Está en la página 1de 17

REV.

DE PSICOANÁLISIS, LVII, 3/4

De la regla fundamental a la
situación analizante

* Jean-Luc Donnet

A André Green

“Hay método en esta locura.”


Hamlet

Algunos ejes del método

La tentativa de definir el método analítico tropieza de entrada con el contraste entre lo que
el término “método” sugiere en cuanto a organización controlada y el renunciamiento al
control que supone la asociación libre. Hacía falta sin duda esta paradoja de un desatino
metódico para que el Ics se abriese a una investigación racional.
En su inmanencia, el método se confunde con el modo en que el psiquismo se muestra
capaz de producir una secuencia asociativa y de despejar en ésta, après-coup, una lógica
inconsciente. Sometido a reflexión, se distingue con dificultad de la teoría del psiquismo
que torna interpretable la secuencia y pensable la hipótesis del Ics. En este aspecto, Freud
llegó al fundamento mismo con La interpretación de los sueños: el relato de los sueños y
su interpretación se prolongan en la teorización del trabajo que los produce.
En otro nivel, el método tiende un puente entre esa invención freudiana, su referencia
científica (positivista), y las exigencias de una práctica que, en cuanto técnica médica apli-
cable, necesitaba probar su validez. Desde ese momento, y a escala del proyecto de aná-
lisis, el método se presenta como la implementación controlada de las condiciones
mediante las cuales la asociación libre se demuestra practicable, interpretable y benéfica.
Se abre paso entre estas condiciones una contradicción entre aquellas que se sustentan
sobre el saber adquirido, teórico y práctico, y las que prescriben poner en suspenso este
saber para que el encuentro con el Ics sea auténtico. El saber, en efecto, tiende a prede-
terminar la finalidad de la experiencia e incluso a conferir al método una dimensión casi pro-

* Dirección: 40 Rue Henri Barbusse, 75005 París, Francia.


690 Jean-Luc Donnet

gramática. De ahí la importancia de una funcionalidad en negativo dirigida a preservar la


pérdida de los puntos de referencia corrientes del sentido implicados en el proceso aso-
ciativo compartido, y la dimensión aleatoria de après-coup en que se sitúa la tentativa de
puesta en sentido interpretativa. Más allá de la escucha flotante, se evoca de este modo el
ejercicio de una docta ignorancia (Lacan) en el analista, o una capacidad negativa (Bion).
Esta contradicción pone de manifiesto la exigencia de una función tercera cuyo garante
sería el método.
Retrospectivamente, ciertos aspectos iniciales de éste aparecen como respuestas más
o menos adecuadas a esa exigencia, tanto más imperiosa cuanto que el análisis debía
diferenciarse de la influencia hipnótica.
La valorización, por parte de Freud, de un método que actúa per via di levare corres-
ponde a la afirmación según la cual ni el analista ni la situación introducen nada extraño
en la mente del paciente. Esta asepsia significa que el método no hace más que permitir
la manifestación de los procesos inconscientes y que la interpretación no hace más que
develar el sentido de lo que estaba ya en lo reprimido. Actualmente, nadie duda de que el
analista y la situación analítica participan, nolens volens, en la estructuración de los fenó-
menos procesuales.
El método postula al comienzo un Yo-sujeto del conocimiento capaz de observar una
parte de su mundo interno y de convertirla en objeto de investigación. El propio des-
arrollo del método mostrará de qué modo este Yo es subvertido por el Ics, y cuán pre-
caria es la distinción observador-observado (para el analista incluido).
Fue trabajoso superar estas respuestas iniciales, a menudo institucionalizadas. Lo cer-
tifica, por ejemplo, el apego de Freud a la verdad material del recuerdo, antes de que
autentificara la convicción determinada por la construcción y su confirmación asociativa
indirecta, para despejar luego la noción de verdad histórica. Concebido como instancia
neutra de objetivación, el método aparecía, en efecto, como la prenda de la validez obje-
tiva de los conocimientos adquiridos y de los resultados obtenidos. No se había expan-
dido aún la convicción de que la verdad del análisis iba a ser convalidada en los estudios
objetivantes sobre el primer desarrollo.

El psicoanálisis explora en este momento su interés en otros modelos científicos (auto-


organización, caos determinista, nuevas concepciones de la historia, etc.) compatibles
con las exigencias específicas de su disciplina.
La función tercera ya no depende de ninguna garantía previa. Su problemática es la de
una función tercerizante (A. Green), apuesta esencial de la dinámica de un proceso que
en ocasiones la hace desaparecer.
La aventura de la transferencia sitúa el deseo de alienación, inherente a la relación
intersubjetiva, en el corazón de la acción analítica. Es permanente el riesgo de que la
experiencia sirva para complacer el deseo del analista así como los preconceptos de su
teoría. Freud señala su radical ineliminable diciendo que, en cierto nivel, no es posible
distinguir la hipótesis del fenómeno. Por eso, en análisis, debe conferirse un valor espe-
cífico a la distancia teórico-práctica, puesto que no constituye un dato de hecho sino que
depende de una prescripción ética vinculada al respeto de la alteridad.
De la regla fundamental a la situación analizante 691

