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La larga trayectoria de la presencia humana prehispánica y colonial

Los primeros asentamientos humanos en América han dejado la evidencia de las


técnicas y utensilios que permitieron a los hombres pasar de ser recolectores de productos
silvestres a las faenas agrícolas y entrar en otro proceso de civilización. El territorio que
actualmente ocupa Bello, la arqueología ha demostrado que fue habitado por ambos tipos
de sociedades y que contaron con animales domesticados al igual que escasa fue la
posibilidad de utilizar y trabajar los metales. Provienen de hallazgos en Niquía y consisten
en puntas de lanza talladas en piedra, y algunas evidencias más, de hace aproximadamente
10.500 años, desde finales de la última glaciación (Castillo, N.: 1988, 23-24). Fechas más
próximas indican en el Valle de Aburrá hubo sucesivos asentamientos y mucho más allá del
mismo, río Porce abajo.

Se ha deducido que estas comunidades eran agrarias y se alimentaban del maíz, la


yuca, el ñame y el fríjol, además del aprovechamiento de los recursos pesqueros, avícolas y
la recolección de otros productos vegetales Hay evidencias de ello desde hace cerca de
8.000 años consistentes en molinos manuales, hachuelas, vasijas de arcilla cocida, y una
suerte de construcciones materiales. Los lugares indican la existencia de prácticas, rutinas y
rituales que suponen unas pequeñas sociedades sedentarias.

Las evidencias anteriores se encuentran relacionadas con la conservación de


memoria cultural en Bello y en distintos sitios de Antioquia del Valle de Aburrá.
Particularmente, en 1995 en la vereda, ahora barrio de La Primavera, hoy día tiene esa
connotación especial, la de un pasado que no fue el origen sino otro mundo que también
existió y debe reconocerse y valorarse (Santos, G., 2020/2021, 59-62).

El ciclo siguiente fue protagonizado por los primeros españoles que llegaron al
Valle de Aburrá el día 24 de agosto de 1541. Era para ellos el día de San Bartolomé y
comandaba el grupo Jerónimo Luis Tejelo, quien estaba a órdenes de Jorge Robledo,
teniente que a su vez recibía órdenes de Sebastián de Belalcázar, pero en su interior tenía el
deseo de crear su propia empresa de conquista. Tejelo al mando de unas tres decenas de
hombres remontó la Cordillera Central y dio noticias de su exploración: ella fue el arribo
con sus escasos hombres, caballos y perros al Valle de Aburrá, al que llamaron Valle de
San Bartolomé. Encontró, dice el cronista Juan Bautista Sardela, señales evidentes de una
antigua y rica civilización en la que “se hallaron muy grandes caminos y azequias de agua,
todo fecho a mano y muy grandes hedeficios antiguos que según los yndios decyan haber
sido destroydos por guerra que entre ellos avían tenido.”
Fuera de lo anterior, las descripciones de los cronistas se refirieron al paisaje
geográfico y a alusiones apuntes al indígena. De esta manera se comportó Sardela quien
anotar que los de ese valle “son grandes labradores, tienen ropa y mucho de comer así de
carne, de frutos, porque tienen grandes arboledas y están en aquel valle que es muy ancho y
vicioso.”1 Como un aspecto que le llamó la atención fue el de los caminos; se refirió al que
se dirigía al oriente que permitió descubrir al conquistador canales de agua hechos a
mano y grandes edificaciones antiguas que los mismos indios decían fueron destruidos por
guerras entre ellos (Sardela: 1993, 286-288). Respecto al impacto emocional de los indios
anotó que fue tal que “tocaron sus atambores e bozinas e juntáronse hasta mil indios” para
enfrentar, armados de dardos, macanas, hondas y estólicas, a los invasores por varias horas.
El relato concluye con un triunfo: a pesar de que el grupo de Tejelo lo conformaban 33
hombres, solo hirieron a unos siete y a unos tantos caballos. Sin embargo, llegaron muchos
más indios que, increíblemente, fueron derrotados por los 33 españoles.

