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Filosofía - Apuntes de cátedra- 2da parte

2. El pensamiento como reflexión (o mediación) de la realidad inmediata

Pensar significa llevar adelante un proceso de mediación. Es decir, un proceso de hacer


para sí aquello que es en sí 1 . Esto es lo mismo que decir que pensar es superar la
inmediatez. La superación de la inmediatez no significa la anulación de lo dado
inmediatamente sino el tenerlo para sí, es decir, comprenderlo o saberlo. No se aniquila lo
dado, no se lo anula como tal sino que se modifica el modo de su estar dado. Es decir, el
cómo de su darse (de su manifestación). En el pensamiento se apropia lo dado y se supera
de este modo el carácter de ser dado como algo exterior. Por eso hablamos de que es un
proceso de mediación: se hace para sí mismo (se apropia) lo que primero se da
inmediatamente (es decir, sin mediación). Pensar, entonces, es mediar, apropiarse de lo
dado exteriormente, interiorizar o saber lo tenido.
El pensamiento actúa en contra de la absolutización de la inmediatez. Esto es, el hacer de lo
inmediato lo absoluto, lo único, la verdad. Por ejemplo, cuando se dice que el sentimiento
(algo que se da inmediatamente) es lo único verdadero, o algo verdadero que no necesita
ser comprendido o que vale más allá de cualquier mediación (esto se refleja en frases como
“el sentimiento no se explica”, lo cual paradójicamente es una explicación, es decir, un
pensamiento sobre el pensamiento, aunque muy pobre porque no da razones). Pensar los
sentimientos (vistos estos como un ejemplo de inmediatez) no significa negar el
sentimiento como algo falso sino comprenderlo, darle razones, mediarlo y saber cuál es la
verdad del mismo. Pero eso significa tenerlo para sí (y no simplemente tenerlo, es decir,
mantenerse simplemente en el ser en sí del sentimiento, en una inmediatez, tal como, en
principio, se puede decir que lo tienen los animales, quienes no median –no pueden tener
para sí- aquello que se les presenta inmediatamente. Entre el animal y su acción no media el
pensamiento sino que responden inmediatamente por el instinto). Otro ejemplo de
inmediatez en el hombre es la opinión. La opinión como tal no tiene verdad, salvo que
pueda ser fundamentada, es decir, salvo que se le dé razones; que sólo se puede hacer
mediándola, explicando por qué. Mediar o pensar es dar razones, dar el por qué de algo.

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Lo que es en sí es lo que simplemente es. Lo que se da cerrado sin más. Es así como se le presentan las cosas
al pensamiento de modo inmediato: como algo siendo en el modo de lo que es dado y es dado a pensar, pero
que, antes del pensamiento, se presentan de modo cerrado como siendo. Por eso el proceso de reflexión que
implica el pensamiento es un proceso de articulación de esa realidad. La articulación implica el análisis y la
fluidificación de esa realidad puesta primero como cerrada y concreta frente al pensamiento que debe
articularla (analizarla, descomponer sus elementos y darles una unidad superadora de esa cerrazón inicial).
Así, el pensamiento en su ejercicio, rompe la cerrazón y el encapsulamiento de la realidad que siempre tiende
a cerrarse cuando el pensamiento no es ejercido.

