En cuanto a “Absalón, Absalón”, de Faulkner, habrá que tener en cuenta lo siguiente:
En primer lugar, la obra forma parte de la invención faulkneriana de un mundo: el condado
de Yoknapatawpha. La palabra ‘mundo’ alude aquí a la idea de totalidad, de conjunto, no importa ahora si abierto o cerrado, pero que se basta a sí mismo. El proyecto o el sueño de Faulkner era crear por un lado una novela que se sostenga por sí sola, que incluya en ella al autor y al lector, que no tenga exterior, es decir, que sea ella sola un mundo. Por supuesto que ese mundo delque se trata es el Sur de los EEUU, el Sur que nombra también, transitivamente, a la Guerra de Secesión. Pero lo que importa es que ese mundo de Faulkner parece tener existencia propia en las novelas, tiene sus personajes que vuelven, pasan de secundarios a principales de una novela a la otra, y tiene también sus espacios, que se modifican levemente con el paso del tiempo, pero siguen siendo los mismos, y sobre todo tiene su atmósfera y su tiempo, estancados en una especie de pasado eterno y recurrente. En segundo lugar, hay que considerar el carácter perspectivístico del punto de vista, que hace que los sucesos no sean nada sin la perspectiva desde la que se narran, es decir, que no haya sentido de los hechos, y por tanto que no haya hechos propiamente sino en la medida en la que se encuentra la perspectiva que los narre (en el orden técnico esto quiere decir también que los temas no son nada sin su relato, que el Sur, la esclavitud, el pecado, el tiempo sólo son en cuanto son narrados); pero además hay que decir que esa perspectiva no es única sino múltiple, plural, lo que hace que los sucesos no sean tampoco únicos ni unívocos, y además que ese punto de vista sea, en cuanto perspectivístico, rigurosamente finito, es decir, que excluya cualquier omnisciencia, cualquier vista panorámica o de conjunto, cualquier saber del todo, y, por otro lado, que excluya la reflexión, es decir, que no se conozca como perspectiva, que no se vea ver, por decirlo así -de allí lo señalado por la crítica: lo que le sucede a un personaje tiene que ser narrado desde otro punto de vista, por otro personaje. Además, siempre se narra en medio de los hechos, sin preparación. El lector no conoce los antecedentes, ignora las consecuencias, está en medio de lo que sucede con los personajes -como dice Borges, el lector no sabe lo que pasa, pero sabe que lo que pasa es terrible. La novela es una interrogación constante y el proceso imaginativo de esa interrogación, de esa búsqueda. (Quentin, en este sentido, es el escritor imaginando lo que pasa o lo que pasó con sus personajes). En el mismo sentido, el así llamado monólogo interior no tiene nada de interior porque encierra en sí el mundo todo, es la conciencia del mundo según un punto de vista. No hay comunicación entre los personajes sino resonancia entre puntos de vista o perspectivas. (Aunque esto último debería ser corroborado). Lo que sucede, el acontecimiento, no sucede nunca en sí mismo, por primera vez. Todo ya fue vivido, por otros o en otro tiempo, y llegamos demasiado tarde a ello; pero todo también sigue repercutiendo – el acontecimiento es a la vez irrupción repentina y repetición interminable. De allí, asimismo, el carácter de la temporalidad, a la vez disjunta, dilatada y extática. Y de allí también que el personaje se defina por un acto único, inmutable, y no por características psicológicas, sociales o biográficas. Es lo que caracteriza al destino en Faulkner. El destino no es lo que va a suceder, el pasado es el destino. La catástrofe ya sucedió. Asistimos a su reiteración maldita. Por último, los tres registros del relato. Fenomenológicamente, el mundo se percibe en su ser tal como es, literalmente, si se quiere. Habría en tal sentido un cierto realismo en Faulkner. Sin embargo, en otro registro, el mundo es percibido oníricamente, como un sueño sucedido hace mucho o recién, pero como ajeno al orden de la realidad. Es lo que otorga el carácter poético, casi lírico, se diría, del estilo de Faulkner. (Obsérvese, por ejemplo, que el uso de la adjetivación, excesiva, traba el relato, hace ver oscuramente lo descripto, pero lo eleva a lo sublime poético gracias a su misma abundancia y al ritmo que lo conduce). Y finalmente, en el registro estrictamente novelesco, tenemos un simbolismo muy particular, aparentemente explícito (la virgen, el demonio, el mal, etc.), pero a la vez equívoco en cuanto atendemos a que el simbolismo está tramado con la literalidad y el onirismo y resulta por ello un simbolismo que no simboliza nada sino que meramente es.
A partir de estas líneas, la sugerencia es que emprendan ustedes la lectura, no intentando
corroborarlas sino, quizá como Quentin, atravesándolas hacia el sentido de la novela.