Pero los nativos del valle no tenían oro, la razón vital de la conquista. Sobre ello
Juan de Castellanos, otro cronista, en el que se considera el poema más extenso de las letras
castellanas (Elegías de Varones Ilustres de Indias), se dolió que las posibilidades que
ofrecían estos lugares (de valles amenos y fértiles riberas) para ser explotados y con ello
aumentar el aprisco cristiano, no contara con hombres menos ambiciosos que aquellos que
sólo esperan por sueño y ocio, generosa paga.

1
En efecto, la primera descripción que se tiene sobre la vida de quienes habitaban el Valle de Aburrá y sobre
el mismo territorio, es una muestra de que lo hecho por la empresa conquistadora y colonizadora española, no
era sólo una aventura sino además: una sistemática y racional empresa que empezaba por observar, evaluar y
registrar con ojo menudo, lo que aparecía en ese nuevo y maravilloso mundo.
Fotografía: Punta de flechas Porce III. Colección Arqueología del Museo de la Universidad de Antioquia

Pasarían varias décadas para la presencia de Gaspar de Rodas y sus conquistas. En


una de ellas llegó al fértil, abundante valle, la emprendió río abajo, hasta llegar a los
territorios dorados del bajo Nechí y del bajo Cauca, donde fundó a Zaragoza de las Palmas
(Castellanos, J.: 1996). Mientras tanto el Valle de Aburrá serviría a este tipo de personajes
como un potrero apto para la ganadería y ella prevista con destino a las fundaciones de
poblados mineros. Se desdeñó al Valle de Aburrá para fundar una ciudad asiento de los
españoles y más bien se fijará la atención en Santa Fe de Antioquia, Buriticá, Remedios,
Cáceres y Zaragoza.

Mucho tiempo fue ese el destino de este valle fértil y así se fue poblando
dispersamente, como centro proveedor de alimentos y de carne. Por entonces en el territorio
que luego ocuparía Bello, se formó la encomienda de indios en Niquía; su creador el
gobernador don Gaspar de Rodas. Éste, el 15 de enero de 1574, había pedido una merced
de tierras al cabildo de la Villa de Santa Fe de Antioquia en los siguientes términos:
[…]Como a vuestras mercedes consta, esta tierra se va ensanchando e padeciendo
necesidades de comidas, e como respecto la obligación que tengo de servir a Su
Majestad e bien de esta tierra, atento el aparejo que hay en el Valle de Aburrá donde
tengo mis indios de encomienda, en nombre de Su Majestad pido a Vuestras Mercedes
que hagan Merced en el dicho Valle de Aburrá, que está a diez leguas de aquí, poco
más o menos, cuatro leguas de tierra para fundar los hatos de ganados y estancias de
comidas; la cual Merced suplico se me haga desde los asientos viejos del Aburrá para
abajo (Zapata, H.: 1981, 9-10) . […]

Cuatro años después, en 1579, el mismo Rodas consiguió una capitulación para la
“gobernación, población e reedificación de las provincias de Antioquia, Ituango, Nive y
Bredunco y otras entre los dos ríos (Magdalena y Cauca)”. Quedó entonces con todo el
poder de repartir tierras e indios y además conceder “tierras, solares, estancias y huertas
entre las personas que con él fueren y se hallaren en el dicho descubrimiento y población,
teniendo en cuenta con los méritos y servicios de cada uno (Álvarez, V.:1996, 58)”.

