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COLECCIÓN HISTORIA ARGENTINA

Director: Raúl O. Fradkin

Darío G. Barriera
Viviana Grieco
La política de dar en el Darío G. Barriera se licenció en
Virreinato del Río de la Plata. Historia en la Universidad Nacional
¿Qué conecta el pulso global del imperio de Felipe II con la admi- de Rosario, luego obtuvo su docto-
Donantes, prestamistas, súbditos nistración de la justicia en un inhóspito paraje rioplatense a finales rado en Historia en la EHESS (París,
y ciudadanos del siglo XVI? ¿Qué relación hay entre el incendio de los Reales 2002) y realizó su posdoctorado en la
Alcázares de Madrid y dos jueces rurales que le cuentan las costi- UNAM (México, 2003). Se desempe-
Ricardo D. Salvatore ña como Profesor Titular Regular en
Paisanos itinerantes
llas a una centena de familias que habitan la campaña santafesina?
la carrera de Historia de la Univer-
Orden estatal y experiencia subalterna en ¿Qué tienen en común el ilustrado José de Gálvez con el oneroso
sidad Nacional de Rosario (donde
Buenos Aires durante la era de Rosas entusiasmo de los vecinos del Coronda por convertirse en jueces dirige el CEHISO) y es Investigador
de sus campos? ¿Qué hay de nuevo en las modernas justicias de Principal del CONICET (Argentina),
Alex Borucki
De compañeros de barco a camaradas de proximidad? con sede en el ISHIR (CCT Rosario).

Darío G. Barriera

Historia y justicia
armas. Identidades negras en el Río de la A través del estudio sobre la manera en que los hombres y las mu- Fue Chercheur Invité por la Maison
Plata, 1760-1860 des Sciences de l’Homme (París),
jeres fueron juzgados (hasta tiempos muy recientes, sólo por otros
Director de estudios por la EHESS
hombres...) este libro –después de una primera parte dedicada

Historia y justicia
Juan Carlos Garavaglia y Raúl Fradkin (París), ha sido titular de la Chaire
A 150 años de la Guerra de la a comprender el surgimiento de los estudios sobre historia de la de l’Amérique Latine por el IPEAT
Triple Alianza contra el Paraguay justicia en la Argentina– muestra que las conexiones contenidas (Toulouse) e Investigador de la Casa
en aquellos interrogantes abren surcos aún no explorados por la de Velázquez (Madrid). Su libro Abrir
Carmen Bernand
Los indígenas y la construcción del Estado- historia del derecho y por la historia política. Surcos que conectan Cultura, política y sociedad en el Río de la Plata puertas a la tierra (en francés publica-
do por PUM como Ouvrir des portes
Nación. Argentina y México, 1810-1920:
historia y antropología de un enfrentamiento
fuertemente nuestro pasado con nuestro presente. (Siglos XVI-XIX) sur la terre. Microanalyse de la cons-
truction d’un espace politique...) ganó
Juan Carlos Garavaglia el Premio de la Academia Nacional
La disputa por la construcción nacional de la Historia en 2015 y el Premio In-
argentina. ternacional de Historia del Derecho
Buenos Aires, la Confederación y las
Indiano en 2018.
provincias (1850-1865)

Raúl O. Fradkin (editor)


¿Y el pueblo dónde está?
Contribuciones para una historia popular de
la Revolución de Independencia en el Río de
la Plata

Gabriel Di Meglio
¡Viva el bajo pueblo!
La plebe urbana en Buenos Aires y la política
entre la Revolución de Mayo y el rosismo
Imagen de tapa: Fragmento de El juicio,
Michael Goebel cortesía del Museo Histórico Provincial
La Argentina partida. de Rosario Dr. Julio Marc.
Nacionalismos y políticas de la historia
HISTORIA Y JUSTICIA
CULTURA, POLÍTICA Y SOCIEDAD EN EL RÍO DE LA PLATA
(SIGLOS XVI-XIX)
Darío G. Barriera

Historia y justicia
Cultura, política y sociedad
en el Río de la Plata
(Siglos XVI-XIX)
Barriera, Dario
la
Historia y justicia : cultura, política y sociedad en el Río de La
Plata / Dario Barriera. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos
Aires : Prometeo Libros, 2019.
740 p. ; 24 x 17 cm.

ISBN 978-987-8331-11-9

1. Historia Argentina. I. Título.


CDD 982

Colección Historia Argentina


Director: Raúl O. Fradkin

Armado: Eleonora Silva


Corrección de galeras: Anshi Moran

Imagen de tapa: Anónimo, Invocación a Nuestra Señora del Rosario


(El juicio), óleo/tela, escuela mestiza, Cuzco (Perú), Siglo XVIII.
Colección Museo Histórico Provincial de Rosario Dr. Julio Marc.

© De esta edición, Prometeo Libros, 2018


2019
Pringles 521 (C1183AEI), Buenos Aires, Argentina
Tel.: (54-11) 4862-6794 / Fax: (54-11) 4864-3297
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Prohibida su reproducción total o parcial
Derechos reservados
Contenido

Siglas y abreviaturas más utilizadas ....................................................................................... 15


Abreviaturas de fuentes impresas..................................................................................... 16
Agradecimientos ............................................................................................................................... 21
Introducción........................................................................................................................................ 24

PRIMERA PARTE
Hacer historia de la justicia en la Argentina
Una historiografía constituida en intersecciones incómodas

Introducción........................................................................................................................................ 39

CAPÍTULO I
Textos que importan....................................................................................................................... 45
Los manuales de historia colonial americana: un caballo de Troya ............. 46
El boom editorial entre conmemoraciones y milenarismo:
un americanismo renovado ................................................................................................. 54
Justicia y gobierno: el estudio de las Audiencias americanas
hasta los años 1990 ................................................................................................................. 60

CAPÍTULO II
Una incomunicación con historia:
técnicas, prejuicios y algo más.................................................................................................. 67
Teoría y práctica de la formación de conjuntos ....................................................... 71
Hacia una historia política de las lealtades y las desconfianzas
académicas ................................................................................................................................... 77
La técnica, lo disciplinar, lo político y algo más...................................................... 87
Una metodología políticamente informada................................................................ 92
CAPÍTULO III
La mirada de los legos. Del uso de las fuentes judiciales
a la justicia como tema.......................................................................................................................... 95
Del padrón al expediente: el recorrido de “los otros” historiadores ............ 96
La caja de Pandora .................................................................................................................... 98
1999, annus mirabilis ........................................................................................................... 102
Coincidencias inesperadas ................................................................................................. 111
Marcas del presente ................................................................................................................ 114
La mirada de los legos ......................................................................................................... 117
El americanismo, una vez más......................................................................................... 122

CAPÍTULO IV
Rostros y lenguajes de un diálogo entre legos y letrados en el siglo XXI ....... 131
Distancias y acercamientos, siglo XXI .......................................................................... 131
Perder para ganar: la mediación académica como decisión política ......... 139
Del expediente a la sociedad:
la justicia como laboratorio para los historiadores ............................................. 144
Cuaderno de bitácora
(necesariamente incompleto) de los últimos años .............................................. 147

CAPÍTULO V
La historia social de la justicia: ¿Cuándo y por qué intercalar el adjetivo? ...... 165
La justicia tiene historia ....................................................................................................... 165
Historia Social .......................................................................................................................... 171
Historia social de la justicia ............................................................................................... 175
Estudiando a los agentes ..................................................................................................... 178
Lo que aportan otras perspectivas ................................................................................. 195
Sintetizando ............................................................................................................................... 202

Conclusiones de la Primera Parte ......................................................................................... 205

SEGUNDA PARTE
Instituciones, territorios, agentes, distancias

CAPÍTULO VI
Un rostro local de la Monarquía hispánica. Justicia y equipamiento
político del territorio al sureste de Charcas, siglos XVI y XVII ........................................... 219
1) Las grandes jurisdicciones y la práctica de los agentes:
el Río de la Plata (1540-1617) ....................................................................................... 222
2) La ciudad como dispositivo clave ............................................................................ 231
3) De cómo la autonomía de los agentes favorece la conservación
de la Monarquía ....................................................................................................................... 239
4) Jurisdicciones y justicias: los agentes en el territorio ................................... 243
5) Las normas de la monarquía como recurso localmente disponible ....... 253
Rescatando papeles polvorientos: la coyuntural utilidad
de normas olvidadas .............................................................................................................. 257
Gobernar un territorio disperso ...................................................................................... 267

CAPÍTULO VII
La justicia en venta. Ordenamiento jurídico, equipamiento político
y venalidad: el oficio de alguacil mayor en Santa Fe la Vieja
(Gobernación del Río de la Plata, 1573-1660) ....................................................................... 273
Los oficios venales en la Monarquía hispánica entre turbación
y necesidad .................................................................................................................................. 275
Los oficios de alguacil y de alguacil mayor .............................................................. 278
El oficio de alguacil mayor en las ciudades ............................................................ 281
La enajenación del oficio de alguacil mayor ............................................................ 283
La venalidad de los oficios de vara en el Río de la Plata ................................... 285
¿Cómo se implementó este oficio en el Río de la Plata? .................................. 286
Título chico, problemas chicos; título grande, problemas grandes ........... 289
Designaciones, posesión del título y dirección del flujo
de las lealtades........................................................................................................................... 292
El voto del alguacil mayor .................................................................................................. 294
El carácter de las controversias y de los consensos ............................................. 296
El hombre que arrojó la vara ............................................................................................ 297
Cambio de hábito: procurador del cabildo, alguacil del gobernador ......... 303
Usos diferenciales de recursos jurídicos en conflictos similares:
la dinámica política en los dos primeros casos ..................................................... 308
El tercer caso: lo mismo puede ser diferente........................................................... 310
Conclusiones .............................................................................................................................. 312

CAPÍTULO VIII
Corregidores sin corregimientos. Un caso de mestizaje institucional
en Santa Fe del Río de la Plata durante los siglos XVII y XVIII ........................................ 315
Introducción ............................................................................................................................... 315
Corregidores y alcaldes mayores: una confusión frecuente
en la historiografía americanista ..................................................................................... 316
Gobernados por corregidores (Santa Fe, 1663-1673) ....................................... 322
Las reformas: Santa Fe bajo la segunda Real Audiencia
de Buenos Aires ........................................................................................................................ 328
Corregidores de indios e indios corregidores ......................................................... 330
Reflexiones finales ................................................................................................................. 339

CAPÍTULO IX
Justicias rurales (1). El oficio de alcalde de la hermandad entre el derecho,
la historia y la historiografía (Santa Fe, Gobernación del Río de la Plata,
siglos XVII a XIX) ................................................................................................................................... 343
El oficio del alcalde de la hermandad. Expectativas y restricciones
en el retrato de una tecnología de gobierno ................................................................... 348
Alcaldes de la hermandad en Santa Fe: delicias y sinsabores
de oficiales todo terreno ...................................................................................................... 355
Alcaldes de hermandad y otras autoridades de campaña:
complementariedades y conflictos ................................................................................ 362
Los jueces menores y su gobierno en el campo..................................................... 371
Perfiles ocupacionales y de acción ................................................................................ 373
Auge, cambios y extinción del oficio ........................................................................... 379
Consideraciones finales........................................................................................................ 384

CAPÍTULO X
Justicias rurales (2). El gobierno de los campos, entre el reformismo
y la política vecinal. Miniaturización del territorio, comisionados
y pedáneos en el sur santafesino (1766-1808) ......................................................................... 385
Jurisdicción, extensión y distancia: el planteamiento
de un problema general ....................................................................................................... 390
Santa Fe a finales del siglo XVIII ................................................................................... 3892
La enormidad como problema político ...................................................................... 400
Micropolítica de la gestión del territorio ................................................................... 405
Alcaldes de la hermandad y pedáneos/comisionados: la dinámica
de la subdivisóin del territorio......................................................................................... 419
Conclusiones: gobierno, población, territorio y política ................................ 424

CAPÍTULO XI
Gobernar los barrios: entre justicia y policía (1770-1860) ................................... 431
Historiografías .......................................................................................................................... 432
En la secuencia de una historia de la justicia y de la administración ....... 410
El oficio se desjudicializa .................................................................................................... 454
El cambio de la perspectiva y la prolongación de la cronología:
una vuelta a los orígenes antes de la extinción del “empleo” ....................... 461

CAPÍTULO XII
La organización del territorio y su gobierno. “Alcaldes mayores”
para la villa del Rosario. Un capítulo de transición (1826-1832) ................................. 469
La administración de la justicia y la representación del pueblo
en Santa Fe según el ordenamiento de 1819 .......................................................... 471
El cambio de condición del territorio: un pedido
de las “fuerzas intermedias”............................................................................................... 474
Evolución de matrimonios, bautismos y defunciones
según el registro del párroco del Rosario (1815-1823)..................................... 478
Alcaldes mayores para la villa del Rosario ............................................................... 479
Los alcaldes mayores del Rosario ................................................................................... 487
La casa, la ropa, el pan, el vino ....................................................................................... 493
Reflexiones finales ................................................................................................................... 495

CAPÍTULO XIII
Rediseñando lo judicial, reinventando lo jurídico. El “Reglamento”
de 1833 y los orígenes de la Justicia de Paz en la Provincia de Santa Fe .................... 497
Exordio: pequeñas causas................................................................................................... 497
El horizonte de la investigación ...................................................................................... 499
La metodología ......................................................................................................................... 500
TRES - El interés, una doble vacancia: geográfica y temática......................... 501
Preguntas generales para orientar los primeros pasos ....................................... 502
La reforma de 1833: la primera justicia sin cabildo,
la primera justicia provincial ............................................................................................... 506
La implementación de la justicia de paz en Santa Fe ....................................... 509
Algunas implicaciones de la función “distancia” (de la cabecera
del departamento a la Capital) sobre el alcance de las competencias
de los jueces de paz ................................................................................................................ 513
Algunas reflexiones................................................................................................................. 515

CAPÍTULO XIV
La justicia de paz en la provincia de Santa Fe (1833-1854).
Justicia de proximidad, justicia de transición .......................................................................... 519
La justicia de paz: experiencias y abordajes ........................................................... 522
Francia ........................................................................................................................................... 524
España y sus excolonias ....................................................................................................... 526
La justicia de paz en el Río de la Plata: su carácter excepcional
(histórico e historiográfico) ............................................................................................... 528
La justicia de paz en Santa Fe ......................................................................................... 531
Una imprescindible comparación con Buenos Aires .......................................... 533
Desde el caso a lo general, por el camino de la historia
de la justicia como revulsivo de la historia estatalista ........................................ 536
La historia del gobierno y su correspondencia
con los órdenes jurídicos .................................................................................................... 539

TERCERA PARTE
La justicia y lo jurídico en clave social y cultural

CAPÍTULO XV
De crimen a delito. Desacralización de lo jurídico y de la forma
de poder político a través del desplazamiento de un concepto .......................................... 545
Introducción ............................................................................................................................... 545
Crímenes y delitos .................................................................................................................. 546
Profesionales de la lengua: una de traductores ...................................................... 547
Transparente y opaco ............................................................................................................ 550
Estratos letrados de la arqueología de crimen: tesoros de la lengua,
diccionarios, doctrina, registros jurídicos ................................................................. 552
Las definiciones por agregación, o el método de Laura ....................................... 552
Definición jurídica, desplazamiento en la legislación
(Siglos XIX y XX) ...................................................................................................................... 558
La definición por amputación, o el método de Agnes ........................................... 563
Una valoración política de la comunicación entre culturas
a través de la semántica y del lenguaje ....................................................................... 567
Coda: el aborto como crimen, el pasado que nos habita .................................. 572

CAPÍTULO XVI
La tierra nueva es algo libre y vidriosa. El delito de “traición
a la corona real”. Lealtades, tiranía, delito y pecado en jurisdicción
de la Real Audiencia de Charcas (1580-81) ............................................................................. 577
La tierra nueva ......................................................................................................................... 579
Tierra nueva y novedades de la tierra ........................................................................ 581
Lex Julia majestatis: Monarquía, doctrina, juicio y castigo ........................... 589
Delito y pecado, justicia y pacificación....................................................................... 591
Nueva, libre y vidriosa:
fragilidad y fortaleza del buen gobierno .................................................................... 598
Post scriptum ............................................................................................................................. 601

CAPÍTULO XVII
Entre el retrato jurídico y la experiencia en el territorio.
Una reflexión sobre la función distancia a partir de las normas de los
Habsburgo sobre las sociabilidades locales de los oidores americanos ......................... 603
La función distancia en justicia: introducción metodológica ........................ 604
Una justicia “imparcial” para la América colonial:
la construcción doctrinal de la distancia .................................................................. 610
Físicamente lejos: de la Península y de los más humildes vasallos ............ 612
Oidores en su tinta. La construcción jurídica de las distancias
sociales como buffer en situación de proximidad física .................................... 614
Más allá de las aulas: la contribución de los símbolos
y la etiqueta a la distancia cultural ................................................................................ 618
La distancia imposible .......................................................................................................... 619
Conclusiones .............................................................................................................................. 622

CAPÍTULO XVIII
Pruebas de derecho, pruebas de fuerza. Disputas por derechos
sobre ganado cimarrón ante la justicia ordinaria (Siglo XVII) .......................................... 625
De domésticos a cimarrones: animales europeos que se imponen
en llanos americanos ............................................................................................................. 626
El disfrute del derecho a recoger ganado cimarrón ............................................. 631
¿Quién tiene el mejor derecho a vaquear esos bovinos
que tascan libremente? ......................................................................................................... 636
Entre la justicia y el terreno: pruebas de derecho, pruebas de fuerza ...... 649
Reflexiones finales ................................................................................................................... 659

CAPÍTULO XIX
Los saberes de los justiciables. Cultura popular, cultura católica,
cultura judicial ........................................................................................................................................ 665
De la historia social a la historia cultural................................................................... 665
Registro judicial del lenguaje de los justiciables legos ....................................... 669
¿Cómo escuchar lo que está escrito? ............................................................................. 673
Legos y letrados: por el camino de la semántica ................................................... 674
Jueces legos y cultura letrada ........................................................................................... 676
Lenguajes de justicia, lenguajes de la fe: lo primero es jurar......................... 680
No soy Judas: saberes sobre la traición....................................................................... 682
Creencias comunes, saberes compartidos ............................................................... 684
Maledicencia, injuria y blasfemia .................................................................................. 687
No levantarás falso testimonio: testigos en acción ............................................. 688
El juicio, al fin y al cabo, es el Juicio y la Ley, la ley ........................................... 692

CAPÍTULO XX
Las distancias entre una población y sus jueces. Situación y proximidad
como problema para la historia de la justicia (siglos XXI-XVII) ...................................... 697
El presente como punto de partida............................................................................... 700
Justicias y distancias: o la función distancia en la justicia
La función distancia y su papel en el análisis histórico
de la justicia ............................................................................................................................... 702
La emergencia historiográfica de las justicias de proximidad:
la justicia de paz en la historiografía jurídica francesa,
un caso paradigmático ........................................................................................................ 706
Ventajas y desventajas de la proximidad .................................................................. 709
La proximidad física como virtud para la justicia y el gobierno .................. 710
Local knowledge: achicando todas las distancias al mismo tiempo .............. 720
Recortando la distancia procesal .................................................................................... 723
Cuando la misma distancia es distinta a sí misma ............................................... 725
Cuando lo material se hace conflicto y sacude las distancias....................... 727
Distancias y centralización política: la proximidad
vista “desde arriba” ................................................................................................................. 729
Conclusiones. Más cerca, más accesible ¿una justicia mejor
para todos, en todo tiempo y lugar? ........................................................................... 733
Siglas y abreviaturas más utilizadas

ACSF Actas Capitulares de Santa Fe


AEA Anuario de Estudios Americanos, Sevilla
AFDUAM Anuario de la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Madrid
AGPER Archivo General de la Provincia de Entre Ríos
AGSF Archivo General de la Provincia de Santa Fe
AC Actas Capitulares
NyOC Notas y otras comunicaciones
AMHPRJM Archivo del Museo Histórico Provincial de Rosario Dr. Julio Marc
AT Archivo de Tribunales
EP Expedientes Penales
AHPBA Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires, La Plata
AHDE Anuario de Historia del Derecho Español
AMHD Anuario Mexicano de Historia del Derecho
ANA Archivo Nacional de Asunción, Asunción, Paraguay
SNE Sección Nueva Encuadernación
ANH Academia Nacional de la Historia (Buenos Aires, Argentina)
BIACG Boletín del Instituto Argentino de Ciencias Genealógicas
BIHAAER Boletín del Instituto de Investigaciones Históricas “Dr. Emilio Ravignani”
BM Biblioteca de Mayo
CODHA Colección de obras y documentos para la historia argentina
BN Biblioteca Nacional, Buenos Aires
BORA Boletín Oficial de la República Argentina
CEC Centro de Estudios Constitucionales (Madrid)
CEHISO Centro de Estudios de Historia Social de la Justicia y el Gobierno
CNCDP Comissao Nacional para la Conmemoraçao dos Descobrimentos
Portugueses
CONICET Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
DEEC Departamento de Estudios Etnográficos y Coloniales (Santa Fe)
EC Expedientes Civiles
EP Escrituras Públicas
FCE Fondo de Cultura Económica
FFyL Facultad de Filosofía y Letras
GEHISO Grupo de Estudios de Historia Social (Univ. Nac. Del Comahue)
GGV Colección Gaspar García Viñas de la BN, Buenos Aires
HM Historia Mexicana
IEHS Instituto de Estudios Histórico Sociales, Tandil
IEP Instituto de Estudios Peruanos, Lima
IIHD Instituto de Historia del Derecho
ISES Instituto Superior de Estudios Sociales (CONICET, Tucumán)
ISHIR Investigaciones Sociohistóricas Regionales (CONICET, CCT Rosario)
JUP Juventud Universitaria Peronista
NMMN Nuevo Mundo Mundos Nuevos (revista electrónica)
RAE Real Academia Española
RCHD Revista Chilena de Historia del Derecho
RHD Revista de Historia del Derecho
RHJ Red de Estudios sobre Historia de la Justicia
RIHDRL Revista del Instituto de Historia del Derecho Ricardo Levene
RN Registro Nacional
ROI Real Ordenanza de Intendentes
ROSF Registro Oficial de la provincia de Santa Fe
SAA Sociedad Argentina de Antropología
UADER Universidad Autónoma de Entre Ríos
UAM Universidad Autónoma de Madrid
UBA Universidad de Buenos Aires
UIA Universidad Internacional de Andalucía
UNAM Universidad Nacional Autónoma de México
UNCPBA Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires
UNMSM Universidad Nacional Mayor de San Marcos
UNR Universidad Nacional de Rosario

