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DOSSIER DE Estudiantes:

ACTIVIDADES Avila Pablo y

COLEGIO
PROVINCIAL
N°2 “HEROES
DE MALVINAS”
Índice
contenido 3
Revolución Francesa 3
Causas y consecuencias 5
Crisis financiera 6
La asamblea 7
La monarquía constitucional 11
El directorio………………………………………………………………………………………………………………………………………13
La Convención jacobina………….………………………………………………………………………………………………………..15
………………………………………………………………………………………………………………………………………….
………………………………………………………………………………………………………………………………………..

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Concepto de revolución francesa:
 Leer el siguiente texto y Responder el siguiente cuestionario
¿Qué fue la Revolución Francesa?
La Revolución Francesa (1789-1799) ha sido tradicionalmente considerada como el indicador del
final de una época histórica y el punto de arranque de una nueva etapa: la Edad Contemporánea.
Por este motivo puede aceptarse que, aunque cronológicamente el siglo XIX comenzase en 1801,
históricamente se inició en 1789. Ciertamente, el estallido de la Revolución Francesa señala una
línea divisoria entre dos sistemas sociopolíticos opuestos: en el Antiguo Régimen, anterior a la
Revolución Francesa, el absolutismo monárquico regía una sociedad feudal; en el Nuevo Régimen
surgido tras la misma, en cambio, reconocemos muchos de los rasgos que caracterizan la
organización política y social del mundo contemporáneo. En el terreno político, la Revolución
Francesa acabó con el sistema de monarquías absolutas que había prevalecido durante siglos en
muchos países europeos. Dicho sistema político se basaba en el principio de que todos los
poderes (el de promulgar las leyes -legislativo-, el de aplicarlas -ejecutivo-, y el de determinar si
las leyes habían sido o no cumplidas -judicial-) residían en el rey. El monarca era fuente de todo
poder por derecho divino; tal derecho era la base jurídica y filosófica de su soberanía.

La Revolución Francesa establecería la separación de estos poderes, de tal manera que el


legislativo correspondería a una Asamblea o Parlamento; el poder ejecutivo seguiría residiendo en
el rey y sus ministros, o en un gobierno en las repúblicas; y el judicial recaería en los tribunales de
justicia, como poder técnico e independiente. En definitiva, la monarquía dejaría de existir o de ser
absoluta para convertirse en un sistema político en que los distintos poderes servirían de
contrapesos y se controlarían mutuamente. Se entendía, además, que la soberanía no procedía
sino del pueblo, el cual delegaba el ejercicio del poder en gobernantes libremente elegidos en
procesos electorales periódicos.

En el plano social, las consecuencias de la Revolución Francesa serían igualmente trascendentes.


El Antiguo Régimen se había caracterizado por consolidar un tipo de organización social rígido y
de carácter marcadamente estamental, en la que se habían consagrado dos grupos o estamentos
inamovibles: el clero y la nobleza. Estos estamentos gozaban de una jurisdicción especial que les
eximía de pagar impuestos, entre otros privilegios. El tercer estamento lo integraban los
campesinos, que estaban obligados a sostener los gastos del Estado con el pago de tributos.

Pero no solamente campesinos, artesanos o siervos componían el tercer estamento; una nueva
clase social dinámica y próspera, enriquecida mediante los negocios, el comercio y la industria,
también pertenecía jurídicamente a aquel «tercer estado» carente de privilegios: la burguesía.
Esta clase emergente aspiraba a que su ascenso y su poderío económico se reflejasen en el
ordenamiento político. De hecho, la Revolución
Francesa y su más inmediato precedente, la
independencia de los Estados Unidos, constituyen
los primeros ejemplos de lo que los
historiadores han llamado «revoluciones
burguesas». En ambas, el triunfo de la burguesía
sobre la aristocracia anquilosada determinó una
configuración social en concordancia con la
mentalidad y los valores burgueses.

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De este modo, la Revolución Francesa creó una nueva sociedad cuya principal característica sería
la eliminación de los privilegios y la proclamación de la igualdad de todos los ciudadanos ante la
ley; sin embargo, este ideal de igualdad se quedaría en el plano de lo teórico, ya que la nueva
sociedad establecería un nuevo tipo de jerarquización entre los ciudadanos marcada no por el
origen o la sangre, como antes, sino por la posesión de riquezas. Se pasó así de una sociedad
estamental cerrada (se era noble por ser hijo de nobles, sin importar méritos o riquezas) a una
sociedad abierta pero clasista (la nuestra), en que el dinero y los bienes materiales determinan la
clase social. El resultado de la Revolución Francesa, en suma, sería la universalización del ideario
burgués y la ascensión al poder de la misma burguesía, que sería la principal beneficiaria de los
cambios.