En 1607, a raíz de la muerte de Rodas, su hato ganadero y sus propiedades pasaron a


manos de sus dos hijos, Alonso y Ana María. “El marido de esta, Bartolomé Suárez de
Alarcón, heredó la gobernación y consolidó el Hato Viejo”, que fue el primer nombre que
tuvo Bello. Luego, hacia 1610, se remataron las 200 cabezas de ganado y 30 yeguas que
tenía el hijo de Rodas en el Valle de Aburrá (Álvarez, 59). La historia sucesiva que siguió
el territorio fue una prolongada intervención de transacciones en las cuales hubo numerosos
vendedores y compradores durante los dos siglos siguientes, al tiempo que se formalizaba
la nucleación de habitantes en dos sitios pequeños, Hato Viejo y Fontidueño.

El nombramiento de un pueblo

Tal como en la tradición mágica y en la fundamentación mítica, el nombre crea y


encanta. Y como por arte adánico, Bello, pasa de ser una dehesa, una extensa manga para
pastar el ganado, a una fracción citadina. El viejo hato se convierte en un nuevo y bello
poblado. Fue en el año de 1884, por obra del señor presidente del Estado Soberano de
Antioquia, Luciano Restrepo, el que después de una amable solicitud de un grupo de
habitantes, en 1883 decretó que, en adelante, el poblado de Hatoviejo se llamaría Bello. Y
Bello y sus pocos habitantes cobraron su identidad nominal.

El nombre de Bello para este poblado, está ligado a la vida de Marco Fidel Suárez, a
quien en el año de 1881 se le otorga el premio por su trabajo sobre Andrés Bello y su
gramática, en el marco de la celebración del centenario de nacimiento de este caraqueño,
maestro y amigo de Bolívar. Cien años más tarde, en la celebración del segundo centenario,
Germán Arciniegas, el autor de El caballero de El dorado, plantea la pregunta
confirmadora: “¿Puede haber otro rincón del continente mejor que Hato Viejo para que don
Marco le armara la cuna de la gloria a su ideal de don Andrés Bello?”

Fotografía: Marco Fidel Suárez

Así, dice Arciniegas, el hijo de la lavandera, hizo que Bello naciera aquí, en un
tiempo en que todo era limpio: el aire, el agua, el cielo, la lengua del común (Arciniegas,
G.:1981). Lo más probable es que haya sido el mismo Suárez quien hubiera sugerido el
cambio de nombre de la fracción de Hato Viejo por la de Bello, a decir por la amistad que
le unía a Baltazar Vélez y a José María Nilo, dos curas que firman y, probablemente
redactan, el memorial que enviaron el presidente del Estado de Antioquia, en el que
solicitan el cambio de nombre de Hato Viejo por el de Bello y, a uno de los cuales dedica
Marco Fidel, el último de Los Sueños de Luciano Pulgar, poco antes de morir. El nombre
del escrito de Suárez, es El sueño del Padre Nilo:
[…]Busquemos o recordemos, pues, mejicanismos en su Bello o Belvalle, nombre
adecuado, por cierto, aunque al reemplazar con él el nombre antiguo, (Hatoviejo) por
obra del padre Baltasar Vélez, protector de usted, fue materia de chacotas y zumbas el
motivo o fin del cambio, fin o motivo que atendieron a ilustrar la aldea con el nombre
del inmortal Bello, a cuya gramática había consagrado usted un estudio en Bogotá
(Suárez, M.: tomo 12, 402). […]
Algunos apartes de este memorial del 27 de octubre de 1883, señalan los primeros
pasos de la gesta por la identidad de los pobladores de Bello. Los cerca de 50 firmantes le
dicen al presidente que este pueblo lleva un injurioso nombre, desde los tiempos de la
conquista, nombre que, apenas se puede justificar para una manada de cuadrúpedos, para
cualquier tipo de ganado. Lo cual ya no es importante, pues de no existir ganadería y, sí un
pueblo, que por lo menos aspira a ser civilizado, se le sigue llamando hatoviejeños a sus
habitantes, lo que, aplicado a una colectividad, es denigrante al máximo.

