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democrático
Expectativas públicas, capacidades institucionales
y descontentos ciudadanos en México
DIANA GUILLÉN
ALEJANDRO MONSIVÁIS CARRILLO
(COORDINADORES)
ISBN: 978-607- -
1. Democracia — México — Opinión pública. 2. Participación política — México.
3. Opinión pública — México. 4. Cultura política — México.
I. Guillén, Diana. II. Monsiváis Carrillo, Alejandro.
JL 1281 L4 2017
Esta publicación fue sometida a un proceso de dictaminación doble ciego por pares
académicos externos a El Colef, de acuerdo con las normas editoriales vigentes en esta
institución.
Presentación 11
CONCLUSIONES GENERALES
Khemvirg Puente
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consenso tal que asegure la obediencia sin que sea necesario, salvo en casos
marginales, acudir a la fuerza” (Bobbio, 1986:892), no debe confundirse con
popularidad. Un gobierno popular no usa la fuerza para que el pueblo no se resista
a la aplicación de medidas formalmente obligatorias, pero tampoco lo hace un
gobierno legítimo, es decir, un gobierno electo no solamente por medio de los
canales institucionales previstos legalmente en un contexto democrático, sino
que en el ejercicio del poder construye legitimidad de manera cotidiana mediante
un proceso de adopción de decisiones no solamente en los términos tradiciona-
les, donde la legitimidad de los órganos representativos posee un origen electivo
democrático. Es decir, desde esta perspectiva no parece existir diferencia en tér-
minos teóricos si se trata de una democracia o de un régimen autoritario: El pro-
ceso otorga legitimidad, aunque es evidentemente distinto en una democracia que
en un régimen autoritario. Aquí se parte de la clásica discusión de Easton (1975)
sobre el concepto de legitimidad, que asume una diferenciación entre dos tipos
de apoyo: El específico, que representa la satisfacción que siente un miembro de la
sociedad o de un grupo cuando identifica que las demandas que ha planteado han
sido satisfechas, mientras que en el apoyo difuso un individuo refleja fuertes lazos
de lealtad o afecto hacia el sistema. Es muy importante diferenciar entre la
popularidad de un liderazgo o de actores particulares, frente a la legitimidad ins-
titucional; mientras que el primer tipo puede observarse mediante indicadores
actitudinales afectivos, la legitimidad no necesariamente requiere de una acción
de apoyo explícito como exige la acción popular, sino de aceptación, entonces un
apoyo difuso es suficiente.
Si bien el pueblo puede realizar demostraciones de anuencia al régimen, no son
necesariamente actos de ratificación, sino manifestaciones de apoyo implícito
mediante justamente la “no movilización” y el respaldo otorgado mediante el reco-
nocimiento de procedimientos y resultados –gracias a políticas públicas o produc-
tos legislativos–, así como su implementación por parte de la autoridad.1
Una discusión conceptual más detallada sobre legitimidad estatal aplicada al caso mexi-
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Uno de los datos relevantes del más reciente reporte de la Corporación Latinobarómetro
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(CL) en 2015 es que 70 por ciento de los encuestados en la región no se siente representado
por el congreso, aunque en una democracia más estable como Uruguay, la percepción de ser
representado es de 45 por ciento, contrastando con en países como Perú (8 %), Brasil (13 %),
Paraguay (14 %), México y Costa Rica (17 % cada uno).
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Los diputados
82 74 66 79 81 74 59
de su distrito
Los intendentes,
71 72 55 66 72 67 62
alcaldes o ediles
El intendente,
alcalde o edil de la 64 65 50 59 64 66 49
ciudad donde vive
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El papel de los actores que generan corrientes de opinión es central para construir
la percepción del desempeño y la confianza hacia las instituciones, pero también
los propios miembros de la institución parlamentaria contribuyen a la asignación de
estereotipos sobre el legislador y la actividad política.