1
La superación de lo inmediato que realiza el pensamiento no es la anulación de lo
inmediato sino el tener lo que se presenta primeramente como en sí, al modo de lo mediado,
lo sabido (o para sí) 2.
Saber (tener para sí algo, interiorizarlo) o pensar, es un proceso en el que el pensamiento se
hace libre. Si poseo una opinión o un sentimiento de modo inmediato pero no sé por qué lo
tengo o sin saber si esta opinión o sentimiento está bien o mal, soy menos libre ya que
dependo de elementos externos (inmediatos). La inmediatez me hace dependiente (de algo
que es externo –a lo que respondo pero sin saber por qué). Cuando medio eso inmediato (es
decir, lo interiorizo) lo comprendo y eso me hace libre porque ya no tiene causas que son
exteriores a mí sino que es algo asumido desde mi ser y mi interioridad 3 . Una opinión
fundamentada, es decir, un pensamiento, es algo que poseo, algo de lo cual puedo dar
razones; algo que tengo libremente; no necesito dar cuenta de ello desde ninguna
exterioridad: no pienso algo porque “me lo dijeron”, “lo siento”, “me conviene”, “mi grupo
me obliga” (todas forma de exterioridad, inmediatez y, en definitiva, de pensamiento
mínimo, no propio del ser humano) sino que lo entiendo y así puedo adherir a ello
libremente, desde mí mismo (más allá que luego puedo coincidir con otras personas; pero
esa coincidencia va a ser una comunión verdadera e interna con otras personas y no una
conveniencia pasajera). Así, cuando asumo interiormente o desde el pensamiento algo, lo
hago desde y por su contenido. La centralidad está puesta en la cosa misma. Si lo mantengo
en la inmediatez o exterioridad, no asumo la verdad de ello por su contenido sino siempre
por lo accidental o ajeno a la misma cosa (por ejemplo, “porque me conviene” , “o alguien
me obliga”). Pensar es centrarse en la verdad del contenido. Ver lo esencial, la esencia de la
cosa (esto lo muestra Sócrates cuando centra su discurso en el contenido y no en la forma; y
cuando preguntando por el por qué de las cosas, es decir, buscando las razones de las cosas,
interroga por la esencia de las cosas, lo que implica centrar el discurso en el contenido o
logos, que es la cosas misma). Y la libertad va a tener que ver con ese desarrollo del

2
Es decir, una modificación en el modo del darse de algo: de algo dado en sí a algo dado para sí. Es esa
modificación la que abre el pensamiento.
3
Es más, el pensar es abrir el espacio mismo de la interioridad (superación de la cerrazón de lo inmediato). Y
esto es hacer que lo dado resuene en mí interior o que mi interior sea la resonancia de lo dado, siendo el
pensamiento la apertura o expansión misma de la interioridad de la realidad toda. Así, acontece la libertad
como apertura del mundo mismo. Por eso, desde el pensamiento todo es puesto en la apertura a una con la
apertura de la interioridad misma del hombre. El hombre abre y habita esa apertura en la que todo es puesto
en suspensión. Lo real pierde su carácter de algo dado e incuestionable. De eso trata la actitud filosófica que
comienza con el asombro. Bajo el asombro, uno se encuentra concernido por lo real que se presenta como el
advenimiento de la cosa en su darse esencial. El asombro es, por naturaleza, un distanciamiento de la
inmediatez de lo real pero una implicación con lo real mismo (lo esencial de lo real) que aparece suspendido o
cuestionado en el mismo pensamiento. Esa es la apertura (infinita) que experimenta la filosofía y una
humanidad que vive en el elemento del pensamiento. Es la posibilidad misma de la libertad (como
cuestionamiento y apertura de la totalidad de lo real). Estar pensando es estar en la realidad de un modo
diferente al de la inmediatez (práctica o la inmediatez de la opinión). Pensar es estar en el cómo (la
modalidad) del advenimiento de la cosa (como cosa del pensar), en su manifestación y darse que implica (y
coimplica al hombre en toda su pasión o pathos). Es propio del cuestionar el poner en suspenso. Eso es lo que
Sócrates hacía cuando preguntaba por qué es algo. Ello significaba el estar inmerso de una vez en el asombro
que pone todo en cuestión y lo presenta en su libertad.

