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F N
3º Serie Protectores
A
San Diego
4 de enero, de madrugada
—Más fuerte —gimió. Mike Keillor apretó los dientes,
empezando a moverse más rápido, más duro. La cama sucia y barata
crujió tanto que tuvo miedo de que se fuera a partir—. Más duro —
insistió ella. La mujer debajo de él tenía la cara roja, los ojos
vidriosos, los dientes apretados fuertemente, mientras sus caderas
golpeaban las de ella.
—Más —siseó ella. Cuando habían llegado dando tumbos al
sucio apartamento, borrachos y besándose, ella le había dicho que le
gustaba que la sujetaran durante el sexo. Así que la estaba sujetando,
apretando sus manos fuertemente alrededor de sus muñecas. Ella se
arqueó contra él, fuerte, su pelvis golpeando contra la suya, y gimió
de nuevo.
Lo que oyó fue dolor.
Espantado, Mike dejó de moverse en su interior, levantando las
manos. Ella tenía las muñecas rojas, empezaban a hincharse. Podía
ver la marca de sus dedos.
Dios.
Tenía manos grandes y fuertes. Las manos de su padre. Duras,
nervudas. Manos que podían hacer daño. Manos que le habían
hecho daño a aquella mujer.
Mike tenía las manos de su padre pero jamás había visto a su
padre tocar a su madre o a sus hermanos con algo que no fuera
amabilidad, ternura y amor.
Las manos de su padre habían hecho daño a aquella mujer.
Y a ella le gustaba.
El horror bulló en su interior.
Mike se apartó de ella, rodó y recorrió el pequeño apartamento
buscando el aseo. Abrió la puerta del vestidor, el de una cocina
diminuta y finalmente encontró la puerta del baño. Subió la tapa del
inodoro con un golpe sonoro, casi sin llegar a tiempo de vomitar
dentro del váter manchado de marrón.
Vomitó los seis whiskys con cerveza, el plato de patatas
grasientas que solían placar al alcohol y, sobre todo, vomitó el hecho
de que había estado follándose a una mujer a la que le había hecho
daño y que quería que él le hiciera daño.
Michael Keillor no hacía daño a las mujeres. Jamás. Solo pensarlo
le había hecho vomitar en el asqueroso váter, con una mano apoyada
sobre los azulejos manchados con suciedad, mientras él soltaba hasta
la bilis.
—¡Hey! —Una afilada uña le golpeó su espalda desnuda—. ¡Tú,
gilipollas! Me has dejado colgada. ¿Qué coño te pasa?
Mike no tenía ni idea. Miró el increíblemente sucio baño que
llevaba meses sin limpiarse.
¿Qué le pasaba?
Buena pregunta.
¿Qué coño estaba haciendo allí?
Pregunta todavía mejor.
Tenía la verga abajo, la goma le colgaba de la punta. Se la sacó y
la tiró a un cesto de basura sobresaturado.
—¡Hey, tú, gilipollas! —le dio un fuerte golpe en la espalda—.
¡Estoy hablando contigo!
Mike se giró hacia ella.
No tenía ni idea de quién era. No recordaba su nombre. Tal vez ni
se lo había dicho. Tal vez él no había preguntado.
El bar había estado oscuro y ruidoso y se habían comunicado
principalmente con la mano de ella sobre el paquete de él,
restregándole la polla. Cinco minutos después de que pusiera los
ojos sobre ella estaban entrando por la puerta de aquel apartamento,
a una manzana de distancia.
No era una profesional. No le había pedido dinero. Todo lo que
quería era follar.
Y que él le hiciera daño.
Lo podía ver ahora, las finas cicatrices que le cruzaban la cara,
dos cicatrices de cuchillo en su pecho desnudo, moratones viejos y
nuevos. Ya le habían hecho daño, un montón.
Más que delgada, era flaca, como si lo que comiera no solo no
fuera suficiente sino que además fuera mierda. Mike la superaba en
más de cincuenta kilos. Lo había escogido en un bar, un hombre
borracho y corpulento, y ahora le estaba provocando.
Le abofeteó, luego dio un paso y se le puso justo a la cara, las
facciones retorcidas por una mueca desdeñosa, la boca con el
pintalabios corrido.
—¿Me oyes, imbécil? Me follarás hasta que yo haya acabado, no
hasta que tú lo hagas. Y luego vete a vomitar a otro lado, pedazo de
gilipollas.
Mike simplemente la miró, controlando otro espasmo de bilis.
Ella lo miraba, sus ojos oscuros brillando de anticipación.
Acababa de desafiarlo, de insultar su hombría.
Era como de guión, una secuencia de sucesos preestablecida, una
que ella esperaba, ansiaba. Se suponía que él empezaría a atizarle, a
golpear sangrientamente. Empezando… ya.
Ella se lo esperaba. Lo quería. Lo ansiaba. Y si podía leer a una
mujer excitada, y tenía años de experiencia en ello, se estaba
corriendo con la idea de ser golpeada. Por él.
Mike no podía respirar.
Necesitaba salir de allí, rápido. Necesitaba salir de aquel
asqueroso baño, de aquel asqueroso apartamento, de aquella
asquerosa vida. Ahora.
Ella estaba de pie en la puerta del aseo bloqueándole el paso.
Mike alargó las manos y se las puso sobre los hombros. Bajo sus
grandes manos los huesos de ella se sentían como de pajarillo,
apenas cubiertos por la piel. Ella tembló, un movimiento
incontrolable de excitación. El juego estaba a punto de comenzar, y,
tío, ella estaba más que lista.
Pero en vez de estamparla contra la pared, Mike simplemente la
levantó un poco del suelo y suavemente la colocó de pie a la derecha
para poder salir de aquel maldito baño y coger sus ropas antes de
que lo que estaba dando tumbos en su estómago subiera y saliera de
nuevo.
Se estaba metiendo los tejanos cuando sintió que ella le empujaba
la espalda.
—¡Tú, hijo de puta! —gritó—. ¿Dónde coño te crees que vas, eh?
Te vas a quedar aquí mismo y acabar la faena, bastardo.
Mike miró buscando sus botas, oyendo su aguda voz como si le
llegara desde la distancia, como una mosca zumbando y golpeando
contra el cristal de la ventana.
Encontró las botas (una bajo la cama, la otra tirada al lado, bajo
una silla inestable y astillada). Recordaba habérselas sacado. Había
tenido prisa por quitarse la ropa, meterse en la cama. No porque
estuviera consumido por la lujuria, ahora se daba cuenta, si no
porque quería empezar a follar antes de que el olor y el sucio
desorden que podía ver incluso con la tenue luz, lo apagaran por
completo.
Ahora que había vomitado la mayor parte del alcohol y estaba
semi-sobrio, comprendió que había tenido razón para apresurarse,
porque lo que vio le bastaba para hacer que se le bajara el miembro.
Era un Marine —aunque hubiera sido un SWAT en el
Departamento de Policía de San Diego y ahora fuera socio de un
próspero negocio de seguridad con sus hermanos— porque una vez
Marine, siempre Marine. Los Marines eran limpios y organizados.
En aquel desastroso agujero parecía que anidaran ratas. Ropas
colgando por todas partes, ni una sola de ellas doblada. La cama
había estado sin hacer la otra noche, las sábanas sucias y manchadas.
Todo el lugar apestaba a sudor, sexo y desesperación y, ay Dios,
ahora que prestaba atención, había un lugar preparado en una mesa,
con una cuchilla de afeitar y polvo blanco que se había
desparramado.
Mierda. Joder. Joder, joder.
Una cocainómana. Se había follado a una cocainómana. Medio
follado una cocainómana.
Ella le estaba gritando abusador, dándole patadas, intentando
arrearle con los puños. Mike se sentía tentado de quedarse allí y
dejar que ella abusara de él porque se lo merecía.
Tenía treinta y cinco años. Había sido soldado y además uno
malditamente bueno. Había sido un SWAT, el mejor en la fuerza. Y
ahora era socio en una de las mejores compañías de seguridad del
país.
Era uno de los chicos buenos.
Así que, ¿qué coño estaba haciendo allí con una cocainómana?
Encima con una con problemas mentales. ¿Qué diantre le sucedía?
Escuchó lo que ella le estaba gritando.
—… jodido gilipollas, ¿qué coño te crees que estás haciendo, maldito
imbécil?, ni siquiera la puedes tener levantada, pensé que me estaba
trayendo un hombre a casa y me he traído un nenaza que no la puede ni
levantar…
Mike desconectó mientras se ponía la chaqueta. Si había algo
remotamente divertido en todo aquello, se reiría. Su gran problema
en la vida hasta ahora había sido, no que no se levantara, sino
mantenerla bajada.
El sexo siempre había sido como una especie de refugio, una
manera de desconectar la cabeza, apagar los sentimientos. Como
correr, solo que más divertido. Ejercicio sudoroso y sin sentido.
Aquello… aquello no sabía lo que era. No era sexo. No era
divertido. Era un vistazo a la parte oscura de sí mismo que lo hacía
cagarse de miedo. Una parte oscura que inevitablemente conducía a
un futuro negro y tenebroso hecho de agujeros inmundos como
aquel, tocando fondo una, otra y otra vez.
Sus gritos ahora fueron más altos, cuando comprendió que se
estaba yendo de verdad y que ella no iba a lograr ni que la follaran
ni que la golpearan.
Mierda. Estaba haciendo un estruendo tremendo. Alguien iba a
llamar a la poli y ¿no sería un final perfecto para un día perfecto?
Tener a sus antiguos compañeros de la poli persiguiendo su culo y
llevándolo a comisaría.
Sus compañeros en las fuerzas de la ley sabían que era incapaz
de hacerle daño a una mujer. Algunos incluso sabían que su
compañía, RBK Security Inc., ayudaba en secreto a mujeres
golpeadas y maltratadas a escapar de sus torturadores y las colocaba
en algún otro lugar con una nueva vida. Su propio tren de la
libertad.
Pero aquella mujer mostraba signos de abusos continuados. Si
gritaba “¡violación!”, encontrarían su ADN sobre ella, aunque no en
ella, y se verían obligados por el honor a llevar todo el patético
espectáculo hasta la central y meter a la fiscalía.
Y Sam y Harry irían a pagarle la fianza.
Habría una investigación, tal vez un juicio. El nombre de RBK se
vería arrastrado por el lodo.
Jesús.
Mike cerró la puerta a la mujer gritona y miró a su alrededor. Si
el apartamento era malo, el pasillo era peor. Cada una de las
bombillas estaba fundida y todo el lugar apestaba a meado. El pie se
le pegó al manchado y sucio linóleo. Ahora que la mujer de detrás de
la puerta había dejado de gritar y sólo lloraba, Mike pudo oír a otra
mujer gritando detrás de una puerta un poco más allá en el pasillo.
El lugar apestaba a enfermedad, violencia y desesperación.
Llegó hasta las escaleras, con la cabeza gacha, conteniendo la
respiración. Alguien había vomitado en el descansillo del segundo
piso. No sabía qué le deprimía más, aquel triste vertedero o el hecho
de que había estado tan borracho tropezando al subir las escaleras,
con el cerebro en los pantalones, que no se había percatado de nada.
Empujar la puerta para abrirla a la calle y salir al aire limpio y
fresco de la noche fue como una mano acariciándolo para
tranquilizarle. Finalmente respiró mientras comprobaba los
alrededores.
Toda la calle era una mala noticia. Las pocas farolas funcionando
mostraban casas abandonadas, seres humanos enroscados sobre sí
en las aceras, un tío viejo en las escaleras de un porche bebiendo de
una bolsa de papel, otro con harapos sucios meando contra una
pared, la mayor parte de ello salpicándole a los zapatos porque no
atinaba.
Era probable que todo el alcohol en el organismo de Mike ya
estuviera yéndose por el sistema de alcantarillado de San Diego,
pero no valía la pena arriesgarse a que le pillaran en un control
policial. Dejaría su SUV donde estaba. Tenía un sistema de rastreo si
alguien lo robaba y, de todas formas, lo tenía asegurado hasta las
cejas. Al día siguiente haría que Barney lo llevara hasta allí. Le diría
alguna mentira sobre estar en una vigilancia. Barney ni lo
cuestionaría. Pensaba que Mike, Sam y Harry eran dioses.
Mike resopló al pensarlo.
Levantó la vista al cielo nocturno, claro; unas pocas estrellas
brillantes penetraban en la contaminación lumínica de la ciudad.
Cuando iba de acampada, muy lejos de las luces de la ciudad, podía
ver billones de estrellas por la noche.
¿Cuándo había sido la última vez que había ido de acampada?
Dios, ni lo recordaba.
¿Y qué estaba haciendo allí, en aquella parte de la ciudad dejada
de la mano de Dios, follándose a una mujer medio desquiciada?
¿Una mujer que quería que él le hiciera daño? Mike había follado un
montón en su vida pero siempre se había mantenido a distancia de
las locas. Las drogadas, las casadas y las locas. Regla básica, jamás
rota, hasta ahora.
¿Qué estaba haciendo?
Sabía lo que estaba haciendo. Huir de Sam y Harry y sus
familias, eso era.
Sam Reston y Harry Bolt. Habían estado juntos de niños y ahora
de hombres estaban más unidos que si fueran hermanos. Los tres
habían crecido sin familias. La madre de Sam lo había tirado a la
basura cuando era un recién nacido. La madre de Harry y de su
hermana pequeña habían sido asesinadas por el novio adicto a la
meta cuando él tenía doce años. Y Mike… Jesús.
Se restregó el pecho. ¿Cómo podía ser que todavía doliera? La
pérdida de su familia había sucedido hacía veinticinco jodidos años.
Era un hombre. Un Marine, un poli, un experto en seguridad. Un
francotirador, uno de los mejores. Resistente como el cuero.
Y todavía dolía, joder.
A casa. Necesitaba llegar a casa.
¿Por qué estaba allí y no en casa? Bueno, aparte del hecho de que
aquella casa era grande y estaba vacía, sin nada para él, había visto
cómo sus cuñadas intercambiaban La Mirada.
Toda la época de Navidad la habían pasado comiendo o en casa
de Sam o en la de Harry. Todos vivían en el mismo edificio en
Coronado Shores, donde Mike tenía un espacio grande y vacío al
que más o menos llamaba hogar porque no había ningún otro al que
llamar así, así que Eso lo era. Hogar por defecto.
El gigantesco apartamento de Sam en el edificio y el de Harry,
ligeramente más pequeño, habían sido transformados en lugares
acogedores por sus esposas. Decidir cuál era más bonito era difícil.
La casa de Sam y Nicole era enorme, su ama de llaves era una
cocinera fabulosa y, como hija de un embajador, Nicole era una
anfitriona consumada.
Cuatro pisos más abajo, la casa de Harry y Ellen era un poco más
pequeña, sin cocinera, aunque Ellen tenía una pequeña panda de
fans que eran chefs de restaurantes y que se disputaban el enviar
platos de gourmet. En cualquier momento podían estar comiendo
platos preparados por los chefs de los mejores restaurantes de la
ciudad.
Había otra cosa genial en cenar en casa de Harry. Su esposa era
una de las mejores cantantes del mundo y a la cena a menudo le
seguía un pequeño concierto improvisado que haría que cualquier
amante de la música derramara lágrimas de agradecimiento.
Y las niñas. Jesús.
Mike caminaría descalzo sobre brasas ardientes por jugar con la
pequeña niña de Sam, Meredith. Merry era adorable, brillante y
hermosa. Amaba a su Tío Mike y, tío, él también la quería. Otra
pequeña estaba en camino y todos la estaban ansiando. Y la pequeña
de Harry, Grace, que tenía solo tres meses y ya sonreía cuando oía su
voz.
Así que era realmente fácil caer en el hábito de comer tres, cuatro
y, ahora que lo pensaba, hasta cinco noches a la semana con Sam o
con Harry. Y por supuesto los fines de semana quedaban todos
juntos. Barbacoas en la terraza o pizza en casa, y cervezas y partidos.
Aquel año había sido el más feliz de Mike desde que su familia
había sido masacrada. Incluso había perdido un poco de peso
porque estaba comiendo sano de manera regular. Comida de
verdad, no mierda de bar.
Su vida sexual había tocado techo, pero si le ponías una antorcha
debajo de los pies desnudos y le arrancabas las uñas tendría que
admitir que estaba más que un poco cansado de ir a los bares y del
sexo impersonal que lo acompañaba.
Así que estaba feliz de vivir a través de las familias de sus
hermanos, aunque él no lo veía así. No hasta la otra noche.
Había pasado la noche de fin de año en casa de Sam, jugando con
Merry, todos ellos habían pasado el día de Año Nuevo en casa de
Harry y la noche de después en casa de Sam. Cuando Mike preguntó
sobre hoy, había habido un entendimiento entre Ellen, Nicole, Sam y
Harry. Una mirada que contenía miles de palabras.
¿Quién se iba a quedar con el niño problemático, el que no podía
controlarse?
Eve estaba cansada porque había dado su concierto anual de
Navidad y le exigía mucho de sí y además durante las Navidades
había grabado un CD que iba a salir en Marzo. Además Grace estaba
con los dientes y ambos, ella y Harry, tenían unas enormes ojeras
por las noches sin dormir. Nicole estaba embarazada de tres meses,
sufriendo náuseas nocturnas y tenía un trabajo importante de
traducción que había aceptado durante las vacaciones y estaba
trabajando desde casa.
Y ahí fue cuando la realidad le golpeó a Mike en la cabeza:
querían pasar tiempo a solas. Cada familia quería pasar una noche a
solas, cada uno en su propia casa, relajándose. El único sin familia
con la que ir era Mike, y ellos más o menos se habían echado la carga
de proveerle una familia en préstamo.
Ardía de vergüenza cuando comprendió lo a menudo que
simplemente daba por hecho que sería bienvenido, cualquier día que
quisiera, cualquier comida que quisiera. Alimentándose de las
buenas vibraciones que las familias de Sam y Harry emitían.
Mike Keillor, vampiro.
Se resolvió a dejar de chupar de la teta de la familia de sus
hermanos y a cuidarse de sí mismo. Empezando por ya. Aquella
noche abrió el frigorífico, vio el brillante vacío (excepto por dos
paquetes de Anchor Steam) y se dirigió al centro. A buscar algo que
comer y algo que follar.
Bueno, pues qué bien había ido todo, ¿eh?
Mike tenía un sentido de orientación excelente. Había estado en
lo más alto de su clase de entrenamiento para Francotiradores y
había llegado al Force Recon1. El mapa que tenía en la cabeza se
encendió; giró y empezó a caminar.
Caminar se convirtió en un trote lento porque quería escapar de
sus pensamientos. Y quería largarse de aquella parte de la ciudad.
Era deprimente, rozando la peligrosidad. Las calles estaban oscuras
y sucias. Montones patéticos de ropa cubiertos con cartones se
apiñaban entre las aceras y las paredes de los edificios, esperando
captar algo de calor residual.
Pasó junto a un bidón oxidado. Dentro habían encendido una
fogata, rugosas manos calentándose sobre el fuego. El brillo
anaranjado iluminaba rostros grotescos, desiguales, mal afeitados;
los rostros de hombres con dientes con flemones y cortes que jamás
eran tratados. Un hombre abrió la boca lanzando un rugido como un
animal enfurecido, mostrando dientes rotos semejantes a tocones
negros en su boca.
Un pillado a la metadona, justo como el que había golpeado a la
madre de Harry y a su hermana pequeña hasta la muerte. Harry
estaba empezando a superarlo gracias a una esposa maravillosa y a
una hijita, a las que amaba desesperadamente.
Mike corrió más rápido. Quería irse de allí, irse de todo lo que
estaba allí, de la oscuridad, del dolor y del lamento. Ya tenía
suficiente de eso en su vida.
¿Por qué no podía huir de ello?
Ahora estaba corriendo, aquel ritmo constante que lo abstraía de
sí mismo, sudando las toxinas de aquella noche y los recuerdos de
todas las noches que había ido a ligar a antros, despertándose entre
sábanas arrugadas y sudadas con la mujer de turno, intentando
recordar su nombre incluso aunque su resaca era tan catastrófica que
apenas podía recordar el suyo propio.
Quería olvidarlo todo mientras corría, corría y corría. Había más
de veinticuatro kilómetros hasta Coronado Shores, sin contar el
ferry, la distancia que había corrido diariamente en el campo de
entrenamiento llevando encima casi veinticinco kilos de material. Y
cuando estaba doblado por el flato, aquel viejo bastardo de Di y, su
instructor, le gritaba directamente al oído que el dolor era la
debilidad abandonando el cuerpo.
Di y tenía razón, por supuesto. Sus instructores siempre tenían
razón. Todos los instructores de los Marines eran Dios.
Y siguió, y siguió y siguió. Levantó la cabeza cuando llegó al
océano, el limpio olor a sal metiéndosele en los pulmones. Había
sudado la peste de la habitación de la mujer y de su sesión de sexo
enfermizo. Ahora lo único que podía oler era su propio sudor y el
mar. El cielo sobre la ciudad detrás de él ahora tenía un tono más
claro de negro y, delante de él, podía empezar a distinguir la línea
donde el mar se encuentra con el cielo.
Se detuvo en el embarcadero del ferry, corriendo sin moverse del
sitio para no perder el ritmo y lo mantuvo incluso cuando llegó el
ferry y embarcó. Era tan temprano que había pocas personas que
miraran al loco que saltaba arriba y abajo. Cuando llegaron a tierra,
corrió directamente afuera.
Le chorreaba el sudor cuando llegó al camino de entrada a su
edificio, el último condominio de Coronado Shores, y rebuscó las
llaves en los pantalones. Ruiz, uno de los cuatro vigilantes nocturnos
del edificio, le vio y abrió las dos enormes puertas de cristal por
control remoto.
Ruiz llevaba allí un par de años y había visto a Mike llegar a casa
en cada uno de los estados posibles: después de noches de sexo
alcohólico y después de noches de trabajo infiltrado. Empapado de
sudor después de una larga corrida vestido en tejanos, camiseta y
cazadora bomber no era nada. Ruiz simplemente asintió hacia Mike
cuando se fue deteniendo hasta caminar y cruzó el enorme vestíbulo.
Arriba, su apartamento estaba exactamente como lo había dejado
antes aquella noche (no, la noche anterior), con las prisas inquietas.
Limpio, porque una señora de la limpieza iba una vez a la semana y
porque era pulido como un Marine. De todos modos no tenía
muchas cosas. Cama, sofá y centro de entretenimiento, y una cocina
que nunca usaba.
Antiséptico y vacío.
Se quitó las ropas empapadas en sudor, las dejó caer en la cesta
de la ropa sucia y se fue a tomar una ducha. Se quedó de pie bajo el
chorro del agua, apoyándose con ambas manos contra la pared,
dejando que el agua caliente se deslizara por su espalda durante
media hora entera. Para cuando salió, el cielo afuera de la ventana
estaba gris perla. Caminó hacia el largo balcón que daba al Pacífico y
miró aquella vista que adoraba.
Aquella mañana el vasto océano azul cobalto con sus olas de
encaje no le dieron la profunda calma que normalmente le
transmitían. Apretó las manos en la baranda del balcón, de pie con
una gran toalla blanca rodeándole las caderas, observando al cielo
hacerse más y más claro.
A diferencia de Harry, Mike jamás había tenido problemas para
dormir. Antes de casarse y convertirse de golpe en Harry el Feliz,
Harry había llegado a pasar tres y cuatro noches sin dormir, algo
que Mike nunca había entendido.
Ahora sí. No tenía ni un poco de ganas de dormir. Se sentía como
si no fuera a dormir nunca más. Observó el cielo hacerse más claro,
el océano hacerse más largo, y sintió que su vida era como el océano,
que continuaba y continuaba pero no cambiaba nunca. Tenía un
destello de su propio futuro en el agua.
Continuar y continuar.
Intentaría no agobiar demasiado a Nicole y Ellen. Pero vería a sus
sobrinas tanto como pudiera, porque amaba a aquellas niñas. Le
parecía que lo único que podría esperar de la vida era verlas crecer,
mirándolo desde fuera.
Se sintió inquieto, casi ansiando aquella pelea que la mujer había
deseado. No quería luchar con ella, quería… mierda. No sabía qué
coño quería. Sabía solo que si se hubiera topado con alguna banda
de maleantes de camino a casa le habría dado la bienvenida a una
buena y dura pelea.
Era bueno con los puños. Era un luchador, siempre lo había sido.
No había ninguna cantidad de hombres que le hicieran echarse atrás.
Adelante.
Huuah. Yiiijah.
Menuda mierda.
Algo en lo más profundo de su ser le dijo que no había ninguna
cantidad de lucha que pudiera calmar lo que fuera que hervía en él.
Finalmente, cuando el sol aclaró todo el cielo, regresó adentro a
vestirse para otro día de trabajo.
Capítulo 2
* *
Está asustada de muerte, pensó Mike, feliz de haberse metido en
aquella reunión. Aquella Chloe Mason había pedido específicamente
hablar con Harry Bolt, pero una vez Mike la hubo visto en el
vestíbulo, supo que también tenía que estar allí.
Porque aquella mujer era claramente una de Las Perdidas. Una
mujer con problemas, escapando de algún gilipollas violento. Y
mierda, le hacía enfurecer de nuevo que hubiera en el mundo
monstruos que podían golpear a las mujeres.
En un principio RBK se encargaba de seguridad corporativa. En
el vestíbulo, esperando obtener los muy caros servicios de RBK,
había dos CEOs y el jefe de seguridad de una compañía de las
Fortune 500. Mike había leído sus informes y sabía cuáles eran sus
problemas y cómo solventarlos.
Aquellos tres hombres representaban probablemente un millón
de dólares en negocios para RBK, aproximadamente.
Chloe Mason no representaba nada, porque RBK tenía la política
de no aceptar dinero de mujeres huidas. Si acaso, RBK proveía a
dichas mujeres con un dinerillo para ayudarlas durante su primer y
dificultoso año.
Como promedio, después del primer año, estaban a salvo.
Después de la noche anterior Mike realmente, pero de verdad,
quería hacer que una mujer estuviera a salvo. Quería ayudar a una
mujer, en especial a una mujer como aquella: suave, amable y
completamente no merecedora del jodido enfermo que la había
obligado a ir hasta ellos.
Aquella mañana Sam estaba en casa con Nicole, que había tenido
náuseas matutinas, así que los peces gordos tendrían que
dividírselos entre Harry y él. Pamplinadas que ambos podrían hacer
con los ojos cerrados. Los tres tenían un instinto natural para los
riesgos en seguridad (sus infancias habían sido riesgos en seguridad)
y habían sido entrenados de manera muy dura y muy cara por el Tío
Sam para que aprendieran sobre cómo manejar dichos riesgos. Era
una cuestión de conocimiento y raciocinio.
Pero con sus Perdidas, las mujeres temblorosas y rotas que
aparecían en su puerta porque RBK era su última oportunidad antes
de caer al abismo, cuando trataban con ellas tenías que usar tanto tu
cabeza como tu corazón.
Aunque la mujer del vestíbulo había pedido ver a Harry, Mike de
manera instintiva supo que era suya. Tenía que ser él quien la
ayudara.
No porque fuera hermosa, aunque lo era. Asombrosamente
hermosa.
Era porque se veía tan perdida, tan sola. Tenía una constitución
ligera, con piel pálida y facciones bonitas y delicadas. Una boca
ligeramente grande, enormes ojos de color castaño claro, casi
dorados.
Las ropas eran caras. Y también su bolso y zapatos. Caros,
elegantes y discretos. Aquella era una dama de buen gusto y
educación, y parecía rica.
No importaba.
Sus hermanos y él habían visto mucho de todo pasar ante sus
puertas. Mujeres que habían sido golpeadas por purria drogadicta,
maridos y amantes, claro. Pero también esposas de abogados y
doctores, e incluso un senador. Los ricos no eran inmunes ante las
alegrías de golpear a mujeres y niños. Si acaso, eran capaces de
ocultarlo mejor, y durante más tiempo.
La policía también estaba más dispuesta a hacer la vista gorda.
Las esposas ricas que acababan como parte de Las Perdidas de
RBK a veces intentaban ir a la policía, pero sus maridos muchas
veces se ocultaban tras una enorme cantidad de poder y eran
capaces de escabullirse de cosas por las que hombres más pobres
acababan en prisión. Las esposas de los gilipollas ricos eran igual de
golpeadas que sus hermanas pobres.
Aquella mujer, aquella Chloe Mason, pertenecía a las ricas, no
había duda de ello. Y tampoco era una nueva rica. Tenía aquella
elegancia insustancial de alguien que no necesita hacer una
demostración evidente, alguien para quien el buen gusto viene de
forma natural.
Estaba elegante y encantadora de la cabeza a los pies. Pero había
algo bajo aquellos bonitos trapos de diseñador que era un poquito
menos encantador.
Se movía lentamente, exactamente igual que alguien que había
sido golpeada duramente, en un lugar cubierto de ropa. Aquel era el
truquito que los cabrones que disfrutaban maltratando mujeres y
niños aprendían. Puede que sus rabias fueran incontrolables, pero
tío, sabían razonar lo suficiente para golpear donde no se viera. La
semana anterior la mujer de un banquero había llegado sin un
arañazo visible. Excepto, por supuesto, por una ruptura de brazo de
seis meses antes que había requerido de ocho horas de cirugía. A eso
le habían seguido costillas rotas y un golpe en el hígado tan fuerte
que éste había sufrido daños sustanciales.
Cabronazos que sabían lo que hacían, vaya que sí. Incluso en
mitad de su rabia sabían lo suficiente como para cubrir sus marcas.
Alguien le había hecho algo así a Chloe Mason, que se movía tan
cuidadosamente que caería si no estaba atenta.
Jo, tío. ¿Quién podía hacerle algo así a alguien como ella? ¿Quién
podría hacérselo a cualquier mujer o niño? Pero especialmente a
Chloe Mason, con su suave piel, facciones ligeras y esbelta figura.
Miró a Harry, esperando a que dijera algo, y luego volvió a
mirarlo.
¿Pero qué coño?
Era como si Harry estuviera paralizado. Simplemente estaba allí
de pie, mirándola fijamente. No de manera sexual. Como Sam, Harry
amaba a su esposa, feroz y absolutamente. Tenía un interés nulo en
otras mujeres desde su matrimonio. Pero algo en aquella mujer había
captado su atención. Y le había paralizado la lengua, porque no
decía ni pío.
Harry sabía tan bien como Mike que aquellas mujeres
necesitaban que las confortaran. No necesitaban a un hombre
mirándolas fijamente. En especial un hombre alto y fuerte. Aquel
tipo de mirada era percibida como una agresión y mujeres como
Chloe Mason ya habían recibido suficientes agresiones.
Mike le dio un codazo a Harry en las costillas, pero para nada.
Vale, Harry estaba fuera de servicio. Dependía de él.
—Bienvenida, señora Mason —dijo amablemente a la asustada
mujer que lentamente cruzaba la oficina de Harry. Como Harry no
se movía, Mike rodeó el escritorio y se acercó a ella lentamente. Ni
un movimiento repentino, todo suave y cuidadoso.
Ella lo miró fijamente y él tuvo que apartar la vista porque
también la estaba mirando intensamente, igual que el idiota de su
hermano Harry.
Maldición, era… era encantadora. La anticuada palabra iba
perfecta. Hoy en día «bella» era una palabra técnica usada para
referirse a una mujer que trabajaba en sí misma, que se había hecho
alguna mejora quirúrgica, que sobresalía por cómo se vestía y
maquillaba.
Chloe Mason tenía una belleza diferente, hecha de piel perfecta,
facciones delicadas, suave cabello rubio, enormes ojos dorados…
nada de lo cual, por lo que veía, estaba magnificado.
Así que aquel era su aspecto por las mañanas. Después del sexo.
Mike aplastó aquel pensamiento inmediatamente, avergonzado
de sí mismo. Lo último que aquella mujer necesitaba era que un
hombre al que se dirigía por ayuda fuera a intentar ligar con ella.
Lo estaba observando ansiosamente, luego miró a Harry,
apretando su bolso y un gran sobre de manila, visiblemente
preocupada porque su idiota hermano tenía la cabeza metida en el
culo.
Como parecía que se fuera a caer, Mike alargó la mano y la
colocó bajo su codo, tan caballerosamente como le fue posible,
aunque no le habría importado llevarla en brazos hasta la silla para
los clientes.
No. No iba a ir por ahí, se dijo severamente.
Las mujeres maltratadas tenían antenas que temblaban cuando
había hombres cerca y en su espacio personal, porque los hombres
en su espacio personal solían significar que las cosas acabarían mal.
No quería que Chloe Mason sintiera ni un momento de ansiedad por
su causa.
Así que hizo lo opuesto a lo que había hecho al caminar y luego
correr por una parte mala de la ciudad la noche anterior buscando
problemas. La otra noche su cuerpo entero había sido como una
mano en forma de puño, la señal universal de ven y verás, repleto de
dos drogas busca-problemas: alcohol y testosterona. Una mezcla
potente que metía, sin dudas, a muchos hombres en problemas. Pero
Mike había sido entrenado por los mejores para, llegado el caso,
enfrentarse a los problemas con la cabeza en su sitio. La noche
anterior emanaba agresión. La agresión era su amiga, siempre lo
había sido, le había salvado la vida en incontables ocasiones.
La agresión y el sexo eran sus compañeros constantes.
Pero ahora no.
Ahora necesitaba desconectar de eso, tranquilizar a aquella
hermosa mujer, no asustarla.
—Señora Mason —dijo, asintiendo con la cabeza hacia las dos
sillas para los clientes delante del escritorio de Harry—, por favor,
tome asiento.
Su voz era naturalmente profunda, ligeramente ronca debido a lo
que había bebido la noche anterior. Ella se quedó mirándolo,
tambaleándose ligeramente, y por un segundo se preguntó cuán
magullada debía estar. Tío, si alguien la había herido tanto que no
podía quedarse quieta de pie, iba a descubrir, en privado, quién
había sido y darle de hostias hasta en el pasaporte.
—¿Señora Mason? —repitió, manteniendo la voz amable.
Ella inclinó la cabeza.
—Sí, por supuesto. Me disculpo. He, he estado bajo mucho estrés
últimamente.
Era la primera vez que oía su voz. Era tan suave como el resto de
ella, con una tonalidad musical. Y un ligero acento británico.
¿Era inglesa? Mike dejó caer la mano cuando ella se sentó, luego
dio la vuelta al enorme escritorio de Harry de nuevo.
Ella se sentó en el borde de la silla, una de las sillas más
confortables del mundo. Por definición, los clientes de RBK estaban
en problemas, y la compañía quería que estuvieran cómodos
mientras los expresaban. Chloe Mason no parecía cómoda en aquella
silla, parecía infernalmente tensa.
Silencio. Harry seguía… congelado. Maldición. ¿Qué coño le
pasaba?
Mike esperó un segundo, dos. Al final él rompió el silencio.
—Señora Mason. Bienvenida a RBK Security. Mi nombre es Mike
Keillor y este es mi socio, Harry Bolt. —Le disparó una mirada a la
silenciosa estatua que era su socio y se contuvo de poner los ojos en
blanco. ¿Otra vez Harry estaba sin dormir por culpa de su hijita?
¿Estaba en coma despierto o qué?—. Sé que pidió una cita con el
señor Bolt, pero a menudo trabajamos en… casos juntos. Antes de
que empecemos, ¿podemos ofrecerle algo, una taza de café? ¿O de
té? —dijo pensando en aquel acento.
—Sí, muchas gracias. —Sus palabras salieron con la prisa de
quien se está destensando—. Me gustaría tomar una taza de té.
Buen ojo.
Mike esperó un segundo a que Harry se moviera, despertara,
para comenzar con el jodido programa. Al final él le dio al botón
para llamar a Marisa, su recepcionista.
—Marisa, ¿podríamos tomar una taza de té?
Normalmente Mike no le pediría a Marisa que llevara nada para
tomar, pero ella era la gallina clueca de Las Perdidas. Marisa misma
había sido una de Ellas, y tenía cicatrices para probarlo. Era una
empleada fabulosa, trabajadora y leal. Pero por las mujeres
maltratadas que llegaban a las oficinas de RBK, Marisa iba a por
todas. Las mimaba y las cuidaba y las protegía con ferocidad.
—Sí señor, ahora mismo.
El pequeño interludio había relajado a Chloe Mason.
Poder contarles su historia para muchas mujeres era un enorme
esfuerzo. En cierto modo estaban avergonzadas, aunque el por qué
deberían sentirse avergonzadas por haber acabado siendo el saco de
boxeo de alguien estaba más allá de la comprensión de Mike. Aquel
momento fuera del tiempo había sido un respiro para Chloe. Su
respiración se había acompasado. Le había vuelto un poco de color a
su hermosa cara.
La puerta de la oficina de Harry de deslizó para abrirse y Marisa
entró con una bandeja. Les hacía sentir orgullosos de ella. Una gran
tetera, tres tazas, leche y galletitas caseras que había traído la mujer
de Sam, Nicole, hechas por su ama de llaves.
—Harry. —Mike miró a su hermano; le costó mucho contenerse,
quería darle de nuevo en el costado con el hombro—. ¿Sirves tú?
Harry se sorprendió ligeramente, como si de verdad hubiera
estado durmiendo y de repente se hubiera despertado.
—Claro, ah, claro. —Su mirada siguió clavada en el rostro de la
mujer—. ¿Cómo toma su té, señora Mason?
Ella sonrió amablemente.
—Con una gotita de leche y una cucharada de azúcar, gracias.
Era la primera vez que Mike la veía sonreír. Estaba claramente
bajo un estrés enorme, probablemente aterrorizada, pero su sonrisa
había sido genuina, cegadora. Y le transformaba el rostro de
calladamente encantador a apabullantemente hermoso. Una
auténtica belleza. No captaba la atención a primera vista o tal vez
siquiera a la segunda. Pero cuando captaba tu atención, ojo.
Mike sintió un tirón en algún lugar de su pecho que no recordaba
tener, como si alguien tirara de un gancho.
Iban a cuidar de aquella encantadora mujer. Mantenerla a salvo,
apartarla del peligro.
Y entonces, bueno. Olvida lo de darle una paliza al tipo. Mike iba
a encontrar al cabronazo que le había hecho daño y lo iba a matar.
Capítulo 3
Ostia. Puta.
Chloe estaba en brazos de Harry, llorando tan fuerte que tenía
problemas para respirar. Harry estaba inclinado sobre ella,
abrazándola con fuerza, llorando también. Mike nunca había visto
llorar a Harry, nunca. Ni siquiera cuando regresó de Afganistán, casi
muerto por las terribles heridas y cuando le dolía hasta respirar.
—No puedo creer esto. —Harry se alejó y sujetó a Crissy-Chloe
por los hombros, las lágrimas le bajaban por el rostro—. Oh, Dios
mío. ¿Eres tú? ¿De verdad eres tú? —No esperó una respuesta, solo
la atrajo a otro abrazo de oso.
Él no tuvo necesidad de preguntar. El parecido estaba allí, era
algo casi tangible, que era por lo que se había quedado tan
congelado. El corazón de Harry le había estado enviando
frenéticamente señales que su cabeza no podía aceptar.
Eran hermano y hermana, correcto. Cuando lo sabías, no podías
pasarlo por alto. Hombre y mujer, yin y yang, pero lo mismo. Para
Mike era increíble que fueran tan claramente hermanos y, sin
embargo Chloe era toda femenina y Harry todo masculino. Pero allí
estaba, el mismo tono de piel, el mismo color de ojos, incluso los
rasgos de sus rostros eran iguales.
Los niños Keillor habían sido así. Tres jóvenes hermanos
claramente familia, con un aspecto tan parecido a su padre, pero con
un poco de su madre también. Una familia, visiblemente unidos por
la sangre. El corazón le dio esa patada familiar cuando pensaba en
ellos. Lo suprimió, lo reprimió.
Harry y Chloe estaban haciendo mucho ruido, las palabras salían
tan rápido que eran confusas, sollozos, risas agudas.
Sam metió la cabeza con el ceño fruncido, pareciendo diez años
mayor. Nicole había tenido momentos difíciles esperando su
primera hija, Merry, y estaba teniendo momentos difíciles con el
nuevo también. Ella y Sam se pasaban las noches sin dormir.
—¿Qué es todo este jaleo? ¡Eh! —Miró boquiabierto a Harry y
Chloe, abrazados, llorando y riendo, todo al mismo tiempo. No
ocurría todos los días que veía a su hermano Harry abrazar a una
mujer y llorar.
Mike casi podía ver los engranajes moviéndose en la cabeza de
Sam. Poco a poco. Sam estaba teniendo problemas para procesar la
escena, inusual para un antiguo SEAL. A los SEAL no se les
sorprende fácilmente y no suelen tener problemas para procesar las
cosas. Sam tenía que estar muy falto de sueño.
Harry levantó la cabeza, portaba la alegría por toda la cara
mojada.
Sonrió a Sam.
—Sam, ven a conocer a mi hermana, Crissy. —La miró—. ¿O
quieres que te llamemos Chloe, cariño?
Chloe brillaba como un pequeño sol.
—Chloe —dijo en voz baja—. Por favor.
Sam parpadeó y sacudió la cabeza, como si la idea fuera
demasiado grande para que su cerebro la contuviera.
—¿Crissy? Pero, pero no está…
Muerta. Había estado a punto de decir muerta. Chloe se volvió
completamente hacia Sam. Una vez que la idea de que Harry y
Chloe eran hermano y hermana estuvo en su cabeza, la verdad
estaba ahí, en sus rostros. Inconfundible. La verdad hecha carne.
—Oh, Dios mío —Sam jadeó con los ojos muy abiertos. Viéndolo.
—Sí. —Harry se limpió la cara—. Sí. Espera a que se lo cuente a
Ellen. ¡Y a Grace! —miró a Chloe—. Cariño, tienes una sobrina. Una
hermosa sobrinita. Grace Christine. Llamada así por ti.
La cara de Chloe se desplomó otra vez, sus hombros temblaron.
Hundió la cara en la ahora mojada camisa de Harry, llorando en
silencio.
Sam entró con cautela. A pesar de que llevaba casado más de dos
años, para él una mujer llorando era todavía el equivalente a un
bloque de C4 con el detonador y el temporizador en cuenta atrás.
Pero antes de que los alcanzara, Marisa se precipitó en la habitación.
Una mujer llorando. Marisa estaba preparada para reaccionar.
Llegó toda erizada, disparando miradas furiosas a Harry, Sam y
Mike, los hombres que habían osado hacer llorar a una de sus
mujeres, a una de las Perdidas. Rodeó con los brazos los hombros de
Chloe, mirando ferozmente a los tres hombres. Marisa pesaba unos
cuarenta y cinco kilos en mojado y tenía cincuenta años. Pero
ninguno de ellos, ex soldados altamente capacitados, se atrevería a
enfrentarse a ella cuando estaba en modo protección.
—¿Qué está pasando aquí? ¿Qué le estabais haciendo, vosotros
hombres, a esta pobre chica…? —empezó con furia, mirándolos a la
cara.
—Ella es mi hermana, Marisa —dijo Harry, al mismo tiempo—.
Regresa de entre los muertos.
La cara de Marisa se quedó completamente en blanco. Nunca
hablaba de ello, pero todos en la oficina conocían la historia de
Harry. Sabía que la pérdida de su hermana pequeña había creado un
profundo agujero en su corazón toda su vida.
—Mamma mia —susurró ella, volviendo a la lengua de su
infancia. Se apartó para mirar a Chloe a la cara, sujetándola por los
hombros. La mirada saltó de Chloe a Harry y viceversa—. Mamma
mia.
—Davvero —dijo Chloe de forma inesperada, sonriente,
enjugándose las lágrimas que rodaban por sus mejillas.
Marisa gritó, besó a Chloe en la mejilla e hizo un pequeño baile.
Mike la miró fijamente. Nadie había visto nunca a la fría y calmada
Marisa tan emocionada y tan feliz.
—¡Una sorella ritrovata! ¡Una hermana perdida! ¡Encontrada! ¡Y
habla italiano!
—Solo un poco, muy poco. —Chloe sonrió y se secó los ojos de
nuevo—. Lo estudié durante solo un año.
—Eh, ¿qué está pasando? —Dos mujeres hermosas metieron la
cabeza en la habitación, con aspecto perplejo. Nicole y Ellen. Ellen
probablemente había estado trabajando con Nicole en sus cuentas.
Además de cantar para ellos, Ellen llevaba los libros de la agencia de
traducción de Nicole y de RBK. Mike siempre había pensado que era
un gran dos por uno.
Ellen corrió hacia su marido al ver las lágrimas rodando por su
rostro.
—¡Harry! —Parecía más sorprendida que preocupada—. ¿Qué
pasa, cariño? ¿Estás herido?
Esto último lo dijo lentamente, como si fuera una idea tardía,
porque a pesar de que estaba llorando, Harry claramente no estaba
herido. Él se echó a reír y se enjugó algunas lágrimas, aunque más
cayeron.
Chloe se volvió para sonreír a las dos mujeres, con esperanza y
luz en sus ojos dorados. Mike nunca había visto nada tan luminoso.
Era como si ella tuviera una fuente de luz brillando en su interior. Su
sonrisa era desgarradora, la sonrisa de alguien que no estaba
acostumbrado a la felicidad.
—Ven aquí, cariño —dijo Harry a Ellen. Abrió uno de los brazos
con el otro alrededor de Chloe. Cuando Ellen estuvo a su lado, en su
abrazo, la besó en la mejilla.
Ellen y Nicole no eran bobas. Ambas estaban mirando a Chloe,
luego a Harry, luego de vuelta a Chloe. Entendían que algo estaba
pasando, pero ¿qué?
—Cariño —dijo Harry a su esposa, luego le dio una especie de
tos y risa, como si lo que estuviera en su pecho fuera demasiado
grande para expresarse, pero tenía que salir—. Sé que vas a
encontrar esto difícil de creer, pero esta es… Crissy. Mi hermana. Ha
vuelto de entre los muertos. Solo que ahora es Chloe. —Echó la
cabeza atrás y volvió a reír.
Tanto Ellen como Nicole se quedaron boquiabiertas.
Mike apenas les prestaba atención a ellas, a Sam y Harry. Se
acercó más. No podía evitarlo. Chloe era la luz en sí misma y se
sentía atraído irremediablemente a ella, a la mujer. Había una
especie de aura allí, algo que nunca había visto en nadie, algo que lo
atraía sin ninguna voluntad de su parte. Sus piernas se movían sin él
quererlo, todo su cuerpo se movía hacia la luz, se movía hacia algo
que nunca había visto antes y que reconoció al instante como algo
que anhelaba.
