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La función
administrativa del
estado

Derecho
Administrativo
La función administrativa del
estado

El principio de división de poderes y su


valor

El principio de división de poderes fue una creación que surgió como una
propuesta para poner límite al poder absoluto. Autores como Locke y
Montesquieu introdujeron esta teoría años antes de la creación del estado
de derecho.

La teoría constituye un alegato contra la concentración del poder en favor


de los derechos individuales, hallándose fundamentalmente orientada a la
separación entre los Órganos Ejecutivo y Legislativo. Parte del
reconocimiento de que todo órgano que ejerce poder tiende naturalmente
a abusar de él, por lo cual se hace necesario instaurar un sistema de frenos
y contrapesos sobre la base de la asignación de porciones de poder estatal
(que siempre es único) a diferentes órganos (Ejecutivo, Legislativo y
Judicial), suponiendo que el equilibrio resultante entre fuerzas antitéticas
debe asegurar naturalmente la libertad del hombre.

La formulación de esta teoría ha sido objeto de diferentes aplicaciones;


mientras que en Inglaterra ella se interpretó en el sentido de reservar el
juzgamiento de los actos del Ejecutivo a los Órganos Judiciales, en Francia
se sostuvo, desde los comienzos de la Revolución de 1789, que esa función
correspondía a la Administración y, luego, a tribunales administrativos.

En nuestro país, como en la mayoría de los estados, se adoptó la teoría de


los tres poderes y se la incorporó en la parte orgánica de la Constitución. Al
crear su constitución las provincias y los municipios argentinos, tomaron la
misma forma de organización estatal, aunque en los estados municipales
sólo el Poder Ejecutivo y el Legislativo están constituidos como poderes,
mientras que el órgano judicial sólo cumple funciones administrativas.
Un caso de excepción es el de la ciudad autónoma de Buenos Aires, porque
al poder estatal en esta organización lo ejercen los tres poderes, Ejecutivo,
Legislativo y Judicial, debido a que este estado tiene un status más elevado
que el de un estado municipal como consecuencia de la creación de la
categoría de ciudad autónoma por la constitución en el año 1994, que creó
un cuarto orden de gobierno que se sitúa entre un municipio y una
provincia.

Poder Ejecutivo, Legislativo y Judicial:

Poder Ejecutivo: Es unipersonal esta integrado por el Presidente en la


Nación, en la Provincias por el Gobernador, en la Ciudad Autónoma de
Buenos Aires por el Jefe de Gobierno y en los Municipios por el Intendente.

Poder Legislativo: En la nación por Diputados, Senadores y el


Vicepresidente, mientras que en las Provincias que tienen un sistema
bicameral por Diputados, Senadores y el Vicegobernador. En las provincias
como Córdoba que tienen un Cámara está integrado por legisladores y el
Vicegobernador.

En la Ciudad de Buenos Aires el Poder Legislativo se denomina Legislatura y


está integrado por los diputados y la Vicejefe de Gobierno, mientras que en
los municipios se lo denomina Concejo Deliberante y está integrado por
Concejales y el Viceintendente en su gran mayoría.

El Poder Judicial: Está integrado a nivel Nacional por Los Miembros de la


Corte Suprema de la Nación, a nivel Provincial por los miembros de las
Cortes Supremas o Tribunales Superiores.

En la Ciudad de Buenos Aires al poder ejecutivo lo ejerce el Tribunal


Superior de Justicia de la Ciudad de Buenos Aires, mientras que en los
municipios no existe poder judicial, sólo Tribunales administrativos.

Funciones que ejercen estos órganos:

Los Órganos mencionados ejercen distintas funciones:

• Ejecutivo: Función Administrativa, Ejecutiva, Legislativa y de


Gobierno.

• Legislativo: Legislativa, Administrativa, Judicial y De Gobierno.

• Judicial: Judicial, Administrativa, De Gobierno.

Sistema de frenos y contrapesos en nuestra Constitución Nacional:

Con la finalidad de que el poder sea ejercido de manera equilibrada:


A) El Poder Judicial controla que las normas dictadas por El Poder
Ejecutivo y Legislativo sean conformes al derecho, es decir
conformes al ordenamiento jurídico de nuestro país.

B) El Poder Legislativo controla al Poder Ejecutivo y al Poder Judicial,


porque ambas cámaras son las encargadas de llevar a cabo el
proceso de Juicio Político, en el que pueden ser juzgados el
Presidente, Ministros , Jefe de Gabinete y Miembros de la Corte
Suprema de Justicia de la Nación. También puede el Órgano
legisferante someter a juicio político al Vicepresidente que integra
en Poder Legislativo, siendo el Presidente del Senado.

Pone límites al Ejecutivo porque en ejercicio conjunto de la función


de Gobierno puede oponerse al dictado de leyes que necesite el
Poder Ejecutivo para poder llevar a cabo una determinada política
de gobierno.

Limita también a los demás poderes en materia presupuestaria


porque es el encargado de dictar la ley de presupuesto en donde se
le asignan recursos a todo los órganos que integran el estado.

C) El Poder Legislativo y el Poder Ejecutivo tienen un papel


importante frente al Poder Judicial porque el Presidente con
acuerdo del Senado elige a los miembros de la Corte Suprema de
Justicia de la Nación.

Las funciones del Estado en


general.
FUNCIÓN LEGISLATIVA:

La función Legislativa, consiste en el desarrollo del procedimiento


constitucional para el dictado de leyes que realiza el Órgano Legislativo,
pudiendo incluir dentro del concepto de leyes a los decretos de necesidad
y urgencia que dicta el Órgano Ejecutivo, porque como sostiene un sector
de la doctrina tienen cuerpo de decreto y alma de ley.

FUNCIÓN ADMINISTRATIVA:

La génesis de la Administración Pública contemporánea (en sentido


estrictamente orgánico o subjetivo) encuentra su ubicación histórica en la
época napoleónica donde se opera una mutación fundamental del papel o
de la gravitación que hasta entonces había tenido poder administrador.
Se produce a partir de ese instante el fenómeno de ampliación progresiva
de sus competencias, el cual ha continuado desarrollándose en forma
incesante hasta nuestros días. Se abandona, por parte de la
Administración, la función abstracta de sostener la ley (Locke y
Montesquieu) para convertirse en un complejo orgánico que cumple
múltiples actividades.

La función administrativa es la actividad que desarrollan tanto el Poder


Ejecutivo, Poder Judicial o Poder Legislativo destinada a la gestión de
asuntos administrativos del estado, como lo realiza cualquier empresa
privada en su gerencia de administración, como la contratación de
proveedores y de empleados, la aprobación de gastos a realizar, etc.

Conforme sostiene Gordillo la Función Administrativa abarca el estudio del


sujeto que ejerce dicha función o sea la administración pública centralizada
y descentralizada, a través de sus órganos jurídicos, de los agentes que se
desempeñan en esos órganos y estructurada en forma de administración
central (centralizada o desconcentrada), o descentralizada (entes
autárquicos empresas del Estado, sociedades anónimas con participación
parcial o total del Estado, etc.), con más la figura del ente independiente
regulador de servicios públicos que dimana del art. 42 de la Constitución.

También puede a veces la función pública ser delegada o atribuida a


personas no estatales y aparece en ese caso el fenómeno de las personas
públicas no estatales (algunas sociedades de economía mixta,
corporaciones profesionales, etc.), o a personas que ejercen un monopolio
o privilegio para la explotación de un servicio público, aspectos que entran
también dentro del objeto del estudio del derecho administrativo.

Forman parte del ejercicio de la función administrativa el estudio de las


formas jurídicas que dicho ejercicio presenta, es decir, los hechos, actos,
contratos y reglamentos administrativos, el procedimiento administrativo,
la licitación pública, las audiencias públicas, los servicios públicos; el
análisis de algunas falsas facultades, ―potestades,‖ o seudo ―poderes‖
que se le atribuyen por parte de la doctrina: ―potestad jurisdiccional de la
administración,‖ ―poder de policía,‖ ―zona de reserva de la
administración,‖ ―actos de gobierno,‖ etc.

Es indispensable el estudio de los límites sustantivos y adjetivos de tales


facultades, como contrapartida necesaria al ejercicio del poder en un
Estado de Derecho.

Entre los límites sustantivos cabe mencionar los principios jurídicos


superiores del orden constitucional y supraconstitucional: razonabilidad,
no desviación de poder, imparcialidad, buena fe, no autocontradicción,
adecuación de medio a fin, sustento fáctico suficiente, motivación
adecuada, procedimiento regular previo a la emisión del acto, etc.

Entre los límites adjetivos o procedimentales encontramos los recursos y


remedios del procedimiento administrativo (recursos de reconsideración o
revocatoria, jerárquico, jerárquico menor, alzada, reclamación
administrativa previa, denuncias, etc.) y las acciones y recursos del proceso
judicial (acción ordinaria, acción de amparo, amparo por derechos de
incidencia colectiva, amparo por mora de la administración, habeas data,
interdictos, recursos especiales de apelación; en el orden provincial,
acciones de plena jurisdicción, de anulación, de interpretación, etc.); por
último, la sanción por el agravio causado, a través de la responsabilidad de
los funcionarios públicos (civil, penal, administrativa, política) y del Estado
(responsabilidad extracontractual por hechos y actos ilícitos de sus
agentes)

A ello cabe agregar la intervención que pueda tomar el Defensor del


Pueblo en virtud de la legitimación constitucional que le otorga el art. 86
para actuar en justicia, sin perjuicio de sus funciones como mediador o
persuasor ante las autoridades públicas y los particulares que ejercen
funciones administrativas públicas.

Es también de interés el estudio de los medios materiales puestos a


disposición de esa actividad, a través del crédito público, el dominio
público y privado del Estado: en general, el estudio de la propiedad en su
relación con la función administrativa, sea a través de la propiedad pública,
sea a través de las limitaciones que el Estado, impone a la propiedad
privada (meras restricciones, servidumbres administrativas, ocupación
temporánea, expropiación, etc.), sea través de vinculaciones contractuales
de contenido económico (los contratos administrativos).

Sin desconocer la importancia de un análisis integral de las diferentes y


variadas nociones que se han formulado históricamente sobre la
Administración Pública o sobre la función administrativa, examinaremos
seguidamente las doctrinas que actualmente tratan de alcanzar el
predominio en la materia y que giran alrededor del criterio de "actividad" a
que antes hiciéramos referencia.

A) Concepciones subjetivas u orgánicas

Dentro de esta corriente se hallan las tendencias que consideran a la


función administrativa como toda o la mayor parte de la actividad que
realiza el Poder Ejecutivo y los órganos y sujetos que actúan en su esfera.

Si bien hubo quienes en un principio sostuvieron que Administración era


toda la actividad que desarrollaba el Poder Ejecutivo u, la doctrina
actualmente partidaria de la concepción subjetiva considera que aquélla
constituye un sector o una zona de la actividad que despliega el Poder
Ejecutivo. En tal sentido, hay quienes incluyen dentro del concepto de
Administración actividades que materialmente no son administrativas
(actividad reglamentaria y actividad jurisdiccional), aun cuando reconocen,
al propio tiempo, que la Administración no constituye la única actividad
que ejerce el Poder Ejecutivo, pues también tiene atribuida la función de
gobierno.

Se ha sostenido que el fenómeno de la personalidad jurídica del Estado


sólo se da en la Administración Pública, que es como una constelación de
entes personificados. Por consiguiente, esta categoría de persona jurídica
separa y distingue a la Administración de otras actividades del Estado. Esta
Administración Pública (persona jurídica) aparece regulada así por un
derecho propio de naturaleza estatutaria: el derecho administrativo, que
nace así para explicar las relaciones "de las singulares clases de sujetos que
se agrupan bajo el nombre de Administraciones Públicas, aislándolos de la
regulación propia de los Derechos Generales"

B) El criterio objetivo o material

Las concepciones que fundan la noción de función administrativa en el


criterio material tienen en común el reconocimiento de las actividades
materialmente administrativas no sólo del Poder Ejecutivo, sino también
de los Órganos Legislativo y Judicial.

Las notas que caracterizan a la Administración y que permiten diferenciarla


de la legislación y de la jurisdicción son principalmente su carácter
concreto, la inmediatez y la continuidad. Algunos autores añaden también
la característica de constituir una actividad práctica y normalmente
espontánea.

Los partidarios de la concepción objetiva completan la noción con la


referencia al aspecto teleológico que debe perseguir la función
administrativa: según algunos, la atención de los intereses públicos que
asume en los propios fines, y, según otros, la satisfacción de las
"necesidades" colectivas o de interés público.

C) Otras teorías

Existen posturas que se apoyan en otras fundamentaciones para


proporcionar la definición de Administración. Dentro de este conjunto de
teorías no puede dejar de hacerse una referencia sucinta a las
concepciones expuestas en la doctrina alemana, vinculadas casi todas al
positivismo jurídico.
Para la concepción llamada "residual", la Administración era toda aquella
actividad que restaba luego de excluir a la legislación y a la función
jurisdiccional.

Para cerrar el cuadro de este grupo de doctrinas se ha procurado también


ensayar un criterio mixto, que en el fondo aparece basado en la antigua
teoría residual de la Administración. Se sostiene que como la función
administrativa no se realiza por ningún órgano en forma excluyente y dado
que no se le reconoce un contenido propio que la tipifique, ella debe
definirse como toda la actividad que desarrollan los órganos
administrativos y la actividad que realizan los órganos legislativos y
jurisdiccionales, excluidos respectivamente los hechos y los actos
materialmente legislativos y jurisdiccionales.

Si se parte de la adopción el criterio material para realizar el deslinde de las


funciones estatales y se abandona correlativamente el elemento orgánico
o formal como nota distintiva de la pertinente actividad, el reconocimiento
del ejercicio de las funciones legislativa y jurisdiccional (en sentido
material) por órganos de la Administración Pública, resulta una obligada
consecuencia.

FUNCION EJECUTIVA:

La función ejecutiva reside en la ejecución de todas las decisiones tomadas


por el Órgano Ejecutivo o Legislativo, es decir la puesta en práctica de la
función Administrativa y Legislativa.

FUNCION DE GOBIERNO:

En un plano distinto al de los comportamientos que trasuntan el ejercicio


de las funciones administrativa, legislativa y jurisdiccional se encuentra la
denominada función política o de gobierno, referida a la actividad de los
órganos superiores del Estado en las relaciones que hacen a la subsistencia
de las instituciones que organiza la Constitución, y a la actuación de dichos
órganos como representantes de la Nación en el ámbito internacional.

La teoría de la función de gobierno, si bien se ha conservado como resabio


del absolutismo y de "la razón de Estado", resulta necesaria al sistema
republicano que "parece no poder subsistir sin ese recurso", por el cual se
excluyen determinados actos de la revisión judicial, y es así que ella tiene
vigencia en la mayor parte de los países de Europa continental.

En nuestro país, la aceptación de la función gubernativa, en un plano


opuesto a las restantes funciones estatales (administrativa, legislativa y
judicial) tiene el efecto fundamental, por aplicación de la doctrina que
emerge de los fallos de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, de excluir
a determinados actos de la revisión judicial, los que para un sector de
tratadistas reciben el nombre de actos de gobierno o políticos y para otro,
el de "actos institucionales"

Radica en la toma de decisión y puesta en práctica de las cuestiones más


relevantes para el estado. Intervienen en su ejercicio en primera medida el
Poder Ejecutivo porque es el Jefe de Gobierno del Estado y lo secundan El
Poder Legislativo con la aprobación o no de las leyes que el Ejecutivo
necesita y la Corte Suprema o Tribunales Superiores con las decisiones
judiciales que avalan o no las decisiones del Poder Ejecutivo o Legislativo.

Es en el ejercicio de esta función donde podemos advertir la utilidad de la


teoría tradicional de la división de poderes, porque tanto el Poder
Legislativo como el Judicial pueden ponerle freno a las decisiones del Poder
Ejecutivo que no sean convenientes para la Nación, sean contrarias al
Interés Público o el Bienestar General o que sean aún peor, antijurídicas.

FUNCIÓN JUDICIAL:

Esta función no es otra que la de juzgar los asuntos que pertenecen a la


competencia originaria y derivada de los máximos tribunales de la Nación,
de las Provincias y de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Se dice que el poder Legislativo también ejerce esta función cuando se


lleva a cabo un juicio político en contra del Presidente, Ministros, Jefe de
Gabinete de Ministros y miembro o miembros del Poder Legislativo.
Bibliografías de referencia
Avalos, E., Buteler, A. & Massimino, L. (2014). Derecho administrativo. Tomo I.
Córdoba: Alveroni.

Gordillo, A. (1997 – 2000). Tratado de Derecho Administrativo, 4 Tomos. (4ta Ed.).


Buenos Aires: Fundación de Derecho Administrativo.

Comadira, J. (2003). El acto administrativo. Buenos Aires: Lexis-Nexis.

Farrando (h.), I y otros. (2000). Manual de Derecho Administrativo. Buenos Aires:


Depalma.

Hutchinson, T. Régimen de Procedimientos Administrativos - Ley 19.549. Buenos Aires:


Astrea.
Sujetos de la
función
administrativa

Derecho
Administrativo
Sujetos de la función administrativa

Administración Pública. Definición y


clasificación.
Administrar significa gestionar y la Administración Pública se encarga de
gestionar sus propios bienes para la consecución del bien común de toda la
sociedad, es decir que la Administración Pública directa o indirectamente
gestiona a favor o en beneficio de terceros.

Para Mosher, Frederick y Cimmino en la obra Elementi di ciencia


dell’amministrazione, Giuffre, Milano 1959, la definición de administración
pública absorbe a toda institución concebida para la realización de
intereses públicos mediante el ejercicio de funciones administrativas, (lo
que denota) una actividad desarrollada por cuenta de otros, en sustitución
de la actividad que esos otro no quieren o no pueden llevar a cabo (pág.
10)
En definitiva siguiendo a Barra en su Tratado de Derecho Administrativo,
podemos señalar que la Administración Pública como parte de la
organización del Estado, es el conjunto de personas y órganos que se
estructuran centralizada o descentralizadamente en el complejo orgánico
dependiente del Poder Ejecutivo, para gestionar o administrar en beneficio
de terceros y con el objeto de alcanzar el bien común.

Corresponde señalar que ese bien público que pretende alcanzar la


Administración, ya se encuentra dado por el ordenamiento legal, pero
dependiendo de cuáles sean las ideas o concepciones políticas que
detentan las personas que en un momento dado han sido designadas por
el pueblo para gestionar, el método o forma del alcanzar ese objetivo será
diferente.

La organización Administrativa.
Definición

La organización del Estado resulta fundamental para su funcionamiento y


desarrollo, por ello es que se han establecidos diversos criterios que
permitan la organización de la Administración Pública en distintos estratos
y esferas que se encuentran unidas por relaciones interorgánicas e
interadministrativas que permiten el desarrollo normal y armónico de las
funciones del Estado.

En nuestro país la organización administrativa se encuentra establecida en


forma vertical siendo su máximo exponente el Presidente de la Nación,
derivando de allí un sinnúmero de órganos que dependen jerárquicamente
de éste, a quienes la ley les ha atribuido distintas funciones o competencias
para lograr alcanzar el fin último de la Administración Pública que es el
bien común.

Órgano: Definición, elementos, clasificación.


La Administración Pública se encuentra conformada por un gran número
de órganos que la integran. El órgano, si bien forma parte de la persona
jurídica pública estatal, no es un sujeto de derecho, pero ello no impide
que el ordenamiento jurídico le otorgue facultades y potestades para
actuar en el mundo jurídico.
La existencia del órgano supone la existencia de dos elementos que
constituyen la unidad, estos son, el elemento objetivo, integrado por
poderes, atribuciones, facultades o potestades tanto en sentido técnico
como obligaciones o funciones y el elemento subjetivo que se encuentra
representado por la voluntad y capacidad necesaria de la persona física
que desempeña la titularidad del órgano y cuya voluntad se le imputa a
éste, por aplicación de la teoría del órgano.

La persona física que ocupa una posición en el órgano de una persona


jurídica estatal, recibe el nombre de cargo.

Según Cassagne los órganos se clasifican, según su origen en: órganos


constitucionales, que son aquellos que surgen de la Constitución y órganos
meramente administrativos, que nacen de normas inferiores.

Teniendo en cuenta su integración, los órganos se clasifican en


unipersonales o pluripersonales, en donde las decisiones que se adoptan
deben verificar para su validez con una serie de requisitos como son, el
quórum, orden de día, mayoría, etc...

De acuerdo a la función que cumple el órgano, se lo designa como órganos


activos, que son aquellos que emiten o ejecutan actos administrativos;
órganos consultivos, son aquellos que mediante su opiniones asesoran a
los órganos activos y órganos de contralor, que son los que fiscalizan y
vigilan la actuación de los órganos activos, este control puede ser tanto
anterior como posterior.

Principios de la organización.
Ya dijimos que la organización tiene por objetivo gestionar y administrar
sus propios bienes en beneficio de terceros, ahora, en su funcionamiento la
organización administrativa se encuentra regida por principios, éstos son
los que permiten que una estructura sumamente importante y burocrática
como la del Estado pueda funcionar en forma correcta y ordenada y la
inobservancia de estos principios en muchos casos determina una accionar
ilegítimo de la Administración que se encuentra sancionado por la ley.

Competencia: avocación y delegación.


La competencia es uno de los principios fundamentales de toda
organización administrativa, según Cassagne es la que predetermina,
articula y delimita la actuación o función administrativa que realizan los
distintos órganos que integran la organización de la persona jurídica
estatal, es decir que la competencia es la que define el ámbito de actuación
del órgano.
A diferencia de lo que ocurre en el derecho civil con la capacidad, el órgano
no tiene permitido hacer todo aquello que no esta prohibido, sino que sólo
puede realizar lo que tiene permitido por la ley, lo que exceda ello carecerá
de legalidad por incompetencia. Es decir, que la competencia sólo proviene
de la ley, siendo la incompetencia la regla y la competencia la excepción.

El ejercicio de la competencia por parte del órgano, es objetiva, por cuanto


surge de una norma que determina el campo de acción del órgano, es
obligatoria cuando el órgano tiene que actuar, debe hacerlo, es
improrrogable por cuanto en principio no puede ser transferida, y es
irrenunciable por pertenecer al órgano y no a la persona física que ocupa el
cargo.

La competencia puede ser clasificada de la siguiente manera, a) En razón


de la materia por la naturaleza del acto conforme al derecho objetivo al
que se encuentra autorizado a realizar el órgano; b) en razón del territorio,
que es el ámbito geográfico dentro del cual el órgano puede actuar; c) en
razón del grado o jerarquía, ya hemos dicho que la organización
administrativa se estructura en un jerarquía piramidal, en consecuencia la
jerarquía es la posición en la pirámide que ocupa el órgano en la estructura
pudiendo ejercer sólo las funciones que corresponden a su jerarquía y no
superiores salvo delegación y d) por último la competencia se clasifica en
razón del tiempo, que es el espacio temporal durante el cual el órgano
puede actuar teniendo en cuenta plazo de su designación.

Hemos dicho que una de las características de la competencia es su


improrrogabilidad y obligatoriedad, pero existen dos institutos en el
derecho administrativo que de alguna forma atenúan y constituyen la
excepción a éstos principios, ellos son la avocación y la delegación.

El primero de ellos es la avocación que consiste en la asunción por parte de


un órgano superior de las funciones y decisiones - competencias -
correspondientes a un órgano inferior, esta avocación tiene su fundamente
en el principio de jerarquía, debe ser necesariamente transitoria y para
actuaciones determinadas y su puesta en práctica permite dinamizar la
actuación de la Administración, por ejemplo la resolución de un recurso
administrativo.

En principio la avocación se encuentra autorizada salvo que una norma


expresa lo impida, o cuando la competencia del órgano inferior le ha sido
otorgada en virtud de una idoneidad especial.

El segundo instituto es la delegación que es lo opuesto a la avocación, aquí


el órgano superior delega o transfiere a uno inferior la resolución de un
asunto de su competencia aumentando de esta forma las atribuciones del
inferior. Esta delegación, por el carácter improrrogable de la competencia,
debe surgir necesariamente de una ley que la autorice y la transferencia de
estas facultades no es transitoria – como en la avocación- sino definitiva.

Existen diversas especies de delegación, la legislativa que es la que el


Congreso autoriza al Poder Ejecutivo y que no corresponde analizar en esta
obra y la delegación administrativa que es la que aquí nos interesa y que
puede darse en forma interorgánica (entre dos órganos de diferente
jerarquía de la Administración).

Jerarquía. Definición.
Otro de los principios fundamentales de la organización administrativa es
el de jerarquía, ésta surge de la relación piramidal que existe entre órganos
de una misma persona jurídica, en donde el órgano de mayor jerarquía se
encuentra en la cúspide de esta pirámide y el de inferior jerarquía en su
base, esto es lo que denominamos la línea jerárquica, en tanto que el
grado es la posición que cada uno de los órganos ocupa en esa línea.

Esta jerarquía está dada a fin de establecer una ordenación de todos los
órganos integrantes de la persona jurídica estatal, con el objeto que a
través de relaciones de subordinación y supremacía pueda funcionar
correctamente el complejo aparato del Estado en su conjunto, en estas
relaciones los órganos superiores disponen del poder jerárquico para
dirigir, ordenar e inspeccionar la conducta de sus inferiores. En definitiva
como dice Diez en su obra, la Jerarquía es poder y la función jerárquica es
el ejercicio efectivo de dicho poder.

Relaciones interorgánicas.
Si bien los órganos como tales no cuentan con personalidad jurídica propia,
ello no importa que no existan relaciones entre los distintos órganos que
integran la Administración Pública, estas relaciones se llaman
interorgánicas y se clasifican según su contenido en a) de colaboración
(v.gr. propuestas); b) de jerarquía ( órdenes); c) consultivas (dictámenes
emitidos por los distintos servicios jurídicos); d) de control ( que pueden
ser tanto dentro del mismo órgano a través de las unidades de auditoria
interna o en forma externa por otro órgano como pueden ser la SIGEN o la
Auditoria General de la Nación.).

Concentración y
desconcentración.
La concentración y desconcentración son conceptos que se relacionan con
el ejercicio del poder del Estado, son técnicas de agrupamiento o
distribución de competencias entre los órganos de la Administración
Pública. Ambos constituyen principios organizativos que se verifican en el
marco de una misma persona jurídica pública estatal.

De este modo, tendremos concentración siempre que las facultades


decisorias se encuentren reunidas en los órganos superiores de la
organización, así podemos decir que existe concentración de poder, de
toma de decisiones, etc... Esta concentración de funciones por supuesto
que importa sobre carga de tareas de parte de la Autoridad que genera
importantes dificultades fundamentalmente en cuanto a inmediatez,
celeridad, eficacia y eficiencia.

En contrapartida, cuando las competencias decisorias del superior se


asignan a órganos inferiores de la organización centralizada o
descentralizada, ello recibe el nombre de desconcentración, lo que facilita
la descongestión del poder central y permite optimizar el trabajo.
Corresponde aclarar que la desconcentración no supone la creación de una
nueva entidad con personalidad jurídica propia sino que es una relación
interogánica en donde sigue existiendo subordinación jerárquica.

Finalmente, quisiera señalar que no debemos confundir los conceptos


desconcentración y descentralización, pues son nociones con
características distintas tal como lo veremos en el punto siguiente.

Un ejemplo de desconcentración es la figura de los CPC que existen en


distintos barrios de la ciudad, allí el Intendente Municipal con el objeto de
lograr mayor inmediatez con los problemas de los vecinos cuenta con
funcionarios a quienes por el mayor conocimiento de la situación
particular del lugar, se le ha delegado atribuciones a fin de obtener
soluciones a los distintos problemas con mayor rapidez, eficacia y
eficiencia, aunque no podemos desconocer que sus competencias se
encuentran aún muy limitadas.

Centralización y descentralización
Centralizar importa asumir la totalidad de las decisiones en los órganos
superiores de la organización, en tanto que la atribución de personalidad
jurídica a un organismo estatal al cual se le asignan funciones y
competencias ya existentes, constituye un presupuesto de la
descentralización administrativa.

Al crearse una nueva persona jurídica, la descentralización importa la


existencia de relaciones interadministrativas entre los órganos de la
administración, sin perder por supuesto el control de tutela sobre el nuevo
órgano.
El ente descentralizado no integra la Administración central, posee
autoridades y presupuesto propio y un estatuto que le da origen, funciones
y competencias.

Un tema no menor es el atinente a la creación de la entidad


descentralizada y fundamentalmente cual es el órgano competente para
ello. Antiguamente existieron posturas que señalaban que la creación
debía ser por ley del Congreso y otras que consideraban que debía ser por
Decreto del ejecutivo por cuanto este como máximo responsable de la
Administración Pública debía ser quien las creara, pero en la actualidad la
doctrina nacional ha receptado en forma pacífica la teoría concurrente que
postula que la creación de la entidad descentralizada puede ser realizada
tanto por ley del Congreso o por Decreto del Poder Ejecutivo, pero en
ambos casos las decisiones o actuación del ente descentralizado van a
estar sujetas al control de legalidad de la Administración Central a través
de los recursos previstos en la Ley de Procedimiento Administrativo, pero
reitero que dicho control será sólo de legalidad y no de mérito,
oportunidad y conveniencia del acto administrativo que se dicte.

Podemos encontrar distintos tipos de descentralización, ellos son la


descentralización funcional que comprende no sólo los órganos a los que
se les ha atribuido aun personalidad jurídica distinta de la administración
central, sino que también se le ha asignado cometidos o funciones que
anteriormente no se encontraban reconocidos a los órganos de la
organización central.

El caso típico de la descentralización territorial lo constituye en nuestro


sistema los Municipios, donde su competencia no se extiende más allá del
ámbito geográfico de validez de sus actos administrativos y reglamentos
generales.

Dentro de la descentralización funcional encontramos diversos subtipos


que corresponde señalar, ellos son: las entidades autárquicas, que son
aquellas personas jurídicas públicas estatales que cuentan con
personalidad jurídica propia, se rigen por una norma que les es impuesta,
se administran asimismo conforme la norma que las creo, siempre es
creada por el Estado, el ejemplo típico es el de la Universidades Nacionales.

Un tema muy importante es que en las entidades autárquicas no existe


relación de jerarquía con el poder central, aunque si persiste el control
administrativo o de tutela, pero este control va a alcanzar sólo la
legitimidad o legalidad del acto dictado, en tanto que el control de
oportunidad, mérito o conveniencia no puede realizarse por parte del
órgano central.
También tenemos las empresas del Estado, que cuentan con una
conformación particular, en la que el Estado realiza actividad comercial
normalmente tendiente a la prestación de un servicio público. La
característica de estas ―empresas públicas‖ en que en su actuación puede
ser en relación a sus clientes, de derecho privado y en relación a los
distintos órganos de la Administración e incluso de sus empleados,
encontrarse regido por el derecho público.

Organización Federal, Provincial y


Municipal
Nuestro Estado se encuentra dividido en distintas esferas de poder, que
podemos denominar federal, provincial y Municipal cada uno de los cuales
cuenta con un ámbito de facultades, atribuciones o competencias que les
son propias para poder alcanzar sus fines, como ya sabemos quienes
detentaban originariamente el poder eran las Provincias, quienes han
transferido parte sus facultades a la Nación, se han reservado otras en
forma exclusiva y finalmente existen también facultades concurrentes,
todo lo que se encuentra plasmado en la Constitución Nacional
fundamentalmente en el art. 121, 122, 125 y 75 inc. 18 de la ley
fundamental.

En definitiva, la configuración de las Provincias como entidades autónomas


que actúan en un ámbito de gobierno distinto del poder central constituye
un rasgo típico del sistema federal que rige en nuestro país.

La Constitución Nacional, establece en sus artículos 5°, 121; 122 y 123 los
principios fundamentales que rigen la organización de las Provincias,
quienes como entes autónomos pueden dictarse sus propias leyes, darse
sus propias instituciones, elegir sus propias autoridades y administrar sus
recursos. La única limitación que exige la Constitución Nacional es que
necesariamente deben garantizar la forma representativa y republicana de
gobierno.

A su vez los Municipios también se encuentran reconocidos en la


Constitución Nacional, ya que las Provincias al dictar sus propias
Constituciones deben garantizar las autonomía Municipal conforme lo
establece el art. 123° del C.N, del mismo modo la Corte Suprema de Justicia
de la Nación ha reconocido a partir del caso ―Rivademar c/ Municipalidad
de Rosario‖ que las Municipalidades son organismos de gobierno con
carácter esencial, que tiene un ámbito propio a administrar.
Las Regiones.
A partir de la reforma Constitucional del año 1994 en nuestro país se
reconoce la existencia de la región, así el art. 124° de la Constitución
Nacional convalida la existencia de las regiones y autoriza su creación entre
las Provincias para facilitar el desarrollo económico y social de éstas.

Sin embargo es conveniente remarcar que las regiones que reconoce la


Constitución en modo alguno constituyen un nuevo órgano de poder o de
toma de decisiones, ni mucho menos podrán ejercer por si los poderes que
las Provincias no han delegado a la Nación. Por el contrario las regiones
conforman un puente para que las Provincias cuenten con un órgano por el
cual puedan conseguir los objetivos comunes que van a permitir el
desarrollo de la región en su conjunto.

Estas regiones pueden contar con autoridades que serán quienes


establezcan los lineamientos para la consecución de los fines de la región,
que serán elegidas por las Provincias que la integren, e incluso las
Provincias podrán darle atribuciones a estos órganos.

Sin embargo debe quedar claro que la región, no constituye una forma de
descentralización del poder de las Provincias, sino como dice el Dr. Barrera
Buteler en su obra ―Provincias y Nación, son una instancia de
concertación de políticas entre las Provincias con caracteres e intereses
comunes que les permita coordinar entre si el ejercicio de sus poderes
conservados y concurrentes y éstos con los que ejerce el gobierno federal
en las materias que les afectan.

Agentes públicos. Definición.


El agente o empleado público es toda persona que con su tarea contribuye
o permite que se lleven a cabo los fines o funciones del Estado; estos
agentes para poder acceder a la función pública deben cumplir con los
requisitos exigidos por la normativa (vgr. Nacionalidad, edad, etc.).

Debemos aclarar que en el concepto del término agentes públicos, no


realizamos la distinción entre empleados en general y funcionarios de la
Administración pública, por cuanto el de agentes públicos es un concepto
más amplio que incluye a ambos y evita complicaciones que exceden el
marco del presente trabajo.

Principios constitucionales.
Los principios constitucionales que rigen el empleo público, se encuentran
insertos fundamentalmente en el art. 14 Bis de la C.N., sin duda alguna el
más importante es el derecho a la estabilidad en el cargo de que gozan
empleados del Estado.

La estabilidad de que gozan los agentes públicos ha sido definida por la


doctrina como propio o absoluta, es decir que no procede la desvinculación
con pago de una indemnización, es decir, esta estabilidad sólo se pierde
como sanción por alguna de las causales establecidas en forma expresa y
explicita por la ley objetiva y previa sustanciación de un sumario
administrativo en donde deben respetarse la totalidad de las garantías de
defensa, esta es una de las principales diferencias con los empleados
privados.

Este derecho a la estabilidad tiene por objeto evitar la arbitrariedad del


Estado, pero ésta no se extiende de manera indefinida, ya que cesa por
ejemplo al producirse la jubilación del agente o como dijimos
anteriormente como sanción por la comisión de alguna falta grave.

Este derecho a la estabilidad propia resulta plenamente operativo en


nuestro ordenamiento y así ha sido receptado por la jurisprudencia de los
Tribunales, en este sentido podemos señalar que recientemente la Corte
Suprema de Justicia de la Nación en los casos ―Ruiz‖ y ―Madorrán‖ ha
ratificado este derecho y declarado la inconstitucionalidad de convenios
colectivos de trabajo de los agentes de distintos organismos del Estado,
que autorizaban el despido de los trabajadores por las causales previstas
en la Ley de Contrato de Trabajo por entender que ello violentaba la
estabilidad propia del empleado público que pregona el art. 14 bis de la
CN.

Otros de los principios constitucionales que también rigen la relación de


empleo público, son el acceso a los cargos públicos por concurso, el de
igual remuneración por igual tarea, etc.

Naturaleza de la relación de
empleo público.
A lo largo de la historia podemos decir que la doctrina no ha sido uniforme
al respecto, así en un primer momento la discusión se planteó en si la
relación existente era de derecho público o de derecho privado y superado
este conflicto las dos teorías principales discurren en si se trata de una
relación estatutaria o contractual.

Como breve síntesis de lo ocurrido, podemos decir que primeramente se


consideraba que el empleo público se encontraba regido por el derecho
privado, de este modo surgieron las teorías del mandato, la que fue
criticada porque la misma sólo podía ser aplicada a un número muy
reducido de personas – las que podían representar u obligar a la
Administración – y por cuanto el mandato puede ser revocado en cualquier
momento por el mandante y ello no ocurría con los cargos de los
funcionarios que habían sido elegidos por voluntad popular por el plazo
determinado.

También encontramos la teoría de la locación de servicios, ésta posición


fue criticada por cuanto si bien podía darse esta situación al contratar a
una persona particular para que prestara un servicio por un tema
específico y por un tiempo determinado – v.gr. asesoramiento – ello no
ocurría con la inmensa mayoría de los agentes, además los principios de
este contrato tampoco se compadecen con los de la función administrativa,
en tanto quien presta un servicio no tiene acceso a muchos de los derechos
de los agentes públicos, como podría ser la licencia anual.

Luego podemos citar la locación de obra pero la naturaleza de este


contrato exige que una persona sea contratada para la realización de una
obra determinada y concluida la misma cesa su vinculación con el
contratante, por lo que tampoco representa la situación de los agentes
públicos.

Finalmente dentro de las teorías ius privatistas, existieron quienes


consideraron a esta relación como un contrato de adhesión, por cuanto el
agente no contaba con posibilidad de modificar ninguna de las cláusulas
del contrato y que en todo caso sólo podían modificarlas la Administración.

Superadas las concepciones que situaban la relación en el derecho privado,


pasaremos ahora a conocer cuales han sido las posiciones ius publicitas de
mayor importancia, en primer lugar y como consecuencia de las ideas de
Estado Policía, aparece la teoría según la que éste –el Estado - podía
exigirle a sus súbditos todo lo necesario para el cumplimiento de sus fines.
De este modo se consideró que la relación existente entre la
Administración y sus agentes importaba un acto unilateral del Estado y que
el consentimiento del agente sólo era un reconocimiento de su deber
preexistente de servir.

Luego encontramos la teoría de la relación estatutaria, para la que la


aceptación del cargo por parte del agente no agregaba nada a la relación
ya que la designación es un acto unilateral del Estado, es decir que lo
importante para esta teoría era la designación, esta teoría ha tenido su
nacimiento y aceptación fundamentalmente en Italia.

Por último con el avenimiento del Estado de Derecho apareció la teoría que
consideraba la relación como contractual que es la actualmente predomina
entre los tratadistas y es la que aceptamos aquí también. Para esta teoría
lo importante no sólo es el acto de designación del agente, sino también el
de aceptación por el cual este se compromete a cumplir la función legal y
fielmente. Con lo que aquí existe una clara relación bilateral que es lo que
da inicio al contrato de empleo público.

Ahora, esta relación contractual es innegablemente de derecho público, y


el contrato celebrado es un contrato administrativo, pues reúne todas sus
características propias, en tanto uno de los sujetos es el Estado, su fin es
público y tiene por objeto la satisfacción del intereses públicos y el
cumplimiento de las funciones de la Administración pública y además
existen cláusulas exorbitantes al derecho privado a favor del Estado.

Formación de la relación de
empleo público.
Nacimiento.
Según Marienhoff el ingreso a la función pública puede ser en forma
voluntaria o forzosa y dentro de la primera a su vez regular o irregular.

El ingreso voluntario es el que se realiza con el consentimiento del agente o


administrado que ocupará el cargo o la función correspondiente, el ingreso
regular es el que comúnmente se denomina funcionario o empleado de
jure y el irregular es normalmente, aunque no siempre, el de facto. Por su
parte el ingreso forzoso es aquel que regularmente se encuentra dado por
la ley y que no puede ser eludido por el ciudadano, como por ejemplo la
designación como Presidente de Mesa en una elección popular.

Formas: concurso, selección, sorteo, elección.


El ingreso regular que dijimos que es aquel que reúne todas las exigencias
de la ley, puede verificarse de diversas formas entre las que podemos citar
el concurso, que es el procedimiento de selección generalmente abierto a
todos aquellas personas que reúnan las exigencias de la convocatoria, en
donde el elegido será aquel que demuestre las mejores aptitudes para el
cargo, si bien es la forma de ingreso a la Administración pública que
establece la Constitución Nacional, lamentablemente no es la más
difundida o utilizada.
En segundo término podemos citar la selección, que tiene características
similares al concurso, sólo que se realiza en forma interna entre los agentes
de una determinada dependencia del Estado, a fin de acceder a un cargo
superior que se encuentra vacante.

El sorteo también es mencionado por los tratadistas como una de las


formas de ingreso a la función pública, pero según Marienhoff este no es
un método sino un medio de selección de una persona.

Finalmente encontramos la elección, que puede ser popular directa, y es el


método por el cual es el pueblo quien mediante su voto designa a la
persona que deberá ocupar cierto cargo público por el tiempo que
establezca la ley, vgr. El Presidente de la Nación y popular indirecto cuando
la designación se hace a través de una asamblea que es elegida por el
pueblo.

También existen otros sistemas como el de herencia, compraventa,


arriendo, etc pero mayormente no resultan aplicables en nuestro
ordenamiento o han caído en desuso.

Deberes de los agentes públicos.


Al igual que cualquier cocontratante de la Administración los agentes
públicos en el ejercicio de su tarea o funciones tienen deberes que
observar, los que están íntimamente relacionados con el objeto o
contenido del contrato de empleo público.

Estos deberes se encuentran establecidos estatutariamente y su


inobservancia acarrea sanciones de diversa gravedad que les son aplicadas
a los agentes luego de cumplir el procedimiento fijado por la norma para
ello.

El principal deber es el de cumplir la función, esto es dedicarse al cargo que


se le ha encomendado, verificando en su cumplimiento la totalidad de las
pautas y exigencias del cargo.

Una derivación de este deber es que, en caso de renuncia del agente, éste
debe continuar prestando tareas hasta tanto le sea aceptada su dimisión,
ya que si no lo hace incurre en responsabilidad administrativa, patrimonial
y penal.

En el mismo sentido debe hacer su tarea en el lugar en el que ha sido


designado y no en otro, salvo que su empleador en forma expresa le
notifique que debe concurrir a un nuevo lugar de trabajo.

Otro importante deber que tiene el agente público es del respeto a la


jerarquía, ya que como hemos dicho anteriormente no todos los agentes se
encuentran ubicados en un mismo nivel dentro de la pirámide, sino que se
encuentran subordinados a la jerarquía, y en relación a esta podemos
señalar que se debe respetar esa jerarquía tanto en cuanto a su obligación
de aceptar las indicaciones que se le formulen por sus superiores, lo que
podríamos denominar obediencia y que es considerado por la doctrina
como un deber esencial del agente público, en este sentido la jerarquía
también debe respetarse al dirigirse a sus superiores, ya que su
inobservancia lo hace pasible de sanciones administrativas.

Corresponde detenernos algunos instantes en el deber de obediencia, ya


que cuenta con algunas particularidades, porque si bien la obediencia de
las órdenes de sus superiores por parte de los agentes es la regla, existen
excepciones que no generan responsabilidad administrativa pasible de
sanción para el trabajador.

Así, cuando el agente considere que una orden que se le ha impartido


podría resultar ilegítima tiene la obligación de comunicarle ello a su
superior, y en caso de que este insista con su ejecución debe cumplirla,
esta corriente ha sido denominada teoría de la reiteración.

Luego tenemos la teoría de la legalidad formal, por la que el trabajador


debe cumplir las órdenes que emita su superior, salvo aquellas que no
reúnan los requisitos formales de validez, en caso de que se le insista en su
cumplimiento, debe obedecerla y la responsabilidad recaerá sobre quien la
ha impartido y no sobre el empleado.

Por último, tenemos la teoría de la invalidez manifiesta, que serían las


órdenes impartidas por quien no tenga competencia o las manifiestamente
ilegales, en estos supuestos el agente no tiene que cumplirlas y por
supuesto ello no genera ningún tipo de reproche administrativo a su
persona.

Podríamos señalar también como deberes de los agentes el de urbanidad,


fidelidad y observancia de secreto, dignidad de conducta tanto dentro
como fuera de su lugar de trabajo, respetar el régimen de
incompatibilidades que determine la normativa para cada caso, el deber de
declarar sus actividades de carácter lucrativo, la obligación de denunciar en
caso de que por sus funciones tenga conocimiento de la supuesta comisión
de un hecho ilícito, es decir que estos son los deberes en general de la
totalidad de los empleados pero pueden existir otros específicos que surjan
de los convenios colectivos de trabajo que existan en cada dependencia
Administrativa.
Derechos de los agentes públicos.
Del mismo modo que tienen deberes, los agentes públicos cuentan con un
gran número de derechos en el ejercicio de su función, estos derivan de
diferentes fuentes normativas, así tenemos derechos que emanan
directamente de la Constitución Nacional, de las leyes como por ejemplo la
Ley de Empleo Público y también de las Convenciones Colectivas de
Trabajo que existen en los distintos entes u organismos de la
Administración Pública.

Estos derechos comienzan a gozarse desde el momento mismo en que el


agente inicia el ejercicio de sus funciones y permanecen con él hasta su
desvinculación de la Administración Pública.

Entre los derechos constitucionales, anteriormente ya nos hemos referido


a la mayoría de ellos, siendo el más importante aquel que garantiza la
estabilidad propia del agente, impidiendo que el agente pueda ser privado
de su empleo en forma discrecional.

Este derecho a la estabilidad podríamos decir que es el derecho


fundamental de los agentes públicos, aunque entendemos que este
derecho debería ser atenuado del alguna forma ya que los supuestos de
cesantía y exoneración existentes no resultan suficientes y permiten que se
generen abusos de este derecho de parte de los empleados que se
evidencian fundamentalmente en un incorrecto ejercicio de sus funciones.

Sin embargo no podemos desconocer que esta atenuación del derecho a la


estabilidad que proponemos, no resulta de fácil aplicación y hasta podría
ser peligrosa en un país como el nuestro, ya que tampoco sería saludable
que bajo esta bandera, los gobernantes de turno comenzaran a cesantear
agentes en forma arbitraria e ilegítima para poder designar a aquellos
afines a los funcionarios; pero creemos que debería encontrase algún
método objetivo que permita merituar y controlar debidamente el correcto
desempeño de la tarea del agente exigiendo estándares de calidad,
eficiencia, eficacia y capacidad para continuar en la función, ya que no
podemos ignorar que en el estado actual el mal uso que se da de este
derecho, genera a nuestro entender una grave situación de desigualdad o
injusticia frente el resto de la sociedad y de los trabajadores en particular,
quienes conservar sus empleos debe constantemente demostrar
condiciones y capacidades para el puesto.

Continuando con los derechos, podemos señalar el sueldo, que como ya


sabemos es la suma dineraria que recibe como contraprestación por sus
tareas y tiene como objeto la satisfacción de las necesidades esenciales de
la existencia del trabajador y su familia, de allí que el carácter alimentario
que se le ha dado al sueldo, y la inembargabilidad hasta el porcentaje de
ley. Dentro de este derecho debemos incluir a la retribución justa, que
garantiza la ley y que consiste en que el trabajador debe ser remunerado
de acuerdo a la ubicación que ostenta en el escalafón y de acuerdo a las
funciones que efectivamente desarrolla.

Otro importante derecho es el de la carrera administrativa, que es la


posibilidad que tiene el agente de ascender y progresar dentro de los
distintas clases, grupos y categorías del escalafón, en la medida en que
verifique los requisitos estatutarios, lo que le va a permitir incrementar sus
responsabilidades, haberes, funciones, etc. y que de alguna forma
contribuye a mantener la motivación del agente. Si bien el empleado
privado también tiene derecho a ascender, no debe confundirse ello con la
carrera administrativa, ya que el operario de una fábrica puede haber sido
contratado para realizar una función específica que realizará durante toda
su vida laboral, en tanto que la carrera administrativa permite a los agentes
públicos ir escalando en su posición siempre que verifique el cumplimiento
de las condiciones requeridas para ello.

Por supuesto, los agentes públicos también tienen derecho al descanso,


esto es la serie de licencias o vacaciones que se encuentran previstas en el
ordenamiento, del mismo modo el agente público, también tiene derecho
a agruparse en una asociación gremial que será la encargada de velar por
los derechos del trabajador ante las autoridades de la Administración,
pudiendo ejercer incluso el derecho de huelga que en nuestro país ha sido
reconocido constitucionalmente.

Finalmente también tiene derecho a la jubilación, que es la prestación


periódica y vitalicia que brinda el Estado a quienes han prestado servicios
en la Administración pública.

Responsabilidad de los agentes


Públicos. Definición.
Dentro del ejercicio de la función pública es necesario que para el correcto
desempeño de la Administración los agentes deban responder por los
hechos u omisiones de su accionar que se encuentran reñidos con los
estatutos o normas en general. Ello permite que exista orden y evita que
los agentes puedan con sus inconductas afectar los intereses públicos e
inobservar los deberes que les corresponden.
Clases.
Dependiendo del tipo de conducta contraria al derecho que haya
desplegado el agente, el ordenamiento reconoce distintos tipos de
responsabilidades y sanciones.

Tenemos la responsabilidad penal, que se genera cuando el acto del agente


es un hecho ilícito típico, sancionado por la ley penal.

La responsabilidad civil, es aquella que se deriva de la inobservancia de las


normas civiles por la comisión de delitos o cuasidelitos. Aquí corresponde
señalar que si bien el agente en su obrar puede generar responsabilidad
civil de la Administración ello no obsta que también pueda surgir su propia
responsabilidad civil al producir un daño a la Administración o a un tercero,
debiendo en ambos casos responder civilmente por su conducta.

La responsabilidad política, solamente resulta aplicable a aquellos


funcionarios políticos, en lo supuestos en que su conducta pudiera, luego
de la sustanciación de los procedimientos correspondientes – v.gr. juicio
político de los magistrados, afectar la permanencia en el cargo.

La responsabilidad administrativa, que es la que nos interesa en esta obra,


es la que tiene por objeto sancionar las conductas del agente que lesionan
el buen funcionamiento de la Administración y que se originan en la
inobservancia de los deberes de los agentes públicos en el ejercicio de su
función.

Sanciones: Definición y clasificación.


Las sanciones son los castigos que prevé la normativa para los supuestos en
que los agentes públicos no cumplan o verifiquen en su conducta dentro de
la Administración los deberes que les impone el ordenamiento jurídico
como empleados o funcionarios públicos.

Estas sanciones se encuentran previstas en los estatutos y el sistema


general en el orden nacional surge del Régimen de Investigaciones
Administrativas, Decreto Nº 467/99, donde se encuentran establecidas las
potestades sancionadoras del Estado y los procedimientos
correspondientes para la aplicación de las sanciones para los distintos tipos
de faltas allí previstos.

Las sanciones que puede aplicar la Administración difieren de la gravedad


de la falta que se hubiere cometido, así encontramos, a) El apercibimiento,
que es un llamado de atención al

agente por una falta leve; b) la suspensión, que importa la no presentación


al lugar de trabajo y la pérdida de la remuneración durante el plazo de la
sanción, que puede llegar a extenderse hasta 90 días; c) la multa que es
una sanción de carácter pecuniario y que no importa la imposibilidad de
concurrir a prestar servicios; d) la cesantía, es una de las dos sanciones que
importan la pérdida de la estabilidad del empleo público y determinan la
extinción del contrato, sólo puede ser aplicada después de la sustanciación
de un sumario administrativo en el que se garantice el debido ejercicio del
derecho de defensa. Su aplicación inhabilita al agente por un número
determinado de años para ingresar a la función pública; e) la exoneración,
es la sanción más grave que prevé el ordenamiento y se aplica cuando la
sanción no sólo constituye una falta grave sino también cuando existe un
ilícito penal, por cuanto para su aplicación previamente deberá existir una
sentencia penal condenatoria, normalmente importa la inhabilitación
perpetua para ejercer cargos públicos.

Cargo, categoría y escalafón:


definiciones.
Cargo: es la posición que una persona física ocupa dentro del escalafón,
esté tendrá mayor o menor entidad de acuerdo al lugar en que se
encuentre en la pirámide de jerarquía.

Categoría: son los sucesivos grados en que se subdividen los grupos o


clases que integran el escalafón

Escalafón, podríamos decir que es una norma emitida por el Estado y/o
que surge de un CCT que tiene por objeto regular los cargos, categorías,
clases, funciones, sueldos, condiciones para el ascenso, la forma de
encasillar al personal, etc.

Extinción de la relación de empleo


público.
Como todo contrato, el de empleo público puede extinguirse por diversos
motivos algunos de ellas que podríamos denominar normales o también
por circunstancias excepcionales, podríamos citar las siguientes:

• Renuncia, cuando el agente realiza una manifestación de voluntad


por la que pretende poner fin a la relación. Hemos dicho
anteriormente que en este supuesto no puede dejar de prestar
funciones hasta tanto esta le sea aceptada, ya que en caso contrario
hará abandone de funciones pudiendo generarse en su perjuicio
responsabilidad disciplinaria, patrimonial y penal.
• Vencimiento del plazo, que es la forma de extinguir aquellos cargos
electivos que cuenta con un plazo legal de duración.

• Inhabilitación penal, en aquellos casos en que un agente público sea


condenado penalmente por un hecho ilícito cometidos por su
función o con motivo de la misma, el juez puede condenarlo
además de la pena privativa de la libertad a la inhabilitación para
ejercer cargos públicos lo que genera en forma automática la
extinción de la relación.

• Jubilación del agente, que es la forma normal de concluir la relación


al verificarse los requisitos de edad y prestación de servicios
durante un plazo determinado que requiere la ley para el acceso a
este beneficio.

Como hemos señalado anteriormente el contrato de empleo público


también se puede extinguir por la aplicación de las sanciones disciplinarias
de cesantía y exoneración y por supuesto por fallecimiento del agente.

El funcionario de facto y el
usurpador.
El funcionario de facto es aquel que ha ingresado a la Administración en
forma irregular por no reunir la totalidad de los requisitos que exige el
ordenamiento para la designación, v.gr. no reunir las condiciones legales,
designado mediante acto inválido, etc. es decir que es lo contrario a lo que
anteriormente dijimos que es el funcionario o agente ingresado
regularmente a la Administración.

En tanto que el usurpador, es aquel que llega al cargo por voluntad propia,
generalmente ejerciendo dolo o violencia, y que en consecuencia su objeto
no es la satisfacción del interés general sino el suyo propio.
Bibliografías de referencia

Avalos, E., Buteler, A. & Massimino, L. (2014). Derecho administrativo. Tomo I.


Córdoba: Alveroni.

Gordillo, A. (1997 – 2000). Tratado de Derecho Administrativo, 4 Tomos. (4ta Ed.).


Buenos Aires: Fundación de Derecho Administrativo.

Comadira, J. (2003). El acto administrativo. Buenos Aires: Lexis-Nexis.

Farrando (h.), I y otros. (2000). Manual de Derecho Administrativo. Buenos Aires:


Depalma.

Hutchinson, T. Régimen de Procedimientos Administrativos - Ley 19.549. Buenos Aires:


Astrea.
Situación jurídico
subjetiva

Derecho
Administrativo
Situación jurídico subjetiva
Derecho subjetivo, interés legítimo e
interés simple:
Escapa al objeto de este trabajo el estudio particularizado del tema de la
capacidad del administrado en la relación jurídica administrativa. Sin
embargo, vinculado no ya con la capacidad sino con la situación que
ostenta o puede ostentar el administrado en dicha relación.

La distinción entre los conceptos de derecho subjetivo e interés legítimo e


incluso, una tercera categoría, el interés simple, sobre cuya dilucidación ha
debatido muchísimo la doctrina administrativa sin arribar a una
conformidad y claridad plena con relación a estos conceptos.

La situación es un concepto dinámico, que da idea de actividad, actual o


potencial. Se trata de la posibilidad de actuación, o esta actuación
concreta, que tiene el administrado, capaz para ser sujeto de la relación
jurídica administrativa, en el seno de esta relación. Mientras que la
capacidad regula las condiciones necesarias para ser admitido como sujeto
en la relación administrativa, la situación contempla el estado en que se
encuentra el sujeto dentro de esa relación.

La situación jurídica del administrado en el seno de la relación ius


administrativa, presenta según la doctrina dominante, dos categorías: el
administrado titular de un derecho subjetivo o titular de un interés
legítimo.

Linares sostiene que derecho subjetivo es "la libertad o facultad jurídica de


señorío de un sujeto, de exigir o no exigir, administrar y disponer, como
titular, acerca de la prestación puesta a cargo del sujeto obligado, por una
norma jurídica". Caracteriza a esta "facultad de señorío" constituir una
"facultad de un titular diferenciado, de exigir o no a alguien, como sujeto
obligado diferenciado, una prestación diferenciada". En estas condiciones
nos encontramos frente a un derecho subjetivo.

A diferencia del derecho subjetivo, el interés legítimo "es la facultad de


señorío de un titular no particularizado, sino como integrante de un grupo
de sujetos, diferenciables dentro de la comunidad, que como titulares
pueden exigir a un sujeto obligado, que es el Estado, ciertas calidades de
legitimidad de los actos administrativos, de sus órganos, incluso por
acciones o recursos judiciales".

Fiorini destaca como fundamento del derecho subjetivo al orden normativo


y la situación jurídica: "el derecho subjetivo existe donde el derecho crea la
posibilidad de que éste exista como norma y como situación jurídica".

Así, el derecho subjetivo responde a una situación normativa, pudiendo


distinguirse "como una imputación normativa o una situación particular
dentro del orden jurídico".

