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Cien años de Código Penal.

Confluencias y divergencias en torno a


sus sentidos político-criminales1
Santiago Ignacio Sánchez2

Sumario

En este trabajo se realiza una aproximación histórica a la política criminal del Código Penal
sancionado en 1921 y actualmente vigente. Para analizar su contenido y sus sentidos, se
problematizan el contexto ideológico, político-parlamentario y académico durante el proceso de su
gestación, en relación con el avance y la posterior hegemonía de la corriente del positivismo
criminológico dentro del ámbito jurídico. La idea que sustenta este trabajo es que, aunque el
Código de 1921 puede considerarse como inscripto en una matriz liberal de “penalismo clásico”,
al mismo tiempo, no debe rechazarse de plano la influencia de un positivismo criminológico que
distó de ser homogéneo, y que no en todos los casos pretendió para el Código una política
criminal más autoritaria o severa. Esto se vinculó con el proceso político-social que vivió nuestro
país: la llegada al poder del primer partido político de masas y la influencia del Poder Ejecutivo, a
cuyo cargo se encontraba Hipólito Yrigoyen.

I. Introducción

Este año se cumple el centenario de la aprobación del Código Penal vigente en Argentina.
No fue la primera experiencia codificadora en nuestro país, pero sí el primer texto en la materia
que logró consolidarse de manera perdurable. La historia que antecede, concurre y acompaña al
Código está cargada de hechos sumamente relevantes para la historia política, criminológica y
penal de Argentina, y puede considerarse como clave de respuesta a las múltiples incógnitas que
surgen en torno al sentido político criminal del Código. Acaso la principal sea aquella asociada a
las ideas del positivismo criminológico imperantes en aquel contexto: ¿por qué el Código Penal no
fue abiertamente positivista?, ¿eran esas ideas dominantes en la academia, pero no en el ámbito
legislativo?, ¿cuál es el papel que tuvo el radicalismo creciente en ese contexto y cuál el papel del
presidente Yrigoyen? Son muchos los interrogantes. Nos dedicaremos en las siguientes páginas a
bucear en la historia para intentar desentrañarlos.

1
Agradezco a Mariano Kierszenbaum la lectura y los comentarios previos, que sirvieron como guía e
inspiración.
2
Abogado, profesor de historia e integrante de la Cátedra de Derecho penal y procesal penal de la Prof. Dra.
Mary Beloff en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires.
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Reinhart Kosellek afirmaba que el tiempo natural, que permite ver “las arrugas de un
anciano o las cicatrices en las que está presente un destino de la vida pasada”, es distinto al tiempo
histórico. Éste último está asociado a unidades políticas y sociales de acción, con sus respectivos
modos de realización, e incluye un ritmo temporal propio.3 En este sentido, toda indagación del
pasado aparece como un interrogante del presente y habilita una dimensión de futuro. Esperamos
humildemente, entonces, que las siguientes páginas contribuyan a la discusión sobre lo que el
futuro compartido nos depara.

II. El contexto codificador: el proyecto Tejedor y el Código Penal de 1887

Los conceptos, al igual que los procesos sociales, económicos o políticos, tienen
historicidad. Por ello, un acercamiento a los sentidos, el contenido y los motivos del Código
Moreno de 1921 implica establecer un puente comunicante con las experiencias de codificación
previas: es el caso del anterior Código Penal, de 1887, y su temporalmente breve período de
vigencia.

Veintitrés años pasaron entre la designación de Carlos Tejedor -en 1864- para la redacción
de un proyecto de Código Penal y la aprobación del texto por el Congreso Nacional. En medio de
ese proceso, variados acontecimientos sobrevinieron. Por un lado, muchas legislaturas provinciales
-por su propia cuenta y en su tarea de organización institucional- fueron adoptando el texto de
Tejedor. Fue el caso de Buenos Aires, Entre Ríos, Corrientes, San Luis, Catamarca, Santa Fe,
Salta y Tucumán. Por otro lado, en 1869 el Poder Ejecutivo Nacional -con autorización del
Congreso- nombró una Comisión a cargo de supervisar el proyecto entregado por Tejedor
(integrada por Sixto Villegas, Andrés Ugarriza y Juan Agustín García), para “examinarlo
prolijamente”, cuando el mismo era ya una realidad en muchas de las provincias. Esta labor de
supervisión se hizo tan profundamente que, tal como dijera en su conferencia de 1921 el profesor
de Derecho Penal de la Universidad Nacional de Córdoba, Julio Rodríguez de la Torre, en su
entusiasmo la Comisión interpretó que la ley la autorizaba a presentar un proyecto completamente
nuevo “en reemplazo del que se le encargaba examinar prolijamente”.4 Luego de doce años, en
1881, Villegas, Ugarriza y García elevaron su trabajo al Ministerio de Justicia.

3
Kosellek, Reinhart; Futuro Pasado, Barcelona, Ed. Paidós, 1993, pp. 13-14.
4
Rodriguez de la Torre, Julio; El proyecto de Código Penal y sus nuevas instituciones, Córdoba, Revista De La
Universidad Nacional De Córdoba, Año 4, N°8, octubre 1917. Recuperado de:
https://revistas.unc.edu.ar/index.php/REUNC/article/view/5725

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Ese mismo año, el Poder Ejecutivo envió el texto al Congreso, donde fue tratado por la
Comisión de Códigos de la Cámara de Diputados. Sin embargo, en la Comisión parlamentaria
comenzaron a convivir dos proyectos: el original, de Tejedor, y el completamente nuevo de
Villegas, Ugarriza y García. Luego del examen parlamentario, la Comisión de Códigos se decantó
por el proyecto de Tejedor –aunque con modificaciones-, emitiendo dictamen favorable en 1885.
Hay que destacar que, de todos modos, no era el texto original de Tejedor el que finalmente
aprobó la Comisión parlamentaria, sino una versión con enmiendas realizadas en la Cámara de
Diputados. Por último, el proyecto sería aprobado a libro cerrado en Diputados y Senadores, en
el mes de noviembre de 1886.

El transcurso de este largo proceso, que significó la primera experiencia codificadora en


materia penal en nuestro país, arrojó -como esperable consecuencia- que los ánimos con el que el
Código fue recibido no estuvieran igualmente bien predispuestos como aquellos que lo habían
instado más de veinte años atrás.5 Hasta tal punto ello era así, que el Presidente de la Nación,
Miguel Ángel Juárez Celman, bajo cuyo mandato se había conseguido sancionar y promulgar el
Código, lejos de festejarlo como un logro emitió un decreto apenas 3 años después de su entrada
en vigencia, para una pronta reforma. En los considerandos de aquel decreto aparecían las
razones, y se refería que “la ciencia penal se ha enriquecido con nuevas doctrinas que, si bien son
objeto de discusión y no se imponen desde ya como verdades inconcusas, deben tomarse en
consideración para tomar de ellas lo que pudiere importar un provecho para nuestra
legislación…”.6 En este sentido, el flamante Código había nacido viejo. El penalismo liberal, de
cuño beccariano, aparecía ahora como una reliquia que debía resignarse frente a los nuevos
descubrimientos de la ciencia penal positivista.

De esta manera, en 1890 se constituyó una nueva Comisión que tenía la misión de redactar
un proyecto actualizado de Código Penal, y en ella fueron nombrados tres juristas de nota,
formados al calor de la hegemonía de las ideas positivistas, todos con una fuerte impronta político-
institucional: Norberto Piñero, Rodolfo Rivarola y Nicolás Matienzo.7 En el transcurso de un año,

5
Según Thomas Duve, la influencia de Feuerbach en el Código redactado en 1867 fue más dogmática que
teórico-filosófica, de modo que el tiempo transcurrido entre la confección del trabajo y su adopción legislativa supuso,
en el campo jurídico, un pasaje directo desde una suerte de “absolutismo ilustrado” a un “liberalismo reformista” –
propio de la hegemonía positivista-, sin una estación intermedia en la que predominara el “constitucionalismo liberal”.
Véase: Duve, Thomas; ¿Del absolutismo ilustrado al liberalismo reformista? : la recepción del Código Penal Bávaro
de 1813 de P.J.A. von Feuerbach en Argentina y el debate sobre la reforma del derecho penal hasta 1921, en: Ambos,
Kai; Böhm, María Laura; Zuluaga, John; Desarrollos actuales de las ciencias criminales en Alemania, Göttingen,
Göttingen University Press, 2016, pp. 203-228.
6
Levaggi, Abelardo; Historia del derecho penal argentino, Buenos Aires, Abeledo Perrot, 1971, p. 193.
7
Los tres juristas serían estudiantes del Colegio Nacional de Buenos Aires, graduándose luego como abogados
en la Universidad de Buenos Aires. Al momento de su designación en la comisión de legislación, Piñero contaba con
33 años, Rivarola 34 y Matienzo 30. La nota característica de las trayectorias de Piñero y Matienzo será el fuerte

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los tres jóvenes intelectuales presentaron un proyecto que contaba con 352 artículos. De la extensa
exposición de motivos del proyecto se desprende el diagnóstico que realizaron los jurisconsultos
sobre la “cuestión penal”: existía todavía una gran diversidad de sistemas de penalidad conviviendo
con el Código Penal, un gran número de leyes especiales con sanciones penales y aún leyes
federales del mismo tipo. En 1895, una comisión de la Cámara de Diputados –luego de estudiar el
trabajo- se expidió aconsejando la sanción del proyecto, con modificaciones menores.8 Sin
embargo, el asunto no se debatió en las sesiones ordinarias, y aún a pesar de haber sido incluido
en las sesiones de prórroga siguió sin ser tratado. Recién en la sesión de la Cámara de Diputados
del 13 de junio de 1900 se trabajó con el despacho de la Comisión de Legislación -ahora integrada
por Juan Argerich, Pedro T. Sánchez y Manuel Ignacio Moreno-, despacho que sería contrario al
proyecto de Piñero, Rivarola y Matienzo, y que propondría numerosas modificaciones.9

El Senado, por su parte, demoraría otros tres años en abocarse al proyecto. Finalmente, se
aprobó la reforma del Código Penal mediante la ley 4189 del año 1903, con la sola voz disidente
del senador por Catamarca Julio Herrera.10 La ley incorporó sólo 105 artículos del proyecto
original, además de agravar todas las penas y reincorporar la pena de muerte. A poco de ser
sancionada, la norma generó un automático rechazo, especialmente en el ámbito judicial. Según
explicó Rodolfo Moreno (h), tanto el Código Tejedor –aún desactualizado y con “defectos”- como
el proyecto de 1891 eran unidades de sentido, cada una respondiendo coherentemente a su
propio criterio. “De manera que al tomarse del proyecto de 1891 una serie de disposiciones y

entrelazamiento entre actividad académica y desempeño de cargos públicos de primer orden: Piñero fue interventor
federal de San Luis, embajador en Chile y más tarde candidato presidencial por Concentración Nacional (la fórmula
conservadora para competir contra la de la UCR, Alvear-González); Matienzo sería nombrado al frente del
Departamento Nacional del Trabajo por el presidente Figueroa Alcorta, luego designado a cargo de la Procuraduría
General de la Nación por Hipólito Yrigoyen, y posteriormente Ministro del Interior por Marcelo T. de Alvear.
Rivarola será el que desarrolle un perfil más netamente académico, llegando a ser Presidente de la Universidad
Nacional de la Plata. Los tres participarían activamente en la recientemente creada Facultad de Filosofía y Letras, en
distintas asignaturas e incluso –Piñero y Matienzo- en el rol de decanos.
8
Este grupo estuvo conformado por Mariano Demaría, Francisco Barroetaveña, Tomás J. Luque y Remigio
Carol.
9
Una de las reformas más importantes sería, nada menos, la introducción de la pena de muerte. Las posiciones
del diputado Juan Argerich, Presidente de la Comisión de Códigos, a favor de dicha modificación, serán expuestas
más adelante en este trabajo, cuando se trabajen el contexto ideológico.
10
Julio Herrera (1856 – 1927) nació en San Fernando del Valle de Catamarca. Allí completo sus estudios
secundarios, aunque no pudo acceder a la educación universitaria. Comenzó su carrera en el ámbito judicial, llegando
a ser secretario del juzgado federal de Catamarca. Más tarde, fue elegido diputado nacional. Entre 1894 y 1897
alcanzó el cargo de gobernador de su provincia, y aplicó un importante plan de obras públicas e infraestructura. Luego
de cumplir su mandato obtuvo su título de abogado, y posteriormente fue nombrado miembro del Superior Tribunal
de Justicia. En 1898 fue elegido senador por la provincia de Catamarca. Cumplido su mandato, retornaría a su
provincia natal, en donde volvería a ser nombrado miembro del Tribunal Superior de Justicia de la provincia.

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colocarlas sin preocuparse de la concordancia, en reemplazo de otras del código vigente, se


destruyó el conjunto de ambos cuerpos y se complicó el problema”.11

Tan pronto como en el año 1904, entonces, el presidente Manuel Quintana y su ministro
Joaquín V. González suscribieron un decreto en el que designaban una comisión de reforma
legislativa, con el fin de afrontar una nueva modificación del Código. 12 En este caso, la comisión
estaba compuesta por Rodolfo Rivarola y Norberto Piñero (autores del proyecto de 1891), a los
cuales se sumaban Francisco Beazley, Diego Saavedra, Cornelio Moyano Gacitúa y el médico José
María Ramos Mejía. Como secretario de la comisión fue nombrado José Luis Duffy. 13 El 10 de
marzo de 1906 fue elevado al Poder Ejecutivo el proyecto de nuevo Código.

En la Exposición de motivos, los autores aclararon que renunciaron a las “innovaciones” que
no estuvieran fundadas en una “experiencia comprobada”, y que cuando introdujeron alguna “no
se han preocupado de averiguar si ella se debe a la iniciativa y al patrocinio de los clásicos o de los
positivistas”.14 En este proyecto, se introducían institutos como el de la “libertad condicional” –ya
presente en el de 1891- y el de la “condenación condicional”. A pesar de las elogiosas críticas que
recibió el trabajo, el Congreso no lo despachó, y permaneció a estudio de la Comisión de Códigos
de la Cámara de Senadores. Entre tanto, otras normas con contenido penal serían sancionadas por
el Congreso Nacional. Tal el caso de las leyes de Reincidencia, de falsificación y circulación de
moneda, de Seguridad social, de cheques dolosos y de Trata de blancas.

