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L M R

F N
3º Serie Protectores
A

Chloe Mason no recuerda mucho de su infancia excepto


habérsela pasado entrando y saliendo de hospitales. Ahora que ya
está sana y ha crecido, está decidida a llenar el vacío de su pasado.
Cuando encuentra a su hermano perdido tanto tiempo atrás, Harry,
descubre lo que es tener familia y otra cosa que le ha faltado en la
vida. El amor.
De niño Mike Keillor observó impotente cómo sus padres fueron
masacrados. Jurando no volver a ser jamás vulnerable, se enroló en
los Marines y se convirtió en francotirador, en oficial SWAT y en un
experto en artes marciales, antes de fundar su propia exitosa
compañía de seguridad. Cuando su amigo y socio Harry retoma el
contacto con su hermana perdida tanto tiempo atrás, Chloe, el
durísimo Mike es derribado por lo único contra lo que no puede
luchar. El amor.
Pero su futuro juntos es puesto en peligro cuando Chloe topa
accidentalmente con la mafia rusa. Aunque su adversario es
muchísimo más grande que él, nada detendrá a Mike para salvar a la
mujer que ha capturado su corazón. Ya perdió a su familia y no va a
perder a Chloe. Fallar es algo que no se contempla.
Esta página está cariñosamente dedicada
a mi buena amiga Judith Edge,
el cuchillo más afilado del cajón.
Capítulo 1

San Diego
4 de enero, de madrugada
—Más fuerte —gimió. Mike Keillor apretó los dientes,
empezando a moverse más rápido, más duro. La cama sucia y barata
crujió tanto que tuvo miedo de que se fuera a partir—. Más duro —
insistió ella. La mujer debajo de él tenía la cara roja, los ojos
vidriosos, los dientes apretados fuertemente, mientras sus caderas
golpeaban las de ella.
—Más —siseó ella. Cuando habían llegado dando tumbos al
sucio apartamento, borrachos y besándose, ella le había dicho que le
gustaba que la sujetaran durante el sexo. Así que la estaba sujetando,
apretando sus manos fuertemente alrededor de sus muñecas. Ella se
arqueó contra él, fuerte, su pelvis golpeando contra la suya, y gimió
de nuevo.
Lo que oyó fue dolor.
Espantado, Mike dejó de moverse en su interior, levantando las
manos. Ella tenía las muñecas rojas, empezaban a hincharse. Podía
ver la marca de sus dedos.
Dios.
Tenía manos grandes y fuertes. Las manos de su padre. Duras,
nervudas. Manos que podían hacer daño. Manos que le habían
hecho daño a aquella mujer.
Mike tenía las manos de su padre pero jamás había visto a su
padre tocar a su madre o a sus hermanos con algo que no fuera
amabilidad, ternura y amor.
Las manos de su padre habían hecho daño a aquella mujer.
Y a ella le gustaba.
El horror bulló en su interior.
Mike se apartó de ella, rodó y recorrió el pequeño apartamento
buscando el aseo. Abrió la puerta del vestidor, el de una cocina
diminuta y finalmente encontró la puerta del baño. Subió la tapa del
inodoro con un golpe sonoro, casi sin llegar a tiempo de vomitar
dentro del váter manchado de marrón.
Vomitó los seis whiskys con cerveza, el plato de patatas
grasientas que solían placar al alcohol y, sobre todo, vomitó el hecho
de que había estado follándose a una mujer a la que le había hecho
daño y que quería que él le hiciera daño.
Michael Keillor no hacía daño a las mujeres. Jamás. Solo pensarlo
le había hecho vomitar en el asqueroso váter, con una mano apoyada
sobre los azulejos manchados con suciedad, mientras él soltaba hasta
la bilis.
—¡Hey! —Una afilada uña le golpeó su espalda desnuda—. ¡Tú,
gilipollas! Me has dejado colgada. ¿Qué coño te pasa?
Mike no tenía ni idea. Miró el increíblemente sucio baño que
llevaba meses sin limpiarse.
¿Qué le pasaba?
Buena pregunta.
¿Qué coño estaba haciendo allí?
Pregunta todavía mejor.
Tenía la verga abajo, la goma le colgaba de la punta. Se la sacó y
la tiró a un cesto de basura sobresaturado.
—¡Hey, tú, gilipollas! —le dio un fuerte golpe en la espalda—.
¡Estoy hablando contigo!
Mike se giró hacia ella.
No tenía ni idea de quién era. No recordaba su nombre. Tal vez ni
se lo había dicho. Tal vez él no había preguntado.
El bar había estado oscuro y ruidoso y se habían comunicado
principalmente con la mano de ella sobre el paquete de él,
restregándole la polla. Cinco minutos después de que pusiera los
ojos sobre ella estaban entrando por la puerta de aquel apartamento,
a una manzana de distancia.
No era una profesional. No le había pedido dinero. Todo lo que
quería era follar.
Y que él le hiciera daño.
Lo podía ver ahora, las finas cicatrices que le cruzaban la cara,
dos cicatrices de cuchillo en su pecho desnudo, moratones viejos y
nuevos. Ya le habían hecho daño, un montón.
Más que delgada, era flaca, como si lo que comiera no solo no
fuera suficiente sino que además fuera mierda. Mike la superaba en
más de cincuenta kilos. Lo había escogido en un bar, un hombre
borracho y corpulento, y ahora le estaba provocando.
Le abofeteó, luego dio un paso y se le puso justo a la cara, las
facciones retorcidas por una mueca desdeñosa, la boca con el
pintalabios corrido.
—¿Me oyes, imbécil? Me follarás hasta que yo haya acabado, no
hasta que tú lo hagas. Y luego vete a vomitar a otro lado, pedazo de
gilipollas.
Mike simplemente la miró, controlando otro espasmo de bilis.
Ella lo miraba, sus ojos oscuros brillando de anticipación.
Acababa de desafiarlo, de insultar su hombría.
Era como de guión, una secuencia de sucesos preestablecida, una
que ella esperaba, ansiaba. Se suponía que él empezaría a atizarle, a
golpear sangrientamente. Empezando… ya.
Ella se lo esperaba. Lo quería. Lo ansiaba. Y si podía leer a una
mujer excitada, y tenía años de experiencia en ello, se estaba
corriendo con la idea de ser golpeada. Por él.
Mike no podía respirar.
Necesitaba salir de allí, rápido. Necesitaba salir de aquel
asqueroso baño, de aquel asqueroso apartamento, de aquella
asquerosa vida. Ahora.
Ella estaba de pie en la puerta del aseo bloqueándole el paso.
Mike alargó las manos y se las puso sobre los hombros. Bajo sus
grandes manos los huesos de ella se sentían como de pajarillo,
apenas cubiertos por la piel. Ella tembló, un movimiento
incontrolable de excitación. El juego estaba a punto de comenzar, y,
tío, ella estaba más que lista.
Pero en vez de estamparla contra la pared, Mike simplemente la
levantó un poco del suelo y suavemente la colocó de pie a la derecha
para poder salir de aquel maldito baño y coger sus ropas antes de
que lo que estaba dando tumbos en su estómago subiera y saliera de
nuevo.
Se estaba metiendo los tejanos cuando sintió que ella le empujaba
la espalda.
—¡Tú, hijo de puta! —gritó—. ¿Dónde coño te crees que vas, eh?
Te vas a quedar aquí mismo y acabar la faena, bastardo.
Mike miró buscando sus botas, oyendo su aguda voz como si le
llegara desde la distancia, como una mosca zumbando y golpeando
contra el cristal de la ventana.
Encontró las botas (una bajo la cama, la otra tirada al lado, bajo
una silla inestable y astillada). Recordaba habérselas sacado. Había
tenido prisa por quitarse la ropa, meterse en la cama. No porque
estuviera consumido por la lujuria, ahora se daba cuenta, si no
porque quería empezar a follar antes de que el olor y el sucio
desorden que podía ver incluso con la tenue luz, lo apagaran por
completo.
Ahora que había vomitado la mayor parte del alcohol y estaba
semi-sobrio, comprendió que había tenido razón para apresurarse,
porque lo que vio le bastaba para hacer que se le bajara el miembro.
Era un Marine —aunque hubiera sido un SWAT en el
Departamento de Policía de San Diego y ahora fuera socio de un
próspero negocio de seguridad con sus hermanos— porque una vez
Marine, siempre Marine. Los Marines eran limpios y organizados.
En aquel desastroso agujero parecía que anidaran ratas. Ropas
colgando por todas partes, ni una sola de ellas doblada. La cama
había estado sin hacer la otra noche, las sábanas sucias y manchadas.
Todo el lugar apestaba a sudor, sexo y desesperación y, ay Dios,
ahora que prestaba atención, había un lugar preparado en una mesa,
con una cuchilla de afeitar y polvo blanco que se había
desparramado.
Mierda. Joder. Joder, joder.
Una cocainómana. Se había follado a una cocainómana. Medio
follado una cocainómana.
Ella le estaba gritando abusador, dándole patadas, intentando
arrearle con los puños. Mike se sentía tentado de quedarse allí y
dejar que ella abusara de él porque se lo merecía.
Tenía treinta y cinco años. Había sido soldado y además uno
malditamente bueno. Había sido un SWAT, el mejor en la fuerza. Y
ahora era socio en una de las mejores compañías de seguridad del
país.
Era uno de los chicos buenos.
Así que, ¿qué coño estaba haciendo allí con una cocainómana?
Encima con una con problemas mentales. ¿Qué diantre le sucedía?
Escuchó lo que ella le estaba gritando.
—… jodido gilipollas, ¿qué coño te crees que estás haciendo, maldito
imbécil?, ni siquiera la puedes tener levantada, pensé que me estaba
trayendo un hombre a casa y me he traído un nenaza que no la puede ni
levantar…
Mike desconectó mientras se ponía la chaqueta. Si había algo
remotamente divertido en todo aquello, se reiría. Su gran problema
en la vida hasta ahora había sido, no que no se levantara, sino
mantenerla bajada.
El sexo siempre había sido como una especie de refugio, una
manera de desconectar la cabeza, apagar los sentimientos. Como
correr, solo que más divertido. Ejercicio sudoroso y sin sentido.
Aquello… aquello no sabía lo que era. No era sexo. No era
divertido. Era un vistazo a la parte oscura de sí mismo que lo hacía
cagarse de miedo. Una parte oscura que inevitablemente conducía a
un futuro negro y tenebroso hecho de agujeros inmundos como
aquel, tocando fondo una, otra y otra vez.
Sus gritos ahora fueron más altos, cuando comprendió que se
estaba yendo de verdad y que ella no iba a lograr ni que la follaran
ni que la golpearan.
Mierda. Estaba haciendo un estruendo tremendo. Alguien iba a
llamar a la poli y ¿no sería un final perfecto para un día perfecto?
Tener a sus antiguos compañeros de la poli persiguiendo su culo y
llevándolo a comisaría.
Sus compañeros en las fuerzas de la ley sabían que era incapaz
de hacerle daño a una mujer. Algunos incluso sabían que su
compañía, RBK Security Inc., ayudaba en secreto a mujeres
golpeadas y maltratadas a escapar de sus torturadores y las colocaba
en algún otro lugar con una nueva vida. Su propio tren de la
libertad.
Pero aquella mujer mostraba signos de abusos continuados. Si
gritaba “¡violación!”, encontrarían su ADN sobre ella, aunque no en
ella, y se verían obligados por el honor a llevar todo el patético
espectáculo hasta la central y meter a la fiscalía.
Y Sam y Harry irían a pagarle la fianza.
Habría una investigación, tal vez un juicio. El nombre de RBK se
vería arrastrado por el lodo.
Jesús.
Mike cerró la puerta a la mujer gritona y miró a su alrededor. Si
el apartamento era malo, el pasillo era peor. Cada una de las
bombillas estaba fundida y todo el lugar apestaba a meado. El pie se
le pegó al manchado y sucio linóleo. Ahora que la mujer de detrás de
la puerta había dejado de gritar y sólo lloraba, Mike pudo oír a otra
mujer gritando detrás de una puerta un poco más allá en el pasillo.
El lugar apestaba a enfermedad, violencia y desesperación.
Llegó hasta las escaleras, con la cabeza gacha, conteniendo la
respiración. Alguien había vomitado en el descansillo del segundo
piso. No sabía qué le deprimía más, aquel triste vertedero o el hecho
de que había estado tan borracho tropezando al subir las escaleras,
con el cerebro en los pantalones, que no se había percatado de nada.
Empujar la puerta para abrirla a la calle y salir al aire limpio y
fresco de la noche fue como una mano acariciándolo para
tranquilizarle. Finalmente respiró mientras comprobaba los
alrededores.
Toda la calle era una mala noticia. Las pocas farolas funcionando
mostraban casas abandonadas, seres humanos enroscados sobre sí
en las aceras, un tío viejo en las escaleras de un porche bebiendo de
una bolsa de papel, otro con harapos sucios meando contra una
pared, la mayor parte de ello salpicándole a los zapatos porque no
atinaba.
Era probable que todo el alcohol en el organismo de Mike ya
estuviera yéndose por el sistema de alcantarillado de San Diego,
pero no valía la pena arriesgarse a que le pillaran en un control
policial. Dejaría su SUV donde estaba. Tenía un sistema de rastreo si
alguien lo robaba y, de todas formas, lo tenía asegurado hasta las
cejas. Al día siguiente haría que Barney lo llevara hasta allí. Le diría
alguna mentira sobre estar en una vigilancia. Barney ni lo
cuestionaría. Pensaba que Mike, Sam y Harry eran dioses.
Mike resopló al pensarlo.
Levantó la vista al cielo nocturno, claro; unas pocas estrellas
brillantes penetraban en la contaminación lumínica de la ciudad.
Cuando iba de acampada, muy lejos de las luces de la ciudad, podía
ver billones de estrellas por la noche.
¿Cuándo había sido la última vez que había ido de acampada?
Dios, ni lo recordaba.
¿Y qué estaba haciendo allí, en aquella parte de la ciudad dejada
de la mano de Dios, follándose a una mujer medio desquiciada?
¿Una mujer que quería que él le hiciera daño? Mike había follado un
montón en su vida pero siempre se había mantenido a distancia de
las locas. Las drogadas, las casadas y las locas. Regla básica, jamás
rota, hasta ahora.
¿Qué estaba haciendo?
Sabía lo que estaba haciendo. Huir de Sam y Harry y sus
familias, eso era.
Sam Reston y Harry Bolt. Habían estado juntos de niños y ahora
de hombres estaban más unidos que si fueran hermanos. Los tres
habían crecido sin familias. La madre de Sam lo había tirado a la
basura cuando era un recién nacido. La madre de Harry y de su
hermana pequeña habían sido asesinadas por el novio adicto a la
meta cuando él tenía doce años. Y Mike… Jesús.
Se restregó el pecho. ¿Cómo podía ser que todavía doliera? La
pérdida de su familia había sucedido hacía veinticinco jodidos años.
Era un hombre. Un Marine, un poli, un experto en seguridad. Un
francotirador, uno de los mejores. Resistente como el cuero.
Y todavía dolía, joder.
A casa. Necesitaba llegar a casa.
¿Por qué estaba allí y no en casa? Bueno, aparte del hecho de que
aquella casa era grande y estaba vacía, sin nada para él, había visto
cómo sus cuñadas intercambiaban La Mirada.
Toda la época de Navidad la habían pasado comiendo o en casa
de Sam o en la de Harry. Todos vivían en el mismo edificio en
Coronado Shores, donde Mike tenía un espacio grande y vacío al
que más o menos llamaba hogar porque no había ningún otro al que
llamar así, así que Eso lo era. Hogar por defecto.
El gigantesco apartamento de Sam en el edificio y el de Harry,
ligeramente más pequeño, habían sido transformados en lugares
acogedores por sus esposas. Decidir cuál era más bonito era difícil.
La casa de Sam y Nicole era enorme, su ama de llaves era una
cocinera fabulosa y, como hija de un embajador, Nicole era una
anfitriona consumada.
Cuatro pisos más abajo, la casa de Harry y Ellen era un poco más
pequeña, sin cocinera, aunque Ellen tenía una pequeña panda de
fans que eran chefs de restaurantes y que se disputaban el enviar
platos de gourmet. En cualquier momento podían estar comiendo
platos preparados por los chefs de los mejores restaurantes de la
ciudad.
Había otra cosa genial en cenar en casa de Harry. Su esposa era
una de las mejores cantantes del mundo y a la cena a menudo le
seguía un pequeño concierto improvisado que haría que cualquier
amante de la música derramara lágrimas de agradecimiento.
Y las niñas. Jesús.
Mike caminaría descalzo sobre brasas ardientes por jugar con la
pequeña niña de Sam, Meredith. Merry era adorable, brillante y
hermosa. Amaba a su Tío Mike y, tío, él también la quería. Otra
pequeña estaba en camino y todos la estaban ansiando. Y la pequeña
de Harry, Grace, que tenía solo tres meses y ya sonreía cuando oía su
voz.
Así que era realmente fácil caer en el hábito de comer tres, cuatro
y, ahora que lo pensaba, hasta cinco noches a la semana con Sam o
con Harry. Y por supuesto los fines de semana quedaban todos
juntos. Barbacoas en la terraza o pizza en casa, y cervezas y partidos.
Aquel año había sido el más feliz de Mike desde que su familia
había sido masacrada. Incluso había perdido un poco de peso
porque estaba comiendo sano de manera regular. Comida de
verdad, no mierda de bar.
Su vida sexual había tocado techo, pero si le ponías una antorcha
debajo de los pies desnudos y le arrancabas las uñas tendría que
admitir que estaba más que un poco cansado de ir a los bares y del
sexo impersonal que lo acompañaba.
Así que estaba feliz de vivir a través de las familias de sus
hermanos, aunque él no lo veía así. No hasta la otra noche.
Había pasado la noche de fin de año en casa de Sam, jugando con
Merry, todos ellos habían pasado el día de Año Nuevo en casa de
Harry y la noche de después en casa de Sam. Cuando Mike preguntó
sobre hoy, había habido un entendimiento entre Ellen, Nicole, Sam y
Harry. Una mirada que contenía miles de palabras.
¿Quién se iba a quedar con el niño problemático, el que no podía
controlarse?
Eve estaba cansada porque había dado su concierto anual de
Navidad y le exigía mucho de sí y además durante las Navidades
había grabado un CD que iba a salir en Marzo. Además Grace estaba
con los dientes y ambos, ella y Harry, tenían unas enormes ojeras
por las noches sin dormir. Nicole estaba embarazada de tres meses,
sufriendo náuseas nocturnas y tenía un trabajo importante de
traducción que había aceptado durante las vacaciones y estaba
trabajando desde casa.
Y ahí fue cuando la realidad le golpeó a Mike en la cabeza:
querían pasar tiempo a solas. Cada familia quería pasar una noche a
solas, cada uno en su propia casa, relajándose. El único sin familia
con la que ir era Mike, y ellos más o menos se habían echado la carga
de proveerle una familia en préstamo.
Ardía de vergüenza cuando comprendió lo a menudo que
simplemente daba por hecho que sería bienvenido, cualquier día que
quisiera, cualquier comida que quisiera. Alimentándose de las
buenas vibraciones que las familias de Sam y Harry emitían.
Mike Keillor, vampiro.
Se resolvió a dejar de chupar de la teta de la familia de sus
hermanos y a cuidarse de sí mismo. Empezando por ya. Aquella
noche abrió el frigorífico, vio el brillante vacío (excepto por dos
paquetes de Anchor Steam) y se dirigió al centro. A buscar algo que
comer y algo que follar.
Bueno, pues qué bien había ido todo, ¿eh?
Mike tenía un sentido de orientación excelente. Había estado en
lo más alto de su clase de entrenamiento para Francotiradores y
había llegado al Force Recon1. El mapa que tenía en la cabeza se
encendió; giró y empezó a caminar.
Caminar se convirtió en un trote lento porque quería escapar de
sus pensamientos. Y quería largarse de aquella parte de la ciudad.
Era deprimente, rozando la peligrosidad. Las calles estaban oscuras
y sucias. Montones patéticos de ropa cubiertos con cartones se
apiñaban entre las aceras y las paredes de los edificios, esperando
captar algo de calor residual.
Pasó junto a un bidón oxidado. Dentro habían encendido una
fogata, rugosas manos calentándose sobre el fuego. El brillo
anaranjado iluminaba rostros grotescos, desiguales, mal afeitados;
los rostros de hombres con dientes con flemones y cortes que jamás
eran tratados. Un hombre abrió la boca lanzando un rugido como un
animal enfurecido, mostrando dientes rotos semejantes a tocones
negros en su boca.
Un pillado a la metadona, justo como el que había golpeado a la
madre de Harry y a su hermana pequeña hasta la muerte. Harry
estaba empezando a superarlo gracias a una esposa maravillosa y a
una hijita, a las que amaba desesperadamente.
Mike corrió más rápido. Quería irse de allí, irse de todo lo que
estaba allí, de la oscuridad, del dolor y del lamento. Ya tenía
suficiente de eso en su vida.
¿Por qué no podía huir de ello?
Ahora estaba corriendo, aquel ritmo constante que lo abstraía de
sí mismo, sudando las toxinas de aquella noche y los recuerdos de
todas las noches que había ido a ligar a antros, despertándose entre
sábanas arrugadas y sudadas con la mujer de turno, intentando
recordar su nombre incluso aunque su resaca era tan catastrófica que
apenas podía recordar el suyo propio.
Quería olvidarlo todo mientras corría, corría y corría. Había más
de veinticuatro kilómetros hasta Coronado Shores, sin contar el
ferry, la distancia que había corrido diariamente en el campo de
entrenamiento llevando encima casi veinticinco kilos de material. Y
cuando estaba doblado por el flato, aquel viejo bastardo de Di y, su
instructor, le gritaba directamente al oído que el dolor era la
debilidad abandonando el cuerpo.
Di y tenía razón, por supuesto. Sus instructores siempre tenían
razón. Todos los instructores de los Marines eran Dios.
Y siguió, y siguió y siguió. Levantó la cabeza cuando llegó al
océano, el limpio olor a sal metiéndosele en los pulmones. Había
sudado la peste de la habitación de la mujer y de su sesión de sexo
enfermizo. Ahora lo único que podía oler era su propio sudor y el
mar. El cielo sobre la ciudad detrás de él ahora tenía un tono más
claro de negro y, delante de él, podía empezar a distinguir la línea
donde el mar se encuentra con el cielo.
Se detuvo en el embarcadero del ferry, corriendo sin moverse del
sitio para no perder el ritmo y lo mantuvo incluso cuando llegó el
ferry y embarcó. Era tan temprano que había pocas personas que
miraran al loco que saltaba arriba y abajo. Cuando llegaron a tierra,
corrió directamente afuera.
Le chorreaba el sudor cuando llegó al camino de entrada a su
edificio, el último condominio de Coronado Shores, y rebuscó las
llaves en los pantalones. Ruiz, uno de los cuatro vigilantes nocturnos
del edificio, le vio y abrió las dos enormes puertas de cristal por
control remoto.
Ruiz llevaba allí un par de años y había visto a Mike llegar a casa
en cada uno de los estados posibles: después de noches de sexo
alcohólico y después de noches de trabajo infiltrado. Empapado de
sudor después de una larga corrida vestido en tejanos, camiseta y
cazadora bomber no era nada. Ruiz simplemente asintió hacia Mike
cuando se fue deteniendo hasta caminar y cruzó el enorme vestíbulo.
Arriba, su apartamento estaba exactamente como lo había dejado
antes aquella noche (no, la noche anterior), con las prisas inquietas.
Limpio, porque una señora de la limpieza iba una vez a la semana y
porque era pulido como un Marine. De todos modos no tenía
muchas cosas. Cama, sofá y centro de entretenimiento, y una cocina
que nunca usaba.
Antiséptico y vacío.
Se quitó las ropas empapadas en sudor, las dejó caer en la cesta
de la ropa sucia y se fue a tomar una ducha. Se quedó de pie bajo el
chorro del agua, apoyándose con ambas manos contra la pared,
dejando que el agua caliente se deslizara por su espalda durante
media hora entera. Para cuando salió, el cielo afuera de la ventana
estaba gris perla. Caminó hacia el largo balcón que daba al Pacífico y
miró aquella vista que adoraba.
Aquella mañana el vasto océano azul cobalto con sus olas de
encaje no le dieron la profunda calma que normalmente le
transmitían. Apretó las manos en la baranda del balcón, de pie con
una gran toalla blanca rodeándole las caderas, observando al cielo
hacerse más y más claro.
A diferencia de Harry, Mike jamás había tenido problemas para
dormir. Antes de casarse y convertirse de golpe en Harry el Feliz,
Harry había llegado a pasar tres y cuatro noches sin dormir, algo
que Mike nunca había entendido.
Ahora sí. No tenía ni un poco de ganas de dormir. Se sentía como
si no fuera a dormir nunca más. Observó el cielo hacerse más claro,
el océano hacerse más largo, y sintió que su vida era como el océano,
que continuaba y continuaba pero no cambiaba nunca. Tenía un
destello de su propio futuro en el agua.
Continuar y continuar.
Intentaría no agobiar demasiado a Nicole y Ellen. Pero vería a sus
sobrinas tanto como pudiera, porque amaba a aquellas niñas. Le
parecía que lo único que podría esperar de la vida era verlas crecer,
mirándolo desde fuera.
Se sintió inquieto, casi ansiando aquella pelea que la mujer había
deseado. No quería luchar con ella, quería… mierda. No sabía qué
coño quería. Sabía solo que si se hubiera topado con alguna banda
de maleantes de camino a casa le habría dado la bienvenida a una
buena y dura pelea.
Era bueno con los puños. Era un luchador, siempre lo había sido.
No había ninguna cantidad de hombres que le hicieran echarse atrás.
Adelante.
Huuah. Yiiijah.
Menuda mierda.
Algo en lo más profundo de su ser le dijo que no había ninguna
cantidad de lucha que pudiera calmar lo que fuera que hervía en él.
Finalmente, cuando el sol aclaró todo el cielo, regresó adentro a
vestirse para otro día de trabajo.
Capítulo 2

Chloe Mason estaba sentada en la muy elegante sala de espera de


RBK Security Inc., situada en un muy elegante edificio en el muy
elegante centro de San Diego.
Se había pasado mucho tiempo en ambientes de diseño lujoso,
pero seguía impresionada por la amplia sala, que lograba ser tanto
bonita como diseñada para la comodidad y la eficiencia.
También tenía otra cualidad que le era familiar. Todo en la sala,
desde el colorido usado en suaves tonos tierra, las plantas sanas y
esplendorosas, los caros sofás y butacones, hasta el interesante pero
nada estridente arte moderno, estaba diseñado para calmar y relajar.
Todavía estaban en período navideño, pero la oficina no tenía
aquel habitual tarareo de villancicos sin fin que muchos encontraban
estresante, en especial si tenían problemas. En vez de eso el espíritu
navideño estaba representado por unos suaves madrigales
medievales que sonaban de fondo. En vez de matar a un árbol, la
compañía había puesto una escultura con luces de colores que era
tanto intrigante como hermosa.
Ella se había pasado la infancia y buena parte de su adolescencia
entrando y saliendo de clínicas muy caras y aquella mezcla de buen
gusto y calma era algo con lo que estaba familiarizada.
Incluso la recepcionista era calmante. Chloe había entrado en
aquella oficina altamente exitosa y había pedido hablar con uno de
los socios. En el mundillo empresarial americano, eso sencillamente
no se hacía así. Conocía lo bastante la etiqueta en los negocios como
para saberlo.
Y aun así no había hecho una cita. Se había lanzado allí desde
Boston, nerviosa, aterrorizada y esperanzada, todo a la vez, sin
siquiera pensar en hacer una.
Así que había caminado hacia la elegante recepción con el
mostrador diseñado en forma de U, le había dado su nombre a la
esbelta y formalmente vestida recepcionista, que tenía un bonito
corte de pelo plateado hecho por alguien que sabía lo que hacía.
La recepcionista ni había parpadeado por la petición inesperada.
Simplemente alzó la mirada y le preguntó si la cita era urgente.
¿Urgente? ¿Era urgente? Tal vez, o tal vez no. Aunque si Harry
Bolt era quien pensaba que era, era más que urgente. Era algo que te
cambiaba la vida.
Así que simplemente asintió, con la garganta demasiado pegada
para rogar por su causa.
—De acuerdo, entonces —dijo la recepcionista, marcando en su
pantalla táctil—. Es una mañana ocupada para el señor Bolt, pero
haré lo que pueda. —Levantó de nuevo la mirada, sus ojos
enfocados en la cara de Chloe—. ¿Serviría uno de los otros socios? El
señor Keillor tiene una hora libre esta mañana.
El señor Keillor debía ser Michael Keillor, antiguo Marine,
antiguo oficial SWAT y actualmente socio. Había leído su biografía
en la web de RBK y había visto su seria fotografía. Parecía listo, duro
y capaz, igual que sus socios. Si tuviera problemas de seguridad,
probablemente sería tan bueno como Harry Bolt.
Pero sus problemas no tenían nada que ver con la seguridad.
Meneó la cabeza, esperando que la recepcionista no se tomara su
incapacidad para hablar como una descortesía. Y mientras estaba en
ello, aquella recepcionista no notaría las manos temblorosas de
Chloe.
La recepcionista no lo notó, solo se puso a teclear sobre la
pantalla de nuevo.
—De acuerdo, puedo hacerle un hueco con el señor Bolt a las
nueve y treinta, si no le importa esperar.
Chloe había esperado este momento toda su vida. Otra media
hora no marcaría la diferencia. Se las apañó para soltar un «gracias» a
través de su seca garganta y se sentó a esperar en uno de los
butacones increíblemente cómodos que había en el enorme
vestíbulo.
Demasiadas emociones burbujeaban en su pecho, no podía
concentrarse en sentir una sola, solo una gigantesca presión tan
poderosa que casi no podía ni respirar. Deseaba tantísimo el…
Se obligó a parar allí mismo. «Desear» no hacía que las cosas se
cumplieran. Si había una única cosa que la vida le había enseñado
era eso. Podía desear algo con tal ferocidad que hasta se sentiría
explotar, y no habría ninguna diferencia en absoluto. Era imposible
entender lo que sí lograría dicha diferencia. ¿El destino? Tal vez. ¿La
coincidencia? A lo mejor. ¿Desear? No.
Así que se volvió a sentar en el extremadamente cómodo y
atractivo butacón y… desapareció.
Era su truco, duramente aprendido a través de su infancia. Las
cosas malas le sucedían cuando se dejaba ver. Había aprendido muy
pronto a sentarse y pasar desapercibida. No es que desapareciera
literalmente. Era solo que podía desconectar todas las señales
subconscientes que los humanos enviaban entre sí, para que nadie la
notara.
Se sentó allí, inmóvil, sin decir nada, y observó. Observó a las
otras personas esperar a uno de los tres socios. Había tres hombres
en la sala, todos de mediana edad o mayores, todos visiblemente
ricos y poderosos. Hombres de negocios que querían que RBK les
ayudara con algo o en algo. Dos estaban sudando tantísimo que
sobre sus caras colonias se elevaba un ligero olor acre. El otro estaba
sentado con el Modo Masculino en marcha, las rodillas separadas,
las manos entrelazadas en medio. Radiaba enfado y agresión.
Chloe no se atrevía a mirarlo. Aunque había perfeccionado el arte
de volverse insulsa, sabía por amarga experiencia que un hombre
enrabiado se tomaba un encuentro fortuito de miradas como un acto
de agresión.
Giró la cabeza hacia la puerta de entrada para que él no pudiera
siquiera fingir que ella lo estaba mirando y observó cómo se
deslizaban las puertas al abrirse.
Entró un hombre en la sala de espera y todos los ojos masculinos
se volvieron hacia él, observando su avance por el vestíbulo. Los tres
hombres de aspecto rico tal vez pensaran que eran machos alfas en
sus propios ambientes, pero no lo eran. Chloe conocía a muchos
hombres ricos que pensaban que por su dinero obtendrían siempre
el máximo estatus en cualquier lugar y en cualquier momento. A
menudo era así, pero no siempre.
Aquel hombre que cruzaba la sala, era el macho alfa. Habría sido
el alfa en cualquier grupo, con hombres ricos, pobres, no habría
diferencia.
No era alto pero era inmensamente ancho: hombros amplios,
brazos gruesos, cuello fuerte. Un culturista pero sin el caminar
rígido de los culturistas porque él había aumentado unos músculos
que ya estaban allí. Sus movimientos eran rápidos, precisos,
poderosos. El hombre más fuerte del lugar, sin duda alguna. Y sería
el hombre más fuerte del lugar en la mayoría de los lugares.
Michael Keillor. La K de RBK. Tal vez no fuera billonario, pero no
necesitaba serlo. Era rico, tenía éxito, era dominante. Más que
suficiente para cualquier persona.
Él recorrió el vestíbulo con la mirada mientras caminaba, los ojos
deteniéndose por un momento en ella. No dejó de caminar, pero
Chloe supo que la estaba estudiando. Lo miró a los ojos, de un azul
feroz, muy inteligentes, impersonales y fríos. De repente parpadeó,
desvaneciéndose la frialdad y sucedió algo, pero ella no supo el qué.
Cuando entró, había cruzado la sala como si esta fuera solo un
punto de parada, mientras iba como una flecha hacia las oficinas
visibles por detrás de las puertas deslizantes de cristal, pero ahora se
desvió y se detuvo un momento en el mostrador, con los codos sobre
la encimera, inclinándose para hablar con la recepcionista.
La mujer se vio sorprendida, luego dirigió una mirada furtiva a
Chloe.
El corazón le latió dolorosamente en el pecho. ¿Estaban hablando
sobre ella? ¿Por qué? ¿Tendría él alguna idea de por qué se
encontraba allí? ¿Y cómo podría? Nadie en la faz de la tierra sabía
por qué estaba allí. Ni siquiera el viejo señor Pelton, el abogado de la
familia, lo sabía, porque todavía no había ido a contárselo.
Si tenía éxito, ya habría tiempo más que suficiente para hacerlo.
No era como si el señor Pelton lo fuera a aprobar.
No. Su misión allí era completamente secreta.
Así que, ¿por qué estaba Michael Keillor hablando sobre ella con
la recepcionista?
Era… no era normal. Chloe no estaba acostumbrada a ser el foco
de atención de nadie. No recordaba ni haber aprendido el arte de
pasar desapercibida para el radar de los demás. Esa habilidad había
estado siempre allí y la había perfeccionado con los años.
Jamás se vestía de forma llamativa. Sus ropas eran caras pero
normales, nunca demasiado a la moda. Siempre arreglada y bien
puesta, pero nunca atrayente.
Toda su vida la gente le había echado un vistazo y simplemente
la habían olvidado al instante. Chloe no quería atención. No por
timidez, si no porque tenía miedo. Desde que podía recordar,
atención era sinónimo de peligro. Si alguien la miraba demasiado de
cerca, el corazón empezaba a latirle con fuerza, una reacción
instintiva y totalmente incontrolable.
Michael Keillor asintió a la recepcionista, le echó otro vistazo que
hizo que las manos le sudaran, y desapareció por las puertas
correderas de cristal hacia las oficinas de detrás del vestíbulo.
Nueve y cuarto. La cita con Harry Bolt era en otro cuarto de hora
si era un hombre puntual.
Chloe se sentó para hacer lo que se le daba mejor: esperar.
Parecía como si casi su infancia al completo (al menos de lo que
podía recordar) y también su adolescencia se las hubiera pasado
esperando. Esperando a que se curaran las cicatrices, esperando a
que le sacaran los yesos, esperando a recuperarse de su última
cirugía, esperando a la siguiente. Era la diosa de las esperas. Si
hubiera un doctorado en espera, ella tendría uno desde hacía
muchos años.
Sabía exactamente cómo prepararse para una espera, cómo
respirar superficialmente, lentamente, cómo distanciarse de su
cuerpo, cómo obligarse a quedarse quieta.
En la universidad había leído un buen número de técnicas de
comportamiento y control mental y se había dado cuenta de que ella
se las había enseñado de manera instintiva, sin saber que existían.
Chloe podía esperar más que cualquier otra persona. Solo se
encerraba en sí misma hasta que necesitara regresar.
Pero en aquel preciso momento le sorprendió comprender que no
le funcionaba ninguna de sus técnicas. Tenía la respiración rápida,
casi jadeante. Su corazón latía ansioso, con ritmo desigual. Tenía las
palmas sudorosas. De ninguna manera podría meterse en su pozo de
tranquilidad. Seguía apretando una y otra vez el sobre de manila
que tenía sobre el regazo, hasta que los bordes acabaron
humedecidos por el sudor y arrugados. Otro signo de enorme estrés,
unido al sentimiento de que no había oxígeno en la habitación.
Llevaba toda su vida esperando aquel momento, sin saberlo. Y
ahora que estaba allí, no estaba preparada. Jamás lo estaría. Había
pensado una y otra vez qué diría pero no se le ocurría nada. Tenía la
mente vacía, hueca y repleta de pánico. Ni siquiera sabía si podría
hablar de lo seca que tenía la boca.
¡Piensa, Chloe!, se dijo severamente. Había hecho muchas cosas
duras en la vida, seguramente sería capaz de hacer aquello también.
¿Qué decir? ¿Debería contarlo todo? Tal vez hablaba con el
hombre y luego comprendía que había sido una loca por cruzar a
toda prisa el país para aquello. Tal vez…
—¿Señora Mason?
Chloe se giró, con el corazón latiéndole veloz.
—¿S-sí? —tartamudeó, deslizándose hacia el borde del asiento.
La recepcionista le sonrió amablemente. Considerando lo
exclusivo de la oficina, la sonrisa fue puramente gratuita. La mayoría
de las recepcionistas y secretarias de las empresas altamente exitosas
eran altivas. Ciertamente la del señor Pelton lo era. En todas sus
visitas a las oficinas del abogado, Chloe había visto sobre todo las
aletas de la nariz de la secretaria del señor Pelton cuando levantaba
la cabeza.
—El señor Bolt está libre para recibirla. La tercera puerta a la
derecha por el pasillo. —Señaló las grandes puertas correderas de
vidrio junto al mostrador de recepción.
¡Ay Dios, allá vamos!
El pánico golpeaba en la cabeza de Chloe mientras lentamente se
levantaba, esperando que sus rodillas la sostuvieran. Era un temor
muy real. Ambas rodillas eran complejas creaciones de plástico y
acero y eran tanto de alta tecnología como delicadas.
Los ojos de todos la siguieron mientras lentamente cruzó el
vestíbulo, el cual de repente lo sintió tan gigantesco como el desierto
del Gobi. La puerta de vidrio ante ella estaba tan limpia que brillaba.
Cómo se suponía que… ah. Se abrió deslizándose con algún tipo de
orden invisible.
Dentro del pasillo la sensación de lujo era incluso más poderosa.
Las puertas tenían a la derecha solamente unas pantallas de brillante
latón, nada de manillas. Las habitaciones debían ser enormes porque
le pareció caminar durante siglos por el brillante pasillo de parquet
hasta llegar a la tercera puerta de la derecha.
Allí también se encontró con un muro tan en blanco como su
cabeza. Simplemente se quedó allí, apretando fuertemente su bolso y
un sobre, esperando el siguiente paso. Cualquier pensamiento o plan
simplemente se desvaneció de su cabeza. Se sintió como si estuviera
yendo por algún camino incontrolable donde podría tropezar solo
hacia adelante y nunca ir hacia atrás.
Observó la brillante puerta de latón, mirando en blanco a su
reflejo, la cabeza vacía de cualquier pensamiento durante uno o dos
latidos. Luego se oyó un sonido chirriante, un clic de algo que abría
algún mecanismo oculto, y aquella puerta también se abrió.
Chloe se quedó allí, congelada, en el umbral. Llevaba soñando
con aquel momento toda su vida, pensando en que estaba loca
porque sucedía solo en sus sueños.
Cuando las cosas eran sueños y esperanzas podías decidir cómo
resolverlas. Y aunque no mucho en su vida había acabado bien, en
sus sueños aquello siempre lo hacía. Siempre había acabado con
risas y alegría.
Pero solo en su cabeza.
La cual era notablemente inestable.
Chloe tembló. Dar un paso adelante podía significar darlo a una
nueva y mejor vida. O podía atraparla para siempre tras el muro
invisible pero muy real detrás del cual había vivido toda su vida.
Parecía como si su existencia entera colgara pendiente de un hilo.
—¿Señora Mason? —dijo una voz profunda, y ella jadeó por aire.
Llevaba aguantando la respiración casi un minuto cuando se dio
cuenta.
Al otro lado de la enorme sala había dos hombres de pie, como
hacían los caballeros con las damas. Uno era Michael Keillor.
No lo quería allí. Sus asuntos eran exclusivamente con Harry
Bolt, y si sus asuntos acababan mal, no quería que nadie más viera
su humillación. Pero una vida de entrenamiento la hizo contener la
lengua. No tenía ni de lejos el valor necesario para pedirle que
saliera de la sala.
El otro hombre era… era Harry Bolt. Chloe lo miró ansiosa.
Mucho más alto que Michael Keillor y casi, pero no, igual de ancho.
Cabello rubio oscuro, ojos castaño claro. Ojos que le eran familiares.
Su corazón bombeaba contra su pecho tan fuertemente que se
preguntó si ellos lo podrían oír.
Chloe estaba acostumbrada a observar y leer el lenguaje corporal,
pero allí no había absolutamente nada que leer. Ambos hombres
estaban completamente quietos, ambos completamente inexpresivos.
No tenía manera de captar sus emociones. No había modo de
figurarse cómo iba a acabar aquello.
Temblorosa, con una sensación de desazón entrelazada en su
corazón con esperanza, Chloe dio un paso hacia el interior de la sala.

