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Esta recusación del empirisimo radical, de tintes platónicos, y que revela, por
contraste, el estado de la formación de los centros eclesiásticos donde no había
«prudente vigilancia», no vendría sola: «Mas no fué exento de las indecibles
penalidades que llevaban consigo los tristes restos de la filosofía de Aristóteles.
[¡]Disputar antes de pensar; emplear en el manejo del silogismo, para vencer al
contrario, todas las fuerzas que una razón sólida necesitaba para buscar la verdad
en sosiego; sutilizar, adelgazar hasta destruir los principios claros y hermosos que
son como el descanso, el lecho de la inteligencia humana! ¡Gran tormento sería
para quien deseaba conocer, y guardar en el santuario de su corazón, la verdad
entera, llena de vida y de belleza (…) y más aún ver emplear el infeliz arte de
deducir enmarañadas consecuencias de principios aún más enmarañados en la
ciencia altísima de las verdades reveladas por Dios (…) verdades henchidas de
misterios y rodeadas de magestad divina (…)!» (p. 48). El rechazo a «aquel
sistema de enseñanza, semejante a una atmósfera negra en medio de la que suele
brillar un resplandor fugitivo» (p.48) sorprende especialmente por el hecho de que
Herrera no lo experimentó nunca, pues fue formado en el plan de estudios
sensualista e ilustrado de Rodríguez de Mendoza.
Mario Alzamora Valdés, uno de los pocos, junto con Saranyana y Asís, en
estudiar con algo de profundidad el pensamiento filosófico de Herrera más allá del
debate sobre la soberanía, explica así su antiescolasticismo: «Por influencia de las
ideas de la época, Herrera se presentó, aunque solo en apariencia, como enemigo
de la filosofía escolástica. Son frecuentes en muchos de sus escritos frases como
éstas: “las tinieblas de la escolástica, “la confusión propia del Peripato” (…)
Quizás Herrera en Filosofía sirvió a su tiempo inclinándose por un racionalismo
que muchas veces exagera por su falta de conocimiento completo de la filosofía
escolástica, pero no por esto se apartó de los principios fundamentales de ésta»
(1950, pp. 214-215).
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¿De qué jansenismo se trataría? Todo parece indicar a que, al igual que en otros ámbitos del
mundo hispánico, el jansenismo juvenil herreriano no era más que «odio mal disimulado a la
soberanía romana» (Menéndez Pelayo, 1978, p. 411). Como señala el filólogo santanderino en el
capítulo de su Historia de los heterodoxos españoles dedicado a lo que denomina el «jansenismo
regalista» del siglo XVIII: «En (…) riguroso sentido es cierto que no hubo en España jansenistas»
(p. 410).
habría una segunda conversión, que podemos ubicar entre su viaje a Europa de
1852 y el inicio de la redacción del Tratado de Lógica en la ciudad de Jauja en
1856, a la que se había retirado por problemas de salud. Dice al respecto Rodrigo
Herrera: «Hizo más: dio principio a la redacción de un curso elemental de
Filosofía siguiendo ya la Escolástica; pues, comprendió la superioridad de este
método y de sus doctrinas, sobre todo en relación con la Teología y se apartó para
siempre del Eclecticismo mitigado que antes lo había dominado. Avanzó mucho
con la redacción del curso de Lógica y lo habría terminado en Jauja, si nuevas
complicaciones no lo hubieran obligado a interrumpir esa labor» (1929, I, p.
LXXX).