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contenido. De otra manera, el pensamiento se mantiene ajeno a sí mismo o en dependencia
de otros. Entonces, el pensamiento piensa el contenido o la esencia haciéndolo para sí y ese
proceso es la libertad. No hay verdadero pensamiento sin contenido (por eso pensar es
buscar razones, es decir, buscar la cosa en su verdad, y no realizar un mero ejercicio o
actividad sin contenido –pensar no es ejercer un proceso en el vacío sino entorno a la
verdad de una cosa). Pensar es pensar algo. La verdad del pensar es la verdad del contenido
(o la verdad misma). Por eso, quien mejor piense es quien mejor tiene para sí el contenido
de algo; quien tiene la verdad de la cosa (no tiene que ver con quien piensa más cosas, es
decir, quien realiza más “actividades” del pensar; sino quien comprende lo esencial de la
cosa en cuestión; pensar no tiene que ver con la erudición, información o noticia sobre
algo). Y, así, tampoco hay libertad sin contenido. El desarrollo del contenido o de lo que es,
es la libertad. La libertad tampoco es un ejercicio vacío o una actividad pura que se aplica a
un contenido que es de suyo exterior. No es alguien más libre por realizar “más ejercicios
de la libertad”; alguien es libre por comprender el contenido o esencia de algo dado; es
decir, quien tiene para sí la verdad de algo (y no simplemente en sí o exterior a sí mismo).
Por eso, cuando se pregunta ¿qué es algo?, se pregunta por el contenido de una cosa, es
decir, su logos, su verdad o esencia. Para que la respuesta sea posible es necesario
demorarse en el pensamiento. Detenerse en la cosa y en su elemento esencial (la esencia es
aquello que se presenta de modo invariante y hace al núcleo de la cosa; aquello que lo hace
ser tal cosa y que si no estuviera la cosa no sería lo que es; es la clave o corazón de la cosa
que es pensada; lo que no es esencial es lo accidental, aquello que puede estar o no y que no
hace a la verdad más plena de la cosa pensada sino que es algo exterior o superficial a la
cosa; tal distinción entre lo esencial y lo accidental de algo es la misma tarea del
pensamiento y eso exige tiempo; a veces, lo que se presenta inmediatamente no es lo
esencial de la cosa sino una cara más superficial que debe ser superada y sopesada con los
otros elementos que hacen a la cosa pensada). Por eso, el pensamiento debe proceder con
argumentos. En la argumentación se da razones sobre el contenido de algo. Entonces, ¿qué
buscamos cuando pensamos algo? Que advenga al pensamiento, es decir, que se manifiesta
el contenido (la verdad) de algo 4.

Así se estableció desde el comienzo de la filosofía (con los griegos) una diferencia radical
entre pensamiento y opinión (o doxa). El pensamiento apunta a la búsqueda de la verdad.
Para alcanzar la verdad es necesario pensar. Mediar lo conocido. Y eso implica el proceso
de argumentación. Alcanzar la verdad implica argumentar correctamente. Ser estrictos con
el pensamiento es la condición para alcanzar la verdad. Y alcanzará la verdad aquel que
sepa argumentar mejor; es decir, quien conozca la razón de eso. En tanto y en cuanto no se

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No es un proceso abstracto, es decir, sin contenido. Es la búsqueda de apropiarse de la universalidad misma
de algo. Pero eso implica justamente la desapropiación de la particularidad de sí mismo (prejuicios negativos)
y de la cosa que se manifiesta (lo que hace a su accidentalidad). Allí radica la concreción del pensamiento
(que, tomado en su verdad, es lo menos abstracto que hay en la vida del hombre) y la libertad y liberación de
lo inmediato y particular.

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pueda argumentar mejor que él, es decir, no se pueda pensar (la cosa) de mejor manera, hay
que adherir al pensamiento del que mejor argumenta. El proceso de argumentar
correctamente es el proceso de avance en la verdad y en el pensamiento. Es un movimiento
de progreso e interiorización que es finalmente un proceso de mediación de lo que se da
inmediatamente (la historia del pensamiento o la historia de la filosofía es eso). Hay un
anhelo de encontrar la verdad y para ello se argumenta. Esto va en contra de la mera
opinión. La mera opinión no busca la verdad. No tiene ningún anhelo de argumentar ni de
exponer a los demás una mejor manera de comprender la realidad. Simplemente se quiere
afirmar a sí misma como posibilidad o diferencia. Pero así es indiferente a los demás. Es la
misma indiferencia ya que es “simplemente mi opinión” pero no se ha juzgado todavía si es
verdadera o no, si es mejor que otra o no; y no lo importa juzgar sobre ella. (A diferencia de
la opinión, ningún pensamiento es indiferente al resto de los pensamientos; por eso quien
piensa se atiene a los demás y está abierto a todo otro pensamiento). Para juzgar eso es
necesario argumentar, es decir, pensar la opinión y darle fundamento. En ese momento la
opinión, postura o posición verdadera será la que esté mejor fundamentada. El pensamiento
va en contra de fórmulas como “lo que todos dicen”, “lo que todos creen” (todas formas de
exterioridad; nadie piensa “lo que todos dicen o creen”; es, justamente, lo que nadie piensa
pero todos repiten).

