 28–30, su pobreza era una advertencia divina
de que su relación con él no estaba del todo bien. De hecho, sus estrecheces se debían
a un amoroso aviso, del mismo modo que Dios disciplina aún hoy a aquellos que ama
(He. 12:3–13). Pero su pueblo lo tomó como una excusa para vengarse de él.

“Ponedme ahora a prueba” (10–12)


En estos versículos hallamos el llamado y el desafío de Dios hacia su pueblo, su
generosa oferta y su promesa. Dios quería bendecirlos y los invitó a recibir sus ricas y
verdaderas bendiciones.
En primer lugar, llama a su pueblo a traer todo el diezmo al alfolí (10) y lo reta a que
lo pongan a él a prueba (10). Ofrece abrir las ventanas del cielo y derramar [para ellos]
bendición hasta que sobreabunde (10), proteger sus frutos del mal reprend[iendo] al
devorador [...], para que no os destruya los frutos del suelo (11). Finalmente, Dios hace
una promesa: Y todas las naciones os llamarán bienaventurados, porque seréis una
tierra de delicias, dice el Señor de los ejércitos (12).
La señal visible de la bendición de Dios era la prosperidad, así como la muestra
evidente de su maldición era la pobreza. ¿Sigue siendo igual en la actualidad?
¿Deberíamos enseñar a las personas que si obedecen a Dios serán prósperos, y que si
son pobres significa que le están desobedeciendo?
Pensemos un poco más en la vida para los seguidores en el Antiguo Testamento. En
primer lugar, la pobreza y la riqueza tienen una diversidad de significados. La pobreza

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puede ser una señal de persecución en las personas justas (por ejemplo, en Sal. 70), o
de que su fe en Dios esté siendo probada, como en el caso de Job (Job 1–2; 42). Aunque
la pobreza pueda ser, pues, una señal de desobediencia al pacto, podría tener también
otro significado. De la misma manera, la riqueza no siempre era evidencia de la
obediencia. Los ricos se oponían con frecuencia a Dios y oprimían a otros (Sal. 73).
Debemos aprender a no universalizar un pasaje de la Biblia pensando que nos dice todo
lo que necesitamos saber sobre un asunto. Es preciso que conozcamos bien las
Escrituras para que seamos conscientes de lo que hemos de tener en cuenta de otras
porciones de ellas, y poder decidir cuál se aplica de forma más directa a una situación
del momento. Y es que sería un desastre que las personas justas y pobres pensaran que
su pobreza representaba la maldición de Dios, como también lo sería que un rico
arrogante creyera que su riqueza se debía a que Dios aprobaba su conducta.
En segundo lugar, Proverbios advierte de los peligros tanto de la riqueza como de la
pobreza:
Aleja de mí la mentira y las palabras engañosas,
no me des pobreza ni riqueza;
dame a comer mi porción de pan,
no sea que me sacie y te niegue, y diga:
¿Quién es el Señor?
o que sea menesteroso y robe,
y profane el nombre de mi Dios.
En tercer lugar, el Nuevo Testamento nos dice que los creyentes
veterotestamentarios no estaban tan centrados como pensamos en las bendiciones
terrenales temporales. En Hebreos 11, leemos que algunos de ellos “anhelaban una
patria mejor, es decir, celestial. Por lo cual, Dios no se avergüenza de ser llamado Dios
de ellos, pues les ha preparado una ciudad”. De manera que, ya en el Antiguo
Testamento, las personas sabían que sus bendiciones del momento no eran más que un
aperitivo y una promesa de otras mayores en el futuro. Estas grandes bendiciones eran
promesas de un futuro más extraordinario, así como las maldiciones eran advertencias
del juicio final de Dios por venir.
Nosotros también hemos de aprender de nuestras circunstancias presentes,
reflexionando sobre ellas a la luz de todo lo que la Biblia nos enseña sobre los caminos
de Dios. Y asimismo es preciso que asimilemos cómo esperar la venida de Cristo para
hacer una evaluación de nosotros y de nuestra vida, y para nuestras futuras
recompensas de gracia.
Recientemente, me topé con un dicho de Thomas Brooks, predicador del siglo XVII.
Es obvio que era un predicador generoso ¡ya que su apodo era “Babbling Brooks”!
Decía: “Hay dos cosas muy escasas de hallar: una es ver a un joven humilde y alerta; y la
otra es ver a un hombre anciano satisfecho y alegre”521. La impresionante realidad es
que el pueblo de Dios de la época de Malaquías no era humilde ni estaba satisfecho. La
otra verdad llamativa es la constancia y la paciencia de Dios al enviar a su profeta

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Malaquías para alentarlos a regresar a su Dios y a dejar de robarle.

Palabras finales
Malaquías (3:13–4:6)

Llegamos a la última sección de Malaquías. Incluye las palabras finales del pueblo de
Dios que se niega a recibir lo que él dice (3:13–15), una referencia a lo que expresaron
algunos de ellos que reverenciaron sus palabras y lo que él afirmó sobre ellos (3:16–18),
y la última frase de Dios que fue de advertencia y, a la vez, de consuelo (4:1–6).