Abreviaturas de fuentes impresas


Acuerdos… I Vicente Fidel López, Acuerdos del extinguido cabildo de Buenos Aires, Kraft
Editor, Tomo I, Buenos Aires, 1895.
Acuerdos… IV Juan José Biedma, Acuerdos del extinguido cabildo de Buenos Aires, AGN,
Tomo IV, Buenos Aires, 1908.
Autoridades... Diccionario de la lengua castellana, en que se explica el verdadero sentido de las
voces, su naturaleza y calidad, con las phrases o modos de hablar, los proverbios
o refranes, y otras cosas convenientes al uso de la lengua [Diccionario de
Autoridades], Imprenta de Francisco del Hierro, Madrid, 1737.
Colección… Richard Konetzke, Colección de Documentos para la Historia de la Formación
Social de Hispanoamérica (1493-1810), Volumen II – Primer Tomo (1593-
1659); Segundo Tomo (1660-1690), CSIC, Madrid, 1958.
Escriche Joaquín de Escriche, Diccionario razonado de legislación y jurisprudencia,
Nueva edición corregida notablemente y aumentada con nuevos artículos,
notas y adiciones sobre el derecho americano por don Juan B. Guim, doctor
en ambos derechos y abogado de los tribunales de España, Librería de Rosa,
París, 1851.
Garay… Enrique Ruiz Guiñazú, Garay, fundador de Buenos Aires: documentos referentes
a las fundaciones de Santa Fe y Buenos Aires publicados por la Municipalidad
de la Capital Federal, administración del Señor Intendente Dr. Arturo Gramajo,
prologados y coordinados por el Dr. Enrique Ruiz Guiñazú, 1580-1915,
Compañía Sud-Americana de Billetes de Banco, Buenos Aires, 1915.
Novísima… Novísima Recopilación.
Partidas… Real Academia de la Historia, Las Siete Partidas del Rey don Alfonso el Sabio
cotejadas con varios códices antiguos por la Real Academia de la Historia,
Imprenta Real, Madrid, 1807 [1256-1263].
Política… Jerónimo Castillo de Bovadilla, Política para corregidores y señores de vasallos
en tiempo de paz, y de guerra y para prelados en lo espiritual y temporal...,
Madrid, Imprenta de Joachim Ibarra, Tomo I, 1759 [1599]
Recopilación Julián de Paredes, Recopilación de Leyes de los Reynos de las Indias mandadas
imprimir y publicar por la Magestad Católica del Rey don Carlos II, nuestro
señor, edición fascimilar de la publicada al cuidado del autor en Madrid,
1681; Madrid, Cultura Hispánica, 1973, 4 Volúmenes. Tomo I, 67 y 300
pp; Tomo II, 299 pp; Tomo III, 302 pp y Tomo IV, 364 pp.
Sumarios… Rodrigo Aguiar y Acuña y Juan Francisco Montemayor y Córdoba
de Cuenca, Sumarios de la Recopilación General de Leyes de las Indias
Occidentales, presentación de José Luis Soberanes Fernández; prólogo de
Guillermo F. Margadant y estudio introductorio de Ismael Sánchez Bella,
Edición Fascimilar, México, Fondo de Cultura Económica, 1994, 792 pp.
ROBA Registro Oficial de la Provincia de Buenos Aires.
ROI Real Ordenanza para el establecimiento e Instrucción de Intendentes de Exército
y Provincia en el Virreinato de Buenos Aires, Imprenta Real, Madrid, 1782.
ROSF Registro Oficial de la Provincia de Santa Fe.
CAPÍTULO VI
Un rostro local de la Monarquía hispánica
Justicia y equipamiento político del territorio
al sureste de Charcas, siglos XVI y XVII1

“Si quiero llegar al centro no debo apartarme del


costado, si quiero caminar por el costado no puedo
moverme del centro.”
Tomás Eloy Martínez, El cantor de tango.

Este capítulo propone una indagación sobre el funcionamiento territorial de


la monarquía hispánica como forma política a partir de un análisis local desde
un observatorio construido lejos del centro.2 Esta perspectiva ya fue ensayada
por otros colegas, sobre todo a partir de que la apatía por los estudios de his-
toria política fue reemplazada por un refrescante interés acerca de los aspectos
políticos y jurídicos de las sociedades “de Antiguo Régimen”.3

1
La base de este texto es el artículo, con título homónimo, publicado en el número 15:4 de
CLAHR, correspondiente al año 2006. Para esta versión se introdujeron correcciones, se adaptó
el citado, evitando la reiteración de las obras que ya aparecen en el libro, se repuso el epígrafe
y los subtítulos que habían sido retirados por la edición de la revista, así como varios párrafos
que debieron ser suprimidos por cuestiones de extensión.
2
Véase el monográfico coordinado por Óscar Mazín Gómez, “La Monarquía española: grupos
políticos locales ante la corte de Madrid”, en Relaciones, 73, Zamora, 1998.
3
Jean-Frédéric Schaub, “El Estado en Francia en los siglos XVI y XVII: Guía de lectura para la
historiografía de los años 1980-1992”, en Cuadernos de Historia Moderna, 14, Madrid 1993,
pp. 225-241; “Le temps et l´état: vers un nouveau régime historiographique de l´ancien
Régime français”, en Quaderni Fiorentini, 25; Milano 1996, pp. 127-181; Le Portugal au temps
du Comte-Duc d’Olivares (1621-1640). Le conflit de juridictions comme exercice de la politique,
Casa de Velázquez, Madrid 2001, 521 pp. Robert Descimon, Jean-Frédéric Schaub y Bernard
Vincent, Les Figures de l´administrateur. Institutions, réseaux, pouvoirs en Espagne, en France at au

219
HISTORIA Y JUSTICIA

Las tierras nuevas presentaron al invasor europeo situaciones tan diversas


como diferentes eran los modos de organización social que se habían dado
para sí los pueblos que habitaban el continente invadido. Esa misma diversi-
dad animó numerosos debates en torno al tipo más conveniente de organiza-
ción política y sobre la adecuación de los universos normativos castellanos a
las realidades que los coetáneos denominaban “indianas”. Las tierras –expre-
sión que aludía por entonces a la comunidad de hombres y los vínculos de
éstos con el suelo en el que habitaban– caribeñas, mesoamericanas, andinas o
rioplatenses plantearon, entonces, retos disímiles.4 Por este motivo, las formas
en que se resolvió la construcción política de las nuevas repúblicas cristianas
siguieron patrones generales, pero fueron regionalmente diferentes.
Para poder contrastar estas diferencias sería deseable contar con una si-
milar producción historiográfica sobre el tema para las distintas áreas.
Probablemente por cómo se desarrollaron las historiografías nacionales lati-
noamericanas o por cómo los profesionales europeos y norteamericanos abor-
daron la historia colonial de los dominios hispánicos en América durante el
siglo XX, los estudios que enfocan las características de la dinámica política y
jurídica local de los territorios americanos de la Monarquía arrojan un pano-
rama con vacíos importantes. A este déficit de interés general debe agregarse
que el renglón “historia política” de la historiografía colonial rioplatense en
particular no alcanza la media –al menos no en cantidad– si se lo compara con
los estudios que pertenecen a las tradiciones historiográficas que se ocuparon
del tema para las áreas mexicanas y peruanas.5
En este texto analizo la arquitectura del proceso de equipamiento político
de un territorio de la Monarquía hispánica que no gozó de tanta atención
historiográfica como otros: la Gobernación del Río de la Plata. Dicho proceso
será expuesto y analizado a partir de la reconstrucción de configuraciones

Portugal. 16è-19è siècle. Éditions de l´ÉHESS, París 1997, y mis “Por el camino de la Historia
Política...” (2002, cit.) y el dossier Historia y Antropología Jurídica, (2001, cit.)
4
Sobre la concepción de tierra y de tierra nueva, véase “La tierra nueva...”, en este volumen.
5
Cfr. mi ya citado “La historia del poder político...”, en Penélope (2006) así como el de Víctor
Tau Anzoátegui, “La Monarquía: poder central y poderes locales” y “Órdenes normativos y
prácticas socio-jurídicas: la justicia,” ambos en Período Español: 1600-1810, Tomo 2 de Nueva
historia de la nación argentina, Planeta, Buenos Aires, 1999. Desde la perspectiva socioeconó-
mica, véase Zacarías Moutoukias, “Gobierno y sociedad en el Tucumán y el Río de la Plata,
1550-1800,” en La sociedad colonial, ed. Enrique Tandeter, tomo 2 de Nueva historia argentina,
Sudamericana, Buenos Aires, 2000, pp. 355-411.

220
DARÍO G. BARRIERA

donde los dispositivos de gobierno de la Monarquía hispánica aparecen tra-


mados localmente y adquiriendo sentidos particulares según los términos de
las contiendas y la densidad de las relaciones sociales tejidas en el territorio
con el propósito de facilitar futuras comparaciones.
Disputándose recursos materiales y simbólicos, los agentes que tuvieron
parte en el gobierno de las provincias americanas de la Monarquía dispusieron
de amplios márgenes de maniobra para su agencia y dejaron su impronta en el
proceso de organización territorial de las mismas. También los que quisieron
tener parte pero no lo consiguieron, o los que no la tuvieron pero incidieron
en la toma de decisiones, debieron hacerlo según unas reglas de juego. El
desarrollo del equipamiento político del territorio es, al mismo tiempo, pro-
ceso y resultado.6 Es efecto, consecuencia y renovado punto de partida de la
interacción permanente donde concurre el quehacer de distintos agentes de
la comunidad política que, fabricando, recreando y haciendo suyos unos dis-
positivos de gobierno, organiza jurisdiccional, institucional y simbólicamente
un terreno, convirtiéndolo así en un espacio político.7
Aquí se sostiene que la producción normativa y la delegación de amplios
márgenes de acción para los agentes locales de la Monarquía hispánica po-
sibilitó el éxito (primero) y favoreció el fortalecimiento (después) de una
Monarquía agregativa, compuesta y policentrada como una compleja forma

6
El concepto de “equipamiento político del territorio” es una adaptación que hago a partir
de las obras de António Hespanha y de Roger Brunet (autor de L’aménagement du territoire en
France, La Documentation Française, París, 1997). El concepto de “ordenamiento territorial”
ha sido utilizado en su primer estado por las escuelas de gubernamentabilidad socialdemó-
cratas y preeminentemente para señalar discontinuidades o inequidades localizables con el
propósito de cartografiarlas para formular estrategias que permitan corregirlas. Dado que en
geografía se designaba originalmente tanto el proceso como el resultado y se orientaba a rela-
cionar la acción política con las modificaciones impresas en el territorio, aquí se ha recuperado
su característica recursiva para analizar el proceso por el cual la Monarquía hispánica instaló
en los territorios que conquistaba las relaciones sociales, jurisdiccionales y judiciales –expre-
sadas institucionalmente– que desde el punto de vista del europeo organizaban la extensión en
territorio (lo convertían en un espacio político). Por ello el concepto de equipamiento político
de un territorio designa al proceso que incluye acciones de diversos agentes y de distinto tipo
–que tienden a conseguir un resultado orientado por esta voluntad de ordenamiento– y las
expresiones simbólicas o físicas que este accionar va imprimiendo tanto en el terreno como en
la concepción de su relación con las instituciones políticas.
7
Utilizo el concepto de espacio político inspirado en el sentido que le diera António Manuel
Hespanha en distintos momentos de su obra, Vísperas…, cit. y La Gracia del Derecho. Economía
de la cultura en la Edad Moderna, CIC, Madrid, 1993.

221
HISTORIA Y JUSTICIA

institucionalizada de poder político capaz de hacer funcionar la dirección del


flujo de la potestas8 y de la renta hacia el centro. La confección de esta muestra
se realizará considerando cinco escenarios: el establecimiento de las grandes
jurisdicciones en el subcontinente sudamericano, la ciudad como dispositivo
clave de su exitosa instalación, la observación de algunos procesos de control
de funcionarios9 (en rigor oficiales) de la Monarquía, el de las jurisdicciones
sobreimpresas en el nivel local de la administración de justicia y, por último,
intentaré mostrar de qué manera el universo normativo fue considerado por
los agentes como un recurso disponible.

1) Las grandes jurisdicciones y la práctica


de los agentes: el Río de la Plata (1540-1617)
Los primeros escarceos de flotas hispánicas por las costas del Atlántico sur
tuvieron lugar antes de que las huestes de Hernán Cortés llegaran a México
o las de Francisco Pizarro al Perú. En la segunda década del siglo XVI, el río
de Solís parecía ser la vía de entrada al país de los metales, por lo que luego
se lo llamó “de la Plata.” La expresión “Río de la Plata” todavía es utilizada
ordinariamente como una sinécdoque para nombrar a la Argentina entera e
incluso al Paraguay (“la cuenca del Plata”).10 De ese modo, recupera su uso
antiguo: para los conquistadores del siglo XVI el estuario platense designa-
ba un territorio enorme que incluía las tierras bañadas por los ríos Paraná,
Paraguay y Uruguay, que desaguan en el Río de la Plata.11 La imponencia de

8
En el Derecho Romano, la potestas estaba ligada originalmente a las figuras que adminis-
traban la justicia. En las sociedades de antiguo régimen con fuerte incidencia del Derecho
Romano, como la que aquí se analiza, su delegación implicaba transferir capacidades juris-
diccionales, judiciales y de gobierno con carácter legítimo, que debían ser efectivizadas en un
territorio conocido o por conocer.
9
El término “funcionario”, en su actual sentido (el de funcionario público) no fue registrado
por la Real Academia Española hasta la edición de 1869. En cambio, en la primera edición del
diccionario, oficiales “en la República son l”en la República son los que tienen cargo de gobier-
no de ella: como Alcaldes, Regidores, &c. Lat. Republica Ministri.”, Diccionario de Autoridades,
1737, Tomo V, p. 21. En cuanto al vocablo “funcionario”, que se ha impuesto por el uso, no
es completamente incorrecto si se considera que hace referencia a quien ejercita una función
de gobierno o de justicia. Véase al respecto Ricardo Zorraquín Becú, La función de justicia en el
Derecho Indiano, IIHD, Buenos Aires, 1948, pp. 26-27.
10
Juan José Saer, El río sin orillas: tratado imaginario, Alianza, Buenos Aires, 1991, p. 34.
11
Los cronistas debatían sobre el punto. Gonzalo Fernández de Oviedo afirmaba que Río de

222
DARÍO G. BARRIERA

este complejo hídrico fue temprana y magníficamente retratada en 1562 por


Diego Gutiérrez, cartógrafo de la Casa de Contratación entre 1554 y 1569.12
Hasta el último cuarto del siglo XVI, esta cuenca presentó a los conquis-
tadores europeos grandes dificultades. Tras los intentos de Juan de Solís en
la década de 1510, las prolongadas expediciones de Sebastián Cabot y Diego
García entre 1526 y 1530 y la experiencia del adelantado Pedro de Mendoza
emplazando el fuerte de Buenos Aires en 1536, los europeos consiguieron
instalar un asentamiento estable en la cuenca solo en 1537, cuando un des-
prendimiento de la expedición de Pedro de Mendoza remontó el río Paraná y
estableció el pueblo y puerto de Asunción, muy lejos de la boca del ancho río
que propiciara el uso del oxímoron “mar dulce”.
Desde mediados de la década de 1540, la superficie de un enorme triángu-
lo imaginario cuyos vértices lo conformaban las ciudades de La Plata (1538)
en la región de los Charcas, Asunción (1537) en el Paraguay y la arrasada
Buenos Aires de Mendoza (1536-1541) en la boca del Río de la Plata, consti-
tuyó para los europeos un vasto ruedo donde confrontaban con los pueblos
indígenas, con la naturaleza y con sus limitaciones. Las necesidades de comu-
nicación y de descompresión de las élites limeñas y charqueñas, necesitadas
de terrenos y de indígenas para nutrir encomiendas que otorgar como pre-
mios por servicios militares, motivaron avances hacia el sureste. Entre 1540 y
1570, la extensión que conformaba el mencionado triángulo fue un inmenso
botín, una válvula de escape y un terreno de ensayos, tanto para quienes pro-
venían de la Península Ibérica como para los capitanes “descargados” desde

la Plata era la denominación cristiana del que, en voz indígena, se llamaba Paraná. Cabe recor-
dar que no estuvo jamás en el Río de la Plata y se basó en gran medida en el Islario de Alonso
de Santa Cruz y en otros testimonios. Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés, Historia general
y natural de las Indias, islas y tierra-firme del mar océano, Real Academia de la Historia, Madrid,
1852, Tomo 2, p. 114 y 165. El fragmento inferior izquierdo de una carta atlántica datada a
finales del siglo XVII y atribuida a João Teixeira Albernaz representa al Río de la Plata como
un grueso brazo de agua que se abre en dos hacia el norte y se fibrila en numerosos afluentes
menores hacia el este y el oeste, subrayando la continuidad que existía todavía para algunos
entre el estuario del mar dulce y el Río Paraná. Suzanne Daveau, Lugares e regiões em mapas
antigos, CNCDP, Lisboa, 1997, p. 48.
12
El mapa de Gutiérrez, que se conserva bajo en número 1303 de la Rosenwald Collection de
la Library of Congress, Washington, DC, fue titulado Americae sive qvartae orbis partis nova et
exactissima descriptio, y fue grabado por Hieronymus Cock. Una descripción del mismo apare-
ce en Quarterly Journal of the Library of Congress 6:3, 1949, pp. 18-20.

223
HISTORIA Y JUSTICIA

el Paraguay y sobre todo desde el Perú, que fundaban ciudades y establecían


nuevas jurisdicciones.13
El 21 de marzo de 1534, Pedro de Mendoza firmó una capitulación con
la Corona, en la cual ésta le concedía la titularidad de la gobernación de los
pueblos del Río de la Plata. Su gobernación (también llamada de Mendoza, ya
que era de uso en la época llamar a las provincias por el apellido de su titular)
coexistía con las gobernaciones de Nueva Toledo (Gobernación de Almagro),
de Nueva Castilla (Gobernación de Pizarro), la provincia del Estrecho y la
provincia de Chile de la Nueva Extremadura.14 Los titulares de estas primeras
gobernaciones eran adelantados que contrataban con la Corona.15
En 1540, las gobernaciones de Francisco Pizarro y Diego de Almagro fue-
ron reunidas bajo el gobierno del Licenciado D. Cristóbal Vaca de Castro has-
ta 1542, cuando se dictaminó la creación del virreinato del Perú. En 1544
se instaló efectivamente la Audiencia de Lima (creada dos años antes). Años
después de la muerte de Mendoza, en 1547 la Corona capituló parte del te-
rritorio paraguayo y rioplatense con Juan de Sanabria –motivo por el cual la
gobernación también fue denominada “de Sanabria”.16 En la cartografía de la
Monarquía, el Virreinato del Perú presentaba hasta entonces una distribución
jurisdiccional en gobernaciones que recortaban latitudinalmente el territorio,
enmarcadas por la línea de Tordesillas al este y el Pacífico al oeste. La salida al
sur del Atlántico se ofrecía por las costas rioplatenses, y la provincia de Nueva
Extremadura (Chile) comprendía aproximadamente desde los 19º a los 34º
de latitud sur y desde la Cordillera al Pacífico (mar del Sur), obliterando la

13
Miguel Alberto Guérin, “La organización inicial del espacio rioplatense”, en Tandeter, La
sociedad colonial, p. 40.
14
Oscar R. Nocetti y Lucio B. Mir, La disputa por la tierra: Tucumán, Río de la Plata y Chile,
1531-1822, Sudamericana, Buenos Aires, 1997, pp. 23-31.
15
Francisco Pizarro había recibido los títulos de adelantado, gobernador, alguacil mayor y
capitán general de la Nueva Castilla (Capitulación de Toledo, 1529) y Diego de Almagro, a
través de una rectificación de la misma capitulación en 1534, los de adelantado y gobernador
de la Nueva Toledo. Véase la transcripción de la capitulación en Manuel Josef Quintana, Vidas
de españoles célebres, Libería Europea, París, 1845, pp. 176-80.
16
Sanabria falleció antes de llegar y el adelantazgo recayó en su hijo Diego, una “gobernación”
que incluía Asunción, el Guayrá y el litoral pero no, por ejemplo, la actual provincia de Buenos
Aires. Llegaba hasta el Pacífico, pero estaba recortada por la capitanía de Valdivia, conservando
salida al océano por el norte de ésta. Nocetti y Mir, La disputa por la tierra, pp. 49-51.