Harry estrechaba a Chloe y a Ellen en sus brazos. Todo el mundo
hablaba al mismo tiempo, el nivel de ruido era increíble. Marisa se
había apartado del grupo y se secaba los ojos, sonriendo. Sam se
inclinó hacia ella.
—Marisa. —Con cualquier mujer, Sam habría colocado tal vez
una mano comprensiva sobre su hombro. Todos estaban afectados,
Marisa tanto como cualquiera. Pero a Marisa no le gustaba ser
tocada por un hombre. Todavía tenía cicatrices del toque de su
marido.
Se quedó tiesa como un palo, de regreso a su personalidad formal
y apropiada. Asintió con la cabeza con seriedad a Sam.
—Señor Reston.
Sam miró a Harry, en un enredo de mujeres felices, Chloe, Ellen y
Nicole, todos ellos hablando en voz alta y felices, y luego miró a los
ojos de Mike.
Sam tuvo clara la decisión. Se giró hacia Marisa.
—RBK cierra durante los próximos dos días. Paga completa para
todos los empleados. Cancela todas las citas para hoy y mañana, con
disculpas. Abrimos de nuevo el lunes.
Cuando Sam miró, Mike asintió con la cabeza.
Oh, sí. Encontrar a la hermana que creías muerta hace tiempo, sí
que se clasificaba como un día de fiesta. Y cuando la hermana era
Chloe Mason… joder sí. Las celebraciones estaban definitivamente a
la orden.
—Sí, señor. Gracias, señor. —La voz de Marisa era suave, pero
estaba ruborizada bajo la piel oliva. Le había picado el bichito de la
felicidad Bolt.
A todos ellos.
—Bueno, entonces Wordsmith también cierra sus puertas —dijo
Nicole, sonriendo. Su agencia de traducción estaba al otro lado del
pasillo de RBK—. Voy a subcontratar mis propias traducciones para
el próximo par de días. Siempre puedo comprobar las cosas desde
casa. Esto exige una verdadera fiesta. Y tú, Ellen… —miró
severamente a la esposa de Harry, una notable adicta al trabajo. A
veces se tenía que apartar a Ellen de las hojas de cálculo de
Wordsmith y RBK con una palanca—. Nada de cuentas. Ni una. No
quiero verte cerca de un ordenador hasta el lunes.
Ellen se echó a reír.
—¡Por supuesto! ¿Estás bromeando? ¿Trabajar cuando tengo una
hermana a la que dar la bienvenida a la familia? —Ellen estaba
abrazando a Chloe—. Ay, madre —dijo. También estaba ruborizada
—. Espera a que conozcas a Grace, Chloe. Tu sobrina. Vas a quererla.
¡Esto es genial! Otra tía para ella. ¡Nicole puede compartir el deber
de tía!
—Me encanta el deber de tía. —Nicole se inclinó para besar la
mejilla de Chloe. Era mucho más alta que Chloe y Ellen y se movía
un poco torpe, su vientre comenzaba a interponerse en su camino—.
Pero con mucho gusto lo compartiré. Y no puedo esperar a que
conozcas a nuestra hija, Meredith. Merry. —Nicole sonrió a su
marido, luego a Harry—. Esto es genial. No tengo palabras.
Lo que para Nicole, traductora profesional, cuyas acciones en el
comercio eran las palabras, era algo.
Las esposas de sus hermanos eran geniales. Mike sabía que sus
dos hermanos se daban cuenta de lo bendecidos que estaban. Dos
hermosas mujeres, sobre todo Nicole, que tenía una especie de
belleza deslumbrante, con ese marfil blanco como la nieve y la cosa
de ébano. Aunque Ellen también era muy atractiva, y una cantante
de fama mundial. Sam y Harry eran hombres afortunados porque
sus esposas no solo eran hermosas, inteligentes y con talento, sino
que también les amaban. Ambas habían creado hogares felices para
sus hermanos, les habían dado un amor constante e inquebrantable,
y hermosas hijas. Ni Sam ni Harry habían tenido un hogar feliz, y lo
disfrutaban.
Pero ninguna de las mujeres estaba al nivel de Chloe. Mike no
podía apartar los ojos de ella. Se acercó para ver si podía captar lo
que fuera que la rodeaba. Había una especie de campo de fuerza
alrededor de Chloe, algo que no podía definir o explicar en modo
alguno, pero que era tan fuerte como un rayo tractor.
Nicole tenía un teléfono móvil en la oreja y lo cerró. Aplaudió.
—Está bien, todo el mundo, ¡escuchad! Manuela va a comenzar a
preparar el almuerzo tan pronto como deje de llorar. Así que
podemos transportar este espectáculo hasta Coronado Shores. Chloe,
¿dónde te alojas?
—Con nosotros —dijeron Harry y Ellen, al mismo tiempo.
—Sin ninguna duda —añadió Harry.
Chloe parecía abrumada por la alegría. Mike se había sentido
arrollado por ella en el vestíbulo de la oficina, con esa belleza pálida
y ansiosa. Ahora estaba radiante de felicidad, con los ojos brillantes
de lágrimas de alegría y las mejillas ruborizadas. Absolutamente
irresistible.
—¡Oh! —Chloe se tapó la boca con la mano—. ¡No pretendía
imponerme! He reservado una habitación en el Del, no hace falta que
me alojéis, por el amor de Dios. Tenéis una niña pequeña y… —Su
voz se apagó cuando vio que Harry y Ellen ni siquiera escuchaban.
Ellen distraídamente le dio un apretón de hombros mientras hablaba
con Harry acerca de las camas y el espacio, luego se volvió para
darle a Chloe otro beso en la mejilla.
—¡Esto es tan emocionante! ¡Es la mejor Navidad!
—No, en serio. —Chloe dio un paso atrás, solo un pequeño paso,
pero fue el primer paso atrás que cualquiera había dado. Cruzó las
manos delante de ella y las separó. Una señal de molestia.
Harry miró a Sam y a él, y se acercaron.
Era una mirada que habían compartido durante toda su
adolescencia en el brutal hogar de acogida, una mirada que todos
comprendían instintivamente, hasta lo más profundo. Harry quería a
Sam y Mike a su espalda. Era una llamada a la que Sam y Mike eran
incapaces de resistirse. Respaldarían a Harry sin importar el qué.
Mike estaría dispuesto a recibir una bala por él y por Sam. Los
quería.
Había entrado en las fauces de la muerte por ambos.
Acercarse un poco más a Chloe, algo que quería
desesperadamente, era una obviedad.
Harry tomó las manos de Chloe entre las suyas, con cuidado. Sus
manos eran grandes, todos las tenían. Eran cuidadosos para no herir
a las mujeres o a los niños con sus manos.
Un sofoco de culpa aplastante se disparó a través de Mike ante el
recuerdo de sostener a la cocainómana la noche anterior. De hacerle
daño. Era una chiflada, es cierto, pero no se merecía ni un segundo
de dolor de él.
Era un recuerdo que le avergonzaba, le hacía sentir sucio.
Indigno de sus hermanos, de sus esposas. De Chloe.
—Chloe —dijo Harry suavemente, mirando su rostro con
cuidado—, necesitas entender algo muy importante. Ahora todos
nosotros somos tu familia. Sam, Mike y yo somos como hermanos.
Más que hermanos. Tendremos todo el tiempo del mundo para que
te explique el porqué, pero por ahora, todo lo que necesitas saber es
que ellos son tus hermanos también. Junto con Nicole, Ellen, Merry y
Gracie. Todos somos una sola familia. La tuya.
Chloe se echó a llorar otra vez. Mike podía ver que ella no podía
contener sus emociones, lo cual tenía sentido. Cuando les contó su
historia, pudo oír un anhelo por una conexión en su voz. Casi sintió
su anhelo. Él había tenido familia hasta que tuvo diez años. Sabía lo
que era anhelar. Ella lo había tenido más difícil que él porque nunca
había conocido una familia excepto los primeros años, cuando Harry
la protegía. Años que no podía recordar.
Sam se inclinó para abrazarla con suavidad. Sam era alto, uno
noventa. Tuvo que agacharse para llegar a ella. Le besó la coronilla.
—Yo también soy tu hermano, Chloe. Es como ha dicho Harry.
Nicole, Merry y yo también somos tu familia.
Chloe le sonrió y tragó, moviendo los músculos de su cuello
largo y elegante. Se limpió la cara.
—Gracias, Sam —susurró.
Sam se apartó para Mike.
Mike la rodeó con los brazos. En algún momento, ella se había
despojado de su abrigo. Llevaba algo sedoso, una blusa con volantes
de un delicado color rosa, el color de su rostro enrojecido.
Ella se acomodó en sus brazos. Encajaba tan perfectamente, se
amoldaba a él.
El abrazo con Sam había sido torpe. Él era mucho más alto que
ella, y Chloe se había movido con rigidez. El abrazo había sido
genuino, aunque torpe.
Pero con Mike encajó de forma natural en sus brazos, y así de
manera igualmente natural, sus brazos se cerraron alrededor de ella.
El tiempo se detuvo, se plegó.
La habitación desapareció. Harry y Sam, Nicole y Ellen, se
esfumaron. Nada más.
No había ruido, nada. Solo Mike, y Chloe en sus brazos.
Mike era más bajo que sus hermanos y la cabeza de Chloe
encajaba de manera natural, perfectamente, sobre su hombro,
exactamente en el punto en el que todo lo que tenía que hacer era
inclinar la cabeza para frotar su mejilla contra su suave cabello
dorado. Inclinarse un poco más para besarla.
Mike sintió calor a lo largo de su frente, fue como ser cubierto
con una manta suave, cálida y sedosa. Y olía a gloria. Algo fresco y
caliente.
Estaba hipersensibilizado. Podía sentir los jadeos cortos de la
respiración excitada de ella contra su cuello. Su mano era tan grande
que cubrió una buena parte de la estrecha espalda y pudo sentir el
rápido latido de su corazón contra la palma de su mano. El rápido
latido de alegría.
Mike había follado con cientos de mujeres pero nunca había
sentido nada ni remotamente parecido a esto. Lo atravesó una leve
sacudida eléctrica mientras la abrazaba. En todas partes donde la
tocara se sentía como si nunca hubiera tocado a una mujer antes.
Nunca había sentido tanta sedosidad, tanta calidez. Nunca se había
sentido así, como si ella hubiera introducido su cuerpo en el suyo
como imanes de polos opuestos uniéndose. Una fuerza que resultaba
imparable, natural, totalmente correcta.
Ella se apoyó en él y Mike quiso mantenerla allí para siempre,
pero cuando sintió que se endurecía se apartó sutilmente, poniendo
los ojos en blanco mentalmente.
Maldita sea. Su polla nunca había sabido cómo comportarse.
Oh, tío, buena manera de convertir este momento en algo que
pertenecía a los antros que frecuentaba cuando tenía sus momentos
oscuros.
Sin embargo, no podía culpar a su pene. Su pene tenía razón al
moverse. Sentía que no se le levantaba tanto mientras trataba de
acercarse a ella, tan cerca de toda esa seda y oro.
Su polla se acercaría a ella con el tiempo. Cerca de ella, en ella.
Oh, sí. Solo que no en esos momentos.
La mano de Chloe todavía estaba en la suya y le llevó toda su
fuerza de voluntad no acercar los dedos a la boca. Tenía unas manos
hermosas, con dedos largos y delgados. Manos de pianista aunque
no tenía idea de si tocaba o no.
Casi podía sentir sus dedos en sus labios, tan fuertemente que
tuvo que dejar caer la mano y dar un paso atrás, esbozando una
sonrisa.
Cuando se retiró, Chloe también lo hizo y le devolvió la sonrisa.
—Un hermano —susurró.
Mike no respondió, no le aseguró que solo había encontrado otro
hermano.
Capítulo 5
Chloe recibió más abrazos esa mañana que en toda su vida. Era
mágico, más allá de las palabras. Más allá de su imaginación… y eso
que había imaginado mucho en las noches en las que no podía
dormir, mirando al techo, imaginándose cómo sería tener una
familia.
Maravilloso, así era.
Le tomó un segundo ubicar a la mujer. La pequeña y bonita
pelirroja con el ligero acento sureño era Ellen, la esposa de Harry…
su cuñada. Y tenía una sobrina.
Chloe nunca, jamás, había pensado que tendría una cuñada o una
sobrina. Relaciones sanguíneas. El pensamiento la hacía temblar.
Y luego Nicole, la esposa de Sam. Hermosa, cálida y acogedora. Y
como Harry dijo que Sam era como un hermano para él, bueno
entonces, por lo visto Nicole también era familia.
Después estaba Sam, muy alto, tan alto como su hermano Harry,
solo que no tan bien parecido. En realidad tenía un aspecto rudo,
exactamente la clase de hombre de la que huiría tímida,
instintivamente. Un hombre alto, fuerte y de ruda apariencia
automáticamente gritaba peligro. Aquel era el mensaje que le venía
desde algún lugar enterrado muy profundo en su corazón y cerebro,
unos instintos que nunca había cuestionado, hasta ahora.
A pesar de su apariencia, Sam parecía un buen tipo. Aunque
parecía como si pudiera levantarte y arrojarte contra una pared sin
sudar, la verdad era que realmente se esforzaba en ser gentil con
ella. La abrazó con un cuidado casi exagerado, de la manera en que
abrazarías a una abuelita frágil. No había nada que pudiera hacer
con su gruesa voz, pero parecía que trataba de modularla para ella.
Y estaba enamorado de su esposa, tanto como Harry
visiblemente amaba a la suya.
Se notaba cada vez que miraba a Nicole. Sin embargo no parecía
un amor enfermizo, la clase que ahora Chloe reconocía que había
existido entre sus padres adoptivos y que sin duda había existido
entre su madre biológica y su marido y novios adictos a las drogas.
No, aquello era de verdad y podía ver porqué, porque Nicole era
absolutamente hermosa y agradable. Alta, esbelta excepto por el
pequeño bulto del embarazo. Largo cabello negro azabache,
cautivadores ojos azul cobalto. Y completamente natural, sin rastro
de ese complejo instinto de competición que tienen algunas mujeres
hermosas cerca de otras. Abrazó a Chloe con genuina calidez, la
miró directamente a los ojos sin echarle una sola ojeada a su ropa o
zapatos, y luego mantuvo un amistoso brazo alrededor de los
hombros de su amiga Ellen mientras le sonreía a Chloe.
El lenguaje corporal no pudo haber sido más claro en ambas
mujeres. Bienvenida, estamos ansiosas de ser tus amigas.
Mike Keillor, era otra historia. No tan alto como los hombres a
los que llamaba hermanos, pero aparentemente el doble de ancho.
Tenía los hombros y brazos más fuertes que jamás había visto en un
hombre. Un culturista, pero sin la rigidez y torpeza de estos.
Sencillamente parecía… fuerte. Plantado firmemente en el suelo,
imparable, invencible.
Era difícil pensar en Mike Keillor como en un hermano.
Los abrazos de los dos hombres, Sam y Harry —¡oficialmente
ahora sus hermanos!— y sus esposas, habían sido cálidos y breves. En
la emoción del momento, difícilmente pudo decir quién la estaba
abrazando. Como sumergirse en un océano cálido, con muchas olas
acariciándola.
Pero cuando Mike la abrazó, de alguna manera el tiempo se
detuvo. Estaba repentinamente consciente de todo, todas las
sensaciones separadas y discretas. Cada una inusual. Cada una
excitante.
Sentirlo fue lo que la afectó tanto. Harry y Sam eran tan altos que
tuvo que estirarse incómodamente para colocar las manos en sus
hombros, poniéndose de puntillas, un breve abrazo, y cayó de nuevo
sobre sus talones. El abrazo había terminado casi antes de que
comenzara porque abrazar a alguien tan alto era incómodo.
Ahora bien, Mike era del tamaño perfecto, más alto que ella pero
no demasiado. Y su fuerza. Guau. Nunca en su vida, había tocado a
alguien tan fuerte como él. Como abrazar al hombre de acero.
Superman, pero sin los leotardos. Superman, solo que más bajo, más
amplio, pero con… sí… penetrantes ojos azules y sí, esa capa de
cabello oscuro sobre su frente que hacía que quisieras alargar la
mano y retirárselos hacia atrás. Tuvo que apretar las manos para no
hacer precisamente eso.
También olía maravillosamente. Limpio. Puramente masculino.
Por un momento, en lugar de un abrazo, había sido como si la
envolviera. Simplemente la movió hacia él, colocó sus brazos
alrededor de ella y la sostuvo cerca.
Le encantó. Eso fue una enorme sorpresa. No tuvo que
racionalizarlo, como hacía en la mayoría de las interacciones que
tenía con las personas. ¿Debo hacer esto, decir esto?, ¿y si lo hago
entonces qué? ¿Esto es normal, debería sentir esto, me miran raro cuando
hago esto?
Sus juegos mentales cuando lidiaba con las personas
normalmente eran agotadores. No tenía instinto natural para eso,
siempre había sido mala para esas cosas.
Tal vez habían sido todos esos solitarios años en el hospital, o
tener padres que nunca habían interactuado con ella. Lo que sea que
fuera, a veces Chloe pensaba que a todo el mundo, menos a ella, le
habían dado un manual de instrucciones desde el comienzo de sus
vidas y sabían cuál era el guión, mientras que ella estaba
penosamente a oscuras.
Mejoró cuando estuvo en el Sagrado Corazón y después en la
universidad y en el mundo laboral. Pero aun así le parecía que no
tenía instintos sociales, solo lecciones dolorosas aprendidas en duras
escuelas.
Pero ese momento con Mike, ese momento fuera del tiempo,
había sido puro instinto. Encajaban juntos tan perfectamente. No
hubo incomodidad ni una fracción de segundo. En un momento se
encontró apretada contra él, sus brazos rodeándole la espalda, su
cabeza cerca de la suya.
En ese instante, algo se paralizó dentro de ella. Sus constantes
monólogos internos se detuvieron. No tuvo ningún pensamiento,
solo sentimientos, apresurándose, abrumándola.
Fuerza, calor, seguridad, excitación.
Guau.
Mike se alejó, algo bueno, ya que ella era incapaz de hacerlo. Se
sintió despojada cuando él dio un paso atrás. Toda la parte delantera
de su cuerpo se sintió fría, como si hubiera perdido algo vital. Se
mantuvo inmóvil y le miró a los ojos, esos brillantes ojos azules,
preguntándose si tenía idea de que algo transcendental le había
ocurrido dentro.
Él parecía serio. No tenía idea de cuál era su expresión habitual,
pero justo entonces la miró profundamente a los ojos, como si
pudiera meterse en su cabeza. Tenía el rostro tenso, un pequeño tic
revoloteó en su párpado derecho. Chloe simplemente no pudo
apartar la mirada.
El tiempo se alargó…
—¡De acuerdo! —Harry aplaudió y Chloe saltó, todo el cuarto se
enfocó de nuevo. Harry y Sam estaban cerrando la oficina, apagando
los ordenadores, guardando papeles. Su hermano le sonrió—. Chloe,
pasaremos por el Del, para que cojas tus cosas y regresamos a casa.
Tu habitación estará lista para cuando lleguemos, pero comeremos
donde Sam y Nicole —se detuvo y la observó con el ceño fruncido—.
Pareces estar en shock —dijo gentilmente y le cogió las manos—. ¿Es
todo esto demasiado para ti?
Sus manos eran tan cálidas. Chloe le sonrió.
—Es un poco sobrecogedor. Pero de una manera buena. —
Intentó detener el temblor en su garganta—. Todavía me parece casi
imposible creer que te he encontrado. Que tengo un hermano.
Harry se inclinó y la besó en la frente.
—Sé lo que quieres decir. Por lo menos tú tuviste algo de tiempo
para acostumbrarte a la idea antes de llegar aquí. Yo estaba
sorprendido —Dio un paso atrás para verla mejor—. Pero ahora,
¿sabes qué?, siento como si hubieras estado allí todo el tiempo, solo
que no lo sabía —tragó con dificultad—. Y ahora lo sé. Lo cambia
todo.
—Sí, lo hace —Las lágrimas le picaban en los ojos. Soltó una risa
irónica y limpió sus ojos—. En algún momento dejaré de llorar, lo
prometo.
—Yo no, no por un tiempo, al menos —Ellen se acercó y le besó la
mejilla nuevamente—. Yo no tengo una familia tampoco, aparte de
Harry y Grace. Así que para mí es como encontrar a una hermana.
Todos estamos muy felices. —Giró alrededor del cuarto, manos
alzadas en el aire—. Y ahora nos vamos de ¡fiesta! Salgamos de aquí
y vamos a casa.
—Ten. —Detrás de ella, resonó la voz grave de Mike. Chloe giró,
asustada. Él sostenía su abrigo. Se deslizó dentro. Sus pesadas
manos descansaron brevemente sobre sus hombros. Se sentía bien,
realmente bien. Los acontecimientos aún giraban dentro de ella, casi
demasiado rápidos para seguirlos, haciéndola marearse. Sus grandes
manos la anclaron a tierra, logrando que bajara la velocidad,
haciendo que todo fuera real.
—Estaremos allí en aproximadamente media hora, cuarenta
minutos —Nicole hablaba por su móvil y luego colgó—. Manuela
sigue llorando, pero también está cocinando una tormenta y se
enfadará mucho si todo se enfría. Tú no quieres hacer que Manuela
se enfade.
—No, señora —dijo Sam fervientemente y le guiñó a Chloe—, sin
Manuela nunca comería. Ay —dijo suavemente cuando Nicole le dio
un codazo en las costillas.
Le sonrió dulcemente a su esposa, quien entrecerró los ojos hasta
que solo brilló una hendidura de azul cobalto.
—Otro comentario como ese y sé otra cosa que no harás de
nuevo.
Sam pareció horrorizado y selló sus labios.
Chloe rió y apenas pudo contenerse de tapar su boca con la
mano. Viejos hábitos. Su madre —su madre adoptiva— no aprobaba
el reírse públicamente. Pero no estaba allí, ya no lo estaría nunca
más. Todo el mundo sonrió cuando ella se rió y Sam le guiñó
nuevamente.
—¡De acuerdo! —Harry hizo chasquear los dedos al aire—. Nos
vamos ya. Chloe, vienes con nosotros.
—Yo también voy contigo, Harry —dijo Mike—. Barney recogerá
mi SUV. Anoche lo dejé en Logan Heights.
Por alguna razón, Sam y Harry intercambiaron agudas miradas.
Antes de que pudiera descifrar lo que significaba, una mano se cerró
sobre su codo. Mike, a su lado.
Salieron en masa, cruzando el enorme vestíbulo. Todos los
clientes se habían marchado. Muchas de las secretarias estaban de
pie, colocándose sus abrigos. Se encaminaron hacia fuera,
despidiéndose alegremente.
Había una atmósfera feliz en esta compañía, observó. Su
hermano había creado algo bueno junto a Sam Reston y al hombre
que todavía sujetaba su codo, Mike Keillor. Habían creado una
armoniosa atmósfera, tan inequívoca como aquella creada por las
monjas en el Sagrado Corazón.
Chloe había sentido cómo su corazón se elevaba, incluso el
primer día. Una chica nueva, una chica nueva dañada, de otro país.
Tímida y no acostumbrada al contacto con las personas. La
transición a Londres había sido tan rápida que apenas tuvo tiempo
de asustarse, para el momento en que llegó y descubrió que no había
nada que temer.
Solo observar cómo las monjas trataban a las chicas, la manera en
que las chicas interactuaban entre sí; había tanta alegría. No había
frialdad, retraimiento, ni crueldad oculta. Solo felicidad y serenidad.
Eso era lo que ella veía. El lenguaje corporal de las personas que
trabajaban en un ambiente exitoso y que trabajaban bien juntos, en
una atmósfera de respeto.
A su lado, Mike parecía serio. Harry estaba radiante. Sam tenía
su brazo alrededor de la cintura de su esposa, inclinándose hacia ella
y sonriendo. Únicamente Mike no estaba sonriendo. Harry y Sam
parecían en cierto modo que no eran complicados, comparándolos
con Mike. Leyendo su lenguaje corporal fácilmente, en ellos Chloe
observó a dos hombres satisfechos, felizmente casados, sueltos y
relajados.
Mike era más difícil de descifrar. No parecía particularmente
feliz pero tampoco se veía infeliz. Solo estaba serio. Y cerca de ella.
Como su sombra, siempre a su alrededor. Cualquiera que no los
conociera y los viera salir de las oficinas de la compañía y dirigirse al
gran pasillo, habría dado por hecho que eran tres parejas.
Harry y Ellen. Sam y Nicole. Y Mike y ella. Era una caminante
lenta, pero él mantenía el paso exactamente, como si fuera su
velocidad normal, pero ella había visto su verdadera velocidad
cuando cruzó el inmenso vestíbulo dando zancadas en un par de
segundos.
Nunca había sido tan consciente de la presencia de otro ser
humano. Era tan grande que parecía tener su propio campo de
gravedad rodeándolo. Tenía que esforzarse, y esforzarse de verdad,
para evitar observarle y, sorpresivamente, intentar acercarse más.
Aún la sostenía por el codo, no con un agarre muy fuerte pero sí con
uno que se imaginaba tendría que hacer un esfuerzo para romper.
No es que quisiera romper su agarre por nada en el mundo. Ni
siquiera podía comenzar a imaginarse queriendo hacerlo. Este se
sentía maravilloso.
Así que aquí estaba, caminando por el pasillo, habiendo añadido
cuatro miembros nuevos a su familia sin saber cómo, y el quinto,
bueno, no se sentía como familia tanto como un hombre interesado
en una mujer, absolutamente concentrado en ella.
Dios, ¿quién hubiera pensado que tal giro en su fortuna podría
ocurrir en tan solo un par de horas?
Hacía dos horas había caminado este mismo pasillo enferma por
la ansiedad, temblando con un miedo punzante y una esperanza
tenue. Completamente sola en el mundo, sin una brújula o siquiera
una pista.
De camino en el taxi había jugado a imaginar cómo podría
resultar el encuentro. Cuando permitió que la más pequeña rendija
se abriera dentro de ella para solo dejar que el más pequeño rayo de
esperanza entrara, pensó que tal vez, solo tal vez, ella y Harry
podrían… ¿qué? ¿Tal vez tomar un almuerzo juntos? Hablar,
ciertamente. Se imaginó que podría ser incómodo, pero no le
importaba. Ya llevaba mucho tiempo sintiéndose incómoda. Toda su
vida, de hecho.
E intentó darle vueltas a un asunto serio. ¿Por qué la hermana de
su madre no los adoptó a ambos?
Chloe descubrió la respuesta a eso en un diario de la caja fuerte,
escondido entre los estados bancarios como si aún y estando en una
caja fuerte, no se suponía que fuera leído. En él, Lauren, su madre
adoptiva, describió lo que encontró después de que las autoridades
la rastrearan como la hermana de Carol Bolt, de soltera Tyler,
fallecida. Lauren había volado de mala de gana, sola, a San Diego,
recién casada con un hombre que poco a poco empezó a mostrar
deseos enfermizos y tendencia hacia la violencia. Pero era rico y
poderoso y Lauren quería eso. Lo anhelaba.
El deber impuesto llevó a Lauren a la Clínica Abierta en San
Diego. El cual señaló con disgusto en su diario era un «hospital para
personas pobres». Chloe casi podía sentir la hostilidad de Lauren
saliendo de las páginas como si fuera vapor, mientras escribía cómo
su sobrina Christine, su sobrina, un pequeño bulto, estaba
fuertemente sedada, con casi todos los huesos de su cuerpo rotos,
tendida apenas viva, una forma diminuta en la cama del hospital.
Luego fue a ver a su sobrino. Un chico alto y grande. Tan fuerte
como un hombre, y peligroso. Había matado a un hombre ya. Lo
observó desde afuera, mientras rabiaba violentamente, arrojando
platos a la pared, gritando su enfado al mundo.
No había nada que hacer. Su marido podría tolerar posiblemente
que adoptara a una niña pequeña que probablemente no viviría. ¿Un
hombre-niño grande y fuerte que era violento? De ninguna manera.
Chloe entendió muy bien que Lauren había encomendado a
Harry a servicios sociales. Lauren renunció a rescatar a Harry, se
negó a llevarlo a casa con ella.
Harry hasta ahora no había estado más que feliz de que Chloe
sobreviviera. Sin embargo, se había preparado perfectamente para
aceptar su amargura por no haber sido rescatado con ella.
Se había preparado para todo, desde tibia aceptación hasta furia.
Incluso la hubiera aceptado solo por verlo. Solo por saber que había
alguien en el mundo con el que estaba emparentada.
Y si se hubiera mantenido a un brazo de distancia, lo hubiera
entendido. Tal vez podrían reunirse una vez al año y con el tiempo,
con el paso de los años, tal vez algo de la incomodidad pasaría si él
no estaba muy molesto. Tal vez podrían intercambiar felicitaciones,
un email de tanto en tanto.
Se habría sentido agradecida por las migajas más pequeñas que
le pudiera ofrecer.
De ninguna manera se había permitido imaginar lo que había
pasado en realidad: total, inmediata y cálida aceptación en su vida.
Instantáneamente aceptada dentro de su familia. Dentro de una
familia extendida, porque a diferencia de ella, Harry se las había
arreglado para forjar relaciones fuertes. Creó una verdadera
hermandad.
Esa familia extendida ahora la incluía a ella. Hacía un par de
horas no tenía a nadie. Ahora mismo parecía que tenía a Harry, Sam
y a Mike. Ellen y Nicole. A Merry y a Grace. Y a otra pequeña
sobrina en camino.
Y una perdiz en un árbol de peras.
Mike la observó, sus brillantes ojos azules muy atentos.
—Apuesto a que no pensaste que terminarías almorzando en la
casa de tu hermano hoy, ¿verdad? —Mantuvo su profunda voz baja,
solo para ella.
Le sonrió.
—Me estás leyendo la mente. ¿Tienes poderes psíquicos?
Mike resopló.
—No, de entre todas las cosas que la gente me ha llamado,
psíquico no es una de ellas. Es solo que parecías tan asustada y
ansiosa cuando llegaste. Y ahora se te ve feliz.
Levantó la mirada hacia él, sorprendida por la conexión
instantánea que sintió, era algo tan extraño para ella.
—Me sentía ansiosa y ahora estoy feliz, como tú dices.
Mike alargó la cabeza hacia adelante, donde Harry, Ellen, Sam y
Nicole ya se habían detenido para esperar el ascensor. La cabina
llegó con un «ping» y todos se metieron dentro, las brillantes
paredes internas de cobre reflejándolos de tal manera que parecían
ocho personas felices en lugar de cuatro. Ellen susurró algo al oído
de Harry y él se rió.
—No es posible que estés más feliz que Harry ahora mismo. Ni
que Ellen, Sam y Nicole —esperó un latido, su mano tensándose
ligeramente sobre su codo—. Ni que yo.
No había respuesta a eso.
Harry mantenía la puerta del ascensor abierta con una gran
mano.
—Vamos, cariño.
La llamó. No hubo impaciencia, solo expectación.
Chloe hacía que las personas se impacientaran a veces y no había
mucho que pudiera hacer al respecto. Sencillamente no podía
moverse más rápido. Caminar era un complejo milagro para ella. Le
había tomado años y años de esfuerzo. Simplemente no podía ir más
rápido que una lenta caminata. Si lo hiciera, si intentara apresurarse,
se caería; le había ocurrido algunas veces, para gran humillación
suya, y una vez se rompió un hueso que ya se le había roto antes. El
doctor le había dicho que no podía darse el lujo de rompérselo por
tercera vez. Era mejor caminar despacio y absorber la impaciencia de
los demás.
Pero Harry no estaba impaciente, solo feliz. Mike no irradiaba
impaciencia tampoco. Parecía que podía correr cuatro millas por
minuto. Cada línea de su cuerpo hablaba de poder. Caminar a su
paso debía ser insoportable, pero nadie lo diría. Igualaba su caminar
paso a paso.
En el ascensor Mike bajó la mano y Chloe casi se sacudió
consternada. Fue como si una corriente eléctrica que la recorría
hubiera sido apagada. La extrañaba tanto que la sorprendió.
—Me pregunto si podremos convencer a Manuela de hacer sus
tamales de maíz azul —se preguntó Harry, mirando de reojo a
Nicole.
—Tal vez —sonrió—, o tal vez no. Manuela tiene sus favoritos,
como este pequeño menú de celebración y yo no quisiera meterme
en medio —se giró hacia Chloe—. Será interesante ver cuál será el
menú de Manuela para celebrar la llegada de una hermana perdida
hace mucho tiempo.
—¡O Happy Day, O Happy Day! —cantó Ellen, su voz clara y
hermosa en el ascensor cerrado, como si alguien tocara una campana
perfecta.
—O Happy Day —se unió Sam con un tono bajo fuertemente
desafinado.
—¡Siiiii! —Harry golpeó su puño, besó a su esposa en la mejilla,
luego la de Chloe—. Ropa femenina, lencería, sombreros,
cosméticos, y… ¡hermanas! —Harry imitó a un botones de ascensor
antiguo, diciendo los objetos de los pisos.
Todo el mundo estaba mareado, incluida Chloe, para cuando el
ascensor llegó al nivel del sub-sótano.
—Nos vemos en la casa —gritó Ellen mientras Sam y Nicole se
dirigían a su vehículo—, nos pasaremos por el Del, haremos que
Chloe registre su salida, y luego iremos para allá.
El negro y brillante cabello de Nicole cayó a un lado de su rostro
mientras los observaba, Chloe retrasando a su grupo, como siempre.
—De acuerdo chicos, el champán comienza a burbujear en una
hora. Si no estáis allí, tendremos que beberlo nosotros.
—Estaremos allá —gritó Ellen—, ¡asegúrate de que sea francés!
¡El de verdad! Nada de esa cosucha de California.
Nicole no se giró, solo levantó la mano y movió sus dedos; su
marido mantuvo abierta la puerta del coche para ella, la ayudó a
entrar, luego rodeó el vehículo y se fue antes de que el grupo de
Chloe siquiera hubiera atravesado la mitad del garaje.
Que humillante. Harry, Ellen y Mike mantenían su paso,
cruzando la vasta extensión del garaje como un grupo de caracoles.
Chloe trató de mantener su voz firme mientras sonreía débilmente.
—Yo, uh, lo siento camino muy lento, adelántense —observó a
Mike—, tú también. Llegaré allá.
Negó con la cabeza, se giró para observarla directamente a los
ojos. En la tenue luz del garaje sus ojos azules brillaron como dos
círculos de cielo. Su rostro estaba estirado, tenso, serio.
—Chloe —levantó su mano y la llevó hacia la curva de su brazo,
observando su rostro cuidadosamente, como si quisiera asegurarse
que entendiera lo que estaba diciendo—. Ahora mismo no hay
ningún lugar en el que prefiera estar más que aquí a tu lado.
Chloe parpadeó.
Oh. Guau.
Capítulo 6
* *
El Del era enorme, y muy concurrido en época de vacaciones.
Considerando que había salido de un Boston oscuro, frío y aislado
por la nieve, Chloe entendía la atracción de San Diego. Allí era casi
verano, con la untuosa luz del sol y la promesa de calor en el aire.
Los turistas estaban en todas partes, bronceados, felices y
despreocupados. Era un hotel familiar y los niños correteaban entre
las piernas de sus mayores.
Uh-oh. Un grupo de ejecutivos, del tipo grande. Felices y
relajados en chillonas ropas de golf, riéndose y bromeando, sin
prestar atención a nadie más mientras se movían en grupo, directos
hacia ella.
Chloe se tensó. Era la mitad de tamaño de muchos de los
hombres y la experiencia le decía que no la notarían hasta que uno la
empujara. Considerando la altura de algunos de ellos, tan altos como
refrigeradores, cualquier empujón le dolería.
Ellos venían hacia ella como un gran tren de mercancías. Chloe se
disponía a apartarse de en medio cuando sintió que Mike se movía
ligeramente para colocarse detrás de ella. Posó una gran mano en su
pequeña espalda y con la otra le agarró el codo ligeramente, y se
adentraron a través de los hombres de negocios sin un rasguño.
De hecho, el grupo se separó como el Mar Rojo cuando Chloe y
Mike navegaron a través de los hombres. Mike no la soltó y se
dirigieron a la recepción sin incidentes, aunque fueron avanzando a
través de más hordas de felices, despreocupados y bronceados
turistas.
Asombroso. La conducía infaliblemente a través de lo que para
ella era un obstáculo terrible. Por supuesto, para alguien como él no
era ningún obstáculo. Las personas naturalmente lo notaban y se
apartaban para él, el macho alfa.
Era tan increíble, este sentimiento de surcar a través de las
personas. Incluso por aquella pared elástica de ejecutivos en tonos
rosados, que durante un momento se sintió temerosa, ya que en
cualquier otra ocasión le habría hecho cambiar su curso y escapar
volando.
Pero no había necesitado hacerlo. Chloe se había sentido
revestida por completo con una burbuja de protección, el
sentimiento era tan raro que lo apreció.
En un momento se encontraron en el magnífico vestíbulo del Del,
frío, vasto y revestido en paneles de madera, que se veía un poco
oscuro después de la brillante luz del sol al aire libre. Chloe
permaneció de pie durante un momento, parpadeando mientras sus
ojos se adaptaban.
Mike la condujo a la recepción, donde Chloe le dijo al elegante
hombre que registraría su salida. En un principio había reservado
por tres noches, creyendo que aunque las cosas fueran mal con
Harry Bolt, podría tomarse un día o dos para visitar San Diego.
Dependiendo.
Nunca se habría imaginado aquello: su hermano alegre
esperándola afuera, junto con su esposa igualmente acogedora, y un
hombre insanamente atractivo de pie tan cerca que podía sentir su
calor corporal, completamente concentrado en ella.
—Sí, señora —dijo el recepcionista ante su solicitud de registrar
su salida anticipada. Su placa de identificación decía que se llamaba
Ronald—. ¿Espero que todo esté bien?
Chloe se sonrojó por la felicidad.
—Todo bien, Ronald. He decidido quedarme con… con mi
hermano por algunos días.
Oh Dios, cuán bien se sentía decir esas palabras. ¡Se quedaría con
su hermano!
—Debe sentirse bien decirlo en voz alta —reflexionó Mike, y ella
lo miró, sobresaltada, otra vez sorprendida por lo perspicaz que era
ese súper macho alfa.
Todo en él gritaba macho, desde los hombros y brazos extra
grandes hasta el rostro férreo con brillantes y penetrantes ojos
azules. Pero sobre todo, poseía esa increíble aura de macho, un ser
que rezumaba feromonas masculinas.
Por lo general aquello era una receta perfecta para el fiasco, al
menos en la pequeña experiencia de Chloe con hombres machos.
Raramente notaban algo además de sí mismos, por eso Mike era una
sorpresa. Parecía como si estuviera sintonizado con ella desde el
primer momento que la vio.
—Sí —contestó suavemente—, se siente bien. Y es algo que nunca
pensé decir. —Se dio la vuelta para mirarlo, cara a cara, y se
encontró atrapada por esos brillantes ojos azules.
No podría haberse movido aunque una bomba explotara a treinta
centímetros de distancia.
—Me alegro —dijo él con voz baja. Su voz era profunda con
tonos bajos que reverberaron en su vientre—. En verdad me alegro
que estés aquí.
¿Qué podía decirle a eso?
—Su llave, señora. —Chloe estaba desorientada, sin noción del
tiempo y del espacio. Necesitó un momento para conectar los
elementos de un hombre en la recepción extendiéndole una tarjeta.
Cuando solo se le quedó mirando, y fue un gran esfuerzo arrancar
los ojos de Mike, él puso la tarjeta en el mostrador y la deslizó hacia
ella, creyendo probablemente que estaba mentalmente incapacitada
—. ¿Para que desocupe la habitación?
Chloe se ruborizó. Todas estas emociones, todas tan fuertes
(encontrar a un hermano perdido hace mucho, que venía junto a una
extensa familia, incluyendo niños, sus reacciones tan fuertes a
Mike…) estaban tan alejadas de su experiencia personal que tenía
problemas en adaptarse.
—Gracias. —Mike se guardó la llave en su bolsillo.
—Está en el Resort —dijo el recepcionista, solícito—. Déjeme
mostrarle.
Él sacó un mapa y trazó la ruta con su dedo índice.
—Lo tengo. —Mike la tomó del brazo—. Ven dulzura, vamos a
empacar y así podemos irnos a casa.
Dulzura. Casa. Oh Dios.
Otro grupo de hombres estaba entre ellos y el pasaje peatonal.
Descomunales hombres de mediana edad en ropas deportivas,
cruzaban su camino oblicuamente. Chloe se tensó un poco pero no
debió molestarse. Otra vez, sin ser siquiera conscientes de ello, los
hombres se separaron para ella… en realidad para Mike. Ellos nunca
la habrían notado pero Mike los fue cruzando sin ninguna dificultad.
Estaba muy poco acostumbrada a que la cuidaran, a que la
protegieran. Era una sensación tan extraña… el relajarse totalmente
mientras caminaba entre una muchedumbre. Por lo general estaba
con la guardia en alto contra tantas cosas.
El Del era enorme y había un buen trecho que caminar. Era inútil
que Chloe intentara darse prisa, solo lograría trastabillar o quizás
caerse. Aunque caerse no era realmente una posibilidad con Mike a
su lado. Parecía que estaba híper-consciente de ella, emparejando sus
pasos a los suyos con pasmosa exactitud. Le había ofrecido su brazo
como si estuvieran en un baile de la Regencia en Bath. Ella le aceptó
el gesto, maravillándose de la sensación caliente y acerada de él bajo
sus dedos. Le parecía que si él estaba cerca de ella, nunca podría
caerse.
Qué sentimiento tan delicioso. A Chloe le encantaba caminar,
pero andar no la quería a ella.
La mayor parte de sus cincuenta huesos fracturados habían
soldado bien, pero la verdad era que no poseía el completo control
de su propio cuerpo. Un cirujano ortopédico le había explicado una
vez que había perdido millones de diminutos propioceptores del
sistema de retroalimentación del cuerpo que ayudaban a las
personas a mantener el equilibrio. Caminar le implicaba prestar una
atención intensa en dónde ponía los pies, para asegurarse que no
tropezaba con cosas que los demás corregirían automáticamente.
Pero nunca se caería con Mike a su lado.
Avanzaron por pasillos abarrotados, por desiguales pasajes
peatonales de ladrillo o cubiertos de césped, hicieron su camino sin
incidentes. Cuando se detuvieron ante su puerta, Mike insertó la
tarjeta llave y la abrió para ella.
Era un cuarto encantador, con una maravillosa vista al mar por la
que había pagado 150 dólares extra. No había tenido forma de saber
lo que se encontraría en RBK. Había estado decidida a que si la
búsqueda de su hermano perdido terminaba mal, al menos tendría
una habitación bonita con vistas al océano como consuelo.
—Lindo cuarto —dijo Mike, entrando y recorriéndolo con la
mirada.
—Sí, lo es —concordó ella, complacida de que no fuera a ser un
consuelo—. No me tomará más de un minuto hacer las maletas.
—No hay prisa. —Esos brillantes ojos azules se fijaron en ella—.
No planeabas quedarte durante mucho tiempo. —Aquello no fue
una pregunta.
—No. Yo, mmm. Reservé para tres noches, como dije. Si… si las
cosas no resultaban bien con Harry, al menos podría hacer algo de
turismo aquí en San Diego. Cuando dejé Boston había treinta
centímetros de nieve sobre las aceras y temperaturas bajo cero.
—Bien, no regresarás a Boston en un tiempo. —Mike la observó
mientras ella abría un cajón en el que había guardado su ropa
interior, camisón, dos suéteres y un par de pantalones de lana
ligeros. No muchas cosas—. Querrás hacer algunas compras. Harry
te ayudará gustoso. Mierda, yo te ayudaré gustoso.
Chloe dio la vuelta, tenía el camisón entre sus manos y el ceño
fruncido.
—¡No estoy demasiado segura que… oh! —Ella parpadeó con
sorpresa—. Quieres decir que Harry pagaría mi nueva ropa. O tú. —
Ella se sonrojó—. Nunca podría aceptarlo. Y de cualquier forma, mis
padres me dejaron mucho dinero. —En realidad, una tonelada de
dinero. La cantidad todavía la sorprendía y a la vez la avergonzaba.
No se merecía todo ese dinero—. De hecho, es uno de los motivos
que me impulsó a venir y encontrar a Harry. Deseo ofrecerle la
mitad de mi herencia. Es lo correcto. Somos hermanos, debe tener la
mitad.
Aunque nada podría compensar a Harry que lo hubieran dejado
atrás, que lo hubieran abandonado.
Mike caminó hacia ella, sonriéndole.
—¿Quieres darle dinero a Harry? Buena suerte con eso. De
hecho, te apuesto una cena en el Crown Room, justo aquí en el Del,
que no te aceptará ni una moneda de diez centavos. Ni siquiera le
divertirá la idea.
—¿Y qué apostaría yo?
Los ojos de Mike sostuvieron los suyos. La luz del mar fuera de
su ventana iluminó sus ojos azules hasta que fueron del color del
mismo océano. Él sonrió.
—Una cena en el Del.
—Así que… ¿no importa quién gane, cenamos aquí?
Él se le acercó aún más.
—Sip, más o menos es eso.
Aunque él no era tan alto como sus descomunales «hermanos»,
Mike Keillor seguía siendo más alto que ella. Chloe tenía que echar
la cabeza hacia atrás para continuar mirándolo a los ojos.
Estaba tan cerca que Chloe podía sentir el calor que emanaba.
Tan cerca que llenaba su campo visual, bloqueando todo lo que no
fuera él.
—Dame esa mano y sellemos el trato —ordenó.
La mano de Chloe se levantó como si tuviera voluntad propia,
como si la mano misma quisiera ser sostenida por la de él. Mike la
agarró gentilmente con las dos suyas, en vez del impersonal apretón
de manos que ella había esperado. Sus manos estaban tan calientes
como un horno. Despacio, observándola a cada segundo, se llevó su
mano a la boca y —ay Dios mío— se la besó.
Algo en su interior, algo que nunca sospechó que existiera,
tintineó a la vida. Calor, entusiasmo… deseo. Su mano comenzó a
temblar en las de Mike, sin ningún control. No tenía control de
nada… ni de sus manos, ni de la expresión de su rostro, ni de su
propio deseo.
Aquello era como estar en una balsa sin remos, cayendo en un río
furioso. Todo que lo que podía hacer era agarrase a algo. Y lo hizo.
Curvó los dedos alrededor de su mano mientras él tiraba,
acercándosela de buen grado.