Lo distintivo del hombre es el pensar. Eso es lo que significa la definición del hombre
como animal racional. Es el ser que piensa. Esto es: es el ser que reflexiona. La reflexión es
la vuelta en sí o, lo que es lo mismo, el hacer para sí (apropiarse) de algo que es en sí
(inmediato). Y eso es una profundización sobre lo inmediato (un hacer profundo, ahondar
sobre lo inmediato, darle interioridad). No su rechazo o anulación. La reflexión profundiza
sobre la vida y la hace más profunda, mejor vivida y no la anula. Una vida pensada es una
vida que se vive mejor (no simplemente es sino que se sabe lo que es). No es que
simplemente me gusta algo (como puede gustarle a una animal algo) sino que sabe por qué
y qué significa eso; de tal modo, que puede profundizar sobre lo bueno y bello y así
perfeccionarse en esa búsqueda y en el disfrute de aquello que primero aparece como
inmediato. Lo inmediato es volátil (no dura más que el tiempo que dura lo inmediato, es el
instante). Desaparece con la desaparición de lo inmediato (y no deja huellas). Queda como
algo externo y dependiente. No lo tiene como propio. La única forma de superar esa
volatilidad de lo inmediato es pensarlo (interiorizarlo, saberlo). En ese momento me
apropio de lo inmediato y ya no depende de lo exterior que produce en mí un efecto sino
que depende de mí. Eso me permite no ser vivido por la vida sino vivir la vida como algo
propio. Convertirse en actor principal de la propia vida. Eso es lo que puede hacer el
hombre a diferencia del animal (que nunca puede ser dueño de su vida, nunca puede ser
libre). Pensar es hacerse libre (autónomo), no dependiente. La educación del hombre (más
allá del régimen de educación formal) es esa búsqueda de libertad, de hacerse autónomo; y,
en definitiva, de hacer la vida más profunda y para sí; llevando a cabo la sentencia de
Sócrates: “Conócete a ti mismo”.
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El pensamiento es universal. Tiende a lo universal. Busca la verdad. Vale para todos. Para
todos lo que asuman la racionalidad (es decir, apela a todos los seres humanos, ya que todos
son seres racionales). Cualquiera puede discutir un pensamiento. El modo de hacerlo es
mediante un mejor argumento. Eso supone que el pensamiento busca la verdad, lo uno. Si
hay mejores y peores pensamientos significa que buscan algo en común y buscan explicarlo
de la mejor manera. Por eso buscan lo universal (lo universal es lo que en sí mismo vale
para todos –o es lo que es- y no, necesariamente, lo que muchos o la mayoría cree). El
pensamiento busca algo que valga para mí y para los otros. Por eso, no se contenta con que
haya otros pensamientos contrarios; busca que el mío sea el verdadero. Y la muestra de ello
es que se argumenta. Cuando se argumenta, se intenta mostrar que ese pensamiento está
mejor fundado. Se argumenta porque se busca la universalidad. No basta decir que uno
piensa distinto (eso es mera opinión); se quiere dar mejores razones; eso supone que el otro
debe pensar como yo (no como imposición sino como exigencia de la cosa misma que está
siendo pensada). Argumentar invita a que el otro también argumente. Para así llegar a la
verdad de la cosa. Esa es la base de un diálogo. Dos entorno a una verdad en común que
intentan pensar de la mejor manera. Dos entorno de algo en común, una razón común. La
opinión, contrariamente, no busca la universalidad. Es simplemente “mi opinión” y eso
pretende cerrar toda discusión. No abre al diálogo. No busca la verdad. Es simplemente la
afirmación de una particularidad (“mi diferencia”). No es universal. Por eso no crea un
diálogo. Dos que dicen sus opiniones particulares (sus particularidades) no dialogan. La
opinión es mía, me pertenece. No habla de lo universal. Es particular. Es la particularidad
llevada a expresión y posesión. No lleva al diálogo; es el final del mismo. La opinión
excluye a la contraria, pero le permite convivir (por su indiferencia con respecto a lo otro,
es decir, porque no busca la universal; si busco lo universal, aquello que me contradice es
un obstáculo que debo superar con mejores argumentos, pero si no lo busco lo otro que me
contradice es simplemente otra posibilidad, otra opinión). Dos opiniones se postulan como
dos positividades que se excluyen mutuamente (como dos cosas que son en sí, cerradas)
pero que se dejan mutuamente en exterioridad (es decir, como dos posturas inmediatas que
no pueden mediarse porque una excluye a la otra), siendo lo único que las une el hecho o
carácter de ser dos opiniones, cada una de ellas válida para sí misma y nada más. Cada
opinión es individual. Sólo accidentalmente es compartida por muchos. Pero tales grupos
no son varios en torno a algo uno sino exterioridades que se unen accidentalmente (hasta y
mientras que la opinión siga siendo “la misma”; cuando no, se separan y se pelean). Es un
encuentro de exterioridades en la exterioridad de una opinión. Eso es la ideología. Tales
grupos no tienen el dinamismo interno propio del pensar y el concepto. Porque no hay
verdadero pensamiento ni dentro de los individuos ni del grupo todo. Los grupos
ideológicos son cerrados. Sólo pueden entrar los que tienen la misma opinión. Por el
contrario, el pensamiento, por apuntar y buscar lo universal, está abierto. Está abierto a todo
aquel que piensa y que busque genuinamente la verdad. Todos pueden participar porque el