Por consiguiente, el derecho subjetivo se presenta siempre. .. "como una


imputación a favor de una situación jurídica determinada, creadora de
relaciones jurídica es "una pertenencia a favor exclusivamente del titular".
Según Fiorini, "esta exclusividad es la nota determinante que individualiza
el derecho subjetivo".

Esta es la diferencia con el interés legítimo. Aquí "desaparece el dato de


exclusividad", de la situación jurídica excluyente, que queda "sustituida por
otra distinta que se manifiesta concurrente y coincidente".

Dice Fiorini: "Lo exclusivo e individual de la situación subjetiva se cambia


por lo concurrente y colectivo del denominado interés legítimo. No hay en
éste un titular personal ni tampoco un único beneficiario, sino hay varios y
dispersos. El beneficiario en el interés legítimo tiene la exigencia de que se
cumpla la normna general, pues en forma indirecta, satisface su interés,
aunque al mismo tiempo puedan beneficiarse calificamos de legítimo
"porque se reconoce a un sujeto la posibilidad de exigir el cumplimiento de
la norma que amparaba una disponibilidad colectiva".

La distinción entre derecho subjetivo e interés legítimo tienen


importantísimos efectos prácticos, fundamentalmente en orden a la
protección jurídica del administrado, tanto en lo que hace a las
pretensiones que puede esgrimir contra la Administración, como en cuanto
a la vía Judicial y/o administrativa) y especie de procedimiento que puede
emplear para hacer valer dicha pretensión.

Los criterios de distinción desarrollados por los autores enumerados en los


párrafos a legítimo recibe una consideración o un rango de inferior
jerarquía que el derecho subjetivo.

En definitiva, si el derecho subjetivo se tiene en exclusivo interés de su


titular y el interés legítimo, por el contrario, en beneficio de la comunidad,
o del interés público y además (sólo además) en beneficio concurrente del
titular, es lógico que desde la perspectiva del administrado y dentro de una
consideración individualista del Derecho Administrativo, el primero reciba
un grado de protección jurídica más perfecta e intensa que el segundo.
En general se admite que el titular de un derecho subjetivo "puede
reclamar el reconocimiento del tanto ante la propia; Administración como
ante la Justicia; si la Administración no le reconoce su derecho, él puede
demandada judicialmente al efecto (reclamando en cualquiera de las dos
vías) no sólo la extinción del acto sino también el otorgamiento de las
indemnizaciones pertinentes por los daños que tal acto le haya
ocasionado".

A diferencia de lo que ocurre con el titular de un derecho subjetivo, el


titular de un interés legítimo sólo puede reclamar "ante la propia
administración, en el orden nacional, y sólo puede pedido ante la justicia
en algunos casos limitados en aquellas provincias, como la de Córdoba, que
han instituido un recurso especial al efecto, el llamado" recurso de
ilegitimidad", de "anulación", o "por exceso de poder". Por la anulación del
acto según sea el caso, no puede pedir que se le indemnicen daños y
perjuicios; por fin, cuando existe protección judicial del interés legítimo, el
procedimiento es generalmente diverso del que se sigue para la protección
del derecho subjetivo".

Fácil es advertir las perjudiciales consecuencias que esta doctrina -basada


en la distinción entre derecho subjetivo e interés legítimo- acarrea para la
protección jurídica del administrado. En este sentido, puede analizarse lo
que ocurre en los procedimientos de selección del contratista estatal.

En estos casos se sostiene que el oferente sólo goza de un interés legítimo -


en términos generales, a que el procedimiento se desarrolle de
conformidad con las normas que lo regulan- mientras que sólo el
adjudicatario es titular de un derecho subjetivo.

En estas condiciones no sólo el oferente se encontrará con una distinta vía


procesal para accionar ante la justicia –o aún, sin posibilidad de accionar
ante el Poder Judicial, como se sostiene, creo que erróneamente, que
ocurre en jurisdicción nacional- sino que podrá verse sometido a un
verdadero estado de indefensión frente a un actuar irregular de la
Administración Pública, cuando ésta vulnere su "interés legítimo" durante
la sustanciación de un determinado procedimiento de selección.

Imaginemos que en una licitación pública las ofertas de dos licitadores se


encuentran en exacta paridad de condiciones, difiriendo sólo en que la
oferta A es más barata que la oferta B. En estas condiciones no cabe duda
que la adjudicación debería beneficiar al oferente A. Sin embargo, ya
producida la apertura de las ofertas e incluso evacuado el dictamen de la
comisión de adjudicación, la licitante autoriza exclusivamente al oferente B
a mejorar su precio permitiendo que éste modifique su oferta, rebajando el
valor de esta y otorgando condiciones financieras que la conviertan en más
conveniente que la oferta A. En estas condiciones, la oferta B es la que
resulta beneficiada con la adjudicación.

Evidentemente, la Administración licitante violó, en ese caso hipotético, el


principio de igualdad o concurrencia en el procedimiento licitario y, sin
duda, las normas concretas que regulaban esa determinada licitación, por
tal motivo, el oferente A, afectado en su interés legítimo plantea un
recurso administrativo reclamando la revocación del acto que autorizó a la
mejora de oferta y del que decidió la posterior adjudicación, pero este
recurso es rechazado.

Habilitada la instancia procesal administrativa (suponiendo que se admita


la acción judicial de quien sólo puede alegar agravio en un interés legítimo)
el oferente A promueve la acción de anulación, en la que resulta vencedor,
declarando el órgano judicial la nulidad de aquellos actos administrativos.

Pero desde la interposición del recurso administrativo hasta la sentencia


definitiva transcurrieron (suponiendo una celeridad espacialísima en ambas
sedes) 18 meses. En el ínterin, el oferente B, ya contratista, ejecutó su
contrato y cobró su precio.

Lógicamente nadie puede pretender que la Administración demuela la


obra pública o se deshaga de las cosas suministradas (que seguramente ya
estarán consumidas) para brindarle la oportunidad al administrado
agraviado de resultar adjudicatario en un nuevo procedimiento de
selección, para celebrar un contrato que, en ese momento, carece de
objeto.

Por consiguiente, de acuerdo con los principios generales en materia de


responsabilidad del Estado por actos administrativos, la Administración
debería indemnizar a quien hemos identificado como el oferente A por los
daños y perjuicios sufridos. Pero el oferente A sólo es titular de un interés
legítimo, lo que no da lugar a la indemnización de daños y perjuicios, sino
sólo a la anulación del acto viciado.

Al oferente A sólo le quedará el consuelo de leer la sentencia que le ha


reconocido su razón. En realidad, es el desconsuelo, ya que este resultado
es una inmoralidad y no una satisfacción moral; una derrota del derecho, y
no su victoria.

Crítica a la distinción entre derecho


subjetivo e interés legítimo.
De acuerdo a lo detallado en párrafos anteriores las distintas doctrinas que
pretenden explicar la distinción entre derecho subjetivo e interés legítimo,
giran alrededor de dos ideas básicas y complementarias: el interés -público
o privado que se busca proteger y la situación de exclusividad o
concurrencia del administrado que se encuentra facultado para invocar en
su beneficio tal interés.

Alguna posición doctrinaria analizará lo antes expuesto desde la


perspectiva de la utilidad garantizada; otra, según la categoría de las
normas que garantizan ese interés o utilidad (normas de acción y normas
de relación); finalmente, y con distintos matices, muchos autores centran
su análisis en si el interés protegido, o la facultad de señorío, o el poder
confiado al particular, es exclusivo o contempla una situación de
concurrencia con otros administrados, siendo esto consecuencia del
carácter privado o público del interés en cuestión.

Sin embargo, en el campo del Derecho Administrativo, la utilidad


garantizada, o bien, el interés que se busca realizar- es siempre el interés
público, de tal manera que los intereses privados sólo recibirán tutela
jurídica en la medida que no contradigan las exigencias del Bien Común,
siempre con sumisión a los postulados del llamado Estado de Derecho

El interés simple, intereses difusos y


derechos de incidencia colectiva:
En el interés simple, el administrado en cuestión no sufre ningún perjuicio
sobre su derecho a la justa distribución del Bien Común, en la parte que a
él le corresponde. Precisamente, en este caso, entre este concreto
administrado y la Administración Pública no se ha entablado ningún vínculo
jurídico; no existe relación de justicia distributiva que haya sido
quebrantada.

La incorrecta conducta de la Administración Pública (que bien puede ser un


proceder contrario al orden jurídico) sin perjuicio de -quizás- perjudicar
concretamente a otro u otros administrados, no se dirige contra el simple
denunciante, ni siquiera de manera indirecta.

Por ello, quien no pueda alegar un perjuicio actual o potencial, derivado de


la conducta administrativa, no se encontrará habilitado para ser parte de
un recurso administrativo o en una acción judicial. Sin embargo, como es
de interés de la parte de la salud del todo, es decir, como interesa a todo
ciudadano consciente el correcto cumplimiento de las obligaciones de
quien administra al cuerpo social, la costumbre o bien la legislación
administrativa, acuerdan al administrado el derecho de denunciar esa
conducta perjudicial para el Bien Común. En este caso se afirma que el
administrado es titular de un "interés simple" que lo habilita a efectuar tal
denuncia, llamada "mera denuncia".
Es posible afirmar que el administrado tiene el derecho de efectuar la mera
denuncia (por eso corresponde utilizar la expresión "titular" de un interés
simple) ya que existe la correlativa obligación de la Administración Pública
de recibida, aunque no necesariamente de tramitada ya que como el
Administrado no adquiere la condición de "parte" en el procedimiento
administrativo, la Administración no se encuentra obligada a otorga de
vista de las actuaciones, ni a dictar el acto administrativo definitivo, ni, en
su caso, notificado al denunciante.

No sólo porque el denunciante no adquiere la calidad de parte, sino que la


falta de obligación de tramitar tal denuncia surge de la propia naturaleza
del instituto. En definitiva, serán los propios mecanismos de control de la
Administración Pública los que examinarán y valorarán la conducta
denunciada, independientemente de la existencia de dicha denuncia. Por
ello corresponde el supuesto analizado -"mera denuncia" - de la "denuncia
de ilegitimidad" contemplada en el art. 1°, inc. e) apartado.6) de la ley de
Procedimientos Administrativos Nº 19.549: "Una vez vencidos los plazos
establecidos para interponer recursos se perderá el derecho para
articulados; ello no obstante a órgano que hubiera debido resolver el
recurso, salvo que éste dispusiere lo perjuicio del problema que presenta la
interpretación de esta norma en cuanto a si la Administración debe recibir
el recurso presentado fuera de plazo, como denuncia de ilegitimidad,
cuando no existan en contrario motivos de seguridad jurídica o que no se
hayan excedido "razonables pautas temporales", lo cierto es que el
administrado, en este caso, precisa ser titular (continuando con la
terminología tradicional) de un derecho subjetivo o interés legítimo, ya que
debía encontrarse habilitado para ser recurrente (arg. art. 74 del decreto
175.9/72).

Además, una vez admitida por la Administración la denuncia de


ilegitimidad, no cabe duda que debe otorgarle a ésta el trámite del recurso
que hubiere correspondido de haber sido presentado en término. De lo
contrario, la norma antes transcripta carecería de sentido práctico.

Hay casos excepcionales en los que se autoriza la acción y el recurso por


parte del titular de un interés simple. En estos casos la acción y el recurso
son "públicos", ya que se "legitima a cualquier administrado para impugnar
un acto administrativo". Son casos de excepción, justificados por razones
muy especiales que no contradicen lo afirmado.

En cuanto a intereses difusos y derecho de incidencia colectiva se


encuentran reconocidos en el texto constitucional, mencionando —a título
ejemplificativo— en la primera parte del segundo párrafo del art. 43:
derecho a la no discriminación, al medio ambiente, a la competencia, al
usuario y al consumidor. En efecto, la cláusula final que incluye “a los
derechos de incidencia colectiva en general” es, a texto expreso e
inequívoco, genérica. En otras palabras, lo principal y más general del
segundo párrafo es el final de la frase, no su comienzo.

La lectura del segundo párrafo del art. 43 es entonces ―Podrán interponer


esta acción en lo relativo a los derechos de incidencia colectiva en general,
[tales como, a título enunciativo] [a] cualquier forma de discriminación, a
los derechos que protegen al ambiente, al usuario y al consumidor.‖ Por lo
tanto comprende todo el capítulo segundo dedicado a ―Nuevos derechos
y garantías,‖ pues de ello se trata: de derechos de este alcance genérico,
más los que surgen de los tratados de derechos humanos previstos en el
art. 75 inc. 22.

Tenemos con ellos una doble remisión e inclusión en el art. 43: todos los
derechos de incidencia colectiva de los Art. establece que todas las
autoridades (por ende tanto legislativas como administrativas y en su
defecto judiciales), deben proveer lo necesario al ―control de los
monopolios naturales y legales.‖

En esto la Constitución está a tono con los nuevos supranacionales del


derecho administrativo europeo, que son precisamente el ―derecho de la
competencia‖ o competition law, dentro del cual se encuadran el control
de los monopolios, la prohibición de abuso de posición dominante, la
prohibición de determinadas ayudas estatales, etc.

Ya no se trata de la vieja legislación antimonopólica ni de la nueva


legislación de abuso de poder dominante en el mercado. Aunque no haya
abuso de poder dominante, el monopolio vuelve a ser una figura que
genera por sí, constitucionalmente, la defensa de los usuarios y
consumidores.

Este es el derecho constitucional que debe aplicarse, más allá de las


opiniones personales que puedan sustentarse; no parece sin embargo una
solución prima facie irrazonable, habida cuenta que la internacionalización
de la economía está produciendo una progresiva concentración de
capitales ello se traslada a la sociedad.

Otra variante del mismo principio es la excesiva onerosidad del contrato en


relación a los usuarios y también el principio de la ecuación económico
financiera del contrato: esa equivalencia honesta o relación razonable no
solamente puede verse afectada en perjuicio del contratante, con el
consiguiente reajuste en más del contrato, sino también en perjuicio del
Estado o la sociedad, como ocurre precisamente cuando las ganancias son
irrazonables o excesivas, caso en el cual corresponde el reajuste en menos.

Ambas situaciones repercuten directamente sobre la sociedad de usuarios


y contribuyentes, creando el interrogante de la legitimación para
impugnarlos cuando son ilegales o inconstitucionales.
Si existe una ganancia irrazonable o incausada debe no solamente
rebajarse la tarifa sino sobre todo devolverse a los usuarios lo cobrado de
más.

En España, en lugar de extender el concepto de interés legítimo a los


supuestos de intereses difusos, como es el caso del medio ambiente y la
reparación del daño ambiental, recurren a la figura de la acción pública,
obteniendo el mismo resultado a través de una acción diferenciada.

De todas maneras la tutela judicial que garantiza la Constitución española


lo es tanto del derecho subjetivo como del interés legítimo. En nuestro
derecho, antes de la reforma constitucional, se alzaban algunas voces
contra la ampliación de la tutela judicial, pero es una posición insusceptible
de ser mantenida luego de la reforma constitucional de 1994.

Las normas administrativas han comenzado a reconocer, indistintamente,


―a los particulares, grupos de ellos...,‖ lo cual también reconoce en ese
nivel normativo, dicha legitimación colectiva, máxime que la norma dice
procurar ―sinergias positivas.‖ Incluso cuando el ordenamiento
constitucional reconoce en forma amplia la legitimación por los derechos
de incidencia colectiva, en los primeros años de la reforma constitucional
su aplicación fue limitada.

El detonante fueron las múltiples lesiones a los millones de usuarios


telefónicos, que llevaron a miles de amparos iguales y por ende al
convencimiento material de que eso carecía de sentido y de utilidad
práctica no solamente para los justiciables sino también para la justicia.

La CSJN rechazó algunos de esos planteos, que en consecuencia tramitaron


por ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, por privación
de justicia. En cualquier caso, la jurisprudencia federal de los demás
tribunales fue afirmando cada vez con más fuerza esa legitimación,
llegando —en un círculo completo— virtualmente al principio del pretor
romano, enunciado al comienzo de este capítulo y ahora consagrado en la
Constitución.
Bibliografías de referencia

Avalos, E., Buteler, A. & Massimino, L. (2014). Derecho administrativo. Tomo I.


Córdoba: Alveroni.

Gordillo, A. (1997 – 2000). Tratado de Derecho Administrativo, 4 Tomos. (4ta Ed.).


Buenos Aires: Fundación de Derecho Administrativo.

Comadira, J. (2003). El acto administrativo. Buenos Aires: Lexis-Nexis.

Farrando (h.), I y otros. (2000). Manual de Derecho Administrativo. Buenos Aires:


Depalma.

Hutchinson, T. Régimen de Procedimientos Administrativos - Ley 19.549. Buenos Aires:


Astrea.
El Derecho
Administrativo

Derecho
Administrativo
El Derecho Administrativo
Sostenemos que el derecho Administrativo, como regulación jurídica
aplicable a la relación entre el estado y la Administración del estado y el
ciudadano sin límite alguno para la Administración del Estado, existe desde
la creación del primer estado antiguo, creciendo la regulación de esta
materia en estados con una importante organización estatal como el
romano.

A diferencia de lo que manifestamos en el párrafo anterior García de


Entrerría y Tomás Ramón Fernández entienden que el nacimiento del
derecho Administrativo tuvo lugar con el Advenimiento de la revolución
Francesa. Estos autores reconocen el alumbramiento del derecho
administrativo con el advenimiento del estado de derecho.

Una concepción diferente ha aportado Santamaría Pastor, quien señala


que el primer dato de su existencia puede hallarse antes de la revolución
francesa, y su nacimiento tiene como causa el conflicto mantenido entre el
emperador alemán y los príncipes territoriales.

Concepciones de derecho
administrativo:
En la primera etapa de desarrollo que tuvo el derecho administrativo se
pudo observar importantes diferencias entre el régimen aplicable en
Inglaterra y el utilizado en Francia, principalmente en materia de división
de poderes y en el tipo de relación entre el derecho administrativo y el
derecho privado.

En materia de división de poderes la concepción inglesa permitió al Poder


Judicial controlar al Poder Ejecutivo, mientras que en Francia se prohibió.
Como en Francia –en virtud del principio de separación de poderes- no
estaba permitido que el poder judicial controlara al ejecutivo, fueron
creados los tribunales administrativos ubicados dentro del poder ejecutivo,
para juzgarlo.

En referencia a la relación entre el derecho administrativo y el derecho


privado el modelo anglosajón reconoció igualdad jurídica entre la
Administración del Estado y el administrado, en consecuencia el derecho
administrativo y el derecho privado se rigen por principios iguales,
mientras que en el modelo francés el derecho administrativo reconoce a la
Administración del estado un conjunto de privilegios –llamados
prerrogativas-que conforman un régimen exorbitante al derecho privado
porque de ser reconocidas las prerrogativas en el derecho privado a un
sujeto de derecho se considerarían nulas o ilegales.

Entre las prerrogativas mencionadas podemos, el carácter ejecutorio de los


actos, reglamentos y contratos; el régimen especial de los bienes del
dominio público; el agotamiento de la vía administrativa; la creación de
tribunales especializados y su carácter revisor, etc.

Concepción adoptada por nuestro país:

El derecho Administrativo de nuestro país tomó claramente la concepción


francesa en cuanto al régimen exorbitante, aunque en materia de división
de poderes no pudo aplicarse esta construcción jurídica como
consecuencia de las limitaciones preestablecidas en la organización
constitucional de nuestro país.

Otra diferencia entre nuestro régimen derecho público y el francés es que


en nuestro país no existe la imposibilidad de juzgamiento del poder
ejecutivo, como consecuencia de lo establecido en nuestra Constitución
Nacional sancionada en 1853.

Como consecuencia de lo establecido en el párrafo anterior el control de


los actos del Poder Ejecutivo no queda reservado a tribunales radicados en
el propio poder ejecutivo -como ocurría en Francia con el Consejo de
Estado- sino que es competencia exclusiva de los tribunales judiciales.

A pesar de las limitaciones señaladas nuestro derecho administrativo –


como dijimos- es muy similar al francés, ya que hay cuestiones que por
jurisprudencia de nuestro máximo tribunal no son justiciables y la función
de los tribunales a la hora de controlar los actos del Poder Ejecutivo es sólo
revisora.

DEFINICIÓN DE DERECHO ADMINISTRATIVO:

Según Gordillo el derecho administrativo se define pues, en primer lugar,


como una disciplina o una rama de la ciencia del derecho. No son
convenientes, en consecuencia, las definiciones que conceptúan al derecho
administrativo como un ―conjunto de normas y de principios de derecho
público, pues hacen prevalecer el carácter normativo antes que el aspecto
cognoscitivo‖.

Definir al derecho administrativo como rama del conocimiento no significa


que deje de usarse la segunda acepción como ―conjunto de normas
positivas,‖ pues la noción de ―derecho‖ recibe casi siempre esa doble
significación; ello no quita que al darse la definición metodológica deba
efectuarse una opción semántica. Así como nadie definiría al derecho civil
como ―el conjunto del Código Civil y sus leyes complementarias,‖ así
tampoco es adecuado definir al derecho administrativo como un
―conjunto de normas y de principios de derecho público.‖

El derecho administrativo hoy puede entenderse como la rama del derecho


público que regula el ejercicio de la función administrativa y su control
judicial posterior. La función administrativa se ejerce teniendo como fin el
bienestar general o el interés público, pero el interés público no es el
interés del estado, sino el de la sociedad.

Es importante entender que el derecho administrativo regula a la función


administrativa con el objeto de que esta se realice conforme al principio de
juridicidad, correspondiendo en caso contrario el control judicial como
remedio ulterior extra-administración.

PRINCIPIOS GENERALES:

Los principios generales del derecho cumplen una función fundamental


para el ordenamiento jurídico, ya que cumplen una función orientadora.
Conforman los elementos fundadores de toda regulación jurídica, porque
para el dictado toda ley, reglamento, acto administrativo se deben analizar
de manera previa los principios generales del derecho que tienen
aplicación sobre la materia que se pretende regular, siendo a veces
necesario elegir entre la preeminencia de uno u otro.

Estos principios en su mayoría tienen origen en la filosofía o el derecho


natural. Podemos mencionar a modo ejemplificativo alguno de ellos: No
dañar al otro, buena fe, no alegar la propia torpeza, no contradicción, etc.

El papel de estos principios en el derecho administrativo es muy


importante porque a diferencia del derecho civil y el derecho comercial
esta rama del derecho carece de las regulaciones normativas necesarias
que permitan una importante aproximación previa a la solución de casos,
se debe apoyar obligatoriamente en la jurisprudencia administrativa y
judicial, doctrina y estos principios generales.
RELACIONES CON OTRAS RAMAS DEL
DERECHO
DERECHO PÚBLICO Y PRIVADO

El derecho público (penal, tributario o fiscal, constitucional, etc.) se


distingue del derecho privado (civil —obligaciones, contratos, sucesiones,
familia—, comercial) en que en el primero se trata de relaciones jurídicas
entre el Estado y los particulares, o entre entes estatales entre sí. Esto es
así al menos en el derecho argentino, donde no hay actividad estatal que
se halle sometida única y exclusivamente a normas de derecho común:
cuando tales normas se aplican al Estado, están siempre modificadas o
interconectadas con normas de derecho público, de forma tal que se
integran al complejo normativo del derecho público.

Ello ha llegado a ser así debido a que, generalmente, toda vez que el
legislador o el juez han considerado una relación jurídica establecida entre
el Estado y otro sujeto de derecho, se han inclinado a dar soluciones
particulares antes que aplicar al pie de la letra la legislación común. Una
consecuencia de esto es que en el derecho público hay a menudo una
relación de subordinación (porque se le confiere al Estado una cierta
superioridad jurídica sobre el particular, un número de atribuciones
superiores a los derechos individuales del habitante), a diferencia del
derecho privado, en que es más frecuente la coordinación: en los sujetos se
encuentran allí en un plano de más igualdad. Esa diferencia de régimen
tiene en parte por raíz sociológica que por lo general tales relaciones
afectan el ―interés público,‖ (―bien común‖), o el ―interés privado,‖
individual, respectivamente. Pero la distinción entre derecho público y
privado no es a priori; no se trata de que las normas de derecho público
tengan una estructura diferente de las del derecho privado, ni que
matemáticamente unas y otras contemplen situaciones de interés general
y de interés individual, sino tan sólo que las leyes que rigen las relaciones
del Estado con los particulares van acumulando prerrogativas y privilegios
para el Estado. Además, algunos de los principios de tales leyes deben
regular situaciones que no se dan sino en el caso del Estado: todo lo
relativo a la organización, funcionamiento y actividad de los poderes
públicos y el control de los servicios públicos monopolizados emplea
principios diversos de los del derecho común.

Esas prerrogativas y disposiciones peculiares constituyen un todo


estructurado y regido por principios propios: las que empiezan siendo
excepciones se tornan norma general y así las reglas del derecho privado se
ven desplazadas por aquéllas. Es lógico independizar metodológicamente a
ese conjunto de principios correlativos y concordantes entre sí, que
resultan discordantes y extraños al derecho privado.

RELACIONES CON EL DERECHO CONSTITUCIONAL

El derecho constitucional se refiere a la estructura fundamental del Estado,


constituyendo la base del ordenamiento administrativo y de las demás
ramas del derecho.

RELACIONES CON EL DERECHO PENAL

El derecho administrativo guarda una estrecha vinculación con el llamado


derecho penal sustantivo en cuanto la Administración requiere de la tutela
represiva para asegurar su eficaz y normal funcionamiento. El denominado
derecho penal disciplinario se fundamenta en la relación de subordinación
que impone el principio de la jerarquía administrativa, es evidente que la
potestad disciplinaria pertenece al derecho público y, no obstante su
contenido sancionatorio y represivo, corresponde al derecho
administrativo.

EL DERECHO FINANCIERO Y TRIBUTARIO


Es un derecho administrativo especial, que estudia esencialmente el
derecho presupuestario, el régimen jurídico de las inversiones y gastos
públicos y su respectivo control, y las normas atinentes a la moneda como
instrumento de cambio sin perjuicio del tratamiento conjunto de estos
problemas con aquellos propios de la Ciencia de las Finanzas, que no
revisten carácter jurídico.

Con respeto al derecho tributario no pierde por ello el carácter de derecho


administrativo especial, cuya autonomía en la enseñanza halla su
fundamento en razones didácticas y prácticas, debido a la complejidad
técnica y extensión que ha asumido actualmente.

RELACIONES CON EL DERECHO PROCESAL


Las relaciones entre el derecho procesal y el derecho administrativo se
manifiestan en tres campos diferentes: a) en el ejercicio de la actividad
jurisdiccional de la Administración donde se aplican numerosas normas y
principios del derecho procesal; b) respecto del procedimiento
administrativo, c) con el derecho procesal administrativo o "contencioso-
administrativo" que es la parte del derecho procesal que regula la
actuación de la Administración en el proceso judicial, es decir, ante órganos
separados e independientes de aquélla, que resuelven controversias con
fuerza de verdad legal.
La conexión existente entre este derecho adjetivo y el derecho
administrativo de fondo o sustantivo es tan grande que ha provocado que
el estudio de su temática y de sus principales instituciones hayan sido
realizados predominantemente por administrativistas, que en su gran
mayoría han integrado también las distintas comisiones que, en el orden
nacional, elaboraron proyectos de códigos en lo contencioso
administrativo.

Por lo común, la aplicación de las normas del derecho procesal al derecho


administrativo ha de realizarse utilizando la técnica de la analogía, que
presupone la adaptación previa de las mismas a los principios que
gobiernan las instituciones del derecho administrativo.

RELACIONES CON EL DERECHO PRIVADO

Ahora bien, como el derecho administrativo posee autonomía, la aplicación


al mismo de las normas del derecho civil se realiza a través del
procedimiento de la analogía que exige realizar una tarea previa de
adaptación a las normas y principios del derecho público.

Así lo ha reconocido la jurisprudencia de la Corte Suprema de Justicia de la


Nación en materia de nulidades al establecer que la aplicación del derecho
civil a situaciones regladas por el derecho administrativo debe efectuarse
"con las discriminaciones impuestas por la naturaleza propia de lo que
constituye la sustancia de esta última disciplina". Lo expuesto es válido
tanto para la analogía en sentido estricto como para la llamada analogía
iuris.

Entre las principales instituciones del derecho civil con las que el derecho
administrativo tiene relaciones de contacto e interferencia pueden
mencionarse: 1) Capacidad de las personas físicas; 2) Personas jurídicas; 3)
Locación de cosas; 4) Dominio privado; 5) Instrumentos públicos; 6)
Prescripción, etcétera.

En lo que concierne a las vinculaciones con el derecho comercial se aplican


los mismos principios enunciados precedentemente, advirtiéndose tanto
una tendencia hacia la intromisión del derecho público en el derecho
comercial (v.gr. en materia de sociedades de participación estatal
mayoritaria) como la utilización de las formas jurídicas mercantiles para
crear entidades de propiedad estatal (ej.: sociedades anónimas.

DERECHO ADMINISTRATIVO Y CIENCIA DE LA ADMINISTRACIÓN

El Derecho Administrativo y la llamada Ciencia de la Administración tienen


en común el estudio de la actividad que se desarrolla en los entes y
órganos del Estado que realizan, en forma predominante, actividades que,
desde un punto de vista material, pueden calificarse como administrativas.
Pero mientras se estima como propio al derecho administrativo el estudio
de los aspectos jurídicos de la Administración Pública (organización, de sus
actos y contratos, dominio público, etc.), pertenece al ámbito de la Ciencia
de la Administración el análisis no jurídico de dicho fenómeno. No hay aún
acuerdo en la doctrina con respecto a la autonomía e importancia que
caracteriza a la Ciencia de la Administración, particularmente en lo relativo
a la posición jurídica con las demás ciencias y a los límites que la separan
del derecho administrativo.

En realidad, en cuanto postula el estudio de la eficacia y fines de la


actividad de la Administración Pública, el contenido de la Ciencia de la
Administración no puede dejar de corresponder a la Ciencia Política.

Las normas y principios que son objeto de estudio por parte del derecho
administrativo no forman, según ya hemos dicho, un verdadero sistema
coherente, sino tan solo un conjunto de normas jurídicas positivas, de
principios de derecho público y de reglas jurisprudenciales,
frecuentemente asistemáticas. En ello juega un papel preponderante la
doctrina, que en nuestro país arrastra una inexplicable tendencia a
favorecer las teorías cesaristas y no las que enfatizan el control judicial,
parlamentario o por entes o autoridades independientes.

A diferencia de otras ramas del derecho positivo, no se halla ésta


completamente legislada y por ello debe recurrirse frecuentemente a
elaboraciones jurisprudenciales o a principios constitucionales o de
derecho supranacional para configurar una institución de derecho
administrativo: eso lo torna bastante impreciso, muy librado a
disquisiciones, contradicciones y oscuridades doctrinarias, arbitrariedades
de los órganos administrativos cuando los jueces no imponen en tiempo
oportuno la protección de la persona humana; a evoluciones e
involuciones.

Fuentes del Derecho


Administrativo
Porque por "fuentes" del derecho, y en particular del derecho
administrativo, deben entenderse los diversos orígenes posibles de las
normas y principios que interesan al derecho administrativo, tengan o no
eficacia normativa expresamente establecida.

En materia de "fuentes", todas las ramas del derecho tienen un fondo


común: constitución, ley, doctrina científica, etcétera; es decir, las fuentes
de todas esas ramas son, por principio, las fuentes generales del derecho.
Eso mismo ocurre con el derecho administrativo. Pero éste, aparte de las
fuentes generales o comunes, tiene algunas fuentes específicas, como los
reglamentos administrativos, de gran importancia cuantitativa, o como los
actos y contratos administrativos, etcétera. Los lugares de donde brota la
regla jurídica administrativa, constituyen, pues, las fuentes del derecho
administrativo, que, según quedó expresado, pueden ser generales o
específicas.

De manera que cuando se estudian las fuentes del derecho administrativo,


todo se reduce a deducir de las reglas generales de las fuentes del derecho
lo que tenga importancia especial en derecho administrativo.

La clasificación de las fuentes del derecho, en general, y del derecho


administrativo, en particular, ha sido objeto de los más variados y extraños
criterios. Muchos de éstos son simplemente caprichosos o arbitrarios.

La clasificación que tiene más aceptación, por su sencillez y claridad, es la


que divide las fuentes en directas e indirectas, inmediatas y mediatas. Las
mediatas también pueden llamarse "subsidiarias". Es la clasificación que
adoptaré en la presente obra. Pero las dificultades aparecen cuando las
distintas especies de fuentes deben ser referidas a esa clasificación y
encuadradas en ella. ¿Cuáles de dichas fuentes específicas son "directas" o
"indirectas"; cuáles "inmediatas" o "mediatas"? He ahí la cuestión. Entre
los autores hay grandes discrepancias al respecto.

Al referirme a cada una de las distintas fuentes en particular, indicaré su


carácter como tal, expresando el motivo de ello.

Son fuentes directas las basadas en normas jurídicas positivas; verbigracia:


Constitución, leyes (formales y materiales, incluidos los "reglamentos"
administrativos), los tratados, la analogía y, además, los principios
generales del derecho, pues gran parte de estos últimos surgen del
ordenamiento jurídico general del Estado. También corresponde incluir a la
"jurisprudencia" judicial (se forma mediante sentencia de los tribunales) y
administrativa (se forma mediante los dictámenes que emite la
Procuración del Tesoro o Fiscalía de Estado, según como esté organizado
en cada estado), ya que, como lo advertiré en el lugar respectivo, debe
colocársele en el mismo plano jurídico que a los reglamentos de ejecución.

Son fuentes indirectas las que no se basan en normas o textos positivos;


por ejemplo, la doctrina, que actúa como elemento primordial en la
elaboración de la jurisprudencia e incluso de la ley. En cuanto a los
"contratos" y a los "actos administrativos individuales".

Entre las fuentes directas algunas son "inmediatas": Constitución, leyes


(formales y materiales), tratados; otras son "mediatas" o "subsidiarias":
analogía, principios generales del derecho y jurisprudencia, pues sólo ha de
recurrirse a ellas cuando falte el texto legal expreso.
El sistema jurídico está constituido por una serie de grados. Ello determina
entre las normas jurídicas una verdadera jerarquía o un sistema de
prelación entre las diversas fuentes del derecho.

Hablar de jerarquía de las fuentes implica "establecer el orden de


aplicabilidad de las normas jurídicas al caso concreto y el criterio para
solucionar las contradictorias prescripciones que se encuentren en normas
de distinto rango". También se ha dicho que el orden de prelación de las
fuentes del derecho administrativo, implica establecer la preferencia con
que corresponderá aplicar unas fuentes respecto de otras, o, en otras
palabras, el mayor o menor valor que jurídica y legalmente es posible
asignar a unas en relación con las demás.

Los autores, en general, suelen establecer el orden jerárquico entre las


diversas fuentes del derecho. En concreto, ese orden jerárquico depende
de cada ordenamiento jurídico.

En su mérito, entre nosotros el orden jerárquico de las fuentes del derecho


administrativo es el siguiente:

a) Constitución Nacional.

b) Leyes dictadas en consecuencia de la Constitución.

c) Tratados con potencias extranjeras.

d) Reglamentos administrativos.

e) Analogía.

f) Principios generales del derecho.

g) Jurisprudencia.

h) Doctrina científica.

En cuanto al orden jerárquico que, como fuentes jurídicas, les corresponda


al "contrato" y al "acto administrativo individual", en el parágrafo
pertinente me referiré a ello.

Es común decir que, en el orden jurídico, la ley está siempre en un plano


superior al reglamento. Sin embargo, un reglamento del Ejecutivo puede
ser superior a la ley. Ello ocurrirá cuando se trate de un reglamento
"autónomo", es decir, dictado en ejecución directa de potestades
constitucionales del Ejecutivo, y cuando la ley en cuestión haya estatuido
sobre materias que la Constitución le atribuye exclusivamente al Ejecutivo,
con lo cual la ley formal habría penetrado indebidamente en la zona de
"reserva de la administración". Verbigracia: creación por "ley" de una
entidad autárquica institucional, referente a una materia administrativa
puesta exclusivamente por la Constitución a cargo del Ejecutivo; si en tales
supuestos el Ejecutivo dicta un "reglamento" contrario a esa ley, la
primacía jerárquica o la preferente aplicación le corresponderá al
reglamento y no a la ley.
Bibliografías de referencia

Avalos, E., Buteler, A. & Massimino, L. (2014). Derecho administrativo. Tomo I.


Córdoba: Alveroni.

Gordillo, A. (1997 – 2000). Tratado de Derecho Administrativo, 4 Tomos. (4ta Ed.).


Buenos Aires: Fundación de Derecho Administrativo.

Comadira, J. (2003). El acto administrativo. Buenos Aires: Lexis-Nexis.

Farrando (h.), I y otros. (2000). Manual de Derecho Administrativo. Buenos Aires:


Depalma.

Hutchinson, T. Régimen de Procedimientos Administrativos - Ley 19.549. Buenos Aires:


Astrea.
Elementos y
requisitos del acto
administrativo

Derecho
Administrativo
Elementos y requisitos del
acto administrativo
Conforme al principio de separación de poderes tal cual lo plasmado por la
teoría de Montesquieu, debemos distinguir el Poder Legislativo, del Ejecutivo y
del Judicial. No obstante lo cual, como es sabido, tal división de poderes no es
tajante sino que estamos ante un solo poder con distribución de funciones en
diversos órganos del Estado.

En la actualidad se acepta entonces que la actividad de la administración o


actividad administrativa concebida desde el punto de vista material u objetivo,
y no desde un criterio subjetivo, puede ser ejercida por los distintos poderes u
órganos del Estado no siendo de ejercicio exclusivo por parte del Poder
Ejecutivo.

Siguiendo a Villegas Basavilbaso se puede definir a la función administrativa


como “una de las funciones del Estado que tiene por objeto la satisfacción
directa e inmediata de las necesidades colectivas por actos concretos, dentro
del orden jurídico y de acuerdo con los fines de la ley”.

La actividad administrativa del Estado se exterioriza de diversas maneras, dicha


actividad puede diferenciarse entre otros criterios por el ámbito de vigencia de
los actos que emanan de la misma diferenciándose así los actos administrativos
de los actos de la administración.

Son administrativos aquellos cuyos efectos trascienden el ámbito de la


administración pública y repercuten o pueden tener incidencia respecto de los
administrados, por el contrario se consideran actos de la administración
aquellos cuyos efectos se agotan en el orden interno de la administración
resaltándose entre otros las circulares, instrucciones y reglamentos internos.

A su vez la actividad administrativa puede diferenciarse según nos encontremos


frente a actos de gobierno o políticos o de actos denominados institucionales.
Radicando la importancia de esta última distinción en el alcance o grado de
control judicial que podrá ejercerse sobre tales actos.

También se distingue la actividad de la administración según la naturaleza de la


función que la administración está ejerciendo clasificándose la actividad según
este criterio en activa, consultiva, de control o jurisdiccional.

Por otra parte la actividad de la administración puede exteriorizarse por medio


de actos o de hechos. Los hechos constituyen un evento, un acontecimiento,
un suceso, una situación. Cuando al hecho se atribuye una consecuencia
jurídica se constituyen en hechos jurídicos.

Así el Código Civil y Comercial define en el Art. 257 al hecho jurídico El hecho
jurídico es el acontecimiento que, conforme al ordenamiento jurídico, produce
el nacimiento, modificación o extinción de relaciones o situaciones jurídicas.

Hecho jurídico es, por tanto, cualquier evento al que el derecho le asigna una
consecuencia jurídica.

Así puede resaltarse como una diferencia fundamental entre hecho y acto a la
circunstancia de que mientras el primero es un simple acontecimiento, el
segundo consiste en una declaración de voluntad.

El hecho administrativo es un comportamiento mientras que el acto implica


una declaración de voluntad que va a producir efectos jurídicos directos.

Los hechos son operaciones materiales ejecutadas en ejercicio de la función


administrativa y pueden ser jurídicos o no jurídicos.

Son hechos jurídicos cuando se les atribuye una consecuencia jurídica, cuando
produciéndose traen aparejado el nacimiento de efectos jurídicos. Un hecho no
contemplado por el derecho no es un hecho jurídico.1

Los hechos jurídicos pueden clasificarse en naturales y humanos, según el


acontecimiento se produzca conforme a las leyes de la naturaleza o consista en
la conducta de cierta persona. Resaltando que para el derecho administrativo
tienen importancia tanto los hechos naturales como los humanos con
relevancia jurídica.

Los hechos humanos con relevancia jurídica pueden ser administrativos,


corresponden al comportamiento material de la administración. El ejemplo
clásico de hecho humano con relevancia jurídica es el silencio de la
administración, silencio al que se atribuye un efecto jurídico determinado.

Por otra parte dentro de los hechos humanos es necesario hacer referencia a
las Vías de Hecho, resaltando que estas se diferencian del hecho jurídico en
tanto son esencialmente ilícitas, se oponen a las vías de derecho y requieren la
intervención de un funcionario o agente público cuyo comportamiento se
opone al orden jurídico vigente.

Conforme a lo señalado por Marienhoff1 puede definirse a las vías de hecho


administrativas como la violación al principio de legalidad por la acción material
de un funcionario o empleado de la administración pública.

1Marienhoff: Tratado de Derecho Administrativo, Tomo II. Pág. 204.


Dentro de los hechos naturales con trascendencia para el derecho
administrativo se ubican principalmente el tiempo, el espacio, el peso, la
medida etc.

Centraremos el análisis ahora en el acto administrativo, una de las


modalidades por las que la administración exterioriza su voluntad teniendo
como característica principal el hecho de que tales actos tienen la capacidad de
producir efectos jurídicos respecto de los terceros particulares o administrados.
Tal exteriorización o manifestación de voluntad y los efectos jurídicos hacia el
exterior de la administración es lo que caracteriza al acto administrativo como
acto jurídico diferenciándolo del acto de administración cuya eficacia se agota
en lo interno.

Existen numerosas definiciones de acto administrativo pudiendo señalarse


entre otras la definición desarrollada por Marienhoff, quien señala que por acto
administrativo ha de entenderse a la declaración, disposición o decisión de la
autoridad estatal en ejercicio de sus propias funciones administrativas,
productora de un efecto jurídico.

Por otra parte señala Manuel María Diez: Es una declaración unilateral y
concreta del órgano ejecutivo que produce efectos jurídicos directos e
inmediatos.

De las conceptualizaciones de acto administrativo otorgadas por estos autores


pueden rescatarse diferencias que nos permitirán advertir algunas
disquisiciones doctrinarias respecto del instituto en estudio.

Así se ha discutido arduamente respecto del sujeto que emite la declaración,


respecto de si tal declaración solo proviene de la autoridad estatal genérica o
ampliamente considerada o si proviene únicamente del órgano ejecutivo. Y
yendo más allá, si pueden emitir actos administrativos todos aquellos sujetos
que ejerzan funciones administrativas, incluidos los entes privados,
administración pública en sentido material o si solo deben considerarse como
administrativos a los actos emitidos por la administración pública en sentido
orgánico, es decir como el conjunto de órganos que integran los distintos
poderes del estado.

Se discute también si la declaración o acto es solo unilateral o si existen actos


administrativos bilaterales. Si el acto administrativo es solamente concreto o
puede serlo también en general incluyendo dentro de estos últimos a los
reglamentos.

Existe consenso respecto de que acto administrativo constituye una declaración


de voluntad productora de efectos jurídicos directos e inmediatos y que como
tal debe encuadrarse dentro del concepto de acto jurídico diferenciándose así
del hecho jurídico como operación material de la administración.
También pueden considerarse superadas las tendencias que limitan como
sujeto emisor del acto administrativo a la administración pública y más aún sólo
al Poder Ejecutivo; en la actualidad se considera acto administrativo a todo
aquel emanado de sujetos en uso de funciones administrativas, tomando la
definición de administración pública desde el punto de vista material u objetivo
y de ningún modo en su aspecto subjetivo u orgánico.

De este modo se admite que no solo puede haber función administrativa y en


consecuencia actos administrativos en la actividad del Poder Ejecutivo sino
también en el Legislativo y Judicial.

Más aún se admite la emisión de actos administrativos por personas jurídicas


públicas no estatales tales como colegios profesionales y por personas jurídicas
privadas en ejercicio de potestades públicas tales como los concesionarios de
servicios públicos.

Así se enrola en esta tendencia la Ley Provincial de Procedimiento


Administrativo Nº 5350 (t.o. L.6658) que en su artículo 1° señala: “Se regulará
por las normas de esta Ley, el procedimiento para obtener una decisión o una
prestación de la Administración en la Provincia de Córdoba, y el de producción
de sus actos administrativos. Será, en consecuencia, aplicable con relación a la
actividad jurídico-pública de los Poderes Legislativo, Ejecutivo o Judicial del
Estado Provincial, del Tribunal de Cuentas de la Provincia; de las entidades
descentralizadas autárquicas y de cualquier otro órgano o ente dotado de
potestad pública y que actúe en ejercicio de la función administrativa, incluso
los entes de carácter público o privado cuando ejerzan por delegación legal
aquella potestad, con excepción de las normas, procedimientos y organismos
previstos en materia tributaria para los que serán de aplicación supletoria”.

Continuando con la conceptualización del Acto administrativo entraremos al


análisis de la cuestión respecto de si el acto administrativo solo puede ser
unilateral o si puede aceptarse la existencia de actos administrativos
bilaterales. Así parte de la doctrina entiende que el acto administrativo solo
puede ser unilateral, que su emanación y contenido se deben a una sola
voluntad, la voluntad de la administración pública. Siendo que el acto
administrativo bilateral es aquel cuya emanación o contenido se deben a dos
voluntades coincidentes la de la administración pública y del administrado. En
este marco el acto administrativo puede considerarse bilateral sea porque la
manifestación de voluntad del particular administrado se hace necesaria en el
proceso de formación del acto administrativo, a través de una petición por
ejemplo, o porque son bilaterales en cuanto al alcance de los efectos jurídicos o
consecuencias del acto, siendo el caso por ejemplo de los contratos
administrativos.

Señala Marienhoff, que quienes no reconocen la existencia del acto


administrativo bilateral lo hacen porque le quitan valor o trascendencia a la
voluntad del administrado, a la que en ciertos casos, consideran causa del acto,
pero no presupuesto del mismo para su formación; o sostienen que la voluntad
del administrado solo vale como requisito de eficacia pero sin integrar el acto.
Sin embargo, la voluntad no es un elemento del acto sino un presupuesto
básico de su existencia.

Por el contrario cuando el acto puede ser emitido sin el pedido, consentimiento
o manifestación alguna del particular administrado, dicho acto es unilateral.
Como ejemplo de tales actos pueden mencionarse la imposición de una multa,
un llamado a licitación, la declaración de emergencia en una determinada zona
etc.

Dentro de los actos administrativos bilaterales, en los que voluntad del


particular administrado se hace necesaria tanto en el proceso de formación del
acto como en cuanto a los efectos o consecuencias del acto, podemos
conceptualizar al contrato administrativo.

Conforme a nuestro código civil y comercial, artículo 957: “Contrato es el acto


jurídico mediante el cual dos o más partes manifiestan su consentimiento para
crear, regular, modificar, transferir o extinguir relaciones jurídicas
patrimoniales.”.

A su vez, el artículo 959 dispone efecto vinculante del contrato. Todo contrato
válidamente celebrado es obligatorio para las partes. Su contenido sólo puede
ser modificado o extinguido por acuerdo de partes o en los supuestos en que la
ley lo prevé.

Sabemos que la administración pública es la función del estado que consiste en


una actividad concreta y continuada, que tiene por objeto satisfacer en forma
directa e inmediata las necesidades colectivas y el logro de los fines del Estado,
dentro del orden jurídico establecido y con arreglo a éste.

En cumplimiento de esta actividad la administración pública dicta actos


unilaterales, actos generados exclusivamente por la actuación de la voluntad
administrativa y actos administrativos.

Pero para alcanzar la más alta y eficaz gestión la administración debe participar
en la celebración de actos plurilaterales, originándose así verdaderas
convenciones, en la cuales participan distintos órganos de la administración, o
en las que ésta se vincula directamente con los particulares.

Los contratos administrativos se generan cuando la administración llama al


acuerdo a los particulares, dándose lugar así a un acto de voluntad común por
el cual ambas partes reglan sus derechos y obligaciones.

Sin ánimo de agotar el tema y solo a efectos de arribar a la conceptualización


de los contratos administrativos como actos administrativos bilaterales
haremos referencia a que es la Corte Suprema de Justicia de la Nación a través
de diversos fallos la que ha otorgado las bases o presupuestos para definir al
contrato administrativo.

La Corte ha señalado cuales son los distintos elementos que nos permiten
advertir que estamos ante un contrato administrativo, sostiene que los
elementos especiales del contrato administrativo son: “Una de las partes es una
persona jurídica estatal, su objeto está constituido por un fin público o propio
de la administración y que llevan insertas explícita o implícitamente cláusulas
exorbitantes de derecho privado”. (Conforme lo señalado en Dulcamara La Ley,
1990-E, 311).

Con posterioridad la Corte también admite que la finalidad pública puede


actuar como elemento característico autónomo del contrato administrativo en
el caso OCA c. Secretaría de inteligencia del Estado de la Presidencia de la
Nación.

Analizaremos ahora la discusión doctrinaria respecto de si debe considerarse


acto administrativo solo al acto concreto o particular o si puede serlo también
el dictado en general. Si puede considerarse acto administrativo a aquel de
contenido general, dictado para regir situaciones de hecho indeterminadas y
repetibles o si solo debe entenderse por acto administrativo al emitido con
efectos jurídicos respecto de una situación de hecho único e individualizada.

Para una parte de la doctrina el acto administrativo solo puede ser concreto,
encuadrando dentro de esta categoría a todos aquellos que tengan alcance
sobre situación particular o individual como así también a los que se refieran a
un grupo determinado de personas. Se denominan así a los actos que no se
incorporan con vocación de permanencia al ordenamiento jurídico sino que se
agotan en su cumplimiento inmediato. Puede citarse como ejemplo a un acto
administrativo que pase a retiro obligatorio a una o varias personas, a un acto
que tenga por objeto el llamado a una licitación pública etc.

Para otra parte de la doctrina el acto administrativo puede ser de alcance


general destinado a regular conductas no solo del administrado sino también
de la administración, dictados para regir situaciones de hecho indeterminadas y
repetibles y en este marco se encuadran los reglamentos.

Señala Marienhoff, “Se entiende que acto administrativo es general cuando la


declaración que lo constituye mira abstractamente a una pluralidad de
personas o casos indeterminados o indeterminables. Se entiende que es
especial o individual si la declaración mira a una o más personas o casos
individualmente determinados o determinables”.

Si se admite que el acto administrativo puede surgir como consecuencia tanto


de una declaración concreta como general hay que remarcar que conforme al
régimen normativo vigente existen diferencias en cuanto a distintos aspectos
que rigen a ambas modalidades de expresión de la voluntad administrativa.

En este sentido el art. 11 del Decreto Ley 19549 establece que los actos
administrativos de alcance particular adquieren eficacia a partir de su
notificación a diferencia del reglamento que la adquiere a partir de su
publicación. Por lo cual para que el acto administrativo adquiera uno de los
caracteres que hacen que el mismo pueda considerarse perfecto, esto es el de
la eficacia, se hace necesario el conocimiento cierto para los actos de alcance
particular, bastando del presunto o ficto para los de alcance general.

Otro de los aspectos diferenciales se dan respecto a la estabilidad del acto


administrativo regular, que imposibilita su revocación en sede administrativa
sin responsabilidad para la administración, cuando del acto han nacido
derechos subjetivos para los particulares, no rigiendo dicho principio de
estabilidad para los actos de alcance general o reglamentos que pueden ser
derogados y/o modificados por la administración, ya que nadie tiene derecho al
mantenimiento de las normas.

Por otra parte se sostiene que existe una cuestión de jerarquía normativa del
acto administrativo particular respecto del general, ya que el primero se
encuentra subordinado y a los principios y normas establecidos por el
reglamento.

Existen a su vez una serie de diferencias en cuanto al régimen de impugnación


de ambos tipos de actos, las que serán analizadas oportunamente.

Clasificación de los Actos Administrativos:

Se han efectuado diferentes clasificaciones del acto administrativo, no


existiendo un criterio uniforme.

Sin ánimo de agotar el tema podemos clasificarlos conforme:

1) A la estructura del acto o sujetos intervinientes: actos unilaterales y


bilaterales o en actos simples, complejos o colectivos.

En este marco los actos administrativos serán unilaterales o bilaterales


según que para su formación sea necesario la voluntad de uno o más
sujetos.

Por otra parte el acto administrativo se considera simple cuando para su


formación es suficiente la declaración de voluntad de un órgano
administrativo, un solo sujeto de derecho. El Complejo en tanto es el
que surge de la voluntad concurrente de varios órganos o sujetos
administrativos, siendo característica a su vez de esta tipología el hecho
de que las voluntades no permanecen autónomas sino que se funden en
una sola voluntad; cuestión esta última que lo diferencia de los actos
colectivos donde las voluntades se unen en una sola declaración pero
permaneciendo jurídicamente autónomas.

2) Al alcance del acto en relación a las personas: actos generales o


individuales. Tal como se analizó supra el acto administrativo general y,
dentro de esta categoría el reglamento tiene como objeto la producción
de efectos jurídicos respecto de todas las personas
indeterminadamente, a diferencia del acto administrativo individual que
se refiere a una o varias personas determinadas o determinables.

3) Al ámbito de actuación del Estado: Actos administrativos o Civiles. Actos


de Imperio o de gestión.

El origen de esta distinción radica en la aptitud o capacidad del Estado


para actuar tanto en el campo del derecho público como en el campo
del derecho privado, en razón del ámbito o esfera jurídica en que esta
actúe. Así cuando la administración emite un acto en ejercicio de sus
atribuciones o competencias de derecho público estaremos ante un
acto administrativo en tanto cuando la administración actúa en la esfera
del derecho privado sus actos serán catalogados como actos civiles de la
administración.

4) Por la índole de la actividad de la administración: Actos reglados o


Discrecionales.

Más allá del hecho de que la actividad de la administración siempre


debe subsumirse al ordenamiento jurídico la distinción que se analiza
parte del margen de libertad que las reglas de derecho dejan en el caso
concreto al órgano administrativo en la emisión de un determinado
acto.

Así el acto administrativo se considera reglado cuando la actuación de la


administración se encuentra estrictamente vinculada a una norma que
regla y predetermina la conducta administrativa. Por el contrario
podemos hablar de actos discrecionales de la administración cuando
esta actúa con mayor libertad, cuando la decisión a adoptar en el caso
concreto no se encuentra predeterminada obligatoriamente para la
administración sino que esta se encuentra facultada para apreciar y
valorar los hechos y realizar un juicio de oportunidad y conveniencia.
Elementos y requisitos del acto administrativo:

Para que el acto administrativo sea válido debe reunir una serie de elementos o
requisitos establecidos por la ley, la ausencia de alguno de estos elementos
ocasionará la existencia de vicios que afectarán la validez del acto en cuestión.

Pueden distinguirse dos clases de elementos, los esenciales y los accidentales o


eventuales, los primeros no pueden faltar deben presentarse inexcusablemente
para que el acto sea perfecto en tanto los elementos accidentales pueden o no
presentarse en un acto administrativo sin que su ausencia influya en la validez o
eficacia del acto.

Doctrinariamente no existe una coincidencia absoluta respecto a cuales son los


elementos esenciales del acto administrativo ni tampoco respecto del alcance
que debe otorgarse a cada uno de ellos, no obstante lo cual habrá que atenerse
a lo que establezca el régimen legal aplicable en el caso concreto sin perder de
vista que carácter local del derecho administrativo.

Dentro de los elementos esenciales podemos mencionar: La Competencia -


sujeto para algunos autores-, la causa, el objeto o contenido, la forma, la
motivación y la finalidad.

Al hablar de competencia nos referimos a la atribución del órgano emisor para


dictar el acto administrativo. Solo el órgano a quien se otorgan legalmente
determinadas atribuciones o facultades sea desde el punto de vista material,
territorial o de grado podrá emitir válidamente un acto administrativo.

Para algunos autores este elemento debe denominarse Sujeto, ya que si


estamos ante un acto administrativo de carácter bilateral es necesario
considerar la intervención del administrado o particular y no solo de la
administración pública.

El acto entonces debe ser dictado por un órgano competente caso contrario se
encontrará viciado, esta competencia debe surgir de la constitución o de ley
formal o material.

A su vez debe atenderse al hecho de que la administración pública expresa su


voluntad a través de personas físicas, funcionarios o agentes públicos los que a
su vez deben ser capaces conforme a las normas del derecho privado.

Este elemento del acto se encuentra regulado por el artículo 3 de la Ley


Provincial de Procedimiento Administrativo el cual establece lo siguiente: “La
competencia de los órganos administrativos será la establecida por la
Constitución de la Provincia, las leyes orgánicas administrativas y los
reglamentos que dicten el Poder Ejecutivo y las Entidades Autárquicas, cuando
estuvieren facultadas. La competencia es irrenunciable e improrrogable y será
ejercida por los órganos administrativos que la tengan atribuida, salvo los casos
de delegación, sustitución o avocación previstos por las disposiciones
normativas pertinentes”.

A nivel nacional también se encuentra expresamente reglado por el artículo 3


del Decreto Ley 19.549 cuando fija: Competencia del órgano. La competencia
de los órganos administrativos será la que resulte, según los casos de la
Constitución Nacional, de las leyes y de los reglamentos dictados en su
consecuencia. Su ejercicio constituye una obligación de la autoridad o del
órgano correspondiente y es improrrogable, a menos que la delegación o
sustitución estuvieren expresamente autorizadas; la avocación será procedente
a menos que una norma expresa disponga lo contrario.

Al establecer que la competencia debe surgir de la constitución, de la ley o de


reglamentos se enrolan ambas normas en la teoría que postula que solo se
admite la competencia expresa, aquella expresamente establecida por las
normas y no la permisión amplia en el sentido de que el órgano sería
competente no solo en lo expresamente autorizado sino también en lo
implícito o tácito.

