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Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo

Instituto de Ciencias Básicas y Humanidades


Especialidad en Docencia.
Didáctica de las Ciencias.

Responsables del programa: Dra. Maricela Zúñiga Rodríguez


Dra. Rosa Elena Durán González
Ensayo: Las tribulaciones y las experiencias de aprendizaje de Marco Morales
en su devenir como alumno desde la educación básica hasta el posgrado en Docencia.

“¡Que se voltee!… ¡Marco de burro!”

¡Ah pero este niño no es ningún burro y nadie lo va a llamar así! ─pensó el pequeño cuando
su maestra del Kínder Federico Froebel dijo su nombre mientras jugaban a la rueda de San Miguel─
Por lo que soltó las manos de sus compañeritos de clase, y con el ceño fruncido y los brazos cruzados
se fue a sentar en la orilla del pasillo frente al salón de clases. Lo primero que viene a mi mente
cuando trato de recordar mis primeras experiencias en la educación son los momentos que están
más cargados de sentimientos; por lo que, las clases que despertaban mi emoción por la lección o las
que propiciaban un momento de brillante descubrimiento son las más trascendentes para mí.
Aunque del otro lado de la página, también las clases donde las maestras provocaban los traumas
más grandes cavaron una cripta sin fondo en mi psique.

Mi educación prescolar la cursé en dos jardines de niños; el primero de ellos, cuyo nombre
no recuerdo, pero si su ubicación en Ocampo casi esquina con Zaragoza (en Tulancingo de Bravo,
Hidalgo), con su zaguán pintado negro brillante y sus columnas color guinda a cada lado. A la escuela
le conformaban unos cuantos salones hechos de tabique rojo recocido acabados con mortero de cal,
de techos altos con vigas y pisos de madera. En mi salón de clases había mesas largas en las que
todos nos sentábamos frente a frente como un gran comedor y donde tomábamos nuestra clase,
siempre fui muy distraído e inquieto por lo que los problemas con la maestra no faltaron, dado que
en esos tiempos el conductismo seguía estando de moda para enseñar disciplina a los niños. Los dos
más grandes castigos que me aplicó la profesora fueron echarme de la clase por hacerme el gracioso
y dejarme solo en otro salón solo de espaldas a la puerta por ser muy platicador. No recuerdo las
clases, pero si recuerdo que lloré mucho.

En el otro jardín de niños del que si recuerdo bien su nombre y que me alegra decir que
sigue en pie sin importar los años, es el Federico Froebel. En este jardín de niños, mi maestra era una
joven señorita de cabello negro, tez blanca y anteojos de pasta gruesos, cuya paciencia y su trato
cariñoso agradezco mucho, ya que el cambio de escuela no me sentó muy bien; todos los demás
niños ya se conocían del ciclo anterior y para ellos yo era un invasor de su espacio, hubo corretizas y
también bullying, aunque en esos tiempos no se le llamaba así, simplemente no tenía nombre y se
consideraba algo inherente en los procesos de sociabilización de los niños. Mi método más usado
para contrarrestarlo era hacerme bolita, como las cochinillas (de quienes lo aprendí) que en aquel
entonces eran mi insecto favorito y siempre cargaba con algunas de ellas en mis bolsillos. En cuanto
al modelo de enseñanza de este último jardín de niños, fue una combinación ecléctica entre un
modelo memorístico (Barriga, 2006) para enseñarnos tanto las letras como los números y los
colores; y el constructivista, que implementó para el acercamiento de los niños con la naturaleza a la
enseñanza situada (Barriga, 2006), llevándonos a pequeñas excursiones en el jardín posterior de la
escuela para conocer sobre plantas en el safari de insectos.

La primaria llegó impaciente junco con el Acuerdo Nacional para la Modernización de la


Educación Básica (ANMEB) de 1992. Uno asume que al llamar a algo “moderno” solamente implica
cosas buenas y que los jóvenes resultarán muy beneficiados, sin embargo nunca se piensa en el

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proceso de transición tan accidentado que también caracteriza a estas modernizaciones, y que,
aunado con la llegada de la CURP, un nuevo documento de identificación personal que debía
expedirse en las oficinas de las recién formadas Secretarías de Educación Pública Estatales (SEPH, en
el caso de Hidalgo) que implicaba la memorización de 18 caracteres alfanuméricos que parecían la
contraseña del celular de un pérfido o la combinación de una caja fuerte llena de riquezas mal
habidas; terminó por volver locos a los padres y maestros en aquel entonces.

