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Por su parte, la expresión forma política del Estado se utiliza incluso en textos
constitucionales para designar la forma de gobierno
- Estados unitarios puros. Los estados unitarios puros conforman una sola
entidad con un gobierno estatal único, sin ninguna división
administrativa. El único estado unitario puro es Montenegro.
Estados regionales
Estados federales.
Platón
- la forma perfecta, aristocracia o gobierno de los filósofos;
- las formas degeneradas: timocracia u oligarquía de los ricos (timé:
honor; oligos: unos pocos), democracia de las masas (demos: el pueblo)
y tiranía de un usurpador.
Maquiavelo, en El Príncipe (1513), sólo reconoce dos formas: todos los Estados
o son Repúblicas o son Principados; pero también utilizó la historia de la Roma
antigua para recomendar un gobierno mixto de las tres formas políticas
clásicas en su Discurso sobre la Primera Década de Tito Livio[3]
Repúblicas parlamentarias
El parlamentarismo es un sistema de organización política en la que la rama
ejecutiva del gobierno depende del apoyo directo o indirecto del parlamento,
a menudo expresado por medio de un voto de confianza. El poder ejecutivo
de las repúblicas parlamentarias proviene y depende del poder legislativo; el
jefe de gobierno (llamado “primer ministro”) a veces es el líder del partido o
coalición con mayor representación en el parlamento o cuerpo legislativo.
Existe también un jefe de Estado independiente (llamado “presidente” con
poderes limitados, simbólicos o meramente ceremoniales).
Repúblicas presidencialistas.
Los sistemas presidencialistas tienen una clara soberanía y separación de
poderes de gobierno; el ejecutivo es elegido de manera independiente de la
rama legislativa, la cual a menudo se conoce como “congreso”. El jefe de
gobierno es a la vez jefe de Estado (llamado “presidente”) y por tanto no
existe el cargo de primer ministro.
Repúblicas semipresidencialistas
Repúblicas unipartidistas
Las repúblicas unipartidistas son estados en los que un partido único tiene
todo el poder en el gobierno o estados en que la estructura del partido es a la
vez la estructura del gobierno y que no permiten la creación de otros partidos
(o si existen otros partidos, tienen una representación muy limitada). En los
estados apartidistas no se permite la creación de ningún partido político.
Monarquías
Las monarquías son sistemas de gobierno en que la jefatura del estado es
personal, vitalicia y designada según un orden hereditario (monarquía
hereditaria), aunque en algunos casos se elige, bien por cooptación del propio
monarca, bien por un grupo selecto (monarquía electiva -las monarquías de
los pueblos germánicos o la primitiva monarquía romana-).
Monarquías absolutas
Las monarquías absolutas son regímenes monárquicos en los que el monarca
tiene el poder absoluto del gobierno.
3. PRESIDENCIALISMO Y PARLAMENTARISMO.
Antecedentes históricos
Las primeras noticias de asambleas electas con poder ejecutivo remiten a la
antigüedad clásica, en concreto a las ciudades-estado de Grecia, donde la
democracia ateniense es el ejemplo de democracia parlamentaria más
extremo conocido –dado que todos los ciudadanos formaban parte del
Parlamento, la Ecclesia–. Estructuras parecidas se encuentran en la Antigua
Roma, donde el Senado acaparaba todos los poderes ejecutivos del Estado
romano, aunque en materia legislativa se veía sometido a las decisiones de los
tribunos y los "comicios". El Senado romano estaba formado principalmente
por las élites aristocráticas romanas, los patricios, y marginaba en un primer
momento a los senadores plebeyos al atribuirles un rango diferente al de los
senadores patricios, a saber, el de "conscripti". Con la instauración del
régimen imperial, el Senado se convirtió en una cámara consultiva y con
alguna competencia en el ámbito municipal de la ciudad de Roma.
El Caso español.