224
DARÍO G. BARRIERA

salida a ese océano para la gobernación de Sanabria.17 Sin embargo, a finales


de la década de 1540 algunos agentes no visualizaban el territorio con este
“mapa” de la Corona. Planteaban, por ejemplo, una diferenciación jurisdic-
cional entre el Paraguay y el Río de la Plata y percibían que las jurisdicciones
debían organizarse según los conflictos de intereses y las necesidades de las
autoridades locales.18 Por esto, desde la práctica, las jurisdicciones se veían
contraídas, ensanchadas y hasta atravesadas por la creación de otras, promo-
vidas por agentes como el Licenciado Pedro de La Gasca o, más tarde, la Real
Audiencia de Charcas.19
El caso de la gobernación de Diego de Centeno ilustra bien esta diferente
percepción tanto como el margen de acción de los agentes y la relación entre
las jurisdicciones y el impacto de su realización en el territorio. En 1547, en
su calidad de presidente de la Audiencia de Lima, La Gasca premió a Centeno
–capitán de su bando en la lucha contra los pizarristas– con una goberna-
ción que llevaba su nombre y que ignoraba los acuerdos emanados de las
capitulaciones entre la Corona y Pedro de Mendoza, Álvar Núñez Cabeza de
Vaca o Juan de Sanabria (esta última rubricada el mismo año, 1547). Así, las
gobernaciones de Pizarro y Almagro, reunidas como se dijo en 1540, tanto
como la del Río de la Plata sufrían una fuerte amputación: Asunción, todo el
Chaco paraguayo, la región de los bajos valles calchaquíes (luego tucumana),
Charcas, Cuzco y Potosí, quedaban bajo la nueva jurisdicción creada por el
Licenciado La Gasca.

17
Nocetti y Mir, La disputa por la tierra, p. 51.
18
Es el caso de Domingo Martínez de Irala, Nuflo de Chávez y del mismo Licenciado La
Gasca, presidente de la Audiencia de Lima. Roberto Levillier, Nueva crónica de la conquista del
Tucumán Sucesores de Rivadeneyra, Madrid, 1926, Tomo I, p. 158.
19
La Real Audiencia de Charcas fue creada por Real Cédula del Rey Felipe II el 18 de sep-
tiembre de 1559, y sus límites fueron fijados por Real Cédula del 29 de agosto de 1563. Luego
ésta se modificó por un conflicto suscitado en Cuzco con la Audiencia de Lima. Recopilación
de las Leyes de los Reinos de las Indias [1680], Quinta edición, Roix editor, Madrid, 1845; Ley
9, Título IX, Libro 2, Tomo I.

225
HISTORIA Y JUSTICIA

Esquema de las gobernaciones asignadas en territorio sudamericano


entre 1534 y 1540 – Basado en Curtius Wilgus, Historical Atlas of Latin
American Civilization, New York, 1946.

Fuente: Abrir puertas a la tierra…, cit. p. 30.

226
DARÍO G. BARRIERA

En Asunción tenía sede el adelantado Domingo Martínez Irala, titular de


una gobernación que comprendía buena parte de estos territorios.20 Pero la
entrada física de Centeno al Paraguay nunca se realizó y los asunceños descar-
taron la posibilidad de continuar hacia el Perú.21 La Gobernación de Paraguay
y Río de la Plata quedó en manos de Irala hasta su fallecimiento en 1557,
cuando fue traspasada por testamento a su yerno, Gonzalo de Mendoza,22 y
hasta 1592 su gobierno estuvo en manos de adelantados que capitulaban di-
rectamente con la Corona.23 Las gobernaciones y las jurisdicciones que, como
las de Centeno, no llegaron a concretarse territorialmente, demuestran que
existían instrumentos legítimos para crear jurisdicciones que no coincidían
con las imaginadas por la Corona pero también que una jurisdicción no podía
efectivizarse sin la presencia física de su titular en una ciudad designada como
cabecera.24
Sin embargo, el sur debía ser poblado y ese poblamiento debía acompañar-
se con un equipamiento jurisdiccional y político. La Gasca estimulaba asen-
tamientos al sur de Charcas “por la gran necesidad que hay de sacar gente de
los Charcas que tan demasiadamente está cargada della en esta provincia” ya
que después de las guerras civiles sobraban capitanes y faltaban premios. El
“Pacificador” veía con recelo la llegada de cualquier tipo de gente (incluso de
la península) y tenía gran claridad sobre la conveniencia política de “derramar

20
Nocetti y Mir, La disputa…, pp. 57-60.
21
En su idea de “pacificar” el Perú, La Gasca incluía el intento de contener la carga de los
asunceños sobre la rica región altoperuana, “bajo pena de vida”. Según el cronista Ulrich
Schmidel, el tema se zanjó negociando, ya que “el dicho gobernador [del Perú, Pedro de La
Gasca] hizo un convenio con nuestro capitán y le hizo un buen regalo, de modo que éste que-
dó bien contento y se aseguró que salvaba la vida”, Ulrich Schmidel, “Relación del viaje al Río
de la Plata”, en Alemanes en América, ed. Lorenzo E. López, Historia 16, Madrid, 1985, p. 210.
Otras versiones (la del Padre Lozano, la de V. F. López y la de Levillier) descreen de ese testi-
monio, e indican que Irala se retiró del Perú desconfiado por la demora en la falta de noticias
y que Centeno no realizó la “jornada” al Paraguay porque jamás recibió el apoyo prometido.
22
Muerto Gonzalo de Mendoza también prematuramente, un cabildo abierto nombró gober-
nador a Francisco Ortíz de Vergara, otro de los yernos de Irala, quien de todos modos debió
esperar confirmación de la Real Audiencia. Félix de Azara, Descripción e historia del Paraguay y
del Río de la Plata, Bajel, Buenos Aires, 1943, p. 337.
23
Cayetano Bruno, Gobernantes beneméritos en la evangelización en el Río de la Plata: época
española, Didascalia, Rosario, 1993, p. 71.
24
Nocetti y Mir, La disputa por la tierra, pp. 57-60.

227
HISTORIA Y JUSTICIA

gente hacia bajo”.25 Las fundaciones en el área tucumana, como se desprende


de la carta citada precedentemente, fueron planificadas y ejecutadas con el
consenso de las más altas autoridades de Charcas “al efecto de sacar gente del
distrito y premiar en alguna forma la que aguardaba recompensas por haber
combatido contra Gonzalo Pizarro”.26
Idéntica lectura realizaban algunos vecinos de las ciudades nuevas así como
Francisco de Aguirre, quien consideró prioritaria “la extensión de la conquista
hacia el Sur, siendo su propósito fundar pueblos en Córdoba, en el Paraná
y en el Río de la Plata, para dar salida al Tucumán sobre el mar y unir con
centros de una situación estratégica, geográfica y económica feliz, el Atlántico
al Pacífico”.27 El Oidor Juan de Matienzo pensaba en la reconstrucción de
Buenos Aires como el camino hacia un sistema de circulación que suplantaría
el de Portobelo-Panamá y entre 1565 y 1566 lanzó una firme campaña para
poblar el sur charqueño.28 Desde 1569, el Virrey Francisco de Toledo conti-
nuó con la expansión hacia el sur bajo la premisa de que asentando ciudades
se solucionarían los inconvenientes de circulación económica en esa parte del
virreinato, atribuidas a la acción de los grupos indígenas. Su proyecto consi-
deraba imprescindible mantener la comunicación con las tierras del sur y con-
taba con vecinos que lo harían a su costo: el precio era, desde luego, asignar a
estos hombres los más altos oficios de las nuevas jurisdicciones.
La “descarga” tenía como consigna fortalecer lo existente y fundar en el in-
termedio. En el mismo orden de cosas, desde el Paraguay se intentaba todavía
encontrar el mejor camino posible de comunicación con el Perú coexistiendo
con planteos que priorizaban poblar río abajo para mejorar la comunicación

25
“Carta del Licenciado La Gasca al consejo de Indias sobre diversos asuntos de gobierno”,
en Los Reyes, 17 de julio de 1549, en Roberto Levillier, Gobernantes del Perú: cartas y papeles,
siglo XVI Sucesores de Rivadaneyra S.A., Madrid, 1921, Tomo I, p. 205.
26
Roberto Levillier, Nueva crónica, Tomo I, p. 164.
27
Según una probanza levantada entre vecinos de Santiago del Estero a poco de fundada la
ciudad, la ecuación inversa entre inflación de capitanes y escasez de premios como situación
posterior a las guerras civiles era evidente. Levillier, Nueva crónica, Tomo I, p. 168 y Tomo
III, p. 4. Véase también Carta de Alanís y otros papeles de 1565, Biblioteca Nacional, Buenos
Aires, Colección Gaspar García Viñas, XCV, BN 1489.
28
Ana María Presta, “Cuando la clave es juntar lo disperso: fuentes para el estudio de la vida y
los tiempos del adelantado Juan Ortiz de Zárate”, en Anuario del Archivo y Biblioteca Nacionales
de Bolivia 1 (1994/1995), p. 38.

228
DARÍO G. BARRIERA

con la metrópoli.29 Las tierras comprendidas en la cuenca del Río de la Plata y


el litoral paranaense, entonces, eran alcanzadas por las iniciativas alimentadas
desde la península, entrando por el Río de la Plata, por los españoles “perua-
nos” que se expandían sobre el área tucumana y, desde 1570, por los capitanes
asunceños, que buscaban la salida al Atlántico.
Felipe II había otorgado significativos márgenes de acción al Virrey Toledo
pero no había resignado los propios: le había concedido el derecho de de-
signar los gobernadores del Tucumán pero siguió haciéndolo él mismo. Al
momento de la segunda prisión de Aguirre en 1570, por la Real Cédula del 29
de noviembre de 1570, Felipe II acordó a Gonzalo de Abreu la gobernación
vacante. Enterado el Virrey Toledo, y apoyándose en sus facultades, otorgó
–casi un año después– el mismo cargo a Gerónimo Luis de Cabrera. Tras un
recurso interpuesto por Abreu, un Real Decreto de fines de marzo de 1573
confirmó a Cabrera en sus funciones.30
El rey y el virrey no eran los únicos con capacidad para proveer exenciones,
privilegios u oficios, lo que trajo complicaciones que derivaron en conflictos
concretos, a veces llevados a la justicia y otras veces resueltos por la fuerza.
Hasta 1592 los territorios de la cuenca platense estaban adjudicados a los ade-
lantados del Río de la Plata, que tuvieron grado de gobernadores. La subordi-
nación en 1565 de todos estos territorios (los del Tucumán, del Paraguay y Río
de la Plata) en lo judicial al extensísimo distrito de la Audiencia de Charcas no
hizo más que terminar de complicar el de por sí ya enmarañado panorama.31
La historia del hacer jurisdicciones –del ejercicio de la jurisdicción– mues-
tra a los agentes en conflicto y las marcas que ellos dejan en el terreno. El
proyecto de la Corona no siempre presentó en los territorios reales las formas
diseñadas sobre el plano, pero las diferencias entre la cartografía adminis-
trativa y el real ejercicio de las jurisdicciones no atentaban contra su organi-
zación. En todo caso definían las siluetas de la territorialidad en función de

29
Miguel Guérin, “La organización…”, especialmente pp. 46-48.
30
Roberto Levillier, Nueva crónica, III, p. 13.
31
“Rey, Virreyes, Audiencias y aún Cabildos –como se vio en el intríngulis provocado en Chile
por la sucesión de Valdivia– chocaban en sus designaciones, con lo cual desprestigiaban las
autoridades menores, introducían desconciertos, infundían a los gobernantes y gobernados
inseguridad acerca de la duración de los jefes en el poder, suscitaban odio entre las posibles
víctimas de la confusión y conducían a querellas que perturbaban la paz de una provincia.”
Levillier, Nueva crónica, III, p. 13.

229
HISTORIA Y JUSTICIA

los alcances de la potestad, lo que casi siempre daba una forma diferente a la
prevista. Hacia mediados del siglo, el diseño latitudinal de las gobernaciones
trazadas sobre el mapa por Carlos V en 1534 ya estaba hecho añicos: en la
última década del siglo XVI, las divisiones jurisdiccionales que presentaba el
virreinato del Perú cartografiaban el peso local de adelantados (su ascenso
y también su caída), gobernadores y audiencias, así como el resultado de la
presión desde el Alto Perú sobre el Tucumán con el propósito de llegar hasta
el Río de la Plata.
La fundación de una ciudad sobre el río Paraná con el propósito de conec-
tar Asunción con el Perú por tierra, deseada por los expedicionarios que en-
traron por el Río de la Plata y por la Corona desde 1540, no se concretó hasta
1573. Finalmente fue emplazada sobre un río menor pero de buen cauce,
unos kilómetros al oeste del Paraná, el Quiloazas (hoy río San Javier); allí se
fundó la ciudad de Santa Fe.32 En el interín, los pertinaces exploradores fue-
ron derrotados por la falta de estímulos, las tribus originarias, los microbios,
el clima o sus propias incapacidades, pero también estimulados por la presión
de los conquistadores que venían desde el Alto Perú, vía el área tucumana.
Santa Fe había sido proyectada desde Asunción como un paso indispensable
para “abrir puertas a la tierra” (pasar desde el litoral al Perú por un camino
seguro) y para asentar otra ciudad portuaria allá donde había estado el real
de Buenos Aires en 1536. Ambos objetivos fueron alcanzados; el último por
el mismo fundador de Santa Fe, el vizcaíno Juan de Garay, en 1580.33 El en-
cuentro físico entre las dos corrientes de colonización de estos territorios se
produjo al sur de Santa Fe, cuando las huestes de Jerónimo Luis de Cabrera,
y las de Juan de Garay se encontraron en las inmediaciones de Coronda.34
Cabrera acababa de fundar el puerto de San Luis muy cerca de allí, en la con-
fluencia del Carcarañá con el Paraná, ya que pretendía extender la jurisdicción

32
Entre 1650 y 1660 esta ciudad fue trasladada al sitio que actualmente ocupa, a orillas del
Río Salado, y su nombre completo fue desde entonces Santa Fe de la Vera Cruz. Por este mo-
tivo, el sitio arqueológico de la ciudad de Santa Fe (cerca de la localidad de Cayastá, en el de-
partamento San Javier), es conocido también como “Santa Fe la Vieja.” El Parque Arqueológico
puede visitarse virtualmente en http://www.santafelavieja.ceride.gov.ar.
33
Agustín Zapata Gollán, “Fundaciones de Santa Fe y Buenos Aires,” en Obra Completa, UNL,
Santa Fe, Tomo II, pp. 269-94. El análisis más denso sobre las múltiples implicaciones de la
fundación de Buenos Aires en 1580 en Rodolfo González Lebrero, La pequeña aldea. Sociedad
y economía en Buenos Aires (1580-1640), Biblos, Buenos Aires, 2002.
34
Zapata Gollán, “Fundaciones...”, pp. 242-50.

230
DARÍO G. BARRIERA

del Tucumán hasta conseguir una salida sobre “el mar del Norte”, como se
llamaba entonces al océano Atlántico.

2) La ciudad como dispositivo clave


En 1573, la fundación de Santa Fe constituye un jalón para comunicar uno
de los lejanos interiores de la monarquía tanto como una válvula de escape
para dos centros de conquista que expulsaban gente. Desde el punto de vista
de la monarquía en expansión, cumplía las funciones de punto de paso y de
recipiente amortiguador –sobre todo para las elites asunceñas, que se habían
quitado de encima un buen número de rebeldes, embarcados con la promesa
de avencidarlos río abajo.
Fundada por Juan de Garay, quien comandaba la “descarga asunceña”,
quedó sujeta a la gobernación del Paraguay y Río de la Plata (desde su funda-
ción en 1573 hasta los últimos días de 1617). Cuando se puso en práctica la
Real Cédula dada por Felipe III el 18 de diciembre de 1617 –la que dividió
en dos la gobernación gigante del Paraguay, creando la de Buenos Aires con
su cabecera en esa ciudad– pasó a depender de la más nueva.35 Córdoba, en
cambio, fundada el mismo año que Santa Fe por Jerónimo Luis de Cabrera
–quien comandaba la expansión hacia el sureste alentada por el virrey Toledo
desde el Perú–  lo hizo bajo la gobernación del Tucumán: la superposición de
jurisdicciones entre Córdoba y Santa Fe, pese al contacto que mantuvieron
ambos fundadores, se debió a una franja de intersección provocada por las
ambiciones jurisdiccionales de ambos fundadores que, si bien fue negocián-
dose desde el comienzo, no terminó por fraguar como límite interprovincial
ya en plena era estatal.36
Que la expansión hacia el litoral paranaense desde Asunción y desde el
alto Perú intersectara en la fundación de dos ciudades no es un detalle menor.
Su forma física –urbis– y política –civitas– se implantó en estas extensiones
como una tecnología transformadora del paisaje y organizadora del territorio.

35
Santa Fe, antes de ser trasladada al lugar que hoy ocupa (lo cual ocurrió entre 1650 y 1660),
distaba de Buenos Aires poco más de cien leguas, es decir, unos 550 kilómetros. Después del
traslado, siguió siendo sufragánea de Buenos Aires, aunque ahora más cerca de su cabecera, a
unos 470 kilómetros.
36
Y tras arduas discusiones en el Congreso Nacional y laudos arbitrales de la Suprema Corte
a lo largo de la década de 1880.

231
HISTORIA Y JUSTICIA

Esa ciudad bidimensional fue el dispositivo a través del cual los europeos
planearon imponer sus términos de espacialización frente a unas sociedades
(invadidas y colonizadas por ellos) que, hacia el siglo XVI, tenían los propios.37
Los invasores no tardarían en descubrir su lógica ni su utilidad.
La fundación de Santa Fe condensaba varios procesos vinculados: la “vuel-
ta hacia el Atlántico” de los que habían llegado a Asunción cuarenta años an-
tes, la expulsión de hombres desde Asunción del Paraguay, la formulación de
un “tope” a la descarga de hombres desde el Perú y el inicio de conflictos ju-
risdiccionales en clave europea en un territorio hasta entonces completamente
controlado por las sociedades indígenas que los habitaban. A diferencia de lo
que sucedía en algunas zonas mesoamericanas y andinas, el litoral paranaense
no presentaba ningún tipo de instalación que física o políticamente pudiera
asemejarse a la ciudad europea.38 Esta, por tanto, constituyó una irrupción
arrogante, destructora o expoliadora de las organizaciones preexistentes, al
mismo tiempo que fungió como sede de poder político –sin brillo, pero fe-
cunda en posibilidades– para peninsulares y sobre todo para mestizos que
lidiaban localmente por su reproducción mínima, finalmente la materia prima
de la reproducción ampliada de la monarquía hispánica como forma de poder
político.
Toda fundación de una ciudad es un fenómeno recursivo: no existe sin
cabildo y no hay cabildo sin vecinos. En el siglo XVI, además, los vecinos solo
podían adquirir esa condición en la ciudad,39 y cualquier varón que quisiera
participar en el cabildo debía serlo. En un mismo acto, el fundador disponía
cuáles integrantes de su hueste iban a convertirse en vecinos –para lo cual les

37
Para el caso de los guaraníes, esto ha sido propuesto por Branka Susnik, Hélêne Clastres y
Bartolomeu Meliá, entre otros. [2018] Poco tiempo después de que redactara el artículo que
dio origen a este capítulo se publicaron obras clave al respecto: Paola Domingo, Naissance
d’une société métisse, ETILAL, Montpellier, 2006; Lía Quarleri Rebelión y guerra en las fronteras
del Plata. Guaraníes, jesuitas e imperios coloniales, FCE, Buenos Aires, 2009; y Guillermo Wilde,
Religión y poder en las misiones de guaraníes, SB Ediciones, Buenos Aires, 2009, entre otros.
38
Sobre el área mesoamericana véase el libro de James Lockhart, Los nahuas después de la
Conquista. Historia social y cultural de la población indígena del México central, siglo XVI-XVIII, FCE,
México, 1999 [1992], trad. de Roberto Reyes Mazzoni.
39
Para el siglo XVIII, en cambio, se habla muy frecuentemente de vecinos en ámbitos rurales,
lo que nos recuerda con mucha crudeza que el denominado “antiguo régimen” no es siempre
igual a sí mismo y experimenta muchas transformaciones. Véase el cap X de este libro.

232
DARÍO G. BARRIERA

asignaba en posesión tierras para hacer casa y otras para hacer chacra–40 y,
seguramente después de algunas negociaciones, cuáles de ellos iban a compo-
ner el primer cabildo.
La prerrogativa para fundar ciudades pertenecía al conjunto de potestades
que, por contrato y delegación, viajaban a través de los nudos de unas redes
de potestas y auctoritas que, en su parte más ancha, tendían a superponerse.
Así como el Adelantado designaba gobernadores cediéndole la potestad de
fundar ciudades en su nombre, un gobernador podía delegarla en su tenien-
te. Ya las instrucciones entregadas a Cristóbal Colón por los Reyes Católicos
exhortaban la instalación (aun provisoria o precaria) de municipios y delega-
ban en el Almirante, capitulación de por medio, los poderes necesarios para
hacerlo.41
Al fundador le incumbía señalar los sitios para emplazar las instalaciones
políticas y jurídicas –rollo, cabildo, iglesia– repartir solares y tierras para los
vecinos (dentro y fuera del núcleo urbano) y señalar el ejido y los “términos”,
es decir, la jurisdicción sobre la cual el gobierno de esta ciudad extendería su
señorío civil y criminal, al tiempo que quedaba sujeta a partes más grandes
del cuerpo de la monarquía.