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Aprobación de leyes
Toma de decisiones políticas Función de salida: Resolver algún impasse en el sistema político
o influencia Resolución de conflictos: Aliviar las tensiones en el sistema
Supervisión administrativa
Con base en el modelo de análisis de Packenham, se puede afirmar que las legisla-
turas desempeñan funciones relevantes para el régimen político que van más allá de la
creación de leyes, entre las que destaca el otorgamiento de legitimidad sobre el fun-
cionamiento del propio sistema político. Si se asume esta afirmación como un hecho, la
pregunta que surge es: ¿Cómo un órgano legislativo con los más bajos niveles de con-
fianza –como se demuestra en los datos sobre las legislaturas latinoamericanas– es
capaz de transferir legitimidad al sistema político?
En el esquema 1 se precisa el lugar de los límites conceptuales del apoyo, difuso
o explícito, hacia una legislatura a la que se le permite ejercer su actividad con sufi-
ciente autonomía y estabilidad. El punto A es el mínimo necesario para que la legis-
latura sea viable, es decir, para que funcione y esté amenazada por fuerzas externas
que desafíen la existencia misma del órgano parlamentario. La permanencia de un
órgano legislativo es posible cuando la élite o las masas le respaldan, explícita o
implícitamente. Un ejemplo claro de las legislaturas que fracasan es el congreso del
Perú en 1992, que con altos niveles de rechazo popular también obtuvo el rechazo
de la élite política y militar, lo que configuró una vía libre para su cierre por parte del
presidente Alberto Fujimori; encuestas de aquel entonces señalaban 82 por ciento
de respaldo por parte de la población a la desaparición del congreso, y la creación de
una nueva constitución. Lo mismo sucedió en 1973, en Uruguay, con la ocupación
del parlamento por parte de la élite militar, así como en otros golpes parlamentarios
en el mundo; algo similar ocurrió en 1913 con la disolución de ambas cámaras del
congreso mexicano por Victoriano Huerta, debido que contaban con escaso apoyo
popular y nulo respaldo de la élite militar y gobernante.
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C
D
Legislatura
populista
A B
Legislatura
en riesgo
Apoyo popular
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nuo empleado por los legisladores para internalizar las demandas y canalizarlas
mediante cauces institucionales.
El proceso legislativo es controlado por el grupo que tiene la mayoría de votos
en el pleno de la asamblea; por ello, en los estudios legislativos se asume que la le-
gislación es prerrogativa de la mayoría o de los gobiernos –que definen la agenda
legislativa–, mientras que las minorías o la oposición buscan el control parlamen-
tario. Tradicionalmente, los partidos de oposición pueden utilizar los instrumentos
de control a su alcance para intentar restringir la acción gubernamental o acotar
sus capacidades políticas, de tal forma que las autoridades del Ejecutivo estén aler-
tas del seguimiento que dan a sus acciones.
Las preguntas parlamentarias, el debate político, las comparecencias de funcio-
narios, la actividad de fiscalización y control, la aprobación del presupuesto y la acti-
vidad ordinaria de las comisiones legislativas son algunos de los instrumentos
más empleados por las legislaturas para acotar o influir en la acción del gobierno.
Así, si se asume que el control parlamentario es propio de la oposición, y la actividad
estrictamente legislativa es propia de la mayoría o de quien gobierna, el análisis del
comportamiento parlamentario puede resultar impreciso, y a pesar de ser un ele-
mento básico para interpretar las acciones de quien gobierna y de quien se opone en
la esfera partidista, algunos partidos de oposición no actúan como tales, e incluso
los partidos en el gobierno se resisten a usar la fuerza de su mayoría legislativa
–cuando cuentan con ella– para evitar el señalamiento de no tomar en cuenta la
opinión de las minorías.