La Revolución afectó a otros países además de Francia. Los gobernantes y la aristocracia de los
países vecinos se convirtieron en sus mayores enemigos, y diversas monarquías europeas
formaron coaliciones antifrancesas que tenían como objetivo acabar con el proceso revolucionario
y restaurar el absolutismo. Pero la Revolución encontró apoyo en los campesinos, en los
trabajadores de las ciudades y en las clases medias, y sus ideas penetraron en los estamentos no
privilegiados de los restantes países europeos, que, en procesos revolucionarios o reformistas,
acabarían por adoptar muchos de sus principios a lo largo del siglo XIX, quedando sus sociedades
y sus gobiernos configurados de forma similar. En este sentido, la Revolución Francesa fue un
acontecimiento de alcance universal.

 Cuestionario
1) ¿Qué señala el estallido de la Revolución Francesa?
2) ¿Qué poderes establecería La Revolución Francesa?
3) ¿El monarca era fuente de qué?
4) ¿Qué debía exigir la monarquía?
5) ¿Cuáles son los estamentos que van a surgir? ¿y qué funciones cumplían?

Causas y consecuencias de la Revolución Francesas

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La crisis financiera como desencadenante inmediato

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Si las causas mencionadas contribuyeron a preparar el clima para el estallido de la Revolución
Francesa, el factor que lo precipitó fue la crisis política surgida cuando Luis XVI intentó hacer frente
a la caótica situación financiera por la que pasaba el erario público. El déficit crónico de la
monarquía se había convertido en el problema más acuciante para los últimos gobiernos del
despotismo ilustrado. Los gastos provocados por el apoyo a la independencia de las colonias
británicas en América y por los dispendios de la corte de Versalles hacían inaplazable la toma de
medidas urgentes en unos momentos en los que el Estado carecía de crédito ante los banqueros y
ya no podía recurrir al clásico expediente de incrementar la presión fiscal a los que siempre la
habían soportado.
En estas circunstancias, los responsables de finanzas de los gabinetes de Luis XVI, Robert Jacques
Turgot (1774-1776) y Jacques Necker (1778-1781), sugirieron al monarca algunas medidas
encaminadas a equilibrar el presupuesto, aunque no lograron su objetivo al ser destituidos de sus
cargos por la presión de los sectores más conservadores de la nobleza y del clero. Jacques Necker
llegó a publicar en 1781 un presupuesto de la nación (Compete rendu au roi) que supuso su
inmediato cese: por primera vez la opinión pública conoció las elevadas partidas destinadas a
sufragar los gastos de la corte. Tal ejercicio de transparencia le reportó un gran prestigio entre el
pueblo y la burguesía.
En 1783, Charles Alexandre de Calonne, nuevo ministro de finanzas, intentó poner en práctica un
plan de reforma fiscal basado en las ideas de sus antecesores, que, en síntesis, suponía la
desaparición de los privilegios fiscales de la nobleza y el clero. La frontal oposición de los poderosos
provocó su caída en abril de 1787; le sustituyó Loménie de Brienne, arzobispo de Toulouse y uno de

los más acérrimos enemigos de las reformas.


Sesión inaugural de los Estados Generales (5 de mayo de 1789)

El nuevo ministro, una vez comprobado el colapso financiero que amenazaba al Estado, recurrió de
nuevo al proyecto de Calonne, retocado en algunos puntos. En esta ocasión, los «privilegiados»,
que se habían erigido en representantes de los intereses de la nación, negaron al monarca toda
capacidad legal para cambiar el sistema fiscal francés y solicitaron la convocatoria de los Estados

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Generales, argumentando (conforme a la tesis del duque Luis Felipe II de Orleans) que eran la única
institución histórica que tenía poder para ello.
Como cuerpo legislativo que actuaba en representación de cada una de las tres clases sociales, la
nobleza, el clero y el pueblo (el «Tercer Estado»), los Estados Generales habían tenido un
importante papel en la Francia de los siglos XIV y XV. Sin embargo, la deriva centralista y absolutista
protagonizada desde entonces por las monarquías europeas había por lo general reducido este tipo
de instituciones a órganos consultivos o decorativos; era el caso de los Estados Generales, de los
que puede incluso afirmarse que yacían en el olvido: su última reunión había tenido lugar en 1614.