El Objeto o contenido, otro de los elementos esenciales del acto, se define


como lo que el acto preceptúa, lo que el acto dispone o resuelve
concretamente.

A su vez como requisitos del objeto el mismo debe ser lícito en virtud del
principio de legalidad que exige a la administración obrar de conformidad al
orden jurídico vigente, cierto lo que permitirá determinar con exactitud los
alcances del acto y física y jurídicamente posible.

Los caracteres señalados coinciden con los preceptuados por el art. 279 del
Código Civil y Comercial para el objeto de los actos jurídicos, a su vez se
establecen expresamente por el art. 7 inc. c) de la ley nacional de
procedimiento administrativo.

El objeto del acto jurídico no debe ser un hecho imposible o prohibido por la
ley, contrario a la moral, a las buenas costumbres, al orden público o lesivo de
los derechos ajenos o de la dignidad humana. Tampoco puede ser un bien que
por un motivo especial se haya prohibido que lo sea.

Otro de los elementos esenciales del acto administrativo lo constituye la Causa,


entendida como los antecedentes de hecho o de derecho que justifican la
emisión del acto.

Así ha sido definida por la legislación nacional cuando el artículo 7 inc.) b) de la


Ley 19.549 expresa: Deberá sustentarse en los hechos y antecedentes que le
sirvan de causa y en el derecho aplicable.
Debe diferenciarse de la motivación o razones manifestadas por la
administración como justificantes de la emisión del acto, expresión o
constancia de que la causa existe que se encuentran materializados en los
considerandos del acto administrativo.

A través de la motivación se hace conocer la causa o el fin del acto, las razones
por las cuales se emite una determinada decisión administrativa.

Este requisito surge del artículo 7 inc. e) de la Ley Nacional de Procedimiento


administrativo cuando expresamente establece: “Deberá ser motivado,
expresándose en forma concreta las razones que inducen a emitir el acto
consignando además los recaudos indicados en el inciso b) del presente
artículo”.

Por otra parte la ley provincial (L.N° 5350 t.o Ley 6658) en su artículo 98
establece: “Todo acto administrativo final deberá ser motivado, y contendrá
una relación de hechos y fundamentos de derecho, cuando: a) decida sobre
derechos subjetivos; b) resuelva recursos; c) se separe del criterio seguido en
actuaciones precedentes, o del dictamen de órganos consultivos”.

Conforme lo señala Marienhof, “La motivación del acto administrativo consiste


en la exposición de los motivos que indujeron a la administración a la emisión
del acto. (…) La motivación no consiste en los motivos del acto sino en la
expresión de estos”.

El autor reseñado así como otros administrativistas consideran que la


motivación no constituyen un elemento autónomo del acto sino que integra
algún otro elemento como el contenido u objeto del acto o el elemento forma.

En relación al elemento forma puede decirse que la importancia de este


elemento del acto dependerá de lo que establezca la norma aplicable en cada
caso respecto del modo en que debe exteriorizarse la voluntad de la
administración. Este elemento debe analizarse en relación a la validez misma
del acto, ya que si el ordenamiento aplicable establece una determinada
formalidad para la existencia del acto, la misma es una forma esencial y no
podrá ser inobservada. En tanto si nos encontramos ante una forma no esencial
su inobservancia puede no viciar el acto.

En el orden local lo atinente a la forma se encuentra regulado por los artículos


94 y siguientes de la Ley de Procedimiento administrativo.

Estableciendo que: “Los actos administrativos se producirán o consignarán por


escrito cuando su naturaleza o circunstancias no exijan o permitan otra forma
más adecuada de expresión y constancia.

En los casos en que los órganos administrativos ejerzan su competencia en


forma verbal, y no se trate de resoluciones, la constancia escrita del acto,
cuando sea necesaria, se efectuará y firmará por el órgano inferior que la reciba
oralmente, expresando en la comunicación del mismo la autoridad de que
procede, mediante la fórmula "Por orden de...".

Si se tratare de resoluciones, el titular de la competencia deberá autorizar con


su firma una relación de las que haya dictado en forma verbal, con expresión de
su contenido”.

A su vez establece que formalidades para los actos emanados del Gobernador,
fijando que los actos que emanen del Gobernador de la Provincia adoptarán la
fórmula de Decreto, cuando dispongan sobre situaciones particulares o se trate
de reglamentos que produzcan efectos jurídicos dentro y fuera de la
Administración.

En tanto cuando su eficacia sea para la Administración interna, podrán


producirse en forma de resoluciones, disposiciones circulares, instrucciones u
órdenes.

Para los actos emanados de otros órganos establece que se producirán en


todos los casos en la forma de resolución o disposición, o la que la ley especial
les haya fijado.

Por otra parte la Legislación Nacional establece en su artículo 8 que: “El acto
administrativo se manifestará expresamente y por escrito; indicará el lugar y
fecha en que se lo dicta y contendrá la firma de la autoridad que lo emite; sólo
por excepción y si las circunstancias lo permitieren podrá utilizarse una forma
distinta”.

Algunos autores consideran que la publicidad o notificación a los particulares


interesados constituye un aspecto del elemento forma. En este punto es
necesario resaltar que tales requisitos hacen a la eficacia del acto
administrativo, ya que un acto administrativo plenamente válido no será eficaz
hasta tanto se publique o comunique a los interesados.

Con respecto a este aspecto las normas aplicables son claras y no son
necesarias mayores consideraciones. En el orden provincial la ley de
procedimiento administrativo establece que las notificaciones ordenadas en
actuaciones administrativas deberán contener la pertinente motivación del
acto y el texto íntegro de su parte resolutiva, con la expresión de su carátula y
numeración correspondiente, y se dirigirán al domicilio constituido o, en su
defecto, al domicilio real (Artículo 54).

Las notificaciones se realizarán: personalmente en el expediente; firmando el


interesado ante la autoridad administrativa, previa justificación de identidad y
con entrega de copia íntegra del acto notificado; mediante cédula; o por
cualquier otro medio que permita tener constancia de la fecha de recepción, y
de la identidad del acto notificado. Cuando en la localidad donde se domicilia la
persona a notificar no hubiera oficina de correos, la diligencia respectiva se
encomendará a la autoridad policial que corresponda.

Establece, a su vez, que los actos que deben notificarse son las resoluciones de
carácter definitivo, los emplazamientos, citaciones, apertura a prueba, y las
providencias que confieran vista o traslado o decidan alguna cuestión
planteada por el interesado.

Respecto de los Decretos y resoluciones de alcance general, se considerarán


conocidos desde el día de su publicación, salvo que hubiesen sido comunicados
con anterioridad por otro medio.

Establece expresamente respecto de la eficacia del acto administrativo, que su


ejecución quedará demorada cuando así lo exija el contenido del acto o esté
supeditado a su notificación, publicación o aprobación superior. (Art. 100).

Otro elemento esencial del acto administrativo es la finalidad. Es sabido que la


actividad de la administración debe tender a la satisfacción del interés público,
por lo cual la finalidad del acto administrativo debe estar siempre de
conformidad a dicho interés.

La finalidad constituye la razón que justifica la emisión del acto. El acto no


puede perseguir una finalidad individual o distinta del bien común, en este caso
nos encontraríamos ante un acto viciado por desviación de poder.

El artículo 7 Inc. F) de la ley 19.549 sobre este requisito establece: “Habrá de


cumplirse con la finalidad que resulte de las normas que otorgan las facultades
pertinentes del órgano emisor, sin poder perseguir encubiertamente otros
fines, públicos o privados, distintos de los que justifican el acto, su causa y
objeto. Las medidas que el acto involucre deben ser proporcionalmente
adecuadas a aquella finalidad”.

En el orden local el artículo 93 in fine establece: “El contenido de los actos se


ajustará a lo dispuesto en el ordenamiento jurídico y será adecuado a los fines
de aquellos”.

Tal como se señaló precedentemente el acto administrativo además de los


elementos esenciales para su existencia y configuración puede incluir
elementos accidentales o accesorios. Pueden definirse como aquellos
elementos que sin ser necesarios para la existencia del acto administrativo, sin
los cuales el acto es perfecto (valido y eficaz) son incluidos en el mismo por
decisión de las partes, teniendo por efecto la posibilidad de ampliar o restringir
los efectos jurídicos del acto.

Son elementos accidentales o accesorios, el término, la condición y el modo,


siendo aplicable a estos las nociones conceptuales otorgadas por el derecho
privado.
EL silencio como manifestación de voluntad:

La voluntad de la administración puede manifestarse expresa o tácitamente. La


expresión tacita de la voluntad administrativa se configura principalmente a
través del silencio de la administración.

Para que se configure la manifestación tacita de la voluntad administrativa por


silencio es necesario que el ordenamiento jurídico aplicable otorgue al silencio
una determinada consecuencia jurídica.

En principio hay que señalar que el silencio se configura cuando la


administración ante la existencia de una petición o situación en la que tiene el
deber de expedirse se mantiene inerte, en una actitud pasiva sin pronunciarse
afirmativa o negativamente.

Ante esta posibilidad el orden jurídico positivo le atribuye al silencio un


determinado significado, el que puede ser positivo o negativo. El silencio valdrá
como expresión tacita de la voluntad solo en el supuesto de que una norma
jurídica le otorgue un determinado efecto jurídico.

El efecto que la norma atribuye al silencio es una presunción legal y tiene como
principal objetivo la posibilidad de controlar judicialmente la actividad
administrativa.

En general las normas establecen que el silencio debe interpretarse en sentido


negativo y solo en supuestos excepcionales se da la situación contraria de
establecer que ante el silencio de la administración debe considerarse una
respuesta afirmativa.

Tanto la normativa nacional como la provincial establecen que el silencio de la


administración frente a una actuación que requiera de pronunciamiento
expreso debe interpretarse en sentido negativo cumplidos determinados plazos
y condiciones.

Surge del artículo 10 de la Ley nacional que: “El silencio o la ambigüedad de la


Administración frente a pretensiones que requieran de ella un pronunciamiento
concreto, se interpretarán como negativa.

Sólo mediando disposición expresa podrá acordarse al silencio sentido positivo.

Si las normas especiales no previeren un plazo determinado para el


pronunciamiento, éste no podrá exceder de 60 días. Vencido el plazo que
corresponda, el interesado requerirá pronto despacho y si transcurrieren otros
30 días sin producirse dicha resolución, se considerará que hay silencio de la
Administración”.

Por su parte la Ley Provincial en el artículo 69 establece la Presunción de


resolución denegatoria en los siguientes términos: “Vencido el plazo previsto
por el artículo 67 inc. f), se presumirá la existencia de resolución denegatoria”.
Bibliografías de referencia
Avalos, E., Buteler, A. & Massimino, L. (2014). Derecho administrativo. Tomo I.
Córdoba: Alveroni.

Gordillo, A. (1997 – 2000). Tratado de Derecho Administrativo, 4 Tomos. (4ta Ed.).


Buenos Aires: Fundación de Derecho Administrativo.

Comadira, J. (2003). El acto administrativo. Buenos Aires: Lexis-Nexis.

Farrando (h.), I y otros. (2000). Manual de Derecho Administrativo. Buenos Aires:


Depalma.

Hutchinson, T. Régimen de Procedimientos Administrativos - Ley 19.549. Buenos Aires:


Astrea.
Caracteres del acto
administrativo

Derecho
Administrativo
Caracteres del acto
administrativo
Caracteres de los actos administrativos: el principio de legitimidad y la
ejecutoriedad del acto.

El principio de legitimidad del acto administrativo tiene como efecto jurídico el


hecho de hacer presumir que todo acto emanado de la administración ha sido
dictado conforme a las normas jurídicas vigentes.

Hace a la presunción del obrar sublegal y conforme al orden jurídico de la


administración pública, tiene como principal objetivo el de impedir la
obstaculización de la actuación administrativa. El Estado se vería imposibilitado
prácticamente de efectivizar su actuación, tendiente a la concreción de los fines
públicos, si ante una determinada impugnación se viera obligado a hacer
declarar judicialmente la validez de una determinada decisión como condición
previa para exigir su cumplimiento.

En consecuencia todo acto dictado en ejercicio de función administrativa se


presume legítimo pudiendo ser revisado judicialmente a pedido de parte, por lo
cual la nulidad del acto administrativo no puede ser declarada de oficio sino
que la misma debe alegarse y probarse.

Esta presunción se encuentra expresamente prevista por el artículo 12 de la Ley


Nacional en los siguientes términos: “El acto administrativo goza de presunción
de legitimidad …”.

Por otra parte la Ejecutoriedad como carácter del acto administrativo significa
que la propia administración tiene la potestad de hacerlo efectivo o ponerlo en
práctica por sí misma. No debe confundirse con la ejecutividad entendida como
la posibilidad de exigir el cumplimiento.

Este carácter también está previsto también por el artículo 12 de la Ley


Nacional: “… su fuerza ejecutoria faculta a la Administración a ponerlo en
práctica por sus propios medios -a menos que la ley o la naturaleza del acto
exigieren la intervención judicial- e impide que los recursos que interpongan los
administrados suspendan su ejecución y efectos, salvo que una norma expresa
establezca lo contrario”.

Por su parte la legislación provincial establece: Los actos administrativos tienen


la eficacia obligatoria propia de su ejecutividad, y acuerdan la posibilidad de
una acción directa coactiva como medio de asegurar su cumplimiento.
Producirán efectos desde la fecha en que se dicten, salvo que en ellos se
disponga otra cosa.
La ejecución quedará demorada cuando así lo exija el contenido del acto o esté
supeditado a su notificación, publicación o aprobación superior.

La ejecutoriedad del acto ha sido diferenciada en propia e impropia, siendo la


primera aquella en la que la administración con sus propios medios pone el
acto en práctica en tanto la ejecutoriedad impropia implica la ejecución a cargo
del órgano judicial a instancias de la administración.
Bibliografías de referencia

Avalos, E., Buteler, A. & Massimino, L. (2014). Derecho administrativo. Tomo I.


Córdoba: Alveroni.

Gordillo, A. (1997 – 2000). Tratado de Derecho Administrativo, 4 Tomos. (4ta Ed.).


Buenos Aires: Fundación de Derecho Administrativo.

Comadira, J. (2003). El acto administrativo. Buenos Aires: Lexis-Nexis.

Farrando (h.), I y otros. (2000). Manual de Derecho Administrativo. Buenos Aires:


Depalma.

Hutchinson, T. Régimen de Procedimientos Administrativos - Ley 19.549. Buenos Aires:


Astrea.
Facultades
revocatorias

Derecho
Administrativo
Facultades revocatorias
Facultades revocatorias de la Administración:

El acto administrativo puede extinguirse por voluntad de la administración,


quien haciendo uso de sus facultades revocatorias, puede dejar sin efecto un
determinado acto administrativo tanto por razones de oportunidad, mérito o
conveniencia como por razones de ilegitimidad.

En consecuencia podemos definir la revocación como la extinción de un acto


administrativo dispuesta por la administración pública, para satisfacer
exigencias de interés público o para restablecer la legitimidad.

No caben dudas que la revocación por razones de interés públicos siempre es


realizada por el propio Estado, no obstante lo cual la revocación por
ilegitimidad corresponde en algunos casos a la propia administración y en otros
debe solicitarla al órgano judicial.

La revocación se efectúa a través de otro acto administrativo que tiene por


objeto la extinción del anterior, siendo este un acto de carácter unilateral ya
que solo es necesaria la voluntad de la autoridad estatal.

Con respecto a los efectos de la revocación, si la misma se produce por razones


de oportunidad rige solo para el futuro, a partir del acto de revocación y dará
lugar a la indemnización de los daños ocasionados a los particulares.

En tanto cuando la revocación se produce invocando la ilegitimidad del acto, el


acto revocatorio surte efectos hacia el pasado, desde la emanación del acto
viciado y el administrado que eventualmente resulte afectado no tendrá
derecho reclamar indemnización alguna.
El procedimiento
Administrativo
Nociones generales

Existen numerosos autores que han desarrollado el tema de esta unidad, y en


sus diferentes puntos de vistas se pueden ver todas las aristas del
procedimiento administrativo.

Es oportuno al comenzar el planteo del tema, posicionarse en el título para


comprender cuál es el objeto de estudio: “PROCEDIMIENTO ADMINISTRATIVO”.

A esta altura de la carrera y de la materia ambas palabras suenan más que


conocidas pero siempre es conveniente darles un breve repaso.

Procedimiento: se define genéricamente como una serie concatenada de actos


dispuestos para la realización de una determinada actividad que persigue la
consecución de un fin.

Sobre esta definición se trabajará para terminar de circunscribirla al ámbito del


derecho, y más específicamente del derecho Administrativo.

El concepto anterior, como se dijo es genérico, de allí que pueden quedar


incluidos los más variados procedimientos, hasta los más comunes y cotidianos,
un ejemplo sería: quien está leyendo este escrito seguramente está cursando la
materia derecho administrativo, o alguna relacionada de la carrera de abogacía,
y para poder estar cursando la materia primero debió inscribirse, y
posiblemente aprobar algún curso de nivelación para el ingreso, y además
deberá cumplir con determinadas tareas (asistencia, prácticos, evaluaciones,
monografías, etc.), y luego de ello, si resulta regularizado, cumplir con la
formalidad de inscribirse para rendir un examen final, de esta manera cada uno
de los alumnos desarrolla una serie de actos (inscribirse, trabajos prácticos,
exámenes, etc.) para la realización de una actividad (estudio de la carrera) que
persigue un objetivo final (aprobar la materia).

Funciones, órganos y procedimientos

Dentro del ámbito específico de la actividad estatal, existen tres funciones


primordiales que el estado lleva adelante, estas son: la legislativa, la judicial y
la administrativa.
Estas funciones, las ejerce el estado a través de órganos específicos, que
justamente son: el órgano legislativo, el órgano judicial y el órgano
administrativo o ejecutivo. (Todos conocidos también como poderes).

Es así, que el órgano legislativo tiene como función primordial, ya veremos


porque decimos primordial, la de legislar, es decir, que su actividad principal
será la de crear la norma en abstracto, y establecer a través de ella derechos y
obligaciones para todos los ciudadanos.

Por otro lado, el órgano judicial tendrá como función primordial, la de impartir
justicia, esto es, aplicar al caso concreto la norma creada por el órgano
legislativo, y definir en una situación jurídica en particular cual es el derecho y
de qué forma debe aplicarse.

Por último, el órgano ejecutivo o administrativo, es el que tiene como función


primordial el ejercicio de la actividad administrativa, es decir, propender en la
ejecución de sus políticas públicas la satisfacción del interés general en
definitiva la consecución del bien común, siempre en función a lo establecido
normativamente.

Mencionamos antes que cada uno de los órganos realiza primordialmente una
función, pero esto no quiere decir que sea la única sino la principal, ya que a su
vez cada uno de ellos puede ejercer, siempre en menor medida, el resto de las
funciones, por ejemplo: el órgano legislativo, cuando constituye un jurado de
destitución de alguno de sus miembros está ejerciendo indirectamente la
función judicial, o el órgano judicial cuando sanciona su reglamento interno
está ejerciendo indirectamente la función legislativa, o en su caso el órgano
administrativo cuando reglamenta alguna norma está ejerciendo
indirectamente la función legislativa o cuando sanciona a un dependiente
ejerce indirectamente la función judicial.

Vemos entonces que el estado, en la búsqueda de su cometido esencial, ejerce


diferentes funciones (administrativa, legislativa o judicial) a través de órganos
dotados de poder para su ejercicio, y que a su vez cada uno de ellos podrá
ejercer indirectamente otras funciones.

Cada uno de los órganos realiza una función estatal específica que tendrá
también su procedimiento específico y diferenciado de acuerdo a cual sea su
finalidad, anticipando entonces que existe un procedimiento judicial, un
procedimiento legislativo y un procedimiento administrativo, y que como
cuestión preliminar debemos decir que los tres procedimientos tienen una
fuente en común: la ley.

Todos los procedimientos se encuentran especialmente normados o reglados,


cada uno de los tres procedimientos tendrán su reflejo normativo, y que son: la
constitución en el caso del legislativo, los códigos de procedimiento en el caso
del judicial, y las leyes u ordenanzas de procedimientos en el caso del
administrativo.

Luego de este breve repaso de la cuestión relacionada con la función, el órgano


y el procedimiento, pasemos ahora al procedimiento administrativo objeto de
la presente unidad.

Procedimiento administrativo

Como se desprende de la unidad 6 “actuación administrativa y el acto


administrativo”, el procedimiento administrativo constituye uno de los
elementos del acto, ya que la ley establece cuales son los pasos previstos para
que la administración concluya en el dictado de un acto administrativo.

Este elemento tiene una particular característica, porque al estar presente en el


ejercicio de la función administrativa se presenta como una doble garantía, por
un lado para el administrado, ya que la administración deberá respetar el
procedimiento definido legalmente para el desarrollo de su función y así se
verá imposibilitada de actuar fuera de su competencia, y por el otro es garantía
de eficacia, ya que cumpliendo con el procedimiento establecido por la ley se
garantiza la protección del interés público receptado en ella.

Para hacer más comprensible esta doble característica del procedimiento


administrativo hay que regresa al módulo estudiado anteriormente y repasar la
idea de estado y las características del estado de derecho. Es sabido que el
estado a través de sus órganos es quien procura la satisfacción del interés
general, y que en el desarrollo de sus funciones debe respetar la ley porque es
la que establece cuáles son sus funciones y competencias.

Esta sujeción a lo establecido en la ley, hoy ampliado a todo el ordenamiento


jurídico, es la que garantiza a todos los que forman parte de un estado, que la
administración en el desempeño de la función administrativa debe respetar el
procedimiento establecido.

De esta manera se puede definir al procedimiento administrativo como: “Cause


formal de la serie de actos en que se concreta la actuación administrativa para
la realización de un fin”2, también es definido como: “Sucesión ordenada de
actos y tareas materiales y técnicas cumplida por o ante los órganos
administrativos, tendientes al ejercicio de la función administrativa” 3. Dentro de
este concepto general del procedimiento administrativo se incluyen diferentes

2“Curso de derecho administrativo”, Eduardo García de Enterría y Tomás Ramón Fernández con
notas de Agustín Gordillo, Tomo II, 1ra. Edición, Ed. La Ley, Buenos Aires 2006.
3“Régimen de procedimientos administrativos”, Tomás Hutchinson, 7ma. Edición, Ed. Astrea,

Buenos Aires 2003.


clases de procedimientos que según el autor que se siga se podrán clasificar de
distintos modos, que pueden ser resumidas en las siguientes:

Clases de Procedimientos Administrativos

Una clasificación primaria es la de procedimientos generales y especiales,


dentro de los generales se pueden incluir a todas aquellos regidos por leyes
nacionales, provinciales o municipales que establecen de manera genérica un
régimen determinado para la actuación de la administración, en la mayoría de
los casos estas legislaciones establecen patrones generales de conducta, como
así también los principios básicos del procedimiento administrativo. En cambio
los procedimientos especiales establecen causes de actuación específicos para
determinados órganos de la administración, tienen que ver con el permanente
crecimiento de la regulación normativa en el ámbito de actuación de la
administración pública, además de la ampliación y concesión de los servicios
públicos, y de la multiplicidad de órganos que ejercen función administrativa,
sobre todo a nivel nacional, los cuales exigen la creación de regímenes
especiales.

Una segunda clasificación relacionada con la actividad desarrollada por la


Administración es la de Procedimientos Declarativos que son aquellos mediante
los cuales se establece de qué forma se aplica lo prescripto en la ley, y
Procedimientos de Ejecución son aquellos a través de los cuales la
Administración, como su nombre lo indica, ejecuta lo declarado, y
Procedimientos de Simple Gestión que son aquellos a través de los cuales la
administración prepara la elaboración de una declaración o ejecución.

A su vez dentro de esta categoría pueden incluirse otra sub-clasificación la de


Procedimientos Recursivos que son aquellos mediante los cuales una parte
interesada en el procedimiento impugna una decisión de la administración
porque con ella se ha afectado un derecho subjetivo o un interés legítimo, y por
otro lado están los Procedimientos Sancionadores que son aquellos a través de
los cuales la administración decide la imposición de una sanción a un particular
relacionado con ella.

Principios del Procedimiento Administrativo

Como se ha visto anteriormente, el procedimiento administrativo tiene una


doble finalidad donde se conjugan principios que tendrán por objeto garantizar
a los particulares el actuar legítimo de la administración y por el otro aquellos
que satisfagan la autotutela de la administración.
En este punto podrán observar la similitud que existe entre el procedimiento
administrativo y el proceso judicial, comenzando con los principios
característicos del procedimiento administrativo que lo distinguen del judicial.

Legalidad objetiva

Este principio establece que el actuar de la administración deber ser siempre


conforme a la ley, pero no solo respetándola como el deber que tiene cualquier
ciudadano, sino obrando conforme a lo que ella prescribe. Recordemos que el
fin de la administración es la búsqueda del bien común y en el ejercicio de la
función administrativa solo podrá actuar como la ley prescribe que lo haga, de
esta forma se protegen los intereses de lo particulares, pero también y
principalmente el de todos los ciudadanos que integran la comunidad. En este
sentido señala Hutchinson: “…se ha abandonado también el concepto de que la
ley era un límite del obrar administrativo, para concluir que constituye el
presupuesto mismo de esa actividad”4.

Este principio de legalidad en los últimos años se ha ampliado no solo a lo que


la ley específica prescribe sino a todo el bloque normativo, debiendo entonces
la administración en el desempeño de sus funciones respetar todo el orden
jurídico.

Informalismo a favor del administrado

Este principio exime a los particulares de cumplir con formalidades innecesarias


para la petición ante la administración, así se garantiza el pleno ejercicio de sus
pretensiones en el procedimiento.

Esta dispensa en la formalidades es solo en beneficio de los administrados y


solo puede ser invocada por ellos, el procedimiento es informal solo para el
administrado debiendo la administración cumplir con todas las formalidades
que la ley haya prescripto.

De esta manera se pretende que el procedimiento llegue siempre a su fin, sin


interponer valladares innecesarios para los administrados. Así por ejemplo no
es necesaria la caratulación de las pretensiones o de los recursos, o el
patrocinio letrado en sede administrativa.

Impulsión de oficio

4 Autor y Obra citada, pág. 41.


En virtud de este principio es la Administración quien debe llevar adelante el
procedimiento, es la autoridad administrativa quien dirigirá y ordenará todo lo
necesario para que el procedimiento llegue a su fin. Existen algunos
procedimientos en que también el administrado estará interesado en que la
Administración termine con el procedimiento y dicte una resolución final, por
esta razón es que también el interesado puede impulsar el procedimiento. Por
lo dicho anteriormente es que también en el procedimiento administrativo
puede operar la caducidad de la instancia, así una vez vencidos los plazos
establecidos por la ley para que el administrado cumpla con determinada
actuación y no lo hiciese puede decretarse la caducidad y ordenarse el archivo
de las actuaciones, sin perjuicio que el administrado podrá volver a iniciar un
nuevo procedimiento.

Verdad real

Por este principio la Administración a lo largo del procedimiento se encuentra


obligada a obtener la verdad material, es decir que debe averiguar lo
acontecido realmente, y no puede contentarse con los hechos relatados por
una de las partes, debe necesariamente buscar la verdad de los hechos
acontecidos. Este principio es notablemente diferente a lo que sucede en el
proceso civil donde el juez decidirá en derecho lo que las partes hayan
probado, es decir que en este proceso la verdad es la aportada por las partes y
sobre ella deberá decidir el juez, por el contrario en el procedimiento
administrativo al ser la Administración juez y parte se encuentra obligada a
buscar la verdad real, en garantía de los administrados parte en el
procedimiento y del interés general.

Debido proceso

Este principio, exige el cumplimiento de un determinado procedimiento


predispuesto normativamente para la obtención de una decisión. Así se
garantiza que la Administración obtendrá una decisión siempre atravesando las
pautas fijadas por la ley. Sobre este principio señala el Dr. Claudio Martín Viale
“La doctrina lo distingue de dos maneras: debido proceso adjetivo, que es el
conjunto de comportamientos de tipo instrumental que se deben tener en
cuenta, y debido proceso sustantivo, en el cual los comportamientos a observar
son aquellos que exigen que las decisiones sean valiosas, es decir, que se
conformen según lo que dice el ordenamiento jurídico de fondo o sustantivo.”5

5“Derecho Constitucional y Administrativo”, Ildarraz - Zarza Mensaque – Viale, 2da. Edic., Ed.
Eudecor, pág. 629, Córdoba 2001.
Derecho de defensa

Este principio constitucional, pilar fundamental del estado de derecho,


establece la posibilidad de participar del procedimiento en todo su desarrollo,
aportar las pruebas, acceder a las actuaciones administrativas, tomar vista de
los expedientes, como también recurrir las decisiones de la administración que
afecten derechos o intereses legítimos. Es importante destacar que es posible
ocurrir a cualquiera de los medios de prueba en el procedimiento
administrativo.

Recursos administrativos

Como vimos anteriormente los recursos administrativos son parte del


procedimiento administrativo, incluso algunos autores los incluyen como una
categoría dentro de la clasificación de los procedimientos administrativos.

Una definición precisa es el escrito por el Dr. Viale como: “El recurso
administrativo es el medio jurídico del que dispone un interesado, dentro de un
procedimiento, para impugnar un acto administrativo en cuanto le afecta una
situación jurídica, ante la propia Administración que lo produjo, para hacer
valer las razones jurídicas que le asisten”6.

A partir de esta definición podemos entender que el recurso es la posibilidad


con que cuenta el administrado de impugnar una decisión de la Administración,
pero esta posibilidad está dada por la posición jurídica que ocupa ese
administrado, es decir que este sujeto debe verse afectado por el actuar de la
Administración en un derecho subjetivo o un interés legítimo, esto es lo que se
conoce como legitimación activa.

Además hay que distinguir el recurso administrativo de la denuncia o el


reclamo, en estos últimos el administrado no es parte en un procedimiento
administrativo el que posiblemente se inicie a partir de ese acto jurídico, en
cambio en el caso del recurso el administrado forma parte de un procedimiento
administrativo o al menos la medida impugnada, ya que puede verse afectado
el interés legítimo de un particular que no formo parte en el procedimiento
administrativo pero que la decisión de la administración lo afecta y aún en este
caso tiene la posibilidad de recurrirla.

La decisión de la administración que afecte al administrado debe tener el


carácter de definitiva, es decir, debe ser un acto administrativo ya sea de
alcance general o particular a través del cual la Administración manifieste su
voluntad y de esta manera afecte la situación jurídica del administrado, de allí
que la doctrina y la jurisprudencia sostienen que no son recurribles los actos

6Autor y obra citada, pág. 654.


preparatorios, como tampoco los dictámenes de los órganos de asesoramiento
técnico o legal.

Por otro lado, hay que señalar que los recursos administrativos, como el
concepto lo señala, tramitan siempre en sede administrativa, es decir que quien
resolverá la impugnación será siempre un órgano de la Administración, el
mismo que haya dictado el acto administrativo o un superior dependiendo del
recurso interpuesto.

Es importante destacar que el procedimiento recursivo garantiza la posibilidad


de discutir una medida dispuesta por la Administración que afecte el interés de
uno o varios administrados, pero no la de obtener un resultado favorable, de
esta manera la protección al administrado es brindarle la oportunidad de
impugnar una decisión, pero no con ello se garantiza que la cuestión de fondo
introducida en el recurso deba ser acogida por la Administración.

Habiéndose introducido al procedimiento recursivo corresponde exponer


cuales son los más frecuentes en las leyes de procedimiento administrativo,
aclarando que existen otros recursos especiales dispuestos en algunos
regímenes muy específicos.

Recurso de Reconsideración

Mediante esta vía recursiva se pretende la impugnación de un acto


administrativo ante la misma autoridad que lo dictó, solicitando la revocación,
la sustitución o la modificación del mismo.

Se procura mediante este medio de impugnación que el órgano administrativo


que dictó la medida revea su decisión, y por contrario imperio anule, modifique
o sustituya el acto dictado.

Esta es la primera vía impugnativa y procede contra actos administrativos


definitivos o asimilables a tal, estos son aquellos que sin ser definitivos ponen
fin a determinada etapa o impiden la continuidad del procedimiento, o en
última instancia impiden que determinada cuestión sea revisada con
posterioridad, de esta manera esta vía impugnativa podrá intentarse contra
este tipo de actos cuando vulneren un interés legítimo o un derecho subjetivo.

Es presentado como se dijo ante la misma autoridad que dictó el acto


administrativo y es ella quien resolverá el recurso, aún en aquellos casos en que
haya actuado por delegación.

En el caso de la Ley de Procedimientos Administrativos Nacional (Nº19549) este


recurso es de uso facultativo, y siempre que se interponga lleva implícito el
recurso jerárquico, es decir que el recurso jerárquico siempre que se propugne
el recurso de reconsideración es interpuesto en subsidio. En la Ley de
Procedimientos Administrativos de la Provincia de Córdoba (5330 T.O.6658) el
recurso de reconsideración es de interposición obligatoria para el agotamiento
de la vía administrativa, es decir para la continuidad de las demás vías
recursivas necesariamente en primera medida debe interponer el recurso de
reconsideración. Los plazos de interposición varían: a nivel nacional es de 10
días y en la provincia de 5 días, en ambos casos desde que se notificó el acto
administrativo de carácter particular o desde su publicación en el caso de los
actos administrativos de alcance general.

La pretensión objeto del recurso puede variar de acuerdo a cual haya sido el
agravio sufrido, de esta manera puede solicitarse la anulación total del acto
atacado, o puede solicitarse la modificación por no estar totalmente
contemplada la pretensión inicial si fuere el caso, o también solicitarse la
sustitución del acto.

Recurso Jerárquico

Es el medio impugnativo a través del cual se manifiesta la relación jerárquica


que caracteriza a la organización administrativa, ya que mediante este recurso
es el superior jerárquico de quien haya dictado el acto perjudicial quien deberá
resolver la impugnación. De esta manera se ejerce el control de juridicidad de
los actos administrativos por toda la estructura jerárquica, y el administrado
podrá conocer a través de la resolución la opinión de la máxima autoridad
jerárquica del órgano administrativo. El recurrente podrá en esa instancia
ampliar los fundamentos expuestos a fin de que el superior jerárquico resuelva
en forma fundamentada y de esta manera quedará expedita la vía judicial.

El recurso puede ser interpuesto en forma subsidiaria con el de reconsideración


o directamente una vez resuelto este, se presenta ante el órgano emisor del
acto lesivo y este lo elevará a su superior para su resolución, es decir que se
presenta ante el emisor pero se sustancia (pruebas, pericias, etc.) ante el
superior quien será el encargado de resolver.

En el caso de la provincia de Córdoba el recurso debe ser interpuesto dentro


del plazo de 10 días de resuelto el recurso de reconsideración, recordemos que
en esta provincia el recurso de reconsideración es de carácter obligatorio por lo
cual el jerárquico siempre será presentado contra la resolución de una
reconsideración ya sea expresa o tácita, además existe la posibilidad de
presentarlo en forma subsidiaria con la reconsideración de esta manera
resuelta la misma se elevará al superior a los fines de que resuelva el
jerárquico, y en plazo de 10 días posterior a la resolución de la reconsideración
el administrado podrá ampliar fundamentos. En el orden nacional el recurso
jerárquico es de presentación obligatoria para lograr el agotamiento de la vía
administrativa y el plazo para presentarlo es de 15 días, por esta razón siempre
que se interponga un Recurso de Reconsideración llevará implícito el jerárquico
en subsidio sin necesidad de expresarlo, ya que se interpreta que quien
pretende que la medida se revea mediante un recurso que no es obligatorio
con mayor razón pretenderá que se lo haga mediante un recurso que si es
obligatorio.

Recurso de Alzada

Es un medio administrativo de impugnación contra las resoluciones de los


órganos o entes administrativos que forman parte de la descentralización
administrativa.

Las resoluciones de estos entes en ejercicio de la función administrativa, es


decir cuando las actuaciones llevadas a cabo estén regidas por normas de
derecho administrativo, podrán ser recurridas mediante este medio.

Estas resoluciones deben tener el carácter de definitivas y provenir de la


máxima autoridad del ente.

Este recurso encuentra íntima relación con los principios de organización


administrativa, en virtud de los cuales la Administración Central puede
descentralizar ciertas funciones administrativas en órganos o entes autárquicos
para en mejor ejercicio, de allí que órgano competente para la resolución del
recurso será la máxima autoridad administrativa de la Administración Central
(Presidente, Gobernador, Intendente), independientemente que esta podrá
estar delegada legalmente en otro funcionario.

Mediante este recurso el impugnante solicitará que la medida dispuesta por el


ente descentralizado sea revisada por la autoridad de la cual se descentralizo la
función administrativa.

El recurso es optativo a opción del administrado, no será necesario


interponerlo a los fines del agotamiento de la vía administrativa.

En cuanto al fundamento del recurso en el caso de los entes descentralizados


de la provincia de Córdoba y los Nacionales creados por el Congreso solo
podrán cuestionarse aspectos relacionados a la legitimidad del acto, y no a
razones de mérito, oportunidad o conveniencia, motivo por el cual la resolución
del recurso solo dispondrá la anulación o no del acto impugnado no pudiendo
modificarlos o sustituirlo.
Recurso de Revisión

Este medio de impugnación, a diferencia de los anteriores, se trata de un


recurso extraordinario, debido que el acto que se pretenderá impugnar tendrá
el carácter de firme, es decir que el acto no habrá sido impugnado en el tiempo
dispuesto para ello, o si lo hubiese sido ya estará resuelto, razón por la cual no
podrá volver a ser discutido.

Solo por vía de Revisión el administrado podrá pretender impugnar el acto,


motivado únicamente en las causales expresamente establecidas en la ley, que
son: a) Cuando resultaren contradicciones en su parte dispositiva. b) Cuando
aparezcan documentos de valor decisivo para la resolución del asunto,
ignorados al dictarse el acto o en tal momento de imposible aportación al
expediente. c) Cuando hubiere sido dictado fundándose en documentos o
circunstancias declarados falsos por sentencia judicial firme. d) Cuando hubiere
sido dictado mediante cohecho, prevaricato, violencia o cualquier otra
maquinación fraudulenta o grave irregularidad comprobada.

Además de concurrir alguna de estas causales, estas no deberán ser imputables


a quien pretende impetrar el recurso.

Deber ser interpuesto ante la misma autoridad que dicto el acto impugnado,
invocando exactamente cuál es la causal en la que se encuentra incursa.

En la Nación el plazo de interposición es de 30 días desde que se toma


conocimiento de la causal y a nivel provincial el plazo es de 20 días.

Silencio de la administración - amparo por mora

La administración pública ante un reclamo fundado en derecho o un recurso


administrativo siempre tendrá la obligación de expedirse en forma expresa y
fundada. Esta obligación en el caso de la provincia de Córdoba esta impuesta
por la Constitución:

Artículo19: Todas las personas en la Provincia gozan de los siguientes derechos


conforme a las leyes que reglamentan su ejercicio: 9. A peticionar ante las
autoridades y obtener respuesta y acceder a la jurisdicción y a la defensa de sus
derechos.

En el caso de ausencia de pronunciamiento expreso de los organismos públicos,


es decir, una vez producida la mora de la administración, el administrado
contará con dos remedios alternativos para obtener de la administración una
respuesta.
Es así que la ley le otorga al administrado dos herramientas distintas, que
podrán ser ejercidas según cual sea la pretensión y estrategia del administrado,
ellas pueden ser:

1) Denegatoria Tácita:

Esta POSIBILIDAD con la que cuenta el administrado consiste en que una vez
vencidos los plazos establecidos legalmente para que la administración resuelva
la presentación del administrado, y no lo hubiese hecho, previa interposición
del “pronto despacho”, le permitirá atribuirle a la falta de respuesta de la
administración un efecto negativo, es decir, que ese silencio puede
transformarse en una respuesta negativa de la administración a la pretensión
esgrimida. Se obtiene la denegación tácita de la pretensión esgrimida
quedando de esta manera agotada la vía administrativa.

2) Amparo por Mora:

El otro remedio jurídico con el que cuenta el administrado ante la falta de


decisión expresa de la administración pública, es una acción judicial directa
mediante la cual instará la emisión de la voluntad expresa de la Administración.

Esta es la acción de amparo por mora consagrada en el orden nacional en el


artículo 28 de la Ley de Procedimiento Administrativo Nacional Nº 19549:

Art. 28. -- El que fuere parte en un expediente administrativo podrá solicitar


judicialmente se libre orden de pronto despacho. Dicha orden será procedente
cuando la autoridad administrativa hubiere dejado vencer los plazos fijados --y
en caso de no existir éstos, si hubiere transcurrido un plazo que excediere de lo
razonable-- sin emitir el dictamen o la resolución de mero trámite o de fondo
que requiera el interesado. Presentado el petitorio, si la justicia lo estimare
procedente en atención a las circunstancias, requerirá a la autoridad
administrativa interviniente que, en el plazo que le fije, informe sobre la causa
de la demora aducida. Contestado el requerimiento o vencido el plazo sin que
se lo hubiere evacuado, se resolverá lo pertinente acerca de la mora, librando
la orden si correspondiere para que la autoridad administrativa responsable
despache las actuaciones en el plazo prudencial que se le establezca según la
naturaleza y complejidad del dictamen o trámites pendientes.

En el caso de la provincia de Córdoba esta acción tiene rango constitucional y


esta específicamente dispuesta su artículo 52:

Mora de la administración – amparo

Artículo 52.- Para el caso de que esta Constitución, una ley u otra norma
impongan a un funcionario, repartición o ente público administrativo un deber
concreto a cumplir en un plazo determinado, toda persona afectada puede
demandar su cumplimiento judicialmente y peticionar la ejecución inmediata
de los actos que el funcionario, repartición o ente público administrativo se
hubiera rehusado a cumplir. El juez, previa comprobación sumaria de los
hechos enunciados, de la obligación legal y del interés del reclamante, puede
librar mandamiento judicial de pronto despacho en el plazo que
prudencialmente establezca.

Además de esta disposición expresa que hace la Constitución Provincial, este


instituto también guarda directa relación con los artículos:

19.9 (Derecho a peticionar y obtener respuesta),

174 (satisfacer las necesidades de la comunidad con eficacia, eficiencia...),

176 (La Administración Provincial y Municipal sujeta su actuación a la


determinación oficiosa de la verdad, con celeridad, economía, sencillez en su
trámite, determinación de plazos para expedirse...).

También el Amparo por Mora se encuentra reglamentado específicamente por


la ley provincial Nº 8508.

Definición de la acción de Amparo por Mora:

Es una acción judicial de brevísimo trámite que tiene como fin ordenar a la
administración a que resuelva expresamente una petición administrativa.

Características

 Acción judicial.

 Breve trámite (plazos de informe, prueba y resolución muy acotados)


Relación de subsidiariedad con la ley de Amparo.

 Únicamente puede tener como resolución la orden de pronto despacho


para que la administración resuelva de forma expresa.

 De única instancia. (Solo recursos extraordinario – Casación)

 Impulso de oficio.

Objeto

Únicamente es objeto de esta acción la obligación de la administración de


expedirse en forma expresa sobre determinada pretensión jurídico
administrativa. No puede ser objeto de esta acción obligaciones de hacer o de
no hacer.

Plazos

24 hs. para aceptar la demanda.


5 días para producir informe y contestar demanda.

3 días prueba si se abriera.

24 hs. para resolver.

Sentencia:

La sentencia contendrá únicamente la intimación de pronto despacho a la


autoridad administrativa en mora para que un plazo determinado se expida
expresamente bajo apercibimiento.
La actividad
contractual de la
Administración

Teoría general del contrato


administrativo

La expresión contrato de derecho público no es sinónima de contrato


administrativo. Hay contratos de derecho público internacional (tratados-
contratos) y contratos de derecho público interno. Entre estos últimos figuran
los contratos administrativos, que son los celebrados entre la Administración
Pública y otras personas, para determinados fines o funciones estatales. Los
contratos administrativos constituyen, pues, una especie dentro de los
contratos de derecho público.

La Administración Pública puede celebrar dos tipos de contratos:


administrativos, propiamente dichos, y de derecho privado. Ambas categorías
integran el género contratos de la Administración Pública. Hoy en día nadie
pone en duda la capacidad del Estado para contratar. Pero han existido teorías
que negaban la posibilidad de una relación contractual entre la Administración
y alguno de sus miembros. Tampoco existe coincidencia en algunos autores y
corrientes doctrinarias en cuanto a la existencia de contratos administrativos,
stricto sensu, como especie o categoría de contratos de derecho público
distinta a los celebrados entre los particulares entre sí.

La primera de las tendencias era encabezada por la doctrina alemana. La misma


sostiene que no existen actos bilaterales sino unilaterales de la Administración,
actos administrativos, que son o no aceptados por particulares. Esta corriente
afirma que jamás se podría equiparar estas aceptaciones unilaterales a una
relación contractual porque, entre otras razones, no existe un plano de
igualdad entre las partes, que es fundamental para poder considerar a ello un
contrato.
La doctrina italiana, mantiene por su parte, esta unilateralidad en la actuación
de la Administración y en la distinta naturaleza jurídica de las expresiones de las
partes en lo que se pretende sería un contrato.

Las teorías positivas, encabezados por la doctrina francesa, sostienen la


existencia de un contrato de sustancia distinta al de derecho privado. Sin
embargo no han coincidido en los aspectos que determinan dicha diferencia.
Así, algunos han puesto el acento en la necesaria participación de la
Administración en la celebración del contrato, otros han hecho hincapié en el
fin público de su celebración, o bien la satisfacción directa o indirecta de una
necesidad pública. Otra corriente pone de relieve la existencia de cláusulas
usualmente inaceptables en un contrato de derecho privado.

Nociones generales

Todo contrato administrativo es, substancial y esencialmente, un acto


administrativo bilateral. Esto es trascendente, pues de ello resulta que las
reglas fundamentales que constituyen el régimen de los actos administrativos
son, por principio, aplicables a los contratos administrativos.

Así como en derecho privado el acto jurídico bilateral constituye la esencia de


todo contrato (sea éste unilateral o bilateral), así también en derecho
administrativo el acto administrativo bilateral es la base de todo contrato
administrativo y, en general, de todo contrato celebrado por la Administración
Pública.

Ahora bien, el contrato administrativo, propiamente dicho, como dijimos con


anterioridad, es una de las especies de contratos de la Administración Pública.
Si bien no es posible establecer un concepto único de contrato administrativo,
en razón de que ello estará determinado por diversos factores, Bercaitz ha
elaborado uno que dice: son, por su naturaleza, aquellos celebrados por la
Administración Pública con un fin público, circunstancia por la cual pueden
conferir al cocontratante derechos y obligaciones frente a terceros, o que, en
su ejecución, pueden afectar la satisfacción de una necesidad pública colectiva,
razón por la cual están sujetos a reglas de derecho público, exorbitantes del
derecho privado que colocan al cocontratante de la Administración Pública en
una situación de subordinación jurídica.

A su vez, los contratos administrativos stricto sensu pueden clasificarse en tres


grandes grupos: 1) Contratos administrativos por razón de su objeto y por
contener cláusulas exorbitantes. Los que desarrollaré más adelante. 2)
Contratos de atribución y de colaboración: Los contratos de atribución son
aquellos que tienen por objeto conferirles ciertas ventajas a los administrados;
por ejemplo: concesión de uso sobre el dominio público. Los contratos de
colaboración son aquellos en que el cocontratante se obliga hacia el Estado a
realizar una prestación que, directa e inmediatamente, tiende a facilitar el
cumplimiento de las funciones esenciales o específicas del Estado; por ejemplo:
contrato de función o empleo público; concesión de servicio público;
construcción de obra pública; etc. La prestación que caracterizará al contrato
como de colaboración o como de atribución, es la prestación principal o
fundamental del contrato, o sea la que traduce o expresa la esencia o
substancia de éste; así, en una concesión de uso del dominio público -contrato
de atribución- la prestación que caracteriza como de atribución al contrato es la
de la Administración Pública que pone el bien o cosa a disposición del
concesionario, y no la prestación secundaria consistente en el eventual pago de
un canon por parte del concesionario; en una concesión de servicio público -
contrato de colaboración- la prestación que caracteriza como de colaboración a
ese acuerdo contractual es la del concesionario que con su actividad satisface
necesidades de interés general; etc. ; y 3) Contratos nominados e innominados.
Los desarrollaré más adelante.

Las tres mencionadas categorías de contratos administrativos son


trascendentes: toman en cuenta la substancia misma del contrato.

Ciertamente, aparte de esas tres clasificaciones fundamentales de los contratos


administrativos, pueden hacerse valer a su respecto las clasificaciones
generales de los contratos auspiciadas por los civilistas (sinalagmáticos y
unilaterales; onerosos y gratuitos; conmutativos y aleatorios). Pero, no
obstante las particularidades con que han de aplicarse esos principios en
materia de contratos administrativos, dichas clasificaciones generales, por ser
tales, no aparejan un interés especial en esta rama del derecho público. Estimo
que la distinción de los contratos administrativos en los tres grupos o
categorías mencionados, satisface lo atinente a su clasificación.

El contrato administrativo se halla ubicado lógicamente en el campo del


derecho público, rigiéndose por las respectivas normas y principios de éste. Sin
embargo, el complejo jurídico de dicho contrato no está orgánica e
integralmente regulado por normas positivas. Es ésa una situación casi general,
que se observa no sólo en nuestro país, sino también en otros países.

Finalmente diremos que la actividad contractual de la Administración Pública


no se limita a la celebración de contratos administrativos, propiamente dichos:
se extiende a la celebración de contratos de derecho privado, lo que nos
introduce en el próximo punto del programa.
Contratos de derecho público o administrativos y
contratos de derecho privado de la Administración

Son contratos de derecho privado de la Administración todos aquellos donde la


actividad o la prestación del cocontratante no se relacionen, en forma directa e
inmediata, a alguna de las funciones esenciales o específicas del Estado, a los
fines públicos propios de éste -lo que entonces excluye que se trate de
contratos administrativos de colaboración- salvo que el contrato contuviere
alguna o algunas cláusulas exorbitantes expresas (cuyo significado
desarrollaremos más adelante); en este último supuesto el contrato sería
administrativo por razón de tales cláusulas exorbitantes, pero no por razón de
su objeto. Así, por ejemplo, y como principio general, los contratos que la
Administración Pública realiza en ejercicio de su actividad comercial o
industrial, son contratos de derecho privado y no contratos administrativos,
pues la actividad comercial y la actividad industrial, si bien pueden ser
cumplidas por el Estado, no constituyen estrictamente funciones estatales.

Asimismo, son contratos de derecho privado de la Administración Pública


aquellos que, estando la prestación a cargo de la misma, dicha prestación no
excluya la posibilidad de ser materia de un contrato entre particulares,
circunstancia ésta que entonces aleja la posibilidad de que se trate de un
contrato administrativo de atribución.

Es fundamental establecer las diferencias entre un contrato administrativo,


propiamente dicho, y un contrato de derecho privado de la Administración
Pública. Ello es así, dadas las diferentes consecuencias jurídicas que derivan de
cada uno de ellos. Así lo reconoce la doctrina . En lo esencial, tales diferencias
7

se concretan en lo siguiente:

a) Régimen jurídico substantivo. El contrato de derecho privado de la


Administración Pública, por principio, se encuentra sometido a las normas del
derecho privado. El contrato administrativo se rige por las normas y principios
del derecho público; entre estas últimas normas y principios es oportuno
recordar que en los contratos administrativos por razón de su objeto, las
cláusulas exorbitantes del derecho privado existen en forma implícita, en tanto
que en los contratos que son administrativos por virtud de cláusulas
exorbitantes, éstas deben ser expresas8.

7Entre otros: Péquignot: “Des contratsadministratifs, extrait du juris-classeuradministratif”,


Fascículo 500, página 3, nº 5 y página 5, nº 17, Paris 1953.
8En los contratos administrativos, propiamente dichos, hay dos tipos de cláusulas exorbitantes

del derecho privado: las implícitas y las expresas, especiales o concretas. Las primeras
corresponden a todos los contratos que son administrativos por razón de su propio objeto; (vgr.
Lo que ocurre en la concesión de servicio público). En toda esta categoría de contratos, las
cláusulas exorbitantes implícitas constituyen expresiones que aluden a potestades o
b) No obstante lo dicho en el punto anterior, cabe tener presente que, dado
que la diferencia entre el contrato de derecho privado de la Administración
Pública y el contrato administrativo, propiamente dicho, es substancial u
objetiva y de ningún modo orgánica o subjetiva, en ambos tipos de contratos
de la Administración lo relacionado con la competencia del órgano de la
Administración para emitir el acto se rige por las disposiciones del derecho
público (administrativo en la especie). Lo mismo cuadra decir de la expresión de
la voluntad por parte de la Administración.

c) Jurisdicción contenciosa. En caso de controversia o contienda, la jurisdicción


ante la cual debe recurrirse varía: tratándose de un contrato administrativo
dicha jurisdicción es la que el ordenamiento jurídico imperante haya
establecido para entender en lo contencioso-administrativo; tratándose de un
contrato de derecho privado dicha jurisdicción es la civil o comercial de los
tribunales pertinentes.

d) Medios de impugnación. El recurso jerárquico no procede respecto a actos


relacionados con contratos de derecho privado de la Administración, pues tal
recurso sólo es admisible con relación a actos administrativos. Con relación a
contratos de derecho privado de la Administración, sólo es admisible la
demanda judicial ordinaria, que deberá promoverse en las condiciones
establecidas por el ordenamiento jurídico. Si la resolución que recaiga en dicho
recurso jerárquico fuere adversa al administrado, ello surtirá efectos de
denegación administrativa y autoriza la promoción directa de la acción
contencioso-administrativa, en tanto lo permita la cuestión debatida.

Los contratos que celebre la Administración han de reputarse administrativos


salvo demostración en contrario, que en cada caso requerirá un análisis de los

prerrogativas que le corresponden a la Administración Pública en su carácter de órgano esencial


del Estado, en cuanto ella ejercita su capacidad para actuar en el campo del derecho público.
Entre tales cláusulas implícitas corresponde mencionar las siguientes: a) aquella en cuyo mérito
la Administración Pública tiene ejecutoriedad propia respecto a sus actos, o sea la actiond´office
o el privilège du préalable de la doctrina francesa; b) la que faculta a la Administración Pública a
modificar unilateralmente las obligaciones de su cocontratante, todo esto sin perjuicio de los
correlativos derechos de éste derivados de esa modificación unilateral; c) la que autoriza a la
Administración Pública a rescindir -extinguir- por sí y ante sí el contrato; d) aquella en cuya virtud
la Administración le confiere a su cocontratante poderes respecto a terceros (así, por ejemplo, el
concesionario de un servicio público puede obtener atribuciones de carácter policial, derecho de
expropiar, de imponer servidumbres administrativas, etc.); e) la que faculta a la Administración
Pública a dirigir y controlar, en forma constante o acentuada, el cumplimiento o ejecución del
contrato, etc. En todo contrato administrativo por razón de su objeto, las cláusulas exorbitantes,
aunque no aparezcan escritas en el texto del contrato, existen siempre en forma implícita como
resultante de la índole misma del contrato: se trata de una cuestión de principio que, por tanto, no
requiere norma expresa que la establezca.
Las segundas, o sea las cláusulas exorbitantes expresas o especiales, son las incluidas
concretamente en contratos que no son administrativos por su objeto mismo, pero que se
convierten en administrativos a raíz de la cláusula exorbitante. Como consecuencia de esto, las
cláusulas exorbitantes expresas o especiales pueden surgir o resultar: 1º, del texto mismo del
contrato, en el cual la cláusula haya sido concretamente incluida; 2º, del complejo de textos o
preceptos legales que regulen la actividad del ente de la Administración Pública, a cuyo complejo
normativo el cocontratante se adhiere, ateniéndose a tal complejo, en el cual hallase establecida
o comprendida la cláusula exorbitante.
elementos del respectivo contrato. En cambio, y por identidad de razón, los
contratos que la Administración Pública celebre indubitablemente fuera de sus
funciones específicas de órgano estatal, fuera de sus fines públicos stricto sensu
-por ejemplo, dentro de la actividad industrial o comercial que ella ejercitare-,
por principio han de reputarse contratos de derecho privado, salvo también
prueba o demostración en contrario.

El contrato de la Administración Pública, para revestir carácter administrativo,


propiamente dicho, no es indispensable que sea de tracto sucesivo o
continuado. Puede revestir aquel carácter aunque sea de cumplimiento
instantáneo, es decir, que su duración no exija prestaciones sucesivas de parte
del cocontratante. Una sola prestación puede bastar para atribuirle carácter
administrativo a un contrato de la Administración.

La acción de daños y perjuicios, y, en general, la acción donde se reclame una


suma de dinero, sea que tales acciones respondan a la anulación o al
incumplimiento de un contrato administrativo, participan de la misma
naturaleza del contrato cuya extinción o incumplimiento la motiva. Lo mismo
cuadra decir de la acción de daños y perjuicios, o de devolución o pago de una

suma de dinero, que se promoviere por anulación o incumplimiento de un


contrato de derecho común de la Administración Pública.

Los cuasi-contratos administrativos

A pesar de los ataques que en derecho privado recibió la teoría del cuasi-
contrato -que se considera como una categoría híbrida, desacreditada como
fuente de obligaciones- en derecho administrativo, con acertados argumentos,
es propiciada por un calificado sector doctrinal.

Por cuasicontrato se entiende a todo hecho o acto voluntario lícito que produce
efectos semejantes a los contratos, sin existir acuerdo de voluntades ni
consentimiento sobre la materia concreta de tal hecho o acto.

