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De la regla fundamental a la
situación analizante
* Jean-Luc Donnet
A André Green
La tentativa de definir el método analítico tropieza de entrada con el contraste entre lo que
el término “método” sugiere en cuanto a organización controlada y el renunciamiento al
control que supone la asociación libre. Hacía falta sin duda esta paradoja de un desatino
metódico para que el Ics se abriese a una investigación racional.
En su inmanencia, el método se confunde con el modo en que el psiquismo se muestra
capaz de producir una secuencia asociativa y de despejar en ésta, après-coup, una lógica
inconsciente. Sometido a reflexión, se distingue con dificultad de la teoría del psiquismo
que torna interpretable la secuencia y pensable la hipótesis del Ics. En este aspecto, Freud
llegó al fundamento mismo con La interpretación de los sueños: el relato de los sueños y
su interpretación se prolongan en la teorización del trabajo que los produce.
En otro nivel, el método tiende un puente entre esa invención freudiana, su referencia
científica (positivista), y las exigencias de una práctica que, en cuanto técnica médica apli-
cable, necesitaba probar su validez. Desde ese momento, y a escala del proyecto de aná-
lisis, el método se presenta como la implementación controlada de las condiciones
mediante las cuales la asociación libre se demuestra practicable, interpretable y benéfica.
Se abre paso entre estas condiciones una contradicción entre aquellas que se sustentan
sobre el saber adquirido, teórico y práctico, y las que prescriben poner en suspenso este
saber para que el encuentro con el Ics sea auténtico. El saber, en efecto, tiende a prede-
terminar la finalidad de la experiencia e incluso a conferir al método una dimensión casi pro-
Vale la pena releer la definición que da Freud del psicoanálisis en 1922. Él distingue, arti-
culándolos:
* Tranche: término usualmente empleado en el ámbito francófono, sin equivalente en castellano, para
designar lo que de manera muy aproximada podría denominarse “un análisis”, “un tratamiento”, en tanto
implementación de un proceso analítico entre un psicoanalista y un analizante determinados. Por ejem-
plo, cuando un sujeto que se ha analizado con cierto analista inicia un tratamiento nuevo con otro, ini-
ciaría lo que en Francia es llamado una segunda tranche de análisis. [N. de la T.]
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lógica intra e intersubjetiva de una investigación que transforma lo que encuentra y que,
a su vez, es transformada por este encuentro. El proceso implica la experiencia indefini-
da de un descentramiento del sujeto. La regla supone que la actividad asociativa, debido
a la heterogeneidad de los significantes utilizados (A. Green) y a la diversidad de las
modalidades enunciativas, no es ya solamente un medio: habitada por la distancia del
sujeto respecto de sí mismo, da ocasión para una percepción tangible y perturbadora de
la otra escena; la experiencia de tal derivación hace que, en un sentido, “la meta sea el
camino”. Como en la fábula “El labriego y sus hijos”, la exploración asociativa puede aca-
bar sustituyendo el descubrimiento del tesoro escondido, finalidad predeterminada del
procedimiento inicial, por su provecho elaborativo.
La transferencia
1) Tras haber subrayado que la interrupción de las asociaciones está siempre ligada
a un pensamiento transferencial, y constatado que “la explicación” dada al pacien-
te suele levantar el obstáculo, Freud escribe que en caso de fracaso “la ausencia
de asociaciones se ha transformado en negativa a hablar”.
2) Al final del artículo, y de manera explícitamente independiente, subraya que la
forma altamente regresiva adoptada por la actualización transferencial se debe “a
las condiciones en las cuales la situación colocó al enfermo” y, como para justificar
su necesidad, concluye: “Nadie puede ser muerto in absentia o in effigie”. Surge
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No es muy difícil evidenciar esa perturbación. Para ilustrar la puesta en acto de la trans-
ferencia (agieren), Freud cita el caso de aquel hombre al que el enunciado de la regla deja
“mutista” debido al desplazamiento sobre el analista de un conflicto con la autoridad pater-
na. Se verifica así que la regla, encargada de servir a priori para la investigación de un
conflicto intrapsíquico, pierde esta condición de medio para convertirse en apuesta
inconsciente sobre la escena analítica. Ha perdido su valor de referencia tercera. Pero ha
conservado una pertinencia funcional, ya que el paciente produjo un síntoma transferen-
cial interpretable.