 Leer el siguiente Texto y realizar una línea de tiempo con los años mencionados y
nombres importantes que nombra en el mismo.

La Asamblea Nacional (1789-1791)

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La Asamblea Nacional se había convertido en Asamblea Nacional Constituyente con la misión de
redactar una Constitución y dar a Francia una nueva forma de gobierno. La rebelión del
campesinado tuvo un profundo impacto en la Asamblea Constituyente, cuyos miembros, ante el
temor de una situación que pudiera hacer fracasar sus proyectos, acordaron -en la noche del 4 al 5
de agosto de 1789- la abolición de todo vestigio de régimen feudal: se decretó la supresión de los
derechos feudales y se declaró ilegal el sistema de impuestos existente. En teoría, las ancestrales
reivindicaciones campesinas quedaban satisfechas; a partir de entonces quedaba por construir un
nuevo régimen que garantizara los principios del nuevo orden burgués.
Siguiendo el ejemplo americano, el 26 de agosto de 1789 los miembros de la Asamblea
Constituyente aprobaron una relación de derechos del ciudadano que había de servir de preámbulo
a la constitución. La Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano (con una visión más
universalista que su homónima americana) establecía los principios de libertad, igualdad,
inviolabilidad de la propiedad y resistencia a la opresión, que iban a constituir la base de toda la
legislación revolucionaria. El rey no la aceptó hasta el mes de octubre; después, se trasladó a París
y se alojó en el Palacio de las Tullerías. La Asamblea se trasladó también a la capital y se dispuso a
continuar allí su labor.
La burguesía moderada era el grupo que contaba con mayor representación en la Asamblea;
considerando la configuración de la cámara, sostenían posturas centristas: eran partidarios de una
monarquía constitucional con poderes limitados que pusiese remedio a los males sociales. A la
derecha se encontraban los aristócratas, partido que aglutinaba los elementos más conservadores,
defensores del absolutismo. En la izquierda se situaban los republicanos, entre los que figuraba
Maximilien de Robespierre. Al margen de la pluralidad ideológica surgida en la cámara y fuera de
ella (clubes de opinión y tertulias políticas: fuldenses, jacobinos, cistercienses, franciscanos), los
principales dirigentes del proceso revolucionario acordaron llevar a la práctica una experiencia
política de carácter monárquico y parlamentario, fruto de un compromiso entre la corona y la
revolución.
La

conducta frívola y licenciosa de la reina María Antonieta contribuyó al descrédito de la monarquía (retrato de Gautier d'Agoty)

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La Constitución de 1791 sancionaba la división de poderes, concediendo al rey las funciones del
ejecutivo, y a un parlamento -elegido cada dos años- amplias atribuciones legislativas. La filosofía
burguesa que inspiraba el texto legal aparecía, sin embargo, reflejada en el establecimiento de dos
categorías de ciudadanos: activos (los que poseían derechos civiles y políticos -capacidad de voto-
por ser contribuyentes) y pasivos (los que sólo tenían derechos civiles). Con ello quedaban
excluidas del derecho a voto las clases bajas, hecho que condujo prontamente a su radicalización y
a la exigencia del sufragio universal.
Aparte de la obra constituyente, la Asamblea desplegó también una ingente tarea legislativa. En
primer lugar, se diseñó una descentralización y racionalización administrativa, por la que Francia
quedaba dividida en 83 departamentos, en los que coincidían las diversas jurisdicciones
administrativas con consejos de gobierno y autoridades locales elegidas por los habitantes de cada
circunscripción. Otro hecho importante fue la reordenación de la administración de justicia, al
establecer, según la nueva división territorial, distintas instituciones judiciales (juzgados de paz,
tribunales civiles y tribunales de lo criminal), a cuyos cargos se accedía por elección.
Para institucionalizar la igualdad civil y la libertad económica, la actuación de los legisladores se
dirigió a abolir toda clase de trabas que imposibilitaran el acceso de cualquier ciudadano a cargos
civiles y militares; se eliminaron asimismo los impedimentos al comercio interior (supresión de
aduanas y peajes), a la industria (abolición de gremios y prohibición de asociaciones obreras), a la
agricultura (cercamiento), y, lo que era más importante, se reguló la igualdad de todos los
ciudadanos ante los impuestos. De este modo la burguesía lograba establecer, junto al liberalismo
político, las bases del liberalismo económico, eliminando las limitaciones que obstaculizaban su
expansión económica.
Las acuciantes necesidades financieras del Estado, agravadas por la propia revolución,
contribuyeron a que la Asamblea Nacional Constituyente determinara la nacionalización del
patrimonio eclesiástico para enjugar con su venta el déficit público. Minadas sus posibilidades de
subsistencia, la Iglesia católica pasó a depender del Estado, el cual, a través de la Constitución Civil
del Clero (12 de julio de 1790), impuso una reorganización drástica de sus tradicionales estructuras
y normas de funcionamiento interno, adaptándolas a la nueva filosofía revolucionaria (reducción de
los 134 obispados existentes a 83, uno por departamento; provisión de cargos religiosos -párrocos,
vicarios, obispos y arzobispos- por elección, como cualquier empleo público).
Los grandes cambios impulsados por la Asamblea Legislativa encontraron la férrea oposición de los
privilegiados, muchos de los cuales emigraron a los países limítrofes esperando una acción
inmediata de las monarquías absolutas europeas, que ya comenzaban a dar muestras de inquietud.
La actitud del papa Pío VI al condenar la Constitución Civil del Clero -y, con ella, a la revolución-
abrió un cisma en la Iglesia y en la sociedad francesas que tendría graves e inmediatas
consecuencias.

