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LA PAZ 26/08/2022
EL HAMBRE NO DISTINGUE NI AMIGO, NI ENEMIGO
En los fríos territorios del altiplano boliviano se siente la llegada de los días
cada vez más secos. De repente todas las casas reciben una factura que
refleja un alto número de consumo en el agua. Muy confundida la población
arma un alboroto y comienzan a manifestarse en las calles. El Caos se iba
desencadenado poco a poco. Los días de tranquilidad habían terminado para
Bolivia, pues en todo el mundo se estaba atravesando por una terrible crisis de
escasez hídrica. Los días iban avanzando y la situación empeoraba aún más.
Calles llenas de gente alterada y conflictiva. Supermercados saqueados por
multitudes grandes de personas. Puertas y ventanas selladas con madera.
Políticos perseguidos y amenazados por las turbas violentas. Colegios y casas
de estudios superior totalmente paralizada. Familias encerradas en casa para
asegurar su protección. Todo el país envuelto en una confusión e incertidumbre
total por los sucesos que se acontecía. El medidor de agua se había paralizado
en cada domicilio. Agua no había agua…
En la pequeña zona de San Luis Tasa, un lugar ubicado en el Alto, vivía una
familia numerosa. Los Condori o “condoritos”, como muchos los llamaban. La
cabeza del hogar era Miguel Condori, un hombre de buen corazón y, sobre
todo bondadoso. Era admirado y querido por todo su vecindario. Su esposa,
Carla, era una mujer dulce y tierna. Ella dedicaba su vida a salvar animales.
Era una increíble veterinaria y trabajadora social. Y su hija, María quien con
apenas doce años de edad ayudaba a sus padres con su labor de albergar a
los animales desamparados. Los perritos de la calle eran parte de la familia de
Miguel. Los quince perritos que albergaba la familia de Miguel, habían sufrido
bastante por el maltrato de sus anteriores dueños.
Las opciones eran pocas. Miguel no iba a permitir que los perritos se quedarán
desamparados pero tampoco que su familia sufriera. Así que, con todo el dolor
de su ser agarró su camioneta, cargó lo necesario y se llevó a su familia de
diez y seis integrantes. Miguel había dejado su hogar, fue nostálgico. Él
recordó las maravillas que había vivido ahí. Todos los recuerdos de su niñez,
adolescencia y juventud, se encontraban sellados en las paredes de su querido
hogar. Los años llenos de alegría que pasó al lado de sus padres, quienes
amorosamente le heredaron la casa, habían sido dejados atrás. Era el único
lugar que unía a Miguel y a sus padres muertos. El corazón lloraba pero el no,
pues sabía que ahora debía velar por el bienestar de su familia.
Al recorrer las avenidas Miguel vio cómo la gente peleaba por un charco de
agua. Algunos yacían muertos en la calle. Otros se arrastraban por las aceras.
Algunos tenían la cara seca y los ojos fuera de sus cuencas. Habían pasado
cuatro semanas y media, un mes, treinta días sin agua. El cuerpo de los más
débiles ya no resistía la deshidratación y la desnutrición.
Muy aterrada, María comenzó a llorar. Ella nunca había visto tanto sufrimiento.
Carla estaba atónita. Nunca imaginó que presenciaría tal catástrofe mundial.
Miguel encendió la radio y escuchó el comunicado que se estaba emitiendo a
toda la población. El presidente, Carlos Guevara, estableció una norma en la
que se permitía racionar el agua sólo a las familias que tuvieran menos de
cuatro hijos. Era una regla descabellada. Carlos debía racionar alimento y agua
a toda su familia. La miseria que se les daba no alcanzaba para diez y siete
bocas. La ciudad entera entró en pánico, pues en La Paz y El Alto habían
familias numerosas. Migulel estaba asustado. Él sabía que dentro de unos
segundos más el lugar estaría repleto de gente furiosa. No lo pensó, aceleró y
a toda velocidad condujo con destino a la carretera. Él planeaba dirigirse a su
pueblo. De repente escuchó un golpe muy fuerte. Eran personas tratando de
pinchar sus llantas. Unas piedras llegaron al parabrisas y atravesaron el vidrio.
Los perros no paraban de ladrar. Esta gente quería robar las raciones de
alimento que estaban dentro de la camioneta. María lloraba
descontroladamente. Carla gritaba desesperada. La multitud enloquecida tenía
hambre. Las miradas que cruzó Carlos con la multitud, se asemejaba a la de
los animales cuando buscan su alimento para sobrevivir. El peligro era enorme,
no tuvo opción. Atropelló a todas las personas que se interpusieron en su
camino. Miguel entendió que en este momento era imposible razonar con las
bocas hambrientas, pues el vacío en el estómago quema como fuego y duele
como una caries dental.
Al día siguiente la familia se dio cuenta de que el pueblo estaba desolado. Las
personas que lo habitaban habían muerto. La escasez de agua y alimentos
terminó matándolos. Todos los pozos y lagos se encontraban secos. Los
cadáveres de los animales se descomponían por todo lugar. No había signos
de vida por ningún lado. Miguel era un hombre astuto e inteligente, fue un gran
ingeniero agroindustrial. Se le ocurrió que tal vez podrían encontrar algo de
agua en los subsuelos. Él más que nadie sabía que los recursos del planeta
son limitado y que por descuido de la humanidad se había llegado a esta
situación. Pero tenía la esperanza de que, aún después de tanto daño
ambiental, existiera la posibilidad de un poco más. El solo quería un poco más.
Ya había transcurrido dos meses desde aquel día en el que la familia de Miguel
llegó a Yanari, el pueblo desolado que ahora ellos habitaban. Los intentos por
conseguir agua y alimento fueron un fracaso. La tierra está seca y no había
nada. Los suministros se agotaron. Miguel estiró las raciones lo más que pudo.
Ya no tenían comida. Su hija enfermó, había perdido tanto peso que ya no
podía ni caminar. La energía que tenía para hacerlo era nula. Carla y Carlos
también se habían desnutrido. Toda la familia se encontraba en los huesos.
Los perritos se comían entre ellos. Una boca hambrienta no distingue a amigos
ni enemigos. Era una aterradora escena la que presenciaba Miguel. Por un
lado estaba su familia muriendo y por el otro sus adorados perros devorándose
entre sí.
Miguel estaba desesperado. Habló con seriamente con Carla. Miguel le dijo
que se sacrificaría por ellas. Le pidió que comiera y diera de comer a su hija, la
poca carne que él tenía en su cuerpo. Carla aterrada por la ideó lo rechazó,
pero Miguel ya había tomado su decisión. Sacó una navaja y con lágrimas en
los ojos se despidió de su familia. Se quitó la vida. Carla entre lágrimas y dolor
comió la carne de su marido porque el hambre no distingue entre amigo y
enemigo. Dos días después María falleció en los brazos de su madre. Con las
última lágrimas que le quedaba, Carla se comió a su hijo. Porque el hambre no
distingue ni amigo, ni a enemigo. Así terminó el ciclo de la humanidad. Las
personas terminaron comiéndose unos a los otros porque el hambre no
distingue ni amigo, ni enemigo…
FIN