Para mí desgracia la primaria empezó de manera similar al jardín de niños. Los dos primeros
años de escuela los pasé en la primaria particular Amparo Fragoso de Escorcia, durante el par de
años que estuve ahí, los docentes de cada ciclo escolar fueron de personalidad diametralmente
opuesta. La maestra Norma, del primer año (a quien recuerdo sin mucho cariño) era mal encarada y
completamente conductista, para hacernos aprender los números nos hizo repetirlos por jornadas
maratónicas mediante planas que iban desde el 1 al 1000 de uno en uno, con letra de molde y sin
errores, quienes se equivocaban (como era mi caso) se quedaban sin recreo. Otra de sus lecciones
más memorables traban sobre el desarrollo de la disciplina a través de estrategias de, no se podía ir
al baño en grupos, no se podía ir al baño sin pedir permiso y sobre todo, no se podía ir al baño si se
estaba de inquieto en el salón o si ya se había ido muchas veces ese mismo día. Recuerdo estas
limitantes con mucho pesar ya que mi característica hiperactividad provocó que la profesora no me
dejara salir al baño por más que le supliqué, hasta que mi vejiga dejó lleno de orina el pupitre de
acero pintado color azul cielo, dada su forma ergonómica se formó un pequeño charco el cual, mi
verdugo tubo que limpiar con una jerga que absorbía todo aquello mientras sus tacones altos
movían la jerga de un lado al otro mientras la profesora profería maldiciones a través de sus ojos,
ese día aprendí dos cosas: que no se debe hacer mucho escándalo en el salón y que el karma hará
pagar a los malhechores. Mi profesor Darío, del segundo año fue mucho más amigable; nos contaba
anécdotas de su juventud, de las cuales solo recuerdo las carcajadas que nos provocaba a todos por
lo divertidas que eran, también implementó en el salón una pequeña caja de la cual podíamos tomar
los colores, lápices o sacapuntas que fueran necesarios para la clase, pero nos advirtió sobre un
hechizo que pesaría sobre todo aquel que no devolviera lo que tomara prestado, nos había dicho
que un amigo suyo que era un buen mago había hechizado la caja y su contenido de modo tal que a
los ladroncillos les saldrían agujeros en sus manos, esa misma tarde ofrendé a la caja hasta mis
propios lápices por temor de sufrir alguna maldición pagana. Sobre las clases del profesor, también
predominaba el conductismo ya que para las clases de español el profesor nos pedía hacer planas de
todas nuestras faltas de ortografía, que encontraba en las tareas, siempre con letra de molde del
tamaño del cuadro y a espacio sencillo y para las clases de geografía también nos hacía recitar una
tras otra las capitales de los países del continente americano y por supuesto, a los treinta y un
estados de la república mexicana, coloreando los mapitas con nombre que nos pedía llevar el día
anterior. Estos eran claros ejemplos de enseñanza memorística (Escuela, 2008).

Del tercero al sexto de primaria mi papá quien acababa de llegar de trabajar en Estados
Unidos después de una ausencia de casi 5 años (que por cierto, se fue de vuelta ese mismo año, me
parece) me envió a una escuela pública cercana a la casa, la Escuela Primaria Benito Juárez, esto
porque al retrasarse con los pagos las maestras de la Amparo Fragoso decidieron dejarme fuera del
salón hasta que se liquidara el saldo pendiente, por lo que mi papá al enterarse de las medidas
tomadas decidió sacarme al instante y dejarme en una escuela nueva. En esta escuela sucedió justo
lo mismo que en el prescolar, las amistades y los grupos ya estaban formados por lo que no fui muy
bien recibido en el salón de tercero B en la primaria, al provenir de una escuela privada los otros