No digas cosas duras contra mí (3:13–15)


Vuestras palabras han sido duras contra mí, dice el Señor. Pero decís: ¿Qué hemos
hablado contra ti? (13). Este es un patrón familiar de interacción entre Dios y su pueblo,
en el que Dios habla de lo que el pueblo está haciendo mal y ellos lo niegan. Merece la
pena traer a nuestra memoria que el pueblo hizo lo mismo con las palabras anteriores
de Dios.
Vemos tres cosas importantes sobre el pueblo, que reitera lo que había pasado
antes. En primer lugar, no son conscientes de sus muchos pecados. En segundo lugar,
automáticamente se negaban a creer a Dios, lo cuestionaban y lo contradecían. En
tercer lugar, son lentos para aprender ya que siguen cometiendo el mismo error, el
mismo pecado de dudar de las palabras de Dios. Resulta absurdo, y casi difícil de creer,
que pudieran estar tan ciegos, de no ser porque sus respuestas a Dios se repiten una y
otra vez en cada generación del pueblo de Dios en las páginas de la Biblia, en todas las
épocas, incluida la nuestra, y en todos los lugares, hasta en nuestras iglesias y en
nuestro corazón. Sin embargo, Dios persiste, como demuestra el que enviara a su
profeta Malaquías para que nos hablara a nosotros hoy y nos llamara a regresar a él.
Es, asimismo, relevante que estas duras palabras en contra del Señor (13) parezcan
una versión más extrema de aquellas que le cansaban en 2:17. Obviamente, no
prestaron atención a la advertencia del capítulo 2, ¡o no habrían tenido necesidad del
aviso más severo del capítulo 3! Persistían en sus murmuraciones maliciosas y
difamatorias contra Dios, y eran palabras [...] duras contra mí [Dios] (13). De nuevo,
como en 2:17, no van dirigidas al Señor a la cara, sino a difundir mentiras sobre él.
Como no entienden ni establecen las conexiones obvias entre las palabras y los hechos
de Dios, él les recuerda lo que han estado diciendo:
Habéis dicho: En vano es servir a Dios. ¿Qué provecho hay en que guardemos
sus ordenanzas y en que andemos de duelo delante del Señor de los ejércitos? Por
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eso ahora llamamos bienaventurados a los soberbios. No sólo prosperan los que
hacen el mal, sino que también ponen a prueba a Dios y escapan impunes
(14–15).
Me recuerdan a aquellos que murmuraron en el desierto en el tiempo de Moisés
(Nm. 11:1–35 y 14:1–4). En realidad eran como los que se quejan de Dios en todos los
tiempos: e incluso hay ecos en nuestro propio corazón y hasta en nuestros labios en
algunas ocasiones.
¿Qué provecho hay? (3:14) ¡Es una pregunta tan reveladora! Demuestra que,
fundamentalmente, están centrados en sí mismos y no en Dios. Es la incómoda
pregunta que, de vez en cuando, llega hasta nosotros a medio camino de nuestra vida
como cristiano, y la dolorosa pregunta que se puede presentar al final de los años de
ministerio. ¿Qué provecho he sacado de todo esto? ¿Ha merecido la pena tantos
sacrificios? ¿Cuál es la recompensa por mi bondad y servicio a Dios? En particular, la
queja suele ser: ¿Qué provecho hay en que guardemos sus ordenanzas y en que
andemos de duelo delante del Señor de los ejércitos? (14). Guardar los mandamientos
de Dios no les proporcionó ningún beneficio ni tampoco su penitencia cuando no los
cumplieron. Hicieran lo que hicieran, siempre sentían que eran los perdedores.
Si las palabras ¿qué provecho? revelan tanto sobre su motivación profunda y
destructiva, las palabras siguientes aún descubren mucho más sobre su honda y
demoledora tendencia a envidiar a quienes no se han molestado en seguir los
mandamientos de Dios ni en sentirse tristes por sus pecados. Por eso ahora llamamos
bienaventurados a los soberbios. No sólo prosperan los que hacen el mal, sino que
también ponen a prueba a Dios y escapan impunes (15). Codiciar la felicidad de otras
personas es fatal para nuestra confianza en Dios. Los campos lejanos siempre están más
verdes. Pero, de forma más concreta, aquí el pueblo de Dios está envidiando a aquellos
que son abiertamente arrogantes y tienen éxito. No tuvieron el valor de ser totalmente
arrogantes contra Dios, de modo que en vez de esto, envidian a los prepotentes. Y es
que estos presuntuosos no solo prosperan, sino que también ponen a prueba a Dios y
escapan impunes (15).
¡Qué palabras tan reveladoras! Los que pronunciaban duras palabras contra Dios
envidiaban a quienes lo ponían a prueba y salían impunes.
Aunque la invitación de Dios “ponedme ahora a prueba” en 3:10 es una incitación al
arrepentimiento y la confianza en Dios por sus bendiciones prometidas, probar a Dios
en 3:14 consiste en ver qué pueden conseguir desobedeciéndole. Es el comportamiento
de los arrogantes. Por supuesto que lo que no llegan a ver quienes se quejan es que,
cuando Dios deja que la gente se salga con la suya, en realidad se trata de una forma de
juicio. Como ya hemos observado, el asesino no sólo daña a la persona a la que mata,
sino también a sí mismo, porque, habiendo quedado impune de un homicidio, llegan a
creerse lo suficientemente listos como para cometer otro sin consecuencias. Dios es
paciente con los pecadores; no nos fulmina en el momento mismo de pecar. Su
longanimidad se debe a su deseo de darnos tiempo para el arrepentimiento y para ser
perdonados. Pero su paciencia también conlleva riesgo; puede llevarnos a pensar que el