* *
Está asustada de muerte, pensó Mike, feliz de haberse metido en
aquella reunión. Aquella Chloe Mason había pedido específicamente
hablar con Harry Bolt, pero una vez Mike la hubo visto en el
vestíbulo, supo que también tenía que estar allí.
Porque aquella mujer era claramente una de Las Perdidas. Una
mujer con problemas, escapando de algún gilipollas violento. Y
mierda, le hacía enfurecer de nuevo que hubiera en el mundo
monstruos que podían golpear a las mujeres.
En un principio RBK se encargaba de seguridad corporativa. En
el vestíbulo, esperando obtener los muy caros servicios de RBK,
había dos CEOs y el jefe de seguridad de una compañía de las
Fortune 500. Mike había leído sus informes y sabía cuáles eran sus
problemas y cómo solventarlos.
Aquellos tres hombres representaban probablemente un millón
de dólares en negocios para RBK, aproximadamente.
Chloe Mason no representaba nada, porque RBK tenía la política
de no aceptar dinero de mujeres huidas. Si acaso, RBK proveía a
dichas mujeres con un dinerillo para ayudarlas durante su primer y
dificultoso año.
Como promedio, después del primer año, estaban a salvo.
Después de la noche anterior Mike realmente, pero de verdad,
quería hacer que una mujer estuviera a salvo. Quería ayudar a una
mujer, en especial a una mujer como aquella: suave, amable y
completamente no merecedora del jodido enfermo que la había
obligado a ir hasta ellos.
Aquella mañana Sam estaba en casa con Nicole, que había tenido
náuseas matutinas, así que los peces gordos tendrían que
dividírselos entre Harry y él. Pamplinadas que ambos podrían hacer
con los ojos cerrados. Los tres tenían un instinto natural para los
riesgos en seguridad (sus infancias habían sido riesgos en seguridad)
y habían sido entrenados de manera muy dura y muy cara por el Tío
Sam para que aprendieran sobre cómo manejar dichos riesgos. Era
una cuestión de conocimiento y raciocinio.
Pero con sus Perdidas, las mujeres temblorosas y rotas que
aparecían en su puerta porque RBK era su última oportunidad antes
de caer al abismo, cuando trataban con ellas tenías que usar tanto tu
cabeza como tu corazón.
Aunque la mujer del vestíbulo había pedido ver a Harry, Mike de
manera instintiva supo que era suya. Tenía que ser él quien la
ayudara.
No porque fuera hermosa, aunque lo era. Asombrosamente
hermosa.
Era porque se veía tan perdida, tan sola. Tenía una constitución
ligera, con piel pálida y facciones bonitas y delicadas. Una boca
ligeramente grande, enormes ojos de color castaño claro, casi
dorados.
Las ropas eran caras. Y también su bolso y zapatos. Caros,
elegantes y discretos. Aquella era una dama de buen gusto y
educación, y parecía rica.
No importaba.
Sus hermanos y él habían visto mucho de todo pasar ante sus
puertas. Mujeres que habían sido golpeadas por purria drogadicta,
maridos y amantes, claro. Pero también esposas de abogados y
doctores, e incluso un senador. Los ricos no eran inmunes ante las
alegrías de golpear a mujeres y niños. Si acaso, eran capaces de
ocultarlo mejor, y durante más tiempo.
La policía también estaba más dispuesta a hacer la vista gorda.
Las esposas ricas que acababan como parte de Las Perdidas de
RBK a veces intentaban ir a la policía, pero sus maridos muchas
veces se ocultaban tras una enorme cantidad de poder y eran
capaces de escabullirse de cosas por las que hombres más pobres
acababan en prisión. Las esposas de los gilipollas ricos eran igual de
golpeadas que sus hermanas pobres.
Aquella mujer, aquella Chloe Mason, pertenecía a las ricas, no
había duda de ello. Y tampoco era una nueva rica. Tenía aquella
elegancia insustancial de alguien que no necesita hacer una
demostración evidente, alguien para quien el buen gusto viene de
forma natural.
Estaba elegante y encantadora de la cabeza a los pies. Pero había
algo bajo aquellos bonitos trapos de diseñador que era un poquito
menos encantador.
Se movía lentamente, exactamente igual que alguien que había
sido golpeada duramente, en un lugar cubierto de ropa. Aquel era el
truquito que los cabrones que disfrutaban maltratando mujeres y
niños aprendían. Puede que sus rabias fueran incontrolables, pero
tío, sabían razonar lo suficiente para golpear donde no se viera. La
semana anterior la mujer de un banquero había llegado sin un
arañazo visible. Excepto, por supuesto, por una ruptura de brazo de
seis meses antes que había requerido de ocho horas de cirugía. A eso
le habían seguido costillas rotas y un golpe en el hígado tan fuerte
que éste había sufrido daños sustanciales.
Cabronazos que sabían lo que hacían, vaya que sí. Incluso en
mitad de su rabia sabían lo suficiente como para cubrir sus marcas.
Alguien le había hecho algo así a Chloe Mason, que se movía tan
cuidadosamente que caería si no estaba atenta.
Jo, tío. ¿Quién podía hacerle algo así a alguien como ella? ¿Quién
podría hacérselo a cualquier mujer o niño? Pero especialmente a
Chloe Mason, con su suave piel, facciones ligeras y esbelta figura.
Miró a Harry, esperando a que dijera algo, y luego volvió a
mirarlo.
¿Pero qué coño?
Era como si Harry estuviera paralizado. Simplemente estaba allí
de pie, mirándola fijamente. No de manera sexual. Como Sam, Harry
amaba a su esposa, feroz y absolutamente. Tenía un interés nulo en
otras mujeres desde su matrimonio. Pero algo en aquella mujer había
captado su atención. Y le había paralizado la lengua, porque no
decía ni pío.
Harry sabía tan bien como Mike que aquellas mujeres
necesitaban que las confortaran. No necesitaban a un hombre
mirándolas fijamente. En especial un hombre alto y fuerte. Aquel
tipo de mirada era percibida como una agresión y mujeres como
Chloe Mason ya habían recibido suficientes agresiones.
Mike le dio un codazo a Harry en las costillas, pero para nada.
Vale, Harry estaba fuera de servicio. Dependía de él.
—Bienvenida, señora Mason —dijo amablemente a la asustada
mujer que lentamente cruzaba la oficina de Harry. Como Harry no
se movía, Mike rodeó el escritorio y se acercó a ella lentamente. Ni
un movimiento repentino, todo suave y cuidadoso.
Ella lo miró fijamente y él tuvo que apartar la vista porque
también la estaba mirando intensamente, igual que el idiota de su
hermano Harry.
Maldición, era… era encantadora. La anticuada palabra iba
perfecta. Hoy en día «bella» era una palabra técnica usada para
referirse a una mujer que trabajaba en sí misma, que se había hecho
alguna mejora quirúrgica, que sobresalía por cómo se vestía y
maquillaba.
Chloe Mason tenía una belleza diferente, hecha de piel perfecta,
facciones delicadas, suave cabello rubio, enormes ojos dorados…
nada de lo cual, por lo que veía, estaba magnificado.
Así que aquel era su aspecto por las mañanas. Después del sexo.
Mike aplastó aquel pensamiento inmediatamente, avergonzado
de sí mismo. Lo último que aquella mujer necesitaba era que un
hombre al que se dirigía por ayuda fuera a intentar ligar con ella.
Lo estaba observando ansiosamente, luego miró a Harry,
apretando su bolso y un gran sobre de manila, visiblemente
preocupada porque su idiota hermano tenía la cabeza metida en el
culo.
Como parecía que se fuera a caer, Mike alargó la mano y la
colocó bajo su codo, tan caballerosamente como le fue posible,
aunque no le habría importado llevarla en brazos hasta la silla para
los clientes.
No. No iba a ir por ahí, se dijo severamente.
Las mujeres maltratadas tenían antenas que temblaban cuando
había hombres cerca y en su espacio personal, porque los hombres
en su espacio personal solían significar que las cosas acabarían mal.
No quería que Chloe Mason sintiera ni un momento de ansiedad por
su causa.
Así que hizo lo opuesto a lo que había hecho al caminar y luego
correr por una parte mala de la ciudad la noche anterior buscando
problemas. La otra noche su cuerpo entero había sido como una
mano en forma de puño, la señal universal de ven y verás, repleto de
dos drogas busca-problemas: alcohol y testosterona. Una mezcla
potente que metía, sin dudas, a muchos hombres en problemas. Pero
Mike había sido entrenado por los mejores para, llegado el caso,
enfrentarse a los problemas con la cabeza en su sitio. La noche
anterior emanaba agresión. La agresión era su amiga, siempre lo
había sido, le había salvado la vida en incontables ocasiones.
La agresión y el sexo eran sus compañeros constantes.
Pero ahora no.
Ahora necesitaba desconectar de eso, tranquilizar a aquella
hermosa mujer, no asustarla.
—Señora Mason —dijo, asintiendo con la cabeza hacia las dos
sillas para los clientes delante del escritorio de Harry—, por favor,
tome asiento.
Su voz era naturalmente profunda, ligeramente ronca debido a lo
que había bebido la noche anterior. Ella se quedó mirándolo,
tambaleándose ligeramente, y por un segundo se preguntó cuán
magullada debía estar. Tío, si alguien la había herido tanto que no
podía quedarse quieta de pie, iba a descubrir, en privado, quién
había sido y darle de hostias hasta en el pasaporte.
—¿Señora Mason? —repitió, manteniendo la voz amable.
Ella inclinó la cabeza.
—Sí, por supuesto. Me disculpo. He, he estado bajo mucho estrés
últimamente.
Era la primera vez que oía su voz. Era tan suave como el resto de
ella, con una tonalidad musical. Y un ligero acento británico.
¿Era inglesa? Mike dejó caer la mano cuando ella se sentó, luego
dio la vuelta al enorme escritorio de Harry de nuevo.
Ella se sentó en el borde de la silla, una de las sillas más
confortables del mundo. Por definición, los clientes de RBK estaban
en problemas, y la compañía quería que estuvieran cómodos
mientras los expresaban. Chloe Mason no parecía cómoda en aquella
silla, parecía infernalmente tensa.
Silencio. Harry seguía… congelado. Maldición. ¿Qué coño le
pasaba?
Mike esperó un segundo, dos. Al final él rompió el silencio.
—Señora Mason. Bienvenida a RBK Security. Mi nombre es Mike
Keillor y este es mi socio, Harry Bolt. —Le disparó una mirada a la
silenciosa estatua que era su socio y se contuvo de poner los ojos en
blanco. ¿Otra vez Harry estaba sin dormir por culpa de su hijita?
¿Estaba en coma despierto o qué?—. Sé que pidió una cita con el
señor Bolt, pero a menudo trabajamos en… casos juntos. Antes de
que empecemos, ¿podemos ofrecerle algo, una taza de café? ¿O de
té? —dijo pensando en aquel acento.
—Sí, muchas gracias. —Sus palabras salieron con la prisa de
quien se está destensando—. Me gustaría tomar una taza de té.
Buen ojo.
Mike esperó un segundo a que Harry se moviera, despertara,
para comenzar con el jodido programa. Al final él le dio al botón
para llamar a Marisa, su recepcionista.
—Marisa, ¿podríamos tomar una taza de té?
Normalmente Mike no le pediría a Marisa que llevara nada para
tomar, pero ella era la gallina clueca de Las Perdidas. Marisa misma
había sido una de Ellas, y tenía cicatrices para probarlo. Era una
empleada fabulosa, trabajadora y leal. Pero por las mujeres
maltratadas que llegaban a las oficinas de RBK, Marisa iba a por
todas. Las mimaba y las cuidaba y las protegía con ferocidad.
—Sí señor, ahora mismo.
El pequeño interludio había relajado a Chloe Mason.
Poder contarles su historia para muchas mujeres era un enorme
esfuerzo. En cierto modo estaban avergonzadas, aunque el por qué
deberían sentirse avergonzadas por haber acabado siendo el saco de
boxeo de alguien estaba más allá de la comprensión de Mike. Aquel
momento fuera del tiempo había sido un respiro para Chloe. Su
respiración se había acompasado. Le había vuelto un poco de color a
su hermosa cara.
La puerta de la oficina de Harry de deslizó para abrirse y Marisa
entró con una bandeja. Les hacía sentir orgullosos de ella. Una gran
tetera, tres tazas, leche y galletitas caseras que había traído la mujer
de Sam, Nicole, hechas por su ama de llaves.
—Harry. —Mike miró a su hermano; le costó mucho contenerse,
quería darle de nuevo en el costado con el hombro—. ¿Sirves tú?
Harry se sorprendió ligeramente, como si de verdad hubiera
estado durmiendo y de repente se hubiera despertado.
—Claro, ah, claro. —Su mirada siguió clavada en el rostro de la
mujer—. ¿Cómo toma su té, señora Mason?
Ella sonrió amablemente.
—Con una gotita de leche y una cucharada de azúcar, gracias.
Era la primera vez que Mike la veía sonreír. Estaba claramente
bajo un estrés enorme, probablemente aterrorizada, pero su sonrisa
había sido genuina, cegadora. Y le transformaba el rostro de
calladamente encantador a apabullantemente hermoso. Una
auténtica belleza. No captaba la atención a primera vista o tal vez
siquiera a la segunda. Pero cuando captaba tu atención, ojo.
Mike sintió un tirón en algún lugar de su pecho que no recordaba
tener, como si alguien tirara de un gancho.
Iban a cuidar de aquella encantadora mujer. Mantenerla a salvo,
apartarla del peligro.
Y entonces, bueno. Olvida lo de darle una paliza al tipo. Mike iba
a encontrar al cabronazo que le había hecho daño y lo iba a matar.
Capítulo 3

Chloe bebió su té y la taza hizo un leve tintineo cuando la volvió


a poner en el plato. Sus manos temblaban ligeramente. ¿Lo notaron
los dos hombres? Probablemente. Ambos la miraban con mucho
cuidado.
Extraño. Según su experiencia los hombres no tenían grandes
dotes de observación. La mayoría de ellos se regodeaban tanto en sí
mismos que apenas se daban cuenta del mundo exterior a menos
que les afectara de alguna manera.
Sin embargo, estos dos parecían atentos. Que era lo que quería,
por supuesto. Quería ser escuchada, ser oída. Por Harry Bolt,
aunque no por Michael Keillor.
Lo único era que, en esos momentos, Michael Keillor parecía ser
el más receptivo. Harry Bolt se limitaba a mirarla.
Ambos hombres estaban completamente cerrados para ella, lo
cual era inusual. Por lo general podía hacerse una idea bastante
buena de la gente en los primeros minutos. Había muchas cosas que
hablaban: el lenguaje corporal, los ojos, la forma en que vestían, su
tono de voz, el lenguaje que utilizaban. Incluso la forma en que
respiraban. A veces pensaba que podía leer las auras de las personas,
aunque no tenía ninguna formación en eso. Solo una vida de
observación, en el exterior mirando hacia adentro.
Era imposible leer a estos dos. Sus ropas eran indescriptibles.
Buena calidad, cómodas, no particularmente de moda. Ropa de
trabajo cara para hombres atareados que se ocupaban del mundo y
no se sentaban detrás de un escritorio.
Le estaban dando un montón de espacio y tiempo. Ella estaba
usando demasiado de ambas cosas.
Dejó caer las manos a las rodillas, empezó a arrugar los bordes
del gran sobre de papel manila que contenía su pasado. Y tal vez su
futuro.
—Señor Bolt —comenzó.
—Harry. —Su voz era muy profunda, casi tan profunda como la
de su compañero—. Por favor, llámeme Harry. Y él es Mike. —
Asintió con la cabeza al hombre corpulento a su lado.
Algo en lo profundo dentro de ella se estremeció al oír la voz de
Harry.
—Señor… um. Harry. Mentí. Le mentí a su recepcionista. Le dije
que solo necesitaba unos minutos de su tiempo. Pero me temo que
necesitaré más que eso. Siento mucho no haber pedido una cita. —
Agarró los bordes del sobre mientras hacía una oferta que esperaba
rehusara—. Puedo pedirla ahora y volver más tarde, si esto le viene
mal.
—No hay problema. —Se recostó en su gran silla de oficina, sin
apartar los ojos de ella. Estiró la mano y apretó un botón—. Sí,
Marisa. Cancela las citas para la próxima… ¿hora?
Su compañero, Mike, se inclinó hacia adelante, también.
—Marisa, cancela mis citas también.
—Una hora para el señor Keillor también —dijo Harry con
decisión, y levantó el dedo del botón—. Por lo tanto, señora Mason,
los dos somos libres y puede tomarse tanto tiempo como quiera.
Bien. Bien. Chloe dejó de mecerse hacia adelante y hacia atrás por
la ansiedad. ¿Por dónde empezar?
Por el principio, por supuesto.
—Tuve un accidente —comenzó lentamente—. Uno grave,
cuando era pequeña. No recuerdo nada al respecto. Sin embargo,
como consecuencia, la mayor parte de mi infancia y mi adolescencia
la pasé dentro y fuera de hospitales. Para cuando tuve quince años,
me habían hecho catorce cirugías.
Ambos hombres hicieron una mueca de dolor.
—Lamento escuchar eso, señora Mason —dijo Harry Bolt.
—Chloe, por favor. —Intentó una sonrisa, pero pudo decir por la
sensación de sus músculos faciales que era débil—. Yo, eh, no os
cuento esto para ganarme vuestra simpatía. —No le gustaba hablar
de ello, nunca y con nadie, excepto el personal médico. Había sido
bastante malo vivir así. La gente que conocía podría preguntarse por
qué a veces se movía con rigidez, pero no se sentía obligada a decir
nada a nadie—. La razón por la que os lo cuento es que mis… mis
problemas de salud se comieron mi infancia y adolescencia. Mis
lesiones fueron tan graves que muchas veces los médicos se
rindieron. Al parecer, estoy viva de milagro. El efecto secundario es
que trozos enteros de mí… de mi historia… se han ido. De hecho
puedo recordar muy poco, con excepción de largas estancias en el
hospital y la rehabilitación en una sucesión de clínicas. Ni siquiera
asistí a la escuela hasta que cumplí los quince años. Habría habido
demasiadas interrupciones. Mis, eh, mis padres contrataron
profesores particulares para que fueran al hospital. Yo tenía quince
años cuando pude ponerme en pie, caminar e incluso pensar en
llevar una vida normal.
Estudió los ojos de Harry Bolt, luego cambió su mirada a Mike
Keillor. Era un cara o cruz para ver quién le prestaba más atención.
Rara vez había estado en el extremo receptor de tal escrutinio
masculino. Le parecía que estaban escuchando atentamente cada
palabra y, tal vez, incluso las palabras que no estaba diciendo.
Respiró hondo, porque el campo de minas comenzaba ahora.
—Nunca pensé en preguntar a mis padres qué pasó. Mis padres
eran muy… distantes. Esa es la única palabra que realmente
funciona. —Ni siquiera el hombre al que conocía como su padre era
demasiado cercano—. Mi, eh, mi padre heredó una gran cantidad de
dinero y él y mi madre fundaron un negocio de bienes raíces de gran
éxito. Mi madre solía venir a visitarme un par de veces al mes al
hospital, pero después se enredó en la empresa y no tuvo mucho
tiempo. Al final, venía una vez al mes. Yo necesitaba una
rehabilitación muy intensa entre cirugías, así que les resultó más
fácil dejarme en los hospitales de larga estancia, en lugar de
transportarme de ida y vuelta. Se lo podían permitir.
Y así fue como pasó largos años dominados por el dolor en
clínicas de lujo, completamente sola. Las enfermeras eran su único
contacto humano mientras rotaban en la UCI.
Había deseado desesperadamente el amor de sus padres y nunca
estuvo allí. Solo ese agujero negro en el que derramó inútilmente su
amor hasta que aprendió a detenerlo.
A lo largo de la infancia había esperado con impaciencia las
visitas de su madre. Sin aprender. Las visitas siempre seguían el
mismo guión. Su madre llegaba con un regalo caro o dos, se sentaba
al borde de la silla de visitas con su abrigo puesto, le preguntaba
cómo se sentía, pero no escuchaba la respuesta, visiblemente ansiosa
por escapar, saltando después de un cuarto de hora. A menudo,
dejaba a Chloe llorando hasta que simplemente se rindió de intentar
que su madre la cuidara, porque simplemente no iba a suceder.
—Mis padres eran estas… estas personas distantes que se
muestran una y otra vez. Mi madre más que mi padre. Solo le vi un
par de veces al año mientras estaba en las clínicas. Y finalmente,
cuando tuve quince años, no hubo más intervenciones quirúrgicas
programadas. Los médicos dijeron que estaba tan bien como iba a
estarlo. Me liberaron para ir a casa. Mis padres se habían mudado
varias veces. Cuando salí del hospital me llevaron a una casa que
nunca había visto antes, en una parte de la ciudad que no conocía.
Me habían preparado un dormitorio por un decorador de interiores.
Esa primera semana fue muy extraña, ya que estaba en un escenario
nuevo con unos padres que apenas conocía.
—¿Dónde fue eso? —le preguntó Michael Keillor en voz baja.
—Boston.
—Sin embargo, hablas con un ligero acento inglés.
Hasta el momento, Harry Bolt no había hablado mucho. No
había duda de que estaba escuchando. Chloe tenía la sensación de
que estaba escuchando atentamente, con todos los sentidos que
tenía, no solo el oído. Y, sin embargo, a pesar de que tenía toda la
atención de Harry Bolt, era Michael Keillor quien hacía las
preguntas.
La razón por la que hablaba con un leve acento inglés, que había
captado inconscientemente, era difícil de explicar en todos los
sentidos.
Estaba allí sentada, tratando de reunir las palabras. Era tan duro.
Fue un momento de su vida que había tratado de entender, tratado
de olvidar, de perdonar. Nada funcionó.
Chloe tomó una respiración profunda, mirando a los dos
hombres. Se estaba tomando su tiempo pero no había ninguna
sensación de impaciencia proveniente de ellos. Estaba familiarizada
con la exasperación de la gente cuando necesitaba tiempo para
pensar en lo que estaba diciendo. Uno de sus muchos defectos.
Solo que no sentía que aquí fuera un defecto. Los dos hombres la
estaban mirando, escuchando con atención, lo que le permitía hablar
a su propio ritmo. Estaba muy familiarizada con el lenguaje corporal
de la gente cuando tenía que pensar en lo que estaba diciendo. Los
impacientes resoplaban, movían la pierna o daban golpecitos con el
pie. Miraban al techo, al reloj, hacían garabatos. Lo había visto todo.
Aquí no lo veía. Solo veía a dos hombres escuchándola sin signos
de otra cosa que interés.
Y como estaba ahí, no tartamudeó. Salió tan suavemente como si
estuviera discutiendo el argumento de una película que había visto
alguna vez.
—Llegaré a eso. Cuando por fin me soltaron, porque no había
nada más que la medicina pudiera hacer por mí, era verano y no
había escuela. En realidad estaba dos cursos por delante, porque lo
único que podía hacer en los hospitales y clínicas era estudiar.
Encontré… difícil estar en casa. Mi padre actuaba de manera muy
extraña a mi alrededor y mi madre… mi madre actuaba extraña
cuando él actuaba extraño. Los dos estaban muy raros, aunque no
tenía mucho con qué compararlo.
»No podía entender nada. Tuvimos conversaciones tensas sobre
nada en absoluto. Nunca me hicieron ninguna pregunta, nunca les
pregunté nada. Ambos estaban mucho fuera, a causa de los
negocios. Fue un poco como estar de vuelta en el hospital, solo que
estaba vestida y podía salir si quería. Entonces un día, mi padre llegó
a casa temprano. —Chloe cerró los ojos. Había tenido una terapia
interminable, pero el recuerdo todavía la sobresaltaba. En un
instante estaba allí de vuelta, viviendo allí, sin recordarlo.
Un día soleado en Boston, caliente y húmedo. Había encontrado
un guardarropa completo de bonitos vestidos de verano en su
habitación, un gesto inusual de bondad de su madre. Había pasado
tanto tiempo con batas de hospital y chándales, que la ropa bonita le
gustaba mucho.
Estar al aire libre todavía era una novedad para ella, un placer.
La sensación del sol en la cara y la brisa en el pelo era una
sorprendente delicia, incluso en un día húmedo de verano en
Boston. Llevaba un vestido de tirantes finos y ningún sujetador,
porque realmente, ¿por qué usar sujetador cuando sus senos eran
como dos pequeñas tazas de té? La casa tenía un jardín que
disfrutaba explorando. Un mexicano venía dos veces a la semana
para hacer el trabajo pesado. El señor Martínez. Diego. Anciano y
amable, dispuesto a explicarle lo que estaba haciendo. A decirle los
nombres de las flores, tanto en inglés como en español. Pasaba horas
bajo el sol con él sin pensar que tal vez le estuviera interrumpiendo
su trabajo.
Saliendo del jardín ese día con un ramo de ásteres, enrojecida por
el sol, se encontró con su padre, que la miraba atentamente.
Se acercó a ella, cerniéndose sobre ella. Era un hombre grande,
muy alto, y usaba su tamaño y altura para intimidar a todos a su
alrededor. Ciertamente, su madre se sentía intimidada a menudo, al
igual que la cocinera y la doncella, y los pocos invitados a cenar que
a veces tenían. Él la intimidaba todo el tiempo, por lo que rara vez
estaba en la misma habitación que él.
Sin darse cuenta realmente de lo que estaba haciendo, algo que
reconoció solo en retrospectiva y después de la dolorosa terapia, le
había evitado tanto como había podido. Saliendo de una habitación
cuando él entraba, dejando que hubiera muebles entre ellos, dando
un paso atrás cuando él se acercaba.
Su piel hormigueaba si se le acercaba demasiado. Una vez,
cuando lo rozó, el vello del brazo se le erizó.
Ese día no había modo de alejarse. La arrinconó, las grandes
manos contra sus hombros, apretándola contra la pared cubierta de
damasco rojo.
Dios, recordaba ese instante de pánico casi desmesurado para ese
momento específico, como si fuera una situación a la que ya se había
enfrentado. A veces Chloe se había preguntado si era de alguna
manera psíquica, debido a sus pesadillas donde siempre estaba de
espaldas a una pared y un hombre enorme la atacaba.
Había tenido todas las variantes de esa pesadilla, una y otra vez.
Y esa tarde se convirtió en realidad.
—¿Lo hizo? —La voz de Mike Keillor era baja y ronca. La piel
estaba tensa sobre sus pómulos. Había dicho algo y ella solo había
atrapado el final.
Chloe parpadeó.
—¿Disculpe?
—Hemos escuchado una versión de esta historia un montón de
veces. —Miró a su compañero sin mover la cabeza—. ¿Tu padre te
violó?
Chloe bajó la cabeza. ¿Era tan obvio? ¿Parecía una mujer que
había sido violada por su padre? Oh, Dios mío. Había trabajado tan
duro para no parecer una víctima y sin embargo allí estaba aquel
hombre, que acababa de verla por primera vez y la había pillado por
completo.
—No —susurró ella, mirando sus rodillas—. Aunque lo intentó.
—Espalda recta, Chloe. La voz de la hermana Mary Michael sonó en
su cabeza, serena y fuerte.
Serena. Fuerte.
Levantó la cabeza.
—Me defendí. Lo cual fue tonto, porque era un hombre muy
grande. Debí haber huido. Pero no lo hice. —Recordaba cada
segundo claramente. La rabia había venido veloz, desde algún lugar
completamente inesperado de su interior, negra, furia ciega, una
emoción que nunca había sentido antes, ciertamente no de ese modo.
Fue tan abrumadora como el golpe de él—. Era ridículo. Mi… eh…
mi padre tenía sesenta y dos años y casi ciento treinta y seis kilos.
Me dio un revés. Para hacerme callar, imagino, porque yo estaba
gritando mientras trataba de golpearlo, de hacerle daño.
Había sabido en un instante qué estaba pasando. A pesar de que
no había tenido relaciones sexuales, que nunca había besado a un
chico, que nunca había tocado a un chico, había leído lo suficiente y
de todos modos, por instinto, lo sabía. Sabía que su cara roja y el olor
de animal salvaje significaban problemas. Había llegado desde algún
lugar muy dentro de ella. A través de sus lecturas, sabía también lo
que significaba la tienda en la parte delantera de sus pantalones de
lino. Una erección.
Se había vuelto loca, pataleando y gritando, agarró un
candelabro de bronce y le golpeó en la cara con ello. Su mirada de
asombro hubiera sido cómica si ella no hubiera estado tan
desesperada. La débil y enferma Chloe, defendiéndose. Se había
sorprendido incluso a ella misma.
Sin embargo su rebelión no duró mucho.
—Me rompió el brazo —dijo—. Estaba recién operado y se
rompió con facilidad. —Fue un buen precio que pagar, porque él se
detuvo en seco y la miró fijamente mientras ella se sostenía el brazo
visiblemente roto.
Harry Bolt pareció repentinamente enfermo. Mike Keillor
furioso.
—Mi madre entró en la habitación y, sin decir ni una palabra a
mi padre, me llevó de vuelta al hospital, les dijo que me había caído
y me dejó allí a pasar la noche. Al día siguiente, con escayola y todo,
me envió en un vuelo a Londres, donde me matriculó en la Escuela
del Sagrado Corazón para niñas. Allí estuve durante los siguientes
tres años.
Chloe sonrió. No tenía ni idea de si su madre había comprobado
el Sagrado Corazón de Jesús, si había algún sitio donde se dieran
calificaciones a las escuelas para niñas en el extranjero, o si su madre
simplemente la había elegido en una página de opciones. Lo que
fuera, había encontrado oro puro. Los años en el Sagrado Corazón
bajo el cuidado amoroso de la hermana Mary Michael, quien se
había convertido en la madre de su corazón, fueron los más felices
de su vida. Las monjas habían sido cálidas y acogedoras, las otras
chicas de todo el mundo le habían proporcionado amistad y se había
sentido como en casa por primera vez en su vida.
—Me quedé en Inglaterra, fui a la universidad en el University
College de Londres. Cuando me gradué, encontré un trabajo en el
Sagrado Corazón de Jesús enseñando inglés. Nunca volví a ver a mis
padres. Mi madre y yo nos comunicábamos por correo electrónico de
vez en cuando, y a veces habló de venir a Londres, pero nunca lo
hizo.
Sin embargo, le mandaba dinero. Cientos de miles de dólares,
que Chloe había depositado debidamente en el banco, gastando tan
poco como le fue posible. Le gustaba la ropa bonita pero no
necesitaba un gran guardarropa. Sus gustos eran sencillos y la
cuenta crecía y crecía.
Miró su reloj de pulsera. Había estado hablando durante media
hora.
—Lo siento mucho —dijo ella, alzando la mirada—. Sé que os
estoy entreteniendo pero tenía que decir todo eso, para que
pudierais… entender.
Una vez más fue Michael Keillor, Mike, quien habló.
—Oh, entendemos muy bien —dijo sombríamente. Le disparó a
Harry una mirada dura—. ¿Verdad?
Harry Bolt sacudió la cabeza. No fue el gesto del no, sino más
bien como si despertara.
Bien. Hasta ahora, todo bien. Las manos de Chloe empezaron a
temblar de nuevo porque… ya era la hora. Su vida iba a dividirse en
dos. Si esto iba bien…
No vayas por ahí. Piensa en otra cosa.
Pero de alguna manera su truco habitual de amortiguar las
expectativas no estaba funcionando. La esperanza había capturado
su corazón en un puño de hierro inquebrantable. Mientras
rememoraba su pasado había utilizado el viejo truco del
distanciamiento, hablando de sí misma como si contara la historia a
una amistad lejana.
Ahora la historia se volvía más cercana, más personal.
Posiblemente con un final aterrador. Posiblemente con una alegre…
Se inclinó un poco hacia adelante y lo mismo hicieron los dos
hombres. Al igual que un grupo de conspiradores, tramando un
complot subversivo.
—Como ya he dicho, nunca volví a ver a mis padres y nos
comunicábamos en raras ocasiones. Por lo tanto… no me enteré de
que habían muerto en un accidente automovilístico. El dieciocho de
abril del año pasado. Al abogado de mi padre le llevó casi un mes
localizarme. Era final de trimestre en la escuela así que volé para
resolver los asuntos de mis padres.
El sobre arrugado de su regazo parecía que estaba lleno de
ladrillos. Pesado, abultado, voluminoso.
Cuanto más se acercaba al corazón de ello, más difícil era
respirar. Algo se apretaba dentro de su pecho. Vio los ojos de Harry
Bolt, castaño dorados, mirándola.
—Mi padre no me había dejado nada en su testamento, lo cual no
me sorprendió. Sin embargo, mi madre le sobrevivió por tres horas y
dado que ella era su único heredero y yo era su única heredera, toda
la finca llegó a mí. Liquidar la propiedad fue complicado, pero tenía
abogados, tiempo y un lugar donde quedarme, su casa. Ya que
estaba allí, la exploré. Era una casa nueva. Una vez más, nunca la
había visto. La puse a la venta, pero seguramente seréis conscientes
del hecho de que el mercado inmobiliario está flojo. Realmente no
importa si se vende o no.
»Di el aviso en mi escuela, porque esto era importante. Pasé todo
mi tiempo examinando papeles, libros y objetos, tratando de
conseguir una imagen de mis padres, tratando de conseguir una
imagen de mi pasado. Me tomé mi tiempo, porque me pareció que
era una oportunidad de descubrir las cosas que me habían
desconcertado durante toda mi vida.
Se detuvo y simplemente respiró. Toda su vida se había dirigido
hacia este punto y ella, que pensaba todo con tanto cuidado, que
trataba de anticipar todos los problemas, no tenía ni idea de lo que
venía después.
—Había una caja fuerte, una grande, como una de esas cajas de
seguridad de las películas. No había modo de abrirla. Pero el
abogado me dijo que tenía derecho a que se abriera. Me dio el
nombre de un experto. Un hombre que había sido ladrón de cajas
fuertes y que ahora era un «asesor de seguridad». Un hombre al que
se contrata para romper cajas fuertes legalmente.
Esbozó una sonrisa al recordarlo. Luigi Zampilli, un hombre
como una boca de incendios con las manos de un neurocirujano.
Diez mil dólares y abría una caja fuerte en cinco minutos.
Los dos hombres la miraban fijamente. Se estaba haciendo más y
más difícil hablar. Se terminó su té para humedecer la garganta,
deseando poder adelantar el tiempo un cuarto de hora, cuando ya lo
hubiera dicho todo y conociera su reacción.
—En el interior, en el interior de la caja fuerte había varios
cientos de miles de dólares en bonos del Tesoro, diez kilos de
lingotes de oro, el título de una serie de propiedades que no tenía
idea de que poseían… y una caja negra llena de documentos.
Con una mano temblorosa, Chloe colocó el sobre de manila en el
escritorio de Harry Bolt y lo miró. Su vida en un sobre. Levantó los
ojos hacia él, tan parecidos a los suyos.
—Fui adoptada —dijo por último, tragando con dificultad—. No
tenía ni idea, nada. Cuando vi el certificado de adopción me sentí
como si alguien me hubiera golpeado la cabeza.
Se había sorprendido tanto que simplemente se sentó en un sillón
durante todo un día y una noche, escudriñando sus recuerdos,
dejándolos caer como los elementos de un caleidoscopio en un
nuevo patrón, uno que tuviera más sentido para ella, cuando el
antiguo no tenía ningún sentido en absoluto.
Adoptada. Era adoptada. Por unos padres que no la habían
querido. Que había quedado claramente de manifiesto en el diario
de su «madre».
—No era solo el certificado de adopción, exclusivamente a
nombre de mi madre. Sino que como vi después, la mujer que creía
mi madre era en realidad mi tía. Yo era la hija de su hermana. Mi…
eh… madre biológica fue una chica con problemas, entrando y
saliendo de rehabilitación, hasta que finalmente escapó de casa en su
adolescencia. Me llevó varios días reconstruir esta información,
principalmente con un diario secreto que mi madre, mi tía, había
guardado, y por artículos de prensa sobre las detenciones de mi
verdadera madre. Después de que mi madre biológica escapara, el
rastro se perdía. Así que contraté a una detective privado. Tardó casi
seis meses en rastrear… —Chloe empezó a temblar, mirando a Harry
y luego a Mike, luego otra vez a Harry.
Algo estaba pasando con Harry. Apenas había hablado. Sus ojos
eran casi radiactivamente brillantes. La piel sobre los pómulos estaba
tensa, surcos profundos delimitaban su boca.
—Rastrear de dónde vengo —concluyó en un susurro.
La emoción le desgarró la garganta. Durante un largo momento
no pudo hablar, apenas pudo respirar. Solo podía mirar a Harry.
No tenía sentido mencionar los miles de intentos fallidos, las
decepciones, los callejones sin salida. La madre biológica de Chloe
había sido irregular, una enferma mental, con un olfato infalible para
hombres violentos e inestables. Adicta a toda sustancia. Los informes
del pasado de esa mujer enfermaron a Chloe, pero siguió excavando.
Porque la verdad era mejor que aquello… la nada. Aquel enorme
agujero en el centro de su pecho y de su vida.
Su I.P., Amanda Box, era una mujer joven e inteligente. Una ex
policía que lo había dejado porque su jefe la acosaba. Había puesto
una demanda, ganado y seguido su camino. Y Chloe lo entendió
instintivamente. Amanda había trabajado sin descanso por Chloe.
Era muy posible que sin la feroz tenacidad de Amanda, Chloe no
estuviera allí, a punto de…
Tragó saliva.
Observó detenidamente a Harry con el corazón en la garganta.
El asunto es que no conocía a Harry, no sabía nada de él. No
tenía ni idea de cómo iba a reaccionar.
Aquello podría terminar muy mal.
Sentía como si le estuviera tendiendo su corazón, literalmente.
Un músculo pequeño, bombeando, temblando de esperanza en sus
manos extendidas. Chorreando sangre.
Él podía darle un manotazo, romperle el corazón, en un instante.
Por mucho que Chloe se dijera con firmeza que no tuviera
esperanza, no podía evitarlo. Debió haberlo mostrado en su cara.
Estaba impreso en cada célula de su cuerpo. Esperanza salvaje y
desbocada de que eso fuera a terminar bien. Esperanza de una clase
e intensidad que nunca antes había sentido.
No había esperado nada con tanta fuerza, ni siquiera cuando los
médicos le dijeron que quizá nunca podría volver a caminar.
—¿En serio? —preguntó Harry, las cejas castañas y espesas se
fruncieron sobre el puente de la nariz. Su voz sonaba ronca—.
¿Rastreaste de dónde vienes?
Chloe asintió con la cabeza, sus ojos en ningún momento se
apartaron de él. Trató de leer algo en sus ojos color castaño claro y
falló.
—Sí. Hum. —Tenía la garganta seca, las palmas de las manos
húmedas—. Como ya he dicho, mi investigadora tardó seis meses.
La investigadora siguió a mi madre biológica, principalmente a
través de sus problemas con la ley. Mi… mi madre se dirigió al
oeste, a San Diego, se casó con otro adicto a las drogas que la
abandonó cuando estaba embarazada de mí. Yo era la segunda hija.
El primero fue un c-chico. Cuando yo tenía cinco años, el novio de
m-mi madre la mató, nos hirió a mi hermano y a mí. Gravemente.
Ese fue el «accidente».
Chloe se inclinó hacia delante, apoyó las manos sobre el
escritorio, tan llena de nervios que casi no podía quedarse quieta. La
presión fue creciendo en su pecho como el vapor. Poco a poco, tan
ansiosa que apenas podía sentir las manos, deslizó el sobre hacia
Harry Bolt. La habitación estaba en completo silencio. El ruido del
sobre de papel cruzando la mesa sonó fuerte.
—Está todo ahí. El informe de la IP, el certificado de matrimonio
y las actas de nacimiento tanto de mí como de mi hermano. Los
certificados de defunción de mi madre y de su marido, mi padre. El
nombre del esposo de mi madre era Michael. —Tragó con dificultad
—. Michael Bolt. Tuvieron d-dos hijos. —Chloe sudaba, sentía una
profunda angustia y esta esperanza terrible canturreaba—. Christine
Bolt y… y Harry Bolt. Nací Christine Bolt. —Miró a los ojos de color
castaño claro del hombre que ahora estaba segura que era su único
pariente vivo. Se le formó un nudo en la garganta. Era casi doloroso
decir las palabras—. Harry… creo que eres mi hermano.
Harry se levantó de repente, la cara pálida, apretando la
mandíbula.
—¿Crissy? —susurró, la voz ronca.
Desde algún lugar profundo dentro de ella, un lugar que no tenía
idea que existía, perdido pero no olvidado, salió la respuesta.
—¿Hawwy?
Chloe se echó a llorar.
Capítulo 4