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niños me veían como un agente externo y tenían algunos prejuicios, por lo que niños y niñas se
aprovechaban de mis ganas de hacer amigos para jugarme bromas pesadas, robarme la mochila, la
comida (por lo que le pedí a mi mamá que dejara de preparar mi torta de jamón para la escuela) y
hacer más bullying. En Tercer año la profesora que nos enseñaba matemáticas nos enseñó las tablas
de multiplicar a través de la memorización de los contenidos, hizo lo mismo en las clases de historia
y de geografía, de este grado escolar tengo en mi mente la falta de interés por hacer las tareas a
veces por olvidadizo y otras por una negativa a hacer trabajos extra-clase. En el cuarto grado me
daba clases el profesor Fernando (Q.E.P.D.), cuyas continuas ausencias del aula propiciaron que en la
clase imperara el desorden; sin embargo, al no tener amigos en el salón el acoso por los compañeros
de clase fue más intenso y no se terminó has que en quinto grado me pasaron al grupo A. En este
salón el titular era el maestro Saúl, quien propició que me llevara bien con los demás compañeros
del salón presentándome ante su clase y pidiendo a sus alumnos que me recibieran de la mejor
manera y que cuando no tenía amigos me permitía platicar con él en el salón de clases a la hora del
recreo, sugiriéndome buscar algo en lo que fuera bueno para usarlo de pretexto para hacer amigos,
ya que me gustaba mucho correr empecé a hacer amigos jugando ladrones y policías con los demás
niños del salón y eventualmente con los niños de otros grupos como el de mi hermana que es un
año menor que yo. En sexto de primaria con el profesor Raúl fui muy feliz ya que también llegó un
niño de otra escuela quien a pesar de lo bueno que era para correr no fue tan bien recibido, al sentir
empatía por su situación rápidamente nos hicimos amigos y le ayudé a integrarse con los demás
amigos del salón al punto que se volvió muy apreciado por todos. Las clases del profesor Raúl
aunque también tenían su influencia del conductismo también tenían dinámicas constructivistas y
manejaba dinámicas de trabajo colaborativo cuando este nos daba las clases de formación cívica y
ética.

El siguiente paso fue en la secundaria, misma que se había vuelto obligatoria por la antes
mencionada reforma. Pero mi Madre a quien adoro pero que nunca me ha comprendido muy bien
que digamos, supongo que por la enorme carga que llevaba sobre sus hombros de ser ama de casa
con un esposo distante, dueña de una tiendita renombrada en la colonia que debía surtirse diario y
despacharse en el esclavizado horario de siete a veintiún horas todos los días del año sin horario de
comida y madre de dos niños y una niña que no se llevaban ni dos años entre sí, no me inscribió en
la secundaria que yo quería ya que allá iban a estar todos mis amigos de la primaria, sino que me
inscribió en la Telesecundaria No. 29 Cuauhtémoc, para aquel entonces mis hermanos y yo
pensábamos que mi mamá de algún modo quería sabotear nuestras relaciones interpersonales. Y así
inició de nuevo un proceso en el que los niños ya se conocían casi todos entre sí salvo por un
servidor, por lo que de nuevo me volví introvertido ya que como en todas las veces anteriores que
me había cambiado de ambiente los abusadores no faltaron durante el primer año. Aunque las
dinámicas en la escuela si cambiaron, la clase se apoyaba siempre del recurso audiovisual de las
clases televisadas, una sesión de TV de unos 10 a 15 minutos por cada tema de cada materia y la
profesora llevaba a cabo la sesión práctica de cada sesión mediante clase magistral para las clases de
Biología, Historia y geografía, esto se hacía evidente por las páginas y páginas de resúmenes que
solicitaba como tarea para cada sesión subsecuente y por los muchos renglones de dictado y lectura
frente al grupo que también teníamos que llevar a cabo. Y también por procesos más o menos
constructivistas en las sesiones de matemáticas ya que empezábamos con los números abstractos,
con ecuaciones, con ángulos y los números recíprocos, las traficaciones y otros. Para este entonces
ya contábamos con clases de tipo taller en las que elaborábamos experimentos sencillos pero
siempre guiados por los adultos. Uno de los más memorables para mí fue el día en que hicimos un

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llavero con resina epódica. Para terminar, bebo decir que la maestra alba (Q.E.P.D.) siempre fue muy
buena para alentar mi lado creativo ya que en estos talleres pude sacar a relucir mis habilidades de
carpintero, como por ejemplo cuando nos pidió elaborar una balanza, misma que quedó para la
posteridad en su vitrina de los mejores trabajos.