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pecado no tiene importancia, y a que otros crean que saldrán impunes por la misma
transgresión. Así suele ser cómo los pecados se extienden en una comunidad.
He oído muchas veces frases como ¿qué provecho hay? (14) en boca de creyentes
obedientes, pero descontentos; también he percibido palabras de lamento y envidia,
como ahora llamamos bienaventurados a los soberbios (15). En nuestra experiencia, es
como si, con demasiada frecuencia, fuera fútil servir a Dios, porque quienes lo hacen no
reciben recompensa y quienes no lo realizan parecen divertirse más y salir impunes.
¡Qué triste escuchar y ver una bondad y una piedad amargadas en cristianos fieles! Y
estas expresiones se hacen eco de los sentimientos de 2:17: “¿Dónde está el Dios de la
justicia?”, porque ¡parece tan injusto que trate tan mal a sus siervos y que permita a
otros pasárselo tan bien!
Merece la pena señalar que las personas vinculadas a ministerios tienen una
especial propensión a envidiar a otros colegas; les resulta más difícil cuanto más hayan
tenido que sacrificar ellos para llevar a cabo su ministerio, y ver que otros tienen “más
éxito” en el suyo. Yo intento ayudar a que las personas empiecen a transformar este
bloqueo tan doloroso, y lo hago de diversas formas. Se requiere tiempo y paciencia,
¡porque el dolor es tan profundo...!
Compararnos con otros, nos conducirá al descontento o a la arrogancia. Es un
planteamiento insano de la vida, y siempre nos produce infelicidad. Podemos escoger a
gente que tienen más que nosotros y esto nos hará sentir insatisfechos. Si elegimos a
quienes tienen menos, podemos pecar de vanidad. ¡Las comparaciones son odiosas!
Más bien, deberíamos centrarnos en nuestra relación con Dios. Nuestra naturaleza
nos lleva a pensar en lo que Dios no nos ha dado o en lo que no ha hecho por nosotros,
y también en todo lo que hemos llevado a cabo para él. Pasa dos semanas dedicando
algún tiempo cada día a alabarlo por cada buena dádiva, grande o pequeña, que te ha
proporcionado.
La envidia nos ciega a las dificultades que otros afrontan, incluso aquellos a los que
envidiamos. Si conociéramos la verdad sobre su vida, tal vez tendríamos menos motivos
de anhelar ser como ellos. Vivimos en un mundo de desigualdades: ¿importan tanto
estas disparidades como para permitir que te destruyan? Sí, los pecadores se salen con
la suya y salen impunes. Pero Dios es paciente contigo cuando pecas, aunque tu
transgresión sea envidiar.
Estás aquí para servir a Dios ¡y no a la inversa! Jamás estarás satisfecho si te
comparas con los demás, y tú eres la única persona que puede impedir que lo sigas
haciendo. No culpes a otros por tu actitud hacia ellos. La envidia es la enemiga del
contentamiento. La ironía radica en que aquellos a quienes envidias son los que han
aprendido a no sentir envidia de nadie: jamás conseguirás lo que quieres.
Traicionamos nuestro ser más profundo con nuestras palabras y actos. El pueblo de
Malaquías le robaba a Dios (3:8–10) y proferían duras palabras de resentimiento contra
él (3:13–15). Esto demuestra que eran fundamentalmente egocéntricos y que no se
centraban en Dios; que eran egoístas al máximo en lugar de adorar y servir tan solo a
Dios. Se habían convertido en sus propios ídolos y habían dejado de honrarle a él.
Buscaban su propia gloria y no la de Dios. Una vez, leí este antiguo dicho: “Dios no es
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suficiente para el hombre demasiado codicioso”. Es necesario que aprendamos a estar


satisfechos con Dios, aunque no nos sirva como queremos.
Centrarse en uno mismo es una de las maldiciones de nuestra época. Resulta difícil
que dos personas egocéntricas mantengan un matrimonio. A los padres egocéntricos,
sus hijos les resultan demasiado exigentes. No resulta fácil que los niños egocéntricos
honren a su padre y su madre. Pertenecer a una iglesia demasiado desafiante es
complicado para las personas egocéntricas y lidiar con este tipo de personas supone un
reto para las iglesias. Esta clase de seres humanos salen a ver qué consiguen en su lugar
de trabajo, en su comunidad local, en su nación y en su mundo. Asimismo, les resulta
difícil apañárselas con Dios que no los servirá como ellos quieren.
A simple vista, parecía que el pueblo del tiempo de Malaquías servía a Dios, y
además creía hacerlo, al menos en la medida que él lo merecía. En realidad, era un
servicio a sí mismos y estaban enfadados porque Dios no quería hacer lo mismo.

Ellos serán míos (3:16–18)


Son otras palabras finales que los que temían al Señor se transmiten unos a otros
(16). Y, a continuación, las palabras que el Señor pronunció sobre estas personas, ellos
serán míos [...] mi tesoro especial (17).
Es la primera vez que leemos una respuesta positiva a las palabras del Señor por
medio del profeta Malaquías. Hasta este momento, la contestación había sido siempre
negativa, porque el pueblo había dudado, cuestionado y rechazado lo que Dios había
dicho. Pero, como en todos los tiempos, en medio del pueblo de Dios siempre ha
habido un “remanente” que responde a las palabras de Dios con fe y obediencia. Son
los que temían o “veneraban” al Señor (16).
En Proverbios, leemos que “el temor del Señor es el principio de la sabiduría”.
Temer, respetar, reverenciar a Dios es el primer paso de sabiduría y el verdadero
fundamento de esta. Aprendamos sabiduría. Desde luego, preferiríamos que pudiera
erradicar el pecado con motivaciones y razones positivas, como amar a Dios o buscar su
gloria. Pero él proporciona tanto motivos negativos como positivos, porque
necesitamos ambas cosas.
Para ser sincero, todos precisamos temer para sacar algunos pecados de nuestra
vida. ¿Qué es lo que me impide (mayormente) rebasar el límite de velocidad al volante?
Es el temor a las cámaras y los radares, las multas, a perder puntos y hasta el permiso
de conducir. Alguien me puso doscientos dólares en la mano cuando comencé mi
ministerio, y me dijo: “Para la iglesia”. ¿Qué fue lo que me impidió quedarme con veinte
dólares para mí, basándome en que había trabajado muy duro la última semana? Fue el
temor a que si tomaba ahora veinte dólares, hallaría una buena razón para quedarme
con un buen pellizco en unos cuantos años, en circunstancias similares, y que mi
ministerio se destruiría. ¿Qué me detiene de los pecados secretos, tan fáciles para una
persona soltera? Saber que un día tendré que rendir cuentas al Señor Jesús por mi vida
y mi ministerio. Es necesario que aprendamos a sentir un temor sano de Dios.

