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Su cuerpo estaba lleno de surcos sanguinolentos, a los que no se les permitía cicatrizar, porque los

látigos de sus verdugos siempre volvían a golpear en el mismo lugar. Su mente había entrado en
un estado de obnubilación, producto de la saturación de dolor a la que había sido sometido desde
hacia varias semanas. Se parecía a un viejo saco de boxeo desgastado antes que un ser vivo. Pero a
veces, durante unos pocos segundos, podía ver un pequeño recuerdo, y eso era suficiente para
retener su cabeza en esta realidad. Se veía a sí mismo junto a un hombre que era importante para
él, o sacrificando su vida para salvarle, o rebelándose contra su autoridad; todos los
desafortunados eventos que lo llevaron a ser cruelmente castigado en algún cuarto recóndito del
Inframundo, merced de la maldad de cuatro criaturas demoniacas enormes, corpulentas y sádicas
que agitaban sus látigos contra su carne. Los Espectros no pueden temer a la Muerte, porque
viven en ella, así que se les inflige el mayor dolor posible por la eternidad.

Pero al mismo tiempo que se asumía condenado para siempre, arriba, en el reino de los mortales,
un joven muchacho se dirigía con prisa al Santuario de Athena, tribulado por un extraño sueño,
donde pudo observar al misterioso hombre moreno, que hacia varias semanas atrás le había
salvado el estómago con algo de dinero, siendo torturado cruelmente en un cuarto frío y oscuro.
La mirada de súplica que aquel hombre le lanzó se le quedó grabada en la mente, tanto que se
rehusaba a cerrar los ojos por temor a encontrárselo de nuevo. Cuando despertó,
automáticamente tuvo la intuición de que debía dirigirse al Santuario de la diosa Athena, y buscar
a un hombre, un guerrero de la élite de Athena, para ser específicos, que respondía al nombre de
Sheigram. Pero aquel lugar era completamente nuevo para él, por lo que no tenía la mínima idea
de dónde empezar su búsqueda.

Arribó a una pequeña ciudad que precedía al Santuario, que en aquel momento de la noche, se
encontraba llena de gente. Paraba un transeúnte tras otro para preguntar dónde podía hallar a un
tal Sheigram, pero la única contestación que recibía eran miradas de desconcierto, ya que las
personas allí conocían el tipo de hombre que buscaba ¿Qué asuntos podía tener un niño en
harapos con un guerrero de alta jerarquía? En vez de darle la información que pedía, solamente se
reían y pasaban de largo. Al cabo de un par de horas, el muchacho se rindió y se echó en alguna
esquina. Su estómago se revolvía del hambre, no había comido nada aquel día y el día anterior
tampoco, y para rematar, venía de caminar varios kilómetros. Alentado por la necesidad, trató de
robar un par de manzanas de un comerciante que ofrecía una amplia variedad de frutas y verduras
al público. Pero, para su desgracia, el comerciante le pilló en el acto, y armó un escándalo que en
cuestión de segundos congregó a bastante gente alrededor de él y el muchacho. El chico trató de
escapar tan rápido como pudo, deslizándose como un pez entre la muchedumbre, tropezándose
con los espectadores aquí y allá, buscando la manera de salir de allí tan pronto como pudiera
antes de que las cosas se pusieran peor.
El hombre frente a él emanaba un aura imponente, propia de un guerrero de élite. A pesar de que
desconocía la existencia del Santuario y de los Caballeros de Athena, reconocía que era una
persona importante en la sociedad. Esto ciertamente le daba esperanzas; muy probablemente
aquel hombre sabría la solución a sus problemas. El muchacho, que respondía al nombre de
Alexander, se aferró al pantalón de Sheigram como una garrapata, y le miró con ojos suplicantes.

