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La Revolución afectó a otros países además de Francia. Los gobernantes y la aristocracia de los
países vecinos se convirtieron en sus mayores enemigos, y diversas monarquías europeas
formaron coaliciones antifrancesas que tenían como objetivo acabar con el proceso
revolucionario y restaurar el absolutismo. Pero la Revolución encontró apoyo en los
campesinos, en los trabajadores de las ciudades y en las clases medias, y sus ideas penetraron
en los estamentos no privilegiados de los restantes países europeos, que, en procesos
revolucionarios o reformistas, acabarían por adoptar muchos de sus principios a lo largo del
siglo XIX, quedando sus sociedades y sus gobiernos configurados de forma similar. En este
sentido, la Revolución Francesa fue un acontecimiento de alcance universal.
Durante el siglo XVIII, Francia vivió una serie de desajustes sociales propios de unas estructuras
anquilosadas incapaces de adaptarse a la dinámica de los tiempos. El desarrollo de la
economía, con importantes avances en sectores como la industria y el comercio, había
favorecido el protagonismo de la burguesía, cuyo creciente poder económico no se veía
correspondido con la función que le era asignada en la sociedad del Antiguo Régimen. A la
eclosión de la burguesía como nueva realidad social cada vez más reacia a tolerar las
prerrogativas y prebendas de los estamentos superiores, había que añadir la insoportable
situación del campesinado francés, sujeto a un sistema de explotación señorial que, lejos de
suavizarse a lo largo del siglo XVIII, tendía a hacerse aún más oneroso.
Lema
Herencia del siglo de las Luces, la divisa “Libertad, Igualdad, Fraternidad” se proclama por vez
primera durante la Revolución francesa.
Importancia