Durante el segundo año las cosas mejoraron socialmente para mí, socialmente hablando.
Comencé a hacer amigos y mediante las dinámicas de trabajo en equipo que la maestra Esperanza
nos pedía llevar a cabo después del periodo de clases, pude conocerlos en un contexto informal y
que me permitió afianzar más nuestras relaciones personales. Aunque debo decir que con ella nunca
me pude llevar bien del todo, no entendía su sentido del humor que mezclado con su manera
conductista de llevar la clase y mi renuencia a aceptar figuras de autoridad tuvimos muchos
problemas, algunas veces llamándome “manzana podrida” y otras exponiéndome ante los demás
compañeros por ciertos problemas de higiene que tenía (un mal olor de pies producido en parte por
una férula que no pude quitarme ni mucho menos lavar durante casi un mes). No me consolaban las
bromas que hacían mis amigos diciendo “¡animo!, que la esperanza muere al último”.

Tercer año de secundaria por otra parte fue mucho más relajado para mí, para ser honesto
no recuerdo nada de las clases que tuviéramos con la profesora Nadia pero si con el televisor, esto
debido a que la banda de guerra quitaba mucho tiempo a ella y sus múltiples escapadas daban pie
para sembrar el caos en el aula, comenzaron los noviazgos, los escándalos amorosos en el aula y las
bromas pesadas se hicieron el pan de cada día, aunque me alegró sobremanera de que esta vez no
fuese el blanco de ninguna, sino los pobres Juan y Bulmaro, no me enorgullece decir que me alivió el
cambio de roles. Aunque no estuve exento de problemas, al incorporarse una superintendente en la
escuela tuve mis nuevos enfrentamientos con la autoridad, verán, cortarme cada mes el pelo y
tenerlo bien alineadito nunca fue mi meta ni mucho menos un deber que me gustara atender ya que
no encuentro una relación directa entre el lago de la cabellera y las capacidades cognitivas, aunado a
que de hecho tener el cabello largo siempre fue un sueño para mí. Por lo que a veces o no me
dejaban pasar a la escuela o no me hacían cortar el cabello, ¡típico conductismo que nunca pasa de
moda!

¡Ah! la preparatoria. Experimenté durante los seis semestres que estuve en Prepa dos (en
Tulancingo) la total libertad de peinados y forma de vestir, aunque para mi mala fortuna el dinero en
casa no sobraba y por lo tanto el guardarropa no era muy grande que digamos, además de que
buena parte era heredado de mi hermano Alan, dos años mayor que yo. Durante esta etapa conocí
amigos entrañables y fui un hervidero de hormonas al servicio de las damas. Por otra parte, la
escuela comenzó a ser mucho más complicada, aparecieron materias como Geometría analítica,
estadística y cálculo diferencial donde fui un rotundo fracaso una vez tras otra, obteniendo siempre
calificaciones pares, pero siempre reprobatorias: 6, 4 y 2 fueron las marcas de las boletas finales,
epitafios para mí relación con mamá en casa. En contraste, las materias teóricas siempre fueron mi
fuerte, historia de México, artes mexicanas, artes universales, biología, química orgánica e
inorgánica, inglés y psicología fueron una delicia y me permitieron más libertad en casa y por
consiguiente más recursos económicos para divertirme con amigos.

En cuestión de las clases, enfocándonos más en su valor respecto a mi tema de investigación


puedo decir sin duda que no fue dibujo técnico, sino artes universales la que más beneficios aportó
en mi desarrollo como arquitecto, el profesor Arquímedes (Arquitecto) llevaba a cabo siempre sus
clases a través de un proyector de diapositivas que explicaba entretenidamente a través de

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anécdotas sueltas y al admirar las obras de arte de los distintos periodos históricos en Europa y la
relación tan estrecha que tenían con la arquitectura, pude entrever que el fundamento teórico es
muy valioso para la creación de contenido arquitectónico de valor artístico y que de hecho es
indispensable para la misma profesión. En la preparatoria ya contábamos con variedad de materias e
incluso ya nos daban libertad de escoger algunas (algo nunca antes vivido en la educación básica)
como el taller artístico y otras en la recta final de los estudios, pero teníamos que procurar que nos
fueran a servir para nuestra elección de carrera futura, la que aún no tenía idea de cuál sería ya que
me inclinaba hacia las artes, pero el miedo a la pobreza y el hambre siempre me contuvieron de
tomar ese camino.

