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¿Cómo escribo?

Autor: Ítalo Calvino

Escribo a mano y hago muchas,

muchas correcciones. Diría que tacho

más de lo que escribo.

Tengo que buscar cada palabra cuando hablo, y experimento la misma dificultad cuando

escribo. Después hago una cantidad de adiciones, interpolaciones, con una caligrafía diminuta.

Me gustaría trabajar todos los días. Pero a la mañana invento todo tipo de escusas para

no trabajar: tengo que salir, hacer alguna compra, comprar los periódicos. Por lo general,

me las arreglo para desperdiciar la mañana, así que termino escribiendo de tarde. Soy un

escritor diurno, pero como desperdicio la mañana, me he convertido en un escritor vespertino.

Podría escribir de noche, pero cuando lo hago no duermo. Así que trato de evitarlo.

Siempre tango una cantidad de proyectos. Tengo una lista de alrededor de veinte libros que

me gustaría escribir, pero después llega el momento de decidir que voy a escribir ese libro.

Cuando escribo un libro que es pura invención, siento un anhelo de escribir de un modo que

trate directamente la vida cotidiana, mis actividades e ideas. En ese momento, el libro que

me gustaría escribir no es el que estoy escribiendo. Por otra parte, cuando estoy escribiendo

algo muy autobiográfico, ligado a las particularidades de la vida cotidiana, mi deseo va en

dirección opuesta. El libro se convierte en uno de invención, sin relación aparente conmigo

mismo y, tal vez por esa misma razón más sincero.


El bibliotecario Ciego
Fuente: ¿Qué quieres ser cuando seas grande?

Organización Internacional del Trabajo.

La vida de Jorge Luis Borges (1899 – 1986), el célebre escritor

argentino, estuvo signada por la ceguera. Su padre y su abuela

habían quedado ciegos en su vejez. A los ocho años, Borges ya había sido diagnosticado de miopía. Los

médicos le aconsejaron no forzar la vista leyendo por periodos prolongados, pero su pasión por los libros

pudo más. Entre la lectura voraz y la lectura incipiente, fue perdiendo la vista. A los 25 años, al golpearse

la cabeza contra el marco de una ventana, se provocó una herida que lo dejaría ciego definitivamente. A

pesar de ello, en 1945, siendo ya un escritor reconocido, fue designado director de la Biblioteca Nacional de

Argentina.

Borges concebía el paraíso como una biblioteca infinita. Sin embargo, tuvo que resignarse a recorrer los

pasillos de la Biblioteca Nacional a tientas, acariciando el lomo de los novecientos mil volúmenes que contenía,

tratando de identificar los títulos. En su cuento “la biblioteca de Babel” escribió:

“Como todos los hombres de la Biblioteca, he viajado en mi juventud; he peregrinado en busca de un

libro, acaso del catálogo de catálogos; ahora que mis ojos casi no pueden descifrar lo que escribo, me

preparo a morir…”

Pero la ceguera no lo amedrento. Solía bromear: “Yo era un miope que ascendió a ciego”. Siguió escribiendo

sin parar. Tenía que aprenderse de memoria los textos y luego dictarlos. Como el verso era más sencillo de

recordar, y aún más el verso rimado, su poesía se fue imponiendo sobre la prosa.

Las limitaciones templan la fuerza de voluntad de los hombres. Beethoven, cuando quedó sordo, se vio obligado

a componer melodía que solo él podía rescatar del más profundo silencio. Borges, ciego urdió una inmensa

obra literaria arrancada de las mismísimas profundidades de la oscuridad.

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