En las discusiones inter-analíticas, esa distancia es objeto de un conflicto incesante


entre el deseo “científico” de cegarla y la exigencia humanista de confirmar su irreductibi-
lidad.
Debido precisamente a la complejización de la función del psicoanalista, la descripción
del método tiende a centrarse en su accionar según las modalidades que sus dotes, su
análisis y su formación le aseguren, y que respaldan, en última instancia, sus creaciones
interpretativas.
Esta descripción se vuelve más accesible y teorizable en la medida en que el analista
conjugue en sí la experiencia subjetiva y su/la teorización. Pero por este mismo hecho
activa el riesgo autorreferencial que acecha al psicoanálisis, y la tentación de convertir al
psicoanalista en una “subjetividad técnica” omnipotente.
Lo ilustran, por ejemplo, las teorizaciones modernas sobre la contratransferencia. Al
comienzo, se entiende que la contratransferencia perturba a la función: perspectiva estre-
cha, pero que señala la distancia entre sujeto y función, soporte simbólico de ésta. La teo-
rización ampliada toma en cuenta el carácter estructural de la implicación subjetiva del
psicoanalista y el principio de una funcionalización posible de aquello que, de dicha impli-
cación, es accesible. De donde resulta indiscutiblemente el ensanchamiento del soporte
de la función. Pero se agrava el riesgo de disipar la distancia sujeto-función: por ejemplo,
si el analista, cándidamente, convierte su subjetividad misma en una función; o si imagi-
na una función indefinidamente pertinente y maleable desde el momento en que allí se
encuentran las capacidades contratransferenciales. Sin embargo, ¿no requiere el método
que se postule un reenvío elaborativo entre los límites del analista y los límites del análi-
sis? Pues ellos son, al fin y al cabo, el correlato de su consistencia.
Por otra parte, frente a un atolladero tránsfero-contratransferencial trivial, el analista
aprecia rápidamente que el Ics sigue siendo el Ics, y que su capacidad de utilizar su con-
tratransferencia y el autoanálisis tienen estrechos límites. ¿Qué le propone entonces el
método? Sencillamente, volver al punto de partida instaurando una situación analítica
(tranche)* o de escucha segunda (supervisión); se reencuentra así con la apuesta origi-
nal: hablar asociando para dar su oportunidad al après-coup interpretativo.
La situación de escucha forma parte, pues, del método: es un anexo interanalítico de la
situación analítica, donde la contratransferencia ocupa el lugar de la transferencia.
El centrado del método en el analista corre paralelamente con la tentación de ver al
paciente como su beneficiario, para describir sus efectos sobre él. Uno de los resortes
capitales de mi trabajo fue recordar que el sentido primero de la regla –hacer del pacien-
te el agente activo de un método– sobrevive a los avatares de la transferencia, y que es
sobre todo el analizante quien hace del analista un analista. Mi experiencia como tal y
como consultante me volvió particularmente permeable al apego que los pacientes, inclu-
so los más difíciles, manifiestan hacia la situación analítica en su especificidad, en su lógi-
ca funcional, en su ética; apego distinto de –y a veces en conflicto con– aquel que dirige
al analista. Se juega en esto para ellos la regla del juego misma, elemento clave de la fun-
ción tercerizante. Algo esencial al método es apostado en la autoapropiación por la que el
paciente deviene un analizante.
692 Jean-Luc Donnet

Del procedimiento a la regla

Vale la pena releer la definición que da Freud del psicoanálisis en 1922. Él distingue, arti-
culándolos:

– el procedimiento “para la investigación de procesos psíquicos poco menos que


inaccesibles de otro modo”;
– y el método “para el tratamiento de los desórdenes neuróticos, basado en esta
investigación”.

El tránsito de la investigación al tratamiento corresponde al paso del procedimiento al


método:
– el procedimiento, la asociación libre, es utilizable para una investigación pura;
– el método inscribe el procedimiento, que ha pasado a ser la regla fundamental,
en la situación encuadrada. La resultante es un proceso de investigación trans-
formadora y por eso el método es utilizable para un tratamiento: la curación psi-
coanalítica está hecha de efectos indirectos por añadidura, de transformaciones
psíquicas inherentes al proceso. A despecho de la complejidad introducida, reen-
contramos el postulado fundador de una verdad que cura.

La asociación libre sustituyó en Freud a la memoria panorámica del hipnotizado. Al


paciente le toca sorprender activamente el ejercicio de su razón para captar y comunicar
sus pensamientos incidentales, “no queridos”. En su origen, el procedimiento se imple-
menta para investigar un fenómeno enigmático ya ahí: síntoma, sueño, cuyo sentido es
preciso dilucidar. Así pues, es clara la distinción entre ese objeto fijo y el sujeto que parti-
cipa, con el analista, en su investigación.
Esta limitación del procedimiento reflejaba la del Ics concebido como laguna.