Que tuviéramos una profesión para vivir siempre fue un sueño para mi Madre, por lo que no
importando el esfuerzo que tuviera que hacerse nos permitió buscar nuestro camino incluso en
universidades foráneas, en mi caso siempre quise entrar a la UNAM, e hice examen de ingreso para
esta casa de estudios, así como también para el IPN y para la UAEH (como una condición de mi
mamá para asegurar un lugar y no perder un año). En las carreras de Arquitectura, Ingeniería Civil y
Arquitectura, respectivamente. Para mí mala fortuna la UNAM no me tenía en sus planes y a solo 4
aciertos de un lugar tuve que decidir entre el IPN y la UAEH, obviamente decidí ir al IPN, sin embargo
la ingeniería civil y un servidor no nos llevamos bien, ya que al estar los profesores durante 6 meses
sin sueldo antes que entrara a la ingeniería y así permanecieran por otro año más durante mi
estancia ahí no les importara en lo más mínimo dar una clase de calidad, mi examen final de la clase
de expresión gráfica consistió en calcar un plano que el profesor nos dio de mala gana al inicio del
semestre, para la clase de mecánica vectorial solamente con presentarnos al examen aprobamos y
en topografía pasamos todos quienes contábamos buenas bromas al profesor, pensé que estas
malas clases se acabarían en segundo semestre pero para mí mala suerte fue peor aún, el profesor
de ingeniería de transito solamente fue a dormir al salón durante todo el semestre, la profesora de
matemáticas me corrió de su clase por reclamarle por querer calificar una tarea que había dejado
tres semanas atrás (mismas se manas que tardó en volver desde que dejó dicha tarea) y el profesor
de expresión gráfica II solamente iba a mirar a las compañeras. Ya para tercer semestre decidí que
no iba a esperar sacar un título que no me sirviera para nada y deserté de la ESIA de Zacatenco para
tomar medio año sabático y si me lo permitían mis padres, volver a los estudios. Al año siguiente
volví a hacer examen de admisión para la licenciatura en arquitectura de la UNAM, dediqué ese
medio año completo a estudiar todos los días, pero como un déjà vu, los mismos cuatro aciertos
faltantes me lo impidieron, dejándome solamente a la UAEH como alternativa, y muy a regaña
dientes hice el examen de admisión, sin estudiar ni un solo día, ni siquiera por error, pero mi fortuna
fue grande y quedando primero en la oferta, la UAEH me permitió tomar en sus instalaciones la
licenciatura en Arquitectura, del 2006 al 2011.

Ya en la UAEH, en la licenciatura en arquitectura mis experiencias con la docencia fueron


muy contrastadas, ya que en un principio estaba muy entusiasmado por la carga de trabajo, la labor
de dibujo artístico de las primeras clases de expresión gráfica y de historia de la arquitectura porque
eran muy dinámicas y aprendía cosas nuevas, los modelos de aprendizaje eran fácilmente
perceptibles entre las materias teóricas y las prácticas profesionalizante. Las materias teóricas de
teoría de diseño e historia de la arquitectura dependían mucho del dictado y la exposición por parte
del docente de los contenidos de la clase, siguiendo un modelo memorístico (Escuela 2008); las
segundas del tipo profesionalizante se enfocaban mucho en sesiones prácticas, como por ejemplo la
elaboración de maquetas, dibujos, croquis y repentinas, empleando siempre modelos de grupos

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interactivos y de enseñanza no directiva (Escuela 2008) aunque este último modelo se ve afectado
por influencias conductuales. En realidad estaba construyendo mi andamiaje para las próximas
materias de taller de diseño I a VI, que son la médula espinal de la licenciatura. Sin embargo, estas
materias tan importantes junto con las de taller de construcción (materias análogas cursadas en
paralelo si me pregunta) se dieron siempre iguales, el docente formaba equipos de trabajo, triadas,
o binas, pero si éramos pocos individualmente; y siempre se hacia la misma dinámica, los alumnos
debíamos resolver una cabaña, una casa, una iglesia, una escuela primaria, un templo cualquiera, un
local, un hotel, un centro cívico, o cualquier otra cosa pero siempre bajos las mismas metodologías.