Oh, todo aquello era tan delicioso. Chloe deseaba recordar ese
momento exacto para siempre. Las cortinas se abrían hacia un
balcón agradable que daba a una franja de playa blanca y más allá, el
infinito Pacífico, el sol brillando sobre las olas tan alegremente como
si el océano estuviera lleno de fuegos artificiales silenciosos.
Había un sonido rítmico, impreciso y feliz que venía de las olas a
la distancia, revestido por la risa de una niña y el rebote de una
pelota de tenis en algún lugar. Ella podía oler a cera de limón, agua
salada y a alguna planta florecida fuera de la ventana… y a Mike.
Cada uno de sus sentidos estaban intensificados, todo su cuerpo
se convirtió en un receptor inmenso. Cada sensación que su cuerpo
recibía era absolutamente deliciosa, en particular el deseo.
Ay Dios mío. Había leído sobre ello, sin parar. Había escuchado a
sus amigas hablar del tema, lo había pensado, pero nunca lo había
entendido.
Ahora entendía. Ahora podía ver porqué las mujeres se citaban y
a veces se casaban con hombres completamente inapropiados,
porque si siquiera durante un fugaz momento era posible sentirse
así, valía la pena.
Rápidamente todo su cuerpo ardió. Una ola de calor la atravesó,
cálida y viva. Apenas podía respirar por la temperatura y la
excitación. Podía sentir cada músculo de su cuerpo, sentir el palpitar
de su corazón, todas sus extremidades hormigueando.
El deseo derretía su interior, el calor se extendía entre sus muslos.
Cuando Mike la atrajo tan cerca que sus senos se toparon contra su
pecho, su vagina se contrajo con un pulso fuerte e inconfundible.
Nunca antes le había pasado, pero lo reconoció de inmediato. Sin
ninguna intervención de su cabeza, su cuerpo se preparaba para él.
Pero lo que la sorprendió, la excitó y complació fue la sensación
extraordinaria de estar viva, la fuerza de vida que palpitaba por ella,
y reconoció cuán muerta se había sentido la mayor parte de su vida.
De alguna manera siempre apartada de la vida.
Pero no ahora. Ahora cada célula de su cuerpo estaba viva,
conectada a la tierra, tan humana como los demás. Era un asunto
aterrador, excitante. Sabía más allá de cualquier atisbo de duda que
eso no venía de ella. No podía hacerse sentir de esta forma. Lo había
intentado, pero nunca había funcionado.
Aquello de tener a Mike Keillor, observándola cuidadosamente
con esos oh-Dios-ojos-tan-azules, poderoso, fuerte y tan, tan
masculino. Él era la razón de que se sintiera tan increíblemente viva.
La idea la habría asustado si siquiera tuviera la mínima
capacidad para asustarse, pero no lo hacía. Se sentía viva, y fuerte,
lista para lo que fuera. Capaz de mover montañas. Una fuerza de la
naturaleza.
Mike la miró con cuidado mientras bajaba la cabeza, lentamente,
mirando profundamente en sus ojos, intentando evaluar su humor,
preguntándole si iba a oponerse.
¿Estaba bromeando? ¿Oponerse? ¿Cuando ansiaba tanto este beso?
Todo era completamente nuevo. Una excitación tan intensa que
su respiración se le atascaba en los pulmones, todo ese poder
masculino se concentraba en ella, cuando estaba tan acostumbrada a
ser completamente invisible para los hombres.
Y lo más sensacional de todo era su propio deseo. Algo que
nunca había sentido antes, ciertamente no a este nivel de intensidad.
Toda ella temblaba por la anticipación.
Y luego… sucedió.
Mike bajó la cabeza, sus ojos observando los de ella, para después
posar la mirada en su boca, y esa mirada fue tan poderosa que se
sintió como si le hubiera tocado la boca con los dedos.
Él acercó su boca a la suya, brevemente, y ella sintió una
electricidad chisporrotear, estaba sorprendida de que el relámpago
no destellara.
Ambos se estremecieron un poco, como si lo que había pasado
fuera inesperado. En verdad era algo completamente nuevo para
Chloe, así que no era una experta.
Mike levantó su boca y la miró. Él entrecerró los ojos, su rostro
era sombrío, como si acabara de recibir un shock, quizás uno no
deseado.
Antes de que Chloe pudiera decir algo o retirarse (porque parecía
claro que Mike no se sentía contento con el beso), Mike volvió a
inclinarse y en aquel beso no hubo nada tentativo. Le abrió la boca
con la suya y procedió a explorarla.
Otra ola de calor la embargó. Se apoyó contra él para acercarse
tanto como le fuera posible y fue como apoyarse contra el acero. La
primera vez que su lengua tocó la de ella, Chloe se estremeció.
Mike debió sentir algo también, porque apretó su fuerte brazo
alrededor de su espalda y, levantándola, caminaron dos pasos hacia
la pared.
No hubo ningún cambio perceptible en la respiración de Mike
cuando levantó a una mujer adulta con un solo brazo. El cambio en
su respiración llegó unos segundos más tarde, después que su
espalda chocara en un ruido sordo contra la pared y se pegara a ella,
tanto como la pared a su espalda, sin separar en ningún momento la
boca.
El beso se volvió acalorado, puro sexo, sexo con sus bocas, no con
sus genitales, pero era muy caliente, muy excitante y causaba el
mismo efecto en su vagina. Cada golpe de su lengua hacía que ella
apretara fuertemente las piernas, una reacción que era incapaz de
detener.
Tampoco es que quisiera parar. Por el contrario, lo deseaba aún
más cerca, aunque no fuera posible. Apretó los brazos alrededor del
cuello de Mike y se impulsó hasta su boca, ansiando sentirlo en
todas partes. Y sintió cada aliento de Mike golpear contra sus senos
mientras que su ya increíblemente amplio pecho comenzaba a
expandirse.
Un pie se metió entre los de ella, luego dos. De alguna manera los
muslos de Mike abrieron los suyos y luego toda su ingle estaba
adherida a la suya y… oh Dios.
Directamente contra su vientre donde podía sentirlo. Sentirlo a él.
Grande, grueso y duro. Lo que le pasaba a ella cada vez que su
lengua tocaba la suya, también le pasaba a él. Donde su vagina se
contraía, su pene se movía, se volvía imposiblemente más largo, más
grueso. Él embestía contra ella, boca con boca, pecho con pecho,
ingle con ingle, estableciendo una fricción que encendía su interior.
Cada movimiento que hacía la inflamaba cada vez más.
Chloe sentía los ojos tan pesados que no podía abrirlos. Aunque
le gustaría verle la cara, no existía posibilidad de que abriera los ojos.
Su cuerpo no deseaba verlo, deseaba sentirlo. Sentir toda esa gran
fuerza y calor, concentrados en ella, incrementando su calor en ella.
El beso continuó sin cesar, mientras ella se adentraba en un lugar
sin tiempo, donde solo existía un interminable ahora refulgiendo
calor.
Mike agarró el dobladillo de su falda y colocó la mano en la parte
externa de su muslo. Su mano era tan grande que cubría una
cantidad asombrosa de piel. Sus palmas eran ásperas, ella podía
sentirlo a través del nailon, mientras él con suma lentitud iba
subiendo su gran palma más y más arriba.
Todo el cuerpo de Mike se sacudió cuando se dio cuenta que ella
usaba medias de ligas. Chloe siempre había odiado la ceñida
restricción de los pantys y se alegró de hacerlo en ese momento en
que la áspera palma se deslizaba sobre el encaje hasta lo alto de sus
medias, hasta tocar su carne desnuda, y ella tembló, se le puso la piel
de gallina, lo cual era una locura porque también estaba hirviendo.
Ante la sensación de carne desnuda, él se detuvo, y apartó la
boca. Oh Dios, ¿se suponía que ella debía abrir los ojos? Porque
hacerlo sería algo muy difícil. Casi imposible. Sentía la cabeza floja
en su cuello. Estaba derecha simplemente porque tenía una pared
contra su espalda y a Mike Keillor enfrente, sino habría caído hacía
mucho.
Abrió los ojos cuando pasó un segundo sin que Mike la besara.
No era fácil. Sus párpados se abrieron lentamente, como si pesos de
plomo estuvieran atados a ellos. Todo lo que podía ver era la cara de
Mike llenando todo su campo visual.
Él la observaba muy de cerca. ¿Tal vez para ver si se oponía a que
tocara su carne desnuda?
Hombre tonto, tonto.
Chloe se puso de puntillas un poco y lo besó. Mike exhaló un
profundo suspiro, y el aire entró en sus propios pulmones, se
sumergió en ella. Era la única palabra posible para describir la
sensación de que él poseía cada centímetro suyo.
Mike se retiró un segundo. Chloe se preguntó por qué cuando el
aire frío rozó sus muslos. Él le levantó la falda, de modo que cuando
volvió a inclinarse contra ella, pudo sentir cada centímetro de su
dureza.
Sus caderas se presionaron con fuerza contra ella, sus muslos
abrieron los de Chloe y de alguna manera, como por acto de magia,
o por alguna alineación divina, su pene estuvo justo contra su
vagina, abriendo sus pliegues, rozándose contra ella… allí.
Chloe gimió, el sonido se perdió en la boca de Mike. Era
completamente suya, no tenía fuerza de voluntad o consciencia. Su
boca devoraba sus labios, sus hombros se curvaban sobre ella como
alguna poderosa pared de carne. Él movía sus caderas contra ella
con movimientos cortos y punzantes, sus manos alzaron sus caderas
contra las de él.
Él jadeó, ladeó la cabeza, su lengua se adentró profundamente en
su boca. Ella pudo sentir el calor de su pene a través de su bóxer, su
pantalón y sus propias bragas de seda. Su pene caliente ardía,
moviéndose con mayor rapidez, moviéndose exactamente donde
todos sus nervios se concentraban tan salvajemente que era como si
él hubiera encendido una corriente eléctrica… allí.
Chloe estaba en algún vasto océano de placer, cálido, dulzón y
lleno de alegría. Y luego el océano se elevó, alzó, se convirtió en una
ola enorme viniendo a ella, más y más cerca, más y más rápido…
Ella emitió un grito que se perdió en la boca de Mike mientras su
cuerpo explotaba en un estallido de calor que se inició en sus
muslos, pero que rápidamente se propagó por todo su cuerpo, y de
pronto su vagina se contrajo en incontrolables pulsaciones tan
fuertes y agudas que casi eran dolorosas, aunque no totalmente, y se
extendieron por ella, bajando hasta las puntas de los dedos de sus
manos y pies.
Había sido lanzada al espacio exterior y regresaba flotando
lentamente, en movimientos zigzagueantes. Todo lo que había sido
prisa acalorada se ralentizaba y refrescaba. La gravedad se
reafirmaba, volvía a sentir el suelo bajo sus pies. Con los ojos
cerrados, suspiró.
Asombroso. Todo había sido asombroso. La mejor experiencia de
su vida. De hecho, nada podía acercársele.
Mike apartó su boca.
Ella suspiró otra vez, abrió los ojos y recibió un shock.
Mike no parecía feliz. Se veía como si sufriera.
—Lo siento —dijo él tenso, y la felicidad de Chloe desapareció,
en un abrir y cerrar de ojos. Como pulsar un interruptor.
—¿Lo sientes? —susurró Chloe horrorizada.
Él lo sentía. ¿Bien, qué se supone que debía hacer con eso? ¿Él
lamentaba haberla besado, haberle dado un orgasmo? Había sido la
experiencia más feliz de su vida, ¿y él lo sentía?
Ay Dios mío. ¿Qué había hecho mal? ¿Había interpretado mal la
situación? Pero… pero había sido él quien inició el beso. Y ella había
respondido… ¿mal? ¿Inapropiadamente? ¿Con demasiado ímpetu?
Qué horrible, porque era una de las pocas veces en su vida en las
que no había pensado demasiado la situación. O mejor dicho, ni
siquiera había pensado en nada. Su cabeza no había intervenido de
ninguna forma. El instinto puro había asumido el mando, algo que
raramente le pasaba. En realidad, nunca le sucedía.
Bien, ahora ya sabía lo que era ser dirigida por sus instintos,
¿verdad?
Pero aún más horrible, no había ningún lugar donde pudiera
marcharse con su vergüenza. Tenía la espalda contra la pared,
literalmente, y Mike estaba adherido a toda la parte delantera de su
cuerpo. No podía moverse ni un centímetro. Al menos podía bajar
los ojos…
Una mano fuerte y callosa acunó su barbilla e hizo que alzara la
cabeza. Mike parecía perplejo.
—¿Tú no lo sientes? Te llevé de cero a cien en un segundo.
—¿Lamentarlo? ¿Cómo podría lamentarlo? —barboteó ella—.
Nunca antes me había pasado. Fue maravilloso.
Mike parpadeó, sorprendido.
Chloe sabía perfectamente bien que no era la clase de cosa que
una mujer crecida debía decirle a un varón adulto. No había tenido
muchas citas… en realidad, no había tenido citas… pero había leído
y escuchado a sus pocas amigas y era de rigor tener algo de
experiencia después de cumplir los dieciocho.
Pero Chloe nunca había aprendido a disimular. No tenía ninguna
destreza en ese aspecto. Las palabras sencillamente se habían
escapado de su boca y era demasiado tarde para retractarse.
Demasiado tarde para dar alguna clase de respuesta sofisticada que
escondiera su consternación.
Bien, has logrado que me corriera estupendamente, gracias. Buen
orgasmo, definitivamente un notable, tal vez un sobresaliente. Deberíamos
hacerlo otra vez algún día, cuando estemos de humor.
La voz de Mike era ronca y sus ojos se posaban en su boca
cuando dijo:
—Jesús. Si no lo lamentas, si no tengo que pedir perdón, entonces
yo realmente no lo lamento. De hecho, si no nos vamos ahora voy a
volvértelo hacer, muy pronto. Solo que ambos estaremos desnudos.
—La miró a los ojos—. Pero no tenemos todo el tiempo del mundo
para hacerlo, ¿verdad?
Incluso más que en su crudo casi encuentro sexual contra la
pared, su expresión era la más atractiva que Chloe hubiera visto
jamás. Este apuesto e increíble varón se concentraba en ella y su
mente pensaba definitivamente en sexo.
Mike estaba completamente excitado, y ella no necesitaba sentir
la gran vara de su pene apoyada en su vientre para saberlo. Estaba
impreso en cada línea de su cara. Los músculos de su cuello
sobresalían, un rubor rojo se destacaba bajo su piel bronceada, la
É
barbilla estaba tensa. Él entrecerraba los ojos, chispas de fuego azul
saltaban de entre sus párpados.
Él la observó, sin parpadear y luego bajó la cabeza.
Ah, fabuloso. Más en camino. No echas a faltar algo si no lo
conoces. Pero ahora que Chloe había experimentado esa ráfaga
increíble de energía que de alguna manera la había dejado floja y
caliente, deseaba volver a sentirlo.
El sexo hacía que el mundo girara. Lo había entendido
intelectualmente, porque el sexo era reconocido en todas partes
como una de las fuerzas más poderosas en las relaciones humanas.
Por lo visto movía montañas. Lanzaba al estrellato a ídolos
adolescentes, derribaba presidentes, inspiraba grandes obras de arte,
impulsaba a los corazones a asesinar.
Chloe siempre había pensado en sí misma como alguien inmune
a todo eso, solo un signo más que estaba destinada a vivir la vida
desde fuera, como una simple observadora.
Pero Mike la había empujado y hecho avanzar. Había destruido
su espacio seguro. Ahora que había experimentado un poquito de su
poder, no se contentaría con una sola vez. Ni mucho menos.
Hoy había cruzado una especie de línea invisible: había
encontrado a un hermano, quizás había hallado un amante y se
había unido a la raza humana.
Los labios masculinos tocaron los suyos, apenas un poco, y ella
ya estaba temblando con impaciencia, casi sin aliento por la
expectativa.
Un fuerte pitido los sobresaltó a ambos. Mike alzó la cabeza,
frunció el ceño desconcertado.
—Tu móvil —susurró Chloe.
—Cristo —refunfuñó mientras sacaba un móvil espectacular del
bolsillo de su chaqueta y echó un vistazo a la pantalla—. Sip. Sip,
Harry. Estamos bajando justo ahora.
Él la miró, una comisura de su boca se levantó.
—Después.
—Después —concordó ella feliz.
* *
Todo el clan vivía en un magnífico bloque de apartamentos
anclado al final de una maravillosa playa de arena blanca. Chloe se
sentía sobrecogida por la belleza escarpada del lugar.
El apartamento de Nicole y Sam estaba en el último piso, Harry
tenía un apartamento en el quinto y Mike tenía uno más pequeño en
el cuarto.
Cuando entraron en el piso de Harry, una latina sonriente —
según le informaron, era la sobrina de Manuela, el ama de llaves de
Nicole y Sam— salió del dormitorio llevando un pequeño bulto en
una suave manta rosa y crema.
El bebé lloraba, gemía y pataleaba.
Ellen corrió, tomó a la bebé de la mujer joven y la acunó,
murmurando suavemente. Los gemidos se volvieron angustiosos.
Harry puso su mano sobre el hombro de Ellen y miró a su hijita.
Chloe no pudo evitarlo. Se acercó, tocando la suave manta,
después acunó la cabeza de la bebé en la palma de su mano. El
lloriqueó se calmó, los diminutos pies dejaron de patalear.
Chloe necesitó esforzarse para arrancar la mirada del bebé y
concentrarse en la cara de Ellen.
—¿Puedo? —Ella quería decir… ¿puedo tocarla?
Y Ellen, sin pensárselo dos veces, transfirió el diminuto bulto a
sus brazos, sin ser consciente de que Chloe nunca antes había
sostenido a un bebé.
La bebé encajó en sus brazos a la perfección. Un bulto pequeño,
caliente y vivo, el humano más diminuto que Chloe hubiera visto
alguna vez.
Acunó a la bebé en su brazo izquierdo y le apartó la manta de su
carita. Cuando bajó la mirada sintió que su estómago caía en picado,
sus pulmones se contraían y su corazón caía enamorado. El mundo
entero se desvaneció, la única cosa real era la caliente criaturita en
sus brazos.
Desde una increíble distancia escuchó la voz de Ellen, un poco
entrecortada por la emoción.
—Chloe, te presento a tu sobrina Grace Christine. Le decimos
Gracie. Gracie, te presento a tu tía Chloe.
Chloe bajó los ojos hacia la diminuta y perfecta carita que le
devolvía la mirada. Era asombroso ver esa carita tan parecida a la
suya propia, el color de sus ojos era exactamente como los suyos…
castaños que casi parecían dorados con la luz del sol entrando por
los enormes ventanales.
Todos los doctores le habían dicho a Chloe que nunca podría
tener hijos. Sus heridas habían sido demasiado severas, fragmentos
de hueso habían cortado sus Trompas de Falopio. Se lo habían dicho
cuando era niña y formaba parte de sí tanto como sus ojos, manos y
pies.
Nunca tendría hijos.
Así que nunca creyó que pudiera sostener en sus brazos a una
hermosa pequeñita que se le pareciera. Un sueño tan imposible que
ni siquiera se había atrevido a pensarlo.
Y aun así, allí estaba. Con un pequeñito milagro en sus brazos.
Grace.
Gracie se retorció un poco, pataleó y de repente abrió los ojos de
par en par y los fijó en su cara como si viera una estrella. Chloe miró
su carita perfecta, y hasta el final de sus días juraría que Gracie le
sonrió, una gran sonrisa desdentada, pegajosa que simplemente
estrujó el corazón de Chloe en un puño de hierro, que nunca la
dejaría escapar.
Y Chloe sabía, más allá de cualquier duda, que deseaba ser una
parte importante de la vida de esa niña, tanto como sus padres le
permitieran. Y a juzgar por la mirada complacida en los rostros de
Harry y Ellen, sería mucho.
El llanto de Gracie amainó hasta suaves gorjeos mientras Chloe la
mecía. Perdió la noción del tiempo, olvidó que los esperaban para
comer, olvidó que debía instalarse en su dormitorio, se olvidó de
todo mientras miraba los hermosos ojos dorados de Gracie, le
acariciaba la mejilla, maravillándose de que esa piel humana pudiera
ser tan suave, ahogándose en las olas de amor que fluían entre ella y
su sobrina.
De repente, el silencio completo en el cuarto hizo que apartara los
ojos de la mirada magnética de Gracie y alzara la vista. Harry estaba
de pie con un brazo alrededor de Ellen, cuyas mejillas estaban
mojadas. Ella, Harry y Mike la contemplaban, Mike la miraba con la
intensidad de un láser.
—¿Qué? —¿Por qué la estaban mirando?
Ellen se secó las mejillas de un manotazo.
—Gracie ha estado llorando y gimiendo durante días. Ha dejado
de llorar en cuanto la has tomado en brazos. Tienes un don natural
con los niños, Chloe.
Guau, ¿cuán equivocada podía estar una mujer? Chloe no tenía
ningún don con los niños, ninguno. Nunca había estado cerca de
niños, no sabía nada sobre ellos. Todo que lo había hecho con Gracie
había sido puro instinto.
Como con Mike.
Ella se sonrojó hasta las raíces de su pelo, inclinándose hacia
Gracie para que ellos no lo notaran.
Un móvil sonó y la voz profunda de Harry contestó.
—Sip, presentando a Gracie y Chloe. Sip, se gustan. Ahora
subimos.
Él dio una palmada con sus grandes manos.
—Okey, chicos, Sam se está tragando todo el champán y la
comida de Manuela se enfría. Chloe, cariño, puedes instalarte aquí
después del almuerzo. ¿Te parece bien? ¿Tienes hambre?
Chloe levantó la cabeza, sorprendida.
—Sí. Sí, tengo hambre.
Y la tenía. Chloe nunca tenía hambre. En el hospital a veces le
habían puesto suero porque no podía comer. Ahora mismo, comía
poco y raramente sentía hambre. A menudo se le cerraba el
estómago con fuerza en protesta con solo pensar en comida.
Pero en aquel momento se sentía voraz. El beso de Mike, el
orgasmo, llevar en brazos a una bebé que se le parecía… todo eso
había abierto un agujero gigantesco en su estómago y le daba la
bienvenida a la idea de comer con estas felices, acogedoras y
mágicas personas …
—Vamos, entonces. —Harry comenzó a dirigirlos hacia la puerta.
Chloe bajó la mirada hacia la niñita en sus brazos. Los párpados
translúcidos de Gracie estaban casi completamente cerrados. Chloe
juraría que la bebé dio un suspirito impetuoso y sonrió otra vez.
—¿Chloe? —Harry estaba de pie en la puerta, Ellen a su lado.
Mike la acompañaba.
—Se está quedando dormida —susurró Chloe—. No quiero
despertarla.
—No —los ojos de Ellen se ensancharon con horror—, no la
despiertes. ¿Te gustaría llevarla? Son solo unos pisos en el ascensor.
En cualquier otro momento de su vida, Chloe habría retrocedido
ante el pensamiento de ser responsable de un bebé en sus brazos, de
caminar sosteniendo a un bebé. A veces tenía problemas para
mantenerse erguida. De vez en cuando tropezaba de improviso. No
poseía completo control sobre su cuerpo y llevar a un bebé recién
nacido no era una buena idea.
Pero le arrancaría los ojos a cualquiera que le quitara a esa niña
de sus brazos. De repente se sintió infundida con una dosis enorme
de confianza física. Estaba absolutamente convencida de que no
tropezaría con Gracie en sus brazos. Se sentía fuerte, conectada a la
tierra con raíces fuertes, invencibles e irrompibles que se hundían
profundamente.
Y luego estaba Mike, que estaba pegado a su lado.
No podía caerse, no con Mike junto a ella.
Sintió el peso caliente de Gracie en sus brazos, anclándola a la
tierra, y le sonrió a Harry, su nuevo hermano, a Ellen, su nueva
cuñada, y a Mike, su nuevo… lo que fuera.
—Vamos, entonces —dijo ella.
Capítulo 7
* *
—Vamos a repasarlo de nuevo —dijo Kelly en la sala de
interrogatorios, y Mike sofocó un gemido. Ya lo habían repasado, y
repasado y repasado.
La sala desnuda y fea olía a tensión masculina y desesperación.
Probablemente como olía una celda de la prisión. Dios quisiera que
Mike nunca lo averiguara, pero no tenía buena pinta.
Mike no podía culpar a Kelly. Mila lo había identificado como el
hombre que la había atacado en el momento en que despertó de la
operación. Defendiendo al verdadero hijo de puta que la había
puesto en el hospital. Mike comprendió que la policía creía que
tenían un caso seguro. No lo tenían. Pero sí tenían suficientes
pruebas para mantenerlo en la cárcel hasta que la fecha del juicio
pudiera ser establecida.
Sus hermanos no lo permitirían. Satisfarían cualquier fianza que
estableciera el fiscal, lo que cabreaba a Mike porque daba la
casualidad de que éste era un momento difícil de dinero. Se
acababan de comprar cuatro mil hectáreas de tierra en Baja para
utilizar como centro de formación de agentes de la ley y campo de
tiro para aspirantes a policía mexicanos que luchaban una
despiadada guerra contra las drogas. Había sido idea de Ellen y era
buena, pero el coste de la enorme extensión de terreno y de crear
campos y casas de tiro les había dejado sin blanca. RBK tendría que
pedir prestado el dinero para conseguirle la libertad bajo fianza.
Entonces sus hermanos pedirían otro préstamo más para conseguirle
un caro abogado criminalista.
RBK se iría al hoyo por su culpa. Las dos familias tendrían que
apretarse el cinturón por su culpa. Porque se había comportado
como un adolescente hormonal en vez de un adulto responsable.
La idea lo ponía enfermo.
Era inocente. Sus hermanos deberían dejarlo allí para que se
pudriera hasta que llegaran las pruebas que demostraran su
inocencia o hasta que el caso fuera a juicio. Sam y Harry no lo
permitirían, pero deseaba que lo hicieran. Que lo abandonaran y
dejaran que la verdad llegara a él.
Mike no quería irse a casa, de todos modos. No quería
enfrentarse a Ellen y Nicole y, sobre todo, no quería enfrentarse a
Chloe. La expresión de su cara cuando oyó lo que había hecho…
Mike no tenía a dónde ir con la vergüenza que ardía en su interior.
Ese sentimiento de esperanza que había tenido desde que había
puesto los ojos en ella, la radiante calidez en sus ojos cuando lo
miraba, los ardientes besos tiernos que prometían mucho más…
todo había desaparecido.
Mike no podía soportar la idea de la desilusión que estaría
sintiendo, lo confusa y dolida que debía estar.
Joder.
Se había enfrentado a disparos y morteros sin pestañear, pero la
idea de ver a una pálida Chloe apartar la mirada cuando le viera…
no podía hacerlo. Simplemente no podía hacerlo.
Merecía pudrirse en la cárcel. No porque hubiera cometido lo
que le acusaban, sino porque había pasado veinte años rodando de
camas en las que no debería haber estado, follando mujeres por las
cuales no se preocupaba.
¿En qué le convertía eso?
—Fui a un bar llamado The Cave —empezó de nuevo, con la voz
tranquila y distante—. Llegué a eso de las once. Conocí a una mujer
allí. Hablamos brevemente…
Hubo un golpe en la puerta que sorprendió tanto a Mike como a
Kelly. No interrumpías un interrogatorio, esa era una regla de
hierro. Kelly apretó la mandíbula y Mike compadeció al novato que
no sabía lo que le esperaba en el otro lado de la puerta.
Para su sorpresa, no era un novato. Era un detective al que Mike
conocía bien desde sus días de SWAT, Jerry Klein, y… Jesús. Harry y
Sam justo detrás de él.
Kelly se levantó, furioso. Y con razón. ¿En qué coño estaban
pensando Harry y Sam? Aquello no era una muestra de solidaridad
con un amigo, era interferir con el debido proceso. Había
consecuencias legales por impedir a un oficial de la ley el ejercicio de
sus funciones.
Antes de que Kelly pudiera abrir la boca para emprenderla con
Jerry por permitir civiles en la sala de interrogatorios, Jerry puso un
ordenador portátil sobre la mesa de interrogatorios.
—Lo siento, jefe, pero pensé que tenía que ver esto. Estos dos, ah,
civiles lo trajeron a mi atención. —Jerry se mantuvo firme, lanzando
a Mike una mirada que no pudo interpretar. Entonces,
increíblemente, Jerry le guiñó un ojo.
¿Qué coño?
Jerry encendió el portátil y retrocedió para dar acceso a Harry al
teclado.
Harry era un genio en ordenadores, mucho mejor que Mike.
Todos se inclinaron hacia adelante para verle hacer lo suyo, pero lo
suyo resultó ser simplemente abrir su correo electrónico.
Movió el ratón.
—Ellen se puso en contacto conmigo con algunas novedades.
Chloe llamó a esa excelente detective privada en Boston y maldición
si no dio con algo. Algo muy importante. —El correo electrónico
tenía una serie de archivos adjuntos. Harry hizo click en el primero.
Se abrió y la pantalla se llenó con la secuencia de imágenes
granuladas en blanco y negro por la noche. La cámara tenía una
lente pequeña de gran ángulo lo suficiente como para mostrar unos
nueve metros sin una excesiva distorsión. Todos miraron cuando se
acercó una mujer, golpeando en algo por debajo de la parte inferior
de la pantalla. Eran imágenes de un cajero automático. Nadie habló
cuando cuatro personas se acercaron y retiraron dinero. Unas letras
blancas en la parte inferior a la derecha de la pantalla mostraban la
fecha y hora: 4 DE ENERO, 03:02. A las 03:07 la pantalla estaba en
blanco, entonces apareció una figura en el extremo del lado derecho
y pasó como un rayo por la pantalla.
Los dedos de Harry bailaron sobre el teclado mientras los cuatro
hombres observaban. Harry puso a cámara lenta la película bajando
el control deslizante, pulsó una tecla y congeló el encuadre con la
figura parada en el centro. Era Mike, corriendo. Su cuerpo estaba
borroso, pero la cámara le captó cuando giró la cabeza y sus rasgos
estaban claros.
—Esto fue grabado a las 03:07:45, desde un cajero automático en
Griffin, aproximadamente a cuatro bloques de Alameda. Podemos
seguir el camino de Mike cuando corre hacia la orilla, para terminar
en el ferry a las 03:48…
Observaron una serie de clips de metraje de las cámaras de
seguridad a lo largo de su recorrido, catorce archivos en total. Con
quienquiera que hubiese contactado Chloe, era buena. Era evidente
que tenía un excelente software de reconocimiento facial y en un
corto espacio de tiempo había sondeado casi todas las cámaras de
seguridad, en una amplia extensión desde Alameda hasta la llegada
del ferry. Aquello requería inteligencia y un serio poder.
La pantalla mostraba la amplia plataforma en frente del barco
donde Mike hacía footing en el lugar. El vaho de su aliento envolvía
su rostro, pero era reconocible. Apenas recordaba el trote hasta casa,
aunque se acordaba de haber esperado el ferry durante un rato,
durante un período reducido desde la medianoche hasta las seis de
la mañana.
La cámara cambió brevemente a una vista del océano y el ferry se
acercó poco a poco al desembarcadero, a continuación, volvió a
ajustarse al lado de unos pasajeros, donde cuatro personas
esperaban junto con Mike, todavía brincando arriba y abajo.
Vieron a cinco personas abordar el ferry, incluido Mike. La hora
que se leía en la parte inferior de las imágenes era 04:10.
El último anexo eran las imágenes de Mike corriendo hasta el
complejo de apartamentos en Coronado Shores, en el condominio,
intercambiando unas palabras con el vigilante nocturno.
Mike había dicho que había vuelto a casa a las cinco, que las
cámaras de seguridad de su condominio lo habrían captado. Habría
debido darle una paliza a Mila Kosavich a las cuatro de la mañana y
conducir a casa a las cinco. Pero Mike había corrido hasta su casa y
lo tenían grabado.
—Según entiendo —dijo Harry a Kelly con una mirada dura—,
es que la llamada al 911 entró a las 04:02. El desembarcadero del
ferry está a 23,7 kilómetros de Alameda. Mike no pudo haber estado
en el apartamento de la mujer.
Todas las miradas se volvieron hacia Kelly. Se quedó
reflexionando sobre ello, luego puso con cuidado su cuaderno de
notas sobre la mesa al lado del ordenador.
Se giró hacia Mike.
—Caso cerrado —dijo en voz baja, y luego sonrió—. Me alegro de
no tener que detenerte, Keillor.
—Yo también, hombre. —Mike dejó escapar un suspiro enorme,
comprendiendo lo que acababa de suceder.
Chloe le había liberado.
Sam y Harry dieron una palmada en la espalda a Mike y Kelly, y
la tensión en el cuarto desapareció.
Mike le tendió la mano a Kelly. Kelly era un buen tipo. Solo había
estado cumpliendo con su deber.
—Buena suerte con encontrar al bastardo que puso a esa mujer
en el hospital.
—Sí. —El apretón de Kelly fue cálido, fuerte y breve—. Sabemos
que había un novio al que le gustaba golpearla. Le buscaremos. No
te metas en problemas, ¿me oyes?
Oh sí. Mike había aprendido una lección realmente grande esa
noche. Aunque estaba aterrorizado de que fuera demasiado tarde
con Chloe.
Sam le dio una palmada en el hombro.
—Vamos a marcharnos. Todavía tenemos que celebrarlo.
Nuestras mujeres esperan.
Nuestras mujeres. Para Sam y Harry eso era literalmente cierto.
Ellos tenían unas esposas estupendas y dos hijas encantadoras
esperándolos. En un mundo paralelo, un mundo en el que Mike no
hubiera jodido con un batallón de mujeres, otro mundo donde él no
hubiera conocido a la dulce y totalmente atractiva Chloe Mason
después de follarse a una cocainómana a la que no pudo golpear, así
que ella llamó a otra persona para que terminara el trabajo, él
también volvería con su mujer.
En ese otro mundo Chloe y él tendrían un nuevo comienzo,
capaces de iniciar aquella novedad que tenían entre sí.
Mientras que en ese mundo apenas habían empezado y ella ya
había descubierto lo peor de él.
Se había acercado a Chloe con fuerza. Raramente se acercaba a
mujeres. Tal vez porque buscaba mujeres en barrios bajos eran ellas
las que venían a él.
Pero con Chloe se había sentido fascinado al instante, atraído
inmediatamente. Y la había… la había cortejado. Centrándose en
ella, feliz solo de estar en el mismo cuarto con ella. Sabiendo que
algo importante estaba ocurriendo.
Durante tan solo un segundo pensó que estaba viviendo el sueño
de Sam y Harry. Se habían quedado prendados de sus mujeres al
instante y mira cómo había resultado. Los dos estaban
increíblemente felices, estables, locamente enamorados de sus
mujeres e hijas.
Y Mike, idiota como era, creía haber encontrado lo que no había
estado buscando. Haber encontrado algo real, auténtico y duradero.
Limpio y prometedor. Y lo había aplastado con sus propias manos
en el momento en que lo había encontrado.
Jamás lo sabría. Ahora mismo una parte suya quería a Chloe
cerca, como quería el aire y el agua. Y otra parte quería mantenerla a
distancia. Ella había tenido una vida dura y se merecía algo mejor
que él.
Porque, ¿a quién estaba engañando? Si se juntaran, Chloe se
acabaría encontrando a alguna de las mujeres a las que había follado
a la vuelta de cada esquina. Su pasado era como un pozo de
alquitrán. Nunca sería libre, solo podía mancillarla con él.
Harry estuvo en silencio cuando bajaron en el ascensor. Sam ni
siquiera lo notó. Estaba eufórico, feliz de que Mike estuviera fuera
de problemas, con ganas de reanudar las celebraciones donde las
habían dejado.
Y conociendo a Sam, muy contento de regresar con Nicole y
Merry.
Cuando las puertas del ascensor se abrieron, Harry sacó un
brazo, bloqueando a Mike. Harry era fuerte. Mike era más fuerte.
Podría darle una paliza a Harry. Pero Harry tenía algo que decirle y
no podía golpear a su hermano. Le quería demasiado.
Harry habló a Sam en voz baja.
—Sam, Mike y yo tenemos algo que discutir. Ve a poner en
marcha la furgoneta y estaremos allí en cinco minutos.
La cara de Harry era grave por naturaleza y ahora parecía como
si primero hubiera muerto su mejor amigo y además su perro. Sam
le miró, luego a Mike, y asintió con la cabeza.
Harry esperó hasta que Sam estuvo fuera del alcance del oído y
se volvió hacia Mike, colocando una mano grande en su hombro.
—Felicitaciones. Me alegro de que esto haya sido aclarado. —Su
rostro era absolutamente inexpresivo. Las palabras estaban bien,
pero su cara estaba cerrada para Mike.
Con desconfianza, Mike contestó:
—Sí, yo también. Tengo que agradecérselo a Chloe. Nunca habría
pensado en revisar las cámaras de seguridad a lo largo de mi
recorrido.
Era verdad. Y no tenía ningún recuerdo real de qué camino había
tomado. Si la amiga de Chloe no hubiera tenido el software
adecuado, todavía estaría en la oficina central del departamento de
policía, tal vez en la cárcel.
—Sí, hazlo. Es una buena mujer. Era la niña más buena que te
puedas imaginar. Cariñosa, dulce y apacible —clavó en Mike una
mirada dura—. Chloe ha estado en el infierno y ha regresado, Mike.
Vi el modo en que la mirabas y sé cómo eres con las mujeres.
Lamento decir esto, pero tengo que hacerlo. Vete a joder a otra
persona, a otra parte. No te quiero cerca de mi hermana pequeña. Se
merece algo mejor que tú. Quiero que me des tu palabra de que no la
tocarás. Porque si lo haces, te daré hasta dejarte hecho mierda. O al
menos lo intentaré. Puede que incluso me ganes, pero ella se
disgustaría todavía más contigo de lo que ya está.
Sí. Era posible que Mike ganara porque peleaba sucio, siempre.
Ganaría la batalla y perdería la guerra.
No quería pelear contra Harry. Entendía exactamente de dónde
venía Harry. Si sus papeles estuvieran invertidos Mike haría
exactamente lo mismo. Habría querido proteger a su hermana
pequeña de alguien como Mike, que se había pasado más de la
mitad de su vida follándose a cualquier cosa que se sostuviera el
tiempo suficiente.
No había nada que Mike pudiera hacer excepto aceptarlo.
Porque, joder, Harry tenía razón.
Él era mala influencia para Chloe. De la peor.
La mano de Harry se clavó en su hombro. Harry tenía manos
fuertes y grandes, pero los músculos de los hombros de Mike
parecían de acero. De todos modos, dio la bienvenida a la pequeña
mordedura de dolor que Harry le causaba.
Los músculos de la mandíbula de Harry palpitaron.
—Te quiero, Mike. Ya lo sabes. Pero hay… hay algo roto en ti,
algo apagado, y no lo quiero en contacto con Chloe. —Harry le
sacudió—. ¿Me he expresado con claridad? Chloe está fuera de tus
límites. No puedo pedirte que te mantengas lejos de ella porque nos
vemos mucho, pero puedo pedirte que no te insinúes. Eres una mala
influencia para las mujeres en general, Mike, y también para Chloe.
Hazle un favor y déjala en paz.
Cada músculo que Mike tenía estaba tenso. Harry le sacudió más
fuerte.
—¿Me has oído? Habla, maldita sea.
—Sí. —Mike dijo el monosílabo como si tosiera una piedra
clavada en la garganta y se detuvo. No podía decir una palabra más.
—Sí, ¿qué?
Mike se obligó a relajarse un poco, para permitir que entrara un
poco de aire en sus pulmones. Todo en él quemaba y dolía.
—Sí, no tocaré a Chloe.
La mano de Harry se clavó más profunda.
—¿Tengo tu palabra?
Harry sabía lo que estaba preguntando. Mike podría joderla a lo
grande, pero nunca rompía su palabra.
Mike respiró profundamente y sintió como si cuchillos se le
clavaran en el pecho, abriéndolo desde el interior.
—Lo prometo. Te doy mi palabra. No tocaré a Chloe. Nunca más.
Capítulo 9
* *
San Diego.
Club Meteor
—¿Señor, más champán? —Una hermosa joven sostenía una
bandeja con copas aflautadas de cristal delante de él. Franklin Sands
aceptó una, levantando la copa, admirando el modo en que brillaba
como un faro bajo la luz. Destellaba, igual que su vida.
Adoraba aquello, adoraba todo aquello. Las grandes estancias
llenas de muebles de diseño, el espléndido catering, los sillones
lujosos, el olor a cuero caro, la prosperidad que exudaban los
hombres ricos en la sala, las jóvenes bellezas listas y dispuestas a
realizar cada uno de sus deseos.
La joven que se inclinaba para ofrecerle el champán casi era más
que hermosa, una morena despampanante con un vestido de
Valentino que resaltaba justo lo bastante de sus gloriosos senos.
Nadie tenía que mirar a hurtadillas. Todo hombre en la sala sabía
que podía verlas desnudas cuando deseara. Por el precio adecuado.
La bandeja era de plata sólida, pulida una vez a la semana, las
copas aflautadas eran de cristal de Bacará y el champán era un Viuda
Clicquot del ’88. Su proveedor había comprado ocho cajas la semana
anterior.
Estaba sentado en un sofá extremadamente cómodo de Poltrona
Frau con una mesita de café de Philippe Stark frente a sí. La estancia
era enorme pero dividida en elegantes espacios íntimos por los
muebles, todo de los mejores diseñadores. La música suave sonaba
de fondo. Sands elegía los temas según la edad de los clientes. La
edad promedio esta noche era en torno a los sesenta, así que la
música era una mezcla de clásica y un recorrido discreto de los
éxitos de los setenta, cuando aquellos hombres habían estado en
pleno apogeo.
Ahora muchos de ellos necesitaban estímulos que Sands estaba
más que contento de suministrar por un precio.
—¿Señor? —La hermosa joven cuyo nom de lit era Skye se giró
hacia su nuevo socio, Anatoly Nikitin. Nikitin la alejó con un gesto
irritado. Pocos hombres rechazaban algo que Skye tuviera que
ofrecer, pero el ruso lo hizo.
Era una de sus mejores inversiones: hermosa, dispuesta y con
talento para su trabajo. Su contable le dijo que le daba unos
beneficios brutos de un millón y medio de dólares al año. Solo su
desvirgamiento le proporcionó cien mil dólares. Libres de
impuestos, por supuesto.
¿Cómo podía el ruso ser tan inmune a sus encantos? Su nuevo
socio lo rechazaba más o menos todo en el Club Meteor, el cual había
sido diseñado para ofrecer todo el placer posible a un hombre, salvo
drogas. Nada de drogas en el Meteor, a excepción de las legales.
Tenía cada variedad de recetas de estimulantes y tranquilizantes y
toda la gama de píldoras tipo Viagra. Todo legal. Sin mencionar los
vinos de primera calidad y una selección infinita de surtidos de
licores.
Aquí en el Meteor podías satisfacer cada placer que tu mente
pudiera concebir desde el punto de vista legal, ningún policía podía
tocarte.
Había un montón de chicos de la calle moviendo drogas ilegales.
Era un negocio peligroso, violento e indecente que el estado
castigaba con severidad, y con toda la razón. Solo los tontos se
metían en esto, morían jóvenes y de mala manera.
El negocio de las mujeres, el negocio de los placeres elegantes…
aquello era otra cosa totalmente distinta. Inmensamente lucrativa y
sin violencia. O al menos lo era en la cima del negocio, donde él se
había situado.
Todas las cosas en el Club Meteor estaban garantizadas para
estimular los centros de placer de un hombre. Gracias a la inyección
de capital ruso de los inversores que Nikitin representaba, el Club
Meteor se había sometido a una reestructuración radical y había
subido de categoría. Ahora era el lugar perfecto para relajarse, tenían
una comida exquisita preparada por uno de los mejores chefs
franceses y acompañada por el vino de la espléndida bodega del
club. Incluso había salas de fumadores con humidificadores y los
mejores puros cubanos.
En la parte de atrás, estaban las habitaciones donde los hombres
podían encontrar el placer con las mejores flores que Sands pudiera
arrancar, hasta ahora la mayoría de México. Pero pronto habría una
nueva afluencia de bellezas provenientes de Rusia. Para satisfacer
todos los gustos. Oscuros y claros.
Pronto satisfarían a aquellos a los que les gustaban los placeres…
más tiernos. Este sería un negocio completamente nuevo. Si te
gustaban jóvenes y estabas dispuesto a pagar el precio, el Club
Meteor te garantizaría calidad y discreción.
Eso, a diferencia del negocio principal, por supuesto era ilegal. E
igual de por supuesto, con un recargo considerable de la prima.
Los rusos habían empezado a montar un nuevo sistema, uno más
peligroso, un sistema mucho más lucrativo. Era necesaria una
organización más cautelosa, lo cual costaba dinero. Pero los hombres
ricos que querían ciertas cosas… estaban dispuestos a pagarlas.
En la parte de atrás había habitaciones insonorizadas para los
hombres a los que les gustaban los placeres más oscuros. Por un
precio adecuado, Sands y sus inversores en el nuevo Club Meteor
abastecían de todo, completamente de todo.
La membresía en el Club Meteor, para la tarifa estándar,
empezaba en los doscientos cincuenta mil al año. Los extras valían
más. La nueva línea más joven costaría considerablemente más.
Incluso en un momento de recesión económica, era un mercado
de vendedores. Nadie ofrecía la clase de bienes que ofrecía el Club
Meteor, en tal escenario elegante, libre de enfermedades y con la
discreción garantizada.
Aunque su nuevo socio parecía inmune a los numerosos placeres
del club. A Sands le parecía extraño rechazar el placer. Sands
comprendía el caer en la indulgencia hasta la médula. No entendía
en absoluto la abstinencia.
Él y Nikitin habían trabajado juntos durante casi un año, desde
que Nikitin, del que Sands sospechaba tenía una formación militar,
se había puesto en contacto con él. Nikitin representaba a ciertos
intereses rusos que buscaban invertir en América y tenían dinero de
sobra. Dinero a una escala que Sands nunca había visto antes. Es
más, la inyección de capital había llevado al Club Meteor a un nivel
completamente distinto, hasta el punto que seguramente allí estaban
los hombres más importantes del país, ofreciendo absolutamente
cualquier cosa que un hombre quisiera, durante tanto tiempo como
pudiera pagarlo.
Aunque a menudo revisaran los planes de negocios hasta bien
entrada la noche, Sands nunca había visto a Nikitin aceptar algo del
club. Jamás comía o bebía aquí y nunca se llevaba a una mujer a las
habitaciones del fondo, aunque Sands le hubiera invitado a menudo
a hacerlo. Aunque no fuera por nada más que poder evaluar la
calidad de la mercancía por sí mismo.