Pese a lo simple de su enunciado, la regla es portadora de todas las ambigüedades que


conducirán a la situación analítica y a su complejidad.
Al proponer al paciente decir lo que se le pase por la cabeza aunque le parezca absur-
do, fútil o desagradable, la regla conjuga la oferta positiva de hablar espontáneamente,
“libremente”, y la descripción negativa de no callar los pensamientos incidentales. Ella

* Tranche: término usualmente empleado en el ámbito francófono, sin equivalente en castellano, para
designar lo que de manera muy aproximada podría denominarse “un análisis”, “un tratamiento”, en tanto
implementación de un proceso analítico entre un psicoanalista y un analizante determinados. Por ejem-
plo, cuando un sujeto que se ha analizado con cierto analista inicia un tratamiento nuevo con otro, ini-
ciaría lo que en Francia es llamado una segunda tranche de análisis. [N. de la T.]
De la regla fundamental a la situación analizante 693

hace desaparecer el objeto de investigación ya ahí, lo cual implica la convencionalización


de los límites espacio-temporales de la sesión; y suspende la diferencia explícita entre el
momento en que el paciente habla en su propio nombre y aquel en que divaga, asocian-
do. No se opone, sin embargo, a que el paciente aporte al comienzo de la sesión un obje-
to de investigación (el relato de un sueño, por ejemplo), a propósito del cual asociará.
Al mismo tiempo, no obstante, el enunciado de la regla privilegia el acontecimiento psí-
quico y discursivo hic et nunc y coloca la sesión bajo la égida virtual de la asociación libre.
En cuanto al analista, éste se encuentra de inmediato en posición de escuchar asociati-
vamente el proceso de la sesión; hay, por lo tanto, entre ambos protagonistas una distan-
cia que participa de la asimetría estructural de sus posiciones. En lo tocante al método, el
problema crucial es saber de qué modo esa asimetría puede conducir a un reparto de
tareas funcional y no jerárquico. Porque tal distancia contiene su riesgo de alienación: qué
analista no se ha turbado al comprobar que acababa de oír un proceso asociativo límpi-
do en una sesión en la que el paciente no pareció preguntarse ni por un instante si decía
otra cosa que lo que quería decir.
Este riesgo es inherente al hecho de que, implícitamente, la regla estipula que el obje-
to de investigación será producido en o por la sesión. Así pues, la actividad del paciente
deviene a la vez el medio verídico y el objeto específico de la investigación. ¿Cómo puede
asegurar el método la concomitancia entre la producción y la investigación de un objeto?
Así planteada, la cuestión genera sólo respuestas mediocres.
La primera sería la de la alternancia, y según ella el paciente, con el acuerdo tácito del
psicoanalista, se reencontraría con la lógica inicial del procedimiento: la investigación aso-
ciativa sucedería a la presentación de un objeto.
La segunda, propia de una caricatura, sería la de una escisión permanente, como en la
metáfora del viaje en tren donde el viajero sentado junto a la ventanilla describe a su veci-
no el paisaje que va desfilando. El paciente aseguraría una disyunción sin interferencia
entre la producción asociativa de un filme psíquico y un relato puramente informativo que
colaboraría con la investigación.
La tercera solución sería la de una división permanente de tareas. Partiría del principio
según el cual es cabalmente la escucha del analista la que aplica la regla al paciente. ¿No
esperaba Freud que la regla, en una modalidad objetivante, en tercera persona, asegurase
imparcialmente la plena manifestación del juego de fuerzas en conflicto? Y es verdad que
para el analista advertido la regla constituye un analizador del conjunto del funcionamien-
to psíquico del paciente. Desde esta perspectiva, es la interpretación del psicoanalista la
que constituye retroactivamente, por la elección operada en el “material” de la sesión, el
objeto de investigación.
Vemos que la división de tareas hace del paciente el productor y del analista el investi-
gador. El paciente continúa haciendo jugar en él una escisión sujeto/objeto (de investiga-
ción), puesto que, en última instancia, la interpretación deberá dirigirse a una parte de su
yo que se ha mantenido como observadora.
La debilidad de estas respuestas evidencia que la regla introduce una ruptura con el
principio de objetivación del procedimiento. La distinción entre un objeto de investigación
inmovilizado y su investigación por parte de un sujeto del conocimiento se disipa ante la
694 Jean-Luc Donnet

lógica intra e intersubjetiva de una investigación que transforma lo que encuentra y que,
a su vez, es transformada por este encuentro. El proceso implica la experiencia indefini-
da de un descentramiento del sujeto. La regla supone que la actividad asociativa, debido
a la heterogeneidad de los significantes utilizados (A. Green) y a la diversidad de las
modalidades enunciativas, no es ya solamente un medio: habitada por la distancia del
sujeto respecto de sí mismo, da ocasión para una percepción tangible y perturbadora de
la otra escena; la experiencia de tal derivación hace que, en un sentido, “la meta sea el
camino”. Como en la fábula “El labriego y sus hijos”, la exploración asociativa puede aca-
bar sustituyendo el descubrimiento del tesoro escondido, finalidad predeterminada del
procedimiento inicial, por su provecho elaborativo.