¡Por favor, señor, se lo pido, ayúdeme! -Le rogó, su voz sonaba como si fuera a quebrarse en
cualquier momento- Llevo dos semanas teniendo el mismo sueño… Es horrible… a su amigo lo
torturan en un calabozo, cuatro monstruos espeluznantes… no sé por qué… pero tengo esta
sensación de que no es solo un sueño, y no vivo tranquilo desde entonces… por eso vine aquí, para
buscarlo a usted, para pedirle su ayuda…

Naturalmente, el joven Alexander no conocía la verdadera identidad de Therios y Sheigram. Ni


siquiera su poderosa imaginación de niño podía suponer que ambos procedían de ejércitos al
mando de Dioses, y que poseían un poder oculto llamado Cosmos; mucho menos podía figurarse
que sus sueños eran una visión del castigo que Therios sufría en el Inframundo. No tenía la mínima
idea de cuán complejo era ayudarlo bajo aquellas circunstancias, sobre todo para un soldado del
bando enemigo, para el cual entrar a esos territorios le suponía la muerte y también estaba
estrictamente prohibido. Sí, no había muchas opciones que probar; a menos que Sheigram
intentara pedir ayuda al viejo sacerdote de Rodorio, que presidía un templo donde los habitantes
del pueblo rendían tributo a la diosa Athena, y donde, además, realizaba en privado rituales un
tanto más ilícitos.

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En el Inframundo existen miles de prisiones diferentes, ordenadas en varias categorías para cada
tipo de alma desgraciada que despertaba la furia de los Señores del Infierno. Las peores celdas se
reservaban para quienes cometían el pecado más grave de todos: la traición. En todos sus años
militando en el ejército de Hades, y recorriendo cada rincón del Inframundo, Therios jamás
encontró el final de la prisión en que ahora se encontraba. Pasillos interminables, celdas inmersas
en una oscuridad absoluta, un viento gélido que recorre hasta los huesos, y el eco inquietante de
gotas cayendo en alguna parte. A veces podían ser gotas de agua, y otras veces podían ser gotas
de sangre, como en su caso. No sabía cuántas heridas tenía su cuerpo, cuánta sangre perdió,
cuántos fluidos fueron expulsados violentamente de su organismo. Su mente solo se concentraba
en el dolor; en soportarlo, en esperarlo. Incluso sus párpados pesaban lo suficiente para hacerle
imposible abrir los ojos. También sus manos y pies parecieron desconectarse de su cuerpo, porque
la presión de los grilletes acabó por quitarle la sensibilidad en las extremidades.

En semejante estado casi vegetativo, el baño de agua fría que recibió de repente fue como un
choque eléctrico en su pecho. Todos sus sentidos volvieron a la vida de forma brusca, y el dolor
que pasaba desapercibido para su mente atacó de inmediato. Sus gritos de agonía llenaron el
silencio de la celda estridentemente. Con mucho esfuerzo volvió a abrir sus ojos, topándose con
una realidad borrosa, por lo cual tuvo que parpadear varias veces para aclarar su visión.
La oscura silueta frente a él tomaba la apariencia de un hombre bajito, flaco y encorvado, un
rostro lleno de arruga, dientes amarillos, ojos saltones y una verruga sobresaliente en la mejilla
derecha. Vestía también una Sapuri, lo que significaba que era un espectro perteneciente al
mismo rango que él. Le costó reconocerlo al principio, pero una mueca de asco se dibujó en su
rostro en cuánto recordó su nombre. Se trataba del Espectro de Rana, uno de los más repudiados
entre las filas del Inframundo, conocido por su inmundicia, vileza, crueldad y perversión, y también
el hombre que había arrojado agua fría sobre el cuerpo moribundo de Therios. En su mirada se
podía notar cierto grado de complacencia y malicia; definitivamente, le producía placer ver a
Therios en un estado tan deplorable.

Maldito… -Masculló Therios- ¿Qué haces aquí?