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La mayor parte del tiempo, Jesús llamó a las personas a recibir buenas dádivas. Sin
embargo, a veces les advirtió del peligro en el que se hallaban a causa del juicio de Dios;
por ejemplo, en la parábola de los arrendadores (Mt. 21:33–44) y en sus avisos a los
fariseos y maestros de la ley en Mateo 23:1–36. En la alegoría de las ovejas y las cabras,
alentó a las primeras con la promesa de vida eterna y amenazó a las cabras con el
castigo eterno (Mt. 25:31–46).
Obsérvese que, cuando Jesús enseñaba a sus discípulos en Lucas 12, les dio tres
instrucciones sobre el temor. Son las siguientes: No temáis a los que solo pueden matar
el cuerpo; temed a Dios que tiene poder para arrojaros al infierno; “sí [...] a éste
¡temed!”; y no tengáis miedo de Dios, porque vosotros valéis más que muchos
pajarillos. Esta última instrucción se refuerza más adelante: sus seguidores no deberían
tener miedo, “porque vuestro Padre ha decidido daros el reino”.
A primera vista, parece un tanto confuso que se nos diga temer a Dios y, a
continuación, que no tengamos miedo de él. El propósito de lo primero es liberarnos de
temer a las personas, porque lo peor que nos podrían hacer sería matarnos, mientras
que Dios puede enviarnos al infierno. Pero no deberíamos asustarnos de él, porque
cuida de nosotros y nos dará su reino.
Hallamos temas similares en el Salmo 34. Dios nos libra de los miedos y protege a
aquellos que le temen:
Busqué al Señor, y Él me respondió,
y me libró de todos mis temores...
El ángel del Señor acampa alrededor de los que le temen,
y los rescata.
Paradójicamente, no hemos de temer al amor de Dios, mientras temamos su juicio.
Quienes hallan refugio en él, no han de tenerle miedo (Sal. 2:12).
Aquellas buenas personas no solo temían a Dios, sino que también se alentaban los
unos a los otros. Entonces los que temían al Señor se hablaron unos a otros (16). Dios
nos ha creado para mantener relaciones positivas los unos con los otros, y una parte
vital de estas consiste en darnos ánimos mutuamente. Necesitamos que otros nos
alienten y a la inversa. El estímulo es una buena mezcla de interés personal, de
afirmación de lo bueno y piadoso, una exhortación a continuar, resistir y crecer, una
advertencia de cualquier peligro y una promesa de apoyo, interés, amor y oraciones. Es
un ministerio muto al que todos somos llamados y que todos precisamos. No es de
sorprender que Hebreos declare:
Antes exhortaos los unos a los otros cada día, mientras todavía se dice: Hoy;
no sea que alguno de vosotros sea endurecido por el engaño del pecado. Porque
somos hechos partícipes de Cristo, si es que retenemos el principio de nuestra
seguridad firme hasta el fin.
Y consideremos cómo estimularnos unos a otros al amor y a las buenas obras,
no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino
exhortándonos unos a otros, y mucho más al ver que el día se acerca.
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En la época de Malaquías, aquellos que respondieron a la palabras de Dios por


medio del profeta, también se alentaron los unos a los otros a temerle y, por tanto, a
tener un corazón capaz de recibir sus palabras. Y nótese la respuesta de Dios; escuchó y
después habló: El Señor prestó atención y escuchó, y fue escrito delante de él un libro
memorial para los que temen al Señor y para los que estiman su nombre. Y ellos serán
míos, dice el Señor de los ejércitos, el día en que yo prepare mi tesoro especial (16–17).
¡Cuánto valora el Señor a aquellos que le reverencian o le temen, y que piensan en
su nombre, su revelación de sí mismo! Un libro memorial recoge sus nombres, dejando
bien clara su importancia para Dios. El Señor afirma: Serán míos [...], mi tesoro especial
(17). Todo el pueblo de Dios fue llamado a pertenecerle a él:
Ahora pues, si en verdad escucháis mi voz y guardáis mi pacto, seréis mi
especial tesoro entre todos los pueblos, porque mía es toda la tierra; y vosotros
seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa.
Esta idea se repite en el Salmo 135:4: “Porque el Señor ha escogido a Jacob para sí,
a Israel para posesión suya”. Recordemos que solo unos cuantos, y no la totalidad del
pueblo, tienen este honor. Existe “un remanente, conforme a la elección de la gracia”.
Así como los nombres de este grupito fiel estaban inscritos en el libro memorial de Dios,
también se incluirían con todos los santos entre los que figuran en “el libro de la vida
del Cordero”531. Es una acción de Dios dirigida hacia el futuro. Y ellos serán míos, dice el
Señor de los ejércitos, el día en que yo prepare mi tesoro especial y los perdonaré como
un hombre perdona al hijo que le sirve (17).
El día en que Dios actuará será el día del Señor, del juicio, cuando rescatará y
vindicará a su pueblo, cuando los impíos serán juzgados y todos verán la separación
entre los justos y los perversos. Entonces volveréis a distinguir entre el justo y el impío,
entre el que sirve a Dios y el que no le sirve (18). Ese día, nadie dirá: “Todo el que hace
mal es bueno a los ojos del Señor, y en ellos él se complace; o: ¿Dónde está el Dios de la
justicia?” (2:17). Entonces nadie se quejará:
En vano es servir a Dios. ¿Qué provecho hay en que guardemos sus
ordenanzas y en que andemos de duelo delante del Señor de los ejércitos? Por
eso ahora llamamos bienaventurados a los soberbios. No sólo prosperan los que
hacen el mal, sino que también ponen a prueba a Dios y escapan impunes
(3:14–15).
El día del Señor será la respuesta final de Dios, su justificación final y su última
palabra.