Nikitin jamás dio ninguna indicación tampoco de ser de la acera
de enfrente. No, cuando llegó simplemente se sentó, una figura
inmóvil en una esquina donde la luz jamás daba, y simplemente
observó. En una semana se había hecho completamente con el
negocio y había calculado los beneficios anuales del club en unos
diez mil dólares. Y ofreció multiplicar por diez aquellos beneficios.
También tenía un plan. Con enormes inyecciones de efectivo y
una nueva cadena de suministros. Bienes más económicos y más
tiernos. A raudales.
Irresistible.
Sands se inclinó hacia delante y cogió una tostada con verdadero
caviar de beluga extendido sobre ella, haciéndolo bajar con
champán. Empujó el plato hacia Nikitin, quien lo ignoró. Sands
reprimió un suspiro. En realidad, esto sería mucho más placentero si
Nikitin fuera una persona más amistosa.
Se oyó el grito de una mujer, el sonido de una bofetada, la voz
alzada de un hombre.
Problemas.
A su lado, notó cómo Nikitin se ponía rígido.
Sands hizo una señal a uno de los de seguridad que
discretamente circulaban entre los miembros del club. No tenían
músculos evidentes. No eran fornidos y gigantescos, con enormes
bultos bajo sus brazos. Elegía a su personal de seguridad con
cuidado, tanto por sus habilidades con las artes marciales como su
discreción. Y bueno, el valor decorativo. Eran atractivos y elegantes.
Les entregaba una enorme asignación para ropa.
Solo descubrías que había seguridad cuando había un problema.
Como ahora.
Otra vez Consuelo.
En serio, pensó Sands. Quizás ella daba más problemas de los
que valía. Sí, era una mujer espectacularmente hermosa, incluso más
bonita que Skye, pero últimamente bastante… recalcitrante. Y
después de todo lo que él había hecho por ella. Había nacido como
Rosa Pérez y era uno de los descubrimientos personales favoritos de
Sands. Él la había preparado desde los diez años, cuando se la
encontró encogida en una esquina de las calles secundarias de
Tijuana. Había sido casi salvaje, apenas humana. Le enseñó a leer y a
escribir, a vestirse, a hablar un perfecto inglés (casi había olvidado su
español) a moverse con elegancia y a complacer a un hombre en
todos los sentidos.
Le había costado casi toda su habilidad ver bajo la mugre y
suciedad. Había efectuado una transformación sorprendente. Fue
una inversión espléndida, pero tal vez sus orígenes estaban ahora
empezando a mostrarse.
El club jamás castigaba de manera que se viera. Pero quizás ser
encerrada y entregada al personal masculino para ser usada a
voluntad… tal vez la haría volver en sí.
Sus hombres retiraron a Consuelo y al miembro que había sido
insultado por Consuelo se le ofreció una botella de Cristal y pase
libre durante una semana.
Mantén a tus clientes contentos.
Aquel no era momento para las muestras de insubordinación. El
trato con Nikitin y sus patrocinadores estaba justo empezando y
todavía no estaba del todo establecido. Era importante que los rusos
tuvieran la sensación de que era una máquina bien engrasada,
brillante, suave y provechosa, lista para ser llevada al siguiente nivel.
Sin mencionar el hecho que en lo más profundo de su corazón,
Sands tenía una minúscula pizca de miedo a sus nuevos socios. Todo
aquel dinero, de tan lejos; y el emisario del dinero era aterrador, por
encima de las tentaciones y las debilidades de los hombres del
mundo de Sands. Como si estuviera haciendo tratos con una especie
alienígena que no comprendía del todo.
Nikitin giró la cabeza y por un instante Sands sintió que estaba
mirando unos ojos de una especie alienígena. Fríos, brillantes canicas
azules sobrenaturales e inhumanas.
—Señor Sands —dijo Nikitin, con un marcado acento ruso en su
profunda voz grave—. He observado la mala reacción de esta mujer
tres veces hasta ahora. Tiene un problema. O se ocupa de ello o lo
haré yo.
La sala se enfrió, a Sands el champán se le cortó agriamente en el
estómago. Había una sola respuesta posible.
—Sí, sí. No se preocupe. Me ocuparé de ello.
Las frías canicas color azul le sostuvieron la mirada durante un
largo rato, entonces Nikitin apartó la mirada y Sands jadeó en un
suspiro.
Y admitió por primera vez lo mucho que Nikitin le aterrorizaba.
* *
Anatoly Nikitin vio al americano palidecer ante su mirada. Se
giró de espaldas. Un gesto de desprecio, no es que el americano lo
entendiera. Encontraba a los americanos casi incapaces de
comprender los matices de la amenaza.
Anatoly mismo era un maestro. Había crecido como hijo de un
coronel de la KGB y él mismo se había pasado diez años en su
sucesor, el FSB. Conocía la música de la amenaza y la violencia, del
derecho y del revés. Conocía los tonos y las armonías, las
comprendía con toda su alma.
Pero claro, había crecido en un entorno duro. Comprendía muy
bien el modo en que funcionaba el mundo. Eras el fuerte o el débil, el
jefe o el sirviente. Como aquí, el lugar que el americano fingía que
era un «club» muy de lujo y caro, pero era un burdel. El americano
evitaría el término. Le gustaba pensar que los hombres que venían
aquí pertenecían a alguna clase de fraternidad poderosa y de buen
gusto, habiendo encontrado un modo superior de saciar sus apetitos.
La verdad era que su dinero les compraba sexo de alto standing.
En vez de salir a la calle, donde era público y sucio, iban allí, privado
y limpio. Para aquellos que querían total privacidad, había una
entrada separada y una suite. Podían obtener una comida fabulosa y
exactamente la clase de sexo que deseaban por diez mil dólares. A
precio económico.
La ventaja de ser un oligarca. América parecía estar repleta de
oligarcas, y por eso Nikitin estaba allí.
Era un buen negocio y prometía convertirse en uno mejor cuando
pudieran empezar a entrar en la línea de la mercancía más joven, de
acuerdo con las numerosas peticiones.
Nikitin había examinado las fotografías del producto que ahora
cruzaba el Pacífico y estaba convencido de que encajaría en el gusto
de cualquier hombre al que le fueran las chicas jovencitas.
Nikitin frunció el ceño ante el sonido extraño de un alboroto, allí
en el más tranquilo de los lugares.
La belleza, Consuelo, alzó otra vez la voz, acusando a su cliente
de pellizcarla. Las chicas eran entrenadas para no responder al
dolor.
A pesar de la valiosa mercancía que era, Consuelo se estaba
convirtiendo en un incordio. Era exactamente como si tuviera una
enfermedad. Tenía que ser contenida antes de que se propagara a las
otras chicas. No había lugar para la insubordinación, en aquel lugar
donde los hombres pagaban un precio exorbitante por obediencia
instantánea y abyecta. Ya tenían suficiente insubordinación en el
mundo exterior.
El americano estaba hablando con uno de sus «guardias de
seguridad».
Nikitin casi resopló. La única cosa que aquellos guardias sabían
hacer era tener buen aspecto con un esmoquin. No, sus hombres
sabían cómo tratar los problemas. Directa y convincentemente.
Abrió el móvil y marcó un número. Nikitin tenía que mantener a
sus hombres en una zona separada porque el americano pensaba
que estropeaban el nivel del club. Pero cuando llegaba un problema,
sus hombres sabían qué hacer. Nikitin habló con el jefe de sus
hombres, Ivan. Duro y de fiar. Ivan había luchado en Chechenia,
sabía cómo funcionaba el mundo.
El americano todavía estaba hablando con su «miembro de
seguridad».
Ivan apareció sin fanfarria. Iba vestido con botas negras de
combate, vaqueros negros, camiseta negra y chaqueta cubriendo la
funda con la GSh-18.
—Consuelo, la chica con el vestido rojo. Averigua por qué está
siendo difícil y encárgate de ello.
Ivan asintió. A diferencia de los guardias de seguridad
americanos, sus hombres no probaban la mercadería, igual que él.
Operaban bajo la disciplina militar hasta que toda la maquinaria del
negocio estaba instalada y funcionaba como la seda. Entonces
podían relajarse. Nikitin les daría a sus hombres diez de las chicas
para hacer lo que quisieran cuando aquello terminara. Las chicas
después quedarían inútiles, pero sus hombres sabrían qué hacer con
los cuerpos.
A Ivan le gustaba el dolor, y si esa mujer, Consuelo, todavía
estaba por allí y no en el fondo del puerto de San Diego, también se
la daría a Ivan y a sus hombres para uso exclusivo como
bonificación. Sin importar los que ella devengara al club, se tenían
que hacer sacrificios por el bien de la disciplina.
—Oí que ha estado hablando con alguien de fuera —dijo Ivan en
voz baja y en ruso—. Una mujer de un centro. Creo que esa persona
de fuera fomenta los problemas.
Nikitin asintió. Sus amos iban a venir a América para supervisar
el primer envío y obtener de primera mano un vistazo a su
inversión. Todo tenía que ser perfecto para el vory. Cualquier otra
cosa era impensable.
—No necesitamos esto, ahora no. Averigua qué está pasando y
ponle freno. Enséñale una lección a la mujer.
Ivan inclinó la cabeza y dando la vuelta se alejó. Nikitin podía
contar con él. Les habían prometido a él y a sus hombres un
porcentaje mayor del negocio si todo iba como la seda, además de
sus generosos salarios.
—Hey, Ivan…
Obedientemente Ivan se giró, grande, bruto y duro. Nikitin tenía
la total confianza de que se encargaría de esto.
—Asegúrate de que esta mujer se mantiene alejada. No la mates
porque no queremos tratar con las autoridades locales, pero sin
llegar a tanto, haz lo que haga falta.
Ivan asintió y se alejó.
Nikitin inspeccionó donde Consuelo estaba escuchando a Sands,
con la cabeza gacha y una expresión rebelde en el rostro.
Verdaderamente era una mujer hermosa, pensó Nikitin
desapasionadamente. Qué desperdicio.
Duschka, pensó Nikitin, tu amiga aprenderá una dura lección, luego
será tu turno.
Capítulo 10
É
Él bajó el volumen de su voz, lo que lo hizo si cabe más
aterrador.
—He dicho que si estás prestando atención.
La sacudida le había hecho daño, la presión en el brazo le estaba
cortando la circulación.
No podía hablar. Tenía la garganta paralizada. Asintió.
El otro hombre se había situado a su otro lado. Su mano derecha
serpenteó y, para horror de Chloe, rodeó uno de sus pechos.
—Qué bonito —dijo, pellizcándolo con dureza. Lanzó una rápida
mirada de reptil a su colega—. Puede que necesite mantenerse
despierta mientras tú hablas con ella, ¿eh?
El doloroso apretón del hombre alto se intensificó aun más
cuando tiró de ella hacia arriba. Chloe se puso de puntillas para
aliviar el dolor. Se había roto ese brazo dos veces. El más bajo apartó
la manaza de su pecho, pero antes de que pudiera siquiera suspirar
de alivio, de un manotazo retiró de la mesa toda la ropa que ella
había estado doblando y el alto la lanzó encima, dejándola sin aire
en los pulmones.
Hablaron entre sí en un idioma que ella no entendió, con
palabras cortas y ásperas. Finalmente, el alto hizo un gesto de
irritación tipo «Vale, haz lo que te de la gana» y se retiró a un lado.
El más bajo se desabrochó el cinturón y se abrió los pantalones
con rápidos movimientos. Un enorme y erecto pene de color rojo
oscuro sobresalió de entre el vello rubio oscuro de su ingle.
Chloe se sintió invadida por el pánico mientras jadeaba en busca
de aire y le lanzaba patadas sin éxito.
—Bonita —repitió él sonriendo, deslizando las grandes manos
bajo el vestido de Chloe y separándole las piernas.
¡Dios, todo estaba ocurriendo tan rápido! Cada movimiento que
hacía era contrarrestado por uno u otro de ellos. Eran tan fuertes que
no podía hacer nada. Intentó levantar la rodilla para dar una patada
al hombre que estaba entre sus piernas y él se rió, intercambiando
una mirada de diversión con su compañero.
Aún no podía respirar. Solo era capaz de hacer sonidos gatunos,
los estrangulados sonidos del pánico y el dolor.
Estaban disfrutándolo. Les encantaba. Les encantaba cómo
trataba de defenderse, sabía que nunca, jamás, podría ganar.
Repentinamente, la rabia la recorrió como un rayo, como una
explosión nuclear, y liberó sus pulmones. Inspiró una gran bocanada
de aire que rompió las ligaduras de su pánico y gritó, tan fuerte
como pudo. El sonido reverberó en las paredes de la habitación.
Les sobresaltó. El más bajo aflojó la presión sobre los muslos de
Chloe y ella le golpeó con el pie directamente en la entrepierna,
disfrutando de la sensación de esos testículos crujiendo bajo su
zapato. El dolor hizo que se doblara sobre sí mismo. Ella gritó de
nuevo, fuerte y repetidamente.
No iba a rendirse sin luchar.
El alto gritó algo, levantó el puño y luego giró la cabeza
frunciendo el ceño.
Se oyó un ruido de madera rompiéndose y algo grande y rápido
placó al hombre que la estaba atacando. Desaparecieron de la vista y
cayeron al suelo con un fuerte estremecimiento.
Del suelo llegaban terribles sonidos animales mientras los dos
hombres forcejeaban, dando golpes sordos contra la mesa,
haciéndola estremecerse. Chloe consiguió erguirse con dificultad,
tenía que moverse, tenía que llegar a…
Repentinamente sintió un enorme golpe y salió volando a través
de la habitación, rebotó contra una columna y aterrizó
dolorosamente en el suelo. Un hombre con el rostro ensangrentado
se puso en pie con un terrible rugido y se lanzó sobre el más alto.
Chloe tuvo un electrizante momento de lucidez: ¡Mike! Y perdió el
conocimiento.
* *
A tomar por culo, pensó Mike, con la mano alzada ante el pomo de
la puerta de madera apanelada del refugio donde Chloe trabajaba
como voluntaria.
En teoría ahí no debía de haber ningún hombre. Era una norma
del refugio y él la entendía perfectamente. En ese edificio, todas
incluida Chloe, especialmente Chloe, habían sufrido a manos de un
hombre violento. Para las mujeres del edificio los hombres eran el
enemigo. Una raza aparte, empeñada en destruirlas.
Muchas de esas mujeres jamás recuperarían la confianza en sí
mismas después de lo que les habían hecho. No volverían a respirar
tranquilas mientras hubiera un hombre en la misma habitación.
Nunca más tendrían una relación con un hombre.
En el caso de Chloe, ella era lo suficientemente joven cuando
ocurrió como para poder funcionar en el mundo, aunque todavía
tenía problemas.
Mike no debería estar aquí, debería estar en el aparcamiento,
esperándola fuera del edificio como siempre hacía. Lo sabía.
¿Y entonces qué coño estaba haciendo allí? ¿Por qué venía a
hablar con Chloe cuando la iba a llevar a casa en el coche o la iba a
ver en casa de Harry a la hora de cenar? O al día siguiente por la
mañana en el gimnasio del edificio cuando dirigiera su ciclo de
ejercicios con pesas. O al día siguiente a la hora de comer cuando ella
fuera a la oficina a hablar con Marisa acerca de una de Las Perdidas,
cuya desaparición estaba arreglando RBK.
Estaba aquí porque no podía soportarlo más. Ni un puto
segundo más. La situación lo estaba volviendo completamente loco y
era casi incapaz de funcionar con normalidad.
No podía comer. Simplemente no podía. La comida le sabía a
lana.
Olvidaba cosas del trabajo, algo que era inaudito en él. Mike era
intensamente detallista. No se olvidaba de las cosas, simplemente no
le ocurría. Hasta ahora, porque la situación con Chloe se estaba
comiendo su disco duro.
Esa mañana tenía que repasar un contrato con un banco y aun así
se había pasado dos horas contemplando una foto de Chloe, tomada
en una barbacoa familiar un par de semanas atrás. Ni siquiera se
había percatado del tiempo que pasaba. Simplemente miraba la puta
foto con los ojos húmedos. Sin lágrimas, Mike no lloraba, pero
definitivamente con los ojos húmedos. Entonces supo que tenía que
verla.
Ya.
Necesitaba ver a Chloe en ese puto instante.
Se había estado dando de cabezazos contra la pared de acero que
era la palabra que le había dado a Harry, y eso lo estaba
machacando. Se trataba de Harry o de su corazón y, después de
soportarlo durante seis putos meses, había ganado el corazón. Había
pasado los últimos jodidos seis meses en un infierno de agonía y ya
estaba bien.
Lo primero era pedirle a Chloe aquella cita que se suponía que
deberían haber tenido en el Del antes de que el ventilador
comenzara a esparcir mierda. Iban a salir juntos como personas
normales y Harry se podía tirar al lago. O al Pacífico, ya que lo tenía
justo en la puerta de casa.
Y luego, a lo mejor Mike podía volver a comer y dormir como las
personas normales. A lo mejor esa cruda vibración que tenía en la
cabeza se detenía. A lo mejor ese ardiente dolor de pecho lo dejaba
en paz.
Primero Chloe, luego se liaría la manta a la cabeza y hablaría con
Harry. Le… ¿qué? ¿Le pediría permiso para salir con su hermana?
No solo permiso para andar a su alrededor y llevarle la compra y ser
su entrenador personal, sino para estar con ella, salir con ella.
Porque era de suponer que después de seis largos meses sin echar un
polvo, habría ganado puntos con Harry, ¿no?
Se lo contaría todo a Chloe, lo que sentía por ella, cómo había
llegado a no ser capaz de concebir la idea de estar con alguien que
no fuera ella, aunque eso aún lo sorprendía.
Si alguien le hubiera preguntado seis meses atrás si podía pasar
seis meses sin practicar sexo, se hubiera reído en su cara. A Mike
Keillor no le iba la abstinencia. Mike Keillor no necesitaba a nadie y
mucho menos a una mujer.
Y en aquel momento, a juzgar por el sexo que había tenido en los
últimos seis meses, podría haber estado viviendo en un seminario.
Incluso sin el sexo, sería capaz de caminar descalzo por las brasas
para poder contemplar a Chloe caminar, hablar… joder, incluso
respirar.
¿Otras mujeres? No podía. No podía ir con otras mujeres. Lo
había intentado un par de veces y… simplemente no había
funcionado. En el sentido de que la polla simplemente no le había
respondido, como si alguien de la junta directiva hubiera vetado la
propuesta. Cuando lo intentaba, cuando alguna mujer le entraba en
un bar, sentía una especie de repulsión y la polla permanecía entre
sus piernas como un trozo de carne muerta. En una ocasión, había
llegado a sentirla encogerse de asco.
De no ser porque tenía que esconder sus erecciones en cuanto
Chloe andaba cerca y porque se despertaba duro como una piedra
cuando soñaba con ella, habría pensado que se había vuelto
impotente de repente. Un eunuco. Fin del juego.
Era patético. Prefería pasar la noche ayudando a Chloe a hacer de
canguro con Gracie y Merry, viendo la repetición número tres mil de
La Sirenita, que salir por ahí y echar un polvo por fin.
Más que patético. Penoso.
Y no solo eso. Cada puta vez que la veía, el corazón le hacía esa…
cosa en el pecho. Como un infarto, pero no lo era.
Cada mañana se decía a sí mismo muy seriamente que ya era
suficiente. Se estaba volviendo loco tratando de mantener la
promesa que le había hecho a Harry. Aunque Harry tenía razón al
cien por cien. Había algo malo en él. Ahora lo reconocía.
Mike funcionaba perfectamente en otras áreas de su vida. Había
sido un gran Marine, había pertenecido a la Force Recon, había
encabezado el equipo GEO local, era un buen profesional. En esas
áreas estaba bien, más que bien. Pero en todo lo demás, era
mercancía dañada.
Quizás el éxito como soldado, policía y hombre de negocios era
todo lo que iba a poder obtener en la vida, porque estaba claro como
el agua que no era bueno en las relaciones personales.
Particularmente en las relaciones con las mujeres. Incluso ahora,
cuando sus jodidos sentimientos por Chloe amenazaban con
inundarle y ahogarle, no se había dado cuenta de que jamás había
mantenido ninguna relación con ninguna de las mujeres con las que
se había acostado. Nunca. ¿No era terrible?
Había perfeccionado el arte del polvo exprés. Empezar después
de ponerse el sol, terminar antes de amanecer. Hubo una mujer que
solía llamarle «el murciélago».
Era incapaz de mantenerse alejado de Chloe. Y a pesar de que
siempre había disfrutado de la típica labia del irlandés con otras
mujeres, cuando estaba con ella se le hacía la lengua un lío. Qué mal.
Jesús.
Chloe era la gracia hecha mujer. Tranquila, serena y jodidamente
dorada. Harry se equivocó al hacerle prometer que no la tocaría,
aunque también tenía razón. Mike no era lo que ella necesitaba.
Por eso se dedicaba a hacer lo que mejor sabía hacer por ella.
A Mike se le daban bien las herramientas. No sabía cómo abrirse
para ella, el cerebro se le agarrotaba cuando trataba de hablar con
Chloe de algo que no fueran generalidades, pero, maldita fuera,
sabía cómo colgarle las estanterías y mantenerle el coche a punto y
asegurarse de que usaba bien el sistema de pesas.
Podía seguir así para siempre, siguiendo a Chloe como un
acosador cualquiera, feliz simplemente de estar a su lado, salvo
porque últimamente había estado… ¿Cómo? Inquieto. Errático.
Nervioso. Cargado de emociones. Incapaz de concentrarse en el
trabajo. Incapaz de comer. Incapaz de dormir.
Necesitaba hablar con ella. Fue a llamar a la puerta, pero se
detuvo con el puño a un par de centímetros.
Porque… si le soltaba todo aquello a Chloe. Y luego… ¡Jesús!…
¿y si ella no sentía lo mismo por él? ¿Entonces qué? Chloe era
amable con todo el mundo. Todo el mundo la quería. No tanto como
él, eso sería imposible, claro. Pero supongamos que a ella le gustara
pero no quisiera ir más allá con él… ¿nunca?
Supongamos que Mike tuviera que vivir con estas… cosas
partiéndolo en dos por dentro, cada minuto, cada día, durante el
resto de su vida.
¿Entonces qué?
Mike no era un cobarde, de ninguna manera. Había entrado en
batalla y le habían condecorado por ello. Había tomado parte con los
SWAT en el asalto de un almacén lleno de adictos a las
metanfetaminas armados hasta los dientes. Había nacido fuerte y se
había asegurado de continuar siéndolo y no retrocedería ante ningún
hombre.
Pero el solo pensar en perder a Chloe… hacía que se derrumbara.
Así que allí estaba, el Tipo Duro de las Pistolas, de pie ante una
puerta con la mano levantada como un zumbado, temeroso de
llamar.
¿Qué cojones?
Oyó la voz de Chloe al otro lado de la puerta, suave y delicada, y
sonrió. Y luego oyó el murmullo de otra voz. Baja, profunda,
indiscutiblemente masculina. Y se quedó helado.
Mierda.
Eso no se le había ocurrido. Realmente no. No en serio. Que
Chloe pudiera estar viendo a otro. No era posible. Había hecho
retroceder a ese periodista y sabía que nadie más andaba
rondándola porque la mantenía vigilada. Hubiera apostado a que
no.
Estaba cerca de ella casi 24/7, después de todo. ¿Cuándo coño se
suponía que iba a verse con otros?
Pero esa voz profunda pertenecía a un hombre y debía ser un
buen amigo si ella, contra todas las normas, permitía su acceso al
refugio.
Joder. Mike dejó caer la mano con la que estaba a punto de llamar
y apoyó con suavidad la frente contra la puerta, para escuchar el
murmullo de… ¿voces masculinas? ¿Dos?
¿Tenía dos novios?
Y entonces oyó algo más, algo que hizo que se le parara el
corazón. Algo que lo puso en movimiento como ninguna otra cosa
podía hacerlo.
Chloe gritaba.
El instinto más básico tomó el mando.
Destrozó la puerta para entrar, tuvo una breve visión de Chloe
forcejando sobre la mesa, un hijo de puta entre sus piernas con la
polla fuera y el otro de pie a un lado. Ni siquiera sintió los pies
mientras corría hacia ellos y derribaba al hombre que estaba
atacando a Chloe con un placaje.
El tipo era grande y fuerte, pero Mike era más fuerte y estaba
furioso como un guerrero vikingo. Ni siquiera sintió los golpes que
el hombre le propinaba en un costado una y otra vez. Pelearon
cuerpo a cuerpo, a brazo partido, rodaron por el suelo derribando
mesas y sillas, gruñendo en una lucha sin limitaciones. Las reglas en
el combate existían, pero no en ese momento. Mike se dio cuenta
instantáneamente de que era una pelea a muerte.
El hombre sabía moverse, tenía entrenamiento. Más tarde, en
retrospectiva, Mike identificó su estilo como SAMBO, un arte
marcial especialidad de las Fuerzas Especiales Rusas. El SAMBO era
básicamente lucha en suelo.
El hombre lo tenía sujeto en el suelo mediante una llave de
pierna, prácticamente inmovilizado. Mientras estaba tirado con ese
imbécil, Mike vio como Chloe se bajaba el vestido y se daba la vuelta
para enfrentarse al otro hombre de la sala, un hijo de puta muy
fuerte. La abofeteó con el dorso de la mano, muy fuerte. Ella voló a
través de la habitación, se golpeó contra la pared y aterrizó en el
suelo como una muñeca rota, mortalmente pálida e inmóvil.
La idea de que estuviera gravemente herida o… ¡Dios!… muerta,
le otorgó a Mike fuerza sobrehumana. Tenía que llegar hasta Chloe y
el hombre que le sujetaba se lo estaba impidiendo. Mike tenía una
tremenda fuerza en los brazos, pero para llegar hasta Chloe,
atravesaría el acero si tenía que hacerlo. Esto tenía que terminar,
rápido.
Flexionó el brazo para golpear con la punta del codo en la
tráquea del hombre con toda la fuerza de la parte superior de su
cuerpo y oyó el sonido del hueso al romperse.
Quedó libre inmediatamente. El hedor de las heces llenó la
habitación cuando los esfínteres del hombre se aflojaron al morir.
Mike ni siquiera se dignó mirar atrás mientras trataba de ponerse
en pie y se lanzaba a por el otro hombre, que se estaba agachando
para recoger a Chloe, con la esperanza de llevársela mientras Mike y
el otro peleaban.
Por encima de mi cadáver, cabrón, pensó salvajemente.
El tipo no tuvo ninguna oportunidad. Vio venir a Mike y dejó
caer a Chloe para liberar sus manos, pero era demasiado tarde. Mike
le lanzó un puñetazo al estómago y luego un directo al centro de la
cara, destrozándole dientes y cartílagos. El tipo se derrumbó como
un toro abatido, gimiendo, mientras aparecían burbujas de aire entre
la masa ensangrentada de su rostro.
Mike no le echó ni un vistazo. Se limitó a dar una patada al
imbécil para sacarlo de su camino y cayó de rodillas para recoger a
Chloe, tan aterrorizado que ni siquiera notaba sus propias manos
mientras la tocaba.
—Chloe —dijo con voz tensa—. Chloe, cariño. Háblame.
Ella yacía floja entre sus brazos. Quieta y laxa.
La atrajo hacia sí, la levantó hasta su pecho y la meció. Se oyó un
lamento y le llevó uno o dos segundos darse cuenta de que había
sido él, ese horrible sonido había salido de su garganta.
Levantó la cabeza bruscamente ante un ruido al otro lado de la
sala. ¿Más asaltantes? Si era así, fenomenal. Estaba desesperado por
liarse a puñetazos, mutilar, matar.
En lugar de ello, se encontró con un puñado de mujeres de ojos
tristes, una de ellas tenía la mano en la boca. Era la que había dejado
escapar un sollozo, el sonido que Mike había oído. Debía tener un
aspecto enloquecido, porque todas ellas dieron un paso atrás cuando
él alzó la cabeza.
—Chloe —murmuró la mujer que había sollozado—. ¿Es… está
muerta?
No había mucha esperanza en su voz. Tampoco había habido
mucha esperanza en sus vidas. Todas querían a Chloe, pero daban
por hecho que podía serles arrebatada mediante la violencia.
No. Mike rechazó el solo pensamiento con cada célula de su
cuerpo. Se encorvó aún más sobre ella, atrayéndola hacia sí, como si
pudiera trasfundir energía de su cuerpo al de ella.
—Llamad al 911 emergencias médicas—dijo, sus palabras apenas
inteligibles mientras gritaba a través de la roca que sentía en el
pecho—. Y llamad a la policía.
Se quedaron inmóviles, contemplándole, una agrupación de
rostros pálidos.
—¡Ahora! —gritó y ellas revolotearon como pájaros ante el
sonido de un disparo.
Notó una presión en el brazo, un movimiento del cuerpo que
apretaba contra él.
—Mike —murmuró Chloe.
Aunque él dijo: «No te muevas», ella lo hizo, moviéndose
ligeramente para poderse sentar. Se miró a sí misma y luego a él,
posando una pequeña mano en un lado de su rostro.
—No me mires así, Mike —dijo suavemente—. Solo me he
desmayado. Pero estoy bien —frunció el ceño y se tocó el antebrazo
izquierdo, descolorido y ligeramente inflamado—. Espero que no
esté roto, solo distendido. Ya me lo he roto dos veces —se tocó la
cabeza con una pequeña mueca entre las cejas color ceniza—.
¿Qué… qué ha ocurrido? Dos hombres… —se puso tensa entre los
brazos de Mike, con alarma en los ojos—. ¡Dos hombres, Mike!
Entraron y…
Desvió la mirada y los vio. Uno de ellos claramente muerto, el
otro derrumbado contra la pared, con la cara hecha una masa
sanguinolenta, la respiración sibilante y burbujas de sangre
rodeando su nariz aplastada y su boca.
—No te preocupes por ellos, cariño. Nunca volverán a hacerte
daño —Mike dejó caer la cabeza sobre el hombro de ella—. Ay, Dios,
Chloe. Pensé que estabas… pensé que estabas…
Ni siquiera podía pronunciar la palabra. No podía ni pensarlo.
Solo podía recordar el helado vacío que había sentido cuando pensó
que ella se había marchado de este mundo, dejándole a él atrás.
Chloe tenía la piel del color del hielo, las pupilas dilatadas, toda
ella temblaba a consecuencia del shock. Él la abrazó estrechamente y
besó su frente con cuidado, un mero roce de sus labios, porque ella
parecía frágil como el cristal, lista para romperse en cualquier
momento.
—No —su voz era como un susurro mientras alargaba una mano
temblorosa para secar la humedad que él tenía bajo los ojos—. Sigo
aquí. Gracias a ti —la recorrió un violento estremecimiento—. ¿Qué
querían? ¿Lo sabes? Además de eh… violarme.
Jesús. Ni siquiera se le había ocurrido intentar mantenerles con
vida para sacarles información. Uno de los dos cabrones seguía vivo
pero solo porque Chloe le había distraído. Porque, ¿y si no había
sido un acto de violencia aleatorio? ¿Y si iba específicamente
dirigido a Chloe? ¿Y si aún seguía en peligro?
No podía soportar la idea, literalmente. No podía hacer nada con
ella, se sentía incapaz de procesarla. Se estremeció de terror.
Esto no era normal en él.
Mike era de los que conservaban la serenidad durante el
combate, siempre lo había hecho. Era un jodido francotirador, uno
de los mejores. Los francotiradores no sienten terror. Habían hecho
pruebas a su ritmo cardíaco, con un resultado de unas tranquilas y
relajadas sesenta pulsaciones por minuto incluso en entrenamientos
con fuego real. Sabía cómo utilizar la violencia con precisión, tal y
como un cirujano maneja el bisturí. Sabía utilizar la violencia en la
cantidad precisa y en los momentos indicados. Sabía hacer un alto al
fuego, sabía esperar.
Pero aun así, había forzado la entrada en la sala sin ningún plan
estratégico ni táctica, ninguno en absoluto, tan solo con un ansia de
sangre salvaje que había ahogado cualquier pensamiento lógico. Y
quizás su falta de control había puesto en peligro a Chloe.
Todavía sujetando a Chloe con un brazo, Mike se estiró hacia el
tipo que yacía contra la pared y le agarró de la camisa con un puño,
levantándole y separándole de la pared.
—Tú, gilipollas. ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Cuál es tu misión?
Porque incluso a través de su ansia de sangre, del deseo salvaje
de hacer daño y matar, había reconocido una cosa. Se trataba de
hombres con entrenamiento. Soldados. Su forma de moverse, su
comportamiento. No se trataba de maleantes callejeros que habían
visto a una mujer bonita y la habían seguido al interior. No, habían
mantenido la serenidad mientras que él mismo no lo había hecho.
Los movimientos de combate habían sido expertos.
En condiciones normales Mike no hubiera podido vencer contra
dos hombres altamente entrenados, pero en este caso, con tal de
defender a Chloe, se hubiera enfrentado a cien hombres y hubiera
ganado. Se hubiera enfrentado a todo un puto ejército.
Pero el hecho incontestable era que esos tíos eran profesionales.
Tenían algún tipo de misión.
Mike sacudió con fuerza al hombre. Éste dejó caer la cabeza.
Mike le propinó un revés, el sonido del bofetón resonó alto e
impresionante en la sala.
—¡Eh! —gritó, intentando llegar al hombre seminconsciente—.
¿Qué estás haciendo aquí?
El hombre entreabrió los ojos de color azul pálido y alerta. Movió
los labios, pero no salió nada de ellos, aparte de burbujas rojas y
babas.
—¡Habla! —gritó Mike.
Se oían sirenas en la distancia, más altas a cada segundo que
pasaba. Buenas y malas noticias. Buenas porque Chloe iba a recibir
la atención médica que necesitaba. Malas porque la policía no iba a
permitir que le sacara a palos algo de información al vivo.
Las sirenas gemían en un crescendo al acercarse hasta que, de
repente, se interrumpieron. Un par de segundos más tarde, se
oyeron las pisadas en la entrada.
—¡Aquí dentro! —gritó.
Dos técnicos de emergencias entraron corriendo en la sala,
seguidos por dos policías de uniforme.
Las mujeres de la puerta se separaron para abrirles paso, luego se
juntaron otra vez, con los ojos abiertos de par en par, atemorizadas y
silenciosas.
Uno de los técnicos se le acercó. A Mike no le gustó nada, pero no
tuvo más remedio que soltar a Chloe.
—Ha estado sin conocimiento durante uno o dos minutos.
El corazón le martilleaba mientras uno de los médicos alumbraba
los ojos de Chloe con una linterna. ¿Tendría un trauma importante?
¿Se pondría bien? Un hombre grande y fuerte la había lanzado
volando por la habitación. A Mike se le detuvo el corazón cuando la
vio volar hasta golpear la pared.
Chloe abrió mucho los ojos bajo la luz y tosió cuando el médico
se lo pidió. Volvió la cabeza hacia él, con el rostro blanco como el
papel.
—¿Mike?
—Está bien, cariño —dijo Mike, pero sabía que no era así.
Ella le miró y se estremeció. Solo Dios sabía qué cara tenía
puesta. Mortífera y rabiosa, probablemente, pero no podía hacer
nada para contenerse y evitarlo, no con los dos cabrones que la
habían atacado en la misma habitación. Ella se señaló la boca y él no
entendió lo que intentaba decirle hasta que se pasó la mano por la
suya propia. Salió manchada de sangre.
—Está bien —repitió con indefensión.
—De acuerdo, señora… —dijo el médico que la estaba tratando,
incorporándose un poco después de examinarle las pupilas y
tomarle el pulso y la tensión arterial.
—Mason —Chloe tenía mejor aspecto por momentos.
—Muy bien, señora Mason. ¿Cuántos dedos?
Levantó dos dedos, con la palma de la mano hacia fuera.
Chloe miró a las pálidas e impresionadas mujeres arremolinadas
en la entrada y les sonrió. Fue una sonrisa temblorosa y a Mike le
rompió el corazón. Estaba tratando de quitar hierro a lo que había
ocurrido para tranquilizar a las mujeres de la puerta.
—Estoy bien, Cassie. Ann. Todo está bien —se volvió hacia el
médico—. Si le da la vuelta a la mano, en Inglaterra querría decir
«métetelo por el culo». Dos dedos. Para contestar a su pregunta:
tiene dos dedos levantados.
Desde la puerta llegó una carcajada contenida.
Su voz era débil, pero estaba haciendo un esfuerzo valiente para
aligerar la situación. Sabía que todas las mujeres de la habitación
habían sido atacadas violentamente. Sabía lo asustadas que estaban
y que todas buscaban fuerzas en ella. Chloe se estaba sobreponiendo
a su propio miedo y dolor para tranquilizarlas.
En ese momento, Mike se vio invadido por una oleada de amor
tan fuerte que le hubiera hecho caer de rodillas si no hubiera estado
ya arrodillado.
El otro médico se agachó ante el muerto y le colocó dos dedos
enguantados en un lateral de cuello.
—Este se ha ido.
Se agachó junto al otro, que respiraba con dificultad, expulsando
burbujas sanguinolentas por la boca.
—Estos cabrones estaban dándole una paliza y uno se disponía a
violarla.
Mike apenas reconocía su propia voz: rasposa, grave y mortífera.
El intento de violación estaba claro. Los pantalones del puto
bastardo estaban desabrochados y la polla le yacía fláccida sobre un
muslo. Viendo eso, sabiendo lo que el muerto quería hacerle a Chloe,
lo que le había hecho, hizo que Mike se estremeciera de rabia. Jesús,
ojalá pudiera matar al cabrón de nuevo.
El médico se puso de pie.
—¿Señora? ¿Cómo se siente? ¿Se siente mareada o débil?
—No —la voz de Chloe sonó más fuerte. Se sentó derecha e hizo
una mueca. Mike le puso la mano en la espalda para que se apoyara.
Chloe mostró el brazo, ligeramente hinchado—. Menos por esto. No
sé si me habré roto el hueso. Lo mismo es solo una torcedura.
—Le haremos una radiografía cuando lleguemos al hospital —el
técnico que había examinado las pupilas de Chloe asintió. Tenía una
identificación con su nombre en el uniforme. Steve—. ¿Necesita la
camilla, señora?
Chloe esperó un momento.
—No —dijo por fin—. Prefiero andar.
Apoyó la mano sana en el suelo para intentar levantarse. Mike se
acercó a ella, la cogió por la mano buena y la levantó.
¿Sería buena idea? A lo mejor tenía una conmoción. A lo mejor se
hacía un daño permanente si caminaba. Jesús, ¿y qué coño sabía él?
Mike se volvió hacia el médico, Steve, y estaba a punto de
protestar cuando Chloe le puso un dedo en los labios.
—Estoy bien, Mike. Déjame caminar a mi ritmo. Es importante.
Dirigió la mirada a las mujeres que estaban en la entrada y luego
de nuevo a él. Esperando que lo comprendiera.
Maldita sea.
Lo entendió. Lo hizo.
Pero dejarla caminar por sí misma, porque era importante para
ella demostrar su fuerza ante las pobres y rotas mujeres del refugio,
chocaba violentamente con su deseo de llevarla en brazos o hacer
que la sacaran en camilla, por si acaso había algún daño interno.
Chloe le contemplaba mientras él lo rumiaba, rechinando los
dientes. Confiaba en que él lo comprendiera y lo hizo, oh, sí.
Pero… ¡joder!
—Vale.
Fue un milagro que pudiera pronunciar la palabra, de lo
apretadas que tenía las mandíbulas para no decir: «ni hablar».
Mientras él le daba vueltas en la cabeza, Chloe se dirigió al grupo
de mujeres del umbral.
—No pasa nada. Estoy bien. No os preocupéis por nada. Os veré
mañana.
Por casualidad, Mike estaba estudiando la habitación mientras
ella hablaba con «sus» chicas, intentando deducir la mejor manera de
sacarla de allí sin que tropezara con nada. Resultó que estaba
mirando al hombre herido en el momento en que Chloe habló y este
parpadeó. Ojos de color azul pálido. Helados. Había inteligencia en
ellos y reaccionó ante la noticia de que Chloe volvería al día
siguiente.
Mike se alejó del lado de Chloe un momento y se inclinó para
incorporar al cabrón con el puño clavado en su camisa.
El hombre estaba malherido. Había perdido dientes, tenía la
nariz destrozada, casi aplastada, tenía que respirar por la boca
sangrante. Estaba sufriendo terribles dolores. Y aun así, su expresión
no cambió cuando Mike se enfrentó a él cara a cara.
Oh, sí. Se trataba de un soldado. Uno bien entrenado. Uno que
sabía mantener la disciplina, cómo manejar el dolor. Sabía cómo no
delatarse.
Mike se inclinó hacia él, a un par de centímetros de su nariz. O de
donde la nariz de ese capullo había estado. De repente, a pesar de
sus serias heridas, el tipo empezó a reírse como un loco, un resuello
grotesco.
—¿Qué? —gruñó Mike, en voz tan baja que solo el herido
pudiera oírle. El tipo estaba malherido, vencido. La policía se lo iba a
llevar. ¿De qué coño se estaba riendo?
Unos sonidos confusos salieron de la boca herida, casi
incomprensibles. Pero Mike había estado en batalla. Era capaz de
comprender lo que un hombre herido intentaba decir.
Y lo que dijo, hizo que se quedara helado.
—Volveremos —dijo, a través de los labios destrozados.
Capítulo 11
* *
—Vamos a repasarlo de nuevo, Chloe —dijo amablemente el
Teniente Bill Kelly. Cuando Mike se tensó a su lado, Chloe puso una
mano sobre su antebrazo. Normalmente ya era duro como el acero,
pero estaba tan tenso que podía notar cada uno de los músculos
individualmente.
—Está bien, Mike. —Los músculos de su mandíbula estaban tan
apretados que era sorprendente que no le saliera humo de las orejas.
Casi temblaba por el estrés bajo su mano.
La habían mimado, le habían inundado con incontables tazas de
té, había recibido abrazos y besos de Merry y Gracie, a quien solo se
les había dicho que la tía Chloe tenía dolor de cabeza. Ellen y Nicole
incluso le habían frotado los pies.
Nadie había pensado en consolar a Mike, que había estado en la
pelea, había matado a un hombre por ella.
—Está aterrorizada. Está asustada. Ha pasado por un infierno —
le dijo Mike al teniente, mordiendo cada palabra—. Ha pasado por
esto mil veces.
—Lo entiendo. Pero necesitamos que Chloe recuerde todo,
porque el tipo que tenemos en custodia no está hablando. Creo que
se considera algún tipo de prisionero político. Así que solo tenemos
a Chloe.
Los músculos de la mandíbula de Mike se apretaron más.
—¿Hiciste lo que te dije?
El teniente Kelly debía tener la paciencia de un santo porque no
puso los ojos en blanco ni se molestó por el tono de Mike.
—Sí. El cuerpo en la morgue está bajo un nombre diferente y el
tipo del hospital no está registrado para nada. Nos hemos llevado las
grabaciones del refugio. Si esos tipos fueron enviados por alguien, el
tipo que mandó la operación no tendrá ni idea de qué les ha pasado.
Ni siquiera sabrá si llegaron al refugio.
—¿El vehículo en el que llegaron?
El teniente suspiró.
—Alquilado. Pagado por una tarjeta de crédito de una
corporación que pertenece a Joseph Merck, que no existe. La
corporación es una tapadera. Todavía estamos investigando. Ahora,
¿puedo continuar hablando con Chloe?
Mike asintió secamente.
El teniente abrió su cuaderno de notas y la miró amablemente.
—Así que, Chloe, volvamos a ello una vez más, luego me quitaré
de tu vista.
Chloe intentó sonreír para él. Le había llegado a conocer bien en
los seis meses desde aquella terrible noche en la que Mike había sido
acusado de abusar de una mujer.
Era casi un miembro de la familia, alguien que se dejaba caer sin
llamar para ver un partido con Harry, Sam y Mike, y se quedaba a
cenar. Era duro, amable bajo la capa de cinismo policial,
sobresaturado de trabajo. Un buen tipo.
Estaba claro para Chloe que la estaba interrogando allí en casa de
Harry y no en la comisaría de policía como cortesía hacia ella y
Mike, quien había sido compañero de trabajo y era un amigo. Como
lo eran Harry y Sam.
—¿No tienes más información sobre estos dos hombres? —
preguntó ella.
—No señora. El muerto… —miró fijamente a Harry con ojos
duros y Mike le miró de igual manera. Si había algo en Mike que ella
sabía era que no podía ser intimidado—. El muerto no tenía nada
encima que pudiera identificarlo. Ni monedero, ni teléfono móvil, ni
identificación de ninguna clase. Habían quitado las etiquetas de su
ropa. Se me dijo extraoficialmente a través del forense adjunto que
tenía dientes de oro que no se hacen en este país, pero eso es todo. El
AFIS dice que sus huellas no están en ningún otro caso en Estados
Unidos. Todavía estamos esperando los resultados del IAEG.
—Base de datos internacional de huellas —explicó Mike.
—Pero Rusia no es parte del IAEG. —El teniente soltó un
exasperado soplido—. Así que si son rusos no estarán tampoco en su
sistema. E oído que el teléfono del otro tipo sonó. Resulta que el que
hizo la llamada es ilocalizable. Todavía estamos tratando de saber
qué sucedió. Así que, Chloe, empecemos por el principio. ¿Cómo
sabían que estarías allí?
—No lo sé —dijo Chloe lentamente, empezando a sentirse
adormecida. La mano de Mike cubría la suya, cálida, fuerte y segura.
Definitivamente quería contestar las preguntas pero el shock
postergado la estaba alcanzando—. Estaba en el almacén, que es un
lugar que no conoce mucha gente. La puerta por la que entraron
tampoco es muy usada. La mayoría de la gente entra a la habitación
por la puerta que todos vosotros usasteis, que da a una pequeña
terraza y luego al aparcamiento. Tienes que estar familiarizado con
la estructura del refugio para saber usar esa puerta.
Bill levantó la mirada.
—¿Están almacenados los planos en algún sitio?
La mente de Chloe se quedó en blanco. No tenía ni idea.
—Podemos comprobarlo —dijo Mike—. Tenemos un amigo en el
Registro de la Propiedad. Le mandaré un mensaje ahora.
—Así que estabas en ese almacén.
Chloe asintió.
—Doblando ropa.
—¿Es algo que haces normalmente?
—Las donaciones de ropa se hacen a varios puntos de la ciudad y
se recogen y traen al refugio los miércoles por la tarde. Así que sí, en
respuesta a tu pregunta, a menudo estoy doblando y colocando
ropas los miércoles por la tarde.
—¿Y quién sabe eso?
Chloe levantó los hombros.
—Casi todo el mundo en el refugio, creo. No es un secreto.