De hecho no existe razón para negarle a los cuasi-contratos el carácter de


hechos jurídicos, y precisamente de hechos jurídicos subjetivos; por lo que
entonces es de tales hechos, y no directamente de la ley, de donde derivan las
respectivas obligaciones. Por otra parte en derecho administrativo el concepto
de cuasi-contrato podría tener mayor aplicación que en derecho civil, dado que
la noción de cuasi-contrato, cuando no existan un acto o un contrato
administrativos, puede comprender cualquier hecho jurídico subjetivo idóneo
para producir algunos de los efectos que, normalmente, son propios del acto
administrativo o del contrato de derecho público. En tal sentido, esta teoría
podría tener una aplicación genérica en cuántos casos hubiese que buscar
explicación jurídica de las relaciones patrimoniales surgidas, por ejemplo, como
consecuencia de la asunción en situación de emergencia por un particular de
funciones o servicios públicos. Así es, en efecto: gran parte de las obligaciones
que nacen de ciertos tipos de colaboración de los particulares con la
Administración central, y diríase típica, del cuasi-contrato administrativo es la
gestión de negocios, en sus numerosas o variadas expresiones. Pero aparte de
ella hay otros actos que encuadran en el cuasi-contrato administrativo.
Asimismo, aplicando la teoría del cuasi contrato administrativo, se ha resuelto
la situación del concesionario de servicio público que, habiendo vencido el
plazo de la concesión, continúa de buena fe prestando a satisfacción el
respectivo servicio.

De modo que el cuasi contrato administrativo existe como fuente de


obligaciones en ese ámbito del derecho público.

Procedimientos de contratación

La Administración Pública no siempre puede elegir libremente a su


cocontratante. Es muy común que el orden jurídico positivo la constriña a
efectuar dicha elección observando o respetando ciertas normas, exigencia que
puede aparecer más acentuada con referencia a unos contratos que a otros.
Así, en los contratos de suministro prevalece el criterio de que la selección del
cocontratante debe ajustarse a determinados procedimientos; en cambio,
tratándose de contratos donde predomine el carácter intuitupersonae, la
Administración Pública tiene libertad, o mayor libertad que en otros supuestos,
para seleccionar a su cocontratante, pues no toda persona suele reunir las
condiciones especiales requeridas para efectuar determinada prestación. Pero
aun en este último caso, la Administración debe darle amplia publicidad a dicha
selección, y motivar su decisión, de lo contrario se podría viciar al acto en la
elección del cocontratante, e incluso podría configurar una desviación de poder
cuando la elección sólo responda al deseo de favorecer a una determinada
persona.

Existen varios métodos de selección del cocontratante particular por parte de la


Administración Pública. Dichos medios no son exclusivos de un determinado
contrato administrativo, sino que son de posible aplicación en todos esos
contratos o en muchos de ellos. Se trata de temperamentos de posible vigencia
respecto a la generalidad de los contratos administrativos, cualquiera sea la
especie de éstos.

Ello justifica que el estudio de esos distintos medios o sistemas se le efectúe


dentro de la teoría general de los contratos administrativos. La doctrina de los
administrativistas menciona los siguientes medios o sistemas como idóneos
para la selección del cocontratante de la Administración Pública, medios o
sistemas a los cuales se recurrirá en cada caso en tanto ello concuerde con el
derecho positivo: a) libre elección; b) licitación, en sus dos especies; c)
contratación directa; d) remate público; d) concurso; e) selección por iniciativa
privada; g) concurso-estímulo.

Seguidamente relacionaré de cada uno de esos sistemas.

A. Libre elección: Este sistema consiste en la posibilidad de que la


Administración Pública elija directa y discrecionalmente a su cocontratante, sin
tener que cumplimentar previamente para ello algún requisito especial. Desde
luego, esa libre elección no significa posibilidad de arbitraria elección, pues
también aquí la actividad de la Administración Pública ha de ajustarse y
respetar los criterios generales que delimitan la validez de su actuación.

Pero la circunstancia de que en el contrato administrativo una de las partes sea


la Administración Pública, cuya actividad se encuentra sujeta a diversos tipos de
control -no sólo de orden financiero y técnico, sino también ético-, da como
resultado que, al celebrar contratos, la Administración no disponga de total o
absoluta libertad para elegir a su cocontratante, como ocurre, en cambio,
cuando dos personas particulares contratan entre sí. Es ello una consecuencia
obvia de la manera como habitualmente se desarrolla la actividad de la
Administración Pública. De ahí que el sistema de libre elección del
cocontratante, por más que implique el principio al respecto, sólo sea de
aplicación en casos que presenten determinados caracteres. No obstante esto,
en materia de celebración de contratos administrativos, el principio general
consiste, como digo, en que la Administración Pública puede elegir libre y
directamente la persona con la cual contratará: sólo a texto expreso -genérico o
específico- deja de regir dicho principio. Tal es el punto de partida en esta
materia, donde sigue imperando la libertad formal propia del acto
administrativo.

De acuerdo al derecho positivo, lo común o habitual es que la Administración


Pública deba elegir su cocontratante en base a sistemas o criterios que, o bien
implican una elección automática del mismo -como ocurre, por ejemplo, en la
licitación-, o deba elegirlo de acuerdo a otros criterios que, por una u otra
razón, implican siempre una restricción -mayor o menor- a esa libertad de
elección. El sistema de la libre elección se impone en aquellos contratos donde
prevalece el factor personal del cocontratante, la confianza que, desde todo
punto de vista (financiero, técnico y moral), éste pueda merecerla a la
Administración Pública; en cambio, cuando ese factor personal carece de
importancia, rigen otros sistemas de elección del cocontratante, incluso algún
sistema automático, tal como ocurre en los supuestos de licitación, en cuya
virtud el contrato se realiza o debe realizarse con la persona que, de acuerdo al
resultado de aquélla, haya ofrecido mayores ventajas económicas para la
Administración Pública.

B. Licitación: Consiste en un procedimiento de selección administrativa del


cocontratante de la Administración Pública que, sobre la base de una previa
justificación de idoneidad moral, técnica y financiera, tiende a establecer qué
persona o entidad es la que ofrece el precio más conveniente para la
Administración Pública.

Las características concretas de la cosa a construir o a entregar, o del trabajo o


servicio a realizar, como objeto del respectivo contrato, son fijadas de
antemano por la Administración Pública en el pliego de condiciones (cláusulas
particulares)9.

En cuanto a la idoneidad técnica, moral y financiera de los eventuales oferentes


es de advertir que debe hallarse acreditada a priori. Se parte de la base de que
todos los que intervienen en una licitación -por haberse admitido su inscripción
en el respectivo registro- tienen responsabilidad moral, técnica y financiera; de
lo contrario no se les habría inscripto. Es eso lo que ocurre en ordenamientos
jurídicos como el nuestro, donde, como regla general, para intervenir en
licitaciones estatales existe la obligación de estar inscripto en el registro
pertinente (de Proveedores del Estado, de Constructores de Obras Públicas,
etc.).

La licitación se concreta fundamentalmente, entonces, a establecer qué


persona o entidad ofrece el precio más conveniente para realizar la prestación
especificada en el pliego de condiciones10.Por eso se ha dicho que el sistema de
la licitación, como medio para elegir el cocontratante, al revés de lo que ocurre
con el sistema de libre elección, es un sistema automático, por cuanto el
contrato debe adjudicársele a quien ofreció el mejor precio11.En este orden de
ideas la discrecionalidad de la Administración Pública tiene poco margen.

9 Conforme lo requieren el Reglamento de las Contrataciones del Estado (reglamentación al


artículo 61 de la ley de contabilidad, incisos 30, 44, 45, 46, 49, 50, 52, 53, 67, 129, 130, 138, 139
y 148, y al artículo 62, inciso 1º de la misma) y la ley de obras públicas 13064 (artículos 4º, 11 y
12).
10En tal sentido: Reglamento de las Contrataciones del Estado, reglamentación al artículo 61 de

la ley de contabilidad, incisos 70, 76, 139 y 150.


11En idéntico sentido: Garrido Falla: Tratado de Derecho Administrativo, tomo 2º, página 67,

quien se expresa así: La subasta (licitación pública) es un procedimiento automático mediante el


cual una entidad administrativa elige como contratista al particular que ofrece las condiciones
económicas más ventajosas, sin tener en cuenta consideraciones de otro tipo.
La idoneidad técnica, moral y financiera de los eventuales oferentes o
licitadores queda -o debe quedar- acreditada con anterioridad al acto de
licitación. Ello es así porque, como dije, sólo pueden intervenir en licitaciones
las personas o entidades inscriptas en los respectivos registros, o las que, sin
estar inscriptas, sean de notoria solvencia o la índole de la negociación
justifique la exención de tal requisito. Para ser inscripto en dichos registros el
solicitante debe acreditar su idoneidad en el orden moral, técnico y financiero.
Ésa es, precisamente, la ratio iuris de los expresados registros. Sobre tales
bases el interesado interviene en la licitación, la que entonces queda
circunscripta a establecer el mejor precio con relación al objeto del contrato,
cuyas especificaciones constan detalladamente en el pliego de condiciones.
Sería inconcebible que la Administración Pública inscriba en el Registro de
Proveedores del Estado o de Constructores de Obras Públicas -inscripción que
por sí misma implica, o debe implicar, toda una garantía de moralidad y de
eficiencia técnica y financiera- a personas cuyos antecedentes y situación no
justifiquen tal reconocimiento. La inscripción indebida puede hacer pasible de
responsabilidad al funcionario que la dispuso.

Uno de los presupuestos fundamentales de la licitación es la igualdad de trato


para todos lo que intervienen en ella como licitadores u oferentes; pero esa
igualdad no está supeditada a valoraciones subjetivas realizadas por la
Administración Pública a través de sus decisiones: la referida igualdad exige que
la situación de los distintos oferentes o licitadores sea valorada esencialmente
sobre bases o datos objetivos (constancias de la inscripción en el respectivo
registro y precio ofrecido). Lo contrario atentaría contra la seguridad jurídica,
esencia del derecho. El automatismo de la licitación no puede llegar hasta el
absurdo de desvirtuar la propia esencia y razón de ser de ella, imponiendo a la
Administración Pública la obligación de contratar, a sabiendas, en condiciones
que no son las más ventajosas para los intereses públicos. La resolución que se
dicte en casos así debe ser debidamente motivada, es decir debidamente
fundada. Pero esto, por ser lo excepcional, no desvirtúa el principio que dejo
expuesto acerca de que la licitación se circunscribe a establecer quién ofrece el
mejor precio o las mejores condiciones.

Toda persona o entidad inscripta en el correspondiente registro, teóricamente


es considerada apta para contratar con el Estado, cuando el precio ofrecido o
pedido sea el mejor con referencia a determinado contrato. Todos los
inscriptos en los registros se considera que reúnen las condiciones necesarias
para ser cocontratantes del Estado, por lo que, en ese orden de ideas, están
colocados en el mismo plano, vale decir, a todos se les considera igualmente
morales y a todos se les conceptúa como poseedores de la solvencia financiera
y técnica necesaria para cumplir satisfactoriamente el contrato. La doctrina y la
legislación reconocen la existencia de dos especies fundamentales de licitación:
la pública y la privada. Pero existe, además, un tercer tipo de ella: la restringida
que, como se verá luego, no es otra cosa que una subespecie de la licitación
pública.

La analogía consiste en que todas implican un medio o sistema de que se vale la


Administración Pública para seleccionar o elegir a su cocontratante. La
diferencia radica en quiénes pueden intervenir, como oferentes o licitadores,
en cada uno de esos supuestos.

En la licitación pública el número de oferentes o licitadores no tiene limitación.


Pueden concurrir como tales todas aquellas personas o entidades que, de
acuerdo a las normas vigentes, estén en condiciones de presentarse a esa
licitación. Esas condiciones varían o pueden variar de país a país, o de lugar a
lugar.

En la licitación privada sólo pueden intervenir, como oferentes o licitadores, las


personas o entidades invitadas al efecto por la Administración Pública. La
procedencia o admisión de la licitación privada se basa, primordialmente, en el
monto o valor estimado de la obra u operación, o cuando, en materia de obras
públicas, se trate de trabajos complementarios, o urgentes, o que, por referirse
a la seguridad del Estado, exijan una garantía especial o gran reserva, o cuando
se trate de trabajos que requieran una específica capacidad artística o
científica, o cuando una licitación hubiese resultado desierta o no se hubiere
hecho en ella oferta admisible. Debe tratarse de personas o entidades que
actúen en el tipo de negocio a que se refiere el contrato a celebrar; deben estar
inscriptas en el Registro de Proveedores del Estado; el número de personas o
entidades que se invitará no debe ser menor de seis; las invitaciones de
referencia deben efectuarse en forma rotativa dentro de las firmas inscriptas
en el Registro de Proveedores del Estado12.

En cambio, la licitación restringida es aquella en que únicamente pueden


intervenir personas o entidades que reúnan ciertas condiciones de idoneidad
especialmente requeridas, o que respondan a especiales requisitos fijados por
la Administración Pública. Así, habría restricción (o limitación) cuando sólo se
admitan como licitadores a personas de un distrito o municipio, o a
empresarios de cierta capacidad mínima de producción, o a empresarios de
determinadas obras en curso, etc.

Licitación Pública: Debe entenderse el procedimiento administrativo de


selección del cocontratante de la Administración donde el número de oferentes
o licitadores no tiene limitaciones, y cuya finalidad es seleccionar la mejor
oferta para celebrar un contrato. De manera que el rasgo típico de la licitación
pública es la posibilidad de que concurra a ella un número ilimitado de
oferentes o licitadores, en tanto éstos se hallen encuadrados en las
disposiciones normativas vigentes.

12Reglamento de las Contrataciones del Estado, incisos 8º y 9º de la reglamentación al artículo


62 de la ley de contabilidad.
Como la licitación implica una excepción al principio de libre elección de su
cocontratante por parte de la Administración Pública, ella sólo es exigible
cuando una norma la requiere. Si la norma no la exige, la licitación no es
indispensable para la celebración de contratos administrativos. Aun cuando el
derecho vigente no la exigiere como requisito esencial, nada obsta a que, en el
caso concreto, la Administración recurra a la licitación como procedimiento
voluntario de elección de su cocontratante.

Cuando el texto legal exija que se recurra a la licitación, sin aclarar si ésta es
pública o privada, debe entenderse que se trata de la licitación pública: 1º
porque en materia de licitación, ella constituye el principio, siendo la licitación
privada la excepción, lo que así resulta de nuestros textos legales (decreto-ley
de contabilidad, 23354/56, artículos 55 y 56, inciso 1º; ley de obras públicas,
13064, artículo 9º; 2º porque pudiendo concurrir a ella un número ilimitado de
licitadores u oferentes -en tanto, desde luego, éstos se hallen encuadrados en
las reglamentaciones vigentes-, ello está más de acuerdo con la idea de
libertad, de la cual jamás debe prescindirse en un Estado de Derecho.

La licitación pública hállase regida por tres principios esenciales o


fundamentales que fluyen de la propia razón de ser de ella. Tales principios
son: la oposición o concurrencia entre los licitadores u oferentes: La base ético-
jurídica de la licitación pública radica en que haga oferta todo aquel que,
hallándose en condiciones legales, desee presentarse formulando su
proposición. Se entiende razonablemente que si varios interesados hacen su
ofrecimiento, ello permitirá seleccionar al cocontratante de la Administración
Pública que ofrezca condiciones más ventajosas, sobre la base de una
comparación objetiva entre las diversas ofertas. Ésa es la razón que explica y
justifica la expresada oposición o concurrencia. Teóricamente, el ideal consiste
en que a una licitación se presente el mayor número de licitadores u oferentes.
Por lo demás, la presentación de varios interesados y la selección pública del
más conveniente de ellos aleja la idea de connivencia entre el licitador y la
Administración Pública; la publicidad del acto: Para que la oposición o
concurrencia tengan lugar es menester que los posibles licitadores u oferentes
adquieran conocimiento del llamado a licitación; si así no fuere, no podrían
comparecer haciendo sus ofertas, pues ignorarían la existencia de dicho
llamado. Con el objeto de que los eventuales interesados adquieran
conocimiento del llamado a licitación y puedan acudir formulando sus ofertas,
el referido llamado debe hacerse público, ostensible, mediante una adecuada
publicación. Esto es lo que se denomina publicidad, que es uno de los principios
fundamentales que gobiernan la licitación pública. Una licitación pública
realizada a hurtadillas sería un absurdo jurídico, un contrasentido: de ahí la
fundamental importancia del adecuado cumplimiento del requisito de la
publicidad; y la igualdad entre los oferentes o licitadores: La referida igualdad
exige que, desde un principio del procedimiento de la licitación hasta la
adjudicación del contrato, o hasta la formalización de éste, todos los licitadores
u oferentes se encuentren en la misma situación, contando con las mismas
facilidades y haciendo sus ofertas sobre bases idénticas.

El mecanismo o curso de la licitación pública se traduce en diversos momentos


o etapas que constituyen el procedimiento de la misma. Precisamente, este
procedimiento -con sus etapas o momentos- define substancialmente la
naturaleza jurídica de la licitación pública. Ellos son los siguientes: a) pliego de
condiciones; b) invitación o llamado a la licitación; c) presentación de
propuestas, que doctrinaria o teóricamente pueden ser escritas o verbales; d)
apertura de los sobres, en los sistemas en que las ofertas se hacen por escrito;
e) adjudicación; f) eventualmente, perfeccionamiento o formalización del
contrato administrativo.

a) Pliego de condiciones: Se ha dicho que el pliego de condiciones de un


contrato administrativo es el conjunto de documentos escritos que determinan
las condiciones del contrato. Estimo que esta última es la noción aceptable,
pues comprende no sólo los pliegos particulares de un determinado contrato o
de todos los de la índole de éste, sino que abarca todos los documentos que
constituyen los pliegos generales, en cuanto éstos tengan vigencia en el caso
concreto. El pliego de condiciones es el resultado de un proceso preliminar en
el cual, ante una necesidad que debe ser satisfecha, la Administración Pública
comienza por estudiar qué es lo que necesita, cuánto, cómo y a qué plazos
necesita la provisión, la obra, etc... Aclarado todo eso, la Administración se
dispone a contratar. Entonces, en base a dichos antecedentes, redacta el pliego
de condiciones determinando las condiciones del contrato.

Hay dos clases fundamentales de pliegos de condiciones: los generales y los


particulares. Los primeros contienen reglas jurídicas válidas para todos los
contratos de la Administración; los segundos fijan las condiciones específicas o
particulares de cada contrato, completando así las disposiciones de los pliegos
de condiciones de carácter general.

b) El llamado a licitación: Es una comunicación o manifiesto dirigido al público,


que contiene las indicaciones principales acerca del objeto y modalidades del
contrato; debe redactársele en forma clara y precisa para que los interesados
puedan resolver acerca de la conveniencia de presentarse o no a la licitación.
Cada ordenamiento jurídico se preocupa de señalar los requisitos que deben
cumplirse en los llamados a licitación; así, en el Reglamento de las
Contrataciones del Estado se establece: Los anuncios previstos en la ley y los
que a continuación se indican, así como las invitaciones prescriptas en los
incisos 7º a 10, inclusive, del presente artículo, deberán expresar claramente: el
nombre del organismo licitante, el objeto de la contratación, el lugar donde
pueden retirarse o consultarse las cláusulas particulares, el lugar de
presentación de la oferta y día y hora en que se procederá a su apertura.
c) Presentación de propuestas u ofertas: Pueden presentar ofertas, es decir
pueden actuar como proponentes, oferentes o licitadores, las personas o
entidades inscriptas en los respectivos registros, o las que, sin estar inscriptas,
sean de notoria solvencia o la índole de la negociación justifique la exención de
tal requisito. Las ofertas o propuestas que se formulen deben estar de acuerdo
con las bases de la contratación; vale decir, su contenido debe ajustarse al
pliego de condiciones. De lo contrario, las ofertas serían rechazadas. La oferta o
propuesta, una vez presentada por el licitador, produce un efecto inmediato:
debe ser mantenida durante el lapso que establezca el sistema legal que rija la
licitación. Nuestro derecho regula concretamente la expresada obligación del
licitador de mantener su oferta. Si el licitador retirase su oferta antes del plazo
fijado, perderá el pertinente depósito de garantía, sin perjuicio de la aplicación
de otras posibles sanciones; d) Apertura de los sobres que contienen las ofertas
o propuestas:

En el lugar, día y hora determinados en los avisos para celebrar el acto, se


procederá a abrir los sobres que contienen las propuestas. Estarán presentes
los funcionarios designados por el organismo licitante y los proponentes que
desearen presenciarlo.

Vencido el plazo para la admisión de las propuestas, y antes de iniciarse la


apertura de los sobres, los interesados podrán pedir explicaciones o formular
reclamaciones o aclaraciones relacionadas con el acto; pero iniciada la apertura
de los sobres, no se admitirá observación o explicación alguna.

Se abrirán los sobres que contienen las propuestas; éstas se leerán en alta voz
por el actuario ante los funcionarios y personas que presencien el acto.
Terminada dicha lectura, del resultado obtenido se procederá a labrar acta, que
deberá ser absolutamente objetiva. El acta será firmada por los funcionarios
intervinientes y por los proponentes que, deseándolo hacer, estuvieren
presentes en el momento de redacción del acta.

Los licitadores podrán dejar constancia en dicha acta de las observaciones que
les merezca el acto o cualquiera de las propuestas presentadas; e)
Adjudicación: Es una de las más fundamentales etapas de la licitación. Todo el
procedimiento de esta última tiende, precisamente, a permitir una adecuada
adjudicación, efectuándose así la selección concreta del cocontratante. La
adjudicación es, entonces, el acto de la Administración Pública en el que ésta,
previo examen de las propuestas u ofertas presentadas, decide cuál de ellas es
la más conveniente, y la acepta, quedando con ello simultáneamente
determinado el cocontratante para ese caso particular. Dicho cocontratante es
el licitador que formuló la oferta considerada como más conveniente. Mientras
que la autoridad competente para efectuar la adjudicación definitiva, o para
aprobar el contrato, no se haya expedido disponiendo esas medidas, la
Administración Pública (Estado) no está obligada a contratar con quien haya
sido adjudicado provisionalmente, y correlativamente éste no puede intimar a
la autoridad a que contrate con él, pues se ha dicho que en ese estado del
procedimiento la Administración Pública tiene una especie de derecho de veto
respecto a la celebración del contrato, lo que es consecuencia del carácter
discrecional de la actividad de la Administración en lo atinente a la aprobación
de la adjudicación. Recién la adjudicación definitiva, o la aprobación del
contrato, crean un derecho en favor del oferente elegido o seleccionado, quien
entonces podrá exigir la realización o formalización del contrato.

Licitación privada: Es aquella a la que sólo pueden presentarse como oferentes


las personas o entidades expresamente invitadas al efecto por la
Administración Pública. La procedencia de la licitación privada depende del
ordenamiento legal de cada país o lugar. Pero, teóricamente, ella procede no
sólo, como dicen algunos tratadistas, en el caso de un contrato que requiera
una especial capacitación o competencia, sino también cuando el monto del
contrato no supere determinado límite, o cuando una licitación pública anterior
haya resultado desierta o haya fracasado por no haberse presentado ofertas
admisibles -concepto éste que incluye el de rechazo de la oferta por
inconveniencia del precio-, o cuando se trate de trabajos suplementarios, o de
asuntos urgentes, o cuando la seguridad del Estado exija garantías especiales o
gran reserva, etcétera.

La incomparecencia total de oferentes en la licitación privada constituye un


supuesto similar al expresamente previsto en la norma respecto a la licitación
pública, por lo que puede afirmarse que la ratio legis vale igualmente para uno
y otro caso, justificándose entonces la aplicación extensiva de la norma por vía
analógica.

C. Contratación directa: Teóricamente es la que la Administración Pública


realiza con una firma, entidad o persona determinada, tratando de llegar con
ella a un acuerdo conveniente, en trato directo, con exclusión de puja o
concurrencia. Pero no debe confundirse, y menos asimilarse, el sistema de
contratación directa con el sistema de libre elección. La contratación directa no
implica lo que en derecho se denomina sistema de libre elección. Este último,
como sistema es originario y genérico: comprende todo tipo de contrato; en
cambio, la contratación directa es un sistema específico: procede para casos
determinados, y además muchas veces es subsidiario, pues procede ante el
fracaso de una licitación. Dada su índole, o sea falta de concurrencia u
oposición entre varios oferentes, la contratación directa o trato privado, como
principio, carece del automatismo que caracteriza a la licitación, y que da como
resultado el deber de adjudicar el contrato al licitador que haya formulado la
oferta más conveniente. Tal es el principio, que tiene su excepción. Otro
carácter del sistema de contratación directa o de trato privado o directo, es el
de la libertad de la Administración Pública para dirigirse a quien considere
oportuno solicitándole una oferta para contratar y para luego, si al respecto se
llegare a un acuerdo, celebrar con dicha persona o entidad el respectivo
contrato. Otro carácter trascendente de la contratación directa o privada es el
de constituir un procedimiento renunciable por parte de la Administración
Pública, ya que para ésta no constituye una obligación o imposición, sino una
mera atribución o facultad que puede o no ejercitar, pues para la celebración
del contrato puede recurrir válidamente a la licitación privada que, como
sistema de contratación, ofrece mayores garantías.

D. Remate público: Otro medio de que el Estado suele valerse para realizar sus
contrataciones es el remate público, figura ésta que, si bien tiene vigencia en
derecho público (administrativo, en la especie), tuvo más desarrollo en el
derecho privado, especialmente comercial, cuyo Código la contempla13.

El remate -lato sensu- consiste en la venta de bienes, en público, al mejor


postor. En ese acto no hay selección de concurrentes: concurre quien desee
hacerlo; lo contrario acaece en materia de licitación, siendo ésta una de las
fundamentales diferencias entre remate y licitación. La Administración Pública
puede intervenir en un remate público vendiendo bienes suyos, o comprando
bienes (decreto-ley de contabilidad, 23354/56, artículo 56, incisos 2º y 3º,
apartado b]).

E. Concurso y Concurso-Estímulo: Diferencias

Es la oposición que se realiza para determinar la mayor capacidad técnica,


científica, cultural o artística entre dos o más personas. Es un concepto
específico que rige en el ámbito jurídico. Es un medio de selección de la
persona más autorizada para el cumplimiento de una tarea, y tiene en cuenta
preferentemente las condiciones personales del candidato. El Estado, en
cumplimiento de su alta misión de fomentar las ciencias, las artes, las letras,
etc., elevando así la cultura general del país, suele instituir concursos para el
otorgamiento de premios o distinciones que se entregarán a los científicos,
artistas, cultores de las letras, etc., cuyos trabajos hayan merecido la
preferencia de las respectivas comisiones asesoras. Se trata de concursos-
estímulo, que traducen una plausible manera de promover el bienestar general
y de contribuir al progreso de la ilustración, de que habla la Constitución
Nacional en su preámbulo y en el artículo 67, inciso 16. Dichos concursos-
estímulo son de una naturaleza jurídica totalmente distinta a la del concurso
mencionado anteriormente; éste coloca las relaciones de las partes (Estado y
concurrentes) en el plano contractual, e incluso puede determinar un contrato
entre la Administración Pública (Estado) -que llamó expresamente a concurso- y
el concurrente cuyo trabajo, obra o esfuerzo fuese aceptado por la
Administración. El concurso-estímulo, en cambio, no coloca las relaciones de las
partes intervinientes (Estado y concurrentes) en el plano contractual, sino en el
exclusivamente legal o reglamentario. De ahí que el derecho de los
concurrentes se concrete a exigir que el Estado, en el desarrollo del concurso,
cumpla estrictamente las normas que rigen a éste. Tales concursos-estímulo no

13Ver Código de Comercio, artículos 113-122


constituyen ni determinan contratos, pues, en ellos, entre el Estado y el
concurrente no se produce ni existe acuerdo alguno de voluntades, generador
de obligaciones. El concurso, como procedimiento de selección del
cocontratante de la Administración Pública, debe sujetarse a determinadas
reglas o criterios. Ante todo, deben tenerse presentes las bases o condiciones
del llamado a concurso. Las que son obligatorias para la Administración Pública
y para quienes acudan a ese llamado. Aparte de esas bases, deberán tenerse en
cuenta las disposiciones concretas que al respecto contuviere el ordenamiento
jurídico vigente en el lugar respectivo. Si el ordenamiento jurídico nada
dispusiere sobre esta materia, deberán aplicarse las reglas y principios sobre
licitación pública, pues entre ésta y el concurso existen analogías en muchos
aspectos. Si aun con el auxilio de esos elementos la cuestión no pudiere ser
resuelta, deberá recurrirse entonces a otras normas y principios del derecho
administrativo, en cuanto los mismos sean atinentes al punto controvertido. En
última instancia corresponderá utilizar las normas y principios del derecho
privado, siempre que tales normas y principios no contradigan lo que es
substancia propia de este sector del derecho administrativo.

F. Selección por iniciativa privada: No se trata en definitiva de un


procedimiento administrativo de selección del contratista de la Administración,
sino un sistema de preferencia a favor del autor de la iniciativa. Se trata del
derecho a participar en una puja final por vía de oportunidad de mejora de
precio, cuando el autor de la iniciativa no ganó la licitación. No constituye un
procedimiento de selección, sino un privilegio a quien ideó y generó un
determinado proyecto de obra o servicio público, etc.

Derechos y obligaciones de las partes

El contrato administrativo se ve tipificado por caracteres diferenciados


respectos del contrato del derecho privado. Esas notas especiales hacen que en
la ejecución y cumplimiento de los contratos públicos se encuentren algunos
elementos específicos que son consecuencia necesaria de la naturaleza que les
es propia:

A) Las prerrogativas, derechos y obligaciones de la Administración:

A) 1) Las prerrogativas de la Administración:

a) Continuidad: La posibilidad de exigir al contratista la ejecución continuada


del contrato bajo toda circunstancia sin que se pueda ver interrumpido bajo
ninguna causa. Es más, cuando se trata de un servicio público la Administración
podrá acudir a las vías de hecho para garantizar la continuidad en cualquier
caso de amenaza.

b) “Iusvariandi”: Es la facultad de introducir cambios en forma unilateral en las


prestaciones de su cocontratante particular. Constituye el principio de
mutabilidad aplicable a los contratos administrativos.

c) Dirección y control: Esta prerrogativa de la Administración se entiende


incluida en todo contrato administrativo, aunque no se estipule en forma
expresa, y deriva también de la superioridad del fin público y de a
subordinación jurídica del cocontratante particular. Son distintos los medios
que la Administración puede emplear para ejercer sus facultades de control,
como así también los alcances de los mismos.

d) Sanción, 1) Sanciones pecuniarias; 2) Sanciones coercitivas (Ver: 8.1.7-.


Régimen sancionatorio: Rescisión de contrato.)

e) Rescisión: (Ver: 8.1.7- Régimen sancionatorio: Rescisión de contrato.)

f) Interpretación unilateral del contrato: Cuestionada por algunos autores,


consiste como la facultad de interpretar los textos contractuales frente a un
conflicto de intereses con el contratista particular y, sobre la base de ese
análisis unilateral, continuar inmediatamente la ejecución del contrato.

A) 2) Los derechos y obligaciones de la Administración: En todo contrato la


Administración comitente tiene el derecho a exigir la debida ejecución de la
prestación por parte del contratista y que ese cumplimiento se produzca en el
término pactado. En virtud de la presencia de un fin de interés colectivo, la
debida ejecución será doblemente exigida al particular atendiendo a su
carácter de cocontratante y de colaborador de la Administración Pública en la
gestión de los servicios públicos.

A) 3) La “exceptio non adimpleticontractus”: El art. 1031 C.C. y C establece que


en los contratos bilaterales, cuando las partes deben cumplir simultáneamente,
una de ellas puede suspender el cumplimiento de la prestación, hasta que la
otra cumpla u ofrezca cumplir. La suspensión puede ser deducida judicialmente
como acción o como excepción. Si la prestación es a favor de varios
interesados, puede suspenderse la parte debida a cada uno hasta la ejecución
completa de la contraprestación. En consonancia con respetados autores –
Bielsa, Bercaitz y Escola- entiendo inaplicable dicha excepción en el campo de
los contratos de derecho administrativos. La invocación de la misma podría
afectar el principio de continuidad en la ejecución (por ejemplo: la suspensión
del servicio concesionado de recaudación de residuos ante el retardo en el
pago del precio acordado generaría graves conflictos de la necesaria higiene
urbana, lo que atentaría incluso contar la salubridad pública). Otra posición
doctrinaria entiende que la exclusión de dicho mecanismo se halla fuera del
orden jurídico.

A) 4) La fuerza mayor: (Ver: 8.1.6-Ejecución del contrato administrativo.)

B) 1) Los derechos y obligaciones del cocontratante particular: El contratante


particular tiene derecho fundamentalmente a que la Administración cumpla
con sus obligaciones y, muy especialmente, a percibir el precio. Tiene entre
estos primeros derechos, el de colaboración por parte de la Administración a
los efectos de poder cumplir con el contrato (por ejemplo: que le entregue el
terreno para la construcción de las obras públicas).

a) Derecho al precio: El cocontratante tiene derecho al pago del precio de su


prestación.

b) Derecho a la intangibilidad de la remuneración: El derecho del contratista es


a un precio íntegro, a un precio que verdaderamente remunere su prestación
guardando una relación de equilibrio.

c) Derecho al equilibrio económico-financiero: Es el derecho a la llamada


equivalencia comercial. c.1. Compensación por el ejercicio del “iusvariandi”: Es
el derecho que tiene el contratista a que la Administración le compense
integralmente las consecuencias económicas originadas en la variación
introducida en el objeto o en la modalidad de cumplimiento del contrato
oportunamente suscrito bajo otras condiciones; c.2. El “hecho del príncipe” y
“hecho de la administración” (Ver: 8.1.6-Ejecución del contrato administrativo);
c.3. La teoría de la imprevisión (Ver: 8.1.6-Ejecución del contrato
administrativo).

Ejecución del contrato administrativo

Habiendo evaluado en el punto anterior el conjunto de derechos, obligaciones


y prerrogativas que tienen las partes a partir y como consecuencia de la
celebración de un contrato administrativo, aquí específicamente evaluaremos
aquellas situaciones que durante la ejecución del contrato administrativo
eximen de responsabilidad a las partes. Los supuestos, en lo que se refiere al
cocontratante de la Administración Pública, están dados ya sea por el
incumplimiento (inejecución) del contrato -total o parcial, definitivo o
provisional- o por el retardo en el cumplimiento del mismo. En tales supuestos
el incumplimiento no apareja responsabilidad alguna.
Los casos de exención de esa responsabilidad son dos: fuerza mayor y el hecho
de la Administración Pública. 1) Fuerza mayor: En derecho, con referencia a
ciertos acontecimientos que eximen de responsabilidad, y que son ajenos a las
personas obligadas y a la voluntad de éstas, se habla de fuerza mayor y de caso
fortuito. Si bien hay legislaciones y autores que distinguen entre caso fortuito y
fuerza mayor, en el derecho argentino ambas expresiones son equivalentes14.

Fundamentalmente, la fuerza mayor se concreta en un acontecimiento ajeno a


la persona que la invoca y ajeno asimismo a la voluntad de tal persona. Dicho
acontecimiento implica un obstáculo para que el obligado cumpla sus
obligaciones.

A los efectos de liberar de responsabilidad al obligado, el referido


acontecimiento debe reunir ciertos caracteres. Debe ser: a) exterior (ajeno a la
persona obligada y a la voluntad de ésta); b) imprevisible (es decir que no pudo
razonablemente ser considerado por el contratante en el momento de celebrar
el contrato). Algunos expositores dicen que el suceso en cuestión debe ser
extraordinario, presentándose como anormal; c) inevitable (irresistible, según
algunos, o insuperable) por el contratante. Tal es la noción de fuerza mayor en
derecho privado. En derecho administrativo tiene los mismos elementos que en
aquél, aunque alguno de esos elementos ofrece características particulares en
derecho administrativo.

A la inversa, las partes contratantes pueden convenir que no rijan las causas de
exención previstas por la ley, y se imponga al obligado una responsabilidad más
amplia por la falta de cumplimiento o ejecución. Se ha dicho que el orden
público no aparece comprometido a raíz de esa cláusula, la que entonces
resulta amparada por el principio de libertad contractual15.

Las partes contratantes no sólo pueden limitar o ampliar su responsabilidad o


irresponsabilidad frente a la fuerza mayor, sino que pueden convenir lo que, en
lo atinente a sus relaciones contractuales, ha de entenderse por fuerza mayor.
En tal supuesto, las cuestiones que se susciten deben resolverse aplicando las
disposiciones convenidas por las partes.

Tal como mencioné, uno de los caracteres que el respectivo hecho o


acontecimiento debe reunir para considerársele como fuerza mayor, consiste
en que sea inevitable (irresistible) por el contratante. Es con relación a este
aspecto que la fuerza mayor ofrece una característica propia en derecho
administrativo, que entonces permite diferenciarla de la noción de ella en
derecho privado. Habrá o puede haber fuerza mayor cuando un acontecimiento

14Tienen el mismo significado. Así se deduce del artículo 513 del Código Civil, que pone a ambas
en idéntico pie, y de la nota al artículo 514 del mismo, que también habla de ellas como de
figuras jurídicamente iguales, tanto más en lo atinente a sus consecuencias
15Lafaille: op. cit., tomo 1º, nº 198, página 185; Busso: op. cit., tomo 3º, nº 194, página 324.

Además: véase a Guastavino: Notas al Código Civil Argentino, tomo 4º, nº 355, páginas 265-266,
Buenos Aires 1900.
exterior e imprevisible trastorne o altere de una manera definitiva el equilibrio
del contrato administrativo; pero sin que sea necesario que dicho
acontecimiento torne absolutamente imposible la ejecución del contrato. Lo
insuperable queda reemplazado por lo definitivo. Esta noción de fuerza mayor
tendió a evitar que en esos casos entrare en funcionamiento la teoría de la
imprevisión, que sólo debe aplicarse en supuestos que originen dificultades
temporarias. En cambio, cuando la alteración del equilibrio contractual se
presenta como definitivo, pero sin aparejar una imposibilidad absoluta de
cumplir o ejecutar el contrato, no es aplicable la teoría de la imprevisión, sino la
de la fuerza mayor, lo cual permite que el cocontratante solicite la rescisión del
contrato.

Los hechos o acontecimientos que pueden determinar la fuerza mayor tienen


orígenes diferentes: pueden ser hechos de la naturaleza o responder a una
acción humana; de ahí la clasificación de ellos en hechos naturales y en hechos
del hombre. Me ocuparé de ambas categorías. a) Hechos naturales:
Comprenden numerosas especies posibles: las inundaciones, la sequía, las
lluvias, la neblina, el viento, los temporales, tempestades y tormentas de mar,
los terremotos o temblores de tierra; los aludes o deshielos, las temperaturas
extremas (frío y calor), las epidemias y pestes (enfermedades), las plagas
agrícolas, la muerte. b) Hechos del hombre, por oposición a los hechos
naturales, pueden también constituir casos de fuerza mayor en las relaciones
contractuales cuando reúnan determinados caracteres: han de ser extraños a la
persona y voluntad de las partes contratantes, es decir deben ser hechos
exteriores; deben ser imprevisibles, o sea que no podían razonablemente ser
considerados por el contratante en el momento de celebrar el contrato (suceso
extraordinario y anormal); han de ser inevitables (irresistibles o insuperables)
por el contratante. Concurriendo esos requisitos, el hecho del hombre puede
constituir un caso de fuerza mayor, con todas sus consecuencias jurídicas. Entre
tales hechos corresponde mencionar los siguientes: a) Guerra, b) Revolución, c)
Hecho de tercero, d) Actos del soberano (fait du prince, el “hecho del
príncipe”), e) Órdenes o decisiones judiciales, f) Huelga, g) Lock-out (paro
patronal)

La fuerza mayor produce dos tipos de efectos: definitivos y provisionales, que


algunos tratadistas llaman resolutorios y dilatorios, respectivamente. El efecto
definitivo se concreta en la rescisión del contrato. Tiene lugar cuando la
imposibilidad de cumplirlo es insuperable para el contratante que invoca esa
circunstancia. El efecto provisional o transitorio consiste en la paralización o
suspensión de la ejecución o cumplimiento del contrato. Tiene lugar cuando el
obstáculo constitutivo de la fuerza mayor es transitorio: desaparecido dicho
obstáculo, renace la obligación de ejecutar o cumplir el contrato.

Cualquiera sea el efecto de la fuerza mayor, sus consecuencias consisten en


liberar de responsabilidad al respectivo obligado o deudor. Se trata de un
supuesto donde el incumplimiento no apareja responsabilidad.
2) El “hecho del príncipe” y “hecho de la Administración Pública”: El “hecho del
príncipe” surge toda vez que la misma Administración contratante, o alguna de
sus dependencias o partícipes de la misma jurisdicción, afectan al contrato en
perjuicio del contratista, mediante resoluciones de tipo general. Esa afectación
al contrato debe ser imprevista, no anunciada o razonablemente
imprevisible16.El “hecho de la Administración” es –en pocas palabras- el mero
incumplimiento por parte de la comitente de sus obligaciones contractuales.
Este es susceptible de excusar la inejecución del contrato por el cocontratante -
o la ejecución fuera de término-, en condiciones análogas a la de la fuerza
mayor. Por hecho de la Administración entiéndase todo comportamiento o
toda conducta de ésta que den por resultado la imposibilidad, para el
cocontratante, de cumplir el contrato. Ejemplo típico de esto son los retardos
en los pagos en que incurra la Administración Pública, en tanto tales retardos
reúnan ciertas características. Los retardos en los pagos por parte de la
Administración Pública pueden, entonces, justificar la inejecución de las
obligaciones del cocontratante.

Por tanto, la fuerza mayor y el hecho de la Administración, en cuanto éste sea


asimilable a aquélla, producen o pueden producir dos efectos distintos:

a) Autorizar al cocontratante a pedir la rescisión del contrato. Se trataría de un


efecto definitivo.

b) Autorizar al cocontratante a suspender o paralizar la ejecución o


cumplimiento del contrato. Se trataría de un efecto transitorio o provisional.

Esto último nos permite pasar al próximo punto del programa.

Régimen sancionatorio: Rescisión de contrato

Al derecho de control que tiene la Administración Pública corresponde, como


lógica consecuencia, un derecho de sanción: no basta darle a la Administración
el medio de comprobar las faltas de su cocontratante; es indispensable darle
los medios de reprimir esas faltas, y esto se logra mediante las distintas
sanciones admitidas por la ciencia jurídica. De modo que los incumplimientos
del cocontratante a sus diversas obligaciones dan lugar a la aplicación de
sanciones. A la Administración Pública le compete, pues, el derecho de

16Un ejemplo estaría marcado por la creación de un impuesto que afecte el precio que la
Administración paga al contratista y éste cobra por la ejecución del contrato administrativo en
cuestión.
sancionar a su cocontratante, pero bien entendido, en ciertos supuestos la
aplicación de la sanción debe supeditarse a ciertos principios jurídicos
fundamentales.

Dichas sanciones tienden, principalmente, a obtener la ejecución efectiva del


contrato. Sólo en los casos de obvia gravedad la sanción debe o puede consistir
en la extinción del contrato.

El poder de aplicar sanciones existe como principio. La posibilidad de su


aplicación constituye una facultad implícita correspondiente a la
Administración Pública. El poder de aplicarlas implica o representa una de las
tantas cláusulas exorbitantes virtuales del derecho privado inherentes a los
contratos administrativos.

No obstante, las estipulaciones contractuales suelen prever y especificar las


sanciones que la Administración Pública podrá aplicarle a su cocontratante
cuando éste incurra en faltas; pero aun entonces las sanciones mencionadas en
el contrato carecen de carácter limitativo o exclusivo: aparte de ellas, la
Administración Pública puede aplicar otras sanciones requeridas por la índole
de la falta cometida.

Las principales sanciones corresponden a las tres categorías siguientes:

1) Sanciones pecuniarias:

A) Cláusula penal: las partes pueden prever y fijar ab initio el monto de los
daños y perjuicios que representará el incumplimiento17.Producido éste, y
constituido en mora el cocontratante, se aplica dicha cláusula. En lo
fundamental tienen vigencia las normas y principios existentes en el derecho
privado, con las salvedades propias requeridas por el derecho administrativo.
Con ello el interesado se libera del cargo de probar los daños sufridos y su valor
en dinero; por su parte, el infractor sabe anticipadamente a cuánto ascenderá
la indemnización respectiva, sin exponerse a un cobro exagerado o superior a
los recursos de que dispone. 18;

B) Multas: Además de la cláusula penal, en un contrato administrativo puede


establecerse el derecho de la Administración Pública a aplicar una multa o
multas al cocontratante a raíz de incumplimientos en que éste incurra. Dichas
multa o multas sólo tienen en cuenta el acto mismo del incumplimiento, pero
sin tomar en consideración lo atinente a daños y perjuicios.19;

17Aída Rosa Kemelmajer de Carlucci; La cláusula penal, página 485 y siguientes, Buenos Aires
1981, donde la autora hace referencia a la cláusula penal en la contratación administrativa.
18Por esas razones se ha sugerido que en lugar de hablar de cláusula penal se hable de

indemnización convencional. En esta corriente se encuentra Lafaille: Derecho Civil. Tratado de


las Obligaciones, tomo 1º, números 236-237, páginas 219-220.
19De manera que las multas, propiamente dichas, sancionan conductas o comportamientos: no

tienen en cuenta, en modo alguno, daños y perjuicios. En un contrato administrativo pueden


C) Daños y Perjuicios: Éstos no son otra cosa que una obvia consecuencia de la
responsabilidad contractual en que habría incurrido el cocontratante.

2) Medidas coercitivas provisionales: Aunque la finalidad a que tienden


dichas medidas es siempre la misma: lograr el efectivo cumplimiento del
contrato, el objeto de ellas varía según el contrato que las requiera.20

A) Ejecución directa, compra o fabricación por cuenta del proveedor: La


terminología para designarlas varía de acuerdo al contrato que se considere.
Jèze, Vedel, Rivero, Laubadère, Waline, etc., emplean las expresiones séquestre
para la concesión de construcción de obra pública; executiontemporaire, para
los suministros múltiples o continuados; y achat par défaut para los suministros
simples. Ello determinó que dicha terminología fuese tildada de imprecisa.
Secuestro es una expresión genérica: comprende la mise en régie (ejecución
por administración, es decir que la Administración Pública toma directamente a
su cargo la ejecución del contrato), que equivale a la ejecución directa. Todas
ellas, como así la executionpardéfaut, o achat par défaut o
exécutiontemporaire (compra o fabricación por cuenta del proveedor),
trasuntan la idea de medidas necesarias para asegurar provisionalmente el
servicio o el cumplimiento del contrato;

3) Medidas represivas definitivas: caducidad, rescisión unilateral.

Otra prerrogativa de la Administración Pública es la de rescindir el contrato


administrativo. Desde luego, se trata de la rescisión unilateral, dispuesta por
ella, no de la rescisión bilateral dispuesta por acuerdo entre la Administración
Pública y el cocontratante. Se trata, en suma, de la rescisión que puede
decretar la Administración en ejercicio de sus prerrogativas públicas, pues esa
potestad constituye una cláusula exorbitante implícita del derecho privado. El
poder de la Administración Pública para rescindir el contrato administrativo,
presenta dos modalidades: a) cuando dicho poder no está expresamente
previsto en el contrato; b) cuando dicho poder está previsto en el contrato. En
ambos supuestos la rescisión implicará una sanción por culpa o falta cometida
por el cocontratante en el cumplimiento de sus obligaciones. La rescisión que
disponga la Administración Pública es ejecutoria, no produce cosa juzgada, por
cuanto puede ser impugnada por el cocontratante ante el Poder Judicial.21La
determinación de si el incumplimiento u omisión afecta o no a una condición

haber, entonces, dos sanciones: la multa y la cláusula penal, que contemplan supuestos
distintos.
20Por ejemplo, no es lo mismo el objeto de ese tipo de sanción en un contrato de concesión de

servicio público, que en uno de suministro.


21Desde luego, la rescisión unilateral también puede proceder a pedido del cocontratante a raíz

de actos o comportamientos de la Administración Pública; por ejemplo: modificaciones al contrato


que excedan de cierto porcentaje; prolongada tardanza en los pagos al cocontratante por parte
de la Administración; etc. Pero mientras la rescisión unilateral por culpa del cocontratante la
dispone directamente la Administración Pública, cuando se trata de la rescisión unilateral por
culpa de esta última, dicha rescisión deber ser pedida por el cocontratante a la autoridad
jurisdiccional judicial competente.
esencial del acuerdo contractual, constituye una cuestión de hecho que deberá
ser resuelta en cada caso concreto. La rescisión no prevista en el contrato sólo
procede por causas graves, temperamento aceptable porque tiende a la
conservación de los valores jurídicos. La determinación de esa gravedad implica
una cuestión de hecho, que ha de resolverse en cada caso particular,
teniéndose en cuenta la índole del contrato que se considere. Ha de tratarse
del incumplimiento de una obligación esencial. Por otra parte, la rescisión, sea
por causales previstas en el contrato, o por faltas no previstas en éste, sólo
corresponde previa intimación al cocontratante, requisito que se impone como
corolario de la garantía del debido proceso.
Bibliografías de referencia

Avalos, E., Buteler, A. & Massimino, L. (2014). Derecho administrativo. Tomo I.


Córdoba: Alveroni.

Gordillo, A. (1997 – 2000). Tratado de Derecho Administrativo, 4 Tomos. (4ta Ed.).


Buenos Aires: Fundación de Derecho Administrativo.

Comadira, J. (2003). El acto administrativo. Buenos Aires: Lexis-Nexis.

Farrando (h.), I y otros. (2000). Manual de Derecho Administrativo. Buenos Aires:


Depalma.

Hutchinson, T. Régimen de Procedimientos Administrativos - Ley 19.549. Buenos Aires:


Astrea.
Contrato y
concesión de
obra pública

Derecho
Administrativo
Contrato y concesión de
obra pública

Contratos administrativos en
particular

Después de lo expresado anteriormente, corresponde indicar ahora cuáles son


los contratos administrativos más frecuentes. En primer lugar, existen
contratos administrativos por razón misma de su objeto. Se trata de contratos
en los que necesariamente deben ser parte en su celebración la Administración
Pública. Los particulares o administrados no pueden formalizarlos entre sí, por
cuanto la materia no pertenece a su esfera jurídica. En segundo lugar, hay
contratos que sin ser administrativos por razón de su objeto, lo son a raíz de
que contienen cláusulas exorbitantes del derecho privado, y tales cláusulas
están expresamente incluidas en el contrato.

Entre los del primer grupo (contratos que son administrativos por razón de su
objeto) pueden mencionarse:

a) La concesión de servicios públicos,

b) La construcción de obras públicas,

c) La concesión de obras públicas,

d) La concesión de uso de bienes del dominio público,

e) La relación de función o empleo público,

f) De suministro,
g) De transporte,

h) De empréstito público (deuda pública),

i) De locación de servicios,

j) El mandato22,

k) La fianza23,

l) El depósito24.

Los contratos administrativos del segundo grupo (o sea los que son
administrativos por contener expresamente cláusulas exorbitantes del derecho
común) pueden responder a tantas especies como cláusulas exorbitantes de la
categoría mencionada sean concebibles jurídicamente. En estos casos, para
determinar si el contrato es o no administrativo, propiamente dicho, debe
aclararse previamente si la supuesta cláusula exorbitante de que se trate es
realmente tal, sea por su carácter inusual en el derecho privado, o porque,
incluida en un contrato de derecho privado, ella sería ilícita.

Contrato de obra pública y de concesión de obra


pública: concepto y diferencia, sistemas de contratación
y certificación de obras

El contrato de obra pública es aquel destinado a la obtención de una obra


pública, ya sea esta el resultado de un proceso de fabricación, instalación,
montaje, construcción o elaboración física o intelectual, solventado directa o

22
En ciertos casos el mandato puede constituir un contrato administrativo; vgr., cuando el Estado
actúe como mandatario de un Estado extranjero, o como mandante del mismo
23La fianza -contrato accesorio- puede revestir carácter administrativo cuando tenga relación con

un contrato de esta índole. Puede ser dada por el Estado (ver ley permanente de presupuesto,
16432, artículo 48, in fine), o a favor del Estado, como ocurre con ciertos funcionarios o
empleados públicos (decreto-ley de contabilidad 23354/56, artículo 97) que habitualmente
manejan fondos o valores públicos.
24El depósito puede determinar un contrato administrativo; por ejemplo, cuando responda a

finalidades de interés público constitutivas de funciones específicas del Estado. Así, sería
administrativo -contrato de atribución- el depósito de mercaderías en los galpones de la Aduana,
cuando dichas mercaderías vayan en tránsito, o cuando las mismas deban detenerse hasta que
se efectúan los trámites de liquidación de los derechos aduaneros. Todo lo atinente a la
percepción de derechos aduaneros implica funciones específicas del Estado, tanto más cuando
tales derechos constituyen medios para que el Estado cumpla sus finalidades esenciales: se trata
de una materia insusceptible de relaciones contractuales entre particulares.
indirectamente con fondos públicos o afectados a la disposición de un ente
público, destinada a servir directa o indirectamente a un cometido público y
cuya ejecución es de competencia de un ente público.

El contrato de concesión de obra pública es aquel celebrado entre el Estado y


un tercero, donde éste se obliga a realizar una obra (trabajo público), cuyo
pago no le será efectuado directamente por el Estado, sino por ciertos
administrados.

La diferencia con el primero radica principalmente en que en este supuesto la


obra será construida por el concesionario a su costo y a su riesgo, y la
Administración le otorga el privilegio de explotarla durante el lapso necesario
para amortizar el capital y obtener intereses de él, es decir, para cubrir las
cargas del capital y poder cubrir también los gastos de explotación (v.gr., los
derivados de la conservación de la obra puesta a cargo del concesionario, de los
gastos de personal indispensable para atender la explotación y la conservación
de algunos locales en los cuales se hace efectivo el importe que percibe el
concesionario por el uso de la obra, etc.)

La forma de pago del precio es uno de los elementos característicos del


contrato de obra pública, que permite diferenciarlo del contrato de concesión
de obra pública. En el primero es pagado por la Administración, y en el segundo
por los usuarios mediante el pago de peaje, por ejemplo, o de la contribución
de mejoras. En cuanto a los sistemas de contratación, podemos relacionar
algunos.

En el sistema denominado “por unidad de medida”, o también definido “por


precio unitario” se encuentra claramente definido cuál es el precio de cada
parte separable de la prestación a realizar. Por ejemplo, kilómetros de ruta o
autopista. Por ajuste alzado, consiste en la fijación de un precio global previo e
invariable para toda la prestación. La doctrina y la jurisprudencia han señalado
la existencia de una forma de “ajuste alzado relativo” que permite ciertos
ajustes de precio durante la ejecución del contrato, cuando se deba a
variaciones del monto de obra ejecutada en función de su comparación con lo
oportunamente presupuestado. El sistema de coste y costas, consiste en el
pago por la Administración en forma diferenciada del coste que son los
materiales y mano de obra utilizados en la ejecución de los trabajos, y de las
costas o beneficio del contratista. Este beneficio suele pactarse en un
porcentaje del monto total del coste. Tanto la ley como la doctrina y
jurisprudencia han admitido la posibilidad de implementar otros sistemas que,
generalmente, consisten en combinaciones de los ya detallados. Ello se debe a
que no existen razones de orden público que lo impidan.

Los certificados de obra pública: Son actos administrativos que, revistiendo


forma de instrumento público, prueba la existencia de un crédito parcial o
definitivo, a favor del contratista de obra pública. Es un instrumento que
acredita el monto de la obra cuya existencia la Administración ha verificado y
mensurado y determinado el quantum del crédito a favor del empresario.

El certificado no es un medio de pago, sino que certifica la cantidad de obra


realizada y no implica conformidad de la Administración con lo realizado.
Existen distintas clases de certificados de obra pública según sea el motivo de
tal constancia. Así, podemos contar con el de acopio (cuando se certifica la
compra de materiales para el inicio de las obras), de avance de obra (cuando se
certifica el porcentaje de obra ejecutado en el período –normalmente-
mensual), de mayores costos o de variación de costos (cuando se deja
constancia de los incrementos de precio ocurridos en el período
correspondiente), de anticipo financiero (cuando se certifica un monto que se
entrega al contratista para financiar el comienzo de los trabajos); o también
según cual sea su carácter: provisorio (todos los certificados extendidos
durante la ejecución de los trabajos) y final (el que se emite cuando se cierran
las cuentas al terminar el contrato)25.

Contrato de suministro

El contrato de suministro es aquel por el cual una de las partes asume frente a
la otra la obligación de cumplir prestaciones periódicas y continuadas durante
un término determinado o indeterminado en la medida que lo solicite y por
un precio fijado o a fijarse.

Existe contrato de suministro cuando la prestación a cargo del cocontratante se


relacione o vincule, directa e inmediatamente, a las funciones esenciales o
específicas del Estado, a los fines públicos propios de éste. Así, por ejemplo,
serían administrativos los siguientes contratos de suministro: 1º, cuando el
cocontratante se obliga a proveer el combustible necesario para las aeronaves
afectadas al servicio público estatal de transporte; 2º, cuando la prestación del
cocontratante consista en proveer elementos alimenticios (carne, pan,
legumbres, etc.) para el personal integrante de un regimiento.

25Paraampliar sobre contrato de obra pública y de concesión de obra pública ver: Ismael
Farrando (h) y Patricia R. Martínez, MANUAL DE DERECHO ADMINISTRATIVO, Ediciones
Depalma, 2000, pág. 368-389.
Contrato de servicio público y de concesión de
servicio público

Servicio público es aquella actividad administrativa desarrollada por entidades


estatales o por su delegación, que tiene por finalidad satisfacer necesidades
individuales de importancia colectiva, mediante prestaciones materiales en
especie, periódicas y sistemáticas, que constituyen el objeto esencial de una
concreta relación jurídica con el administrado, y asegurada por normas y
principio que tienden a dar prerrogativas de derecho público a quien la cumple
para permitirle la mejor satisfacción de las necesidades colectivas.

La prestación del servicio público constituye el objeto esencial de una concreta


relación jurídica con el usuario.