Sin embargo, a la eventual interpretación se le plantea un problema, sobre todo por la
ausencia de un contexto procesual. ¿No corre el riesgo de manifestar el saber, el poder
del analista-padre, y de ser recibida –a semejanza del enunciado de la regla– como pro-
cedente del lugar que él ocupa en la transferencia?
Por lo tanto, no sólo la transferencia descalifica la función tercera de la regla, sino que
tiende a soldar al intérprete con el objeto de la transferencia y a convertir la resistencia al
análisis en resistencia al analista. ¿No es éste un inmenso inconveniente para el método?
La distancia de la objetivación era indispensable para que la transferencia pudiese ser
captada como fenómeno sintomático. Una misma lógica disponía que su interpretación
contuviese el principio de su resolución. Pero la transferencia vuelta contra la transferen-
cia es la sugestión contra la sugestión (Freud), fórmula en la cual la referencia tercera tien-
de a diluirse en la relación dual y el sentido, ante la fuerza.
Si la transferencia se presta tan bien al juego de la resistencia, ¿no es además porque
su interpretación está demasiado atada al propósito de levantarla y, tal vez, de renegar el
deseo del analista? Con algún exceso, Lacan dirá que no hay más resistencia que la de
este último. Recordamos la metáfora que usa Freud para ilustrar la imposibilidad de con-
ceder al paciente un derecho de reserva. La resistencia vendría a alojarse allí como los
delincuentes se refugiarían en las iglesias ante el anuncio de una redada que respetaría
su asilo. La exigencia de dar un sentido transferencial a todo lo que sucede, ¿no contri-
buye a hacer que la transferencia, ante la redada del método, devenga el refugio privile-
giado de la resistencia?
Quisiera recordar qué cambio en la concepción de la situación analítica es correlativo
de una interpretación que pasa por la transferencia.
La situación analítica
misma de su analizabilidad. Ahora bien, una ambigüedad notable marcó durante mucho
tiempo esta noción de espontaneidad, pues se le hizo significar que el analista y la
situación no estaban “de balde” en el advenimiento de la transferencia (sin contentarse
con hacer valer que la reserva del uno y la invariancia de la otra lo volvían más apre-
hensible). De ese modo, I. McAlpine, en 1950, causó sensación al describir la transfe-
rencia como inducida, coincidiendo así con lo que Freud declaraba en 1912. Para que
la realidad psíquica del fantasma transferencial resultara objetivable, debió jugar segu-
ramente, como un efecto après-coup del duelo de la neurótica, la exigencia de que no
pudiese incriminarse a ningún seductor.
Correlativamente, porque el método seguía centrado sobre todo en el levantamiento de
la amnesia infantil y en la restitución del pasado, la transferencia debía ser considerada
en su dimensión de pura repetición: en esta forma, su interpretación iba a brindar los con-
tenidos de su memoria amnésica (A. Green). Desde esta perspectiva, la interpretación de
la transferencia contenía necesariamente una parte de desmentida, de rectificación de su
carácter ilusorio por parte de la realidad “neutra” de la situación.
Desde el momento en que la actualización transferencial representa el medio de la
acción analítica, pasa a requerirse y a la vez autorizarse una concepción más abierta,
más compleja pero también más ambigua de la situación de análisis. Ella plantea de
manera diferente el problema de la función tercerizante.
Por un lado, no corresponde describir la transferencia como pura repetición; la transfe-
rencia desplaza, inviste, introyecta y proyecta de manera (más o menos) discriminante: es
trabajo psíquico, simbólico o virtualmente simbolizante. Introduce diferencia en la repeti-
ción, lo que se le aparece a Freud con mayor claridad aun cuando, a contrario, se encuen-
tra con transferencias de una “fidelidad indeseada”, que evocan una compulsión de repeti-
ción más allá del principio de placer.