—Entonces los hombres entraron por la puerta ¿y qué?, ¿qué
pensaste?
—Intenté convencerme de que no tenía motivos para
aterrorizarme, pero lo hice al instante —confesó Chloe—. Había algo
en el modo en que se movían, algo en sus ojos… —tembló.
—Aquí tienes, corazón. —Mike le pasó una pequeña manta que
Ellen tenía en el sofá en caso de que a Gracie le entrara frío. Se la
colocó alrededor de los hombros y le besó la sien.
No reaccionó absolutamente nadie. Ni Harry, ni Sam, Ellen o
Nicole. Ni siquiera Bill Kelly. Era como si el que Mike la abrazara y
besara fuera la nueva norma.
—Te dije que se movían como soldados —Mike apretó la
mandíbula—. Posiblemente rusos. La Federación Rusa trata a sus
soldados brutalmente y los soldados son brutales a cambio.
Bill asintió, la boca cerrada.
—¿Qué te dijeron, Chloe?
Frustrada, se restregó una mano contra la frente.
—Bueno, hay esa cosa. No dijeron mucho en realidad. Solo que
yo debía prestarles atención. Lo dijeron una y otra vez. Y sacaron un
largo cuchillo negro para de alguna manera hacerme comprender el
concepto. Pusieron el cuchillo bajo mi ojo.
Mike giró la cabeza lentamente. Sus ojos quedaron fijos en los de
Bill.
—Mantén a ese tipo bajo candado y llave. —Hizo un ruido con la
garganta que sonó como un gruñido.
—Seh. No va a ir a ninguna parte y tú no te vas a acercar a él.
Tomamos el cuchillo. Es un Kizlyar. Acertaste, Mike.
—Cuchillo ruso de combate. Usado por su Armada y Fuerzas
Especiales. Jesús. —Harry se restregó la frente.
Un cuchillo ruso de combate. Chloe añadió aquello entre los
muchos detalles aterrorizantes y desconcertantes de lo que había
sucedido aquel día.
Bill escribió algo en su cuaderno.
—Entonces, Chloe. Se suponía que prestaras atención. ¿A qué?
—Nunca me lo dijeron. Se… distrajeron.
Con un intento de violación. Las palabras quedaron colgadas en
el aire. La respiración de Mike era audible, como si estuviera
cargando un gran peso.
—¿Hay algún motivo por el que dos hombres, posiblemente
soldados, posiblemente rusos, te tuvieran como objetivo?
Prácticamente no había pensado en nada más de camino al
hospital y de camino a casa.
—Lo he pensado y pensado, pero estoy totalmente en blanco.
—¿Algún enemigo?
—No. a veces ayudo a RBK con —hum— algunos proyectos
especiales. —Chloe miró a Mike, Harry y Sam, sin saber cuánto
podía decir.
—Él lo sabe —dijo Mike—. Bastantes polis saben lo que hacemos.
—¿Podría ser una venganza? ¿De algún idiota cuya esposa
ayudaras a desaparecer? —preguntó Bill.
Chloe pensó en ello cuidadosamente.
—En teoría. Pero la última mujer que vino a RBK, su esposo se
suicidó una semana después de que ella escapara. El tipo de hombre
del que hablas tiene problemas para controlar sus impulsos. Va a
querer su venganza de todos modos. No va a esperar y planearlo
fríamente.
Bill asintió, concordando.
—¿Y en el refugio? Esas mujeres vienen de situaciones volátiles.
Situaciones violentas. El refugio les ofrece protección. Seguramente
habrás hecho algunos enemigos.
Chloe suspiró.
—Soy solo una voluntaria. No tengo responsabilidades
administrativas. No soy de ninguna manera el rostro oficial del
refugio y mi nombre no está en ningún lugar como miembro del
personal. Solo echo una mano tres veces a la semana. Últimamente
he empezado una especie de grupo de terapia. Bastantes mujeres
vienen solo de tanto en tanto, mujeres de la calle, hablamos, parece
que les ayuda. Pero las mujeres que viven allí, casi por definición
han tomado la decisión de dejar a sus parejas. No convencí a
ninguna de ellas para que huyera, si es lo que estás pensando.
—Y la conexión rusa, ¿la hay? —miró a Mike, luego a Sam y
Harry—. ¿Tienes alguna conexión rusa? ¿Algún motivo por el que
unos rusos, u hombres entrenados en Europa Oriental, pudieran ir
tras de ti? ¿Has protegido a alguna mujer rusa últimamente?
—No. —Chloe abrió las manos, impotente—. No tengo ni idea de
porqué unos rusos querrían atacarme.
Tembló entera, algo profundamente en su interior era frío
helador y miedo. El ataque la había catapultado a las pesadillas que
pensaba haber dejado tras de sí, directa al infierno de sus recuerdos
más antiguos. El mundo por el que había navegado tan ligeramente,
con miedo de dejar algún tipo de huella, de repente se había abierto
bajo sus pies. Un abismo se había abierto, dando paso a una enorme
y cruel oscuridad.
Mike la miró con los ojos entrecerrados, percibiendo algo. Era
tranquilizador y también asustaba saber que él la conocía tan bien.
Tranquilizador porque ya no era invisible. La asustaba porque una
cortina había sido retirada de un mundo para el que ella no tenía
ninguna defensa.
Chloe se encogió de hombros, impotente.
—Siento no poder ser de más ayuda.
Bill miró su cuaderno, lo cerró, soltó un enorme suspiro y se
levantó. Era casi tan alto como Sam. Chloe tenía que echar el cuello
hacia atrás para mirarlo a los ojos.
—De acuerdo entonces. Bueno, intentaremos interrogar a este
tipo tan pronto como pueda hablar algo, o al menos escribir
información. —Miró duramente a Mike, a lo que Mike respondió
igualmente—. Pero ya he dicho que no tengo muchas esperanzas. Si
estamos hablando de la Mafia rusa, será duro como el acero. No
hablará jamás porque lo que sea que le hagamos le dará menos
miedo que lo que sus jefes le hagan. Mientras tanto, mantén un ojo
sobre Chloe.
—Ya estoy en ello. —Mike le dio un apretón en los hombros de
nuevo mientras Harry y Sam murmuraban:
—Oh, sí.
—Y Chloe, mantén los ojos abiertos y si recuerdas algo, lo que
sea, llámame. No sabemos si querían intimidarte, secuestrarte o, al
final, matarte. Así que ten cuidado. Y ten cuidado con quién estás.
A Chloe se le ocurrió que por primera vez no estaba sola
enfrentándose a un peligro, estaba arrastrando no solo a Harry y
Sam a sus problemas, sino también a Ellen y Nicole. Y, lo que era
peor, a Gracie y Merry.
Amaba a aquellas dos pequeñas con todo su corazón. Si les
sucediera algo por su culpa…
—Te acompañamos a la salida, Bill —dijo Ellen, con un
asentimiento a Nicole. Esta se levantó con algo de dificultad, con la
ayuda de la enorme mano de su marido. Estaban acompañando a
Bill, pero también estaban dejando a los hombres hacer sus
preparativos.
—Ella se queda conmigo —dijo Mike con voz dura a sus dos
hermanos—. Espero que ya quedara claro. Y estaré en ello 24/7.
—Tienes que trabajar, Mike —dijo Chloe amablemente. Estaba
conmovida hasta lo más profundo por su buena disposición en
poner su vida completamente en la línea de fuego. Lo que fueran
aquellos dos hombres, si rusos o no, o qué quisieran, representaban
una amenaza nebulosa que por ahora no tenía fin—. No puedes
poner toda tu vida en pausa.
—Sí puedo —dijo ferozmente—. Y lo haré. Si vas a salir y yo no
puedo ir contigo de ninguna de las maneras, enviaré a Barney. Es
bueno. Nadie va a pasar por encima de él.
Barney tenía la aprobación de Harry y Sam. Ambos asintieron.
Luego se metieron en una larga y compleja conversación sobre
cambios de turnos, rotaciones en las inspecciones de vehículos,
técnicas para evitar robo de coches… Chloe desconectó. Estaba
agotada. Le dolía el brazo y tenía morados por todo el cuerpo.
Nada por lo que estar hospitalizada, pero el dolor que había sido
como un ruido de fondo, de repente pasó a primer plano.
Justo en mitad de la discusión, Mike se levantó, fue a la cocina de
Harry y regresó con un vaso de agua y dos pastillas en su enorme
mano.
—Ten, corazón.
Continuó donde lo había dejado con sus hermanos.
Chloe, agradecida, tomó las pastillas. Quince minutos más tarde
el dolor había cesado y estaba en mitad de una nube que se sentía
bien. Las profundas voces de los hombres eran como un murmullo
lejano.
—De acuerdo. —Mike dio una palmada y Chloe abrió los ojos.
Había pasado una hora—. Lo tenemos claro. Harry va a dar los
detalles a Barney. Bill va a continuar intentando rastrear el vehículo
que dejaron los dos hombres y nos mantendrá al día. Chloe, cariño.
Hora de irse.
Mike le tomó la mano, se puso de pie y la ayudó a levantarse.
Chloe también se puso de pie y miró a su hermano y a Sam. Sam
mantuvo su rostro inexpresivo. Harry la miró con amor y
preocupación en los ojos.
—¿Chloe, corazón?
Mike la estaba avasallando, sin duda alguna. Su pose fue
agresiva cuando se enfrentó a sus dos hermanos, con un brazo
rodeándole los hombros, sosteniéndola fuerte contra él.
Estaba claramente preparado para pelear por ser su principal
protector. Harry y Sam estaban allí, dispuestos y capaces, pero Mike
tenía razón. Ellos tenían otras responsabilidades para con sus
esposas e hijas. La mujer de Sam iba a dar a luz en cualquier
momento. Su parto anterior había sido difícil y había sangrado
muchísimo. Él no querría abandonar su lado.
Era lo correcto.
Chloe tembló un poco. Sin importar lo que pasara, ella había
regresado al oscuro mundo de la violencia masculina.
No tenía dudas de que necesitaba un protector. Fingir otra cosa
era una idiotez supina. No tenía ni herramientas ni armas contra
hombres como los que habían ido tras ella.
Mike tenía razón cuando decía que no tenía lealtades divididas.
Pero había algo más. La defendería sin dudar, sin ningún tipo de
sentimiento de peligro hacia sí mismo. Se había enfrentado a dos
hombres mortalmente peligrosos. Había arriesgado su vida por ella.
De la manera más básica posible, había luchado por ella, y de la
manera más básica posible ella era suya. Había, además, otro factor a
tener en cuenta, uno que mantenía junto a su corazón.
Chloe lo amaba.
Alargando la mano, apretó la de Mike y miró a su hermano
Harry y a Sam.
—Estoy con Mike —dijo.
Capítulo 12
Club Meteor
El hombre gruñó pesadamente, clavándole dolorosamente los
dedos en las caderas y se dejó caer sobre ella. Consuelo no se atrevía
a empujarlo por los hombros para sacárselo de encima (al fin y al
cabo había pagado por ello) intentando respirar aunque tuviera los
pulmones aplastados.
Por favor, Dios, no dejes que se quede dormido.
Después de unos minutos, cuando Consuelo empezó a ver
puntos negros, el hombre gimió, se salió de ella y rodó sobre su
espalda, con los antebrazos cruzados sobre los ojos.
Desde aquel momento en adelante ella era invisible. Como
decían, para eso se pagaba a las prostitutas. Para irse.
Se levantó de la cama silenciosamente, respirando de manera
superficial. Él había marcado su piel con el olor rancio de su sudor y
una capa de Armani para hombres. Su entrepierna olía a su semen.
El sexo sin condón se pagaba mucho mejor y bajo la nueva gestión
rusa, lo que se pagara más era definitivamente lo que se prefería.
Algunas mujeres más mayores eran dadas a hombres a los que
les gustaba hacer daño. Había habitaciones especiales insonorizadas
en la otra ala para eso. Los rusos habían dejado claro que no había
límites para lo que se podía hacer, mientras los hombres pagaran lo
suficiente.
En el último mes habían desaparecido dos mujeres.
Consuelo miró al hombre que le había hecho daño, intentando
apartar la furia roja que la recorría.
—John —había dicho que era su nombre, y ella intentó no sonreír
porque el nombre era también su descripción. Seh. Un john2.
Su verdadero nombre era Larry Cameron y dirigía un enorme
negocio de venta de coches en Chula Vista. Su cara aparecía todo el
tiempo en la tele por la noche.
A Consuelo no le importaba. No le importaba nada, en realidad.
Últimamente más y más, mientras hombres gruñían sobre ella,
usando su cuerpo, ella volaba más allá. Ella había regresado esta vez
en mitad de su vuelo a desgana porque «John» le había estado
haciendo tanto daño que había sido imposible de ignorar.
Embistiéndola, clavándole los dedos en las caderas, mordiéndole los
pechos.
Antes Franklin habría tenido unas palabras con él. Entre
caballeros, por supuesto. Había que cuidar la mercancía y tal. Pero
desde la llegada de los rusos, muchos de los clientes habían
olfateado un nuevo régimen, como animales oliendo la libertad, y se
habían vuelto violentos, fuera de control. Las chicas empezaban a
mostrar moratones que costaba más y más maquillaje para taparlos.
Un par habían necesitado cuidados médicos.
Era como si un nuevo espíritu maligno rondara el club. Los rusos
habían llegado y de algún modo su dura presencia había desatado
algo. Algo malo.
En opinión de Consuelo, los hombres estaban muy cerca del
reino animal. Como caballos que podían sentir la presencia de un
león entre ellos y se ponían nerviosos, así sus clientes habían sentido
la presencia de una raza de hombres más crueles entre ellos, una
presencia que quitaba inhibiciones, les daba a los hombres permiso
silencioso para dejarse llevar por sus más oscuros impulsos.
Porque, después de todo, pagaban por ello y ¿quién iba a
quejarse?
Consuelo podía ver en sus ojos que se habían infectado con esta
nueva plaga. A veces salía de su cuerpo en cuanto la puerta se
cerraba detrás de ella y se le ordenaba desnudarse, porque podía
sentir que estaban infectados. Incluso los ojos azules se volvían fríos
y oscuros. Ella estaba sudorosa, olía y estaba amoratada.
Cada habitación lujosa tenía su propio baño, pero ella no podía
soportar la idea de mostrarse desnuda mientras el hombre caía
rendido en la cama. Tenía su propia habitación en un anexo
separado con las otras chicas y ansiaba la quietud de su dormitorio,
ansiaba tomar un baño de una hora bajo el chorro de agua más
caliente que pudiera aguantar, sabiendo que no lavaría nada.
Consuelo tomó sus ropas, notando sin interés que él había roto
sus bragas y sujetador. «John» era uno de esos que se excitaban por
el sexo dos segundos después de cerrar la puerta y estar a solas en la
habitación.
Las bragas y el sujetador habían sido bonitos, pensó. De seda
lavanda pálido con encajes en los bordes. Ahora estaban arruinados.
Consuelo salió de sí. Miró desde el techo a la joven mujer debajo
de ella deslizar entre sus manos la sedosa ropa interior destrozada.
La joven dejó caer lentamente las bragas hasta el suelo y, agarrando
con los puños los bordes del sujetador, tiró.
La seda era delicada pero fuerte, como una suave cuerda.
Consuelo miró abajo, a la joven desnuda, flexionando la cuerda
que había hecho con el sujetador, tirando una y otra vez, probando
su fuerza. Consuelo en el techo no sintió absolutamente nada.
Observó con el mínimo interés cómo la joven desnuda caminaba
lentamente hacia la cama y miraba al hombre, un gran fardo sobre el
colchón.
Era grande, pesado y peludo. Su pene goteante estaba resbaloso
por su semen y K-Y porque ella estaba muy seca. Incluso con el gel
había dolido.
Su pene yacía apagado junto a su muslo.
La trabajosa respiración se convirtió en un ronquido, ronquidos
enormemente pesados como los de un oso hibernando. Qué feo, qué
inútil.
Consuelo observó a la joven poner una rodilla sobre el colchón,
inclinarse hacia el hombre, la cuerda improvisada entre sus puños,
llevar la seda hacia el cuello del hombre…
Una repentina alarma sonó y Consuelo bajó, regresando al
cuerpo de la joven mujer justo cuando los ojos del hombre se
abrieron de golpe, de color azul claro e inyectados de sangre.
—¿Qué-qué estás haciendo? —arrastraba las palabras, mirando
que estaba inclinada sobre él, su voz sonando alarmada—. ¿Qué
coño? ¿Qué coño estás haciendo?
Matándote. Las palabras llenaron su mente, unidas a la rabia que
venía de ningún lado alzándose como un viento fuerte en el desierto.
Donde antes Consuelo no había sentido nada, ahora sentía
demasiado. La rabia latía en ella como sangre, recorriéndola entera a
oleadas. Una furia tan total y completa que le caló hasta los huesos.
El hombre intentó levantarse sobre los codos pero resbaló.
Demasiado borracho con whisky y sexo para mantenerse derecho.
Pero las nubes estaban desapareciendo de sus ojos azules, la
consciencia estaba regresando.
Consuelo miró con ganas su garganta. Podía ver dónde encajaría
la cuerda, justo sobre la nuez. La retorcería en la parte trasera de su
cuello, la retorcería fuerte, la sostendría allí…
Ella lo sostendría allí mientras él luchaba sobre la cama, toda su
bovina fuerza sería inútil. Ella observaría mientras él se volvía rojo
oscuro, sus ojos saliéndosele, sus peludas piernas darían patadas.
En el orfanato, hacía muchos años, había visto a alguien
estrangulado hasta morir y nunca lo había olvidado.
Ella apretaría y apretaría hasta que el hombre se quedara quieto,
con la lengua negra saliéndole de la boca.
—¡Apártate de mí! —Ojos fijos en los de ella, sus piernas
moviéndose extrañamente mientras intentaba apartarse, y Consuelo
odió cada célula de ese enorme y seboso cuerpo y supo que su rabia
era visible en su rostro.
Cuidado, Consuelo. Ten cuidado de no dejar que tu enfado te
supere. Porque estás muy, muy enfadada y no te has dado ni cuenta.
La voz de su cabeza era suave y razonable. Chloe. Su salvavidas.
Una mujer que en cierto modo la entendía, completa y totalmente,
sin juzgarla. Chloe, elegante, cultivada, rica, pero que a pesar de
todo la trataba como una igual y una amiga.
Ahora Chloe estaba en su cabeza, era Chloe quien calmó sus
facciones, la convirtió en la gatita sexual que era su máscara. Chloe
la hizo bajar el tono de la voz para convertirla en un ronquido
cuando en realidad lo que quería era gritar.
—Ah, John —ronroneó Consuelo, cruzando el sujetador-cuerda a
través de los hombros de él, deslizándolo lentamente por su pecho.
Se detuvo en sus pezones y los acarició someramente con la punta de
sus dedos, sonriendo con los ojos entrecerrados por el sobresalto de
placer de él.
La Chloe de su cabeza le estaba salvando la vida. Consuelo
comprendió que ella no habría tenido la fuerza para estrangular a
ese hombre. Él la habría dominado fácilmente con su fuerza, habría
llamado a seguridad (verdadera seguridad, los monstruos rusos) y
su vida habría acabado.
Las chicas del club susurraban sobre lo que había sucedido a las
que se habían rebelado. Eran dadas a hombres que amaban los más
oscuros de los placeres oscuros y jamás se las volvía a ver.
La voz de Chloe en su cabeza le había salvado la vida.
—Antes ha sido tan maravilloso —susurró, preguntándose cómo
podía mentir tan fácilmente. Abrió sus muslos, sabiendo que él
podría ver su sexo, los labios hinchados donde él antes la había
machacado durante una hora—. Tan maravilloso. Quiero más. Más.
Más. Más.
Consuelo se sentó a horcajadas sobre él, rodeó con el sujetador de
seda su pene y tiró. Él pudo sentir la suave seda y su mano
meneándoselo.
—Ah, nena —gimió, la cabeza cayendo sobre la almohada—,
¿por qué no lo dijiste antes? —sonrió, haciendo un gesto con su
mano hacia su miembro, que se estaba endureciendo—. Es todo
tuyo, nena. Trabájalo.
Después, lavándose la boca con una mano temblorosa, Consuelo
se vistió y silenciosamente cerró la puerta de la habitación tras de sí,
preguntándose qué hacer, dónde ir. Su siguiente sesión era en una
hora, pero los hilos de su autodominio estaban fracturándose
peligrosamente.
Le temblaban las piernas, casi no podía respirar. Su cuerpo se
sentía maltratado. Odiaba su cuerpo, se odiaba a sí misma.
Odiaba a los johns, a todos ellos.
No. Ya no más. Hoy no más. Había estado peligrosamente cerca
de intentar matar a un hombre, y de acabar su propia vida. Se
encerraría en su habitación en la oscuridad y diría que tenía un dolor
de cabeza masivo. Una migraña. Diría que no podía trabajar porque
se marearía y vomitaría encima del cliente.
Eso había funcionado antes.
Y entonces mañana iría y hablaría con Chloe. La calmada y
comprensiva Chloe. Chloe, quien le apartaría esos pensamientos
asesinos. Chloe, quien le enseñaría cómo quedarse en su propio
cuerpo.
Su mejor amiga, Elena, venía por el pasillo. Elena fue la primera
persona en hablar con Chloe en el refugio, en un momento de
desesperación. Había estado encerrada en una habitación
insonorizada, a oscuras durante cuatro días sin comida o agua
después de morder a un cliente. La habían soltado solo por la
intercesión de Franklin ante los rusos. Todos pensaban que los rusos
simplemente la dejarían allí hasta que muriera. Elena también lo
había pensado.
Aunque Chloe nunca daba consejo, nunca juzgaba, solo
escuchaba, Elena siempre decía que se sentía mejor después. Así que
Consuelo también se había dejado caer. Una vez al mes, al principio.
Como una atrayente golosina, peligrosa si se consumía. Luego dos
veces al mes y ahora una vez a la semana.
Consuelo estaba pensando en huir y vivir en el refugio, para
siempre.
Solo que los rusos la encontrarían y la arrastrarían de vuelta.
Consuelo frunció el ceño. Elena le hizo un gesto, se la veía en
shock.
—Consuelo —susurró Elena, agarrándola del brazo, mirando a
izquierda y derecha. Desde que llegaran los rusos, habían empezado
a hablar en susurros—. ¿Has oído lo que ha pasado?
—No. —¿Qué podría haber pasado? Para que Elena estuviera en
shock debía ser algo grande, porque lo había visto ya todo. ¿Había
muerto alguien? No sería la primera vez.
—Chloe. Los rusos han atacado a Chloe. Por hablar con nosotras.
El corazón de Consuelo se le detuvo en el pecho. Chloe. Chloe
herida por intentar ayudarlas. Por intentar ayudarle a ella.
Chloe, que la ayudaba a vivir.
Esta vez la rabia fue negra, fuerte, amarga y sobrecogedora.
Y no había ninguna Chloe en su cabeza para hacer que
desapareciera.
* *
—Estás preocupado por Chloe —dijo Ellen amablemente con
amor y preocupación en sus ojos, observando a su marido caminar
arriba y abajo por el dormitorio. Su maravilloso marido, con ese
exterior de súper macho duro ocultando un corazón tan tierno—. Yo
también estoy preocupada. Pero tú, Mike y Sam descubriréis qué es
lo que está pasando y la protegeréis. Y Mike… bueno, él está loco
por ella. Está bastante claro. No puedo imaginar a nadie pasando
por encima de Mike.
—Seh. —Harry se pasó una enorme mano por su cabello rubio
oscuro, un gesto que ella le había visto hacer miles de veces.
Significaba estrés y frustración, y ella comprendía ambas cosas. Su
hermana estaba en peligro y eso le estaba volviendo loco.
Nadie sabía mejor que ella el inmenso dolor que Harry llevó
durante toda su vida al pensar que no había sido capaz de proteger a
su hermana pequeñita.
Y nadie sabía mejor que Ellen lo increíblemente feliz que había
estado Harry por encontrar de nuevo a su hermanita, y lo mucho
que la amaba.
Ellen también quería a Chloe. Era muy fácil quererla, no costaba
ningún esfuerzo. Chloe era amable, lista y buena. Las chicas, Gracie
y Merry, la adoraban. Chloe era una bendición en sus vidas.
Pero Mike… Mike la quería de una manera completamente
diferente.
—Nunca entendí por qué Mike se alejó de Chloe durante todo
este tiempo, estando como está tan loco por ella. Un ciego vería que
estaba totalmente enamorado de ella, y aun así solo la ha seguido sin
dar el paso, el tonto. Y estamos hablando de Mike, el facilón. Mike, el
hombre que tiraba la caña a lo que fuera que se moviese. Aunque, la
verdad, es difícil imaginárselo así al verlo seguir a Chloe por todos
lados como si fuera un cachorro adoptado en estos últimos seis
meses. Incluso ha estado dispuesto a ver videos de princesas
eternamente con las chicas con tal de que Chloe estuviera ahí. Lo que
siente está ahí para que todos lo vean. Eso es tan raro. Que se retirara
de Chloe pero que por otro lado se quedara tan cerca. Nicole y yo no
hemos podido descubrir porqué. Ni Chloe. La ha vuelto loca. Al
menos, mira, este lío ha obligado a Mike a dar un paso. Se ha pasado
todos estos meses prácticamente persiguiéndola y sin tocarla. Lo
raro es… ¿Harry? —Ellen se levantó de la cama de un bote—. Harry
Bolt. ¿Qué sabes de esto? Si sabes algo, vomítalo ahora mismo,
porque nos está volviendo locas.
Había algo raro. Ellen conocía cada una de las expresiones de
Harry, y esta era de total culpabilidad.
—¿Harry?
Con un suspiro, su marido se sentó en el borde de la cama y le
tomó la mano.
—Sabes que cuando reapareció Chloe todos nos quedamos muy
sorprendidos.
—Oh, sí. —Ellen sonrió y alargó la mano para apartarle un
mechón de pelo.
Harry se restregó la nuca, algo que también hacía bajo estrés.
—No puedo decirte la impresión que ella causó cuando entró en
nuestra oficina. Se movía tan cuidadosa y lentamente, no como
ahora…
—Bueno, Mike le ha hecho trabajar estos últimos seis meses.
Ahora está tan fuerte como un caballo. Mike se encargó de eso.
Harry se aclaró la garganta.
—Seh. Es verdad. —Se mordió el labio, término harrysiano para
expresar incomodidad. Ellen se sentó más recta contra el cabezal.
Harry normalmente era de lo más controlado. Estaba viviendo un
momento realmente emotivo para él—. De todos modos, todo lo que
pude ver aquel día fue a una mujer frágil. Insegura y temerosa.
Parecía como si un viento fuerte se la pudiera llevar. Y su historia,
Jesús. Diez años en el hospital. Un padre que no era su padre
intentando violarla. Y no te olvides de que yo sabía lo que hubo
antes de aquello. Vivir en pánico en la casa de un drogadicto
violento que estuvo jodidamente cerca de matarla. Que yo pensaba
que la había matado. Chloe parecía tan totalmente vulnerable, esta
mujer joven a la que la vida no le había dado ningún respiro.
Cuando vi que Mike iba a por ella tan fuerte, yo, bueno, me estalló la
cabeza. Él había roto corazones a diestro y siniestro. Y cuando se lo
llevaron para el interrogatorio… quiero decir que yo sabía que él
jamás le hizo daño a aquella mujer. Sabía que no lo haría. Pero sí se
la había fo… había tenido sexo con ella. Una loca cocainómana que
acababa de conocer. Porque él tenía sexo con cualquier cosa que
respirara y tuviera el equipo adecuado. Como si tuviera diecisiete en
vez de ser un hombre adulto. Todo el asunto era tan sórdido. No
quería que nada de eso tocara a Chloe. No quería que le rompieran
el corazón. Así que…
Se detuvo y apretó la mandíbula.
—¿Y? —preguntó Ellen suavemente.
A Harry le costó soltarlo, las palabras le salieron a desgana.
—Así que… cuando Chloe hizo aquel truco con su detective
privada y le exoneró cuando estaba enfrentándose a un tiempo en
prisión, pensé… va a colarse por él. Tal vez ya lo está. Todas lo
hacen. Y le romperá el corazón. Y no podré soportar pensarlo. Así
que le hice prometer a él que no tocaría a Chloe.
Ellen parpadeó.
—¿Con esas palabras? ¿Esas palabras exactas? ¿No toques a
Chloe?
—Seh. —Harry dejó caer la cabeza—. No sé en lo que estaba
pensando. Imagino que estarás bastante cabreada.
Ellen se rió y Harry volvió a levantar la cabeza.
—¿Qué?
—Ay, mi querido, queridísimo marido. —Ellen alargó la mano y
sonrió cuando la de él tomó la suya. Sus manos se sentían
maravillosas juntas. Siempre había sido así y siempre lo sería. Lo
sabía, sin ninguna sombra de duda, que si ella se moría primero, él
estaría a su lado y que pasaría a la otra vida con sus manos unidas.
Ellen dio un tirón hacia ella y Harry obedientemente se acercó.
Enterró el rostro en su cabello y respiró profundamente, soltando un
suspiro.
—¿No estás cabreada conmigo?
—Ay, amor mío. —Ellen se apartó y sonrió a aquel amado y
preocupado rostro—. ¿Cómo podría enfadarme contigo cuando tú
solito has logrado unir a dos de mis personas favoritas?
Harry miró alrededor de la habitación y luego a ella, como si
buscara la comprensión entre las paredes.
—¿Sí?
—Hmm. —Ellen le rodeó el cuello con sus brazos, disfrutando al
sentir su fortaleza bajo sus manos, sabiendo que era una fortaleza
tanto física como emocional—. Habría sido un desastre si se
hubieran liado enseguida. Chloe estaba tan insegura de sí, tan sola.
Tan malditamente vulnerable. Tenías razón sobre eso. Y Mike…
estaba acostumbrado a tener relaciones fáciles y sin emoción. Jamás
ha tenido que esforzarse por una mujer. Nunca ha conocido a sus
mujeres en el verdadero sentido del término. Fue muy listo por tu
parte obligarle a quedarse con los pantalones puestos. Así que,
¿cuándo pretendes levantar la prohibición?
—Ah… ¿nunca?
Ellen parpadeó.
—¿Nunca? Guau. Eso sería difícil de superar porque como has
visto, Mike te ha tomado la palabra. Ojalá hubiera sabido esto antes
para decírselo a Nicole. Nos volvimos majaras intentando descubrir
qué pasaba. Él casi nunca se aparta de su lado pero no da el paso.
Nos volvía locas.
—Vosotras dos podrías haberos encargado de vuestros propios
asuntos —señaló Harry.
Ya, ya.
—Eso no es una opción. Así que imagino que pronto Chloe va a
ser mi cuñada en todos los sentidos.
Harry levantó la cabeza de golpe.
—¡Ey! No, absolutamente no. —Frunció el ceño—. ¿No vas un
poquito rápido?
—No, para nada. —Ellen besó a su marido. Un besito, luego un
poco más profundo—. Él está loco por ella y ella está colada. Y en
vez de tener un lío desastroso al principio, en el que él la habría
dejado de golpe porque no podría manejar sus sentimientos y ella se
habría visto superada, desconcertada y dolida, ahora mismo están en
buen camino. Excepto por lo de los rusos yendo a por ella. Pero
aparte de eso, están muy bien encaminados. Has hecho un buen
trabajo, Bolt. Muy buen trabajo.
—Esa no era mi intención. Mi intención era apartar a Mike de por
vida, pero desde luego me llevaré las alabanzas.
Manteniéndole la mirada, sonriente, Ellen hizo un gesto con los
hombros que ni remotamente habría sido capaz de hacer dos años
atrás. Las tiras de su camisón le cayeron por los hombros, haciendo
descansar todo el camisón sobre la parte superior de sus pechos. Se
levantó junto a la cama, volvió a hacer ese gesto y el camisón cayó
sedoso al suelo. Con su nuevísima y sexy voz, le dijo:
—Creo que las buenas obras se merecen una recompensa, ¿no?
Se inclinó y colocó su mano en la entrepierna de Harry, con una
total y completa fe en que le encontraría caliente y duro como el
acero. Bingo. ¿Conocía a su hombre o no?
Un rápido meneo con su mano y lo tuvo siseando entre dientes.
—Me merezco una recompensa ¿no? —preguntó, su voz baja y
ronca—. Por ser tan astuto y eso. Tan listo de haberlo planeado.
Él la empujó sobre la cama, cayendo sobre ella. Aunque era
mucho más alto que ella, encajaban perfectamente. Siempre habían
encajado. Siempre lo harían.
Ellen lo sintió apretarse contra su monte. Una oleada de calor se
elevó desde su ingle y ella apretó hacia arriba, adorando sentirlo. Él
se alargó y endureció.
A ella le encantaba aquello. Le encantaba conocer su cuerpo tan
bien y que él conociera el suyo. En vez de hacerlo aburrido,
convertía su amor en algo infinitamente rico y complejo. Ella había
temido que Mike, con todo aquel trasiego en su cama, jamás
conociera aquello.
Tal vez ahora sí lo haría.
Harry le mordió detrás de la oreja, sabiendo que a ella se le
pondría la piel de gallina. Ellen sonrió sobre su hombro, atrayendo
su gran mano hacia el estómago.
Le mordió su lóbulo y sonrió de nuevo cuando él tembló.
Susurró directamente a su oído.
—Creo que te mereces otra recompensa. Una extra especial.
—¿Sí? —le susurró también él, interesado—. ¿Mejor que el sexo?
Eso suena bien. No puedo esperar.
—Pues tendrás que hacerlo, porque llevará un tiempo. —Ellen
apretó la mano sobre la de Harry, todavía en su estómago—.
Tendrás tu regalo para san Valentín. En unos ocho meses.
El cuerpo de Harry se estremeció sobre el de ella como si le
hubieran dado una descarga eléctrica. Se levantó apoyándose en los
antebrazos, mirándola profundamente a los ojos.
—Ellen. —Ella casi llora por la pura emoción en su voz, por lo
que veía en sus ojos—. ¿Otro hijo? Ay, Dios. ¿Otro hijo?
Ella sabía lo que significaba para Harry. Lo mismo que para ella.
Ambos estaban sin familia, habían estado solos en el mundo durante
mucho tiempo. Se habían encontrado mutuamente y habían hecho a
Gracie, que llenaba sus vidas de júbilo. Luego habían encontrado a
Chloe. Ahora otro hijo.
Era casi demasiada felicidad.
Harry cayó sobre ella como si de golpe los brazos no pudieran
soportar su peso. Le temblaron los hombros y ella le sostuvo fuerte,
fuertemente, besándole la oreja, el cuello, la cara. Cualquier cosa que
su boca tocara. Lo rodeó con sus brazos y piernas, intentando
envolverse sobre él, y mientras se besaban, él se deslizó dentro de
ella y se mecieron suavemente juntos, Harry, Ellen y el bebé que
llevaba.
Capítulo 13
* *
Mike la llevaba a su dormitorio.
De adulta, Chloe nunca había sido llevada en brazos. De niña sí,
enferma en el hospital. En todas las miles de novelas románticas que
había leído, siempre le encantó cuando el hombre llevaba en brazos
a la mujer a alguna parte. Parecía alimentar cierto lado cerebral
femenino primario que era tercamente resistente a las nociones
modernas de igualdad entre sexos.
Suspiraba ante las escenas que leía, sin creer, ni en un millón de
años, que algo así alguna vez le fuera a ocurrir. Y, sin embargo, allí
estaba, en los brazos de un hombre fuerte, que la llevaba a alguna
parte. Al dormitorio, de hecho.
Mike la acarreaba con facilidad, sin mirar por dónde iba. Lo
único que miraba eran sus ojos.
Era inexplicablemente fuerte y no mostraba ningún indicio de
estar haciendo algún tipo de esfuerzo. Bien podría haber estado
llevando un vaso de agua y no una mujer adulta. Y ella había subido
casi siete kilos de puro músculo durante esos últimos seis meses.
Mike se había encargado de eso.
Para mantener el equilibrio, Chloe le había echado los brazos al
cuello, disfrutando del movimiento de sus músculos de los hombros
por toda la cara interna de sus brazos. Puro y absoluto poder
masculino.
Mike caminó lenta y directamente al dormitorio, que ella nunca
había visto. Su corazón latía dolorosamente acelerado cuando
cruzaron el umbral.
La luz de la luna que brillaba fuera de los grandes ventanales
lanzaba un tenue resplandor sobre una enorme cama con un
cabecero de madera curvado, una cómoda grande, una alfombra de
colores claros y un sillón.
Caminó junto a la cama hasta una puerta ubicada en la pared
izquierda. Se agachó apenas con ella en los brazos, abrió la puerta y
accionó el interruptor del cuarto de baño. Chloe entrecerró los ojos
ante el destello de luz.
—Guau —la bajó con cuidado, sin dejarla ir hasta que estuvo
seguro que ella estaba firme sobre sus pies. Sacudió los brazos como
si hubiera acarreado un peso insoportable y resopló de manera
dramática. Un hombre que acababa de terminar una tarea dura y de
enormes proporciones. Dejó escapar un último aliento con un
soplido, poniendo fervor y dramatismo en ello.
—Tío. Realmente has subido esos kilos, Chloe. Por poco no llego
hasta aquí.
Ella miró, sorprendida, sus brillantes ojos azules, era como
sondear en reflectores azules. Los labios masculinos estaban
fruncidos, luchando contra una sonrisa.
¡Él estaba coqueteando con ella!
Había estado baja de peso toda su vida. Una vez, cuando tenía
doce años, después de tres operaciones en cuatro meses, había
perdido tanto peso que su riñón se había descolgado.
Ahora pesaba algo cercano a lo normal, y una buena cantidad de
ese peso era músculo. Ella lo miró con los ojos entrecerrados.
—Ten cuidado, Keillor. O te daré una paliza.
La amplia sonrisa se liberó. Ella le sonrió también, tan contenta
por el momento ligero, que apagaba la oscuridad por un segundo.
Entonces la oscuridad y los recuerdos regresaron.
Chloe tembló de manera involuntaria y Mike se puso serio. Sus
ojos buscaron los de ella, la cara sombría.
—No puedo garantizar que nada malo te vuelva a ocurrir jamás,
dulzura. No puedo. Nadie puede. No puedo garantizar que una teja
no se caiga de un techo y te golpee en la cabeza. No puedo evitar que
un imbécil borracho se estrelle contra tu coche. Pero mírame, Chloe
—le tomó la barbilla con su fuerte mano—. Una cosa sí puedo
garantizar, que esos dos o cualquier otra persona que esos envíen
nunca te tocarán de nuevo, no mientras yo viva. Espero que eso te
haga sentir mejor.
El rostro de Mike se veía decidido y ligeramente pálido. A años
luz de distancia de la cara de tío parrandero que presentaba a todo el
mundo. El bueno de Mike. Bueno para echarse unas cervezas y unas
risas.
Este no era ese Mike. Ni siquiera estaba en el mismo universo de
ese Mike. Este Mike era una fuerza de la naturaleza; resistencia y
voluntad marcándose en cada línea de su cuerpo.
Ella asintió con la cabeza mientras una nube pesada se levantaba.
No, nadie le podría garantizar que ya no le fuera a ocurrir nada
malo. Eso no era posible para nadie. Pero estaba absolutamente
segura de que en ese momento estaba completamente a salvo y si el
brillo caliente en los ojos de Mike era alguna indicación, algo muy
bueno podría ocurrir muy pronto.
El cuarto de baño tenía una enorme bañera y una gran cabina de
ducha.
—Imagino que quieres asearte —dijo Mike—. ¿O quieres algo de
comer primero?
Su brazo todavía la rodeaba. Estaba muy cerca, tan cerca que
podía ver la línea de demarcación entre su espesa barba de un día y
la piel clara y bronceada de su cuello. Los ojos azules se quedaron
clavados en los de ella.
—¡Asearme! ¡Oh sí, por favor! —la idea de lavar la horrorosa
experiencia, de quitar con el agua la violencia y el horror, vencía por
goleada a comer o dormir.
Mike sonrió apenas.
—Me lo imaginaba. ¿Baño o ducha?
Normalmente, baño. Remojarse en agua caliente era una forma
natural de sanar muchas cosas, incluyendo hematomas. Pero ella
quería agua cayéndole encima, llevándose la violencia, chorreando
por su cuerpo, gorgoteando por el desagüe, junto con el recuerdo de
los dos hombres atacándola.
—Ducha.
Él asintió, sus ojos azules sin apartarse en ningún momento de
los de ella. La observaba con atención mientras la hacía entrar y se
metía detrás de ella, manteniendo la mano contra la parte alta de la
espalda femenina, su enorme mano casi la cubría. La mano era
cálida y pesada y él la mantuvo allí, arriba de la cremallera,
esperando su permiso.
Ella asintió con la cabeza de manera brusca.
Él tiró de la lengüeta, un deslizamiento largo y lento por su
espalda, separando los dos lados. El aire frío resbaló por su espalda
desnuda. Lo estaba observando con atención y notó el momento
exacto en que él se dio cuenta de que no llevaba sujetador.
Sus pechos no eran grandes, ni pesados. No necesitaba un
sujetador. Durante el invierno usaba camisolas de seda y en el
verano nada, le gustaba la sensación de la seda, el algodón o el lino
contra la piel desnuda.
La piel de Mike se tensó sobre sus altos pómulos mientras el
dorso de sus dedos la recorría, sin encontrar nada más que piel. La
mano se posó sobre la piel desnuda de la parte baja de la espalda, un
peso caliente y excitante.
El calor se difundía de la mano a todo lo largo de su cuerpo,
desterrando el frío e incluso cualquier idea sobre frío. Chloe estaba
esencialmente en sus brazos. Se quedó de pie en silencio,
disfrutando de cada sensación única, absorbiéndola. El silencio
expectante, el sonido suave de la respiración de Mike, el calor de su
mano, el aura de fuerza y sexo que pulsaba en torno a su persona.
Mike se había abstenido meticulosamente de tocarla en estos
últimos seis meses, por lo que esa enorme sensación de poder y calor
era nueva. Bienvenida, desconcertante, excitante.
Estaban de pie pecho a pecho, la mano de él en la parte baja de su
espalda en el silencioso baño. Un chorro de agua rompió el silencio.
Mike mantuvo la mano debajo del chorro, sin apartar la mirada en
ningún momento.
—¿Cómo de caliente la quieres?
—Caliente, pero no hirviendo.
Ahora sus dos manos estaban sobre ella. Con suavidad apartó el
frontal del vestido, deslizándolo por sus brazos, teniendo especial
cuidado con el brazo vendado. Sosteniéndole la mirada, tiró de la
ropa y esta cayó a sus pies.
Ella estaba vestida con bragas y sandalias.
Con el rostro tenso, Mike retrocedió un poco y la miró. Allá
donde la miraba su piel ardía como si la hubiera tocado con las
manos.
Subiendo la mirada de nuevo, susurró:
—Eres tan hermosa, Chloe.
Por la forma en que la miraba, bien podría haber sido Grace
Kelly, Angelina Jolie e incluso Nicole Kidman, todas juntas en una,
solo que más baja.
—Gracias —bajó la voz al igual que él, como si estuvieran
intercambiando confidencias.
Mike se acercó aún más. Entonces, sin previo aviso, apoyó una
rodilla en el suelo, como lo haría un caballero ante su reina.
Sorprendida, Chloe miró hacia abajo a la parte alta de la cabeza
masculina. Tenía un cabello hermoso, muy brillante, grueso y de
color castaño que mantenía corto. Pero desde arriba podía ver que
sería rebelde si no estuviera cortado muy corto.
La luz del cuarto de baño captaba algunos mechones de cabello
rubio y algunas canas a lo largo de la sien.
Ella levantó la mano, manteniéndola encima de su cabeza,
insegura. Entonces… al diablo con ello… colocó la palma de la mano
sobre la cabeza de Mike y pasó los dedos por el cuero cabelludo. El
cabello era suave y cálido. Un olor a champú de menta flotaba en el
aire.
Algo escapó de la garganta de Mike, un sonido como el ronroneo
de un felino y movió la cabeza debajo de su mano, en clara
invitación. A Mike le gustaba cuando le tocaba el cabello. Chloe
extendió los dedos y los dobló, dejando que las cortas hebras le
hicieran cosquillas.
Él dejó salir aire.
—Me gusta esto —su voz era grave, casi gutural.
—Me alegro —dijo simplemente Chloe.
Mike se quedó de rodillas delante de ella otro minuto mientras
Chloe le pasaba la mano por el pelo, luego levantó la mano y le bajó
las bragas por las piernas, alzando un pie primero y luego el otro.
Chloe movió la mano desde su cabeza al hombro para mantener
el equilibrio. Su cabello se había sentido agradable debajo de los
dedos, pero su hombro… bueno, agradable no era la palabra.
Hacía seis largos meses ella lo había tenido entre sus brazos y
había sido maravilloso. Pero había sido tan fugaz, tan breve. Apenas
recordaba besarle, excepto en sus sueños.
Pero ahora… ¡ah, qué delicia! Músculo de acero, puro poder
masculino fluía a través de sus dedos, casi como un traspaso de
fuerza.
Mike le quitó las sandalias, pero no se levantó. En lugar de eso,
adelantó la cabeza y le acarició el vientre con la nariz. Su rostro
estaba caliente contra su vientre. Tenía un poco de barba incipiente y
le hacía cosquillas en la piel.
La lamió, justo al lado del ombligo y la sensación de cosquilleo se
transformó en una ráfaga de calor tan intenso que fue como una
puerta abierta a una hoguera. Lamió de nuevo, abrió la boca contra
la piel y la mordisqueó.
Chloe se estremeció. La excitación estaba ardiendo en su interior.
Volvió a morder, solo un pequeño mordisco que envió chispas
eléctricas a lo largo de ella. Cuando lamió la diminuta marca del
mordisco, su vagina se contrajo, los músculos se cerraron con fuerza
rodeando un pene invisible. La contracción fue tan fuerte que los
músculos del estómago se movieron.
Mike dejó escapar un suspiro contra su vientre y echó hacia atrás
la cabeza para mirarla. Él había visto… probablemente había
sentido… lo que le hacía. Pero no tenía esa mirada de suficiencia
masculina de un hombre que ha excitado a una mujer. Su rostro
estaba marcado por líneas que parecían casi de dolor.
Exhaló otro suspiro y se levantó con rigidez, casi como si le
dolieran los músculos. Una mirada hacia abajo y Chloe pudo ver
porqué. No tenía puestos sus vaqueros habituales. Llevaba
pantalones de gabardina de algodón color caqui y ella podía verlo
delineado contra el material ligero.
Guau.