Dicen a continuación los solicitantes que, aunque tarde (1883), no quieren seguir
llamándose ni que los llamen como si fueran un Hato, pues hasta ahora, con ese nombre
solo se han sentido despreciados y por eso han sido víctimas de mil burlas y anécdotas
injustas, que andan circulando de boca en boca. Piden en consecuencia, de manera
encarecida al presidente, que, de ahora en adelante, se les llame bellinos, más que
hatoviejeños (Archivo Histórico de Antioquia, 8, 12.199).

Lo anterior significa que, el viejo hato de Hatoviejo nunca se fundó, que ya no es ni


nunca lo fue, porque permaneció siempre sin autonomía, dependiendo de otras poblaciones.
Ese hábitat de los Niquías, que la corona española, ofreció a su conquistador Gaspar de
Rodas, quedó borrado, nominalmente, por la prestidigitación del mayor creador de mitos
que ha tenido la población que hoy se llama Bello: Marco Fidel Suárez. Él lo confiesa, por
boca o voz de Lorenzo, interlocutor de Luciano Pulgar, en el último sueño que escribió
poco antes de morir.

Sin embargo, en el rigor histórico, el siglo XIX transcurrió para los habitantes de
Hatoviejo y de la fracción Bello, sin grandes sobresaltos, con una dinámica económica baja
y una movilidad poblacional y social relativamente escasas. En efecto, la población durante
este siglo se mantuvo entre los mil y los dos mil habitantes como lo indican los censos. Por
ejemplo, hacia 1808 parece que los terrenos ya se habían agotado y el ambiente de
Hatoviejo se mostraba “seco y estéril para frutos” según lo muestra un testimonio sobre las
producciones del Cantón de Antioquia en este año: “Al pie de cordillera donde está San
Christobal, está la parroquia de Atoviejo, en terreno seco, estéril para frutos. Tiene Diez y
Siete casas de Texas y tapias, una iglesia de lo mismo y treinta y dos casas de paja; por
todas Quarenta, y Nueve (AHA.: 6538).”

En este mismo censo se establece que la población total de Hatoviejo es de 1.476


almas. No obstante, comparándola con el censo de 1828 tal población en 20 años muestra
una reducción, ya que se establece un total de 1.030 habitantes discriminados en 447
hombres libres; 486 mujeres libres y 97 esclavos.  En otro censo que hiciera la provincia de
Antioquia, en el Cantón de Medellín, en 1843, el distrito parroquial de Hatoviejo que
pertenecía a Medellín, registra una población total de 1.814 habitantes lo que significa que
en cerca de 40 años mantuvo poca variación poblacional aunque los esclavos se habían
reducido a 54 (AHA.: 2693, 8). Hatoviejo se mantuvo como un distrito pobre y de baja
rentabilidad tanto que, en 1857, hubo necesidad de repartirlo entre Medellín y San Pedro.
“A Medellín le correspondió la cabecera (Zapata,:12).”

El nacimiento de un municipio

Fotografía: Bello a principios de siglo, Edgar Restrepo

El despegue o repunte económico de los antioqueños hay que buscarlo e


interpretarlo en las relaciones entre mineros y comerciantes, pero luego en la relación entre
comerciantes y cultivadores de café, y, particularmente, en el surgimiento de una élite
comercial que tendría asiento en Medellín y de la que saldrían, no sólo las iniciativas, ideas
y proyectos de industrialización sino de urbanización y de una gran infraestructura

Es probable que la disminución poblacional se deba a las guerras sostenidas dentro del marco de la
Independencia como consecuencias de reclutamiento, desplazamiento o muerte.
comercial, bancaria, educativa, de transporte y de comunicaciones. Sobra decir en este
punto que de esa gran élite surgiría también la gran dirigencia y militancia política que
orientaría, no sólo a la población antioqueña, sino a la colombiana por mucho tiempo.