Ostia. Puta.
Chloe estaba en brazos de Harry, llorando tan fuerte que tenía
problemas para respirar. Harry estaba inclinado sobre ella,
abrazándola con fuerza, llorando también. Mike nunca había visto
llorar a Harry, nunca. Ni siquiera cuando regresó de Afganistán, casi
muerto por las terribles heridas y cuando le dolía hasta respirar.
—No puedo creer esto. —Harry se alejó y sujetó a Crissy-Chloe
por los hombros, las lágrimas le bajaban por el rostro—. Oh, Dios
mío. ¿Eres tú? ¿De verdad eres tú? —No esperó una respuesta, solo
la atrajo a otro abrazo de oso.
Él no tuvo necesidad de preguntar. El parecido estaba allí, era
algo casi tangible, que era por lo que se había quedado tan
congelado. El corazón de Harry le había estado enviando
frenéticamente señales que su cabeza no podía aceptar.
Eran hermano y hermana, correcto. Cuando lo sabías, no podías
pasarlo por alto. Hombre y mujer, yin y yang, pero lo mismo. Para
Mike era increíble que fueran tan claramente hermanos y, sin
embargo Chloe era toda femenina y Harry todo masculino. Pero allí
estaba, el mismo tono de piel, el mismo color de ojos, incluso los
rasgos de sus rostros eran iguales.
Los niños Keillor habían sido así. Tres jóvenes hermanos
claramente familia, con un aspecto tan parecido a su padre, pero con
un poco de su madre también. Una familia, visiblemente unidos por
la sangre. El corazón le dio esa patada familiar cuando pensaba en
ellos. Lo suprimió, lo reprimió.
Harry y Chloe estaban haciendo mucho ruido, las palabras salían
tan rápido que eran confusas, sollozos, risas agudas.
Sam metió la cabeza con el ceño fruncido, pareciendo diez años
mayor. Nicole había tenido momentos difíciles esperando su
primera hija, Merry, y estaba teniendo momentos difíciles con el
nuevo también. Ella y Sam se pasaban las noches sin dormir.
—¿Qué es todo este jaleo? ¡Eh! —Miró boquiabierto a Harry y
Chloe, abrazados, llorando y riendo, todo al mismo tiempo. No
ocurría todos los días que veía a su hermano Harry abrazar a una
mujer y llorar.
Mike casi podía ver los engranajes moviéndose en la cabeza de
Sam. Poco a poco. Sam estaba teniendo problemas para procesar la
escena, inusual para un antiguo SEAL. A los SEAL no se les
sorprende fácilmente y no suelen tener problemas para procesar las
cosas. Sam tenía que estar muy falto de sueño.
Harry levantó la cabeza, portaba la alegría por toda la cara
mojada.
Sonrió a Sam.
—Sam, ven a conocer a mi hermana, Crissy. —La miró—. ¿O
quieres que te llamemos Chloe, cariño?
Chloe brillaba como un pequeño sol.
—Chloe —dijo en voz baja—. Por favor.
Sam parpadeó y sacudió la cabeza, como si la idea fuera
demasiado grande para que su cerebro la contuviera.
—¿Crissy? Pero, pero no está…
Muerta. Había estado a punto de decir muerta. Chloe se volvió
completamente hacia Sam. Una vez que la idea de que Harry y
Chloe eran hermano y hermana estuvo en su cabeza, la verdad
estaba ahí, en sus rostros. Inconfundible. La verdad hecha carne.
—Oh, Dios mío —Sam jadeó con los ojos muy abiertos. Viéndolo.
—Sí. —Harry se limpió la cara—. Sí. Espera a que se lo cuente a
Ellen. ¡Y a Grace! —miró a Chloe—. Cariño, tienes una sobrina. Una
hermosa sobrinita. Grace Christine. Llamada así por ti.
La cara de Chloe se desplomó otra vez, sus hombros temblaron.
Hundió la cara en la ahora mojada camisa de Harry, llorando en
silencio.
Sam entró con cautela. A pesar de que llevaba casado más de dos
años, para él una mujer llorando era todavía el equivalente a un
bloque de C4 con el detonador y el temporizador en cuenta atrás.
Pero antes de que los alcanzara, Marisa se precipitó en la habitación.
Una mujer llorando. Marisa estaba preparada para reaccionar.
Llegó toda erizada, disparando miradas furiosas a Harry, Sam y
Mike, los hombres que habían osado hacer llorar a una de sus
mujeres, a una de las Perdidas. Rodeó con los brazos los hombros de
Chloe, mirando ferozmente a los tres hombres. Marisa pesaba unos
cuarenta y cinco kilos en mojado y tenía cincuenta años. Pero
ninguno de ellos, ex soldados altamente capacitados, se atrevería a
enfrentarse a ella cuando estaba en modo protección.
—¿Qué está pasando aquí? ¿Qué le estabais haciendo, vosotros
hombres, a esta pobre chica…? —empezó con furia, mirándolos a la
cara.
—Ella es mi hermana, Marisa —dijo Harry, al mismo tiempo—.
Regresa de entre los muertos.
La cara de Marisa se quedó completamente en blanco. Nunca
hablaba de ello, pero todos en la oficina conocían la historia de
Harry. Sabía que la pérdida de su hermana pequeña había creado un
profundo agujero en su corazón toda su vida.
—Mamma mia —susurró ella, volviendo a la lengua de su
infancia. Se apartó para mirar a Chloe a la cara, sujetándola por los
hombros. La mirada saltó de Chloe a Harry y viceversa—. Mamma
mia.
—Davvero —dijo Chloe de forma inesperada, sonriente,
enjugándose las lágrimas que rodaban por sus mejillas.
Marisa gritó, besó a Chloe en la mejilla e hizo un pequeño baile.
Mike la miró fijamente. Nadie había visto nunca a la fría y calmada
Marisa tan emocionada y tan feliz.
—¡Una sorella ritrovata! ¡Una hermana perdida! ¡Encontrada! ¡Y
habla italiano!
—Solo un poco, muy poco. —Chloe sonrió y se secó los ojos de
nuevo—. Lo estudié durante solo un año.
—Eh, ¿qué está pasando? —Dos mujeres hermosas metieron la
cabeza en la habitación, con aspecto perplejo. Nicole y Ellen. Ellen
probablemente había estado trabajando con Nicole en sus cuentas.
Además de cantar para ellos, Ellen llevaba los libros de la agencia de
traducción de Nicole y de RBK. Mike siempre había pensado que era
un gran dos por uno.
Ellen corrió hacia su marido al ver las lágrimas rodando por su
rostro.
—¡Harry! —Parecía más sorprendida que preocupada—. ¿Qué
pasa, cariño? ¿Estás herido?
Esto último lo dijo lentamente, como si fuera una idea tardía,
porque a pesar de que estaba llorando, Harry claramente no estaba
herido. Él se echó a reír y se enjugó algunas lágrimas, aunque más
cayeron.
Chloe se volvió para sonreír a las dos mujeres, con esperanza y
luz en sus ojos dorados. Mike nunca había visto nada tan luminoso.
Era como si ella tuviera una fuente de luz brillando en su interior. Su
sonrisa era desgarradora, la sonrisa de alguien que no estaba
acostumbrado a la felicidad.
—Ven aquí, cariño —dijo Harry a Ellen. Abrió uno de los brazos
con el otro alrededor de Chloe. Cuando Ellen estuvo a su lado, en su
abrazo, la besó en la mejilla.
Ellen y Nicole no eran bobas. Ambas estaban mirando a Chloe,
luego a Harry, luego de vuelta a Chloe. Entendían que algo estaba
pasando, pero ¿qué?
—Cariño —dijo Harry a su esposa, luego le dio una especie de
tos y risa, como si lo que estuviera en su pecho fuera demasiado
grande para expresarse, pero tenía que salir—. Sé que vas a
encontrar esto difícil de creer, pero esta es… Crissy. Mi hermana. Ha
vuelto de entre los muertos. Solo que ahora es Chloe. —Echó la
cabeza atrás y volvió a reír.
Tanto Ellen como Nicole se quedaron boquiabiertas.
Mike apenas les prestaba atención a ellas, a Sam y Harry. Se
acercó más. No podía evitarlo. Chloe era la luz en sí misma y se
sentía atraído irremediablemente a ella, a la mujer. Había una
especie de aura allí, algo que nunca había visto en nadie, algo que lo
atraía sin ninguna voluntad de su parte. Sus piernas se movían sin él
quererlo, todo su cuerpo se movía hacia la luz, se movía hacia algo
que nunca había visto antes y que reconoció al instante como algo
que anhelaba.
Harry estrechaba a Chloe y a Ellen en sus brazos. Todo el mundo
hablaba al mismo tiempo, el nivel de ruido era increíble. Marisa se
había apartado del grupo y se secaba los ojos, sonriendo. Sam se
inclinó hacia ella.
—Marisa. —Con cualquier mujer, Sam habría colocado tal vez
una mano comprensiva sobre su hombro. Todos estaban afectados,
Marisa tanto como cualquiera. Pero a Marisa no le gustaba ser
tocada por un hombre. Todavía tenía cicatrices del toque de su
marido.
Se quedó tiesa como un palo, de regreso a su personalidad formal
y apropiada. Asintió con la cabeza con seriedad a Sam.
—Señor Reston.
Sam miró a Harry, en un enredo de mujeres felices, Chloe, Ellen y
Nicole, todos ellos hablando en voz alta y felices, y luego miró a los
ojos de Mike.
Sam tuvo clara la decisión. Se giró hacia Marisa.
—RBK cierra durante los próximos dos días. Paga completa para
todos los empleados. Cancela todas las citas para hoy y mañana, con
disculpas. Abrimos de nuevo el lunes.
Cuando Sam miró, Mike asintió con la cabeza.
Oh, sí. Encontrar a la hermana que creías muerta hace tiempo, sí
que se clasificaba como un día de fiesta. Y cuando la hermana era
Chloe Mason… joder sí. Las celebraciones estaban definitivamente a
la orden.
—Sí, señor. Gracias, señor. —La voz de Marisa era suave, pero
estaba ruborizada bajo la piel oliva. Le había picado el bichito de la
felicidad Bolt.
A todos ellos.
—Bueno, entonces Wordsmith también cierra sus puertas —dijo
Nicole, sonriendo. Su agencia de traducción estaba al otro lado del
pasillo de RBK—. Voy a subcontratar mis propias traducciones para
el próximo par de días. Siempre puedo comprobar las cosas desde
casa. Esto exige una verdadera fiesta. Y tú, Ellen… —miró
severamente a la esposa de Harry, una notable adicta al trabajo. A
veces se tenía que apartar a Ellen de las hojas de cálculo de
Wordsmith y RBK con una palanca—. Nada de cuentas. Ni una. No
quiero verte cerca de un ordenador hasta el lunes.
Ellen se echó a reír.
—¡Por supuesto! ¿Estás bromeando? ¿Trabajar cuando tengo una
hermana a la que dar la bienvenida a la familia? —Ellen estaba
abrazando a Chloe—. Ay, madre —dijo. También estaba ruborizada
—. Espera a que conozcas a Grace, Chloe. Tu sobrina. Vas a quererla.
¡Esto es genial! Otra tía para ella. ¡Nicole puede compartir el deber
de tía!
—Me encanta el deber de tía. —Nicole se inclinó para besar la
mejilla de Chloe. Era mucho más alta que Chloe y Ellen y se movía
un poco torpe, su vientre comenzaba a interponerse en su camino—.
Pero con mucho gusto lo compartiré. Y no puedo esperar a que
conozcas a nuestra hija, Meredith. Merry. —Nicole sonrió a su
marido, luego a Harry—. Esto es genial. No tengo palabras.
Lo que para Nicole, traductora profesional, cuyas acciones en el
comercio eran las palabras, era algo.
Las esposas de sus hermanos eran geniales. Mike sabía que sus
dos hermanos se daban cuenta de lo bendecidos que estaban. Dos
hermosas mujeres, sobre todo Nicole, que tenía una especie de
belleza deslumbrante, con ese marfil blanco como la nieve y la cosa
de ébano. Aunque Ellen también era muy atractiva, y una cantante
de fama mundial. Sam y Harry eran hombres afortunados porque
sus esposas no solo eran hermosas, inteligentes y con talento, sino
que también les amaban. Ambas habían creado hogares felices para
sus hermanos, les habían dado un amor constante e inquebrantable,
y hermosas hijas. Ni Sam ni Harry habían tenido un hogar feliz, y lo
disfrutaban.
Pero ninguna de las mujeres estaba al nivel de Chloe. Mike no
podía apartar los ojos de ella. Se acercó para ver si podía captar lo
que fuera que la rodeaba. Había una especie de campo de fuerza
alrededor de Chloe, algo que no podía definir o explicar en modo
alguno, pero que era tan fuerte como un rayo tractor.
Nicole tenía un teléfono móvil en la oreja y lo cerró. Aplaudió.
—Está bien, todo el mundo, ¡escuchad! Manuela va a comenzar a
preparar el almuerzo tan pronto como deje de llorar. Así que
podemos transportar este espectáculo hasta Coronado Shores. Chloe,
¿dónde te alojas?
—Con nosotros —dijeron Harry y Ellen, al mismo tiempo.
—Sin ninguna duda —añadió Harry.
Chloe parecía abrumada por la alegría. Mike se había sentido
arrollado por ella en el vestíbulo de la oficina, con esa belleza pálida
y ansiosa. Ahora estaba radiante de felicidad, con los ojos brillantes
de lágrimas de alegría y las mejillas ruborizadas. Absolutamente
irresistible.
—¡Oh! —Chloe se tapó la boca con la mano—. ¡No pretendía
imponerme! He reservado una habitación en el Del, no hace falta que
me alojéis, por el amor de Dios. Tenéis una niña pequeña y… —Su
voz se apagó cuando vio que Harry y Ellen ni siquiera escuchaban.
Ellen distraídamente le dio un apretón de hombros mientras hablaba
con Harry acerca de las camas y el espacio, luego se volvió para
darle a Chloe otro beso en la mejilla.
—¡Esto es tan emocionante! ¡Es la mejor Navidad!
—No, en serio. —Chloe dio un paso atrás, solo un pequeño paso,
pero fue el primer paso atrás que cualquiera había dado. Cruzó las
manos delante de ella y las separó. Una señal de molestia.
Harry miró a Sam y a él, y se acercaron.
Era una mirada que habían compartido durante toda su
adolescencia en el brutal hogar de acogida, una mirada que todos
comprendían instintivamente, hasta lo más profundo. Harry quería a
Sam y Mike a su espalda. Era una llamada a la que Sam y Mike eran
incapaces de resistirse. Respaldarían a Harry sin importar el qué.
Mike estaría dispuesto a recibir una bala por él y por Sam. Los
quería.
Había entrado en las fauces de la muerte por ambos.
Acercarse un poco más a Chloe, algo que quería
desesperadamente, era una obviedad.
Harry tomó las manos de Chloe entre las suyas, con cuidado. Sus
manos eran grandes, todos las tenían. Eran cuidadosos para no herir
a las mujeres o a los niños con sus manos.
Un sofoco de culpa aplastante se disparó a través de Mike ante el
recuerdo de sostener a la cocainómana la noche anterior. De hacerle
daño. Era una chiflada, es cierto, pero no se merecía ni un segundo
de dolor de él.
Era un recuerdo que le avergonzaba, le hacía sentir sucio.
Indigno de sus hermanos, de sus esposas. De Chloe.
—Chloe —dijo Harry suavemente, mirando su rostro con
cuidado—, necesitas entender algo muy importante. Ahora todos
nosotros somos tu familia. Sam, Mike y yo somos como hermanos.
Más que hermanos. Tendremos todo el tiempo del mundo para que
te explique el porqué, pero por ahora, todo lo que necesitas saber es
que ellos son tus hermanos también. Junto con Nicole, Ellen, Merry y
Gracie. Todos somos una sola familia. La tuya.
Chloe se echó a llorar otra vez. Mike podía ver que ella no podía
contener sus emociones, lo cual tenía sentido. Cuando les contó su
historia, pudo oír un anhelo por una conexión en su voz. Casi sintió
su anhelo. Él había tenido familia hasta que tuvo diez años. Sabía lo
que era anhelar. Ella lo había tenido más difícil que él porque nunca
había conocido una familia excepto los primeros años, cuando Harry
la protegía. Años que no podía recordar.
Sam se inclinó para abrazarla con suavidad. Sam era alto, uno
noventa. Tuvo que agacharse para llegar a ella. Le besó la coronilla.
—Yo también soy tu hermano, Chloe. Es como ha dicho Harry.
Nicole, Merry y yo también somos tu familia.
Chloe le sonrió y tragó, moviendo los músculos de su cuello
largo y elegante. Se limpió la cara.
—Gracias, Sam —susurró.
Sam se apartó para Mike.
Mike la rodeó con los brazos. En algún momento, ella se había
despojado de su abrigo. Llevaba algo sedoso, una blusa con volantes
de un delicado color rosa, el color de su rostro enrojecido.
Ella se acomodó en sus brazos. Encajaba tan perfectamente, se
amoldaba a él.
El abrazo con Sam había sido torpe. Él era mucho más alto que
ella, y Chloe se había movido con rigidez. El abrazo había sido
genuino, aunque torpe.
Pero con Mike encajó de forma natural en sus brazos, y así de
manera igualmente natural, sus brazos se cerraron alrededor de ella.
El tiempo se detuvo, se plegó.
La habitación desapareció. Harry y Sam, Nicole y Ellen, se
esfumaron. Nada más.
No había ruido, nada. Solo Mike, y Chloe en sus brazos.
Mike era más bajo que sus hermanos y la cabeza de Chloe
encajaba de manera natural, perfectamente, sobre su hombro,
exactamente en el punto en el que todo lo que tenía que hacer era
inclinar la cabeza para frotar su mejilla contra su suave cabello
dorado. Inclinarse un poco más para besarla.
Mike sintió calor a lo largo de su frente, fue como ser cubierto
con una manta suave, cálida y sedosa. Y olía a gloria. Algo fresco y
caliente.
Estaba hipersensibilizado. Podía sentir los jadeos cortos de la
respiración excitada de ella contra su cuello. Su mano era tan grande
que cubrió una buena parte de la estrecha espalda y pudo sentir el
rápido latido de su corazón contra la palma de su mano. El rápido
latido de alegría.
Mike había follado con cientos de mujeres pero nunca había
sentido nada ni remotamente parecido a esto. Lo atravesó una leve
sacudida eléctrica mientras la abrazaba. En todas partes donde la
tocara se sentía como si nunca hubiera tocado a una mujer antes.
Nunca había sentido tanta sedosidad, tanta calidez. Nunca se había
sentido así, como si ella hubiera introducido su cuerpo en el suyo
como imanes de polos opuestos uniéndose. Una fuerza que resultaba
imparable, natural, totalmente correcta.
Ella se apoyó en él y Mike quiso mantenerla allí para siempre,
pero cuando sintió que se endurecía se apartó sutilmente, poniendo
los ojos en blanco mentalmente.
Maldita sea. Su polla nunca había sabido cómo comportarse.
Oh, tío, buena manera de convertir este momento en algo que
pertenecía a los antros que frecuentaba cuando tenía sus momentos
oscuros.
Sin embargo, no podía culpar a su pene. Su pene tenía razón al
moverse. Sentía que no se le levantaba tanto mientras trataba de
acercarse a ella, tan cerca de toda esa seda y oro.
Su polla se acercaría a ella con el tiempo. Cerca de ella, en ella.
Oh, sí. Solo que no en esos momentos.
La mano de Chloe todavía estaba en la suya y le llevó toda su
fuerza de voluntad no acercar los dedos a la boca. Tenía unas manos
hermosas, con dedos largos y delgados. Manos de pianista aunque
no tenía idea de si tocaba o no.
Casi podía sentir sus dedos en sus labios, tan fuertemente que
tuvo que dejar caer la mano y dar un paso atrás, esbozando una
sonrisa.
Cuando se retiró, Chloe también lo hizo y le devolvió la sonrisa.
—Un hermano —susurró.
Mike no respondió, no le aseguró que solo había encontrado otro
hermano.
Capítulo 5

Chloe recibió más abrazos esa mañana que en toda su vida. Era
mágico, más allá de las palabras. Más allá de su imaginación… y eso
que había imaginado mucho en las noches en las que no podía
dormir, mirando al techo, imaginándose cómo sería tener una
familia.
Maravilloso, así era.
Le tomó un segundo ubicar a la mujer. La pequeña y bonita
pelirroja con el ligero acento sureño era Ellen, la esposa de Harry…
su cuñada. Y tenía una sobrina.
Chloe nunca, jamás, había pensado que tendría una cuñada o una
sobrina. Relaciones sanguíneas. El pensamiento la hacía temblar.
Y luego Nicole, la esposa de Sam. Hermosa, cálida y acogedora. Y
como Harry dijo que Sam era como un hermano para él, bueno
entonces, por lo visto Nicole también era familia.
Después estaba Sam, muy alto, tan alto como su hermano Harry,
solo que no tan bien parecido. En realidad tenía un aspecto rudo,
exactamente la clase de hombre de la que huiría tímida,
instintivamente. Un hombre alto, fuerte y de ruda apariencia
automáticamente gritaba peligro. Aquel era el mensaje que le venía
desde algún lugar enterrado muy profundo en su corazón y cerebro,
unos instintos que nunca había cuestionado, hasta ahora.
A pesar de su apariencia, Sam parecía un buen tipo. Aunque
parecía como si pudiera levantarte y arrojarte contra una pared sin
sudar, la verdad era que realmente se esforzaba en ser gentil con
ella. La abrazó con un cuidado casi exagerado, de la manera en que
abrazarías a una abuelita frágil. No había nada que pudiera hacer
con su gruesa voz, pero parecía que trataba de modularla para ella.
Y estaba enamorado de su esposa, tanto como Harry
visiblemente amaba a la suya.
Se notaba cada vez que miraba a Nicole. Sin embargo no parecía
un amor enfermizo, la clase que ahora Chloe reconocía que había
existido entre sus padres adoptivos y que sin duda había existido
entre su madre biológica y su marido y novios adictos a las drogas.
No, aquello era de verdad y podía ver porqué, porque Nicole era
absolutamente hermosa y agradable. Alta, esbelta excepto por el
pequeño bulto del embarazo. Largo cabello negro azabache,
cautivadores ojos azul cobalto. Y completamente natural, sin rastro
de ese complejo instinto de competición que tienen algunas mujeres
hermosas cerca de otras. Abrazó a Chloe con genuina calidez, la
miró directamente a los ojos sin echarle una sola ojeada a su ropa o
zapatos, y luego mantuvo un amistoso brazo alrededor de los
hombros de su amiga Ellen mientras le sonreía a Chloe.
El lenguaje corporal no pudo haber sido más claro en ambas
mujeres. Bienvenida, estamos ansiosas de ser tus amigas.
Mike Keillor, era otra historia. No tan alto como los hombres a
los que llamaba hermanos, pero aparentemente el doble de ancho.
Tenía los hombros y brazos más fuertes que jamás había visto en un
hombre. Un culturista, pero sin la rigidez y torpeza de estos.
Sencillamente parecía… fuerte. Plantado firmemente en el suelo,
imparable, invencible.
Era difícil pensar en Mike Keillor como en un hermano.
Los abrazos de los dos hombres, Sam y Harry —¡oficialmente
ahora sus hermanos!— y sus esposas, habían sido cálidos y breves. En
la emoción del momento, difícilmente pudo decir quién la estaba
abrazando. Como sumergirse en un océano cálido, con muchas olas
acariciándola.
Pero cuando Mike la abrazó, de alguna manera el tiempo se
detuvo. Estaba repentinamente consciente de todo, todas las
sensaciones separadas y discretas. Cada una inusual. Cada una
excitante.
Sentirlo fue lo que la afectó tanto. Harry y Sam eran tan altos que
tuvo que estirarse incómodamente para colocar las manos en sus
hombros, poniéndose de puntillas, un breve abrazo, y cayó de nuevo
sobre sus talones. El abrazo había terminado casi antes de que
comenzara porque abrazar a alguien tan alto era incómodo.
Ahora bien, Mike era del tamaño perfecto, más alto que ella pero
no demasiado. Y su fuerza. Guau. Nunca en su vida, había tocado a
alguien tan fuerte como él. Como abrazar al hombre de acero.
Superman, pero sin los leotardos. Superman, solo que más bajo, más
amplio, pero con… sí… penetrantes ojos azules y sí, esa capa de
cabello oscuro sobre su frente que hacía que quisieras alargar la
mano y retirárselos hacia atrás. Tuvo que apretar las manos para no
hacer precisamente eso.
También olía maravillosamente. Limpio. Puramente masculino.
Por un momento, en lugar de un abrazo, había sido como si la
envolviera. Simplemente la movió hacia él, colocó sus brazos
alrededor de ella y la sostuvo cerca.
Le encantó. Eso fue una enorme sorpresa. No tuvo que
racionalizarlo, como hacía en la mayoría de las interacciones que
tenía con las personas. ¿Debo hacer esto, decir esto?, ¿y si lo hago
entonces qué? ¿Esto es normal, debería sentir esto, me miran raro cuando
hago esto?
Sus juegos mentales cuando lidiaba con las personas
normalmente eran agotadores. No tenía instinto natural para eso,
siempre había sido mala para esas cosas.
Tal vez habían sido todos esos solitarios años en el hospital, o
tener padres que nunca habían interactuado con ella. Lo que sea que
fuera, a veces Chloe pensaba que a todo el mundo, menos a ella, le
habían dado un manual de instrucciones desde el comienzo de sus
vidas y sabían cuál era el guión, mientras que ella estaba
penosamente a oscuras.
Mejoró cuando estuvo en el Sagrado Corazón y después en la
universidad y en el mundo laboral. Pero aun así le parecía que no
tenía instintos sociales, solo lecciones dolorosas aprendidas en duras
escuelas.
Pero ese momento con Mike, ese momento fuera del tiempo,
había sido puro instinto. Encajaban juntos tan perfectamente. No
hubo incomodidad ni una fracción de segundo. En un momento se
encontró apretada contra él, sus brazos rodeándole la espalda, su
cabeza cerca de la suya.
En ese instante, algo se paralizó dentro de ella. Sus constantes
monólogos internos se detuvieron. No tuvo ningún pensamiento,
solo sentimientos, apresurándose, abrumándola.
Fuerza, calor, seguridad, excitación.
Guau.
Mike se alejó, algo bueno, ya que ella era incapaz de hacerlo. Se
sintió despojada cuando él dio un paso atrás. Toda la parte delantera
de su cuerpo se sintió fría, como si hubiera perdido algo vital. Se
mantuvo inmóvil y le miró a los ojos, esos brillantes ojos azules,
preguntándose si tenía idea de que algo transcendental le había
ocurrido dentro.
Él parecía serio. No tenía idea de cuál era su expresión habitual,
pero justo entonces la miró profundamente a los ojos, como si
pudiera meterse en su cabeza. Tenía el rostro tenso, un pequeño tic
revoloteó en su párpado derecho. Chloe simplemente no pudo
apartar la mirada.
El tiempo se alargó…
—¡De acuerdo! —Harry aplaudió y Chloe saltó, todo el cuarto se
enfocó de nuevo. Harry y Sam estaban cerrando la oficina, apagando
los ordenadores, guardando papeles. Su hermano le sonrió—. Chloe,
pasaremos por el Del, para que cojas tus cosas y regresamos a casa.
Tu habitación estará lista para cuando lleguemos, pero comeremos
donde Sam y Nicole —se detuvo y la observó con el ceño fruncido—.
Pareces estar en shock —dijo gentilmente y le cogió las manos—. ¿Es
todo esto demasiado para ti?
Sus manos eran tan cálidas. Chloe le sonrió.
—Es un poco sobrecogedor. Pero de una manera buena. —
Intentó detener el temblor en su garganta—. Todavía me parece casi
imposible creer que te he encontrado. Que tengo un hermano.
Harry se inclinó y la besó en la frente.
—Sé lo que quieres decir. Por lo menos tú tuviste algo de tiempo
para acostumbrarte a la idea antes de llegar aquí. Yo estaba
sorprendido —Dio un paso atrás para verla mejor—. Pero ahora,
¿sabes qué?, siento como si hubieras estado allí todo el tiempo, solo
que no lo sabía —tragó con dificultad—. Y ahora lo sé. Lo cambia
todo.
—Sí, lo hace —Las lágrimas le picaban en los ojos. Soltó una risa
irónica y limpió sus ojos—. En algún momento dejaré de llorar, lo
prometo.
—Yo no, no por un tiempo, al menos —Ellen se acercó y le besó la
mejilla nuevamente—. Yo no tengo una familia tampoco, aparte de
Harry y Grace. Así que para mí es como encontrar a una hermana.
Todos estamos muy felices. —Giró alrededor del cuarto, manos
alzadas en el aire—. Y ahora nos vamos de ¡fiesta! Salgamos de aquí
y vamos a casa.
—Ten. —Detrás de ella, resonó la voz grave de Mike. Chloe giró,
asustada. Él sostenía su abrigo. Se deslizó dentro. Sus pesadas
manos descansaron brevemente sobre sus hombros. Se sentía bien,
realmente bien. Los acontecimientos aún giraban dentro de ella, casi
demasiado rápidos para seguirlos, haciéndola marearse. Sus grandes
manos la anclaron a tierra, logrando que bajara la velocidad,
haciendo que todo fuera real.
—Estaremos allí en aproximadamente media hora, cuarenta
minutos —Nicole hablaba por su móvil y luego colgó—. Manuela
sigue llorando, pero también está cocinando una tormenta y se
enfadará mucho si todo se enfría. Tú no quieres hacer que Manuela
se enfade.
—No, señora —dijo Sam fervientemente y le guiñó a Chloe—, sin
Manuela nunca comería. Ay —dijo suavemente cuando Nicole le dio
un codazo en las costillas.
Le sonrió dulcemente a su esposa, quien entrecerró los ojos hasta
que solo brilló una hendidura de azul cobalto.
—Otro comentario como ese y sé otra cosa que no harás de
nuevo.
Sam pareció horrorizado y selló sus labios.
Chloe rió y apenas pudo contenerse de tapar su boca con la
mano. Viejos hábitos. Su madre —su madre adoptiva— no aprobaba
el reírse públicamente. Pero no estaba allí, ya no lo estaría nunca
más. Todo el mundo sonrió cuando ella se rió y Sam le guiñó
nuevamente.
—¡De acuerdo! —Harry hizo chasquear los dedos al aire—. Nos
vamos ya. Chloe, vienes con nosotros.
—Yo también voy contigo, Harry —dijo Mike—. Barney recogerá
mi SUV. Anoche lo dejé en Logan Heights.
Por alguna razón, Sam y Harry intercambiaron agudas miradas.
Antes de que pudiera descifrar lo que significaba, una mano se cerró
sobre su codo. Mike, a su lado.
Salieron en masa, cruzando el enorme vestíbulo. Todos los
clientes se habían marchado. Muchas de las secretarias estaban de
pie, colocándose sus abrigos. Se encaminaron hacia fuera,
despidiéndose alegremente.
Había una atmósfera feliz en esta compañía, observó. Su
hermano había creado algo bueno junto a Sam Reston y al hombre
que todavía sujetaba su codo, Mike Keillor. Habían creado una
armoniosa atmósfera, tan inequívoca como aquella creada por las
monjas en el Sagrado Corazón.
Chloe había sentido cómo su corazón se elevaba, incluso el
primer día. Una chica nueva, una chica nueva dañada, de otro país.
Tímida y no acostumbrada al contacto con las personas. La
transición a Londres había sido tan rápida que apenas tuvo tiempo
de asustarse, para el momento en que llegó y descubrió que no había
nada que temer.
Solo observar cómo las monjas trataban a las chicas, la manera en
que las chicas interactuaban entre sí; había tanta alegría. No había
frialdad, retraimiento, ni crueldad oculta. Solo felicidad y serenidad.
Eso era lo que ella veía. El lenguaje corporal de las personas que
trabajaban en un ambiente exitoso y que trabajaban bien juntos, en
una atmósfera de respeto.
A su lado, Mike parecía serio. Harry estaba radiante. Sam tenía
su brazo alrededor de la cintura de su esposa, inclinándose hacia ella
y sonriendo. Únicamente Mike no estaba sonriendo. Harry y Sam
parecían en cierto modo que no eran complicados, comparándolos
con Mike. Leyendo su lenguaje corporal fácilmente, en ellos Chloe
observó a dos hombres satisfechos, felizmente casados, sueltos y
relajados.
Mike era más difícil de descifrar. No parecía particularmente
feliz pero tampoco se veía infeliz. Solo estaba serio. Y cerca de ella.
Como su sombra, siempre a su alrededor. Cualquiera que no los
conociera y los viera salir de las oficinas de la compañía y dirigirse al
gran pasillo, habría dado por hecho que eran tres parejas.
Harry y Ellen. Sam y Nicole. Y Mike y ella. Era una caminante
lenta, pero él mantenía el paso exactamente, como si fuera su
velocidad normal, pero ella había visto su verdadera velocidad
cuando cruzó el inmenso vestíbulo dando zancadas en un par de
segundos.
Nunca había sido tan consciente de la presencia de otro ser
humano. Era tan grande que parecía tener su propio campo de
gravedad rodeándolo. Tenía que esforzarse, y esforzarse de verdad,
para evitar observarle y, sorpresivamente, intentar acercarse más.
Aún la sostenía por el codo, no con un agarre muy fuerte pero sí con
uno que se imaginaba tendría que hacer un esfuerzo para romper.
No es que quisiera romper su agarre por nada en el mundo. Ni
siquiera podía comenzar a imaginarse queriendo hacerlo. Este se
sentía maravilloso.
Así que aquí estaba, caminando por el pasillo, habiendo añadido
cuatro miembros nuevos a su familia sin saber cómo, y el quinto,
bueno, no se sentía como familia tanto como un hombre interesado
en una mujer, absolutamente concentrado en ella.
Dios, ¿quién hubiera pensado que tal giro en su fortuna podría
ocurrir en tan solo un par de horas?
Hacía dos horas había caminado este mismo pasillo enferma por
la ansiedad, temblando con un miedo punzante y una esperanza
tenue. Completamente sola en el mundo, sin una brújula o siquiera
una pista.
De camino en el taxi había jugado a imaginar cómo podría
resultar el encuentro. Cuando permitió que la más pequeña rendija
se abriera dentro de ella para solo dejar que el más pequeño rayo de
esperanza entrara, pensó que tal vez, solo tal vez, ella y Harry
podrían… ¿qué? ¿Tal vez tomar un almuerzo juntos? Hablar,
ciertamente. Se imaginó que podría ser incómodo, pero no le
importaba. Ya llevaba mucho tiempo sintiéndose incómoda. Toda su
vida, de hecho.
E intentó darle vueltas a un asunto serio. ¿Por qué la hermana de
su madre no los adoptó a ambos?
Chloe descubrió la respuesta a eso en un diario de la caja fuerte,
escondido entre los estados bancarios como si aún y estando en una
caja fuerte, no se suponía que fuera leído. En él, Lauren, su madre
adoptiva, describió lo que encontró después de que las autoridades
la rastrearan como la hermana de Carol Bolt, de soltera Tyler,
fallecida. Lauren había volado de mala de gana, sola, a San Diego,
recién casada con un hombre que poco a poco empezó a mostrar
deseos enfermizos y tendencia hacia la violencia. Pero era rico y
poderoso y Lauren quería eso. Lo anhelaba.
El deber impuesto llevó a Lauren a la Clínica Abierta en San
Diego. El cual señaló con disgusto en su diario era un «hospital para
personas pobres». Chloe casi podía sentir la hostilidad de Lauren
saliendo de las páginas como si fuera vapor, mientras escribía cómo
su sobrina Christine, su sobrina, un pequeño bulto, estaba
fuertemente sedada, con casi todos los huesos de su cuerpo rotos,
tendida apenas viva, una forma diminuta en la cama del hospital.
Luego fue a ver a su sobrino. Un chico alto y grande. Tan fuerte
como un hombre, y peligroso. Había matado a un hombre ya. Lo
observó desde afuera, mientras rabiaba violentamente, arrojando
platos a la pared, gritando su enfado al mundo.
No había nada que hacer. Su marido podría tolerar posiblemente
que adoptara a una niña pequeña que probablemente no viviría. ¿Un
hombre-niño grande y fuerte que era violento? De ninguna manera.
Chloe entendió muy bien que Lauren había encomendado a
Harry a servicios sociales. Lauren renunció a rescatar a Harry, se
negó a llevarlo a casa con ella.
Harry hasta ahora no había estado más que feliz de que Chloe
sobreviviera. Sin embargo, se había preparado perfectamente para
aceptar su amargura por no haber sido rescatado con ella.
Se había preparado para todo, desde tibia aceptación hasta furia.
Incluso la hubiera aceptado solo por verlo. Solo por saber que había
alguien en el mundo con el que estaba emparentada.
Y si se hubiera mantenido a un brazo de distancia, lo hubiera
entendido. Tal vez podrían reunirse una vez al año y con el tiempo,
con el paso de los años, tal vez algo de la incomodidad pasaría si él
no estaba muy molesto. Tal vez podrían intercambiar felicitaciones,
un email de tanto en tanto.
Se habría sentido agradecida por las migajas más pequeñas que
le pudiera ofrecer.
De ninguna manera se había permitido imaginar lo que había
pasado en realidad: total, inmediata y cálida aceptación en su vida.
Instantáneamente aceptada dentro de su familia. Dentro de una
familia extendida, porque a diferencia de ella, Harry se las había
arreglado para forjar relaciones fuertes. Creó una verdadera
hermandad.
Esa familia extendida ahora la incluía a ella. Hacía un par de
horas no tenía a nadie. Ahora mismo parecía que tenía a Harry, Sam
y a Mike. Ellen y Nicole. A Merry y a Grace. Y a otra pequeña
sobrina en camino.
Y una perdiz en un árbol de peras.
Mike la observó, sus brillantes ojos azules muy atentos.
—Apuesto a que no pensaste que terminarías almorzando en la
casa de tu hermano hoy, ¿verdad? —Mantuvo su profunda voz baja,
solo para ella.
Le sonrió.
—Me estás leyendo la mente. ¿Tienes poderes psíquicos?
Mike resopló.
—No, de entre todas las cosas que la gente me ha llamado,
psíquico no es una de ellas. Es solo que parecías tan asustada y
ansiosa cuando llegaste. Y ahora se te ve feliz.
Levantó la mirada hacia él, sorprendida por la conexión
instantánea que sintió, era algo tan extraño para ella.
—Me sentía ansiosa y ahora estoy feliz, como tú dices.
Mike alargó la cabeza hacia adelante, donde Harry, Ellen, Sam y
Nicole ya se habían detenido para esperar el ascensor. La cabina
llegó con un «ping» y todos se metieron dentro, las brillantes
paredes internas de cobre reflejándolos de tal manera que parecían
ocho personas felices en lugar de cuatro. Ellen susurró algo al oído
de Harry y él se rió.
—No es posible que estés más feliz que Harry ahora mismo. Ni
que Ellen, Sam y Nicole —esperó un latido, su mano tensándose
ligeramente sobre su codo—. Ni que yo.
No había respuesta a eso.
Harry mantenía la puerta del ascensor abierta con una gran
mano.
—Vamos, cariño.
La llamó. No hubo impaciencia, solo expectación.
Chloe hacía que las personas se impacientaran a veces y no había
mucho que pudiera hacer al respecto. Sencillamente no podía
moverse más rápido. Caminar era un complejo milagro para ella. Le
había tomado años y años de esfuerzo. Simplemente no podía ir más
rápido que una lenta caminata. Si lo hiciera, si intentara apresurarse,
se caería; le había ocurrido algunas veces, para gran humillación
suya, y una vez se rompió un hueso que ya se le había roto antes. El
doctor le había dicho que no podía darse el lujo de rompérselo por
tercera vez. Era mejor caminar despacio y absorber la impaciencia de
los demás.
Pero Harry no estaba impaciente, solo feliz. Mike no irradiaba
impaciencia tampoco. Parecía que podía correr cuatro millas por
minuto. Cada línea de su cuerpo hablaba de poder. Caminar a su
paso debía ser insoportable, pero nadie lo diría. Igualaba su caminar
paso a paso.
En el ascensor Mike bajó la mano y Chloe casi se sacudió
consternada. Fue como si una corriente eléctrica que la recorría
hubiera sido apagada. La extrañaba tanto que la sorprendió.
—Me pregunto si podremos convencer a Manuela de hacer sus
tamales de maíz azul —se preguntó Harry, mirando de reojo a
Nicole.
—Tal vez —sonrió—, o tal vez no. Manuela tiene sus favoritos,
como este pequeño menú de celebración y yo no quisiera meterme
en medio —se giró hacia Chloe—. Será interesante ver cuál será el
menú de Manuela para celebrar la llegada de una hermana perdida
hace mucho tiempo.
—¡O Happy Day, O Happy Day! —cantó Ellen, su voz clara y
hermosa en el ascensor cerrado, como si alguien tocara una campana
perfecta.
—O Happy Day —se unió Sam con un tono bajo fuertemente
desafinado.
—¡Siiiii! —Harry golpeó su puño, besó a su esposa en la mejilla,
luego la de Chloe—. Ropa femenina, lencería, sombreros,
cosméticos, y… ¡hermanas! —Harry imitó a un botones de ascensor
antiguo, diciendo los objetos de los pisos.
Todo el mundo estaba mareado, incluida Chloe, para cuando el
ascensor llegó al nivel del sub-sótano.
—Nos vemos en la casa —gritó Ellen mientras Sam y Nicole se
dirigían a su vehículo—, nos pasaremos por el Del, haremos que
Chloe registre su salida, y luego iremos para allá.
El negro y brillante cabello de Nicole cayó a un lado de su rostro
mientras los observaba, Chloe retrasando a su grupo, como siempre.
—De acuerdo chicos, el champán comienza a burbujear en una
hora. Si no estáis allí, tendremos que beberlo nosotros.
—Estaremos allá —gritó Ellen—, ¡asegúrate de que sea francés!
¡El de verdad! Nada de esa cosucha de California.
Nicole no se giró, solo levantó la mano y movió sus dedos; su
marido mantuvo abierta la puerta del coche para ella, la ayudó a
entrar, luego rodeó el vehículo y se fue antes de que el grupo de
Chloe siquiera hubiera atravesado la mitad del garaje.
Que humillante. Harry, Ellen y Mike mantenían su paso,
cruzando la vasta extensión del garaje como un grupo de caracoles.
Chloe trató de mantener su voz firme mientras sonreía débilmente.
—Yo, uh, lo siento camino muy lento, adelántense —observó a
Mike—, tú también. Llegaré allá.
Negó con la cabeza, se giró para observarla directamente a los
ojos. En la tenue luz del garaje sus ojos azules brillaron como dos
círculos de cielo. Su rostro estaba estirado, tenso, serio.
—Chloe —levantó su mano y la llevó hacia la curva de su brazo,
observando su rostro cuidadosamente, como si quisiera asegurarse
que entendiera lo que estaba diciendo—. Ahora mismo no hay
ningún lugar en el que prefiera estar más que aquí a tu lado.
Chloe parpadeó.
Oh. Guau.
Capítulo 6

Chloe sentía vergüenza por no poder caminar rápido. A Mike se


le retorció dolorosamente el corazón por aquello.
Ella había sobrevivido a algo que pocas personas podrían. En su
niñez había recibido un trato brutal, había pasado casi una década
en un hospital, la habían operado catorce jodidas veces, estaba viva
de milagro y… ¿se avergonzaba?
Harry había matado al hijo de puta que había estampado a Chloe
contra una pared como si hubiera sido una muñeca de trapo; de no
ser así, Mike definitivamente habría buscado al tío. Tenía una o dos
cositas que decirle.
A ver si le gustaba abusar de un ex Recon y ex SWAT. A ver si el
gilipollas encontraba un poco más difícil destrozar a un hombre de
cien kilos, experto en combate cuerpo a cuerpo, contra la pared, que
a una niñita de 20 kilos.
Sip, a Mike se le hacía la boca agua al pensar en hacerlo.
El garaje subterráneo del Morrison Building era enorme. El lugar
del aparcamiento asignado a Harry estaba a una distancia infernal,
al otro lado del edificio.
Harry y Ellen ya estaban a medio camino, Harry comprobaba
aproximadamente cada minuto si Chloe lo estaba siguiendo. Lo
estaba.
Harry no tenía que preocuparse, porque Mike la acompañaba, y
tan pronto como fuera humanamente posiblemente él se encargaría
de ella.
Mike habría jurado que la noche pasada había aplazado su
necesidad de sexo durante un rato. Durante un muy largo tiempo.
Pero nop. El sexo rugía a la vida, estaba en su cabeza, zumbaba
en sus venas, acumulándole toda la sangre entre sus piernas.
Contenía su erección —si los veinte años de mierda en las grandes
ligas le habían enseñado algo, era la capacidad de controlar su polla
— pero podía sentir el peso entre sus muslos, una concentración de
sensaciones y calor.
No obstante, era diferente de lo usual. Si no estuviera tan
puñeteramente distraído por Chloe, intentaría entender qué era lo
diferente en ella. Sin embargo, ahora mismo solo tenía suficiente
sangre en la cabeza para saber que debía pegarse a sus talones.
Harry y Ellen ya estaban en el Tahoe de Harry cuando llegaron al
vehículo. Harry encendió el motor.
—¡Súbete, dulzura! —animó él, y Mike vio a Chloe contener una
mueca de dolor.
Mike quería a Harry. Estaba el viejo dicho de «querer como un
hermano». Mike quería a Harry mucho más que a un hermano, pero
esto no significaba que en ese mismo instante no quisiera patearle el
trasero.
Harry apenas había escuchado a Chloe cuando había tratado de
explicarle que no lo recordaba porque había estado tan gravemente
herida que un buen trozo de su vida se había esfumado, perdido,
durante los años que vivió en hospitales. Se había quedado
paralizado, con un gran mensaje repiqueteando en su cabeza que
había sido incapaz de procesar. Y una vez Chloe dejó caer su bomba,
los sentidos de Harry se habían visto completamente bombardeados
por la alegría.
Los problemas de Chloe habían desaparecido por completo del
radar de Harry. Pero no del de Mike. Desde un inicio había visto que
le era difícil moverse rápido. Chloe lo escondía bien, era probable
que estuviera acostumbrada a hacerlo toda su vida, pero el problema
estaba allí y se sentía avergonzada, y en ese mismo instante Mike se
juró que ella nunca volvería a sentirse así.
Chloe pareció consternada cuando registró la gran altura del
estribo para entrar en el Tahoe. Sin una palabra, Mike la levantó
fácilmente en el asiento. Cuando entró por el otro lado, ella le sonrió.
—Gracias —le dijo con suavidad, inclinándose para que la
palabra fuera solo para él.
Ay, tío. Su sonrisa. ¿Cómo podía volverse incluso más luminosa
cuando sonreía? Mike sospechaba que no lo hacía a menudo.
É
Normal, la vida no le había dado muchos motivos para sonreír. Él lo
sabía bien.
Ellen se giró en su asiento.
—Chloe, no puedo esperar a que conozcas a Grace, aunque
puede ser un poquito quisquillosa. Creemos que empiezan a salirle
los dientes.
—¿Qué edad tiene?
—Tres meses.
—Una chica grande —señaló Mike.
—Sí, lo es —sonrió Ellen—. Se parece a Harry, y… —Ellen ladeó
la cabeza y su cabello rojo se le movió sobre el hombro—, ahora que
te veo más de cerca, también se parece mucho a ti.
—¡Ay! —Chloe alzó una mano—. No quiero volver a llorar.
—Suelta la represa todo lo que quieras —dijo Harry, echándole
un vistazo por su retrovisor.
Ellen sacó un Kleenex, se frotó ligeramente los ojos y le entregó a
Chloe el paquete sobre el asiento.
—Qué contenta estoy de no haberme puesto rímel esta mañana,
sino me vería como una mamá mapache.
Chloe se rió.
—Entonces yo soy una tía mapache. —Ella sacudió la cabeza—.
Soy una tía. No puedo creerlo.
—Pues lo creerás —Ellen comprobó su reloj —, en
aproximadamente media hora o cuarenta minutos. Según cuánto te
tardes en hacer las maletas.
—No tanto. No he traído mucho. No pensaba quedarme más de
un par de noches.
Silencio.
Una vez más Harry encontró sus ojos en el espejo.
—Te quedarás más de un par de noches, cuenta con ello.
Definitivamente se quedaría más de un par de noches, pensó
Mike. Si tenía algo que decir en el asunto, ella se quedaría
permanentemente. Había un piso pequeño a un par de puertas del
de Harry. Hablaría con el gerente del edificio. Harry se encargaría de
la renta.
—Aquí estamos —dijo Ellen, y viraron bruscamente dentro del
imponente aparcamiento del Del. El enorme edificio circular blanco
se elevaba rodeándolos, sus torrecillas rojas brillaban al sol—.
¿Chloe, quieres que suba contigo y te ayude a hacer las maletas?
—No, gracias —comenzó Chloe.
—Subiré con ella. —No había forma en que Mike le permitiera
bajar una maleta—. No hay problema.
Chloe se giró hacia él, sorprendida.
—No es necesario… —pero le estaba hablando al aire. Él ya
estaba junto a su puerta, se la abrió y observó cómo ella sacaba un
pie muy bonito.
Maldición, estos SUVs eran altos. No eran para pollitas con
faldas, no señor. Como había hecho antes, puso las manos en su
cintura y la bajó. Ella era tan ligera y suave como una pluma entre
sus manos. Tocarla era puro placer. Tío, le costó lo suyo abrir las
manos y soltarla.
Quizás era ese ligero perfume floral que usaba. Hacía que
perdiera la cabeza. Paralizaba sus manos.
Mike se estiró para cerrar la puerta detrás de ella y captó la
mirada de Harry en el espejo retrovisor.
Él y Harry se conocían muy, muy bien. Hasta el punto en que las
palabras no eran necesarias.
Es mi hermana, le dijo la mirada. Ten cuidado.
La propia mirada de Mike fue elocuente. Lo sé. Lo tendré.