—Te excito —no podía creer que había dicho esas palabras. Miró
en torno al cuarto de baño para ver si alguien más estaba allí. Pero
solo estaba Mike.
Él hizo una mueca de dolor.
—No tienes ni idea, Chloe.
—Entonces, ¿por qué…—Aquello era tan difícil. No estaba
acostumbrada a expresar sus deseos. Sería embarazoso si no
necesitara saberlo tanto como necesitaba respirar. Ni entonces ni
ahora tenía sentido para ella. Todo lo que sabía era que el
distanciamiento de Mike esos últimos seis meses había sido muy
doloroso, como una púa filosa clavada en su corazón—. ¿Por qué te
has mantenido alejado? Digo, no que te hayas ido, andabas por ahí
pero… —Las palabras se le atascaron en la garganta pero tenía que
sacarlas a la luz. Nada de tragarse más lo que se necesitaba decir.
Entonces lo miró directamente a los ojos y se sinceró. ¿Qué podría
ser lo peor que pudiera suceder? Bueno, podría romperla en mil
pedazos… no, no tenía importancia. Incluso si la desgarraba en mil
pedazos, había sobrevivido a peores cosas—. Me besaste aquel día,
en el Del Coronado. Te acuerdas, ¿verdad?
Silencio. Solo el sonido del siseo del agua saliendo de la ducha,
salpicando los azulejos. Los músculos de la mandíbula de Mike
saltaron.
—Oh sí, lo recuerdo. Hasta el día en que me muera, Chloe, lo voy
a recordar.
Parecía tan sincero. Y sin embargo…
—¿Entonces por qué, Mike? Me dolió mucho. —Las palabras
brotaron ásperas y cortantes contra los músculos cerrados de su
garganta.
Ella recordaba aquel día con tanta claridad. El beso mágico, como
lo llamaba cuando pensaba en él. Algo mágico, dorado. Perdido.
Como un sueño, hacía mucho tiempo. Cuando la investigación de
Amanda demostró más allá de cualquier sombra de duda que Mike
no podría haber golpeado a aquella pobre mujer, Chloe se había
quedado esperando con Ellen y Nicole. Ambas habían saltado
cuando llegaron sus maridos para abrazarlos.
Chloe había saltado también, para correr hacia Mike.
Y él había dado un paso hacia atrás, los ojos sin expresión alguna
y entrecerrados; y le había roto el corazón. Los brazos que había
extendido para abrazarlo cayeron a sus costados.
Mike se había quedado de pie allí, tieso, mirando al suelo, le
había agradecido de manera formal y se había marchado. Chloe
había permanecido allí, consternada, incapaz de moverse.
Los demás la habían mirado, las mujeres con piedad en los ojos.
Harry le había pasado el brazo por los hombros y la había apretado.
—Gracias, cariño, por lo que has hecho —le había dicho, y ella
había asentido con la cabeza, incapaz de hablar. Porque si hablaba,
las lágrimas le hubieran salido a raudales.
El resto de la noche había sido un borrón, cuando volvieron a
sentarse a la mesa sin Mike y terminaron la comida. Chloe tenía
mucha experiencia con lo de sentirse fuera de lugar, así que había
tragado un poco de comida, desparramado el resto por el plato,
contando los segundos hasta que pudo decir que estaba cansada y
que le gustaría irse a la cama.
Donde lloró hasta quedarse dormida.
Y entonces Mike se presentó a la mañana siguiente, después de
haber llamado al gerente del condominio, le encontró un
apartamento en la planta del de Harry. La acompañó a todas las
tiendas de muebles en San Diego, o así se lo pareció, trabajó junto a
los tíos que trajeron el mobiliario, los ayudó a entrarlos y cuando fue
necesario, los ensambló y la tuvo establecida en menos de tres días.
Desde entonces lo había visto todos los días y nunca la había vuelto
a tocar.
—¿Por qué? —susurró ella.
Él negó con la cabeza, sin dejar de mirarla nunca.
—Eso no es importante ahora, Chloe. Lo importante es que las
cosas han cambiado. Ya no va a volver a ser así. Ahora —la besó en
la frente— vamos a lavarte.
En la ducha, Mike le apoyó con delicadeza el brazo herido sobre
su hombro.
—Ahí va. Necesitamos mantenerlo seco.
Chloe había sido bañada antes, por supuesto. Un montón de
veces en el hospital. Hospitales. Pero nunca como esto.
Mike echó un poco de jabón con olor a menta en un paño y lo
pasó por cada centímetro de su cuerpo, seguido de agua tibia y
luego de su boca. Caricias largas y sensuales de tela, seguidas de
largas y sensuales caricias de su lengua. Por el cuello, por los
hombros. El paño caliente fue más abajo, se movió en círculos por
sus pechos mientras la miraba con muchísima atención.
Chloe podía ver el movimiento de la piel sobre su pecho
izquierdo, a ritmo con el corazón. ¿Entendía el efecto que estaba
teniendo sobre ella?
Levantó la vista para encontrarse con que la miraba con atención,
el rostro tenso, los ojos como un fuego azul clavados en los de ella.
Oh sí. Lo entendía.
Mike se inclinó ligeramente sobre su brazo izquierdo y con el
derecho le lavó el vientre. Ella se sentía sin equilibrio, insegura en
todos los aspectos. Pero Mike la tenía. No iba a caerse.
Le acariciaba con la nariz la parte baja de su pecho izquierdo, el
que latía con fuerza, los labios masculinos pasaban rozando
suavemente sobre la piel, mientras eventualmente la saboreaba un
poco. Un rubor la atravesaba con cada roce de sus labios, con cada
caricia de su lengua. Y entonces… ¡Oh Dios!… le chupó un pezón,
con succiones largas y duras que hacían eco en su vagina, los
músculos internos se contraían con cada succión de su boca. La
respiración de Chloe se volvió errática y si no hubiera tenido su
brazo fuerte sosteniéndola, se habría resbalado hasta el suelo,
incapaz de mantenerse de pie.
Las manos de ella se deslizaron de los hombros masculinos a la
cabeza, sujetándolo mientras la chupaba. Mike apartó la boca, le dio
al pezón una última lamida que sintió hasta en los dedos de los pies,
y se enderezó.
Chloe no tenía que mirar hacia abajo para saber que estaba
excitado. Sus fosas nasales se ensanchaban mientras inspiraba y
exhalaba con fuerza, por debajo de su oscuro bronceado estaba rojo
como una brasa, los labios estaban rojos e inflamados.
De repente abrió los ojos de par en par.
—¿Qué? —preguntó Chloe.
Mike soltó una media risa que sonó como si se estuviera
ahogando.
—No puedo creerlo. No he estado sin un condón en mi bolsillo
desde que tenía quince años. Nunca —cerró los ojos adolorido, luego
los volvió a abrir, azules y feroces—. Y ahora estoy sin uno.
Completamente. Ni siquiera hay uno en la casa. No lo he necesitado
en los últimos seis meses. Mierda —dejó escapar un gran suspiro—.
¿Qué vamos a hacer? No puedo ir hasta a la farmacia. La más
cercana está a casi dos kilómetros y medio de distancia. No puedo
hacerlo. Tampoco puedo pedírselo a Harry o a Sam. Y no me pidas
que haga la marcha atrás porque no creo que pueda. Una vez que
entre en ti no voy a salir por un buen rato largo.
Chloe le acarició el hombro, luego pasó una uña a lo largo del
músculo alto, duro y trabajado, subiendo lentamente desde el
hombro por el cuello hasta detrás de su oído. Ella no lo lastimaba
pero Mike podía sentir el arañazo en él.
Eso lo excitó. Su respiración se aceleró y sus labios se volvieron
aún más oscuros.
—Esto es una tortura, ¿verdad? Me vas a torturar porque no
podemos hacer el amor. Pero aunque no podamos vas a mantenerme
en este estado. Hay reglas, Chloe. Incluso hay una Convención. La
de Ginebra.
Ella se echó a reír. Se inclinó hacia adelante y le mordió con
suavidad la mandíbula. Él se estremeció. Mirando hacia abajo, de
hecho pudo ver su pene erecto moverse dentro de los pantalones.
Lo tenía completamente a su merced. Un juguete. Ese hombre
poderoso ahora estaba en su poder.
Había cosas que necesitaba decirle, pero no ahora. Ahora no era
momento para la oscuridad, ahora era momento para el placer y la
luz.
Se inclinó hacia delante de nuevo y lo besó con suavidad. Se alejó
solo unos pocos centímetros. Mike sentiría el soplo de su aliento
contra él.
—No es un problema, Mike. Hazme el amor ahora.
Su rostro cambió, se volvió más oscuro. Mirándola a los ojos, se
desnudó. Se abrió de un tirón la camisa, el sonido metálico de los
botones cayendo sobre las baldosas lo suficientemente fuerte como
para hacerse oír sobre el estruendo de la ducha, se desabotonó los
pantalones, los dejó caer junto con los bóxer salió de ellos, se quitó
los zapatos y los calcetines con la punta de los dedos de los pies,
todo sin apartarle la mirada.
Entró en la cabina, justo debajo de la ducha, el agua volvió
oscuro su cabello, cayó por su pecho, removiendo los vellos de este
hasta formar una flecha hacia abajo, como si quisiera exhibir ese
enorme pene.
Se apoyó contra la pared de azulejos y colocó una mano enorme
sobre el pecho de Chloe. Ella estaba segura de que podía sentir su
corazón latiendo acelerado contra la palma de la mano. Mirándola
con atención, bajó la mano por el centro de su cuerpo, poco a poco,
las callosidades en la palma haciendo que se le pusiera la piel de
gallina.
En su cadera, la mano la rodeó, se movió más abajo, la acunó.
Cada sentido que tenía Chloe estaba concentrado allí, donde su
mano estaba. La sostuvo allí, cálida, apretada contra ella, luego la
acarició con delicadeza, pasando un dedo en torno a su labio
vaginal.
Al tocarla, la piel de Mike se tensó en torno a sus ojos y sobre sus
altos pómulos. No necesitaba preguntarle si estaba excitada. Podía
sentirlo contra su mano.
El dedo se zambulló, avanzando poco a poco dentro de ella. Las
piernas de Chloe comenzaron a temblar.
—Mike —su voz era un susurro, no de sensualidad, sino porque
no podía meter el suficiente aire en sus pulmones para hablar con
normalidad—. Necesitamos llegar a una cama porque no creo que
mis piernas me puedan sostener.
Los músculos de su mandíbula saltaron.
—¿No? —separó los dedos, la estiró—. Aquí me gusta mucho.
Ahora toda ella temblaba. Todo el aliento escapó de Chloe
cuando acomodó su pene en ella y la penetró poco a poco, por
completo. Era enorme pero ella estaba preparada. En un sentido
muy real, había estado esperando ese momento toda su vida.
Movió sus grandes manos hacia sus caderas, luego le agarró las
nalgas y la levantó hasta que las piernas femeninas le rodearon las
caderas. Se inclinó pesadamente hacia ella, ahora tan profundo en su
interior que era como si le llegara al corazón.
Chloe sentía todo. El vello oscuro de su torso contra sus pechos,
áspero y erizado, los músculos bien marcados de su abdomen contra
su vientre, la áspera mata de vellos púbicos contra la piel sensible de
su sexo.
Podía sentir los latidos del corazón masculino en su pene,
enterrado profundamente en su interior. Su sexo se contrajo con
fuerza y él se movió dentro de ella, volviéndose de alguna manera
más grande, más grueso. Eso la hizo volver a contraerse.
—Dios —masculló él.
Se miraban fijamente el uno al otro. Chloe nunca antes había
visto la cara de otra persona desde tan cerca. Todo lo que pasaba…
cada vez que se tensaba en torno a él, cada vez que se estremecía,
cada vez que sus dedos se aferraban a sus brazos, cada vez que sus
piernas se apretaban… ella podía ver el efecto en él.
—Si me muevo, me voy a correr —dijo Mike con voz tensa.
Ella lanzó un resoplido de risa y su pene se hundió más dentro
de ella cuando Chloe se movió.
—Si nos quedamos aquí, nos ahogamos.
—Un callejón sin salida —murmuró él.
—No del todo —susurró ella, y se tensó en torno a él de manera
deliberada, contrayendo y relajando los músculos mientras se
encaramaba a él, haciendo que se introdujera más profundamente en
ella.
Mike echó hacia atrás la cabeza y gimió, se hinchó dentro de
Chloe y finalmente se movió con estocadas rápidas, duras y cortas.
La fricción creó una inmensa excitación, una excitación que iba a
hacerla estallar.
Sin embargo, fue Mike quien estalló primero, con una estocada
dura y profunda, apretando con fuerza los dientes para contener un
grito mientras lanzaba chorros dentro de ella. Las estocadas y los
chorros de semen de alguna manera estaban sincronizados con las
contracciones del sexo de Chloe y eso siguió sin parar, cada
estocada, cada contracción alimentando el placer.
La parte posterior de la cabeza de Chloe golpeó contra los
azulejos, mientras el agua resbalaba por su rostro levantado y su
mente desapareció en el momento en que su cuerpo se hizo cargo,
rozándose contra la pared a ritmo de las estocadas de Mike hasta
que todo se volvió un enorme borrón, su cuerpo contrayéndose,
Mike corriéndose, el agua cayendo y el placer estallando en su
interior como una bola de fuego de sensaciones. Se olvidó de quién
era y se convirtió en una criatura de instinto y sensaciones.
Finalmente, Mike se detuvo, con la cabeza acurrucada en el
cuello de Chloe, los hombros enormes levantándose mientras metía
aire en los pulmones como si hubiera corrido más de seis kilómetros
en cuatro minutos.
Mike abrió las manos y ella se apoyó en sus temblorosas piernas.
Le besó el cuello y poco a poco se retiró de ella, todavía duro.
—Creo que ahora necesitamos esa cama —dijo Mike.
Capítulo 14
Club Meteor
La prostituta gritó, luchó. Tosió, gritó otra vez. Debatiéndose.
Vaca estúpida.
¿Qué creía que iba a conseguir? Estaba atada al tablero y tenía en
las manos unas bridas policiales. Bridas irrompibles.
Y aun así el humano deseo de vivir era fuerte, nadie lo sabía
mejor que Nikitin. Había hecho aquello cientos de veces. Y aun
cuando la persona colocada en el tablero inclinado sabía que iba a
acabar mal, luchaba.
Dmitri siguió vertiendo el agua sobre las tres capas de tela que
cubrían la cara de la mujer y lo miró a él por encima de ella.
Nikitin esperó, dándole otra calada larga al Marlboro. Los
cigarrillos americanos eran excelentes. Qué estúpido por parte de los
americanos poner todas aquellas señales de advertencia en los
paquetes. Por supuesto que los cigarrillos mataban. ¿Y qué no mata?
La vida en sí misma mataba.
La tela fue aspirada ya que la mujer, por instinto, trató de
respirar. Pero el trapo estaba empapado y el único resultado fue que
un chorrito de agua le entrara por la nariz y boca. El cuerpo
consideró esto como una amenaza inminente, tan invasiva como una
herida de bala, y reaccionó en consecuencia. El corcoveo y las
contorsiones aumentaron. Si bien en silencio, ya que la mujer no
tenía aliento para hacer ruido.
Él odiaba cuando hacían ruidos.
Nikitin expulsó el humo, contando. Trece, catorce, quince. Asintió
con la cabeza. Dmitri inmediatamente dejó de verter el agua sobre la
tela y la levantó.
La mujer desnuda se retorcía como loca. Era joven y fuerte, se
mantenía en forma. Delgados y lisos músculos se movían bajo
aquella piel del color intenso de la miel.
Ella no iba a romper sus ataduras ―después de todo, éstas
habían sido probadas en soldados aguerridos―, pero podría hacerse
una herida. Un tirón o tensionarse un músculo. Nikitin había
conocido a hombres que se habían roto sus propios huesos por la
angustia, tratando de escapar del agua.
Había telas suaves entre las bridas en sus muñecas y tobillos, y su
piel.
El aplicar el ahogamiento a esta prostitutka tenía como propósito
evitar estropearla. Evitar dejar cualquier señal tangible de tortura.
Ella era un material caro. Nikitin sabía cuánto hacía ganar al club.
Sus dueños, los vory, estarían por allí pronto y pedirían informes si
veían un descenso en sus ingresos.
Nikitin sopló otra voluta de humo por un costado de su boca, se
levantó del taburete desde donde había estado mirando todo el
proceso y caminó hacia la mujer. Tenía la frente atada al tablero con
una correa para que no pudiera volver la cabeza, así que ella hizo la
única cosa que podía hacer. Cerró los ojos.
—Mírame. —Nikitin no se molestó en impregnar de amenaza su
voz. Quería acabar de una vez, lo más pronto posible. Necesitaba la
información y tan pronto como la tuviera, quería alejarse de esta
mujer, rápido.
Ella no abrió los ojos.
—Dmitri —dijo Nikitin sosegadamente, y su segundo colocó la
tela en su cara otra vez y despacio vertió más agua sobre ella.
La mujer contuvo la respiración mientras pudo, pero el reflejo de
respirar es el más potente de todos. Primario. Hay muchos modos de
usar el cuerpo para matarse. Puedes golpearte la cabeza contra la
pared hasta caer ensangrentado e inconsciente. Puedes cortarte las
arterias del cuello o de las muñecas. Puedes hasta tragarte tu propia
lengua. Pero no puedes contener la respiración hasta morir. Tu
cuerpo no te dejará.
Después de un minuto la tela se abombó hacia dentro cuando ella
aspiró el agua y se retorció enloquecida.
Nikitin esperó un segundo, dos, juzgando. Levantó el dedo.
Dmitri paró inmediatamente. Retiró la tela.
—Mírame —dijo Nikitin de nuevo, sin cambiar el tono de voz—.
Podemos hacer esto todo el día y toda la noche.
Los ojos de ella se abrieron de par en par, estupefactos. Da. Así
estaba mejor.
El desafío estaba escrito en la cara de la mujer. Evidentemente,
Sands trataba a sus mujeres demasiado bien. Si esta mujer tan solo
supiera lo que Nikitin podría hacerle… No iba a hacerlo porque ella
todavía era una fuente de dinero, pero se sentía tentado.
—¡Hijo de puta! ¡Pendejo!3 —escupió ella.
Interesante. Nikitin conocía sus antecedentes, sabía que había
nacido en las calles de Tijuana. Que se había educado a sí misma y
salido adelante. Su inglés era, por lo que él podía ver, sin acento y
perfecto. Ella se había convertido en una puta americana.
Pero bajo presión, sus orígenes afloraban.
El tablón estaba inclinado, pies arriba, cabeza abajo. Nikitin
arrastró su taburete, y se sentó al lado de su cabeza en el extremo del
tablón. Se inclinó, sabiendo que su cara cubría por entero su campo
visual. Bien. Ahora mismo, él tenía que llenar su mundo. Él era su
Dios y ella tenía que apaciguarlo.
La mujer dejó de tirar de sus amarres y yació allí, respirando con
fuerza. Nikitin la miró atentamente, subiendo lentamente desde su
cara hasta sus pies.
Estaba desnuda por una razón. El estar desnudo envía de regreso
a la infancia indefensa, despojándote de toda la dignidad. No es que
una puta supiera mucho sobre la dignidad…
Era una mujer extraordinariamente bella, de la cabeza a los pies,
aunque Nikitin fuera inmune a sus encantos. Era inmune a todas las
mujeres. Pero podía ver fácilmente que ella tenía la clase de cuerpo y
cara por los que los hombres pagarían mucho para alquilarlos por
un rato. Muy pocos hombres tenían algo como eso en casa.
Inteligentemente, Sands se aseguraba de que sus putas comieran
bien, durmieran lo suficiente, hicieran ejercicio en el gimnasio debajo
del club; también tenía una regla muy estricta contra las drogas que
hacía cumplir con dolor.
La mercancía era protegida y tratada para que durara en el
terreno más que la mayoría. Nikitin vio una vez a una puta en las
calles de Odessa que aparentaba cuarenta, pero cuyos papeles
mostraban que tenía dieciséis años. La vida en la calle se medía en
años de perro. Cada año en la calle parecía siete. Excepto en el club,
donde los bienes eran mimados y tenían una vida útil mucho más
larga.
Su mirada vagó de vuelta desde sus pies hasta su cara con un
claro mensaje: Te poseo. Por entero.
Acercó el taburete aún más y se inclinó hacia ella hasta que sus
narices se tocaron.
—Dos de mis hombres están desaparecidos —dijo con voz fría y
clara.
La mujer parpadeó, desconcertada. Esto no era lo que ella
esperaba. Un ceño fruncido apareció entre sus cejas.
—¿Piensas que les hice algo?
—Sí.
—A tus… ¿hombres? —Se miró a sí misma, luego volvió a él. Si
ella hubiera dicho las palabras en voz alta, el mensaje no podría
haber estado más claro. ¿Qué podría una mujer hacer a dos de sus
hombres, ex-Spetsnaz4?
Joder.
Por primera vez a Nikitin se le ocurrió que ella realmente podría
no tener ninguna información.
De ser así, él estaba hundido en la mierda más profunda de
todas. Había venido con solo tres hombres. ¿Cuán difícil y peligroso
podría ser invertir en un burdel? La misión era de corte más
económico que militar y Nikitin eligió a sus hombres en
consecuencia.
No había traído a su equipo A al completo. La mayoría de ellos
estaban implicados en la protección de una ruta de diamantes en
Sierra Leona. Estúpido, estúpido. Porque esa inversión de ahí podría
resultar ser todavía más lucrativa que los diamantes. En particular
los diamantes que tenían que ser extraídos a miles de kilómetros de
la civilización y luego escoltados hasta el mercado.
Había subestimado aquello, creyendo que no habría ninguna
oposición. Ellos volaban directamente bajo el radar de las
autoridades y Sands le había asegurado que uno de los ayudantes
del alcalde y dos fiscales de distrito eran miembros del club y que
estarían protegidos.
Y a pesar de eso, había enemigos del club ahí, tenía que ser eso,
de otro modo sus hombres ya estarían allí.
Dos hombres, dos soldados buenos e inteligentes, no podían
desaparecer sin más de la faz de la tierra, ¿verdad?
Habían ido a darle una lección a una Amerikanskaya que era una
molestia menor, como un grano de arena en un zapato. Creando
discordia entre las mujeres. Nikitin incluso había discutido el envío
de un hombre para una tarea tan fácil, pero al final decidió enviar a
dos. Ivan era más duro pero Lyov tenía mejor inglés.
Sin complicaciones. Ten una conversación con la mujer que está
creando problemas a su negocio, convéncela para que lo deje, llama,
y misión completa. Pero no llamaron. Habían abandonado la faz de
la tierra.
Los teléfonos celulares de Ivan y Lyov estaban desconectados y
no se habían puesto en contacto con él.
Esa mujer tenía que saber algo. Iba al refugio a menudo. Sands
estaba, justo ahora mismo, percatándose del hecho de que había
permitido que la insubordinación se filtrara en su cuadra de mujeres.
—¿Dónde están mis hombres? —preguntó otra vez. Mantuvo la
voz baja, plana. No tenía que gritar para hacerse entender. Su
propósito estaba claro. Ella estaba atada como un animal y él tenía
poder sobre su vida y muerte.
Ella trató de sacudir la cabeza y olvidó que estaba atada. Un
sonido como si expulsara vapor escapó de sus labios.
Esto no los iba a llevar a ninguna parte. Nikitin alzó la vista a
Dmitri, chasqueando su dedo. Prepárate para otra ronda.
Dmitri vertió el agua de una jarra grande en una más pequeña,
así el chorrito de agua podría controlarse mejor.
—Mis hombres fueron al refugio, donde aquella mujer te
adoctrinó. Iban a hablar con ella, decirle que estaba cometiendo un
error con las putas del Meteor y que debía dejarlo.
Consuelo jadeó, sus ojos negros brillaron con odio. De haber sido
Nikitin el tipo de hombre que se preocupara, esto podría haberle
molestado. Pero había sido odiado por el mejor. El odio de una puta
no significaba nada en absoluto.
—¡Le hiciste daño! —gritó ella, lanzándole baba.
Nikitin retiró la cabeza, apartándose del escupitajo, lleno de
repugnancia.
—El hecho es —siguió, como si ella no hubiera hablado— que
mis hombres nunca volvieron a casa. No tengo ni idea de lo que les
pasó. Necesito que me digas dónde están.
Nikitin era consciente del hecho de que Consuelo podría no tener
ni idea de lo que les había pasado a Ivan y Lyov. Pero las mujeres,
como las tribus primitivas, tenían una especie de sistema de
información de la selva, que se extendía entre ellas como un virus.
No tenía ninguna otra alternativa. Estaba solo aquí, en este
mundo extraño. Dmitri era el músculo. Músculo decente, auténtico,
y había sido bien entrenado, pero su inglés era mínimo y tenía
limitado uso fuera de la coerción.
Así que Nikitin se veía restringido a aguar putas.
Nikitin tamborileó los dedos en su muslo, la única expresión de
frustración que podía permitirse.
No tenía recursos allí en ese país, ninguno.
Tenía recursos en casa. Pirat, el mejor hacker en Rusia. Nikitin no
tenía ni idea de dónde vivía o siquiera cuál era su nombre. Daba
igual. Pirat era un genio y siempre volvía con una respuesta.
Excepto ahora. Pirat había hackeado todos los hospitales, todas
las comisarías, todos los feeds de noticias, hasta los depósitos de
cadáveres, porque seguramente dos hombres no podían desaparecer
en la nada ¿no? Y a pesar de todo lo habían hecho.
Nikitin necesitaba con desesperación evitarle esas noticias al vory
cuando regresara a casa. Había mucho dinero implicado y el vory no
quería ni siquiera un indicio de problemas.
El perder a dos hombres en el aire era precisamente la definición
de problema.
¡Chert!
Esa puta tenía que saber algo.
—Otra vez —dijo.
Dmitri colocó la tela en su cara.
La puta comenzó a lamentarse aterrorizada, lo cual era
exactamente lo que él quería. Miró desapasionadamente cómo el
agua era vertida y cómo la tela era sorbida en su boca cuando ella
trató de respirar. Juzgó el momento exacto, justo antes del
ahogamiento… ah. Levantó un dedo y Dmitri levantó la tela.
Las lágrimas corrían por la cara de la puta, se ahogaba en busca
de aire, temblando por entero. Gritaba, pero tenía muy poco aliento,
por lo que le salía más un gorgoteo que un grito. Estaba aterrada.
Y no estaba hablando.
Dmitri se movió para colocar la tela en su cara otra vez pero
Nikitin mantuvo en alto una mano. Dmitri se paró, obedientemente.
Nikitin acercó un poco más su taburete.
—Dime todo lo que sepas sobre esta mujer que extiende el
descontento entre vosotras. Su nombre es Chloe. ¿Chloe qué?
Incluso atada, ella fue capaz de encoger un hombro.
—Mason. Creo. —Él abrió la boca para decirle a Dmitri que
comenzara otra vez cuando ella habló—: Nadie usa apellidos en el
refugio. Está prohibido. Así que no sé su apellido con certeza y nadie
más lo sabrá. Solo vi un sobre en su bolso una vez. Ponía «Para
Chloe Mason». Eso es todo lo que sé.
—¿Ella es una voluntaria?
La puta asintió con la cabeza.
—Todas ellas lo son.
De verdad que Nikitin no entendía aquello. ¿Ofrécete para
trabajar con putas? ¿Gratis? ¿Qué sacaba la tal Chloe de ello? Pero él
se había resignado hacía mucho a la estupidez de la especie humana.
Ofrecerse para trabajar con putas estaba al mismo nivel que los
hombres a los que había visto destruirse por el amor de una mujer.
O lo que ellos pensaban que era amor.
Nikitin no entendía eso, tampoco.
No importaba, había muchísimas otras cosas que sí que entendía,
pero que muy bien.
—¿Qué más? —Porque había algo más, podría jurarlo—. ¿Qué
más sabes sobre esta mujer?
La garganta de la prostituta se movió, el indicio de palabras que
no querían salir.
—Otra vez —le dijo con calma a Dmitri.
—¡No! —gritó la prostituta. La piel sobre su pecho izquierdo
temblaba con el latir rápido de su corazón—. Hay algo más, la única
cosa que sé.
Nikitin no contestó. Se limitó a esperar. Ella podía ver a Dmitri
sosteniendo la tela. Él no tenía que hablar.
—Hay… hay un hombre. Viene por ella casi todos los días que
está allí. Parece su sombra. —Tosió, un ataque que duró varios
minutos.
¡Sí! Nikitin no movió ni un músculo. Simplemente preguntó con
calma:
—¿Quién es él?
—No lo sé —resolló con dificultad—. Pero es un hombre grande.
No alto, sino grande. Como un levantador de pesas.
—¿Qué conduce?
Un ceño fruncido apareció entre las cejas femeninas. Tosió otra
vez.
—No sé. Uno de esos coches de gringo, grandes.
—¿Un SUV?
Ella asintió con la cabeza.
—Dime el modelo.
La mujer sacudió la cabeza. Nikitin se reprimió para no darle una
buena bofetada. Esto no ayudaría. Ella no lo sabía. Las putas no
conducían. No les estaba permitido aprender. Un permiso de
conducir en manos de una puta podría ser muy peligroso.
—¿Y dónde vive esa Chloe?
Ella sacudió la cabeza, pero sus ojos parpadearon. Lo sabía. La
zorra lo sabía. Nikitin se inclinó sobre ella, mirándola directamente a
los ojos. Fuera del campo visual de la mujer, le hizo señas a Dmitri.
Éste dejó caer la tela sobre su cara y comenzó a verter. A ella no le
dio tiempo a prepararse y aspiró bruscamente. El único resultado fue
tensar el agarre de la tela sobre su cara. Comenzó a ahogarse
inmediatamente, pataleando como loca contra las restricciones,
lloriqueando tras la tela.
Si le tomara una muestra de sangre ahora mismo, el nivel de
dióxido de carbono sería muy alto.
Trece, catorce, quince. Miró a Dmitri, que levantó la tela.
Los ojos femeninos eran salvajes, desenfocados. Había estado
convencida de que iba a morir. Nikitin una vez había visto a un
soldado de las Fuerzas especiales, Amerikanski, resistir horas de
waterboarding, pero estaba entrenado. No habló pero acabó
reducido a un estado animal y posteriormente le pegaron un tiro,
casi como en un acto de compasión.
Como los de un animal, los ojos de la mujer giraban mirando
alrededor. Nikitin le agarró la mandíbula con fuerza, dolorosamente,
y le giró la cabeza para que lo mirara.
—Escúchame. —Esperó hasta que sus ojos se centraron en él. Ella
respiraba superficialmente con inhalaciones y exhalaciones
desiguales, su cuerpo entero se estremecía.
Bien.
—Dónde. Vive. Chloe.
Nikitin deliberadamente alzó la vista hasta Dmitri, quien estaba
listo. Ella lo vio y se estremeció. Su propio cuerpo le diría a la puta
que no iba a resistir otra ronda. Lo haría, pero eso no era algo que
ella fuera a comprender. Habría muy poco razonamiento rebotando
por su cabeza, solo oscuros miedos primitivos.
La puta abrió la boca pero de su garganta solo salieron sonidos
jadeantes, sonidos de puro terror. Nikitin esperó. No servía de nada
castigarla cuando su cuerpo no le permitiría hablar. Esperó, mirando
sus ojos detenidamente. Reconoció el momento exacto en el cual ella
regresó a sí misma.
—¿Dónde? —repitió él.
No había ninguna resistencia en ella. Ninguna. Su cuerpo casi
había muerto y había vuelto, la experiencia más primaria que una
criatura puede tener. Después de eso, no había nada que ella pudiera
hacer.
—Coronado Shores —jadeó la puta—. Eso es lo que oí que
algunas otras chicas decían. La Torre. —Respiró con dificultad, su
cuerpo intentaba alcanzar aire.
Nikitin no presionó. Tenía una ligera idea de dónde, y sobre todo
qué era Coronado Shores. Un lugar para los ricos. La Torre. Se
guardó aquel nombre para más tarde. Simplemente asintió con la
cabeza, como si quedara confirmado lo que ya sabía.
—¿Qué más? —preguntó manteniendo su tono bajo y aburrido.
Como si lo que ella estaba diciendo fuera poco significativo—. ¿Qué
más sabes sobre ella?
Ahora la mujer pareció confusa. Lo miró directamente a los ojos,
algo que una chernye, una puta, nunca debería hacer. Y que no
hacían. A las mujeres del club se las entrenaba para que no miraran a
un hombre a los ojos hasta que estuvieran teniendo sexo.
Esta le miraba directamente, estaba aterrada y había olvidado su
formación.
—Nada. No sé nada más. —Su voz era baja, con tono todavía
sobresaltado. Y había verdad en cada sílaba.
Nikitin conocía la verdad y conocía las mentiras. Había quebrado
a suficientes hombres para conocer la diferencia. La mujer no tenía
más información para darle. No sabía dónde estaban sus hombres. Si
tuviera la más mínima información, se la habría dado. La mujer no
tenía ninguna utilidad para él.
—Tres veces más — bramó a Dmitri en ruso.
Tres más la quebrarían. La zorra se lo merecía. Si no hubiera
empezado a portarse mal, él nunca habría tenido que enviar a sus
hombres en una misión que se los había tragado del todo
inexplicablemente, dejándolo con un único hombre en un país
extranjero, con el vory en casa esperando con todo listo para la
llegada del primer envío en poco tiempo.
Se puso de pie y miró desde arriba a la mujer que daba tantos
problemas. Si ella no hubiera valido dinero para sus patrocinadores,
ya la habría matado, y no despacio.
—Tres más —dijo otra vez y abandonó el cuarto, cerrando la
puerta insonorizada tras él.
* *
Consuelo recobró su juicio despacio. Tenía frío. Un frío terrible en
los huesos, como nunca había tenido. Al nacer en Tijuana y vivir en
San Diego, nunca había experimentado el frío auténtico, nunca había
visto la nieve. Ahora, era como si ella estuviera revestida de hielo.
Abrió los ojos, al principio no reconoció lo que veía. Una
extensión plana, una superficie reflectante. Se quedó mirando un
buen rato hasta que por fin comprendió. Agua. Agua por todas
partes y su propio vómito.
Parpadeó y las cosas comenzaron a centrarse. Yacía en el suelo,
desnuda, en un charco de agua. Temblaba convulsivamente, y tenía
la mente en blanco.
Ignoraba cuánto tiempo llevaba ahí, temblando y temblando en
el frío suelo de baldosas, moviendo solo los ojos. Nada tenía sentido.
Estaba acostumbrada a estar desnuda ―después de todo, así era
como trabajaba―, pero no así. Se sentía más que desnuda, se sentía
despojada de todo, hasta de su humanidad.
Estaba regresando a base de lentas y dolorosas escenas. La
crueldad de los ojos del ruso, las preguntas interminables, el casi
morir ahogada.
No podía recordar cuántas veces le habían puesto aquella tela
horrible sobre la cara pero sí que recordaba la consternación
desesperada de saber que se estaba ahogando, el estar al borde de la
muerte y, en el último segundo posible, de vuelta a la vida, jadeando
y temblando, entumecida por el miedo.
Y el ruso mirándola fijamente, sin expresión en su cara. Era casi
peor que algunos de sus clientes a los que en secreto les gustaba
infligir dolor. Ellos sonreían taimadamente mientras a hurtadillas te
pellizcaban con dureza o te tiraban del pelo demasiado fuerte.
Siempre había una sonrisa reservada, porque estaban haciendo lo
que más les gustaba, hacer daño.
Pero esto no se parecía en nada. Al ruso no le gustó lo que le
estaba haciendo. Tampoco le disgustó. Le era totalmente indiferente.
Sin duda si él hubiera considerado que aquello le ayudaba de alguna
manera, habría ordenado que su hombre siguiera vertiendo el agua
sobre la tela hasta que se hubiera ahogado de veras. Pero como ella
todavía ganaba buen dinerito para el Club Meteor, entonces no la
mató.
Nada de eso significaba algo para él.
Por supuesto, Consuelo nunca había significado nada para los
hombres que la compraban, ella lo sabía. Pero esto estaba un nivel
por debajo del horror del Club Meteor. Y todo llevaba el rumbo de
quedarse sumido en este nivel, ya que los rusos iban a quedarse. Se
decía que estaban metiendo tanto dinero en el club, que por lo que a
Sands respectaba, bien podrían matarlas a ella y sus amigas y usar
las pieles para hacerse abrigos.
Se incorporó vacilante y la mano se le resbaló en el agua,
aterrizando boca abajo en el suelo otra vez. Levantarse le pareció
imposible, algo superior a ella.
Estaba rota interiormente.
A menudo, después de las sesiones sexuales, quedaba herida de
algún modo. La mayoría de los hombres iban con prostitutas porque
así podían tratar a una mujer exactamente como les daba la gana.
Una esposa o una novia esperaban ciertas atenciones que algunos
hombres encontraban difíciles de dar. Algo se acumulaba dentro de
ellos que tenían que soltar durante el sexo pagado.
Consuelo estaba acostumbrada a sentirse usada y tirada, rebajada
por la lujuria y la frialdad. Pero eso era otra cosa, también. Era un
nivel de oscuridad y crueldad que nunca había sospechado que
siquiera existiera. Sabía que había tocado fondo. Si bajaba más,
moriría.
Había sentido cómo las alas oscuras de la muerte la rozaban. Las
enseñanzas olvidadas de las monjas en los barrios bajos de Tijuana
cuando era una niña pequeñita, antes de que su madre la
abandonara, de repente emergieron en su mente. Ella tenía un alma,
y justo acababa de ser tocada por el mismísimo Diablo.
Consuelo sabía, más allá de toda sombra de duda, que tenía que
salir de allí. Por su vida. Por su alma.
No podía quedarse ni un segundo más.
El suelo estaba resbaladizo y ella temblaba, débil. Tenía que
espabilarse, espabilarse ya. Tenía que escapar de ese lugar tan rápido
como pudiera.
Sands trataba a las chicas relativamente bien. Consuelo lo sabía.
Cuando la encontró era una cría abandonada viviendo en las calles,
le había salvado la vida. Dios sabía que él se lo había dicho bastante
a menudo.
Y Sands esperó hasta que ella tuvo quince años para entregarla a
esa clase de vida. Ahora, reconocía que él no lo hizo por la grandeza
de su corazón, sino que fue una decisión comercial con la cabeza
bien fría. Primero fueron las lecciones intensivas de inglés, de
comportamiento y las largas conversaciones con las mujeres más
mayores. La había convertido en una prostituta de lujo que ganaba
para él mucho más dinero del que ella sacaría en la calle.
Había estado tan agradecida. Le avergonzó darse cuenta de que
todos estos años había estado un poco enamorada de Sands. Se
despertaba habiendo soñado que se casaban y tenían niños. Los
sueños dejaban un calor persistente que duraba hasta el primer
servicio del día.
Tonta. Era una tonta. Y si no quería ser una tonta muerta, iba a
tener que moverse rápido.
El núcleo del frío todavía estaba allí pero sentía sus músculos
más fuertes ahora. Capaces de cargar con su peso. El miedo, el temor
y la determinación la abastecieron de combustible cuando colocó las
palmas de sus manos en el suelo resbaladizo.
Miró alrededor durante un segundo para ver a qué se podría
agarrar si sus piernas no resistían, y ahí fue cuando lo vio. Un
pequeño objeto metálico en el suelo detrás de un sillón. De no haber
tenido la cara pegada al suelo no lo hubiera visto. Eso le pertenecía a
él, al ruso5. Ella tenía un recuerdo casi tangible de él arrojando
descuidadamente una chaqueta de cuero oscura sobre el respaldo,
sin prestar atención porque había trabajo que hacer. Una mujer por
torturar.
Consuelo se deslizó por el agua, impulsándose con los codos,
extendió la mano y lo recogió. Un pequeño objeto con una tapa
extraíble. Una memoria USB.
Nada respecto al exterior del pequeño objeto metálico daba pistas
de lo que era, de lo que estaba contenido en su interior. Consuelo
solo esperaba que fuera algo que pudiera perjudicar al ruso6.
Se quedó tumbada en el suelo frío y mojado un rato, jadeando,
agarrando la memoria USB en su puño hasta que se calentó, la única
fuente de calor en el mundo entero.
Finalmente, apoyándose en las manos, se sentó, la cabeza le daba
vueltas y tenía náuseas. Después de otro minuto se puso de pie con
la ayuda de la silla.
Se miró a sí misma, desnuda y temblorosa. Tenía débiles marcas
rojas a través de su pecho, sus espinillas, muñecas y tobillos donde
las ataduras le habían mordido la piel. Además de aquello su piel
parecía pálida e incolora, con un gris subyacente, como de una
persona muerta. De niña había visto a mucha gente muerta, tirada
en las calles como animales por los narcotraficantes7. De niña,
pensaba que la muerte era la cosa más horrible que podría pasarle a
una persona.
Había estado equivocada.
Consuelo se vistió. Con lo esencial, las bragas y el vestido suelto
de lino que había tenido puesto. El sujetador y los zapatos eran
demasiado para ella. Mientras avanzaba hacia la puerta, echó un
vistazo a un espejo y se paró, sobresaltada.
Parecía una muerta en vida.
Consuelo se llevó una mano a la boca y observó a la mujer en el
espejo hacer lo mismo. Era como estar mirando a otra persona. La
Consuelo que conocía estaba muerta. Se asomó por la puerta, no vio
a nadie y se escapó.
Los pasillos estaban principalmente vacíos. La vida en el Club
Meteor realmente no comenzaba hasta las 22:00.
Consuelo sabía que parecía un fantasma cuando se encaminó
hacia su cuarto, un fantasma con los ojos salvajes, el pelo sucio y el
maquillaje corrido. Las pocas chicas que encontró al pasar iban con
la vista baja, y Consuelo se dio cuenta de cuántas veces había visto a
las mujeres del Meteor con aspecto de maltratadas desde la llegada
de los rusos8. Todas habían aprendido a dejarlo pasar, apartar la
mirada y fingir que nada estaba mal.
Ese era el principio de un camino que llevaba directamente al
infierno.
En su cuarto, fue al armario y sacó un par de vaqueros y una
camisa blanca.
Durante un momento se quedó mirando con aborrecimiento la
ropa que había en su armario. Colores brillantes, escotes muy bajos,
la ropa pensada para atraer a los hombres, ropa fácil de quitar para
que los hombres no tuvieran que trabajar para conseguir sexo.
Su mano se cerró en un vestido de raso azul que le sentaba muy
bien. Que hacía que su piel resplandeciera y destacaba sus pechos.
Lo odiaba. Ahí en su cuarto, había al menos $50.000 en vestidos de
noche y lencería fina, y sus manos temblaron ante el deseo de
reducir a tiras todo ese raso, seda y encaje. Cortarlo todo y después
quemarlo.
Pero no se atrevió. El tener alguna posibilidad de escapar pasaba
porque nadie diera la alarma hasta mañana por la tarde. Su primer
cliente era a las 21:00.
A esas horas estaría muy lejos del cliente, un abogado famoso
que últimamente se había descontrolado unas cuantas veces,
mostrándose tal cual era.
Así que en lugar de hacer trizas su ropa o tirarla al suelo, dejó el
armario como estaba, impecable y organizado.
Era tan fácil alejarse de todo aquello.
Sus manos comenzaron a temblar otra vez cuando sacó una
tarjeta de un bolsillo escondido en el forro de su bolso, ya que sus
cuartos eran rutinariamente registrados. La mayor parte de las
chicas memorizaron el número y así lo hizo también Consuelo, pero
le gustaba tanto la tarjeta que la guardó porque era tan bonita.
Una tarjeta de visita normal, de color crema, con solo un número
y un pájaro estilizado en vuelo.
Libertad.
Se rumoreaba que una de las personas tras ese número era el
hermano de Chloe. Si eso era cierto, Consuelo solo podía esperar que
él no la culpara del ataque contra Chloe. Independientemente de la
decisión del hombre, él era ahora su única esperanza.
Marcó los números y esperó, temblando. Cuando una calmada
voz femenina contestó, ella dijo:
—Estoy en problemas. ¿Puede ayudarme?
Capítulo 15
La Torre
Coronado Shores
—¿Tienes hambre? —preguntó Mike—. Al final no te di de
comer.
Chloe estaba en coma sexual. Casi ni entendía lo que le decía.
Más que oír las palabras, sentía su profunda voz resonar en su pecho
y, ya que estaba desnuda sobre él, resonaba contra su propio pecho
también.
—¿Tienes?
Aquel atrayente sonido eran palabras, y por lo visto significaban
algo. Debería estar prestándoles atención, en vez de regodearse en
esos tonos bajos increíblemente masculinos.
Mike restregó su barbilla contra el cabello de ella. Tenía un
principio de barba y el pelo se le quedó enganchado, tirándole un
poquito. Aquel puntito de dolor la hizo regresar a la realidad.
Él había dicho algo… ¡comida!
Chloe estaba a punto de responder que eso era lo último que
tenía en la cabeza cuando su cuerpo habló por ella. Su estómago
rugió sonoramente. Él se rió y, después de un segundo, también lo
hizo ella.
—Por lo visto, estoy hambrienta. —Y lo estaba: famélica. Guau.
Así de repente. Aquella explosión de sentimientos totalmente
nuevos la habían enmascarado. Levantó la cabeza de su pecho y
sonrió al mirarlo a los ojos—. ¿Qué me ofreces?
¿Aquella voz proveniente de su boca era la suya? Era sensual,
ronca. Mike sonrió, tomó su mano y la movió hasta su entrepierna.
Su pene todavía estaba duro como el acero, resbaloso con sus
líquidos. Chloe levantó las cejas. Estaba agotada pero él parecía tener
pilas inacabables. No quería tener sexo ahora mismo pero aun así…
su mano le rodeó instintivamente. Lo sintió engordar incluso más,
moviéndose en su mano.
Como el Príncipe Encantador besando a la Bella Durmiente en los
labios y trayéndola a la vida. Solo que era al revés y usando otra
parte de la anatomía.
La respiración de Mike salió con un siseo y entrecerró los ojos. El
sonido sonó a dolor, y un par de horas antes Chloe habría levantado
la mano, asustada, preguntándose si le habría hecho daño.
Pero ahora lo conocía mejor. No le estaba haciendo daño.
Ahora su rostro se movió formando una sonrisa conocedora.
—No vas a tener comida en un rato a menos que pares —dijo,
levantando el labio en una media sonrisa.
—Los hombres realmente son diferentes de las mujeres —meditó
Chloe, mirándose la mano que acariciaba su pene. Meneó la mano
lentamente, arriba y abajo y sintió la sangre fluir por él. Estaba de
nuevo de color rojo oscuro, la enorme punta redondeada de un tono
ciruela.