40
Bayle subraya la temprana aparición de recomendaciones en este sentido, relacionando la
instalación urbana con el reparto de tierras como recurso para asegurar la vinculación de los
pobladores con una condición jurídica –la de vecinos– a partir de un complejo de derechos y
obligaciones (defender la ciudad era la más importante) que apuntaban, sobre todo, a asegurar
la estabilidad temporal de los asentamientos. Constantino Bayle, Los cabildos seculares en la
América española, Sapientia, Madrid, 1952, p. 90. Juan López de Velasco definió a los vecinos
como aquellos “...que tienen repartimiento en la tierra, que no los pueden tener si salen della
sin licencia, y están obligados a tener armas y caballos para la defensa della”. Algunas ordenan-
zas de la primera mitad del siglo XVI, muestran que para “sujetarlos más e impedir arrebatos
de hombre suelto, se los obligaba a edificar casas de piedra, a casarse, plantar árboles de fruta
y leña”. Los privilegios, claro, compensaban: podían tener armas ofensivas y defensivas, caba-
llos, esclavos, camas, etc., y todo esto era inicialmente inembargable, puesto que las necesita-
ban para cumplir sus funciones militares. Bayle, Los cabildos... cit., p. 68, 69 y 70.
41
De ciertos capítulos de las Ordenanzas del Bosque de Segovia (1573), se desprende que “...
el fundar equivalía la ocupación definitiva del territorio, y se consignaba entre las obligaciones
del conquistador, según su dignidad: el Adelantado dentro del tiempo que le fuere señalado,
tendrá erigidas, fundadas, edificadas y pobladas por lo menos tres ciudades, una principal y
dos sufragáneas; el Alcalde mayor, dos sufragáneas y una diocesana; el Corregidor, una sufra-
gánea y los lugares de su jurisdicción que bastaren para la labranza y crianza de los términos
de la dicha ciudad ”. Constantino Bayle, Los cabildos…, cit., p. 19.

233
HISTORIA Y JUSTICIA

El primer paso para la instalación de la jurisdicción era la instalación del


rollo de la justicia: “...se alzaba lo primero, para significar la jurisdicción del
Soberano: atentar a ella equivalía a desconocerla, y se castigaba rigurosamen-
te. Se consideraba símbolo de la ciudad”.42 A su pie se realizaban las ejecu-
ciones, para aleccionar. Nuestra lengua, pródiga en pervivencia de arcaísmos,
ha conservado que estar o ser puesto en “la picota” –sinónimo del rollo de la
justicia– connota una situación incómoda, una puesta en cuestión del honor
de un sujeto.
En Santa Fe fue instalado inicialmente en el centro de la plaza (así se mues-
tra hoy en el Parque arqueológico de Santa Fe la Vieja); en 1593 fue trasladado
al ejido –al modo en que se emplazaba en muchas ciudades españolas– y para
comienzos del siglo XVIII, ya en la ciudad nueva, lo encontramos nuevamente
repuesto en el centro de la plaza mayor.43
Así como la caballería villana se consideraba una “consecuencia de las ne-
cesidades militares provocadas por la reconquista”, creada por el Fuero de
Castrojeriz (año 974), la vecindad era la condición cuyas ventajas derivaban
de los riesgos y de los costos que el súbdito asumió al integrar el grupo que
ha acompañado a su capitán desde la confección del alarde hasta la fundación
de una ciudad para beneficiar a su rey. Los que obtenían la vecindad asumían
obligaciones de radicación y la defensa, derivadas de la necesidad de asegurar
el éxito de la instalación, de asegurar la tierra. Era producto de la convalida-
ción política de fuerzas o recursos simbólicos indispensables en el marco de
una sociedad basada en las desigualdades jerárquicas.
Un elemento ecológico era no obstante importante para montar este esce-
nario jurídico: la cercanía de fuentes de agua dulce, madera y la disponibi-
lidad de tierra para ganados era un requerimiento para elegir el lugar donde
establecer una ciudad, centro de gobierno y justicia (secular y espiritual), pero
también de mercadeo y de primitivos pero indispensables servicios.
El “acta de fundación” de la ciudad constituye la narración donde se pre-
senta la constelación de elementos que conformaron el orden político local,
según el leal saber y entender del fundador.
“Digo que les doy poder y facultad en nombre de Su Magestad para que ex-
cerse y ussen los dichos oficios y cargos, desde el día de la fecha de ésta hasta

42
Constantino Bayle, Los cabildos…, cit., p. 29.
43
AGSF, AC, Tomo II, f. 154 y Tomo X, f. 144 v.

234
DARÍO G. BARRIERA

el día de Año Nuevo que vendrá que es el principio del año que Reyna de mil
y quinientos y setenta y cuatro; y assi mando y por ordenanza que aquel día
antes de missa todos los años tengan de costumbre de juntarse en su Cabildo
los Alcaldes y Rexidores con el Escribano de Cabildo y hacer su nombramiento
y elección como Dios maxor les diere a entender á la manera y forma que se
acostumbre en todos los Reynos del Perú.”44
Garay, en calidad de agente de una cultura y una práctica política, instituyó
ese “poder autónomo” –el cabildo– como la forma requerida por la monarquía
para la ciudad. Designando oficios que organizaban su funcionamiento, ins-
talaba una tecnología del poder político, una ciencia del gobierno.45 Además,
haciendo la primera formación, fundó la costumbre, legitimando una tradi-
ción entre varias disponibles.
La opción por la escritura registrada por un escribano –designado como
tal en la misma operación en que los soldados mutaron en vecinos– insertaba
el evento en el lenguaje político de la monarquía y en un flujo de comunica-
ciones que reconocía en el rey a su vértice y en el escribano al agente regular
de la transmisión de la palabra escrita con carácter oficial. Si la potestas que
legitimaba el orden fundado derramaba desde el vértice, la confección del re-
gistro letrado de la organización de la extensión apuntaba exactamente hacia
ese mismo polo.
Garay había establecido en el acta fundacional las bases del equipamiento
político del territorio.
El rollo de la justicia (o picota), en el centro de la plaza –en el centro del
centro– hacía presente el atributo regio por excelencia, la iustitia. Aunque
sería administrada por los alcaldes del cabildo, las potestades que le habían
sido delegadas por el teniente de su gobernador-adelantado le permitían crear
el órgano de gobierno y también conservar la calidad de justicia mayor en la
ciudad.
Aunque el rey era el vértice de una constelación jerárquica de los poderes,
el régimen político que se expandía era policéntrico. Cabildo, iglesia y rollo,
conforman la tríada visible de la organización simbólica de la vida en policía,

44
Acta de fundación de Santa Fe, en Garay, fundador de Buenos Aires..., cit., p. 21.
45
Esta investidura de varios elementos de espacialización política de la extensión es, en tér-
minos de António Hespanha, una cuestión política fundamental: “la distinción o separación de
territorios va seguida de la distinción o separación de esferas políticas, es decir, de la creación
de poderes autónomos”. La gracia…, cit., pp. 104 y 105.

235
HISTORIA Y JUSTICIA

articulados en torno al centro, que es la plaza, a cuya vista también se erigía la


casa del teniente de gobernador, que durante un tiempo ofició como espacio
físico de reunión para el cabildo. Lo simbólico asiste en el proceso sin contra-
dicción: la enorme distancia entre el “centro” político del imperio y el “centro”
del nuevo cuerpo local tiene su incidencia en la configuración policéntrica ya
que esa distancia –de más de 2000 leguas, si cabe consignarlo– implica reco-
rridos físicos y administrativos complejos.
El cabildo –en Castilla, concejo– era la expresión política local que la mo-
narquía consideraba legítima para administrar justicia (ordinaria y de her-
mandad) y para gestionar los recursos materiales y simbólicos. Sancionado, la
ciudad devenía institución con capacidad de producir su propia palabra y de
decir derechos diferentes y de otro estatuto al fundador. El cabildo era básica-
mente la reunión de algunos vecinos que conformaban el cuerpo político de
la ciudad, y las actas labradas por su escribano, enunciaba decisiones y nor-
mas que revisten la calidad de corporativas.46 Fue la sede del poder político y
también la del ejercicio de la justicia ordinaria en primera instancia para sus
naturales y residentes incluso más allá del período colonial –en Santa Fe lo
conservó hasta los últimos días de 1832, y costó reemplazarlo.47
Su organización inicial fue bastante sencilla: dos alcaldes, seis regidores y
un escribano presididos por un teniente de gobernador. La complejización de
la vida interna, así como algunos tempranos hechos políticos traumáticos (dos
fuertes rebeliones –1577 y 1580– y la muerte del fundador –1583), dejaron
cicatrices que se inscribieron institucionalmente en el cuerpo, enriqueciendo
su equipamiento político. El mismo efecto tuvo la llegada de hombres vincu-
lados con la administración de la Real Hacienda, el ejercicio de escribanías o
de otras funciones, en general vitalicias, con títulos comprados.
A menos de dos años de fundada, la ciudad tenía ya su procurador, cuya
función era representarla y gestionar para ella frente a la gobernación u otras
jurisdicciones. Como miembro del cabildo, podía presentar denuncias y exi-
gir el cumplimiento de ordenanzas a otros vecinos.
Desde 1576 se designó un alguacil –sin especificar “mayor” o “menor”–;
sus funciones, ligadas al “poder de policía” dentro de la ciudad, no fueron

46
En Abrir puertas… (pp. 106-109), me ocupé de las inflexiones sobre el nombre de la ciudad
durante los primeros años de su vida.
47
Ver los capítulos XII y XIII en este volumen.

236
DARÍO G. BARRIERA

objeto de textos normativos. La función fue cumplida inicialmente por uno


de los capitulares ya nombrados –ese año, por el procurador Romero–, pero
en adelante fue un oficio desempeñado por más de un año y, en general, por
una persona que no ocupaba otro cargo sino excepcionalmente. Este alguacil
debía de estar al tanto de las cuestiones relativas a revueltas y desobediencias,
y fue incorporado como oficio capitular, justamente, al calor de los malestares
producidos entre 1576 y 1577 por los excesos del gobernador Diego Ortíz de
Zárate y Mendieta y de su gente.48
Los primeros capitulares debían ser polivalentes: no había funcionarios
específicos para la recolección de ciertas imposiciones o “servicios”. El regidor
Diego de Leiva, por ejemplo, fungió como colector de las cobranzas de los ser-
vicios del “padrillo de la ciudad” –que era el caballo del alcalde Francisco de
Sierra.49 El tema del control de las novedades (rebeliones) apareció con crudeza
cuando ya habían ocurrido: en 1581, tras la “rebelión de los siete jefes”, se
creó el oficio de alférez de la ciudad –en adelante, Alférez Real–, y se subrayó
que accionaría “si se ofreciere alguna alteracion o levantamiento que sea de la
parte de su majestad”.50 Esa manera de reforzar cosas obvias en la república,
encomendando sobre un oficial la responsabilidad de esgrimir la presencia del
Real Estandarte como investidura de la autoridad regia, da cuentas, por el re-
vés, del riesgo que había corrido el gobierno de la ciudad durante la revuelta.
A lo largo de esta década se constata la aparición del oficio de alcalde mayor
(1583, título otorgado por Garay, luego patrimonializado) y el de mayordomo
de la ciudad (1584), desempeñado por un vecino que no ocupaba en gene-
ral otro asiento. El título de alcalde mayor que el Cabildo aceptó a Antonio
Tomás en 1583, muestra que la potestad de “Justicia Mayor” podía residir en
diferentes oficios –lo hacía en el de teniente de gobernador en una designa-
ción también hecha por Garay–. Así, a la justicia ordinaria y de la hermandad
contenida en los alcances del oficio del alcalde de primer y segundo voto,
se solapaban en ese momento otras dos justicias mayores residentes, la del
teniente de Gobernador y la del Alcalde Mayor mientras que el Gobernador,
también él justicia mayor a todo lo largo y lo ancho de su jurisdicción, no
resignaba esa prerrogativa.

48
AGSF, ACSF, Tomo I, f. 5 y ss.
49
AGSF, ACSF, Tomo I, f. 8.
50
AGSF, ACSF, Tomo I, f. 46.

237
HISTORIA Y JUSTICIA

La adopción de patrones de medida y su vinculación con el poder político


se expresan en la figura del fiel ejecutor. Su función –controlar el respeto de
los precios fijados por el cabildo, efectuar lanzamientos, ejecutar medidas y
ordenanzas del cuerpo, en general– está asociada a la inspección de los con-
tenedores físicos de la medida de la arroba, la media arroba, de los barriles de
vino, el peso de los panes y, también, de las romanas (balanzas) de la ciudad y
de los particulares. Inicialmente fue una carga rotativa para los regidores, dos
meses cada uno. Pero hacia el primer cuarto del siglo XVII se había conver-
tido en un oficio de carácter anual, siempre practicado por un miembro del
ayuntamiento, casi siempre un regidor –presumiblemente porque implicaba
recaudaciones que importaban a los “propios” de la ciudad. Tanto esta fun-
ción como el asentamiento en la ciudad de un Tesorero Real, estaban estre-
chamente relacionadas con la consolidación de las primeras cosechas exitosas,
la fabricación de vino de la ciudad y, sobre todo, con la puesta a punto de
un lenguaje común (las medidas) para permitir el comercio con las ciudades
vecinas.51
Las funciones políticas podían exigir cuestiones aparentemente alejadas del
gobierno, la justicia y la guerra. El teniente de gobernador Felipe de Cáceres
–que venía de Asunción–  recibió de los capitulares un pedido muy particular:
le solicitaron que el domingo “dé plática a los vecinos de esta ciudad de cómo
se hace una casa de depósito para ponerse las trujas que cada uno pudiese
dar”.52 En 1595 se designó por primera vez en Santa Fe un juez de menores.
El oficio –por entonces nombrado como padre de menores– fue conferido ese
año a Alonso Fernández Romo, quien ya lo venía desempeñando.53
El alcalde de primer voto era la máxima autoridad del cabildo en ausencia
del teniente del gobernador. En caso de ausencia, debía ser reemplazado por
el de segundo voto. Tácitamente se repartían las causas “civiles” y “criminales”
–cabe decir, cuando esta distinción no se hacía en derecho todavía–. Desde
1616, la jurisdicción sobre los delitos cometidos en yermos y despoblados ya
no siguió anexa a la alcaldía del primer voto, sino que recayó en dos alcaldes
de la hermandad, nombrados a tal efecto.

51
AGSF, ACSF, Tomo I, f. 52 y ss.
52
AGSF, ACSF, Tomo I, f. 136. Sesión del 3 de febrero de 1592.
53
AGSF, ACSF, Tomo I, f. 208.

238
DARÍO G. BARRIERA

Según las leyes de Castilla los oficios electivos no patrimoniales (como


las alcaldías, ligadas a la justicia) no podían ejercerse por dos años seguidos
(ley del hueco), mientras que las regidurías –oficios vendibles y renunciables,
como el de alguacil mayor, el de alcalde provincial o el de alférez real, ya ve-
nales durante el siglo XVII– podían perpetuarse.
De cualquier modo, los capitulares elegían a sus sucesores al comenzar
cada año. Hacia la primera mitad de la década de 1590, los vecinos bene-
méritos ya no eran necesariamente castellanos y los hijos de la tierra, que
no estaban completamente postergados antes de esa fecha, tampoco vieron
sensiblemente mejorada su participación en clave étnica. Muchos obtuvieron
vecindad e intervinieron en el cuerpo capitular santafesino, en mayor o menor
grado según cada caso, pero las bases de la discriminación en materia de dere-
chos políticos también tenía que ver con articulaciones de alianzas concretas.
Hasta la década de 1590, todos los oficios de alcaldes de primer voto fue-
ron ejercidos en Santa Fe por peninsulares –incluido Antonio Tomás, que era
Portugués, alcalde de primer voto en 1575, 1580 y 1583, antes y después de
la unión de las Coronas. Durante los años de 1580, 1582, 1583, 1588, 1589,
1590 y 1594, las regidurías se repartieron, por partes iguales, entre peninsu-
lares e “hijos de la tierra”. El resto de los años muestra un predominio de estos
últimos que, en muchos casos, alcanzaron incluso cuatro o cinco regidurías y
hasta el oficio de alcalde de segundo voto.
Las claves de alineamiento, desde mi punto de vista, pasaron por coinci-
dencias de intereses mucho más puntuales y concretos, que no siempre in-
cluyeron el origen o la “patria” de los actores, colocando a la cuestión de la
sangre –al menos en este contexto local– como un elemento más de un cuadro
de representaciones donde se configuraban diferentes puntos.

3) De cómo la autonomía de los agentes


favorece la conservación de la Monarquía
El tercer escenario analizado está compuesto por cierto tipo de dispositivos
que la Monarquía hispánica ponía en marcha para vigilar el desempeño de sus
agentes. Se considerarán brevemente sus características para mostrar luego las
oportunidades que su aplicación abría para muy diversos actores, propician-
do así la ampliación de la base de sustento favorable a la conservación de la
institución política.

239
HISTORIA Y JUSTICIA

La extendida y compleja red de instituciones y jurisdicciones que los


Habsburgo instalaban trabajosamente en sus lejanas provincias america-
nas –cabildos, corregimientos, gobernaciones, audiencias, virreinatos, entre
otros– constituía una tecnología político-administrativa que requería, además
del ejercicio de algún tipo de vigilancia sobre quienes estaban a cargo de las
mismas, unos instrumentos más o menos reglados para implementarlo. Entre
éstos se destacaron las pesquisas, las visitas y muy particularmente el juicio
de residencia. Como la visita general, el juicio de residencia generaba gruesos
expedientes a partir de los cuales el oficial saliente era examinado, pero a di-
ferencia de ella, estaba previsto, era una práctica regular, alcanzaba a una gran
cantidad de oficiales y era preparado y ejecutado casi siempre dentro de los
plazos fijados por la normativa, es decir, dentro de los sesenta días de comen-
zado, a partir de la apertura del período de presentación de las denuncias.54
De cualquier modo, no se trataba de un dispositivo novedoso y no consti-
tuía un rasgo de “modernidad”. Varias formas de control semejantes al juicio
de residencia se encuentran presentes ya en el Derecho Romano justinianeo
y fueron recogidas en algunos capítulos de las Partidas de Alfonso X.55 La
tradición de la Monarquía católica se nutrió en este rubro de elementos poco
modernos. Francisco de Quevedo ilustró la antigüedad de la tradición del
juicio y escarmiento público de los ministros del príncipe como elemento de

54
La media para el área y el período es de 60 a 90 días. Mireille Peytavin encuentra lo mismo
para la península y sus provincias mediterráneas. Véase Mireille Peytavin, “Visites Générales
du Royaume de Naples. XVIème et XVIIème siècles: pratiques judiciaires”, en Johannes-Michael
Scholz, Fallstudien zur spanischen und portugiesische Justiz -15 bis 20. Jahrhundert, Vittorio
Klostermann, Frankfurt, 1994, Vol. VIII, pp. 321-22. A lo largo del siglo XVII, en algunas ju-
risdicciones la visita se tornó más temible que una residencia (que, en casos como Quito o el
mismo Río de la Plata, se habían vuelto previsibles y negociables). Tamar Herzog, La adminis-
tración…, cit., p. 352 y Oscar J. Trujillo, “Fieles y leales vasallos. Agentes subalternos y poder
en los Juicios de Residencia. Buenos Aires, mediados del siglo XVII,” en Justicias y fronteras…,
cit., pp. 51-64. Sobre los juicios de residencia, véase José María Mariluz Urquijo, Ensayo sobre
los juicios de residencia indianos, Escuela de Estudios Hispanoamericanos, Sevilla, 1952.
55
El Rey Sabio lo retomó del Derecho Romano, que contemplaba juicios solemnes y públicos
contra sus funcionarios. Todas las personas que se habían visto perjudicadas por un funciona-
rio podían presentar formalmente sus quejas ante un juez de comisión encargado de levantar
las actuaciones para elaborar los cargos que se imputarían al oficial saliente. Sobre el particu-
lar, véase Benjamín González Alonso, “El juicio de residencia en Castilla,” Anuario de Historia
del Derecho Español, núm. 40, 1978, pp. 193-247.