La transferencia

La primacía otorgada al acontecimiento hic et nunc implicaba indefectiblemente la consti-


tución de la transferencia misma en el objeto de investigación producido en la sesión. Pero
contenía también la idea de que, producido por la sesión, exige, para ser interpretado, una
nueva concepción de la situación analítica.
En un corto período de tiempo, Freud afirma sucesivamente que la cuestión de la trans-
ferencia no se aborda sino cuando ha mutado en resistencia (“La dinámica de la transfe-
rencia”), y luego que se ha demostrado la necesidad de dar un sentido transferencial a
todos los síntomas producidos durante la sesión (“Recordar, repetir y reelaborar”).
Así pues, la transferencia se muda, de resistencia que había que interpretar, a medio de
una función interpretativa que pasa “metódicamente” por ella. Pero cabe preguntarse si
este progreso no se paga con una dimensión sistemática un tanto restrictiva.
También en “La dinámica de la transferencia”, Freud señala que dicha transferencia, por
lo general el factor más eficaz del éxito, puede convertirse en el agente más poderoso de
la resistencia, llegando a calificarla de “inmenso inconveniente metodológico”. No me refe-
riré a su demostración de que esto es sólo aparente ni al modo en que prueba que el obs-
táculo se transforma en herramienta. Pero no es difícil descubrir las señales del malestar
que la transferencia y la exigencia de su interpretación constituyen para la teoría del méto-
do tal como él la había concebido. Indicaré dos de estas señales:

1) Tras haber subrayado que la interrupción de las asociaciones está siempre ligada
a un pensamiento transferencial, y constatado que “la explicación” dada al pacien-
te suele levantar el obstáculo, Freud escribe que en caso de fracaso “la ausencia
de asociaciones se ha transformado en negativa a hablar”.
2) Al final del artículo, y de manera explícitamente independiente, subraya que la
forma altamente regresiva adoptada por la actualización transferencial se debe “a
las condiciones en las cuales la situación colocó al enfermo” y, como para justificar
su necesidad, concluye: “Nadie puede ser muerto in absentia o in effigie”. Surge
De la regla fundamental a la situación analizante 695

claramente de estas citas que la resistencia de transferencia hace surgir la violen-


cia de la interpretación y el problema de la contratransferencia: causas y conse-
cuencias de la perturbación introducida en el método.

No es muy difícil evidenciar esa perturbación. Para ilustrar la puesta en acto de la trans-
ferencia (agieren), Freud cita el caso de aquel hombre al que el enunciado de la regla deja
“mutista” debido al desplazamiento sobre el analista de un conflicto con la autoridad pater-
na. Se verifica así que la regla, encargada de servir a priori para la investigación de un
conflicto intrapsíquico, pierde esta condición de medio para convertirse en apuesta
inconsciente sobre la escena analítica. Ha perdido su valor de referencia tercera. Pero ha
conservado una pertinencia funcional, ya que el paciente produjo un síntoma transferen-
cial interpretable.
Sin embargo, a la eventual interpretación se le plantea un problema, sobre todo por la
ausencia de un contexto procesual. ¿No corre el riesgo de manifestar el saber, el poder
del analista-padre, y de ser recibida –a semejanza del enunciado de la regla– como pro-
cedente del lugar que él ocupa en la transferencia?
Por lo tanto, no sólo la transferencia descalifica la función tercera de la regla, sino que
tiende a soldar al intérprete con el objeto de la transferencia y a convertir la resistencia al
análisis en resistencia al analista. ¿No es éste un inmenso inconveniente para el método?
La distancia de la objetivación era indispensable para que la transferencia pudiese ser
captada como fenómeno sintomático. Una misma lógica disponía que su interpretación
contuviese el principio de su resolución. Pero la transferencia vuelta contra la transferen-
cia es la sugestión contra la sugestión (Freud), fórmula en la cual la referencia tercera tien-
de a diluirse en la relación dual y el sentido, ante la fuerza.
Si la transferencia se presta tan bien al juego de la resistencia, ¿no es además porque
su interpretación está demasiado atada al propósito de levantarla y, tal vez, de renegar el
deseo del analista? Con algún exceso, Lacan dirá que no hay más resistencia que la de
este último. Recordamos la metáfora que usa Freud para ilustrar la imposibilidad de con-
ceder al paciente un derecho de reserva. La resistencia vendría a alojarse allí como los
delincuentes se refugiarían en las iglesias ante el anuncio de una redada que respetaría
su asilo. La exigencia de dar un sentido transferencial a todo lo que sucede, ¿no contri-
buye a hacer que la transferencia, ante la redada del método, devenga el refugio privile-
giado de la resistencia?
Quisiera recordar qué cambio en la concepción de la situación analítica es correlativo
de una interpretación que pasa por la transferencia.
La situación analítica