Su pene era la cosa más fascinante del mundo. Había estado en el
Tate, el Louvre y los Uffizi, y no había nada que se le comparara.
—Bueno… sí. —Mike levantó las caderas un poco para ponerse
más profundamente en su mano. Su tono fue de: «pues claro que los
hombres y las mujeres son diferentes».
—Me refiero a que no somos… tan obvias en nuestro deseo. No
es tan fácil de decir cuándo estamos excitadas. Y, bueno, también
tenemos un botón de encendido y apagado. No es que tenga
demasiada experiencia, pero parece que ese botón tú no lo tienes por
ningún lado. Estoy reventada y tú todavía estás listo para continuar.
Como una especie de Conejito Duracell.
Era una broma facilona, pero esperaba que él se riera. En vez de
eso, su cara se oscureció y sus caderas dejaron de moverse. Puso su
mano sobre la de ella y detuvo sus movimientos.
—Yo —comenzó a decir—. Yo no… —se detuvo, apretando los
labios fuertemente. En su interior había algún tipo de fuerte
emoción. Su garganta se movía pero no le salían palabras.
Vaya si Chloe entendía aquello, la necesidad de decir algo pero
no ser capaz de hacerlo. ¿Cuántas veces había querido decir algo que
se le había atascado en la garganta? Si la anatomía humana fuera
unas cañerías, su garganta estaría atorada con palabras oscuras y no
pronunciadas.
Levantó la mano para apartarla. Mike quería decir algo y no
podía. Sería cruel distraerle con sexo.
Se sentó y se cubrió con la sábana. No era modestia. Mike se
había regodeado con sus pechos, conocía cada centímetro de ella.
Pero el instinto le decía que era un momento para hablar, no para
sexo.
Su garganta chasqueó y ella se compadeció de él. Le tomó la
mano, la examinó. De hecho, su mano era casi tan fascinante como
su pene, y había sido la fuente de casi el mismo deleite. Su mano era,
definitivamente, un órgano sexual.
Y bonita. Larga, rugosa, callosa. Inmensamente fuerte, con
grandes venas sobresaliendo del dorso. El epítome de una mano
masculina. Absolutamente diferente de la suya.
Enroscó sus dedos con los suyos. Un gesto de afecto, más que de
sexo. Significaba apoyo, no excitación.
—¿Hay algo que quieras decir, Mike? —preguntó amablemente.
Él apartó la mirada, apretó la mandíbula y luego soltó aire y
volvió la cabeza hacia ella.
—Sí, lo hay —se detuvo. Su garganta funcionaba, los músculos se
movían. Aquello era obviamente difícil para él. Chloe entendía lo de
difícil. Esperó.
Otro largo aliento salió de él. Sus dedos se tensaron en los suyos.
—Imagino que ahora es tan buen momento como otro para decir
esto. Es difícil porque no es bonito. Me he acostado con mucha
gente, Chloe.
Ella sonrió. Su hermoso rostro era tan solemne, tan serio, como si
estuviera contándole un secreto de estado.
—Lo sé, Mike. Ellen y Nicole me lo contaron y, bueno, Harry
también. Ellos, hum, dejaron bastante claro que tú… habías ligado.
Mucho.
Ligar. Era una manera suave de decirlo.
—Pero no en los últimos seis meses —dijo, beligerante, como si
ella fuera a negarlo—. No desde el día que te conocí.
Después de eso se calló de golpe. El silencio en la habitación se
hizo pesado, luego opresivo. No dijo ni una palabra.
Su cuerpo, sin embargo, sí hablaba. Cada músculo estaba en alta
tensión, un cuerpo completamente comprimido. Lo que quería decir
era doloroso. Era como si ni siquiera tuviera las palabras para
comunicarlo.
Chloe apoyó la otra mano contra su torso, justo sobre su corazón.
Su latiente corazón.
—Tienes algo que decir, Mike. Me doy cuenta. Y parece que es
difícil para ti. Lo que sea, puede esperar. Tal vez mañana…
—¡No! —respiró y dijo más calmadamente—: No. Necesito
soltarlo. —Miró abajo, a su regazo, donde su pene rígido le llegaba
casi hasta el ombligo. Tan tieso que tendrías que tirar para apartarlo
de su musculoso abdomen—. Allá va. Tengo una gran necesidad
sexual. Algo que la mayoría de la gente considera bueno. Soy un
hombre, relativamente joven, saludable. Tener una gran necesidad
sexual parece que va con todo el pack, ¿no?
Estaba sudando. Una gota de sudor resbaló por su mejilla y cayó
hasta su pecho. Había tanta tensión en él que parecía un tenedor
clavado. Chloe no tenía ni idea de cómo aliviarle. Lo único que podía
hacer por él era estar quieta, y atender.
Chloe asintió.
—Pues no. —Las palabras salieron a través de su mandíbula
apretada—. En todos estos años nunca ha sido una diversión buena,
nunca ha sido limpia, sana. No se sentía sana, se sentía enferma. Era
más que una picazón que había que rascar. Era como, como si algún
veneno terrible se acumulara en mi cuerpo de manera regular y solo
pudiera sacarlo a través de mi polla. Tenía toda esta tensión que se
acumulaba y simplemente no podía estar quieto. Era como estar
poseído. Tenía que salir y hacer algo al respecto. Y sin siquiera
planearlo. Acabaría en un bar. Exactamente el tipo de bar al que una
mujer en busca de ligue iría. No sé… creo que yo debía de emitir
algún tipo de vibración especial u olor, o silbido para perros o algo,
porque cinco minutos en el bar y alguna dama se me acercaba.
Siempre igual, como un reloj. Cinco minutos, diez, y una mujer se
estaba bebiendo mi cerveza y diciéndome su dirección. Aprendí hace
mucho a reconocer a las profesionales. Pagar por ello era ir
demasiado lejos, incluso para mí. Pero cualquier otra era juego
limpio mientras no estuviera casada o viendo a alguien. Aquella fue
otra línea que marqué. Pero eso deja a un montón de mujeres en el
juego. Yo era como esa granada a la que alguien le había quitado el
seguro. Así que recogía a la follada del día… —Se detuvo, mirándola
fijamente con sus ojos azul claro—. Lo siento, pero eso era
exactamente lo que era. No puedo endulzarlo.
Él temblaba bajo sus manos. Ella mantuvo la voz calmada y baja,
exactamente como si hablara con un animal angustiado.
—Está bien, Mike.
Él meneó secamente la cabeza, negando.
—No, no está bien. No está ni cerca de estar bien. —Inspiró
profundamente, tembloroso—. Así que… iba con esta mujer, casi
siempre a su casa porque no me gusta que venga nadie a la mía. Y
follábamos. Y follábamos y follábamos. Podía seguir todo el tiempo
que tuviera que seguir. Una vez oí que habíamos perdido a dos
chicos con los que entrenábamos. Una bomba caminera en Irak. Salí,
me busqué tres mujeres y follé durante veinticuatro horas sin parar.
Yo estaba como en un encantamiento. Tenía demasiado por sacar, sí,
pero no era eso. Era como si… como si bebía lo bastante, follaba lo
bastante fuerte, el tiempo suficiente, yo no…
Se le volvió a cerrar la garganta. Su cuerpo entero daba enormes
muestras de estrés. Tenía los ojos rojos, el aliento salía
superficialmente de su ancho pecho.
—Morirías —dijo Chloe, y él se giró hacia ella de golpe.
—¿Qué?
—Si follabas lo bastante fuerte, el tiempo suficiente, no morirías.
Era la clásica historia de adicción. Dios sabía que había
escuchado muchísimas cuando era voluntaria en la línea telefónica
de ayuda y en el refugio en Londres. Los medios variaban pero el
mecanismo no. Drogas, alcohol, sexo. Aquellos eran los clásicos pero
también había otros. Algunos tenían fetiches con la comida, otros
tenían que gastar dinero hasta que estaban en bancarrota y aun así
seguían, otros se hacían cortes… lo había visto todo y lo había oído
todo.
La historia siempre era la misma, cuando cavabas lo suficiente.
Las adicciones eran como un muro entre tú y la nada. Hasta que
descubrías que la adicción era la nada.
El cuerpo de Chloe no soportaba bien el alcohol. De otro modo,
se preguntaba si podría haberse vuelto alcohólica, simplemente para
llenar el enorme vacío en el corazón de su vida.
El caso de Mike estaba muy claro. Había visto cómo su familia
era masacrada cuando era solo un jovencito. Estaban muertos y él
vivo. Hizo lo que pudo para evitar recordarlo cada segundo de cada
día.
—No, por supuesto que no. No es eso para nada. —Ansioso,
Mike apartó las mantas y se levantó. Cada músculo estaba tenso. Sus
venas sobresalían como si su cuerpo estuviera lanzando más sangre
a las extremidades, preparándose para la batalla—. ¿Que follaba y
bebía para así no morir? —Hizo un sonido de disgusto con lo
profundo de la garganta—. Eso es de locos. Yo no estoy loco. —Con
un dedo tembloroso la señaló, sus ojos asalvajados—. ¡No estoy loco!
—No, por supuesto que no. —Chloe dobló las piernas y se las
llevó al pecho, rodeándose las rodillas con sus brazos. Entendía la
reacción. No tenía miedo de Mike, de ninguna manera, pero
instintivamente su cuerpo se enroscaba sobre sí mismo en la
presencia de un macho fuerte y alterado—. No he dicho eso. Lo has
dicho tú.
Mike caminó por la habitación, con pasos largos y rápidos. Se
pasó las manos por el cabello, que ya estaba revuelto por su sesión
de amor. Se le quedó de punta, sudado. Estaba incluso más excitado
sexualmente que antes. Parecía que todo su cuerpo estaba en
intranquilo movimiento excepto su pene, apoyado como una roca
sobre su plano abdomen.
Estaba que zumbaba, la agitación casi visible en su piel.
Chloe le observó ir y venir, deseando poder ayudarle, sabiendo
que no podía. Tenía que hacerlo él mismo. Les pasaba a todos. Era
una enorme lección que había aprendido de su trabajo en centros de
ayuda y de su propia terapia. Te podían ayudar, pero el verdadero
trabajo, bueno, ese tenías que hacerlo tú solo.
Mike se resistía.
—No tenía miedo de morirme si no follaba. Eso es una locura.
Pero había algo más, algo realmente oscuro e incontrolable. Eso…
esa cosa aumentaba en mi interior y yo iba a explotar si no podía
sacármelo de encima. Excepto en batalla. Esquivar balas parecía que
me ponía en mi sitio. En combate, soy El Hombre. Frío como el hielo.
El Jodido Francotirador, con nervios de acero. Una vez me quedé en
mi escondite tres días con mi traje de combate para un disparo. Sabía
que tendría una oportunidad de un minuto de duración en esos tres
días, así que no comí, bebí muy poco, siempre con el ojo en la mira, y
no dormí. No podía moverme ni un centímetro. Mi ritmo cardíaco
aminoró. No pensé en mi polla ni una vez. Regresé a los Estados
Unidos y entonces se me levantó y así continuó.
—Lamento muchísimo lo de tu familia, Mike —dijo
calmadamente, y él se detuvo de golpe y giró, como si le hubieran
disparado en el corazón.
¿Había sobrepasado los límites? Durante un segundo, se lo
preguntó. Él parecía un salvaje, con el pelo pegado a la cabeza, los
ojos rojos conteniendo las lágrimas y vibrando por la tensión.
—¿Lo sabes? —su voz era ronca, rugosa.
Ella asintió.
Mike quedó paralizado durante un minuto, dos. Luego se
restregó la cara rápidamente, como si despertara. Cuando apartó las
manos de su rostro, las mejillas estaban húmedas por las lágrimas.
—Ay, Dios. —Se sentó de golpe en un lado de la cama junto a
ella. El colchón se hundió por su peso. Apretó las palmas de sus
manos contra los ojos—. Lo veo casi cada noche. Lo veo, una y otra
vez. A veces odio pensar en intentar dormir, porque lo veré en mis
pesadillas, ¿sabes?
—Sí —susurró Chloe—. Lo sé. —Su mano se acercó, dudosa, al
hombro de él, luego la dejó caer encima, suavemente. Podía sentirlo
temblar bajo su mano, como si su piel no pudiera soportar contener
sus pensamientos—. ¿Quieres hablar de ello?
Mike miró al suelo durante tanto tiempo que ella decidió
levantarse, darle un poco de espacio. Su mano tomó la de ella.
—No te vayas.
Ella volvió a sentarse, esperando.
Estuvieron sentados así, con Mike mirando el suelo, durante casi
una hora. A Chloe no le importó. Estaba acostumbrada a esperar.
Algunas veces parecía que toda su vida había sido una espera. Y, en
cierto modo, así fue. Había estado esperando aquello.
Podía esperar todo el tiempo que fuera necesario.
Finalmente la tensión abandonó el cuerpo de Mike con un
enorme suspiro.
—Nunca hablo sobre ello. Nunca. Sam y Harry saben solo lo
básico. Cuando nos conocimos en casa del Viejo Hughes, yo era un
salvaje. Me habían echado de cuatro casas de acogida. No podía
hablar sobre aquello en absoluto. No tenía las palabras. Y aunque
quisiera, Sam y Harry no lo habrían entendido, no en realidad. La
madre de Sam lo echó a un contenedor de basura cuando era un
bebé. ¿La madre de Harry? Tenía adicción por hombres mierdosos y
drogadictos.
Se paró de golpe, mirándola. Comprendiendo.
—Ay, Dios, también era tu madre, cariño. Lo siento.
Chloe asintió. Por desagradable que fuera, era la verdad. Lo que
sabía de su madre biológica era que era una drogata con afición por
otros drogatas. Preferiblemente violentos.
—¿Qué podía decirles? —Mike se encogió de hombros—. La cosa
era que ambos crecieron en la miseria, en absoluto amados. ¿Cómo
iba yo a hablar de mi familia? ¿La familia que había perdido? Mi
padre y mi madre eran… eran los mejores. Los mejores padres. Yo
eso no lo sabía de niño, claro. ¿Qué saben los niños? Piensan que su
mundo es el único mundo que existe. Así que en mi mundo, todos
los maridos querían a sus mujeres y todas las mujeres querían a sus
maridos. Y ambos querían a sus hijos. Papá era ingeniero en una
compañía que diseñaba aviones para Boeing. Mi madre enseñaba en
la secundaria. Éramos cinco. Yo tenía dos hermanos, los dos mayores
que yo. Eddie y Jeff. De doce y catorce años. Yo era el pequeño, el
renacuajo. Era pequeño para mi edad. Me tomaban mucho el pelo,
pero nadie de fuera de la familia jamás se metía conmigo porque
Eddie y Jeff me cubrían las espaldas, siempre. Si alguna vez me
pegaban, Eddie y Jeff se aseguraban de que no volviera a suceder.
Los Keillor. No te metas con ellos porque vas a lamentarlo. —Soltó
una media risa y meneó la cabeza—. Pensaba que éramos la familia
promedio, pero no lo éramos. Éramos algo escaso y especial. Cinco
personas que se querían mutuamente. Eso no pasa a menudo en este
mundo.
Era verdad. Chloe intentó imaginárselo, imaginarse en el
amoroso abrazo de una familia unida. Había tenido una
degustación, desde el exterior, en aquellos últimos seis meses, y era
maravilloso. Pero tener aquello de niño, no conociendo nada más, y
que luego te lo arrebataran. Eso acabaría volviendo loco a
cualquiera.
Mike volvió a mirar el suelo fijamente.
—¿Quieres contarme lo que pasó?
Sus palabras parecieron sacarlo de su ensimismamiento. Él la
miró, solo una rápida mirada de reojo, como una ráfaga de luz azul.
Chloe mantuvo su cara sin expresión, como bien sabía hacerlo. Pero
era difícil no reaccionar al dolor crudo de su rostro.
—De acuerdo. Te lo contaré. Jamás le he contado a nadie la
historia entera. —Soltó una temblorosa respiración, miró fijamente
hacia sus rodillas—. Doce de marzo. Yo tenía diez años. Es sábado, y
estamos yendo a la playa. Papá se detiene en una gasolinera. Ya
sabes, uno de esos sitios con un pequeño supermercado.
Ella asintió, aunque él no la estaba mirando.
—Mamá se olvidó la pelota de voleibol en casa. De todas formas
era vieja, dijo. Podemos comprar una nueva. Así que fuimos, compró
la pelota de vóley, compró un set barato de ping pong y cinco coca-
colas. Yo quería unas barras de Snickers pero mamá se plantó ahí.
Había hecho sándwiches y no le gustaba que comiéramos comida
basura. Miré a Eddie y Jeff, esperando que hicieran algún signo
como de que ellos la comprarían sin que mamá lo supiera y que me
la pasarían luego. Pero nada9. Nada de Snickers para mí. Solté un
puñetazo y una patada mientras ella pagaba. Yo era el pequeño de la
familia y estaba bastante malcriado. No sé en qué estaba pensando.
Tal vez pensaba en robar el Snickers y meterlo en el bolsillo de mis
bermudas, porque era un crío de reformatorio en ciernes. Lo que
fuera. No lo recuerdo. Mamá, papá y mis hermanos me estaban
esperando. Mamá me llamó, dijo que era hora de irnos. Yo estaba en
el otro lado de la tienda, mirando los Snikers, cuando ellos…
entraron.
Los asesinos de sus padres. Chloe le estrujó el hombro.
—Eran dos. Yo tenía una buena vista entre los pasillos. Miré
fijamente porque jamás había visto a alguien como ellos. Dos tipos,
uno alto, el otro bajo, los dos flacos como un palillo. Con rastas,
pantalones caídos hasta la entrepierna, zapatillas deportivas
desatadas. En aquel entonces era un nuevo look, era antes de que se
pusiera de moda y todos los críos quisieran parecer presidiarios.
Ellos para mí eran como extraterrestres, con caras rojas, cayéndoles
el moco de la nariz. Soltaban risitas locamente, cuando hablaban no
tenía sentido lo que decían. Los ojos les daban vueltas en la cara
como si fueran ponis. Cargados hasta las cejas. Hace un par de años,
cuando todavía estaba en los SWAT, accedí a los archivos del caso.
Los tipos estaban volando más alto que una cometa con cocaína. Y
ambos tenían niveles de alcohol en sangre a más de 1,02 por ciento.
Es totalmente posible que no tuvieran ni idea de lo que estaban
haciendo, actuando totalmente por instinto animal.
Se sentó en un lado de la cama, con las rodillas abiertas, las
manos entre ellas, la cabeza colgando baja. Observando el trágico
pasado.
—Leí la transcripción del juicio. Uno de los abogados argumentó
que el Asqueroso Uno estaba tan mentalmente dañado por las
drogas y el alcohol que no tenía consciencia de lo que estaba
haciendo y solo seguía lo que el Asqueroso Dos le dijo que hiciera.
—¿Coló? —El corazón de Chloe ya le dolía.
—No, gracias a Dios. El juez tenía mucho sentido común. Les
echó cuarenta años. Tantos como le fue posible.
—Bien —dijo ella, y él sonrió someramente—. Así que estos dos
delincuentes entraron al supermercado. ¿Y?
—Y exigieron al cajero que abriera la caja registradora. Me
imaginé aquello más tarde. Personalmente los catalogué como bichos
raros y regresé a mirar el expositor de dulces al otro lado de la
tienda. —Su voz era oscura, amarga. Soltó las palabras una a una
como si fueran veneno—. Mi familia estaba bajo amenaza y yo
meditaba en robar dos barras de Snickers.
Chloe aprovechó la oportunidad y le frotó entre los omoplatos.
La tensión le corría hasta los huesos. La emitía a oleadas.
—Eras un niño pequeño —dijo amablemente—. Y no era tu
mundo.
Mike meneó la cabeza como apartando oscuros pensamientos.
—El cajero no fue idiota. Vació la registradora. Había ciento
treinta y siete dólares con treinta y dos. El precio de mi familia. Ni
siquiera ciento cuarenta pavos. Unos veintiocho por cabeza,
incluyendo al cajero… cuando vieron la cantidad, los asquerosos se
volvieron locos, empezaron a gritar. El alto sacó una pistola. El tío
detrás de la caja registradora, en realidad era un crío de diecinueve
años. En la cinta parecía que tuviera doce. Este niño en la
registradora estaba temblando, se saca lo que tiene en los bolsillos.
Ni diez pavos. Ambos mierdosos gritan incluso más. Esta vez
comprendo que pasa algo y camino por el pasillo hacia donde está el
jaleo. Mi padre me ve y menea la cabeza, para que me quede quieto.
El cabrón… lo siento. —Eso con una mirada con ojos entrecerrados
hacia ella.
Chloe asintió. Cabrón le sonaba bien.
—El asqueroso con la pistola la está moviendo en el aire,
parcialmente cubriendo a mi familia. Papá está delante, los brazos
extendidos, mamá, Eddie y Jeff detrás de él.
Mike se detuvo, respirando pesadamente. Chloe continuó
apoyando la mano en el valle profundo y sólido entre sus omoplatos
y esperó.
—En aquel momento pareció que durara una eternidad, todo a
cámara lenta, pero el reloj de la cámara de seguridad dice que todo
aquello duró dos minutos cuarenta segundos.
Dos minutos cuarenta segundos que cambiaron su mundo para
siempre. No hacía falta que Mike lo dijera.
—El empleado bajó la mano para darle al botón de llamada a la
policía y el mierdoso con la pistola, quien probablemente estaba
viendo doble, abrió fuego sin más. Le voló la cabeza. De nuevo mi
padre me hizo un gesto para que estuviera quieto. No era necesario.
Yo no me podría haber movido ni un centímetro. Estaba en estado de
shock. Papá intentaba acercarse hacia la puerta cuando el tipo se giró
y empezó a disparar. Era una semiautomática y recuerdo observar
las carcasas de latón hacer tirabuzones en la luz. Él simplemente…
abrió fuego. Les disparó como a animales. Quedaron hechos un
montón, papá encima del todo, todavía con los brazos abiertos,
todavía intentando protegerles. El otro mierdoso resbaló en la sangre
y cayó, riéndose como un lunático.
Chloe podía verlo tan claramente en su mente… la familia caída,
la sangre, el loco de la pistola, el niño horrorizado.
—Yo era realmente bueno en baloncesto, realmente bueno. Hasta
que… hasta que sucedió aquello yo quería ser jugador profesional de
baloncesto cuando creciera. Tenía una buena mano lanzando. Agarré
latas de ensalada de frutas y de salsa de tomate y se las lancé tan
fuerte como pude, primero al de la pistola y luego al tipo que aullaba
de risa en el suelo. Con el primer lanzamiento le di al que disparó,
dejándolo inconsciente, y también atiné con el otro. No me detuve ni
por un instante, les lancé lata tras lata, aunque estaban en el suelo, y
cada lanzamiento fue a la cabeza. Sus cabezas sangraban, les rompí
las mandíbulas, los pómulos. Gritaba, histérico. Solo me paré cuando
aquel tipo grande con uniforme azul amablemente me tomó por los
brazos y me detuvo.
—La policía —dijo Chloe.
Él asintió secamente con la cabeza.
—Polis, sí. Realmente no recuerdo lo siguiente. Buscaron
familiares, pero mis dos padres eran hijos únicos, todos nuestros
abuelos estaban muertos. Se me asignó a un trabajador social que
«manejó» las finanzas de mi familia y acabó destruyéndolas. Se me
puso en una serie de casas de acogida. Rápidamente me gané la
fama de problemático. Luchaba endiabladamente con todos. Se
acabó la lista de hogares aceptables hasta que aterricé en el último de
la lista, el único hogar que me aceptaría porque como niño
problemático el estado pagaba más. La casa la llevaba un monstruo
sádico llamado Hughes. Pero Sam y Harry estaban allí y nos
guardábamos las espaldas. Me uní a los Marines tan pronto fue
legalmente posible.
—Lo siento mucho, Mike —dijo Chloe calmadamente. Las
palabras no significaban nada pero le salieron desde el fondo de su
corazón. Porque él le había contado la historia de un niño cuyo
mundo estalló en una tarde.
—No tenía que haber pasado —dijo roncamente.
—¿Qué?
—No tenía que haber pasado. Nada de aquello. Podríamos haber
continuado hasta la playa cuando aquellos asquerosos entraron en la
tienda si yo no hubiera sido un mocoso malcriado. Toda mi familia
fue asesinada como perros porque yo quería unas jodidas… —paró
de hablar y volvió a atascársele la garganta— barras de Snickers. Mi
madre y mi padre y mis dos hermanos, muertos por mi culpa.
Chloe tragó aire, consternada.
—Oh no, Mike. —Se inclinó para mirarlo a la cara, intentando
captar sus ojos. Él no levantó la cabeza. Podía ver los tendones de su
cuello sobresaliendo, los surcos de sus facciones profundas—. ¡No
fue culpa tuya! Nada de aquello lo fue. No puedes pensar que
podrías haber detenido a dos drogadictos, uno de los cuales estaba
armado.
—Deberíamos haber estado fuera de allí, en la carretera, si no
fuera por mí.
—Eso es pensamiento mágico. Y tú mismo dijiste que todo pasó
muy rápido. Probablemente los cinco todavía habríais estado allí y
tú también estarías muerto.
Mike tembló bajo su mano y Chloe tuvo un sorprendente flash de
entendimiento. Él deseaba haber muerto también, junto con su
familia. El hecho de que hubiera sobrevivido no era un consuelo, no
para él. Era una maldición. Todavía lloraba a su familia muerta,
todavía sentía culpa. Tenía una manta de acero de culpa
envolviéndole los hombros, un peso tremendo cada minuto de cada
día.
Chloe le entendía profundamente. Toda su infancia y hasta muy
recientemente, se echó la culpa porque sus padres no podían amarla,
no la amaban. Jamás habían intentado mostrar ni siquiera un falso
afecto. Y ella se echaba la culpa por ello, todos los días. Se
preguntaba, a diario, lo que había hecho para alejarlos. Intentó ser
callada y obediente en las raras ocasiones en las que su madre la
visitaba. Vio a su padre una vez al año; cada año hacía de todo para
ganárselo, para que mostrara algo de emoción hacia ella. Jamás
funcionó. Nada de lo que hacía funcionaba. Nunca.
Cómo rastreaba el rostro de su madre buscando algún tipo de…
algo. Algo que pudiera hacer para provocarle sentimientos
afectuosos, algo que pudiera decir, algo que pudiera ser. Era ese
enorme rompecabezas que nunca fue capaz de resolver, y siguió
dando vueltas a lo único que tenía sentido. En ella había un
tremendo defecto que la hacía imposible de amar. Algo en lo más
profundo de su ser. Era todo culpa suya.
Chloe comprendía hasta lo más profundo el ácido de la culpa
goteando como algo abrasivo en la corriente sanguínea. Entendía
que un niño llevara una carga demasiado grande para hombros
pequeños y jóvenes.
El corazón le dolió por Mike. Por haber conocido el amor de una
familia y perderlo, y sobre eso llevar aquella terrible carga de la
culpa casi toda su vida.
Aquellos enormes hombros temblaban, su cabeza estaba girada,
pero podía ver los ojos rojos, las mejillas húmedas.
Una oleada de ternura surgió en ella, tan fuerte que se sorprendió
de que la tierra no temblara por ella.
—Mike —susurró, empujando sus hombros para girarlo. Era tan
enormemente fuerte. No podía obligarlo a girarse, pero él lo hizo. A
ella se le partió el corazón un poco al verle la cara, la fuerza
mezclada con el sufrimiento, y ella se inclinó, apretando su mejilla
contra la suya. Las lágrimas eran frías pero la piel de debajo ardía—.
Suelta ya tu carga, querido. La has llevado demasiado tiempo. No es
tuya para que la lleves.
Lo estaba abrazando, sus brazos incapaces de rodear aquel
gigantesco pecho. Contra el interior de sus brazos y contra la piel de
su pecho, sintió unos temblores profundos, una oleada de
emociones.
—Suéltalo —volvió a susurrar, y él se estremeció, fuerte, como si
algo poderoso se moviera en su interior.
Chloe casi podía ver la carga de acero de la culpa abandonando a
Mike. Pareció casi como si levitara por un momento, algo oscuro
pasando a través de él y saliendo, luego se giró con ella entre sus
brazos y la tumbó en el colchón.
Sorprendida, Chloe le hizo espacio instintivamente. Su cuerpo y
su corazón se abrieron completamente, rodeándolo con brazos y
piernas. Él temblaba por la emoción, muy inusual en un hombre tan
fuerte y controlado. Chloe podía sentir la tensión de sus emociones
soltándose, podía sentirlo en la punta de sus dedos, bajo las palmas
de sus manos, a lo largo de su cuerpo.
Él la besó, ávidamente, chupando, lamiendo, como si su boca
tuviera algo vital para él. Como si no pudiera vivir sin su boca.
Levantó la cabeza solo un segundo, nariz con nariz, ojos azules
llameando al mirarla. Sus manos se enredaron en su cabello y le
tomó la cabeza. Las manos eran tan grandes que casi se la cubrían
por entero. La estaba sosteniendo tanto, manteniéndola quieta, como
si ella de alguna manera pudiera evitar sus besos.
Cuando, por supuesto, los ansiaba.
—Sé que debes estar dolorida —susurró—. Y sé que acabo de
decir que he usado el sexo como si fuera una muleta. Esto no es eso.
—Meneó la cabeza fuertemente, un rizo de cabello oscuro cayó como
una coma sobre su frente—. Aunque de verdad no sé qué coño es. Es
solo que ahora mismo necesito esto más de lo que he necesitado
nada en mi vida. Lo necesito. Te necesito.
Chloe lo observó. Jamás había visto tal intensidad en un rostro
humano. Era como si fuera capaz de ver más allá de sus ojos, ir
directo a su cerebro.
Ella asintió, tenía la garganta seca.
Mike soltó el aire que contenía, moviéndose entre sus brazos.
—Ábrete para mí. —La orden fue baja, gutural.
Ella instintivamente miró abajo, pero todo lo que vio fue un
pecho amplio, pectorales fuertemente definidos cubiertos con una
espesa mata de vello y parte de sus músculos abdominales.
—Me metería dentro de ti, pero no quiero mover las manos. Abre
tus muslos más, déjame entrar.
Mike se levantó un poco más y ella vio su pene, tan duro que
parecía de cera, tan grande que la asustó un poco.
No era el momento de estar asustada, ni siquiera un poco. Chloe
sintió que había estado asustada toda su vida, de cosas no vistas, de
cosas no dichas, de fantasmas. No iba a estar asustada ahora. No con
su hombre al que amar.
Movió las piernas, se abrió con una mano y le agarró con la otra.
Mike soltó un poco de aire cuando ella lo tocó. Estaba totalmente
quieto, sus grandes manos rodeándole la cabeza, mirando
intensamente a sus ojos. No se movió, casi ni respiraba. Aquel
poderoso hombre estaba dándole el poder a ella.
Y ella lo quería. Quería el poder en él, le quería a él.
Lo bajó, lo posicionó en su entrada, alzó las caderas un poco para
que se metiera dentro. Levantó la cabeza para que sus labios le
rozaran la oreja.
—Ahora, Mike —susurró y le mordió ligeramente el lóbulo.
Con un rugido que le salió desde el estómago y que a ella le puso
la piel de gallina, él empujó en ella. La llenó completamente, casi
doliendo, pero no. Inmediatamente pudo sentir que sus músculos
internos empezaban a acomodarlo.
—¿Estás bien? —preguntó Mike, ronco. Una gota de sudor cayó
desde su mejilla hasta uno de sus senos.
Chloe le empujó en la espalda hasta que estuvo completamente
colocado en ella, soportando todo su peso. Los huesos cedieron un
poco pero lo sentía maravillosamente bien. Levantó las piernas, alzó
las caderas para que él estuviera incluso más adentro. Tenía que
sentir su bienvenida. Cada célula de su cuerpo estaba sonriendo,
solo para él.
—Oh, sí —suspiró, agarrándolo incluso más fuerte—. Ámame,
Mike.
Lo hizo. Al principio fue lento, con golpes medidos,
completamente en control. La tocaba por todas partes, dentro y
fuera, la lengua imitaba sus empujes. Sus bocas y sus genitales
hacían ruidos húmedos, eran los ruidos de la total intimidad.
Chloe se dejó ir por completo, sus músculos laxos, como agua, los
empujes de Mike como suaves olas oceánicas enroscándose en la
orilla, sintió el mismísimo ritmo de la vida, una y otra vez…
Estaba tan relajada, sin pensar, solo sintiendo, que el orgasmo la
pilló totalmente por sorpresa. En un momento disfrutaba de la
calidez latiendo en oleadas por su cuerpo, rozando el calor,
disfrutando de sentir a Mike bajo sus manos, contra su pecho e ingle,
sintiendo los ritmos de sus estocadas y de repente, ¡pum!
Su cuerpo disparó, así. De un segundo al otro.
Ni fue aumentando, ni añadiendo más calor al que sentía en su
ingle, ni aumentó la tensión. Solo una repentina descarga eléctrica
tan grande que pensaba que su cerebro y luego su cuerpo
empezarían a convulsionar. No solo su vagina le daba tirones, todo
su cuerpo convulsionaba, un cosquilleante calor que la envolvía. Se
tensó, sintiéndose totalmente fuera de control, como una marioneta.
Instintivamente se agarró a Mike más fuerte porque él era la
única cosa estable en aquel mundo rojo ardiente que se había vuelto
del revés. Tenía los ojos cerrados pero tras los párpados era todo
rojo, como si una bomba hubiera explotado en mitad de la
habitación.
Chloe jadeó y Mike murmuró «síiii». Se estaba contrayendo
fuertemente alrededor de él, profundos tirones de su vagina que
podía sentir hasta el estómago mientras siguió en caída libre,
sosteniéndose fuerte contra Mike porque si no sentiría que caía en
algún tipo de abismo y no volvería a salir al otro lado.
Mike se movió en ella más rápido, más fuerte, haciendo que las
contracciones siguieran y siguieran. Durante un rato (y más tarde no
tendría ni idea de cuánto duró) Chloe perdió todo sentido de sí
misma, de ser un ente separado de Mike. Durante un rato fueron un
único organismo, un cuerpo, moviéndose estrechamente en unión,
alimentando el placer del otro como si fuera una enorme bola
dorada que se fueran pasando.
—Ay, Dios —dijo Mike entre alientos. Su voz sonaba ligeramente
sorprendida y temblorosa. Un escalofrío lo recorrió y se lo pasó a
ella.
Finalmente regresó algún tipo de consciencia a su cabeza, las
contracciones empezaron a remitir, ella comenzó a regresar a su
cuerpo y entonces, ¡pum!, Mike empezó a correrse con enormes
chorros calientes que pudo sentir contra las paredes vaginales y ella
volvió a correrse, oleadas de calor chispeando por todo su cuerpo.
Cuando acabó, estaba totalmente agotada.
Sus cuerpos estaban cubiertos de sudor. Más el de él que el de
ella, pero aún y así. Estaba húmeda alrededor de su entrepierna, otra
cosa hecha en conjunto. También olían. A sexo. Pero era algo
terrenal, olía bien, el olor de dos cuerpos que acababan de unirse.
La cabeza de Mike estaba enterrada junto a la de ella en la
almohada. Giró la cabeza un poco pero él siguió con la cara plantada
en el cojín. Respiraba pesadamente, casi jadeando, aquel enorme
pecho de barril se movía arriba y abajo. No se movió. No se salía de
ella pero tampoco la miraba.
Una pequeña marca de humedad bajó por su mejilla.
Otra oleada de ternura la recorrió, más poderosa que el orgasmo.
Mike se había dejado ir con ella por completo. No tenía ni idea de
cómo hacía el amor normalmente, pero no podía creer que la cosa
poderosa que acababan de compartir fuera algo que pudiera
experimentar cualquier noche con cualquier compañía.
Sencillamente las cosas no funcionaban así.
Él estaba tan afectado como ella y sucedió después de que le
contara la historia del asesinato de su familia y la terrible vergüenza
que llevaba consigo desde entonces.
No quería mirarla. Era posible que no pudiera mirarla.
Estaba bien. Chloe entendía muy bien. Las emociones eran
demasiado para él y Chloe sabía precisamente cómo era eso. Apretó
los brazos alrededor de sus hombros, sintiendo su absoluta fortaleza,
sabiendo que ahora estaba tan indefenso como un niño.
Ella le cuidaría, protegería sus sentimientos. Nadie menos ella
jamás sabría sus vulnerabilidades. También las cuidaría, las
salvaguardaría con ferocidad.
Él la había protegido. Por Dios, ella le protegería a él.
Le pasó la mano por el cabello, en punta por el sudor, y le acunó
la cabeza.
—Duerme, mi amor —susurró. El aliento de Mike salió y con él
algo de su tensión.
Chloe pensó que haría guardia sobre él, pero su propio
agotamiento y estrés pudieron con ella.
Al cabo de cinco minutos, cayó en un profundo sueño con una
tonelada de hombre encima.
Capítulo 16
* *
Mike había sido soldado gran parte de su vida adulta. Los
soldados no abrían los ojos lentamente, confiando en que el mundo
era un lugar maravilloso. Se despertaban de golpe, alertas al
instante, listos para la acción, sabiendo que el mundo estaba lleno de
hijos de puta asesinos que no podían esperar a atacar.
El ser soldado es una ocupación darwiniana. Aquellos que no
pueden saltar desde el sueño profundo al estado de alerta en un
segundo se quedan fuera muy rápido. Por lo general, al otro lado de
un cañón.
Los viejos hábitos tardan en morir, sobre todo cuando son del
tipo que fomentan la supervivencia. Él ya no era un soldado, pero
Mike todavía se despertaba en un instante, por lo general tratando
de averiguar cómo librarse de pasar tiempo con la mujer a la que
había follado la noche anterior.
Normalmente se despertaba con una sensación de vacío,
exhausto y melancólico, deseando saltar de la cama en la que se
encontraba y volver a casa. Donde se sentiría vacío, exhausto y
melancólico.
Oh tío. Ahora no. No, señor. Se sentía muy bien, a pesar de que
definitivamente no quería saltar de la cama y ponerse en marcha.
No. No tenía ninguna fuerza en sus músculos. Tío, no quería ir a
ninguna parte, no con el elegante y suave cuerpo de Chloe, medio
sobre él, medio fuera.
A veces tenía que recordar quién era la nena de la cama, pero
ahora no. Porque no era una nena, era Chloe.
Era un día soleado. Podía decirlo porque el interior de sus
párpados estaba pintado de oro. Y llegaba una brisa cálida desde el
océano, que agitaba las cortinas.
Se sentía limpio. Purificado. Purgado de alguna antigua bilis
negra que había envenenado su sistema desde siempre. No podía
recordar la última vez que se había sentido tan optimista. El sexo de
la noche anterior le había quemado vivo. Había reducido al viejo
Mike a cenizas y ahí estaba la nueva versión, listo para enfrentarse a
un nuevo día con una sonrisa alegre.
Mike no podía recordar la última vez que había pensado en
enfrentarse a un nuevo día con una alegre sonrisa. Tal vez nunca.
Se sentía… se sentía como debería sentirse una virgen después de
tener sexo por vez primera. En realidad no recordaba mucho sobre
su primera vez, con la excepción de que había sido de pie en una
puerta, porque había estado borracho aquella vez. Pero si hubiera
tenido una vida diferente, si no hubiera estado tan jodidamente
cabreado todo el tiempo, podía imaginarse que su primera vez se
sentiría así. Como si él, personalmente, hubiera descubierto todo un
nuevo mundo de placer.
Excepto que en vez de descubrir el sexo con alguna sosa
estudiante a los diecisiete, lo había descubierto con Chloe, que era
cualquier cosa menos sosa.
Era tan sabia y adorable.
Y tan caliente.
Tío, era un tipo con suerte.
—¿Mike? —Chloe empujó contra su hombro.
—¿Humm?
Ella se escurrió por debajo de su brazo, mientras él gemía por la
pérdida de su leve peso y su calor. Podía detenerla en cualquier
momento. Sin lugar a dudas. Salvo, espera, no parecía tener ningún
control sobre su cuerpo. Sus músculos habían sido sustituidos por
algodón. Trató de aferrarse a ella, pero su mano cayó de vuelta al
colchón.
—Mike Keillor —le reprendió—, prometiste por dos veces
alimentarme anoche y sin embargo aquí estoy, todavía hambrienta.
Deberías avergonzarte de ti mismo. Una niña podría morir de
hambre aquí.
Las palabras fueron un sonido ligero, suave desde algún lugar en
el horizonte. No les prestó mucha atención. Le gustaba el sonido de
la voz de Chloe.
Un susurro de sábanas, la cama se hundió ligeramente, y pudo
oír el suave golpeteo de pies descalzos.
Chloe tenía pies bonitos. Su mente vagó ligeramente hacia un
estado de meditación con los pies de Chloe, mientras los agradables
sonidos de una ducha llenaban la habitación con el sonido relajante.
—Está bien —dijo ella, de vuelta en el dormitorio—: Creo que
voy a tener que cocinarme algo yo misma. Vamos a ver qué tienes.
Espero que haya algo con lo que trabajar.
Pudo oírla salir.
Una arruga se formó en su frente. Chloe. Cocina.
El zumbido se hizo más intenso, más oscuro.
Error de cálculo.
Abrió los ojos de golpe. Chloe en la cocina. ¡No, no, no!
Impulsándose, se levantó de la cama y se puso una bata. Chloe y
las cocinas no eran una buena combinación. Chloe en la cocina era
un desastre en ciernes. La mujer no tenía ninguna noción de cocinar,
pero estaba interesada en aprender. Después de comer uno de sus
experimentos, no importó cuánto la amara, no pudo tragar el resto.
Ni siquiera Merry, que la adoraba, pudo comer más de un bocado o
dos.
Chloe en la cocina no era bueno.
Corrió a la cocina, luego se detuvo en la puerta, mirándola
moverse bajo el sol caliente de la mañana. Era cierto que no sabía
cocinar. Pero, de nuevo, era tan jodidamente bonita.
Llevaba una de sus camisetas, que le llegaba hasta las rodillas y
ondeaba en torno a sus brazos. Estaba descalza, un bonito pie sobre
el otro mientras se concentraba en quemar la tostada. Había
sintonizado la radio del mostrador en una emisora de rock clásico y
balanceaba ese bonito trasero al ritmo de «Hotel California».
Era como una pequeña princesa de las hadas llegada desde el
cielo para quemar su café y hacer huevos revueltos con trozos de
cáscara.
Él no había dicho ni una palabra, pero ella de repente dejó la
cuchara de madera que estaba utilizando para empujar una masa
fibrosa de huevos por la sartén y se giró.
El mostrador era un desastre y la comida olía horrible. Sin
embargo, ella le sonrió y su corazón simplemente dio un vuelco en
su pecho.
Chloe.
A la mierda. Contrataría un cocinero.
—Ten. —Su sonrisa era cegadora. ¿Cómo diablos se iba a resistir
un hombre? Le tendió una taza—. He hecho el desayuno.
—Eso está bien, cariño. —Tomó la taza, tratando de no vomitar
ante el olor a goma quemada, y tomó un sorbo. No estaba tan malo,
si no te importaba el sabor. Por lo menos estaba caliente.
—Siéntate —le ordenó ella y colocó una sartén humeante sobre la
mesa de la cocina. La tostada quemada la siguió en un plato. Había
puesto la mesa de forma agradable, hurgando en sus armarios para
encontrar platos presentables, colocando paños de cocina como
manteles individuales. Se veía bien. Mike se alegró de haber ido por
fin a IKEA a comprar todo tipo de cristal después de que Ellen se
riera de los frascos de mermelada que utilizaba como vasos.
La mesa se veía muy bonita. Se veía aún mejor cuando Chloe se
sentó. Mike raspó valientemente algo de negro de su tostada y la
untó con mantequilla, esparciendo mermelada para disimular el
sabor a carbón vegetal.
Chloe estaba haciendo trampa. Ella estaba tomando una taza de
té, no había manera de quemar el té y delicadamente cortaba la parte
superior de un huevo pasado por agua. Mike se sirvió los huevos
revueltos, haciendo caso omiso de las cáscaras. Cuando mordió una,
tragó. Al infierno, era proteína.
Era una mañana hermosa. El sol se levantaba detrás del edificio,
pero el cálido resplandor suave del océano brillaba por las abiertas
puertas francesas que daban a un pequeño balcón. El cielo tenía ese
glorioso color azul que solo el sur de California parecía capaz de
producir, y el mar estaba en calma, con solo unas pocas olas que
parecían encajes.
Mike sintió que una enorme sensación de paz se asentaba sobre
él. Sonrió a Chloe y ella le devolvió la sonrisa. A continuación,
frunció el ceño en una mueca de desaprobación.
—No me diste mucho con lo que trabajar —dijo, y le lanzó una
mirada reprobatoria--. Creo que usé todo lo que tenías en el
frigorífico. Tenemos que ir a comprar comida, ¿no te parece?
Mike se quedó inmóvil, la felicidad que había sentido hacía un
segundo salió volando como el aire de un globo agujereado. El
mundo y todos sus problemas, los acontecimientos del día anterior,
se apresuraron a regresar a su cabeza en una marea negra.
Le tomó la mano y eligió cuidadosamente sus palabras.
—Cariño —aspiró profundamente, preparándose. Bien podría
acabar de una vez—. Cariño, no me gusta la idea de que salgas de
casa ahora mismo. —Eso era decir poco. La idea de Chloe fuera, un
objetivo para esos cabrones desconocidos, le volvía un poco loco—.
No tenemos ninguna pista sobre quién te atacó ayer. Hasta entonces,
me sentiría más feliz si… te quedaras aquí.
Una pequeña línea apareció entre las cejas de Chloe.
—¿Aquí? ¿En la casa? ¿Sin salir, ni siquiera contigo? ¿Hasta
cuándo?
Mike apretó la mandíbula.
—Hasta que sepamos más acerca de quien te atacó.
—Pero… uno está muerto y el otro en el hospital, al parecer, sin
hablar. ¿Estoy en lo cierto?
Él apretó aún más las mandíbulas. Tenía que concentrarse en
aflojarla.
—Sí.
El ceño entre las cejas se profundizó.
—Pero… ¿eso significa que crees que debo quedarme aquí
indefinidamente?
Esta era la parte difícil, la parte que le estaba volviendo loco. Si
sabía algo acerca de las mujeres, y lo hacía, a ella no iba a gustarle
recibir órdenes. Aunque a su juicio, Chloe ahora era definitivamente
suya, suya para protegerla y cuidarla, Mike se daba cuenta de que en
realidad no había dicho Las Palabras. Y a las mujeres les gustaban
Las Palabras. O por lo menos pensaba que sí, porque aquí estaba
pisando aguas desconocidas. Nada más que el ocasional «cariño» en
la cama cuando no podía recordar el nombre de la mujer había
pasado alguna vez por sus labios.