240
DARÍO G. BARRIERA

la cultura política católica.56 Estos instrumentos sufrieron modificaciones en


un proceso que alcanzó su cenit bajo la dinastía borbónica, cuando ganaron
en precisión, diversificación y especificidad administrativa.57
En la residencia, los súbditos hasta entonces bajo la administración del
oficial juzgado eran invitados a exponer formalmente sus quejas. Se revisaban
las cuentas y se investigaban todas las cuestiones referidas al buen gobierno y
al cuidado de los asuntos de Su Majestad, entre los cuales la administración de
la justicia ocupaba un lugar central (buen gobierno y justicia rectamente ad-
ministrada componían una ecuación estrecha). Era un instrumento aplicable
a oidores, gobernadores, corregidores, a los regidores que hubieran sido fieles
ejecutores en la ciudad donde hubiera audiencia asentada, a los visitadores de
indios, jueces repartidores de obrajes y grana, tasadores de tributo, ensayado-
res, marcadores, oficiales de hacienda, justicia, alcaldes y oficiales de casas de
moneda, alcaldes ordinarios y de la hermandad.58
El hecho de que desde la primera mitad del siglo XVI la Monarquía tendiera
a utilizar estos instrumentos para el contralor de los hombres que realizaban
el gobierno de “las Indias”59 llevó a algunos autores a sostener, por convicción
o por repetición de afirmaciones que devinieron fragmentos de veracidad que
no exigen demostración, que estos mecanismos son la prueba inequívoca de

56
Francisco de Quevedo, Política de Dios, gobierno de Cristo, ed. de Germán Arciniegas,
Jackson, Buenos Aires, 1948, especialmente capítulos IX y X.
57
Véanse las reales provisiones, cédulas y ordenanzas contenidas en el Libro Cuarto de los
Sumarios. Rodrigo Aguiar y Acuña y Juan Francisco Montemayor y Córdoba de Cuenca,
Sumarios de la Recopilación General de Leyes de las Indias Occidentales, ed. José Luis Soberanes
Fernández et al., edición fascimilar de la edición de 1628, FCE, México, 1994 y Michel
Bertrand, Grandeur et misère de l’office: les officiers de finances de Nouvelle-Espagne, XVIIe-XVIIIe
siècles, Publications de la Sorbonne, París, 1999, pp. 282-83.
58
Sumarios…, cit., Libro Cuarto, Título octavo. En la Recopilación de leyes de los reinos de las
Indias: mandadas a imprimir y publicar por la Magestad Catolica del rey don Carlos II (Madrid,
1841), figuraban todavía dentro del Título quince del Quinto libro.
59
La preocupación puede verificarse tanto en la copiosa prescriptiva al respecto en los títulos
octavo y noveno del libro X de los Sumarios como en la correspondencia de funcionarios y
virreyes. El Licenciado Aguiar y Acuña, del Consejo de Indias, advertía discretamente a Felipe
IV acerca de la necesidad del ordenamiento jurídico para el gobierno de las Indias, donde había
servido nueve años. “Al Rey, Nuestro Sor. Don Felipe Qvarto, en su Real, y Supremo Consejo
de las Indias,” en Sumarios…, cit., ff. 3-8. Véase también la “Carta del Virrey Don Francisco
de Toledo a S.M. sobre distintas materias de gobierno, justicia, hacienda y guerra, desde Los
Reyes, a 12 de diciembre de 1577,” en Roberto Levillier, El Virrey Francisco de Toledo…, VI,
pp. 5-21.

241
HISTORIA Y JUSTICIA

la existencia de una centralización del poder político y de un estado fuerte.60


Otros, entre ellos Santiago Gerardo Suárez, propusieron que residencias y vi-
sitas formaban parte de un “doble sistema para asegurar que los funcionarios
cumplieran bien sus deberes”.61 Esto, que no ha sido siempre bien interpreta-
do, está sin embargo claramente dicho: la Monarquía no apuntaba a controlar
el territorio (tal y como se lo plantearon los Estados durante el siglo XIX)
sino a sus agentes, encargados de conservarlo en orden; “quieto,” según una
expresión de la época. Muy al contrario, para conservar el territorio, era im-
prescindible que estos agentes estuvieran vigilados pero no asfixiados y que
conservaran su capacidad de acción. Como se verá, la rigidez de algunas leyes
era hipotética. Se echaba mano de ellas en cuanto su observación cumplía
alguna utilidad específica, pero existía una enorme cantidad de normas que
permitían seleccionar modos legales de hacer cosas completamente opuestas.
El juicio de residencia, por ejemplo, debía ser realizado por un hombre
comisionado a tal efecto por la Real Audiencia que correspondiera jurisdiccio-
nalmente. Los corregidores y repartidores novohispanos podían ser residen-
ciados por sus sucesores, pero en el caso de los gobernadores debía designarse
un juez de comisión que podía ser un oidor. En 1625, Felipe IV expresó la
preferencia de que las residencias fueran realizadas por letrados; sin embargo,
el derecho castellano e indiano permitía varias cosas. Algunas reales cédu-
las de Felipe II excusaban a las Audiencias de despachar jueces de comisión
más allá de las cinco leguas.62 Las dimensiones americanas hacían que esta
exención afectara a casi todos los casos, lo cual dejaba amplios márgenes de
decisión en manos de los oidores. Gobernadores o corregidores podían hacer
ejecutar la residencia del antecesor al que iban a reemplazar por alguien que
ellos mismos designaban o, inclusive, se les permitía hacerlo por sí mismos.
Además, en asuntos considerados de gobierno, los virreyes tenían la facultad
de despachar directamente al juez de residencia. Que un nuevo gobernador y
su escribano fueran los ejecutores de la residencia de un gobernador saliente
no contravenía ninguna norma. Si algunas reales cédulas decían que debía
nombrarse un juez de comisión desde el más alto Tribunal de Justicia –en este

60
El ejemplo paradigmático de estas posturas es Horst Pietchsmann, El estado y su evolu-
ción…, cit.
61
Santiago Gerardo Suárez, Las reales audiencias indianas…, cit., Tomo I, p. 242.
62
Sumarios…, cit., Libro Cuarto, Título nono, Ley 1.

242
DARÍO G. BARRIERA

caso, la Audiencia de Charcas– otras, y los hechos mismos, indican que el


comisionado era elegido por el propio gobernador entrante o bien ni siquiera
era designado. Lo primero ocurrió en el caso de la residencia de Gonzalo de
Abreu a Jerónimo Luis de Cabrera por la gobernación de Tucumán en 1574, lo
segundo en la residencia de Abreu, que fue tomada por su sucesor, Hernando
de Lerma, en 1580.63
Entonces, la vigilancia de los agentes permitía a su vez que algunos de
ellos coincidieran con la voluntad del proyecto político expresado en esos ins-
trumentos de control monárquico. Esto era posible porque estos elementos,
ubicados en un juego de relaciones de intereses, les resultaban útiles en el te-
rreno. Así, las residencias –consideradas por algunos como un instrumento de
control nodal y como síntoma inequívoco de una tendencia absolutista en los
análisis del proceso de centralización– facilitaron alineaciones, reequilibrios y
“ajustes de cuentas” locales.64 En los bordes –geográficos y doctrinarios– de
la Monarquía, las instancias de control previstas y diseñadas por el centro
permitían la articulación de intereses locales con los de las jurisdicciones in-
mediatamente superiores. Los bordes también eran Monarquía.

4) Jurisdicciones y justicias: los agentes en el territorio


La cuarta de las configuraciones a considerar es la que formaban ciertas juris-
dicciones sobreimpresas en una ciudad, para analizar el vínculo entre aquéllas
y el quehacer de los agentes en el territorio examinando designaciones que
entrañaban ejercicio de judicatura.65

Muchas varas
A finales del siglo XVI y comienzos del XVII, el término justicia identificaba
potestad y persona: “llamamos justicia a los ministros della, como dezir: a

63
Darío G. Barriera, “Conjura de mancebos. Justicia, equipamiento político del territorio e
identidades. Santa Fe del Río de la Plata, 1580”, en Justicias y fronteras…, cit., pp. 11-50.
64
El mismo Toledo se manifestaba como un “desengañado” del funcionamiento de las resi-
dencias y de la justicia en general, justamente apuntando hacia este funcionamiento faccioso y
localista. Véanse las cartas enviadas al rey desde Lima a 8 de marzo de 1578 y a 27 de noviem-
bre de 1579, en Levillier, El Virrey Francisco de Toledo, VI, p. 28 y p. 202.
65
En el sentido que le da al término la Real Academia Española, como potestad de juzgar o
dignidad de juez.

243
HISTORIA Y JUSTICIA

fulano topó la justicia esta noche y le quitó las armas”.66 Tenerse a la justicia era
tenerse al rey por cualquier ministro suyo. Esa identificación reconocía la pro-
longación de la potestad regia en su justicia, en su ministro. Estuvo presente
en actas capitulares a todo lo largo del Antiguo Régimen y no sólo en la figura
del alcalde. Cuando Sebastián de Vera Mujica obtuvo un permiso del teniente
de gobernador de Buenos Aires en Santa Fe, dijo haber sido autorizado por
“el justicia mayor”. Las excepcionalidades consignadas en las ordenanzas de
gobernadores desde 1597 en adelante son casos del mismo tipo.67 La posesión
de “poder y facultad” los homologaba, coincidiendo en que la capacidad –en
este caso jurídica– era invisible, inmortal y delegable.
La normativa hispánica regló que el ejercicio de la justicia ordinaria en los
cabildos hispanoamericanos reposara en la figura del alcalde de primer voto.68
Sin embargo, el alcalde no era el único en poseer esa facultad,69 ni ésta fue de
su exclusivo dominio: el ejercicio de la justicia en el orden local también res-
pondía a los principios de la naturaleza policéntrica del poder político monár-
quico (fragmentación, delegación y, casi siempre, superposición de funciones
y jurisdicciones).70 El gobierno local reposaba sobre alcaldes y regidores reu-
nidos en cabildo bajo la atenta mirada de un gobernador (en su ciudad sede)
o de un teniente suyo (en ciudades sujetas a la gobernación, o sufragáneas);
estos cabildos, los adelantados o los tenientes de gobernador habían recibido
por delegación la potestad de investir justicias en una sede local del poder
político. Esta potestad no se agotaba en la designación del acalde. El alcalde

66
Sebastián de Covarrubias, Tesoro…, cit., p. 724.
67
Véanse las mismas en Manuel M. Cervera, Historia de la ciudad y provincia de Santa Fe, 1573-
1853, UNL, Santa Fe, 1979, Tomo III, pp. 305-331.
68
Según la definición adoptada por la Real Academia Española en 1726 el “Alcalde [h]or-
dinario” es aquél que “tiene la jurisdición radicada y anexa de mismo oficio, u dignidad: sea
puesto por el Rey ó por el Señor que para ello tiene potestad comedida por su magestad; ò por
los concejos, ayuntamientos ò Cabildos, que tienen esta facultad de nombrar y elegir Alcaldes: y
sin que se les añada el distintivo se entiende ser ordinarios, no por otra razón que la de residir
en ellos la jurisdicción ordinaria”. Diccionario de Autoridades…, cit., Tomo I, p. 177, énfasis
añadido.
69
Al-cadi, su etimología árabe remite a la figura de un juez-gobernador y, en la práctica,
también tenía funciones de gobierno. Diccionario de Autoridades…, cit., Tomo I, p. 176. Para
Covarrubias las raíces debían buscarse en cahed y calede, las cuales, sin negar el rol de juez, lo
llevaban a enfatizar un origen etimológico que reforzaba las funciones de presidencia y gobier-
no. Tesoro…, cit., p. 72.
70
Zorraquín Becú, La función de justicia, pp. 28-29.

244
DARÍO G. BARRIERA

de primer voto, entonces, fue la pieza clave de la administración de la justicia


ordinaria, pero esta primacía no obturó el que por diversas razones coexistie-
ran en la misma sede varas de justicia y varias justicias. Tal como lo advertía
Sebastián Covarrubias, siempre había que hablar de “varas”, en plural.71
Esto puede parecer obvio en las ciudades sede de Audiencia, pero también
ocurría en las ciudades sufragáneas. En la ciudad de Santa Fe, por ejemplo,
llevaron varas de justicia–y eventualmente administraron justicia ordinaria–
lugartenientes de adelantados, alcaldes mayores, procuradores y tenientes de
gobernador.72 Según los pleitos tenidos en esa ciudad durante la primera
mitad del siglo XVII, parece claro que el gobernador –o, lo que es importante,
su teniente– intervenía en los casos que involucraban a los capitulares. Así, ca-
bría pensar en que la “dignidad” –o el ejercicio de un oficio– de alguna de las
partes en juicio, jugaba un papel determinante a la hora de excusar al alcalde
de primer voto, por ejemplo, de actuar en una causa. Sin embargo, podían no
excusarse los alcaldes, aunque hubieran debido, por antiquísimos principios
legales, cuando intervenían parientes o amigos, lo cual era un motivo co-
rriente de quejas, protestas y hasta de presentación de tachas o denuncias. El
descendiente de una familia ilustre supo resumir bien la situación. Retratando

71
“…varas son las que traen el día de oy los alcaldes de corte, los corregidores, sus tenientes y
alcaldes, los juezes pesquisidores, los alguaziles y los demás ministros de justicia”. En esta definición,
el énfasis está puesto en los “ministros de justicia”. Ministros de la justicia regia. Su semántica,
la carga que la vara portaba como símbolo, es la de una “insignia y animadvertencia al pueblo
que cada una de los susodichos [cada portador de una vara] en su tanto representa la autori-
dad real, y assí el más ínfimo destos ministros dize en ocasiones: Teneos al rey.” Covarrubias,
Tesoro…, p. 994. En el primer fragmento, énfasis añadido. La vara era, en definitiva, el signo
del imperio de la justicia del rey y, lo que aquí importa, de la delegación de la potestad de ad-
ministrar justicia en el regio nombre por parte de quien fuera su portador.
72
En la península, la creación de la figura del alcalde mayor fue un intento de someter juris-
dicciones menores a una justicia supralocal –pretendiendo controlarlas– incluyendo bajo su
jurisdicción varios ayuntamientos o cabildos. En algunos casos fue un funcionario de com-
petencia señorial. En el caso del repoblamiento de Chipiona (1480) fue el encargado de de-
fender los intereses del marquesado de los Ponce de León. Funcionó como tribunal de alzada
ya que la competencia ordinaria seguía siendo la del alcalde ordinario y podía ser apelado él
mismo a una tercera, representada en el Señor. Alfonso Franco Silva, Estudios sobre ordenanzas
Municipales, siglos XIV-XVI, UC, Cádiz, 1999. En Santa Fe no tiene que ver con esto ni con la
figura del corregidor, con la que suele confundirse en otros casos hispanoamericanos. Sobre
esta última confusión véanse las reflexiones de Guillermo Lohmann Villena en Franklin Pease
y Frank Moya Pons, eds., El primer contacto y la formación de nuevas sociedades, Trotta, Madrid,
2000, p. 469. Sobre procuradores, véase AGSF, AC, 2ª Serie, Tomo II, ff. 40v-50.

245
HISTORIA Y JUSTICIA

su condición de inferioridad en las relaciones de fuerza en el momento en que


perdía derechos sobre ganados, dijo que el beneficiado esperó tener un juez a
propósito para presentar el pleito.73
Por otra parte, un adelantado, o un gobernador y sus tenientes, eran consi-
derados, al igual que un corregidor, “justicias mayores”. En las designaciones
realizadas en el Río de la Plata no se trata de la institución aragonesa del “jus-
ticia mayor”74 sino de una dignidad que era superior a la del alcalde –y que
podía ser encarnada por un gobernador, un corregidor, un alcalde mayor o
sus tenientes– que, además de ser una instancia ante la cual podía presentarse
una apelación, podía también oír justicia en primera instancia. Era mayor no
solamente porque su jurisdicción le permitía oír una apelación sino porque
podía considerarse preeminente respecto del alcalde y además porque no lo
era solo de la ciudad, sino de todo el distrito.75
En el caso de los tenientes de gobernador (lo mismo que en el caso de los
corregidores chilenos o cuyanos, por ejemplo), esta acumulación de compe-
tencias y jurisdicciones en un solo oficio sumaba la de jefe de las fuerzas de
guerra (capitán general).76 Cuando tal dignidad era detentada dentro de un
“conjunto” de cargos simultáneos, debió concebirse de modo similar a lo que
había sido en el medievo castellano-leonés, vale decir, como un “alto respon-
sable de la paz pública y de la policía tanto en su dimensión judicial como
gubernativa”.77
Entonces, dentro de los “límites” de la ciudad –en rigor, en el territorio in-
terior al perímetro que señalaban los mojones– el alcalde tenía preeminencia
sobre los justicias que convivían con él en su misma sede, pero la dinámica
de la vida política o circunstancias imprevistas podían convertir a cualquiera

73
DEEC, SF, EC, Tomo LX, leg. 161, fol. 273. Énfasis añadido, la expresión textual es “jues
apropocito” y el denunciante de la connivencia fue Cristóbal de Sanabria.
74
Surgida en el siglo XIII y cuya quintaesencia jurisdiccional lo constituían los procesos fora-
les. Ángel Bonet Navarro et al, Sexto encuentro de estudios sobre “El Justicia de Aragón”, Iber-Caja,
Zaragoza, 2005. Su peculiaridad fue señalada también en Luis Suárez Fernández, Los Reyes
Católicos: fundamentos de la monarquía, Rialp, Madrid, 1989, p. 36.
75
En definitiva, se trataba de un oficial “designado por las autoridades superiores residentes
o directamente por la corte metropolitana, [que] constituirá la referencia inmediata de la ju-
risdicción real en el territorio municipal”. Alejandro Agüero, Castigar y perdonar…, cit., p. 59.
76
Véase Bernardino Bravo Lira, Historia de las instituciones políticas de Chile e Hispanoamérica,
Andrés Bello, Santiago, 1986, p. 86.
77
José Manuel Pérez-Prendes, La monarquía indiana…, cit., p. 142.

246
DARÍO G. BARRIERA

de aquéllos en los primeros en conocer en un caso de justicia ordinaria. Lo


mismo sucedió con los tenientes de gobernador. Si bien de manera doctrinaria
eran instancias de “apelación”, en la praxis pudieron administrar justicia en
primera instancia.
Aunque la prescriptiva mandaba que en cada pueblo de españoles (en cada
ciudad) hubiera dos alcaldes ordinarios con jurisdicción ordinaria civil y cri-
minal “y de ellos se apele para las Audiencias, Governadores, ò Cabildos:
conforme à lo despuesto”,78 otros instrumentos del cedulario filipino gene-
raban potenciales conflictos de competencia. En 1573, una Real Cédula de
Felipe II “que donde huviere Governador, o Corregidor, no entren los Alcaldes
Ordinarios en el Cabildo”,79 pero había un ancho campo de acción para la
construcción institucional, apoyado en las recreaciones de adelantados, go-
bernadores, capitanes y huestes. Delegada la potestad y la autoridad, se abría
el campo de acción. Cuando las cédulas señalan las instancias de apelación, se
puede presumir un flujo vertical de los órdenes jerárquicos de la justicia, pero
la práctica –desde la provisión de reales cédulas del monarca hasta las voces
capitulares– mostraba a los compiladores del cedulario que las situaciones no
eran homogéneas en este plano.
En la ciudad de Santa Fe administraron o tuvieron capacidad para ad-
ministrar justicia ordinaria lugartenientes de adelantados, alcaldes mayores,
tenientes de gobernadores y, residiendo en la ciudad, gobernadores.80 El 2
de mayo de 1575, el escribano del cabildo registró la presencia de Ortiz de
Zárate, recibiéndolo de este modo: “...el muy ilustre señor adelantado Juan
ortiz de çarate caballero de la orden de santiago, gobernador y capitan y juzticia
mayor y alguazil mayor de estas provincias de la nueva Viscaya por la merced
rreal del rrey Don felipe nuestro señor”. La primera sesión del año siguiente

78
Sumarios…, Libro Cuarto, Título quinto, Ley 1.
79
Sumarios…, Libro Cuarto, Título quinto, Ley 13.
80
El hecho de que la figura del alcalde no fuera siempre preeminente frente a la del gober-
nador como “juez” o como justicia en la ciudad de su residencia ha sido señalada. Víctor Tau
expresa claramente: “Quien primero conocía desplazaba al otro. La elección de una u otra vía
varió de acuerdo con el tiempo y las circunstancias, pero fue más frecuente, según parece,
la utilización de la primera [el alcalde]”, Tau Anzoátegui, “Órdenes normativos…”, cit., pp.
309-10. Zacarías Moutoukias sospecha que la intervención de una u otra figura respondía en
algunos casos a la gravedad del delito en cuestión. Moutoukias, “Gobierno y sociedad…”, cit.,
pp. 375-76. Pero también podía deberse a la calidad de las personas o los oficios que revestían
los pleiteantes al momento de iniciarse el proceso.

247
HISTORIA Y JUSTICIA

deja leer: “estando presente el muy magnífico señor capitan Juan de garay
teniente general y justicia mayor que es de las provincias y gobernacion de la
Nueva Viscaya por el muy noble señor adelantado Juan ortiz de çarate cavalle-
ro de la orden del señor Santiago gobernador y capitan general y justicia mayor
y alguacil mayor de las dichas provincias de la nueva Viscaya”.81
Ese documento hace coincidir la jurisdicción y las varas: la jurisdicción de
las “provincias de la Nueva Viscaya” en la ciudad de Santa Fe. Este fenómeno
sobreimprimía dos sedes en un solo sitio.82 Santa Fe de la Nueva Viscaya era
la capital de una provincia, jamás cartografiada, que no tenía otra ciudad. El
adelantado del Paraguay y Río de la Plata, Ortíz de Zárate, abrió dos nuevas
jurisdicciones –la de la provincia y la de la ciudad– en un solo acto y un solo
sitio, por intermedio de Juan de Garay, delegado como su lugarteniente y tam-
bién portador de vara de justicia. La ciudad tenía desde luego su cabildo, con
su alcalde de primer voto y bien pronto contaría con otros oficios que también
ostentaban vara de justicia (alcalde mayor y alguacil mayor).