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argumento está abierto y sujeto a la crítica de cualquiera que piense mejor (no hay
estrategias como en los grupos ideológicos).
Es importante notar que justamente porque en el pensamiento busco lo universal (aquello
que implica a toda razón y a todo pensamiento) es que se da el diálogo. El diálogo es la
consecuencia de que el pensamiento se abre a lo universal de lo real y, por eso, está abierto
a la participación de cualquiera. El diálogo es la consecuencia de la naturaleza de lo
pensado (lo universal). Pero no es que el diálogo hace lo universal. Eso es simplemente el
acuerdo entre varios o el acuerdo de la mayoría. Y eso no garantiza la verdad o
universalidad de lo pensado. Si se pone el diálogo antes que la verdad, el diálogo no es tal
sino un simple compartir opiniones o ideas (o el intento de imponer una opinión a otro). Lo
que el pensamiento reconoce es que sólo desde el diálogo (incluso el diálogo consigo
mismo) es posible acceder a la verdad ya que la verdad es la universalidad y apertura de las
cosas que implica a todo hombre en tanto portador y portavoz del pensamiento. Todos están
invitados a pensar pero entorno a la cosa y su verdad. El diálogo es el modo de mediar esa
participación. Y el modo de llevar a cabo el diálogo es la argumentación. De este modo de
ordena el pensamiento humano entono a la verdad. La mera opinión prescinde la verdad de
las cosas y simplemente quiere manifestarse. No tiene orden ni principio. Una mera
confrontación y expresión de opiniones diversas no lleva a ningún lado, salvo que se
medien en torno a la verdad (es decir, se conviertan en pensamiento a través de la
argumentación y el dar razones).

En suma, pensar es hacer “para-sí” lo que es “en-sí”. Es un proceso de libertad (no estar en
otro o en dependencia de otro que aparece como exterioridad; en todo caso, pensar es
asumir a lo otro desde mí mismo). Como se verá desde Descartes, mi yo es lo que está
detrás de lo que soy, por eso, el proceso de hacer para sí lo que es en sí, es decir, pensar es
superar la exterioridad de la inmediatez, es interiorizar, hacerlo propio o uno conmigo
mismo. De tal modo que yo devenga uno con esa verdad. Mediar, entonces, es mediar
consigo mismo. Es decir, volver sobre sí mismo pero habiendo negado lo inmediato (como
inmediato); vale decir, superando lo inmediato.

El pensamiento se articula en conceptos. El concepto es el producto del pensamiento.