Recién diez años después –en 1916-, el diputado nacional conservador Rodolfo Moreno (h)
reiniciaría el esfuerzo por la reforma del Código, con la intención de poder recomponer la
dispersión normativa y superar los problemas de la ley 4189. Todas las iniciativas anteriores se

11
Proyecto de Código Penal para la Nación Argentina, Exposición de Motivos, Cámara de Diputados del a
Nación – Comisión especial de legislación penal y carcelaria, Buenos Aires, Talleres gráficos de I.J. Rosso y Cía.,
1917, p. 14.
12
En el decreto de 19 de diciembre de 1904, tercer considerando, se admitía: “Que existe conveniencia
indudable en revisar e imprimir carácter permanente, o por lo menos durante un largo período de tiempo, al Código
Penal de la Nación, el que después de frecuentes reformas generales o parciales, no ha logrado satisfacer los unánimes
anhelos de una justicia equitativa, equilibrada y concorde con el estado social de la población en las varias regiones de
la República, y menos en la Capital Federal”.
13
Francisco Beazley había sido interventor federal de la provincia de San Luis y luego jefe de policía de la
Ciudad de Buenos Aires. Moyano Gacitúa era catedrático de Derecho Penal en la Universidad Nacional de Córdoba
y fue luego propuesto y designado como Juez de la CSJN. Saavedra fue Juez, luego Camarista, y también interventor
federal en tres ocasiones. Ramos Mejía, por su parte, era médico y uno de los principales introductores de la escuela
criminológica psicopatológica. Por último, José Luis Duffy tendría una actuación destacada en el ámbito penitenciario,
alcanzando el grado de oficial mayor de la secretaría de Policía.
14
Citado en Moreno (h), Rodolfo; El Código Penal y sus antecedentes, Buenos Aires, H.A. Tommasi Editor,
1922, Tomo I, p. 87. Para no dejar dudas, la comisión prosiguió: “Las preocupaciones de escuela, las discusiones
teóricas, las disquisiciones académicas, no han tenido cabida en el seno de la comisión, y cualesquiera que fueren las
opiniones personales de sus miembros sobre tópicos determinados de la ciencia penal, todos han estado de acuerdo
en que no era la oportunidad de sostenerlas, porque queríamos que la obra común resultara libre de todo espíritu
sectario y constituyese una zona franca, a cubierto de cualquier reproche de exclusivismo”.

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habían desarrollado en un contexto de indiscutido predominio del Partido Autonomista Nacional


(PAN) -la fuerza de carácter nacional que encarnaba el proyecto de la elite oligárquica del ’80-,
aunque ese predominio no careciera de resquebrajamientos internos, que desestabilizaban y
hacían peligrar la unidad política de la clase dirigente. Una expresión de esto último fueron las
tensiones entre Congreso y Poder Ejecutivo, ambos en control del PAN, que se arrastraban ya
desde principios de siglo.15 Ese fue el marco en el que se inscribieron las marchas y contramarchas
en los distintos proyectos alrededor de la sanción de un nuevo Código Penal.

No obstante, al momento de la presentación del proyecto de Moreno (h) la situación en el


país era distinta en varios sentidos. La sanción de la Ley Sáenz Peña y la apertura democrática se
verían acompañados de la aparición de nuevas fuerzas políticas, capaces de disputar el dominio
indiscutido de la elite oligárquica, e introducir nuevas discusiones, tópicos argumentales y
discursos en las instituciones representativas más importantes.

III. El contexto parlamentario

El 12 de octubre de 1916 llegó a la primera magistratura Hipólito Yrigoyen. Las aspiraciones


de los sectores reformistas de la “élite” política –arquitecta del régimen oligárquico de exclusión
fundado en la década del ’80 del siglo XIX16- se vieron frustrados: los resultados de la ampliación
del sufragio no dotaron a su exclusiva hegemonía de mayor legitimidad, sino que llevaron el
triunfo al partido opositor.

La Unión Cívica Radical era un partido surgido de la profunda crisis económica y política de
1890. Durante las dos décadas y media de existencia antes de 1916, la UCR introdujo importantes
cambios en el escenario político. Si el PAN estaba signado por una política “notabiliar” restrictiva y
el fraude electoral, la UCR, por el contrario, aplicaría métodos originales para derrotar al régimen
oligárquico, que fueron desde el fortalecimiento de la organización interna del partido hasta la

Ya en la Convención de Notables del año 1903, se produjo la ruptura de la alianza entre Pellegrini y Roca, y
15

la conformación de una facción opositora pellegrinista que asumía un programa de reformas políticas. Estas fracturas
internas fueron solidificando en los años subsiguientes: luego de la muerte del presidente Manuel Quintana (alineado
en el roquismo), lo sucedió en el cargo su vicepresidente, José Figueroa Alcorta (pellegrinista). Las diferencias de la
dirigencia roquista con el programa reformista que pretendía llevar a cabo Figueroa Alcorta se expresaron de manera
patente en los conflictos del presidente con la mayoría parlamentaria. Llegaron hasta tal punto que, ante la negativa del
Congreso a sancionar la ley de presupuesto para el año 1908, el presidente clausuró las sesiones extraordinarias del
Congreso, en enero de 1908, y ordenó la ocupación del edificio sede del Legislativo. La prensa de aquel momento no
dudó en hablar de un “golpe de estado”. Véase: Castro, Martín; ¿Reacción institucional o avanzada dictatorial? Las
tensiones entre el congreso y el ejecutivo a comienzos del siglo XX ; en: Estudios Sociales, año XXIX, n° 56, Santa Fe,
Universidad Nacional del Litoral, enero-junio, 2019, pp. 37-60.
Botana, Natalio; El orden conservador: la política argentina entre 1880 y 1916 , Buenos Aires, Sudamericana,
16

1998.

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revuelta, la revolución y la abstención electoral, pasando por la adopción de un discurso público


ferviente y de denuncia.17

A fines del siglo XIX la vitalidad inicial del radicalismo sufrió un fuerte declive, debido a la
estrategia de alianzas y transigencia que comenzó a preconizar cierta fracción del partido, liderada
por Bernardo de Irigoyen -que se convertiría en gobernador de la provincia de Buenos Aires en
1898-. La dispersión de la dirigencia y la desarticulación partidaria, empero, fue revertida a
comienzos del siglo XX. La supervivencia del partido sería, principalmente, obra de Hipólito
Yrigoyen, quien rescataría la simbología fundacional de la UCR, convocaría a la creación de un
Comité de la Capital, y luego, en febrero de 1906 a un Comité Nacional.18 La estrategia
revolucionaria y de intransigencia frente al régimen fue adoptada de nuevo, lo que se vio
cristalizado en las revoluciones de 1905 en varias provincias y en el significativo aumento del
apoyo de tipo popular. Esas bases sociales comenzarían a tener alcances nacionales, aunque no
dejarían de ser amplias y heterogéneas.19

Lo cierto es que, aunque el radicalismo triunfó en las elecciones presidenciales, no obtuvo


de inmediato un control indiscutido de las principales instituciones representativas. La situación en
el Congreso Nacional era ilustrativa a este respecto: en 1916, la UCR contó con 43 diputados
nacionales, de un total de 120. Esta coyuntura llevó a que el Poder Ejecutivo tuviera que intentar la
negociación con los sectores conservadores, mayoritarios en el Congreso, pero también –en otros
ámbitos- aplicar distintas estrategias institucionales, la más intensa de las cuales era la intervención
federal de las provincias.20

La situación en el Congreso fue modificándose gradualmente en las siguientes elecciones.


En 1918 el radicalismo ya contaba con 58 diputados nacionales, mientras que en 1920 alcanzó el
número de 102 sobre un total de 158. Esto significa que la UCR no contaba con mayoría propia

En el “Manifiesto revolucionario de 1890” se aprecia ya el tono del discurso político que caracterizará al
17

período fundacional de la UCR: “El movimiento revolucionario de este día, no es la obra de un partido político.
Esencialmente popular e impersonal, no obedece ni responde a las ambiciones de círculo y hombre público alguno.
No derrocamos al gobierno para separar hombres y sustituirlos en el mando; lo derrocamos porque no existe en la
forma constitucional, lo derrocamos para devolverlo al pueblo a fin de que el pueblo lo reconstituya sobre la base de
la voluntad nacional y con la dignidad de otros tiempos, destruyendo esta ominosa oligarquía de advenedizos que ha
deshonrado ante propios y extraños las instituciones de la República”. Citado en: Mensaje y destino, Buenos Aires,
1946, Vol. VII, p. 48.
Alonso, Paula; La Unión Cívica Radical: fundación, oposición y triunfo (1890-1916); en: Lobato, Mirta Zaida
18

Dir. Nueva Historia Argentina, Tomo V, Buenos Aires, Ed. Sudamericana, 2000, pp. 209-259.
19
Según David Rock, el radicalismo contenía fórmulas políticas amplias y no clasistas, lo que le permitía
interpelar y despertar apoyos en distintos sectores de la sociedad: la incipiente clase media, los sectores populares y
trabajadores pero también fracciones de la clase terrateniente. Véase: Rock, David. El radicalismo argentino, 1890-
1930. Buenos Aires, Ed. Amorrortu, 2001, pp. 68-75.
20
Mustapic, Ana María; Conflictos institucionales durante el primer gobierno radical: 1916-1922; en:
Desarrollo Económico, vol. 24, no. 93, 1984, pp. 85–108.

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cuando el proyecto de Código penal ingresó al Congreso Nacional, a instancias de Rodolfo


Moreno (h), en Julio de 1916. Según apuntó Roberto Etchepareborda en su clásico trabajo sobre
Yrigoyen y el Congreso, para el año de 1917 la oposición estaba conformada por 70 legisladores:
38 pertenecientes al Partido Demócrata Progresista, 22 del Partido Conservador y 10 del
Socialismo.21

La actitud del conservadurismo hacia el radicalismo era, lógicamente, de abierta y franca


hostilidad. Ello se relacionaba con el triunfo electoral radical y el aumento de su adhesión popular,
que aparecía como una fuerza plebeya y también responsable de una suerte de decadencia
institucional. Aquí se debe incluir -además de a la pléyade de partidos conservadores que
sobrevinieron a la disolución del P.A.N- al Partido Demócrata Progresista (PDP), surgido en 1914,
como uno de los más serios intentos de reorganizar a las fuerzas conservadoras a nivel nacional. Si
bien se destacó por su fuerte organización interna, la experiencia del PDP terminó por frustrarse,
en gran medida por las diferencias entre los principales referentes políticos dentro del ámbito del
conservadurismo, especialmente las figuras de Lisandro de la Torre y Marcelino Ugarte.22

Una mención especial merece la situación del Partido Socialista. En sus primeros tiempos,
no se trató de un partido en el que prevalecieran las ideas marxistas ni revolucionarias. Bajo el
liderazgo de Juan B. Justo, se consolidó como una alternativa moderada y reformista, con
aspiración a representar a los trabajadores urbanos, aunque su principal dirigencia estaba integrada
por sectores medios ilustrados y profesionales. A ello se refirió la historiografía como el triunfo de
la “hipótesis Justo”.23 En este sentido, a pesar de que, en la teoría, el socialismo estaba en las
antípodas ideológicas del conservadurismo, en la práctica fueron frecuentes los acuerdos con ese
sector. Esto se debía a que el socialismo consideraba al conservadurismo como una opción
“clasista” -de la burguesía-, a diferencia del radicalismo, cuya simbología y discursividad se
representaban como ambiguos. También hay que destacar que el socialismo competía
directamente con el radicalismo por la captación de los sectores populares y trabajadores.24

21
Etchepareborda, Roberto; Yrigoyen y el Congreso, Buenos Aires, Ed. Raigal, 1951, p. 24.
22
Malamud, Carlos; El Partido Demócrata Progresista: Un Intento Fallido De Construir Un Partido Nacional
Liberal-Conservador, en: Desarrollo Económico, vol. 35, no. 138, 1995.
23
Aricó, José, La hipótesis de Justo. Escritos sobre el socialismo en América Latina , Buenos Aires,
Sudamericana, 1999; también: Adelman, Jeremy; El Partido Socialista Argentino, en: Lobato, Mirta Zaida Dir. Nueva
Historia Argentina, Tomo V, Buenos Aires, Ed. Sudamericana, 2000.
24
Según Ricardo Martínez Mazzola, es principalmente en oposición a la UCR –a la que se reconocía carácter
popular pero a la vez se la definía como vieja e inorgánica “política criolla”- que los socialistas fueron construyendo su
agenda y estrategia política a ser impulsada por una fuerza que se quería renovadora. Véase: Martínez Mazzola,
Ricardo; El partido socialista y sus interpretaciones del radicalismo argentino (1890-1930). Tesis de Doctorado,
Repositorio Facultad de Filosofía y Letras (UBA), 2008. Disponible online:
http://repositorio.filo.uba.ar/handle/filodigital/1879

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De este modo, la dinámica de oposición de los partidos no gobernantes posibilitó eventuales


acercamientos entre ellos dentro del Congreso, y consolidó las bases de una tónica general de
manifiesta enemistad política con el Poder Ejecutivo. Esto no hizo más que profundizar un
proceso de conflictividad que –como se mencionó más arriba- se arrastraba desde principios del
siglo. A ese respecto, la situación de la UCR no fue menos compleja. Al poco tiempo de haber
ganado las elecciones presidenciales, el proceso democratizador que aseguraba la Ley Sáenz Peña
trajo debates y discusiones acerca de la representatividad política que impactarían en la dirigencia
parlamentaria radical. Así, para 1918/1919, algunos diputados radicales se manifestarán en contra
de un alineamiento directo con el gobierno -de su partido- y considerarán al Congreso como un
contrapeso del Poder Ejecutivo.25

IV. La dinámica parlamentaria

Rodolfo Moreno (h) era ya un político experimentado del conservadurismo bonaerense


cuando presentó el nuevo proyecto en julio de 1916. Habiéndose doctorado en jurisprudencia en
la Universidad de Buenos Aires, en 1900, ocupó luego los cargos de Ministro de Obras Públicas y
–posteriormente- Ministro de Gobierno de la provincia de Buenos Aires durante la gestión de
Marcelino Ugarte. En 1916 fue electo diputado, cargo en el que sería reelegido tres veces, hasta
1930.26 Se desempeñó también como profesor universitario, en las cátedras de Derecho Civil y
Derecho Penal en las Universidades Nacionales de La Plata y Buenos Aires. Según refirió en su
obra “El Código Penal y sus antecedentes”, aceptó el proyecto de 1906 como base para elaborar el
suyo, aunque con algunas modificaciones.27 Con asiento en ese trabajo envió una encuesta a

25
Entendemos que éste es uno de los ejes centrales para comprender las características del proceso de
aprobación del proyecto de Moreno (h). La base de la disidencia se basaba en la discusión acerca de la naturaleza de
la representatividad de los legisladores electos: ¿debían representar al partido político triunfante –como institución que
mediara entre Estado y sociedad civil- o bien directamente a los ciudadanos? Esta última opción era la que
esgrimieron los sectores disidentes, rechazando también la formación de “bloques” dentro del Congreso. El armado
de “bloques” era relevante en las relaciones entre Legislativo y Ejecutivo, porque canalizaba la posibilidad del
gobierno de favorecer o impedir la sanción de ciertas leyes en el recinto parlamentario. Para estas discusiones en el
seno del radicalismo, véase: Ana Virginia Persello, El partido radical: gobierno y oposición, 1916-1943. Tesis de
doctorado, FFyL, UBA, 2003, pp. 164-194.
26
Después de su actuación en el Congreso, la carrera política de Rodolfo Moreno (h) tendría una gran
proyección. Volvería a ser Ministro de Gobierno del gobernador Federico Martínez de Hoz, y también Ministro
Plenipotenciario en Japón, entre 1939 y 1940. Fue elegido como presidente del Partido Conservador de la provincia
de Buenos Aires durante cinco períodos. Más adelante fue elegido como candidato de ese partido para la
gobernación, cargo que finalmente alcanzó en el año de 1942. Para más información biográfica, véase: Reitano, Emir;
Rodolfo Moreno: Una Frustrada Carrera Hacia la Presidencia, La Plata, Ed. Archivo Histórico de la Provincia de
Buenos Aires "Ricardo Levene", 2008.
Según Moreno (h), las reformas eran las siguientes: “1. Supresión del libro sobre faltas y de las palabras que
27

al mismo se refieran; 2. Supresión de la pena de muerte, eliminando los preceptos que la consagran y sustituyendo esa
pena por otra en los casos en que se impone; 3. Mantenimiento de la mitad de las pensiones de ciertos condenados,
cuando tuvieren familia y a beneficio de ésta 4. Disminución del mínimum en la penalidad del homicidio para dar

9
Cien años de Código Penal. Confluencias y divergencias en torno a sus sentidos político-criminales Santiago Sánchez

profesores, autores y magistrados de la Nación y las provincias. Las respuestas más distinguidas
quedarían plasmadas en el texto del Proyecto definitivo que la propia Comisión de Códigos
enviaría a imprenta.