Así las cosas, una lectura aislada del artículo 62 de la vigente Constitución
española, relativo a las funciones del monarca, podría conducir, de
inmediato, a la falsa conclusión de que la monarquía española no es
parlamentaria sino constitucional (en el sentido en que eran constitucionales
las monarquías del siglo XIX) pues el precepto referido atribuye al monarca,
entre otras, las funciones de sancionar las leyes; convocar y disolver las
Cortes; convocar a referéndum; proponer candidato a la presidencia del
Gobierno y en su caso, nombrarlo, así como poner fin a sus funciones;
nombrar y separar a los miembros del Gobierno, a propuesta de su presidente;
expedir los Decretos acordados en el Consejo de Ministros, el mando de las
fuerzas armadas o el ejercicio de la prerrogativa de gracia. Ocurre, sin
embargo, que la interpretación
sistemática de ese artículo 62 conduce a conclusiones muy diferentes –
opuestas, en realidad– a las que se derivan de su lectura aislada del contexto
general de la ley fundamental. Aunque, por circunstancias que tuvieron que
ver muy probablemente con la coyuntura política concreta en que la
Constitución se elaboró, el constituyente decidiese mantener una buena parte
de la simbología y las solemnidades formales propias de las monarquías
constitucionales –al igual que se mantenían, a la sazón, en algunas de las
Constituciones monárquicas europeas que estaban vigentes cuando la
española se aprobó– la pura verdad es que el Rey de España no ejerce en
realidad ninguna de las supuestas competencias que la Constitución parece
atribuirle o lo hace sólo formalmente, de modo que su potestad no consiste en
otra cosas que en revestir de la forma adecuada, a través de actos debidos,
decisiones políticas de otros órganos del Estado o previsiones automáticas de
la Constitución.
El Rey sanciona las leyes, pero la sanción, por ser obligatoria, se convierte en
una mera solemnidad certificante, que no afecta para nada al proceso de
aprobación y entrada en vigor de las leyes; el Rey convoca y disuelve las
Cortes, pero mientras la convocatoria se produce según las previsiones
automáticas establecidas en la propia Constitución y en las leyes o
reglamentos que vienen a darle desarrollo, la disolución –que constituyó un
poder efectivo de los monarcas constitucionales decimonónicos de
extraordinaria trascendencia– sólo se produce en supuestos tasados, de modo
que en ellos se limita el Rey a formalizar la decisión del presidente del
Gobierno (disolución anticipada) o a dar la forma constitucionalmente
requerida a las disoluciones que, ope legis, tienen lugar en los supuestos de
transcurso del período de cuatro años de mandato parlamentario, de
incapacidad del Congreso para elegir presidente a través de la votación de
investidura o de disolución tras la aprobación de un proyecto de revisión, ex
artículo 168, de la Constitución; el Rey convoca a referéndum, pero la
decisión política de convocar la consulta corresponde en realidad al
presidente del Gobierno, que sólo puede adoptarla tras haber sido autorizado
para ello por la mayoría absoluta del Congreso; el Rey propone candidato a la
presidencia del Gobierno y en su caso, lo nombra, y pone fin a sus funciones:
pero mientras en la proposición tiene el Rey sólo el margen de maniobra que
le deja el resultado
electoral, que constituye el dato determinante de la propuesta del monarca,
sus facultades de nombramiento y, eventualmente, de cese, son tasadas,
puesto que el Rey debe proceder al nombramiento siempre que el presidente
ha sido elegido por el Congreso de los Diputados y debe firmar el Decreto de
cese en los supuestos en que la Constitución determina el fin de las funciones
presidenciales; el Rey nombra y separa a los miembros del Gobierno, a
propuesta de su presidente del Gobierno, que es, en realidad, quien decide
políticamente nombrar y separar a sus ministros mediante Decretos que serán
meramente formalizados por el Jefe del Estado; el Rey expide los Decretos
acordados en el Consejo de Ministros, pero es el Consejo, en todo caso, quien
decide su contenido material, correspondiendo al Rey, de nuevo, una mera
facultad de formalización certificante; el Rey ejercita de la prerrogativa de
gracia, que corresponde en realidad al Consejo de Ministros; y al Rey
corresponde el mando de las fuerzas armadas, que no es un mando real sino
simbólico.