El día del Señor (4:1–3)


¿Cómo será ese día? ¿Qué incidencia tendrá? La primera respuesta en Malaquías 4
es que será un día ardiente como un horno, en el que los soberbios y los que hacen el

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mal serán quemados:


Porque he aquí, viene el día, ardiente como un horno, y todos los soberbios y
todos los que hacen el mal serán como paja; y el día que va a venir les prenderá
fuego, dice el Señor de los ejércitos, que no les dejará ni raíz ni rama (1).
Esta gente arrogante, antes envidiada (3:15), será juzgada. Dios había refinado
previamente a su pueblo: ahora, por fin los juzgará.
La segunda respuesta es que es el día en el que el sol se levantará con justicia y
sanidad: Mas para vosotros que teméis mi nombre, se levantará el sol de justicia con la
salud en sus alas (2).
El día amanecerá con la salida del sol de justicia y sus rayos traerán sanidad y
consuelo para aquellos que temen a Dios, le reverencian y piensan en su nombre. En
Isaías, leemos sobre el siervo del Señor: “El castigo, por nuestra paz, cayó sobre él, y por
sus heridas hemos sido sanados”, y Pedro escribe sobre el sufrimiento del Señor Jesús
que “llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre la cruz [...] por sus heridas fuisteis
sanados”533. Ese perdón y sanidad logrados en la cruz surtirán pleno efecto cuando
Cristo regrese en gloria, y seremos resucitados. Será un día de justicia:
Pero el día del Señor vendrá como ladrón, en el cual los cielos pasarán con
gran estruendo, y los elementos serán destruidos con fuego intenso, y la tierra y
las obras que hay en ella serán quemadas. Puesto que todas estas cosas han de
ser destruidas de esta manera, ¡qué clase de personas no debéis ser vosotros en
santa conducta y en piedad, esperando y apresurando la venida del día de Dios,
en el cual los cielos serán destruidos por fuego y los elementos se fundirán con
intenso calor! Pero, según su promesa, nosotros esperamos nuevos cielos y nueva
tierra, en los cuales mora la justicia.
Esta es la separación final de la que habla el Salmo 1. “Porque el Señor conoce el
camino de los justos, mas el camino de los impíos perecerá.” Y es la separación
definitiva que Jesús presagió en su parábola del sabio y el necio:
Por tanto, cualquiera que oye estas palabras mías y las pone en práctica, será
semejante a un hombre sabio que edificó su casa sobre la roca; y cayó la lluvia,
vinieron los torrentes, soplaron los vientos y azotaron aquella casa; pero no se
cayó, porque había sido fundada sobre la roca. Y todo el que oye estas palabras
mías y no las pone en práctica, será semejante a un hombre insensato que edificó
su casa sobre la arena; y cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos
y azotaron aquella casa; y cayó, y grande fue su destrucción.
En el tiempo de Moisés, había básicamente dos modos de vivir: bajo la bendición de
Dios o bajo su maldición. En la época de Malaquías, existían dos formas de vida: recibir
las palabras de Dios por boca del profeta o rechazarlas por el mismo medio. En los días
de Cristo, dos eran las maneras de vivir: escuchar las palabras de Cristo y actuar de
forma acorde a ellas, u oírlas y no seguirlas. Hoy, por tanto, existen dos estilos de vida:
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seguir a Dios o rechazarlo.


Estos versículos suscitan tres cuestiones difíciles.
La primera es el juicio de Dios sobre los impíos y arrogantes. ¿Cómo puede un Dios
de amor condenar a las personas de forma definitiva e irrevocable? La respuesta es que
Dios es el juez a la vez que el salvador. Porque “Dios es amor”, pero también es cierto
que “Dios es luz”. Y Jesucristo habló con suma claridad acerca de la realidad del
infierno, y advirtió a las personas que quedaran fuera de él538. Uno de los aspectos de la
terrible dignidad y responsabilidad que asumimos como seres humanos hechos a
imagen de Dios es que nuestras acciones son relevantes y poderosas; que hemos de
afrontar las consecuencias de nuestros actos, y que estos tienen consecuencias para
toda la eternidad así como en su momento. Todos merecemos los fuegos del infierno, y
solo la muerte salvífica de Cristo nos puede rescatar de ese juicio. Así se lo escribió
Pablo a los tesalonicenses y les recordó: “Pues ellos mismos cuentan acerca de
nosotros, de la acogida que tuvimos por parte de vosotros, y de cómo os convertisteis
de los ídolos a Dios para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar de los cielos a su Hijo,
al cual resucitó de entre los muertos, es decir, a Jesús, quien nos libra de la ira
venidera”.
El segundo tema complicado es la naturaleza del destino de los impíos. ¿Sufrirán
eternamente o serán destruidos? Malaquías 4:1 parece enseñar que serán aniquilados
o quemados por completo:
Porque he aquí, viene el día, ardiente como un horno, y todos los soberbios y
todos los que hacen el mal serán como paja; y el día que va a venir les prenderá
fuego, dice el Señor de los ejércitos, que no les dejará ni raíz ni rama.
Si queremos reflexionar sobre esta pregunta, necesitamos considerar la evidencia
bíblica, sobre todo en el Nuevo Testamento. Cuando recurrimos a este, es necesario
clarificar cuál será el destino de los impíos. Y es que, en la resurrección general de todas
las personas cuando el Señor Jesucristo regrese, todos se levantarán de entre los
muertos: los buenos y los malos. Como Cristo enseñó, “viene la hora en que todos los
que están en los sepulcros oirán su voz, y saldrán: los que hicieron lo bueno, a
resurrección de vida, y los que practicaron lo malo, a resurrección de juicio”.
De modo que todos resucitarán, con cuerpos de resurrección, unos para vida y otros
para condenación. Los que confían en Jesús como “la resurrección y la vida”, que viven
y creen en él, “no morirán jamás”542. Vivirán con Cristo, pues, durante toda la
eternidad. ¿Pero qué ocurrirá con los que no son salvos? Las dos opciones son que
permanezcan vivos durante toda la eternidad, en su cuerpo resucitado, aunque
separados de Dios, o que después del juicio sean aniquilados. Una de las dificultades a
la hora de resolver esta cuestión es que gran parte del lenguaje que se utiliza para
explicar lo que sucede es lenguaje pictórico, como el del fuego que quema por
completo raíz y rama en Malaquías 4:1. En mi opinión, será el castigo eterno, ya que
Dios creó a los seres humanos para que las decisiones y las acciones de nuestra vida
tengan consecuencias eternas.