La dialéctica de la transferencia y de su interpretación es fuente de un malestar meto-


dológico por la ambigüedad que introduce en la concepción de la situación analítica.
Este malestar era localizable desde un enfoque que tenía vigencia durante mis años de
formación, y que quería que la situación fuese tan neutra como el analista y su función-
espejo. Con ello debía asegurar la espontaneidad de la transferencia, condición ella
696 Jean-Luc Donnet

misma de su analizabilidad. Ahora bien, una ambigüedad notable marcó durante mucho
tiempo esta noción de espontaneidad, pues se le hizo significar que el analista y la
situación no estaban “de balde” en el advenimiento de la transferencia (sin contentarse
con hacer valer que la reserva del uno y la invariancia de la otra lo volvían más apre-
hensible). De ese modo, I. McAlpine, en 1950, causó sensación al describir la transfe-
rencia como inducida, coincidiendo así con lo que Freud declaraba en 1912. Para que
la realidad psíquica del fantasma transferencial resultara objetivable, debió jugar segu-
ramente, como un efecto après-coup del duelo de la neurótica, la exigencia de que no
pudiese incriminarse a ningún seductor.
Correlativamente, porque el método seguía centrado sobre todo en el levantamiento de
la amnesia infantil y en la restitución del pasado, la transferencia debía ser considerada
en su dimensión de pura repetición: en esta forma, su interpretación iba a brindar los con-
tenidos de su memoria amnésica (A. Green). Desde esta perspectiva, la interpretación de
la transferencia contenía necesariamente una parte de desmentida, de rectificación de su
carácter ilusorio por parte de la realidad “neutra” de la situación.
Desde el momento en que la actualización transferencial representa el medio de la
acción analítica, pasa a requerirse y a la vez autorizarse una concepción más abierta,
más compleja pero también más ambigua de la situación de análisis. Ella plantea de
manera diferente el problema de la función tercerizante.
Por un lado, no corresponde describir la transferencia como pura repetición; la transfe-
rencia desplaza, inviste, introyecta y proyecta de manera (más o menos) discriminante: es
trabajo psíquico, simbólico o virtualmente simbolizante. Introduce diferencia en la repeti-
ción, lo que se le aparece a Freud con mayor claridad aun cuando, a contrario, se encuen-
tra con transferencias de una “fidelidad indeseada”, que evocan una compulsión de repeti-
ción más allá del principio de placer.
La espontaneidad de la transferencia estriba en su manera de irrumpir, de aprovechar
las circunstancias, de crear el acontecimiento. Yo estaría tentado de generalizar la metá-
fora de Freud sobre el amor de transferencia: se enciende fuego durante una represen-
tación teatral; por un momento no se sabe si forma parte de la representación o si se va
a incendiar el teatro. Puesto que se ha renunciado a llamar al bombero de guardia, el
problema es actuar de modo que la representación continúe, modificándose, para inte-
grar après-coup su acontecimiento. La invalorable ambigüedad de la transferencia está
en poner en tensión, con mayor o menor intensidad, la continuidad de la intriga y la dis-
continuidad del acontecimiento. Para Freud, la situación analítica era intermedia entre
ficción y realidad; habría que agregar que es intermedia entre aquí-ahora y en otro tiem-
po-en otra parte. Con el concepto de transicionalidad, Winnicott dice por qué es funda-
mental que la transferencia no se encuentre con el dilema de ser un juego verdadero o
falso: opera aquí el espíritu de un juego donde la ética de la transferencia se confunde a
veces con el principio del método.
Por otra parte, la situación analítica no es “neutra” en el sentido de una pura superficie
proyectiva. Es doblemente activa, en negativo, por lo que ella rehúsa, por las coacciones
que implica; y, en positivo, por lo que contiene de gratificante y también de seductor. Bajo
la necesaria reserva de la oferta manifiesta, se perfila una mezcla latente de frustración y
De la regla fundamental a la situación analizante 697