Los servicios públicos se clasifican atendiendo a distintos criterios,


distinguiéndolos según las particularidades que pueden ofrecer, por ejemplo: 1)
por la titularidad del servicio (se puede hacer una primera clasificación entre los
servicios públicos a cargo del Estado-Nación y los servicios o prestaciones a
cargo de entidades locales. Tendríamos, entonces, los servicios nacionales,
provinciales y municipales); 2) por la necesidad de su prestación (serán
obligatorios si así lo preceptúa nuestra legislación o voluntarios en caso de
razones de conveniencia, necesidad y oportunidad); 3) por el carácter de su
prestación se los divide en esenciales y no esenciales; 4) por la forma de su
ejercicio podrán ser concurrentes (cuando las prestaciones administrativas
pueden efectuarse en régimen de concurrencia con los particulares), y
exclusivos (sólo el Estado los puede tener a su cargo); 5) por razón de su
utilización, ya sea necesario (los usuarios se ven forzosamente obligados a
utilizarlos por así imponerlo el interés general, por ejemplo el servicio de
educación primaria) y facultativa (aquellos que pueden o no ser utilizados por
el público, por ejemplo: transporte público de pasajeros); 6) por el carácter de
la necesidad podrán ser permanente, accidental o intermitente; 7) por la
determinación de quienes son los posibles beneficiarios los servicios podrán ser
“utiuniversi” (tienen como destinatario a la población en general) o “utisinguli”
(destinados a determinados individuos); 8) por el sujeto que presta el servicio
podrán ser propios (son los prestados por el Estado en forma directa o
indirectamente por intermedio de concesionarios) y los impropios o virtuales
(prestados por privados pero bajo el control y regulación de la Administración);
9) por la naturaleza del servicio podrán ser administrativos, industriales y
comerciales, empresas nacionalizadas y servicios públicos de naturaleza
corporativa.

El contrato de concesión de servicios públicos es aquel en virtud del cual un


ente estatal encomienda o delega a una persona, temporalmente, la
ejecución de un servicio público, otorgándole el ejercicio de cierta potestad
pública para asegurar su funcionamiento, efectuándose la explotación a costa
y riesgo del concesionario, bajo la vigilancia y control del ente estatal
concedente.26

Se hace muy interesante el análisis de este contrato ya que constituye uno de


los arquetipos referenciales de los contratos administrativos propiamente
dicho. Sin embargo debo necesariamente remitir su estudio a otros autores que
permitan su estudio en profundidad. (Ver nota al pie 19)

Contrato de empréstito

El contrato de empréstito es aquella operación financiera mediante la cual el


Estado recurre al mercado interno o externo en demanda de fondos
(colocación de deuda pública), con la promesa de reembolsar el capital en
diferentes formas, plazos, tipos de cambio e interés.

La finalidad es la de hacerse de recursos para el financiamiento de gastos


extraordinarios del Estado. Por ello el art. 4 de la C.N., los limita a casos de
“urgencias de la Nación o empresas de utilidad nacional”, eliminando así la
posibilidad de que sean contraídos para gastos corrientes de la Administración.

El carácter jurídico del empréstito público es discutido en doctrina. No sólo se


discute si es o no un contrato, sino además si en caso de serlo constituye un
contrato administrativo o bien un contrato de derecho privado de la
Administración Pública. Exclusión hecha del empréstito llamado forzoso -que
entonces prescinde de la voluntad del administrado, y que en realidad no es un
empréstito sino una figura jurídica de otra índole-, para mí el carácter
contractual del empréstito público es evidente.

26Paraprofundizar conocimientos sobre contrato de concesión de servicios públicos ver: Ismael


Farrando (h) y Patricia R. Martínez, MANUAL DE DERECHO ADMINISTRATIVO, Ediciones
Depalma, 2000, pág. 437-467.
Otros contratos

Contrato de empleo público:

El Estado para asumir y ejecutar sus funciones, tiene la necesidad de


colaboradores que preparen y ejecuten la voluntad administrativa mediante la
declaración, determinación, resolución y decisión de os asuntos propios de las
funciones y cometidos estatales.

Necesariamente se requieren de personas físicas para que el Estado actúe, para


que tenga una inteligencia, una voluntad, una fuerza. Estos individuos son los
llamados agentes de la Administración Pública o agentes del Estado.

Respecto del régimen jurídico debemos señalar que el derecho de la función


pública o de los agentes públicos se inspira en principios que gozan de
autonomía y que son distintos de los que gobiernan las relaciones privadas de
trabajo (ley de contrato de trabajo) o los contratos civiles (locación de servicios,
locación de obra, etc.). Esta autonomía deviene de la misma C.N., que en sus
Art. 14 bis y 16, por ejemplo, consagra la estabilidad del “empleado público” y
define al principio de igualdad ante la ley en función de la admisibilidad en los
“empleos públicos”.27

Contrato de consultoría:

El mismo se encuentra regulado por la Ley 22.460 que ha determinado la


individualización de este acuerdo de voluntades que se rige por normas y
definiciones propias.

Es el contrato que regula toda prestación de servicios profesionales, científicos


y técnicos de nivel universitario cumplidos bajo la forma de locación de obra
intelectual o de servicios y realizada por firmas consultoras o consultores.
Consiste, en términos sencillos, en la contratación por parte de la
Administración Pública –ya sea centralizada como descentralizada- de servicios
de consultoría.

Con el fin de encomendar la elaboración de proyectos, ingeniería y dirección de


grandes y complejas obras públicas, la Administración recurre generalmente a
estos contratos. La consultora se encarga de la elaboración de planos, estudios
de suelos, confección de los pliegos general y especial, dirección y control de la
obra por cuenta y cargo de la Administración, etc.

27Para
profundizar el estudio de este contrato ver: Ismael Farrando (h) y Patricia R. Martínez,
MANUAL DE DERECHO ADMINISTRATIVO, Ediciones Depalma, 2000, pág. 347-368.
Una característica propia de este contrato, que lo diferencia del contrato de
locación de obras en general, radica en las responsabilidades que conlleva su
celebración para las partes por su vinculación con la transferencia de
tecnología. Se establecen rigurosas cláusulas relacionadas con la
intransferibilidad de la información por ambas partes y la obligación de guardar
secreto aún después de terminado el contrato.

Contrato de propaganda y publicidad:

Es el supuesto en que la Administración contrata publicidad para la difusión de


actividad de gobierno o de información de interés público. De tal modo, esa
actividad deberá sujetarse a las pautas allí estipuladas y teniendo presente la
normativa específica que se sancione al respecto.28

Contratos de Juegos de azar: Régimen Jurídico

El Estado explota juegos de azar. Si bien, en su dinámica, las loterías y ruletas


configuran contratos aleatorios, cuadra averiguar si en los supuestos de que
tales juegos de azar los explote el Estado, el contrato entre éste y el jugador
que adquiere el billete de lotería o que apuesta a la ruleta en la sala de un
casino, constituye o no estrictamente un contrato administrativo, o si por el
contrario, sólo implica un contrato del derecho privado de la Administración
Pública.

La facultad de legislar sobre juegos de azar les pertenece a las provincias, por
cuanto no la han delegado a la Nación; suelen ejercerla como una eventual
fuente de recursos para supuestos fines de interés general.

Los referidos contratos de juego -lotería y ruleta- no son administrativos, sino


de derecho privado de la Administración Pública, pues nada tienen que ver,
directa e inmediatamente, con las funciones esenciales y específicas del Estado,
con sus fines públicos, requisito indispensable para que un contrato se tenga
como administrativo por razón de su objeto, considerado como contrato de
colaboración. Los juegos de referencia ni siquiera constituyen un servicio
público.

28Un claro ejemplo de ello es el decreto 2219/71. El mismo establecía que el Estado nacional
debía contratar toda su publicidad con TelamS.A.
Contrato administrativo innominado:

Por principio, el contrato administrativo innominado tendrá aquel carácter por


razón de su objeto; excepcionalmente podrá tenerlo por aparejar cláusulas
exorbitantes expresas del derecho privado.

El contrato es innominado, cuando no responde a categoría alguna de los


contratos administrativos típicos o clásicos (contratos nominados), y es
administrativo porque se vincula, directa e inmediatamente, a una función
esencial o específica del Estado, a un fin público de éste. Suele darse como
ejemplo de contrato administrativo innominado el de empleo, celebrado por el
Estado, bajo un régimen de derecho público, con personas que, a pesar de esto,
no tienen ni adquieren calidad de funcionarios o empleados públicos. Sin
embargo, la naturaleza administrativa de tal contrato no siempre es aceptada
por la doctrina. Para determinar con precisión si dicho contrato es o no
administrativo, propiamente dicho, es indispensable establecer si las
obligaciones asignadas a la persona contratada se vinculan o no, en forma
directa e inmediata, a las funciones esenciales o específicas del Estado, a los
fines públicos propios de éste, o si el contrato incluye expresamente cláusulas
exorbitantes del derecho privado.
Bibliografías de referencia

Avalos, E., Buteler, A. & Massimino, L. (2014). Derecho administrativo. Tomo I.


Córdoba: Alveroni.

Gordillo, A. (1997 – 2000). Tratado de Derecho Administrativo, 4 Tomos. (4ta Ed.).


Buenos Aires: Fundación de Derecho Administrativo.

Comadira, J. (2003). El acto administrativo. Buenos Aires: Lexis-Nexis.

Farrando (h.), I y otros. (2000). Manual de Derecho Administrativo. Buenos Aires:


Depalma.

Hutchinson, T. Régimen de Procedimientos Administrativos - Ley 19.549. Buenos Aires:


Astrea.
Dinámica de la
administración
pública

Derecho
Administrativo
Dinámica de la
administración pública
El Estado en la Economía

Modelos económicos

Se pueden mencionar los grandes rasgos de diferentes modelos, no obstante


que en la realidad los casos concretos suelen reunir elementos de uno y otro
tipo, con mayor o menor preponderancia1:

A) Economía de mercado.

Se caracteriza porque los sujetos particulares de la sociedad deciden


libremente, según su criterio y por su propia iniciativa cuales van a ser sus
actividades en el campo de la producción de bienes y servicios, y como las van a
desarrollar, personalmente, de manera asociativa o empresarial. El Estado se
reserva la tarea de dictar las normas necesarias para proteger la propiedad, y
brindar seguridad y orden a la actividad del mercado. Supone la valorización de
la autonomía de la voluntad, iniciativa privada, responsabilidad de las
decisiones, asunción de riesgos, existencia de competencia entre los distintos
actores, búsqueda de lucro, y definición del interés general por los propios
actores particulares. Presupone que el mercado alcanza de manera autónoma
un equilibrio social espontáneo, absorbiendo sus propias fallas.

B) Economía social de mercado.

Este modelo se asemeja al anterior por cuanto los particulares siguen siendo los
actores de la actividad económica. El estado continúa excluido de la misma,

1Seguimos en líneas generales la clasificación brindada de Benigno ILDARRAZ, Alberto R.


ZARZA MENSAQUE y Claudio Martín VIALE, en Derecho Constitucional y Administrativo,
Ediciones EUDECOR, Córdoba, Segunda Edición 2001, Pág. 558/559.
pero aumenta su regulación, que ya no se refiere sólo a la seguridad del
proceso económico, sino que se extiende para tratar de la sociedad alcance un
equilibrio social, corrigiendo las fallas del mercado.

C) Economía planificada o mixta.

El Estado aquí planifica la actividad económica de la sociedad, a través de


Planes, de cumplimiento obligatorio para el sector público y facultativo para el
sector privado. En el proceso económico intervienen tanto los particulares y
como el Estado, quien se dedica activamente a la producción de bienes y
servicios.

D) Economía dirigista.

El Estado para a ser el único sujeto económico, que elabora un plan de


cumplimiento obligatorio para todos, sin que nadie pueda efectuar algo no
contemplado en el plan. Se invierte el principio de que la capacidad de los
individuos y la competencia de los órganos públicos son la regla en el derecho
privado y público, respectivamente. El único sujeto que planifica y desarrolla
procesos económicos es el Estado, y la única libertad de los individuos es
obedecer lo que el Estado ordena.

El modelo económico de la Constitución Nacional

Si bien nuestra Constitución Nacional no adopta formal y expresamente por


ninguno de los modelos expresados –como hace la de Córdoba al reconocer la
provincia se organiza como Estado Social de Derecho, art.1-, de su articulado
surgen numerosas pautas que la identifican, igual que nuestra provincia, con el
modelo expresado:

 Preámbulo: habla de promover el bienestar general y asegurar los


beneficios de la libertad.

 Art. 4: sostiene que el Tesoro Nacional se forma por tributos que deben
imponerse de manera equitativa y proporcional a la sociedad, y que los
créditos pueden ser para urgencias de la Nación o empresas de utilidad
nacional.

 Art. 9 a 11: consagra la libre circulación de productos en todo el


territorio.
 -Art. 14 y 14 bis: reconoce el derecho a ejercer industria, navegar,
comerciar; circular por el territorio argentino; publicar las ideas por la
prensa sin censura previa; usar y disponer de su propiedad; asociarse,
enseñar y aprender, a la vez que protege los derechos del trabajador y la
familia.

Artículo 42: Los consumidores y usuarios de bienes y servicios tienen derecho


en la relación de consumo a la libertad de elección, a que las autoridades
provean a la defensa de la competencia contra toda forma de distorsión de los
mercados, al control de los monopolios naturales y legales, y a la calidad y
eficiencia de los servicios públicos.

 Art. 17: consagra la inviolabilidad de la propiedad.

 Art. 75 inc. 1, 6, 12, 18 y 19: impone como atribución del Congreso


establecer y reglamentar un banco federal con facultad de emitir
moneda, así como otros bancos nacionales, legislar en materia aduanera,
dictar los códigos de fondo, proveer lo conducente a la prosperidad del
país, al adelanto y bienestar de todas las provincias, al progreso de la
ilustración, la industria, la inmigración, la construcción de ferrocarriles y
canales navegables, la colonización, el desarrollo humano, el progreso
económico con justicia social, la productividad de la economía nacional,
la generación de empleo, la formación profesional de los trabajadores, la
defensa del valor de la moneda, la investigación y desarrollo científico y
tecnológico, su difusión y aprovechamiento, promoviendo políticas
diferenciadas que tiendan a equilibrar el desigual desarrollo relativo de
provincias y regiones.

En conclusión, nuestra constitución reconoce a la iniciativa privada, el derecho


de propiedad, el derecho a circular, trabajar, ejercer industrias, publicar las
ideas y enseñar; prohíbe la confiscación de bienes, y regula la expropiación;
coloca en cabeza del estado promover el crecimiento con equidad y justicia
social, todo lo cual, son aspectos propios del modelo de una economía social de
mercado.
La intervención administrativa: límites, técnicas
jurídicas, privilegios y estímulos

Límites

De los artículos de la Constitución mencionados que se relacionan con la


actividad económica, surge que para el Estado rige el principio de
subsidiariedad, según el cual, toda organización social superior (en cuya cúspide
está el Estado), no debe hacer aquello que puede hacer una inferior, por lo
cual, queda reservado para el campo de actuación de las primeras, aquello que
las segundas no pueden o no quieren hacer.

De este principio se desprenden dos límites, uno negativo y otro positivo para
el Estado:

 Límite negativo: el Estado no puede realizar aquellas actividades que


pueden llevar a cabo los particulares;

 Límite positivo: El Estado puede intervenir cuando los particulares no lo


hacen, porque no pueden o no les interesa, para salvaguardar el bien
común, corrigiendo -entre otras actividades- las fallas del mercado.

Técnicas jurídicas: caracteres y clases

Teniendo en cuenta que las necesidades y requerimientos del bien común son
múltiples, variables, y transitorias, las técnicas de intervención estatales
tendrán los mismos caracteres, además de ser siempre residuales -tendrán
lugar ante la falta o insuficiencia de actividad por parte de los particulares-, por
el principio de subsidiariedad arriba explicado, y legales, no sólo por el principio
de la competencia –siempre excepcional- sino también porque toda restricción
de la libertad debe tener sustento y fundamento en ley del Congreso.

La actividad de intervención puede ser de diversas clases: fomento, poder de


policía, servicio público, actividades privadas de interés público, y servicios
sociales.

Las actividades de fomento tienden a incentivar, persuadir y estimular la


actividad particular, tratando de convencer de que se realice cuando se la
considera insuficiente, para lo cual se amplían los derechos de los particulares,
sin recurrir a la coacción ni a la realización de actividades públicas de
prestación. Es una forma mediata e indirecta de intervención.
El poder de policía, y la policía propiamente dicha –vistos con anterioridad-,
intervienen directamente en las actividades económicas, al restringir los
derechos subjetivos que se relacionen con las mismas.

El servicio público (v. punto 9.2) también es una intervención directa, pues el
Estado asume la titularidad de una actividad, sustituyendo total o parcialmente
a los particulares, según que la prestación sea directa o indirecta por parte del
Estado, y según que suponga o no la existencia de un monopolio.

En otros supuestos, el Estado interviene en actividades propias de los


particulares, por razones de interés público, sin sustituirlos, sino compartiendo
la actividad que se rige por el derecho privado, pues no llega a reunir los
caracteres propios del servicio público. Ejemplo típico es la actividad bancaria.

Los servicios sociales son actividades de asistencia, realizadas por el Estado con
fin humanitario, más que económico, que confluye con actividades de igual
finalidad que realizan los particulares. La actividad de estos últimos se va a regir
por el derecho privado, en tanto que la del Estado por el derecho público, por
ser el normal ejercicio de la función administrativa, en ámbitos como el de la
salud, educación y asistencia social.

Formas jurídicas de la intervención administrativa

Las formas jurídicas que asume la intervención estatal son variadas y pueden
distinguirse en organizativas y autoritativas. Las primeras son las que utiliza el
Estado en todas aquellas clases de intervención que implican de su parte
actividades de prestación directa (servicio público, actividades privadas de
interés público y servicios sociales). Aquí recurre el estado a las distintas formas
de descentralización administrativa.

Las segundas se utilizan tanto en las actividades de intervención directas como


indirectas. La particularidad consiste en que no consisten en una prestación del
estado, sino en actos por los cuales el Estado amplía el campo de facultades de
los particulares. Estos actos son variados, y sus alcances varían en cada
jurisdicción, aun cuando se utilicen los mismos nombres. Haremos por tanto
una sistematización de ellos, siguiendo el criterio expuesto por los Dres.
Ildarraz, Zarza Mensaque y Viale2:

 Autorización: acto por el cual se permite a un particular efectuar una


actividad, que no está prohibida, sino que su inicio está condicionado al
previo control del cumplimiento de determinados requisitos, agotándose
la potestad administrativa en el acto de autorización. Ej.: autorización
para iniciar una construcción edilicia.

2ILDARRAZ, Benigno, ZARZA MENSAQUE, Alberto R., VIALE, Claudio Martín, ob. cit., pág.
565.-
 Habilitación: resume los caracteres de la autorización, pero a ellos se
añade que las facultades del Estado no se agotan en la emisión del acto,
sino que perdura en el tiempo el control estatal y la verificación de que
se están cumpliendo los requisitos propios de la actividad. Ej.:
ordenanzas que regulan la habilitación de ascensores, como es en
Córdoba la Ordenanza 10.950, que establece las pruebas periódicas y
controles estatales que deben efectuarse sobre la instalación mecánica.

 Permiso: acto por el cual el Estado concede a un particular el derecho de


efectuar una actividad que en general está prohibida para los
particulares, sea que levanta la autorización, sea que le transfiere
potestades propias del Estado. Es esencialmente precario, por lo cual,
puede ser retirado sin que corresponda indemnizar al particular, siempre
que el retiro sea razonable y no arbitrario.

 Licencia: usualmente utilizado en el ámbito de las telecomunicaciones,


sus contornos son indefinidos. Para algunos, como Marienhoff, fluctúa
entre la concesión y el permiso. Para otros, como Salomoni, a partir del
dictado de la ley 23.696 quedaron asimiladas estas tres figuras, como
técnicas de transferencias de cometidos públicos a los particulares.

 Concesión: es una técnica de transferencia temporal del ejercicio de


potestades públicas del Estado a un particular, que se instrumenta a
través de un acuerdo voluntario entre ellos, en el cual se regulan los
derechos y obligaciones recíprocos, para la prestación de un servicio
público, o para la realización y explotación de una obra pública.

Privilegios y estímulos

En la Constitución encontramos las cláusulas llamadas del progreso y del nuevo


progreso, en los incisos 18 y 19 de la C.N. Así, el principio establecido en el
Preámbulo, de promover el bienestar general, puede ser ejecutado por el
Estado a través de la concesión de privilegios que permitan promover la
prosperidad en todos los aspectos. Los privilegios del inc. 18 son
ejemplificativos, y pueden ser otorgados otros diferentes según las exigencias
de las necesidades públicas. Los privilegios son derechos que se conceden a
particulares que no gozan la generalidad sino sólo aquellos que se hacen cargo
de un emprendimiento, por lo cual, deben concederse sólo cuando un interés
público los exige y deben interpretarse restrictivamente, pues son una
excepción al principio de igualdad del art. 16 de la C.N. Por esas razones, deben
ser ordenados por ley y por tiempo determinado.

Ejemplos de privilegios son:


 Monopolio: el Estado concede a alguien la facultad de ejecutar una
actividad económica con exclusividad y sin concurrencia. Los monopolios
son naturales y legales. Los primeros son impuestos por la realidad, y el
Estado tiende a que se haga un desarrollo racional de la actividad, en
beneficio de todos. Los legales son aquellos que impone la ley.

 Exclusividad: El Estado concede a alguien la facultad de ejecutar una


actividad económica de explotación con exclusividad y sin concurrencia,
sin prohibir que otros particulares ejerzan actividad de igual naturaleza,
no con intención de explotarla, sino en beneficio propio. Ej.: transporte
público de pasajeros.

 Exenciones impositivas: se exime a alguien del pago de ciertos tributos


impuestos a quien desarrolla una actividad.

 Subvenciones: son ventajas económicas que concede el Estado a un


particular. Pueden ser directas o indirectas, según que el estado pague o
no el aporte económico; previas o posteriores a la actividad, en beneficio
de una persona o de una actividad, en dinero o en especie, generales o
zonales, y concretadas mediante acto o contrato administrativo.

La libertad económica, de mercado y de empresa

La libertad económica consiste en la facultad de impulsar cualquier


emprendimiento económico del que se tenga iniciativa, en forma individual o
empresaria, y con el modelo jurídico (laboral, societario, cooperativo, etc.) que
se crea conveniente, con o sin fines de lucro.

Surge de los principios de libertad (art. 19 C.N.), derecho de libre comercio y


circulación de bienes (art. 9, 10, 11, 12 y 26 C.N.), de trabajar, de ejercer
industria lícita, de navegar, comerciar, y circular por el territorio argentino, de
usar y disponer de propiedad, de asociarse (art. 14 C.N.), protegiendo esa
propiedad de la confiscación y expropiación, bajo un régimen de igualdad en las
cargas públicas, defensa de la competencia (art. 42 C.N.), y razonabilidad en la
regulación de todos los derechos (art. 28 C.N.).

Se trata de una garantía innominada que no obstante no tener un


reconocimiento expreso tiene la naturaleza de un derecho fundamental, que no
puede ser desconocido por el legislador ni el administrador.
Este derecho se ejerce dentro del ámbito del mercado, protegido como ámbito
de libertad por el art. 42 de la C.N., que impone al Estado el deber de
protegerlo contra toda forma de distorsión.

La libertad económica puede ejercerse en forma individual o empresaria. La


libertad de empresa alude a una de las formas como se ejerce la libertad
económica, que tiene en cuenta la organización con que se aborda el ejercicio.
Esta libertad comprende no sólo el derecho a crear una empresa, sino también
la libertad para darle la forma concreta dentro de las posibilidades que brinda
la legislación (sociedad, asociación, fundación, cooperativa, etc.).

Regulación y desregulación

Como bien sostiene Altamira Gigena3, desde la sanción del Código de


Napoleón, predominó en Europa y nuestro país el principio de la autonomía de
la voluntad, que supone la igualdad de las partes en toda contratación, y por
tanto, el respeto irrestricto a la palabra dada.

Sin embargo, con el crecimiento de la industria y el comercio, y


particularmente, la irrupción de las crisis generadas por la primera y segunda
guerra mundial, más la crisis de 1930, se percibió como el sector económico
más poderoso, podía imponer condiciones en la contratación a la parte más
débil, con lo cual, se rompía la igualdad original de la contratación.

Ello produjo que interviniera el Estado, de una forma cada vez más paulatina,
regulando las actividades para proteger la parte más débil y así restablecer la
igualdad de las partes contratantes. Así, se reguló el campo del derecho laboral
-con jornadas de labor, vacaciones, equipamiento permanente-, se reguló en
materia de precios, fijando en muchos casos precios máximos, se dispuso
prórroga de contratos de locación, tasas máximas de interés, se crearon juntas
reguladoras, que se convertían en únicos adquirentes de determinados
productos de exportación, se impuso obligación de contratar empleados a
través de determinado gremios, etc.

La regulación fue tal que se convirtió en excesiva, y tuvo como consecuencia,


más allá del fin de promover el interés general, que limitó la competencia, el
riesgo, la libertad, y la eficiencia en la actividad privada.

Por ello, la ola reguladora tuvo como contrapartida, a partir de la década del
80, la ola desreguladora, que consistió, no en eliminar la regulación efectuada,
sino limitarla, desregulando el exceso, a fin de que el Estado pueda asumir con
vigor aquellas actividades que le son esenciales, y los particulares puedan
desarrollar libremente su potencial creador.

3ALTAMIRA GIGENA, Julio Isidro, Lecciones de Derecho Administrativo, Ed. Advocatus,


Córdoba, Córdoba, 2005, pág. 69.
La crisis y depresión actual de los años 2008/2009, demuestra como en el plano
internacional, ante la insuficiencia de la actividad privada para hacerle frente, el
Estado vuelve a tomar la delantera para dar solución mediante la activa
regulación de la actividad privada, en aspectos que hacen al crédito, el interés,
la exportación, el fomento, la baja de impuestos, etc.

Reforma del Estado y privatización

Estrictamente no son sinónimos la reforma del Estado y la privatización.

La reforma del Estado alude a la modificación de la estructura básica del estado


en algunos de sus elementos, fundamentalmente, en lo que hace al modo en
que se atribuye, distribuye y ejerce el poder, que en el pensamiento de
Aristóteles, constituye la causa formal del Estado, y por lo tanto, su elemento
que lo identifica4.

Así, habrá verdadera reforma del Estado, cuando se pasa de un estado


monárquico a uno democrático, de uno federal a uno unitario, o cuando se
alteran las funciones esenciales de los principales órganos políticos (supresión
del Congreso, limitación de las funciones del Poder Judicial, etc.).

La reforma del estado exige por tanto una modificación del texto
constitucional.

La privatización en cambio, alude a una reforma administrativa y no a una


reforma del estado. La reforma administrativa consiste en un cambio en el
modo en que se ejerce la función administrativa por parte de la organización
que la sustenta: la Administración Pública, que se transforma orgánicamente.

La reforma de la Administración requiere una modificación de las leyes y/o


reglamentos.

La privatización es un proceso complejo de reforma administrativa por el cual


se transfieren al sector privado cometidos hasta entonces considerados
públicos.

Es complejo porque intervienen diversos sujetos –estado, órganos


descentralizados, gremios, usuarios, asociaciones, entes de control, algunos de
los cuales desparecen o aparecen luego de efectuada la privatización-; porque
se efectúa a través de diversas técnicas jurídicas –ventas, concesiones,
licencias, permisos, liquidaciones, etc.-, y porque necesita del ejercicio activo e

4Cuatro son las causas que nos permiten conocer un objeto. La formal, es decir, aquella que nos
describe el modo de ser de una cosa o la forma que ésta adopta y por la que viene a ser lo que
es; la causa material, que es la que nos indica aquello de lo que está compuesta una cosa; la
causa eficiente, que explica aquello de que proviene una cosa; y la causa final, por la cual
conocemos aquello a lo que una cosa tiende.
intenso de la función legislativa, administrativa y judicial, ya que supone el
dictado de leyes de reforma, reglamentos, contrataciones, resoluciones, y el
debido control judicial (recordemos el per saltum ocurrido con motivo de la
privatización de Aerolíneas Argentinas).

Los servicios públicos

Definición

¿Qué es el servicio público y cuáles sus características? Indudablemente, la


demarcación de su contenido resulta, particularmente hoy, una de las
cuestiones no resueltas en el derecho administrativo, máxime cuando no existe
una definición legal del mismo que zanje las divisiones que se observan
principalmente en la doctrina. La dificultad de encontrar el concepto del
servicio público es resumida por José Cretella Junior: “Investiga o dos mais
complexas, tareas dos mais arduas e fixar a modo preciso o sentido da expresa
o servicio público”. Por ello, indagar por la definición y concepto del mismo
constituye uno de los capítulos más desesperantes de nuestra disciplina en que
cada autor nos presenta su personal concepción5.

Para algunos, el criterio para definir si una actividad es servicio público se funda
en la persona pública que lo presta: es el criterio subjetivo orgánico.

Para otros lo que cuenta es el tipo de necesidad –colectiva, general, imperiosa-


que se pretende satisfacer: es el criterio objetivo.

Sólo a nivel nacional existen grandes divergencias entre los autores acerca de
su concepto. Así, el eminente jurista Marienhoff6define al servicio público como
“toda actividad de la Administración Pública, o de los particulares o
administrados, que tienda a satisfacer necesidades o intereses de carácter

5cfr. SILVA CENCIO, Jorge A., “La concesión del servicio público”, en Contratos Administrativos,
varios autores, Astrea, Buenos Aires, 1982, pág. 115, citado por PEREZ SÁNCHEZ, Luis R.
Servicio Público. Técnica de Protección al Usuario, Ed. Abeledo – Perrot, Buenos Aires, 1998,
Cuadernos de la Universidad Austral, Derecho Administrativo 1, pág. 9.-
6 cfr. MARIENHOFF, Miguel S., Tratado de Derecho Administrativo, Ed. Abeledo – Perrot,

Buenos Aires, 2003, Tomo II, Cuarta Edición actualizada, pág. 17 y ss., passim.-
general cuya índole o gravitación, en el supuesto de actividades de los
particulares o administrados, requiera el control de la autoridad estatal”7. Una
concepción objetiva del servicio público que se basa en la naturaleza material
de la actividad nos brinda Juan Carlos Cassagne8, para quien el instituto en
cuestión se trata de una parte de la actividad administrativa del Estado, quien
puede a su vez, encomendar, conceder o atribuir el ejercicio de los
correspondientes cometidos a los particulares, ya sea a través de la concesión u
otros medios jurídicos, como la gestión concertada, el permiso, etc., en cuyo
caso se le transfieren determinados poderes públicos que pertenecen iure
propio a la Administración. La actividad consiste en una prestación obligatoria y
concreta de naturaleza económico social, que satisface una necesidad básica y
directa del habitante. Desde otra perspectiva, para Mairal9, el modelo del
servicio público concebido como de titularidad estatal sufrió un quiebre total
en nuestro país a partir de la reforma del Estado operada desde finales de la
década del ’80 y en virtud de las leyes que la pusieron en vigencia. Dicha
transformación la resume así: a) losservicios públicos han dejado de constituir
“actividad administrativa”; b) no es posible mantener hoy como nota definitoria
del servicio público la “titularidad” estatal de la actividad; c) en el ámbito
nacional, se tiende a reemplazar el modelo francés por uno basado en gran
medida en el derecho norteamericano, o lo que es lo mismo, a pasar del
régimen tradicional europeo del servicio público a uno de regulación. Se funda
en los Art. de la ley 24.076 y 24.065 que establecen el rol subsidiario del Estado
a la hora de prestar un determinado servicio y en el otorgamiento de licencias
telefónicas sin plazo. Para Gordillo10, sólo cuando la realidad económica nos
indica que determinados servicios están en manos de particulares en
condiciones monopólicas, sea de hecho o por concesión o licencia otorgada por
la administración, el Estado debe ejercer su potestad de controlar cómo se
presta ese poder, y allí aparece un corpus normativo y una realidad económica
que puede ser calificada útilmente como servicio público. Por ello, sólo su
condición monopólica, cuando la tenga y no su objeto, ni la naturaleza de la
actividad, ni su fin, es lo que justifica y determina ese régimen.

En nuestra humilde opinión, el servicio público es una actividad asumida por el


Estado, a través de la cual se efectúa, de manera directa o indirecta,
prestaciones de naturaleza económica que satisfacen necesidades imperiosas
de la colectividad, por la insuficiencia de la iniciativa privada. No están así

7IDEM, pág. 52.


8cfr. CASSAGNE, Juan Carlos, Derecho Administrativo, Ed. LexisNexis-AbeledoPerrot, Buenos
Aires, 2004, Séptima Edición Actualizada-Reimpresión, pág. 289 y ss., passim.-
9cfr. MAIRAL, Héctor A., “La Ideología del Servicio Público”, Revista de Derecho Administrativo,

nro. 14, Depalma, Buenos Aires, 1993, pág. 398 y s.s., passim.
10cfr. GORDILLO, Agustín, Tratado de Derecho Administrativo, Tomo 2, La defensa del usuario y

del administrado, Ed. Fundación de Derecho Administrativo, Tercera Edición, Buenos Aires,
1998, Capítulo VI, passim.-
incluidas dentro del concepto las actividades esenciales del Estado, las de
interés público, ni las simples actividades económicas11.

Caracteres

Los caracteres del servicio público son:

 Continuidad: el servicio público debe ser prestado siempre, sin


interrupciones, toda vez que se presenta la necesidad que debe ser
satisfecha. Este carácter restringe el ejercicio del derecho de huelga y
lockout.

 Regularidad: la prestación se sujeta a un conjunto de normas que


conforman el marco regulatorio del servicio público.

 Generalidad: el servicio debe organizarse de tal modo que tienda a que


todos puedan utilizarlo y aprovecharlo.

 Igualdad: significa que todos tienen derecho a exigir y recibir del servicio
público el mismo tratamiento económico y jurídico que las demás
personas que se encuentren en iguales condiciones. Por lo tanto, en
igualdad de condiciones, corresponde igual servicio, igual prestación e
igual precio.

 Obligatoriedad: el servicio debe ser prestado a todo usuario que de


acuerdo al marco regulatorio tenga derecho a solicitarlo. El prestador no
puede elegir el usuario, quien goza del derecho subjetivo de tipo
administrativo para acceder y reclamar el servicio en las condiciones
reglamentarias pertinentes.

11
Acordamos con GARCIA TREVIJANO en clasificar las actividades que puede llevar a cabo el
Estado en: 1) funciones incesibles o indelegables (ej. justicia, defensa, relaciones exteriores); 2)
servicios públicos; 3) actividades de interés público (v. gr. la radiodifusión) y, 4) actividades
económicas simples (las meras actividades industriales o comerciales), vid. GARCIA
TREVIJANO FOS, José A. en el libro sobre la "La empresa pública", t. I, ps. 70 y sigtes.,
Publicaciones del Real Colegio de España en Bolonia, Zaragoza 1970, citado por CASSAGNE,
Juan Carlos, “La transformación del Estado – Segundo Artículo”, LL, 1990-E, 1085, nota 36. Las
primeras hacen a la razón de ser del Estado, y jamás pueden ser asumidas por los particulares;
las terceras son actividades por esencia privadas, pero sometidas a una mayor regulación por la
incidencia que tienen en el interés general, y pueden o no ser prestadas por el Estado, pero no
son servicio público (ej: actividad farmacéutica); las últimas son las restantes actividades
económicas, con escasa incidencia en el interés público, y por tanto escasamente reguladas (por
el derecho público, se entiende), regidas mayoritariamente por el derecho privado, que podrían
ser efectuadas por el Estado (ej: actividad agropecuaria que se practica en campos de propiedad
de las F.F.A.A.).
Creación y extinción

A los particulares corresponde trabajar y desarrollar el comercio y la industria,


por imperio constitucional (art. 14 C.N.).

Sin embargo, por el principio de subsidiariedad, cuando una necesidad general


no es satisfecha por la actividad privada, el Estado la asume, sustrayéndosela a
los particulares, que por desinterés, ineficiencia o imposibilidad no la han
llevado a cabo.

Ello implica que el establecimiento de un servicio público constituye una


limitación de los derechos fundamentales, por lo cual, su organización y
creación debe hacerse por ley formal del Congreso, única habilitada, además,
para disponer de los recursos presupuestarios necesarios para afrontar los
gastos que demande la prestación.

Por el principio de paralelismo de las formas, la extinción de un servicio público


también debe efectuarse por ley.

Esta concepción se aparta de la noción que define la existencia del servicio


público por la naturaleza de la necesidad, y no requiere en consecuencia
declaración estatal que lo establezca.

Sistemas de prestación

El servicio público puede adoptar tres formas de prestación: directa, indirecta o


mixta.

En la primera el Estado ejecuta directamente la prestación, a través de


organismos centralizados, desconcentrados, o descentralizados.

En la segunda, el Estado mantiene la titularidad del servicio, delega en


particulares la prestación y las potestades necesarias para ello, y se reserva las
tareas de dirección, control, y fijación de tarifa. El prestador recibe como
contraprestación un pago que puede efectuarlo exclusivamente el Estado
(canon), exclusivamente los usuarios (tarifa), o ambos en forma combinada.

En la forma mixta, el servicio se presta tanto por el Estado como por un


particular, cada uno de manera independiente, por lo cual, la relación jurídica
de los usuarios con el prestador será de derecho público y privado, en el primer
caso, y de derecho privado exclusivamente en el segundo. Para otros, es mixto
cuando el mismo servicio se presta en forma asociada por el Estado y un
particular.

Situación jurídica del usuario

El análisis de la situación jurídica del usuario varía según que el servicio público
lo preste directamente la Administración Pública, o indirectamente un
particular.

En el primer caso, la relación será de derecho público, en todo lo que haga al


régimen exorbitante del servicio público, salvo las normas de derecho privado
que puedan regular expresamente sectores de la actividad (Ej.: requisitos del
flete previstos en el Código de Comercio en un servicio público de transporte).

En el segundo caso, existen básicamente tres criterios en relación a la relación


entre el usuario y el prestador.

Para una primera tesis, la relación es de naturaleza privada y contractual,


fundada en que son dos particulares vinculados entre sí, presentándose el
concesionario como un empresario que vende su producto, y el usuario abona
por ello un precio como contraprestación.

Para otra, la relación es de naturaleza pública, por tratarse de un servicio


público, revistiendo el particular prestador la sola condición de delegado de
potestades públicas que actúa en representación del Estado. En esta posición,
se distinguen quienes ven a la relación como meramente reglamentaria de los
que consideran que es contractual.

Finalmente, quienes sostienen la tesis mixta, diferencian dos clases de


relaciones entre usuario y concesionario, unas de carácter reglamentario (que
sería la primordial, y aluden, entre otros derechos, al de exigir y recibir el
servicio) y otras de carácter contractual, que regiría en los aspectos no
contemplados por la reglamentación.

Algunos distinguen entre las relaciones que se originan en el núcleo central de


la delegación del Estado al prestador, regidas por el derecho administrativo, y
las restantes relaciones, regidas por el derecho privado. Otros, como entienden
que las relaciones de carácter obligatorio para el usuario son regidas por el
derecho administrativo, y las de carácter facultativo por el derecho común.
Incide fundamentalmente en la situación jurídica del administrado la
retribución del servicio que se recibe. Esta retribución varía según los servicios
sean universales –utiuniversi-, o utisinguli. En los primeros la retribución se
efectúa a través del sistema tributario general (ej.: tasa de barrido, de
alumbrado público, etc.). En los segundos, se puede dar la variante de que el
servicio sea gratuito –no genera para el usuario obligación de pagar por el
servicio que recibe- u oneroso. Si es oneroso, existen varias denominaciones
para designar esa retribución: precio, canon, peaje o tarifa, siendo muchas
veces imprecisa o variable la acepción dada a estos términos.

El canon suele ser la retribución que abona el Estado al prestador, y también se


designa al precio que se abona por el uso de un bien de dominio público.

El precio es la suma de dinero que se abona por el efectivo uso del servicio.

La tarifa, que usualmente se asimila al precio, alude estrictamente al conjunto


de precios que se han fijado para las categorías variables de usuarios. Por eso
se lo denomina también cuadro tarifario. Su fijación corresponde al Estado o
ente regulador, a través del mecanismo que corresponda, que suele prever la
realización de audiencias públicas. No puede tener como regla efecto
retroactivo –salvo caso de morosidad-, y debe ser justa y razonable.

Entes reguladores y de control: definición,


clasificación y procedimiento

Los entes reguladores son entidades autárquicas –por tanto, personas públicas
y estatales- creadas con el fin de dictar las normas necesarias para regular la
prestación del servicio (dentro del marco regulatorio), controlarla, proteger los
derechos de los usuarios, y resolver los conflictos que se presenten con motivo
de la prestación del servicio.

Tal como surge de su concepto, las funciones que cumple se pueden clasificar
en administrativas (funciones de dirección, control, fiscalización y en general las
que resultan del ejercicio de la policía), jurisdiccionales (resoluciones de
conflictos que puedan presentarse entre usuarios, prestadores, concedentes, y
terceros) y reglamentarias (dictado de normas que hacen al servicio: seguridad
en la prestación, conexión, cortes, etc.).

Si bien en principio estos entes deben ser creados por ley, porque implican la
limitación y regulación de derechos fundamentales, existen varios creados por
Bibliografías de referencia

Avalos, E., Buteler, A. & Massimino, L. (2014). Derecho administrativo. Tomo I.


Córdoba: Alveroni.

Gordillo, A. (1997 – 2000). Tratado de Derecho Administrativo, 4 Tomos. (4ta Ed.).


Buenos Aires: Fundación de Derecho Administrativo.

Comadira, J. (2003). El acto administrativo. Buenos Aires: Lexis-Nexis.

Farrando (h.), I y otros. (2000). Manual de Derecho Administrativo. Buenos Aires:


Depalma.

Hutchinson, T. Régimen de Procedimientos Administrativos - Ley 19.549. Buenos Aires:


Astrea.
decreto. Cada marco regulatorio establece en concreto sus funciones,
potestades, y procedimientos. Por lo general, se establece que el usuario, ante
un conflicto con el prestador, debe en primer lugar y de forma previa reclamar
ante el mismo, y luego del silencio o negativa, debe recurrir al ente regulador.
En Córdoba, las decisiones del E.R.S.E.P. agotan la vía administrativa. Si bien las
normas suelen establecer que toda controversia debe ser decidida en primera
instancia por el ente de control, la Corte Suprema ha definido que esta
jurisdicción administrativa previa y obligatoria solo está puede estar referida a
cuestiones de derecho administrativo que hacen al corazón y régimen propio
del sistema de prestación12.
Poder de policía y
Policía
Administrativa

Derecho
Administrativo
Poder de policía y Policía
Administrativa

Noción de policía, de poder de


policía y policía administrativa

El Poder de Policía es la atribución que tiene el Estado, en ejercicio de su


función legislativa, de reglamentar el ejercicio de los derechos de las personas
mediante razonables limitaciones impuestas por la ley, a fin de promover el
bienestar general y mejorar la convivencia en sociedad.

La policía es la función administrativa que realizan los órganos de la


Administración, que consiste en ejecutar las normas dictadas en ejercicio del
poder de policía, con el fin de tutelar bienes generales como el orden, la
seguridad, moralidad y salubridad pública, a través hechos, actos o reglamentos
administrativos.

Principios constitucionales

El Poder de Policía tiene su fundamento en lo dispuesto por el art. 14 de la


Constitución Nacional, el cual establece que “Todos los habitantes de la nación

12CSJN, Angel Estrada y Cía. Vs. Secretaría de Energía y Puertos, 05/04/05, LA LEY 2005-D,
439.
gozan de los siguientes derechos conforme a las leyes que reglamenten su
ejercicio”.

Ello significa que ninguno de los derechos reconocidos tiene un alcance


absoluto, sino que todos deben ejercerse dentro del cauce fijado por la
reglamentación que el Congreso, Legislatura o Consejo Deliberante establezca.

A su vez, la reglamentación que efectúe dentro del ámbito de su competencia


cada uno de los órganos legisferantes mencionados, deberá hacerse de modo
tal que los derechos reconocidos no sean vulnerados en su esencia, conforme
lo establece el art. 28 de la C.N.: “los principios, garantías y derechos
reconocidos en los anteriores artículos no podrán ser alterados por las leyes
que reglamenten su ejercicio”.

Distribución entre los distintos niveles de gobierno

Conforme nuestro nuestra forma federal de Estado, del cual se deriva el


carácter local del derecho administrativo, el ejercicio del poder de policía y de
la policía corresponde tanto al Estado Nacional, Provincial como Municipal,
según el reparto de competencias efectuado por nuestro texto constitucional: a
la Nación todo lo delegado expresa o implícitamente, a las Provincias todo
aquello reservado o no delegado, y al Municipio aquello que ha sido reconocido
por la Provincia como propio de su régimen autónomo, sin perjuicio de que
ciertas facultades son concurrentes (conf. Art. 121, 5 y 123 de la C.N.).

En el sentido expuesto se ha pronunciado reiteradamente la C.S.J.N.: “el


ejercicio de idénticas funciones por las provincias resulta incompatible con un
igual ejercicio de funciones conferidas a la nación (Fallos 192:350); “los actos de
las legislaturas provinciales no pueden ser invalidados sino en los casos en que
la Constitución concede al Congreso Nacional, en términos expresos, un poder
exclusivo, o en que el ejercicio de idénticos poderes ha sido expresamente
prohibido a las provincias, o cuando hay una absoluta y directa
incompatibilidad en el ejercicio de ellos por estas últimas" (causa T.375.XXXI,
considerando 7°).
Fines y límites

El Poder de Policía y la Policía han tenido una marcada evolución en el tiempo


en lo que hace a los fines específicos y materias concretas que comprende.

En su origen, dentro de lo que sería el modelo del estado liberal, se consideraba


que regía el principio de autonomía de la voluntad, por lo cual, las únicas
materias que podían ser objeto del poder de policía, eran la seguridad,
moralidad y salubridad.

Sin embargo, este concepto se fue ampliando con el tiempo, y así,


principalmente a partir del comienzo del x. XIX, el Estado comenzó, en aras de
promover el bienestar general, a tener injerencias en la libertad contractual, a
imponer cargas sociales o económicas a los particulares, a restringir los
derechos de propiedad por razones de emergencia, a regular lo que hace a la
competencia, a los derechos del consumidor, la prestación de servicios
públicos, y muchísimos ámbitos de la actividad particular13.

Ahora bien, por más extensión que adquiera el ejercicio del poder de policía no
es incontrolable, sino que tiene dos límites fundamentales que nacen de la
misma constitución.

Uno es interno, y es el llamado derecho a la intimidad o privacidad, reconocido


en el art. 19 de la C.N., por el cual las acciones privadas de los hombres están
exentas de la autoridad de los magistrados, y por tanto, no pueden ser objeto
de regulación.

El otro, externo, es el principio de razonabilidad, asegurado en el art. 28 del


texto magno, por el cual, ninguna regulación puede desconocer o anular alguno
de los derechos fundamentales reconocidos en la Constitución.

13Unanálisis completo de dicha evolución, con numerosas citas jurisprudenciales de la Corte


Suprema de Justicia de la Nación, puede verse en DROMI, Roberto, Derecho Administrativo, Ed.
Ciudad Argentina, Buenos Aires, 2006, 11ª Edición, pág. 910/926.
Las sanciones administrativas

La policía, como parte de la función administrativa, se manifiesta a través de


diversas formas jurídicas, que pueden normativos, o ejecutivos o de coacción14.

Los primeros son normas generales que regulan las conductas de las
personales, y como ejemplo, tenemos al reglamento o edicto de policía.

Los segundos se dirigen a la conducta a un administrado en particular. Como


ejemplo tenemos la orden de policía, las operaciones de control, inspección o
auditoría, y la aplicación de sanciones.

Las sanciones administrativas son las penas previstas para quienes cometen
una falta administrativa. No deben ser confundidas con las sanciones
disciplinarias que resultan de la relación de empleo público. Las primeras se
refieren a las relaciones externas de la Administración respecto a terceros
administrados, y tienen por fin mantener el orden público en general; en
cambio las segundas, son las sanciones que aplica la Administración en su
relación interna con un empleado público, para mantener la regularidad de la
función, tienen carácter disciplinario y no policial, y se aplican ante la comisión
de una falta disciplinaria prevista en un estatuto particular de empleo público.

La falta o contravención

La falta o contravención es el ilícito administrativo, previsto en los Códigos de


Faltas, análogo aunque sustancialmente diferente al delito, ilícito penal,
previsto en el Código Penal.

Se “configura por una situación de hecho en cuyo mérito una persona aparece
en contradicción con lo dispuesto en una norma de policía”15. No requiere de
culpa o dolo por parte del contraventor, más allá de que alguna falta en
particular lo exija. Puede consistir en una conducta positiva o negativa. Se
diferencia del delito por su carácter local, por su menor gravedad, porque
puede aplicarse a personas jurídicas, y porque puede ser sancionado por

14Conf. clasificación de ALTAMIRA GIGENA, Julio Isidro, ob. cit., pág. 447.

15MARIENHOFF Miguel S., Tratado de Derecho Administrativo, Ed. Abeledo – Perrot, Buenos
Aires, 1997, Tomo VI, Sexta Edición actualizada, 597.-
cualquier nivel estadual (Nación, Provincia o Municipio), siempre que emane
del ejercicio de la función legislativa16.

Procedimientos y clases de sanciones

La aplicación de una sanción a un infractor como consecuencia de la comisión


de una falta administrativa debe ser precedida del debido procedimiento
administrativo, en el cual haya estado asegurada la posibilidad del administrado
de defenderse, respetándose en lo sustancial los principios consagrados en el
art. 18 de la Constitución Nacional.

De allí que la sanción debe hallarse establecida en una norma anterior al hecho,
debe darse oportunidad al imputado para defenderse y ofrecer pruebas, y la
sanción que se imponga es susceptible de ser recurrida administrativamente e
impugnada en sede judicial.

Las sanciones pueden ser de varias clases. Entre ellas tenemos:

 Amonestaciones o llamados de atención: consiste en un reto, reproche o


advertencia por parte de la autoridad administrativa.

 Multa: es una pena pecuniaria que debe ser satisfecha por el infractor
abonando una suma de dinero. El acto administrativo que las impone
carece de ejecutoriedad, por lo cual, en caso de falta de pago por parte
del sancionado, el cobro compulsivo debe ser gestionado por el órgano
sancionador ante el Poder Judicial.

 Clausura: consiste en el cierre temporario o definitivo de un


establecimiento, prohibiendo su utilización para la actividad comercial o
industrial a que venía destinándoselo.

 Inhabilitación: consiste en la incapacidad para el ejercicio de ciertos


derechos, también de forma temporaria o definitiva.

 Decomiso o comiso: es la pérdida definitiva de una cosa mueble, que por


razones de seguridad, moralidad o salubridad públicas, es incautada por
la autoridad administrativa. El propietario infractor carece de derecho de
indemnización, por el carácter nocivo o peligroso de la cosa decomisada.
Se diferencia del secuestro por cuanto éste constituye una medida

16CSJN, 17/05/1957, “Mouviel”.


cautelar que se dispone para reunir un determinado elemento
probatorio (ej.: secuestro de un arma).

 Arresto: es una pena privativa de libertad, temporaria y por breve plazo.

 Caducidad: es la extinción de una autorización o permiso otorgado para


ejercer una determinada actividad.
Bibliografías de referencia

Avalos, E., Buteler, A. & Massimino, L. (2014). Derecho administrativo. Tomo I.


Córdoba: Alveroni.

Gordillo, A. (1997 – 2000). Tratado de Derecho Administrativo, 4 Tomos. (4ta Ed.).


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Depalma.

Hutchinson, T. Régimen de Procedimientos Administrativos - Ley 19.549. Buenos Aires:


Astrea.
Medios
materiales de la
administración

Derecho
Administrativo
Medios materiales de
la Administración

Dominio público: distinción con el


dominio privado del Estado

El Estado, para la consecución de sus fines, requiere de un patrimonio. El


patrimonio estatal es el “conjunto de bienes incorporados al Estado para
cumplir directa o indirectamente los cometidos estatales”17.

Esta propiedad estatal puede ser pública o privada. El Código Civil Y comercial,
distingue entre dominio público y privado del Estado (art. 235), definiendo con
alguna imprecisión en los art. 235 y 236 cuales bienes integran uno y otro
dominio.

El criterio para distinguir las categorías de dominio público y dominio privado


del estado reside en el uso asignado al bien. Los bienes de dominio público son
un conjunto de bienes consagrados al uso público, al goce y disfrute común de
todos los habitantes. Los privados, no.

La principal diferencia entre unos y otros está en el régimen jurídico que los
regula: mientras que los bienes privados del Estado están sometidos, en
general, a las reglas del derecho privado, el dominio público tiene un régimen
público particular con características propias.

Los elementos del dominio público son:

a) subjetivo: refiere al sujeto titular de la cosa. Existen básicamente dos


posturas: para algunos el titular del derecho dominial es el Estado, y para otros

17ILDARRAZ, Benigno, ZARZA MENSAQUE, Alberto R., VIALE, Claudio Martín, ob. cit., pág.
579.
el pueblo. Para los Dres. Ildarraz, Zarza Mensaque y Viale18, el titular es el
Estado u órgano público que tiene el poder de jurisdicción, regulación y tutela
sobre dichos bienes.

b) objetivo: está referido a los bienes que integran el dominio público. Dejando
aclarado que por analogía de derecho rige en el derecho público la clasificación
de bienes y cosas del derecho civil19, decimos que el dominio público se ejerce
sobre idénticos bienes a aquellos sobre los que se ejerce el derecho de dominio
privado. Hay completo acuerdo en que la enunciación del art. 236 es
meramente enunciativa, lo cual surge del mismo inc. 7mo. de dicho artículo,
que se refiere a “cualquier otra obra pública construida para utilidad o
comodidad común”.

c) normativo: el carácter público de un bien depende de la norma jurídica que


así lo establece, ya que no existen bienes públicos por naturaleza.

d) finalista: la caracterización de un bien como público obedece a un fin, y tal


fin es la afectación del mismo al uso o goce común.

Los bienes de dominio público están sometidos a un régimen de derecho


público particular, que los diferencia del dominio privado, y que tiene los
siguientes caracteres básicos:

Inalienabilidad e imprescriptibilidad.

Mediante estos caracteres se asegura que estos bienes puedan cumplir su


finalidad, que es la de estar afectados al uso del público.

La inalienabilidad se funda en que son bienes extra comercium. Así lo disponen


los Art. 276, 234 y 1907 del Código Civil y Comercial. Por el primero, el objeto
de los actos jurídicos deben ser cosas que estén en el comercio; por el segundo,
están en el comercio las cosas cuya enajenación no fuere expresamente
prohibida o dependiente de una autorización estatal; por el tercero, el derecho
de propiedad se extingue de una manera absoluta cuando la cosa es puesta
fuera de comercio.

Estrictamente, los bienes de dominio público están fuera del comercio de


derecho privado, no así del derecho público, pues pueden ser objeto de los
llamados derechos reales administrativos, e incluso, ser expropiados. No
pueden ser vendidos, hipotecados, embargados, ni ejecutados.

18ILDARRAZ, Benigno, ZARZA MENSAQUE, Alberto R., VIALE, Claudio Martín, ob. cit., pág.
583.
19Conf. DROMI, Roberto, ob. cit., pág. 887.- Se puede ver una explicación de las diferencias

entre la analogía -como procedimiento de adaptación y elaboración de normas-, y la


subsidiariedad -como técnica de aplicación directa de un sistema normativo a otro-, en
COMADIRA, Julio Rodolfo, Derecho Administrativo: acto administrativo, procedimiento
administrativo, otros estudios, LexisNexisAbeledo-Perrot, Bs.As., 2003, 2da. Edición, pág. 159 y
s.s.- El Dr. Comadira expresa que sigue al respecto la doctrina expuesta por Goldschmidt,
recogida entre nosotros por Cassagne.
La imprescriptibilidad implica que el dominio público no se pierde por el no uso.
También tiene su fundamento en las normas del derecho civil. Así, el art. 1909 y
1912 establece que todas las cosas que están en el comercio son susceptibles
de posesión; el 2534, que pueden prescribirse todas las cosas cuyo dominio o
posesión puede ser objeto de adquisición. Por ende, si los bienes de dominio
público no son susceptibles de posesión, nadie puede adquirir por prescripción
adquisitiva los mismos, y resultan imprescriptibles para el Estado.

Modos de adquisición y de transferencia

Para comprender los distintos modos de adquisición de un bien al dominio


público, debe distinguirse, por un lado, entre la asignación del carácter público
a una categoría de bienes, y la afectación, y por otro, entre los bienes públicos
artificiales y naturales.

La asignación del carácter público a un bien resulta de la ley que así lo


establece. En nuestro caso lo hacen los Art. 235 y 236 del C.C. y C.

La afectación en cambio es la consagración efectiva y concreta de un bien al


dominio público. Recién desde la afectación queda un bien incorporado al
dominio público y sometido a los principios que rigen dicha institución. Esta
afectación reviste dos modalidades principales, según que se trate de bienes
públicos artificiales o naturales.

Los bienes públicos naturales son aquellos que no existen por obra del hombre:
es el caso del mar, las playas, los ríos, etc. Los bienes públicos artificiales son los
que existen por obra del hombre: es el caso de las calles o puentes.

En los primeros, la afectación se da de pleno derecho desde el momento en


que así lo establece la ley que les asigna el carácter público a un bien.