La jusisdicción en la práctica, o el territorio desde los hechos


Otra de las variantes que presenta el impacto de la acción política sobre las
potestades para ejercer justicia en una sola sede puede examinarse en el de-
sarrollo de la práctica de la jurisdicción, en la forma en que el territorio se
jurisdiccionalizaba. Hasta 1592 la máxima autoridad en el Río de la Plata
reposaba en el adelantado, cuya potestad ejercía sobre una gobernación. La
capitulación ligaba al adelantado directamente con el rey, aunque después de
1542, esa gobernación había quedado virtual (que no realmente) compren-
dida dentro de la jurisdicción del virreinato peruano y la Audiencia de Lima.
Este asunto parece aclararse en 1566, cuando Felipe II incorporó el territorio
de la gobernación paraguayo-rioplatense formalmente al virreinato del Perú
en materia de gobierno y a la Real Audiencia de Charcas (creada en 1559)
en lo judicial.83 El virrey del Perú tenía derecho a nombrar gobernador de la
provincia rioplatense, pero el adelantado –que había obtenido su rango de

81
AGSF, AC, Tomo I, f. 6v; énfasis añadido.
82
De corta duración, dado que esta denominación no perduró y que, pocos años después,
Santa Fe fue ciudad de la gobernación del Río de la Plata (en dos sesiones del año 1577 se la
denominó “de Luyando”). Actas Capitulares de Santa Fe, AGP, Tomo I, Libro 1º, fol. 8.
83
Alejandro Audibert, Los límites de la antigua provincia del paragauya, Iustoni, Buenos Aires,
1892.

248
DARÍO G. BARRIERA

un contrato con el rey– siempre impuso su preminencia (no sin problemas)


a las designaciones virreinales y hasta 1592 fue la cúspide del poder político
provincial. Esta situación se sostuvo hasta la muerte del cuarto adelantado del
Río de la Plata y la designación, por el Cabildo de Asunción, de un teniente
de gobernador y justicia mayor (Hernandarias de Saavedra) que, por primera
vez, no representaba a un adelantado.84
Dentro de este marco, los adelantados-gobernadores primero y los gober-
nadores después eran justicias mayores en su gobernación, lo que incluía a las
ciudades donde residían y sus lugartenientes lo eran en las ciudades donde los
representaban a sus superiores.85 Aquí se producía otro “derrame” de potestas
que generaba el solapamiento de justicias y jurisdicciones que caracterizaba lo
que Zorraquín llamó “una modalidad característica del sistema”.86
Juan de Garay, fundador de la ciudad de Santa Fe, era recibido por el
Cabildo de Asunción en 1578 como “teniente general de governador y capitan
general [e] justiçia mayor e alguazil mayor” de las Provincias del Paraguay y
Río de la Plata.87 Garay, cabe recordar, residía en Santa Fe y fue teniente de
un adelantado todavía ausente, que estaba en camino y que, incluso, había
conseguido el adelantazgo gracias a su fino trabajo. Él había sido su artífice;
el casamiento por poder que hizo adelantado a Juan Torre de Vera y Aragón
(quien por lo demás era también oidor de la Real Audiencia de La Plata) se de-
bió a las gestiones del vizcaíno quien incluso presidió el Cabildo de Asunción
en carácter de todas las potestades antes enunciadas.
Durante los frecuentes y extensos períodos en que Garay se ausentaba de la
ciudad de Santa Fe, delegaba su autoridad y sus facultades. En ocasión de ha-
ber nombrado como su teniente al conflictivo flamenco Simón Xaques, le ex-
presó, como lo había hecho con Francisco del Pueyo, que entre sus potestades

84
Raúl Molina, Hernandarias: el hijo de la tierra, Lances Tremere, Buenos Aires, 1948, pp.
104-05.
85
Esto fue, eventualmente, fuente de conflictos, ya que una Real Cédula dada por Felipe II en
1560 consignaba: “Que los Governadores no se entrometan à conocer de las causas civiles, ò
criminales, que passaren ante los Alcaldes Ordinarios; conforme à la Ley cincuenta y siete, del
título antes de este”, Sumarios…, Libro Cuarto, Título quinto, Ley 21.
86
Zorraquín Becú, La función de justicia, cit., p. 28.
87
Recibimiento de Juan de Garay, Asunción, 15 de septiembre de 1578. Archivo Nacional de
Asunción, Sección Nueva Encuadernación, v. 322, fol. 83, reproducida en Actas Capitulares
del Cabildo de Asunción del Paraguay, siglo XVI, ed. Roberto Quevedo et. Al, Municipalidad de la
Ciudad de Asunción, Asunción, 2001.

249
HISTORIA Y JUSTICIA

se contaban las de “remover los cargos del Cabildo” –a excepción de los alcal-
des– “entender en causas civiles y criminales”, y en tomar parte en la “guerra
y pacificación de los naturales”.88 Pero para conceder esta suma de poderes que
incluía la facultad de administrar justicia en el cabildo, ésta no fue la única
figura utilizada por Juan de Garay. En 1583, apeló a una diferente.
Con motivo de su ausencia en enero de ese año, echó mano de la designa-
ción de un alcalde mayor en la persona de Antonio Tomás, otro hombre de su
confianza. Este poder fue otorgado para que “como alcalde mayor y Justicia
riga y administre y haga Justicia en lo civil y criminal apedimento de parte...
y podais Entrar en Cavildo y hazer el oficio de Justicia mayor y para hablar de
indios y determinar los pleytos que sobre ello se rreceviere y para compeler y
apremiar a los capitanes caudillos y quadrillas que yo dexo señalados”.89 La
similitud con las atribuciones asignadas a un teniente de gobernador de ciu-
dad es tal que hace pensar en un reemplazo liso y llano de una figura por otra,
resignificando, por otra parte, la semántica de la función de alcalde mayor.
Pero el teniente de gobernador de turno no había sido destituido.
La potestad de “justicia mayor” contenida en el cargo de alcalde mayor y la
facultad de hacer justicia en el cabildo estaban presentes también en la desig-
nación como teniente de gobernador extendida a Gonzalo Martel de Guzmán
por Juan de Garay pocos años antes –y todavía vigente–. Así, a la jurisdicción
ordinaria y de la hermandad contenida en los alcances del oficio del alcalde
de primer voto, se solapaban en este momento las de otras dos justicias mayo-
res residentes, la del teniente de gobernador y la del alcalde mayor. No debe
omitirse una tercera, la del adelantado-gobernador, quien era también justicia
mayor a todo lo largo y a lo ancho de su jurisdicción. Probablemente en este
caso Garay estuviera jugando una carta de control sobre Martel de Guzmán,
en la medida en que, como se ve por la transcripción de los alcances de ambos
títulos, prácticamente los homologó. De cualquier modo sigue siendo eviden-
te que los agentes practicaban la sobreimpresión de jurisdicción sin que esto
provocara obligadamente la reacción de alguno de los involucrados.
Juan de Garay fue, primero, el lugarteniente en Santa Fe de Martín Suárez
de Toledo, teniente él mismo del Adelantado Juan Ortíz de Zárate, elegido por
los rebeldes que expulsaron a Felipe de Cáceres de Asunción en 1572 y, luego,

88
AGSF, AC, Tomo I, f. 36.
89
AGSF, AC, Tomo I, ff. 51-52; énfasis añadido.

250
DARÍO G. BARRIERA

consuegro de Garay. Más tarde, el vizcaíno fue teniente del Adelantado Juan
Ortíz de Zárate y luego, hasta su muerte acaecida en 1583, de Juan Torres
de Vera y Aragón, para quien el vizcaíno trabajó tenazmente a fin de obtener
su casamiento con Juana, la hija de su predecesor, portadora del título de
Adelantado para quien la desposara.90 El alto grado de compromiso de Garay
con las familias encarnadas en las más altas autoridades del territorio para-
guayo-rioplatense (los adelantados) garantizó sus sucesivos nombramientos
como teniente de gobernador (en rigor, lugarteniente de teniente de adelan-
tado primero y teniente de adelantado después). Su movilidad y su capacidad
de movilizar hombres constituían sus mejores recursos. También era creativo:
en coyunturas difíciles como las vividas en Santa Fe para él y sus allegados
durante la gobernación interina de Diego de Mendieta en 1577, o la rebelión
de los mancebos en 1580, creó oficios nuevos en los que delegaba su autori-
dad y sus capacidades jurisdiccionales91 utilizando distintas figuras, lo cual le
permitía contar con hombres leales en las ciudades que no lograban retenerlo
por demasiado tiempo.
Por lo tanto, Juan de Garay fundó ciudades, ejerció el gobierno, detentó y
delegó varas, oficio y ejecución de justicia, sin haber sido más que un lugarte-
niente de adelantado (y por ello, teniente de gobernador). Su potestad nunca
estuvo fuera de los márgenes de la legitimidad y sus acciones estaban encua-
dradas dentro de las capacidades que la normativa habilitaba, facilitando la
implementación de tecnologías de gobierno y justicia sumamente complejas
pero muy funcionales a la dinámica del proceso de equipamiento político del
territorio.92 La historia de este espacio, entonces, fue la de una territorializa-
ción93 con potestades sobreimpresas, con solapamientos jurisdiccionales, ju-

90
Sobre Juan Ortíz de Zárate, véase Ana María Presta, “Cuando la clave es juntar lo disper-
so,” pp. 21-44. Sobre Garay, véase Augusto Fernández Díaz, Juan de Garay: su vida y su obra,
Molachino, Rosario, 1973.
91
Es preciso tener presente la definición de Baldo, según quien la jurisdicción era “la potes-
tad de decir el derecho o de imponer soluciones de equidad”, cit. en António Hespanha, La
gracia…, cit., p. 44.
92
Los textos de las múltiples designaciones a Juan de Garay en Enrique Ruiz Guiñazú, Garay...
93
Siempre inspirado en la bella expresión de A. M. Hespanha según la cual el espacio es la
extensión organizada, Vísperas del Leviatán…, utilizo ‘territorialización’ cuando predominan
agencias organizativas predominantemente jurisdiccionales (político-administrativas) y ‘espa-
cialización’ cuando lo hacen otro tipo de intercambios e interacciones humanas (económicas,
culturales, etc.).

251
HISTORIA Y JUSTICIA

rídicos y administrativos, cuya complejidad apenas comienza a despuntar.94


Los conflictos derivados de este proceso dieron lugar a negociaciones o a en-
frentamientos por la fuerza.
Se ha visto que el lugarteniente del gobernador era “justicia mayor” en la
ciudad, lo mismo que el gobernador y el alcalde mayor. La Real Normativa
presenta alcances y connotaciones matizados cuando se la contextualiza: la
lejana frontera en el litoral paranaense sentó precedentes respecto de alcaldes
que no escribían, que no eran residenciados y que, además, hasta ejercieron
durante dos años seguidos condiciones todas ellas objetables desde la pres-
criptiva regia.95 Vistas localmente, estas situaciones no parecen tanto trans-
gresiones como posibilidades abiertas por la circunstancia y la configuración,
cuya composición en movimiento ofrece la sustancia de los argumentos, casi
siempre basados en una prescriptiva prolijísima y consecuente en la redacción
de normas destinadas a crear lo excepcional y el intersticio.
No menos normal resulta, desde la lectura de estos documentos locales, la
existencia de varias “varas de justicia” y, con ellas, de un universo de potesta-
des y de jurisdicciones (en su primera acepción, de iuriscendi potestas) integra-
do por adelantados, gobernadores, tenientes de adelantado, alcaldes mayores
y tenientes de gobernador. Todos ellos eran justicias, ministros que encarna-
ban un orden policéntrico o, mejor, multicéntrico. Geométricamente, la única
posibilidad gráfica es la sobreimpresión de círculos que, representando la te-
rritorialidad (segunda acepción de jurisdicción, en calidad de espacialización
de la potestad de juzgar), coinciden en sedes de poder político. En el orden
de la experiencia, el registro de los oficios de justicia deja ver claramente la
vinculación existente entre el alcance normativo de las competencias jurisdic-
cionales y los conflictos políticos. Muestran, al fin, cuán vinculados estaban al

94
[2018] Y así fue… Este artículo tenía (y tiene, porque se ha editado conservándolo) un
déficit: el no haber considerado entre las justicias de la ciudad la ejercida por jueces eclesiás-
ticos. Estos entendían en asuntos eclesiásticos, desde luego, pero a veces también lo hicieron
en cuestiones que bien podrían haber sido tratadas por la justicia secular. Este déficit me fue
señalado por Miriam Moriconi y, años después, elaboramos conjuntamente una imagen de las
justicias santafesinas que sí las contiene. El texto [“Las justicias en Santa Fe del Río de la Plata
durante el período colonial (ss. XVI- XVIII)”] integra el libro de María Elena Barral y Marco
Antonio Silveira, Historia, poder e instituciones, Prohistoria Ediciones, Rosario, 2015.
95
El caso de Antón Romero, alcalde en 1576 y 1577. Mateo Gil, alcalde en 1576, firmaba
con una cruz potenzada o por terceros. AGSF, AC, Tomo I. No se registran residencias para los
alcaldes santafesinos durante el período 1573-1640.

252
DARÍO G. BARRIERA

registro de la negociación política que, algunas veces, se dirimía produciendo


derecho, competencia o jurisdicción y otras, por la fuerza.
A pesar de las múltiples particularidades observadas, las arquitecturas po-
líticas posibles en los territorios americanos de la Monarquía no se apartaban
de la normativa. Sus construcciones y sus prácticas se realizaron gracias a las
particularidades del poder político católico (la idea de soberanía como mayo-
ría –summa potestas96– el carácter delegativo de la potestas y el casuístico de la
normativa hispánica), que se veía reforzado por ellas. Las normas (incluso las
jurídicas) eran un elemento más de la realidad social y no una estructura que
la determinaba. A este aspecto vamos a dedicar el quinto apartado.

5) Las normas de la monarquía como


recurso localmente disponible
Los Reyes Católicos (últimos de la dinastía Trastámara), así como los primeros
Habsburgo, tomaron una serie de medidas que tendían a evitar la identifica-
ción de los oficiales reales con intereses locales, e intentaron ejercer controles
en este sentido sobre virreyes, oidores, gobernadores, corregidores y hasta so-
bre algunos oficios municipales.97 Sin embargo, las exigencias reales frecuen-
temente fueron consideradas una mera formalidad y, otras veces, esas mismas
“leyes” que una audiencia o un cabildo habían ignorado, convirtiéndolas en
letra muerta por varios años, fueron desempolvadas y llevadas hasta sus últi-
mas consecuencias con un ardor inusual. Por este motivo, la celosa aplicación
de algunas normas que durante años se habían hecho dormir con indolencia
en el fondo de un polvoriento cofre llama la atención. La consideración de
casos concretos permitirá observar cómo los agentes transformaban la nor-
mativa en un recurso legítimo para gestionar la satisfacción de sus intereses
localmente.

96
La traducción de la República de Bodin que más difusión tuvo en España fue la de Añastro
de 1590, cathólicamente enmendada. Allí soberanía se tradujo como suprema autoridad. Pablo
Fernandez Albaladejo, Fragmentos…, cit., pp. 73-74.
97
Hacia 1569, Felipe II insistía en que no se proveyera cargo de gobernador o corregidor
a nadie en la ciudad en que estuviere avecindado. Sumarios…, cit., Libro Cuarto, Título se-
gundo, Ley 25. También pretendía excluir de la posesión de oficios a mercaderes (Ley 24 del
mismo Título), encomenderos (Ley 26) y a parientes hasta el cuarto grado, criados, familiares
o allegados de virreyes, presidentes de audiencia, oidores, gobernadores, corregidores, fiscales
o alcaldes del crimen (Ley 28).

253
HISTORIA Y JUSTICIA

Llegar y juzgar: el juicio de residencia


y el ordenamiento faccioso del territorio
Dos juicios de residencia realizados a sendos gobernadores del Tucumán du-
rante la década de 1570 enfrentaron a tres hombres y a sus acólitos. En el
Alto Perú, pertenecían al brazo político del mismo proyecto: Jerónimo Luis
de Cabrera, Gonzalo de Abreu y Hernando de Lerma conformaron parte del
entorno inmediato del Virrey Toledo y respondían a su tutela.98 Tenían en
común el no haber accedido a ningún premio importante en el área peruana,
y esta circunstancia los volvió rivales frente a las escasas oportunidades que
se presentaban, por ejemplo, en el frente tucumano. Cabrera fue gobernador
del Tucumán hasta 1574 y fue residenciado por Abreu, su sucesor. Éste, a su
vez, sufrió la residencia de Lerma en 1580. Como se ha dicho ya, la normativa
preveía que los gobernadores pudieran ser residenciados por su sucesor. De
este modo, las quejas presentadas contra el gobernador saliente, bien atendi-
das, podían propiciar la formación instantánea de una potencial clientela para
el recién llegado.99
En 1574, Gonzalo de Abreu residenció a Jerónimo Luis de Cabrera y lim-
pió el terreno.100 Cambió alcaldes, regidores y torció pleitos no sólo en Santiago
del Estero, sede de la gobernación del Tucumán, sino también en Córdoba y
San Miguel de Tucumán, donde ubicó a sus allegados más confiables. En los
escasos cargos importantes a escala local dispuso a quienes bajaron consigo
o bien a antiguos enemigos de Cabrera dispuestos a aliarse con el goberna-
dor entrante a cambio de una mejora en su situación personal. Sus hombres
más cercanos no recibieron solamente oficios. Los cargos no constituían el
único premio con el cual un poderoso podía procurarse la lealtad de algunos

98
Toledo había propuesto a Pedro de Arana como gobernador del Tucumán, pero tomaba
nota de que “un licenciado” (Lerma) venía con el título expedido por Felipe II: “Carta a S.M.
del Virrey Don Francisco de Toledo dando noticia de la entrada de corsarios ingleses en el
Callao y las que había de Chile, Tucumán y la Plata, desde Los Reyes, a 21 de marzo de 1579”,
en Roberto Levillier, El Virrey Francisco de Toledo, VI, p. 106. Hernando de Lerma quedaba
mejor ubicado por llegar nombrado por Real Provisión. “Carta del Virrey Don Francisco de
Toledo a S.M. sobre negocios que tocan a la justicia y gobierno. Refiérese al juicio contra Torres
de Vera y Aragón, y al despacho del Gobernador Lerma a Tucumán, desde Los Reyes, a 27 de
noviembre de 1579”, en El Virrey…, cit., VI, p. 210.
99
Darío G. Barriera, “Conjura...”, cit., p. 27.
100
Juicio de Residencia de Gonzalo de Abreu, gobernador que fue de Tucumán, e instrucción
sumaria incoada a los culpables del motín de Santa Fe, BN, GGV, CXXI, BN 2117.

254
DARÍO G. BARRIERA

hombres, y Abreu también distribuyó favores materiales, negoció fallos de jus-


ticia y hasta repartió mujeres indígenas. Un pleito sostenido por Luis Gómez,
vecino de Santiago del Estero que entorpecía los márgenes de acción del al-
calde Sebastián Pérez, terminó con una intervención de Abreu como justicia
mayor: condenó a muerte a Luis Gómez y ejecutó la sentencia durante el pe-
ríodo de apelación.101 Invadiendo la jurisdicción eclesiástica, mandó apresar
a indias por hechiceras; tomó a algunas como sus concubinas y a otras las
repartió como premio entre los soldados que iban con él a las jornadas milita-
res. Quienes habían esgrimido algún tipo de oposición contra el nuevo gober-
nador sufrieron persecuciones y decomiso de bienes, cuando no siguieron la
misma fortuna que el residenciado, ejecutado durante el mismo proceso. Así
construyó Abreu sus relaciones en el Tucumán, montando los andamios de
su centro de gravitación entre 1574 y 1580. Además, decomisó los bienes del
gobernador saliente, a quien puede afirmarse que asesinó, puesto que Cabrera
falleció durante el interrogatorio a causa de las heridas infligidas por tortura.
Para alcanzar la escala provincial, la construcción de los vínculos que sos-
tenían el campo de acción, el gobernador asentado en Santiago del Estero
necesitaba de brazos en las otras ciudades. Gracias a la correspondencia que
Gonzalo de Abreu sostuvo con su teniente de gobernador en la ciudad de
Córdoba, Diego de Rubira, puede verse perfectamente cómo este ofició de
ejecutor del proyecto del primero en la ciudad de Córdoba. Rubira se expre-
saba y actuaba como incondicional de su patrón y mentor político. Resignó
puntos de vista propios, haciendo suyos los del gobernador.102 El epistolario
entre estos hombres deja percibir que la lealtad de Rubira estaba alimentada
por el miedo que le inspiraba su poderoso patrón. El teniente aseguraba que
haría los favores requeridos por Abreu por temor de lo que éste podía dis-
poner contra sus amigos. Escribía: “no tengo más amigos que solos los que
entiendo lo son de vuestra señoria”, e intentaba hacerle saber a su patrón que

101
Sentencia de Hernando de Lerma en el juicio de residencia practicado a Gonzalo de Abreu,
Santiago del Estero, 3 de septiembre de 1580, BN, GGV, CXXI, BN 2112.
102
Aspecto ejemplificado en los párrafos que Rubira consagró en sus cartas al Bachiller García.
Éste era un deudo de Gonzalo de Abreu que tenía inconvenientes en Córdoba y Rubira debía
tratar de resolvérselos por pedido de su jefe. Carta de Diego Rubira a Gonzalo de Abreu, desde
Córdoba, 9 de junio de 1580, BN, GGV, CXXI, BN 2090. Véase también el pedido de Abreu, en
Carta de Gonzalo de Abreu a Diego Rubira, desde Santiago del Estero, a 15 de mayo de 1580,
BN, GGV, CXXI, BN 2102.