Elaborar un concepto es la búsqueda de todo pensamiento. Comprender algo es saber
conceptualizarlo. Toda nuestra realidad, en tanto comprendida, es decir, en tanto
conceptualizada como realidad (y todo lo que comprendemos como realidad ya está
comprendida como tal), es concepto. Todo lo que conocemos es pensamiento. Todo es
concepto porque ya no estamos nunca en una relación puramente natural con las cosas;
justamente porque somos humanos; seres que otorgamos significado a la realidad; es decir,
que comprendemos la realidad, que mediamos con esa realidad que nunca se presenta de
modo meramente inmediato (es decir, meramente natural). Las cosas nos significan algo.
Se presentan con un contenido o sentido. Es decir, una conceptualidad o categoría. Llevar a
concepto algo es comprenderlo o mediarlo. Por eso, dijimos que el producto del
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pensamiento (proceso de mediación) es el concepto. El concepto tiene un desarrollo y una
historia. Pensar algo (la cosa) es conceptualizarla; mediarla. Conceptualizar es mediar la
cosa. El pensamiento se articula en conceptos. Pensar una realidad inmediata es concebirla,
darla a luz. Todo concebir tiene una historia, un para sí. Esto significa que pensar o
conceptualizar la realidad implica un necesario despliegue y desarrollo. Concebir la
realidad es pensarla. Esto significa, darle el movimiento de su verdad.
El concepto es la expresión o articulación de la esencia de lo real. La esencia es la verdad o
núcleo de algo. Es lo que hace a algo ser tal; es decir, lo que algo es. El qué de algo. Por
ejemplo, durante toda esta unidad intentamos descubrir la esencia del pensamiento, es decir,
qué es el pensamiento. El concepto del pensamiento sería entonces todas las
determinaciones que hacen a lo que es pensar. Con ello quisimos exponer la esencia del
pensamiento, lo central de él y distinguirlo de lo accidental (lo que el pensamiento no es en
esencia).

Ahora bien, el pensamiento (y, concretamente, la filosofía) busca la universalidad, los


conceptos, lo general de las cosas. Esta es la búsqueda del principio (o razón) que explica
algo que se presenta primero de manera inmediata. Por eso el pensamiento, como propiedad
característica del hombre, se distingue de los apetitos, la opinión, las pasiones y el hacer
práctico, ya que todo esto se centra y desarrollo en el ámbito de lo particular. Por eso, sólo
puede desarrollarse la filosofía en su libertad cuando se han superado las necesidades
materiales externas, particulares e inmediatas; o, dicho de otra manera, la filosofía es la
superación de esas necesidades en el modo de la mediación del concepto o pensamiento.
Así, se abre otro tipo de necesidad, ya no la material sino la necesidad del pensamiento; una
necesidad que no se sacia sino que vive de su misma inquietud.
El concepto es la determinación del pensamiento. Pensar algo es poder conceptualizarlo, es
decir, determinar algo (delimitarlo, o decir qué es –y, para eso, es necesario salir de su
inmediación). Pensar es sacar las cosas de la indeterminación en la que primero se
presentan. Darle la verdad o el sentido a la cosa.
El concepto se despliega en determinaciones (son los componentes del concepto). Las
determinaciones son las notas o elementos que hacen que el concepto sea el que es. Por
ejemplo, el concepto de pensamiento que vimos se compone de las determinaciones de
universalidad, hacer para sí, diálogo, verdad, etc.
El concepto implica el desarrollo de las determinaciones (como idénticas o inherentes) de la
cosa. El concepto no es una forma vacía sino el desarrollo de las determinaciones que hacen
a la unidad de una cosa. Poder conceptualizar o comprender algo es poder comprender la
unidad de una cosa, que se despliega en múltiples y coherentes determinaciones (es decir,
pensar algo es poder comprender el despliegue de la cosa según la unidad de un concepto o
principio). Ese es el esfuerzo que se ve en Sócrates cuando intenta comprender si un acto es
piadoso o no. Saber si lo es, implica poder comprender la unidad de la acción en torno a la
idea de piedad.