En años recientes de la democracia en México ha sido cada vez más frecuente
que los partidos opositores se resistan a rechazar nombramientos propuestos por
el gobierno, como consecuencia de una práctica parlamentaria mexicana donde se
asume que el único responsable de este tipo de nombramientos es quien los hace,
y no quien los sanciona. Así, esta inercia de aprobación a los nombramientos sin el
debido escrutinio sobre los funcionarios propuestos, o bien cuando las legislaturas
se niegan a cuestionar la idoneidad del perfil sugerido por el Poder Ejecutivo, equi-
vale a que en los hechos el Poder Legislativo renuncie a la corresponsabilidad con-
cebida constitucionalmente para designar funcionarios gubernamentales, a pesar
de que sus funciones son irrenunciables.
Algo muy distinto sucede cuando –posterior a un análisis detallado de la expe-
riencia y perfil de quien es propuesto para un cargo– los legisladores elaboran una
detallada justificación de la idoneidad del personaje propuesto, en cuanto al cum-
plimiento de los requisitos legales para desempeñar un cargo y a la idoneidad para
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Nosotros pensamos que los legisladores de este país tenemos que tomar una decisión
muy seria en cuanto a la Procuraduría. Tenemos que definir con toda claridad si ésta es
responsabilidad del Ejecutivo para exigirla a plenitud o si ésta es autónoma a plenitud.
[...] Hoy en la realidad, en los términos de la ley, el procurador depende del Ejecutivo,
depende del presidente de la república, y en consecuencia nosotros asumimos como
fracción parlamentaria que es preferible dejarle la responsabilidad plena, que dejársela a
medias. Vamos a votar a favor porque vamos a dejarle la responsabilidad plena en manos
del Ejecutivo (Senado de la República, 2009).
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ron que no contaba con experiencia, que su designación había sido atropellada, y
que incluso había manifestado “desprecio y desconocimiento” de temas relevantes
para la agenda binacional. A pesar de lo anterior, la presidenta de la Comisión de
Relaciones Exteriores del senado y senadora panista informó que su partido apo-
yaría el nombramiento por “la trayectoria académica y cultural del doctor Miguel
Basáñez, aunado a que su experiencia democrática y política garantizan [que] lle-
vará a cabo una política firme, inteligente y útil” (Becerril, 2015). Al final, el nom-
bramiento fue aprobado por 98 votos a favor y 3 en contra.
Independientemente del actor que inicie el procedimiento o de la magnitud
de las coaliciones de votación en materia legislativa, el proceso legislativo ha sido
visto como una fuente de legitimidad siempre y cuando se celebre en cada una
de sus etapas, de acuerdo con la propia tradición parlamentaria y los procedi-
mientos legislativos regulados por la normatividad interna del congreso. De no
cumplirse el debido proceso legislativo se puede cuestionar su legalidad, y en con-
secuencia, su legitimidad procedimental. Incluso autores clásicos como Weber o
Luhmann plantean una discusión en la teoría sociológica jurídica sobre la eficacia
legitimadora de las decisiones mediante el procedimiento. A partir de esta discu-
sión, Fix-Fierro y López Ayllón (2001:385) afirman que:
Debido a que los procedimientos despliegan esa eficacia legitimadora, los legis-
ladores buscan formalizar por medio de una normatividad las etapas que se deben
establecer, e independientemente de los resultados del procedimiento, el cumpli-
miento de dichas etapas y la participación de los actores obligados durante la apro-
bación de nuevas leyes que se consideren suficientes para que el producto no sea
desafiado ni sometido a escrutinio fuera de la propia arena legislativa.
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Conclusiones
La legitimidad política se ha visto tradicionalmente como una consecuencia de la ley o
del voto en un contexto democrático; sin embargo, en el caso de la ley, se refiere
a un elemento que no es su única fuente, a pesar de generar legitimidad. Aquí se
ha argumentado que el cumplimiento del debido procedimiento legislativo y la
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Un caso de interés sobre estas posibilidades de colocación de agenda por partidos oposito-
res se observó en el instrumento llamado Pacto por México, donde los tres principales partidos
acordaron una agenda de reformas por temas que procesaron mediante vías institucionales;
aunque algunas decisiones no contaron con votaciones unánimes, sí recibieron una san-
ción legitimadora por haber sido incluidas con la ayuda de un instrumento plural partidario.
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