gratificación: Ferenczi, al proponer sus dos técnicas activas sucesivas, no hizo más que
acentuar lo que ya estaba allí.
El analista y la situación son sin duda parte activa en la estructuración del proceso trans-
ferencial: el principio de una delimitación permanente de lo observado y de la observación
ya no tiene vigencia. Además, casi no tiene sentido pretender describir de manera objeti-
va una incidencia causal directa de los instrumentos del análisis: un mismo elemento (el
diván, el silencio del analista) puede adquirir, según los pacientes y los momentos, senti-
dos diferentes y hasta opuestos.
El proceso es obra, pues, de un encuentro irreductible a determinaciones anteriores:
encuentro entre la demanda –el sufrimiento– del paciente y el analista en situación; pero,
en último análisis, encuentro entre dos diferencias: la que transporta la transferencia y la
que distingue a la situación analítica de cualquier otra situación de la vida.
La dinámica de la transferencia resulta del potencial del encuentro, se alimenta de lo
que la situación ofrece a las investiduras transferenciales y mucho más allá de la per-
sona del analista: la investigación de su mundo interno por parte del paciente no puede
separarse de la utilización –en gran medida silenciosa– que hace de los recursos del
terreno. Se puede hablar así de una analítica de situación (como se dice una comicidad
de situación) ligada a la movilización de una compulsión de representación (J. C.
Rolland) que el enunciado de la regla no hace más que sostener y acompañar.
Esta compulsión se ejerce en todos los niveles de la representancia psíquica, desde
aquella que se juega en inmediata cercanía de la delegación psíquica de las mociones del
ello, o de la función alfa (Bion), hasta lo que procede de los sistemas (yo-superyó) ligados
al lenguaje. Es notable que ya en La interpretación de los sueños Freud haya descripto un
equilibrio antagonístico, en la sesión, entre la tendencia regresiva narcisista del pensa-
miento figurativo, atraída por la realización alucinatoria, y la tendencia antirregresiva de la
palabra objetalizante; él no separaba, pues, la “psiquización” de la pulsión y la socialización
de la psique, recusando de antemano el falso dilema pulsión-objeto.
En cambio, la puesta en acto de la transferencia viene a marcar la palabra con el sello
del actuar histerizante. Su interés capital es hacer pasar a la palabra una parte de la carga
alucinatoria del fantasma inconsciente (cf. addenda). Esta finalidad confiere a la situación
analítica y a la interpretación su mira económico-dinámica específica.
Una puesta en representación tan cargada de potenciales de afectos supone la utiliza-
ción de cada uno de los medios brindados por la situación: la regresión figurativa, que
hace de la sesión un equivalente del sistema dormir-sueño, utiliza el encuadre, el diván,
el entorno, aunque sólo sea para su negativización perceptiva. La palabra implica direc-
ción al otro invisible, y mediante esta dirección le hace demanda (Lacan), lo que quiere
decir transferencia. Pero la enunciación invadida por el actuar y por el afecto implica una
transferencia sobre la palabra, una transformación temporaria del aparato psíquico en
aparato de lenguaje (A. Green).
La analítica de la situación realiza la configuración singular, variable de estas diversas
transferencias, y es crucial para el método y para la función tercera saber si –y de qué
modo– la transferencia sobre el analista se separa de la transferencia sobre la situación
analítica.
698 Jean-Luc Donnet

Si insisto, en efecto, sobre la analítica de situación, es porque su autoapropiación por


el paciente es relativamente independiente del analista y porque le permite pasar a ser,
en una modalidad suficientemente autónoma, un analizante.
Sabemos hasta qué punto las tentativas de enseñar al paciente su oficio de analizado, de
explicitar ciertas instrucciones de uso, son prácticamente inútiles. Para dar cuenta de una
apropiación que constituya una reinvención hay que mencionar la paradojicidad de lo halla-
do-creado winnicottiano, que corresponde, en el fondo, a lo que la espontaneidad de la
transferencia tiene de creativo.
El papel del analista en esta apropiación sería, ante todo, el de no impedirla: pero nada
es seguro; si su silencio de escucha encuentra aquí una de sus funciones más constan-
tes, hay que destacar que un efecto “por añadidura” de intervenciones interpretativas es
confirmar al paciente que él utiliza a sabiendas –aunque sea negativamente– la situación.
Aquí no hago otra cosa que indicar la amplitud del problema metodológico planteado
por la integración de la función interpretativa entre los recursos del terreno: y esto, muy
particularmente en lo que atañe a la interpretación de transferencia enunciada por el ana-
lista.
La amplitud del problema se mide por lo que, más allá de las diferencias comprensibles,
separa a dos modelos extremos:

– en uno –muy utilizado en Francia–, un verdadero renunciamiento a interpretar con-


dujo a hacer del silencio de escucha del analista lo esencial de su función;
– en el otro, una actividad interpretativa sistemática e intensiva da fe de una suerte
de obligación de interpretar, obligación cuyo correlato es que el analista debe hallar
en sus referencias teóricas el medio de sostenerla.

Cuando pongo de relieve la autonomía conferida al paciente por la autoapropiación de la


analítica de situación, no creo justificar el silencio fetichizado del analista; por el contrario,
la autonomía puede habilitar a este recurso esencial que es la interpretación para des-
prenderse de una obligación que impondría a la asociación libre consentir sólo en perder
el dominio del sentido para reconquistarlo con seguridad en diferido.
De hecho, la interpretación, cuando es mutativa –provenga del analizante o del analista–
llega cuando ella quiere: es tributaria del après-coup, y su hallazgo es aleatorio, imprevisi-
ble. Aun si se inserta en la continuidad procesual, actúa por la discontinuidad de su emer-
gencia, por su alcance metaforizante. Su efecto de añadidura es entonces reencontrar, pro-
ducir la disyunción entre el intérprete y el objeto de la transferencia. Este efecto tercerizante
resulta precarizado y hasta anulado cuando la transferencia no introduce diferencia simbo-
lizante en lo que ella repite. Una de las cuestiones nodales del método es saber si la inter-
pretación puede hacer analizable la transferencia o si la situación debe contar con efectos
presimbólicos.
Para que la interpretación no adopte el valor adictivo de un suministro de sentidos, es
necesario, como hemos visto, que el paciente haya podido investir el par actividad-pasi-
vidad propio de la actividad asociativa, aun cuando esté puesta al servicio de un trabajo
De la regla fundamental a la situación analizante 699

de rememoración, de historización, de autointerpretación. El analizante no es aquel que


intenta aplicar la regla: él la reinventa, dando sentido al juego que ella propone y cuya
apuesta desconocida debe ser descubierta. Tal vez presintió bastante rápidamente que el
cumplimiento de la regla es un pormenor del proceso, y que sus implicaciones más pro-
fundas se confunden con aquellos principios del funcionamiento psíquico en los que se
asienta la teoría del método.
La situación analizante