En el segundo caso, la afectación requiere de una ley, de un acto administrativo


general, o de un hecho de la Administración, salvo aquellos que existen con
anterioridad a la sanción del Código Civil, que se asimilan en lo que hace a la
forma de su afectación a los bienes naturales. El hecho consiste básicamente en
dejar expedita efectivamente una cosa propiedad del Estado al uso público, con
el asentimiento expreso o virtual de la Administración Pública. Es siempre una
actividad estatal, y no de los particulares. Ejemplos de estos hechos son la
inauguración de una obra dejándola abierta al uso público, la utilización de una
construcción como edificio administrativo, el retiro de vallados que impiden el
uso público, e incluso, el uso público continuado, que puede haber dado lugar a
la adquisición del bien o cosa y a su correlativa afectación, por prescripción
adquisitiva o uso inmemorial (vetustas), siempre con el asentimiento del
Estado. Como excepción tenemos el caso de las servidumbres públicas
discontinuas o no aparentes, que no pueden adquirirse por el uso inmemorial
(art. 1897, 1899 y 2565 C.C.y C).

La autoridad competente para asignar a un bien el carácter de público es la


Nación, porque sólo ella puede legislar sobre una cuestión substantiva o de
fondo: la atinente a la naturaleza o condición jurídica de las cosas20.

Distinto es el caso de la afectación. Si el bien de dominio público es natural, la


afectación se producirá simultáneamente con el dictado de ley nacional, sin
requerir de actividad alguna que complemente la ley; en cambio si el bien de
dominio público es artificial, el bien deberá ser creado, y su afectación
dependerá del dictado de una ley, acto administrativo general o hecho de la
Administración, que en este caso podrá ser de cualquier nivel estadual:
nacional, provincial o municipal.

Uso del dominio público

El uso del dominio público puede ser común o especial.

El uso común es el que pueden realizar todas las personas por su sola condición
de tales, observando la reglamentación que sobre tal uso haya efectuado la
autoridad administrativa.

Tiene los siguientes caracteres:

 General: no está sujeto a autorización administrativa previa alguna;

 Gratuito, por regla, sin perjuicio de que en algunos casos puede


establecerse un peaje o exigirse el pago de una suma de dinero para
ingresar, siempre con fuente en lo que dispone un texto legal.

 Impersonal: no se concede a alguien en particular;

 Ilimitado: existe mientras el bien permanece afectado al dominio


público.

MARIENHOFF, Miguel S., Tratado de Derecho Administrativo, Ed. Abeledo – Perrot,


20cfr.

Buenos Aires, 1998, Tomo V, Cuarta Edición actualizada, pág. 184/185.


La mayoría de la doctrina sostiene que el particular tiene un interés simple
respecto del uso común de los bienes de dominio público21. Si consideramos
que la tripartición entre interés simple, interés legítimo y derecho subjetivo
está superada, debemos concluir que todos tenemos un derecho subjetivo a
usar y gozar de los bienes de dominio público22.

El uso especial es aquel que sólo pueden realizar las personas que hayan
adquirido dicha facultad previo cumplimiento de los requisitos fijados por la
reglamentación. Tiene los siguientes caracteres:

 Excepcional: depende de acto administrativo expreso que lo conceda;

 Oneroso, porque el particular debe pagar un canon;

 Personal: el usuario adquiere un status jurídico particular diferente de


cualquier persona común que no puede ejercer este uso especial;

 Limitado en el tiempo.

Según Marienhoff, los bienes de dominio público pueden ser utilizados por el
público en forma directa o indirecta, y cada uno, en forma individual o
colectiva23.

Los usos especiales (que emplean las figuras jurídicas del permiso y la
concesión) son formas de uso directo individual; los usos comunes (como
puede ser el uso de las vías públicas) son formas de uso directo colectivo.

La utilización indirecta es el caso del uso de los bienes afectados a un servicio


público –en la concepción amplia que da a este concepto el autor citado-, y
según las características del mismo, será individual (caso del servicio público de
ferrocarriles) o colectivo (caso del servicio público de defensa).

21Cfr. MARIENHOFF, Miguel S., Tratado de Derecho Administrativo, Ed. Abeledo – Perrot,
Buenos Aires, 1998, Tomo V, Cuarta Edición actualizada, pág. 350.
22Cfr. DROMI Roberto, Derecho Administrativo, Ed. Ciudad Argentina, Buenos Aires, 2006, 11ª

Edición, pág. 899.


23cfr. MARIENHOFF, Miguel S., Tratado de Derecho Administrativo, Ed. Abeledo – Perrot,

Buenos Aires, 1998, Tomo V, Cuarta Edición actualizada, pág. 350.-


El uso común y los usos diferenciales: alquiler,
permiso, concesión y comodato

El uso común, siendo general e indeterminado, reviste múltiple formas de


ejercicio, y puede manifestarse en usar la vía pública –transitar, estacionar,
etc.-, las aguas fluviales -navegar, pescar, etc.-, pasear por las plazas públicas,
volar por el espacio aéreo, etc.-

En algunos casos se dan particulares situaciones en que algunas personas se


encuentran respecto de los bienes, como es el caso de ribereños con cursos de
agua o linderos de la vía pública, que por esas circunstancias pueden
beneficiarse en mayor medida al ejercer el uso común, y en su caso, si su
prerrogativa es alterada, y ello les causa un perjuicio patrimonial – caso de la
supresión de una vía pública a un inmueble lindero- pueden solicitar la
correspondiente indemnización al ente público-.

Las formas del uso especial son ordinariamente el permiso y la concesión.

El permiso es un acto administrativo de carácter precario, que puede ser


revocado sin derecho al resarcimiento, por el cual la Administración, de manera
unilateral, otorga a un particular el uso especial de un bien de dominio público,
que puede estar condicionado al cumplimiento de determinadas obligaciones,
cuya inobservancia determina su caducidad.

La concesión es un derecho subjetivo perfecto, exclusivo y estable de uso


especial de un bien de dominio público. Puede nacer en un acto administrativo,
si bien generalmente se acuerda a mérito de un contrato. Se caracteriza por no
ser precario, y por tanto, generar derecho a indemnización en caso de ser
revocado por razones de oportunidad, mérito o conveniencia.

Ocurre algunas que la Administración, a los fines de convenir con un particular


las condiciones del uso especial de un bien de dominio público recurre a figuras
del derecho privado, como es el caso del alquiler o el comodato. En estos casos,
más allá del nomen iuris empleado, se debe aplicar a dichas relaciones los
principios y normas previstos para el uso especial de los bienes del dominio
público, en tanto, por ser público el bien objeto de la contratación, se
encuentra fuera del comercio, y por tanto, strictu sensu, no pueden ser objeto
de contratos regidos por el derecho privado. Se aplicarán por tanto a las
relaciones contractuales mencionadas las previsiones de la concesión, y en su
caso, si se pactó precariamente, del permiso.
Extinción de la dominialidad pública

La extinción del régimen de dominio público sobre un bien se produce por su


destrucción total o porque manteniendo su individualidad cambia su condición
jurídica y pasa a ingresar el dominio privado, sea del Estado sea de los
particulares.

Para que se produzca la extinción, si el bien no se destruye, debe operarse la


desafectación, que es la sustracción del bien al uso público. La desafectación se
produce por la sola sanción de una ley si se trata de un bien natural, o en virtud
de una ley, un acto administrativo o un hecho de la Administración, si se trata
de un bien artificial.

Bienes que integran el dominio público

Básicamente los bienes de dominio público están definidos en el art. 235 del
C.C., si bien dicha enunciación no es taxativa.

Estos bienes se pueden clasificar teniendo en cuenta su conformación geofísica:

a) el mar territorial hasta la distancia que determinen los tratados


internacionales y la legislación especial, sin perjuicio del poder jurisdiccional
sobre la zona contigua, la zona económica exclusiva y la plataforma continental.
Se entiende por mar territorial el agua, el lecho y el subsuelo;

b) las aguas interiores, bahías, golfos, ensenadas, puertos, ancladeros y las


playas marítimas; se entiende por playas marítimas la porción de tierra que las
mareas bañan y desocupan durante las más altas y más bajas mareas normales,
y su continuación hasta la distancia que corresponda de conformidad con la
legislación especial de orden nacional o local aplicable en cada caso;

c) los ríos, estuarios, arroyos y demás aguas que corren por cauces naturales,
los lagos y lagunas navegables, los glaciares y el ambiente periglacial y toda otra
agua que tenga o adquiera la aptitud de satisfacer usos de interés general,
comprendiéndose las aguas subterráneas, sin perjuicio del ejercicio regular del
derecho del propietario del fundo de extraer las aguas subterráneas en la
medida de su interés y con sujeción a las disposiciones locales. Se entiende por
río el agua, las playas y el lecho por donde corre, delimitado por la línea de
ribera que fija el promedio de las máximas crecidas ordinarias. Por lago o
laguna se entiende el agua, sus playas y su lecho, respectivamente, delimitado
de la misma manera que los ríos;

d) las islas formadas o que se formen en el mar territorial, la zona económica


exclusiva, la plataforma continental o en toda clase de ríos, estuarios, arroyos,
o en los lagos o lagunas navegables, excepto las que pertenecen a particulares;

e) el espacio aéreo suprayacente al territorio y a las aguas jurisdiccionales de la


Nación Argentina, de conformidad con los tratados internacionales y la
legislación especial;

f) las calles, plazas, caminos, canales, puentes y cualquier otra obra pública
construida para utilidad o comodidad común;

g) los documentos oficiales del Estado;

h) las ruinas y yacimientos arqueológicos y paleontológicos.


Bibliografías de referencia

Avalos, E., Buteler, A. & Massimino, L. (2014). Derecho administrativo. Tomo I.


Córdoba: Alveroni.

Gordillo, A. (1997 – 2000). Tratado de Derecho Administrativo, 4 Tomos. (4ta Ed.).


Buenos Aires: Fundación de Derecho Administrativo.

Comadira, J. (2003). El acto administrativo. Buenos Aires: Lexis-Nexis.

Farrando (h.), I y otros. (2000). Manual de Derecho Administrativo. Buenos Aires:


Depalma.

Hutchinson, T. Régimen de Procedimientos Administrativos - Ley 19.549. Buenos Aires:


Astrea.
Limitaciones
administrativas a la
propiedad privada

Derecho
Administrativo
Limitaciones
administrativas a la
propiedad privada

Limitaciones administrativas a la
propiedad privada: fundamento

El derecho de propiedad está reconocido en la Constitución Nacional, como


inviolable (art. 17 C.N.).

En la concepción liberal e individualista, que inspiró el dictado de nuestro


Código Civil, con raigambre en el derecho romano, se lo concibió como
absoluto, exclusivo y perpetuo.

Absoluto en cuanto significa el derecho amplio de usar y gozar de la cosa


conforme la voluntad del propietario (la redacción original del art. 10 y 1941 del
C.C. y C preveía la posibilidad de degradar, desnaturalizar o destruir la cosa,
considerando el legislador en la Nota respectiva que el gobierno no podía
constituirse en juez del abuso).

Exclusivo porque el dominio total de una persona sobre una cosa excluye la
injerencia de un tercero: dos personas no puede tener en el todo el dominio de
una cosa.

Perpetuo, porque nadie puede ser privado de su propiedad.

Ahora bien, estos caracteres deben adecuarse a las prescripciones


constitucionales. Entre ellas, la más importante en lo que nos toca, es que
ningún derecho reviste el carácter de absoluto. En efecto, todos pueden y
deben ejercerse conforme las leyes que los reglamentan, conf. Art. 14 de la
C.N., con los límites del art. 28.
Esto significa entonces que ni hay derecho que no sufra limitaciones, por
imperativo constitucional, que permiten incluso su ejercicio. En el caso del
derecho de propiedad, éste sufre dos clases de limitaciones: unas que procuran
preservar intereses particulares, contenidas en el Código Civil, y cuya sanción
corresponde al legislador federal, y otras prescriptas en el interés de la
comunidad, que están previstas en el derecho administrativo de cada
jurisdicción, por ser un derecho local. Así lo reconoce el mismo art. 1970 del
C.C.yC.

Las limitaciones impuestas en interés público inciden sobre cada uno de los
caracteres del derecho de propiedad.

El carácter absoluto es atemperado por las meras restricciones administrativas;


el carácter exclusivo por las servidumbres administrativas, y el carácter
perpetuo por la prescripción.

Mera restricción administrativa

Las meras restricciones administrativas son condiciones legales del ejercicio


normal y ordinario del derecho de propiedad, impuestas en el interés público,
que se concretan en obligaciones de no hacer, y aún pueden ser de hacer.

Ejemplos de servidumbres administrativas son: la imposición de un cartel en la


propiedad, la obligación de soportar una ochava, la obligación de albergar
instalaciones eléctricas, etc.

Sus caracteres son los siguientes:

 Varias e ilimitadas en cuanto a su número y contenido, que no está fijado


en modo alguno;

 No indemnizables: al considerarse que limitaciones inherentes al


dominio, no causan perjuicio especial que pueda ser indemnizado;

 Generales: son obligatorias para todos los propietarios que se


encuentren en igualdad de condiciones, a diferencia de la expropiación y
las servidumbres, que se aplican a bienes determinados.
-constantes y actuales: afectan a todas las propiedades en la medida que lo
exige el interés público, por el carácter inherentes que tienen al derecho de
propiedad, por lo cual se mantienen mientras ésta subsiste con independencia
de quien es el titular del dominio;

-ejecutorias: por regla general la administración puede aplicarlas


concretamente por sí misma;

-imprescriptibles: no se extinguen por el no uso.

Urbanismo: técnicas de intervención

Cada día cobra mayor importancia una especie particular de restricciones que
son las que conforman las normas de urbanismo. Estas son un conjunto de
“principios y normas que tienen por finalidad establecer patrones de
habitabilidad y ocupación del suelo”24.

Comprende normas que regulan las superficies mínimas de los terrenos, alturas
máximas de los edificios25, distancias mínimas de retiros (de frente, fondo y
laterales), superficies edificables, etc., según las distintas zonas en que se divide
a las ciudades. Dado su objetivo, el dictado de estas normas es de
preponderante competencia municipal, a través de los Códigos de Edificación y
de Uso del Suelo.

Procuran que la vida en comunidad se desarrolle lo más saludable posible, en


forma armónica y organizada, respetando los recursos naturales, el patrimonio
cultural y los valores estéticos.

24ALTAMIRA GIGENA, Julio Isidro, ob. cit., pág. 420.-


25CSJN, 23/12/1986, “Juillerat vs. Municipalidad de la ciudad de Buenos Aires”, consideró que la
obligación legal de no edificar a mayor altura que la indicada por la autoridad administrativa es
una mera restricción administrativa no indemnizable, y no una servidumbre administrativa, como
sostenía importante doctrina.
Límites

Los límites a la imposición de restricciones son la razonabilidad y la integridad,


es decir, que en su extensión no pueden afectar las notas de exclusividad y
perpetuidad del dominio.

Servidumbres administrativas:
caracteres y diferencias con las
servidumbres privadas

Las servidumbres administrativas son derechos reales administrativos que


integran la dominialidad pública, se constituyen a favor de una entidad pública
o un particular que ejerza facultades delegadas por la misma, sobre un
inmueble ajeno, con el objeto de que éste sirva al uso público.

Es una limitación de la propiedad en aras del interés público que afecta el


carácter exclusivo del mismo, pues desmiembra la plenitud jurídica del titular
del bien.

Los caracteres de las servidumbres administrativas surgen de su definición:

 Es un derecho real administrativo: es derecho real porque se constituye


sobre un bien determinado, en función del desmembramiento del
derecho de propiedad que sobre el mismo tiene su dueño, y tiene
carácter administrativo porque su titular es una entidad pública o
delegada por la misma, su finalidad es el uso público y su régimen
jurídico es el derecho público;

 Integra el dominio público, por lo cual, es inalienable e imprescriptible;

 El titular es una entidad pública, estatal o no estatal, o un particular que


ejerza alguna facultad delegada por una entidad pública, caso de las
servidumbres constituidas a favor de los concesionarios de servicios
públicos, en los términos de los Art. 83 ley 24065 o 22 ley 24.076.
 El objeto de la servidumbre recae sobre bien ajeno, que puede ser un
bien de un particular, o del Estado, en este caso, privado o público, pero
nunca de la entidad a favor de la cual se constituye la servidumbre. Es
decir, aun cuando el bien sobre el que recae la servidumbre pertenece al
Estado, aquella se constituye con miras a un uso público distinto a aquél
a que está afectada la cosa.

 La finalidad de la servidumbre es servir a un uso público: el bien gravado


no sirve a otra heredad o inmueble determinado, sino a una entidad
pública. Ergo, las servidumbres administrativas no son reales sino
personales por esencia.

 Es indemnizable: el titular del bien gravado con la servidumbre


administrativa tiene derecho a ser indemnizado, por el menoscabo que
sufre su patrimonio al ver desmembrado su derecho de dominio, que
pierde el carácter de exclusivo. La procedencia de dicha indemnización
tiene su fundamento en el art. 17 de la C.N.

Las servidumbres del derecho privado tienen varias diferencias con las de
derecho administrativo. Por un lado las primeras se rigen exclusivamente por el
derecho privado, mientras que a las administrativas les resulta aplicable el
derecho público. La finalidad también es distinta, siendo obvio que las privadas
se crean en el sólo interés particular, mientras que las administrativas con una
finalidad pública. En cuanto al objeto, las servidumbres privadas no pueden
constituirse sobre bienes de dominio público, que están fuera del comercio.
Finalmente, las servidumbres privadas lo son siempre reales, a favor de un
fundo ajeno dominante, en cambio las administrativas son siempre personales,
a favor de una entidad pública o una entidad privada en ejercicio de facultades
delegadas por aquella.

Modos de constitución y extinción

Son varias las formas jurídicas por las cuales se puede constituir una
servidumbre.

a) por ley, nacional, provincial, o municipal; es el instrumento ordinario, por


cuanto toda afectación de la propiedad particular debe tener origen en la ley;
b) por acto administrativo fundado en ley, de imposición, que materialice lo
previsto en una ley, o acepte una liberalidad, donación o disposición
testamentaria;

c) por contrato administrativo, entre la entidad pública y el propietario


particular;

d) por accesión: cuando existiendo una servidumbre civil, el fundo dominante


pasa a propiedad de una entidad pública;

e) por usucapión o prescripción adquisitiva. Se rige por las normas de derecho


civil, aplicables por analogía ante la ausencia de normas de derecho público.
Por lo tanto, para que opere la usucapión, la servidumbre debe reunir los
caracteres de continua y aparente, y tener una duración de veinte años. Exige
el ejercicio de la servidumbre durante veinte años, manifestada por el uso
continuado y pacífico que de manera visible y efectiva importe la ejecución de
actos posesorios por parte de una entidad pública respecto al contenido de la
servidumbre pública de que se trata.

Los modos de extinción son:

a) por ley, si así fue constituida;

b) por extinción del objeto principal de afectación (caso en que se desafecta un


aeródromo, se extinguen las servidumbres aeronáuticas impuestas a heredades
vecinas);

c) por confusión, en los casos en que la heredad sirviente pasa al dominio de la


entidad beneficiaria;

d) por destrucción de la heredad sirviente;

e) por contrato, salvo que sean legales;

f) por renuncia: en los casos de servidumbres adquiridas por convenio, acto de


liberalidad o prescripción

g) por expiración del plazo, si se hubiese constituido por un tiempo


determinado.
Indemnización

Como ya vimos, uno de los caracteres de las servidumbres públicas es el que


son indemnizables, lo que significa que el titular del bien gravado con la
servidumbre administrativa tiene derecho a ser indemnizado, por el
menoscabo que sufre su patrimonio al ver desmembrado su derecho de
dominio, que pierde el carácter de exclusivo. La procedencia de dicha
indemnización tiene su fundamento en el art. 17 de la C.N.

Si la servidumbre es creada por ley, y ésta excluye la indemnización, puede ser


tachada de inconstitucional, y hacer valer la responsabilidad del Estado.

Expropiación: definición y
fundamentos

Marienhoff define a la expropiación como “el medio jurídico en cuyo mérito el


Estado obtiene que un bien sea transferido de un patrimonio a otro por causa
de utilidad pública, previa indemnización”2626.

Constituye una limitación al carácter perpetuo de la propiedad.

El Estado27, para la consecución del bien común, que es la causa final de su


existencia, necesita de bienes, sean estos materiales o inmateriales, y puede
ocurrir que éstos no estén en su poder ni los pueda crear o fabricar, sino
integren el patrimonio de sujetos jurídicos distintos a él.

En este último caso, goza de la facultad de utilizar diversas técnicas a través de


las cuales puede incorporar dichos bienes, como por ejemplo, la celebración de
un contrato de compra -venta o el ejercicio del poder tributario, pero existen
circunstancias en que la Administración necesita de un bien particular
perfectamente individualizado, con independencia de la voluntad de su
propietario de desprenderse de él, y entonces, en la consideración de la
prioridad del bien común por sobre cualquier otro individual, se concede al

26MARIENHOFF, Miguel S., Tratado de Derecho Administrativo, Ed. Abeledo – Perrot, Buenos
Aires, 1997, Tomo IV, Sexta Edición actualizada, pág. 127.-
Estado esta herramienta jurídica de la expropiación, que tiene la particularidad
de permitir, por un lado, la satisfacción del bien común, y por otro, salvar los
derechos fundamentales de los ciudadanos, como es el de la propiedad,
protegido debidamente en el art. 17 de la C.N.

El fundamento de la expropiación, está entonces, en la causa final del Estado,


que es “promover el bienestar general”, y en el respeto del derecho subjetivo a
la propiedad individual27.

Sujetos, objeto, presupuestos, causa e


indemnización

Los sujetos de la relación jurídica expropiatoria son tres, el sujeto expropiante,


el sujeto expropiado, y el beneficiario.

El sujeto expropiante es aquel que debe ejecutar la declaración de utilidad


pública e impulsar el trámite para lograr que la expropiación se perfeccione. Es
la parte actora del procedimiento de expropiación regular, y la parte
demandada del procedimiento de expropiación irregular.

La Nación y la Provincia son los únicos entes con facultades para declarar la
utilidad pública mediante ley del Congreso o la respectiva legislatura.

Sin embargo, la ejecución de dicha declaración la pueden llevar adelante dichos


entes u otros, como entidades descentralizadas, municipios, e incluso
particulares, autorizados por ley o acto administrativo fundado en ley (art. 2 ley
21.499 y art. 3 ley 6394 de la Provincia de Córdoba).

El sujeto expropiado es el titular del bien objeto de la expropiación. Puede ser


cualquier clase de personas, públicas –estatal o no estatal- o privadas –físicas o
jurídicas- (art. 3 ley 21499 y art. 5 ley 6394). Es la parte demandada del
procedimiento de expropiación regular, y la parte actora del procedimiento de
expropiación irregular.

El sujeto beneficiario es aquel a quien se destina el objeto expropiado. Puede


identificarse el sujeto expropiante y el beneficiario, cuando quien expropia,
incorpora el bien expropiado a su propio patrimonio. Esto es lo que ocurre

27Hablamos del Estado en general, ya que las leyes también facultan a expropiar a sujetos
privados o públicos no estatales, en la medida en que se les ha encomendado el ejercicio de
potestades públicas y la satisfacción de un fin de interés general.-
ordinariamente. Pero si quien ejecuta la declaración de utilidad pública,
transfiere el bien expropiado a otra persona, aparece el sujeto beneficiario. No
está previsto expresamente en la legislación local, pero nada impide su
existencia, siempre que se cumpla la finalidad de bien común prevista en la
norma. Es el caso, por ejemplo, en que el bien expropiado se destina a
viviendas de carenciados, a planes de colonización, etc.

Objeto

La expropiación puede recaer sobre cualquier derecho patrimonial. Comprende


por tanto a todos los bienes, sean o no cosas, públicos o privados (art. 4 de la
ley 21499 y art. 4 de la ley 6394).

Quedan por tanto excluidos los derechos personalísimos: a la vida, al honor, la


salud, la libertad, el nombre, etc.

Los bienes pueden ser del Estado nacional, provincial y municipal, si bien en los
casos en que una Provincia quiera expropiar bienes de la Nación, o un
Municipio de la Provincia o Nación, se requerirá justificar concretamente la
preeminencia en el caso concreto de la finalidad de utilidad pública
expropiatoria por sobre la finalidad de utilidad pública que se encuentran
satisfaciendo dichos bienes.

Pueden ser objeto de expropiación los bienes inmuebles, incluso sometidos al


régimen de propiedad horizontal, el subsuelo con independencia del suelo (art.
6 ley 21499; art. 10 ley 6394), muebles, semovientes, derechos, los bienes
afectados a un servicio público (art. 9 ley 6394), etc.

Pueden ser expropiados no solo los bienes necesarios para el cumplimiento de


la utilidad pública, sino también aquellos que convenga, y cuya razonable
utilización en base a planos y proyectos convenga a ese efecto (art. 7 ley 21499;
Art. 6 y 7 ley 6394).

La expropiación debe referirse a bienes determinados, aunque también puede


referirse genéricamente a los bienes que sean necesarias para una obra a
realizar. Si la declaración genérica comprende a inmuebles, deberá
especificarse las zonas o áreas que serán afectadas por la declaración (art. 5 ley
21499; art. 2 ley 6394).

Puede ocurrir también que no se necesite expropiar la totalidad de un bien,


sino parte del mismo. Frente a ese supuesto, pueden ocurrir dos alternativas:
que la parte restante resulte inútil, o que conserve la aptitud para una
explotación racional. En el primer caso, se deberá expropiar la parte restante, y
si no lo hace el Estado, el particular afectado puede iniciar la expropiación
irregular (conf. Art. 9 y 51 ley 21.499; Art. 8 y 32 ley 6394). La superficie
inadecuada podrá ser determinada por las partes mediante convenio, y si no,
deberá fijarla el juez. A su vez la ley fija criterios para determinar si un sobrante
es inadecuado: si el inmueble es urbano, cuando no cumple los requisitos de
frente, fondo o superficie previstos para edificar; si el inmueble es rural, se
deberá tener en cuenta la explotación a que lo destinaba el expropiado (art. 8
ley 21499; art. 8 ley 6394).

Asimismo, “Cuando la expropiación de un inmueble incida sobre otros con los


que constituye una unidad orgánica, el o los propietarios de estos últimos
estarán habilitados para accionar por expropiación irregular si se afectare su
estructura arquitectónica, su aptitud funcional o de algún modo resultare
lesionado el derecho de propiedad en los términos del artículo 51 incisos b y c”
(art. 9 ley 21499; art. 33 ley 6394).

Los presupuestos sustanciales para que la expropiación sea válida, de


conformidad a lo establecido en el art. 17 de la C.N., son dos: calificación de
utilidad pública efectuada por ley y justa indemnización previa.

Causa expropiatoria

La única causa por la cual el Estado puede expropiar es la utilidad pública. Esta
comprende todos los casos en que se procura el bien común. El bienestar
general perseguido con la expropiación puede ser tanto material como
espiritual o cultural (conf. art. 1 ley 21.499; art. 1 ley 3694). Esta finalidad de
bien común es permanente, y debe por tanto existir tanto al momento de la
sanción de la ley, como con posterioridad a la transferencia de la propiedad al
sujeto beneficiario de la expropiación.

La utilidad pública debe ser declarada por ley, y la misma está sujeta a control
judicial, pues siempre debe mediar razonabilidad en la declaración, por lo cual
se ha decidido que puede ser declarada inconstitucional si media grave y
ostensible arbitrariedad.

Indemnización

La indemnización consiste en una retribución económica debida al sujeto


expropiado en compensación al sacrificio exigido en el interés público.

Los requisitos constitucionales son que debe ser previa, y justa. La ley
expropiatoria establece además que debe ser en dinero en efectivo, salvo
conformidad del expropiado para que se efectúe en otra especie de valor (art.
12 ley 21499; art. 12 ley 3694).
La indemnización justa significa que se debe restituir al propietario expropiado
el mismo valor económico del que se le priva, cubriendo los daños y perjuicios
que sean consecuencia de la expropiación28.

La extensión de la indemnización ha sido legalmente fijada en el art. 10 de la ley


21499, y art. 12 de la ley 6394. Se establece allí que “la indemnización sólo
comprenderá el valor objetivo del bien y los daños que sean una consecuencia
directa e inmediata de la expropiación. No se tomarán en cuenta circunstancias
de carácter personal, valores afectivos ni ganancias hipotéticas, ni el mayor
valor que pueda conferir al bien la obra a ejecutarse. No se pagará lucro
cesante”.

El valor a pagar es el existente al tiempo de la desposesión (art. 20 ley 21499;


art. 13 ley 6394).

Mucho se ha escrito en relación la cual debe ser la justa indemnización. En la


opinión de Cassagne29, que compartimos, la ley regula la indemnización con
arreglo a pautas y principios que son propios del derecho público, y diferentes
del sistema y categorías fijadas en el derecho privado.

Alude a dos rubros fundamentales: el valor objetivo del bien, y las


consecuencias directas e inmediatas de la expropiación.

El valor objetivo del bien es el valor general del mercado, con indiferencia del
valor subjetivo que pueda atribuirle el propietario.

Las consecuencias directas e inmediatas de la expropiación son aquellas que


tienen causa próxima con la misma, y están comprendidos el costo de
mudanza, honorarios de quienes proyectan la nueva construcción que debe
levantar el propietario, etc. Según la doctrina mayoritaria, también comprende
el valor llave -entendido como la situación de preferencia otorgada por la
clientela de una empresa en relación con sus competidoras-, y el valor empresa
en marcha –valor de los activos de una empresa en plena producción, superior
al de los de otra similar que esté por iniciarse-; la jurisprudencia ha sido reacia
en concederlos, asimilándolos al concepto de lucro cesante.

En relación a la exclusión del lucro cesante, no debe asimilarse valor objetivo


con daño emergente y las consecuencias directas de la privación de la
propiedad. Desde ya que debe considerarse que la aptitud de un bien para
producir ganancias futuras se tiene en cuenta a los efectos de determinar su
valor objetivo. A la vez, la exclusión de la ley debe relacionarse con el lucro
cesante eventual y futuro. En consecuencia, están comprendidas dentro de las
consecuencias directas e inmediatas aquellos lucros o beneficios futuros cuya
probabilidad de realización se encuentra asegurada conforme al curso ordinario

28CSJN, Fallos 268:112, entre muchos otros.


29CASSAGNE, Juan Carlos, Derecho Administrativo, Ed. LexisNexisAbeledo-Perrot, Séptima
Edición actualizada – Reimpresión, Buenos Aires, 2004, Tomo II, pág. 479 y ss.
de las cosas, por entenderse que razonablemente están incorporados al
patrimonio del expropiado. Lo que la ley pretende evitar es que la expropiación
se convierta en una fuente de enriquecimiento o ganancias para el expropiado.

Respecto de las mejoras, sólo son indemnizables aquellas necesarias realizadas


en el bien objeto de la indemnización luego de la declaración de utilidad
pública. No se indemnizan otro tipo de mejoras (art. 11 ley 21499; art. 13 ley
13694).

El carácter de previa de la indemnización, impuesto por la Constitución, ha


motivado la declaración de inconstitucionalidad de las normas de emergencia
que consolidaban las obligaciones de abonar una indemnización
expropiatoria30.

El monto indemnizatorio no está sujeto al pago de impuestos o gravamen


alguno (art. 20 ley 21499; art. 13 ley 6394).

El trámite expropiatorio

La ley prevé, básicamente, tres formas en que puede obtenerse la


incorporación al patrimonio del sujeto expropiante, del bien declarado por ley
sujeto a expropiación. Estas tres formas son: concertación directa, compra en
remate público y juicio expropiatorio. A este último se puede llegar a su vez de
dos maneras, según que lo inicie en calidad de actor el expropiante –
expropiación regular-, o el expropiado –en los supuestos de la expropiación
irregular31.

La primera forma en que debe procurarse abonar la indemnización –y por ende,


mensurar la misma-, es mediante concertación directa o avenimiento con el
propietario del bien expropiado. La Administración no puede ofertar en este
supuesto un valor que sea mayor en un 10% al máximo que fije el Consejo
General de Tasaciones de la Provincia (conf. art. 14 de la ley 6.394) o el Tribunal
de Tasaciones de la Nación (art. 13 ley 21499). Este es sin duda un límite legal a
la capacidad de concertar de la Administración.-

30CSJN, 5/04/1995, “Servicio Nacional de Parques Nacionales c/ Franzini, Carlos y/o propietarios
de Finca Las Pavas”.
31Las normas de procedimiento que regulan la Expropiación Regular se encuentran

principalmente en el Título VI, arts. 20 a 31 de la ley 6.394; el Titulo VII –arts. 32 a 36-, regula la
Expropiación Irregular. En el caso de la ley nacional 21.499 las normas de procedimiento están
en Título V, arts. 18 a 32, y la Expropiación Irregular en el Tìtulo VII, arts. 51 a 56.
También prevé la ley local que el sujeto expropiante, una vez autorizada la
expropiación, adquiera el bien en remate público.32

El tercer supuesto es el juicio expropiatorio que se presenta cuando las partes


involucradas no llegan a un avenimiento en relación al valor del bien a
expropiar, por lo cual deben acudir a un juez para determinar cuál es la
indemnización correspondiente, resultando competente, a nivel local, el Juez
de Primera Instancia en lo Civil y Comercial, y a nivel nacional, el Juez Federal
del con jurisdicción en lo contencioso-administrativo (art. 15 de la ley 6.394;
art. 21 ley 21.499).-

Lo ordinario es que el ente expropiante inicie la acción expropiatoria regular,


como actor, que por ley debería tramitar por el procedimiento de juicio
sumario a nivel nacional, y verbal a nivel local (Art. 19 y 15 leyes 21499 y 3694);
no estando vigentes estos procedimientos, deben tramitar por el juicio
ordinario en ambos casos.

El ente expropiante debe consignar ante el juez el importe de la valuación que


al efecto hubiere practicado el Tribunal de Tasaciones de la Nación u oficinas
técnicas pertinentes, en la Nación, o Consejo General de Tasaciones, en la
Provincia (art. 22 ley 21499 y 20 ley 6394), aumentado en un 10% en el
procedimiento local si el bien es inmueble, tras lo cual el juez otorgará la
posesión judicial del bien. La litis se anotará en el Registro de la Propiedad si el
bien es inmueble, siendo desde ese momento indisponible e inembargable el
bien (Art. 24 ley 21499 y 20 ley 6394).

Otorgada la posesión judicial del bien, quedan resueltos los arrendamientos,


acordándose a los ocupantes un plazo de treinta días para el desalojo (art. 26
ley 21499 y 27 ley 6394).

El expropiado puede retirar la suma depositada una vez que justifique que es
de su dominio, que el bien no reconoce hipoteca u otro derecho real, que no
está embargado y que no pesan sobre él restricciones a la libre disposición de
sus bienes (art. 23 de ambas leyes).-

32No abordaremos aquí el análisis de este supuesto, por cuestiones de extensión y porque
escapa a los fines del presente trabajo, aunque adelantamos la opinión de que sería muy
probable que el mismo viole el principio de la indemnización justa e integral. Ello con sólo pensar
que si toma estado público la existencia de la autorización para expropiar entre los posibles
participantes del remate, indudablemente va a disminuir el valor venal del bien, porque a nadie le
interesa adquirir una cosa que va a ser expropiada. En consecuencia, si se verifica dicha
hipótesis, que es sumamente probable, la Administración estaría abonando un precio de compra
en el remate que no sería el valor objetivo del mismo, sino uno disminuido resultante de la
depreciación que produce el conocimiento de la autorización para expropiar. Entiendo que a esta
situación le resultaría aplicable el art. 32, inc. b de la ley 6394, previsto para la Expropiación
Irregular, pues la ley de declaración de utilidad pública convertiría al bien a rematarse en
“indisponible”, por la evidente dificultad o impedimento para que la venta en remate –aunque
forzada- se realice en condiciones normales.
Ninguna acción de terceros puede impedir la expropiación, y los derechos de
los reclamantes se consideran transferidos de la cosa a su precio o la
indemnización, quedando aquella libre de todo gravamen (art. 28 ley 21499 y
29 ley 6394).

A nivel nacional se establece como obligatoria, si el bien es inmueble, la pericial


a cargo del Tribunal de Tasaciones de la Nación, y a nivel local, la única prueba
legalmente admisible es una tasación a cargo del Consejo General de
Tasaciones, en el cual puede intervenir el expropiado a través de un
representante técnico33.

Si la expropiación es de bienes inmuebles, no es necesario otorgar escritura


traslativa de dominio, siendo suficiente inscribir en el Registro el acto
administrativo que aprueba el avenimiento o la sentencia firme (art. 32 ley
21499; art. 21 ley 6394).

La acción del expropiado para exigir el pago de la indemnización prescribe a los


seis años, contados desde el que el monto queda determinado con carácter
firme y definitivo (conf. art. 31 ley 21499).

Desistimiento y abandono

El ente expropiante puede desistir de la acción promovida, mientras la


expropiación no haya quedado perfeccionada, cargando con las costas. Se
entiende que la expropiación queda perfeccionada cuando se ha operado la
transferencia del dominio al expropiante mediando sentencia o acto
administrativo firmes que aprueben el avenimiento, toma de posesión y pago
de la indemnización (conf. Art. 29 ley 21499 y 19 ley 6394).

Ahora bien, si el sujeto expropiante no inicia la acción expropiatoria, o no


obtiene el avenimiento extrajudicial, o no realiza actos que restrinjan los
derechos del propietario, aparece el instituto del abandono, a mérito del cual
se produce la caducidad de la declaración de utilidad pública, pues la
autorización para promover la expropiación no puede ser mantenida sine die
(conf. arts. 33 ley 21.499 y 57 ley 6394).

33En el artículo "La expropiación de bienes inmuebles en la Provincia de Córdoba: un análisis del
régimen probatorio en sede judicial”, publicado en el Suplemento de Derecho Administrativo y
Constitucional de la Revista Foro de Córdoba, Nro. 17, págs. 63/81, planteé la
inconstitucionalidad del art. 15 de la ley 6.394.
La ley establece que se reputa abandona la expropiación si el sujeto
expropiante no promueve el juicio dentro de los dos (2) años de sancionada la
ley si el bien está determinado; dentro de los cinco (5) años si el bien está
comprendido dentro de una zona determinada, y dentro de los diez (10) años si
se trata de bienes comprendidos en una enunciación genérica.

No rige el instituto del abandono en dos supuestos: cuando se trata de una


Municipalidad autorizada a expropiar para la apertura, rectificación o ensanche
de calles, caminos, plazas, puentes o desagües; cuando se efectúa reserva de
inmuebles para obras o planes de ejecución diferida.

La expropiación irregular

La expropiación irregular es un procedimiento previsto en protección del


derecho de propiedad del sujeto expropiado, frente a situaciones en que la
Administración altera de hecho el ejercicio de su derecho de propiedad, sin
iniciar el trámite judicial expropiatorio, permitiéndole al particular iniciar la
acción él mismo, a fin de que la expropiación se perfeccione.

La ley permite al expropiado interponer la acción expropiatoria irregular


cuando existiendo una ley que declara la utilidad pública un bien, el Estado lo
toma sin haber cumplido con el pago de la respectiva indemnización, o de
hecho resulta indisponible por evidente dificultad para disponer de ella en
condiciones normales; cuando el Estado impone al derecho del titular una
indebida restricción que importe una lesión a su derecho de propiedad (art. 51
ley 21.499; art. 32); , cuando la expropiación de un inmueble incida sobre otros
con los que constituye una unidad orgánica, y si se afectare la estructura
arquitectónica, su aptitud funcional o de algún modo resultare lesionado el
derecho de propiedad en (art. 9 ley 21499; art. 33 ley 6394).

El juicio se regula por el mismo trámite de la acción expropiatoria regular, con


la salvedad de que inicialmente el demandado puede oponerse a la
expropiación.

La acción prescribe a los cinco años computados desde que tienen lugar los
comportamientos del Estado que tornan viable la acción.
Retrocesión

El derecho de retrocesión permite al expropiado y/o sus herederos obtener el


reintegro a su patrimonio del bien objeto de la expropiación, cuando a éste se
le diere un destino distinto al previsto en la ley expropiatoria, o cuando no se le
asigne destino alguno, en los plazos que fija la ley.

El fundamento de este instituto está en la inviolabilidad de la propiedad. Si la


utilidad pública es la única razón que permite al Estado apropiarse de un bien –
previa indemnización-, en el supuesto en que esa utilidad no sea satisfecha
dentro de los plazos razonables que fija la ley, cae el título que justifica el
desapoderamiento forzoso, y en consecuencia, el expropiado tiene derecho a
solicitar que la propiedad vuelva a su patrimonio.

La ley local permite que se dé un destino distinto al establecido para la


expropiación, siempre que sea dispuesto por ley y satisfaga el bien común.

Puede lograrse la retrocesión por avenimiento o acción judicial.

Para interponer la acción judicial, en los casos en que al bien no se le hubiere


dado destino alguno en un lapso de dos años desde que quedó perfeccionada la
expropiación, el expropiado debe en forma previa intimar fehacientemente al
expropiante para que le asigne al bien el destino correspondiente;
transcurridos 6 meses desde esa intimación, sin que al bien se le haya dado el
destino, la acción de retrocesión queda expedita sin necesidad de reclamo
administrativo previo.

Si al bien se le hubiere dado un destino diferente al previsto en la ley


expropiatoria, debe formularse reclamo administrativo previo (conf. art. 39 ley
21499).

En la ley expropiatoria de la Provincia de Córdoba, es necesario efectuar


interpelación judicial previa a fin de que se dé al bien el destino previsto, tanto
en los supuestos en que no se haya dado al bien destino alguno, como en los
supuestos en que se le haya dado un destino diferente. Transcurrido un año
desde la interpelación previa, queda expedita la acción de retrocesión (art. 38
ley 6394).

Como requisito sustancial del derecho de retrocesión, el expropiado deberá


devolver la suma recibida, sin intereses, en su valor actualizado, menos el
importe correspondiente a las inutilizaciones del bien, más las mejoras
necesarias o útiles, todo ello, dentro del plazo que fije la sentencia, bajo
apercibimiento de caducidad del mismo (conf. art. 42 ley 21499 y art. 40 ley
6394).
Esta acción prescribe a los tres (3) o dos (2) años, a contar según lo dispuesto
en los arts. 50 de la ley 21499 y 39 de la ley 639434.

Requisición: definición

La requisición es una medida de carácter general, especie dentro de las


limitaciones a la propiedad privada en interés público, impuesta para conjurar
un estado de necesidad pública imperiosa, como puede ser la guerra, una
catástrofe natural, calificada por ley, que provoca la pérdida del uso y goce del
bien por un término, o la pérdida del bien mismo, como consecuencia de la
ocupación o adquisición coactiva de un bien por el Estado, y que genera
derecho a indemnización.

Se diferencia de la expropiación y de la ocupación temporal, en que éstas


tienen efectos sobre un bien determinado, en cambio la requisición recae sobre
bienes en general.

Pueden ser militares o civiles. Las primeras son las que se disponen para
contribuir a la defensa del país, en los términos del Art. 34 de la ley de defensa
nacional 23.554. Las segundas para situaciones de paz.

Ambas exigen ley previa -salvo urgente e imperiosa necesidad-, justa


indemnización, y procedimiento escrito (orden de requisa).

En relación al objeto, la requisición puede comprender tanto la propiedad


como el uso de cosas muebles, y la utilización temporaria de cualquier clase de
bienes, incluso de inmuebles. La propiedad de éstos últimos no se adquiere
forzadamente por requisición, sino por expropiación.

34Art. 50 ley 21499: La acción por retrocesión prescribe a los tres años, computados desde que,
habiendo quedado perfeccionada la expropiación en la forma prevista en el artículo 29, al bien se
le dio un destino ajeno al que la determinó, o desde que no habiéndosele dado al bien destino
alguno, hubieren transcurrido los plazos previstos en los artículos 35 y 39. El trámite previsto en
el artículo 39 suspende el curso de esta prescripción. .
Art. 39 ley 3694: La acción por retrocesión sólo podrá intentarse dentro de los dos años,
computados desde que habiendo quedado perfeccionada la expropiación en la forma prevista en
el art. 19 al bien se le dio un destino ajeno al que lo determinó, o al que, no habiéndosele dado al
bien destino alguno, hubieren transcurrido los plazos previstos por el art. 37, Inc. “b” y vencida la
interpelación judicial del art. 38. El trámite previsto en el art. 38 suspende el curso de este plazo.
Art. 34 ley 23554: En caso de guerra o ante su inminencia, el Poder Ejecutivo nacional podrá
disponer requisiciones de servicios o de bienes, convocatorias y sus excepciones para satisfacer
necesidades de la defensa nacional. En la reglamentación de la presente ley se determinará el
procedimiento y los recaudos a los que se ajustarán las requisiciones.
Para determinar el alcance de la justa indemnización, se aplica por analogía lo
dispuesto en materia expropiatoria.

Cabe aclarar que la requisición prohibida por la Constitución en el art. 17 es la


que puedan llevar a cabo los “cuerpos armados”; debe entenderse por estos
cuerpos armados, no las fuerzas armadas regulares que actúen en
cumplimiento de su función, sino grupos armados irregulares que actúan en su
propio nombre y no en nombre de la Nación, o fuerzas armadas regulares que
actúan al margen de su función, ilegalmente.

Requisición de uso: ocupación temporánea

La ocupación temporánea constituye un derecho real administrativo en virtud


del cual la Administración Pública adquiere por razones de interés público en
forma transitoria o provisional el uso y goce de un bien ajeno de cualquier
clase.

Se diferencia de la expropiación en cuanto ésta implica la transferencia


definitiva de la propiedad, mientras que la ocupación temporánea sólo implica
el uso y goce de un bien, de carácter además, provisorio.

Se diferencia de la requisición, por el carácter general de la misma.

Existen dos formas de ocupación temporánea: la anormal y la normal.

La anormal es la causada por una necesidad urgente, imperiosa. La dispone


directamente la autoridad administrativa, sin ley, y no genera derecho a
indemnización, salvo la reparación de los daños que se causen a la cosa, y de
los daños causados por el uso posterior de la cosa en menesteres ajenos a los
que determinaron la ocupación temporánea (art. 59 ley 21499; art. 45 ley
6394).

Su duración no puede sobrepasar la del lapso estrictamente necesario para


satisfacer la respectiva necesidad (art. 60 ley 21499; art. 46 ley 6394).

La ocupación temporánea normal es causada por una necesidad normal no


inminente (art. 58 ley 21499; art. 44 ley 6394), y requiere de ley que declare la
utilidad pública. Dictada esta ley, puede establecerse por avenimiento, y en
caso de no llegarse al mismo, judicialmente. Genera derecho a indemnización,
la cual se calculará por las reglas de la expropiación (art. 61/62 ley 21.499 y
47/48 ley 6394). La indemnización comprende el valor del uso, los daños
ocasionados al bien o cosa ocupados, y el valor de los bienes que debieron
extraerse necesariamente con motivo de la ocupación.

Su duración no puede ser mayor a dos años. Vencido este lapso, el propietario
podrá intimar la devolución del bien, y si transcurren treinta días desde dicha
intimación sin que el bien hubiere sido devuelto, el propietario puede exigir la
expropiación, mediante la acción expropiatoria irregular (art. 64 ley 21499; art.
50 ley 6394).

Sin la conformidad del propietario, el ocupante temporáneo no puede alterar la


sustancia del mismo ni extraer o separar de éste los elementos que lo integren
(art. 66 ley 21449: art. 52 ley 6394).

Las acciones judiciales derivadas de una ocupación temporánea están exentas


de reclamo administrativo previo, y prescriben a los 5 años, computados desde
que el ocupante tomó posesión del bien, para exigir el pago de indemnización,
o desde que el ocupante debió devolver el bien, para requerir su devolución
(Art. 68 a 70 ley 21499; Art. 54 a 56 ley 6394).
Bibliografías de referencia

Avalos, E., Buteler, A. & Massimino, L. (2014). Derecho administrativo. Tomo I.


Córdoba: Alveroni.

Gordillo, A. (1997 – 2000). Tratado de Derecho Administrativo, 4 Tomos. (4ta Ed.).


Buenos Aires: Fundación de Derecho Administrativo.

Comadira, J. (2003). El acto administrativo. Buenos Aires: Lexis-Nexis.

Farrando (h.), I y otros. (2000). Manual de Derecho Administrativo. Buenos Aires:


Depalma.

Hutchinson, T. Régimen de Procedimientos Administrativos - Ley 19.549. Buenos Aires:


Astrea.
Tipos de
responsabilidad

Derecho
Administrativo
Tipos de
responsabilidad
Introducción. Aspectos generales.

Sabido es que, el Estado, con el objeto de cumplir sus fines de carácter público
y procurar sus cometidos estatales, realiza un sinnúmero de actividades.

Es por ello, que no resulta extraño que en el ejercicio de sus funciones


(administrativas, judiciales y legislativas) ocasione daños a los particulares. Así
ocurre cuando un patrullero de la policía que en la persecución de un
delincuente colisiona el vehículo de un particular, en el caso el dictado de una
ley inconstitucional que provoca daños o una medida cautelar mal trabada en
el marco de un proceso judicial.

Ante tales acontecimientos, debe analizarse si el Estado debe resarcir los daños
producidos, y en caso afirmativo ¿cuáles son las condiciones o requisitos para
que ello pueda ocurrir?

En este capítulo, abordaremos el estudio de la responsabilidad del estado, las


condiciones exigidas por el ordenamiento jurídico que tornan procedente la
reparación del daño ocasionado.

Inicialmente analizaremos cual ha sido la evolución histórica de esta institución


y cuál ha sido la actitud adoptada por la jurisprudencia. Además, distinguiremos
según se trate de daños provocados en ejercicio de la función administrativa,
judicial y legislativa, y los presupuestos específicos de responsabilidad en cada
uno de los casos.

Tipos de responsabilidad

La división de la responsabilidad en contractual y extracontractual también es


aplicable en el campo del derecho público.

La responsabilidad contractual del Estado, deriva del incumplimiento de un


acuerdo de voluntades entre el Estado y un particular, y no ha generado
dificultadas en su aplicación y reconocimiento por parte de la doctrina y la
jurisprudencia. Para su estudio nos remitimos al capítulo dedicado al análisis de
los contratos administrativos.
En cambio como veremos, el camino hacia el reconocimiento de la
responsabilidad extracontractual del Estado, fue mucho más lento y
controvertido, y en ese reconocimiento la labor de los juristas y la
jurisprudencia fue clave para llegar a una concepción que establezca al Estado
el deber de reparar los daños ocasionados en ejercicio de función
administrativa, legislativa y judicial.

Evolución

La aceptación de la responsabilidad del Estado, cuando éste desarrolla su


actividad en el ámbito del derecho público, fue de tardía aparición en la
historia.

A grandes rasgos la evolución que tuvo lo referido a la responsabilidad del


estatal pasó de sólo admitirse la responsabilidad extracontractual del Estado en
el campo del derecho privado, pues el Estado soberano era considerado
irresponsable, salvo casos excepcionalmente previstos. Sobre la base del
principio de soberanía, se consideraba que el Estado soberano no podía
provocar daños. Pero tal concepción, por la injusticia que implicaba para la
víctima del obrar estatal fue abandonada, lenta pero progresivamente por los
distintos ordenamientos jurídicos, para reconocer finalmente la responsabilidad
del Estado en todos sus órdenes.

El concepto de responsabilidad del Estado frente a los individuos por hechos


dañosos de éste hacia terceros ha ido variando con el tiempo y en distintas
formas. De la absoluta irresponsabilidad estatal y de sus agentes, sintetizado en
el precepto de thekingcant do no wrong, se evolucionó al reconocimiento de la
responsabilidad del agente público, no así la del Estado. Luego se reconoció la
de ambos, hasta consagrar finalmente la responsabilidad del Estado en forma
directa, en el ámbito del derecho público.

Antecedentes históricos

El camino de la irresponsabilidad del Estado hacia su reconocimiento.

En el derecho Antiguo, específicamente en Roma, en la época de la República,


si bien se reconocían ciertos derechos frente al Estado, los individuos carecían
de medios procesales concretos para hacer valer tales derechos.

La regla general consideraba que el abuso que podía generar responsabilidad


debía imputarse al funcionario, en la medida que tal obrar constituía una
extralimitación de sus funciones. Estos eran los responsables ante los
administrados y el Fisco formado por los fondos necesarios para la
administración del Estado. En otras palabras, la obligación de reparar el daño
causado era soportada por la persona que lo cometiera.

Por otra parte, el fisco era considerado como el conjunto de bienes y fondos
formado para la correcta administración del Estado, concepción que se fue
perdiendo, en la época del Imperio, para confundirse con los bienes del
emperador, lo que trajo aparejado que los mismos no fueran susceptibles de
ninguna media legal.

No se concebía en este período que el Estado pudiera ser deudor o acreedor,


en el sentido que del derecho Moderno. Nadie en Roma tenía un crédito en
contra del Estado. En consecuencia éste tenía el carácter de propietario
irresponsable. (Colautti Carlos E., La Responsabilidad del Estado. Problemas
constitucionales, Ed. Rubinzal – Culzoni, p. 16).

En los Estados Nacionales absolutistas era ilusorio responsabilizar a quien


declaraba tener un poder surgido de Dios y ser su representante en la tierra.

Durante la monarquía absoluta, se estructuró una concepción que impedía


cualquier tipo de reparación a los súbditos por daños ocasionados por el
Estado, salvo que el monarca lo dispusiese por su propia voluntad.

Ninguna de las decisiones del monarca podía generar responsabilidad. Esta


construcción suponía la infalibilidad del Rey, quien no puede obrar mal, ni
puede causar perjuicio alguno (thekingcant do no wrong).

Tal estado de cosas no cambió con la Revolución francesa, que sustituyó la


soberanía del monarca por la soberanía del pueblo, articulada sobre la idea del
predominio de la voluntad general, considerada soberana e infalible. La
soberanía del pueblo no reconocía limitaciones, porque se mantiene, en esta
etapa, la concepción de irresponsabilidad estatal.

Pero tales posturas no podían perdurar. En efecto, como enseña Cassagne, la


justicia y la evolución de la ciencia jurídica no podían tolerar por más tiempo
concepciones tan lesivas de derechos fundamentales del individuo, que
tornaban ilusorios sus derechos. (Cassagne Juan Carlos, Derecho Administrativo
T. I, 6° Edición, p. 265, Ed. AbeledoPerrot, Buenos Aires).

El proceso hacia el reconocimiento de la responsabilidad estatal, se inicia y


consolida en la jurisprudencia del Consejo de Estado francés, quien comenzó
reconociendo la responsabilidad por faltas objetivas en la prestación de
servicios público y culminando con la aceptación de la responsabilidad del
Estado por actos judiciales y legislativos. (Cassagne Juan Carlos, Derecho
Administrativo T. I, 6° Edición, p. 265 y ss., Ed. AbeledoPerrot, Buenos Aires).

A partir del surgimiento del Estado de Derecho, se consagraron límites


desconocidos hasta ese momento a la autoridad estatal, rechazando la
concepción de poderes jurídicos absolutos e ilimitados a favor del Estado. Esta
concepción, procura armonizar los derechos de los miembros de la comunidad
con el interés general, de modo que, cuando un particular tenga que sacrificar
su derecho individual en aras del bien común, sea objeto de una justa
reparación el daño sufrido.

En ese sentido se ha considerado que, el Estado de Derecho presupone una


autolimitación de sus propios poderes por parte del Estado que permite
reconocer, la posibilidad de reparación por actos o hechos que le sean
jurídicamente imputables.

Sobre tales bases, se inició un lento camino hacia el reconocimiento de la


responsabilidad estatal cuando opera en el ámbito del derecho público.

A comienzos del siglo XIX, siguiendo la clasificación montada por la "teoría del
Fisco" -de origen romano-, se distinguió entre los llamados "actos de gestión", y
los actos de iure imperii. Los primeros eran considerados de naturaleza civil,
por existir una igualdad de derechos entre las partes; los segundos donde no
existía igualdad de derecho- caían en el dominio de las relaciones de poder.

De esa distinción provino la atribución de una doble personalidad al Estado, en


la que sólo podía ser responsabilizado en cuanto actuaba como persona privada
(actos de gestión).

La irresponsabilidad absoluta del Estado en el ámbito del Derecho


Administrativo duró hasta fines del siglo XIX, cuando en el año 1873 el Consejo
de Estado francés resolvió los casos "Blanco" y "Pelletier".

En el caso “Blanco” emitido por el Tribunal de Conflictos francés el 8 de


diciembre de 1873, el Sr. Blanco había interpuesto una acción a favor de su hija
atropellada por una vagoneta al servicio de “Manufacture des Tabacs”,
solicitando el reconocimiento de una indemnización por parte de la empresa.
En el caso se resolvió que la responsabilidad del Estado no surge de la
legislación civil - que regula las relaciones entre particulares-, sino que radica en
la idea de falta de servicio, extraña al derecho civil, donde la noción de
responsabilidad extracontractual exige la presencia de la culpa del agente. En
cambio la falta de servicio, supone la ejecución irregular o defectuosa de un
servicio público, que abarca toda la actividad jurídica o material emanada de los
poderes públicos que constituye la función administrativa del Estado, cuando
ocasiona perjuicios a los administrados.

En “Pelletier” se distinguió entre la "falta de servicio" y la "falta personal",


limitándose el responder del Estado únicamente al primer supuesto.

Se entendía que se configuraba la faute du service cuando el funcionario


cumplía con su obligación y sin embargo el servicio no funcionaba, funcionaba
mal o tardíamente.
En cambio, había culpa del funcionario cuando éste se extralimitaba en sus
funciones: en ese caso él sería el único y exclusivo responsable.

En el ámbito del commonlaw, a mediados del siglo XX, se dictan normas que
reconocen la responsabilidad del estado.

Tal fue el caso del ordenamiento jurídico británico a través del dictado de la
“Crown ProceedingsAct” de 1947 se sometió a la Corona a mismo régimen de
responsabilidad que le cabe a una persona privada. Por su parte, en los Estados
Unidos, a partir de la “Federal TrotClaimsAct” de 1946, se reconoció
expresamente la responsabilidad del Estado, aunque sólo se pudiera
comprobar una actuación culposa del agente público (Agüero Piñero, Juan
Pablo, Responsabilidad del Estado: una reseña de su evolución y situación
actual, Suplemento de Derecho Administrativo y Constitucional, Foro de
Córdoba, Año 1 N° 3 Año 2000).