El hecho es que Mike se sentía unido a Chloe por bandas de
acero, inmutables e indestructibles. Ella ahora era su familia. Había
perdido ya una y a ella no iba a perderla. De ninguna manera.
¿Cómo decírselo? ¿Proponer que se encerrara en su casa
veinticuatro horas al día, siete días a la semana hasta que supiera
con certeza que era seguro salir? ¿Y quién sabía cuándo lo sería?
A Chloe le gustaba moverse, muy natural para alguien que había
pasado sus años de infancia, básicamente, en una cama de hospital.
Disfrutaba de sus paseos diarios por la playa, disfrutaba de ir a la
oficina, le gustaba ir de compras, a las librerías y a las tiendas de té.
También le gustaba un entorno suave y acogedor. Su
apartamento era una delicia, en comparación con la casa de Mike,
que era funcional y desnuda.
Hizo una mueca cuando miró por la puerta de la cocina a la sala
de estar. Inhóspito, poco acogedor, con un enorme sofá, una gran
mesa baja y un televisor enorme. Nada más, ni siquiera una
alfombra en el suelo. Eso no era del estilo de Chloe, y sin embargo,
se proponía encerrarla allí dentro.
Ella iba a rebelarse y él iba a ponerse firme, odiaba la idea.
Simplemente la odiaba. En lo que se refería a él, Chloe era suya.
Quería amarla y mimarla. Quería darle todo lo que quisiera. Quería
bañarla en regalos, hacer lo que ella quisiera hacer, ir a donde ella
quisiera ir.
Quería hacerla feliz. Y un día ser una pareja, y todo eso estaba
enteramente en su propia cabeza. Ahora estaba proponiendo
encerrarla durante un periodo indeterminado de tiempo.
Porque no había ninguna duda. No había modo que la dejara
salir mientras hubiera una mínima sospecha de que ese mafioso ruso
de mierda la hubiera convertido en un objetivo. Ninguna manera.
Si ella se enojaba con él o le gritaba, lo aceptaría porque de
ninguna manera iba a estar en peligro.
Podría perderla por mantenerla a salvo.
Esa idea, la idea de perder a Chloe… bien, era impensable. No
iba a suceder.
—¿Mike? —repitió en voz baja—. ¿Quieres que me quede aquí de
forma indefinida?
La mandíbula le dolía, la estaba apretando con fuerza. Pudo
sentir cómo se rompía un fragmento de esmalte.
—Sí. —Su voz era gutural y duro—. Eso es lo que pienso.
Él estaba vibrando por la tensión, listo para la batalla, dispuesto a
hacer lo que fuera necesario, pero le enfermaba el corazón pensarlo.
—¿Crees que estaré más segura aquí que en otro sitio?
—¡Joder, sí! —Las palabras salieron disparadas—. Sí —repitió,
forzando la voz para que sonara un poco menos loca.
Sus hermanos y él habían hecho algunas modificaciones en sus
apartamentos. Él tenía una puerta que no destacaría en una cámara
acorazada del banco, que se abría con un teclado. Había forrado las
paredes junto a la puerta con paneles de acero, y luego los había
cubierto con paneles de yeso y había pintado. Todas las ventanas
tenían cristal de diez capas de Mylar, ISO 9001. En esencia,
necesitarías un lanzagranadas antitanque para entrar.
No había ninguna plataforma para que un francotirador les
alcanzara. Un francotirador en tierra no tendría un solo tiro. Un
ángulo muy agudo, demasiado alto. Y un francotirador en un barco
tendría un tiro muy largo desde una plataforma móvil.
Él mismo era francotirador y lo había comprobado todo. Incluso
había salido en barco para ver si un francotirador podría disparar. Él
no pudo.
Tenía sensores de movimiento en el balcón por si acaso a algún
cabrón se le metía en la cabeza bajar desde el tejado, y para ello
tendría que superar la cubierta de púas que había colocado sobre el
balcón.
No, ese lugar era seguro. Ahora solo tenía que mantener a Chloe
allí dentro.
Estaba sudando y podía oír su respiración entrecortada en la
habitación, como la de un toro.
Esto no iba bien y no tenía ni idea de cómo mejorarlo.
Chloe le miraba a la cara con cuidado, su propio rostro
completamente en blanco. Ella podía hacer eso. Él no. Sabía que en
este momento, su propio rostro reflejaba hasta la última gota de
tensión que sentía.
Y luego, para su sorpresa, Chloe le puso la mano sobre la suya y
apretó suavemente.
—Si eso es lo que quieres, Mike, está bien. —Buscó sus ojos—. No
te sentirías a gusto conmigo fuera de casa hasta averiguar qué está
pasando. ¿Tengo razón?
Mike tenía la garganta obstruida, apretada por un tornillo
inquebrantable. Asintió con la cabeza bruscamente.
Su voz era suave, amable.
—Pasé mucho de mi infancia encerrada. Permanecer aquí
mientras aclaras las cosas no me matará. Si eso te da paz mental,
Mike, con mucho gusto me quedaré aquí.
¡Oh Dios! Se sintió caer de rodillas. Ella no iba a mantenerse firme
por principio. Ella no iba a hacerle ser el tipo malo, el malvado de la
película, porque lo haría si tuviera que hacerlo, pero tío, no quería.
A pesar de que nunca se había encontrado con aquello en su trato
con las mujeres, lo reconoció al instante. Se llamaba trabajo en
equipo, como en los Marines. Como en los SWAT. Como con Sam o
Harry. Haz lo más duro por tu colega. Haz un sacrificio si es
necesario.
Ella no quería quedarse en casa, pero lo haría, si eso le daba paz
mental.
Eran un equipo. Él tenía su propio equipo, ahora.
Mike se dio la vuelta horrorizado, parpadeando para evitar un
chorro de lágrimas. ¿Qué mierda? Él nunca lloraba. Jamás. Ni
siquiera había llorado en el funeral de su familia cuando había
estado tan enfadado. Allí había llorado la noche anterior y maldito
fuera si no tenía una fuga de agua en estos momentos.
Le desconcertó. Tenía todas esas furiosas… cosas dentro de él, no
tenía ni idea de cómo manejarlas.
—Mike. —Chloe le tocó suavemente la mano otra vez y él la
miró. Ella estaba sonriendo—. Vamos a salir al balcón y conseguir un
poco de aire fresco. Porque probablemente querrás que me quede
dentro cuando no estés aquí.
—Sí, absolutamente. —Está bien. Ahora sabía cómo manejarlo. Se
limpió la cara y se levantó—. Déjame comprobarlo antes.
Salió al balcón. Casi todas las habitaciones de su casa tenían un
balcón que daba al océano. Era lo que le había hecho cerrar el trato,
sin contar el hecho de que sus dos hermanos, Sam y Harry, ya eran
propietarios de apartamentos en el condominio.
El balcón de la cocina era estrecho pero profundo, lo
suficientemente grande para contener una pequeña mesa para dos
personas para que pudieran comer al aire libre. Algo que nunca
había pensado hacer hasta ahora. Cuando todo aquello terminara y
Chloe estuviera viviendo con él y, presumiblemente, hubiera
decorado un poco para que no fuera como vivir en la estación
espacial, era algo que iba a hacer. Poner una mesa pequeña ahí en el
balcón de la cocina para que pudieran comer al aire libre.
No la comida de Chloe, por supuesto. Haría que la cocinera de
Sam, Manuela, enviara algo. O lo ordenaría.
Se apoyó en la baranda del balcón y se asomó con cuidado. Al
igual que un soldado, dividió el área en cuatro cuadrantes.
Cuadrante uno, despejado, dos, despejado, tres, cuatro. Todo el
horizonte estaba despejado. Nada ahí fuera, ni siquiera barcos de
pesca. Nadie caminaba por la playa, tampoco. Un paisaje
completamente vacío.
—Sal, cariño. Está limpio.
Mike dio un paso atrás para que Chloe pudiera apoyarse contra
la barandilla. Ella levantó la cara, sonriendo, y tomó una respiración
profunda y luego colocó los codos sobre la barandilla.
—Huele tan maravilloso. Y los colores son tan intensos. Eres muy
afortunado de tener esta vista, Mike. Me encanta mi vista sobre la
bahía, pero esto es otra cosa.
Él se puso de pie detrás de ella, con las manos junto a las suyas
en la barandilla, enjaulándola con su cuerpo. Ella pronto viviría allí
si él tenía algo que decir al respecto. Entonces podría ver el mar todo
lo que le apeteciera.
—Me alegra que te guste.
Ella volvió el rostro y le sonrió, Mike le devolvió la sonrisa, todos
los nervios se habían ido. Completamente relajado.
Bueno, a excepción de una parte de él. Esa parte que no se
relajaba en absoluto, y estaba más tensa por segundos.
Ella miraba al océano. Le levantó el cabello, ondas suaves que
caían sobre su mano, y le besó la nuca. Ella se estremeció. Él estaba
tan sintonizado con ella, que sintió su placer contra los labios, como
un oleaje de miel transfiriéndose de ella a él.
Oh, sí.
Se abrió la bata y se acercó, empujando contra ella. Chloe no
pudo evitar sentir su erección. Giró un poco la cabeza y Mike pudo
ver la sonrisa. Empujó contra su trasero y la sintió apretarse
ligeramente hacia atrás.
Él tarareó un poco mientras le levantaba la camiseta, mirando la
extensión de suave piel dorada de su estrecha espalda y delgada
cintura. Colocó la mano sobre la parte baja de su espalda, casi
cubriéndola, luego la subió rozándola. Su piel se sentía como seda
caliente fluyendo debajo de su mano, músculos suaves y apretados.
Un ligero beso justo donde el pelo se curvaba sobre el esbelto cuello,
y ella se estremeció de nuevo. Pudo sentir cómo cambió su
respiración. Se hizo más profunda, más lenta.
Movió los labios arriba y abajo, le tocó detrás de la oreja con la
lengua, donde se estremeció una vez más. Aunque Mike tenía una
hermosa vista del mar enfrente de él, solo tenía ojos para la mujer
ante sí. El sonido de sus suspiros, los suaves movimientos, el
arqueamiento de la espalda cuando le acarició los costados, eran
como una sustancia adictiva de la que nunca se cansaba.
Estaba duro como una roca. Ella estaba en lo cierto. Cualquiera
podía ver que estaba ansioso por correrse, pero ¿y Chloe? ¿Estaba
lista? Solo había una manera de averiguarlo.
Mike movió la mano sobre su trasero y la bajó, hacia las
profundidades sedosas. Ella le deseaba, oh sí. Cuando deslizó un
dedo en su interior, lo apretó con fuerza a su alrededor como un
estrecho puño húmedo. Chloe gimió y él le besó el hombro,
sintiendo cómo él mismo lloriqueaba.
Oh tío, aquello era muy excitante. A pesar de que no podía
contar el número de mujeres a las que había follado, lo sentía como
algo nuevo, como si nunca lo hubiera hecho antes. Y no lo había
hecho. Por supuesto no de ese modo.
Se alegró de haber sufrido esa fobia de traer mujeres a casa,
porque eso hacía que lo que tenía con Chloe fuera nuevo y fresco.
Le mordisqueó el hombro, solo un poco, aunque por la forma en
que lo sentía podría haber sido un poco más fuerte, y sintió su
sobresalto. Movió los labios lentamente, poco a poco desde su
hombro, subiendo por el esbelto cuello, hasta la oreja y dijo:
—Abre las piernas para mí, Chloe. —No podía reconocer su
propia voz, ronca y baja.
Ella las abrió y él estuvo a punto de caer de rodillas. Oh, sí, justo
sobre sus rodillas, le daría la vuelta suavemente y la lamería. La
besaría allí, como hacía con su boca. Un sonido vibrante se alzó de
su pecho de solo pensarlo y lo podía visualizar, claro como el día.
Chloe, con las rodillas muy separadas, temblando mientras él la
amaba con la boca.
Pero ese escenario funcionaba mejor en la cama e iba a cambiar
de la teoría a la práctica tan pronto como la llevara allí, pero no
ahora. La barandilla era lo suficientemente baja como para que si
Chloe se arqueaba hacia atrás cayera cuatro pisos y él no quería ni
una molécula de esa posibilidad en su cabeza.
Ya habría tiempo suficiente, el resto de sus vidas de hecho, para
que la tumbara sobre la cama como un delicioso cucurucho de
helado de vainilla al que lamer.
Pero, por ahora… la rodeó con un brazo y ancló su otro brazo en
la barandilla. Chloe no se iba a caer. Si llovía fuego del cielo no la
dejaría caer. Nunca la dejaría caer.
Con un largo suspiro se deslizó en su interior, en todo ese calor.
Pudo sentir cómo su cuerpo daba la bienvenida al suyo, cómo con
cada centímetro, cedía para él. Comenzó a moverse lentamente,
inclinado sobre ella. Colocó la palma sobre su vientre, sosteniéndola
quieta, y fue recompensado cuando sintió que sus músculos internos
le apretaban el pene, el movimiento tan fuerte que casi pudo sentirlo
contra la piel de la palma de su mano.
Podría quedarse así para siempre, moviéndose dentro de ella
como la marea del océano, dentro y fuera, lentamente, como una
fuerza eterna hecha solo para eso. Hecha solo para amar a Chloe.
Otro apretón de su sexo y se acercó aún más, empujando más
profundamente. Ella gimió y sus piernas temblaron. Cristo, esto iba
demasiado rápido. Quería pasar toda la mañana en el balcón,
haciendo el amor con Chloe, con el olor del mar y la tostada
quemada en su nariz, pero no iba a suceder.
—Mike —susurró con voz temblorosa, la cabeza hacia abajo, con
los pequeños puños sobre la barandilla. Su pelo se balanceaba atrás
y adelante con sus embestidas. Se arqueó contra él, plenamente
abierta, y él se acercó más, movimientos cortos y rápidos ahora,
mientras sentía cómo le bajaba el sudor caliente por la espina dorsal.
Estaba sudando, jadeando, los movimientos rápidos y duros.
Chloe dejó escapar un sonido de lamento que se alzó en el aire de
la mañana y empezó a correrse, apretones calientes y líquidos que
eran imposibles de resistir. Mike apoyó los pies y empujó en su
interior hasta que algo dulce y caliente le atravesó y salió de su polla,
pulsos duros y fuertes que parecieron hacerse eco de los latidos de
su corazón.
Mike quedó envolviendo a Chloe durante largos minutos,
recuperándose poco a poco. Con un suspiro, ella se relajó y movió la
cabeza hacia atrás para descansarla sobre su hombro. Mike le besó el
cabello. Estaban tan cerca que era difícil saber dónde acababa él y
empezaba ella.
La acarició con la nariz, disminuyendo su ritmo cardíaco y
ralentizando la respiración. Todavía estaba en su interior, pero si se
movía, saldría. Quería quedarse exactamente así durante el resto de
su vida. La abrazó con fuerza.
—Te amo —susurró.
—Lo sé —respondió ella también susurrando.
Se quedaron allí, Chloe en el abrazo de Mike, mirando al mar,
satisfecha por completo. Mike juró cuando oyó sonar su teléfono
móvil.
—Tengo que contestar, cariño.
Se volvió para sonreírle.
Maldición. Quien fuera que llamara, mejor que fuera buena o les
destriparía.
Se salió de ella, su polla odiando el frío después del calor de
Chloe, cogió el móvil, comprobó la pantalla. Harry.
—¿Sí?
La voz de Harry era baja, grave.
—Mike, tienes que venir. Tenemos una pista de quién atacó a
Chloe.
Capítulo 17
* *
El hombre que había estado follándose a Chloe Mason en el
balcón se fue. Nikitin vio el vehículo subir del aparcamiento
subterráneo. Las ventanas laterales estaban tintadas pero el
parabrisas delantero estaba limpio y le dio una excelente vista de la
cara del hombre, el que había sudado mientras montaba a la mujer.
Chloe Mason estaba sola. Y Chloe Mason iba a conseguir que le
devolvieran su memoria USB.
Iba a necesitar su baúl, e iba a necesitar a Dmitri. Pero primero
mandó un correo electrónico a Pirat.
Encuentra las coordenadas de paisaje plano vacío alrededor de San
Diego.
La respuesta llegó de inmediato: Superado el anticipo.
¡Pizdets! ¡Joder!
Nikitin mantuvo en línea a Pirat. Y sí, había superado el crédito.
Apretando los dientes, transfirió diez mil dólares de su cuenta de las
Bahamas a la cuenta de Pirat en Goa.
¿Feliz ahora? pensó con amargura. Pero no lo tecleó.
Tres minutos más tarde tuvo una serie de coordenadas,
fotografías de satélite a diez mil metros de altitud, cinco mil, mil,
quinientos, cien, y tan cerca que habría podido leer los números de
matrícula si hubiera habido coches alrededor. No había ninguno. Era
un desierto. Desierto Anza-Borrego estaba escrito en letras blancas
en la parte inferior de la foto de resolución mil metros de altura.
Aunque su pantalla del iPhone era pequeña, Pirat había
proporcionado mapas extensos y Nikitin pasó diez minutos
desplazándose a través de ellos. Pirat también había proporcionado
un mapa con una línea azul que conducía al desierto.
Hizo cálculos en su cabeza. Si conducía a gran velocidad, podría
llegar hasta el desierto en cuarenta minutos. Le daría tiempo para
coordinar la entrega.
Llamó a Dmitri, le dio las coordenadas de dónde estaba, le dijo
que trajera el baúl y aparcara dos edificios de condominios más allá
de La Torre.
Mientras esperaba observó el apartamento del cuarto piso. Las
cortinas de una de las habitaciones, ¿el dormitorio? estaban corridas,
pero el resto de la vivienda, que se extendía a lo largo de cinco
habitaciones, todas ellas conectadas por un balcón, con uno pequeño
separado, donde los dos habían follado, estaban abiertas. Podía ver a
la mujer moverse de vez en cuando.
Tenía la mandíbula dolorida y los dedos apretados sobre los
prismáticos con tanta fuerza que fue una sorpresa que no mellara el
metal. El sudor le bajaba por la espalda.
Nikitin era un soldado, y uno bueno. Había estado en el Spetsnaz
durante catorce años, en el Vympel12, lo mejor de lo mejor.
Había estado en combate, luchado en numerosos tiroteos en
África y Chechenia. Pero al entrar en combate, si eras bueno y él lo
era, tenías una oportunidad de sobrevivir.
Ahí no. Si no era capaz de recuperar la memoria USB cuando el
vory llegara para la subasta, era hombre muerto. Y su muerte sería
lenta. No sería ni siquiera personal. El vory sabía que tendría que dar
una lección con él para aquellos que fueran descuidados con
información que valía millones de dólares. La lección sería la muerte
con una cantidad épica de dolor, cada minuto filmado, como una
lección objetiva.
Estaba elaborando un plan sobre la marcha con muy poca
información, en un país extranjero, con un operativo. Todo por culpa
de esa puta que estaba en ese elegante apartamento, hablando de
rebelión a las prostitutas.
Nikitin mantenía un estrecho control sobre sus emociones en
todo momento. Se había movido en círculos peligrosos toda su vida.
Su padre había sido fusilado por sedición cuando se negó a llevar a
sus hombres a una misión suicida a Afganistán.
Nikitin sabía lo peligroso que era el mundo, lo sabía en sus
huesos y en su sangre. El hecho de que ahora se encontrara en el filo
del cuchillo de una muerte horrible a causa de la intromisión de una
mujer de mierda le hizo temblar de rabia.
Si fuera por él, habría entrado en ese puto apartamento y le
volaría la cabeza, y durante un segundo, durante un segundo
incontrolable, quiso hacerlo con tanta fuerza que se estremeció.
Pero entonces, toda una vida de disciplina descendió sobre él una
vez más, encerrándolo en su abrazo fuerte. Era como si su cerebro
hubiera tenido estática por un momento, una mala recepción, pero
ahora estaba de nuevo sintonizado.
Vio con claridad lo que había que hacer y cómo lo haría, vio que
si lo hacía de manera limpia y rápida podría haber una manera de
salir de esto. Con algo de suerte, que tenía que empezar a tener de
nuevo, el vory nunca sabría lo que había sucedido.
Podría, tal vez, explicar la desaparición de los dos hombres
asignados informando de la pérdida de una considerable suma de
dinero en efectivo. Los dos hombres habían sustraído el dinero y
desaparecido, probablemente al sur de Tijuana. Nikitin podía
prometer al vory que tan pronto como la nueva transacción acabara
les rastrearía y recuperaría el dinero.
Pero por ahora, tenía que ponerle las manos encima a Chloe
Mason.
Dmitri aparcó a unos quinientos metros. Nikitin oteaba
atentamente el horizonte, 360 grados. No había nadie observándole,
nadie en los balcones del condominio de lujo, nadie dando un paseo.
Ese era un barrio residencial y la mayoría de los habitantes estaban
en el trabajo.
Metió los prismáticos en la mochila, luego se levantó y caminó
hasta la acera, hacia un hombre que se estaba tomando un descanso
matinal y hacía ejercicio.
Pasó junto a Dmitri, observando con cuidado a los espectadores,
y luego retrocedió, golpeando en la ventana del lado del conductor.
Bajó con un zumbido.
—¿Conseguiste todo? —preguntó Nikitin en voz baja. En
respuesta, Dmitri abrió la parte trasera del vehículo.
Nikitin hizo un rápido inventario. Preparó dos mochilas, para él
y Dmitri. GSh-18 con supresores, tres cargadores. Nada de rifles,
ahora no, eso vendría más tarde. Dos máscaras de gas, una bombona
con la tubería empotrada, de alta velocidad de perforación, una
pequeña cantidad de C4 con mecha de detonación.
Se guardó la pistola en la parte baja de la espalda, el resto en la
mochila. La sopesó e hizo gestos a Dmitri.
Dmitri cerró el maletero y se puso a caminar junto a él. Nikitin le
dio su mochila.
—Tranquilo —murmuró Nikitin—. Agradable y lento.
Se encaminaron hacia el final de la península, dos hombres en
ropa deportiva, dando un paseo. Sin dudarlo, cruzaron las enormes
puertas de cristal de dos pisos de la Torre.
Su suerte aguantaba, pensó Nikitin. Ya era hora. No se habían
encontrado con nadie, ni un coche en la carretera. El gran vestíbulo
estaba desierto a excepción de un guardia detrás de una consola en
forma de U.
Nikitin miró a su alrededor con una leve sonrisa en sus labios, un
conocedor apreciando un edificio bien diseñado. Cuatro cámaras de
seguridad en las esquinas, en ángulo para cubrir toda el área del
vestíbulo. Y dos cámaras de vídeo en los ascensores.
—¿Necesitan ayuda, amigos? —El guardia de seguridad tenía
una sonrisa amable en su rostro, pero era joven, en forma y alerta. Se
levantó mientras Nikitin y Dmitri se acercaban, una mano sobre el
mostrador, la otra suelta a su lado, justo al lado de la Bere a en la
funda.
Una serie de monitores de alta resolución brillaban en un estante
debajo de la encimera.
Nikitin se apoyó en el mostrador que le llegaba al pecho con una
sonrisa, asegurándose de no tocar nada con las manos. El guardia no
podía verle estirar la mano hacia la espalda.
—Sí —dijo, sacudiendo la cabeza con tristeza—: estoy buscando
al señor Darren Smith. Dijo que vivía en Coronado Shores, en el
condominio La Torre. ¿Estoy en el lugar correcto?
—Sí, señor, lo está —contestó el guardia—. Pero me temo que no
tenemos a nadie con ese…
Con un movimiento suave, Nikitin levantó el GSh y disparó a
quemarropa al puente de la nariz, directamente a través del neo
córtex. Un chorro de color rosa y gris salió disparado detrás de la
cabeza y el guardia se desplomó en el suelo, ya muerto.
—Nombre —terminó la frase Nikitin.
No necesitaban hablar. Ambos hombres se pusieron los guantes
de látex que estaban en la mochila de Dmitri. Nikitin desconectó los
monitores, mientras que Dmitri metía el cuerpo debajo de la
plataforma. Había algunas manchas de sangre en el suelo, pero
tenías que asomarte por encima del mostrador de seguridad para
verlas. Nikitin asintió con la cabeza a Dmitri, que caminó
rápidamente por el gran vestíbulo, los tacones de las botas
resonaban sobre el suelo de mármol. Colocó restricciones de plástico
alrededor de los picaportes interiores de las puertas y los apretó. Las
restricciones eran casi invisibles desde el exterior. Se necesitarían
doscientos treinta kilos de presión para romperlas. El edificio estaría
aislado del mundo exterior durante el corto tiempo que les llevaría
coger a Chloe Mason.
Cualquiera que visitara o regresara al apartamento vería un
guardia de seguridad desaparecido y puertas cerradas con llave, así
que asumiría que había habido problemas y, probablemente,
llamaría al 112.
No, esto era América, se recordó. Al 911.
Estudió el sistema de cámaras de seguridad un minuto, mientras
Dmitri se ocupaba de las puertas delanteras. Estaba familiarizado
con la mayoría de los sistemas de seguridad. Este era de alto nivel.
Pero no invulnerable.
Apagó un interruptor y alzó los ojos hacia las cuatro esquinas del
vestíbulo. Las luces LED de las cámaras estaban apagadas.
Bueno, el edificio estaba cerrado y ciego.
Fase dos.
La mujer Mason había estado en el cuarto piso, tercer
apartamento desde la izquierda. Por lo general, tendría que ascender
a varios pisos por encima del apartamento, y luego bajar por la
escalera, pero el tiempo apremiaba. El sistema de seguridad estaba
apagado, pero no tenía ni idea de si había dos guardias de turno. Ese
era el problema de improvisar, sin información ni planificación
adecuada. Así que tomó el ascensor.
Fuera de la puerta del apartamento, Nikitin extendió la mano y
Dmitri colocó un escáner de infrarrojos en la misma. Nikitin lo
encendió, y luego miró con el ceño fruncido, a la pantalla. No había
nada. Absolutamente nada.
Caminó rápidamente por el pasillo, con el objetivo del escáner, y
encontró dos personas detrás de las puertas y las paredes de los
apartamentos. Uno, dos puertas más abajo a la derecha, y otro,
detrás de la puerta del último a la izquierda.
Las señales de calor eran pequeñas. Mujeres u hombres muy
pequeños. Amas de casa o señoras de la limpieza, lo más probable.
Volvió rápidamente a la vivienda donde estaba Chloe. Nada.
Una puerta común, obviamente una puerta corredera operada
por un teclado a la derecha. La puerta era impenetrable hasta para
los infrarrojos. También las paredes a cada lado de la puerta.
¡Mierda! Ese Mike Keillor era muy consciente de la seguridad.
Nikitin miró a Dmitri. Indicó el apartamento de al lado y Dmitri
asintió.
Se trasladaron a la puerta de al lado en completo silencio. Dmitri
había sido bien entrenado. Nikitin no tenía que dar órdenes.
Apuntó el infrarrojo a la puerta del apartamento justo al lado de
donde estaba Mason. Madera, ninguna barrera al infrarrojo.
Caminó a lo largo del pasillo correspondiente a la vivienda y no
vio señales de calor en absoluto. Perfecto. Quienquiera que poseyera
ese lugar estaba fuera, probablemente en el trabajo. Si estaban de
compras, lo lamentarían, porque Nikitin dispararía a matar si
regresaban.
Sus armas estaban fuera del alcance del rastreo de las fuerzas de
la ley estadounidenses. Las cámaras de seguridad apagadas. Si tenía
que matar, nunca lo rastrearían. Estaban siendo muy cuidadosos,
pero incluso si dejaban atrás una muestra de ADN, ni él ni Dmitri
estarían en su sistema.
Nikitin miró la cerradura. Era asequible, pero llevaría tiempo.
Asintió con la cabeza a Dmitri y retrocedió. El disparo fue apenas
audible junto a la pistola. Sonó como una lata de cerveza al abrirla.
Con un ligero empujón a la puerta, entraron. Nikitin
inmediatamente giró a la derecha, apuntando con su escáner a las
paredes, mientras que Dmitri pasaba de una habitación a otra, con el
arma preparada.
Para cuando Dmitri regresó haciendo la señal de todo limpio,
Nikitin había encontrado a Chloe, sentada en una habitación junto al
salón de este apartamento. Estudió el monitor del escáner.
Una figura menuda sentada en una silla, la mano enroscada en
torno a algo caliente, la única fuente de calor parecía un horno de
microondas, enfriándose rápidamente.
Estaba sentada bebiendo té o café. Perfecto.
El veintitrés de octubre de dos mil dos, Nikitin había sido un
joven teniente de la unidad antiterrorista de élite Vityaz bajo el
mando del FSB. Había sido enviado a Moscú desde Grozni para un
curso de tres meses sobre terrorismo nuclear, biológico y químico
cuando se produjo la llamada a las nueve y veinte de la noche.
Cincuenta terroristas habían tomado como rehenes a más de
novecientas personas en un teatro durante la representación de un
musical popular. Los terroristas estaban armados hasta los dientes y
llevaban chalecos explosivos. Unos pocos rehenes que habían estado
detrás del escenario escaparon por la parte trasera e informaron a las
Fuerzas Especiales que se establecieron alrededor del teatro. Los
terroristas se movían entre los rehenes, fundamentalmente eran
bombas andantes.
Era imposible tomar por asalto el teatro, el número de víctimas
sería horrible. Insostenible para un gobierno electo con un billete de
antiterrorismo.
Las negociaciones llegaron a un punto muerto que duró cuatro
días. A las cinco de la madrugada del veintiséis, las fuerzas rusas
rociaron el teatro con fentanil, un potente anestésico, noqueando a
los rehenes y a los secuestradores por igual.
El fentanil era cien veces más fuerte que la morfina y podría
tumbar a un oso en cinco segundos. Una pequeña hembra humana
iba a ser pan comido.
Nikitin colocó el escáner de infrarrojos en el suelo, levantó el
monitor y sacó un taladro de alta velocidad de su mochila. Tenía que
actuar con rapidez. Si la mujer Mason salía de la cocina para entrar
en una habitación sin pared común, su única alternativa sería
romper la pared de forma inmediata, pero eso sería darle tiempo
para que llamara al 911.
No, la necesitaba inconsciente, ya mismo.
Se arrodilló junto a la unión entre la pared y el suelo, y aplicó el
taladro. Emitía un zumbido suave, que le hizo fruncir el ceño. Era
pequeño, pero notable en una habitación tranquila.
Miró a Dmitri y vocalizó shum. Dmitri asintió con la cabeza y
unos minutos más tarde la música rock a todo volumen llegó de la
sala de estar. Perfecto. Bloqueaba el ruido del taladro.
El taladro era pequeño pero poderoso. Mordió la pared del
apartamento, atravesando el aislamiento y el yeso, y, finalmente, la
pared del otro lado. De inmediato apagó el taladro.
Nikitin mantuvo los ojos en el monitor. La mujer seguía sentada
en su silla. Su señal térmica era la misma, pero la temperatura de la
taza había bajado.
Nikitin encajó el extremo de un tubo de goma sobre la espita de
la bombona y metió el otro extremo cuidadosamente a través del
agujero de la pared hasta que asomó por el otro lado. Se detuvo
cuando calculó que el tubo sobresalía unos centímetros por el
agujero.
Era un riesgo calculado. Nada indicaba que esta mujer Mason
fuera un operativo. Era una civil, una civil americana, y era tan
inconsciente de los alrededores como una roca. Era muy poco
probable que se diera cuenta de una pequeña pieza de goma de color
carne y muy pronto quedaría inconsciente.
Nikitin se encajó una máscara de gas sobre la cara, tirando a
Dmitri la suya. Una vez que hubo comprobado que funcionaban,
Nikitin abrió la llave, recogió el escáner y se levantó.
Al principio no pasó nada. Entonces, la mujer de color fuego al
otro lado de la pared se enderezó, levantando la cabeza. Como arma,
el fentanil era inodoro, pero era posible que hubiera un ligero silbido
mientras llenaba la pequeña habitación.
La mujer se puso de pie, y por un terrible momento Nikitin pensó
que el fentanil no estaba funcionando. De repente, se desequilibró, se
apoyó en la mesa y luego se deslizó flojamente al suelo.
Segunda fase, completa.
Nikitin empaquetó todo, mientras Dmitri colocaba pequeñas
cargas a lo largo de un rectángulo virtual de un metro y medio de
altura y dos metros de ancho. Cuando terminó, Dmitri subió la
música al máximo y salieron de la habitación, esperando a un lado
de la puerta del salón, mientras Dmitri apretaba el detonador.
La explosión fue audible, pero menos fuerte que la música.
Nikitin y Dmitri corrieron hacia la pared que dividía las dos
viviendas, las máscaras de gas les protegían del polvo de yeso y del
fentanil.
Empujaron con los hombros la pared, desgarrando y abriéndose
camino a golpes hasta llegar al otro apartamento. Nikitin se inclinó,
Dmitri le entregó su mochila y levantó a la mujer inconsciente por
encima del hombro.
Un rápido vistazo a la puerta de entrada mostró que había otro
teclado, el cual, sin duda, estaba unido a algún tipo de señal para el
propietario de que la puerta principal había sido violada.
Ningún problema. Salieron a través del agujero volado en la
pared y por la puerta principal del apartamento propiedad de unas
personas menos paranoicas.
Su suerte aguantaba. El ascensor los llevó hasta el nivel de
estacionamientos. Nikitin permaneció en las sombras, mientras
Dmitri iba a buscar la camioneta. Mientras esperaba, Nikitin
comprobó las cámaras de seguridad. Todas fuera.
Dmitri bajó la rampa, dio la vuelta y retrocedió. Nikitin colocó a
la mujer Mason en la parte trasera, controló sus ojos y su pulso.
Estaba completamente inconsciente. El fentanil es una sustancia
peligrosa. Nikitin no lo había dosificado y ni siquiera sabía cuál era
la dosis letal. En el asedio al Nord-Ost, ciento setenta personas
habían muerto por el gas.
Chloe Mason sin duda iba a morir, pero no antes de que él
recuperara su memoria USB. Nadie negociaría algo valioso por un
cadáver.
Le puso las restricciones de plástico alrededor de las muñecas.
Luego sacó una jeringa y se la clavó en el muslo. M5050, un antídoto.
Tenía que ser capaz de caminar en aproximadamente una hora.
Se metió en el asiento del pasajero, marcó las coordenadas GPS
en el sistema de navegación por satélite e indicó a Dmitri que
condujera.
Tercera fase completa, listo para la fase cuatro.
Capítulo 18
* *
Harry, que era casi tan bueno con los ordenadores como Nicole,
estaba sentado frente al ordenador, pasando sobre los archivos con
la rueda del ratón.
Nicole y Sam estaban de camino al hospital, Sam les mantenía
actualizados. Sonaba nervioso y como si estuviera rompiendo los
límites de velocidad para llevar a Nicole al doctor para no tener que
encargarse él de ayudar a nacer a su pequeña.
Harry de repente se sentó.
—Mierda.
—¿Qué? —Mike se acercó, frunciendo el ceño. ¿Había algo peor
que niñitas vendidas en una subasta?
Fue pasando las fotos, deseando poder vomitar como Nicole.
Hermosas e inocentes niñas. La mayoría demasiado delgadas, pero
claramente bonitas. No entendía ruso, pero sí entendía los números
perfectamente. Las edades, que iban de los seis a los diez años y las
apuestas, que empezaban todas con cincuenta mil dólares.
Había toneladas de información, que iba a ir directamente al FBI
tan pronto como la nena de Sam y Nicole hubiera nacido. El FBI iba
a querer hablar con Sam también, y de ninguna manera iba a
apartarse de Nicole. Ni con un arma apuntada a su cabeza. Era mejor
si simplemente esperaban a que Sam estuviera libre.
—Mira esto. —Harry señaló la pantalla.
—No veo… —Y lo hizo. Una lista de nombres escritos en alfabeto
latino, no cirílico. Una lista de nombres de posibles clientes, hombres
que pujaban por esas niñas.
Se necesitaba mucho para que Mike se asombrara, pero estaba
apabullado. Había gente que conocía, gente que reconocía. Hombres
que jamás sospecharías que fueran asquerosos compradores de niñas
pequeñas.
El ayudante principal del alcalde, cuatro fiscales de distrito, cinco
directores generales de grandes corporaciones, un famoso periodista,
el jefe de cirugía de un hospital principal… la lista seguía y seguía.
Por lo visto comprar niñitas era algo popular.
Quería vomitar como Nicole y quería dar un puñetazo en la
pared y agujerearla. Harry solo miraba sombríamente a la pantalla.
—Esos asquerosos van a pagarlo.
Aquella era una idea que calentaba el fuego.
—Oh, seh —prometió Mike—. El FBI va a encargarse de todo
esto. —Y sabía a quién llamar precisamente. Agente Especial Aaron
Welles, que era un amigo y cuya madre había sido maltratada de
manera sistemática por su padre. Era una gran ayuda para RBK con
las mujeres maltratadas porque tenía una implicación emocional.
Y la pedofilia —de nuevo Mike tuvo que controlar una náusea.
Todo lo que tenía que hacer era pensar en sus sobrinas y en algún
cabronazo haciéndoles daño y se volvía loco.
—Aaron va a estar sobre todos estos tipos. ¿Cuándo llegan las
niñas?
Harry miró el monitor como si mirando más fuerte pudiera
entender mejor el ruso. Dejó caer las manos.
—No te lo sé decir —gruñó, frustrado—. Maldición. Espero que
ahora no. Esas niñas desaparecerán rápido si tienen oportunidad de
tomar tierra.
—Intenta cortar y pegar la info en el Traductor de Google —
sugirió Mike—. ¿Qué? —dijo cuando Harry lo miró fijamente.
Harry estaba golpeando el teclado.
—Odio cuando tienes buenas ideas sobre ordenadores. Es cosa
mía. Tú eres bueno con las armas, yo soy bueno con los ordenadores.
Así es como debería ser. Vale, allá vamos. —Leyó la traducción y se
sentó hacia atrás, aliviado—. Lo tengo. El barco se espera en el
puerto de San Diego en dos días. La Guardia Costera puede
interceptarlo. Esos tipos no sabrán de dónde les vino. Tenemos que
asegurarnos de que nadie les advierte, si no echarán a las pobres
niñas por la borda.
El móvil de Harry zumbó. Lo sacó y miró a Mike.
—Es Chloe.
Mike frunció el ceño. ¿Por qué llamaba Chloe a Harry y no a él?
Se acercó más hacia Harry, escuchando sin disimulo. ¿Chloe
necesitaba algo? Si así era, por Dios que Mike se lo daría, no Harry.
—Sí, corazón —dijo Harry y luego se paralizó. Disparó la mirada
hacia Mike y puso los altavoces.
—…no soy Chloe, Señor Bolt —dijo una voz profunda y con
acento—. Chloe está viva y su hermana seguirá así en tanto haga lo
que le digo exactamente. Tiene algo que me pertenece. Le devolveré
a su hermana a cambio de eso.
Cada uno de los pelos en el cuerpo de Mike se alzaron en pánico.
Una gota de sudor rodó por la mejilla de Harry.
—¿Quién es usted? —preguntó, aunque Harry sabía tan bien
como Mike quién era. Nikitin. El ruso. El hombre que no había
dudado en torturar con agua a una mujer. El hombre que tenía a
Chloe.
Chloe en sus manos.
Mike sintió un escalofrío. Su cuerpo reaccionó de una manera
como nunca antes. Sintió un shock eléctrico y empezó a bombear
sudor de golpe. Sus músculos se debilitaron, tuvo que enderezar las
piernas para mantenerse en pie. Su estómago se retorció
dolorosamente y casi no llegó a tiempo a la cesta de basura de
diseño que Nicole había usado y que acaba de ser lavada por Marisa.
Fue absolutamente incontrolable. Mike se imaginó a Chloe
siendo torturada, ahogada en agua, y su cuerpo entero rechazó el
pensamiento de manera tan brusca que se le puso el estómago del
revés.
Harry lo miró airado, cubriendo el micrófono para que el
cabronazo del otro lado no le escuchara soltar hasta su primera
papilla.
—Coordenadas GPS —estaba diciendo el hombre—. Tendrá que
seguir esas coordenadas por sí mismo. Veré si alguien le sigue,
créame. Venga solo y venga con la memoria USB, y saldremos de
todo esto y lo olvidaremos.
Desconectó.
—Por poco te descubres —se quejó Harry. Sonaba normal pero
su rostro estaba de color blanco hielo.
—No pude evitarlo —murmuró Mike, limpiándose la boca.
El ceño fruncido de Harry se marcó más.
—Contrólate, Mike —soltó—. No vas a ayudar a Chloe si estás
descontrolado. Créeme.
—¿Tiene a Chloe? ¿Cómo? Mi casa es segura, maldición. ¿Cómo
ha podido meterse ese cabrón?
Mike abrió el programa que controlaba las videocámaras de su
bloque de apartamentos. Los demás dueños no sabían nada sobre él.
Cliqueó sobre el material guardado y no oyó nada excepto estática.
—Joder —murmuró, marcando un número. Escuchó mientras el
teléfono de la seguridad en el primer piso sonaba y sonaba—.
Seguridad no lo coge. José está de guardia esta mañana. El tipo es
bueno. Si no lo coge, o está inconsciente o muerto. Déjame probar
otra cosa. —Marcó su propio número y lo escuchó sonar, cada
llamada como un gong que hacía eco en su cuerpo. De ninguna
manera Chloe no podía no responder.
Mike y Harry se miraron el uno al otro.
—La tiene —dijo sin más. Harry asintió.
Joder.
Mike intentó estabilizarse, intentó volver a meter la cabeza en el
juego, intentó encontrar su fría calma, aquel lugar seco y calmado en
su interior que le permitía funcionar bajo las más terribles de las
circunstancias.
No estaba.
Había desaparecido.
Se quedó allí, bombeando sudor por el cuerpo, las manos
temblorosas, la mente llena de estática, incapaz de pensar, solo ver.
Imágenes de Chloe, rota y sangrando, en las manos de hombres
violentos.
No podía hacerlo, simplemente no podía. No tenía ningún
mecanismo en su interior para soportar aquello. Fue a la papelera y
se inclinó, luego se tambaleó por el puñetazo de Harry, que le dio en
toda la barbilla.
—¡Joder tío! —Harry le había dado directo en la cara—. No vas a
entrar en pánico ahora conmigo, Mike. Mi hermana está en las
manos de un monstruo. Casi la pierdo una vez y no voy a perderla
ahora. ¡Regresa, hijo de puta, y ayúdame! ¡Si no te sacas la cabeza del
culo, vamos a perderla!
Mike se levantó, se restregó la mandíbula y respiró aire dentro y
fuera de sus pulmones. Harry todavía sabía soltar un puñetazo.
Harry estaba aterrorizado. Pero la cosa era que si Chloe moría,
Harry estaría devastado. La lloraría por siempre. Pero su vida
continuaría. Tenía una esposa y una hija, y su familia estaría allí.
Si algo le pasaba a Chloe… la mente de Mike se apartó de aquel
pensamiento, pero él no soltó la deprimente idea. Necesitaba
entender aquello. Si algo le pasaba a Chloe, si moría, Mike no tendría
nada. Era como si hubiera vivido toda su vida en una cueva
húmeda, fría y oscura, y Chloe hubiera abierto la puerta de la cueva
y le hubiera mostrado un hermoso mundo de color. Si Chloe
desaparecía, aquella puerta se cerraría de golpe para siempre. Jamás
tendría otra oportunidad porque solo Chloe podía abrirle la puerta.
Tenía que luchar por la vida de ella y por la suya.
Se quedó allí, con la cabeza gacha como un toro, ignorando el
dolor de su mandíbula. El sudor frío de su cuerpo lo enfrió, pero
dejó de sudar como un animal. Se miró las manos. Estaban firmes,
como siempre lo habían estado.
Tenía la cabeza clara.
—¿Dónde son las coordenadas? —preguntó secamente.
Harry suspiró de alivio.
—Gracias a Dios que estás de vuelta. Te necesito, Mike. No
puedo hacer esto solo.
Sus ojos se encontraron.
—Nada va a sucederle a Chloe —dijo Mike, su voz firme—.
Vamos a traerla a casa. Si podemos pillar al mierdoso, entonces eso
será la guinda del pastel. Pero, ¿lo principal? Traer a Chloe a casa.
Harry estaba aporreando el teclado.
—Las coordenadas GPS están aquí. —Su dedo descansó sobre un
mapa—. Aquí, cerca de la Reserva India Los Coyotes.
Perfecto, cerca de Warner Springs, donde él había pasado el
entrenamiento SERE. Mike conocía aquella zona íntimamente. Había
estado huyendo de «enemigos» Marines durante dos semanas.
Había sudado, sangrado y casi muerto allí.
—Lo ha escogido porque hay tramos planos. Está planeando un
show, un intercambio. Lo ha escogido de un mapa o alguien se lo ha
encontrado. Porque ese es un lugar de entrenamiento de operaciones
especiales navales, y no estará familiarizado con la zona. Yo sí,
Harry. Vamos a ganar esto. —Mike hizo zoom sobre el mapa y
siguió la ruta con su dedo—. Es casi todo autopista para llegar allí.
La 163 hasta la 15 y luego la 78. Luego nos metemos en las colinas
hasta donde nos quiere tener.
—Él no sabe que te tengo. —La pesada mano de Harry aterrizó
en el hombro de Mike y lo miró a los ojos. Había envejecido diez
años en los últimos diez minutos—. Vamos a traer de vuelta a mi
hermana.
Mike le apretó brevemente la mano y luego fue hacia el armero.
—Puedes contar con ello, joder.
Capítulo 20
Fin
Agradecimientos
Notas
[←1]
Grupo de Operaciones Especiales de la Marina de los Estados Unidos
especializado en operaciones de inteligencia militar (espionaje). (N.T.)
[←2]
John: nombre que se les da a los hombres que van con prostitutas. (N.T.)
[←3]
En español en el original (N.T.)
[←4]
Spenaz: Fuerzas especiales de élite militares y policiales de la Federación Rusa (N.T.)
[←5]
Español en el original (N.T.)
[←6]
Español en el original (N.T.)
[←7]
Español en el original (N.T.)
[←8]
Español en el original (N.T.)
[←9]
En español en el original (N.T.)
[←10]
Se refiere al waterboarding (N.T.)
[←11]
En español en el original (N.T.)
[←12]
Fuerzas especiales del desaparecido KGB (N.T.)
[←13]
Marca de revólver (N.T.)
[←14]
Vehículo aéreo no tripulado (N.T.)