Algunos meses más tarde, en la sesión del 20 de septiembre de 1916, Moreno (h) propuso
la creación de una “Comisión Especial de Legislación penal y Carcelaria”. La moción se votó
sobre tablas y logró ser aprobada el mismo día. A esos efectos, la Presidencia de la Cámara de
Diputados –a cargo del conservador Mariano Demaría (h)28- nombró a cinco diputados como
miembros: Delfor Del Valle, Carlos Pradère, Antonio de Tomaso, Jerónimo Del Barco y Rodolfo
Moreno (h). Todos ellos habían introducido distintos proyectos en la Cámara, vinculados con
legislación penal, y por ello habían sido seleccionados por Moreno (h), que quedaría como
presidente de la Comisión. La elección de estos legisladores no debe considerarse casual.

Según afirma José Daniel Cesano, la creación de la Comisión y su composición responden a


una estrategia política de Moreno (h), puesto que existían algunos otros legisladores que habían
presentado proyectos con incumbencia penal, pero aun así la Comisión quedó restringida a esos
nombres particulares, con los cuales –podemos suponer- Moreno (h) tenía afinidad política o
personal.29 Lo mismo puede decirse sobre la elección del socialista Antonio de Tomaso como
secretario de la Comisión.30 Así las cosas, presidente y secretario de la Comisión formaban parte
de la oposición al radicalismo. Ese también era el caso del vocal Jerónimo Pantaleón del Barco,

mayor margen a los jueces; 5. Mantenimiento de la pena del Código vigente en el delito de disparo de arma de fuego;
6. Penalidad de la agresión de toda arma, y no solamente con arma blanca; 7. Limitación de la pena, en los casos de
alteración del estado civil, la que deberá aplicarse solamente cuando hubo el propósito de causar un perjuicio; 8.
Aumento de la penalidad en los delitos contra la honestidad, para concordarla con el criterio de las leyes vigentes; 9.
Derogación de la ley número 9143, que reprime la trata de blancas, e incorporación al Código de los preceptos que
encierran previsiones no contenidas en aquél, a los efectos de la unificación y concordancia; 10. Derogación de la ley
número 7029, llamada de seguridad social, e incorporación al Código de los hechos que aquélla incrimina y omite el
proyecto; 11. Derogación de la ley número 9077, sobre cheques dolosos, e incorporación en su lugar de dos
preceptos del proyecto sobre el mismo asunto del diputado Delfor del Valle; 12. Derogación de las leyes anteriores,
tanto federales como ordinarias, sobre materia represiva”. Moreno (h), Rodolfo; El Código Penal…, Op. Cit.; p. 93.
Si bien la UCR había triunfado en las elecciones presidenciales, la presidencia de la Cámara de Diputados
28

recayó en un conservador, porque esta fuerza política mantenía, todavía, la mayoría en dicho cuerpo legislativo.
29
José Daniel Cesano; Rodolfo Moreno (h), su mundo parlamentario y el proceso de codificación penal
argentino; Córdoba, Editorial Brujas, 2018, pp. 34-55.
Antonio de Tomaso era hijo de inmigrantes italianos. Proveniente de un hogar humilde y trabajador, logró
30

acceder a la Universidad de Buenos Aires y graduarse como abogado. Accedió al cargo de diputado nacional por el
PS en 1914, y lo mantendría durante cinco mandatos consecutivos hasta 1930, momento en que el golpe de estado
clausuró el Congreso. Intervino en incontables asuntos legislativos y dentro del reducido grupo de legisladores del
socialismo fue caracterizado como un hábil dirigente. Sus posiciones dentro del socialismo fueron discutidas,
especialmente luego de la Revolución Rusa, cuando condenó la posición internacionalista. Algunos dirigentes del
socialismo de aquel momento lo caracterizaron como “la derecha” del PS (Véase Dickmann, Enrique, Recuerdos de
un militante socialista, La Vanguardia, Buenos Aires, 1949). Más adelante, apoyó el golpe de estado de 1930 y ocupó
cargos ejecutivos durante el predominio de la Concordancia, como por ejemplo el Ministerio de Agricultura, durante
el gobierno de Agustín P. Justo. Murió tempranamente en 1933, a los 44 años.

10
Cien años de Código Penal. Confluencias y divergencias en torno a sus sentidos político-criminales Santiago Sánchez

político conservador de Córdoba.31 Los restantes miembros de la Comisión, minoría formada por
Delfor Del Valle32 y Carlos Pradère33 pertenecían al partido de gobierno, la UCR. El
conservadurismo tenía, así, el control de la comisión pero sin una política de exclusión de los
sectores radicales, que hubiera hecho naufragar la construcción de consensos.

Transcurrido menos de un mes desde la creación de la Comisión Especial, Moreno (h)


solicitó a sus compañeros que se expidieran por escrito sobre ciertos puntos que consideraba
centrales del proyecto: la incorporación o no de la legislación sobre faltas; el mantenimiento o no
de la pena de muerte; la modificación del régimen de responsabilidad de los menores; la
reducción o no de los mínimos de todas las penas del proyecto (para dar mayor libertad a los
magistrados en la individualización de la pena); la conveniencia o no de imponer a los jueces la
obligación de determinar el perjuicio y la reparación. Luego, la encuesta que había enviado a
magistrados y profesores fue extendida a otros distinguidos juristas, a las Universidades Nacionales
y al Poder Ejecutivo. Cesano, analizando esta actividad de Moreno (h), considera que “se mostró
como un hábil constructor de consensos; primero, dentro de la misma Comisión Especial, y luego,
a través de una estrategia inclusiva y comunicacional, evidenciada merced a la difusión del texto a
los otros actores institucionales (jueces, ambas Cámaras Legislativas, Poder Ejecutivo) y su formal
petición de que dictaminasen sobre él”.34 Desde nuestro punto de vista, también la inclusión de un
diputado tan cercano al Poder Ejecutivo, como Delfor Del Valle, puede entenderse como una
estrategia político-institucional, para permitir que el eventual disenso político o ideológico se
produjera dentro de los estrechos márgenes de la Comisión Especial y no durante el tratamiento
general en la Cámara.

El proyecto fue aprobado en la Cámara de Diputados el 21 de agosto de 1917, día en que


Moreno (h) lo fundó oralmente antes de su votación a libro cerrado. Luego, pasó a la Cámara de

Gerónimo P. del Barco era médico, miembro de número de la Academia Nacional de Ciencias desde 1923,
31

profesor de Fisiología Humana en la Universidad Nacional de Córdoba. Pertenecía al partido conservador, con el cual
fue vicegobernador de la provincia de Córdoba, y luego, ante la renuncia del gobernador Rafael Núñez –que dejó el
cargo para presentarse en la fórmula presidencial conservadora junto a Norberto Piñero-, asumió las funciones de
gobernador de la provincia (desde Nov. 1921 a Mayo de 1922). Finalizado su mandato, entregó el cargo al también
conservador y miembro del partido demócrata electo, Julio A. Roca (h).
32
Delfor Del Valle fue uno de los dirigentes pertenecientes al “panteón radical”. Proveniente de Dolores,
provincia de Buenos Aires, participó de las revoluciones radicales de 1893 y 1905. Era uno de los pocos
parlamentarios que no había concurrido a la Universidad (en este punto huelga decir, la importancia de este dato se
debe al análisis de la sociabilidad y los grupos de pertenencia de los dirigentes y no a su “idoneidad”), puesto que era
martillero y periodista. Según Félix Luna, Del Valle era sobrino de Aristóbulo del Valle y –lo que aquí es más
relevante- amigo y persona de confianza directa de Hipólito Yrigoyen. Véase: Luna, Felix; Yrigoyen, Buenos Aires,
Ed. Desarrollo, 1964.
Carlos María Pradère se graduó como doctor en Derecho por la Universidad de Buenos Aires en 1897. Al
33

llegar a su banca de legislador, carecía de antecedentes en cargos de gobierno previos. Su ascenso se debía,
mayoritariamente, a su labor dentro de las estructuras del partido radical.
José Daniel Cesano, Op. Cit.; p. 48.
34

11
Cien años de Código Penal. Confluencias y divergencias en torno a sus sentidos político-criminales Santiago Sánchez

Senadores, donde se demoró dos años.35 La comisión creada en el Senado a los efectos del
tratamiento del proyecto expidió un despacho proponiendo modificaciones36, documento que
sería aprobado en general por la Cámara Alta recién en septiembre 1920. Por este motivo, el
tratamiento en particular quedaría para el siguiente ciclo legislativo -1921-. Para ese momento, la
Comisión de Códigos modificó el primer despacho y presentó otro documento con agregados, el
más importante de los cuales era –nada menos- el restablecimiento de la pena de muerte.37

Una vez aprobado en Senadores, el proyecto volvió a pasar a Diputados. Allí se conformó
una nueva Comisión, pero la composición política de la Cámara de Diputados se había
modificado, y ahora el radicalismo contaba con mayoría. De este modo, la Comisión debió reflejar
ese cambio, y se integró con Antonio De Tomaso, Delfor Del Valle, Carlos Pradère –que habían
participado en la anterior-, a los cuales se sumaban el conservador Laureano Landaburu38 y el
radical Roberto Parry.39 Así, quedaron tres diputados de la UCR, uno socialista y uno conservador.
Por su parte, Rodolfo Moreno (h) había terminado su mandato en 1920, de modo que el último
tramo del proceso de aprobación quedaría librado a los consensos alcanzados previamente.

La comisión de Diputados rechazó la mayoría de las modificaciones que se habían


efectuado en la Cámara Alta, especialmente la incorporación de la pena de muerte. Aunque el
Senado insistió con dos tercios de los votos, la Cámara de Diputados, con la misma mayoría (y por

35
El proyecto había sido recibido por el senador de San Juan, Ángel Rojas, que presidía la Comisión de
Códigos y Justicia Militar. Pero, luego de haber presentado un enjundioso informe en 1918, el senador falleció y fue
reemplazado por Pedro Garro. Así, la Cámara decidió la constitución de una comisión integrada por tres senadores:
Joaquín V. González, Enrique del Valle Iberlucea y el propio Garro. González y Garro eran ya experimentados
dirigentes del conservadurismo. En el caso de del Valle Iberlucea, aunque pertenecía al socialismo, tenía fuertes lazos
de afinidad con Joaquín V. González, ya que éste había sido su director de tesis de Doctorado en la Facultad de
Filosofía y Letras. Más adelante, del Valle Iberlucea colaboraría con González en la organización de la Universidad de
La Plata, e incluso compartiendo la cátedra de Derecho Internacional Público en dicha casa de estudios.
36
Algunas de las modificaciones propuestas eran relativa a la libertad condicional, la aplicación supletoria de
disposiciones generales para delitos previstos en leyes especiales, duración mínima de las penas de reclusión y de
prisión, la miseria como eximente de responsabilidad o atenuante, el examen mental obligatorio para los imputados
de los delitos castigados con más de diez año de pena de prisión o reclusión, modificación de la tentativa, al exigir la
“finalidad de cometer un delito” en lugar de premeditación, etc.
37
El informe del senador Ángel Rojas había incorporado la pena de muerte, aunque luego del Valle Iberlucea y
Joaquín V. González se habían expresado en contra. Finalmente, en la sesión del 27 de agosto de 1921 será el senador
Leopoldo Melo quien proponga su inclusión.
38
Landaburu fue otro jurista graduado en la Universidad de Buenos Aires. Oriundo de la provincia de San
Luis, allí ejerció su profesión como fiscal, juez de paz y más adelante miembro del Superior Tribunal de Justicia.
39
Roberto Parry nació en Rosario en 1884. Tempranamente se radicó en Mercedes, provincia de Buenos
Aires, adonde ejerció como abogado. Allí comenzó su carrera política dentro de la UCR. Para 1916, ya se encontraba
envuelto en actividades partidarias de resonancia pública, por ejemplo como representante de comité en la
manifestación radical en Chacabuco. Esta característica describe bien a un nuevo tipo de dirigente político, cuyo
ascenso se debe al desempeño militante dentro de la estructura partidaria, antes que en la participación de círculos de
sociabilidad de “notables”. Sobre este último aspecto, véase: Ferrari, Marcela; Los políticos en la época radical.
Prácticas políticas y construcción de poder, Buenos Aires, Ed. Siglo XXI, 2008.