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Arresto de la familia real en Varennes (21 de junio de 1791)

Impulsado tal vez por sus escrúpulos al haber sancionado la controvertida legislación religiosa, Luis
XVI acabó de convencerse de que el radicalismo de la Revolución sólo podía detenerse con la
intervención de las potencias absolutistas. El monarca ya había negociado en secreto con
soberanos extranjeros mientras fingía aceptar las reformas, y esperando convencerlos emprendió
con su familia la huida del país. La fuga del monarca, sin embargo, fue abortada al ser reconocido y
detenido en Varennes por el maestro de postas Drouet, el 21 de junio de 1791.
La noticia de la huida fallida del rey incitó a la emigración masiva de aristócratas y clérigos.
Simultáneamente, la agitación campesina volvió a recrudecerse y una oleada de sentimiento
antimonárquico comenzó a extenderse por toda Francia. En París, los clubes y periódicos radicales
exigían que fuera la nación, y no la Asamblea Constituyente, la que decidiera la suerte del monarca.
La declaración de inocencia adoptada por la Asamblea y el consiguiente restablecimiento de Luis
XVI en el trono consumó la ruptura entre la burguesía moderada y los republicanos.
El 17 de julio de 1791, la Guardia Nacional disparó en el Campo de Marte contra una manifestación
antimonárquica produciendo varias decenas de muertos. La represión se extendió a los principales
dirigentes de las revueltas, entre los que figuraban Georges-Jacques Danton y Jean-Paul Marat. El
club de los franciscanos fue clausurado. La Revolución se cobraba sus primeras víctimas, mientras
en Pillnitz (Sajonia) Leopoldo II de Austria y Federico Guillermo II de Prusia hacían pública una
declaración, el 27 de agosto de 1791, en la que proclamaban su deseo de "poner al rey de Francia
en estado de consolidar las bases de un gobierno monárquico", una declaración considerada, no sin
razón por los patriotas, como una clara amenaza de intervención.

 Analizar el siguiente texto y realizar un resumen de lo más importante y plasmarlo en un


afiche (para ser defendido la próxima clase) nomas de 4 integrantes.