La responsabilidad del Estado a la luz de la jurisprudencia de la Corte Suprema


nacional.

En nuestro país, la construcción jurídica elaborada en torno a la responsabilidad


estatal procede de la labor jurisprudencial de la Corte Suprema.

Es que desde la perspectiva normativa, fuera de lo establecido por el art. 1112


del Código Civil, en relación a la responsabilidad de los funcionarios públicos,
no existe legislación que en forma general regule la responsabilidad estatal. Y
en ese contexto, en el desarrollo progresivo hacia el reconocimiento de la
responsabilidad estatal, la labor de la jurisprudencia de la Corte Suprema ha
resultado fundamental.

Primera Etapa: La irresponsabilidad del Estado

Esta primera etapa se destaca por el rechazo de la Corte al reconocimiento de


la responsabilidad del Estado.

Si bien, en la causa “Bates Stokes y Cía. c/ Gobierno Nacional” (Fallos1:259), en


la que los actores reclamaban la indemnización por daños causados con motivo
de la inundación de galpones de la aduana, atribuida a empleados de la misma,
el Alto Tribunal, reconoció la responsabilidad del Estado por tales hechos, tal
criterio fue abandonado en fallos posteriores.

Al poco tiempo, en la causa “Seste Vicente y Seguich Antonio c/ Gobiernos


Nacional (Fallos 1:317), va delinear la doctrina judicial preponderante en esta
etapa.

En este caso, los actores perseguían una indemnización por el mayor tiempo
que habían servido al Estado. Sostuvieron que se engancharon como
personeros de guardias nacionales y, a pesar de que la guardia nacional fue
licenciada en diciembre de 1861, ellos sirvieron hasta agosto de 1863. En
consecuencia debía abonárseles un aumento proporcional del premio recibido
por el enganche.

La Corte, para rechazar la demanda, destacó que, el Poder Ejecutivo Nacional es


soberano en su esfera y como tal no puede ser arrastrado por los particulares
ante los tribunales, sin su expreso consentimiento. Una solución contraria,
expresó la Corte, daría al Poder Judicial una superioridad inconciliable con la
supremacía que se otorga al Jefe de la Nación, y el derecho de arreglar el pago
de deudas públicas exclusivamente cometido al Congreso, art. 67 inc. 6 de la
Constitución 1853-1860.

Igual criterio sostuvo en “Núñez Anselmo c/ Gobierno Nacional” (sentencia del


27 de agosto de 1872), ante un reclamo indemnizatorio de un súbdito español
por una propiedad confiscada durante la guerra de la Independencia en la que
se reclamaba la diferencia de precio entre el monto reconocido por el Estado
Nacional y el precio del inmueble al momento de la confiscación.

En esta causa resolvió, como en otras causas anteriores, que el Poder Ejecutivo
Nacional no podía ser demandado sin su expreso consentimiento.

A lo largo de este período que abarca desde 1860 hasta 1933, el Alto Tribunal
mantuvo su tesitura de consagrar la irresponsabilidad del Estado Nacional,
alegando por una parte que el Estado Nacional para ser demandado debía dar
su expreso consentimiento. Además se sostenía que, el mismo no era
responsable por el pago de daños y perjuicios por actos o hechos de sus
dependientes por imperio del entonces artículo 43 del Código Civil (reformado
por la ley 17.711 en 1968), que consagraba la irresponsabilidad de las personas
jurídicas. En virtud de ello la irresponsabilidad estatal ocurría, tanto cuando el
Estado producía actos de “gestión” (como persona jurídica), como cuando
actuaba con actos de “imperio” (como poder público) (Coronel German A.,
Responsabilidad del Estado por acto ilícito de sus dependientes, en Revista d
Derecho de Daños N° 9 sobre Responsabilidad del Estado, Ed. RubinzalCulzoni,
Sante Fe, 2000, p. 381).

A esta altura, debe recordarse que en relación a la actuación estatal, se partía


de una doble personalidad del Estado., cuando éste actuaba como poder
público o con “imperio” su irresponsabilidad se sustentaba en la soberanía
estatal. En cambio, cuando realizaba actos como cualquier otra persona
jurídica, su responsabilidad se limitaba al ámbito contractual, pero no
extracontractual, pues el citado art. 43 del Código Civil, disponía que las
personas jurídicas no respondían por los daños que pudieren ocasionar,
cualquiera fuese el acto o hecho que lo generara.
Posteriormente, esta postura se flexibilizaría, admitiendo la responsabilidad del
Estado en los casos en que exista una norma expresa que reconociera el deber
de reparar los daños ocasionados por sus dependientes (Fallos 130:62).

No obstante, reiteramos, el criterio predominante de irresponsabilidad estatal,


se mantuvo incólume., hasta avanzado el siglo XX.

En efecto, tal postura se mantuvo en los precedentes, “Gómez c/ Nación”


(Fallos 2:36), “Cardinale c/ Municipalidad de Villa Mercedes” (Fallos 23:326),
“José Wicki c/ Provincia de Entre Ríos” (Fallos 153:158), entre muchos otros.

En éste último caso, la Corte, aun admitiendo la comisión de excesos u errores


por parte de la autoridad policial, no procedía la responsabilidad estatal, por
haber actuado sus agentes en el ejercicio de la función de poder público.

Segunda Etapa. El reconocimiento de la responsabilidad

En 1933, la Corte en la causa “Tomás Devoto y Cía. c/ Gobierno Nacional”


(Fallos 169:111), va a iniciar una nueva etapa de reconocimiento de la
responsabilidad estatal.

En el caso se había reclamado la reparación de los daños ocasionados con


motivo del incendio provocado por la culpa o imprudencia de unos empleados
nacionales que intervenían en la reparación de una línea telegráfica del Estado;
el siniestro había tenido inicio en el campamento de los dependientes, a causa
de chispas desprendidas de un brasero que se utilizaba en un terreno cubierto
de pasto seco y sin las suficientes precauciones.

El máximo Tribunal, va a reconocer la responsabilidad estatal por los hechos de


sus dependientes y sostuvo “el estrago de autos ha podido ser previsto y
evitado desde que él ha ocurrido por falta de atención de los agentes del
Gobierno, y en tanto éstos ejecutaban trabajos bajo su dependencia”.
Formulando, para condenar al Estado, una interpretación extraída del Derecho
Privado y haciendo mención expresa de los Art. 1113 y 1109 del Código Civil.

Es decir, a partir de esta etapa la Corte comienza a admitir la responsabilidad


estatal por culpa y por la acción de sus dependientes, en perjuicio derivados de
la explotación de un servicio público, sin que fuera impedimento para ello, el
antiguo art. 43 del Código Civil.

Tercera Etapa. De la responsabilidad indirecta del Estado a responsabilidad


directa. La responsabilidad por falta de servicio.

En 1938, en el caso “Ferrocarril Oeste c/ Provincia de Buenos Aires” (Fallos


182:5), la Corte reconoce la responsabilidad extracontractual del Estado de la
Provincia de Buenos Aires, por la prestación defectuosa del servicio de
expedición de certificados registrales, incorporando la noción de falta de
servicio como fundamento de la reparación del daño ocasionado.

La causa había sido iniciada por Ferrocarril Oeste, con el objeto de obtener el
pago de una suma de dinero que había tenido que abonar al reivindicante de
un terreno para recuperar su propiedad.

El origen del perjuicio sufrido por la empresa actora se encontraba en un


certificado del Registro de Propiedad de la provincia, expedido en 1914, que
acreditaba el dominio de un lote de terreno en cabeza de quien había sido su
titular, pero que ya lo había enajenado por escritura pública debidamente
inscripta en el mismo registro certificante.

El informe erróneo, motivó que el Ferrocarril Oeste adquiriera el inmueble a


quien ya no era su titular y previo juicio de reivindicación, fue condenada
abonar una suma de dinero al verdadero propietario.

Por tal motivo Ferrocarril Oeste plantea ante los tribunales su reclamo en
contra de la Provincia de Buenos Aires, tendiente a obtener la reparación por el
daño sufrido por el defectuoso obrar del Registro de la propiedad provincial.

La Corte reconoce la responsabilidad extracontractual del Estado de la


Provincia de Buenos Aires por la prestación defectuosa del servicio de
expedición de certificados registrales. Para ello recurre nuevamente al art. 1113
del C.C., es decir continúa invocando la responsabilidad indirecta, pero por
primera vez hace referencia, en forma conjunta, a la norma contenida en el art.
art. 1112 como fundamento de la responsabilidad del Estado.

Recordemos que éste último establece: “Los hechos y omisiones de los


funcionarios públicos en el ejercicio de sus funciones, por no cumplir sino de
una manera irregular las obligaciones legales que les están impuestas, son
comprendidos en las disposiciones de éste Título”.

Hasta ese momento, la mayoría de la doctrina interpretaba que el art. 1112 del
C.C., hacía referencia únicamente a la responsabilidad del funcionario frente al
Estado y que no involucraba a éste en su responsabilidad frente a los
particulares damnificados (Agüero Piñero, Juan Pablo, op.cit., p. 17).

Esta línea jurisprudencial, si bien no implicó el reconocimiento de un


responsabilidad directa ni tampoco de naturaleza objetivo, la importancia del
fallo radica en reconocer que las relaciones en materia de responsabilidad del
Estado se rigen por el Derecho público y que la aplicación del Código Civil se
realiza por razones de justicia y equidad y en la incorporación del concepto de
falta de servicio como fundamento de la responsabilidad estatal.

A partir de “Vadell Jorge c/ Provincia de Buenos Aires” de 1984 (Fallos


306:2030) la Corte, comienza a adoptar el criterio de que el Estado es
responsable en forma directa y objetivamente por los hechos y actos
administrativos irregulares.

En este caso, la Corte responsabilizó a la Provincia de Buenos Aires por daños


producidos en razón de las omisiones en que incurriera el Registro de la
propiedad, que había atribuido el dominio de un inmueble a quien en realidad
no le correspondía, otorgándose escritura en perjuicio del actor.

La Corte, para fundamentar la responsabilidad de la Provincia de Buenos Aires,


sostuvo que: “quien contrae la obligación de prestar un servicio lo debe realizar
en condiciones adecuadas para llenar el fin que ha sido establecido, siendo
responsable de los perjuicios que causare su incumplimiento o irregular
ejecución , principio que encuentra su fundamento en la aplicación por vía
subsidiaria del art. 1112 C.C. y pone en juego la responsabilidad
extracontractual del Estado en el ámbito del derecho público que no requiere,
como fundamento de derecho positivo, recurrir al art. 1113 C.C., al que ha
remitido desde antiguo, exclusiva o concurrentemente, sentencias anteriores
de la Corte Suprema en doctrina que sus actuales integrantes no comparten”.

Agregando que “no se trata de un responsabilidad indirecta la que en el caso se


compromete, toda vez que la actividad de los órganos o funcionarios del Estado
realizada para el desenvolvimiento de los fines de las entidades de las que
dependen, ha de ser considerada propia de éstas que deben responder de
modo principal y directo por sus consecuencias dañosos”.

Como señala Cassagne, “la principal consecuencia que se desprende la doctrina


de “Vadell” consiste en que al desplazarse la culpa como factor de atribución,
no resulta necesario acreditar la culpa del agente y ni siquiera individualizar al
autor del daño. Basta acreditar el funcionamiento defectuoso o irregular del
servicio para que se configure el factor objetivo que permita atribuir la
responsabilidad” (Cassagne Juan Carlos, Las grandes líneas de la evolución de la
responsabilidad patrimonial del Estado en la jurisprudencia de la Corte
Suprema, en Responsabilidad del Estado y del funcionario público, Jornadas de
la Universidad Austral, junio de 2000).

De lo expuesto puede concluirse que la responsabilidad del Estado será siempre


“directa”, ya que es considerada como producida por el Estado mismo y
“objetiva”, entendiendo por tal su inexcusabilidad de la reparación frente al
daño material producido en ejercicio regular o irregular de las funciones o
servicio, aun cuando no haya un reproche subjetivo de atribución en el sentido
tradicional.
Bibliografías de referencia

Avalos, E., Buteler, A. & Massimino, L. (2014). Derecho administrativo. Tomo I.


Córdoba: Alveroni.

Gordillo, A. (1997 – 2000). Tratado de Derecho Administrativo, 4 Tomos. (4ta Ed.).


Buenos Aires: Fundación de Derecho Administrativo.

Comadira, J. (2003). El acto administrativo. Buenos Aires: Lexis-Nexis.

Farrando (h.), I y otros. (2000). Manual de Derecho Administrativo. Buenos Aires:


Depalma.

Hutchinson, T. Régimen de Procedimientos Administrativos - Ley 19.549. Buenos Aires:


Astrea.
Fundamentos de la
responsabilidad
estatal

Derecho
Administrativo
Fundamentos de la
responsabilidad
Reconocida la responsabilidad estatal, tal como sostiene Marienhoff (Tratado
de Derecho Administrativo, T. IV, Ed. AbeleldoPerrot), es necesario determinar
cuál es su fundamento.

Algunos autores, entre los que éste autor ubica a Duguit, considera que la
responsabilidad del Estado por los daños que ocasione encuentra su
fundamento en los “riesgos sociales”, lo cual implica excluir la “culpa” estatal
como fundamento de su deber de resarcir los daños que produzca por los
hechos o actos que le sean imputables (Marienhoff Miguel S., Tratado de
Derecho Administrativo, T. IV, Ed. AbeleldoPerrot, p. 695). Esta teoría, según
Bianchi, preconiza la responsabilidad objetiva y excluye la noción de culpa se
opone naturalmente a la de quienes ven en esta última el fundamento del
deber de indemnizar a cargo del Estado.

“Como puede verse ambas doctrinas acusan una marcada influencia civilista
propia de la explicación de la responsabilidad en una etapa en que el derecho
público no había desarrollado todavía sus potencias autonómicas” (Bianchi
Alberto. B, Panorama actual de la responsabilidad del Estado en el Derecho
comparado, L.L. 1996-A, p. 922 y ss.).

Otro criterio sostiene la necesidad del dictado de una ley formal que
expresamente reconozca el deber de reparar el daño causado. Es la posición
adoptada en nuestro país por Bielsa. (Marienhoff Miguel S., op. cit, p. 696).

Según Dromi, en opinión que compartimos, el fundamento de la


responsabilidad estatal se encuentra en la Constitución, toda vez que la
actividad de alguna de sus órganos causa un perjuicio especial a un habitante
de la Nación, en violación de los derechos que la misma Constitución consagra.
(Dromi Roberto, Derecho Administrativo, Ed. Ciudad Argentina, 11° Edición,
Buenos Aires, 2006, p.1078, en igual sentido Marienhoff Miguel S. op.cit, p. 698
y ss.,).

Y agrega, el autor citado, que de nuestro ordenamiento constitucional pueden


extraerse los siguientes principios fundantes de la responsabilidad estatal:

a) sacrificio especial e igualdad ante las cargas públicas: Los Art. 4 y 16 in fine
de la C.N., determinan que las contribuciones exigidas a los habitantes deben
ser equitativas y proporcionales. Si se produce un sacrificio especial por acto –
legítimo o no- de cualquier órgano, deben restablecerse la “igualdad de todos
los habitantes” mediante una indemnización a cargo del Estado que generalice
el sacrificio especial que se ha exigido al damnificado.

b) Garantía del derecho de propiedad: el art. 17 de la C.N. dispone que nadie


puede ser privado de su propiedad sin ser indemnizado, en consecuencia, toda
vez que el Estado afecte un derecho debe indemnizar.
c) Derechos adquiridos: los derechos individuales reconocidos en la C.N. (Art.
14 a 20, 28 y 75 inc. 22) constituyen derechos adquiridos por los particulares en
sus relaciones frente al Estado. Por eso no se los puede desconocer sin
indemnización.

En conclusión, del propio texto constitucional puede extraerse el fundamento


del deber de reparar del Estado. De la norma suprema, surge la protección a los
derechos de los administrados contra cualquier daño injustamente, por
cualquiera de su órganos, sea en ejercicio de la función administrativa,
legislativa o judicial (Dromi Roberto, op. cit., p. 1079).
Bibliografías de referencia

Avalos, E., Buteler, A. & Massimino, L. (2014). Derecho administrativo. Tomo I.


Córdoba: Alveroni.

Gordillo, A. (1997 – 2000). Tratado de Derecho Administrativo, 4 Tomos. (4ta Ed.).


Buenos Aires: Fundación de Derecho Administrativo.

Comadira, J. (2003). El acto administrativo. Buenos Aires: Lexis-Nexis.

Farrando (h.), I y otros. (2000). Manual de Derecho Administrativo. Buenos Aires:


Depalma.

Hutchinson, T. Régimen de Procedimientos Administrativos - Ley 19.549. Buenos Aires:


Astrea.
Fundamentos de la
responsabilidad
estatal por actividad
lícita

Derecho
Administrativo
Fundamentos de la
responsabilidad estatal por
actividad lícita
Responsabilidad extracontractual del estado por su actividad ilegitima.

Evolución. Remisión.

Como se señalado, la responsabilidad estatal por su obrar ilegítimo, tras


iniciales criterios que sostenían la irresponsabilidad estatal, se fue abriendo
paso posturas que paulatinamente admitieron la responsabilidad estatal.
Concretamente, nuestra Corte Suprema lo reconoció a partir del citado caso
“Devoto”, a cuyo análisis y posterior evolución de la doctrina del Alto Tribunal
argentino, nos remitimos a lo expresado al punto III.2.

A continuación analizaremos cuales son los requisitos exigidos para que sea
procedente la responsabilidad extracontractual del estado por su obrar
ilegítimo.

Presupuestos

Para que pueda atribuirse responsabilidad al Estado por sus hechos o actos
ilegítimos, se han señalado los siguientes presupuestos:

a) Que el acto o hecho dañoso sea imputable materialmente a un órgano del


Estado en ejercicio u ocasión de sus funciones.

Lo que se requiere es atribuir las consecuencias jurídicas de una conducta del


agente estatal al Estado y para ello, la Corte Suprema, ha recurrido a la “teoría
del órgano”.

En virtud de esta teoría, el Estado no puede actuar sin órganos, porque


solamente a través de ellos puede expresar su voluntad y su acción. De modo
que cuando actúa el órgano, es como si actuara la persona jurídica, en este
caso el Estado. (Mertehikian Eduardo, La responsabilidad pública: análisis de la
doctrina y la jurisprudencia de la Corte Suprema, 1° Edición, 2006, p. 82).
Pero para establecer la imputación de la conducta del agente estatal, se
requiere que éste haya actuado en ejercicio o en ocasión de la función.
Determinando el alcance de tal exigencia, Mertehikian, señala que “en tanto los
perjuicios sean provocados por la actuación de un órgano del Estado en
ejercicio aparente o real de los poderes conferidos por el ordenamiento
jurídico, el Estado deberá responder por las consecuencias patrimoniales de tal
actuación. (Mertehikian Eduardo, op. cti., p. 89).

En otras palabras, el daño es necesario que sea provocado por la persona del
agente o funcionario, actuando en el ámbito del vínculo que se establece con la
función asignada. En todo lo que exceda ese ámbito, la responsabilidad recaerá
en cabeza del agente (falta personal) y no en la organización (falta de servicio).

b) Daño resarcible en los derechos del administrado.

Para que tenga lugar la responsabilidad estatal, debe existir un daño cierto, real
y efectivo en el afectado, que puede comprender el daño patrimonial como el
daño moral actual o futuro. Lo que como es lógico, excluye los daños
puramente eventuales o hipotéticos.

c) Falta de servicio.

La Corte ha resuelto que la responsabilidad del Estado por las acciones u


omisiones de sus agentes se genera en la idea de falta de servicio. Ahora bien,
¿en qué caso nos encontramos frente a la falta de servicio estatal?

Conforme lo ha sostenido la Corte, a partir del caso “Vadell”, la existencia de la


falta de servicio se verifica por cumplir, el Estado, de un modo irregular los
deberes y obligaciones impuestos por el ordenamiento jurídico (Constitución,
ley, reglamento o acto) o por el defectuoso funcionamiento del servicio público.
Agregando el Alto Tribunal que, quien contrae la obligación de prestar un
servicio, lo debe realizar en condiciones adecuadas para llenar el fin que ha sido
establecido, siendo responsable de los perjuicios que causare su
incumplimiento o irregular ejecución.

Es decir, que siempre que el servicio no funcionó, funcionó mal o tardíamente


se configura la responsabilidad estatal. En este sentido, López Mesa, considera
que los daños de dicha prestación defectuosa del servicio puede provenir de:

a) un deficiente funcionamiento o una deficiente organización: por


negligencia, errores, pérdidas de documentación, ejecuciones materiales
irregulares;

b) un funcionamiento tardío: retardo abusivo en la reparación de un edificio,


en la demora innecesaria en la realización de trámites administrativos para
efectivizar una expropiación dispuesta por ley;
c) una ausencia de funcionamiento: en el supuesto de un servicio no prestado
(López Mesa, Marcelo J., en Tratado de la Responsabilidad de la
Responsabilidad Civil, Trigo Represas, Félix A. – Lopez Mesa Marcelo J., Ed. La
Ley, 1° Ed., Buenos Aires, 2004, p. 86).

En estos casos la responsabilidad estatal, es siempre directa y objetiva, se


independiza de la de la idea de culpa y no requiere individualización del autor
del daño (Cassagne Juan Carlos, La Responsabilidad extracontractual del Estado
en la Jurisprudencia de la Corte, ED, 114-215).

Es directa porque toda conducta dañosa se atribuye directamente al Estado, de


cuya organización forma parte el agente estatal causante del daño, en la
medida que todas las personas que el Estado designa en funciones por él
encomendadas son su órganos, y a la vez las personas físicas que desempeñan
la titularidad de tales órganos se identifican con el ente, en este caso el Estado
(Lopez Mesa, Marcelo J., en Tratado de la Responsabilidad de la
Responsabilidad Civil, Trigo Represas, Félix A. – Lopez Mesa Marcelo J., Ed. La
Ley, 1° Ed., Buenos Aires, 2004, p. 55).

Es objetiva porque se prescinde del requisito de voluntariedad del agente.

d) Conexión causal entre la conducta y el daño.

El perjuicio producido por el Estado para ser indemnizable requiere la


existencia de un nexo causal adecuado entre el acto imputable a la
Administración y la lesión sufrida por el reclamante, supuesto que puede tener
lugar, aun cuando no se identifique al funcionario o agente autor del perjuicio.
(Agüero Piñero, op.cit. p. 20).

La Corte Suprema ha precisado que debe existir como condición indispensable


para que pueda atribuirse al Estado el deber de resarcir el daño “la existencia
de una relación de causa a efecto entre el hecho que se imputa a la
Administración y el daño producido” (CSJN, 30/6/99, “C., J.A. y otros”, L.L.2000-
B-498).

La responsabilidad extracontractual del estado por su actividad legitma

La responsabilidad extracontractual del Estado por su obrar lícito tuvo mayores


reparos y un reconocimiento tardío en la jurisprudencia, transitado un período
en que ella no era reconocida a su aceptación en el estado actual.
La evolución en la jurisprudencia

Primera etapa: la irresponsabilidad

En una primera postura de la Corte Suprema, se rechazó la responsabilidad del


Estado cuando estaban en juego daños producidos por el obrar lícito de aquél.

En la causa “Establecimientos Gratry S.A. c/ La Nación” (1938), en la que se


reclamaba la indemnización por la aplicación de tributos, la Corte puntualizó
que “el ejercicio de un poder legal, como lo es el de crear impuestos, o
modificar los existentes…puede ciertamente producir perjuicios en el
patrimonio de los particulares sin que tal circunstancia sea obstáculo contra su
legitimidad, so pena de detener la actividad gubernativa, en consideración de
una garantía – la de propiedad privada- que no puede interpretarse con
semejante extensión” (Fallos180:107).

Desde esas época, la Corte rechazó la responsabilidad del Estado por su obrar
lícito, con fundamento en el principio del art. 1071 del C.C. y en el alcance
asignado al derecho de propiedad, que suscita amparo constitucional sólo
frente al desapoderamiento directo y no ante el perjuicio resultante del
ejercicio de poderes legítimos (Lopez Mesa, Marcelo J., op.cit. p. 105).

Segunda etapa: El reconocimiento de la responsabilidad por el obrar lícito

En 1946, la Corte modificaría su postura. En efecto, en una causa en la que


reclamaba una indemnización por a raíz de inundaciones producidas en campos
de particulares por obras hidráulicas efectuadas por la Provincia de Buenos
Aires, la Corte admitió la responsabilidad estatal por su obrar lícito (CSJN,
“Laplacette c/ Provincia de Buenos Aires” L.L:, 29,697).

Posteriormente, la Corte consolidará su postura de aceptación de la


responsabilidad estatal por su obrar legítimo a partir del dictado de la sentencia
de fecha 22 de septiembre de 1975 en la causa “Los Pinos S.A. c/ Municpalidad
de la Capital”, en la que se encontraba en discusión la indemnización por
perjuicios ocasionados por la revocación por razones de oportunidad y
conveniencia, de un permiso otorgado por la Municipalidad de la ciudad de
Buenos Aires para el funcionamiento de un albergue por horas.

Sostuvo la Corte que en ese caso la indemnización tenía por objeto tutelar la
incolumidad del patrimonio lesionado al dejarse sin efecto una autorización
anterior. Señalando que el sacrificio impuesto en forma particular a Los Pinos
S.A., en beneficio de toda la comunidad, no era propio que fuese soportado
únicamente por aquélla, puesto que de ese modo lo sería en desmedro del
principio de igualdad ante las cargas públicas, consagrado en el art. 16 de la
Constitución Nacional (CSJN, 22/12/1975) L.L. 1976-B-300).

Criterio seguido en otras causas posteriores: “Cantón c/ Gobierno Nacional”


(LL1979-C-219), Motor Once (LL, 1988-A-5), Tejeduría Magallanes (LL, 1990-C-
454), entre muchos otros.

Desde entonces la Corte ha sentado el principio de que cuando la actividad


lícita estatal, aunque inspirada en propósitos de interés colectivo, se constituye
en causa eficiente de un perjuicio para los particulares – cuyo derecho se
sacrifica por aquel interés general- los daños deben ser atendidos en el campo
de la responsabilidad por su obrar lícito (Lopez Mesa, Marcelo J., op.cit. p. 107).

Fundamento de la responsabilidad estatal por su actividad lícita

Siguiendo a Comadira, sostenemos que el fundamento de la responsabilidad


del estado por su actividad lícita, radica en las garantías de la propiedad,
igualdad, libertad y razonabilidad consagrados por la Constitución Nacional
(arts. 14, 17, 16,19 y 28) (Comadira Julio R., La responsabilidad del Estado por
su actividad lícita o legítima, ED Suplemento de Derecho Administrativo de
fecha 31/10/2002).

Presupuestos de la responsabilidad estatal por su actividad lícita

A los fines de la procedencia de la indemnización por la actividad lícita del


Estado, se exige:

a) La existencia de un daño actual y cierto;

b) La relación de causalidad directa e inmediata entre el accionar del Estado y el


perjuicio;

c) La posibilidad de imputar jurídicamente esos daños al Estado;

d) Ausencia del deber de soportar, por parte del damnificado, del perjuicio
sufrido, en la medida en que existen ciertos perjuicios o daños universales que
deben obligatoriamente, ser soportados por todo los ciudadanos.

e) El sacrificio especial. El daño para ser indemnizado debe ser, por una parte,
sufrido por una persona en particular o un número determinado de ellas y
además constituir una afectación irrazonable de la propiedad por imponer un
sacrificio superior o una carga desproporcionada al exigible igualitariamente a
raíz de la vida en comunidad.
Supuestos de la responsabilidad estatal por su actividad lícita

Las situaciones en las que es procedente la indemnización por el ejercicio de


una actividad lícita del estado son diversas, y en muchos casos, está prevista
legalmente la reparación.

A título de ejemplo, y sin pretender agotar la casuística, podemos señalar los


siguientes:

a) Expropiación de un bien privado por causa de utilidad pública;

b) La revocación por razones de oportunidad, mérito o conveniencia;

c) La realización de obras públicas que deriven en una disminución en el valor


de los inmuebles linderos de particulares;

d) Leyes que establecen el monopolio estatal de actividades, vulnerando el


derecho de particulares que tenían a su cargo dichas actividades y que
debieron cesar su fabricación o comercialización de los respectivos bienes;
Bibliografías de referencia

Avalos, E., Buteler, A. & Massimino, L. (2014). Derecho administrativo. Tomo I.


Córdoba: Alveroni.

Gordillo, A. (1997 – 2000). Tratado de Derecho Administrativo, 4 Tomos. (4ta Ed.).


Buenos Aires: Fundación de Derecho Administrativo.

Comadira, J. (2003). El acto administrativo. Buenos Aires: Lexis-Nexis.

Farrando (h.), I y otros. (2000). Manual de Derecho Administrativo. Buenos Aires:


Depalma.

Hutchinson, T. Régimen de Procedimientos Administrativos - Ley 19.549. Buenos Aires:


Astrea.
Responsabilidad
del estado por
omisión

Derecho
Administrativo
Responsabilidad del
estado por omisión
La responsabilidad del estado por omisión

En este capítulo abordaremos el estudio de situaciones en las que el Estado


provoca daños por su falta de actuación, en por ejemplo cuando omite indicar
que un río habilitado para los bañistas está contaminado, o si se omite en una
ruta indica que existen animales sueltos o que se están realizando trabajos de
reparación. A tal fin analizaremos bajo qué condiciones, debe responder
patrimonialmente por tal omisión.

Según Cassagne, la responsabilidad estatal surge cuando hay una omisión


antijurídica del Estado, pues requiere que éste o sus entidades descentralizadas
incumplan una obligación legal expresa o razonablemente implícita del
ordenamiento, vinculada al ejercicio del poder de policía administrativa. La
responsabilidad, en estos casos, encuadra dentro del presupuesto que alude a
la falta de servicio.

En consecuencia, el deber de reparar estatal se configuraría frente a:

a) Omisión imputable materialmente a un órgano del Estado en ejercicio u


ocasión de sus funciones.

b) Daño resarcible en los derechos del administrado.

c) Falta de servicio, por cumplir de manera irregular los deberes y obligaciones


impuestos por la Constitución, la ley o reglamento o por el funcionamiento
defectuoso del servicio a su cargo.
d) Conexión causal entre la conducta y el daño.

Es decir, que de los requisitos de la responsabilidad por la actividad ilegítima,


surge una variación, porque no estamos frente a un hecho, considerado como
conducta positiva, sino que el Estado deja de realizar una actividad cuya
consecuencia directa es la producción del daño en la persona o los bienes de un
particular.

La Corte Suprema de la Provincia de Mendoza, en la causa “Torres” analizó con


claridad los presupuestos para que se configure la responsabilidad del Estado
por omisión.

Se trataba de una demanda por daños y perjuicios originados por una crecida
que arrasó la defensa aluvional – considerada insuficiente – que había
construido la provincia de Mendoza. Como consecuencia de ella, fueron
destruidos plantíos y otros bienes del actor.

El tribunal consideró que en este caso no había existido una omisión


antijurídica, como presupuesto inexcusable del deber de responder, pues no
existía una obligación legal que impusiera determinado deber de hacer, por lo
que el administrado carecía del derecho a exigir el cumplimiento del acto
omitido (L.L., 1989-C- 512, con comentario de Cassagne Juan Carlos).

Responsabilidad del estado por actividad legislativa

La responsabilidad del Estado por actos legislativos ha sido una de las últimas
en ser reconocida. Y ello obedece sustancialmente a que durante largo tiempo,
debió vencerse una gran resistencia radicada en la consideración de que al ser
el Parlamento el depositario de la voluntad popular y la ley expresión de esa
voluntad, ella no era susceptible de causar daños resarcibles a un particular.

Superados tales criterios, la doctrina y la jurisprudencia son coincidentes en


comprometer la responsabilidad estatal por actos del Poder Legislativo.

La responsabilidad estatal por el dictado de una norma inconstitucional

Según Dromi, en relación al Estado-Legislador, la responsabilidad estatal puede


derivar de una ley válida (por el ejercicio normal de sus potestades legales, en
caso por ejemplo, de una ley que monopoliza una actividad, que hasta entonces
era de libre ejercicio por los administrados) o de una inválida (en caso del
dictado de una ley declarada inconstitucional por los tribunales) En este último
caso, agrega el autor citado, no existen dudas que el dictado de una ley
inconstitucional, declarada tal por una sentencia judicial firme que ocasiona un
perjuicio debe ser indemnizado. En tal caso, nos encontramos frente a un
supuesto de obrar ilícito del Estado, en consecuencia, habrá que remitirse a los
presupuestos de responsabilidad por su obrar ilegítimo, a los fines de
determinar la procedencia de la reparación del daño ocasionado. (Dromi
Roberto, Derecho Administrativo, 11° Ed., Ed. Ciudad Argentina, 2006, p.
1082.).

Ley que reconoce la reparación del daño

En algunos supuestos, la norma determina la reparación del daño o lesión


jurídica al damnificado.

En este caso no surgen inconvenientes, en la medida en que deberá adecuarse


el resarcimiento al daño efectivamente ocasionado.

A título de ejemplo, puede citarse la ley de expropiaciones, la ley 24.043, que


tuvo la finalidad de otorgar una compensación económica a aquellas personas
que hubieran sido puestas a disposición del P.E.N. durante la vigencia del
estado de sitio, o que hubiesen sufrido detención en virtud de actos emanados
de tribunales militares.

La responsabilidad estatal por el dictado de una norma válida o lícita.

En relación a las leyes que lesionan un derecho de un particular pero que son
consideradas lícitas, la regla es que, en principio no genera la responsabilidad
estatal. (Dromi Roberto, Derecho Administrativo, 11° Ed., Ed. Ciudad Argentina,
2006, p. 1082 y ss.).

No obstante existen supuestos excepcionales en que la viabilidad de la


responsabilidad aparece indiscutible. En tal sentido, Palazzo, citando destacada
jurisprudencia ha señalado que “la sociedad representada por el Estado, se
presta a sí misma un servicio que ha de redundar en beneficio de la comunidad
toda. En consecuencia, si en virtud de tales prestaciones se produce un daño a
uno o varios componentes de dicha comunidad, es justicia que, en alguna
medida y dentro de lo posible, dicho menoscabo sea soportado por toda la
sociedad y no únicamente por quien ha sido el sujeto accidental pasivo del
perjuicio” (Palazzo Jose Luis, Responsabilidad del Estado por acto legislativo,
Lexis Nexos Córdoba, 2006-2-218).

En efecto, la Corte Suprema, en diversos precedentes, ha reconocido la


responsabilidad estatal por acto legislativo, sobre la base de que el daño
producido, constituya un perjuicio especial sufrido por el particular. El daño
debe individualizarse con relación a una persona o grupo especial, particular o
singular, no universal o general.

En “Establecimientos Americanos Gratry” (Fallos, 180:107), el Alto Tribunal, si


bien rechazó el reclamo efectuado por el actor, estableciendo la legitimidad de
la facultad estatal de crear impuestos o modificar los existentes, aun cuando
vulnere la propiedad privada, consideró que “no se reúnen el perjuicio que se
dice experimentado la condición de especialidad necesaria que pueda
encuadrarse en el caso de responsabilidad”.

En la causa “Cantón”, en la que se cuestionaba un decreto del Poder Ejecutivo


que había prohibido la importación de determinados productos con el objeto
de nivelar la balanza pagos y defender la industria nacional, afectando un
contrato, que había tenido comienzo de ejecución. En este caso, al Corte
Suprema reconoció la facultad del Poder Ejecutivo para dictar medidas como la
cuestionada, no obstante, señaló que tal actividad lícita pude ser causa
eficiente de daños a los particulares y generar la responsabilidad consiguiente
cuando afecte derechos amparados por garantías constitucionales, pues las
potestades normativas reconocidas encuentran su límite ante relaciones
jurídicas concertadas bajo regímenes anteriores, especialmente si los nuevos
no contemplan sistemas reparatorios. (Fallos 301:493).

En “Columbia”, la actora, una entidad financiera, cuestionó la modificación de


los índices de préstamos de capitales ajustables. La Corte, descalificando el fallo
del tribunal de segunda instancia, que había acogido la demanda, consideró
que éste tribunal había omitido de considerar la especial relación de sujeción
que vinculaba a las partes (por tratarse, la actividad de la actora, de una
actividad que encerraba riesgos derivados de su sujeción a una intensa
actividad regulatoria por parte del Banco Central) y no se había dado un
adecuado tratamiento a dos requisitos propios de este tipo de responsabilidad,
la existencia de un “sacrificio especial” y la denominada “ausencia del deber
jurídico de soportar el daño”.

A modo de síntesis

En conclusión puede concluirse que la doctrina y la jurisprudencia ha admitido


que la actuación del Estado puede comprometer la responsabilidad en el
campo extracontractual por el ejercicio de su actividad legislativa – aun cuando
ésta sea ejercida dentro del marco establecido por la Constitución- ; debiendo
el damnificado, acreditar:

a) la existencia de una daño cierto, real y apreciable en dinero;

b) relación de causalidad entre la norma y el daño;

c) la existencia de un sacrificio especial;

d) la ausencia del deber jurídico de soportar el daño.


Responsabilidad del estado por actividad jurisdiccional

El ejercicio de la función jurisdiccional por parte de los órganos del Estado,


puede dar origen a la responsabilidad estatal, en aquellos supuestos que tal
actividad provoque daños a los particulares. Si bien, debe puntualizarse que, en
comparación a los otros supuestos de responsabilidad, la responsabilidad
estatal por la actividad jurisdiccional, constituye un supuesto de tardío
reconocimiento.

En efecto, como señala Cassagne, este tipo de responsabilidad recién fue


admitida en el último tramo de la evolución de las tendencias doctrinarias que
postularon el reconocimiento de la responsabilidad estatal (Cassagne, Juan
Carlos, op. Cit. T.I, p. 302 y ss.). A su vez, está rodeada de una serie de
condiciones específicas, que impiden su equiparación con el sistema aplicable a
los otros tipos de responsabilidad estatal, debiendo destacarse entre ellos el
carácter excepcional o restrictivo de su reconocimiento por la doctrina y la
jurisprudencia.

En ese sentido, el citado autor considera que “ se trata de una responsabilidad


de carácter excepcional dado que en toda comunidad jurídicamente organizada
todos sus componentes tienen el deber o carga genérica de someterse a las
decisiones que se adopten en los procesos jurisdiccionales, lo cual lleva consigo
la carga de soportar los daños ocasionados por una sentencia desfavorable.
Este deber se concreta, muchas veces, en el sacrificio que tiene que aceptar
todo particular – sin indemnización- de soportar los daños que le provoca el
sometimiento al proceso, hasta tanto obtenga una sentencia que haga lugar a
su pretensión”. (Cassagne, op. Cit. T.I, p- 302 y ss.).

A diferencia de otros supuestos de responsabilidad, existe un deber genérico de


soportar los daños causados por la actividad legítima o ilegítima, como
consecuencia de la necesidad de someterse al proceso jurisdiccional por parte
de los particulares.

Sin embargo, como señala Agüero Piñero, esa carga de contribuir al bien
común, representado por la realización de la justicia en el seno de la
comunidad, genera en algunos supuestos excepcionales injustificados y
excesivos daños que deben ser reparados, (Agüero Piñero, op. cit. p. 24), tanto
en perjuicios derivados de procesos penales como civiles o comerciales,
derivados de errores judiciales o por un anormal funcionamiento del servicio de
justicia.

IX.1. Tipos de responsabilidad por ejercicio de actividad jurisdiccional: error


judicial e irregular funcionamiento.
La responsabilidad por error judicial

El error judicial, siguiendo a Trigo Represas y Lopez Mesa, es todo acto judicial
ejecutado por el juez en el proceso, que resulta objetivamente contradictorio
con los hechos de la causa o el derecho y la equidad, desviando la solución del
resultado justo al que naturalmente debía llegar. Es un verdadero acto ilícito”
(Trigo Represas, Félix – Lopez Mesa Marcelo, op. cit. p. 170).

En este supuesto, habrá de distinguir dos etapas a los fines de la determinación


de la responsabilidad estatal.

En primer lugar, habrá que determinar la existencia del error judicial a través de
la revisión de la resolución judicial de la que surge el error, en la medida que
resulta imprescindible remover el efecto de la cosa juzgada que, a pesar del
error, la sentencia judicial ostenta, y en caso de prosperar, se abriría el camino
de la posible indemnización. (Mertehikian, op. cit. p. 260).

En ese sentido la Corte Suprema ha establecido que “en principio sólo puede
responsabilizarse al Estado por error judicial en la medida en que el acto
jurisdiccional que origina el daño sea declarado ilegítimo y dejado sin efecto,
pues antes de ese momento el carácter de verdad legal que ostenta l sentencia
pasada en autoridad de cosa juzgada impide, en tanto se mantenga, juzgar que
hay error. Lo contrario importaría un atentado contra el orden social y la
seguridad jurídica, pues la acción de daños y perjuicios constituiría un recurso
contra un pronunciamiento firme, no previsto ni admitido” (CSJN, “Vignoni
Antonio c/ Gobierno Nacional “L. L. 1988-E-224).

El ejemplo característico es el de una sentencia condenatoria por error judicial,


la cual debe ser declarada ilegítima y dejada sin efecto, para tornar procedente
el reclamo de la indemnización de los daños provocado por la sentencia
ilegítimamente dictada.

Asimismo, como lo sostiene Cassagne, “debe admitirse la responsabilidad del


Estado, cuando no exista revisión de la cosa juzgada formal o material de una
sentencia definitiva, si se dispone una detención indebida – por un plazo que
exceda el razonable- de una persona que después resulta absuelta al dictarse la
sentencia definitiva, cuando la respectiva detención pueda calificarse de
arbitraria”. (Cassagneop. Cit. p. 304).

En nuestro país, algunas las provincias han reconocido – vía constitucional


(Chaco (arts. 21 y 72), Chubut (art. 28), Entre Ríos (Art. 19), entre otras o legal
(Santiago del Estero, Código Procesal Penal (art. 443), La Pampa (Código
Procesal Penal, (art. 549) entre otras) – el deber de reparar los daños derivados
de mantener una persona privada de su libertad en forma preventiva si el
imputado resulta sobreseído o absuelto por sentencia firme.

La responsabilidad por irregular funcionamiento del servicio de justicia.


A diferencia del supuesto anterior, el irregular funcionamiento del servicio de
justicia, no requiere un pronunciamiento previo sobre el error y no surge
necesariamente de la actividad de los jueces o magistrados, sino que puede
incluir la labor realizada por funcionarios, empleados y otros auxiliares de la
justicia, que individualmente o en conjunto concurren a la defectuosa
prestación del servicio de justicia. (Trigo Represas – Lopez Mesa, op. cit. p. 173).
Como señala Tawil, se trata de una responsabilidad “que se origina como
consecuencia de los daños producidos por el funcionamiento de la máquina
burocrática”. (Tawil Guido Santiago, La responsabilidad del Estado y de los
magistrados y funcionarios judiciales por el mal funcionamiento de la
administración pública, Depalma, Buenos Aires, 1989, p. 68).

Así, por ejemplo, la Corte Suprema reconoció la responsabilidad estatal por


actos de funcionarios judiciales, en una causa en la que se había extraído en
forma fraudulenta –por parte del Secretario del juzgado- fondos de una
sucesión, que se encontraban depositados en el Banco Nación a la orden del
Tribunal (Fallos 177:171).

En otra causa, en la que se había realizado la entrega de una orden de pago


judicial a una persona distinta del destinatario, en la que se acreditó que el
Secretario del Juzgado omitió el debido control al momento de la entrega. En
tal caso, la Cámara Nacional en lo Contencioso Administrativo Federal, Sala II,
condenó al Estado Nacional a reparar el daño ocasionado al verdadero
acreedor de los fondos depositados (Lusquiños Horacio c/ Estado Nacional “J.A.
del 2/2/2000, p. 45).

Del análisis de la jurisprudencia, se advierte que para los supuestos de error


judicial se ha establecido con nitidez los requisitos que tornan procedente la
reparación del daño ocasionado. Aspectos que no surgen tan claramente en
materia de irregular funcionamiento, para lo cual debe recurrirse a un análisis
casuístico, que según Mertehikian, ha respondido a análogos principios que los
exigibles en caso de omisiones a un deber legal. (Mertehikian Eduardo, op.cit.,
p. 260).

La responsabilidad del estado a la luz del nuevo código civil y de la ley


nacional 26.944

¿Qué ocurrió con el sistema en el nuevo Código Civil? En prieta síntesis se


declaró inaplicable las normas del derecho civil a la Responsabilidad del Estado,
es decir, que ha dejado librado a cada Provincia, conforme nuestro sistema
Federal de gobierno, el fundamento de esto es el hecho de resultar una
competencia no delegada por las Provincias a la Nación art.121 C.N.

En efecto los artículos 1764, 1765; y 1766 del nuevo Código Civil, al propio
tiempo que implica las normas del derecho común al Estado, predica que ella
se regirá por normas y principios del derecho administrativo nacional o local
según corresponda, quedando comprendidos los actos de los funcionarios y
empleados en ejercicio de sus funciones.-

En virtud de lo antes mencionado la Nación dictó la Ley 26.944 de


Responsabilidad del Estado. Ahora bien esa norma, se aplica a la Nación y sus
entidades descentralizadas, por principio general no se aplica a las Provincias.-

Lo que ha sucedido es que cada provincia debe dictar una nueva ley de
Responsabilidad del Estado o Ratificar la ley nacional. En el caso de que no se
haga es de toda lógica y deber como magistrado judicial de la provincia,
procurar mínimamente, sin alarmar o bien generar una incertidumbre que se
traduzca en una inseguridad jurídica, que sin perjuicio de lo que corresponda
decidir judicialmente en cada caso, existen principios jurídicos, normas
constitucionales y supraconstitucionales; e innumerables fallos de la CSJN, a
saber : CONSTITUCION NACIONAL; TRATADOS internacionales entre otros, art.
15 (indemnización por ley especial a los propietarios de esclavos), art. 17
(indemnización previa en caso de expropiación), art. 41 (reparación de daños al
medio ambiente), art. 10 de la C.A.D.H. (indemnización a los condenados con
sentencia firme por error judicial), Convención Americana sobre Derechos
Humanos, art. 21 (Derecho a la Propiedad Privada... 2. Ninguna persona puede
ser privada de sus bienes, excepto mediante el pago de indemnización justa,
por razones de utilidad pública o de interés social y en los casos y según las
formas establecidas por la ley).-

Es que el "deber de reparar", tiene fundamento jurisprudencial, vgr. en la causa


"Santa Coloma" Fallos, 308:1160, "Aquino" Fallos 327:3753, etc. donde se
sostuvo que "la reparación de los daños sufridos ilícitamente corresponde al
derecho que las personas tienen a verse libres y, por ende protegidas de toda
interferencia arbitraria (o ilegal) en el ejercicio de sus derechos, sea que ésta
provenga de particulares o del Estado. Este derecho básico a la autonomía e
inviolabilidad de la persona subyace a la lista del art. 14 y al principio enunciado
en el artículo 19, mientras que el derecho a reclamar su protección se
encuentra establecido en el art. 18 de la Constitución Nacional" (Voto Dra.
Argibay, en "Diaz, Timoteo" Fallos 329:473).

Como decía Juan Bautista Alberdi, ".... La responsabilidad de los encargados de


todo poder público es otro medio de prevenir sus abusos. Todo el que es
depositario o delegatario de una parte de la soberanía popular debe ser
responsable de infidelidad o abusos cometidos en su ejercicio. Para que la
responsabilidad sea un hecho verdadero y no una palabra mentirosa, debe
estar determinada por la ley con toda precisión."

Cabe recordar que la LRE comenzó a regir en agosto de 2014.Pese al apreciable


tiempo transcurrido desde su vigencia todavía subsisten grandes interrogantes
en doctrina y que la jurisprudencia no ha disipado suficientemente.
¿Cómo convive con el Código Civil y Comercial?, ¿son inconstitucionales los
artículos 1764 a 1766 del Código mencionado?, ¿la LRE ha invadido un ámbito
que no le es propio?

El mismo carácter de la ley ha sido motivo de diferencias doctrinales. Para


algunos autores constituye derecho no federal. Otro sector doctrinal, en
cambio, opina que estamos en presencia de derecho federal.

Por nuestra parte, partimos del carácter federal de la LRE. Pero el examen no se
detiene allí. Suele ocurrir que una ley federal impere en el ámbito provincial por
decisión legislativa de una Provincia, por adhesión como sucede con nuestra
LRE.

En resumidas cuentas, pensamos que estamos ante una ley ambivalente o


bivalente.

En un afín orden de ideas, para nosotros se han prohibido los daños punitivos,
no las astreintes. Ahora bien, ¿tal prohibición resulta inconstitucional o
constituye una cuestión de política legislativa?, ¿pueden aplicársele multas al
Estado en el ámbito de la ley de defensa de los consumidores?

Las dudas y vacilaciones no se detienen allí: la regulación de la responsabilidad


por omisión que ha efectuado la LRE ¿producirá un vuelco importante en la
jurisprudencia hasta ahora vigente o subsistirán los grandes lineamientos
trazados por nuestros jueces?

En materia de responsabilidad por actos lícitos: ¿resulta constitucional la


exigencia de una relación de causalidad "exclusiva"?, y, el alcance de la
reparación establecido en la LRE ¿puede ser declarado inconstitucional?

Naturalmente, no podríamos ahora, en pocas líneas adelantar siquiera todas


nuestras opiniones sobre los temas conflictivos.

Pero si queremos anticipar, cuando menos sucintamente, el carácter acotado o


limitado de nuestra LRE.

Ha de entenderse que sólo regula aquellos contenidos expresamente


disciplinados por ella (la responsabilidad por falta de servicio y la
responsabilidad por el obrar lícito fundado en el sacrificio especial), y no otros
supuestos de responsabilidad estatal.

No caben dudas a este respecto. En efecto, en el Mensaje número 1780,


dirigido al Congreso, se expone que: en el proyecto se regula la responsabilidad
estatal "con el alcance" que se precisa; con el proyecto presentado se disipan
los riesgos de la cambiante interpretación sobre cuál es el alcance de la
responsabilidad estatal "regida por el derecho público"; y, se pretende que el
Estado sea juzgado por "reglas y estándares normativos propios del derecho
público.
Es decir, regula especialmente la responsabilidad en el ámbito del derecho
público, constituyendo básicamente "una ley de responsabilidad administrativa
del Estado". Vale decir que regula un tramo o segmento significativo de la
responsabilidad estatal, pero no toda la responsabilidad del Estado.

Es una regulación parcial de la responsabilidad estatal, en diversos sentidos.

Por de pronto, sólo regla en sustancia la responsabilidad extracontractual del


Estado, no la contractual. En un diverso pero afín orden de ideas, el art. 10
excluye la responsabilidad en el caso del Estado empleador y, por otro lado, se
ha señalado que la responsabilidad ambiental se encuentra escindida del
régimen de la LRE desde que cuenta con un marco regulatorio autónomo
contemplado en la ley 25.675

Pero, más allá de esos circunscriptos ámbitos como el ambiental, por ejemplo,
existe un vasto campo que no ha sido captado ni ha pretendido aprehender la
LRE, esto es, el supuesto —muy corriente, por cierto- del Estado dueño o
guardián de la cosa riesgosa o viciosa que causa daños.

Un importante sector doctrinal parece minimizar o subestimar el alcance de


este capítulo de la responsabilidad estadual. Así, por ejemplo, González Moras
afirma que la noción de la falta de servicio ha devenido en el "factor de
atribución preponderante" de la responsabilidad del Estado. En el mismo
sentido, Sáenz considera que el riesgo creado "no puede ser postulado como
causal corriente de atribución de daños al Estado, sino ocasional" y señala que
el régimen de la responsabilidad del Estado se integra con "...la aplicación
excepcional de criterios de atribución objetivos, como la actividad regular que
provoca daños especiales, la teoría del riesgo o la idea de garantía"-

Por nuestra parte pensamos que la responsabilidad del Estado en el ámbito del
derecho privado no puede relativizarse o minimizarse a poco se repare en el
objetivo dato estadístico que da cuenta de una enorme cantidad de supuestos
de hecho en los que el estado responde, especialmente, en su calidad de dueño
o guardián.

En nuestra opinión no existen sectores preponderantes de responsabilidad


estatal. Sólo es dable puntualizar que cuantitativamente los más significativos
títulos jurídicos, fundamentos o factores de atribución en base a los cuales los
Estados deben responder están constituidos por la falta de servicio y por la
calidad de dueño o guardián.

A poco de sancionarse la nueva LRE los autores comenzaron por exponer sus
dudas en torno al régimen a aplicar al supuesto del estado dueño o guardián de
la cosa riesgosa.

Por nuestra parte observamos que la nueva LRE no aprehende el supuesto


mencionado, el art. 1764 veda la aplicación del Capítulo de la Responsabilidad
Civil a la responsabilidad del Estado, al tiempo que el art. 1 de la LRE preceptúa
que las disposiciones del Código Civil no son aplicables a la responsabilidad del
Estado, de manera directa ni subsidiaria.

Entonces: ¿cuál es el régimen a que se halla sujeto este importante capítulo de


la responsabilidad estatal?, ¿cómo salir de este atolladero?

Frente a ese delicado interrogante consideramos que caben dos alternativas


interpretativas válidas.

La primera consiste en la aplicación directa del Código Civil y Comercial. La


segunda alternativa consiste en estimar aplicable los principios de la
Constitución Nacional y los Tratados, la doctrina de la Corte y la jurisprudencia
consolidada con el rango de precedente, lo que se completa con la analogía.

La primera posibilidad ha sido planteada con argumentos atendibles-

Es cierto que una lectura exegética del art. 1764 del C.C.yC. parece
desaconsejar esa posibilidad al establecer la inaplicabilidad de sus normas a la
responsabilidad del Estado en general, sin establecer distinciones que le
estarían vedadas al intérprete.

Pero no es menos cierto que una interpretación que no se detenga sólo en el


dato literal y comprenda una hermenéutica sistemática abonaría esta
posibilidad. En efecto, la LRE y, a la sazón, el nuevo Código, en perfecta sintonía
de fines, establecieron que la responsabilidad del Estado en el ámbito del
derecho público debía regirse por una nueva normativa, al cabo, la ley 26.944.

De ahí que no resulte forzado interpretar que cuando el Código establece la


inaplicabilidad de sus normas a la responsabilidad del Estado se refiere a la
responsabilidad del sujeto público, en el ámbito del derecho público. Y que no
veda la aplicación directa de sus normas a los supuestos comprendidos en los
otros capítulos de la responsabilidad estadual, especialmente, a los casos del
estado responsable en su carácter de dueño o guardián.

Con todo, y si subsistiese el reproche a esta interpretación, consistente en el


dato literal, cabe otra posibilidad interpretativa que, en sus efectos o
consecuencias prácticas, no conduciría a resultados diversos de los que se
extraerían de la posible aplicación directa de las normas del Código Civil y
Comercial.

Así, Galdós, en un detenido estudio analiza el "régimen microsistémico de


responsabilidad disminuida del Estado (ley 26.944)" y concluye en que la LRE no
es de aplicación a los casos de daños derivados de la intervención de cosas del
dominio público o privado del Estado el que constituye un supuesto de hecho
no previsto en la norma especial. Considera este autor que a estos casos cabe
aplicar la Constitución Nacional, los Tratados Internacionales, la doctrina de la
Corte Suprema de la Nación y doctrina y jurisprudencia consolidada con el
rango de precedente.

Coincidimos con Galdós en que a la responsabilidad del Estado en su carácter


de dueño o guardián cabe aplicar, en primer lugar, la Constitución Nacional y
los Tratados de cuyos textos se extrae la tutela del derecho de propiedad, el
principio de la reparación plena y el principio de igualdad, entre otros. También
la jurisprudencia de la Corte que los autores de la LRE han querido plasmar o
cristalizar.

Para nosotros, el régimen se completa con el recurso de la analogía. Así, por


ejemplo, cabe acudir a ella para desentrañar el concepto de dueño o de
guardián.

La analogía, entre otros muchos despliegues, también ayuda a resolver los


casos de responsabilidad del estado como propietario de los establecimientos
educativos públicos por los daños allí sucedidos y por los que deba responder.

Otro caso de responsabilidad del Estado —no infrecuente, por cierto- es el del
deber de dar cuentas del sujeto público en el ámbito de la ley de defensa de los
consumidores y usuarios, ley 24.240.

¿Cuál es el régimen al que se halla sujeto esta responsabilidad? Para Pizarro a


este supuesto de hecho cabe aplicar la analogía.

Nosotros pensamos que el estatuto de la ley 24.240 le resulta aplicable


directamente al Estado empresario o proveedor porque constituye un supuesto
de hecho no aprehendido por la LRE.

Al estado empresario bien se le pueden aplicar las multas civiles del art. 52 bis.

Ambos regímenes conviven perfectamente y resultan conciliables sin


forzamientos desde que la LRE no ha pretendido regular la responsabilidad del
Estado empresario, sino la responsabilidad del sujeto estatal en el ámbito del
derecho público.

Como se observa la LRE no tiene la amplitud que parecería desprenderse de sus


textos, en mera apariencia

Jurisprudencia

A continuación, se transcriben fallos centrales en la evolución de la


jurisprudencia de la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Se sugiere su
lectura, en la medida que como se ha señalado, en el reconocimiento de la
responsabilidad estatal, el valor de la labor de los tribunales ha sido de suma
relevancia.
Tribunal: Corte Suprema de Justicia de la Nación

Autos: Tomás Devoto y Cía. Ltda. S.A. c. La Nación de fecha 22/09/1933


(Fallos 169:111)

Buenos Aires, setiembre 22 de 1933.

Considerando: Que el recurso de apelación entablado por el Ministerio Fiscal en


la notificación de fs. 296 vta., es el ordinario de apelación a que se refiere el art.
3 de la ley 4035, como lo ha entendido la Cámara al concederlo.