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Cien años de Código Penal. Confluencias y divergencias en torno a sus sentidos político-criminales Santiago Sánchez

ser la Cámara de inicio) logró imponer definitivamente el rechazo, y el Código se aprobaría casi
sin modificaciones.40

V. Notas sobre el clima de ideas en el campo jurídico entre 1887 y 1921

El Proyecto de Código Penal de Tejedor, aprobado en 1886, comenzó a regir en nuestro


país el 1 de marzo de 1887. Fue el mismo año en que, en la Facultad de Derecho y Ciencias
Sociales de la Universidad de Buenos Aires, la cátedra de Derecho Criminal y Comercial se
separó en dos y dio lugar por primera vez a una currícula específica y autónoma dedicada al
“derecho criminal”. El Profesor Titular designado sería Norberto Piñero, uno de los juristas que
en 1890 integraron la comisión nombrada por el presidente Juárez Celman (junto con Rodolfo
Rivarola y Nicolás Matienzo) para dedicarse a la modificación y reforma del Código recientemente
aprobado. También fue el mismo año en que se publicó el “Discurso inaugural” de Piñero al
curso de Derecho Criminal. Allí, el profesor explicó a su auditorio que el objeto de la “ciencia
criminal” estaba en todos aquellos actos humanos que contrariaban los derechos de la sociedad o
de sus miembros. Su estudio debía llevarse a cabo “minuciosamente”, para lo cual la disciplina
encargada de analizar el crimen y a los criminales “examina todas sus modalidades; los clasifica,
teniendo en cuenta la naturaleza e importancia de los derechos que lesionan, el modo como se
ejecutan y la gravedad que en sí ofrecen; indaga sus causas y las leyes naturales que rigen su
movimiento, etc.”. Finalmente, destacó los mejores aportes de la escuela positiva al afirmar: “se
abandona la idea de que los delincuentes son seres normales, nada diferentes de los demás
hombres y se les examina en sus instintos, en sus tendencias y en su organización toda. Se llega así
a la adquisición de esta gran verdad: el criminal, particularmente el criminal nato o por instinto es
un ser más o menos anómalo”.41

El “Discurso Inaugural”, entonces, no “inauguró” únicamente un espacio curricular en la


Universidad. Un análisis superficial de los temas de tesis para optar por el grado de doctor en
jurisprudencia revela el fuerte interés que cobraron las cuestiones penitenciarias y criminológicas
en el ámbito universitario.42 No por casualidad Rodolfo Rivarola –ya Presidente de la Universidad
de La Plata y director de la Revista Argentina de Ciencias Políticas- destacaría, un tiempo después,

Levaggi, Abelardo; El derecho penal argentino en la historia, Buenos Aires, Eudeba, 2012, p. 309.
40

41
Norberto Piñero, Discurso Inaugural, en: Levaggi, Abelardo, El derecho penal argentino en la historia,
Buenos Aires, Eudeba, 2012, p. 382
Candioti, Marcial R.; Bibliografía doctoral de la Universidad de Buenos Aires y catálogo cronológico de las
42

tesis en su primer centenario: 1821-1920, Buenos Aires, Talleres gráficos del Ministerio de Agricultura, 1920. En
cuanto a los temas de tesis, si bien no hemos realizado un análisis cuantitativo, a partir de la lectura de los títulos pudo
observarse la aparición de preocupaciones en torno a las políticas de prevención, las características de ciertos delitos,
los problemas alrededor de cárceles, penitenciarías y presidios, etc.

13
Cien años de Código Penal. Confluencias y divergencias en torno a sus sentidos político-criminales Santiago Sánchez

que cupo a Piñero triunfar en la “guerra de ideas” que supuso la introducción de la “Scuola
positiva”43, y no temería en describir aquel momento como “uno de los más bellos episodios en la
historia intelectual y social de la civilización europea reflejada en América”.44

Comenzaba a advertirse, así, la circulación de las ideas del positivismo criminológico, de


modo que el caso de Norberto Piñero, aunque temprano, no fue aislado.45 Como lo explica el
profesor Bailone, la traducción periférica de aquellas ideas implicó un diálogo de doble vía y, por
ello, también una creación original.46 Con todo, cabe aclarar también, que este movimiento se
inscribió en uno más amplio, en el que se expresaban las preocupaciones de las clases dirigentes
por las consecuencias sociales del proceso de “modernización” y expansión económica que vivía el
país, que en el lenguaje de la época se expresó como “cuestión social”.47 Dentro de la elite, surgió

43
La Scuola Positiva, exponente de la nueva disciplina criminológica italiana, trasladó el foco de interés desde el
delito hacia el delincuente. Así, mientras desarrollaba explicaciones sobre la etiología delictiva, propuso ajustar las
penas al grado de peligrosidad social de cada individuo, y de esa manera introdujo también la noción de
“tratamiento”. En Cesare Lombroso, estas ideas tenían relación con la frenología decimonónica: las causas del delito
eran bioantropológicas, y uno de los factores esenciales para comprenderlas era el “atavismo” de algunos tipos de
delincuentes, es decir, un atraso evolutivo en ciertos individuos que, por su constitución biológica, eran más propensos
a delinquir. Enrico Ferri tomaría algunos elementos de la teoría lombrosiana y las combinaría con la idea de la
“defensa social”. Para Ferri, la pena era una represión necesaria para defender al organismo social, pero –como
sostiene Anitua- “no contra las decisiones asociales sino contra el estado peligroso de algunos individuos” (Anitua, p.
188), de modo que el delito era solamente entendido como un “síntoma” de la constitución del delincuente. Así las
cosas, la prevención -el tratamiento y la reeducación- eran fundamentales para anticiparse a los efectos nocivos de la
delincuencia. Véase: Anitua, Gabriel Ignacio; Historias de los pensamientos criminológicos, Buenos Aires, Del
Puerto, 2005, pp. 179-246. También: Baratta, Alejandro; Criminología crítica y crítica del derecho penal, México DF,
Siglo XXI, pp. 21-43 / Pavarini, Massimo; Control y dominación. Teorías criminológicas burguesas y proyecto
hegemónico, México D.F., Siglo XXI, 1983, pp. 27-54.
44
Rivarola, Rodolfo; El Dr. Norberto Piñero. Candidato a la presidencia de la República Argentina para el
período de 1922-1928. Noticia Biográfica; Revista Argentina de Ciencias Políticas, Año XII - Tomo XXIII – N° 134,
p. 8.
45
Por estos años se fundó la Sociedad de Antropología jurídica –de la que participaban Norberto Piñero,
Rodolfo Rivarola, José Nicolás Matienzo, José María Ramos Mejía, entro otros-. La conferencia inaugural fue dictada
por Francisco Ramos Mejía, se convertiría luego en un famoso libro, elogiado por el propio Cesare Lombroso.
Asimismo, los trabajos de Luis María Drago –“Los hombres de presa” de 1888 – y Antonio Dellepiane mostraron la
primera adhesión a la nueva escuela. El Instituto de Criminología, dirigido por José Ingenieros y enmarcado en la
Penitenciaría Nacional, sería otra de las bases institucionales para la expansión de estas ideas.
46
Bailone, Matías; Tomar partido. La anticriminología a debate, Buenos Aires, Abulafia, 2019, pp. 9-10.
47
En el período intercensal que va de 1869 a 1914, el porcentaje de población urbana trepó de un cuarto a la
mitad del total de habitantes de la nación. Buenos Aires multiplicó su población por ocho, Córdoba por cuatro y
Rosario por diez. En el lapso de 1869 a 1887 se produjo el mayor crecimiento relativo de la historia poblacional
argentina (143,7 %), a una tasa anual del 7,9 %. Ingresaron al país más de 8.000.000 de personas, y al menos la mitad
permaneció definitivamente. Todo ello conllevó a una profunda crisis de la infraestructura urbana, que se visibilizó a
partir de los contingentes de inmigrantes en busca de trabajo, el hacinamiento habitacional y, finalmente, la aparición
de focos de enfermedades e infección. Los brotes epidémicos, especialmente el de fiebre amarilla, mostraron que la
enfermedad había trascendido el ámbito de lo individual para convertirse en un verdadero problema social. La fiebre
amarilla mató al 8% de la población, y afligió “democráticamente” a los diversos grupos sociales. En buena medida,
ese contexto ayudó a legitimar la interlocución privilegiada que una corporación de médicos higienistas comenzó a
mantener con las instituciones estatales. Para más desarrollo sobre la cuestión social, véase: Suriano, Juan ; La cuestión
social y el complejo proceso de construcción inicial de las políticas sociales en la Argentina moderna , en: Ciclos, Año
XI, Vol. XI, N° 21, Enero-Junio 2001, pp. 123-147.

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Cien años de Código Penal. Confluencias y divergencias en torno a sus sentidos político-criminales Santiago Sánchez

un sector que proponía un programa de reformas políticas y sociales para afrontar los peligros
concomitantes a su modelo de inserción en el capitalismo mundial.48

Desde ya que una de las consecuencias más visibles del proceso de transformación
socioeconómica fue la amenazante presencia inmigratoria. “¡Cuán lejos están los tenderos
franceses y españoles de hoy – se quejaba Lucio Vicente López en su novela La Gran Aldea- de
tener la alcurnia y los méritos sociales de aquella juventud dorada, hija de la tierra, último vástago
del aristocrático comercio al menudeo de la colonia!”.49 Junto con esos contingentes de recién
llegados a la ciudad, que perdía su condición de “gran aldea”, uno de los datos más preocupantes
fue el del incremento del delito.50

Ya entrado el siglo XX, el avance de las masas y el problema de su inclusión política se


convirtieron en alarmas comparables a la “cuestión criminal”: el sujeto a estudiar por las ciencias
penales ya no debía ceñirse al individuo, sino también a las “muchedumbres” hostiles al orden y la
autoridad51, en las que podía convivir la perversión atávica con el anarquismo. A poco del cambio
de siglo, en 1895, Norberto Piñero alertaba que “[…] en la multitud prevalece, no el cerebro como
en el hombre aislado, en estado de vigila [sic], sino la médula espinal, es decir que es un ser
inconsciente y de condiciones inferiores”.52 Y luego de remarcar el peligro que suponían los
grandes contingentes urbanos, sin ahorrar calificativos, concluía: “se ha comparado a la multitud
con el salvaje y con la mujer, y la comparación es fundada: todas las cualidades inferiores aparecen
en la multitud”.53

Por su parte, Rodolfo Rivarola -otro de los miembros de las comisiones de 1891 y 1906- en
su “Exposición crítica del Código Penal de la República Argentina” incorporaba la idea de

Zimmermann, Eduardo; Los intelectuales, las ciencias sociales y el reformismo liberal: Argentina, 1890-1916;
48

en: Revista Desarrollo Económico, v. 31, N° 124, enero-marzo 1992, pp. 544-564.
Lucio V. López; La gran aldea. Costumbres bonaerenses; Buenos Aires, Imprenta de Martín Biedma, 1884,
49

p. 66.
Sozzo, Máximo; Los exóticos del crimen. Inmigración, delito y criminología positivista en la Argentina (1887-
50

1914), Delito y Sociedad. Revista de Ciencias Sociales, Vol. 2, N°32, Universidad Nacional del Litoral, 2011, pp. 19-
52.
51
En las Memorias del período 1888-1889, el Jefe de Policía de Buenos Aires argumentaba que uno de los
impedimentos más fuertes a la consolidación de la institución policial de la ciudad era la debilidad del “principio de
autoridad”, que se debía al “espíritu indisciplinado del pueblo, rebelde a toda sujeción”. Enfatizaba, además, que
“había llegado a tal estremo (sic) esta insubordinación, que me he visto obligado para evitar intromisiones del público
en los procedimientos de la Policía, exijiendo en plena calle la soltura de reos de delitos comunes, á recordar que tales
actos eran calificados por la ley penal de motín, asonada ó desacato y que debía procederse enérjicamente contra sus
autores”. Memoria del Departamento de la Policía de la Capital, 1888-1889, Buenos Aires, Imprenta de la Policía de
la Capital, 1889, p. IX.
52
Alcides V. Calandrelli; El Crimen y las Multitudes, extracto de la Conferencia del Doctor Norberto Piñero ,
Buenos Aires, Imprenta “La Buenos Aires”, 1895, p. 13. En este libro, Piñero funda su análisis del problema
criminológico de la “multitud” en una serie de conferencias dictadas por el célebre sociólogo y psicólogo social francés
Gustave Le Bon.
Ibidem, p. 14.
53

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Cien años de Código Penal. Confluencias y divergencias en torno a sus sentidos político-criminales Santiago Sánchez

“defensa social” como objeto inmediato de la legislación penal. “Parece, entonces, buen consejo
de razón y de lógica -afirmaba Rivarola-, que si se quiere limitar, ya que es imposible suprimir el
delito, es necesario ocurrir a investigar sus causas y llevar contra ellas mismas la acción del poder
social”.54 No obstante, desde su punto de vista, la etiología delictiva no podía ser sistemáticamente
estudiada manteniendo “viejos dogmas”, tal como la idea de “libre albedrío” detrás de la
responsabilidad penal del Código de 1887: “El delito es un hecho, un efecto, y como tal no puede
sustraerse a la ley de causalidad que rige a todos los efectos posibles”.55 En suma, la delincuencia
estaba determinada causalmente, y, por tanto, se debían atacar esas causas y no sólo los efectos.

Podría pensarse que estas voces, la de Piñero y Rivarola, eran casos excepcionales. Pero una
simple mirada a las publicaciones especializadas en temas penales muestra un panorama
concordante con el de los autores mencionados. Por ejemplo, entre 1871 y 1873 surgieron la
“Revista de Policía” (1871-1872), “Anales de Policía” (1872) y la “Revista Criminal” (1873), a
instancias de algunos de los miembros de la elite intelectual de la policía porteña. La Revista
Criminal, por caso, fue dirigida por Pedro Bourel –miembro policial-, pero tuvo la participación
de numerosos “civiles”, y su contenido giraba alrededor de relatos muy vívidos acerca del delito de
tipo urbano, narraciones sobre crímenes célebres y, lo más impresionante, numerosas
ilustraciones y retratos de “criminales”, realizadas por Henri Stein.56 Según Máximo Sozzo, detrás
de la narración y el retrato de las características de los delincuentes, se encuentra ya la operación
intelectual de naturalizar la asociación entre ciertos caracteres físico-anímicos y la conducta
antisocial. En definitiva, se trataba de la construcción de la figura del “homo criminalis”.57

Sin embargo, fue “Criminalogía moderna” la primera publicación cuya meta era un “estudio
científico del delincuente”.58 Fundada por el anarquista italiano Pietro Gori en 1898, en sus páginas
escribieron destacadísimos intelectuales de la Scuola Positiva, como Lombroso, Ferri, Garófalo,
Colajanni, etc. También lo hicieron autores argentinos como José Ingenieros, Antonio Dellepiane,
Francisco de Veyga y otros relevantes intelectuales del mundo jurídico. Ya en su número
inaugural, la revista realizó un diagnóstico lapidario sobre la situación del Código Penal: “El

54
Rivarola, Rodolfo; Exposición crítica del Código Penal de la República Argentina, Buenos Aires, Félix
Lajouane Ed., 1890, p. X.
55
Ibidem, p. X.
56
Sus retratos y el contenido de sus números pueden consultarse en el Archivo Histórico de Revistas
Argentinas, disponible digitalmente en: https://ahira.com.ar/revistas/revista-criminal/
57
Sozzo, Máximo; Retratando al “homo criminalis”. Esencialismo y diferencia en las representaciones
“profanas” del delincuente en la Revista Criminal (Buenos Aires, 1873); En: Caimari, Lila (Comp.); La ley de los
profanos. Delito, justicia y cultura en Buenos Aires (1870-1949), Buenos Aires, FCE, 2007, pp. 23-66.
58
Para un acercamiento general a la revista “Criminalogía Moderna”, véase: Hernán Olaeta, La construcción
científica de la delincuencia. El surgimiento de las estadísticas criminales en la Argentina , Bernal, Universidad
Nacional de Quilmes, 2018. También: Jonathan Polansky, Algunas notas sobre la Revista Criminalogía Moderna:
entre el orden y la reforma, Derecho Penal y Criminología, Año VI, N°08, Septiembre 2016.