Los crecimientos cualitativos y materiales de Bello nacieron con el siglo XX y


bajaron navegando en las aguas de sus arroyos y quebradas. Como magia y leyenda
mosaica, Bello fue un pueblo separado por sus aguas y salvado por ellas. Justamente la élite
comercial y financiera de Medellín ya había fijado sus ojos en los terrenos de Bello para
establecer una industria textil desde el año de l899, intento que se malogró al estallar la
“Guerra de los Mil Días”. En esta ocasión los interesados en crear la primera empresa de
tejidos, con maquinaria pesada, movida por energía hidráulica, fueron entre otros, el
ingeniero Germán Jaramillo Villa y Pedro Nel Ospina, hijo del presidente Mariano Ospina
Rodríguez y quien más adelante, igual que su padre, llegaría al solio presidencial de
Colombia. También hicieron parte de esta comisión que quiso fundar la Compañía
Antioqueña de Tejidos, los hermanos Restrepo Callejas, hijos de Fernando Restrepo Soto,
acaudalado comerciante, quien les infundió a sus vástagos (Carlos, Ricardo, Camilo y
Emilio) la búsqueda de la fortuna “por caminos más seguros y en negocios en que el azar
no ejerza influencia preponderante” (Restrepo, M.:1988, 25, 17).

Cabe anotar aquí, como curiosidad y como una forma de empezar a observar las
tramas de la política con el poder comercial, financiero e industrial de aquella élite
antioqueña, que Carlos Restrepo Callejas era yerno de aquel Ciudadano Presidente,
Luciano Restrepo, quien en 1883 aceptó la suplicante petición de los hatoviejeños de que su
pueblo llevara el nombre de Bello.

El 10 de febrero de 1902 se estableció legalmente la Compañía Antioqueña de


Tejidos en la notaría segunda de Medellín. La integraron Eduardo Vásquez J. Como
representante de Pedro Nel Ospina, los hijos de Fernando Restrepo y Cía. (Camilo C.
Restrepo Callejas y Emilio Restrepo Callejas), Manuel J. Álvarez C., y Antonio José
Gutiérrez, gerente del Banco Popular (Suárez, 9, 127). No se sabe aún con certeza si al
momento de iniciarse esta sociedad ya Bello había sido señalado como la sede de la
Compañía, lo cierto es que para el año de l905 ya la fábrica está terminada y a partir de ese
momento Bello nace realmente. El nuevo ritmo de los telares y de la lanzadera, proyecta a
esa pequeña aldea a una trama más compleja, a un tejido social heterogéneo y, a un
permanente hilvanar en su vida urbanística y arquitectónica.
El Hatoviejo que se volvió Bello hacia finales del siglo XIX, no llegaba aún a los
dos mil habitantes. Era, según Marco Fidel, “una calle muy larga salpicada de casas, con
algunas pocas manzanas en torno del templo. Muchos frutales excelentes, maizales,
cañaduzales y platanares muy prósperos (Suárez, 11, 127)” El pueblo era entonces, dice
Suárez en otro sueño, “una mera calle, puede decirse, dividida en dos barrios, la calle
Arriba, habitada por los ‘ñoes’, la calle Abajo, asiento de los ‘dones’ (Suárez, 12, 403).”

Bello, inicia su vida colectiva en sentido moderno, a principios del siglo XX.
Primero fue un sueño o una ciudad soñada. Fue, tal vez, la primera ciudad de Colombia
pensada como expresión concreta de la modernidad. Fue maquinada mentalmente, por la
naciente clase social de empresarios medellinenses decimonónicos, que provenían de
sectores mineros, comerciantes, banqueros y cultivadores de café. Muchos de ellos
exploraron el territorio del Valle de Aburrá con el ánimo de establecer y poner a prueba sus
proyectos de formación industrial, especialmente de tejidos y textiles.