255
HISTORIA Y JUSTICIA

contaba con su protección para los suyos.103 Ambos señalaban quiénes eran sus
hombres, aunque estaba muy claro quién podía imponer condiciones. Rubira
contaba con la venia de Abreu para hacer en Córdoba lo que quisiera, pero el
gobernador le pasaba el costo de ese margen de operatividad, indicándole el
circuito que debían seguir los favores que debía hacer en su nombre. Abreu
exigió a Rubira que satisficiera al Bachiller García, a Tristán de Tejeda y a
Francisco Velásquez, quienes eran sus acreedores, correos o le auxiliaban con
hospedajes, caballos y avíos para sus hombres.104 Hacia el final de su período
de gobierno, Abreu probó la fidelidad y disposición de Rubira en las “tareas de
inteligencia” realizadas durante 1579, junto a otros cuatro hombres, vigilando
la llegada del nuevo gobernador, Hernando de Lerma, por el Camino Real. El
contenido de este epistolario está estrechamente ligado a la literatura política
de la Monarquía.105 Rubira fue el brazo ejecutor del trazado partidario diseñado
por Abreu y fue también su criatura política.
El conflicto desatado en 1580 entre Abreu y el gobernador entrante,
Hernando de Lerma, era un secreto a voces. Involucraba al virrey Toledo,
a Abreu, a Pedro de Arana y el cruce de designaciones como gobernador de
Tucumán realizados por el Virrey Toledo y Felipe II. A punto tal estaba avisado
Abreu de su suerte que, para organizar su resistencia, había dispuesto hom-
bres en dos o tres sitios estratégicos del Camino Real, e incluso utilizó a algu-
nas indias como “cazadoras” de información entre españoles que no le eran
completamente fiables.106 A pesar de todas estas prevenciones, la llegada de
Lerma aconteció, y con ella el juicio de residencia que terminó con la vida

103
Carta de Diego Rubira a Gonzalo de Abreu, desde Córdoba, 9 de junio de 1580, BN, GGV,
CXXI, BN 2090.
104
Carta de Abreu a Rubira, desde Santiago del Estero, a 3 de junio de 1580, BN, GGV, CXXI,
BN 2103; Carta de Abreu a Rubira, desde Santiago del Estero, a 27 de marzo de 1580, BN, GGV,
CXXI, BN 2094; y Carta de Abreu a Rubira, desde Santiago del Estero, a 28 de marzo de 1580,
BN, GGV, CXXI, BN 2095.
105
Es interesante compararla, por ejemplo, con algunas cartas de Olivares, que pueden con-
sultarse en Copia de papeles que ha dado a Su Majestad el Conde Duque, gran canciller, sobre
diferentes materias de gobierno de España, conocido como Gran Memorial del Conde Duque de
Olivares, en John Elliott, y José F. de la Peña, Política interior, 1621 a 1627, volumen 1 de
Memoriales y cartas del Conde Duque de Olivares, Alfaguara, Madrid, 1978, pp. 35-100.
106
Sentencia de Hernando de Lerma en el juicio de residencia practicado a Gonzalo de Abreu,
Santiago del Estero, 3 de septiembre de 1580, BN, GGV, CXXI, BN 2112.

256
DARÍO G. BARRIERA

civil y física de Gonzalo de Abreu.107 La dinámica se repetía: los partidarios


de su otrora rival, Gerónimo Luis de Cabrera, encontraron en el juicio de
residencia iniciado por Hernando de Lerma la posibilidad de solicitar resarci-
mientos por vía de derecho.
Durante el período de recolección de denuncias, se levantaron contra
Abreu graves cargos. Algunas indicaban que había sido parcial en pleitos, que
había impedido declaraciones de algunos testigos, y tergiversado los testimo-
nios de otros, que había maltratado de palabra a personas que fueron a pedirle
justicia –incluidos algunos regidores y el procurador de la ciudad–. Que había
tenido “proceder apasionado” como juez de residencia contra su predecesor,
que había provocado la burla del alcalde ordinario de la ciudad y hasta se lo
denunció por “codicia desordenada”.108 Abreu también fue imputado de haber
impedido la libre realización de elecciones en los cabildos de su gobernación
y de haber confiado cargos de importancia a personas que no tenían el sufi-
ciente mérito. Si bien estas acusaciones aparecen en casi todas las residencias
del siglo XVI –en el Paraguay las recibió Diego de Mendieta– ellas dejan leer
el posicionamiento de los agentes. El hecho de que se le endilgue el “...aver
dado ofiçios y cargos de justicia a ombres baxos y muy humildes...”109 mues-
tra de qué manera los vecinos viejos de Santiago del Estero, que se habían
visto desplazados por esta nueva camada de hombres a los que consideraban
de calidad inferior, preparan su posicionamiento frente al nuevo gobernador
haciendo un retrato social de estos arribistas: descalificaron a los partidarios
de Abreu con adjetivos tales como “baxos”, “muy humildes” y “delincuentes
y malechores”.110
La coincidencia en una sola figura de la máxima autoridad en lo guberna-
tivo, lo militar y lo judicial –el gobernador y, en su ausencia, el teniente de

107
Véase la querella presentada por su hijo, Juan de Abreu, relatando los tormentos infligidos
por Lerma que le llevaron a una “muerte natural” [sic]. Causa Criminal de Juan de Abrego y
Figueroa contra el Juez de Residencia y de Antonio de Miraval sobre la muerte de Gonzalo
Abrego, 18 de mayo de 1589, AGI, Escribanía de Cámara, 873, Pieza I, fols. 14-79.
108
Sentencia de Hernando de Lerma en el juicio de residencia practicado a Gonzalo de Abreu,
Santiago del Estero, 3 de septiembre de 1580, BN, GGV, CXXI, BN 2112.
109
Sentencia de Hernando de Lerma en el juicio de residencia practicado a Gonzalo de Abreu,
Santiago del Estero, 3 de septiembre de 1580, BN, GGV, CXXI, BN 2112, sentencia al cargo 45.
Cabe destacar que, en las Leyes de Indias, las personas “baxas” no podían ser acreedoras de
oficios importantes. Sumarios…, cit., Libro Cuarto, Título segundo, Ley 27.
110
Así aparece textualmente en el documento citado anteriormente.

257
HISTORIA Y JUSTICIA

gobernador, concentraban, en una cabeza de provincia, las cualidades de titu-


lares máximos del poder político, de capitán general “a guerra” y de “justicia
mayor”– ampliaba la disponibilidad de dispositivos con los cuales destruir a
los opositores y satisfacer a los hombres afines. Pero esto, y aquí lo esencial,
no se hacía fuera de la ley; en estos juicios de residencia coincidían una apli-
cación posible de la normativa, la satisfacción del propósito de la Corona y los
intereses del funcionario entrante. Para algunos autores, la residencia era “so-
lamente una formalidad, conducida por un sucesor que se proponía continuar
con los mismos tipos de abusos que el funcionario que dejaba el puesto”.111
Pero en una dinámica local, la ausencia de jueces de comisión de una audien-
cia lejana proveía en la presencia de un juez que se radicaría como gobernador
la posibilidad de anticipar, en un plazo no muy largo, una nueva oportunidad
para torcer el equilibrio de fuerzas.112 Una autoridad recién llegada, incluso si
era un gobernador, abordaba el camino desde el Alto Perú al Tucumán con
muy poca gente, pero contaba con el tácito apoyo que le sería brindado en el
sitio de destino por quienes habían sido perjudicados por el administrador
anterior. Éstos, a su vez, contaban con la implícita pero segura posibilidad
de aliarse con aquél, lo que, si no significaba una restitución de la situación
anterior, sí permitía movimientos en una dirección positiva.

Rescatando papeles polvorientos: la coyuntural


utilidad de normas olvidadas
El fenómeno del uso normativo que los agentes hacían con mayor o menor
celo so color del contexto puede examinarse a escala de la ciudad. Santa Fe del
Río de la Plata –como muchas ciudades hispanoamericanas– fue el escenario
de conflictos entre su cabildo y los distintos tenientes que enviaba a ella su
gobernador. Resumidamente, la existencia misma de estos conflictos advierte
acerca de las dificultades que los gobernadores tenían para imponer sencilla-
mente su voluntad a los cabildos y sobre el proceso de fortalecimiento de la
ciudad como cuerpo político, lo que sucedió a lo largo y a lo ancho de todos
los territorios de la Monarquía hispánica. En la península y en los virreinatos

111
John Parry, La audiencia de Nueva Galicia en el siglo XVI, El Colegio de Michoacán, Zamora,
1993 [1948], p. 123.
112
Sumarios…, cit., Libro Cuarto, títulos octavo y noveno.

258
DARÍO G. BARRIERA

americanos, la tendencia hacia un fortalecimiento de la Monarquía como for-


ma de poder político durante la primera mitad del siglo XVII coincidió con el
robustecimiento de la posición de las ciudades, lo cual –como espero mos-
trar– antes que paradójico es coherente.
La mayor parte de los tenientes de gobernador que presidieron su cabildo
de Santa Fe fueron recibidos en la ciudad sin conflictos. Hasta 1617, Santa
Fe dependió de su cabecera en Asunción y los tenientes fueron casi siempre
hombres de la ciudad o muy relacionados con familias locales. Hernando
Arias de Saavedra, yerno del fundador de la ciudad, gobernaba cuando la gran
provincia gigante del Paraguay y Río de la Plata se dividió en dos.
Hernandarias fue inmediatamente desplazado de la gobernación riopla-
tense y enjuiciado en 1618, permaneciendo de todos modos al frente de la
del Paraguay, hasta 1620. Es interesante marcar –aunque en este trabajo no se
trata este aspecto del proceso– que desde ese año también operó la división
de la provincia diocesana, comenzando a funcionar el obispado de Buenos
Aires de manera independiente del de Asunción, replicando la organización
territorial eclesiástica el movimiento producido en la secular con pocos meses
de diferencia.113
Durante la década de 1620, la llegada a la ciudad de Santa Fe de los dele-
gados del gobernador ahora residente en Buenos Aires se convirtió en tema
de conflicto. El 8 de noviembre de 1622, el Capitán Manuel Martín –vecino
feudatario y uno de los hombres más antiguos de la ciudad– presentó un títu-
lo de teniente de gobernador extendido una semana antes por el gobernador
Diego de Góngora en Buenos Aires. Los capitulares de Santa Fe lo recibieron,
pero tuvieron una reacción que al teniente le pareció curiosa: para ponerlo
en posesión de su cargo, le exigieron la aprobación de la Real Audiencia de
la Plata.114 Una semana después, Martín contradijo la negativa del cabildo,
arguyendo que tal confirmación no era más que una formalidad, tal y como lo

113
Luis Navarro García, Historia general de España y América, Rialp, Madrid, 1983, Tomo XI,
731. Lo mismo sucedería en el siglo XVIII cuando a la creación de varias alcaldías de la her-
mandad en 1725 en todo el Río de la Plata siguió la casi inmediata creación de curatos en las
mismas sedes en 1730. Ver el capítulo sobre jueces rurales en este libro.
114
AGSF, AC, 2ª Serie, Tomo II, ff. 40v-43. Este episodio lo estudié por primera vez en “Resistir
al Teniente...”, cit.

259
HISTORIA Y JUSTICIA

había sido hasta el momento: conocía el cabildo desde adentro y sabía que lo
que el cuerpo le pedía era tan legal como infrecuente.115
Un hecho aparentemente curioso parece dar sentido a las reticencias plan-
teadas por el cabildo el día 14 de noviembre. Ese mismo día, el gobernador
Góngora expidió otro título idéntico al otorgado a Manuel Martín pero a favor
de Juan Bautista de Vega. Si el gobernador jugaba con dos cartas a la vez, es
probable que para los capitulares no estuviera demasiado claro cuál era la
que más convenía a su propio juego. De la misma manera que lo hicieron
con Manuel Martín, supeditaron la presentación de Juan Bautista de Vega a la
aprobación que de su título debía llegarle desde la lejana Real Audiencia. De
ambas dilaciones, el único que salía fortalecido era el cabildo.
El 12 de diciembre, Manuel Martín se apersonó provisto de otro título, más
acotado y por su propia especificidad, para entonces novedoso: “Capitán a
Guerra de Santa Fe”. El mismo le habilitaba para asistir al cabildo y entender
en causas de guerra y gobierno, aunque no de justicia. Era indiscutible que,
para el mantenimiento del orden y la seguridad, al menos como un horizonte
simbólico, resultaba imprescindible que en la ciudad hubiera al menos un
responsable de la cuestión. Mientras tanto, resolvía el cuerpo, el procurador
(curiosamente ausente en la mayor parte de las sesiones del año) debía enten-
der en cuestiones de justicia.116
El novedoso título también había sido dado por Góngora y también fue re-
chazado provisionalmente, con los argumentos ya referidos. Góngora le había
investido con este honor el 29 de noviembre del mismo año, a tan sólo quince
días que hubiera designado como teniente a Juan Bautista de Vega. El asunto
se simplificó –aunque no se resolvió– con el deceso de Vega, acaecido el día
después de la designación de Martín en funciones de guerra. Sin embargo, el
problema no sólo no fue resuelto sino que irradió con su onda expansiva la
totalidad de las sillas dispuestas en torno de la mesa capitular. En la jornada
del 1º de enero del año siguiente, tras la designación de las nuevas autorida-
des, el escribano asentó que se esperaba la confirmación en su cargo de todos
los capitulares por el gobernador en un plazo no mayor de cuatro meses.117
Este requisito no era nuevo pero tampoco había sido mencionado hasta

115
AGSF, AC, 2ª Serie, Tomo II, f. 44.
116
Los tres últimos párrafos se basan en AGSF, AC, 2ª Serie, Tomo II, ff. 40v-50.
117
AGSF, AC, 2ª Serie, Tomo II, ff. 54-62v.

260
DARÍO G. BARRIERA

entonces. Como en el caso de los tenientes, la confirmación por el gobernador


de alcaldes y regidores también era considerada una formalidad.
Durante ese año, Juan García Ladrón de Guevara –vecino de Santa Fe con
excelentes contactos en Buenos Aires– solicitó copia de los argumentos que él
mismo había presentado cuando rechazó los títulos presentados por Manuel
Martín. El 6 de junio de 1623, el cabildo aceptó como teniente de gobernador
a Gonzalo de Carbajal, vecino de Buenos Aires designado por Góngora el 21
de mayo anterior. Se le admitió a pesar de no tener la aprobación de la Real
Audiencia, argumentando que ésta demoraría demasiado en llegar, en virtud
del peligroso estado en que se hallaban los caminos a la ciudad de Charcas.
Sus fiadores, conviene retener los nombres antes bien que el argumento sobre
el mal estado de los caminos, fueron Antonio Tomás de Santuchos y Agustín
Álvarez Martínez.118
El 31 de julio, el Capitán Sancho de Figueroa Solís intima al cabildo para
que dé cumplimiento a una Real Provisión que lo instituía como teniente de
gobernador y justicia mayor de Santa Fe. El escribano, en el acta, anota que
el cabildo no se dio por intimado sino que simplemente se dio lectura a la
Real Provisión.119 El 14 de agosto, el mismo Capitán Figueroa Solís vuelve
a intimar al cabildo, esta vez exigiendo ser el juez de una querella que un
vecino de Santa Fe había iniciado contra el ex-teniente de gobernador de la
ciudad, Sebastián de Horduña. El cabildo desestimó su pedido porque, desde
luego, todavía no lo había reconocido como teniente y, de hecho, Gonzalo
de Carbajal seguía en el ejercicio de esa función y presidía las reuniones del
cuerpo.120
La situación ganaría todavía más en complejidad: a comienzos de diciem-
bre, Sancho de Figueroa Solís peticionó ante el cabildo para que Gonzalo de
Carbajal cesara en su cargo a causa de que había asumido el mando cuando el
Gobernador Diego de Góngora, que lo había nombrado, ya había fallecido.121
A pesar de que esta vez el cabildo obedece (pero no cumple) la Real Provisión,
la elección de los capitulares del año 1624 se realiza bajo la presidencia de
Gonzalo de Carbajal, cuyo rol fue muy activo, dado que tuvo que dirimir la

118
AGSF, AC, 2ª Serie, Tomo II, ff. 74-78.
119
AGSF, AC, 2ª Serie, Tomo II, ff. 86v-87.
120
AGSF, AC, 2ª Serie, Tomo II, ff. 89-90.
121
AGSF, AC, 2ª Serie, Tomo II, ff. 96-97.

261
HISTORIA Y JUSTICIA

elección de un regidor y del alcalde de la hermandad por paridad de votos.122


En la primera sesión siguiente, la del 4 de enero, Figueroa Solís volvió a la
carga con su Real Provisión; el cuerpo la acató nuevamente, pero antes bien
que darle cumplimiento, optó por levantar la sesión “por ser tarde”, pospo-
niendo su tratamiento nuevamente.123 Sin embargo, el escribano hace notar
al teniente y a los miembros del cabildo la existencia de la Real Provisión que
dispone que el título de teniente de gobernador debe ser aprobado por la Real
Audiencia de La Plata, y el cuerpo obedece la misma. El día siguiente, el cuer-
po trata la intimación del aspirante a ejercer la tenencia de gobernación y se
le concede apelación, ya que su título es anterior al de Gonzalo de Carbajal.124
El 18 de febrero, el cabildo realiza copia de todas las actuaciones de este
verdadero caso. Allí se toma conocimiento de que el pleito del cual quería eri-
girse el Juez Figueroa Solís, en su carácter de justicia mayor de la ciudad, era
una presentación de Juan Ortiz de Montiel ante la Real Audiencia de La Plata
querellando por malos tratos a Juan García Ladrón de Guevara y Sebastián de
Horduña (alguacil mayor y teniente de gobernador respectivamente) cuando
había pretendido hacer cumplir la Real Provisión sobre confirmación de ofi-
cios que ahora el cabildo veneraba.125
Figueroa había comprendido que no le sería sencillo hacer valer su título, y
debió echar mano de artillería pesada. En marzo de 1624 contactó al Visitador
Pérez de Salazar, oidor de la Audiencia de Charcas a cargo del gobierno del
Río de la Plata, y obtuvo de éste un auto que decretaba el cese del Teniente
Carbajal hasta que, tal y como le había sido exigido a Figueroa Solís mismo,
fuera presentada la aprobación de la Real Audiencia.126
La misma jornada de esta presentación, el día 16 de abril, cuando Figueroa
de Solís insistió con su designación y presentó el auto del visitador a cargo
del gobierno, el cabildo hizo gala de gran criterio para sacar partido del des-
gaste que sufría la figura: desautorizó a Carbajal, tal y como lo mandaba el
visitador, pero no aprobó el título de Figueroa Solís, dejando el gobierno en
manos de los alcaldes ordinarios. El cuerpo alegó justas y graves causas para

122
AGSF, AC, 2ª Serie, Tomo II, ff. 105-06.
123
AGSF, AC, 2ª Serie, Tomo II, ff. 110-11.
124
AGSF, AC, 2ª Serie, Tomo II, ff. 114-15.
125
AGSF, AC, 2ª Serie, Tomo II, ff. 137-39.
126
AGSF, AC, 2ª Serie, Tomo II, ff. 141v-43.

262
DARÍO G. BARRIERA

no admitirlo, dadas las “amenazas que hizo antes que llegase a esta ciudad
como después de ella”, instruyendo al eternamente dispuesto Hernando Arias
de Saavedra en adelante Hernandarias127 para que fuera a resolver el asunto
allí donde se encontraba el Visitador Pérez de Salazar.128 A mediados de mayo,
el cabildo dispuso de una carta firmada por el oidor, entregando el mando a
los alcaldes. Nada se dice acerca del estado de los “caminos” utilizados por el
oidor para llegarse hasta Santa Fe.
Nada se dice pero parecen haber estado malos, si no en su textura, en su
función de conducir los flujos necesarios para zanjar los problemas. Juan de
Zamudio, designado por el nuevo gobernador, Francisco de Céspedes, como
su teniente en Santa Fe en 1624, tuvo los mismos inconvenientes que sus pre-
decesores. Hasta tanto llegó su confirmación por la Real Audiencia –en agosto
de 1625– se lo aceptó sólo como “capitán a guerra”.129
Las actas capitulares de la primera semana de ese año muestran nuevamen-
te cómo la complejidad del funcionamiento local se imponía en Santa Fe por
sobre cualquier otra dimensión. El drama, una vez más, involucró a un par
de notables, quienes descargaron todos sus recursos en función de los intere-
ses que perseguían. El 3 de enero de 1625, el Teniente Zamudio, ejerciendo
como juez de comisión, puso en prisión a Juan de Osuna, alcalde electo. Los
capitulares se expidieron inmediata y corporativamente, argumentando que
Zamudio no había sido aceptado todavía como teniente, por lo cual mal po-
día apresar a un alcalde. El teniente debía liberarlo inmediatamente y ponerlo
en ejercicio de su cargo.130 En un juego de “toma y daca”, Zamudio recibió la
aprobación del cuerpo menos de una semana después. El alcalde Osuna, reha-
bilitado, parecía ahora bien predispuesto para con su teniente, desestimando
la necesidad de la aprobación tantas veces exigida. El argumento invocado en
esta ocasión fue la situación de peligro en que se encontraba no la ciudad de
Santa Fe sino la de Buenos Aires. Era necesario tomar disposiciones imposter-
gables; en consecuencia, el teniente presentó a sus fiadores,131 entre quienes

127
Así firmaba y así lo llamaban sus coetáneos.
128
AGSF, AC, 2ª Serie, Tomo II, ff. 144-46.
129
AGSF, AC, 2ª Serie, Tomo II, ff. 160-61.
130
AGSF, AC, 2ª Serie, Tomo II, ff. 169-71v.
131
Se trata de Agustín Álvarez Martínez y Juan Ruiz de Atienza, AGSF, AC, 2ª. Serie, Tomo II,
ff. 177-82, 7 de enero de 1625.