La espontaneidad de la transferencia estriba en su manera de irrumpir, de aprovechar
las circunstancias, de crear el acontecimiento. Yo estaría tentado de generalizar la metá-
fora de Freud sobre el amor de transferencia: se enciende fuego durante una represen-
tación teatral; por un momento no se sabe si forma parte de la representación o si se va
a incendiar el teatro. Puesto que se ha renunciado a llamar al bombero de guardia, el
problema es actuar de modo que la representación continúe, modificándose, para inte-
grar après-coup su acontecimiento. La invalorable ambigüedad de la transferencia está
en poner en tensión, con mayor o menor intensidad, la continuidad de la intriga y la dis-
continuidad del acontecimiento. Para Freud, la situación analítica era intermedia entre
ficción y realidad; habría que agregar que es intermedia entre aquí-ahora y en otro tiem-
po-en otra parte. Con el concepto de transicionalidad, Winnicott dice por qué es funda-
mental que la transferencia no se encuentre con el dilema de ser un juego verdadero o
falso: opera aquí el espíritu de un juego donde la ética de la transferencia se confunde a
veces con el principio del método.
Por otra parte, la situación analítica no es “neutra” en el sentido de una pura superficie
proyectiva. Es doblemente activa, en negativo, por lo que ella rehúsa, por las coacciones
que implica; y, en positivo, por lo que contiene de gratificante y también de seductor. Bajo
la necesaria reserva de la oferta manifiesta, se perfila una mezcla latente de frustración y
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gratificación: Ferenczi, al proponer sus dos técnicas activas sucesivas, no hizo más que
acentuar lo que ya estaba allí.
El analista y la situación son sin duda parte activa en la estructuración del proceso trans-
ferencial: el principio de una delimitación permanente de lo observado y de la observación
ya no tiene vigencia. Además, casi no tiene sentido pretender describir de manera objeti-
va una incidencia causal directa de los instrumentos del análisis: un mismo elemento (el
diván, el silencio del analista) puede adquirir, según los pacientes y los momentos, senti-
dos diferentes y hasta opuestos.
El proceso es obra, pues, de un encuentro irreductible a determinaciones anteriores:
encuentro entre la demanda –el sufrimiento– del paciente y el analista en situación; pero,
en último análisis, encuentro entre dos diferencias: la que transporta la transferencia y la
que distingue a la situación analítica de cualquier otra situación de la vida.
La dinámica de la transferencia resulta del potencial del encuentro, se alimenta de lo
que la situación ofrece a las investiduras transferenciales y mucho más allá de la per-
sona del analista: la investigación de su mundo interno por parte del paciente no puede
separarse de la utilización –en gran medida silenciosa– que hace de los recursos del
terreno. Se puede hablar así de una analítica de situación (como se dice una comicidad
de situación) ligada a la movilización de una compulsión de representación (J. C.
Rolland) que el enunciado de la regla no hace más que sostener y acompañar.
Esta compulsión se ejerce en todos los niveles de la representancia psíquica, desde
aquella que se juega en inmediata cercanía de la delegación psíquica de las mociones del
ello, o de la función alfa (Bion), hasta lo que procede de los sistemas (yo-superyó) ligados
al lenguaje. Es notable que ya en La interpretación de los sueños Freud haya descripto un
equilibrio antagonístico, en la sesión, entre la tendencia regresiva narcisista del pensa-
miento figurativo, atraída por la realización alucinatoria, y la tendencia antirregresiva de la
palabra objetalizante; él no separaba, pues, la “psiquización” de la pulsión y la socialización
de la psique, recusando de antemano el falso dilema pulsión-objeto.
En cambio, la puesta en acto de la transferencia viene a marcar la palabra con el sello
del actuar histerizante. Su interés capital es hacer pasar a la palabra una parte de la carga
alucinatoria del fantasma inconsciente (cf. addenda). Esta finalidad confiere a la situación
analítica y a la interpretación su mira económico-dinámica específica.
Una puesta en representación tan cargada de potenciales de afectos supone la utiliza-
ción de cada uno de los medios brindados por la situación: la regresión figurativa, que
hace de la sesión un equivalente del sistema dormir-sueño, utiliza el encuadre, el diván,
el entorno, aunque sólo sea para su negativización perceptiva. La palabra implica direc-
ción al otro invisible, y mediante esta dirección le hace demanda (Lacan), lo que quiere
decir transferencia. Pero la enunciación invadida por el actuar y por el afecto implica una
transferencia sobre la palabra, una transformación temporaria del aparato psíquico en
aparato de lenguaje (A. Green).