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El tercer punto difícil es qué hacer con la promesa de Malaquías 4 en cuanto a que
los justos pisotearán a los impíos. Leemos: Y saldréis y saltaréis como terneros del
establo. Y hollaréis a los impíos, pues ellos serán ceniza bajo las plantas de vuestros pies
el día en que yo actúe, dice el Señor de los ejércitos (2–3).
Al margen de cómo entendamos esto, no nos proporciona justificación alguna para
que nos venguemos de quienes nos persiguen por nuestras creencias o actos cristianos.
Pablo escribió: “Bendecid a los que os persiguen; bendecid, y no maldigáis [...]. Amados,
nunca os venguéis vosotros mismos, sino dad lugar a la ira de Dios, porque escrito está:
mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor. Si nos persiguen, esperamos que el
gobierno nos proteja (Ro. 13:1–4). Si no lo hace, entonces debemos seguir el ejemplo
de Cristo y encomendarnos a Dios que juzga con justicia (1 P. 2:21–23).
Esto sigue siendo un problema para muchos creyentes por todo el mundo actual. Si
nosotros no lo estamos afrontando en el presente, deberíamos prestar atención,
porque podría ocurrirnos en el futuro. Y también habríamos de atender, para orar
mejor por nuestros hermanos y hermanas en Cristo perseguidos.
Volvemos a Malaquías 4:2–3. ¿Qué me dices de esta idea de disfrutar de la
venganza que hallamos aquí? ¿Acaso es una actitud cristiana? Pablo trata el tema de la
vindicación final de Dios y de su pueblo en 2 Tesalonicenses. La situación es que los
creyentes de Tesalónica están siendo perseguidos y, al mismo tiempo, Pablo y sus
compañeros en el ministerio también están sufriendo persecución. Y el apóstol escribe:
De manera que nosotros mismos hablamos con orgullo de vosotros entre las
iglesias de Dios, por vuestra perseverancia y fe en medio de todas las
persecuciones y aflicciones que soportáis. Esta es una señal evidente del justo
juicio de Dios, para que seáis considerados dignos del reino de Dios, por el cual en
verdad estáis sufriendo. Porque después de todo, es justo delante de Dios
retribuir con aflicción a los que os afligen, y daros alivio a vosotros que sois
afligidos, y también a nosotros, cuando el Señor Jesús sea revelado desde el cielo
con sus poderosos ángeles en llama de fuego, dando retribución a los que no
conocen a Dios, y a los que no obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesús.
Estos sufrirán el castigo de eterna destrucción, excluidos de la presencia del
Señor y de la gloria de su poder, cuando él venga para ser glorificado en sus
santos en aquel día y para ser admirado entre todos los que han creído; porque
nuestro testimonio ha sido creído por vosotros.
¡Qué palabras tan fuertes! Dejan claro que Dios adecuará el castigo al crimen y que
“retribuir[á] con aflicción a los que os afligen”. A mí me producen gran consuelo cuando
pienso en los innumerables creyentes de hoy y de toda la historia del cristianismo que
han sufrido persecución, privación, tortura y muerte por amor a Cristo, y que tuvieron
que soportar ver padecer a sus familias y amigos esas mismas aflicciones. Quiero que
Dios les recompense, y que los vengue. Que deje inequívocamente claro a sus
perseguidores que hicieron cosas espantosas. Recuerdo las palabras de John Paton, uno
de los primeros misioneros a Vanuatu, entonces conocida como Nuevas Hébridas. Al

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afrontar la muerte, le advirtió a su atacante: “¡Si me matas, Dios te juzgará!”. Era un


aviso adecuado: Dios vindicará a su pueblo.
¿Es esta una opinión cristiana? Bueno, Pablo era un apóstol del Cristo resucitado, un
portavoz suyo. Y Cristo mismo dio una solemne advertencia a los escribas y fariseos que
se opusieron a él:
¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!, porque edificáis los sepulcros
de los profetas y adornáis los monumentos de los justos, y decís: Si nosotros
hubiéramos vivido en los días de nuestros padres, no hubiéramos sido sus
cómplices en derramar la sangre de los profetas. Así que dais testimonio en
contra de vosotros mismos, que sois hijos de los que asesinaron a los profetas.
Llenad, pues, la medida de la culpa de vuestros padres. ¡Serpientes! ¡Camada de
víboras! ¿Cómo escaparéis del juicio del infierno?
Cuando encontramos una enseñanza bíblica difícil de aceptar, merece la pena
recordar el dicho de San Agustín, un líder de la iglesia primitiva: “Si crees lo que te gusta
de los Evangelios y rechazas lo que te desagrada, no crees en el evangelio, sino en ti
mismo”. Deberíamos deleitarnos en la perfección del reino y la gloria venideros de Dios.