1. La elaboración de una búsqueda de elementos similares que usábamos como


análogos (descartando por supuesto aquel del que copiábamos más).
2. Una memoria descriptiva del terreno (considerada por todos como paja).
3. Un estudio de áreas (el cual no nos fue bien descrito casi nunca).
4. Un diagrama de funcionamiento (que no entendíamos pero que lo usábamos de
relleno para el trabajo final)
5. Los planos del proyecto y sus alcances dependiendo del semestre que fuese, ya sea
solamente el anteproyecto, instalaciones mecánicas, eléctricas, PCI, estructuras, o
algunas especializadas pero no recibíamos mucha retroalimentación al respecto.

Un elemento siempre estuvo faltante, la conexión entre el taller y el resto de materias, pero
sobre todo las teóricas, que se vieron relegadas a ser simplemente materias accesorias que no valía
la pena siquiera mencionar por miedo a ser llamados copistas, ya que afirmaban muchos de los
docentes que en el proceso de diseño tomar esta clase de bases no servía para el taller ya que hacía
a los alumnos inclinarse por la reproducción de las formas y no al proceso creativo per se. Veía esto
como una grave falta de fundamento teórico para el diseño, como lo menciona Gamboa (2009), es
común que en la clase de taller de diseño olvidar todo lo teórico en pos de elaborar un diseño sin
precedentes ni influencias externas de ningún tipo. Otra grave y persistente falta en el taller de
diseño fue la excesiva y casi forzada intervención del arquitecto docente para la resolución de la
forma final del diseño, que continuamente nos sometía a ser simples dibujantes en pos del diseño
que al profesor más gustara, lastimando nuestro proceso creativo y de aprendizaje de manera
reiterativa durante cada taller, los pocos que se salvaron al ignorar en cierta medida a sus profesores
se convirtieron en buenos arquitectos; el resto, se hicieron buenos dibujantes.

A pesar de todos estos tropiezos míos y mis conflictos con las autoridades y mi renuencia a aceptar
metodologías que me parecían de dudosa calidad para impartir la clase logré salir avante de la
licenciatura, pero plenamente consciente de que no era un buen arquitecto, tal vez un buen
constructor y sí un buen dibujante, me decidí a que el título de la licenciatura no me contentaría y
me fui a trabajar a la Ciudad de México, para hacerme de una experiencia profesional de calidad y
para conseguir un posgrado o entrar a los cursos necesarios que me hicieran sentir satisfecho con mi
calidad como profesionista y así, eventualmente, volvería a mi casa de estudios ya con los
conocimientos y experiencia profesional suficientes para enseñar a los alumnos de las generaciones
posteriores a convertirse en buenos arquitectos, competitivos y rentables; y a quienes fueran a ser
mis colegas de cátedra, a dar clases de calidad y que de verdad sirvieran a las próximas
generaciones.

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Referencias:

Barriga, F. (2006). Enseñanza Situada: Vínculo entre la escuela y la vida. Ciudad de México, México
Mcgraw Hill Interamericana. Pp. 1-51.

Escuela. (2008). Competencias básicas y modelos de enseñanza. Recuperado de:


http://www.periodicoescuela.es/Content/Inicio.aspx

Farrés, Y; Michel, B. Hacia otro enfoque en la enseñanza del proyecto de Arquitectura. Arquitectura
y Urbanismo. Vol. 28. Núm. 3, 2007. Pp. 61-67. Recuperado de:
http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=376839853012

Gamboa, P., (2009). Por una enseñanza de la arquitectura más artesanal y menos artística .
Dearquitectura N. 05 PP. 4-15.

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