La analítica de la situación realiza la configuración singular, variable de estas diversas
transferencias, y es crucial para el método y para la función tercera saber si –y de qué
modo– la transferencia sobre el analista se separa de la transferencia sobre la situación
analítica.
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Resumen
Una apuesta capital del método analítico es la manera en que el paciente, merced a la utilización
transferencial que hace de ella, da sentido a la regla fundamental y a la situación analítica. La apro-
piación del método lo convierte en un analizante y habilita la instalación, en el terreno analítico, de
una situación analizante en la que una función tercerizante esté incluida.
Summary
A capital wager of the analytic method is the way in which patients, by virtue of the transferential
use they make of it, give meaning to the fundamental rule and the analytic situation. This appro-
priation of the method turns them into analyzands and enables the installation, on analytic terrain,
of an analyzing situation which includes a tertiarizing function.
Addenda
En memoria de S. Viderman
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Se verá a continuación, para ilustrar ese juego de la regla, una escena de mi propio aná-
lisis en su comienzo, hace cuarenta años. Su memoria conservó la intensidad de un
recuerdo encubridor.
Se trata de una sesión que concluye a las ocho de la noche. Presintiendo o anticipan-
do su término, me callé. En el silencio, se desgranaron desde la torre de una iglesia veci-
na ocho campanadas. La señal que yo espero no llega y, en su lugar, crece la angustia.
Exclamo: “No quiero que usted me dé más que mi tiempo”. Lo que acabo de decir me deja
a la vez sorprendido y tranquilizado. Mi analista levanta la sesión.
Quisiera indicar lo que resulta más notorio en mi recuerdo.
Esta conjunción inesperada me hace tener la impresión de ser el autor de toda la escena,
de haber creado lo que estaba “ya ahí”;
Comentario après-coup
do-creado?
En cualquier caso, la autonomía del analizante no puede ser situada –como tampoco la
alianza de trabajo– fuera del campo de la transferencia y de su interpretación; llegado el
caso, puede interpretarse como una defensa contra la experiencia de dependencia vivida;
pero ¿a quién se dirigiría esa interpretación si tal dependencia transferencial no fuera
metaforizada por la propia transferencia?
Sobre la escena misma, yo no le dije (¿escrupulosamente?) a mi analista: “Me angus-
tia la idea de que…”; y menos aún, “Tuve recién la fantasía de que…”. Mi enunciación
tiene cabalmente el estatuto de una puesta en acto. ¿Qué hace que tal puesta en acto uti-
lice más plenamente la situación analítica que las otras dos que habrían traducido, sin
embargo, una toma de conciencia?
Primero, ella hace la experiencia de confundir proyectivamente al analista con el otro
–aquel o aquella que querría conservarme–, antes de reencontrar a aquel del que no lle-
garé a decir que “siempre supe” que iba a levantar la sesión y que, identificándose con-
migo, me dejaba el tiempo de decir: nada puede suplantar al hecho de que “el retorno
sobre sí se efectúe a través del rodeo por el otro” (A. Green).
También, la complejidad de lo que se juega en la distancia entre el acontecimiento psí-
quico (el afecto del silencio, la escucha del reloj, el ascenso de la angustia) y la palabra:
en un primer tiempo, la angustia es enigmática y la enunciación, yoica (sé lo que no quie-
ro); en un segundo tiempo, la enunciación que hizo desaparecer la angustia (represión)
se me tornó enigmática, y en tal carácter es ofrecida al psicoanalista por el analizante.
Tomó el valor de un significante. El conjunto de este entrecruce posee un alcance subje-
tivante insustituible.
La apuesta subyacente es una modalidad privilegiada de franqueamiento de la barrera
de la represión: desde el punto de vista de la interpretación, el franqueamiento se cumple
por la ligazón asociativa entre la angustia y la representación denegada de una demanda
de amor. Pero, comparado con una simple toma de conciencia, el agieren es portador de
una introyección pulsional: en efecto, transfiere sobre el acto de habla la potencia aluci-
natoria inherente al fantasma de deseo inconsciente. La histerización de la palabra reali-
za un Ersatz de satisfacción alucinatoria.
La actualización transferencial sustenta la posibilidad de concebir la interpretación como
lo que acompaña o provoca una onda de simbolización, portadora de una conjunción ópti-
ma de la fuerza y del sentido.