Que esta Corte ha resuelto que el recurso ordinario es procedente, aun cuando
el Fisco o la Nación no sea la parte actora (Fallos: 162:80).

1. Que, en cuanto al fondo de la causa, debe de entenderse que el apelante


comprende en sus agravios no sólo el monto de la indemnización fijado, sino
también el derecho de exigirla y la obligación de reparar los daños y perjuicios
por parte de la Nación.

2. Que, la cuestión de hecho, a saber si el incendio producido lo fue por culpa o


imprudencia de los empleados nacionales, ha quedado resuelta
afirmativamente, pues así lo revela la prueba de autos, estableciendo que el
siniestro se originó en el campamento de aquéllos a causa de chispas
desprendidas de un brasero deficiente que se usaba, en terreno cubierto de
pasto seco y sin las precauciones suficientes.

3. Que, en nada influye para definir la responsabilidad del Estado por el


desempeño negligente de sus empleados, que aquéllos, en el caso de autos, no
hayan procedido intencionalmente, o que la causa generadora del incendio sea
casual, desde que la casualidad sólo puede equipararse al caso fortuito, en
cuanto en ambas circunstancias ocurren sucesos que no han podido preverse ni
evitarse (art. 514 del Código Civil). Pero el estrago de autos ha podido ser
previsto y evitado desde que él ha ocurrido por falta de atención de los agentes
del Gobierno y en tanto éstos ejecutaban trabajos bajo su dependencia
(reparación de una línea telegráfica nacional). Esta Corte ha dicho en casos
análogos, que el incendio como acto reprobado por la ley, impone al que lo
ocasiona por culpa o negligencia, la obligación de reparar los daños
ocasionados a terceros, extendiéndose esa responsabilidad, a la persona bajo
cuya dependencia se encuentra el autor del daño o por las cosas de que se sirve
o que tiene a su cuidado (arts. 1109 y 1113 del Código Civil; t. 129, p. 306; t.
130, p. 143; t. 146, p. 249).

4. Que, demostrada la existencia de perjuicios reales de daño emergente y


posible lucro cesante, por la prueba pericial, de testigos e instrumental que ha
invocado la cámara "a quo", pero no habiendo sido aquéllos demostrados en su
extensión precisa, es procedente la vía del juramento estimatorio para su
fijación (art. 220 del Código de Procedimientos).

5. Que, respecto a la cantidad señalada, no puede ser ella aumentada aun


cuando el aumento fuera de justicia, toda vez que la parte actora ha consentido
el fallo, apelado sólo por la contraria.

6. Que, tampoco sería justo reducir dicha cantidad, dentro de las constancias
que se han tenido en cuenta para determinarla, ni los agravios expresados por
el ministerio fiscal en esta instancia se refieren a este punto de modo
particular.

Por estos fundamentos y los concordantes de la sentencia apelada, se confirma


ésta, sin costas, atento el resultado de la causa. - Repetto. - Guido Lavalle. -
Sagarna. - Linares.

Tribunal: Corte Suprema de Justicia de la Nación

Autos: Ferrocarril Oeste c. Provincia de Bs. Aires de fecha 03/10/1938 (Fallos


182:5)

Opinión del procurador general de la Nación.

La jurisdicción originaria de V. E. resulta acreditada en este caso por tratarse de


demanda interpuesta contra una provincia por un vecino de la Capital Federal.
En cuanto al fondo del asunto, encuentro que el actor no ha demostrado la
procedencia de su acción, dados los antecedentes que obran en autos.

Don José Gómez Pardal, propietario de un lote de terreno en Haedo, lo vendió


primero a don Alejandro Casir (julio 29 de 1910), quedando durante algún
tiempo como acreedor hipotecario; y luego, percibido totalmente el precio,
levantó la hipoteca, y volvió a vender el mismo bien al Ferrocarril Oeste (abril
28 de 1914). Posteriormente, los sucesores en título de Casir, demandaron al F.
C. Oeste por reivindicación de dicho predio; y aunque el Ferrocarril sostuvo
haber sido el primero en tomar la posesión, la cámara de apelaciones consideró
probada una posesión anterior, del primer comprador. Hizo, por lo tanto, lugar
a la demanda; y un recurso intentado ante la Suprema corte provincial, no tuvo
éxito. Para evitar los efectos del fallo, ambas partes llegaron a un acuerdo, y el
Ferrocarril adquirió de la parte vencedora lo mismo que antes había comprado
a Gómez Pardal.

Ahora bien: en vez de dirigir el Ferrocarril su acción de reintegro contra Gómez


Pardal --a quien ni siquiera citó de evicción-- entabla demanda contra la
Provincia de Buenos Aires, sosteniendo que todo lo ocurrido tuvo por origen
una certificación errónea del Registro de la Propiedad provincial, acerca de
estar inscripto el dominio del bien a nombre de Gómez Pardal, en 1914, cuando
ya lo estaba a nombre de los sucesores de Casir. Ese es el pleito, que tiene por
objeto conseguir se condene a la expresada provincia al pago de los $ 3.163,49,
pagados por el Ferrocarril en su segunda compra, más las costas del juicio de
reivindicación.

La Provincia, al oponerse a la demanda, aduce dos argumentos: a), obligación


del actor de probar la existencia del hecho invocado como causa generadora de
los perjuicios; b), irresponsabilidad legal del Estado, por los errores o delitos
que cometan sus funcionarios en el desempeño de las tareas oficiales.

Respecto del primer punto, aunque el actor ofreció desde el primer escrito la
prueba de haberse expedido el informe inexacto atribuido al Registro de la
Propiedad y base de la acción, tal elemento de criterio no aparece en autos, ni
fue presentado en el juicio de reivindicación, ni resulta haber influido en el fallo
de este último, ya que las partes se limitaron allí a discutir cuál de los dos
compradores había sido primero puesto en posesión. No resulta, entonces, que
el pleito se perdiera como consecuencia de dicho informe, respecto del cual ni
aún se sabe qué firma y fecha llevaba al pie. La única noticia que aparece acerca
de su existencia es la mención de que el escribano otorgante de la segunda
venta dijo haberlo tenido a la vista; pero la escritura que se dice contener tal
aserto, fue retirada del expediente anexo antes de iniciarse la actual demanda,
y el Ferrocarril Oeste no ha vuelto a presentarla. Por otra parte, en la sentencia
de segunda instancia que dio fin al referido juicio de reivindicación, la Cámara
hace notar que la secunda venta no se hizo con un duplicado del título original
sino con éste mismo, de cuyas anotaciones marginales se desprendía no ser ya
Gómez Pardal propietario del bien. Cabe preguntarse, entonces, si realmente
hubo un certificado inexacto del Registro de la Propiedad, o si se trata más bien
de una inexactitud cometida, por el escribano que dijo haberlo tenido a la vista.
En cualquier caso, falta la prueba del hecho, presunto generador de los
perjuicios.

Esta circunstancia hace innecesario, a mi juicio, entrar al estudio de la segunda


cuestión planteada, esto es, responsabilidad de la Provincia por actos ilegítimos
de sus empleados. Tratase, por lo demás, de un punto acerca del cual la
jurisprudencia no es todavía uniforme, habiéndose orientado más bien hacia la
solución afirmativa, en los últimos tiempos (124, 38; 169, 120; 171, 142).
Aparte de ello, surge todavía la duda de si puede exigirse perjuicios derivados
de un acto ilícito, antes de que exista sentencia alguna que declare la
responsabilidad del empleado público cuya conducta se conceptúa incorrecta,
o criminal.

A mérito de lo expuesto, considero que corresponde el rechazo de la acción. --


Buenos Aires, mayo 17 de 1937. -- Juan Álvarez.

Buenos Aires, octubre 3 de 1938. -- Que, a fs. 3, se presentó don Anselmo F.


López, en representación de la Empresa, entablando demanda y exponiendo lo
siguiente: Que el 28 de abril de 1914 la Empresa había comprado a don José
Gómez Pardal, un lote de terreno situado en el Partido de Morón, Pueblo
Haedo, provincia de Buenos Aires, en la calle Suipacha entre las de Rivadavia y
Esmeralda, designado con el núm. 13 de la manzana B. del plano especial que
sirvió para la venta, cuya superficie era de 316.35 metros. Que para hacer la
operación, el escribano don Federico Isla, solicitó el certificado respectivo del
Registro de la Propiedad de La Plata, el que se le expidió con fecha 23 de abril
de 1914, bajo el número 24.827 y en el cual se hizo constar que el terreno
estaba inscripto en mayor área, a nombre del vendedor, que éste no tenía
inhibición ni el terreno gravamen alguno. Que la operación se llevó adelante y
el título se inscribió en el Registro con fecha 7 de mayo de 1914. La Empresa
tomó después, la posesión del terreno e hizo edificar en él una casita para un
empleado.

Que pasó el tiempo, y en 1928 se presentó a la Empresa una persona en


nombre de doña Inés Vioni de Parmigiani, diciendo que ella era dueña del
terreno y reclamando su entrega. Que como la Empresa no accediera, la
expresada señora la demandó ante la justicia civil de La Plata por reivindicación,
aduciendo que Pardal vendió a don Alejandro Castro, dicho lote el 29 de julio
de 1910, registrándose el título en 17 de agosto del mismo año, bajo el núm.
56.467, Serie C. Que Casir vendió a don Antonio Canale esa misma propiedad,
el 4 de octubre de 1911 y a la muerte de éste se la adjudicó a su esposa
supérstite, doña Inés Vioni de Canale, entre otros bienes.

Que tramitado el juicio reivindicatorio, se rechazó la demanda en 1ª instancia,


pero la Cámara de La Plata revocó la sentencia, haciendo lugar a la acción, con
devolución de los frutos que hubiera percibido o dejado de percibir por
negligencia desde la notificación de la demanda, y además las costas en ambas
instancias.

Que la Empresa, para evitar mayores perjuicios, volvió a comprar el inmueble


por $ 3.163.49, además de pagar a la actora por concepto de costas, $ 812.50
moneda nacional.

Que todo lo sucedido tiene su origen en un certificado falso expedido por el


Registro de la Propiedad, el 23 de abril de 1914, núm. 24.827, según el cual la
propiedad era de Pardal en esa fecha, cuando en realidad, en 1910, había
pasado ya al dominio de Casir. Que aquel certificado está inscripto en la
escritura de adquisición del inmueble, la cual fue agregada al juicio de
reivindicación a que se ha hecho referencia.

Que el perjuicio causado a su representada asciende a $ 3.976.09 m|n. y la


Provincia de Buenos Aires debe responder de ellos de acuerdo a los arts. 1112 y
1113 del cód. Civil y la doctrina que sirvió de fuente al Codificador.
Que, bajo otro punto de vista, la jurisdicción del tribunal para entender en esta
causa surge de los arts. 100 y 101 de la Constitución y del art. 1°, inc. 1° de la
ley núm. 48, por tratarse de una causa civil entre un vecino de la Capital
Federal, cual debe reputarse la Empresa, y un estado provincial.

Termina pidiendo que se condene a la Provincia a pagar la suma reclamada y


los intereses. Además, las costas del juicio.

Corrido traslado de la demanda, es contestada por el doctor Pedro R. Quiroga,


quien dice, que suponiendo exactos los hechos alegados, lo que deberá probar
el actor, la demanda debe rechazarse; con costas.

Se funda en que las providencias no son responsables de los actos ilícitos


cometidos por sus funcionarios, según el art. 43 del cód. Civil.

Cita en su apoyo los fallos de esta Corte, de los ts. 124, p. 16, causa 146; 78, p.
371, causa 57; 96, p. 278, causa 108; t. 105, p. 254, causa 37; 99, p. 139.

Cita, asimismo, la doctrina de Bielsa, en su obra Derecho Administrativo, t. I, ed.


2ª, p. 215.

Considerando: Que puede darse por cierto que el Registro de Propiedad de La


Plata expidió el certificado núm. 24.827, cuyo texto se halla transcripto en la
escritura de adquisición que hizo la Empresa del terreno en cuestión, la cual se
agregó a la demanda iniciada por ella contra doña Inés Vioni de Parmigiani,
traída "ad effectumvidendi". Por ese certificado del 23 de abril de 1914, se
hacía constar que la propiedad formaba parte de un lote mayor perteneciente a
don José Gómez Pardal y que estaba libre de gravamen. El escribano
autorizante da fe de la existencia y contenido de ese documento público (arts.
979, inc. 2° y 994 del cód. civil).

Que, igualmente, resulta cierto que el mismo lote de terreno había sido
enajenado por Gómez Pardal a don Alejandro Casir, en 1910 y registrada la
operación el 17 de agosto del mismo, lo que dio lugar al juicio de reivindicación
que después se siguiera con éxito contra la Empresa del Oeste.

Que no es dudoso que el certificado expedido el 23 de abril de 1914 hizo


incurrir a la Empresa en el error de adquirir la propiedad de quien no era dueño
ya. Y que vencida ésta en el juicio reivindicatorio, tuvo que pagar la suma que
se cobra en la demanda para recuperar la propiedad.

Que el Estado provincial impone la obligación de munirse del certificado del


Registro para escriturar toda operación que versare sobre transmisión de
inmuebles, cobrando un derecho especial del sellado, lo que, lógicamente,
presupone la obligación de prestar un servicio regular que responda a las
garantías que se ha querido asegurar. Que, cuando de tal manera procede, no
obra como persona del derecho privado, o como persona jurídica, sino como
entidad del derecho público que ha tomado a su cargo una función y que la
monopoliza, como puede ser la de Correos y Telégrafos o cualquier otra de esta
naturaleza, y, siendo así, la invocación del art. 43 del cód. Civil no es pertinente.

Que, en principio, quien contrae la obligación de prestar un servicio lo debe


realizar en condiciones adecuadas para llenar el fin para que ha sido
establecido, siendo responsable de los perjuicios que causare su
incumplimiento o su irregular ejecución (doctrina de los arts. 625 y 630 del cód.
civil). Y si bien las relaciones entre el Estado y sus gobernados se rigen por el
derecho público, la regla enunciada, fundada en razones de justicia y de
equidad, debe tener también su aplicación a este género de relaciones,
mientras no haya una previsión legal que la impida. Que, haciendo abstracción
del dolo con que el falso certificado pudo haberse expedido, habría por lo
menos una conducta culpable en el personal, que, en desempeño de sus
funciones y obrando bajo la dependencia del Estado, ha causado el daño de
que se trata, siendo así de aplicación al caso los arts. 1112 y 1113 del Código
Civil.

Que estas disposiciones no son sino el corolario lógico del principio general
según el cual todos los que emplean a otras personas para el manejo de un
negocio o para determinada función, llevan la responsabilidad de su elección y
son pasibles de los perjuicios que éstas ocasionaren a terceros en el
desempeño de su función, dado que nadie puede por sí o por intermedio de
otro ejercer sus derechos en forma tal que lesione el derecho de un tercero.

Que esto es así tanto cuando se trata de personas como de entidades jurídicas.
Al respecto, dice Bibiloni: "No hay dos clases de propiedad regidas por dos
reglas diversas en cuanto a sus facultades y restricciones, según sean sus
titulares hombres o instituciones. No hay dos derechos distintos para regular
las actividades. Todos deben cuidar de usar de las facultades legales de modo
de no causar daño indebido a terceros. Si, voluntaria o necesariamente, se obra
por medio de representantes, éstos deben observar las mismas precauciones".
Y después agrega: "La ley no establece excepción. Basta que haya encargado o
comisión. ¿Por qué se establecería la irresponsabilidad de las personas
jurídicas? ¿Y de qué manera es más grave la situación de un particular por los
actos de sus empleados que la de aquélla? Nadie, ciertamente, verá razón para
exonerar a unas personas de las consecuencias que la ley impondrá a otras.
Hasta se podría decir que, justamente, para que las jurídicas no puedan usar de
sus derechos, sino por el medio necesario de su representante, los actos de
éste, deben ajustarse a las mayores condiciones de vigilancia, y que al ejercer
sus funciones en actos de éste, deben ajustarse a las mayores condiciones de
vigilancia, y que al ejercer sus funciones en actos del resorte de los institutos,
son éstos mismos los que obran ante los ojos de los terceros". Agrega, después,
que la misma regla prescripta por el Código de Napoleón, art. 1384, ha sido
aplicada con igual amplitud en Francia y Bélgica. Que idéntica doctrina
prevalece en Italia, Alemania, Inglaterra, Estados Unidos, y ha sido incorporada
a los códigos más modernos, por lo general. (Anteproyecto de Reformas al
Código Civil, ps. 67 y sigts.).

Que en lo que particularmente se refiere al Estado, considerado en su doble


personalidad de derecho público y privado, la doctrina se ha orientado cada vez
más en el sentido de reconocer su responsabilidad extracontractual por actos
de sus funcionarios o empleados, realizados en el ejercicio de su función,
cuando la entidad ejerce un monopolio, un servicio público o una industria, y
tan sólo diverge cuando se trata de actos de "jure imperii", en que
principalmente se ejercitan los atributos de la soberanía.

Que la disposición del art. 1112 del Código Civil correlacionada con la que le
sigue del art. 1113, significa la aceptación del principio de la responsabilidad del
Estado, cuando concurren las condiciones anteriormente indicadas, tanto por lo
que se desprende de su texto mismo cuando porque, interpretada así,
concuerda con la doctrina expuesta por Aubry y Rau, citado por el Codificador
en su nota al art. 1112 (Aubry y Rau, t. 4, p. 799, párrafo 447; Laurent, t. 20,
párrafos 593, 594 y 595). Y así se ha aplicado por esta Corte Suprema en un
caso de incendio producido por culpa de obreros del Estado, al hacerse la
limpieza de una línea telegráfica, en el cual, por haber ellos obrado en
desempeño de sus tareas y bajo la dependencia del Gobierno, fue éste
declarado responsable del daño causado a un tercero (t. 169, p. 120. Concuerda
con los de los ts. 124, p. 22; 145, p. 89, y 171, p. 142).

En su mérito y oído el procurador general, se dispone que la Provincia de


Buenos Aires reintegre a la Empresa del Ferrocarril Oeste la suma de $ 3.976.09
m|n., en el término de veinte días que dicha empresa pagó a la reivindicante
del terreno para recuperar la propiedad, con más los intereses legales desde la
notificación de la demanda. Las costas en el orden causado, atenta la
naturaleza de las cuestiones de orden jurídico debatidas. -- Roberto Repetto. --
Antonio Sagarna. -- Luis Linares. -- Benito A. Nazar Anchorena.

Tribunal: Corte Suprema de Justicia de la Nación


Autos: Vadell, Jorge F. c. Provincia de Buenos Aires de fecha 18/12/1984
(Fallos 306:2030)

Buenos Aires, diciembre 18 de 1984.

Resulta: I - A fs. 40/45 la parte actora demanda a la Provincia de Buenos Aires


para que se la condene a pagar las sumas que se vea obligada a resarcir en
favor de Miguel García Gómez en un juicio que éste le sigue, originado en los
hechos que pasa a relatar.
Dice que por escritura del 22 de junio de 1949 vendió al mencionado García
Gómez el inmueble constituido por la mitad N.O. de la manzana F, ubicado en
la Ciudad de Necochea, chacra N° 164, y que había adquirido a Elías Stly. Esas
compraventas -sostiene- fueron efectuadas sobre la base de antecedentes de
dominio nulos que comprometen la responsabilidad de la provincia.

Tales antecedentes dominiales demuestran que mediante escritura del 27 de


diciembre de 1906 Gervasio Abásolo compró la totalidad de la chacra 164 de la
que comprendía numerosas manzanas, entre ellas, las identificadas con las
letras "E" y "F". Posteriormente, Abásolo vendió la mitad S.O. de la manzana
"F" a J. N. Méndez y Cía., la mitad restante N.E. a Juan Ayrolo y la mitad S. E. de
la manzana "E" a José Koblitz. De tal suerte, sólo quedó en su patrimonio la
mitad N.O. de esta última.

El 17 de junio de 1914, Abásolo transfirió a su hermano Emiliano el remanente


de la totalidad de la chacra 164. Al confeccionar la escritura pertinente, el
escribano José Exertier excluyó de la operación la mitad S.O. de la manzana "E"
que atribuyó a Méndez sin advertir que lo adquirido por éste correspondía a la
manzana "F" y no consideró las ventas a Koblitz y Ayrolo, las que quedaron
comprendidas en la transmisión.

Fallecido Emiliano Abásolo se enajenó por sus sucesores y en subasta, lo que se


denomina la mitad N.O. de la manzana "F" produciéndose nuevas
irregularidades. En efecto, aquél no era propietario de esa fracción, totalmente
vendida por su antecesor Gervasio, pese a lo cual el Registro de la Propiedad
informó adjudicándole la plena titularidad del dominio.

No obstante estas circunstancias, el registro inmobiliario anotó el título de


Emiliano Abásolo pese a mediar las defectuosas menciones consignadas por el
escribano Exertier y expidió luego un certificado de dominio en el que informó
que no tenía restricciones ni exclusiones para anotar luego su venta a Bilbao y
Jaca. A partir de estos errores se produjeron transmisiones paralelas
superpuestas sobre una misma fracción lo que determinó una serie de litigios
entre los que menciona el seguido en su contra.

Por estos hechos responsabiliza a la demandada, ya sea por los errores


registrales como por la conducta de los escribanos intervinientes, a los que
califica de funcionarios públicos dependientes del estado provincial.

II - A fs. 54/60 contesta la Provincia de Buenos Aires. Opone la excepción de


falta de legitimación para obrar y pide subsidiariamente el rechazo de la
demanda.

Tras reseñar los antecedentes registrales descarta su responsabilidad, la que,


en todo caso, sostiene que se originaría en las menciones de las escrituras que
crearon la superposición de inscripciones denunciadas. Tampoco la reconoce
en lo atinente a la actuación de los escribanos, a quienes niega el carácter de
funcionarios públicos recordando las diferentes doctrinas elaboradas acerca de
la naturaleza de sus funciones. Pide, por último, la citación de los escribanos
Exertier y Landó.

III - A fs. 69 se desestima la excepción planteada y a fs. 96 se rechaza la citación


de terceros.

IV - A fs. 135/36 la actora hace saber que la sentencia dictada en el litigio


seguido por García Gómez ha sido favorable al actor lo que deja expedita esta
acción aun cuando no exista monto líquido del resarcimiento a que se lo
condenó.

Considerando: 1° - Que el presente juicio es de la competencia originaria de


esta Corte Suprema (arts. 100 y 101, Constitución).

2° - Que a los efectos de precisar los antecedentes dominiales que dan origen al
pleito, es conveniente su relación circunstanciada, la que, por lo demás, resulta
suficientemente esclarecida en el dictamen pericial del escribano Rubio. En el
año 1906, Gervasio Abásolo adquirió la totalidad de la chacra 164, compuesta
entre otras de las manzanas "E" y "F" sobre las que se suscitarán las sucesivas
controversias, y años después, entre 1910 y 1911, vendió las fracciones S. O. y
N. E. en que se dividía la "F" a Méndez y Cía. y Ayrolo, y la S.E. -de las dos que
conformaban la "E"- a José Koblitz. Sólo quedó en su patrimonio, entonces, la
individualizada como N.O. de la manzana "E".

En 1914 Abásolo vendió a su hermano Emiliano lo que se indica como


remanente de la chacra 164. Para realizar esta operación el escribano José
Exertier requirió del registro inmobiliario de la provincia el certificado 3869
que, según lo afirma el perito, informó que la totalidad de la chacra pertenecía
al vendedor lo que obviamente no correspondía a la realidad dominial toda vez
que se habían producido las ventas ya reseñadas, todas ellas inscriptas en el
registro (ver posiciones de fs. 153/55, respuestas 1ª a 3ª; fs. 236/37, escritura a
fs. 43/46 de los autos: "Verga de Cherbet c. García Gómez", agregados por
cuerda). Por su parte el escribano Exertier, cuyo conocimiento de esas
transacciones se desprende de la escritura, excluyó de la venta la fracción S. O.
de la manzana "E" -inexistente, por lo demás- confundiéndola con la así
denominada de la "F" que había comprado Méndez. De tal manera mediante
inscripción N° 94.545, serie B, del 28 de diciembre de 1914, Emiliano Abásolo se
convirtió en "dueño" de la paste S.O. de la manzana "F" ya vendida, sin
observaciones de parte del registro.

3° - Que en 1924, la sucesión de Emiliano Abásolo enajenó, en subasta, a la


firma Bilbao y Jaca lo que en la escritura se identifica como sector N.O. de la
manzana "F", lo que constituía una denominación incierta. Este nuevo error
notarial, esta vez del escribano Landó, originó la superposición de dominio
sobre el ángulo oeste de esa manzana (dividida como se sabe en fracciones S.O.
y N.E.). Tal estructuración fue precedida de sucesivos pedidos de certificación
de dominio que gravitaron decisivamente en la suerte de los bienes. En efecto,
el 12 de julio de 1923 y mediante oficio que figura a fs. 207 de los autos
sucesorios de Emiliano Abásolo, se indica que "en cuanto a lo deslindado por la
inscripción 94.545 B 14" (corresponde a la venta entre los Abásolo) "consta con
deducción de la quinta 6 chacra 136 por haber sido enajenado".

4° - Que esa respuesta evidencia que el registro, pese a contar con medios para
informar sobre anteriores transferencias -así lo prueban la mención antedicha
del estado de la chacra 136 y las constancias que reconoce en la absolución de
posiciones-, ponían en cabeza de Emiliano Abásolo la titularidad de un bien que
nunca le había pertenecido totalmente. Este se reitera, según el perito, en otras
piezas provenientes de esa repartición que obran en el protocolo respectivo
(certificado 39.676, del 31 de julio de 1924, y su ampliación bajo N° 48.632 del
22 de septiembre de ese año). Allí se comunica, por el primero, que la chacra
164 consta en su integridad a nombre de Emiliano y por el segundo, emitido
meses después, que ese dominio no se había modificado en sus condiciones. De
lo expuesto, surge la evidencia de que el registro ignoró la primitiva venta de
Gervasio Abásolo a Méndez que involucró el terreno que suscita el litigio y las
posteriores de Emiliano atribuyéndole a éste la plenitud de un dominio del que
no fue titular. Cabe señalar también que la venta de Bilbao y Jaca se anotó sin
reservas pese a las incongruencias ya expuestas.

5° - Que las consideraciones precedentes demuestran la responsabilidad de la


provincia toda vez que el Registro de la Propiedad, al incurrir en las omisiones
señaladas, cumplió de manera defectuosa las funciones que le son propias y
que atienden, sustancialmente, a otorgar un conocimiento cabal de las
condiciones de dominio de los inmuebles. En este sentido cabe recordar lo
expresado en Fallos, t. 182; p. 5 (Rev. La Ley, t. 12, p. 123, con nota de Alberto
G. Spota), donde el tribunal sostuvo que "quien contrae la obligación de prestar
un servicio lo debe realizar en condiciones adecuadas para llenar el fin para el
que ha sido establecido, siendo responsable de los perjuicios que causare su
incumplimiento o su irregular ejecución".

Esa idea objetiva de la falta de servicio encuentra fundamento en la aplicación


por vía subsidiaria del art. 1112 del Código Civil que establece un régimen de
responsabilidad "por los hechos y las omisiones de los funcionarios públicos en
el ejercicio de sus funciones, por no cumplir sino de una manera irregular las
obligaciones legales que les están impuestas".

6° - Que ello pone en juego la responsabilidad extracontractual del Estado en el


ámbito del derecho público que no requiere, como fundamento de derecho
positivo, recurrir al art. 1113 del Cód. Civil al que han remitido desde antiguo,
exclusive o concurrentemente, sentencias anteriores de esta Corte en doctrina
que sus actuales integrantes no comparten (ver Fallos, t. 259, p. 261; t. 270, p.
404; t. 278, p. 224; t. 288, p. 362; t. 290, p. 71; t. 300, p. 867 -Rev. La Ley, t. 117,
p. 842, fallo 11.664-S, t. 131, p. 518; t. 143, p. 576, fallo 26.678-S; Rep. La Ley, t.
XXXV, p. 237, sum. 141; t. XLI, A-I, p. 926, sum. 306- ). En efecto no se trata de
una responsabilidad indirecta la que en el caso se compromete, toda vez que la
actividad de los órganos o funcionarios del Estado realizada para el
desenvolvimiento de los fines de las entidades de las que dependen, ha de ser
considerada propia de éstas, que deben responder de modo principal y directo
por sus consecuencias dañosas.

7° - Que no obstante, y a mérito de lo expuesto acerca de las actuaciones de los


escribanos Exertier y Landó debe establecerse si ambas fueron causa eficiente
de los daños por las fallas en que incurrieron en la confección de las respectivas
escrituras al denominar equivocadamente las fracciones vendidas. Así parece
respecto de Exertier quien, conocedor de las ventas anteriores -ignoradas,
como se dijo en los informes del registro- y del plano de subdivisión tal como se
desprende de fs. 686/90 de los autos sucesorios de Emiliano Abásolo, debió
excluir del denominado "remanente" la fracción S.O. de la manzana "F" que a
raíz de su intervención fue vendida dos veces originándose la superposición del
dominio, pero no en lo que atañe a Landó. En efecto, éste, que se guió por los
antecedentes del registro y en particular por la situación registral respecto de
aquella fracción, cometió el error de autorizar el acto referente a la paste S.O.
(inexistente) de la manzana "F", error que, en la práctica y en lo que interesa,
significó reducir la superposición ya existente aunque afectando la propiedad
de un tercero, lo que, aunque eventualmente podría comprometer su
responsabilidad, no tiene repercusión para la suerte de este litigio.

8° - Que la cuestión suscitada conduce a la necesidad de indagar si la actividad


del escribano de registro constituye una modalidad dentro de la categoría de
los funcionarios públicos, con las consecuencias legales que de ello derivan y
que son las que cabe considerar o, por el contrario, el ejercicio de una
profesión, bien que dotada del atributo de la fe pública y sometida a una
particular relación con el Estado que se manifiesta a través del acto de la
investidura, el control y las facultades disciplinarias, pero que no participa
"stricto sensu" de aquel carácter.

9º - Que dificultan la solución del tema algunas disposiciones del Código Civil,
como los arts. 979 incs. 1° y 2°, 997 y 1004 que contienen menciones no
suficientemente explícitas acerca de quienes denomina escribanos o
funcionarios públicos, y también la referencia que hace el codificador en su
nota al art. 1112, en la cual ubica a aquéllos en esa última clasificación. No debe
perderse de vista, por otra parte, que el art. 10 de la ley 12.990 ha reconocido
formalmente ere carácter siguiendo sus antecedentes, las leyes 1144 y 1893.

10 - Que, no obstante, la sujeción literal a la norma no basta para explicar la


condición en examen, por lo que resulta necesaria una exégesis sistemática del
estatuto jurídico del notariado. En ese sentido, si bien no caben dudas de que
como fedatario cumple una función pública por la investidura con la que el
Estado lo somete a su superintendencia (arts. 17, 35 y sigtes., ley 12.990), es
evidente que no se presentan las notas características de la relación de empleo
público que permitan responsabilizarlo por las consecuencias de su
desempeño. En efecto, no existe dependencia orgánica respecto de los poderes
estatales cuyas plantas funcionales no integra, no está sometido al régimen de
jerarquía que le es propio ni se dan a su respecto otras características de un
vínculo permanente con la administración como puede serlo, en su medida, la
remuneración.

11 - Que en tales condiciones, se lo puede definir como un profesional del


derecho afectado a una actividad privada, pero con atributos que en parte lo
equiparan a la gestión pública, cuyos actos, vinculados al comercio jurídico
privado, dan fe de esas relaciones privadas y no expresan la voluntad del Estado
como éste normalmente la exterioriza a través de sus órganos.

12 - Que la referencia contenida en la nota al art. 1112 del Cód. Civil que
incorpora entre los agentes públicos a "los escribanos, procuradores y todos los
empleados en la administración del Estado" no altera lo expuesto toda vez que
no cabe afirmar que contenga una inequívoca mención de los escribanos de
registro. Contribuye a esta convicción la circunstancia de que al sancionarse el
Código Civil, no existía la separación entre la fe pública notarial y la judicial, que
sólo se opera con la vigencia de las leyes 1144 y 1893, que siguen la orientación
innovadora de la ley orgánica del notariado español de 1862. De tal manera, la
expresión -ubicada en su preciso contexto temporal- no es suficientemente
indicativa si se toma en cuenta que, aun en aquellas normas, los escribanos de
registro tenían su regulación junto a los escribanos secretarios -éstos sí
incuestionablemente funcionarios estatales- en el marco de las leyes
destinadas a ordenar la organización de los tribunales bajo la genérica
definición de escribanos públicos (ley 1893, título XII, caps. I, II y III).

13 - Que por otra parte y aún de admitir que la función fedataria sea la más
trascendente de las que realiza el notario, no puede ignorarse que concurre con
otras que no ostentan ese carácter y que son propias de su condición de
profesional independiente. Parece absurdo, entonces, que semejante dualidad
se presente en quien se pretende definir como funcionario público, como
igualmente inaceptable que, necesariamente sometido como tal a una típica
subordinación disciplinaria, esta facultad del Estado pueda coexistir con el
ejercicio de una superintendencia a cargo de organismos corporativos como los
que contempla la ley 12.990 (arts. 43 y siguientes).

14 - Que, por último, cabe recordar que la Corte definió el particular status del
escribano de registro señalando que "la reglamentación a que puede someterse
el ejercicio de las profesiones liberales, ofrece aspecto esencial tratándose de
los escribanos, porque la facultad que se les atribuye de dar fe a los actos y
contratos que celebren conforme a las leyes constituye una concesión del
Estado acordada por la calidad de 'funcionario' o de 'oficial público' que
corresponde a los escribanos de Registro" (Fallos, t. 235, p. 445, Rev. La Ley, t.
85, p. 605). De estas conclusiones surge, reafirmada, la naturaleza atribuida a la
actividad notarial sin que obste a ello la caracterización de su vínculo con el
Estado dentro de un régimen de concesión toda vez que éste no importa
adjudicar a sus beneficiarios el rango de funcionarios públicos que tampoco
aparece nítidamente perfilado en el párrafo transcripto a través, tan sólo, de las
expresiones encomilladas que contiene.

15 - Que de acuerdo a lo expuesto corresponde ahora decidir sobre la


participación que cupo a la provincia demandada en la producción de los
daños, que esta Corte estima en un 70 % ya que la trascendencia de la conducta
irregular del registro inmobiliario como causa de aquellos debe entenderse
superior a la del escribano Exertier. El reclamo del actor, que consiste en el
reintegro de lo que se le condene a pagar en el juicio que le siguió García
Gómez, no se traduce aún en suma líquida toda vez que no se ha cumplido con
la etapa de ejecución de aquella sentencia y no media liquidación practicada.
Deberá, entonces, diferirse la estimación económica del perjuicio para su
oportunidad.

Por ello, y lo dispuesto en los arts. 1112 y concs. del Código Civil, se decide:
Hacer lugar parcialmente a la demanda seguida por Jorge F. Vadell contra la
Provincia de Buenos Aires. Estése a lo establecido en el consid. 15 sobre la
fijación del resarcimiento. Las costas se imponen en un 70% a cargo del estado
provincial y un 30% a la parte actora en atención al resultado del pleito (art. 71,
Cód. Procesal). - Genaro R. Carrió. - José S. Caballero. - Carlos S. Fayt. - Augusto
C. Belluscio. - Enrique S. Petracchi.

Tribunal: Corte Suprema de Justicia de la Nación

Autos: Columbia Cía. Financiera c. Ministerio de Economía de fecha


02/08/2000 (Fallos 323:1897) Buenos Aires, 2 de agosto de 2000.

Considerando: 1. Que la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Contencioso


Administrativo Federal, Sala III, confirmó la sentencia de la instancia anterior
que rechazó la demanda entablada por Columbia Cía. Financiera S.A. tendiente
a obtener una indemnización por daños y perjuicios derivados de la aplicación
de la ley 23.370, su dec. reglamentario 1926/86 y la comunicación "A" 955 del
Banco Central, y declaró prescripta la acción en lo referente a los daños que
habrían ocasionado a la actora las leyes 23.082, 23.188, 23.293, 23.318 y
23.354 y la comunicación "A" 437 hasta dos años antes de la fecha en que fue
interpuesta la demanda. Contra lo así decidido, la actora dedujo recurso
ordinario de apelación que fue concedido a fs; 1397/1397 bis. El memorial de
agravios obra a fs. 1452/1475 y fue respondido a fs, 1481/1489 vta. por el
Estado Nacional -Ministerio de Economía- y a fs. 1490/1509 por el Banco
Central.

2. Que la apelación interpuesta es formalmente admisible pues se dirige contra


una sentencia definitiva, dictada en una causa en que la Nación es parte, y el
valor cuestionado en último término excede el mínimo legal previsto por el art.
24, inc. 6§, ap. a, del dec.-ley 1285/58, y la res. 1360/91 de este Tribunal.

3. Que la actora sostuvo a lo largo del pleito que las sucesivas reformas al
sistema financiero, que tuvieron lugar entre 1982 y 1986, la condujeron a un
proceso de descapitalización continuo y creciente que desembocó en una
situación gravemente deficitaria.

La demandada planteó la prescripción de la acción resarcitoria en cuanto ésta


se sustentó en los perjuicios que habría irrogado la aplicación de la
comunicación "A" 437 y de las leyes 23.082, 23,188, 23.293, 23.318 y 23.354.

4. Que la Cámara expresó, como fundamento para admitir la defensa de


prescripción parcial opuesta por la demandada en los términos en que lo hizo,
que los reclamos deducidos por la actora ante el Banco Central el 12 de febrero
y el 11 de agosto de 1987 carecían de aptitud para interrumpir el curso de
aquélla, pues se referían exclusivamente a la compensación prevista por el art.
13 de la ley 23.370. Asimismo negó que esa norma constituyese un
reconocimiento de deuda susceptible de producir el efecto previsto por el Art.
3989 del Código Civil."

5. Que en lo atinente al fondo del asunto -con referencia a las pretensiones no


alcanzadas por la prescripción- el a quo consideró infundada la tacha de
inconstitucionalidad del citado art. 13 de la ley 23.370, del dec. 1926/86 y de la
comunicación del Banco Central "A" 955. En el primer caso tuvo en cuenta la
doctrina uniformemente sostenida por este tribunal acerca de que nadie tiene
un derecho adquirido al mantenimiento de leyes y reglamentaciones (Fallos:
268:228; 272; 229). Agregó - con cita del precedente de Fallos: 267:247 (Adla,
126- 582)- que "ante un cambio sustancial de circunstancias, el Estado nacional
no puede renunciar a ejercicio de atribuciones propias, como lo son las de
orden económico" y que frente a un caso similar -Fallos: 315:1027- esta Corte
"sostuvo la legitimidad de las normas dictadas dada la necesidad de poner un
límite adecuado a la divergente evolución de los índices de ajuste de los
préstamos con relación al nivel de actividad económica y de los ingresos".
Puntualizo también que este tribunal ha admitido la validez de leyes que -en
determinadas circunstancias- limitan el derecho de propiedad y aun los efectos
de sentencias firmes, en tanto las medidas adoptadas no sean irrazonables en
relación a las causas que las han hecho necesarias.

En lo referente al dec. 1926/86, juzgó que el límite fijado por su art. 11 respecto
de la compensación prevista por el art. 13 de la ley 23.370, en tanto se refiere
sólo a intereses punitorios devengados e impagos superiores al 6 % sobre
capital actualizado, no afecto un derecho patrimonial adquirido ni alteró la
reparación integral contemplada por la norma legal. Del mismo modo,
consideró que al dictar la comunicación "A" 995 el Banco Central actúa
válidamente en la esfera de sus potestades constitucionales, sin apartarse de lo
dispuesto en normas de mayor jerarquía. Por tales razones, descartó que los
eventuales daños cuyo resarcimiento reclama la actora fuesen consecuencia de
actividad ilícita del Estado.

6. Que asimismo desestimó la pretensión resarcitoria formulada con base en el


obrar lícito de aquél. Al respecto, entendió que no se hallaba acreditada en
autos ni la ausencia de un deber jurídico de la actora de soportar el daño que
alega, ni la existencia de un perjuicio individualizado del que hubiesen estado
eximidas las restantes entidades financieras. Agregó que, aun si por hipótesis se
entendiera que no fuese necesaria la concurrencia de tales requisitos, no cabía
tener por probado el daño invocado en razón de la ineficacia de las premisas
utilizadas para su determinación en el peritaje contable.

7. Que, en primer término, corresponde tratar el agravio concerniente a la


defensa de prescripción, que fue admitida por el a quo con los alcances que han
sido reseñados, Los argumentos esgrimidos por la recurrente sobre este punto
resultan ineficaces para desvirtuar la conclusión a la que llegó la sentencia
apelada, En efecto, de la lectura de los reclamos administrativos formulados
por la empresa actora al Banco Central con anterioridad a la promoción de la
demanda judicial surge claramente que éstos se referían exclusivamente a la
compensación prevista por el primer párrafo del art. 13 de la ley 23.370, y
fueron planteados por la vía establecida por el párrafo tercero de dicha norma,
sin que la circunstancia de que en ellos se señalara la insuficiencia de los
montos que resultarían acreditados según los términos de aquel artículo y sus
disposiciones reglamentarias pueda mejorar la situación de la actora, habida
cuenta de que los perjuicios mencionados reconocen como causa al régimen de
refinanciación de créditos establecido por esa misma ley. El objeto de tales
reclamos se corrobora en una nota que, con posterioridad, la actora dirigió al
ente rector del sistema monetario, en la que expresa que mediante ella amplía
su presentación referente "al reclamo interpuesto ante esa entidad por la
diferencia de compensación resultante de la aplicación de la ley 23.370".

8. Que, por otra parte, resulta inatendible lo aducido por la apelante en


relación a que se habría configurado en el caso el impedimento fáctico a que
alude el art. 3980 del Cód. Civil, dada la dificultad temporaria para identificar
cada uno de los daños acaecidos -según sostiene- entre 1982 y 1986, en razón
de su recíproca concatenación. En efecto, el art. 3980 del Cód. Civil requiere,
para su aplicación, la concurrencia de razones impeditivas que deben ser
apreciadas concretamente en relación a la persona que invoca su ocurrencia
(Fallos: 311:l490) y no puede operar ante consideraciones de índole general -
como las expresadas por la actora- relativas a que "estaba aguardando el
dictado de una ley que diera fin a todos los inconvenientes que estas normas
venían ocasionando" o que se encontraba "siempre a la espera de una
resolución de la entidad rectora o del Congreso que compensara de alguna
manera los inconvenientes que se iban sufriendo".

9. Que lo expuesto no empiece, obviamente, a que, de corresponder, pueda ser


considerada en su caso, a los efectos de examinar la pretensión del
resarcimiento de los daños que habría ocasionado a la actora la aplicación del
régimen instaurado por la ley 23.370 y sus disposiciones reglamentarias, la
situación en que aquélla se encontraba en el momento en que entró en
vigencia dicha normativa. Es, pues, con tal comprensión que corresponde
desestimar los agravios vertidos sobre este punto.

10. Que el art. 13 de la ley 23.370 reconoció una compensación a cargo del
Estado nacional, que sería efectivizada por el Banco Central de la República
Argentina por cuenta de la Secretaría de Hacienda, respecto de las entidades
financieras que acreditasen haber sufrido pérdida o quebranto a raíz de la
refinanciación establecida por dicha ley. Sin perjuicio de que tal compensación
quedó supeditada a la prueba del concreto perjuicio, cabe poner de relieve que
-como resulta claramente del mismo texto de la norma- aquélla se refiere al
quebranto o pérdida ocasionado por el sistema de refinanciación establecido
por esa ley, de manera que mal podría importar un reconocimiento de deuda
alguna por daños que podrían haber causado otras normas dictadas con
anterioridad.

11. Que la actora reclamó por la insuficiencia de la reparación prevista por la


citada ley que, a su entender, fue indebidamente restringida por el dec.
1926/86 y la com. "A" 955 del Banco Central.

Como surge de sus agravios, las cuestiones que trae a conocimiento de esta
Corte giran en torno a determinar si concurren en el sub lite las condiciones
que resultan exigibles para que se genere la responsabilidad del Estado tanto
en el supuesto de una conducta irregular como, en la hipótesis en que se la
juzgue lícita.

12. Que en lo atinente a la atribución de responsabilidad que formula la


apelante sobre la base de una pretendida actuación ilícita del Estado, el
memorial de agravios no expone críticas de peso que permitan al tribunal
apartarse de la conclusión a la que llegó el a quo. En efecto, la recurrente se
limitó a reiterar los argumentos vertidos en la instancia anterior sin refutar el
razonamiento en que se sustentó la Cámara. Han quedado incontrovertidos
aspectos esenciales de la sentencia como lo son los concernientes a la
inexistencia de un derecho adquirido a la inalterabilidad de las leyes y
reglamentaciones y la imposibilidad de que el Estado renuncie al ejercicio de
sus atribuciones propias, como las de orden económico, cuando la atención del
interés general y la situación económica así lo impone. Tampoco ha expuesto el
apelante razones que desvirtúen el juicio de la Cámara en cuanto entendió que
ni el Poder Ejecutivo al dictar el dec. 1926/86 ni el Banco Central, al emitir la
comunicación "A" 355, excedieron sus facultades constitucionales, ni ha
criticado en forma concreta y razonada la consideración de que el art. 11 del
dec. 1926/86, al fijar una limitación para el cálculo de la compensación, se
refiere exclusivamente a intereses punitorios devengados e impagos superiores
al 6% sobre capital actualizado, por lo cual no afecta derechos patrimoniales
adquiridos, y que el límite a la compensación fijada en los puntos 4 y 5 de la
com. "A" 955 del Banco Central no modificó lo previsto por la ley 23.370 pues la
fecha que considera para el cálculo de los saldos es la de publicación de aquélla
en el Boletín Oficial.

13. Que en lo atinente a la pretensión resarcitoria respecto del obrar lícito del
Estado, también la recurrente ha omitido controvertir el argumento medular de
la sentencia, relativo a que únicamente la pérdida o el sacrificio de derechos e
intereses incorporados al patrimonio son susceptibles de generar un derecho al
resarcimiento, y que no puede considerarse que revista esa calidad la
pretensión de que se mantenga la aplicación de tasas de interés libres,
anteriormente dispuestas por el Banco Central, que no asumió la obligación de
mantenerlas en caso de operarse una modificación en las condiciones
económicas contempladas, extremo éste que no fue negado por la recurrente.

14. Que, de igual modo, la apelante no refutó adecuadamente los motivos


enunciados por la Cámara; para concluir en que no se hallaba acreditado en
autos el daño alegado por la entidad demandante, en razón de que las bases
que el peritaje tomó en cuenta para su determinación eran cuestionables. En
orden a ello, tras señalar que no cabía computar la rentabilidad esperada con
sustento en el mantenimiento de tasas libres, el a quo puso de relieve que la
mora, e incluso la imposibilidad de pago, en que se encontraban los deudores
de aquélla impedía apreciar -con sustento real- la cuantía de la disminución de
la rentabilidad.

15. Que al respecto cabe señalar que no resulta razonable extender la


responsabilidad del Estado al punto de constituirlo en el garante de ventajas
económicas conjeturales.

16. Que en lo atinente a las costas, no concurren, a juicio del tribunal, motivos
que justifiquen apartarse del principio establecido por el art. 68, primera parte
del Cód. Procesal, por lo que corresponde confirmar en este punto el fallo -que
las impuso a la parte vencida- y decidir del mismo modo en lo referente a las
irrogadas en la presente instancia.

Por ello, se confirma la sentencia apelada, con costas. - Julio S. Nazareno. -


Eduardo MolinéO'Connor. - Carlos S. Fayt. - Augusto César Belluscio. - Antonio
Boggiano. - Guillermo A. F. López. - Gustavo A. Bossert. - Adolfo Roberto
Vázquez.
La administración Control

Actividad de control de la administración pública

Control financiero en el sistema federal:

La actividad financiera de la administración pública es el conjunto de


procedimientos mediante los cuales el Estado obtiene ingresos y efectúa gastos
públicos para la satisfacción del interés general. Está integrada por diversos
sistemas, los que deben estar interrelacionados entre sí: Sistema
presupuestario; Sistema de crédito publico; Sistema de tesorería y Sistema de
contabilidad. Cada uno estará a cargo de un órgano rector que depende
directamente del órgano que ejerza la coordinación de todos ellos.

Los sistemas de control financiero del Estado federal, se desarrollan en ámbito


interno y externo del sector público nacional, y conforme al artículo 3 de la ley
24.156, es obligación de los funcionarios rendir cuentas de su gestión.

A) Control Interno: está a cargo de la Sindicatura General de la Nación


(SIGEN) y de las Unidades de Auditoria interna (UAI) a crearse en cada
organismo.
La SIGEN es una entidad autárquica dependiente del Presidente. Su
función es el control interno de las jurisdicciones que componen el PEN
y organismos descentralizados. También dicta normas, controla y
coordina, ya que la responsabilidad de la auditoria interna le
corresponde al titular de cada jurisdicción, y estas son supervisadas y
coordinadas técnicamente por la SIGEN. Está a cargo de un síndico
general de la Nación, designado por el PEN y depende directamente del
Presidente.
Para acceder al cargo se necesita título universitario en área de ciencias
económicas o derecho experiencia en Administración Financiera y
Auditoria no inferior a 8 años. Es asistido por tres síndicos generales
adjuntos.
El control tiene las siguientes características: es posterior ya que se
efectúa luego de realizadas las actividades administrativas y financieras
por cada entidad; es integral se realiza sobre todas las áreas de las
actividades; y es integrado porque abarca aspectos legales contables y
financieros, evaluación de proyectos, programas y operaciones con un
control fundado en criterios de economía, eficiencia y eficacia.
La UAI realiza un control previo y posterior, funciona en cada
jurisdicción dependiendo jerárquicamente de la máxima autoridad
jerárquica, coordinadas por la SIGEN.
El objeto de la auditoria es un examen a posteriori sobre la base de na
planificación adecuada, que se traduce en la emisión de informes con el
debido respaldo documental y formulando recomendaciones y
observaciones.
B) Control Externo: la AGN es un órgano de control externo del sector
público nacional ubicado en la esfera de la PLN con autonomía funcional
(art 85 CN). Tiene a su cargo el control de legalidad, gestión y auditoria
de toda la actividad de la administración centralizada y descentralizada,
cualquiera fuera su modalidad de organización Interviene en la
aprobación o rechazo de las cuentas de percepción e inversión de los
fondos públicos. Es una entidad con personería jurídica propia e
independencia funcional y financiera. Tiene a su cargo el control externo
del sector público nacional.
Está integrado por un presidente designado por presidentes de ambas
cámaras del PL (art 123) a propuesta del partido político de oposición
con mayor número de legisladores en el Congreso y por 6 auditores (3
designados por Senadores y 3 por Diputados) (art 122).
Sus funciones se encuentran enumeradas en el art 118.

Control financiero en el sistema provincial:

A) Control Interno: la Contaduría General de la Provincia, conforme a lo


establecido por el art 151 de la Constitución Provincial, tiene a su cargo
el registro y control interno de la gestión económica, financiera
patrimonial en la actividad administrativa de los poderes del Estado.
Realiza en forma descentralizada el control preventivo de todos los
libramientos de pago, que se encuentren autorizados en la ley general
de presupuesto o leyes que sancionen gastos. Se encuentra a cargo de
un contador público, con 10 años en el ejercicio de la profesión,
designado y removido por el PE.
B) Control Externo: el Tribunal de cuentas es un organismo de control, que
se encuentra en el art 126 de la Carta Magna Provincial. Está integrado
por 3 miembros, pudiendo ser ampliado por ley, siempre que el numero
sea impar y no exceda de 7. Elegidos por el pueblo, con representación
de las minorías, duran 4 años en sus cargos. Son requisitos para acceder
al cargo ser argentino, abogado o contador público, con 10 años en el
ejercicio de la profesión, 5 años de residencia en la Provincia y 30 años
de edad. Se trata de un control externo (no pertenece a la organización
administrativa ni depende de los poderes del Estado) e integral
(preventivo, concomitante y posterior).
Control de la ética pública y la corrupción:

La corrupción es caracterizada como la desnaturalización del poder, genera


inestabilidad institucional y desconfianza de los ciudadanos que terminan
socavando el ejercicio del poder. Es la actitud del sujeto de colocarse por
encima de la ley, las reglas que rigen a todos sus conciudadanos y manipular el
orden normativo en su beneficio.

Respecto de los organismos de control estatal, las convenciones anticorrupción


contiene regulaciones del asunto, estableciendo estándares que deben seguir
los países miembros.

a) Oficina Anticorrupción (OA): surge por la ley 25.233. Se ubica en el


Ministerio de Justicia de la Nación. Tiene a su cargo la elaboración y
coordinación de los programas de lucha contra la corrupción en el
Sector Público Nacional o que tenga como principal fuente de recursos
el aporte estatal. Carece de competencia para realizar investigaciones
en el ámbito del PL, PJ u organismos de administraciones provinciales y
municipales. Es la autoridad de aplicación de la Ley de Ética Pública.
Está a cargo de un Fiscal de Control Administrativo, designado y
removido por el Presidente a propuesta del Ministerio de Justicia.
Una vez que detecta una supuesta trasgresión, actuaciones deben pasar
con dictamen fundado al Ministro de Justicia, a la Procuración del
Tesoro y al funcionario de mayor jerarquía administrativa de la
repartición. Ese expediente servirá de cabeza de sumario que deberá ser
instruido por autoridades correspondientes donde la OA podrá ser
tenida como parte acusadora con facultades de ofrecer, producir o
incorporar pruebas.
b) Fiscalía de Investigaciones Administrativas (FIA): es un órgano
extrapoder con independencia con relación a los poderes estatales.
Forma parte del Ministerio Publico Fisca como órgano dependiente de
la Procuración General de la Nación (art 120 CN). Compuesto por el
Fiscal Nacional de Investigaciones Administrativas y magistrados
establecidos por la ley 21.383. Su finalidad es controlar la legalidad
administrativa, y en caso de detectar irregularidades, ordenar a través
dictamen vinculante, la instrucción de sumarios administrativos o
denunciar penalmente y participar en las causas.
Designación de sus miembros será por concurso de oposición y
antecedentes. La terna de ese proceso de selección debe ser elevada al
PEN por el Procurador General para que proponga a uno de ellos al
Senado para su nombramiento. Posee estabilidad en su cargo mientras
dure su buena conducta y hasta los 75 años.
Sus funciones se encuentran establecidas en el art 45 de la Ley Orgánica
del Ministerio Publico.
A partir de la Resolución 147/08 del PGN, las facultades de dicho
organismo se encuentran limitadas en la jurisdicción penal. Ahora, el
ejercicio de la acción penal directa por el FIA requiere que la causa
penal sea iniciada por este de manera concurrente y que el fiscal federal
competente tenga un criterio diferente al de dicho organismo de control
en cuanto a seguir interviniendo en la causa.

Otros organismos de control

Defensor del Pueblo: conforme al art 86 de la Constitución Nacional, es un


órgano independiente instituido en el ámbito del Congreso de la Nación, con
plena autonomía funcional y que no recibe instrucciones de ninguna autoridad
contando con legitimación judicial. Está a cargo de la defensa y protección de
los derechos humanos y demás derechos, garantías e intereses tutelados por la
Carta Magna y leyes ante hechos, actos u omisiones de la Administración y el
control del ejercicio de la función administrativa. Se complementa con el art 43,
que le permite interponer acción de amparo contra cualquier forma de
discriminación y en lo relativo a derechos que protejan ambiente, competencia,
usuario, consumidor y derechos de incidencia colectiva.

Su designación y remoción está a cargo del PL y necesita del voto de las 2/3
partes de los miembros presentes de cada cámara. Dura 5 años en su cargo y
solo puede ser renovado por una vez.

Su organización y funcionamiento está regulado por la ley 24.284.

Su ámbito de competencia incluye administración nacional centralizada y


descentralizada, entidades autárquicas, empresas del Estado, sociedades del
Estado y todo otro organismo del Estado nacional. Incluye a personas jurídicas
públicas no estatales que ejerzan prerrogativas públicas y las privadas
prestadoras de servicios públicos. Se encuentran fuera de su competencia el PJ,
PL y organismos de defensa y seguridad. Los organismos y entes contemplados
dentro del ámbito de competencia del DPN tienen la obligación de prestar
colaboración.

Puede iniciar y perseguir de oficio o a petición del interesado cualquier


investigación conducente al esclarecimiento de hechos, actos u omisiones de la
administración pública nacional y sus agentes, que impliquen el ejercicio
ilegitimo, defectuoso, irregular, abusivo, arbitrario, discriminatorio de sus
funciones. Toda persona humana o jurídica, que se considere afectado por
actos, hechos u omisiones, podrá presentar la queja por escrito y firmado por el
interesado ante el DPN. Las actuaciones son gratuitas y no se necesita
patrocinio letrado. Si durante la tramitación de la queja, el interesado
interpone recurso administrativo o acción judicial, cesa la intervención del DPN.
Las decisiones acerca de la admisibilidad de las quejas presentadas son
irrecurribles. Cuando es admitida, deberá promover investigación sumaria para
el esclarecimiento de las circunstancias denunciadas.
Bibliografías de referencia

Avalos, E., Buteler, A. & Massimino, L. (2014). Derecho administrativo. Tomo I.


Córdoba: Alveroni.

Gordillo, A. (1997 – 2000). Tratado de Derecho Administrativo, 4 Tomos. (4ta Ed.).


Buenos Aires: Fundación de Derecho Administrativo.

Comadira, J. (2003). El acto administrativo. Buenos Aires: Lexis-Nexis.

Farrando (h.), I y otros. (2000). Manual de Derecho Administrativo. Buenos Aires:


Depalma.

Hutchinson, T. Régimen de Procedimientos Administrativos - Ley 19.549. Buenos Aires:


Astrea.

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