Palabras finales de Dios (4:4–6)


Las palabras finales de Dios en este libro de Malaquías apuntan al pasado, a Moisés,
y al futuro, a la venida de Elías. En el Antiguo Testamento, Moisés y Elías fueron
profetas importantes. Al primero se le relacionaba con la ley y al segundo con los
profetas. Moisés fue el primer profeta y Malaquías el último de la época
veterotestamentaria.
Dios hace que el pueblo se remonte a la enseñanza mosaica. Acordaos de la ley de
mi siervo Moisés, de los estatutos y las ordenanzas que yo le ordené en Horeb para todo
Israel (4). En este contexto, el término “acordaos” significa tener en mente y poner en
práctica. Todos los profetas aplicaron la ley de Moisés, de distintas formas, al pueblo de
Dios de su tiempo, y les instó a guardarla, recordar, confiar en ella y practicarla. Si el
pueblo de Dios de la época de Malaquías se hubiera acordado de la ley de Moisés, ¡no
habría habido necesidad del ministerio del profeta! Si el pueblo quiere seguir siendo el
pueblo de Dios, deben hacer caso a este imperativo y recordar lo que Moisés enseñó.
Remontarse a lo que Dios había dicho en el pasado es un rasgo de fe y obediencia del
Antiguo Testamento y también en el Nuevo. Y se les ordenó que trajeran a su memoria
la enseñanza mosaica, y a nosotros también. Y es que Moisés “recibió palabras de vida
para transmitirlas a vosotros”548, y “estas cosas [...] fueron escritas como enseñanza
para nosotros, para quienes ha llegado el fin de los siglos”. Recordarnos la enseñanza
de Moisés y los profetas, como también recibimos la de Jesucristo y sus apóstoles en el
Nuevo Testamento. Podría parecer algo extraño, pero, al remontarnos en la historia
para ver las obras salvíficas de Dios en el Antiguo Testamento, y en el Hijo de Dios, el
Señor Jesucristo, su muerte y su resurrección, también lo hacemos para escuchar las

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palabras salvíficas de Dios en el Antiguo y el Nuevo Testamento por igual, ya que


apuntan a Cristo que nos lleva a Dios.
En primer lugar, Dios señala a Moisés, en el pasado, y después a Elías, en el futuro:
He aquí, yo os envío al profeta Elías antes que venga el día del Señor, día
grande y terrible. Él hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el
corazón de los hijos hacia los padres, no sea que venga yo y hiera la tierra con
maldición (5–6).
Dios había enviado a Elías en un momento muy deprimente de la historia del pueblo
de Dios, cuando la mayoría lo habían abandonado y los que seguían sirviéndolo estaban
desalentados. Elías tuvo un ministerio solitario y tempestuoso, pero siempre defendió a
Dios en la iglesia y en la nación.
Dios le dice a su pueblo que enviará a Elías para que los llame al arrepentimiento.
¿Qué hacemos con esta promesa? Algunos creyeron que Elías volvería de nuevo, y
existen referencias de esto en los Evangelios. Otros pensaban que Jesús era Elías (Mr.
8:28). Los había que opinaban que Jesús llamaba a Elías para que viniera a salvarlo de la
crucifixión (Mr. 15:35).
¿Juan el Bautista era Elías? Ciertamente, vino con un ministerio parecido al de este,
llamando al pueblo de Dios al arrepentimiento (Lc. 1:67–79; 3:1–18). Se le describe con
palabras de Malaquías 3:1: “He aquí, yo envío mi mensajero delante de tu faz, quien
preparará tu camino delante de ti” (Mr. 1:3 y Mt. 11:10), y Jesús dijo a sus discípulos
que, si estaban dispuestos a recibirlo, Juan “es Elías que había de venir”. Y, en Lucas
1:17, leemos que Juan vino “en el espíritu y poder de Elías [...] a fin de preparar para el
Señor un pueblo bien dispuesto”.
Con todo, cuando se le pregunta a Juan el Bautista si es Elías, su respuesta es que no
(Jn. 1:21). ¿Cómo hemos de entenderlo? Podría ser que algunos esperaran que el
profeta apareciera en persona y que Juan esté explicando que él es Juan y no Elías,
aunque tiene un ministerio como el de él. O tal vez el Bautista no se ha percatado aún
de que tiene ese papel. Jesús dijo a sus discípulos que:
Y respondiendo él, dijo: Elías ciertamente viene, y restaurará todas las cosas;
pero yo os digo que Elías ya vino y no lo reconocieron, sino que le hicieron todo lo
que quisieron. Así también el Hijo del Hombre va a padecer a manos de ellos.
Entonces los discípulos entendieron que les había hablado de Juan el Bautista.
Elías ha venido, en el ministerio de Juan el Bautista, y ciertamente ha preparado el
camino para el Señor Jesús. Pero lo rechazaron y lo mataron, como también repudiarían
al Hijo del Hombre, Jesús mismo, y le quitarían la vida. En palabras de Don Carson, “el
Bautista (Elías) cumplió su misión, pero lo mataron en el transcurso de esta. De la
misma manera, el Hijo del Hombre padecería [...] en manos de ellos”.
De distinta forma, vemos tanto a Moisés como a Elías, en el Nuevo Testamento,
presentes personalmente en la transfiguración de Jesús: “Y he aquí, se les aparecieron
Moisés y Elías hablando con él”. Los dos son representantes del Antiguo Testamento y