En su uso corriente, el término “situación analítica” conjuga legítimamente la acción ana-


lítica y el espacio-tiempo en que ella se desenvuelve.
Me parece útil, en cambio, distinguir el terreno analítico de la situación analizante:

– el terreno analítico contiene el conjunto de lo que constituye la oferta de un análi-


sis. Incluye al analista en función;
– la situación analizante resulta aleatoriamente del encuentro suficientemente ade-
cuado del paciente y del terreno. Implica la utilización subjetiva, en forma de halla-
da-creada, de los recursos del terreno y de su configuración singular por parte del
analizante.

¿Por qué situación analizante?


1) Para destacar la profundidad de las apuestas metapsicológicas contenidas en la
apropiación del terreno y las autorrepresentaciones que ella implica: por ejemplo, el silen-
cio del analista sostiene la experiencia crucial de la soledad en presencia del objeto. Pero
esta experiencia no es necesariamente explicitada ni interpretada. Como el iceberg, el
proceso manifiesta en la superficie una escasa parte de su espesor y complejidad. La ten-
dencia del discurso sobre el método es ignorar la elaboración silenciosa de lo intrapsíqui-
co. La noción de situación analizante querría superar, integrándola, la dialéctica neurosis
de transferencia-alianza de trabajo, en la cual esta alianza aparece muy secundarizada.
2) Para destacar la unidad funcional específica constituida por el conjunto analizante-
analista-situación: unidad de ligazón entre los procesos intrapsíquicos del paciente y su
exteriorización en la escena de la transferencia; pero también entre los procesos psíqui-
cos de los dos protagonistas hasta el punto de realizar, a través del juego de la transfe-
rencia y de la contratransferencia, una actividad de co-pensamiento, un campo
(Baranger), una fusión parcial merced a la puesta en juego de procesos identificatorios pri-
mitivos; un área de juego compartida.
El encuadre permite contener la complejidad de estos procesos imbricados, pero la inte-
riorización bilateral de lo que representa simbólicamente es lo que le permite asegurar, en
su materialidad, la vicariancia de la función tercera en el punto culminante de las crisis
tránsfero-contratransferenciales, de las situaciones límite que ellas suscitan (R.
Roussillon).
La situación analizante, por el juego autorregulado de estos intercambios, se presenta
como una estructura que integra la pareja analizante-analista en su capacidad autoorga-
700 Jean-Luc Donnet

nizadora y en la dinámica procesual de sus desorganizaciones-reorganizaciones.


3) Para destacar, por último, que esta estructura es portadora de una dinámica autoin-
vestigadora nacida del potencial del encuentro. La situación analizante contiene su propia
trayectoria procesual, está habitada por la inmanencia de un análisis con fin, fin que sólo
se definiría, en fin de cuentas, por el agotamiento de los recursos del terreno tal como se
ha actualizado entre determinado paciente y determinado analista en un momento dado
de su historia. Esta temporalidad, incluida en la dinámica misma de la ilusión-desilusión
de la transferencia –y que falta tan marcadamente en el análisis interminable–, asegura la
presencia latente de una función tercerizante que la interpretación actualiza.
Ella da su sentido a la paradójica fórmula de un paciente en el nódulo mismo de su pro-
ceso transferencial: “Vengo a mi sesión para preguntarme por qué vengo”. A ella debe el
proceso el poder ser “la exploración por la palabra de la experiencia de la transferencia”
(J. C. Rolland).

Resumen

Una apuesta capital del método analítico es la manera en que el paciente, merced a la utilización
transferencial que hace de ella, da sentido a la regla fundamental y a la situación analítica. La apro-
piación del método lo convierte en un analizante y habilita la instalación, en el terreno analítico, de
una situación analizante en la que una función tercerizante esté incluida.

DESCRIPTORES: MÉTODO PSICOANALÍTICO / REGLA FUNDAMENTAL / TRANSFERENCIA /


SITUACIÓN ANALÍTICA

Summary

FROM THE FUNDAMENTAL RULE TO THE ANALYZING SITUATION

A capital wager of the analytic method is the way in which patients, by virtue of the transferential
use they make of it, give meaning to the fundamental rule and the analytic situation. This appro-
priation of the method turns them into analyzands and enables the installation, on analytic terrain,
of an analyzing situation which includes a tertiarizing function.
Addenda

En memoria de S. Viderman
De la regla fundamental a la situación analizante 701

Se verá a continuación, para ilustrar ese juego de la regla, una escena de mi propio aná-
lisis en su comienzo, hace cuarenta años. Su memoria conservó la intensidad de un
recuerdo encubridor.
Se trata de una sesión que concluye a las ocho de la noche. Presintiendo o anticipan-
do su término, me callé. En el silencio, se desgranaron desde la torre de una iglesia veci-
na ocho campanadas. La señal que yo espero no llega y, en su lugar, crece la angustia.
Exclamo: “No quiero que usted me dé más que mi tiempo”. Lo que acabo de decir me deja
a la vez sorprendido y tranquilizado. Mi analista levanta la sesión.
Quisiera indicar lo que resulta más notorio en mi recuerdo.