* *
El Del era enorme, y muy concurrido en época de vacaciones.
Considerando que había salido de un Boston oscuro, frío y aislado
por la nieve, Chloe entendía la atracción de San Diego. Allí era casi
verano, con la untuosa luz del sol y la promesa de calor en el aire.
Los turistas estaban en todas partes, bronceados, felices y
despreocupados. Era un hotel familiar y los niños correteaban entre
las piernas de sus mayores.
Uh-oh. Un grupo de ejecutivos, del tipo grande. Felices y
relajados en chillonas ropas de golf, riéndose y bromeando, sin
prestar atención a nadie más mientras se movían en grupo, directos
hacia ella.
Chloe se tensó. Era la mitad de tamaño de muchos de los
hombres y la experiencia le decía que no la notarían hasta que uno la
empujara. Considerando la altura de algunos de ellos, tan altos como
refrigeradores, cualquier empujón le dolería.
Ellos venían hacia ella como un gran tren de mercancías. Chloe se
disponía a apartarse de en medio cuando sintió que Mike se movía
ligeramente para colocarse detrás de ella. Posó una gran mano en su
pequeña espalda y con la otra le agarró el codo ligeramente, y se
adentraron a través de los hombres de negocios sin un rasguño.
De hecho, el grupo se separó como el Mar Rojo cuando Chloe y
Mike navegaron a través de los hombres. Mike no la soltó y se
dirigieron a la recepción sin incidentes, aunque fueron avanzando a
través de más hordas de felices, despreocupados y bronceados
turistas.
Asombroso. La conducía infaliblemente a través de lo que para
ella era un obstáculo terrible. Por supuesto, para alguien como él no
era ningún obstáculo. Las personas naturalmente lo notaban y se
apartaban para él, el macho alfa.
Era tan increíble, este sentimiento de surcar a través de las
personas. Incluso por aquella pared elástica de ejecutivos en tonos
rosados, que durante un momento se sintió temerosa, ya que en
cualquier otra ocasión le habría hecho cambiar su curso y escapar
volando.
Pero no había necesitado hacerlo. Chloe se había sentido
revestida por completo con una burbuja de protección, el
sentimiento era tan raro que lo apreció.
En un momento se encontraron en el magnífico vestíbulo del Del,
frío, vasto y revestido en paneles de madera, que se veía un poco
oscuro después de la brillante luz del sol al aire libre. Chloe
permaneció de pie durante un momento, parpadeando mientras sus
ojos se adaptaban.
Mike la condujo a la recepción, donde Chloe le dijo al elegante
hombre que registraría su salida. En un principio había reservado
por tres noches, creyendo que aunque las cosas fueran mal con
Harry Bolt, podría tomarse un día o dos para visitar San Diego.
Dependiendo.
Nunca se habría imaginado aquello: su hermano alegre
esperándola afuera, junto con su esposa igualmente acogedora, y un
hombre insanamente atractivo de pie tan cerca que podía sentir su
calor corporal, completamente concentrado en ella.
—Sí, señora —dijo el recepcionista ante su solicitud de registrar
su salida anticipada. Su placa de identificación decía que se llamaba
Ronald—. ¿Espero que todo esté bien?
Chloe se sonrojó por la felicidad.
—Todo bien, Ronald. He decidido quedarme con… con mi
hermano por algunos días.
Oh Dios, cuán bien se sentía decir esas palabras. ¡Se quedaría con
su hermano!
—Debe sentirse bien decirlo en voz alta —reflexionó Mike, y ella
lo miró, sobresaltada, otra vez sorprendida por lo perspicaz que era
ese súper macho alfa.
Todo en él gritaba macho, desde los hombros y brazos extra
grandes hasta el rostro férreo con brillantes y penetrantes ojos
azules. Pero sobre todo, poseía esa increíble aura de macho, un ser
que rezumaba feromonas masculinas.
Por lo general aquello era una receta perfecta para el fiasco, al
menos en la pequeña experiencia de Chloe con hombres machos.
Raramente notaban algo además de sí mismos, por eso Mike era una
sorpresa. Parecía como si estuviera sintonizado con ella desde el
primer momento que la vio.
—Sí —contestó suavemente—, se siente bien. Y es algo que nunca
pensé decir. —Se dio la vuelta para mirarlo, cara a cara, y se
encontró atrapada por esos brillantes ojos azules.
No podría haberse movido aunque una bomba explotara a treinta
centímetros de distancia.
—Me alegro —dijo él con voz baja. Su voz era profunda con
tonos bajos que reverberaron en su vientre—. En verdad me alegro
que estés aquí.
¿Qué podía decirle a eso?
—Su llave, señora. —Chloe estaba desorientada, sin noción del
tiempo y del espacio. Necesitó un momento para conectar los
elementos de un hombre en la recepción extendiéndole una tarjeta.
Cuando solo se le quedó mirando, y fue un gran esfuerzo arrancar
los ojos de Mike, él puso la tarjeta en el mostrador y la deslizó hacia
ella, creyendo probablemente que estaba mentalmente incapacitada
—. ¿Para que desocupe la habitación?
Chloe se ruborizó. Todas estas emociones, todas tan fuertes
(encontrar a un hermano perdido hace mucho, que venía junto a una
extensa familia, incluyendo niños, sus reacciones tan fuertes a
Mike…) estaban tan alejadas de su experiencia personal que tenía
problemas en adaptarse.
—Gracias. —Mike se guardó la llave en su bolsillo.
—Está en el Resort —dijo el recepcionista, solícito—. Déjeme
mostrarle.
Él sacó un mapa y trazó la ruta con su dedo índice.
—Lo tengo. —Mike la tomó del brazo—. Ven dulzura, vamos a
empacar y así podemos irnos a casa.
Dulzura. Casa. Oh Dios.
Otro grupo de hombres estaba entre ellos y el pasaje peatonal.
Descomunales hombres de mediana edad en ropas deportivas,
cruzaban su camino oblicuamente. Chloe se tensó un poco pero no
debió molestarse. Otra vez, sin ser siquiera conscientes de ello, los
hombres se separaron para ella… en realidad para Mike. Ellos nunca
la habrían notado pero Mike los fue cruzando sin ninguna dificultad.
Estaba muy poco acostumbrada a que la cuidaran, a que la
protegieran. Era una sensación tan extraña… el relajarse totalmente
mientras caminaba entre una muchedumbre. Por lo general estaba
con la guardia en alto contra tantas cosas.
El Del era enorme y había un buen trecho que caminar. Era inútil
que Chloe intentara darse prisa, solo lograría trastabillar o quizás
caerse. Aunque caerse no era realmente una posibilidad con Mike a
su lado. Parecía que estaba híper-consciente de ella, emparejando sus
pasos a los suyos con pasmosa exactitud. Le había ofrecido su brazo
como si estuvieran en un baile de la Regencia en Bath. Ella le aceptó
el gesto, maravillándose de la sensación caliente y acerada de él bajo
sus dedos. Le parecía que si él estaba cerca de ella, nunca podría
caerse.
Qué sentimiento tan delicioso. A Chloe le encantaba caminar,
pero andar no la quería a ella.
La mayor parte de sus cincuenta huesos fracturados habían
soldado bien, pero la verdad era que no poseía el completo control
de su propio cuerpo. Un cirujano ortopédico le había explicado una
vez que había perdido millones de diminutos propioceptores del
sistema de retroalimentación del cuerpo que ayudaban a las
personas a mantener el equilibrio. Caminar le implicaba prestar una
atención intensa en dónde ponía los pies, para asegurarse que no
tropezaba con cosas que los demás corregirían automáticamente.
Pero nunca se caería con Mike a su lado.
Avanzaron por pasillos abarrotados, por desiguales pasajes
peatonales de ladrillo o cubiertos de césped, hicieron su camino sin
incidentes. Cuando se detuvieron ante su puerta, Mike insertó la
tarjeta llave y la abrió para ella.
Era un cuarto encantador, con una maravillosa vista al mar por la
que había pagado 150 dólares extra. No había tenido forma de saber
lo que se encontraría en RBK. Había estado decidida a que si la
búsqueda de su hermano perdido terminaba mal, al menos tendría
una habitación bonita con vistas al océano como consuelo.
—Lindo cuarto —dijo Mike, entrando y recorriéndolo con la
mirada.
—Sí, lo es —concordó ella, complacida de que no fuera a ser un
consuelo—. No me tomará más de un minuto hacer las maletas.
—No hay prisa. —Esos brillantes ojos azules se fijaron en ella—.
No planeabas quedarte durante mucho tiempo. —Aquello no fue
una pregunta.
—No. Yo, mmm. Reservé para tres noches, como dije. Si… si las
cosas no resultaban bien con Harry, al menos podría hacer algo de
turismo aquí en San Diego. Cuando dejé Boston había treinta
centímetros de nieve sobre las aceras y temperaturas bajo cero.
—Bien, no regresarás a Boston en un tiempo. —Mike la observó
mientras ella abría un cajón en el que había guardado su ropa
interior, camisón, dos suéteres y un par de pantalones de lana
ligeros. No muchas cosas—. Querrás hacer algunas compras. Harry
te ayudará gustoso. Mierda, yo te ayudaré gustoso.
Chloe dio la vuelta, tenía el camisón entre sus manos y el ceño
fruncido.
—¡No estoy demasiado segura que… oh! —Ella parpadeó con
sorpresa—. Quieres decir que Harry pagaría mi nueva ropa. O tú. —
Ella se sonrojó—. Nunca podría aceptarlo. Y de cualquier forma, mis
padres me dejaron mucho dinero. —En realidad, una tonelada de
dinero. La cantidad todavía la sorprendía y a la vez la avergonzaba.
No se merecía todo ese dinero—. De hecho, es uno de los motivos
que me impulsó a venir y encontrar a Harry. Deseo ofrecerle la
mitad de mi herencia. Es lo correcto. Somos hermanos, debe tener la
mitad.
Aunque nada podría compensar a Harry que lo hubieran dejado
atrás, que lo hubieran abandonado.
Mike caminó hacia ella, sonriéndole.
—¿Quieres darle dinero a Harry? Buena suerte con eso. De
hecho, te apuesto una cena en el Crown Room, justo aquí en el Del,
que no te aceptará ni una moneda de diez centavos. Ni siquiera le
divertirá la idea.
—¿Y qué apostaría yo?
Los ojos de Mike sostuvieron los suyos. La luz del mar fuera de
su ventana iluminó sus ojos azules hasta que fueron del color del
mismo océano. Él sonrió.
—Una cena en el Del.
—Así que… ¿no importa quién gane, cenamos aquí?
Él se le acercó aún más.
—Sip, más o menos es eso.
Aunque él no era tan alto como sus descomunales «hermanos»,
Mike Keillor seguía siendo más alto que ella. Chloe tenía que echar
la cabeza hacia atrás para continuar mirándolo a los ojos.
Estaba tan cerca que Chloe podía sentir el calor que emanaba.
Tan cerca que llenaba su campo visual, bloqueando todo lo que no
fuera él.
—Dame esa mano y sellemos el trato —ordenó.
La mano de Chloe se levantó como si tuviera voluntad propia,
como si la mano misma quisiera ser sostenida por la de él. Mike la
agarró gentilmente con las dos suyas, en vez del impersonal apretón
de manos que ella había esperado. Sus manos estaban tan calientes
como un horno. Despacio, observándola a cada segundo, se llevó su
mano a la boca y —ay Dios mío— se la besó.
Algo en su interior, algo que nunca sospechó que existiera,
tintineó a la vida. Calor, entusiasmo… deseo. Su mano comenzó a
temblar en las de Mike, sin ningún control. No tenía control de
nada… ni de sus manos, ni de la expresión de su rostro, ni de su
propio deseo.
Aquello era como estar en una balsa sin remos, cayendo en un río
furioso. Todo que lo que podía hacer era agarrase a algo. Y lo hizo.
Curvó los dedos alrededor de su mano mientras él tiraba,
acercándosela de buen grado.
Oh, todo aquello era tan delicioso. Chloe deseaba recordar ese
momento exacto para siempre. Las cortinas se abrían hacia un
balcón agradable que daba a una franja de playa blanca y más allá, el
infinito Pacífico, el sol brillando sobre las olas tan alegremente como
si el océano estuviera lleno de fuegos artificiales silenciosos.
Había un sonido rítmico, impreciso y feliz que venía de las olas a
la distancia, revestido por la risa de una niña y el rebote de una
pelota de tenis en algún lugar. Ella podía oler a cera de limón, agua
salada y a alguna planta florecida fuera de la ventana… y a Mike.
Cada uno de sus sentidos estaban intensificados, todo su cuerpo
se convirtió en un receptor inmenso. Cada sensación que su cuerpo
recibía era absolutamente deliciosa, en particular el deseo.
Ay Dios mío. Había leído sobre ello, sin parar. Había escuchado a
sus amigas hablar del tema, lo había pensado, pero nunca lo había
entendido.
Ahora entendía. Ahora podía ver porqué las mujeres se citaban y
a veces se casaban con hombres completamente inapropiados,
porque si siquiera durante un fugaz momento era posible sentirse
así, valía la pena.
Rápidamente todo su cuerpo ardió. Una ola de calor la atravesó,
cálida y viva. Apenas podía respirar por la temperatura y la
excitación. Podía sentir cada músculo de su cuerpo, sentir el palpitar
de su corazón, todas sus extremidades hormigueando.
El deseo derretía su interior, el calor se extendía entre sus muslos.
Cuando Mike la atrajo tan cerca que sus senos se toparon contra su
pecho, su vagina se contrajo con un pulso fuerte e inconfundible.
Nunca antes le había pasado, pero lo reconoció de inmediato. Sin
ninguna intervención de su cabeza, su cuerpo se preparaba para él.
Pero lo que la sorprendió, la excitó y complació fue la sensación
extraordinaria de estar viva, la fuerza de vida que palpitaba por ella,
y reconoció cuán muerta se había sentido la mayor parte de su vida.
De alguna manera siempre apartada de la vida.
Pero no ahora. Ahora cada célula de su cuerpo estaba viva,
conectada a la tierra, tan humana como los demás. Era un asunto
aterrador, excitante. Sabía más allá de cualquier atisbo de duda que
eso no venía de ella. No podía hacerse sentir de esta forma. Lo había
intentado, pero nunca había funcionado.
Aquello de tener a Mike Keillor, observándola cuidadosamente
con esos oh-Dios-ojos-tan-azules, poderoso, fuerte y tan, tan
masculino. Él era la razón de que se sintiera tan increíblemente viva.
La idea la habría asustado si siquiera tuviera la mínima
capacidad para asustarse, pero no lo hacía. Se sentía viva, y fuerte,
lista para lo que fuera. Capaz de mover montañas. Una fuerza de la
naturaleza.
Mike la miró con cuidado mientras bajaba la cabeza, lentamente,
mirando profundamente en sus ojos, intentando evaluar su humor,
preguntándole si iba a oponerse.
¿Estaba bromeando? ¿Oponerse? ¿Cuando ansiaba tanto este beso?
Todo era completamente nuevo. Una excitación tan intensa que
su respiración se le atascaba en los pulmones, todo ese poder
masculino se concentraba en ella, cuando estaba tan acostumbrada a
ser completamente invisible para los hombres.
Y lo más sensacional de todo era su propio deseo. Algo que
nunca había sentido antes, ciertamente no a este nivel de intensidad.
Toda ella temblaba por la anticipación.
Y luego… sucedió.
Mike bajó la cabeza, sus ojos observando los de ella, para después
posar la mirada en su boca, y esa mirada fue tan poderosa que se
sintió como si le hubiera tocado la boca con los dedos.
Él acercó su boca a la suya, brevemente, y ella sintió una
electricidad chisporrotear, estaba sorprendida de que el relámpago
no destellara.
Ambos se estremecieron un poco, como si lo que había pasado
fuera inesperado. En verdad era algo completamente nuevo para
Chloe, así que no era una experta.
Mike levantó su boca y la miró. Él entrecerró los ojos, su rostro
era sombrío, como si acabara de recibir un shock, quizás uno no
deseado.
Antes de que Chloe pudiera decir algo o retirarse (porque parecía
claro que Mike no se sentía contento con el beso), Mike volvió a
inclinarse y en aquel beso no hubo nada tentativo. Le abrió la boca
con la suya y procedió a explorarla.
Otra ola de calor la embargó. Se apoyó contra él para acercarse
tanto como le fuera posible y fue como apoyarse contra el acero. La
primera vez que su lengua tocó la de ella, Chloe se estremeció.
Mike debió sentir algo también, porque apretó su fuerte brazo
alrededor de su espalda y, levantándola, caminaron dos pasos hacia
la pared.
No hubo ningún cambio perceptible en la respiración de Mike
cuando levantó a una mujer adulta con un solo brazo. El cambio en
su respiración llegó unos segundos más tarde, después que su
espalda chocara en un ruido sordo contra la pared y se pegara a ella,
tanto como la pared a su espalda, sin separar en ningún momento la
boca.
El beso se volvió acalorado, puro sexo, sexo con sus bocas, no con
sus genitales, pero era muy caliente, muy excitante y causaba el
mismo efecto en su vagina. Cada golpe de su lengua hacía que ella
apretara fuertemente las piernas, una reacción que era incapaz de
detener.
Tampoco es que quisiera parar. Por el contrario, lo deseaba aún
más cerca, aunque no fuera posible. Apretó los brazos alrededor del
cuello de Mike y se impulsó hasta su boca, ansiando sentirlo en
todas partes. Y sintió cada aliento de Mike golpear contra sus senos
mientras que su ya increíblemente amplio pecho comenzaba a
expandirse.
Un pie se metió entre los de ella, luego dos. De alguna manera los
muslos de Mike abrieron los suyos y luego toda su ingle estaba
adherida a la suya y… oh Dios.
Directamente contra su vientre donde podía sentirlo. Sentirlo a él.
Grande, grueso y duro. Lo que le pasaba a ella cada vez que su
lengua tocaba la suya, también le pasaba a él. Donde su vagina se
contraía, su pene se movía, se volvía imposiblemente más largo, más
grueso. Él embestía contra ella, boca con boca, pecho con pecho,
ingle con ingle, estableciendo una fricción que encendía su interior.
Cada movimiento que hacía la inflamaba cada vez más.
Chloe sentía los ojos tan pesados que no podía abrirlos. Aunque
le gustaría verle la cara, no existía posibilidad de que abriera los ojos.
Su cuerpo no deseaba verlo, deseaba sentirlo. Sentir toda esa gran
fuerza y calor, concentrados en ella, incrementando su calor en ella.
El beso continuó sin cesar, mientras ella se adentraba en un lugar
sin tiempo, donde solo existía un interminable ahora refulgiendo
calor.
Mike agarró el dobladillo de su falda y colocó la mano en la parte
externa de su muslo. Su mano era tan grande que cubría una
cantidad asombrosa de piel. Sus palmas eran ásperas, ella podía
sentirlo a través del nailon, mientras él con suma lentitud iba
subiendo su gran palma más y más arriba.
Todo el cuerpo de Mike se sacudió cuando se dio cuenta que ella
usaba medias de ligas. Chloe siempre había odiado la ceñida
restricción de los pantys y se alegró de hacerlo en ese momento en
que la áspera palma se deslizaba sobre el encaje hasta lo alto de sus
medias, hasta tocar su carne desnuda, y ella tembló, se le puso la piel
de gallina, lo cual era una locura porque también estaba hirviendo.
Ante la sensación de carne desnuda, él se detuvo, y apartó la
boca. Oh Dios, ¿se suponía que ella debía abrir los ojos? Porque
hacerlo sería algo muy difícil. Casi imposible. Sentía la cabeza floja
en su cuello. Estaba derecha simplemente porque tenía una pared
contra su espalda y a Mike Keillor enfrente, sino habría caído hacía
mucho.
Abrió los ojos cuando pasó un segundo sin que Mike la besara.
No era fácil. Sus párpados se abrieron lentamente, como si pesos de
plomo estuvieran atados a ellos. Todo lo que podía ver era la cara de
Mike llenando todo su campo visual.
Él la observaba muy de cerca. ¿Tal vez para ver si se oponía a que
tocara su carne desnuda?
Hombre tonto, tonto.
Chloe se puso de puntillas un poco y lo besó. Mike exhaló un
profundo suspiro, y el aire entró en sus propios pulmones, se
sumergió en ella. Era la única palabra posible para describir la
sensación de que él poseía cada centímetro suyo.
Mike se retiró un segundo. Chloe se preguntó por qué cuando el
aire frío rozó sus muslos. Él le levantó la falda, de modo que cuando
volvió a inclinarse contra ella, pudo sentir cada centímetro de su
dureza.
Sus caderas se presionaron con fuerza contra ella, sus muslos
abrieron los de Chloe y de alguna manera, como por acto de magia,
o por alguna alineación divina, su pene estuvo justo contra su
vagina, abriendo sus pliegues, rozándose contra ella… allí.
Chloe gimió, el sonido se perdió en la boca de Mike. Era
completamente suya, no tenía fuerza de voluntad o consciencia. Su
boca devoraba sus labios, sus hombros se curvaban sobre ella como
alguna poderosa pared de carne. Él movía sus caderas contra ella
con movimientos cortos y punzantes, sus manos alzaron sus caderas
contra las de él.
Él jadeó, ladeó la cabeza, su lengua se adentró profundamente en
su boca. Ella pudo sentir el calor de su pene a través de su bóxer, su
pantalón y sus propias bragas de seda. Su pene caliente ardía,
moviéndose con mayor rapidez, moviéndose exactamente donde
todos sus nervios se concentraban tan salvajemente que era como si
él hubiera encendido una corriente eléctrica… allí.
Chloe estaba en algún vasto océano de placer, cálido, dulzón y
lleno de alegría. Y luego el océano se elevó, alzó, se convirtió en una
ola enorme viniendo a ella, más y más cerca, más y más rápido…
Ella emitió un grito que se perdió en la boca de Mike mientras su
cuerpo explotaba en un estallido de calor que se inició en sus
muslos, pero que rápidamente se propagó por todo su cuerpo, y de
pronto su vagina se contrajo en incontrolables pulsaciones tan
fuertes y agudas que casi eran dolorosas, aunque no totalmente, y se
extendieron por ella, bajando hasta las puntas de los dedos de sus
manos y pies.
Había sido lanzada al espacio exterior y regresaba flotando
lentamente, en movimientos zigzagueantes. Todo lo que había sido
prisa acalorada se ralentizaba y refrescaba. La gravedad se
reafirmaba, volvía a sentir el suelo bajo sus pies. Con los ojos
cerrados, suspiró.
Asombroso. Todo había sido asombroso. La mejor experiencia de
su vida. De hecho, nada podía acercársele.
Mike apartó su boca.
Ella suspiró otra vez, abrió los ojos y recibió un shock.
Mike no parecía feliz. Se veía como si sufriera.
—Lo siento —dijo él tenso, y la felicidad de Chloe desapareció,
en un abrir y cerrar de ojos. Como pulsar un interruptor.
—¿Lo sientes? —susurró Chloe horrorizada.
Él lo sentía. ¿Bien, qué se supone que debía hacer con eso? ¿Él
lamentaba haberla besado, haberle dado un orgasmo? Había sido la
experiencia más feliz de su vida, ¿y él lo sentía?
Ay Dios mío. ¿Qué había hecho mal? ¿Había interpretado mal la
situación? Pero… pero había sido él quien inició el beso. Y ella había
respondido… ¿mal? ¿Inapropiadamente? ¿Con demasiado ímpetu?
Qué horrible, porque era una de las pocas veces en su vida en las
que no había pensado demasiado la situación. O mejor dicho, ni
siquiera había pensado en nada. Su cabeza no había intervenido de
ninguna forma. El instinto puro había asumido el mando, algo que
raramente le pasaba. En realidad, nunca le sucedía.
Bien, ahora ya sabía lo que era ser dirigida por sus instintos,
¿verdad?
Pero aún más horrible, no había ningún lugar donde pudiera
marcharse con su vergüenza. Tenía la espalda contra la pared,
literalmente, y Mike estaba adherido a toda la parte delantera de su
cuerpo. No podía moverse ni un centímetro. Al menos podía bajar
los ojos…
Una mano fuerte y callosa acunó su barbilla e hizo que alzara la
cabeza. Mike parecía perplejo.
—¿Tú no lo sientes? Te llevé de cero a cien en un segundo.
—¿Lamentarlo? ¿Cómo podría lamentarlo? —barboteó ella—.
Nunca antes me había pasado. Fue maravilloso.
Mike parpadeó, sorprendido.
Chloe sabía perfectamente bien que no era la clase de cosa que
una mujer crecida debía decirle a un varón adulto. No había tenido
muchas citas… en realidad, no había tenido citas… pero había leído
y escuchado a sus pocas amigas y era de rigor tener algo de
experiencia después de cumplir los dieciocho.
Pero Chloe nunca había aprendido a disimular. No tenía ninguna
destreza en ese aspecto. Las palabras sencillamente se habían
escapado de su boca y era demasiado tarde para retractarse.
Demasiado tarde para dar alguna clase de respuesta sofisticada que
escondiera su consternación.
Bien, has logrado que me corriera estupendamente, gracias. Buen
orgasmo, definitivamente un notable, tal vez un sobresaliente. Deberíamos
hacerlo otra vez algún día, cuando estemos de humor.
La voz de Mike era ronca y sus ojos se posaban en su boca
cuando dijo:
—Jesús. Si no lo lamentas, si no tengo que pedir perdón, entonces
yo realmente no lo lamento. De hecho, si no nos vamos ahora voy a
volvértelo hacer, muy pronto. Solo que ambos estaremos desnudos.
—La miró a los ojos—. Pero no tenemos todo el tiempo del mundo
para hacerlo, ¿verdad?
Incluso más que en su crudo casi encuentro sexual contra la
pared, su expresión era la más atractiva que Chloe hubiera visto
jamás. Este apuesto e increíble varón se concentraba en ella y su
mente pensaba definitivamente en sexo.
Mike estaba completamente excitado, y ella no necesitaba sentir
la gran vara de su pene apoyada en su vientre para saberlo. Estaba
impreso en cada línea de su cara. Los músculos de su cuello
sobresalían, un rubor rojo se destacaba bajo su piel bronceada, la
É
barbilla estaba tensa. Él entrecerraba los ojos, chispas de fuego azul
saltaban de entre sus párpados.
Él la observó, sin parpadear y luego bajó la cabeza.
Ah, fabuloso. Más en camino. No echas a faltar algo si no lo
conoces. Pero ahora que Chloe había experimentado esa ráfaga
increíble de energía que de alguna manera la había dejado floja y
caliente, deseaba volver a sentirlo.
El sexo hacía que el mundo girara. Lo había entendido
intelectualmente, porque el sexo era reconocido en todas partes
como una de las fuerzas más poderosas en las relaciones humanas.
Por lo visto movía montañas. Lanzaba al estrellato a ídolos
adolescentes, derribaba presidentes, inspiraba grandes obras de arte,
impulsaba a los corazones a asesinar.
Chloe siempre había pensado en sí misma como alguien inmune
a todo eso, solo un signo más que estaba destinada a vivir la vida
desde fuera, como una simple observadora.
Pero Mike la había empujado y hecho avanzar. Había destruido
su espacio seguro. Ahora que había experimentado un poquito de su
poder, no se contentaría con una sola vez. Ni mucho menos.
Hoy había cruzado una especie de línea invisible: había
encontrado a un hermano, quizás había hallado un amante y se
había unido a la raza humana.
Los labios masculinos tocaron los suyos, apenas un poco, y ella
ya estaba temblando con impaciencia, casi sin aliento por la
expectativa.
Un fuerte pitido los sobresaltó a ambos. Mike alzó la cabeza,
frunció el ceño desconcertado.
—Tu móvil —susurró Chloe.
—Cristo —refunfuñó mientras sacaba un móvil espectacular del
bolsillo de su chaqueta y echó un vistazo a la pantalla—. Sip. Sip,
Harry. Estamos bajando justo ahora.
Él la miró, una comisura de su boca se levantó.
—Después.
—Después —concordó ella feliz.
* *
Todo el clan vivía en un magnífico bloque de apartamentos
anclado al final de una maravillosa playa de arena blanca. Chloe se
sentía sobrecogida por la belleza escarpada del lugar.
El apartamento de Nicole y Sam estaba en el último piso, Harry
tenía un apartamento en el quinto y Mike tenía uno más pequeño en
el cuarto.
Cuando entraron en el piso de Harry, una latina sonriente —
según le informaron, era la sobrina de Manuela, el ama de llaves de
Nicole y Sam— salió del dormitorio llevando un pequeño bulto en
una suave manta rosa y crema.
El bebé lloraba, gemía y pataleaba.
Ellen corrió, tomó a la bebé de la mujer joven y la acunó,
murmurando suavemente. Los gemidos se volvieron angustiosos.
Harry puso su mano sobre el hombro de Ellen y miró a su hijita.
Chloe no pudo evitarlo. Se acercó, tocando la suave manta,
después acunó la cabeza de la bebé en la palma de su mano. El
lloriqueó se calmó, los diminutos pies dejaron de patalear.
Chloe necesitó esforzarse para arrancar la mirada del bebé y
concentrarse en la cara de Ellen.
—¿Puedo? —Ella quería decir… ¿puedo tocarla?
Y Ellen, sin pensárselo dos veces, transfirió el diminuto bulto a
sus brazos, sin ser consciente de que Chloe nunca antes había
sostenido a un bebé.
La bebé encajó en sus brazos a la perfección. Un bulto pequeño,
caliente y vivo, el humano más diminuto que Chloe hubiera visto
alguna vez.
Acunó a la bebé en su brazo izquierdo y le apartó la manta de su
carita. Cuando bajó la mirada sintió que su estómago caía en picado,
sus pulmones se contraían y su corazón caía enamorado. El mundo
entero se desvaneció, la única cosa real era la caliente criaturita en
sus brazos.
Desde una increíble distancia escuchó la voz de Ellen, un poco
entrecortada por la emoción.
—Chloe, te presento a tu sobrina Grace Christine. Le decimos
Gracie. Gracie, te presento a tu tía Chloe.
Chloe bajó los ojos hacia la diminuta y perfecta carita que le
devolvía la mirada. Era asombroso ver esa carita tan parecida a la
suya propia, el color de sus ojos era exactamente como los suyos…
castaños que casi parecían dorados con la luz del sol entrando por
los enormes ventanales.
Todos los doctores le habían dicho a Chloe que nunca podría
tener hijos. Sus heridas habían sido demasiado severas, fragmentos
de hueso habían cortado sus Trompas de Falopio. Se lo habían dicho
cuando era niña y formaba parte de sí tanto como sus ojos, manos y
pies.
Nunca tendría hijos.
Así que nunca creyó que pudiera sostener en sus brazos a una
hermosa pequeñita que se le pareciera. Un sueño tan imposible que
ni siquiera se había atrevido a pensarlo.
Y aun así, allí estaba. Con un pequeñito milagro en sus brazos.
Grace.
Gracie se retorció un poco, pataleó y de repente abrió los ojos de
par en par y los fijó en su cara como si viera una estrella. Chloe miró
su carita perfecta, y hasta el final de sus días juraría que Gracie le
sonrió, una gran sonrisa desdentada, pegajosa que simplemente
estrujó el corazón de Chloe en un puño de hierro, que nunca la
dejaría escapar.
Y Chloe sabía, más allá de cualquier duda, que deseaba ser una
parte importante de la vida de esa niña, tanto como sus padres le
permitieran. Y a juzgar por la mirada complacida en los rostros de
Harry y Ellen, sería mucho.
El llanto de Gracie amainó hasta suaves gorjeos mientras Chloe la
mecía. Perdió la noción del tiempo, olvidó que los esperaban para
comer, olvidó que debía instalarse en su dormitorio, se olvidó de
todo mientras miraba los hermosos ojos dorados de Gracie, le
acariciaba la mejilla, maravillándose de que esa piel humana pudiera
ser tan suave, ahogándose en las olas de amor que fluían entre ella y
su sobrina.
De repente, el silencio completo en el cuarto hizo que apartara los
ojos de la mirada magnética de Gracie y alzara la vista. Harry estaba
de pie con un brazo alrededor de Ellen, cuyas mejillas estaban
mojadas. Ella, Harry y Mike la contemplaban, Mike la miraba con la
intensidad de un láser.
—¿Qué? —¿Por qué la estaban mirando?
Ellen se secó las mejillas de un manotazo.
—Gracie ha estado llorando y gimiendo durante días. Ha dejado
de llorar en cuanto la has tomado en brazos. Tienes un don natural
con los niños, Chloe.
Guau, ¿cuán equivocada podía estar una mujer? Chloe no tenía
ningún don con los niños, ninguno. Nunca había estado cerca de
niños, no sabía nada sobre ellos. Todo que lo había hecho con Gracie
había sido puro instinto.
Como con Mike.
Ella se sonrojó hasta las raíces de su pelo, inclinándose hacia
Gracie para que ellos no lo notaran.
Un móvil sonó y la voz profunda de Harry contestó.
—Sip, presentando a Gracie y Chloe. Sip, se gustan. Ahora
subimos.
Él dio una palmada con sus grandes manos.
—Okey, chicos, Sam se está tragando todo el champán y la
comida de Manuela se enfría. Chloe, cariño, puedes instalarte aquí
después del almuerzo. ¿Te parece bien? ¿Tienes hambre?
Chloe levantó la cabeza, sorprendida.
—Sí. Sí, tengo hambre.
Y la tenía. Chloe nunca tenía hambre. En el hospital a veces le
habían puesto suero porque no podía comer. Ahora mismo, comía
poco y raramente sentía hambre. A menudo se le cerraba el
estómago con fuerza en protesta con solo pensar en comida.
Pero en aquel momento se sentía voraz. El beso de Mike, el
orgasmo, llevar en brazos a una bebé que se le parecía… todo eso
había abierto un agujero gigantesco en su estómago y le daba la
bienvenida a la idea de comer con estas felices, acogedoras y
mágicas personas …
—Vamos, entonces. —Harry comenzó a dirigirlos hacia la puerta.
Chloe bajó la mirada hacia la niñita en sus brazos. Los párpados
translúcidos de Gracie estaban casi completamente cerrados. Chloe
juraría que la bebé dio un suspirito impetuoso y sonrió otra vez.
—¿Chloe? —Harry estaba de pie en la puerta, Ellen a su lado.
Mike la acompañaba.
—Se está quedando dormida —susurró Chloe—. No quiero
despertarla.
—No —los ojos de Ellen se ensancharon con horror—, no la
despiertes. ¿Te gustaría llevarla? Son solo unos pisos en el ascensor.
En cualquier otro momento de su vida, Chloe habría retrocedido
ante el pensamiento de ser responsable de un bebé en sus brazos, de
caminar sosteniendo a un bebé. A veces tenía problemas para
mantenerse erguida. De vez en cuando tropezaba de improviso. No
poseía completo control sobre su cuerpo y llevar a un bebé recién
nacido no era una buena idea.
Pero le arrancaría los ojos a cualquiera que le quitara a esa niña
de sus brazos. De repente se sintió infundida con una dosis enorme
de confianza física. Estaba absolutamente convencida de que no
tropezaría con Gracie en sus brazos. Se sentía fuerte, conectada a la
tierra con raíces fuertes, invencibles e irrompibles que se hundían
profundamente.
Y luego estaba Mike, que estaba pegado a su lado.
No podía caerse, no con Mike junto a ella.
Sintió el peso caliente de Gracie en sus brazos, anclándola a la
tierra, y le sonrió a Harry, su nuevo hermano, a Ellen, su nueva
cuñada, y a Mike, su nuevo… lo que fuera.
—Vamos, entonces —dijo ella.
Capítulo 7