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Desarrollar un concepto (desplegarlo en sus partes o determinaciones) significa mediar la
cosa misma. Inmediatamente la cosa se da sin partes, homogénea o indeterminada. El
pensamiento se adentra (interioriza) en la cosa para poder explicar sus partes. Eso es un
proceso de hacer para sí lo que es en sí. Todo despliegue de un concepto o pensamiento es
un proceso de determinación de algo. El pensamiento es, entonces, movimiento. (A
diferencia de la fantasía, el mito, los personajes de las narraciones que no tienen un
verdadero movimiento interno. Sólo se sostienen por la copia, la imitación, la igualdad de
su función sin verdadero movimiento. Cada personaje de un mito explica parte de una idea
pero no media con el resto de los personajes sino de modo externo. No conforman un
verdadero pensamiento articulado). Ese desarrollo de las determinaciones de un concepto es
el contenido de la cosa.
Cuando el pensamiento busca conceptualizar una realidad lo que intenta es determinarla. Es
decir, sacarla de la indeterminación inicial con la que algo se presenta inmediatamente. La
mediación es entonces la determinación de una realidad. La inmediatez es la presencia
indeterminada de algo. De hecho en lo inmediato no podemos determinar, es decir,
delimitar la realidad que se nos presenta. La opinión permanece en esa indeterminación.
Una mera opinión contiene determinaciones confusas. El pensamiento viene a determinar,
delimitar y ordenar esas determinaciones. Por eso, el pensamiento analiza una realidad. Es
decir, separa sus partes (analizar). Eso lo hace a través de la reflexión sobre lo dado.
Después de separar sus partes las sintetiza al darles una unidad coherente. Ese proceso de
análisis y síntesis es el modo en el que el pensamiento da concepto a algo. El concepto es la
unidad de una serie de determinaciones. En el concepto encontramos partes analizadas pero
que se unen entre sí en una coherencia (en una síntesis). Por ejemplo, considerando lo
hecho en esta unidad, hemos tratado de analizar y dar síntesis a las determinaciones del
pensamiento. Qué es el pensamiento primero se nos presenta de modo inmediato como algo
indeterminado, más o menos vago y confuso. A veces, tenemos una opinión sobre qué es
pensar pero eso se mantiene en una ambigüedad y falta de fundamento. Tenemos que
pensar qué es el pensamiento, es decir, conceptualizar a aquello que llamamos el pensar.
Para eso analizamos sus partes, desplegamos sus determinaciones pero también buscamos
que esas determinaciones o partes del concepto estén dadas de modo coherente unas con
otras. Todo eso lo hacemos bajo la unidad sintética del concepto de pensamiento que aúna
cada una de las partes que lo componen (hacer para sí, verdad, diálogo, universalidad, etc.;
todo eso delimitado, diferenciado de lo que no es pensamiento, es decir, de otros conceptos,
por ejemplo, lo que es mera opinión).

En tanto el hombre es un ser racional, su vida es siempre-ya-estar-en-el-pensamiento. El


hombre, como ser pensante, ya siempre está en mediación respecto a la realidad. Nunca es
absolutamente de modo inmediato. Por eso decimos que el hombre ya es siempre en medio

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del pensamiento (proceso de mediación) 5. El pensamiento no es algo que se agregue de
afuera a la vida humana. La vida humana es una vida pensada. La filosofía viene a pensar el
pensamiento mismo. Por lo tanto, es el momento en el que el hombre se hace cargo de su
propia vida pensante. Viene a hacer objeto de saber al pensamiento mismo del hombre y a
sus formaciones. Esa es la novedad de la filosofía. La filosofía viene a hacer para sí la
realidad. La historia del hombre tiene que ver con este proceso de despliegue de las
determinaciones del pensamiento. Cómo el hombre piensa la razón misma. Cómo
comprende la razón. La comprensión o despliegue de la razón determinará el mundo y las
formaciones espirituales en las que el hombre vive. Cada momento de la historia refleja un
modo en que el hombre piensa al pensamiento o concibe cómo es la razón. Este es el
criterio que guiará la comprensión de la razón en los diferentes momentos que veamos en la
historia del hombre (la razón en la antigüedad, la razón en la modernidad y la razón en la
posmodernidad).

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Tal estar en mediación significa que el hombre ya ha superado la inmediatez cada vez. Siempre se encuentra
más allá de lo inmediato. Por eso, intentar aferrarse a una vida inmediata en el hombre cae en la contradicción
de querer ser inmediato haciéndolo de modo mediato. Es decir, “querer” (es decir, ya una mediación)
permanecer en el sentimiento o en la opinión. Eso es negar el carácter de pensante del hombre haciéndolo de
modo pensante. El hombre ya ha superado lo inmediato cada vez. Eso significa que el hombre está en el
tiempo (lo que borra lo inmediato). La inmediatez es el mero presente o el presente absoluto. El hombre no
vive ese tiempo sino que se encuentra ya siempre sobrepasado en y por el tiempo. El hombre siempre está en
un pasado retenido y un futuro siempre por llegar, al que siempre está referido.

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