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Cien años de Código Penal. Confluencias y divergencias en torno a sus sentidos político-criminales Santiago Sánchez

problema de la codificación, especialmente en la rama penal, y la organización de las instituciones


judiciales que son las grandes columnas del equilibrio social apenas si ha sido planteado entre
nosotros”.59 La idea de un Código Penal atrasado, impregnado por filosofías dieciochescas
perimidas, apareció permanentemente en los distintos números. La solución propuesta era
sencilla: permitir el ingreso de los “principios científicos” al mundo jurídico. “Gravitamos aún
sobre fuerzas muertas –continuaba afirmándose-, escuelas y principios calcinados para siempre
por el adelanto científico moderno, de manera pues que el edificio de nuestra organización
jurídica vacila sobre los cimientos de ceniza de aquella calcinación”.60 Diagnósticos éstos que, sin
dudas, semejaban a los planteados por Rivarola, Piñero, Matienzo y una pléyade de importantes
intelectuales juristas involucrados en los proyectos de codificación penal y reforma.

Esta potente confluencia de ideas reflejó un diálogo con la agenda estatal del momento, y
algunos autores, incluso, la consideraron como la faz cultural y disciplinaria de la construcción y
consolidación del proyecto de estado-nación oligárquico.61 Aunque no caben dudas de la
asociación de estos nuevos discursos técnico-jurídicos con las necesidades de control de las
dirigencias oligárquicas, existen indicios que los muestran como más amplios, heterogéneos y no
restringidos sólo a las políticas criminales de resguardo de las élites.62 Aquí, por ejemplo, deben
situarse los diálogos entre anarquismo y positivismo. “Criminalogía Moderna” contó con varios
artículos y comentarios sobre el proyecto de reforma del Código Penal que finalmente se plasmó
en la ley 4189 de 1903, y adoptó una postura sumamente crítica.63 Se hizo mención,

59
Criminalogía Moderna, Año I, N° 1, 1898, p. 2. Archivo digital de la CSJN (disponible online en:
https://bibliotecadigital.csjn.gov.ar/publicaciones.php )
60
Ibidem, p. 3.
61
Salvatore, Ricardo; Sobre el surgimiento del estado médico-legal en la Argentina (1890-1940), Estudios
Sociales. Revista Universitaria Semestral, año XI, Nº 20, UNL, Santa Fe, primer semestre 2001 pp. 81-114. El autor
sostiene: “quiero defender la idea de que ambos fenómenos, el positivismo y la construcción del estado, estuvieron
íntimamente relacionados. La criminología positivista, en particular, contribuyó a redefinir el alcance de la soberanía,
los instrumentos de poder y las pretensiones hegemónicas del estado oligárquico. Más que una mera «corriente
intelectual», el positivismo dio a la elite dirigente los espacios institucionales, las tecnologías de poder y la retórica que
necesitaba para ejercer el poder con más eficacia en una sociedad que se masificaba y democratizaba. Con la
conquista de posiciones dentro de los aparatos institucionales oficiales (en las áreas de la salud, la justicia, la educación
y el bienestar social), los positivistas pudieron reorientar la agenda del estado oligárquico hacia un nuevo régimen de
gobierno”. En el mismo sentido se orienta el planteo de Félix Marteau al observar en el positivismo criminológico
argentino la estructuración de un nuevo lenguaje técnico, bajo el cual opera una racionalización de las prácticas
punitivas del estado y un intento por neutralizar los peligros inherentes al modelo político social imperante en aquel
momento. Véase: Marteau, Juan Félix; Las palabras del orden. Proyecto republicano y cuestión criminal en Argentina
(Buenos Aires, 1880-1930), Buenos Aires, Ed. del Puerto, 2003.
62
Del mismo modo, y como se analizará más abajo –cuando se analicen los debates parlamentarios-, el discurso
del penalismo clásico liberal también fue articulado e instrumentalizado para poder instaurar legislación más represiva
y autoritaria.
63
Es interesante el caso de Pietro Gori, anarquista italiano y prófugo del gobierno italiano. Sobre él recaía una
condena por ser “responsable moral” de levantamientos populares contra el orden público italiano. Aún con la
perplejidad que podría suscitar la asociación entre positivismo y anarquismo, Lila Caimari sostuvo respecto de Gori:
“(…) combinaba su interés en Lombroso con un compromiso activo con el proyecto penitenciario: de él denunciaba
los aspectos más ignominiosos, como el uniforme infamante de los penados de ciertas prisiones y la práctica de

17
Cien años de Código Penal. Confluencias y divergencias en torno a sus sentidos político-criminales Santiago Sánchez

especialmente, al problema del endurecimiento y agravamiento de las penas, que fueron vistos
como rémoras de cuerpos legales arcaicos que impedían el ingreso de las nociones científicas de
rehabilitación y reeducación. También se atacó el escaso margen entre máximos y mínimos de
pena: se consideraba que obstaban a la correcta individualización del castigo del reo. Junto con lo
anterior, y en estrecha relación, apareció también el problema de la pena de muerte, que fue
objeto de duras diatribas.

En el ámbito penitenciario, las ideas del positivismo lograron muy rápidamente encarnar
institucionalmente. Es el caso de la construcción de la Penitenciaría Nacional de Buenos Aires,
que expresó los anhelos de modernización de la infraestructura carcelaria bajo los postulados del
“panóptico” benthamiano.64 En el marco de la Penitenciaría surgió el Instituto de Criminología, del
que sería director José Ingenieros.65 Este espacio institucional, en el que los criminólogos entraban
en contacto, cara a cara, con su objeto de estudio, fue responsable de una enorme producción de
ideas en torno a la “mala vida”, la influencia medioambiental en la etiología del crimen y el peso
de las psicopatologías en las conductas delictivas.66 A su vez, desde las páginas de la revista
“Archivos de Psiquiatría, Criminología, Medicina Legal y Ciencias Afines”, el psiquiatra italo-
argentino criticó duramente el Código de 1887 por considerarlo atrasado, producto de una
filosofía “diletante”, no científica, dominada por la metafísica.67 En su obra “Criminología” –
compendio de su trabajo más relevante en la revista Archivos-, publicada en 1913, Ingenieros
aseguró: “La psicología científica, demostrando que todos los procesos psíquicos se reducen a
complejas manifestaciones de la actividad de las células de los centros nerviosos, subordinadas al

reclusión solitaria, pero hacía suyos todos sus preceptos disciplinarios: trabajo y educación en la prisión celular eran,
para el líder libertario, una causa tan digna de lucha como el fin del orden burgués”. Caimari, Lila; Apenas un
delincuente. Crimen, castigo y cultura en la Argentina, 1880-1955, Buenos Aires, Siglo XXI, 2012, pp. 97-98. Una
faceta menos conocida de Pietro Gori estriba en su producción artística. No sólo escribió teatro, sino que también se
dedicó a la composición musical, incorporando a ésta las ideas anarquistas. Sus canciones adquirieron mucha
popularidad, por ejemplo “Addio Lugano”, y se encuentran entre los grandes éxitos del momento.
64
Su consecuencia más visible fue el surgimiento de determinado tipo de infraestructura carcelaria, pero
también supuso la modificación de las prácticas concretas del castigo impartido por el Estado. En muchas ocasiones,
las decisiones sobre el destino final de las personas condenadas eran tomadas por las autoridades penitenciarias antes
que por los jueces, lo que da una muestra de su poder de inserción dentro del sistema penal. Para un análisis de esta
cuestión, véase: Caimari, Lila; Op. Cit.; pp. 75-107.
65
José Ingenieros nació en Palermo, Italia, en el año de 1877, aunque tempranamente se radicó en Buenos
Aires. Realizó sus estudios secundarios en el Colegio Nacional de Buenos Aires, bajo la dirección de Amancio
Alcorta, y luego ingresó a la Facultad de Medicina. Allí se graduó de farmacéutico y médico, con una tesis titulada
“Simulación en la lucha por la vida”. Fue discípulo de José María Ramos Mejía, y participó de su cátedra de
Neurología. También trabajó en el Servicio de Observación de Alienados de la policía de Buenos Aires. Dirigió la
importante revista Archivos y también fue director del Instituto de Criminología de la Penitenciaría Nacional. Desde
el punto de vista político, Ingenieros sostuvo posiciones cercanas al socialismo.
66
Dovio, Mariana; El Instituto de Criminología y la “mala vida” entre 1907 y 1913, Anuario de la Escuela de
Historia Virtual, Año 4, N° 4, 2013, pp. 93-117.
67
Mailhe, Alejandra; Archivos de psiquiatría y criminología 1902-1913: concepciones de la alteridad social y del
sujeto femenino, - La Plata : Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.
Biblioteca Orbis Tertius, 2016.

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Cien años de Código Penal. Confluencias y divergencias en torno a sus sentidos político-criminales Santiago Sánchez

estado de las restantes actividades funcionales del organismo entero, ha excluido la hipótesis
puramente metafísica del libre albedrío, en la que se funda el criterio de la responsabilidad que
preside las disposiciones jurídicas de toda la legislación penal contemporánea”.68 De esta manera,
sostenía que la idea de “libertad”, que estaba en la base del comportamiento reprochable, debía
ser reemplazada por la noción de “determinismo”. El artículo 81 del Código Penal era el único
precepto de la legislación penal que se acercaba a lo que Ingenieros pretendía: entre las causas que
excluían la responsabilidad penal, ese artículo mencionaba el “estado de locura” y la
“perturbación cualquiera de los sentidos”. No obstante, Ingenieros censuraba la ambigüedad de
estas nociones, redactadas por juristas y no por médicos, puesto que podían habilitar una política
criminal de impunidad hacia la mayoría de los delincuentes.

Sin embargo, a pesar del impulso que la nueva criminología cobró en distintos espacios (el
académico universitario, el de la producción científica y las publicaciones especializadas, en el
penitenciario), no puede decirse lo mismo del legislativo. A partir del análisis de los debates
parlamentarios de las leyes 4189 de 1903 y 11.179 de 1921 pueden observarse una variedad de
posicionamientos, muchos de los cuales consistían en un rechazo frontal de las ideas positivistas.

En el caso de la ley 4189, existieron discusiones representativas sobre la circulación de ideas,


saberes y prácticas vinculadas al positivismo. En la Cámara de Diputados, por ejemplo, el
Presidente de la Comisión de Códigos en el año 1900 tuvo una intervención destacada para
fundamentar su rechazo al proyecto de 1891, y la necesidad de su modificación. Según Argerich,
el proyecto de Piñero, Rivarola y Matienzo tenía “un defecto fundamental que consiste en
confundir la misión de la ciencia con la obra legislativa”. De este modo, Argerich reconocía los
avances “científicos” en los ámbitos académicos –del positivismo, debe leerse aquí-, pero se
mostraba escéptico respecto al valor que esas doctrinas podían tener para la creación de una
legislación acorde a las necesidades de la política criminal del momento. “Por el momento hay una
cierta acción en la cátedra, en el libro, en la propia administración de justicia –continuó Argerich-,
de que se haga estadística para establecer las bases de la ciencia penal argentina; pero hoy por hoy
no tenemos sino muy poco, un escaso contingente nacional para empezar la reforma, dándole las
amplitudes que algunos han creído encontrar en el proyecto de los doctores Piñero, Rivarola y
Matienzo, que en realidad no lo tiene”.69 Más adelante, abrogaba por evitar “el método de las

68
Ingenieros, José; Criminología, Madrid, Daniel Jorro Editor, 1913, pp. 55-56.
69
Diario de sesiones de la Cámara de Diputados, Congreso Nacional, año 1900. Tomo I, pp. 275-303.

19
Cien años de Código Penal. Confluencias y divergencias en torno a sus sentidos político-criminales Santiago Sánchez

reformas monumentales de código”70 y seguir el ejemplo de otros países que adoptaban un


“sistema derogatorio parcial”.71

Para Argerich, la instalación del positivismo era una amenaza para la administración de
justicia, porque suplantaba el criterio jurídico por el médico-biológico. “Esas ideas […] llevan
aparejados principios revolucionarios en el terreno del derecho penal, como principios de
aplicación inmediata; […] podría recordar que esa tendencia consiste en sacar al derecho penal del
terreno jurídico para hacerlo formar parte de las ciencias naturales; y la idea de uno de sus
maestros principales de la escuela suprime, en sus propósitos, a los jueces y tribunales actuales y
los reemplaza, en realidad, por comisiones de alienistas que después de examinar al inculpado, oír
sus dichos, palpar su cabeza y demás órganos, lo enviaría por el resto de su vida a un manicomio
criminal, si tuviera la desgracia de presentar ciertos rasgos corporales”.72 Sin embargo, y esto es lo
notable, esta crítica no se orientó a la protección de las garantías constitucionales ni aún del
precepto clásico de proporcionalidad en el castigo. Las sanciones penales, para Argerich, debían
ser las más rigurosas, y los legisladores no podían permitirse ser seducidos por “la dulzura
romántica” detrás de las nuevas nociones de castigo del positivismo. Reprochó que éste enfatizara
la necesidad de una correcta individualización del castigo, y por tanto, la aseveración positivista de
que las penas severas no siempre tenían eficacia. Frente a esos argumentos sostuvo: “Me he
encontrado, es cierto, con la opinión de Tarde, que parece contener la confesión de que la
severidad penal ha fracasado en los pueblos de raza latina; me he encontrado con la opinión
concordante de Ferri y de Garófalo; pero también me he encontrado con la opinión de grandes
autores ingleses que establecen que en su país la dureza de la represión o del castigo ha sido de
resultados extraordinarios…”.73 En lo que respecta a la pena de muerte, el proyecto de 1891 la
abolía, pero de manera contraria, Argerich sostuvo firmemente la necesidad de su incorporación
en el Código Penal. La Cámara debía aprobar la incorporación de la pena capital “con criterio de
legislador, que no es el criterio del jurista, ni el criterio del académico”, y aconsejaba al cuerpo
legislativo “separarse del sentimentalismo y del doctrinarismo”.74

En definitiva, la exposición del Presidente de la Comisión de Códigos, Juan Argerich,


seguiría el mismo lineamiento en las distintas sesiones que implicaron la aprobación de la ley:
demostrar la imposibilidad de aplicación de los principios del positivismo a la realidad del país, lo

70
Ibidem.
71
Ibidem.
72
Diario de sesiones de la Cámara de Diputados, Congreso Nacional, año 1900. Tomo II, página 396
73
DSCD, 1900, T. II, p. 398.
74
DSCD, 1900, T. I, pp. 275-303.