La casa de Sam y Nicole tenía el mismo aspecto cálido y acogedor


de siempre. Para Mike, era su lugar favorito del mundo, seguido de
cerca por el apartamento de Harry y Ellen. Y en él se encontraban
sus dos personas favoritas: Merry y Gracie.
Gracie estaba en brazos de Chloe, como si hubiera nacido para
estar ahí. Mike nunca olvidaría lo deslumbrada que estaba Chloe
cuando Ellen le había puesto a Gracie en los brazos. Ni siquiera notó
las reacciones de Harry y Ellen cuando Gracie se calmó
inmediatamente y, acto seguido, se quedó satisfecha y adormilada.
Harry le había contado que Gracie llevaba días llorando, sin
dejarles apenas dormir. Un segundo con Chloe y ya estaba tranquila.
Tío, Mike lo comprendía tan bien. Chloe tenía esta… esa aura
mágica de calidez, suavidad y calma. Él también estaría tranquilo si
no estuviera tan jodidamente excitado.
Había estado a punto de explotar cuando la besó. Solo fue capaz
de tener el autocontrol necesario para no correrse en los pantalones
gracias a toda una vida de follar seria y copiosamente. Hubiera
estado completamente fuera de lugar, porque eso era algo que no le
ocurría desde el instituto.
Pero, tío, había faltado poco. Había notado el orgasmo de Chloe
en su boca, contra su estómago, a través de su cuerpo entero. Y
cuando le dijo que había sido su primera vez… guau. Increíble.
Sam y Nicole entraron en el salón para saludarles. Sam llevando
a Merry en brazos. La niña chilló en cuanto le vio, se volvió hacia su
padre y ordenó imperiosamente:
—Bájame, papi.
Sam estaba programado para obedecer a Merry, algo en lo que
Nicole estaba trabajando constantemente. Decía que iba a tener otro
niño simplemente para que Sam pudiera dividirse y consentir a dos
niños en lugar de a uno solo.
Sam dejó a Merry en el suelo con suavidad y ésta salió corriendo
hacia Mike como un misil con el blanco fijado, porque sabía que
Mike era incluso más blando cuando se trataba de ella y Gracie.
—¡Tito Mike! —chilló y se lanzó desde una distancia de medio
metro, un viejo juego. Mike la atrapó y giró con ella, que reía—. ¡Tito
Mike, mira!
Cogió la cara de Mike entre sus manitas para hacerlo girarse
hacia ella, solo por si aún no tenía su completa atención. Merry tenía
el gen de princesa enterito.
—¿Sí, calabacita?
Ella se señaló los pies.
—Mira, tito Mike. ¡Zapatos nuevos!
Mostró uno de sus piececitos para que él lo pudiera admirar.
—Son rojos —dijo con expresión solemne, en tono suave y
reverente—. Y brillan.
Nicole puso los ojos en blanco.
—Lleva dándome la lata con esos zapatos desde que los vio hace
un par de semanas —lanzó una mirada irónica a su marido—. No sé
quién de los dos ha hecho más campaña por ellos, si Merry o Sam.
Por un momento, Sam pareció avergonzado. Le daría la luna si
ella la pidiera.
—Son unos zapatos preciosos, Merry —dijo Mike muy
solemnemente, mordiéndose los labios.
Unos zapatos nuevos y brillantes, y rojos, era algo digno de
tomarse con seriedad. Sin sonrisas.
Ella asintió mostrándose de acuerdo, meneando su cola de
caballo.
—Quiero presentarte a alguien, Merry. Tienes una nueva tía.
Merry abrió los ojos de par en par, fundamentalmente porque,
para ella, tía significaba regalos y bailes cuando su tía Ellen cantaba.
«Tía» era un concepto genial en el mundo de Merry. Una tía más,
significaba más botín y más diversión.
Mike se volvió hacia Chloe, con Merry en un brazo, mientras
Chloe sujetaba a Gracie en los suyos. El momento, la imagen, la
idea… era todo tan perfecto, él presentando a Merry a su nueva tía.
—Merry, cariño, esta es tu nueva tía Chloe. Salúdala.
—Bájame, tito Mike —ordenó la niña. Caminó hacia Chloe,
extendió una pequeña mano y dijo—. ¿Qué tal?
Desde luego Merry era una niña bien educada, algo que Nicole
había conseguido ella sola. Si hubiera sido por la disciplina paterna
de Sam, Merry se hubiera comportado como si la hubieran criado en
una manada de lobos. Pero no, Merry era una perfecta señorita.
Chloe sonrió y extendió una mano hacia ella.
—¿Qué tal estás, Merry? Es un placer conocerte.
Merry se quedó mirando a Chloe a la cara y luego hizo algo fuera
de lo normal. Se apoyó en la pierna de Chloe, se abrazó a ella y miró
hacia arriba.
—Tía Chloe —dijo.
Era toda una estampa, tan hermosa que Mike hizo una foto
mental, porque sabía que la recordaría a menudo. Una preciosa
joven, con un precioso bebé rubio en brazos y una preciosa niña
morena abrazándola.
Todos lo sintieron, sintieron lo poderoso de la situación. Desde
luego, Mike lo sintió como un disparo al corazón. Harry, Ellen y
Gracie; Sam, Nicole y Merry: todos ellos tenían, desde ahora y para
siempre, alguien más para querer dentro de su círculo.
Merry había estado analizando el rostro de Chloe, con un
pequeño ceño en su carita. Miró a Mike, luego de nuevo a Chloe.
—Tía Chloe, ¿eres la mujer del tito Mike?
Ojalá. A Mike por poco se le escapan las palabras de lo
poderosamente que lo sintió. Porque, por un instante, pudo verlo y
pudo sentirlo.
Chloe, su esposa, rodeada por sus hijos.
Ella sonrió a Merry.
—No, cariño, soy la hermana del tío Harry —acarició con la
mano la coleta de Merry—. Y ahora, tu tía.
—Bien —dijo Nicole, temblorosa, con los ojos relucientes—. Creo
que es hora de comer. Chloe, ¿necesitas ayuda?
Teniendo en cuenta que llevaba una niña en brazos y otra se
estaba abrazando a ella…
—No —sonrió Chloe—. Estoy bien.
Mike entró con ella en el gran comedor. Merry seguía colgada de
ella. Mike la entendía por completo, a él también le hubiera gustado
apoyarse en Chloe, absorber un poco de aquella serenidad.
—¡Oh! —Chloe se detuvo en el umbral del comedor. Manuela era
un orgullo para ellos. La mesa de comedor de Sam y Nicole era
inmensa, de caoba bruñida, tan brillante que las velas encendidas se
reflejaban perfectamente del revés—. Qué bonito.
Lo era. Había velas en altos candelabros de plata y pequeños
jarrones de flores cortadas entre, aproximadamente, mil bandejas de
comida, que emanaban vapor de lo calientes que estaban y que olían
deliciosamente.
Nicole dio unas palmadas.
—Vale, Chloe, siéntate aquí, Ellen aquí…
—¡Mami! —sonó la voz de Merry—. ¡Yo al lado de la tía Chloe!
Nicole parpadeó, porque Merry siempre se quería sentar al lado
de su papá, que nunca le reñía por sus modales en la mesa.
—Yo también —dijo Mike rápidamente, antes de que se agotaran
los sitios junto a Chloe. No iba a aceptar un sitio al otro lado de la
mesa de ninguna manera—. Yo también me quiero sentar junto a
ella.
—Trae —Ellen se volvió hacia Chloe con los brazos extendidos—.
Dame a Gracie. Estoy acostumbrada a comer con ella en brazos.
—Claro —Chloe entregó a Gracie, envuelta en una manta, a su
madre. Gracie se despertó con un ruidito y, después de unos cuantos
amagos, consiguió arrancar el motor y comenzó a llorar. Ellen la
mecía con suavidad, tarareando una tranquila nana.
El llanto se intensificó.
—Cariño —Harry puso una mano en el hombro de su mujer—.
Déjame intentarlo.
—Vale.
Con expresión preocupada, Ellen entregó a Gracie a su marido.
Los lloros aumentaron de intensidad, rompían el corazón.
Chloe se mordió los labios, abrió la boca, la volvió a cerrar.
Gracie retiró la cara del chupete que le ofrecían, llorando tan alto
que parecía una sirena.
—¿Podría…? —Chloe miró a Harry y a Ellen—. ¿Podría intentar
calmarla?
—Claro —dijo Harry, perplejo. Y pasó el bulto de vuelta a Chloe
con delicadeza.
Gracie dejó de llorar como si le hubieran apagado un interruptor.
—Guau —dijo Mike.
—Sí —Harry sacudió la cabeza—. Tío, no sabes lo que me alegra
que te quedes con nosotros. Vas a quedarte mucho, mucho tiempo.
—Por lo menos hasta que a Gracie le salgan todos los dientes —
añadió Ellen fervientemente—. Puede que hasta que vaya a la
universidad.
Chloe se inclinó a un lado para que Manuela le sirviera la
comida. Segundo y tercer plato incluidos. En lo que respectaba a la
cocina, Manuela era de la escuela de «cuanto más mejor».
—Solo he traído equipaje para unos pocos días —dijo Chloe,
sonriendo—. Será difícil quedarme hasta que Gracie vaya a la
universidad.
—Pues cómprate ropa nueva —dijo Nicole, cortando una
salchicha y una tortilla de cebolla—. Será divertido. Te llevaré de
compras —posó la mirada en Merry que, apoyada en Chloe, la
miraba con adoración—. Merry puede venir con nosotras. Le encanta
ir de compras. Y creo que se ha enamorado de ti.
—De compras —dijo Merry, casi con fervor religioso—. Con la tía
Chloe.
Harry se rió. Estaba sentado justo frente a ella y se inclinó hacia
delante.
—Cariño… —se detuvo y dudó. Mike le miró sorprendido.
Harry no era de los que dudaban—. Si necesitas dinero, no es ningún
problema en absoluto.
—¡No, en absoluto! —intervino Ellen—. Lo que quieras, lo que
necesites…
Chloe alzó la mano, con expresión acongojada.
—No, no, no necesito dinero. De hecho… —como estaba sentada
junto a Mike, este vio que le temblaban las manos. Inspiró
profundamente—. De hecho, esa es la razón fundamental por la que
quería localizarte, Harry. Mis padres, mis padres adoptivos, me
dejaron dinero. Un montón. Y es justo que la mitad sea para ti.
Podemos concertar una cita con un abogado durante mi estancia
para que te transfiera la mitad de la propiedad.
Silencio. Todas las miradas se centraron en Harry, que negaba
con la cabeza.
—Chloe —dijo con delicadeza—. No quiero tu dinero. Ni un
céntimo. Nuestra empresa va muy bien y, aunque nos estuviéramos
hundiendo —lanzó una sonrisa a Ellen—, si me arruinara mañana,
Ellen gana tanto que puede mantenerme con el nivel de vida al que
me he acostumbrado. Sin mencionar el hecho de que es tan buena en
lo suyo que consigue doblar el valor de nuestras inversiones cada
seis meses. Has pasado por un infierno, Chloe. Quédate tu dinero y
disfrútalo. Siempre y cuando lo disfrutes aquí, en San Diego. Con
nosotros.
A Chloe se le llenaron los ojos de lágrimas.
Mike se inclinó hacia ella.
—Te lo dije —murmuró. Ella se volvió hacia él con una carcajada
entrecortada—. Así que tenemos una cena en el Del. Mañana por la
noche.
Oh, sí. Mañana por la noche y la siguiente y la otra. Los
sentimientos de Mike se reflejaban claramente en su rostro y ella se
ruborizó al mirarle.
Jo, tío. La vida estaba mejorando. Anoche no era más que un
puto imbécil y menos de veinticuatro horas después, allí estaba con
la más deliciosa de las mujeres que jamás había visto y no iba a
dejarla ir.
—Vale —dijo ella suavemente, y él hizo un gesto de victoria
imaginario.
Mañana por la noche. Cena en el Crown Room. Tenue luz de
velas que harían que su piel refulgiera aun más que en ese momento.
Una buena cena, luego un paseo por la playa…
Le sonó el móvil.
Él lo sacó para apagarlo. Nop, lo siento, seas quien seas. No estoy.
Ahora no y puede que nunca más. Todas las personas que le
importaban en el mundo estaban en la misma habitación que él. El
resto del mundo podía simplemente irse a tomar por culo.
Oh, mierda. Bill Kelly. Un buen tipo del Departamento de Policía
de San Diego y, lo más importante, un antiguo Marine. Para Mike,
ser un Marine era lo más cercano a profesar una religión. Aunque no
estaba en activo en el cuerpo, Mike seguía siendo un Marine. Todos
los Marines eran sus hermanos. La segunda parte del famoso lema.
Semper fi, sí. Pero, sobre todo, semper fraternis. Siempre hermanos.
Mike tenía a Sam y a Harry, sus hermanos de sangre. Pero también
tenía al cuerpo al completo. Cada Marine era de alguna manera
hermano suyo.
Y Bill Kelly era uno de los mejores. Un tremendo cabezota, pero
también un tipo estupendo. Mike no podía pasar de él, ni siquiera
esta noche, aun cuando podía haber encontrado a la mujer de sus
sueños.
De modo que, con un suspiro, abrió el móvil.
—Hey. Bill. La verdad es que no es un buen momento, pero…
—¿Estás en casa? —la áspera voz de Bill sonaba apagada.
—No —Mike frunció el ceño—. Estoy en casa de Sam, pero…
—Estaré ahí en dos minutos —gruñó Bill y la pantalla se apagó.
Mike se quedó con el móvil en la mano un segundo, mirándolo.
Para Bill, estar ahí en dos minutos significaba que estaba en la puerta
de Mike, cinco pisos más abajo.
¿Qué cojones?
Bill no tardó dos minutos, tardó uno. Nicole fue a abrir la puerta
y Mike escuchó el grave rumor de Bill al saludar a Nicole en el
recibidor, luego la siguió hasta el comedor.
Bill no era imbécil. Sabía que estaba interrumpiendo algo. Hizo
un gesto con la cabeza.
—Señoras. Reston, Bolt —señaló con el pulgar por encima de su
hombro—. Keillor, ven conmigo.
Algo iba mal. Todo tenía muy mala pinta. Bill era de modales
anticuados. Nunca interrumpiría una fiesta familiar como esta por
una visita informal. Así que era de negocios.
Pero Mike ya no pertenecía a la Policía de San Diego. No estaba a
las órdenes de Bill. Si Bill venía a pedir un favor, no lo estaba
haciendo de la manera correcta.
Y, mierda, fuera lo que fuera, podía esperar. Mike se lo estaba
pasando muy bien y no quería separarse de Chloe.
—¿Puede esperar, Bill? —Mike ni siquiera se molestó en
disimular la impaciencia de su voz.
Bill frunció el ceño.
—No. No puede. Y vengo adelantándome en unos diez minutos
a una orden de arresto. Joder, te estoy haciendo un favor, Keillor, así
que mueve el culo, ahora mismo.
Bill nunca decía tacos delante de las damas, jamás. Tenía que
estar tremendamente estresado.
Entonces Mike comprendió lo que había dicho.
—¿Orden de arresto?
—Sí.
Sam y Harry se habían levantado, echando las sillas hacia atrás,
repentinamente cargados de agresividad. Nicole, Ellen y Chloe
tenían aspecto impresionado.
Notando que algo iba mal entre los adultos, Merry corrió con su
mamá y rodeó con sus bracitos su vientre en expansión. Gracie se
despertó y comenzó a llorar. Chloe trató de acallarla pero no
funcionó. Pasó el pequeño bulto a los brazos de Ellen.
La mesa estaba bellamente montada, la comida caliente, había
resultado tremendamente tentadora hasta hacía un minuto. Una
mesa de celebración. Ahora, el agudo olor de la comida se le coló en
las fosas nasales como si fuera niebla, produciéndole náuseas. La
celebración estaba arruinada.
¿Qué cojones?
—Ahora, Keillor —Bill habló con voz plana, imperativa.
Mike no obedeció porque se lo estuvieran ordenando, ya que por
primera vez en su vida no pertenecía a ninguna cadena de mando y
se había dado cuenta de que eso le gustaba, sino porque esta mierda
se estaba cargando uno de los mejores días de su vida. Quería que
esto, fuera lo que fuera, terminara. Ya.
Se había cometido algún tipo de error y lo quería solucionado; y
rápido.
Con una exclamación impaciente, Mike se dirigió a la sala de
estar de Sam, hizo que Bill se sentara en uno de los grandes y
cómodos sillones de Sam y él mismo se sentó en el extremo del sofá,
en ángulo recto.
Un momento más tarde, Sam se sentó en el sofá junto a él y
Harry en el sillón que estaba junto al de Bill.
Bill alzó las cejas.
—¿Estás de acuerdo con esto? —preguntó a Mike.
Vaya una pregunta idiota.
—Sí. Son mis hermanos. No tengo nada que ocultarles.
Kelly asintió y sacó un cuaderno de notas. Era de los últimos que
quedaban entre los detectives, la mayoría de los cuales tomaba las
notas en portátiles o iPads.
Kelly retrocedió unas cuantas páginas en el bloc y miró a Mike.
—¿Dónde estuviste anoche?
Mike se quedó helado. Jesús, ¿anoche? Sam y Harry se miraron
entre ellos y luego a él.
—Eh… salí.
A Kelly se le movieron los músculos de las mandíbulas, tenía la
mirada helada. Dejó que el silencio se prolongara. Mike sabía lo
suficiente como para no seguir respondiendo, después de todo era
un ex policía. Pero, repentinamente, por una vez se sintió
avergonzado de su vida de crápula. Sam y Harry habían estado en
sus casas con sus mujeres y sus hijas mientras que él había estado en
un garito, bebiendo demasiado y liándose con una loca.
De repente se dio cuenta de que era demasiado viejo para eso. Se
acabó ir de bar en bar. Era una forma deprimente de ahogar sus
problemas y, además, los problemas seguían estando allí con él a la
mañana siguiente. Junto con una resaca y el imperioso deseo de
alejarse todo lo posible de la mujer con la que había estado.
Mike suspiró profundamente.
—Vale. Salí sobre las once, fui en coche hasta Logan Heights y me
tomé unas copas en un par de bares.
Kelly tenía el bloc abierto sobre las rodillas, pero no lo estaba
mirando.
—¿Terminaste en The Cave?
—No me acuerdo —empezó Mike, cuando repentinamente lo
hizo. Le vino un flash de un gran letrero de neón sobre la sucia
ventana, THE AVE—. Sí —suspiró—. The Cave.
—Te liaste con una mujer.
Qué cojones, eso no era asunto de Kelly. ¿Acaso de repente se
había convertido en un policía sexual?
—No entiendo por qué eso es asunto tuyo.
—¿Cómo se llamaba? —el tono de Kelly se hizo incluso más frío.
Jesús. ¿Su nombre? Si Mike hubiera sido capaz de ruborizarse, lo
hubiera hecho. Si le dijo su nombre, no se acordaba. Estaba bastante
más borracho de la cuenta.
Se encogió de hombros.
—Una verdadera historia de amor, ¿no? —la voz de Kelly sonó
helada.
Mike apretó los dientes.
—¿Te dice algo el nombre Mila Koravich?
Mila… Mike cerró los ojos e intentó visualizar el apartamento de
la mujer. Suciedad, desorden, olores rancios. Todo lo que recordaba
era el hedor y la sensación enfermiza de la borrachera. ¿Estaba su
nombre en alguna parte? Escaneó su memoria tras los párpados
cerrados. Nop.
Mike abrió los ojos.
—Lo siento. No recuerdo su nombre. ¿Y a ti qué te importa?
—Te pusiste duro con ella, ¿no?
Se sintió rápidamente invadido por la vergüenza. Harry y Sam
estaban sentados en silencio, contemplándole. El recuerdo de tenerla
sujeta, con las muñecas ligeramente hinchadas y las señales blancas
de sus dedos rodeándolas, asomó de entre la neblina alcohólica que
había sido la noche anterior.
—U… un poco. Nada serio.
—¿Sí? —Kelly estaba tomando notas en su bloc, pero levantó la
mirada al oír las palabras de Mike con la expresión tan cerrada como
un puño—. No sé cuál es tu definición de «un poco duro», Keillor,
pero no es como la mía.
Cogió un sobre y sacó unas cuantas fotos con brillo de 8 x 10 cm.
y las lanzó sobre la mesa de centro. Mike se inclinó hacia delante,
intentando encontrarle sentido a lo que estaba viendo. Rojo y negro,
carne deforme… entonces la visión se hizo nítida, convirtiéndose en
las impresionantes imágenes de una mujer terriblemente apaleada.
Entrecerró los ojos. Algo le resultaba familiar en esa cara tan
maltratada… Oh, Dios. La mujer que se había tirado anoche.
Estupefacto, miro a los furiosos ojos de Kelly.
—Mandíbula hecha pedazos, conmoción cerebral, antebrazo roto,
tres costillas rotas, hemorragia interna que ha requerido cirugía para
poder detenerla y el bazo aplastado. Eso no es lo que yo llamaría «un
poco duro», Keillor.
—Jesús. Yo no le hice eso —Mike se puso de pie, incapaz de
mantenerse sentado—. No podría hacer eso a ninguna mujer. Lo
único que hice fue sujetarla fuerte cuando me lo pidió.
Bueno, y follarla más duro. Pero eso también lo había pedido.
Kelly hizo un gesto de enfado ante la colección de terribles
fotografías.
—¿Esto te parece una persona a la que sujetaron fuerte? Recibió
una paliza que por poco la mata.
—Jesús, Bill.
Un repentino estremecimiento de miedo recorrió a Mike. No
estaba acostumbrado a sentir miedo, y ese era de un tipo distinto a
cualquiera con el que se hubiera encontrado anteriormente. Si Bill
Kelly, que le conocía, pensaba que era capaz de hacer esto, ¿qué
pensarían los demás oficiales del Escuadrón de Crímenes Violentos?
Todos sus contactos pertenecían principalmente al SWAT. Pero el
Departamento de Policía de San Diego era grande. Había un montón
de oficiales que no le conocían y no estarían dispuestos a aceptar la
palabra de nadie de que Mike simplemente no era capaz de este tipo
de violencia contra una mujer.
Contra un enemigo que le atacara, por supuesto. ¿Pero contra
una mujer? Nunca.
Estaba empezando a desesperarse al pensar que iba a tener que
convencer a un montón de policías escépticos de que no había sido
él. Y al fiscal. Y… Dios… quizás finalmente también a un jurado.
Kelly le lanzó una mirada dura.
—¿Así que me estás diciendo que no tuviste sexo con esta mujer?
Y ten cuidado con lo que dices porque encontramos un condón
usado en el cuarto de baño —bufó—. Usado, no lleno. Ni siquiera te
corriste, pobre bastardo. Así que, ¿qué resultado va a dar el test de
ADN? Y recuerda que tu ADN está en tu expediente.
Todos los policías donaban ADN a través de una muestra bucal
para establecer una base de datos.
—Sí, vale, tuvimos sexo.
—Ajá —dijo Kelly—. ¿Y?
—Y… No me corrí. Ella estaba… pidiéndome que fuera duro con
ella. No pude hacerlo.
Ahora Kelly le estaba mirando apenado. Kelly era un tipo estricto
y rígido que probablemente solo follaba el día de San Patricio. Mike
solía sentir pena por él, pero repentinamente comprendió la verdad.
Kelly lo hacía bien y él mal. Andar follando por ahí no estaba bien.
Kelly suspiró.
—La… eh… dama en cuestión había tomado crack. Lo
encontramos por todas partes. Eres un ex policía. Ex Marine.
Marines y crack. No es una buena mezcla, Keillor. Deberías haberla
mantenido en los pantalones.
Mike cerró los ojos. Kelly tenía razón. Tendría que haberla
mantenido guardada en los pantalones.
—¿Así que cual es tu versión? Cuéntame qué es lo que fue mal.
Mike apretó la mandíbula. Jesús, no quería hablar de ello. De
nada de todo ello.
Silencio. Mike podía oír cómo le sonaban los dientes al
apretarlos.
Kelly suspiró y se puso de pie.
—Bien, si no vas a hablar, habrá que ir a la comisaría, Keillor.
Sam y Harry se pusieron en pie a la vez.
Mike destensó la mandíbula. Le costó trabajo.
—No os levantéis, chicos. Sentaos otra vez.
Tío, ojalá sus hermanos no estuvieran allí. Pero estaban y no se
iban a marchar. Por primera vez desde que entró en la Casa de los
Horrores del viejo Hughes y descubrió que había aterrizado en otro
agujero de mierda de casa de acogida, pero que allí había otros dos
chicos que inmediatamente se pusieron de su lado, Mike deseó que
Sam y Harry fueran menos leales. Lo que quería era aclarar todo esto
tranquilamente con Kelly y que sus hermanos no se involucraran.
Pero Sam y Harry estaban programados para ser leales. Ni
siquiera iban a plantearse que se enfrentara a esto a solas.
Mierda.
—Abajo todo el mundo —repitió.
Y Sam y Harry se sentaron de nuevo, en el borde del sofá. Kelly
siguió de pie un largo momento más, con expresión muy seria, y
entonces, finalmente, se sentó. Sacó un cuaderno y esperó.
—Vale —dijo Mike. Cerró los ojos un momento, casi saboreando
el amargo regusto de lo que se le venía encima—. Anoche me sentía
inquieto. Salí sobre las once. No estaba de humor para bares de
moda, martinis y ligar con banqueras de inversiones.
No, lo que le apetecía era un lugar tan de mierda como de mierda
se sentía él. Pero no podía decir eso delante de Sam y Harry, porque
iban a martirizarse por no haberse dado cuenta de que Mike se
sentía como una mierda y por no haberse roto los cuernos
intentando que se sintiera mejor.
A veces Mike deseaba que sus hermanos no le apoyaran hasta ese
punto. Deseaba que fueran peores amigos. Deseaba que no se
preocuparan tanto por él.
—Yo, eh, estuve dando vueltas, sin más. Acabé en Logan
Heights, en un lugar llamado The Cave.
Kelly levantó una mano, habló en voz baja por el móvil y lo cerró.
Volvió a inclinarse sobre su cuaderno.
—Bien. Sigue.
—Yo… bebí. Un montón.
Mike dirigió su mirada a Sam y Harry. Ambos tenían cara de
póker. Cuando Harry volvió de Afganistán hecho un desecho
humano, básicamente deseando morir, había intentado lo de beber
hasta matarse durante una temporada, noche tras noche. Mike y Sam
se lo habían permitido, porque no es fácil emborracharse hasta
morir, aunque sabe Dios que Harry lo intentó. Mike y Sam le habían
quitado las armas, no le dejaban nadar hasta donde no iba a ser
capaz de regresar y, durante un mes muy malo, instalaron cristales
irrompibles alrededor del balcón de Harry.
Pero le permitieron intentar matarse a borracheras, porque era
algo muy difícil de hacer y Harry no lo estaba consiguiendo.
Mike también tenía sus momentos de beber demasiado, solo que
no tenía las buenas razones de Harry. En aquel momento, no estaba
claro si Harry volvería a andar, o si pasaría un solo minuto de su
vida sin sufrir insoportables dolores, o si llegaría a tener algo
parecido a una vida normal.
¿Y la excusa de Mike? Nada. Que era precisamente lo que sentía
a veces: absolutamente nada en su interior.
Le daba vergüenza, pero era así. Ni siquiera tenía la excusa de las
trágicas infancias de Sam y Harry. Él había vivido rodeado de una
amorosa familia, hasta que unos cabronazos mataron a sus padres y
a sus dos hermanos durante una chapuza de robo, y su infancia
terminó. Eso ocurrió el doce de marzo, veinticinco años atrás,
cuando Michael Patrick Keillor tenía diez años de edad. El trece de
marzo de aquel año ya era un viejo de diez años, partido en dos por
la pena.
Pero hasta aquel día, su vida había sido una bendición.
Y bebía para olvidar su vida desde aquel trece de marzo en
adelante.
—¿Querías cogerte un pedo? —preguntó Kelly.
Era casi como un término técnico. Las borracheras tenían su
propia taxonomía y «pedo» era justamente como él estaba.
—Sí —contestó Mike en voz baja.
Kelly estaba sentado mirándole, con el bolígrafo cerniéndose
sobre el papel.
—¿Y?
—Y me ligué a esta… —¿Esta qué? Chica no era el término
correcto. Señora tampoco—. Mujer.
En realidad había sido ella quien se lo había ligado.
—¿Su nombre? —Kelly contemplaba su cuaderno y Mike tuvo la
repentina sensación de que no quería mirarle a la cara mientras
relataba algo tan deprimente.
Mike no contestó y Kelly por fin levantó la vista.
—Ya te lo he dicho. No sé su nombre —dijo Mike en voz baja y
los tres hombres fruncieron el ceño. Tío, no quedarte con el nombre
de una chica estaba mal. Se la había tirado, por lo menos
parcialmente, pero no sabía su nombre. Realmente no tenía excusa y
no ofreció ninguna.
Ahora Kelly le estaba mirando, como intentando meterse en su
cabeza. Kelly también era un macho alfa y Mike normalmente no
permitía que otros hombres se le quedaran mirando. Se hubiera
puesto furioso, pero sabía que Kelly solo estaba haciendo su trabajo.
Mike había perdido su derecho a indignarse.
—Te he dado un nombre —dijo Kelly por fin—. Mila Koravich.
¿Te suena?
Mike negó con la cabeza. Dudaba que hubieran llegado a
intercambiar más de diez palabras.
—¿Una trabajadora del sexo? —le preguntó como si tal cosa, y
esa vez Mike sí frunció el ceño.
—No —Aunque podría haberlo sido. Cocainómana, un tugurio
infecto de casa. Podría haberlo sido—. O no que yo sepa. No me
pidió dinero.
Si lo hubiera hecho, él hubiera rehusado. Era parte de su lista de
no negociables. Nada de casadas, nada de adictas, aunque la había
cagado con eso, y nada de prostitutas.
No, señor. Mike Keillor tenía sus principios. Y eran altos.
Otro largo silencio. Mike no se atrevía a mirar a Sam y a Harry a
los ojos. A ellos no se les encontraba vomitando hasta el primer
bourbon a las dos de la mañana en ningún garito miserable. No, a las
dos de la mañana ellos estaban con sus mujeres, donde les
encontrabas todas las noches de su vida en que no estuvieran fuera
de casa por trabajo. Y ambos hacían verdaderos esfuerzos para
volver a casa lo antes posible porque lo que les esperaba allí era algo
jodidamente maravilloso.
—Así que —Kelly pronunció cada palabra en tono neutro, sin
inflexiones—, te pusiste violento.
Mike miraba al suelo.
—Realmente violento —algo en el tono de Kelly hizo que Mike
levantara la cabeza y frunciera el ceño.
El recuerdo le producía náuseas.
—Yo, eh, la sujeté. Con las manos, y… sí, un poco duro. Me pidió
que la sujetara, que lo hiciera fuerte. Pero no me gustó nada. Tenía
las muñecas un poco enrojecidas cuando le quité las manos.
—¿Y? —preguntó Kelly con voz áspera.
Mike se encogió de hombros.
—No fue para tanto.
Kelly se inclinó hacia delante, intentando provocarle.
—No sé cuál es tu definición de para tanto, Keillor. Pero la mía
incluye el tipo de violencia que se infligió contra esa mujer. Nadie se
merece ese trato. Estuvo cuatro horas en el quirófano.
Mike levantó la cabeza con brusquedad.
—Oye. La sujeté por las muñecas y punto. Las tenía rojas y un
poco hinchadas cuando le quité las manos, ya te lo he dicho. Pero eso
fue absolutamente todo. No fue nada que necesitara cirugía, por
Dios. Nada ni remotamente parecido.
—Déjame que te lo recuerde —Kelly retrocedió hasta el principio
de su cuaderno, pero se lo sabía de memoria. Apenas miró sus
propias notas—. La mujer ingresó en el hospital con la mandíbula
destrozada, conmoción cerebral, huesos rotos, bazo aplastado.
—No, tío —se ponía malo solo de oírlo—. Ese no fui yo. Jesús,
jamás haría eso a una mujer. Escucha, esto es lo que ocurrió. Ligué
con esta mujer en un bar, The Cave. Fuimos a su casa y tuvimos
sexo. O algo de sexo en cualquier caso. Quería que me pusiera
violento con ella y eso simplemente me cortó el punto. Me metí en su
cuarto de baño y me quité el condón, que no tendrá ADN de
esperma, y vomité en su inodoro. La dejé cabreada conmigo y
gritándome, así que si alguien denunció ruidos, ahí lo tienes. Pensé
que seguramente aun tenía alcohol en el sistema y necesitaba aire y
ejercicio, así que dejé el coche allí y corrí a coger el ferry, corrí hasta
Coronado Shores.
—¿A qué hora llegaste a casa?
—No se… espera. Llegué a casa sobre las cinco. Sí. Cuando salí
de la ducha mi despertador digital marcaba las 5.17. Me quedé en el
balcón viendo salir el sol y me fui a trabajar.
Kelly apretaba los músculos de la mandíbula mientras
contemplaba a Mike con ojos fríos.
—Bien, pues déjame que te cuente lo que tenemos, Keillor.
Tenemos una llamada al 911 a las 4:02. Gritos y sonidos de maltrato
violento en el apartamento 321 del número 445 de Alameda Street, la
casa de una tal Mila Koravich. La policía la encontró inconsciente y
los servicios de emergencia se la llevaron a urgencias, donde estaba
en el quirófano para las 5.15. Hicimos un barrido de huellas y
encontramos algunas muy buenas en el cabecero de metal y sobre
los azulejos de encima del inodoro.
Dios. Mike tuvo una visión de sí mismo bombeando dentro de la
mujer, mientras se sujetaba al cabecero, porque repentinamente
sintió aversión de tocarla en ninguna parte si no era con la polla. La
había agarrado únicamente cuando insistió. Y recordaba haberse
apoyado contra la pared por encima del inodoro cuando estaba
vomitando.
—Comprobamos las huellas —Kelly resopló por la nariz como
un toro rabioso—. Nos cuadraron con un montón de barriobajeros,
pero todos nos quedamos alucinados cuando salieron tus huellas.
Huellas frescas. Lo comprobamos dos veces.
Mike había pertenecido al ejército y había sido un agente de la
ley. Evidentemente, sus huellas estaban registradas. Empezó a tener
una sensación enfermiza en el estómago.
—Así que llevamos tu identificación de la Policía a todos los
bares de la zona y en The Cave hicimos diana. Te habías marchado a
las doce y cuarto con Mila Koravich, quien, por cierto, ha sido
arrestada dos veces por prostitución y tenencia de drogas. El barman
confirmó tu identidad. Dijo que te vio marcharte con Koravich. Esta
mañana, a las 8, cuando salió de la anestesia, Koravich te identificó
como el hombre que le había dado la paliza.
Sam y Harry se levantaron de nuevo como un solo hombre,
grande y fuerte, presentando un frente único.
—Eso es ridículo —gruñó Sam—. Ya has oído a Mike, estaba en
casa a las cinco de la mañana.
Los cuatro hombres se miraron unos a otros. Mike notaba la
agresividad que emanaba de Sam y Harry, pero Kelly se mantuvo
firme. No era un hombre fácil de intimidar. Había sido un Marine,
ahora era un policía muy bueno. No era el tipo de hombre que se
doblegaba ante la presión.
Kelly los ignoró y miró fijamente a Mike.
Aunque si se le observaba atentamente, se podía ver dolor más
allá de la fría mirada gris. No le gustaba tener que sospechar de
Mike. Y no le gustaba tener que investigarle. Pero era su deber, así
que lo haría.
Era como ese viejo dicho SEAL. No te tiene que gustar, solo
tienes que hacerlo.
Kelly se metió el bloc en el bolsillo de la deformada chaqueta,
que tenía el mismo aspecto que si hubieran dormido con ella
durante el último mes.
—Vamos a tener que hacer esto en la comisaría, Keillor. No vale
darle más vueltas.
Mostró su gran mano, con la palma hacia fuera, cuando Sam y
Harry dieron un paso hacia delante.
—Chicos. Podemos hacerlo por las buenas o por las malas. Es
vuestra elección.
De repente, Mike se sintió viejo. Viejo y avergonzado. No le había
dado una paliza a esa mujer. Sabía que no lo había hecho y confiaba
en que Kelly fuera lo suficientemente buen poli como para atenerse a
las pruebas. Sería exculpado. Al final.
Pero antes de que la situación se resolviera, podían ocurrir
algunas cosas desagradables. Tendría que pagar una fianza. A RBK
le estaba yendo realmente bien, pero estaban en proceso de hacer
inversiones importantes y privarles de una cantidad importante
haría daño a sus hermanos. Mike sabía que Kelly instintivamente
trataría de mantenerle a cubierto de la prensa, pero si se filtraba que
Michael Keillor de RBK había sido arrestado por asalto, ello iba a
suponer un enorme golpe al buen nombre de la compañía que
habían trabajado tan duro para construir.
Era muy posible que Mike fuera a acabar viendo a sus hermanos,
a su empresa, en el barro. Por no hablar de que les iba a costar
dinero justamente en el momento más inoportuno.
Nadie excepto él era culpable de eso. Nadie.
No le había dado esa paliza a la mujer. No era culpable de eso,
pero era culpable de todo lo demás. Era culpable de ser incapaz de
pasar una noche solo a la edad de treinta y cinco años. Era culpable
de emborracharse y ligarse a una mujer de la que no sabía nada. Y si
hubiera dedicado dos segundos a pensar con la cabeza en lugar de
hacerlo con la polla, hubiera averiguado rápidamente que no era
buenas noticias, sino las peores.
Era culpable de deshonrar a su empresa, a sus hermanos. Era
culpable de avergonzar a las esposas de sus hermanos, dos mujeres a
las que quería y respetaba.
—El fiscal nos está esperando —dijo Kelly, y Mike cerró los ojos.
Sí, el fiscal estaría esperándoles y tratándose de un ex policía, le iban
a acusar de todo lo posible. Nadie se podía permitir aparentar estar a
favor de un ex poli. Kelly se había arriesgado por él y pagaría por
ello.
Si la prensa tan solo olía algún tipo de trato especial, Kelly iba
estar hasta el cuello de mierda. La prensa amarilla y las páginas web
políticas iban a reclamar sangre.
—Nosotros vamos con Mike.
Sam habló sin inflexiones. No era una pregunta. Kelly dudó. Era
un tío duro, pero meterse con Sam y Harry a la vez no era plato de
gusto para nadie.
Dios, no. Mike no quería ver a sus hermanos ni remotamente
metidos en aquello.
En ese momento Mike hubiera dado cualquier cosa porque sus
hermanos fueran menos leales. No quería que desfilaran con él hasta
la comisaría y le vieran ser tratado como un potencial delincuente.
Habría gente nueva en la central, hombres que no conocían a Mike y
que durante el resto de sus vidas le conocerían como el ex poli
acusado de asaltar a una cocainómana después de tirársela. Los
desastrosos errores de cálculo de Mike se exhibirían para que todos
los vieran y se burlaran de ellos.
Sus hermanos lo iban a ver. Iban a sufrir.
Mike quería ver a sus hermanos a salvo en sus casas, con sus
familias, donde estaba su sitio. Se lo merecían. Lo que no se
merecían era lo que se les venía encima.
Gracias a Dios que Merry y Gracie no eran lo suficientemente
mayores como para comprender nada sobre ese sórdido follón. Mike
no hubiera podido soportar tener que contemplar el dolor y la
confusión en los ojos de sus sobrinas cuando se dieran cuenta de que
habían acusado a su tito Mike de algo tan horripilante.
Mike fue a coger la chaqueta para irse con Kelly cuando se
detuvo horrorizado. Fue como si el mundo se hubiera detenido por
completo mientras él se deslizaba directamente a un nivel aun más
profundo del infierno. Todos sus anteriores arrepentimientos ya no
significaban nada, porque ahí estaba Chloe. De pie en el umbral,
mirándole con tristeza en sus ojos dorados.
Chloe. Pálida, acongojada. Había estado ahí todo el tiempo,
escuchando. Así que se había enterado de todo lo que concernía a
Mike Keillor. En realidad, no le conocía. Lo que sabía de él era de lo
que se había enterado en el transcurso de la última media hora. Todo
ello era horrible y todo era cierto.
Por supuesto, Mike no había pegado a la mujer, pero de todo lo
demás: culpable. Había bebido demasiado. A decir verdad, cogerse
una curda de manera habitual se estaba convirtiendo en una
costumbre para él.
En cuanto estaba solo una noche, se cogía un pedo y se ligaba a la
primera mujer que se le acercaba. Una mujer que en ese caso había
resultado ser una adicta que bordeaba la locura.
No importaba. En su época de SWAT Mike había escuchado a
alguien en el vestuario gastar la broma de que, si tenía una vagina,
Mike se la metía.
Cierto.
Llevaba mucho, mucho tiempo usando el sexo y el alcohol como
una manera de ahogar sus pensamientos. Nunca funcionaba, pero él
no dejaba de intentarlo. La mismísima definición de la locura. Hacer
lo mismo una y otra vez esperando un resultado distinto.
Ese era el Mike Keillor que Chloe estaba viendo. Un tío que bebía
demasiado, follaba con drogadictas y además pegaba a las mujeres
que se tiraba.
Ese no soy yo, quería gritar. Había sido un buen Marine, un buen
poli. Trabajaba duro en su empresa. Amaba a sus hermanos, a sus
mujeres y, por encima de todo, a sus sobrinitas.
Ayudaba a desaparecer a mujeres maltratadas. Joder, hasta hacía
donaciones a la jodida caridad.
El hombre que acababa de oír describir simplemente no era él.
Salvo porque… lo era. No había pegado a la mujer. Pero, por lo
demás, era todo verdad. Estaba al borde del alcoholismo y la
adicción al sexo, y no era bueno para las mujeres decentes. Y tenía
que llegar a esa conclusión precisamente el día en que una mujer le
había puesto el mundo patas arriba.
Chloe Mason le había derribado. En las pocas horas que había
pasado con ella había empezado a tener este sentimiento tan
totalmente nuevo, tan totalmente extraño. No podía respirar a causa
de la presión que sentía en el pecho, pero a la vez tenía la sensación
de estar respirando oxígeno puro.
Ahora lo reconocía como felicidad: algo limpio, nuevo y
maravilloso en su mundo. Y lo acababa de arrancar de su vida con
sus propias manos.
Desfilaron hacia fuera como una pequeña y triste procesión,
primero Kelly, luego Mike y por último Sam y Harry, a la cola. En
vez de pasar el día con su recién ampliada familia, empezando a
conocer mejor a la tranquila, misteriosa y bellísima Chloe Mason,
estaba arrastrando a sus hermanos lejos de sus familias para
enfrentarse a la vileza. Y cada paso le alejaba de Chloe.
Ese beso con Chloe en el Del había sido la cosa más excitante que
había experimentado nunca, a años luz del sexo que había estado
practicando durante toda su vida. Mike había visto una puerta
abierta y algo misterioso y tentador llamándole al otro lado.
Esa puerta se había cerrado de un portazo. La había cerrado de
un portazo con sus propias putas manos.
Chloe les contempló pasar, sin quitarle los ojos de encima. Mike
no pudo mirarla a los ojos. Simplemente no pudo. La vergüenza y el
arrepentimiento eran como ácido comiéndole por dentro. Pasó por
delante de ella, mirando al frente, el rostro serio.
Ellen y Nicole también le miraban con los ojos tristes. Ellen se
cubría la boca con una de sus bonitas manos de músico y Nicole se
rodeaba el vientre, donde su segunda hija anidaba, con las manos.
Mike necesitaba salir de allí. Lejos de ellas y de su mirada triste y
amorosa. Sabía cuánto le querían. Las dos mujeres le habían abierto
sus casas y sus corazones, ¿y cómo les pagaba? Trayendo la vileza y
la inmundicia a sus hogares.
No podía ni mirar a sus hermanos. Le flanqueaban en silencio, en
señal de apoyo, mientras caminaban por el pasillo, pero miraban
directamente al frente. Nadie dijo una palabra mientras bajaban en el
ascensor.
No había nada que decir.
Capítulo 8

—Él no lo hizo —dijo Ellen en voz baja pero con firmeza.


—Por supuesto que no. —Nicole se mostró muy firme.
Chloe las miró. Decían en serio cada palabra. No había nada
ambiguo en su lenguaje corporal o en sus voces.
Algo se alivió en su corazón, aligerándose un poco del peso
opresivo que la había agobiado cuando escuchó al teniente de policía
interrogar a Mike.
En realidad, no sabía nada de él. ¿Y qué sabía de los hombres, de
todos modos? Prácticamente nada. ¿Acaso pensaba que solo porque
él le había dado su primer orgasmo, era un buen tipo? El sexo y la
decencia no estaban unidos. Tenía edad suficiente para saber eso.
Pero aun así… Algo dentro de ella se resistía a la idea de que él
fuera capaz de hacer daño a aquella mujer de la manera en que el
teniente había descrito. Cuando la había acariciado en la habitación
del hotel, sus manos grandes y fuertes habían sido increíblemente
tiernas. Era verdad que estaba en territorio desconocido, con solo su
escaso conocimiento de los hombres y del sexo para continuar, pero
no se imaginaba a Mike haciendo daño a una mujer de ese modo.
No conocía a Mike en absoluto, pero Ellen y Nicole sí.
—Si hay una cosa de la que Mike es incapaz, es de hacer daño a
una mujer —dijo Ellen, meciendo a Gracie en sus brazos.
Nicole se frotó el vientre.
—Absolutamente —dijo ella—. Es uno de los tipos más
agradables del mundo.
Sus palabras iban dirigidas a ella. Chloe no tenía ni idea de por
qué. Ella no tenía nada que ver con aquello.
—Estoy segura de que tenéis razón —dijo Chloe suavemente—.
Para lo que valga, yo tampoco creo que golpeara a esa pobre mujer.
La violencia latente tenía sus claros indicadores. Tenía una
sensación instintiva para ello. Fue por eso que rehuyó a su «padre»
todos aquellos años. Cuando su investigadora privada Amanda
descubrió lo que le había sucedido a los cinco años, entendió su
inconsciente obsesión.
Después de que Amanda levantara la piedra y encontrara a su
familia biológica, Chloe comprendió que toda su vida había estado
marcada por la violencia incontrolada del novio de su madre.
—No creo que Mike sea del tipo violento, no tenéis que
convencerme —declaró ella.
Nicole y Ellen se miraron entre sí.
—Sí —dijo Nicole— tenemos. —Abrió la mano en invitación—.
Venga. Vamos a la sala de estar. No creo que nadie tenga ya ganas de
comer.
No. El estómago de Chloe estaba tan fuertemente cerrado como
un puño.
En la amplia sala de estar, sin pretenderlo Nicole y Ellen
encajaron a Chloe entre ellas. A Chloe le gustaban las dos, pero no le
gustaba sentirse manipulada.
Una vez sentadas, Nicole y Ellen compartieron otra mirada en la
que se decidió en silencio que Nicole tomaría la iniciativa.
—Chloe, querida. De verdad debes creernos cuando decimos que
Mike es absolutamente inocente de los cargos. Él…
—Oh, os creo —dijo Chloe, mirando de un rostro tenso al otro—.
No es que mi opinión signifique algo.
—Sí lo hace —dijo Ellen en voz baja—. De veras que sí.
—A Mike le gustas. —Nicole tocó la mano de Chloe—. Sé que
tienes una imagen de un tipo que duerme mucho por ahí y no puedo
decir que no sea verdad. Por desgracia, lo es. ¿Conoces ese viejo
dicho sobre buscar el amor en los lugares equivocados? Ése es Mike.
Pero Mike nunca ha traído ni una vez a una mujer para que nosotros
la conociéramos. Y tanto Sam como Harry dicen que nunca ha tenido
una relación estable. Nunca le hemos visto actuar del modo en que
lo hace contigo. No podía apartar los ojos de ti. Pensamos que tú le
gustas mucho y que tal vez… —su mano se aferró a la de Chloe—
¿tal vez no eres indiferente?
Chloe recordó por un instante la habitación del hotel, la boca de
Mike en la suya, su gran peso contra ella, el grueso pene rozando los
labios de su sexo… su cuerpo simplemente se encendió con el
recuerdo.
Maldijo su piel clara. Chloe no necesitaba mirarse en el espejo
para saber que su cara era como un semáforo en rojo. No vio
ninguna razón para mentir cuando su propia piel mostraba la
verdad.
—No —admitió en voz baja—. No lo soy.
Ellen sonrió suavemente.
—Eso creí —lanzó otra mirada hacia Nicole—. Eso creímos. Y la
razón por la que nos mostramos tan entrometidas y probablemente
te molestamos metiéndonos en tus asuntos es que queremos que
Mike encuentre algo de felicidad. Se lo merece.
Nicole se inclinó hacia delante.
—Nos salvó la vida. A las dos. Te contaremos las historias en
algún otro momento, pero la verdad, lo que tienes que saber, es que
cuando nuestras vidas estuvieron en peligro, Mike no vaciló. Sam y
Harry, bueno, estaban enamorados. Fue un hecho que pusieron sus
vidas en la línea de fuego. Mike hizo lo que hizo por lealtad a sus
hermanos, pero también porque, a pesar de todo su flirteo, es como
un caballero a la antigua. Estamos preocupados por él. Nos
preocupa que haya sido marcado por algo que no hizo. Que esté
metido en un lío del que no pueda salir.
—Y nos preocupa que en este momento haya encontrado a una
mujer que le pueda importar, que vaya a perder su oportunidad,
junto con su libertad —dijo Ellen sin rodeos. Apretó la mano de
Chloe—. Por favor, dime que esto no estropeará nada. Por favor,
dime que le darás una oportunidad a Mike. Nunca le he visto
parecer tan feliz como estaba hoy. No podía apartar los ojos de ti. Se
merece una oportunidad en el amor. No le quites eso.
Las dos mujeres la miraban con esperanza en los ojos.
Chloe de repente se puso de pie, y cruzó el cuarto hasta su bolso.
Ellas querían desesperadamente ayudar a Mike y, que Dios la
ayudara, ella también. Había una mujer en el mundo en la cual
confiaba para llegar a la verdad del asunto. La tenía en el número
uno de la marcación rápida.
Nicole y Ellen la observaban, vibraciones de esperanza y
preocupación casi estremeciéndose alrededor de ellas.
—Está bien. ¿Queréis ayudar a Mike? Yo también. —Sonrió a la
voz que contestó—. ¿Amanda? Soy Chloe. Sí, en San Diego.
Amanda, necesito tu ayuda. —Miró a las dos mujeres que la
observaban y, por primera vez en su vida, sintió el afilado y cálido
mordisco de la familia—. Necesitamos tu ayuda.