263
HISTORIA Y JUSTICIA

se alistó nuevamente don Agustín Álvarez Martínez, un vecino que había sido
fiador de tenientes y alcaldes ordinarios en repetidas oportunidades durante
los últimos años.
Juan de Zamudio también había entrado pisando fuerte a Santa Fe; no
obstante, lo mejor de sus credenciales, en manos de quienes estaban bien in-
formados, se convirtió en materia de controversia por estar fuera de la ley. En
noviembre de 1625, Gregorio Sánchez Ceciliano exigió el cumplimiento de la
Real Provisión por la cual los gobernadores no podían nombrar “a personas
de su casa” en cargos públicos.132 Al día siguiente, el Alcalde Pero Hernández
solicitó a Zamudio que dejara su cargo. Juan de Osuna, el hombre encarcelado
por Zamudio a comienzos del año, salió esta vez en su defensa. El Licenciado
Gabriel Sánchez de Ojeda, vecino de Santa Fe y abogado de la Real Audiencia
de Charcas, fue presentado por Juan de Osuna ante el cabildo a fin de que
proporcionara su opinión de letrado. Éste, en un acto de prestidigitación le-
gal, afirmó que como esa real provisión había sido dirigida a los alcaldes de
la Provincia del Tucumán, no tenía vigencia en el Río de la Plata.133 Zamudio,
además, arguyó que su designación estaba aprobada por la Real Audiencia de
la Ciudad de La Plata, incluso con posterioridad a la redacción de esta Real
Provisión.134 En la copia de lo conversado, extendida a pedido de Sánchez
Ceciliano, el cabildo no incluyó el parecer del letrado, ni el parecer del tenien-
te de gobernador que, a ojos de los capitulares, quebrantaba “la ley”.135
En la sesión del 8 de noviembre, Sánchez Ceciliano caracterizó a Zamudio
como “criado” de Céspedes.136 Dos días más tarde, Pero Hernández pidió co-
pia de los pareceres faltantes en la transcripción de las actuaciones y el cabildo

132
AGSF, AC, 2ª Serie, Tomo II, f. 226.
133
AGSF, AC, 2ª Serie, Tomo II, ff. 226v-28v.
134
Que es, en rigor, copia de una Real Cédula, dada por Felipe III, en Madrid, a 12 de diciem-
bre de 1619.
135
AGSF, AC, 2ª Serie, Tomo II, ff. 226v-28v.
136
Idéntica actitud asume en la sesión del 29 de diciembre de 1626 el Regidor Pedro Ruiz de
Villegas. El 2 de enero de 1627 solicita el cese de Zamudio, por ser paniaguado de Céspedes.
AGSF, AC, 2ª Serie, Tomo II, ff. 272-75. Y, efectivamente, tenía razón. En el Archivo General de
Indias se encuentra el expediente que incluye a Juan de Zamudio, embarcado con Francisco
de Céspedes, como gente de su casa, nombrado como criado en primer término. Expediente
de información y licencia de pasajero a indias de Francisco de Céspedes, gobernador del Río
de la Plata, con sus hijos Juan, José y Diego, y los siguientes criados, al Río de la Plata. 23 de
septiembre de 1624, AGI, Contaduría, 5388, n. 74.

264
DARÍO G. BARRIERA

dispuso se le diera nomás “pie y cabeza”. Si con anterioridad la cuestión ha-


bía sido la del cumplimiento de la famosa Real Cédula de Felipe III, ahora la
polémica colocaba en el centro de la escena la relación demasiado estrecha,
a juicio de los capitulares de 1626, entre Juan de Zamudio y el Gobernador
Francisco de Céspedes. En este sentido, los nuevos capitulares de 1627 deci-
dieron insertar en el libro una copia del documento filipino137 pero, respecto
de los cuestionamientos que recibiera Zamudio, el nuevo cabildo rechazó la
petición del Procurador Alonso de León, por estimar que el mencionado te-
niente “cumple con eficiencia y prontitud” las obligaciones de su cargo.138 La
adopción de una conducta tan cambiante obliga a buscar razones o al menos
intentar encontrar elementos para explicarla.
La renovación de plazas capitulares contiene los elementos más impor-
tantes para comenzar a pensar un argumento. Durante la gobernación de
Céspedes, lo que había sido un enfrentamiento descarnado entre facciones
–característica del período de Góngora– dejó paso a la construcción de un
equilibrio precario pero equilibrio al fin y al cabo. Las disputas por recur-
sos de toda índole no desaparecieron, pero el cuerpo capitular mostró una
tendencia hacia posiciones más homogéneas en lo que respecta a asuntos de
gobierno. El cuestionamiento a Zamudio dejó lugar a la lisonja en función de
que el alcalde de primer voto –y hombre fuerte en Santa Fe– Manuel Martín,
tenía en su bolsillo el título que le acreditaba como sucesor de Zamudio desde
hacía unos dos meses. En este sentido, el Capitán Martín –teniente desde el
12 de marzo– difícilmente quisiera sembrar enemistades con el funcionario
saliente quien, por lo demás, era un vecino respetable y, como se dijo, alle-
gado íntimo del hombre que le acababa de otorgar el más alto cargo en su
“cursus honorum”. Ya le había costado sus idas y vueltas aquella designación
del atribulante Góngora, que resignara laureles de teniente en una “capitanía
a guerra” durante los últimos días de 1622.
Siempre muy cerca del centro de la escena, Manuel Martín aparece como
más cercano al universo de relaciones de Céspedes que de Góngora. De he-
cho, es muy probable que este último desistiera de sostenerlo (como cuando

137
Real Cédula dada por Felipe III en Madrid, a 28 de diciembre de 1619, transcripta en AGSF,
AC, 2ª Serie, Tomo II, ff. 285-98v [289 a 298v ilegible].
138
Véanse las sesiones del 8 y del 22 de febrero de 1627, en AGSF, AC, 2ª Serie, Tomo II, ff.
306v-08.

265
HISTORIA Y JUSTICIA

se reseñó lo reemplazara por Bautista Vega primero y Gonzalo de Carbajal des-


pués), cuando supo de sus buenos contactos con el Gobernador Hernandarias
y su grupo, que constituían el principal obstáculo a los intereses de Góngora
en Santa Fe.139 Volviendo a 1627, momento que muestra a Manuel Martín
repuesto en la tenencia de gobernación, el otrora ensañado Alonso de León
testificó gustoso en la asunción del nuevo teniente sin mediar cumplimiento
de reales cédulas ni mensura de distancias afectivas, mientras que el “excar-
celado” Juan de Osuna, ofendido por Zamudio en las buenas y defensor del
mismo Zamudio en las malas, asumió el 23 de marzo en reemplazo de Manuel
Martín como alcalde de primer voto. Los “hombres buenos” de la ciudad es-
taban, los honores repartidos, en paz. Pero el equilibrio político no oblitera la
aparición de grietas por otras partes; bien al contrario, las facilita.
En la específica relación que sostuvieron el cabildo y los tenientes de go-
bernador (una de las bisectrices que pueden trazarse como lectura de lo que
se expuso en este apartado) parece haber un desplazamiento del peso de una
“institución” hacia la otra. En efecto, el enorme grado de concentración de
potestades y de influencia que el teniente de gobernador tenía sobre el ámbito
capitular durante el último cuarto del siglo XVI sufrió un franco deterioro a lo
largo del cuarto de siglo siguiente, y sobre todo durante el período crítico que
se abre en 1618. Los motivos de estas exitosas resistencias y hasta de este fir-
me avance de las prerrogativas de un cuerpo que, en su heterogeneidad, se fue
autonomizando políticamente sobre las potestades y sobre los dominios del
teniente de gobernador, podrían ser varios. En principio, a finales de 1617 se
había creado una nueva gobernación (la del Río de la Plata) que retiró a Santa
Fe de la órbita asunceña y la ubicó bajo la égida de Buenos Aires, erigida como
nuevo polo de atracción en el anhelado sitio de salida al Atlántico. Como todo
momento crítico, el mismo implicó muchas dificultades y hasta la derrota
política de algunos (por ejemplo, del grupo hernandariano, en Santa Fe y en
Buenos Aires), pero brindó a otros una coyuntura de oportunidades que in-
tentaron aprovechar. Fue entre los “beneficiados” por la instalación del grupo
confederado donde se produjo el proceso más interesante de alineamientos.

139
En clave de dinámica facciosa, éstos eran llamados los “beneméritos”, mientras que el
grupo que se apoyaba en los comerciantes portugueses llegados a Buenos Aires y ligados a
Góngora eran denominados por aquellos como “confederados”.

266
DARÍO G. BARRIERA

La complejidad deriva de ciertos choques que enfrentaban a miembros


de un mismo “partido”, empíricamente, a vecinos que estaban compartiendo
un universo de intereses con el ascendente grupo de comerciantes porteños
(la mayor parte de ellos portugueses y holandeses). Lo que finalmente no
funciona es la lectura “facciosa” de la lucha política, porque si bien contiene
elementos que identifican a los grupos de partida, lo que iba articulando las
colaboraciones con el correr del tiempo eran intereses concretos que atrave-
saban a las familias más antiguas (beneméritas), muchas veces aliadas con
aquellas recievenidas, genéricamente vinculadas con los “confederados”.
Desplazado Hernandarias de la gobernación, relegado a terminar su man-
dato hasta 1620 en Asunción e, incluso, impedido de hacerlo en las mejores
condiciones, ya que se le encarceló y confiscó sus bienes en el juicio de re-
sidencia que Góngora (otra vez un reemplazante) le tomaba a caballo de la
división de las gobernaciones, el cabildo de la Ciudad de Santa Fe no siempre
estuvo dispuesto a aceptar a los tenientes enviados por Góngora o por su
sucesor, Céspedes (los dos primeros gobernadores de la Gobernación del Río
de la Plata). El cuerpo se mostró mucho más “agresivo” o demandante en
sus planteos para con la gobernación y, como se ha visto, el incremento del
número de negociaciones y el cambio en el tono de las mismas, fueron una
constante del período, contrastando con los años anteriores, cuando la “cues-
tión gobernación” no era preeminente. Los tenientes del período 1618-1630
no llegaban a la ciudad sencillamente para imponer el punto de vista de su
gobernador. El cabildo había convertido en letra dura unas normas que por
años habían sido consideradas por todos una mera formalidad. Para alivianar
la presión que pudiera querer imponer sobre la ciudad, el gobernador utili-
zaba reales cédulas y reales provisiones normalmente destinadas a dormir el
sueño de obedecidas pero no cumplidas.

Gobernar un territorio disperso


Para algunos especialistas, la imagen de una Monarquía absoluta, centralizada
y burocratizada, se ha difuminado frente a otra más enfocada en sus limitacio-
nes, en las resistencias de los grupos subalternos a su poder, en el clientelismo
y en la dispersión del poder político en varios centros. Antonio Feros afirma
que estas nuevas interpretaciones que acentúan el carácter disperso del poder
político no estiman suficientemente las capacidades de la Monarquía como

267
HISTORIA Y JUSTICIA

agente, ya que esa dispersión es entendida por muchos como un síntoma de


su debilidad.140 Planteando un debate en estos términos se corre el riesgo de
continuar refrendando una concepción instrumentalista del poder político y
de asumir que entre centralización y fortaleza hay una relación de proporcio-
nalidad directa que tiene su contrapartida en un tándem que no va de suyo:
dispersión y debilidad.
Pero si se modifica el modo de planteamiento del problema considerando
al poder político desde una matriz relacional, el centro del mismo nunca será
si la Monarquía “tiene” o “concentra” el poder. Por eso, la problemática gene-
ral debiera girar en torno del tipo de relaciones que fortalecen a la Monarquía
como cuerpo y como agente político.141 Es imprescindible preguntarse, ade-
más, si estas relaciones están vinculadas con la concentración de la capacidad
de tomar decisiones, de producir ley y de administrar justicia sólo en la cús-
pide de un esquema jerárquico o, por ejemplo, si el policentrismo jurídico,
político y judicial de la Monarquía está reñido con el fortalecimiento de sus
instituciones y de sí misma. Según el punto de vista que aquí se sostiene, este
policentrismo –que no era la dispersión de algo antes concentrado, sino el
fruto de un proceso de agregación– fortalecía antes que debilitaba los lazos
que sostenían el conjunto político, ya que el momento de mayor fortaleza de
la Monarquía como institución política puede ubicarse desde finales del siglo
XVI hasta finales del XVII, cuando los modos de vinculación entre sus súbditos
y sus dispositivos de gobierno eran más fluidos (no más rígidos), cuando las
diferentes agencias tendían sobre todo a conservar los territorios y refren-
dar el orden, lo cual finalmente fortalecía a la Monarquía como institución
política.142

140
Antonio Feros, “Clientelismo y poder monárquico en la España de los siglos XVI y XVII,”
Relaciones, núm. 73, 1998, p. 17.
141
En el debate referido por Feros, la tensión fundamental reposa en las expresiones “cen-
tralización” y “descentralización”. Esta última expresión forma parte de un vocabulario más
contemporáneo, instalado por la teoría política sobre la gobernabilidad municipal en la social-
democracia europea. Para la realidad del Antiguo Régimen cabe hablar en cambio de policen-
trismo en el sentido de multiplicidad de centros de autoridad. Descentralización evoca una
centralización previa que, a partir de un programa voluntario o provocado, instala funciones
del centro en sedes periféricas, persiguiendo el fin de la gobernabilidad.
142
Véase Conrad Russell y José Andrés-Gallego, eds., Las monarquías del Antiguo Régimen:
¿Monarquías compuestas?, U. Complutense, Madrid, 1996; también Thomas Calvo, “El rey y

268
DARÍO G. BARRIERA

Desde la perspectiva que aquí se ha presentado, el tipo de relaciones de


poder político generadas por la Monarquía hispánica dejaba en manos de los
agentes grandes márgenes de maniobra; pero, al realizarse con sus materiales
y en sus territorios, esa actividad jurisdiccional la fortalecía. La autonomía de
adelantados, virreyes, oidores, gobernadores, tenientes, alcaldes mayores y
cabildos en materia de creación institucional, de creación jurisdiccional, de
utilización de las normas según intereses facciosos y realizando interpretacio-
nes siempre interesadas, fortalecían a la Monarquía como institución política.
Su modelo de acumulación territorial se basaba en la agregación, la disconti-
nuidad y la producción de expectativas para los agentes.143
Las instituciones y prácticas previstas para su contralor, por otra parte, no
constituyen la novedad de un supuesto “Estado moderno” ni “centralizado”,
sino que hunden sus raíces en la tradición románica y cristiana. Producían es-
tabilidad para la Monarquía precisamente gracias a que esos dispositivos fueron
maleables según las necesidades locales de los agentes. Como se ha mostrado,
las residencias sirvieron en el Río de la Plata para limpiar el terreno hasta finales
del siglo XVI y luego, como lo ha retratado Oscar Trujillo, se convirtieron en
un ritual de resultados previsibles que tendían a la connivencia entre jueces y
juzgados, asimilándose a las descripciones realizadas por Tamar Herzog para
Quito.144
Estas afirmaciones surgen de una lectura del funcionamiento de la realidad
local en una ciudad inscripta en la gobernación del Río de la Plata, al sureste
del gran territorio que luego fuera el de la Audiencia de Charcas. Los elementos
constitutivos de la Monarquía como forma política pueden ser percibidos tanto
en la redacción de un poder o de una licencia y en la creación de una nueva ju-
risdicción. También se perciben en la manera en que se ejecutaban las prácticas
de control sobre los oficiales de la Monarquía, en los argumentos presentados
por súbditos letrados o legos ante la justicia de primera instancia, en los ardides

sus Indias: ausencia, distancia y presencia, siglos XVI-XVIII,” en México en el mundo hispánico,
ed. Oscar Mazín Gómez, El Colegio de Michoacán, Zamora, 2000, Tomo 2, pp. 427-83.
143
John H. Elliott, “A Europe of Composite Monarchies”, Past and Present, num. 137, 1992,
pp. 48-71.
144
Para la primera etapa, Darío Barriera, “La tierra nueva es algo libre y vidriosa….”, cit. Oscar
Trujillo, “La mano poderosa: los gobernadores de Buenos Aires y los juicios de Residencia (me-
diados del siglo XVII)”, en X Jornadas Interescuelas-Departamentos de Historia, CDRom, Rosario,
2005; y Trujillo, “Fieles y leales vasallos”, cit. Tamar Herzog, La administración…, cit.

269
HISTORIA Y JUSTICIA

de los cabildos para resistir a tenientes de gobernador poco fiables, y hasta en el


grito de “por la honra de nuestro rey” que presidió la rebelión de los mancebos
que exigían participación en el gobierno municipal santafesino en 1580.145
La agencia (en el sentido de la actividad de los agentes) estaba sostenida
en los principios rectores de una justicia distributiva y de la gracia regia pero
también la convicción instalada del servicio, del mérito, la obediencia y la idea
de un cuerpo que debía de funcionar de acuerdo con un propósito mayúsculo,
que era la conservación del conjunto. Esa era la clave de una centralización del
flujo del sentido de la auctoritas y de la potestas, que siempre se dirigía hacia la
cúspide de la Monarquía.
Lo que los agentes discutían permanentemente no era la dirección del flujo
de la potestas (lo cual conduciría a discutir la naturaleza misma de la Monarquía)
sino condiciones de posibilidad para orientar localmente fragmentos del flujo
de la renta y transitorias supremacías territoriales en el ejercicio de una autori-
dad que siempre provenía del rey y sólo tenía sentido en un conjunto jurisdic-
cional y territorial: la Monarquía agregativa.146 Lo que daba sentido al oficio era
el lugar de su ejercicio –y según su posición en la escala de las sedes, para los
oficios venales esto determinaba incluso su precio.147 Sin embargo, un lugar, en
términos políticos, no era nada y nada podía otorgar a un agente si no formaba
parte de la Monarquía hispánica de los siglos XVI y XVII; la relación entre los
términos no era causal, sino recursiva.
Ya con los Reyes Católicos la Corona intentó organizar sus reinos americanos
e imponer en ellos las leyes de Castilla, pero aquellos se organizaron desde las
políticas imaginadas primitivamente como desde el ejercicio práctico y coti-
diano de la expansión en el territorio, realizado por hombres y mujeres que
debieron resolver in situ muchas situaciones que no en todos los casos estaban
absolutamente previstas. Las tierras americanas se convirtieron en un verdadero

145
Conocida como la “Rebelión de los Siete Jefes”, analizada en Barriera, “Conjura de
Mancebos...”, cit.
146
Se coincide aquí con la advertencia de Ruiz Ibáñez y Vincent: “La Monarquía no fue una
simple adición territorial de elementos preexistentes, ya que si bien en general, se respetó para
cada territorio la ordenación jurídica, política y social, la inclusión [de cualquiera de ellos] en
la Monarquía provocó cambios efectivos en los equilibrios de poder local”. José Javier Ruiz
Ibáñez y Bernard Vincent, Los siglos XVI-XVII: política y sociedad, Síntesis, Madrid, 2007, p. 31.
147
Lo que se deduce de los datos vertidos y analizados en Francisco Tomás y Valiente, La
venta de oficios en Indias, 1492-1606, Instituto de Estudios Administrativos, Madrid, 1972.

270
DARÍO G. BARRIERA

laboratorio de ensayos en materias tales como la regulación del trabajo indí-


gena, la creación de jurisdicciones, la administración de justicia, repartos de
tierras y mano de obra resueltas al calor de las circunstancias y la distribución
de los nuevos poderes entre la hueste –incluyendo en ciertos casos a algunos
miembros de entre los principales de las etnias indígenas.148 Insacular separa-
damente prescriptiva (como normas que prescriben lo que debe ser) y práctica
parece poco adecuado: el funcionamiento local de la Monarquía muestra que
esas instancias no colisionan sino que se asocian en configuraciones donde los
agentes iban construyendo según sus necesidades con distintos materiales –por
ejemplo, las designaciones de Garay o las resistencias del cabildo a tenientes
que juzgaban inaceptables.
En definitiva, desde la perspectiva que aquí se propone, el equipamiento
político del territorio es el resultado de múltiples negociaciones que involucra-
ron a los agentes más móviles y ejecutivos del proceso. Así, aquellos empre-
sarios-aventureros y sus díscolas huestes armadas no parecen haber sido los
meros ejecutores de una planificación ajena sino sujetos activos de la construc-
ción de un proceso que no les venía meramente impuesto desde arriba. Desde
la misma, las distintas posiciones asumidas por las comunidades originarias así
como por la Iglesia y la Monarquía no pueden ser omitidas –algo con lo que,
por lo demás, coinciden todos los planteamientos sensatos sobre el tema, más
allá de una inclinación más fuerte o más débil hacia la agencia de los pequeños
grupos y las relaciones de poder político en las periferias.
El rostro americano del proceso de fortalecimiento del poder político monár-
quico que surge del estudio localizado de las relaciones sociales puede ayudar a
comprender cómo se vivía el desarrollo del equipamiento político del territorio
en el terreno. Aunque geográfica e historiográficamente marginales, las expe-
riencias aquí expuestas tuvieron lugar en la Monarquía. Fueron posibles sólo
dentro de su marco normativo y cultural, se realizaron con sus materiales y son
constatables a escala continental. Por este motivo, no se las retrata como excep-
cionales sino, al contrario, como posibles, como una parte indispensable para
componer un retrato del conjunto. Se espera entonces que puedan realizarse
más y mejores estudios sobre estos problemas en territorio americano, sin cuyo
conocimiento las distintas caras de la Monarquía católica no se percibirían sino
de modo incompleto.

148
Frank Moya Pons, Después de Colón…, cit. Steve Stern, Los pueblos indígenas…, cit.

271

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