20
Cien años de Código Penal. Confluencias y divergencias en torno a sus sentidos político-criminales Santiago Sánchez

que –según se aprecia de los argumentos arriba citados- significaba la necesidad de una política
criminal lo más dura posible.75

En un sentido opuesto, puede destacarse la postura del senador por Catamarca, Julio
Herrera. En el debate en la Cámara Alta, el catamarqueño realizó una extensa y erudita
exposición, que duró varios días y supuso numerosos cuartos intermedios. Uno de los primeros
puntos de su exposición giró en torno al concepto de “delito” desde la perspectiva de los
“clásicos”, que centraban su mirada en la materialidad y objetividad del hecho, sin atender al
individuo que lo cometía. Así, Herrera criticó la idea de que todos los hombres libres eran
igualmente responsables frente al mismo hecho, y que la ley debía tener sólo en cuenta la gravedad
social sin preocuparse por el “agente del delito”.76 La valoración judicial del hecho, por tanto,
debía contrastarse con el contexto particular y subjetivo en que el autor lo había cometido: “[…] el
delito no [debe ser] considerado bajo el punto de vista exclusivamente material, sino también y
muy principalmente de su subjetividad, puesto que la responsabilidad social del agente varía
enormemente según las causas tan numerosas y complejas que solicitan sus actos voluntarios”.77
Por consiguiente, también el fundamento del castigo debía revisarse: “La pena […] no puede tener
por objeto contraponer al mal producido por el delito otro mal; su misión es más noble, más
elevada; ella, en manos de la sociedad, es un instrumento para el bien: la regeneración individual
cuando es posible, la preservación social en todo caso”.78

75
Existen varias declaraciones de legisladores –diputados y senadores- que van en el mismo sentido que
Argerich, pero no pueden ser incorporadas aquí por motivos de extensión. Una participación ilustrativa al respecto fue
la sostenida por el senador Miguel Cané (reflejo de un tipo de dirigente de primer orden, con gran capital político y
representativo del pensamiento de la elite liberal oligárquica del momento), quien admitió el valor científico de las
nuevas ideas, pero refutó su utilidad para la elaboración de una política criminal eficaz. Cané refirió en tono mordaz:
“La mayor parte de las enfermedades actuales del hombre tiene por origen la existencia en el cuerpo humano de un
órgano hoy día completamente inútil, que ha tenido quizá su importancia capital en épocas lejanas, allá cuando
nuestros antepasados, en la lucha por la vida, cogían la presa a la carrera, y que hoy conservamos por un atavismo
fisiológico. Me refiero nada menos que al intestino grueso. Parece que ese intestino grueso, por las infinitas colonias
microbianas que se alojan en él y no pocas veces excursionan fuera, es el causante de muchas de nuestras
enfermedades, y que el hombre puede vivir sin él. Sin embargo, creo que ninguno de los señores senadores presentes,
me acompañaría a firmar un proyecto de ley por el cual se ordenara que, a todos los niños de la República Argentina,
se les extirpara al nacer, el intestino grueso…”. Diario de Sesiones de la Cámara de Senadores, Congreso Nacional
(DSCS), año 1903, Tomo IV, p. 204.
76
Herrera afirmó en el recinto: “Un hombre momentáneamente sin trabajo, un Jean Valjean cualquiera, roba
para alcanzar un pedazo de pan a sus hijos que lloran de hambre; otro hombre roba también para pasar una noche
más de su vida en la orgía y la crápula; […] ¡Qué diferencia entre el peligro social que ofrece el uno y el peligro social
que el ofrece otro! La ley no ve sino dos robos rodeados de idénticas circunstancias materiales, y les aplica la misma
pena”. DSCS, 1903, T. II, p. 151
77
Ibidem
78
Ibidem

21
Cien años de Código Penal. Confluencias y divergencias en torno a sus sentidos político-criminales Santiago Sánchez

La intervención de Herrera asumió lugares de enunciación propios del positivismo, pero fue
dirigida a atacar los aspectos más punitivistas de la reforma planteada.79 Su propuesta apuntó a
rechazar el agravamiento general de las penas, al mismo tiempo que a mejorar las herramientas
judiciales para una correcta individualización del castigo. Por ejemplo, señaló la injusticia de la
dureza con que la ley trataba a los menores de edad, y refiriéndose a los menores de quince años
manifestó que “necesitan más de corrección que de castigo”. Respecto a los adultos, sugirió la
incorporación de la condena condicional, que suponía la aplicación de la condena pero con
suspensión de su ejecución por un plazo de tiempo de “prueba”. El mantenimiento de la buena
conducta durante ese plazo, permitía descontarlo de la pena, pero si la persona reincidía, sufría
ambas penas juntas. Por otra parte, Herrera también sostuvo la necesidad de aplicar la libertad
condicional: para él, el otorgamiento de la libertad de manera anticipada se podía convertir en un
fuerte estímulo educativo, con la posibilidad de reforma del condenado.

La voz de Herrera apenas sería escuchada y no prevalecería. La ley 4189 terminó


incorporando las modificaciones que hacían del proyecto de 1891 un Código completamente
distinto al que pensaron sus autores, en especial, el endurecimiento autoritario de la legislación
penal. Quizás por este motivo, la comisión encargada del siguiente proyecto, el del año 1906,
creyó necesario explicar en la Exposición de Motivos:

“todos los miembros de la comisión, penetrados de que un Código Penal no es el


sitio aparente para ensayos de teorías más o menos seductoras, han renunciado
deliberadamente, y desde el primer momento, a toda innovación que no esté
abonada por una experiencia bien comprobada y que, cuando han adoptado
alguna, en estas condiciones, no se han preocupado de averiguar si ella se debe a la
iniciativa y al patrocinio de los clásicos o de los positivistas. Las preocupaciones de
escuela, las discusiones teóricas, las disquisiciones académicas, no han tenido cabida
en el seno de la comisión, y cualesquiera que fueren las opiniones personales de sus
miembros sobre tópicos determinados de la ciencia penal, todos han estado de
acuerdo en que no era la oportunidad de sostenerlas, porque queríamos que la

79
Giuditta Creazzo admite que en Herrera se expresan nociones sobre la pena, la imputabilidad, la
responsabilidad y la función del derecho penal que no pueden inscribirse dentro del penalismo “clásico”. No
obstante, para esta autora tampoco debe incluírselo en el espectro de autores positivistas debido a la distancia de
Herrera con respecto a la clasificación antropológica de los delincuentes. Véase: Creazzo, Giuditta; El positivismo
criminológico italiano en la Argentina, Buenos Aires, Ediar, 2007, pp. 228-235. Esta idea podría relativizarse desde
una mirada atenta a las operaciones de “traducción intelectual/cultural”, que se produjeron a partir de la importación
de teorías desde las zonas centrales hacia la periferia. Como explica Máximo Sozzo, ello supuso una “metamorfosis de
los vocabularios criminológicos”, en la medida en que el intenso diálogo entre autores argentinos e italianos supuso
una actividad de traducción como acto interpretativo, del que puede derivarse “el carácter irreductiblemente creativo
de toda actividad de traducción”. Sozzo, Máximo; "Traduttore traditore". Traducción, importación cultural e historia
del presente de la criminología en América latina, Buenos Aires, Cuadernos de Doctrina y Jurisprudencia Penal, Vol.
7, N° 13, 2002, pp. 353-431. Además, según tempranamente lo expuso Soler, algunas ideas “estructurantes” de la
teoría positivista ni siquiera habían sido articuladas de manera uniforme por los autores de mayor relieve: “no obstante
los deseos de los modernos teorizadores por alcanzar una formulación uniforme del principio [de peligrosidad], no
puede afirmarse que se haya conquistado en este punto una unidad suficientemente satisfactoria”. Véase: Soler,
Sebastián, Exposición y crítica de la teoría del estado peligroso, Valerio Abeledo, Buenos Aires, 1929, p. 14.

22
Cien años de Código Penal. Confluencias y divergencias en torno a sus sentidos político-criminales Santiago Sánchez

obra común resultara libre de todo espíritu sectario y constituyese una zona franca,
a cubierto de cualquier reproche de exclusivismo”.80

Aunque el proyecto de 1906 incluyó algunas de las nociones que habían sido duramente
criticadas en el Congreso en años anteriores, lo intentó por un camino distinto. Este
posicionamiento reveló una comisión atenta a los antecedentes de los vaivenes del proceso
codificador, a la compleja dinámica político-parlamentaria y a las tensiones ideológicas que
atravesaban de manera transversal distintos espacios. Esto mismo debería reputarse del Proyecto
que habría de inspirarse en el de la comisión de 1906, es decir, el de Rodolfo Moreno (h).

VI. El Código de 1921: características y recepciones

El proyecto de Rodolfo Moreno (h), tal como éste lo explica en su obra “El Código Penal y
sus antecedentes”, supuso varias reformas considerables. La incorporación del principio de ley
más benigna, la legislación de faltas en manos de las provincias, la reducción de las penas privativas
de la libertad a sólo dos -prisión y reclusión-, la eliminación de la pena de muerte, el mandato de
que mujeres y menores de edad cumplan sus penas en establecimientos especiales, la unificación
del régimen carcelario a nivel nacional, la reincidencia como agravante (la reincidencia por
segunda vez acarreaba la “relegación” al sur del país), la libertad condicional y la condenación
condicional, entre otras.

Una mención aparte merecen algunos puntos que diferían respecto de la legislación previa.
El primero se refiere al artículo 52, en el que se aprobaba la “relegación” por tiempo
indeterminado como condición accesoria de la última condena para los “delincuentes habituales”,
en algunas circunstancias.81 En segundo lugar, destaca la cuestión de los menores de edad. Se
estableció que las personas menores de 14 años en conflicto con la ley penal no debían ser
restituidas “al medio en el que actúa[ban] para intensificar su situación de sujeto peligroso”. Por
tanto, se autorizó a los jueces a evaluar las circunstancias de la causa y las condiciones personales
del individuo, de sus padres, tutores o guardadores, y a tomar “las medidas que considere
oportunas, y que pueden consistir en el cambio de tutores o guardadores, o en la reclusión en un
establecimiento correccional”.82 De este modo, los niños no serían responsables penalmente ni

Exposición de Motivos, Proyecto de Código Penal de 1906. Citado en: Moreno (h), Rodolfo; El Código
80

Penal…; Op. Cit.; p. 87.


Ello sucedía en los siguientes casos: 1) dos condenas a reclusión o una a reclusión y otra a prisión por más de
81

tres años; 2) tres condenas a prisión por más de tres años o una a reclusión y dos a prisión de tres años o menos; 3)
cuatro condenas a prisión, siendo una de ellas mayor de tres años; 4) cinco condenas a prisión de tres años o menos.
Véase: Moreno (h), Rodolfo; El Código Penal…; Op. Cit.; Tomo III, p. 104.
Ibidem, Tomo I, p. 101.
82

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Cien años de Código Penal. Confluencias y divergencias en torno a sus sentidos político-criminales Santiago Sánchez

recibirían un castigo formal, pero ello no obstaba a que el derecho penal interviniera. El tercer
punto refiere a la no punibilidad de quien “en el momento del hecho, ya sea por insuficiencia de
sus facultades, por alteraciones morbosas de las mismas, o por su estado de inconsciencia, no
pudo comprender la naturaleza y el sentido de lo que hacía o dirigir sus acciones”.83 La absolución,
no obstante, “no significa que la sociedad no pueda y deba tomar medidas contra el sujeto
peligroso”.84 Ya en 1917, en exposición oral frente al resto de los legisladores del Congreso,
Moreno había argumentado: “nuestra ley [el Código vigente desde 1887], como la casi totalidad de
las que rigen en otros Estados, sancionan la falta de castigo para el que realiza el hecho en un
momento particular de perturbación; por ejemplo, en los casos de locura; pero nuestra ley no
toma medida alguna contra la persona que ha realizado el hecho en esas condiciones. De manera
que un ebrio que asesina, comprobada la ebriedad total y voluntaria, sale a la calle a repetir el caso
de ebriedad, y, probablemente, el de asesinato, y lo mismo, señor presidente, el loco o
cualesquiera de los otros perturbados que son absueltos por esos motivos. Todo esto ha ocurrido
porque la ley ha tenido en cuenta criterios expiatorios, criterios antiguos, que se relacionan, más
que con las sanciones jurídicas, con las sanciones religiosas que se dan para los pecados, y no con
las que debe conferir la sociedad para los delincuentes. Hemos transformado, por eso, el criterio,
y hemos establecido que a estos individuos peligrosos se les debe recluir hasta que cese la situación
y el estado de peligro, debidamente comprobado”.85 A diferencia de la legislación anterior, ahora
la exención de pena podía acarrear, no obstante, consecuencias relevantes jurídico-penales. Las
medidas de seguridad, como segunda vía del derecho penal, encontraban un lugar en el proceso
de codificación y reforma.86

Y aunque estos elementos introducidos al Código tuvieron un perfil moderado, no caben


dudas de que articulaban bien con ciertas propuestas del positivismo, vinculadas a las nociones de
individualización de las penas, flexibilidad en los máximos y mínimos de las escalas penales,
atención a causas eximentes de responsabilidad que menguaban la noción de “libre albedrío”,
prevención especial, etc. Ello le valió el elogio de personajes relevantes de la escena jurídica, como
Octavio González Roura o Julio Herrera –de quien nos ocupamos más arriba-. Sin embargo, el
Código sufrió fuertes detracciones de un importante sector de juristas, todos ellos identificados
con la corriente del positivismo.