* *
—Vamos a repasarlo de nuevo —dijo Kelly en la sala de
interrogatorios, y Mike sofocó un gemido. Ya lo habían repasado, y
repasado y repasado.
La sala desnuda y fea olía a tensión masculina y desesperación.
Probablemente como olía una celda de la prisión. Dios quisiera que
Mike nunca lo averiguara, pero no tenía buena pinta.
Mike no podía culpar a Kelly. Mila lo había identificado como el
hombre que la había atacado en el momento en que despertó de la
operación. Defendiendo al verdadero hijo de puta que la había
puesto en el hospital. Mike comprendió que la policía creía que
tenían un caso seguro. No lo tenían. Pero sí tenían suficientes
pruebas para mantenerlo en la cárcel hasta que la fecha del juicio
pudiera ser establecida.
Sus hermanos no lo permitirían. Satisfarían cualquier fianza que
estableciera el fiscal, lo que cabreaba a Mike porque daba la
casualidad de que éste era un momento difícil de dinero. Se
acababan de comprar cuatro mil hectáreas de tierra en Baja para
utilizar como centro de formación de agentes de la ley y campo de
tiro para aspirantes a policía mexicanos que luchaban una
despiadada guerra contra las drogas. Había sido idea de Ellen y era
buena, pero el coste de la enorme extensión de terreno y de crear
campos y casas de tiro les había dejado sin blanca. RBK tendría que
pedir prestado el dinero para conseguirle la libertad bajo fianza.
Entonces sus hermanos pedirían otro préstamo más para conseguirle
un caro abogado criminalista.
RBK se iría al hoyo por su culpa. Las dos familias tendrían que
apretarse el cinturón por su culpa. Porque se había comportado
como un adolescente hormonal en vez de un adulto responsable.
La idea lo ponía enfermo.
Era inocente. Sus hermanos deberían dejarlo allí para que se
pudriera hasta que llegaran las pruebas que demostraran su
inocencia o hasta que el caso fuera a juicio. Sam y Harry no lo
permitirían, pero deseaba que lo hicieran. Que lo abandonaran y
dejaran que la verdad llegara a él.
Mike no quería irse a casa, de todos modos. No quería
enfrentarse a Ellen y Nicole y, sobre todo, no quería enfrentarse a
Chloe. La expresión de su cara cuando oyó lo que había hecho…
Mike no tenía a dónde ir con la vergüenza que ardía en su interior.
Ese sentimiento de esperanza que había tenido desde que había
puesto los ojos en ella, la radiante calidez en sus ojos cuando lo
miraba, los ardientes besos tiernos que prometían mucho más…
todo había desaparecido.
Mike no podía soportar la idea de la desilusión que estaría
sintiendo, lo confusa y dolida que debía estar.
Joder.
Se había enfrentado a disparos y morteros sin pestañear, pero la
idea de ver a una pálida Chloe apartar la mirada cuando le viera…
no podía hacerlo. Simplemente no podía hacerlo.
Merecía pudrirse en la cárcel. No porque hubiera cometido lo
que le acusaban, sino porque había pasado veinte años rodando de
camas en las que no debería haber estado, follando mujeres por las
cuales no se preocupaba.
¿En qué le convertía eso?
—Fui a un bar llamado The Cave —empezó de nuevo, con la voz
tranquila y distante—. Llegué a eso de las once. Conocí a una mujer
allí. Hablamos brevemente…
Hubo un golpe en la puerta que sorprendió tanto a Mike como a
Kelly. No interrumpías un interrogatorio, esa era una regla de
hierro. Kelly apretó la mandíbula y Mike compadeció al novato que
no sabía lo que le esperaba en el otro lado de la puerta.
Para su sorpresa, no era un novato. Era un detective al que Mike
conocía bien desde sus días de SWAT, Jerry Klein, y… Jesús. Harry y
Sam justo detrás de él.
Kelly se levantó, furioso. Y con razón. ¿En qué coño estaban
pensando Harry y Sam? Aquello no era una muestra de solidaridad
con un amigo, era interferir con el debido proceso. Había
consecuencias legales por impedir a un oficial de la ley el ejercicio de
sus funciones.
Antes de que Kelly pudiera abrir la boca para emprenderla con
Jerry por permitir civiles en la sala de interrogatorios, Jerry puso un
ordenador portátil sobre la mesa de interrogatorios.
—Lo siento, jefe, pero pensé que tenía que ver esto. Estos dos, ah,
civiles lo trajeron a mi atención. —Jerry se mantuvo firme, lanzando
a Mike una mirada que no pudo interpretar. Entonces,
increíblemente, Jerry le guiñó un ojo.
¿Qué coño?
Jerry encendió el portátil y retrocedió para dar acceso a Harry al
teclado.
Harry era un genio en ordenadores, mucho mejor que Mike.
Todos se inclinaron hacia adelante para verle hacer lo suyo, pero lo
suyo resultó ser simplemente abrir su correo electrónico.
Movió el ratón.
—Ellen se puso en contacto conmigo con algunas novedades.
Chloe llamó a esa excelente detective privada en Boston y maldición
si no dio con algo. Algo muy importante. —El correo electrónico
tenía una serie de archivos adjuntos. Harry hizo click en el primero.
Se abrió y la pantalla se llenó con la secuencia de imágenes
granuladas en blanco y negro por la noche. La cámara tenía una
lente pequeña de gran ángulo lo suficiente como para mostrar unos
nueve metros sin una excesiva distorsión. Todos miraron cuando se
acercó una mujer, golpeando en algo por debajo de la parte inferior
de la pantalla. Eran imágenes de un cajero automático. Nadie habló
cuando cuatro personas se acercaron y retiraron dinero. Unas letras
blancas en la parte inferior a la derecha de la pantalla mostraban la
fecha y hora: 4 DE ENERO, 03:02. A las 03:07 la pantalla estaba en
blanco, entonces apareció una figura en el extremo del lado derecho
y pasó como un rayo por la pantalla.
Los dedos de Harry bailaron sobre el teclado mientras los cuatro
hombres observaban. Harry puso a cámara lenta la película bajando
el control deslizante, pulsó una tecla y congeló el encuadre con la
figura parada en el centro. Era Mike, corriendo. Su cuerpo estaba
borroso, pero la cámara le captó cuando giró la cabeza y sus rasgos
estaban claros.
—Esto fue grabado a las 03:07:45, desde un cajero automático en
Griffin, aproximadamente a cuatro bloques de Alameda. Podemos
seguir el camino de Mike cuando corre hacia la orilla, para terminar
en el ferry a las 03:48…
Observaron una serie de clips de metraje de las cámaras de
seguridad a lo largo de su recorrido, catorce archivos en total. Con
quienquiera que hubiese contactado Chloe, era buena. Era evidente
que tenía un excelente software de reconocimiento facial y en un
corto espacio de tiempo había sondeado casi todas las cámaras de
seguridad, en una amplia extensión desde Alameda hasta la llegada
del ferry. Aquello requería inteligencia y un serio poder.
La pantalla mostraba la amplia plataforma en frente del barco
donde Mike hacía footing en el lugar. El vaho de su aliento envolvía
su rostro, pero era reconocible. Apenas recordaba el trote hasta casa,
aunque se acordaba de haber esperado el ferry durante un rato,
durante un período reducido desde la medianoche hasta las seis de
la mañana.
La cámara cambió brevemente a una vista del océano y el ferry se
acercó poco a poco al desembarcadero, a continuación, volvió a
ajustarse al lado de unos pasajeros, donde cuatro personas
esperaban junto con Mike, todavía brincando arriba y abajo.
Vieron a cinco personas abordar el ferry, incluido Mike. La hora
que se leía en la parte inferior de las imágenes era 04:10.
El último anexo eran las imágenes de Mike corriendo hasta el
complejo de apartamentos en Coronado Shores, en el condominio,
intercambiando unas palabras con el vigilante nocturno.
Mike había dicho que había vuelto a casa a las cinco, que las
cámaras de seguridad de su condominio lo habrían captado. Habría
debido darle una paliza a Mila Kosavich a las cuatro de la mañana y
conducir a casa a las cinco. Pero Mike había corrido hasta su casa y
lo tenían grabado.
—Según entiendo —dijo Harry a Kelly con una mirada dura—,
es que la llamada al 911 entró a las 04:02. El desembarcadero del
ferry está a 23,7 kilómetros de Alameda. Mike no pudo haber estado
en el apartamento de la mujer.
Todas las miradas se volvieron hacia Kelly. Se quedó
reflexionando sobre ello, luego puso con cuidado su cuaderno de
notas sobre la mesa al lado del ordenador.
Se giró hacia Mike.
—Caso cerrado —dijo en voz baja, y luego sonrió—. Me alegro de
no tener que detenerte, Keillor.
—Yo también, hombre. —Mike dejó escapar un suspiro enorme,
comprendiendo lo que acababa de suceder.
Chloe le había liberado.
Sam y Harry dieron una palmada en la espalda a Mike y Kelly, y
la tensión en el cuarto desapareció.
Mike le tendió la mano a Kelly. Kelly era un buen tipo. Solo había
estado cumpliendo con su deber.
—Buena suerte con encontrar al bastardo que puso a esa mujer
en el hospital.
—Sí. —El apretón de Kelly fue cálido, fuerte y breve—. Sabemos
que había un novio al que le gustaba golpearla. Le buscaremos. No
te metas en problemas, ¿me oyes?
Oh sí. Mike había aprendido una lección realmente grande esa
noche. Aunque estaba aterrorizado de que fuera demasiado tarde
con Chloe.
Sam le dio una palmada en el hombro.
—Vamos a marcharnos. Todavía tenemos que celebrarlo.
Nuestras mujeres esperan.
Nuestras mujeres. Para Sam y Harry eso era literalmente cierto.
Ellos tenían unas esposas estupendas y dos hijas encantadoras
esperándolos. En un mundo paralelo, un mundo en el que Mike no
hubiera jodido con un batallón de mujeres, otro mundo donde él no
hubiera conocido a la dulce y totalmente atractiva Chloe Mason
después de follarse a una cocainómana a la que no pudo golpear, así
que ella llamó a otra persona para que terminara el trabajo, él
también volvería con su mujer.
En ese otro mundo Chloe y él tendrían un nuevo comienzo,
capaces de iniciar aquella novedad que tenían entre sí.
Mientras que en ese mundo apenas habían empezado y ella ya
había descubierto lo peor de él.
Se había acercado a Chloe con fuerza. Raramente se acercaba a
mujeres. Tal vez porque buscaba mujeres en barrios bajos eran ellas
las que venían a él.
Pero con Chloe se había sentido fascinado al instante, atraído
inmediatamente. Y la había… la había cortejado. Centrándose en
ella, feliz solo de estar en el mismo cuarto con ella. Sabiendo que
algo importante estaba ocurriendo.
Durante tan solo un segundo pensó que estaba viviendo el sueño
de Sam y Harry. Se habían quedado prendados de sus mujeres al
instante y mira cómo había resultado. Los dos estaban
increíblemente felices, estables, locamente enamorados de sus
mujeres e hijas.
Y Mike, idiota como era, creía haber encontrado lo que no había
estado buscando. Haber encontrado algo real, auténtico y duradero.
Limpio y prometedor. Y lo había aplastado con sus propias manos
en el momento en que lo había encontrado.
Jamás lo sabría. Ahora mismo una parte suya quería a Chloe
cerca, como quería el aire y el agua. Y otra parte quería mantenerla a
distancia. Ella había tenido una vida dura y se merecía algo mejor
que él.
Porque, ¿a quién estaba engañando? Si se juntaran, Chloe se
acabaría encontrando a alguna de las mujeres a las que había follado
a la vuelta de cada esquina. Su pasado era como un pozo de
alquitrán. Nunca sería libre, solo podía mancillarla con él.
Harry estuvo en silencio cuando bajaron en el ascensor. Sam ni
siquiera lo notó. Estaba eufórico, feliz de que Mike estuviera fuera
de problemas, con ganas de reanudar las celebraciones donde las
habían dejado.
Y conociendo a Sam, muy contento de regresar con Nicole y
Merry.
Cuando las puertas del ascensor se abrieron, Harry sacó un
brazo, bloqueando a Mike. Harry era fuerte. Mike era más fuerte.
Podría darle una paliza a Harry. Pero Harry tenía algo que decirle y
no podía golpear a su hermano. Le quería demasiado.
Harry habló a Sam en voz baja.
—Sam, Mike y yo tenemos algo que discutir. Ve a poner en
marcha la furgoneta y estaremos allí en cinco minutos.
La cara de Harry era grave por naturaleza y ahora parecía como
si primero hubiera muerto su mejor amigo y además su perro. Sam
le miró, luego a Mike, y asintió con la cabeza.
Harry esperó hasta que Sam estuvo fuera del alcance del oído y
se volvió hacia Mike, colocando una mano grande en su hombro.
—Felicitaciones. Me alegro de que esto haya sido aclarado. —Su
rostro era absolutamente inexpresivo. Las palabras estaban bien,
pero su cara estaba cerrada para Mike.
Con desconfianza, Mike contestó:
—Sí, yo también. Tengo que agradecérselo a Chloe. Nunca habría
pensado en revisar las cámaras de seguridad a lo largo de mi
recorrido.
Era verdad. Y no tenía ningún recuerdo real de qué camino había
tomado. Si la amiga de Chloe no hubiera tenido el software
adecuado, todavía estaría en la oficina central del departamento de
policía, tal vez en la cárcel.
—Sí, hazlo. Es una buena mujer. Era la niña más buena que te
puedas imaginar. Cariñosa, dulce y apacible —clavó en Mike una
mirada dura—. Chloe ha estado en el infierno y ha regresado, Mike.
Vi el modo en que la mirabas y sé cómo eres con las mujeres.
Lamento decir esto, pero tengo que hacerlo. Vete a joder a otra
persona, a otra parte. No te quiero cerca de mi hermana pequeña. Se
merece algo mejor que tú. Quiero que me des tu palabra de que no la
tocarás. Porque si lo haces, te daré hasta dejarte hecho mierda. O al
menos lo intentaré. Puede que incluso me ganes, pero ella se
disgustaría todavía más contigo de lo que ya está.
Sí. Era posible que Mike ganara porque peleaba sucio, siempre.
Ganaría la batalla y perdería la guerra.
No quería pelear contra Harry. Entendía exactamente de dónde
venía Harry. Si sus papeles estuvieran invertidos Mike haría
exactamente lo mismo. Habría querido proteger a su hermana
pequeña de alguien como Mike, que se había pasado más de la
mitad de su vida follándose a cualquier cosa que se sostuviera el
tiempo suficiente.
No había nada que Mike pudiera hacer excepto aceptarlo.
Porque, joder, Harry tenía razón.
Él era mala influencia para Chloe. De la peor.
La mano de Harry se clavó en su hombro. Harry tenía manos
fuertes y grandes, pero los músculos de los hombros de Mike
parecían de acero. De todos modos, dio la bienvenida a la pequeña
mordedura de dolor que Harry le causaba.
Los músculos de la mandíbula de Harry palpitaron.
—Te quiero, Mike. Ya lo sabes. Pero hay… hay algo roto en ti,
algo apagado, y no lo quiero en contacto con Chloe. —Harry le
sacudió—. ¿Me he expresado con claridad? Chloe está fuera de tus
límites. No puedo pedirte que te mantengas lejos de ella porque nos
vemos mucho, pero puedo pedirte que no te insinúes. Eres una mala
influencia para las mujeres en general, Mike, y también para Chloe.
Hazle un favor y déjala en paz.
Cada músculo que Mike tenía estaba tenso. Harry le sacudió más
fuerte.
—¿Me has oído? Habla, maldita sea.
—Sí. —Mike dijo el monosílabo como si tosiera una piedra
clavada en la garganta y se detuvo. No podía decir una palabra más.
—Sí, ¿qué?
Mike se obligó a relajarse un poco, para permitir que entrara un
poco de aire en sus pulmones. Todo en él quemaba y dolía.
—Sí, no tocaré a Chloe.
La mano de Harry se clavó más profunda.
—¿Tengo tu palabra?
Harry sabía lo que estaba preguntando. Mike podría joderla a lo
grande, pero nunca rompía su palabra.
Mike respiró profundamente y sintió como si cuchillos se le
clavaran en el pecho, abriéndolo desde el interior.
—Lo prometo. Te doy mi palabra. No tocaré a Chloe. Nunca más.
Capítulo 9

Seis meses después


A bordo del Svetlana
A veinte kilómetros al sur de Petropavlovsk
Península de Kamchatka, Federación Rusa
Provenían de todo el país, en su mayoría de pueblos pequeños.
Dos chicas habían sido seleccionadas de un orfanato justo a las
afueras de la circunvalación de Moscú y una venía de
Ekaterimburgo, pero el resto provenían de pequeños orfanatos
situados en pueblecitos con problemas de liquidez y aislados. La
clase de sitio donde por una pequeña y ridícula suma de efectivo, los
reclutadores podían tomarse su tiempo y obtener lo mejor.
Era importante que las chicas estuvieran absoluta y
completamente solas en el mundo. Que no hubiera un padre
empapado de vodka, una tía pobre o un primo en el paro en algún
lugar, que hubiera dejado a la chica en el orfanato hasta que los
tiempos mejoraran. El padre podría secarse, la tía optar a tiempos
mejores, el primo encontrar un trabajo y entonces volverían al
orfanato solo para encontrarse con que la chica había desaparecido.
Y empezar a hacer preguntas.
Eso no pasaría. Todo tenía que funcionar como la seda y sin
problemas, sin amenazas pendientes.
Estas chicas estaban completamente solas. Nadie las buscaría.
Jamás.
El mundo entero estaba en recesión, pero Rusia, durante todas
sus encarnaciones como la tierra del Zar, la Unión Soviética y ahora
la Federación Rusa, siempre fue pobre. La patria siempre había sido
un lugar donde las jóvenes pobres caían por entre las grietas del
suelo. Sin ser deseadas ni amadas, solas.
Solo ahora, a través de la magia de la organización y la logística
industrial moderna, las chicas tenían un uso, convertidas en una
mercancía; podían dar dinero.
Así que los reclutadores hacían las rondas por los alejados y
pequeños orfanatos, comprobando, para estar seguros de que no
hubiera parientes perdidos por ahí, y hacían la elección de las más
bonitas en cada escuela.
Había sido difícil de decir cómo eran las chicas en realidad.
Todas ellas compartían un aspecto escuálido, cabello lacio y
grasiento, ojos muertos. Pero los reclutadores tenían buen ojo para la
estructura ósea y confirmaban que la salud esencial fuera buena. Un
poco de comida, jabón, champú y minúsculas porciones de afecto
cuidadosamente repartidas hacían maravillas. Los reclutadores eran
buenos en su trabajo y cualquier error… bueno, nadie iba a echar de
menos a ninguna de las chicas.
Las chicas, ahora en fila y en el barco, iban acompañadas por
enfermeras profesionales, ya tenían un aspecto infinitamente mejor
del que habían tenido hacía solo unas cuantas semanas, un
testamento al ojo de los reclutadores, quienes habían visto el
potencial debajo de la mugre y la miseria. Las habían mantenido en
un almacén a unos cuantos kilómetros al sur de la ciudad, cincuenta
chicas esperando las últimas llegadas, esperando ese momento, para
el envío.
El tiempo juntas en el almacén había sido la mejor época de sus
jóvenes vidas.
El almacén había estado climatizado porque incluso siendo junio
en la península de Kamchatka hacía frío. Se les alimentó y les habían
permitido bañarse. Tenían acceso a una tele con dvds, la mayoría
versiones piratas y baratas de antiguas películas americanas, pero las
chicas habían estado tan privadas de entretenimientos que
estuvieron absortas durante horas ante la pantalla y los libros. A
algunas chicas no les habían enseñado ni a leer, algunas podían
hacerlo a duras penas. Algunas de las chicas se sumergían en los
libros y apenas subían a por aire.
El almacén había sido abandonado durante décadas, pero los
trabajadores llegaron la semana anterior a las chicas para instalar un
generador, arreglar las rudimentarias luces que colgaban del techo,
instalar váteres portátiles y un eficiente sistema de calefacción.
La menor inversión merecía la pena porque aquel era el ensayo.
Si todo funcionaba de acuerdo con lo planeado, habría envíos
regulares utilizando el almacén como punto de reunión.
Así las chicas estaban descansadas, limpias y bien alimentadas
cuando los autobuses fueron a recogerlas en la parada del almacén
para la primera etapa del viaje. Si esa transacción iba bien, como
seguramente debería, la parada del almacén sería utilizada
muchísimas más veces.
Aquel era el comienzo de lo que todo el mundo esperaba fuera
una lucrativa línea de suministro de carne fresca y rubia.
Había ocho millones de huérfanos solo en Rusia, sin contar
Bielorrusia, Ucrania y todas las demás antiguas repúblicas
soviéticas.
Cuando la primera remesa estuvo completa, un autobús llegó
para recoger a las chicas y las llevó a un barco amarrado en un
pequeño muelle que había sido construido la semana anterior en un
puerto natural a unos quince kilómetros. Nadie se dio cuenta o le
importó. Era una tierra desértica, una península adjunta al desierto
más grande del mundo, Siberia.
El consorcio de negocios que efectuaba la parte logística de la
operación compró suministros en la ciudad al norte, pero
Petropavlovsk era una de aquellas ciudades donde la gente se
cuidaba de sus propios asuntos. La única gente por las calles eran los
drogadictos y los desesperados. Aun así, a los cabecillas del
conglomerado les parecía mejor ser discretos, así que el punto de
transbordo había sido ubicado a las afueras de la ciudad.
También había un porqué del embarco y el desembarco nocturno.
Los satélites en lo alto no tenían capacidad de infrarrojos. Aquello se
lo habían contado sus financieros que tenían acceso a los servicios
secretos rusos y que básicamente ostentaban el gobierno de Rusia.
Los satélites espías estaban profundamente concentrados en
latitudes muchísimo más al sur. Aquella latitud cubría los países
escandinavos, Canadá y Siberia. No había mucho terrorismo por allí,
que era todo lo que les importaba a los amerikanski aquellos días.
Había un riesgo mínimo de que los ojos en el cielo los
observaran, tomaran nota e investigaran. Y aun así era mejor
minimizar aquel riesgo al cargar por la noche, aunque en realidad no
le importara demasiado a nadie. Después de todo, no estaban
transportando material de fisión, drogas o armas.
Solo chicas.
Las chicas eran obedientes y dóciles. Se embarcaban por sí solas,
ni siquiera necesitaban ser arreadas como ganado. Había solo dos
enfermeras a bordo para acompañar a las cincuenta chicas. El resto
eran miembros de la tripulación, que conocían muy bien el castigo si
les tocaban un pelo a las chicas. La muerte sería infinitamente
preferible a lo que les sucedería.
Las chicas tenían garantizado un pasaje seguro. Eran mercancía
valiosa y se esperaba que fueran transportadas al otro lado del
océano y desembarcadas en excelentes condiciones.
Había una hoja de cálculo, disponible para los miembros
superiores de la organización, que era un análisis excelente de costos
y beneficios. Teniendo en cuenta las pérdidas, y teniendo en cuenta
una vida laboral de quince años (después de lo cual la chica
promedio encontraba un modo creativo de suicidarse) cada chica
representaba, a cambio de una inversión insignificante, un beneficio
total de treinta millones de dólares. Treinta y cinco o cuarenta si las
usaban mucho, aunque entonces la duración de la vida útil se
acortaba bastante.
Las chicas embarcaban en fila de modo obediente, cuatro literas
en cada celda. El espacio era estrecho pero nadie se quejaba. Tenían
sábanas limpias en la cama, sabían que por ahora tendrían un
montón de comida caliente. Las enfermeras eran desapasionadas
pero no crueles. Esta era la mejor situación que jamás conocerían.
Serían transportadas con seguridad y comodidad al otro lado del
océano, a su destino final.
Al mercado.

* *
San Diego.
Club Meteor
—¿Señor, más champán? —Una hermosa joven sostenía una
bandeja con copas aflautadas de cristal delante de él. Franklin Sands
aceptó una, levantando la copa, admirando el modo en que brillaba
como un faro bajo la luz. Destellaba, igual que su vida.
Adoraba aquello, adoraba todo aquello. Las grandes estancias
llenas de muebles de diseño, el espléndido catering, los sillones
lujosos, el olor a cuero caro, la prosperidad que exudaban los
hombres ricos en la sala, las jóvenes bellezas listas y dispuestas a
realizar cada uno de sus deseos.
La joven que se inclinaba para ofrecerle el champán casi era más
que hermosa, una morena despampanante con un vestido de
Valentino que resaltaba justo lo bastante de sus gloriosos senos.
Nadie tenía que mirar a hurtadillas. Todo hombre en la sala sabía
que podía verlas desnudas cuando deseara. Por el precio adecuado.
La bandeja era de plata sólida, pulida una vez a la semana, las
copas aflautadas eran de cristal de Bacará y el champán era un Viuda
Clicquot del ’88. Su proveedor había comprado ocho cajas la semana
anterior.
Estaba sentado en un sofá extremadamente cómodo de Poltrona
Frau con una mesita de café de Philippe Stark frente a sí. La estancia
era enorme pero dividida en elegantes espacios íntimos por los
muebles, todo de los mejores diseñadores. La música suave sonaba
de fondo. Sands elegía los temas según la edad de los clientes. La
edad promedio esta noche era en torno a los sesenta, así que la
música era una mezcla de clásica y un recorrido discreto de los
éxitos de los setenta, cuando aquellos hombres habían estado en
pleno apogeo.
Ahora muchos de ellos necesitaban estímulos que Sands estaba
más que contento de suministrar por un precio.
—¿Señor? —La hermosa joven cuyo nom de lit era Skye se giró
hacia su nuevo socio, Anatoly Nikitin. Nikitin la alejó con un gesto
irritado. Pocos hombres rechazaban algo que Skye tuviera que
ofrecer, pero el ruso lo hizo.
Era una de sus mejores inversiones: hermosa, dispuesta y con
talento para su trabajo. Su contable le dijo que le daba unos
beneficios brutos de un millón y medio de dólares al año. Solo su
desvirgamiento le proporcionó cien mil dólares. Libres de
impuestos, por supuesto.
¿Cómo podía el ruso ser tan inmune a sus encantos? Su nuevo
socio lo rechazaba más o menos todo en el Club Meteor, el cual había
sido diseñado para ofrecer todo el placer posible a un hombre, salvo
drogas. Nada de drogas en el Meteor, a excepción de las legales.
Tenía cada variedad de recetas de estimulantes y tranquilizantes y
toda la gama de píldoras tipo Viagra. Todo legal. Sin mencionar los
vinos de primera calidad y una selección infinita de surtidos de
licores.
Aquí en el Meteor podías satisfacer cada placer que tu mente
pudiera concebir desde el punto de vista legal, ningún policía podía
tocarte.
Había un montón de chicos de la calle moviendo drogas ilegales.
Era un negocio peligroso, violento e indecente que el estado
castigaba con severidad, y con toda la razón. Solo los tontos se
metían en esto, morían jóvenes y de mala manera.
El negocio de las mujeres, el negocio de los placeres elegantes…
aquello era otra cosa totalmente distinta. Inmensamente lucrativa y
sin violencia. O al menos lo era en la cima del negocio, donde él se
había situado.
Todas las cosas en el Club Meteor estaban garantizadas para
estimular los centros de placer de un hombre. Gracias a la inyección
de capital ruso de los inversores que Nikitin representaba, el Club
Meteor se había sometido a una reestructuración radical y había
subido de categoría. Ahora era el lugar perfecto para relajarse, tenían
una comida exquisita preparada por uno de los mejores chefs
franceses y acompañada por el vino de la espléndida bodega del
club. Incluso había salas de fumadores con humidificadores y los
mejores puros cubanos.
En la parte de atrás, estaban las habitaciones donde los hombres
podían encontrar el placer con las mejores flores que Sands pudiera
arrancar, hasta ahora la mayoría de México. Pero pronto habría una
nueva afluencia de bellezas provenientes de Rusia. Para satisfacer
todos los gustos. Oscuros y claros.
Pronto satisfarían a aquellos a los que les gustaban los placeres…
más tiernos. Este sería un negocio completamente nuevo. Si te
gustaban jóvenes y estabas dispuesto a pagar el precio, el Club
Meteor te garantizaría calidad y discreción.
Eso, a diferencia del negocio principal, por supuesto era ilegal. E
igual de por supuesto, con un recargo considerable de la prima.
Los rusos habían empezado a montar un nuevo sistema, uno más
peligroso, un sistema mucho más lucrativo. Era necesaria una
organización más cautelosa, lo cual costaba dinero. Pero los hombres
ricos que querían ciertas cosas… estaban dispuestos a pagarlas.
En la parte de atrás había habitaciones insonorizadas para los
hombres a los que les gustaban los placeres más oscuros. Por un
precio adecuado, Sands y sus inversores en el nuevo Club Meteor
abastecían de todo, completamente de todo.
La membresía en el Club Meteor, para la tarifa estándar,
empezaba en los doscientos cincuenta mil al año. Los extras valían
más. La nueva línea más joven costaría considerablemente más.
Incluso en un momento de recesión económica, era un mercado
de vendedores. Nadie ofrecía la clase de bienes que ofrecía el Club
Meteor, en tal escenario elegante, libre de enfermedades y con la
discreción garantizada.
Aunque su nuevo socio parecía inmune a los numerosos placeres
del club. A Sands le parecía extraño rechazar el placer. Sands
comprendía el caer en la indulgencia hasta la médula. No entendía
en absoluto la abstinencia.
Él y Nikitin habían trabajado juntos durante casi un año, desde
que Nikitin, del que Sands sospechaba tenía una formación militar,
se había puesto en contacto con él. Nikitin representaba a ciertos
intereses rusos que buscaban invertir en América y tenían dinero de
sobra. Dinero a una escala que Sands nunca había visto antes. Es
más, la inyección de capital había llevado al Club Meteor a un nivel
completamente distinto, hasta el punto que seguramente allí estaban
los hombres más importantes del país, ofreciendo absolutamente
cualquier cosa que un hombre quisiera, durante tanto tiempo como
pudiera pagarlo.
Aunque a menudo revisaran los planes de negocios hasta bien
entrada la noche, Sands nunca había visto a Nikitin aceptar algo del
club. Jamás comía o bebía aquí y nunca se llevaba a una mujer a las
habitaciones del fondo, aunque Sands le hubiera invitado a menudo
a hacerlo. Aunque no fuera por nada más que poder evaluar la
calidad de la mercancía por sí mismo.
Nikitin jamás dio ninguna indicación tampoco de ser de la acera
de enfrente. No, cuando llegó simplemente se sentó, una figura
inmóvil en una esquina donde la luz jamás daba, y simplemente
observó. En una semana se había hecho completamente con el
negocio y había calculado los beneficios anuales del club en unos
diez mil dólares. Y ofreció multiplicar por diez aquellos beneficios.
También tenía un plan. Con enormes inyecciones de efectivo y
una nueva cadena de suministros. Bienes más económicos y más
tiernos. A raudales.
Irresistible.
Sands se inclinó hacia delante y cogió una tostada con verdadero
caviar de beluga extendido sobre ella, haciéndolo bajar con
champán. Empujó el plato hacia Nikitin, quien lo ignoró. Sands
reprimió un suspiro. En realidad, esto sería mucho más placentero si
Nikitin fuera una persona más amistosa.
Se oyó el grito de una mujer, el sonido de una bofetada, la voz
alzada de un hombre.
Problemas.
A su lado, notó cómo Nikitin se ponía rígido.
Sands hizo una señal a uno de los de seguridad que
discretamente circulaban entre los miembros del club. No tenían
músculos evidentes. No eran fornidos y gigantescos, con enormes
bultos bajo sus brazos. Elegía a su personal de seguridad con
cuidado, tanto por sus habilidades con las artes marciales como su
discreción. Y bueno, el valor decorativo. Eran atractivos y elegantes.
Les entregaba una enorme asignación para ropa.
Solo descubrías que había seguridad cuando había un problema.
Como ahora.
Otra vez Consuelo.
En serio, pensó Sands. Quizás ella daba más problemas de los
que valía. Sí, era una mujer espectacularmente hermosa, incluso más
bonita que Skye, pero últimamente bastante… recalcitrante. Y
después de todo lo que él había hecho por ella. Había nacido como
Rosa Pérez y era uno de los descubrimientos personales favoritos de
Sands. Él la había preparado desde los diez años, cuando se la
encontró encogida en una esquina de las calles secundarias de
Tijuana. Había sido casi salvaje, apenas humana. Le enseñó a leer y a
escribir, a vestirse, a hablar un perfecto inglés (casi había olvidado su
español) a moverse con elegancia y a complacer a un hombre en
todos los sentidos.
Le había costado casi toda su habilidad ver bajo la mugre y
suciedad. Había efectuado una transformación sorprendente. Fue
una inversión espléndida, pero tal vez sus orígenes estaban ahora
empezando a mostrarse.
El club jamás castigaba de manera que se viera. Pero quizás ser
encerrada y entregada al personal masculino para ser usada a
voluntad… tal vez la haría volver en sí.
Sus hombres retiraron a Consuelo y al miembro que había sido
insultado por Consuelo se le ofreció una botella de Cristal y pase
libre durante una semana.
Mantén a tus clientes contentos.
Aquel no era momento para las muestras de insubordinación. El
trato con Nikitin y sus patrocinadores estaba justo empezando y
todavía no estaba del todo establecido. Era importante que los rusos
tuvieran la sensación de que era una máquina bien engrasada,
brillante, suave y provechosa, lista para ser llevada al siguiente nivel.
Sin mencionar el hecho que en lo más profundo de su corazón,
Sands tenía una minúscula pizca de miedo a sus nuevos socios. Todo
aquel dinero, de tan lejos; y el emisario del dinero era aterrador, por
encima de las tentaciones y las debilidades de los hombres del
mundo de Sands. Como si estuviera haciendo tratos con una especie
alienígena que no comprendía del todo.
Nikitin giró la cabeza y por un instante Sands sintió que estaba
mirando unos ojos de una especie alienígena. Fríos, brillantes canicas
azules sobrenaturales e inhumanas.
—Señor Sands —dijo Nikitin, con un marcado acento ruso en su
profunda voz grave—. He observado la mala reacción de esta mujer
tres veces hasta ahora. Tiene un problema. O se ocupa de ello o lo
haré yo.
La sala se enfrió, a Sands el champán se le cortó agriamente en el
estómago. Había una sola respuesta posible.
—Sí, sí. No se preocupe. Me ocuparé de ello.
Las frías canicas color azul le sostuvieron la mirada durante un
largo rato, entonces Nikitin apartó la mirada y Sands jadeó en un
suspiro.
Y admitió por primera vez lo mucho que Nikitin le aterrorizaba.

* *
Anatoly Nikitin vio al americano palidecer ante su mirada. Se
giró de espaldas. Un gesto de desprecio, no es que el americano lo
entendiera. Encontraba a los americanos casi incapaces de
comprender los matices de la amenaza.
Anatoly mismo era un maestro. Había crecido como hijo de un
coronel de la KGB y él mismo se había pasado diez años en su
sucesor, el FSB. Conocía la música de la amenaza y la violencia, del
derecho y del revés. Conocía los tonos y las armonías, las
comprendía con toda su alma.
Pero claro, había crecido en un entorno duro. Comprendía muy
bien el modo en que funcionaba el mundo. Eras el fuerte o el débil, el
jefe o el sirviente. Como aquí, el lugar que el americano fingía que
era un «club» muy de lujo y caro, pero era un burdel. El americano
evitaría el término. Le gustaba pensar que los hombres que venían
aquí pertenecían a alguna clase de fraternidad poderosa y de buen
gusto, habiendo encontrado un modo superior de saciar sus apetitos.
La verdad era que su dinero les compraba sexo de alto standing.
En vez de salir a la calle, donde era público y sucio, iban allí, privado
y limpio. Para aquellos que querían total privacidad, había una
entrada separada y una suite. Podían obtener una comida fabulosa y
exactamente la clase de sexo que deseaban por diez mil dólares. A
precio económico.
La ventaja de ser un oligarca. América parecía estar repleta de
oligarcas, y por eso Nikitin estaba allí.
Era un buen negocio y prometía convertirse en uno mejor cuando
pudieran empezar a entrar en la línea de la mercancía más joven, de
acuerdo con las numerosas peticiones.
Nikitin había examinado las fotografías del producto que ahora
cruzaba el Pacífico y estaba convencido de que encajaría en el gusto
de cualquier hombre al que le fueran las chicas jovencitas.
Nikitin frunció el ceño ante el sonido extraño de un alboroto, allí
en el más tranquilo de los lugares.
La belleza, Consuelo, alzó otra vez la voz, acusando a su cliente
de pellizcarla. Las chicas eran entrenadas para no responder al
dolor.
A pesar de la valiosa mercancía que era, Consuelo se estaba
convirtiendo en un incordio. Era exactamente como si tuviera una
enfermedad. Tenía que ser contenida antes de que se propagara a las
otras chicas. No había lugar para la insubordinación, en aquel lugar
donde los hombres pagaban un precio exorbitante por obediencia
instantánea y abyecta. Ya tenían suficiente insubordinación en el
mundo exterior.
El americano estaba hablando con uno de sus «guardias de
seguridad».
Nikitin casi resopló. La única cosa que aquellos guardias sabían
hacer era tener buen aspecto con un esmoquin. No, sus hombres
sabían cómo tratar los problemas. Directa y convincentemente.
Abrió el móvil y marcó un número. Nikitin tenía que mantener a
sus hombres en una zona separada porque el americano pensaba
que estropeaban el nivel del club. Pero cuando llegaba un problema,
sus hombres sabían qué hacer. Nikitin habló con el jefe de sus
hombres, Ivan. Duro y de fiar. Ivan había luchado en Chechenia,
sabía cómo funcionaba el mundo.
El americano todavía estaba hablando con su «miembro de
seguridad».
Ivan apareció sin fanfarria. Iba vestido con botas negras de
combate, vaqueros negros, camiseta negra y chaqueta cubriendo la
funda con la GSh-18.
—Consuelo, la chica con el vestido rojo. Averigua por qué está
siendo difícil y encárgate de ello.
Ivan asintió. A diferencia de los guardias de seguridad
americanos, sus hombres no probaban la mercadería, igual que él.
Operaban bajo la disciplina militar hasta que toda la maquinaria del
negocio estaba instalada y funcionaba como la seda. Entonces
podían relajarse. Nikitin les daría a sus hombres diez de las chicas
para hacer lo que quisieran cuando aquello terminara. Las chicas
después quedarían inútiles, pero sus hombres sabrían qué hacer con
los cuerpos.
A Ivan le gustaba el dolor, y si esa mujer, Consuelo, todavía
estaba por allí y no en el fondo del puerto de San Diego, también se
la daría a Ivan y a sus hombres para uso exclusivo como
bonificación. Sin importar los que ella devengara al club, se tenían
que hacer sacrificios por el bien de la disciplina.
—Oí que ha estado hablando con alguien de fuera —dijo Ivan en
voz baja y en ruso—. Una mujer de un centro. Creo que esa persona
de fuera fomenta los problemas.
Nikitin asintió. Sus amos iban a venir a América para supervisar
el primer envío y obtener de primera mano un vistazo a su
inversión. Todo tenía que ser perfecto para el vory. Cualquier otra
cosa era impensable.
—No necesitamos esto, ahora no. Averigua qué está pasando y
ponle freno. Enséñale una lección a la mujer.
Ivan inclinó la cabeza y dando la vuelta se alejó. Nikitin podía
contar con él. Les habían prometido a él y a sus hombres un
porcentaje mayor del negocio si todo iba como la seda, además de
sus generosos salarios.
—Hey, Ivan…
Obedientemente Ivan se giró, grande, bruto y duro. Nikitin tenía
la total confianza de que se encargaría de esto.
—Asegúrate de que esta mujer se mantiene alejada. No la mates
porque no queremos tratar con las autoridades locales, pero sin
llegar a tanto, haz lo que haga falta.
Ivan asintió y se alejó.
Nikitin inspeccionó donde Consuelo estaba escuchando a Sands,
con la cabeza gacha y una expresión rebelde en el rostro.
Verdaderamente era una mujer hermosa, pensó Nikitin
desapasionadamente. Qué desperdicio.
Duschka, pensó Nikitin, tu amiga aprenderá una dura lección, luego
será tu turno.
Capítulo 10

Refugio Hopewell para Mujeres y Niños


San Diego
5 de Julio
Esto es ridículo, pensó Chloe. Solo había que preguntarle. ¿Qué es
lo que quieres de mí, Mike?
¿Tan difícil podía ser?
Terminó de doblar la pila de ropa donada. Muchas de las mujeres
que llegaban al refugio venían solo con lo puesto. Necesitaban de
todo. Ropa, comida, dinero. Sobre todo estar a salvo.
Chloe se acordaba de eso. Recordaba claramente la sensación de
no sentirse a salvo. Había pasado su vida entera con una sorda
sensación de peligro en la cabeza, sin saber de dónde venía.
Ahora la vida de Chloe era perfecta. Estaba cómodamente
instalada en el cálido círculo de una amorosa familia ampliada.
Harry era el hermano más maravilloso que una mujer podía llegar a
tener. Y Ellen y Nicole era más como hermanas que como cuñadas.
Lo mejor era que Merry y Gracie formaban parte de su vida. La idea
de poder ver crecer a esas dos preciosas niñitas, formar parte de su
vida diaria, le suponía una inmensa alegría.
San Diego era fabuloso, precioso y soleado. Se había comprado
un apartamento en el edificio de Harry que le daba acceso a una
inmensa playa blanca, justo en la puerta. A todos los efectos, vivía en
un resort. Sam incluso le estaba enseñando a nadar. Su instructor de
natación era un ex SEAL. ¿A que molaba?
Trabajaba como voluntaria en el refugio tres días a la semana. El
trabajo le resultaba tan importante y satisfactorio que estaba
pensando seriamente en volver a estudiar en otoño y sacarse el título
de psicología para poder dedicarse a ello a tiempo completo. Todo
era perfecto, excepto una cosa.
Mike.
Parecía que había pasado toda una vida desde aquel primer día
y, en cierta manera era cierto. Aquel mágico día en que pensó que
quizás había encontrado… bueno, un nuevo amor sonaba estúpido.
Después de todo, era la primera vez que se habían visto. Pero pensó
que quizás había encontrado a alguien que podría atravesar su muro
de soledad.
Mike había manifestado su deseo de forma descarada. Y ese beso
en el Del… ¡Y el orgasmo!
Que estúpida había sido al confesar que había sido su primer
orgasmo. Las mujeres no deben dar ese tipo de información a los
hombres. Te hace vulnerable, y si Chloe era experta en algo era en
vulnerabilidad.
El recuerdo de ese episodio en el Del aún la hacía enrojecer de
excitación, seis meses después de que ocurriera. ¿No era patético?
Era muy triste que aún se ruborizara al pensar en un beso que tuvo
lugar seis meses atrás, de un hombre que no la había vuelto a tocar
desde entonces. Como mucho alargaba la mano para sujetarla si
pensaba que se iba a caer.
Bueno, últimamente ya no se andaba cayendo. Mike la había
puesto bajo su ala, por decirlo así, sin llegar a tocarla jamás, y la
sometía a su propio programa de mejoramiento físico,
presionándola, presionándola y presionándola, para que se
fortaleciera. Aparentemente Mike creía que cualquier problema del
mundo se podía resolver levantando pesas.
Chloe se había sometido a todas las formas posibles de
rehabilitación a lo largo de su vida, pero hasta ahora tan solo habían
servido para, más o menos, ponerla en pie.
Mike insistía en un programa estricto de levantamiento de pesas.
Mañana, tarde y noche. Su teoría era que necesitaba fortalecer los
músculos que envolvían sus huesos, y la hacía entrenar como una
loca.
Chloe había visto esas películas en las que un antipático Marine
gritaba a los rostros de los reclutas, acojonándoles. Mike había
optado por la táctica opuesta: la engatusaba. Todos los días.
Implacablemente. Sin tocarla jamás.
¡Y funcionaba! Cuando flexionaba el brazo para sacar músculo,
sacaba músculo. Podía cascar nueces con los cuádriceps.
Andaba bien y con facilidad. ¡El mes anterior incluso corrió! Por
lo que podía recordar, Chloe jamás en la vida había corrido. Le
habría aterrorizado. Una tarde, Gracie se había alejado en la playa y
se encontró corriendo tras ella. Cuando se dio cuenta de lo que
estaba haciendo, se rió. Y Mike se rió con ella, compartiendo su
regocijo.
Y ese era el tema. Porque a pesar de que el rechazo de Mike ante
ella como mujer era absoluto, incluso insultante en rigor, parecía que
cada vez que se daba la vuelta allí estaba él. Había hecho la
mudanza de todos sus muebles, le había colgado las estanterías,
arreglaba todo lo que tenía a la vista. La llevaba al refugio, la recogía
después del trabajo, le sacaba la basura, le subía la compra.
En su pequeña familia hacían juntos la mayoría de las comidas y
Mike siempre se sentaba a su lado, le pasaba las cosas, la convencía
para que comiera más.
Y a pesar de todo eso, jamás la tocaba, ni una vez.
La estaba volviendo loca.
Nicole y Ellen no le servían de mucha ayuda. Tampoco lo
entendían. Mike había parado en seco con lo que Ellen llamaba
delicadamente «hacer el tonto por ahí» y Nicole llamaba crudamente
«follar en cantidades industriales».
Ambas pensaban que estaba enamorado de ella, pero por la
misma razón, eran completamente incapaces de entender el hecho
de que jamás la tocara. Quizás porque a sus propios maridos
quitarles las manos de encima les resultaba imposible. Para el Mike
que conocían, anteriormente conocido como «el puto», este
comportamiento era incomprensible.
En la actualidad llevaba vida de monje.
Rara vez se separaba de ella.
Jamás la tocaba.
La estaba volviendo loca.
¿Cómo iba a poder sacarse a Mike de la cabeza, cómo iba a poder
superarlo, cómo iba a poder seguir su camino cuando estaba siempre
ahí?
Luego, por supuesto estaba el delicado asunto de la posibilidad
de tener una cita con otro, aunque le parecía imposible lograr llegar
a interesarse por el director del banco, el administrador del edificio,
el cirujano ortopédico y el periodista del Union Tribune… todos los
cuales habían querido quedar con ella por lo menos una vez.
Estaría bien querer salir con alguien. ¿Pero cómo, si tenía
constantemente delante, justo a su lado, al más sexy, más vital, más
fuerte de los hombres?
Y, en el caso del periodista, frunciendo el ceño tan
amenazadoramente que el hombre había retrocedido con las manos
en alto.
Así, a pesar de que Chloe no era de naturaleza dada a las
confrontaciones, probablemente lo mejor sería simplemente decirlo.
Pedirle que se mantuviera alejado de ella, porque lo cierto era que le
estaba rompiendo el corazón. Tenerle tan cerca a diario, que
estuviera ahí cada vez que se daba la vuelta, pero que se mantuviera
tan alejado emocionalmente… bueno, era prácticamente
insoportable.
Mike se había hecho con su corazón aquel primer día y no estaba
dispuesto a dejarlo escapar.
La puerta que daba al patio interior se abrió y ella se dio la
vuelta, agradecida por la distracción que le facilitaba dejar de pensar
en Mike, que le tenía la cabeza como un bombo. Tal vez fuera la
directora del refugio, Marion. Amable, de pelo cano, con aspecto
serio. O Consuelo, su favorita de entre las mujeres que solían asistir
a terapia de grupo informal. Era impresionantemente bella y tenía
un corazón de oro. Y estaba hecha polvo debido a su trabajo como
prostituta de alto standing.
Pero no se trataba de ninguna de las dos. Dos hombres de gran
tamaño se abrieron paso al interior de la habitación. Eran muy
grandes.
El ritmo del corazón de Chloe se aceleró inmediatamente y
empezó a latir salvajemente, una respuesta instintiva que estaba
intentando aprender a controlar. No todos los hombres grandes eran
una fuente de peligro, por ejemplo Sam, Harry y Mike. Tenía que
acabar con este pánico instantáneo cada vez que un hombre más
grande de lo normal se cruzaba en su camino.
Había visto una foto de la ficha de Rodney Lewis, el hombre que
mató a su madre y que a ella la mandó al hospital durante diez años.
Pesaba más de 150 kilos y era el origen de su pánico. Sin embargo,
conocer su origen no acababa con él.
Chloe se obligó a poner una expresión neutra, se secó las
repentinamente húmedas palmas de las manos en su vestido suelto
de lino. Tenía que dejar de reaccionar así ante hombretones como
estos.
A pesar de todo, cuanto más se acercaban los dos hombres, más
en rojo se ponía su alarmómetro. Tenían buena planta, atlética.
Ambos eran rubios, no vestían ni bien ni mal. Lo que le aterrorizaba
eran los ojos. De color azul claro, y tan distantes como si fueran ojos
de muñeca. Su lenguaje corporal era neutral, la única amenaza era su
estado de absolutamente perfecta forma física. Les observó atravesar
la habitación hacia ella.
Chloe se plantó firmemente sobre el suelo y se irguió. Estira esa
columna, Chloe. No podía pasarse la vida como esclava de su pasado.
Esos dos hombres no tenían por qué estar ahí y ella se lo iba a
decir, después de lo cual, se marcharían. Una conversación normal
entre personas, del tipo que tan solo mantenía desde hacía seis
meses, desde que se reunió con Harry. Tenía que hacer permanente
la capacidad de hablar con hombres de gran tamaño que no fueran
Harry, Mike o Sam sin sentirse aterrorizada.
—¿La señorita Chloe Mason? —preguntó el más alto de los dos.
Tenía un tono gutural y acento extranjero. Solo un extranjero se
dirigiría a una mujer de veintiocho años como «señorita».
El corazón de Chloe latía tan fuerte que lo sentía golpear contra
las costillas. El cuerpo le estaba enviando señales que ella trataba de
ignorar.
—¿Sí? ¿En qué puedo ayudarles? Aunque tengo que decirles que
no se permite el acceso de hombres al refugio. La puerta que está a
mi izquierda les llevará directamente al aparcamiento.
Los únicos hombres que podían entrar allí eran Mike, Harry y
Sam, ya que RBK era una empresa altamente colaboradora. Eso sin
mencionar que ayudaban a desaparecer a mujeres en peligro
inminente.
—Nos marcharemos pronto —dijo el otro hombre. Era
ligeramente más bajo, más fornido, con los mismos ojos azules y
muertos. También él tenía acento—. En cuanto aclaremos unas
cositas. Tenemos algo que decirte y es mejor que nos escuches.
Se acercaron más, directamente invadiendo su espacio. Chloe
retrocedió y ellos la siguieron. Un comportamiento agresivo clásico.
En ese momento, Chloe comprendió que su cuerpo había tenido
razón todo el tiempo. Tenía problemas.
Estaban en la zona de administración del edificio y fuera de horas
de oficina. No había nadie por allí. Si conocían la organización del
refugio, contaban con el hecho de que estaba sola.
—Necesitamos que nos escuches —dijo el Tipo Alto. Su rostro era
inexpresivo y aterrador debido a su falta de emoción. Chloe percibía
el olor de ambos: una mezcla nauseabunda de hombre sin asear y
colonia fuerte. Tenían mal aspecto, mal comportamiento y mal olor.
Chloe intentó hacer un quiebro y el Tipo Alto la agarró
fuertemente por el brazo, de manera que era imposible librarse y tiró
hacia sí.
Chloe se quedó inmediatamente paralizada, sobrecogida por un
temor tan inmenso que apenas podía respirar. Su pesadilla más
antigua se había hecho realidad.
Se oyó un clic metálico y de repente blandían una afilada navaja
bajo su nariz, con la punta malignamente afilada, dirigida justo a su
ojo izquierdo. Era larga, negra y opaca, afilada como una cuchilla y
aterradora.
—Necesitamos que prestes atención a lo que vamos a decirte.
¿Estás atenta?
El terror le atenazó los pulmones. No podía hablar, ni podía
respirar. El Tipo Alto la sacudió y acercó su cara a la de ella, tan
cerca que podía distinguir los capilares rotos de sus ojos, tan cerca
que podía ver destellos dorados allí donde su maquinilla había
dejado restos de barba. Y sobre todo, tan cerca que era capaz de oler
el aterrador, frío y metálico aroma de la violencia.