a) El contraste, primero, entre mi convicción de haber hecho de la situación un uso


a la vez nuevo, improvisado y conforme con sus virtualidades, y la dimensión total-
mente enigmática de la escena para mí. Este contraste pone de manifiesto que el
sentimiento de ser un analizante no está necesariamente enlazado a una puesta
en sentido interpretativa.
b) Mi convicción se apoya, en caliente, sobre la actualización del conjunto de los
elementos del terreno: el encuadre (término fijo de la sesión); el dispositivo (la
escena es impensable sin el diván y sin la inminencia de la situación de pie); el
analista (guardián sospechoso del encuadre y objeto de la transferencia); por últi-
mo, la regla (volveré sobre ella).

Esta conjunción inesperada me hace tener la impresión de ser el autor de toda la escena,
de haber creado lo que estaba “ya ahí”;

c) se apoya también en la huella mnémica de la transformación sufrida y provocada


por mi enunciación: en el arranque, me dirijo a mi analista con una acción; en la
llegada, siento que lo que dije viene de lejos y me toca de cerca, pero me resulta
enigmático, sin displacer; puedo recordar hasta qué punto la experiencia de este
proceso tenía necesidad de sustentarse en el silencio de mi analista.

Comentario après-coup

En un momento ulterior de mi análisis, a través de la interpretación y de la elaboración,


descubrí las diversas facetas del fantasma de seducción de/por el adulto que había veni-
do a actualizarse en la escena de la transferencia y a decirse de manera transparente bajo
la tapadera de la denegación. Más difícil de integrar fue la resonancia traumática de las
ocho campanadas del reloj, que evocaba la inexorabilidad del tiempo, de la separación,
de la muerte.
Me percaté entonces de que, en la escena, mi enunciación había hecho de mí, en iden-
tificación con la voz del superyó-ideal, aquel que decidía el término para no quedar some-
tido a él.
Mi sentimiento agradable de haber sido un analizante, ¿no traducía sobre todo mi satis-
facción de haber tomado el lugar de guardián del encuadre? ¿Defensa maníaca o halla-
702 Jean-Luc Donnet

do-creado?
En cualquier caso, la autonomía del analizante no puede ser situada –como tampoco la
alianza de trabajo– fuera del campo de la transferencia y de su interpretación; llegado el
caso, puede interpretarse como una defensa contra la experiencia de dependencia vivida;
pero ¿a quién se dirigiría esa interpretación si tal dependencia transferencial no fuera
metaforizada por la propia transferencia?
Sobre la escena misma, yo no le dije (¿escrupulosamente?) a mi analista: “Me angus-
tia la idea de que…”; y menos aún, “Tuve recién la fantasía de que…”. Mi enunciación
tiene cabalmente el estatuto de una puesta en acto. ¿Qué hace que tal puesta en acto uti-
lice más plenamente la situación analítica que las otras dos que habrían traducido, sin
embargo, una toma de conciencia?
Primero, ella hace la experiencia de confundir proyectivamente al analista con el otro
–aquel o aquella que querría conservarme–, antes de reencontrar a aquel del que no lle-
garé a decir que “siempre supe” que iba a levantar la sesión y que, identificándose con-
migo, me dejaba el tiempo de decir: nada puede suplantar al hecho de que “el retorno
sobre sí se efectúe a través del rodeo por el otro” (A. Green).
También, la complejidad de lo que se juega en la distancia entre el acontecimiento psí-
quico (el afecto del silencio, la escucha del reloj, el ascenso de la angustia) y la palabra:
en un primer tiempo, la angustia es enigmática y la enunciación, yoica (sé lo que no quie-
ro); en un segundo tiempo, la enunciación que hizo desaparecer la angustia (represión)
se me tornó enigmática, y en tal carácter es ofrecida al psicoanalista por el analizante.
Tomó el valor de un significante. El conjunto de este entrecruce posee un alcance subje-
tivante insustituible.
La apuesta subyacente es una modalidad privilegiada de franqueamiento de la barrera
de la represión: desde el punto de vista de la interpretación, el franqueamiento se cumple
por la ligazón asociativa entre la angustia y la representación denegada de una demanda
de amor. Pero, comparado con una simple toma de conciencia, el agieren es portador de
una introyección pulsional: en efecto, transfiere sobre el acto de habla la potencia aluci-
natoria inherente al fantasma de deseo inconsciente. La histerización de la palabra reali-
za un Ersatz de satisfacción alucinatoria.
La actualización transferencial sustenta la posibilidad de concebir la interpretación como
lo que acompaña o provoca una onda de simbolización, portadora de una conjunción ópti-
ma de la fuerza y del sentido.

(Traducción de Irene Agoff)


De la regla fundamental a la situación analizante 703
704 Jean-Luc Donnet
De la regla fundamental a la situación analizante 705

También podría gustarte