¡Te ves fatal, hombre! -Respondió el Espectro de Rana, entre risas- De verdad hiciste enfurecer a
los jefes esta vez… Nunca aprendes -Aplastó la cara de Therios contra la pared con su pie- Siempre
esperé la oportunidad de verte así, destruido por dentro y por fuera…

Como salga de aquí… -Amenazó Therios- Te voy a sacar la mierda…

¡¿El día que salgas de aquí?! ¡Nunca vas a salir de aquí, idiota! -Vociferó el Espectro de Rana, antes
de lanzarle una patada en el rostro- En el Inframundo no perdonamos, no somos tan flexibles
como otros reinos. Si la cagas, no tienes forma de arreglarlo. Estás condenado, para siempre.
Aquella prisión era custodiada por cuatro demonios horripilantes: Azkaban, Vitrubio, Sagasti y
Sapión. Su crueldad no tenía límites; disfrutaban torturar a los prisioneros, como si
experimentaran un placer sexual, y practicaban con ellos los métodos de tortura más
descabellados e inimaginables. Producían tanto terror en sus víctimas, que éstas no podían evitar
verlos siempre en sus pesadillas; cuerpos de hombres altos y musculados, cubiertos por una
espesa capa de pelaje negro, cabezas con rasgos de murciélago y jabalí combinados y enormes
alas demoniacas. Auténticas bestias del Infierno que vigilaban los fríos, húmedos y oscuros pasillos
de la prisión que albergaba a millones de pobres diablos, y también al alma desgraciada de
Dullahan.

Therios trataba de disfrutar la sombría tranquilidad que había en su sector, antes que Azkaban
regresara y empezara los castigos del día. Este pequeño momento de paz era profundamente
apreciado por los prisioneros, que podían respirar un poco luego de horas y horas interminables
de dolor. Pero, a veces, también tenía el efecto contrario, porque creaba un sentimiento de
angustia de que aquel breve descanso se acercaba pronto a su fin y, nuevamente, habrían de
enfrentar el sufrimiento. Había pasado ya un buen rato desde que Azkaban se había, y Therios
empezaba a ponerse nervioso, porque podía presentir que el verdugo iba en camino.

¡¡M-Mierda!! -Pensó, forcejeando con los grilletes- Si tuviera… un poco más de fuerza… ¡Rompería
estas cadenas!

De repente el suelo empezó a estremecerse; primero fue un ligero zumbido, y después se tornó en
una sacudida violenta. Frente a los ojos de Therios, una brecha de luz crecía como un ojo
abriéndose, a tal punto que llenó su visión por completo y lo cegó por unos instantes. No volvió a
separar los párpados hasta que escuchó una voz familiar gritarle a la distancia:

¡Si quieres vivir... MUEVE TU MALDITO CULO ESPECTRAL Y VEN HACIA MI!

Conocía aquella voz. Al principio, quería creer que no era él, pero sucedió; Sheigram estaba allí, a
varios metros frente a él, en un bosque neblinoso, a altas horas de la noche. Se preguntaba cómo
había llegado allí ¿Acaso Sheigram fue capaz de abrir una grieta entre el Mundo Terrenal y el
Inframundo? No, las propiedades sobrenaturales del bosque en que estaban también jugaron un
papel importante. Ahora era libre de nuevo; los grilletes que lo ataban habían sido rotos, y había
salido de aquella lúgubre celda, pero sus extremidades estaban débiles, por lo que le costó
levantarse y correr como pudo hacia Sheigram. Había un sentimiento de esperanza, pero también
había odio y resentimiento. A pesar de que corriera hacia él como si fuera a lanzarse a los brazos
de su salvador, tenía la intención de confrontarlo eventualmente.
Muchos pensamientos confusos se agolparon en su mente, al punto que no fue capaz de ver venir
el rodillazo que Azkaban le había lanzado a la cara. Retrocedió hasta caer incluso más lejos de
dónde originalmente había aparecido. En cuanto pudo reincorporarse, maldijo su suerte; de
alguna forma, Azkaban, el mayor de los cuatro demonios que custodiaban la prisión del
Inframundo, pudo cruzar la grieta que Sheigram abrió, para perseguir a su fugitivo. Estaba furioso,
tanto que podía echar humo por las orejas.