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La monarquía constitucional: La Asamblea Legislativa (1791-1792)
Los dirigentes de la Asamblea Constituyente creían, sin embargo, que la situación política se había
normalizado a principios de otoño de 1791, y que, cumplida su misión, debía procederse a la
disolución de la cámara y a la convocatoria de elecciones legislativas de acuerdo con la
Constitución, que había sido aprobada en su texto definitivo el 3 de septiembre de 1791. Sometida a
la extrema presión de las convulsiones internas y de la amenaza exterior, la recién instaurada
monarquía constitucional no llegaría a cumplir un año.
Una vez efectuadas las elecciones, el 1 de octubre inauguraba sus sesiones la Asamblea
Legislativa, compuestas por 745 diputados pertenecientes en su totalidad a los distintos sectores de
la burguesía francesa. Las tendencias ideológicas que tomaban asiento en la nueva cámara pueden
agruparse en tres bloques. La derecha estaba ahora integrada por unos 260 diputados que
apoyaban la monarquía constitucional; los antiguos aristócratas, valedores del absolutismo, habían
desaparecido.
En la izquierda se situaban los jacobinos, así llamados porque muchos de ellos procedían de un club
que se había instalado en el antiguo convento de los jacobinos, en la rue Saint-Honoré de la capital
francesa. No pasaban de 150 diputados y entre ellos destacaban los representantes de la región de
la Gironda, que por este motivo eran llamados girondinos; todos ellos eran republicanos y se
oponían claramente al régimen monárquico. La izquierda también contaba con representantes que,
frente al sistema censitario establecido en la Constitución, defendían el sufragio universal y gozaban
de gran influencia sobre las clases bajas, privadas del derecho a voto. En el centro, unos 350
diputados inclinaban sus apoyos indistintamente hacia la izquierda o a la derecha según las
circunstancias o los intereses del momento; formaban tal grupo personas identificadas con la
revolución, pero sin definirse de forma tajante en cuanto a la forma de Estado.
La nueva etapa supuso un paso adelante en el proceso de radicalización revolucionaria que vivía
Francia desde 1787. La crisis económica, que había hecho prohibitivo el precio de muchos
productos básicos para la subsistencia, así como la desacertada política de los anteriores ministerios
en esta cuestión, pusieron de nuevo a las capas populares a punto de estallar en cualquier
momento. Ante la presión y las continuas críticas de la izquierda, la burguesía conservadora, que
controlaba el poder, decretó la deportación del llamado clero refractario (contrario al juramento de la
Constitución Civil del Clero) y la incautación de sus bienes junto a los de los aristócratas emigrados.
Pero esas medidas no sirvieron para tranquilizar a los grupos exaltados que pugnaban abiertamente
por la instauración de la República; la izquierda más radical acusaba al rey de traicionar la
revolución y de mantener compromisos secretos con sus enemigos (los emigrados y los monarcas
extranjeros). La influencia de los aristócratas que habían huido de la Francia revolucionaria se había
dejado sentir en la ya citada declaración de Pillnitz (agosto de 1791) de Leopoldo II de Austria y
Federico Guillermo II de Prusia, en la que se manifestaba que la causa de Luis XVI era común para
todas las monarquías.
La grave conflictividad interna y la actitud amenazante de las potencias extranjeras hicieron creer a
las autoridades de la Asamblea que la revolución sólo podría salvarse adelantándose a declarar la
guerra a los enemigos exteriores. La burguesía conservadora esperaba una victoria de la que
saldría reforzado el sistema monárquico. Al mismo Luis XVI le convenía la idea; incluso en caso de
derrota, la intervención extranjera restablecería el absolutismo. Frente a los partidarios de emplear la
fuerza, la izquierda jacobina, conocedora de la debilidad militar de Francia por las defecciones de
sus mandos, auguraba y temía una derrota que pondría fin a la revolución.

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El 20 de abril de 1792, Luis XVI, a instancias de la mayoría de la Asamblea Legislativa, declaraba la
guerra a Austria en medio de un clima de euforia popular, truncado a poco de iniciarse las
hostilidades. El ejército, sin dirección y falto de preparación, se hundía en todos los frentes,
provocando con ello un agravamiento de la crisis interna y el fortalecimiento de las actitudes
antimonárquicas. A finales de junio los jacobinos, bajo el liderazgo de Robespierre, redoblaron sus
acusaciones de traición contra Luis XVI y exigieron la disolución de la Asamblea Legislativa y la
elección -por sufragio universal- de una Convención Nacional que instaurase la República.
La conquista de Verdún y el desafortunado manifiesto (25 de julio de 1792) del duque de Brunswick,
general en jefe del ejército prusiano, amenazando con arrasar París si la familia real sufría alguna
vejación, sirvió para que se precipitaran los acontecimientos. La ira popular se desbordó el 10 de
agosto de 1792, fecha en que las masas asaltaron el Palacio de las Tullerías, residencia de los
monarcas, y asesinaron a la guardia del rey, que logró ponerse a salvo. Luis XVI fue depuesto y
encarcelado en la prisión del Temple por haberse hallado en palacio documentos que le
comprometían. La revuelta instaló asimismo en el ayuntamiento parisino una Comuna revolucionaria
bajo el control de la izquierda jacobina. Desbordada por los acontecimientos y bajo la presión de la
Comuna, la Asamblea Legislativa se vio forzada a convocar elecciones por sufragio universal
(masculino).
A principios de septiembre surgieron los primeros brotes de terror indiscriminado, que se cobrarían
unas mil trescientas víctimas sólo en París: monárquicos, clérigos y todo tipo de presuntos traidores
fueron sumariamente juzgados y ejecutados en las llamadas «matanzas de septiembre». El 20 de
septiembre, la Asamblea Legislativa se disolvía para dar paso a la nueva cámara surgida de las
elecciones, la Convención Nacional, de carácter constituyente. Ese mismo día el ejército
revolucionario francés, al mando del general Dumouriez, hacía batirse en retirada en las colinas de
Valmy a las tropas prusianas del duque de Brunswick. París y la revolución se habían salvado. En
palabras de Goethe, testigo de excepción en la batalla, "ese día comenzaba una nueva era en la
historia del Mundo".