É
Él bajó el volumen de su voz, lo que lo hizo si cabe más
aterrador.
—He dicho que si estás prestando atención.
La sacudida le había hecho daño, la presión en el brazo le estaba
cortando la circulación.
No podía hablar. Tenía la garganta paralizada. Asintió.
El otro hombre se había situado a su otro lado. Su mano derecha
serpenteó y, para horror de Chloe, rodeó uno de sus pechos.
—Qué bonito —dijo, pellizcándolo con dureza. Lanzó una rápida
mirada de reptil a su colega—. Puede que necesite mantenerse
despierta mientras tú hablas con ella, ¿eh?
El doloroso apretón del hombre alto se intensificó aun más
cuando tiró de ella hacia arriba. Chloe se puso de puntillas para
aliviar el dolor. Se había roto ese brazo dos veces. El más bajo apartó
la manaza de su pecho, pero antes de que pudiera siquiera suspirar
de alivio, de un manotazo retiró de la mesa toda la ropa que ella
había estado doblando y el alto la lanzó encima, dejándola sin aire
en los pulmones.
Hablaron entre sí en un idioma que ella no entendió, con
palabras cortas y ásperas. Finalmente, el alto hizo un gesto de
irritación tipo «Vale, haz lo que te de la gana» y se retiró a un lado.
El más bajo se desabrochó el cinturón y se abrió los pantalones
con rápidos movimientos. Un enorme y erecto pene de color rojo
oscuro sobresalió de entre el vello rubio oscuro de su ingle.
Chloe se sintió invadida por el pánico mientras jadeaba en busca
de aire y le lanzaba patadas sin éxito.
—Bonita —repitió él sonriendo, deslizando las grandes manos
bajo el vestido de Chloe y separándole las piernas.
¡Dios, todo estaba ocurriendo tan rápido! Cada movimiento que
hacía era contrarrestado por uno u otro de ellos. Eran tan fuertes que
no podía hacer nada. Intentó levantar la rodilla para dar una patada
al hombre que estaba entre sus piernas y él se rió, intercambiando
una mirada de diversión con su compañero.
Aún no podía respirar. Solo era capaz de hacer sonidos gatunos,
los estrangulados sonidos del pánico y el dolor.
Estaban disfrutándolo. Les encantaba. Les encantaba cómo
trataba de defenderse, sabía que nunca, jamás, podría ganar.
Repentinamente, la rabia la recorrió como un rayo, como una
explosión nuclear, y liberó sus pulmones. Inspiró una gran bocanada
de aire que rompió las ligaduras de su pánico y gritó, tan fuerte
como pudo. El sonido reverberó en las paredes de la habitación.
Les sobresaltó. El más bajo aflojó la presión sobre los muslos de
Chloe y ella le golpeó con el pie directamente en la entrepierna,
disfrutando de la sensación de esos testículos crujiendo bajo su
zapato. El dolor hizo que se doblara sobre sí mismo. Ella gritó de
nuevo, fuerte y repetidamente.
No iba a rendirse sin luchar.
El alto gritó algo, levantó el puño y luego giró la cabeza
frunciendo el ceño.
Se oyó un ruido de madera rompiéndose y algo grande y rápido
placó al hombre que la estaba atacando. Desaparecieron de la vista y
cayeron al suelo con un fuerte estremecimiento.
Del suelo llegaban terribles sonidos animales mientras los dos
hombres forcejeaban, dando golpes sordos contra la mesa,
haciéndola estremecerse. Chloe consiguió erguirse con dificultad,
tenía que moverse, tenía que llegar a…
Repentinamente sintió un enorme golpe y salió volando a través
de la habitación, rebotó contra una columna y aterrizó
dolorosamente en el suelo. Un hombre con el rostro ensangrentado
se puso en pie con un terrible rugido y se lanzó sobre el más alto.
Chloe tuvo un electrizante momento de lucidez: ¡Mike! Y perdió el
conocimiento.

* *
A tomar por culo, pensó Mike, con la mano alzada ante el pomo de
la puerta de madera apanelada del refugio donde Chloe trabajaba
como voluntaria.
En teoría ahí no debía de haber ningún hombre. Era una norma
del refugio y él la entendía perfectamente. En ese edificio, todas
incluida Chloe, especialmente Chloe, habían sufrido a manos de un
hombre violento. Para las mujeres del edificio los hombres eran el
enemigo. Una raza aparte, empeñada en destruirlas.
Muchas de esas mujeres jamás recuperarían la confianza en sí
mismas después de lo que les habían hecho. No volverían a respirar
tranquilas mientras hubiera un hombre en la misma habitación.
Nunca más tendrían una relación con un hombre.
En el caso de Chloe, ella era lo suficientemente joven cuando
ocurrió como para poder funcionar en el mundo, aunque todavía
tenía problemas.
Mike no debería estar aquí, debería estar en el aparcamiento,
esperándola fuera del edificio como siempre hacía. Lo sabía.
¿Y entonces qué coño estaba haciendo allí? ¿Por qué venía a
hablar con Chloe cuando la iba a llevar a casa en el coche o la iba a
ver en casa de Harry a la hora de cenar? O al día siguiente por la
mañana en el gimnasio del edificio cuando dirigiera su ciclo de
ejercicios con pesas. O al día siguiente a la hora de comer cuando ella
fuera a la oficina a hablar con Marisa acerca de una de Las Perdidas,
cuya desaparición estaba arreglando RBK.
Estaba aquí porque no podía soportarlo más. Ni un puto
segundo más. La situación lo estaba volviendo completamente loco y
era casi incapaz de funcionar con normalidad.
No podía comer. Simplemente no podía. La comida le sabía a
lana.
Olvidaba cosas del trabajo, algo que era inaudito en él. Mike era
intensamente detallista. No se olvidaba de las cosas, simplemente no
le ocurría. Hasta ahora, porque la situación con Chloe se estaba
comiendo su disco duro.
Esa mañana tenía que repasar un contrato con un banco y aun así
se había pasado dos horas contemplando una foto de Chloe, tomada
en una barbacoa familiar un par de semanas atrás. Ni siquiera se
había percatado del tiempo que pasaba. Simplemente miraba la puta
foto con los ojos húmedos. Sin lágrimas, Mike no lloraba, pero
definitivamente con los ojos húmedos. Entonces supo que tenía que
verla.
Ya.
Necesitaba ver a Chloe en ese puto instante.
Se había estado dando de cabezazos contra la pared de acero que
era la palabra que le había dado a Harry, y eso lo estaba
machacando. Se trataba de Harry o de su corazón y, después de
soportarlo durante seis putos meses, había ganado el corazón. Había
pasado los últimos jodidos seis meses en un infierno de agonía y ya
estaba bien.
Lo primero era pedirle a Chloe aquella cita que se suponía que
deberían haber tenido en el Del antes de que el ventilador
comenzara a esparcir mierda. Iban a salir juntos como personas
normales y Harry se podía tirar al lago. O al Pacífico, ya que lo tenía
justo en la puerta de casa.
Y luego, a lo mejor Mike podía volver a comer y dormir como las
personas normales. A lo mejor esa cruda vibración que tenía en la
cabeza se detenía. A lo mejor ese ardiente dolor de pecho lo dejaba
en paz.
Primero Chloe, luego se liaría la manta a la cabeza y hablaría con
Harry. Le… ¿qué? ¿Le pediría permiso para salir con su hermana?
No solo permiso para andar a su alrededor y llevarle la compra y ser
su entrenador personal, sino para estar con ella, salir con ella.
Porque era de suponer que después de seis largos meses sin echar un
polvo, habría ganado puntos con Harry, ¿no?
Se lo contaría todo a Chloe, lo que sentía por ella, cómo había
llegado a no ser capaz de concebir la idea de estar con alguien que
no fuera ella, aunque eso aún lo sorprendía.
Si alguien le hubiera preguntado seis meses atrás si podía pasar
seis meses sin practicar sexo, se hubiera reído en su cara. A Mike
Keillor no le iba la abstinencia. Mike Keillor no necesitaba a nadie y
mucho menos a una mujer.
Y en aquel momento, a juzgar por el sexo que había tenido en los
últimos seis meses, podría haber estado viviendo en un seminario.
Incluso sin el sexo, sería capaz de caminar descalzo por las brasas
para poder contemplar a Chloe caminar, hablar… joder, incluso
respirar.
¿Otras mujeres? No podía. No podía ir con otras mujeres. Lo
había intentado un par de veces y… simplemente no había
funcionado. En el sentido de que la polla simplemente no le había
respondido, como si alguien de la junta directiva hubiera vetado la
propuesta. Cuando lo intentaba, cuando alguna mujer le entraba en
un bar, sentía una especie de repulsión y la polla permanecía entre
sus piernas como un trozo de carne muerta. En una ocasión, había
llegado a sentirla encogerse de asco.
De no ser porque tenía que esconder sus erecciones en cuanto
Chloe andaba cerca y porque se despertaba duro como una piedra
cuando soñaba con ella, habría pensado que se había vuelto
impotente de repente. Un eunuco. Fin del juego.
Era patético. Prefería pasar la noche ayudando a Chloe a hacer de
canguro con Gracie y Merry, viendo la repetición número tres mil de
La Sirenita, que salir por ahí y echar un polvo por fin.
Más que patético. Penoso.
Y no solo eso. Cada puta vez que la veía, el corazón le hacía esa…
cosa en el pecho. Como un infarto, pero no lo era.
Cada mañana se decía a sí mismo muy seriamente que ya era
suficiente. Se estaba volviendo loco tratando de mantener la
promesa que le había hecho a Harry. Aunque Harry tenía razón al
cien por cien. Había algo malo en él. Ahora lo reconocía.
Mike funcionaba perfectamente en otras áreas de su vida. Había
sido un gran Marine, había pertenecido a la Force Recon, había
encabezado el equipo GEO local, era un buen profesional. En esas
áreas estaba bien, más que bien. Pero en todo lo demás, era
mercancía dañada.
Quizás el éxito como soldado, policía y hombre de negocios era
todo lo que iba a poder obtener en la vida, porque estaba claro como
el agua que no era bueno en las relaciones personales.
Particularmente en las relaciones con las mujeres. Incluso ahora,
cuando sus jodidos sentimientos por Chloe amenazaban con
inundarle y ahogarle, no se había dado cuenta de que jamás había
mantenido ninguna relación con ninguna de las mujeres con las que
se había acostado. Nunca. ¿No era terrible?
Había perfeccionado el arte del polvo exprés. Empezar después
de ponerse el sol, terminar antes de amanecer. Hubo una mujer que
solía llamarle «el murciélago».
Era incapaz de mantenerse alejado de Chloe. Y a pesar de que
siempre había disfrutado de la típica labia del irlandés con otras
mujeres, cuando estaba con ella se le hacía la lengua un lío. Qué mal.
Jesús.
Chloe era la gracia hecha mujer. Tranquila, serena y jodidamente
dorada. Harry se equivocó al hacerle prometer que no la tocaría,
aunque también tenía razón. Mike no era lo que ella necesitaba.
Por eso se dedicaba a hacer lo que mejor sabía hacer por ella.
A Mike se le daban bien las herramientas. No sabía cómo abrirse
para ella, el cerebro se le agarrotaba cuando trataba de hablar con
Chloe de algo que no fueran generalidades, pero, maldita fuera,
sabía cómo colgarle las estanterías y mantenerle el coche a punto y
asegurarse de que usaba bien el sistema de pesas.
Podía seguir así para siempre, siguiendo a Chloe como un
acosador cualquiera, feliz simplemente de estar a su lado, salvo
porque últimamente había estado… ¿Cómo? Inquieto. Errático.
Nervioso. Cargado de emociones. Incapaz de concentrarse en el
trabajo. Incapaz de comer. Incapaz de dormir.
Necesitaba hablar con ella. Fue a llamar a la puerta, pero se
detuvo con el puño a un par de centímetros.
Porque… si le soltaba todo aquello a Chloe. Y luego… ¡Jesús!…
¿y si ella no sentía lo mismo por él? ¿Entonces qué? Chloe era
amable con todo el mundo. Todo el mundo la quería. No tanto como
él, eso sería imposible, claro. Pero supongamos que a ella le gustara
pero no quisiera ir más allá con él… ¿nunca?
Supongamos que Mike tuviera que vivir con estas… cosas
partiéndolo en dos por dentro, cada minuto, cada día, durante el
resto de su vida.
¿Entonces qué?
Mike no era un cobarde, de ninguna manera. Había entrado en
batalla y le habían condecorado por ello. Había tomado parte con los
SWAT en el asalto de un almacén lleno de adictos a las
metanfetaminas armados hasta los dientes. Había nacido fuerte y se
había asegurado de continuar siéndolo y no retrocedería ante ningún
hombre.
Pero el solo pensar en perder a Chloe… hacía que se derrumbara.
Así que allí estaba, el Tipo Duro de las Pistolas, de pie ante una
puerta con la mano levantada como un zumbado, temeroso de
llamar.
¿Qué cojones?
Oyó la voz de Chloe al otro lado de la puerta, suave y delicada, y
sonrió. Y luego oyó el murmullo de otra voz. Baja, profunda,
indiscutiblemente masculina. Y se quedó helado.
Mierda.
Eso no se le había ocurrido. Realmente no. No en serio. Que
Chloe pudiera estar viendo a otro. No era posible. Había hecho
retroceder a ese periodista y sabía que nadie más andaba
rondándola porque la mantenía vigilada. Hubiera apostado a que
no.
Estaba cerca de ella casi 24/7, después de todo. ¿Cuándo coño se
suponía que iba a verse con otros?
Pero esa voz profunda pertenecía a un hombre y debía ser un
buen amigo si ella, contra todas las normas, permitía su acceso al
refugio.
Joder. Mike dejó caer la mano con la que estaba a punto de llamar
y apoyó con suavidad la frente contra la puerta, para escuchar el
murmullo de… ¿voces masculinas? ¿Dos?
¿Tenía dos novios?
Y entonces oyó algo más, algo que hizo que se le parara el
corazón. Algo que lo puso en movimiento como ninguna otra cosa
podía hacerlo.
Chloe gritaba.
El instinto más básico tomó el mando.
Destrozó la puerta para entrar, tuvo una breve visión de Chloe
forcejando sobre la mesa, un hijo de puta entre sus piernas con la
polla fuera y el otro de pie a un lado. Ni siquiera sintió los pies
mientras corría hacia ellos y derribaba al hombre que estaba
atacando a Chloe con un placaje.
El tipo era grande y fuerte, pero Mike era más fuerte y estaba
furioso como un guerrero vikingo. Ni siquiera sintió los golpes que
el hombre le propinaba en un costado una y otra vez. Pelearon
cuerpo a cuerpo, a brazo partido, rodaron por el suelo derribando
mesas y sillas, gruñendo en una lucha sin limitaciones. Las reglas en
el combate existían, pero no en ese momento. Mike se dio cuenta
instantáneamente de que era una pelea a muerte.
El hombre sabía moverse, tenía entrenamiento. Más tarde, en
retrospectiva, Mike identificó su estilo como SAMBO, un arte
marcial especialidad de las Fuerzas Especiales Rusas. El SAMBO era
básicamente lucha en suelo.
El hombre lo tenía sujeto en el suelo mediante una llave de
pierna, prácticamente inmovilizado. Mientras estaba tirado con ese
imbécil, Mike vio como Chloe se bajaba el vestido y se daba la vuelta
para enfrentarse al otro hombre de la sala, un hijo de puta muy
fuerte. La abofeteó con el dorso de la mano, muy fuerte. Ella voló a
través de la habitación, se golpeó contra la pared y aterrizó en el
suelo como una muñeca rota, mortalmente pálida e inmóvil.
La idea de que estuviera gravemente herida o… ¡Dios!… muerta,
le otorgó a Mike fuerza sobrehumana. Tenía que llegar hasta Chloe y
el hombre que le sujetaba se lo estaba impidiendo. Mike tenía una
tremenda fuerza en los brazos, pero para llegar hasta Chloe,
atravesaría el acero si tenía que hacerlo. Esto tenía que terminar,
rápido.
Flexionó el brazo para golpear con la punta del codo en la
tráquea del hombre con toda la fuerza de la parte superior de su
cuerpo y oyó el sonido del hueso al romperse.
Quedó libre inmediatamente. El hedor de las heces llenó la
habitación cuando los esfínteres del hombre se aflojaron al morir.
Mike ni siquiera se dignó mirar atrás mientras trataba de ponerse
en pie y se lanzaba a por el otro hombre, que se estaba agachando
para recoger a Chloe, con la esperanza de llevársela mientras Mike y
el otro peleaban.
Por encima de mi cadáver, cabrón, pensó salvajemente.
El tipo no tuvo ninguna oportunidad. Vio venir a Mike y dejó
caer a Chloe para liberar sus manos, pero era demasiado tarde. Mike
le lanzó un puñetazo al estómago y luego un directo al centro de la
cara, destrozándole dientes y cartílagos. El tipo se derrumbó como
un toro abatido, gimiendo, mientras aparecían burbujas de aire entre
la masa ensangrentada de su rostro.
Mike no le echó ni un vistazo. Se limitó a dar una patada al
imbécil para sacarlo de su camino y cayó de rodillas para recoger a
Chloe, tan aterrorizado que ni siquiera notaba sus propias manos
mientras la tocaba.
—Chloe —dijo con voz tensa—. Chloe, cariño. Háblame.
Ella yacía floja entre sus brazos. Quieta y laxa.
La atrajo hacia sí, la levantó hasta su pecho y la meció. Se oyó un
lamento y le llevó uno o dos segundos darse cuenta de que había
sido él, ese horrible sonido había salido de su garganta.
Levantó la cabeza bruscamente ante un ruido al otro lado de la
sala. ¿Más asaltantes? Si era así, fenomenal. Estaba desesperado por
liarse a puñetazos, mutilar, matar.
En lugar de ello, se encontró con un puñado de mujeres de ojos
tristes, una de ellas tenía la mano en la boca. Era la que había dejado
escapar un sollozo, el sonido que Mike había oído. Debía tener un
aspecto enloquecido, porque todas ellas dieron un paso atrás cuando
él alzó la cabeza.
—Chloe —murmuró la mujer que había sollozado—. ¿Es… está
muerta?
No había mucha esperanza en su voz. Tampoco había habido
mucha esperanza en sus vidas. Todas querían a Chloe, pero daban
por hecho que podía serles arrebatada mediante la violencia.
No. Mike rechazó el solo pensamiento con cada célula de su
cuerpo. Se encorvó aún más sobre ella, atrayéndola hacia sí, como si
pudiera trasfundir energía de su cuerpo al de ella.
—Llamad al 911 emergencias médicas—dijo, sus palabras apenas
inteligibles mientras gritaba a través de la roca que sentía en el
pecho—. Y llamad a la policía.
Se quedaron inmóviles, contemplándole, una agrupación de
rostros pálidos.
—¡Ahora! —gritó y ellas revolotearon como pájaros ante el
sonido de un disparo.
Notó una presión en el brazo, un movimiento del cuerpo que
apretaba contra él.
—Mike —murmuró Chloe.
Aunque él dijo: «No te muevas», ella lo hizo, moviéndose
ligeramente para poderse sentar. Se miró a sí misma y luego a él,
posando una pequeña mano en un lado de su rostro.
—No me mires así, Mike —dijo suavemente—. Solo me he
desmayado. Pero estoy bien —frunció el ceño y se tocó el antebrazo
izquierdo, descolorido y ligeramente inflamado—. Espero que no
esté roto, solo distendido. Ya me lo he roto dos veces —se tocó la
cabeza con una pequeña mueca entre las cejas color ceniza—.
¿Qué… qué ha ocurrido? Dos hombres… —se puso tensa entre los
brazos de Mike, con alarma en los ojos—. ¡Dos hombres, Mike!
Entraron y…
Desvió la mirada y los vio. Uno de ellos claramente muerto, el
otro derrumbado contra la pared, con la cara hecha una masa
sanguinolenta, la respiración sibilante y burbujas de sangre
rodeando su nariz aplastada y su boca.
—No te preocupes por ellos, cariño. Nunca volverán a hacerte
daño —Mike dejó caer la cabeza sobre el hombro de ella—. Ay, Dios,
Chloe. Pensé que estabas… pensé que estabas…
Ni siquiera podía pronunciar la palabra. No podía ni pensarlo.
Solo podía recordar el helado vacío que había sentido cuando pensó
que ella se había marchado de este mundo, dejándole a él atrás.
Chloe tenía la piel del color del hielo, las pupilas dilatadas, toda
ella temblaba a consecuencia del shock. Él la abrazó estrechamente y
besó su frente con cuidado, un mero roce de sus labios, porque ella
parecía frágil como el cristal, lista para romperse en cualquier
momento.
—No —su voz era como un susurro mientras alargaba una mano
temblorosa para secar la humedad que él tenía bajo los ojos—. Sigo
aquí. Gracias a ti —la recorrió un violento estremecimiento—. ¿Qué
querían? ¿Lo sabes? Además de eh… violarme.
Jesús. Ni siquiera se le había ocurrido intentar mantenerles con
vida para sacarles información. Uno de los dos cabrones seguía vivo
pero solo porque Chloe le había distraído. Porque, ¿y si no había
sido un acto de violencia aleatorio? ¿Y si iba específicamente
dirigido a Chloe? ¿Y si aún seguía en peligro?
No podía soportar la idea, literalmente. No podía hacer nada con
ella, se sentía incapaz de procesarla. Se estremeció de terror.
Esto no era normal en él.
Mike era de los que conservaban la serenidad durante el
combate, siempre lo había hecho. Era un jodido francotirador, uno
de los mejores. Los francotiradores no sienten terror. Habían hecho
pruebas a su ritmo cardíaco, con un resultado de unas tranquilas y
relajadas sesenta pulsaciones por minuto incluso en entrenamientos
con fuego real. Sabía cómo utilizar la violencia con precisión, tal y
como un cirujano maneja el bisturí. Sabía utilizar la violencia en la
cantidad precisa y en los momentos indicados. Sabía hacer un alto al
fuego, sabía esperar.
Pero aun así, había forzado la entrada en la sala sin ningún plan
estratégico ni táctica, ninguno en absoluto, tan solo con un ansia de
sangre salvaje que había ahogado cualquier pensamiento lógico. Y
quizás su falta de control había puesto en peligro a Chloe.
Todavía sujetando a Chloe con un brazo, Mike se estiró hacia el
tipo que yacía contra la pared y le agarró de la camisa con un puño,
levantándole y separándole de la pared.
—Tú, gilipollas. ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Cuál es tu misión?
Porque incluso a través de su ansia de sangre, del deseo salvaje
de hacer daño y matar, había reconocido una cosa. Se trataba de
hombres con entrenamiento. Soldados. Su forma de moverse, su
comportamiento. No se trataba de maleantes callejeros que habían
visto a una mujer bonita y la habían seguido al interior. No, habían
mantenido la serenidad mientras que él mismo no lo había hecho.
Los movimientos de combate habían sido expertos.
En condiciones normales Mike no hubiera podido vencer contra
dos hombres altamente entrenados, pero en este caso, con tal de
defender a Chloe, se hubiera enfrentado a cien hombres y hubiera
ganado. Se hubiera enfrentado a todo un puto ejército.
Pero el hecho incontestable era que esos tíos eran profesionales.
Tenían algún tipo de misión.
Mike sacudió con fuerza al hombre. Éste dejó caer la cabeza.
Mike le propinó un revés, el sonido del bofetón resonó alto e
impresionante en la sala.
—¡Eh! —gritó, intentando llegar al hombre seminconsciente—.
¿Qué estás haciendo aquí?
El hombre entreabrió los ojos de color azul pálido y alerta. Movió
los labios, pero no salió nada de ellos, aparte de burbujas rojas y
babas.
—¡Habla! —gritó Mike.
Se oían sirenas en la distancia, más altas a cada segundo que
pasaba. Buenas y malas noticias. Buenas porque Chloe iba a recibir
la atención médica que necesitaba. Malas porque la policía no iba a
permitir que le sacara a palos algo de información al vivo.
Las sirenas gemían en un crescendo al acercarse hasta que, de
repente, se interrumpieron. Un par de segundos más tarde, se
oyeron las pisadas en la entrada.
—¡Aquí dentro! —gritó.
Dos técnicos de emergencias entraron corriendo en la sala,
seguidos por dos policías de uniforme.
Las mujeres de la puerta se separaron para abrirles paso, luego se
juntaron otra vez, con los ojos abiertos de par en par, atemorizadas y
silenciosas.
Uno de los técnicos se le acercó. A Mike no le gustó nada, pero no
tuvo más remedio que soltar a Chloe.
—Ha estado sin conocimiento durante uno o dos minutos.
El corazón le martilleaba mientras uno de los médicos alumbraba
los ojos de Chloe con una linterna. ¿Tendría un trauma importante?
¿Se pondría bien? Un hombre grande y fuerte la había lanzado
volando por la habitación. A Mike se le detuvo el corazón cuando la
vio volar hasta golpear la pared.
Chloe abrió mucho los ojos bajo la luz y tosió cuando el médico
se lo pidió. Volvió la cabeza hacia él, con el rostro blanco como el
papel.
—¿Mike?
—Está bien, cariño —dijo Mike, pero sabía que no era así.
Ella le miró y se estremeció. Solo Dios sabía qué cara tenía
puesta. Mortífera y rabiosa, probablemente, pero no podía hacer
nada para contenerse y evitarlo, no con los dos cabrones que la
habían atacado en la misma habitación. Ella se señaló la boca y él no
entendió lo que intentaba decirle hasta que se pasó la mano por la
suya propia. Salió manchada de sangre.
—Está bien —repitió con indefensión.
—De acuerdo, señora… —dijo el médico que la estaba tratando,
incorporándose un poco después de examinarle las pupilas y
tomarle el pulso y la tensión arterial.
—Mason —Chloe tenía mejor aspecto por momentos.
—Muy bien, señora Mason. ¿Cuántos dedos?
Levantó dos dedos, con la palma de la mano hacia fuera.
Chloe miró a las pálidas e impresionadas mujeres arremolinadas
en la entrada y les sonrió. Fue una sonrisa temblorosa y a Mike le
rompió el corazón. Estaba tratando de quitar hierro a lo que había
ocurrido para tranquilizar a las mujeres de la puerta.
—Estoy bien, Cassie. Ann. Todo está bien —se volvió hacia el
médico—. Si le da la vuelta a la mano, en Inglaterra querría decir
«métetelo por el culo». Dos dedos. Para contestar a su pregunta:
tiene dos dedos levantados.
Desde la puerta llegó una carcajada contenida.
Su voz era débil, pero estaba haciendo un esfuerzo valiente para
aligerar la situación. Sabía que todas las mujeres de la habitación
habían sido atacadas violentamente. Sabía lo asustadas que estaban
y que todas buscaban fuerzas en ella. Chloe se estaba sobreponiendo
a su propio miedo y dolor para tranquilizarlas.
En ese momento, Mike se vio invadido por una oleada de amor
tan fuerte que le hubiera hecho caer de rodillas si no hubiera estado
ya arrodillado.
El otro médico se agachó ante el muerto y le colocó dos dedos
enguantados en un lateral de cuello.
—Este se ha ido.
Se agachó junto al otro, que respiraba con dificultad, expulsando
burbujas sanguinolentas por la boca.
—Estos cabrones estaban dándole una paliza y uno se disponía a
violarla.
Mike apenas reconocía su propia voz: rasposa, grave y mortífera.
El intento de violación estaba claro. Los pantalones del puto
bastardo estaban desabrochados y la polla le yacía fláccida sobre un
muslo. Viendo eso, sabiendo lo que el muerto quería hacerle a Chloe,
lo que le había hecho, hizo que Mike se estremeciera de rabia. Jesús,
ojalá pudiera matar al cabrón de nuevo.
El médico se puso de pie.
—¿Señora? ¿Cómo se siente? ¿Se siente mareada o débil?
—No —la voz de Chloe sonó más fuerte. Se sentó derecha e hizo
una mueca. Mike le puso la mano en la espalda para que se apoyara.
Chloe mostró el brazo, ligeramente hinchado—. Menos por esto. No
sé si me habré roto el hueso. Lo mismo es solo una torcedura.
—Le haremos una radiografía cuando lleguemos al hospital —el
técnico que había examinado las pupilas de Chloe asintió. Tenía una
identificación con su nombre en el uniforme. Steve—. ¿Necesita la
camilla, señora?
Chloe esperó un momento.
—No —dijo por fin—. Prefiero andar.
Apoyó la mano sana en el suelo para intentar levantarse. Mike se
acercó a ella, la cogió por la mano buena y la levantó.
¿Sería buena idea? A lo mejor tenía una conmoción. A lo mejor se
hacía un daño permanente si caminaba. Jesús, ¿y qué coño sabía él?
Mike se volvió hacia el médico, Steve, y estaba a punto de
protestar cuando Chloe le puso un dedo en los labios.
—Estoy bien, Mike. Déjame caminar a mi ritmo. Es importante.
Dirigió la mirada a las mujeres que estaban en la entrada y luego
de nuevo a él. Esperando que lo comprendiera.
Maldita sea.
Lo entendió. Lo hizo.
Pero dejarla caminar por sí misma, porque era importante para
ella demostrar su fuerza ante las pobres y rotas mujeres del refugio,
chocaba violentamente con su deseo de llevarla en brazos o hacer
que la sacaran en camilla, por si acaso había algún daño interno.
Chloe le contemplaba mientras él lo rumiaba, rechinando los
dientes. Confiaba en que él lo comprendiera y lo hizo, oh, sí.
Pero… ¡joder!
—Vale.
Fue un milagro que pudiera pronunciar la palabra, de lo
apretadas que tenía las mandíbulas para no decir: «ni hablar».
Mientras él le daba vueltas en la cabeza, Chloe se dirigió al grupo
de mujeres del umbral.
—No pasa nada. Estoy bien. No os preocupéis por nada. Os veré
mañana.
Por casualidad, Mike estaba estudiando la habitación mientras
ella hablaba con «sus» chicas, intentando deducir la mejor manera de
sacarla de allí sin que tropezara con nada. Resultó que estaba
mirando al hombre herido en el momento en que Chloe habló y este
parpadeó. Ojos de color azul pálido. Helados. Había inteligencia en
ellos y reaccionó ante la noticia de que Chloe volvería al día
siguiente.
Mike se alejó del lado de Chloe un momento y se inclinó para
incorporar al cabrón con el puño clavado en su camisa.
El hombre estaba malherido. Había perdido dientes, tenía la
nariz destrozada, casi aplastada, tenía que respirar por la boca
sangrante. Estaba sufriendo terribles dolores. Y aun así, su expresión
no cambió cuando Mike se enfrentó a él cara a cara.
Oh, sí. Se trataba de un soldado. Uno bien entrenado. Uno que
sabía mantener la disciplina, cómo manejar el dolor. Sabía cómo no
delatarse.
Mike se inclinó hacia él, a un par de centímetros de su nariz. O de
donde la nariz de ese capullo había estado. De repente, a pesar de
sus serias heridas, el tipo empezó a reírse como un loco, un resuello
grotesco.
—¿Qué? —gruñó Mike, en voz tan baja que solo el herido
pudiera oírle. El tipo estaba malherido, vencido. La policía se lo iba a
llevar. ¿De qué coño se estaba riendo?
Unos sonidos confusos salieron de la boca herida, casi
incomprensibles. Pero Mike había estado en batalla. Era capaz de
comprender lo que un hombre herido intentaba decir.
Y lo que dijo, hizo que se quedara helado.
—Volveremos —dijo, a través de los labios destrozados.
Capítulo 11

—¿Duele? —preguntó el amable pero exhausto doctor de la sala


de emergencias, mientras acababa de envolver con una venda
elástica su antebrazo. El cual estaba distendido, gracias a Dios, y no
roto. Los doctores la habían advertido contra una tercera fractura.
—No —contestó, lo que era una mentira. Por supuesto que dolía.
Pero Chloe no se atrevía a decir nada porque Mike parecía tan fuera
de sí que tenía miedo de que fuera a atacar al doctor a la más
mínima provocación.
Mike estaba de pie a su lado, con todos sus músculos tensos
sobre los talones como si estuviera listo para saltar al segundo.
Parecía una fuerza de la naturaleza.
Le había salvado la vida. En la ambulancia intentó agradecérselo,
pero él hizo un gesto con la mano como rechazándolo, inclinado
sobre ella con sus amplios hombros como si alienígenas del espacio
pudieran atravesar la distancia a través del techo de la ambulancia
para llegar hasta ella. Y si lo hacían, por Dios que él estaría listo.
El doctor ni siquiera había intentado echarlo. Parecía como si
fuera a agradecer una buena pelea.
Por extraño que fuera, la reconfortaba. Estaba tan atento que ella
no necesitaba estarlo. Allá en el refugio, con Cassie, Ann, Joanne,
Emily y una chica joven tan traumatizada que todavía no sabían ni
cómo se llamaba, había tenido que ser fuerte. Chloe no se atrevió a
dar rienda suelta a su miedo y dolor. El shock por su casi violación y
el brutal asalto. Las mujeres la buscaban para que las reconfortara y
les diera esperanza, y Chloe preferiría morir antes que
decepcionarlas.
Así que le dio un apretón a la mano de Cassie y, dejándolas tras
de sí, caminó por el pasillo hacia la ambulancia que la esperaba,
apoyándose pesadamente en Mike sin mostrarlo, porque Cassie
estaba empezando a recuperarse de un marido que le había clavado
un cuchillo. El refugio estaba estabilizando a aquellas mujeres de
nuevo y Chloe no quería hacer nada que pusiera aquello en peligro.
Pero más tarde, sabiendo que no había nadie vulnerable
mirando, se apoyó en Mike, quien era una roca.
—Tal vez deberíamos dejarte una noche en observación —
murmuró el doctor, escribiendo una receta para unos calmantes.
Tan pronto como dijo esas palabras Chloe soltó un alto «¡No!» tan
duro que el doctor levantó las pobladas cejas rubias y la miró por
encima de sus gafas.
Ella notaba el pánico en su propia voz. Chloe intentó tragar por
su seca e inflamada garganta.
—No. —Intentó hacer que su voz sonara normal cuando en el
fondo tenía un grito que quería arrancar. Intentó que no le temblara
la voz—. No necesito quedarme a pasar la noche. Me siento bien. No
hay problema. Preferiría ir a casa. Por favor.
Dios, sonaba como una loca, y probablemente lo fuera. La
mismísima idea de pasar una noche en el hospital, cuando había
estado prisionera de los hospitales durante casi toda su infancia y
adolescencia, era aterradora. Tendría un ataque al corazón. Como
mínimo un ataque de pánico; uno como el que no había tenido en los
últimos quince años.
Echó un vistazo a su nueva familia con súplica en sus ojos.
Estaban todos allí. Por supuesto que sí. El personal del hospital ni
había intentado mantenerlos fuera de la sala de tratamientos.
Ayudaba que RBK hubiera donado medio millón de dólares para la
creación del Centro para el Bienestar de las Mujeres.
Harry, Ellen, Sam, Nicole. Si había algo que Chloe había
aprendido durante los últimos seis meses era que eran leales.
Actuaban como una unidad con incuestionable amor y apoyo,
empezando por su maravilloso hermano Harry.
—Corazón —empezó a decir él, abriendo las manos como para
aplacarla—, tal vez el doctor tenga razón. Tal vez deberías quedarte
solo una noche.
—No —dijo Chloe, y cerró la boca porque la garganta la tenía
demasiado tiesa para decir ninguna otra palabra.
—No —la imitó Mike, poniendo el brazo alrededor de su
hombro. Ay, Dios, qué bien se sentía aquello, tener su pesado brazo
rodeándola, fuerte y seguro—. Los hospitales la asustan. Y de todos
modos el doctor dijo que sería solo por precaución, ¿verdad? —Se
giró para dirigir su feroz y aterradora mirada al doctor, que parecía
paralizado.
—Ah, sí. No he visto signos de contusión, pero para estar seguros
sería mejor si no se quedara sola.
—¡Oh, por supuesto! —gritó Ellen—. Se quedará con…
—Migo. Conmigo. —Mike dejó caer la pequeña bomba en la
habitación y escaneó a todos los que estaban allí (Harry, Ellen, Sam,
Nicole, el doctor) entrecerrando los ojos, desafiante—. Se queda
conmigo.
Silencio total. Profundo e incómodo silencio.
—Ahora escucha un poco… —empezó a decir Harry.
El doctor se aclaró la garganta.
—Creo que, ah, tengo otros pacientes. Sí. Hum. —Salió corriendo
con la bata blanca ondeando tras de sí.
—Qué coño… —empezó otra vez a decir Harry.
—Óyeme tú a mí. —Mike dividió su mirada entre Harry y ella.
Cada vez que miraba hacia ella, Chloe tenía la sensación de que
estaba como tranquilizándose a sí mismo de que ella estaba bien—.
Esos dos tipos iban buscando a Chloe. No puede ser un intento de
violación al azar. Y uno de ellos me dijo que volverían.
Chloe se sobresaltó bajo su brazo, la mente volando para
comprender las implicaciones de aquello. Ya era suficientemente
malo pensar que había sido la víctima de un ataque al azar a manos
de dos hombres violentos. Horrible, pero desafortunadamente algo
que sucedía en este mundo violento e inestable.
Pero, ¿habían ido detrás de ella específicamente? Aquello era casi
imposible de procesar. De ninguna manera podría asimilarlo.
—¿Por qué yo? —susurró con la boca seca. Chloe intentaba ser
valiente, pero la verdad era que estaba aterrorizada. Aquellos dos
hombres habían sido imparables. Solo Mike la había salvado de la
violación y una severa paliza—. ¿Qué podrían querer de mí?
—No lo sé, corazón. Y hasta que lo descubramos, te vas a quedar
conmigo. —El gran brazo de Mike se apretó alrededor de su
hombro. Volvió a mirar a Harry—. Esos dos tipos eran exmilitares,
lo juraría. Creo que tuvimos suerte de que no fueran armados. Yo no
lo iba tampoco, por respeto al refugio, pero eso no va a volver a
pasar. No, señor. La próxima vez sí lo estaré, contad con ello.
A Chloe la recorrió un escalofrío. La próxima vez…
Soldados, había dicho Mike.
—Tenían acento extranjero. No sé si eso ayuda —aportó Chloe.
Los tres hombres concentraron su atención en ella.
—¿Qué clase de acento, corazón? —la voz de Harry sonaba
amable.
Chloe cerró los ojos, eliminando sus emociones. Había estado tan
asustada que era difícil recordar incluso lo que habían dicho. Pero
había algo…
Necesitamos que nos escuches, había dicho el tipo alto. ¿Qué sonaba
raro en aquella frase?
Como muchos introvertidos, Chloe realmente escuchaba a la
gente. Escuchaba sus palabras, observaba su lenguaje corporal,
observaba sus ojos.
Le gustaba jugar a adivinar de dónde provenía la gente. Muchas
veces se equivocaba con los americanos porque había tenido poco
contacto con gente en lo que ella llamaba sus Años de Hospital, y
luego había pasado muchos años en Inglaterra después de aquello.
Pero era muy buena con los acentos extranjeros porque había
muchas chicas extranjeras en el Sagrado Corazón. Su mejor amiga,
Lydia…
¿Por qué estaba pensando en aquello? Porque Lydia tenía un
latiguillo: Necesitas escuchar, con un sonido vibrante en escucharrr. La
familia de Lydia provenía de Moscú.
—Rusos —dijo convencida. Se giró hacia Mike—. Tenían acento
ruso. O tal vez de Europa del Este.
—De acuerdo —asintió él secamente—. Eso tiene sentido. Usaron
movimientos SAMBO. Uno de los tíos me tiró inmediatamente al
suelo. Y creo que el cuchillo con el que amenazaba a Chloe —le echó
una mirada tan intensa que ella casi esperaba ver que le salieran
rayos por los ojos—, ese cuchillo parecía un Kizlyar. Tendremos que
preguntarle a Kelly. Así que tenemos a unos rusos persiguiendo a
Chloe por algún motivo. Llegaremos al fondo de esto, pero hasta
entonces, está en peligro cada minuto de cada día.
—La cuidaré —gruñó Harry—. Es mi hermana. —El rostro de
Harry se veía rígido y pálido por la tensión—. No voy a dejar que le
pase nada. Ella es mi responsabilidad.
Ellen levantó la mirada hacia su marido y luego a Chloe, con el
rostro triste. Ella le había explicado a Chloe cómo perder a su
hermanita le había atormentado toda su vida.
—Mírate —dijo Mike—. Tienes una esposa y una hija. Y tú, Sam.
—Sam tenía el brazo rodeando a su enormemente embarazada
Nicole, que estaba por parir en cualquier momento—. Vas a
convertirte de nuevo en padre en unos días. Tenéis
responsabilidades divididas. Vuestra atención va a estar todo el
tiempo entre cuidar de vuestras esposas e hijas y proteger a Chloe.
Yo no tengo eso. Mi atención entera estará con Chloe. No tengo
lealtades divididas. Ahora mismo no hay nada más importante en
mi mundo que mantener a Chloe a salvo y ella tendrá el cien por
cien de mi atención hasta que descubramos qué está pasando y
estemos seguros de que se ha acabado el peligro. Sin importar lo que
se tarde, o lo que cueste, estaré ahí. 24/7. —Apretó el brazo incluso
más y le besó la cabeza.
Harry miró a Sam, luego a Ellen y Nicole.
—Tiene razón, Harry —dijo Ellen—. Sé que te gusta pensar que
puedes con todo, pero creo que tiene razón.
La boca de Harry se puso en funcionamiento.
—¿Chloe?
Todos se giraron hacia ella. Chloe miró el rostro de Mike. No
estaba intentando convencerla con palabras amables, no. Sus
facciones estaban tensas formando duras líneas de expresión.
Solo había una respuesta posible.
—Estaré con Mike —dijo suavemente—, hasta que este lío se
aclare.
* *
Nikitin se sentó en un sillón muy cómodo en una muy elegante
habitación que Sands le había dado para que trabajara. Aquel lugar
era casi demasiado opulento. Convertía a los hombres en débiles,
dependientes. Él se había pasado años viviendo en una tienda sin
techo a las afueras de Grozny intentando aplastar a los rebeldes, que
vivían en mejores condiciones que las suyas.
Se sentó y esperó, observando su teléfono satelital sobre la
mesilla delante de él, programado para vibrar, no sonar. Se suponía
que Ivan tenía que dar señales de vida a las dieciséis horas. Ivan era
más que confiable. Había sido enviado junto a Lyov para darle una
lección a una mujer. ¿Es que era muy difícil de hacer? No era el tipo
de misión en la que Ivan fallaría.
Ivan había sido su serzhant, su sargento, en muchas batallas. Era
duro y eficaz y confiable. Y cuando llegó su primer cargamento, se le
prometió una bonificación de cincuenta mil dólares.
Así que, ¿por qué no estaba dando su informe?
A las dieciocho horas Nikitin tomó su teléfono satelital y marcó el
número de Ivan, por si acaso hubiera perdido su teléfono móvil o
¡imposible!, se lo hubieran quitado. Escuchó, impotente, las llamadas
interminables. El pulgar de Nikitin pulsó el botón de apagado y
apretó la mandíbula. ¡Chert! ¿Había fallado Ivan?
Aquello era peor que malas noticias. Sus amos, el vory, esperaban
que todo fuera sin contratiempos. Estaban invirtiendo un montón de
dinero, y pensaban invertir más en el futuro. Tenían grandes planes
y eran inmisericordes cuando había líos.
Tener a dos de sus lugartenientes desaparecidos era un ejemplo
de muy mala gestión. O eso es lo que pensaría el vory. De alguna
manera Nikitin había metido la mano en un nido de avispas cuando
solo había querido encargarse de una insubordinación menor antes
de que esta se saliera de madre.
Y allí estaba, salida de madre.
Esto no iba bien. Aquel lío tenía que ser solucionado
inmediatamente.
Al menos podía estar seguro de una cosa. Su teléfono satélite
funcionaba con Thuraya, lo que hacía de él imposible de rastrear. La
policía no podría tener ni idea de quién o dónde estaba él. Por lo que
sabrían, podría estar en la luna. Sus hombres habían ido limpios, con
nada rastreable. Ivan no hablaría. Tampoco Lyov. Daba igual lo que
sucediera, mantendrían el pico cerrado.
Tal vez aquel desastre podría ser contenido, pensó. Si no,
rodarían cabezas. Empezando por la suya propia.