M-Maldito… Como… -Masculló Therios, poniéndose de pie con dificultad y agarrándose la nariz-.

Tienes suerte, bastardo… -Respondió Azkaban, con una expresión asesina en su rostro- Te las
apañaste para salir de ahí, pero no importa, porque te voy a matar aquí mismo - Y fiel a su palabra,
Azkaban se abalanzó sobre Therios como un tigre sobre su presa, pero el Especto pudo responder
con un golpe de codo vertical, que aturdió por completo a Azkaban y lo hizo retroceder varios
pasos- Tú… ¡¿C-Como?!

Actualmente, mi cuerpo podrá estar en la mierda… Pero hay una diferencia enorme entre tú y yo,
patán. Por eso yo soy un Espectro y tú un simple centinela. Incluso si no puedo usar toda mi
fuerza, puedo barrer el piso contigo… bastardo -Declaró Therios, en un tono provocativo-.

De inmediato Azkaban fue al ataque y trato de lanzar varios puños a Therios, que pudo esquivarlos
todos por un pelo. Pronto apareció una apertura en la guardia de Azkaban, que Therios aprovechó
para conectar una patada alta a la sien, que mandó al demonio al suelo. Therios no dejaría pasar la
oportunidad y se abalanzó sobre su oponente abatido, que rápidamente se puso de pie y lo evadió
por un pequeño margen. El sudor empezaba a correr por la frente de ambos peleadores. Azkaban
volvió a la carga con una ronda de golpes, de los que Therios no pudo esquivar dos, que, si bien no
fueron lo suficientemente fuertes como para derribarlo, hicieron tambalear su visión. Trató de
golpear también a su oponente, pero Azkaban logró bailar a través de la lluvia de puñetazos y le
conectó una ronda de golpes completa, que lo hicieron retroceder y caer sobre sus rodillas.

¿Gran diferencia? Apenas y me habrás hecho un rasguño… -Sentenció Azkaban campante, antes
de soltar una patada hacia el abdomen de Therios. Sin embargo, su movimiento fue evadido por
suerte. Therios aún tenía algo de energía, que usó para dirigirse a Azkaban, fingir que lo golpearía
por la derecha, para abrir su guardia izquierda y arrojar su siniestra hacia el rostro. Pero antes de
que su puño siquiera tocara a Azkaban, éste había logrado conectar un golpe de gracia a una de las
costillas ya rotas de Therios. Incapaz de sobreponerse al dolor y al shock, el Espectro de Dullahan
se desmayó sobre el suelo merced de su contrincante-. Je… gracias a mi Señor que te hice añicos
en esa celda… Ahora -Tomó a Therios del cuello y lo alzó en el aire- Muerete, maldito.
A partir de ahora, no volverás a saber qué es la insatisfacción. Con el poder que ahora te entrego,
puedes realizar cualquiera de tus deseos.

Aquellas palabras me hicieron creer que estaba salvado. Pero la verdad es que mi alma todavía
estaba lejos de hallar la verdadera felicidad. Mi vida de mortal fue patética; me la pasé solo,
enfermo y miserable. Hay muchas cosas que me habría gustado vivir, tesoros que ahora
celosamente deseaba tener; una familia, un primer amor, una medalla, una carrera profesional, un
álbum lleno de recuerdos, y, en especial, un amigo duradero. Pero para un Espectro es difícil, por
no decir imposible, aspirar a tales cosas; a cambio de la vida eterna y la oportunidad de vengarme
de la humanidad, renuncié a cualquier posibilidad de disfrutar aquellos placeres. Me convencí en
vano de que eran nimiedades, porque años después, volví a anhelarlos, en el fondo, con todo mi
ser.

Estaba seguro de que jamás podría cumplir mis deseos, pero entonces este sujeto, Sheigram,
apareció y complicó todo. Lo que inicialmente era una misión sencilla, acabó en un lío lleno de
muerte, destrucción, sentimientos confusos,

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