Pero fue una llamada élite ilustrada –formados algunos de ellos en la Escuela de
Minas – la que el 10 de febrero de 1902 estableció legalmente la Compañía Antioqueña de
Tejidos, en la Notaría Segunda de Medellín, y escogió como lugar de asiento de la misma a
Bello, cerca de un gran complejo natural de quebradas, ya que se necesitaba de ellas y de la
energía hidráulica que potenciarían para que la empresa pudiera movilizar su mecánico
andamiaje, y tras ella, el nuevo complejo social y cultural que atraería una buena
inmigración humana de diversos lugares antioqueños.

La empresa se construyó cerca de las quebradas La García, La Chiquita, La


Tatabrera y La Chachafruto en el año de 1905 y en ese mismo año la fracción de Bello,
perdió su condición de calle Arriba y calle Abajo (una sola calle) porque una nueva y
trasgresora arteria –El Carretero- le cambiaría el horizonte de aldea arcadiana, en beneficio
de la nueva vía del progreso industrial. Se inició el proyecto de unir la plaza de la fracción
de Bello con la fábrica de tejidos, recién construida.

Curiosamente es en esta misma fábrica de tejidos e hilados donde por primera vez
en la historia colombiana las mujeres emprenden una huelga, que cobró no solo
dimensiones de escándalo, sino que puso en primer plano la visualización y la discusión
sobre las condiciones de empleo y explotación de las mujeres y de los trabajadores por
parte de la naciente burguesía industrial antioqueña. Cerca de cuatrocientas mujeres y cien
hombres pararon sus trabajos el 12 de febrero de en 1920 en la se llamaba la Compañía de
Tejidos Medellín, y se declararon en huelga.
Las protagonistas por supuesto fueron las mujeres, por la calidad de las peticiones a
patrones y autoridades, además de las acciones novedosas que emprendieron para llamar la
atención de la población, el gremio obrero y la solidaridad de la prensa, e incluso de la
misma Iglesia, tan ligada a los empresarios. Pedían no solamente el aumento salarial y la
rebaja de horario, sino que clamaban por el despido de varios supervisores que habían no
solo chantajeado, sino abusado sexualmente de muchas de las obreras.

Las mujeres, según un reportero del Correo Liberal, del 13 de febrero del mismo
año, se armaron de palos y piedras para quitarles los pantalones a aquellos compañeros que
querían romper la huelga con intención de volver al trabajo, “Izaron bien altas en un palo
las insignias fundamentales de su sexo, unas faldas”. La huelga de señoritas duró 21 días.
Las mujeres y los escasos hombres que las acompañaron, obtuvieron la reducción de la
jornada laboral a diez horas, el derecho a poder almorzar y tomar el “algo”, trabajar con
zapatos y lograron un alza de salarios del cuarenta por ciento e hicieron despedir a los
abusivos acosadores, Jesús Monsalve, Teodulo Velásquez y Manuel J. Velásquez, que
habían “arrojado a los abismos pavorosos de la prostitución a varias de las obreras”.
(Spitaletta. R. 2020)

En este escenario de la huelga de señoritas de Bello, los reporteros destacaron la


figura de una de las más aguerridas dirigentes del movimiento, Betsabé Espinal, a la que
uno de ellos, del periódico El luchador, comparó con una esclava rebelde, luminosa y
sexual. Un reportero de El espectador, que se firmaba como El curioso impertinente,
interrogó a un grupo de obreras sobre las acusaciones que se hacían contra Manuel de Jesús
Velásquez, uno de los supervisores del que se decía que llamaba a solas a las muchachas
para favorecerlas si cedían a sus pretensiones, o castigarlas o despedirlas si no se sometían.
En efecto, el reportero confirmó las acusaciones por confesión de ellas. (Farnsworth A.
1996)
Fotografía: Panamericana de Textiles, 1944, montaje de calderas, Foto Gabriel Carvajal, archivo BPP