Ibidem, p. 100.
83

Ibidem, p. 100.
84

Ibidem, p. 124.
85

Cesano, José Daniel; Consecuencias jurídico-penales y enfermedad mental. Cultura jurídica y codificación
86

argentina (1877-1921), Córdoba, Ed. Brujas, 2021, pp. 49-68. Para este autor, aunque el Código aprobado en 1886 no
preveía consecuencia alguna, sí lo hacía el Código Tejedor en su texto original. Sin embargo, las medidas eran de
naturaleza civil y no penal, de manera armónica con lo dispuesto por el código velezano respecto a los “dementes”.

24
Cien años de Código Penal. Confluencias y divergencias en torno a sus sentidos político-criminales Santiago Sánchez

Es el caso del destacado jurista Juan P. Ramos.87 Este autor consideró que el nuevo Código
respetaba la estructura general del antiguo –de 1887-, y eso era un grave defecto: “Tiene el defecto
capital de haberse adaptado al molde del Código en vigencia [...] [Tiene] esa tendencia a seguir
viviendo con la vista vuelta innecesariamente hacia la redacción de 1887; ese afán de pretender
edificar el nuevo monumento de la ciencia penal argentina con los materiales de la vieja
construcción que el tiempo mismo -no los hombres- derrumbó…”.88 En la conferencia “Sistema
defensivo del Código Penal”, del año 1929, Ramos señaló que el Código de 1921 todavía seguía
centrando la pena en la gravedad del delito y, por ello, carecía de una verdadera eficacia en la
aplicación de los conceptos de “defensa social”.89 Se quejaba, entonces, de que un juez, frente a un
sujeto de “máxima peligrosidad” que cometiera un hurto, sólo pudiera aplicarle una pena de dos
años de prisión. Además, “el Código sólo tiene medidas de seguridad para el alienado y el
delincuente habitual”, agregó.90 El régimen simplificado de penas privativas de la libertad –que se
redujeron a prisión y reclusión- le pareció un acierto, pero a la vez observó graves deficiencias, ya
que “ambas son en el fondo, exactamente iguales”.91 Como consecuencia de ello, no era posible
individualizar el tratamiento represivo. Así las cosas, Ramos reflexionó: “Un Código Penal se basa
en el principio de la defensa social cuando todas sus instituciones, sin excepción alguna, están
organizadas de tal manera que adecuan a una mayor necesidad de defensa, una mayor gravedad en
la sanción penal correspondiente, sea ésta una pena, sea una medida de seguridad”.92

Por su parte, también José Peco ponderó negativamente el Código de 1921. En su obra “La
reforma penal argentina”, publicada en el mismo 1921, esgrimió algunos de sus argumentos. En el
capítulo segundo de la obra, dedicado a la “política criminal”, Peco realizó un exhaustivo análisis
de los aportes de Lombroso, Ferri, Garófalo, Van Hamel, Liszt y otros autores en boga, y explicó
las profundas diferencias entre las teorías de la prevención general -con un fundamento

87
Juan Pedro Ramos (1878-1958) estudió en la Universidad de Buenos Aires y se graduó como abogado. En
1916 fue designado profesor suplente de Derecho Penal, y en 1922 alcanzó la titularidad. Se desempeñó, también, en
el Consejo Nacional de Educación, órgano del Poder Ejecutivo creado durante el gobierno de Julio A. Roca para la
superintendencia del sistema público de educación. Luego, continuaría su desarrollo profesional en la Cámara de
Apelaciones en lo Criminal y Correccional. Fue autor de una enjundiosa obra sobre derecho penal, y también sobre
el sistema educativo.
88
Ramos, Juan P.; [Informe] Del Dr. Juan P. Ramos, Profesor de Derecho Penal en la Universidad de Buenos
Aires; en: Proyecto de Código Penal para la Nación Argentina, Buenos Aires, Talleres gráficos de L. J. Rosso y Cía.,
1917, pp. 204-265.
89
Sostenía Ramos: “La responsabilidad del sujeto nace exclusivamente del hecho de que vive en sociedad. La
defensa social, en consecuencia, regula la actividad defensiva del Estado. Las medidas de defensa social que el Estado
adopta no son penas ni medidas de seguridad, no reprimen con un criterio al delincuente normal e imponen otro
distinto al que no lo es, sino que son sólo un régimen de sanciones adecuadas a la naturaleza específica de su mayor o
menor peligrosidad”. Ramos, Juan P.; Sistema defensivo en el Código Penal, citado en: Levaggi, Abelardo; El derecho
penal…, Op. Cit., p. 419.
90
Ibidem, p. 420.
91
Ibidem, p. 423.
92
Ibidem, p. 424.

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Cien años de Código Penal. Confluencias y divergencias en torno a sus sentidos político-criminales Santiago Sánchez

retributivo-, y las teorías de la prevención especial, cuya base era la defensa social. En una crítica
similar a la que efectuara Juan P. Ramos –no casualmente prologuista de esta obra-, Peco sostuvo
que “para el Código en vigencia, todos los delincuentes están tallados en el mismo patrón y son
objeto de las mismas medidas expiatorias”.93 Pero el criminal “alienado” era tan temible como el
“responsable y sano de espíritu”, y el “delincuente habitual” era otra amenaza que no podía
conjurarse sólo con una agravación de pena, sino que debía ser sometido a “providencias
especiales”. De este modo, las medidas represivas del nuevo Código carecían de eficacia frente a
aquellas personas que la escuela italiana llamaba delincuentes natos.94 Todos estos problemas de la
legislación podían subsumirse dentro de tres errores “primordiales”: “a) defectuosa clasificación de
los delincuentes; b) descuido de la prevención especial; c) limitación del arbitrio judicial”.95 Por
todo esto, Peco insistió en que “a la concepción del delito, hay que oponer la concepción del
delincuente; a la noción de libre albedrío, la noción del estado peligroso; a la pena retributiva, la
pena tutelar; a la expiación individual, la defensa social”.96

En suma, para estos autores, el Código de 1921 todavía presentaba graves falencias. Lo
sustancial de sus reproches –tanto en el caso de Juan P. Ramos como de José Peco- no pasaba por
la ausencia de elementos positivistas en el Código, que eran reconocidos –y en tal sentido, lo
consideraban un “avance” respecto al viejo-, sino por la falta de un compromiso total y sistémico
del cuerpo legal de 1921 con la “política criminal” emanada del corpus teórico hegemónico dentro
del positivismo. En ese sentido pueden comprenderse los proyectos de Código inmediatamente
posteriores al de Moreno (h), sin embargo sin sanción legislativa. Tal el caso del surgido en 1923
mediante un decreto del Poder Ejecutivo. Según explica Zaffaroni, se nombró una comisión que,
utilizando como base un trabajo de Eusebio Gómez, redactó un proyecto que incorporaba al
Código un título XII “bis”, bajo el título “Del estado peligroso”, que contenía “medidas” como el
“establecimiento especial”, la reclusión por tiempo indeterminado, la detención en casa de trabajo,
la expulsión de extranjeros. A estas medidas se sometían a los inimputables, enfermos mentales,
multireincidentes, vagos y mendigos habituales, ebrios, toxicómanos, “los que vivan o se beneficien
del comercio sexual” y “los que observen una conducta desarreglada y viciosa, que se traduzca en
la comisión de contravenciones policiales, en el trato asiduo con personas de mal vivir, o

Peco, José; La reforma penal argentina de 1917-1920 ante la ciencia penal contemporánea y los antecedentes
93

nacionales y extranjeros, Buenos Aires, Valerio Abeledo Editor, 1921, p. 92.


Peco ejemplificaba ese tipo de delincuentes como “individuos que preparan el delito como un comerciante
94

una operación bursátil y refieren los hechos con jactancia al igual del militar sus hazañas”. En relación a los
reincidentes los calificaba como “hombres entregados a la criminalidad como el artesano a su labor, para quienes la
prisión es un accidente, un riesgo análogo a la sequía para un agricultor”. Peco, José; Op. Cit.; p. 91.
Ibidem, p. 93.
95

Ibidem, p. 92.
96

26
Cien años de Código Penal. Confluencias y divergencias en torno a sus sentidos político-criminales Santiago Sánchez

delincuentes conocidos, o en la frecuentación de lugares donde se reúnan las mismas o en la


concurrencia habitual a casas de juegos prohibidos”.97

Similares consideraciones pueden hacerse de los posteriores proyectos -de 1926 y 1928-.
Según advirtió Soler, en el de 1926, por ejemplo, se incorporaba la categoría de “delincuentes de
estado ambiental”, y en la exposición de motivos se decía sobre ellos que “cualesquiera que sean
las características de una anormalidad psíquica, que indudablemente poseen, ella no pertenece ni
al género de las que distinguen la alienación, ni a las que están incluidas en la semialienación. Su
tara no es de tipo patológico, sino en la medida de los desarreglos morales que introduce en su
vida como individuos y como componentes del grupo social”.98 El de 1928 –que sería revitalizado
por el poder ejecutivo en 1932 luego de un crimen con gran resonancia en la prensa- también
partía de la idea de ampliar el concepto de “peligrosidad” a las fases predelictivas. 99 Luego de una
reforma en el Senado, al texto se le incorporó la pena de muerte por “electrocución”. Se
aumentaban las penas, los plazos de prescripción de la acción y se agravaba el tratamiento de la
reincidencia.100

Este clima crítico motivó luego una respuesta por parte del propio Moreno (h), que quedaría
plasmada en su libro de 1933, denominado “El problema penal”. Frente a la discusión centrada
en la pena –entendida como solución frente a lo que se percibía como un aumento de la
criminalidad-, Moreno (h) insistía en los problemas de ejecución, en la carencia de infraestructura
carcelaria y, además, en la imposibilidad de compatibilizar la exigencia presupuestaria de una
política criminal más punitiva con la prevención especial. Por otra parte, no creía que los
problemas suscitados por el crimen tuvieran que ver con un verdadero incremento en la comisión
de delitos, sino que se debía a dos cuestiones: por un lado, la resonancia que la prensa periódica
daba en sus páginas a los hechos delictivos, que generaba conmoción en la opinión pública 101; por

97
Zaffaroni, Eugenio Raúl; Tratado de derecho penal, Tomo I, Buenos Aires, Ediar, 2005, pp. 433-434.
98
Soler, Sebastián; Exposición y crítica de la teoría del estado peligroso, Valerio Abeledo, Buenos Aires, 1929,
p. 19.
99
Zaffaroni, Eugenio Raúl: Op. CIt.; p. 435.
100
Peco, José; La reforma penal de 1933 en el Senado, Buenos Aires, Instituto de Criminología – UNLP, 1936,
p. 89.
Durante la década del ’20 y ’30 las secciones policiales de los periódicos de tirada masiva -como La Nación o
101

La Prensa- engrosaban gran parte de las hojas del formato sábana. Una prospección limitada a algunos ejemplares de
los años 1921 y 1922 –años de aprobación y entrada en vigencia del Código-, revelan que las noticias relacionadas con
el delito y la seguridad eran sumamente heterogéneas. Bajo la sección “robos y hurtos” aparecía un catálogo
relativamente extenso de situaciones, la mayoría de las cuales involucraba violencia (robos). Otro eje temático eran las
muertes ocasionadas por la conducción imprudente de automóviles –un riesgo “novedoso” en aquella época,
generalmente bajo el título de “Los automóviles y sus víctimas”-. Pero, llamativamente, coexistían con otras más
variadas y relacionadas con la vida diaria, como la denuncia de una persona que, “en circunstancias en que había
dejado sola la habitación que ocupa en la casa de la calle Guatemala 4478, el dueño del inmueble le sacó los muebles
al patio e hizo levantar el techo de la pieza, dejándolo a la intemperie”; o también la aparición de algunas personas
que, al ser asistidas en hospitales de la ciudad, presentaron síntomas de intoxicación, “provocados por unas masas […]

27
Cien años de Código Penal. Confluencias y divergencias en torno a sus sentidos político-criminales Santiago Sánchez

otro lado, los delitos no habían aumentado sino que se habían transformado.102 Es de destacar que
para Moreno (h), los cambios en el delito se debían ya no a las deficiencias en las leyes penales,
plasmadas en el Código, sino a las responsabilidades de otras instituciones de control social, como
lo era la policía, que permitía la subsistencia de los focos de “mala vida”.103 De este modo, en las
contestaciones de Moreno (h) a los discursos más punitivos no dejarían de encontrarse algunos
tópicos positivistas, ciertamente contrario al de ciertos sectores más ortodoxos y con modelos de
control social más autoritarios. A pesar de esto, el clima político, social y económico durante la
década de 1930 sería completamente distinto al contexto de producción del Código de 1921,
razón por la que podría estudiárselo como una unidad de sentido distinta a la que se intentó
abordar en este trabajo.

VII. Donde las bifurcaciones convergen: balance sobre el positivismo

Según Giuditta Creazzo, la adhesión al positivismo criminológico fue entusiasta y temprana


en Argentina, pero esa ávida recepción fue más bien superficial. La “fallida afirmación” en el
ámbito legislativo habría necesitado de una “mayor madurez de aquellas concepciones”.104 Esta
autora observa, también, la prevalencia de una “línea de emergencia” (adopción repetida del
estado de sitio, Ley de Residencia, Ley de Seguridad Social, etc.) que privilegiaba respuestas de
tipo represivo, confiadas a la policía y al Poder Ejecutivo, y que confirmaba “el carácter secundario
del Código Penal como instrumento de control social en el país”.105 En consonancia, otros autores
consideran que el positivismo no logró un impacto en la legislación penal, pero ello no obstó a su
inserción profunda en las instituciones de control social, especialmente las penitenciarias. Por ello,
se sostiene, a los positivistas no les resultó necesario lograr transformaciones legislativas a nivel
macroscópico, puesto que con cambios graduales en la legislación habrían podido establecer las
bases del “estado peligroso”.106 Por otra parte, algunos otros planteos sostienen que la poca

que, según se ha establecido, estaban en estado de descomposición”, y que motivó que la comisaría 7ma hubiera
“iniciado las averiguaciones tendientes a establecer el sitio donde fueron expedidas las masas” ( Periódico La Nación,
18 de Enero de 1920, p. 6-7). Archivo Histórico de Política Criminal, Delito y Seguridad en el Periódico La Nación,
disponible en línea:
http://www.bibliotecadigital.gob.ar/items/show/2502
Durante la época de entreguerras, efectivamente, se evidenció una mayor facilidad para la obtención de
102

armas de fuego, paralelamente a la masificación de los automóviles y la expansión de la red de carreteras del país.
Todo ello llevó a decir a Moreno que ahora había “elementos de la vida moderna al que el delincuente se ha
adaptado producto de la modernización”. Moreno (h), Rodolfo; El problema penal, Córdoba, Editorial Buena Vista,
2017 (1933), p. 118-119.
Ibidem, pp. 159-166.
103