 Al realizar una lectura al texto sacar lo tema político y social. Y los conflictos que han surgido

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El Directorio (1795-1799)
La nueva Constitución, sancionada mediante un plebiscito en septiembre de 1795, fijaba una tajante
división de poderes que intentaba evitar por todos los medios la reproducción de una dictadura
personal como la que había protagonizado Robespierre. El poder ejecutivo quedó en manos de un
nuevo organismo, el Directorio, formado por cinco «directores», renovados a razón de uno cada año
por los miembros del legislativo. Dos cámaras elegidas por sufragio censitario indirecto, el Consejo
de los Quinientos y el Consejo de Ancianos, detentaban el poder legislativo; el poder judicial
correspondía a los tribunales electos, a los que se investía de gran solemnidad e independencia.
El nuevo ordenamiento, por otra parte, ponía fin a la participación democrática popular del periodo
anterior al eliminar el sufragio universal, y salvaguardaba los intereses de la burguesía adinerada
volviendo al principio de capacidad económica como condición previa al ejercicio de los derechos
políticos. El Directorio comenzó su andadura en octubre de 1795, manteniendo una línea continuista
respecto al último año de vida de la Convención y priorizando la estabilidad y el orden internos para
consolidar una república conservadora erigida en la primera potencia de Europa.
Los grandes objetivos del régimen tropezaron, sin embargo, con graves dificultades internas que
condicionaron de forma determinante sus cinco años de vida. La crisis económica desatada a raíz
de la supresión del control de los salarios y los precios abrió un proceso inflacionista (depreciación
de los "asignados": papel moneda emitido para la compra de bienes nacionales), que repercutió
negativamente en las clases populares y en las arcas de la República, cada vez más dependientes
de los botines de guerra.
Si bien la crisis económica constituyó el principal problema del régimen, no hay que olvidar la
inestabilidad política y social que siempre le afectó al tener que combatir por igual los intentos de
subversión conservadora (insurrecciones realistas en la Vendée y Bretaña, marzo de 1796) y las
conspiraciones de carácter radical («Conjura de los Iguales» de Babeuf, mayo de 1797). La
Constitución de 1795, al configurar el Directorio como un sistema republicano y censitario (sin
sufragio universal), parecía haber excluido de la vida política tanto a los monárquicos como a las
clases populares, pero realistas y jacobinos ganaron posiciones en las elecciones de 1797 y 1798.
La faceta más brillante del Directorio fue su política exterior, basada en la actuación victoriosa de
sus ejércitos contra la Primera Coalición. Las brillantes campañas de generales como Moreau,
Jourdan, Pichegru y Hoche culminaron en el rotundo triunfo de Napoleón sobre el ejército austriaco
en Italia. Las paces de Tolentino y Campoformio (1797) convertían al militar corso en el hombre más
admirado de Francia, a cuyo gobierno había proporcionado inmensos recursos procedentes de los
territorios ocupados.
La estrella de los militares -y en especial del joven Bonaparte- comenzaba a brillar con luz propia en
un panorama político inestable y corrupto como el que ofrecía el Directorio a finales de siglo. Ante
los avances de una Segunda Coalición internacional contra Francia (formada en diciembre de 1798
por Inglaterra, Austria, Rusia, Turquía y el rey de Nápoles refugiado en Sicilia) y el peligro de
escoramiento que suponían las presiones de jacobinos y realistas, la burguesía republicana
comenzó a identificarse cada vez más con una solución militar que apuntalase sus intereses.
 Realizar lectura del material propuesto y responder las siguientes consignas:
1) ¿El Directorio comenzó en que mes y año? ¿Qué seguía manteniendo?
2) ¿La nueva constitución que Fijaba?
3) ¿El poder ejecutivo en manos de quien ha quedado?
4) ¿El nuevo ordenamiento a que ponía fin?
5) ¿La crisis económica que desataba?
6) ¿Qué pasa con la política y la sociedad por el problema de la crisis económica?