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se personan para autentificar a Jesús como el Mesías y el Hijo de Dios. Son testigos de
las palabras del Padre: “Este es mi Hijo amado en quien me he complacido; a él oíd”.
El libro de Malaquías acaba con estas palabras: No sea que venga yo y hiera la tierra
con maldición. Es un final tan atemorizador que muchos lectores judíos repetirían 4:5
después de haber leído 4:6, para evitar dejar un sonido desagradable en los oídos del
pueblo. Esta maldición es, como hemos visto, la que se cita en Deuteronomio 28–30, y
las envía el Señor a su pueblo cuando este le da la espalda, quebranta su pacto y no
cumple sus mandatos. Las aflicciones del pueblo de Dios serían manifestaciones de esta
maldición si no volvían a Dios y se arrepentían.
Como ya hemos visto en Gálatas, Cristo llevó esta maldición como sustituto de su
pueblo y nuestro (Gá. 3:14–19). Vemos una gráfica imagen de Cristo cargando con la
maldición de Dios sobre la cruz, y también percibimos un vívido presagio de la nueva
vida prometida en la resurrección de Cristo, en el Evangelio de Mateo.
Y desde la hora sexta hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora
novena. Y alrededor de la hora novena, Jesús exclamó a gran voz, diciendo: Eli,
Eli, ¿Lema Sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
[...]. Entonces Jesús, clamando otra vez a gran voz, exhaló el espíritu. Y he aquí, el
velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo, y la tierra tembló y las rocas se
partieron; y los sepulcros se abrieron, y los cuerpos de muchos santos que habían
dormido resucitaron.
Vemos aquí que Jesús llevó la maldición de Dios en la oscuridad que sobrevino en
toda la tierra durante tres horas, y en su grito: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?”. Con todo, contemplamos también señales de la esperanza de la
resurrección en los numerosos santos que se levantaron de los muertos, una gran señal
de la extraordinaria resurrección general futura, y de la transformación del universo
cuando Cristo regrese. No es de sorprender que algunos creyeran: “El centurión y los
que estaban con él custodiando a Jesús, cuando vieron el terremoto y las cosas que
sucedían, se asustaron mucho, y dijeron: En verdad éste era Hijo de Dios”557.
Es una buena advertencia no confiar en nuestra propia justicia, sino en la de Cristo;
no en nuestro propio servicio a Dios, sino en la obra de Cristo, el siervo de Dios, en
nuestro nombre y en nuestro lugar (Hch. 13:38–39; Ro. 3:21–26; Fil. 3:4–11). Jesús llevó
la maldición de Dios en nuestro lugar y “[Dios] le hizo pecado por nosotros, para que
fuéramos hechos justicia de Dios en él”.
Otra buena advertencia para que muramos al pecado y vivamos a la justicia (1 P.
2:24), para considerarnos muertos al pecado, pero vivos a Dios en Cristo, por medio del
poder de su muerte y resurrección (Ro. 6:5–13); para matar lo que es terrenal y
revestirnos de nuestra nueva vida; para dejar las obras de la carne y andar en el Espíritu
(Gá. 5:16–26). Vivamos como los que son libres de la maldición y el juicio de Dios, y
como quien ha sido liberado de la pena y el poder del pecado por la muerte y la
resurrección de Cristo, y por el poder del Espíritu Santo.
Como el pueblo en los días de Malaquías, somos llamados a mirar

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retrospectivamente y hacia adelante. Hacia atrás, a la venida de Cristo, su encarnación,


su vida, su muerte, su resurrección y su ascensión; y hacia adelante, a su regreso en
gloria, cuando salvará a su pueblo, juzgará a todo el mundo y restaurará todas las cosas.
Él es también la cabeza del cuerpo que es la iglesia; y él es el principio, el
primogénito de entre los muertos, a fin de que él tenga en todo la primacía.
Porque agradó al Padre que en él habitara toda la plenitud, y por medio de él
reconciliar todas las cosas consigo, habiendo hecho la paz por medio de la sangre
de su cruz, por medio de él, repito, ya sean las que están en la tierra o las que
están en los cielos.
Ojalá que conozcamos el amor de Dios en la muerte expiatoria de Cristo: “Pero Dios
demuestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por
nosotros”, y a través del ministerio del Espíritu: “El amor de Dios ha sido derramado en
nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que nos fue dado”561. Y es que, por
estar Dios “por nosotros”, nada “nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo
Jesús Señor nuestro”. Dios nos dice: “Yo os he amado en el Señor Jesucristo”. ¡Gloria
sea a nuestro Dios y Salvador!
El mejor remedio contra dudar del amor de Dios es alabarle sin cesar y darle las
gracias por su amor y su misericordia con nosotros en el Señor Jesucristo. Unámonos a
los grandes cánticos de alabanza de Apocalipsis, el último libro del Nuevo Testamento:
Al que nos ama y nos libertó de nuestros pecados con su sangre, e hizo de
nosotros un reino y sacerdotes para su Dios y Padre, a él sea la gloria y el
dominio por los siglos de los siglos. Amén.
El Cordero que fue inmolado digno es de recibir el poder, las riquezas, la
sabiduría, la fortaleza, el honor, la gloria y la alabanza.
Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la
gloria y el dominio por los siglos de los siglos.

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