Creazzo, Giuditta; Op. Cit.; pp. 247-253. Según la autora, la recepción del positivismo consistió, muchas
104

veces, en la adopción de su metodología investigativa pero sin llegar a conmover a la ciencia penal.
Ibidem, p. 85.
105

Salvatore, Ricardo; Op. Cit.; p. 103. En el mismo sentido: Caimari, Lila; Op. Cit.; pp. 109-135.
106

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Cien años de Código Penal. Confluencias y divergencias en torno a sus sentidos político-criminales Santiago Sánchez

recepción del positivismo criminológico en los procesos de reforma del Código se debió,
fundamentalmente, a que su implementación hubiera comportado dificultades en el reparto de
competencias entre Nación y Provincias –en tanto la ejecución de la pena era competencia
provincial-, y cargas presupuestarias que éstas últimas no estaban en condiciones de afrontar.107

Sin perjuicio de estos argumentos, consideramos que la influencia del positivismo –o su


ausencia- en el Código admite algunas lecturas e interpretaciones complementarias. Tal como se
analizó más arriba, esta corriente heterogénea logró importantes triunfos ideológicos en ámbitos
diversos como el académico, el universitario, el de las publicaciones jurídicas, el penitenciario, etc.
Su predicamento, independientemente de su carácter de traducción “exacta” respecto a sus usinas
de producción europea, adquirió caracteres originales que permitieron incorporar discusiones
sobre la función del derecho penal, la definición de los hechos delictivos y los fundamentos de la
pena. Como consta en los debates parlamentarios, el Congreso, nuestro órgano productor de
normas, no estuvo ajeno al ingreso de estos nuevos discursos técnicos. La idea de que su
incorporación al Código Penal no haya sido –en términos de Creazzo pero también de Juan P.
Ramos- lo “suficientemente madura”, era, al fin de cuentas, la mirada quejumbrosa que adoptaron
los sectores positivistas mucho más ortodoxos de las décadas del ’20 y ’30. Al mismo tiempo,
aunque es tentador analizar el campo jurídico como segmentado en grupos bien definidos –de un
lado, uno progresista, liberal y antipositivista, y de otro, uno positivista, biologicista y autoritario-, el
examen de las fuentes primarias pareciera sugerir un panorama algo más complejo, en el que
ciertas discusiones, conceptos e ideas atravesaron de manera transversal a distintos sectores y
espacios políticos. En este sentido, los proyectos más autoritarios, en general, no necesitaron –
aunque pudieran usarlo- el arsenal teórico del positivismo para lograr una legislación más
represiva.

Por otra parte, no debe relegarse el contexto político, social y cultural, en su expresión
institucional. Durante la última etapa del régimen del ‘80, dentro de la elite surgieron posiciones
diversas en relación a la “cuestión social” y al “problema penal”. La aparición de una vertiente de
reformismo liberal dentro de los sectores oligárquicos hizo más compleja la adopción de una línea
política unívoca, que pudiera expresarse normativamente. Estas diferencias tomaron forma,
muchas veces, de resistencias intraparlamentarias y, en ocasiones, conflictos abiertos entre el
Congreso y el Ejecutivo. Además, estas tensiones llegaron a un punto más alto con la llegada de
una fuerza política ajena a la tradición oligárquica y con un mayor apoyo popular, el radicalismo.
En este sentido, la elaboración del proyecto de Código de Moreno (h) encuentra una clave de

107
Duve, Thomas; Op. Cit.; p. 223-224

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Cien años de Código Penal. Confluencias y divergencias en torno a sus sentidos político-criminales Santiago Sánchez

lectura no sólo en el clima ideológico y teórico sino también en la existencia de un Poder


Ejecutivo con gran representatividad electoral en convivencia con un parlamento compuesto
mayoritariamente por los sectores opositores del conservadurismo. Aquí se inscriben las
discusiones sobre la disciplina partidaria y la legitimidad del armado de bloques dentro del
Congreso. Las fracturas que aquejaron al conservadurismo habrían de proyectarse hacia los otros
espacios políticos: el PS se dividiría, y otro tanto sucedería con la UCR, en donde los sectores
“antipersonalistas” se alejarían del oficialismo.

En las discusiones sobre la legislación penal, esta multiplicidad de posiciones partidarias


también se vería surcada de modo transversal por ciertos tópicos discursivos. La pena de muerte,
por ejemplo, sería avalada mayoritariamente por las fuerzas más conservadoras, pero no debe
dejar de tenerse en cuenta que existieron posiciones encontradas en todos los bloques. Un
interesante ejemplo es el contrapunto entre las posiciones a favor de la pena capital del senador de
la UCR antipersonalista Leopoldo Melo y los argumentos abolicionistas del también
antipersonalista Barroetaveña. También sirven de muestra los intercambios entre el senador
Herrera, con una mirada positivista, y los senadores Cané, Mantilla y Palacio, también
conservadores pero con una perspectiva contraria al positivismo.

VIII. Sobre el rol de Yrigoyen

En última instancia, tampoco debe dejar de considerarse la influencia que pudiera haber
ejercido el Poder Ejecutivo en la estructura ecléctica del Código. La llegada del radicalismo a la
primera magistratura no significó una revolución social pero sí un distanciamiento respecto a los
cánones oligárquicos de ejercicio del poder, cimentados sobre el lema secular de “orden y
progreso”. El proceso democratizador estuvo acompañado tanto por un cambio de agenda como
de una modificación en los símbolos y la discursividad política producida desde el estado. Según
David Rock, “la ideología radical efectiva estaba fuertemente impregnada de un tono notoriamente
ético y trascendentalista. Su énfasis en la función orgánica del Estado y en la solidaridad social
presentaba un agudo contraste con el positivismo y el spencerismo de la oligarquía, y a menudo
tenía notables reminiscencias de Krause. La importancia de estas ideas […] era que armonizaban
con la noción de la alianza de clases que el radicalismo terminó por representar, y que habría sido
mucho más difícil de alcanzar si hubiera adoptado doctrinas positivistas”. 108 El krausismo en su
versión rioplatense se consolidó como vertiente “espiritualista”, una especie de liberalismo

108
Rock, David; Op. Cit.; p. 63.

30
Cien años de Código Penal. Confluencias y divergencias en torno a sus sentidos político-criminales Santiago Sánchez

“solidarista” que tuvo su expresión jurídica en la cátedra de Filosofía del Derecho de la


Universidad de Buenos Aires, al menos hasta principios del siglo XX, y significó un fuerte
contrapunto con el hegemónico positivismo.109

Por otra parte, en ese contexto es de entender que el estilo reservado de Yrigoyen, basado
en el contacto personal antes que en los grandes discursos públicos, sumado al tono críptico de sus
mensajes y alocuciones políticos –generalmente asociados a la regeneración moral y espiritual de la
nación-, le haya valido el mote de “espiritista”.110 Esta matriz filosófica y política de Yrigoyen es
interesante de notar, teniendo en cuenta que en la década de 1870 había formado parte –aunque
no por mucho tiempo- de la institución policial de la Ciudad de Buenos Aires.

Afirma Levaggi que Yrigoyen “era enemigo de la propuesta positivista de la peligrosidad sin
delito”, y también que “otra idea suya era la abolición de la pena de muerte”.111 Asimismo, según el
mismo autor, Yrigoyen tenía simpatías por la condenación condicional, al punto tal de haberla
incluido en el programa del partido radical para la campaña presidencial de 1916. 112 Por su parte, y
a este mismo respecto, Zaffaroni y Arnedo, en su “Digesto de codificación penal argentina” se
interrogan acerca del rol que le cupo al caudillo radical en la sanción del proyecto de 1921.
Aseguran que no existen dudas de que Yrigoyen no intervino en la redacción del texto, aunque la
Comisión especial en Diputados estaba vigilada de cerca: en todo momento la integró uno de sus
más cercanos colaboradores, Delfor Del Valle. Remarcan también las cualidades negociadoras de
Moreno y su capacidad de operar políticamente en tal contexto. Además, Zaffaroni y Arnedo
insisten en las dos convicciones de Yrigoyen que terminaron plasmándose en el Código: por un
lado, se descartó de plano la peligrosidad sin delito; por otro, se logró la abolición de la pena de
muerte, “que el viejo krausista no podía admitir”. En este punto, entonces, hacemos nuestras las
conclusiones de Zaffaroni y Arnedo cuando explican que “si bien Yrigoyen no tuvo nada que ver
en la redacción del proyecto, cuyo timón político tuvo Rodolfo Moreno, no es concebible que una

Roig, Arturo Andrés; Los krausistas argentinos, Buenos Aires, Ed. El Andariego, 2007, cap. II.
109

En una entrevista -inédita por largo tiempo-, Yrigoyen explicó que siempre fue espiritualista y no espiritista.
110

Pero, según el caudillo radical, la confusión no obedecía a “razones intelectuales sino accidentales”. En las épocas en
que el radicalismo adoptó el método de la abstención y la revolución armada, Yrigoyen debía burlar la vigilancia y las
pesquisas permanentes a las que era sometido. En la vieja casa de la calle Brasil tenía varias salidas estratégicas y una
de ellas daba a la sede de la Asociación Teosófica Constancia, que presidía su amigo, Cosme Mariño. Gracias a la casa
de los espiritistas evitó “encuentros molestos”. Cuando llegó al poder, Yrigoyen hizo una donación y los amigos de la
sociedad teosófica dieron su nombre a una de las salas. Véase: Suplemento La Opinión Cultural, en Periódico “La
Opinión”, Buenos Aires, domingo 11 de marzo de 1973, p. 11.
Levaggi, Abelardo; El derecho penal…; Op. Cit.; p. 309.
111

Ibidem, p. 310.
112

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Cien años de Código Penal. Confluencias y divergencias en torno a sus sentidos político-criminales Santiago Sánchez

ley de esa naturaleza se gestase durante su gobierno sin que éste estuviese informado de sus
avances y lineamientos en los principios básicos”.113

IX. Síntesis final

La historia de la legislación penal en nuestro país difícilmente puede ser observada como
proceso lineal. Al contrario, el análisis de los contextos que antecedieron o que fueron
contemporáneos a la aprobación del actual Código Penal revela múltiples matices, que impiden
seguir sosteniendo miradas dicotómicas o maniqueas.

En el período que va desde el último cuarto del siglo XIX hasta la sanción del Código, el
positivismo criminológico adquirió gran peso institucional en ámbitos diversos del mundo jurídico.
A pesar de esta presencia, ese cuerpo normativo no adoptó los postulados generales –ni la
perspectiva sistémica- del positivismo criminológico. Ello no obsta a reconocer que existieron
aspectos puntuales que sí fueron incorporados, tales como los relativos a la condenación
condicional, la libertad condicional o el tratamiento de la inimputabilidad.

El positivismo criminológico tuvo, ciertamente, algunas dificultades para imponerse en el


ámbito legislativo, como lo demuestran los debates parlamentarios de los distintos procesos de
codificación penal de nuestro país. En ese sentido, muchas veces los sectores liberales fueron
reacios a receptar las nuevas teorías porque consideraban que ello implicaba una atenuación de la
dureza de la política criminal del régimen oligárquico.

No debe dejar de considerarse que la emergencia de sectores reformistas dentro de la elite,


atentos a la “cuestión social”, fue lo que posibilitó el ingreso de los tópicos del positivismo
criminológico en los recintos del Congreso. Asimismo, nada desdeñable es que el avance del
proceso democratizador haya atizado tensiones preexistentes en torno a la política criminal, más
aún con la llegada al poder de un partido de masas como la UCR. Por esto, la compleja
construcción del Código Penal no sólo implicó discusiones en el orden de las concepciones
jurídicas, sino también en el de las prácticas político-partidarias dentro las instituciones
representativas. La aprobación del Código, entonces, no sólo habría de ser el resultado del
acuerdo de ideas, sino también del consenso político, en el que no debe dejarse de lado el lugar
que ocupó el Poder Ejecutivo. La presencia de Yrigoyen en el ejercicio de la primera magistratura

Zaffaroni, Eugenio Raúl; Arnedo, Miguel Alfredo; Digesto de codificación penal argentina, Tomo I, Buenos
113

Aires, A-Z Editora, 1996, pp. 79-80.

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Cien años de Código Penal. Confluencias y divergencias en torno a sus sentidos político-criminales Santiago Sánchez

es un elemento que permite entender la dialéctica entre texto y contexto, la singularidad del
tiempo histórico y, finalmente, la particularidad e identidad propias del Código Penal de 1921.

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Cien años de Código Penal. Confluencias y divergencias en torno a sus sentidos político-criminales Santiago Sánchez

V Congreso Internacional de Psicología. Roma, 1905. José ingenieros (desde la izquierda, 11° en primera
fila) y Césare Lombroso (7°). Fuente: Archivo General de la Nación.

Arribo de Gina Lombroso (hija de Césare Lombroso) y Guglielmo Ferrero al puerto de Buenos Aires.
Fuente: Periódico La Nación, 29 de junio de 1907.

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Cien años de Código Penal. Confluencias y divergencias en torno a sus sentidos político-criminales Santiago Sánchez

José Ingenieros junto al presidente Julio A. Roca. Roma, 1906. Fuente: Archivo General de la Nación

Vista aérea de la Penitenciaria Nacional (Av. Las Heras), Buenos Aires, 1925.
Fuente: Archivo General de la Nación

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Cien años de Código Penal. Confluencias y divergencias en torno a sus sentidos político-criminales Santiago Sánchez

Juan Vucetich mide el ancho de la cabeza de un detenido. A la derecha: ficha dactilográfica del detenido.
Fuente: Vucetich (Juan), Instrucciones Generales para la Identificación Antropométrica, La Plata,
Tipografía de la Escuela de Artes y Oficios de la Provincia, 1893.

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Cien años de Código Penal. Confluencias y divergencias en torno a sus sentidos político-criminales Santiago Sánchez

Movilización de organizaciones de trabajadores anarquistas y socialistas, 1 de mayo de 1909. (Aquella


movilización sería recordada por la balacera abierta sobre los manifestantes, con un saldo de 7 muertos y
35 heridos). Fuente: Archivo General de la Nación

Movilización de organizaciones de trabajadores anarquistas y socialistas, 1 de mayo de 1909. Fuente:


Archivo General de la Nación

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Cien años de Código Penal. Confluencias y divergencias en torno a sus sentidos político-criminales Santiago Sánchez

Juan B. Justo dirige la palabra al público en la campaña electoral por las legislativas 1924. Fotografía
publicada en Caras y Caretas n° 2137, 23 de septiembre de 1939. Fuente: Archivo General de la Nación

Movilización masiva durante la asunción de Hipólito Yrigoyen, el día 12 de octubre de 1916.


Fuente: Archivo General de la Nación

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Cien años de Código Penal. Confluencias y divergencias en torno a sus sentidos político-criminales Santiago Sánchez

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