Quince años antes, se empezó a trazar para Bello el primer triángulo urbanístico con
la creación de un carretero que iba desde su plaza principal hasta esa primera fábrica
textilera. El 13 de abril de 1905 el alcalde de Medellín, Nicanor Restrepo Giraldo, envía
una carta al presidente del concejo municipal, Julio M. Restrepo, para manifestarle que en
compañía de los señores Manuel J. Álvarez, Daniel Botero, Camilo C. Restrepo y el señor
ingeniero superior de caminos del Departamento, se trasladaron el sábado último a la
fracción de Bello, y que después de reconocer y estudiar detenidamente los terrenos por
donde ha de cruzar la calle que ha de unir la plaza de dicha fracción, con el puente sobre
“La García”.

Se convencieron de la utilidad que reportarán, tanto al Distrito como a La Empresa


de Tejidos una vez abierta dicha calle y del poco costo de la obra, toda vez que los cercos
serán de alambre, la faja baratísima considerando la utilidad que al propietario acarrea y
que el banqueo es relativamente insignificante. Dice el alcalde que es de la opinión de
todos, que al trazar la calle se haga en forma de curva matemática, teniendo como bases la
calle norte de la plaza de Bello, al topar con terrenos del señor Zapata y el estribo del
puente sobre “La García” (Archivo Histórico de Medellín: 274, 1085)
El primer eje urbanístico y vial del Bello del Siglo Veinte, se inicia entonces al
norte, con el empalme de la calle Arriba con el Carretero a través la Callecita que los
conectará a manera de triángulo, por el influjo de la creación de la fábrica en el sector de
Playa Rica. Con ello, empieza la primera inmigración y un flujo de identidades que
pugnaba entre lo tradicional agrario y lo moderno industrial, con su secuela de
domesticación de nuevos tiempos y de nuevos espacios de reagrupamiento cultural.

Lo que significó que los bucólicos sonidos y las consuetudinarias prácticas de una
comunidad de a pie, de a caballo, que obedecía al tañer de campanas y a los tiempos lentos
y largos de las jornadas de sol, se trocaron en variados ritmos y ordenados movimientos
cuando el Bello de los años de 1910 a 1930, se irguió como el centro de todas las
implantaciones de una estrategia de progreso industrial y vial, en la que confluyeron la
llegada del ferrocarril, en 1913, primero que a Medellín, la creación del distrito municipal
de Bello, según la Ordenanza departamental Nº 48 de abril de 1913 y la fundación de
Fabricato en los años veinte, con su lógica consecuencia de nuevos diseños urbanísticos
para las nuevas perspectivas poblacionales y, la construcción de los talleres del ferrocarril,
bendecidos el 20 de noviembre de 1925 y terminados hacia 1929. Fábrica y Taller
construidos al sur y al sureste de la plaza o parque de Bello y entre los linderos demarcados
por las desembocaduras de las quebradas la García y El Hato.

Bello fue perturbada entonces por el canto de las sirenas obreras de las textileras y
por los pitos ferrocarrileros. Se colmaría de hogares proletarios y de canciones urbanas y
ciudadanas. Crecería una élite obrera al lado de otra comercial. Los primeros asomos
urbanos girarían en torno de estos centros fabriles y comerciales. Se le llamaría “La
Manchester Suramericana” y sería la primera ciudad obrera de Colombia, con el menor
índice de población campesina y la que se asumió como ciudad barrio, la de los múltiples
barrios obreros, que espontánea u organizadamente, la hicieron ver como la ciudad nueva,
distinta y de todos. El municipio de Bello ha crecido y se ha transformado. Pero aún
conserva su esencia popular y su condición trabajadora. Todavía Bello tiene el sabor terroso
de sus brisas y el color bermejo de sus suelos. Es un pueblo que tiene dimensiones de
ciudad. Es una mezcla de diversas gentes que han aprendido a aceptar que Bello es un
puerto seco, a donde se llega provisionalmente, pero con el gran riesgo de quedarse.
Bibliografía

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