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7) ¿La faceta más brillante del Directorio cual fue? ¿Por qué?

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La Convención jacobina: Robespierre y el Terror (1793-1794)
En el verano de 1793, con el apoyo de las masas parisinas (los sans-culottes), los diputados
montañeses expulsaron del gobierno a la derecha girondina, tras acusar de traición y ejecutar a sus
principales dirigentes (junio-julio de 1793). El nuevo gobierno quedó progresivamente encarnado en
la figura de Robespierre y en la acción expeditiva e implacable de unas instituciones a las que los
jacobinos otorgaron poderes de excepción (el Comité de Salvación Pública, verdadero poder
ejecutivo pronto dominado por Robespierre, el Comité de Seguridad General y el Tribunal
Revolucionario).

Robespierre neutralizó las amenazas contrarrevolucionarias al precio de una sangrienta represión

Desde ellas se pusieron en práctica una serie de medidas, cuyos resultados no se hicieron esperar.
En agosto de 1793 se decretaba la leva en masa, con lo que todos los recursos materiales y
humanos de la nación se ponían al servicio de la guerra revolucionaria; el ejército francés acabaría
contando con más de un millón de hombres. En septiembre de 1793, la «ley del máximum general»
fijaba un control riguroso de precios y salarios, dictando durísimas sanciones para los infractores;
previamente una ley había establecido la pena de muerte para los acaparadores. Este fuerte
intervencionismo económico permitió alimentar la población y abastecer el ejército, pero suscitó el
rechazo de la burguesía moderada, defensora de la libertad económica.

La Convención aprobó también una serie de normas sobre procedimientos judiciales extraordinarios
y tribunales revolucionarios como la Ley de Sospechosos, cuya aplicación correspondió al Comité de
Seguridad General, con el objeto de eliminar toda disidencia contrarrevolucionaria y depurar las
estructuras del Estado. Como resultado de ello, alrededor de diecisiete mil ciudadanos fueron
procesados y ejecutados durante el año escaso en que los jacobinos detentaron el poder, razón por
la que este periodo pasaría a ser llamado «el Terror», y a tener en la guillotina su representación
icónica. La más ilustre de las víctimas fue la reina María Antonieta, guillotinada el 16 de octubre. Sin
embargo, nobles y clérigos eran la menor parte; la mayoría fueron campesinos y trabajadores que
se rebelaron contra el reclutamiento o intentaron eludirlo o desertar.

Para cumplir todo lo dispuesto en París, se sometió a un centralismo absoluto la actividad política,
económica y social de las provincias, otorgándose poderes ilimitados a los agentes («Enviados en
misión») de la Convención Nacional. En pocos meses, la dictadura de Robespierre logró conjurar el

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peligro contrarrevolucionario: aplastó las rebeliones de monárquicos y girondinos en el interior y
derrotó a los ejércitos de la Primera Coalición.

María Antonieta en el Tribunal Revolucionario

Superada la crisis, el frente jacobino comenzó a fraccionarse. El sector radical exigía la abolición de
la gran propiedad y la aplicación de la política de terror a los ricos y poderosos. En el lado opuesto,
cada vez eran más numerosas las voces que clamaban por una normalización de la vida pública que
hiciera efectiva la Constitución democrática elaborada y aprobada en junio de 1793, que no había
llegado a entrar en vigor. A partir de marzo de 1794, Robespierre acusó de traicionar a la revolución
a los dirigentes de ambas tendencias (Jacques Hébert, Camille Desmoulins, Georges-Jacques
Danton, que terminaron en el patíbulo), sin darse cuenta de que estaba preparando con ello el
camino hacia el final de su dictadura.

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