* *
—Vamos a repasarlo de nuevo, Chloe —dijo amablemente el
Teniente Bill Kelly. Cuando Mike se tensó a su lado, Chloe puso una
mano sobre su antebrazo. Normalmente ya era duro como el acero,
pero estaba tan tenso que podía notar cada uno de los músculos
individualmente.
—Está bien, Mike. —Los músculos de su mandíbula estaban tan
apretados que era sorprendente que no le saliera humo de las orejas.
Casi temblaba por el estrés bajo su mano.
La habían mimado, le habían inundado con incontables tazas de
té, había recibido abrazos y besos de Merry y Gracie, a quien solo se
les había dicho que la tía Chloe tenía dolor de cabeza. Ellen y Nicole
incluso le habían frotado los pies.
Nadie había pensado en consolar a Mike, que había estado en la
pelea, había matado a un hombre por ella.
—Está aterrorizada. Está asustada. Ha pasado por un infierno —
le dijo Mike al teniente, mordiendo cada palabra—. Ha pasado por
esto mil veces.
—Lo entiendo. Pero necesitamos que Chloe recuerde todo,
porque el tipo que tenemos en custodia no está hablando. Creo que
se considera algún tipo de prisionero político. Así que solo tenemos
a Chloe.
Los músculos de la mandíbula de Mike se apretaron más.
—¿Hiciste lo que te dije?
El teniente Kelly debía tener la paciencia de un santo porque no
puso los ojos en blanco ni se molestó por el tono de Mike.
—Sí. El cuerpo en la morgue está bajo un nombre diferente y el
tipo del hospital no está registrado para nada. Nos hemos llevado las
grabaciones del refugio. Si esos tipos fueron enviados por alguien, el
tipo que mandó la operación no tendrá ni idea de qué les ha pasado.
Ni siquiera sabrá si llegaron al refugio.
—¿El vehículo en el que llegaron?
El teniente suspiró.
—Alquilado. Pagado por una tarjeta de crédito de una
corporación que pertenece a Joseph Merck, que no existe. La
corporación es una tapadera. Todavía estamos investigando. Ahora,
¿puedo continuar hablando con Chloe?
Mike asintió secamente.
El teniente abrió su cuaderno de notas y la miró amablemente.
—Así que, Chloe, volvamos a ello una vez más, luego me quitaré
de tu vista.
Chloe intentó sonreír para él. Le había llegado a conocer bien en
los seis meses desde aquella terrible noche en la que Mike había sido
acusado de abusar de una mujer.
Era casi un miembro de la familia, alguien que se dejaba caer sin
llamar para ver un partido con Harry, Sam y Mike, y se quedaba a
cenar. Era duro, amable bajo la capa de cinismo policial,
sobresaturado de trabajo. Un buen tipo.
Estaba claro para Chloe que la estaba interrogando allí en casa de
Harry y no en la comisaría de policía como cortesía hacia ella y
Mike, quien había sido compañero de trabajo y era un amigo. Como
lo eran Harry y Sam.
—¿No tienes más información sobre estos dos hombres? —
preguntó ella.
—No señora. El muerto… —miró fijamente a Harry con ojos
duros y Mike le miró de igual manera. Si había algo en Mike que ella
sabía era que no podía ser intimidado—. El muerto no tenía nada
encima que pudiera identificarlo. Ni monedero, ni teléfono móvil, ni
identificación de ninguna clase. Habían quitado las etiquetas de su
ropa. Se me dijo extraoficialmente a través del forense adjunto que
tenía dientes de oro que no se hacen en este país, pero eso es todo. El
AFIS dice que sus huellas no están en ningún otro caso en Estados
Unidos. Todavía estamos esperando los resultados del IAEG.
—Base de datos internacional de huellas —explicó Mike.
—Pero Rusia no es parte del IAEG. —El teniente soltó un
exasperado soplido—. Así que si son rusos no estarán tampoco en su
sistema. E oído que el teléfono del otro tipo sonó. Resulta que el que
hizo la llamada es ilocalizable. Todavía estamos tratando de saber
qué sucedió. Así que, Chloe, empecemos por el principio. ¿Cómo
sabían que estarías allí?
—No lo sé —dijo Chloe lentamente, empezando a sentirse
adormecida. La mano de Mike cubría la suya, cálida, fuerte y segura.
Definitivamente quería contestar las preguntas pero el shock
postergado la estaba alcanzando—. Estaba en el almacén, que es un
lugar que no conoce mucha gente. La puerta por la que entraron
tampoco es muy usada. La mayoría de la gente entra a la habitación
por la puerta que todos vosotros usasteis, que da a una pequeña
terraza y luego al aparcamiento. Tienes que estar familiarizado con
la estructura del refugio para saber usar esa puerta.
Bill levantó la mirada.
—¿Están almacenados los planos en algún sitio?
La mente de Chloe se quedó en blanco. No tenía ni idea.
—Podemos comprobarlo —dijo Mike—. Tenemos un amigo en el
Registro de la Propiedad. Le mandaré un mensaje ahora.
—Así que estabas en ese almacén.
Chloe asintió.
—Doblando ropa.
—¿Es algo que haces normalmente?
—Las donaciones de ropa se hacen a varios puntos de la ciudad y
se recogen y traen al refugio los miércoles por la tarde. Así que sí, en
respuesta a tu pregunta, a menudo estoy doblando y colocando
ropas los miércoles por la tarde.
—¿Y quién sabe eso?
Chloe levantó los hombros.
—Casi todo el mundo en el refugio, creo. No es un secreto.
—Entonces los hombres entraron por la puerta ¿y qué?, ¿qué
pensaste?
—Intenté convencerme de que no tenía motivos para
aterrorizarme, pero lo hice al instante —confesó Chloe—. Había algo
en el modo en que se movían, algo en sus ojos… —tembló.
—Aquí tienes, corazón. —Mike le pasó una pequeña manta que
Ellen tenía en el sofá en caso de que a Gracie le entrara frío. Se la
colocó alrededor de los hombros y le besó la sien.
No reaccionó absolutamente nadie. Ni Harry, ni Sam, Ellen o
Nicole. Ni siquiera Bill Kelly. Era como si el que Mike la abrazara y
besara fuera la nueva norma.
—Te dije que se movían como soldados —Mike apretó la
mandíbula—. Posiblemente rusos. La Federación Rusa trata a sus
soldados brutalmente y los soldados son brutales a cambio.
Bill asintió, la boca cerrada.
—¿Qué te dijeron, Chloe?
Frustrada, se restregó una mano contra la frente.
—Bueno, hay esa cosa. No dijeron mucho en realidad. Solo que
yo debía prestarles atención. Lo dijeron una y otra vez. Y sacaron un
largo cuchillo negro para de alguna manera hacerme comprender el
concepto. Pusieron el cuchillo bajo mi ojo.
Mike giró la cabeza lentamente. Sus ojos quedaron fijos en los de
Bill.
—Mantén a ese tipo bajo candado y llave. —Hizo un ruido con la
garganta que sonó como un gruñido.
—Seh. No va a ir a ninguna parte y tú no te vas a acercar a él.
Tomamos el cuchillo. Es un Kizlyar. Acertaste, Mike.
—Cuchillo ruso de combate. Usado por su Armada y Fuerzas
Especiales. Jesús. —Harry se restregó la frente.
Un cuchillo ruso de combate. Chloe añadió aquello entre los
muchos detalles aterrorizantes y desconcertantes de lo que había
sucedido aquel día.
Bill escribió algo en su cuaderno.
—Entonces, Chloe. Se suponía que prestaras atención. ¿A qué?
—Nunca me lo dijeron. Se… distrajeron.
Con un intento de violación. Las palabras quedaron colgadas en
el aire. La respiración de Mike era audible, como si estuviera
cargando un gran peso.
—¿Hay algún motivo por el que dos hombres, posiblemente
soldados, posiblemente rusos, te tuvieran como objetivo?
Prácticamente no había pensado en nada más de camino al
hospital y de camino a casa.
—Lo he pensado y pensado, pero estoy totalmente en blanco.
—¿Algún enemigo?
—No. a veces ayudo a RBK con —hum— algunos proyectos
especiales. —Chloe miró a Mike, Harry y Sam, sin saber cuánto
podía decir.
—Él lo sabe —dijo Mike—. Bastantes polis saben lo que hacemos.
—¿Podría ser una venganza? ¿De algún idiota cuya esposa
ayudaras a desaparecer? —preguntó Bill.
Chloe pensó en ello cuidadosamente.
—En teoría. Pero la última mujer que vino a RBK, su esposo se
suicidó una semana después de que ella escapara. El tipo de hombre
del que hablas tiene problemas para controlar sus impulsos. Va a
querer su venganza de todos modos. No va a esperar y planearlo
fríamente.
Bill asintió, concordando.
—¿Y en el refugio? Esas mujeres vienen de situaciones volátiles.
Situaciones violentas. El refugio les ofrece protección. Seguramente
habrás hecho algunos enemigos.
Chloe suspiró.
—Soy solo una voluntaria. No tengo responsabilidades
administrativas. No soy de ninguna manera el rostro oficial del
refugio y mi nombre no está en ningún lugar como miembro del
personal. Solo echo una mano tres veces a la semana. Últimamente
he empezado una especie de grupo de terapia. Bastantes mujeres
vienen solo de tanto en tanto, mujeres de la calle, hablamos, parece
que les ayuda. Pero las mujeres que viven allí, casi por definición
han tomado la decisión de dejar a sus parejas. No convencí a
ninguna de ellas para que huyera, si es lo que estás pensando.
—Y la conexión rusa, ¿la hay? —miró a Mike, luego a Sam y
Harry—. ¿Tienes alguna conexión rusa? ¿Algún motivo por el que
unos rusos, u hombres entrenados en Europa Oriental, pudieran ir
tras de ti? ¿Has protegido a alguna mujer rusa últimamente?
—No. —Chloe abrió las manos, impotente—. No tengo ni idea de
porqué unos rusos querrían atacarme.
Tembló entera, algo profundamente en su interior era frío
helador y miedo. El ataque la había catapultado a las pesadillas que
pensaba haber dejado tras de sí, directa al infierno de sus recuerdos
más antiguos. El mundo por el que había navegado tan ligeramente,
con miedo de dejar algún tipo de huella, de repente se había abierto
bajo sus pies. Un abismo se había abierto, dando paso a una enorme
y cruel oscuridad.
Mike la miró con los ojos entrecerrados, percibiendo algo. Era
tranquilizador y también asustaba saber que él la conocía tan bien.
Tranquilizador porque ya no era invisible. La asustaba porque una
cortina había sido retirada de un mundo para el que ella no tenía
ninguna defensa.
Chloe se encogió de hombros, impotente.
—Siento no poder ser de más ayuda.
Bill miró su cuaderno, lo cerró, soltó un enorme suspiro y se
levantó. Era casi tan alto como Sam. Chloe tenía que echar el cuello
hacia atrás para mirarlo a los ojos.
—De acuerdo entonces. Bueno, intentaremos interrogar a este
tipo tan pronto como pueda hablar algo, o al menos escribir
información. —Miró duramente a Mike, a lo que Mike respondió
igualmente—. Pero ya he dicho que no tengo muchas esperanzas. Si
estamos hablando de la Mafia rusa, será duro como el acero. No
hablará jamás porque lo que sea que le hagamos le dará menos
miedo que lo que sus jefes le hagan. Mientras tanto, mantén un ojo
sobre Chloe.
—Ya estoy en ello. —Mike le dio un apretón en los hombros de
nuevo mientras Harry y Sam murmuraban:
—Oh, sí.
—Y Chloe, mantén los ojos abiertos y si recuerdas algo, lo que
sea, llámame. No sabemos si querían intimidarte, secuestrarte o, al
final, matarte. Así que ten cuidado. Y ten cuidado con quién estás.
A Chloe se le ocurrió que por primera vez no estaba sola
enfrentándose a un peligro, estaba arrastrando no solo a Harry y
Sam a sus problemas, sino también a Ellen y Nicole. Y, lo que era
peor, a Gracie y Merry.
Amaba a aquellas dos pequeñas con todo su corazón. Si les
sucediera algo por su culpa…
—Te acompañamos a la salida, Bill —dijo Ellen, con un
asentimiento a Nicole. Esta se levantó con algo de dificultad, con la
ayuda de la enorme mano de su marido. Estaban acompañando a
Bill, pero también estaban dejando a los hombres hacer sus
preparativos.
—Ella se queda conmigo —dijo Mike con voz dura a sus dos
hermanos—. Espero que ya quedara claro. Y estaré en ello 24/7.
—Tienes que trabajar, Mike —dijo Chloe amablemente. Estaba
conmovida hasta lo más profundo por su buena disposición en
poner su vida completamente en la línea de fuego. Lo que fueran
aquellos dos hombres, si rusos o no, o qué quisieran, representaban
una amenaza nebulosa que por ahora no tenía fin—. No puedes
poner toda tu vida en pausa.
—Sí puedo —dijo ferozmente—. Y lo haré. Si vas a salir y yo no
puedo ir contigo de ninguna de las maneras, enviaré a Barney. Es
bueno. Nadie va a pasar por encima de él.
Barney tenía la aprobación de Harry y Sam. Ambos asintieron.
Luego se metieron en una larga y compleja conversación sobre
cambios de turnos, rotaciones en las inspecciones de vehículos,
técnicas para evitar robo de coches… Chloe desconectó. Estaba
agotada. Le dolía el brazo y tenía morados por todo el cuerpo.
Nada por lo que estar hospitalizada, pero el dolor que había sido
como un ruido de fondo, de repente pasó a primer plano.
Justo en mitad de la discusión, Mike se levantó, fue a la cocina de
Harry y regresó con un vaso de agua y dos pastillas en su enorme
mano.
—Ten, corazón.
Continuó donde lo había dejado con sus hermanos.
Chloe, agradecida, tomó las pastillas. Quince minutos más tarde
el dolor había cesado y estaba en mitad de una nube que se sentía
bien. Las profundas voces de los hombres eran como un murmullo
lejano.
—De acuerdo. —Mike dio una palmada y Chloe abrió los ojos.
Había pasado una hora—. Lo tenemos claro. Harry va a dar los
detalles a Barney. Bill va a continuar intentando rastrear el vehículo
que dejaron los dos hombres y nos mantendrá al día. Chloe, cariño.
Hora de irse.
Mike le tomó la mano, se puso de pie y la ayudó a levantarse.
Chloe también se puso de pie y miró a su hermano y a Sam. Sam
mantuvo su rostro inexpresivo. Harry la miró con amor y
preocupación en los ojos.
—¿Chloe, corazón?
Mike la estaba avasallando, sin duda alguna. Su pose fue
agresiva cuando se enfrentó a sus dos hermanos, con un brazo
rodeándole los hombros, sosteniéndola fuerte contra él.
Estaba claramente preparado para pelear por ser su principal
protector. Harry y Sam estaban allí, dispuestos y capaces, pero Mike
tenía razón. Ellos tenían otras responsabilidades para con sus
esposas e hijas. La mujer de Sam iba a dar a luz en cualquier
momento. Su parto anterior había sido difícil y había sangrado
muchísimo. Él no querría abandonar su lado.
Era lo correcto.
Chloe tembló un poco. Sin importar lo que pasara, ella había
regresado al oscuro mundo de la violencia masculina.
No tenía dudas de que necesitaba un protector. Fingir otra cosa
era una idiotez supina. No tenía ni herramientas ni armas contra
hombres como los que habían ido tras ella.
Mike tenía razón cuando decía que no tenía lealtades divididas.
Pero había algo más. La defendería sin dudar, sin ningún tipo de
sentimiento de peligro hacia sí mismo. Se había enfrentado a dos
hombres mortalmente peligrosos. Había arriesgado su vida por ella.
De la manera más básica posible, había luchado por ella, y de la
manera más básica posible ella era suya. Había, además, otro factor a
tener en cuenta, uno que mantenía junto a su corazón.
Chloe lo amaba.
Alargando la mano, apretó la de Mike y miró a su hermano
Harry y a Sam.
—Estoy con Mike —dijo.
Capítulo 12

Club Meteor
El hombre gruñó pesadamente, clavándole dolorosamente los
dedos en las caderas y se dejó caer sobre ella. Consuelo no se atrevía
a empujarlo por los hombros para sacárselo de encima (al fin y al
cabo había pagado por ello) intentando respirar aunque tuviera los
pulmones aplastados.
Por favor, Dios, no dejes que se quede dormido.
Después de unos minutos, cuando Consuelo empezó a ver
puntos negros, el hombre gimió, se salió de ella y rodó sobre su
espalda, con los antebrazos cruzados sobre los ojos.
Desde aquel momento en adelante ella era invisible. Como
decían, para eso se pagaba a las prostitutas. Para irse.
Se levantó de la cama silenciosamente, respirando de manera
superficial. Él había marcado su piel con el olor rancio de su sudor y
una capa de Armani para hombres. Su entrepierna olía a su semen.
El sexo sin condón se pagaba mucho mejor y bajo la nueva gestión
rusa, lo que se pagara más era definitivamente lo que se prefería.
Algunas mujeres más mayores eran dadas a hombres a los que
les gustaba hacer daño. Había habitaciones especiales insonorizadas
en la otra ala para eso. Los rusos habían dejado claro que no había
límites para lo que se podía hacer, mientras los hombres pagaran lo
suficiente.
En el último mes habían desaparecido dos mujeres.
Consuelo miró al hombre que le había hecho daño, intentando
apartar la furia roja que la recorría.
—John —había dicho que era su nombre, y ella intentó no sonreír
porque el nombre era también su descripción. Seh. Un john2.
Su verdadero nombre era Larry Cameron y dirigía un enorme
negocio de venta de coches en Chula Vista. Su cara aparecía todo el
tiempo en la tele por la noche.
A Consuelo no le importaba. No le importaba nada, en realidad.
Últimamente más y más, mientras hombres gruñían sobre ella,
usando su cuerpo, ella volaba más allá. Ella había regresado esta vez
en mitad de su vuelo a desgana porque «John» le había estado
haciendo tanto daño que había sido imposible de ignorar.
Embistiéndola, clavándole los dedos en las caderas, mordiéndole los
pechos.
Antes Franklin habría tenido unas palabras con él. Entre
caballeros, por supuesto. Había que cuidar la mercancía y tal. Pero
desde la llegada de los rusos, muchos de los clientes habían
olfateado un nuevo régimen, como animales oliendo la libertad, y se
habían vuelto violentos, fuera de control. Las chicas empezaban a
mostrar moratones que costaba más y más maquillaje para taparlos.
Un par habían necesitado cuidados médicos.
Era como si un nuevo espíritu maligno rondara el club. Los rusos
habían llegado y de algún modo su dura presencia había desatado
algo. Algo malo.
En opinión de Consuelo, los hombres estaban muy cerca del
reino animal. Como caballos que podían sentir la presencia de un
león entre ellos y se ponían nerviosos, así sus clientes habían sentido
la presencia de una raza de hombres más crueles entre ellos, una
presencia que quitaba inhibiciones, les daba a los hombres permiso
silencioso para dejarse llevar por sus más oscuros impulsos.
Porque, después de todo, pagaban por ello y ¿quién iba a
quejarse?
Consuelo podía ver en sus ojos que se habían infectado con esta
nueva plaga. A veces salía de su cuerpo en cuanto la puerta se
cerraba detrás de ella y se le ordenaba desnudarse, porque podía
sentir que estaban infectados. Incluso los ojos azules se volvían fríos
y oscuros. Ella estaba sudorosa, olía y estaba amoratada.
Cada habitación lujosa tenía su propio baño, pero ella no podía
soportar la idea de mostrarse desnuda mientras el hombre caía
rendido en la cama. Tenía su propia habitación en un anexo
separado con las otras chicas y ansiaba la quietud de su dormitorio,
ansiaba tomar un baño de una hora bajo el chorro de agua más
caliente que pudiera aguantar, sabiendo que no lavaría nada.
Consuelo tomó sus ropas, notando sin interés que él había roto
sus bragas y sujetador. «John» era uno de esos que se excitaban por
el sexo dos segundos después de cerrar la puerta y estar a solas en la
habitación.
Las bragas y el sujetador habían sido bonitos, pensó. De seda
lavanda pálido con encajes en los bordes. Ahora estaban arruinados.
Consuelo salió de sí. Miró desde el techo a la joven mujer debajo
de ella deslizar entre sus manos la sedosa ropa interior destrozada.
La joven dejó caer lentamente las bragas hasta el suelo y, agarrando
con los puños los bordes del sujetador, tiró.
La seda era delicada pero fuerte, como una suave cuerda.
Consuelo miró abajo, a la joven desnuda, flexionando la cuerda
que había hecho con el sujetador, tirando una y otra vez, probando
su fuerza. Consuelo en el techo no sintió absolutamente nada.
Observó con el mínimo interés cómo la joven desnuda caminaba
lentamente hacia la cama y miraba al hombre, un gran fardo sobre el
colchón.
Era grande, pesado y peludo. Su pene goteante estaba resbaloso
por su semen y K-Y porque ella estaba muy seca. Incluso con el gel
había dolido.
Su pene yacía apagado junto a su muslo.
La trabajosa respiración se convirtió en un ronquido, ronquidos
enormemente pesados como los de un oso hibernando. Qué feo, qué
inútil.
Consuelo observó a la joven poner una rodilla sobre el colchón,
inclinarse hacia el hombre, la cuerda improvisada entre sus puños,
llevar la seda hacia el cuello del hombre…
Una repentina alarma sonó y Consuelo bajó, regresando al
cuerpo de la joven mujer justo cuando los ojos del hombre se
abrieron de golpe, de color azul claro e inyectados de sangre.
—¿Qué-qué estás haciendo? —arrastraba las palabras, mirando
que estaba inclinada sobre él, su voz sonando alarmada—. ¿Qué
coño? ¿Qué coño estás haciendo?
Matándote. Las palabras llenaron su mente, unidas a la rabia que
venía de ningún lado alzándose como un viento fuerte en el desierto.
Donde antes Consuelo no había sentido nada, ahora sentía
demasiado. La rabia latía en ella como sangre, recorriéndola entera a
oleadas. Una furia tan total y completa que le caló hasta los huesos.
El hombre intentó levantarse sobre los codos pero resbaló.
Demasiado borracho con whisky y sexo para mantenerse derecho.
Pero las nubes estaban desapareciendo de sus ojos azules, la
consciencia estaba regresando.
Consuelo miró con ganas su garganta. Podía ver dónde encajaría
la cuerda, justo sobre la nuez. La retorcería en la parte trasera de su
cuello, la retorcería fuerte, la sostendría allí…
Ella lo sostendría allí mientras él luchaba sobre la cama, toda su
bovina fuerza sería inútil. Ella observaría mientras él se volvía rojo
oscuro, sus ojos saliéndosele, sus peludas piernas darían patadas.
En el orfanato, hacía muchos años, había visto a alguien
estrangulado hasta morir y nunca lo había olvidado.
Ella apretaría y apretaría hasta que el hombre se quedara quieto,
con la lengua negra saliéndole de la boca.
—¡Apártate de mí! —Ojos fijos en los de ella, sus piernas
moviéndose extrañamente mientras intentaba apartarse, y Consuelo
odió cada célula de ese enorme y seboso cuerpo y supo que su rabia
era visible en su rostro.
Cuidado, Consuelo. Ten cuidado de no dejar que tu enfado te
supere. Porque estás muy, muy enfadada y no te has dado ni cuenta.
La voz de su cabeza era suave y razonable. Chloe. Su salvavidas.
Una mujer que en cierto modo la entendía, completa y totalmente,
sin juzgarla. Chloe, elegante, cultivada, rica, pero que a pesar de
todo la trataba como una igual y una amiga.
Ahora Chloe estaba en su cabeza, era Chloe quien calmó sus
facciones, la convirtió en la gatita sexual que era su máscara. Chloe
la hizo bajar el tono de la voz para convertirla en un ronquido
cuando en realidad lo que quería era gritar.
—Ah, John —ronroneó Consuelo, cruzando el sujetador-cuerda a
través de los hombros de él, deslizándolo lentamente por su pecho.
Se detuvo en sus pezones y los acarició someramente con la punta de
sus dedos, sonriendo con los ojos entrecerrados por el sobresalto de
placer de él.
La Chloe de su cabeza le estaba salvando la vida. Consuelo
comprendió que ella no habría tenido la fuerza para estrangular a
ese hombre. Él la habría dominado fácilmente con su fuerza, habría
llamado a seguridad (verdadera seguridad, los monstruos rusos) y
su vida habría acabado.
Las chicas del club susurraban sobre lo que había sucedido a las
que se habían rebelado. Eran dadas a hombres que amaban los más
oscuros de los placeres oscuros y jamás se las volvía a ver.
La voz de Chloe en su cabeza le había salvado la vida.
—Antes ha sido tan maravilloso —susurró, preguntándose cómo
podía mentir tan fácilmente. Abrió sus muslos, sabiendo que él
podría ver su sexo, los labios hinchados donde él antes la había
machacado durante una hora—. Tan maravilloso. Quiero más. Más.
Más. Más.
Consuelo se sentó a horcajadas sobre él, rodeó con el sujetador de
seda su pene y tiró. Él pudo sentir la suave seda y su mano
meneándoselo.
—Ah, nena —gimió, la cabeza cayendo sobre la almohada—,
¿por qué no lo dijiste antes? —sonrió, haciendo un gesto con su
mano hacia su miembro, que se estaba endureciendo—. Es todo
tuyo, nena. Trabájalo.
Después, lavándose la boca con una mano temblorosa, Consuelo
se vistió y silenciosamente cerró la puerta de la habitación tras de sí,
preguntándose qué hacer, dónde ir. Su siguiente sesión era en una
hora, pero los hilos de su autodominio estaban fracturándose
peligrosamente.
Le temblaban las piernas, casi no podía respirar. Su cuerpo se
sentía maltratado. Odiaba su cuerpo, se odiaba a sí misma.
Odiaba a los johns, a todos ellos.
No. Ya no más. Hoy no más. Había estado peligrosamente cerca
de intentar matar a un hombre, y de acabar su propia vida. Se
encerraría en su habitación en la oscuridad y diría que tenía un dolor
de cabeza masivo. Una migraña. Diría que no podía trabajar porque
se marearía y vomitaría encima del cliente.
Eso había funcionado antes.
Y entonces mañana iría y hablaría con Chloe. La calmada y
comprensiva Chloe. Chloe, quien le apartaría esos pensamientos
asesinos. Chloe, quien le enseñaría cómo quedarse en su propio
cuerpo.
Su mejor amiga, Elena, venía por el pasillo. Elena fue la primera
persona en hablar con Chloe en el refugio, en un momento de
desesperación. Había estado encerrada en una habitación
insonorizada, a oscuras durante cuatro días sin comida o agua
después de morder a un cliente. La habían soltado solo por la
intercesión de Franklin ante los rusos. Todos pensaban que los rusos
simplemente la dejarían allí hasta que muriera. Elena también lo
había pensado.
Aunque Chloe nunca daba consejo, nunca juzgaba, solo
escuchaba, Elena siempre decía que se sentía mejor después. Así que
Consuelo también se había dejado caer. Una vez al mes, al principio.
Como una atrayente golosina, peligrosa si se consumía. Luego dos
veces al mes y ahora una vez a la semana.
Consuelo estaba pensando en huir y vivir en el refugio, para
siempre.
Solo que los rusos la encontrarían y la arrastrarían de vuelta.
Consuelo frunció el ceño. Elena le hizo un gesto, se la veía en
shock.
—Consuelo —susurró Elena, agarrándola del brazo, mirando a
izquierda y derecha. Desde que llegaran los rusos, habían empezado
a hablar en susurros—. ¿Has oído lo que ha pasado?
—No. —¿Qué podría haber pasado? Para que Elena estuviera en
shock debía ser algo grande, porque lo había visto ya todo. ¿Había
muerto alguien? No sería la primera vez.
—Chloe. Los rusos han atacado a Chloe. Por hablar con nosotras.
El corazón de Consuelo se le detuvo en el pecho. Chloe. Chloe
herida por intentar ayudarlas. Por intentar ayudarle a ella.
Chloe, que la ayudaba a vivir.
Esta vez la rabia fue negra, fuerte, amarga y sobrecogedora.
Y no había ninguna Chloe en su cabeza para hacer que
desapareciera.
* *
—Estás preocupado por Chloe —dijo Ellen amablemente con
amor y preocupación en sus ojos, observando a su marido caminar
arriba y abajo por el dormitorio. Su maravilloso marido, con ese
exterior de súper macho duro ocultando un corazón tan tierno—. Yo
también estoy preocupada. Pero tú, Mike y Sam descubriréis qué es
lo que está pasando y la protegeréis. Y Mike… bueno, él está loco
por ella. Está bastante claro. No puedo imaginar a nadie pasando
por encima de Mike.
—Seh. —Harry se pasó una enorme mano por su cabello rubio
oscuro, un gesto que ella le había visto hacer miles de veces.
Significaba estrés y frustración, y ella comprendía ambas cosas. Su
hermana estaba en peligro y eso le estaba volviendo loco.
Nadie sabía mejor que ella el inmenso dolor que Harry llevó
durante toda su vida al pensar que no había sido capaz de proteger a
su hermana pequeñita.
Y nadie sabía mejor que Ellen lo increíblemente feliz que había
estado Harry por encontrar de nuevo a su hermanita, y lo mucho
que la amaba.
Ellen también quería a Chloe. Era muy fácil quererla, no costaba
ningún esfuerzo. Chloe era amable, lista y buena. Las chicas, Gracie
y Merry, la adoraban. Chloe era una bendición en sus vidas.
Pero Mike… Mike la quería de una manera completamente
diferente.
—Nunca entendí por qué Mike se alejó de Chloe durante todo
este tiempo, estando como está tan loco por ella. Un ciego vería que
estaba totalmente enamorado de ella, y aun así solo la ha seguido sin
dar el paso, el tonto. Y estamos hablando de Mike, el facilón. Mike, el
hombre que tiraba la caña a lo que fuera que se moviese. Aunque, la
verdad, es difícil imaginárselo así al verlo seguir a Chloe por todos
lados como si fuera un cachorro adoptado en estos últimos seis
meses. Incluso ha estado dispuesto a ver videos de princesas
eternamente con las chicas con tal de que Chloe estuviera ahí. Lo que
siente está ahí para que todos lo vean. Eso es tan raro. Que se retirara
de Chloe pero que por otro lado se quedara tan cerca. Nicole y yo no
hemos podido descubrir porqué. Ni Chloe. La ha vuelto loca. Al
menos, mira, este lío ha obligado a Mike a dar un paso. Se ha pasado
todos estos meses prácticamente persiguiéndola y sin tocarla. Lo
raro es… ¿Harry? —Ellen se levantó de la cama de un bote—. Harry
Bolt. ¿Qué sabes de esto? Si sabes algo, vomítalo ahora mismo,
porque nos está volviendo locas.
Había algo raro. Ellen conocía cada una de las expresiones de
Harry, y esta era de total culpabilidad.
—¿Harry?
Con un suspiro, su marido se sentó en el borde de la cama y le
tomó la mano.
—Sabes que cuando reapareció Chloe todos nos quedamos muy
sorprendidos.
—Oh, sí. —Ellen sonrió y alargó la mano para apartarle un
mechón de pelo.
Harry se restregó la nuca, algo que también hacía bajo estrés.
—No puedo decirte la impresión que ella causó cuando entró en
nuestra oficina. Se movía tan cuidadosa y lentamente, no como
ahora…
—Bueno, Mike le ha hecho trabajar estos últimos seis meses.
Ahora está tan fuerte como un caballo. Mike se encargó de eso.
Harry se aclaró la garganta.
—Seh. Es verdad. —Se mordió el labio, término harrysiano para
expresar incomodidad. Ellen se sentó más recta contra el cabezal.
Harry normalmente era de lo más controlado. Estaba viviendo un
momento realmente emotivo para él—. De todos modos, todo lo que
pude ver aquel día fue a una mujer frágil. Insegura y temerosa.
Parecía como si un viento fuerte se la pudiera llevar. Y su historia,
Jesús. Diez años en el hospital. Un padre que no era su padre
intentando violarla. Y no te olvides de que yo sabía lo que hubo
antes de aquello. Vivir en pánico en la casa de un drogadicto
violento que estuvo jodidamente cerca de matarla. Que yo pensaba
que la había matado. Chloe parecía tan totalmente vulnerable, esta
mujer joven a la que la vida no le había dado ningún respiro.
Cuando vi que Mike iba a por ella tan fuerte, yo, bueno, me estalló la
cabeza. Él había roto corazones a diestro y siniestro. Y cuando se lo
llevaron para el interrogatorio… quiero decir que yo sabía que él
jamás le hizo daño a aquella mujer. Sabía que no lo haría. Pero sí se
la había fo… había tenido sexo con ella. Una loca cocainómana que
acababa de conocer. Porque él tenía sexo con cualquier cosa que
respirara y tuviera el equipo adecuado. Como si tuviera diecisiete en
vez de ser un hombre adulto. Todo el asunto era tan sórdido. No
quería que nada de eso tocara a Chloe. No quería que le rompieran
el corazón. Así que…
Se detuvo y apretó la mandíbula.
—¿Y? —preguntó Ellen suavemente.
A Harry le costó soltarlo, las palabras le salieron a desgana.
—Así que… cuando Chloe hizo aquel truco con su detective
privada y le exoneró cuando estaba enfrentándose a un tiempo en
prisión, pensé… va a colarse por él. Tal vez ya lo está. Todas lo
hacen. Y le romperá el corazón. Y no podré soportar pensarlo. Así
que le hice prometer a él que no tocaría a Chloe.
Ellen parpadeó.
—¿Con esas palabras? ¿Esas palabras exactas? ¿No toques a
Chloe?
—Seh. —Harry dejó caer la cabeza—. No sé en lo que estaba
pensando. Imagino que estarás bastante cabreada.
Ellen se rió y Harry volvió a levantar la cabeza.
—¿Qué?
—Ay, mi querido, queridísimo marido. —Ellen alargó la mano y
sonrió cuando la de él tomó la suya. Sus manos se sentían
maravillosas juntas. Siempre había sido así y siempre lo sería. Lo
sabía, sin ninguna sombra de duda, que si ella se moría primero, él
estaría a su lado y que pasaría a la otra vida con sus manos unidas.
Ellen dio un tirón hacia ella y Harry obedientemente se acercó.
Enterró el rostro en su cabello y respiró profundamente, soltando un
suspiro.
—¿No estás cabreada conmigo?
—Ay, amor mío. —Ellen se apartó y sonrió a aquel amado y
preocupado rostro—. ¿Cómo podría enfadarme contigo cuando tú
solito has logrado unir a dos de mis personas favoritas?
Harry miró alrededor de la habitación y luego a ella, como si
buscara la comprensión entre las paredes.
—¿Sí?
—Hmm. —Ellen le rodeó el cuello con sus brazos, disfrutando al
sentir su fortaleza bajo sus manos, sabiendo que era una fortaleza
tanto física como emocional—. Habría sido un desastre si se
hubieran liado enseguida. Chloe estaba tan insegura de sí, tan sola.
Tan malditamente vulnerable. Tenías razón sobre eso. Y Mike…
estaba acostumbrado a tener relaciones fáciles y sin emoción. Jamás
ha tenido que esforzarse por una mujer. Nunca ha conocido a sus
mujeres en el verdadero sentido del término. Fue muy listo por tu
parte obligarle a quedarse con los pantalones puestos. Así que,
¿cuándo pretendes levantar la prohibición?
—Ah… ¿nunca?
Ellen parpadeó.
—¿Nunca? Guau. Eso sería difícil de superar porque como has
visto, Mike te ha tomado la palabra. Ojalá hubiera sabido esto antes
para decírselo a Nicole. Nos volvimos majaras intentando descubrir
qué pasaba. Él casi nunca se aparta de su lado pero no da el paso.
Nos volvía locas.
—Vosotras dos podrías haberos encargado de vuestros propios
asuntos —señaló Harry.
Ya, ya.
—Eso no es una opción. Así que imagino que pronto Chloe va a
ser mi cuñada en todos los sentidos.
Harry levantó la cabeza de golpe.
—¡Ey! No, absolutamente no. —Frunció el ceño—. ¿No vas un
poquito rápido?
—No, para nada. —Ellen besó a su marido. Un besito, luego un
poco más profundo—. Él está loco por ella y ella está colada. Y en
vez de tener un lío desastroso al principio, en el que él la habría
dejado de golpe porque no podría manejar sus sentimientos y ella se
habría visto superada, desconcertada y dolida, ahora mismo están en
buen camino. Excepto por lo de los rusos yendo a por ella. Pero
aparte de eso, están muy bien encaminados. Has hecho un buen
trabajo, Bolt. Muy buen trabajo.
—Esa no era mi intención. Mi intención era apartar a Mike de por
vida, pero desde luego me llevaré las alabanzas.
Manteniéndole la mirada, sonriente, Ellen hizo un gesto con los
hombros que ni remotamente habría sido capaz de hacer dos años
atrás. Las tiras de su camisón le cayeron por los hombros, haciendo
descansar todo el camisón sobre la parte superior de sus pechos. Se
levantó junto a la cama, volvió a hacer ese gesto y el camisón cayó
sedoso al suelo. Con su nuevísima y sexy voz, le dijo:
—Creo que las buenas obras se merecen una recompensa, ¿no?
Se inclinó y colocó su mano en la entrepierna de Harry, con una
total y completa fe en que le encontraría caliente y duro como el
acero. Bingo. ¿Conocía a su hombre o no?
Un rápido meneo con su mano y lo tuvo siseando entre dientes.
—Me merezco una recompensa ¿no? —preguntó, su voz baja y
ronca—. Por ser tan astuto y eso. Tan listo de haberlo planeado.
Él la empujó sobre la cama, cayendo sobre ella. Aunque era
mucho más alto que ella, encajaban perfectamente. Siempre habían
encajado. Siempre lo harían.
Ellen lo sintió apretarse contra su monte. Una oleada de calor se
elevó desde su ingle y ella apretó hacia arriba, adorando sentirlo. Él
se alargó y endureció.
A ella le encantaba aquello. Le encantaba conocer su cuerpo tan
bien y que él conociera el suyo. En vez de hacerlo aburrido,
convertía su amor en algo infinitamente rico y complejo. Ella había
temido que Mike, con todo aquel trasiego en su cama, jamás
conociera aquello.
Tal vez ahora sí lo haría.
Harry le mordió detrás de la oreja, sabiendo que a ella se le
pondría la piel de gallina. Ellen sonrió sobre su hombro, atrayendo
su gran mano hacia el estómago.
Le mordió su lóbulo y sonrió de nuevo cuando él tembló.
Susurró directamente a su oído.
—Creo que te mereces otra recompensa. Una extra especial.
—¿Sí? —le susurró también él, interesado—. ¿Mejor que el sexo?
Eso suena bien. No puedo esperar.
—Pues tendrás que hacerlo, porque llevará un tiempo. —Ellen
apretó la mano sobre la de Harry, todavía en su estómago—.
Tendrás tu regalo para san Valentín. En unos ocho meses.
El cuerpo de Harry se estremeció sobre el de ella como si le
hubieran dado una descarga eléctrica. Se levantó apoyándose en los
antebrazos, mirándola profundamente a los ojos.
—Ellen. —Ella casi llora por la pura emoción en su voz, por lo
que veía en sus ojos—. ¿Otro hijo? Ay, Dios. ¿Otro hijo?
Ella sabía lo que significaba para Harry. Lo mismo que para ella.
Ambos estaban sin familia, habían estado solos en el mundo durante
mucho tiempo. Se habían encontrado mutuamente y habían hecho a
Gracie, que llenaba sus vidas de júbilo. Luego habían encontrado a
Chloe. Ahora otro hijo.
Era casi demasiada felicidad.
Harry cayó sobre ella como si de golpe los brazos no pudieran
soportar su peso. Le temblaron los hombros y ella le sostuvo fuerte,
fuertemente, besándole la oreja, el cuello, la cara. Cualquier cosa que
su boca tocara. Lo rodeó con sus brazos y piernas, intentando
envolverse sobre él, y mientras se besaban, él se deslizó dentro de
ella y se mecieron suavemente juntos, Harry, Ellen y el bebé que
llevaba.
Capítulo 13

Mike arrastró la maleta de Chloe adentro y la apoyó contra la


pared. Se habían detenido en el apartamento de ella para coger
algunos efectos personales. Podría volver en el momento en que
quisiera a buscar cosas que pudiera necesitar, siempre y cuando él
estuviera con ella. O Barney. Y solo durante unos diez minutos.
De lo contrario, iba a quedarse en su apartamento hasta que ellos
descubriesen qué estaba pasando.
Porque su apartamento tenía una puerta reforzada con paneles
de acero que se extendían a ambos lados y cámaras de seguridad en
el exterior.
En su armario para las armas tenía dos Glock 19s, dos Glock 23s,
un Colt 1911A1, una Browning Hi-Power, una Sig Sauer P226, una
HK USP Compact Tactical .40, una carabina Colt AR-15A, dos rifles
M4 exactamente iguales a los que llevan los Marines, una enorme
escopeta de combate Mossberg 590 Combat, buena para matar
cualquier cosa, un Remington 700, una Barre M92, una Barre M95
y su bebé, una Barre MRAD, que probablemente podría matar a un
tío malo desde la luna. Y cincuenta mil cartuchos de municiones.
Dos miras telescópicas, cascos de combate y gafas de visión
nocturna que calzaban sobre los cascos, dos conjuntos de protectores
para el cuerpo, hechos especialmente a medida para su físico extra
grande. Todas sus armas estaban inmaculadas y aceitadas. Más de
treinta metros de cable y cuatro garfios de diferentes tamaños. Diez
granadas de mano diseñadas para aturdir. Casi cuatrocientos
gramos de C4, completamente ilegales y mil seiscientos metros de
cable detonante. Cinco pares de botas de combate. Dos chalecos de
combate. Cinco jeringas preparadas con un anestésico para animales,
garantizado para poner a un hombre fuera de combate en segundos.
Y cuchillos. Amaba los cuchillos. Tenía uno de titanio negro SOG
Aegis, un Zaccara Bowie, un Garrison Fighting Knife, un Gerber
Fast, un Balisong y un kerambit.
Así que, ¿si llegaba el apocalipsis de los muertos vivientes? Mike
estaba más preparado para ello.
Chloe estaba de pie en el umbral de la puerta, mirando al suelo.
En estos últimos seis meses en los que Mike había sido su sombra
había estado en aquel lugar exactamente dos veces y durante dos
minutos cada vez. Esa era, probablemente, la razón de por qué no
había mucho allí.
Él había vivido allí casi cinco años y el lugar no era ni de lejos tan
acogedor como el apartamento de Chloe a la semana de que se
mudara.
Su casa era un lujoso apartamento de soltero con un lugar para
dormir, uno para comer y uno para ver la televisión. Eso era todo.
En seis meses, Chloe había hecho de su pequeño apartamento en el
mismo piso que el de Harry un pequeño refugio, el tipo de lugar
donde suspirabas de placer tan pronto como cruzabas el umbral.
Todo allí era suave, colorido y olía genial.
Tal vez en casa de Mike pudieras suspirar de alivio porque
estarías a salvo contra casi cualquier cosa, excepto un ataque con
lanzagranadas antitanques, lanzadas desde un barco en el océano.
Pero no había nada de suavidad, combinación de colores o incluso
olores agradables.
La señora rumana que se encargaba de la limpieza era una gran
creyente en acribillar gérmenes con Lysol. Nada de cera con olor a
limón para ella. En su casa no había gérmenes. Estarían demasiado
aterrorizados por Alina para prosperar.
Ni calor, tampoco.
Una vez que la puerta se cerró detrás de ellos, Chloe miró a su
alrededor con cuidado como si nunca antes hubiera visto el lugar.
Con el mismo cuidado con que evitaba mirarle a él.
Mike debería ofrecerle… algo. ¿Qué? Tenía un montón de
cervezas y patatas fritas. Una gran colección de licores, incluyendo
todos los whiskys conocidos por el hombre. Patatas fritas y pizzas
congeladas . Filetes congelados. Nachos y queso. Y algún chorizo.
Cristo. Nada de leche o té. Ahora que lo pensaba, ni verduras, ni
frutas, ni tampoco pan o mermelada. Nada que ni remotamente
pudiera ser considerado comida o bebida casera .
¿Qué había para Chloe aquí? Nada.
Se miraron el uno al otro y desviaron la mirada.
Tío, esto no era como Mike lo había planeado. Porque muchas
noches, con una enorme erección y ninguna parte a donde ir con
ella, se le habían ocurrido un montón de escenarios diferentes.
Primero, por supuesto, de alguna manera conseguía que Harry
deshiciera la maldición. Él no tenía ni idea de cómo funcionaba eso,
pero en sus fantasías e incluso en sus sueños, simplemente sucedía,
algo así como magia. Zas, la maldición estaba deshecha.
Entonces, la encantaba, la hechizaba.
Excepto que él no tenía ningún puñetero encanto.
Sus fantasías no llegaban muy lejos. Por lo general, se saltaba
todo el principio de complicadas negociaciones con Harry e iba
directamente a imaginar a Chloe desnuda en su cama. Ese era
siempre su punto de partida.
Ahora existía un verdadero punto de partida y las palabras
acababan de morir en su garganta.
—Te, hum, ofrecería té pero no tengo.
Eso hizo sonreír a Chloe. Jesús, a él le gustaba verla sonreír. Su
rostro brillaba, incluso cuando se trataba de una pequeña sonrisa
como ahora.
Ella hurgó en uno de los bolsillos laterales de la maleta y se
acercó con varios paquetitos.
—Bien, he debido percibirlo, porque me he traído una selección
de tés de mi apartamento.
Podría verse perdida, pero tío, también se veía tan
puñeteramente bella. Cansada y desanimada, con un vendaje en el
brazo y todo el maquillaje lavado, seguía eclipsando a cualquier
mujer sobre la que Mike hubiera puesto sus ojos con anterioridad,
incluso a Nicole, que era mucho decir.
Había algo tan… tan áureo que la rodeaba. El suave cabello
dorado, los ojos dorados, esa piel pálida y hermosa, ahora bronceada
con el más ligero de los tonos dorados. Ella simplemente estaba de
pie allí, mirándole, imitando su ejemplo. Él estaba allí de pie,
mirándola.
Deseando que su erección bajara.
Bueno. Bien, por duro que fuera de entender y de hacer, Mike iba
a ir en contra de cada uno de los instintos que poseía y sería un
perfecto caballero. Puede que Harry de manera tácita hubiera
acabado con la maldición sobre tocar a Chloe, pero el hecho era que
ella había pasado por actos de violencia y había sido sexualmente
asaltada.
Jesús, cada vez que pensaba en eso quería ir a la morgue, revivir
al tío que había matado y aporrearle una vez más. Luego ir al
Departamento de Policía de San Diego, donde estaba el otro hijo de
puta y aporrearle también.
Estaba acostumbrado a la violencia. Le iba estupendamente con
la violencia. Podría decir que era un experto en violencia; lo había
sido, desde los cinco minutos posteriores a que su familia fuera
masacrada. Había dedicado su vida a entenderla y dominarla.
La violencia era un lenguaje, el único lenguaje que los tíos malos
entendían y Mike en verdad, lo dominaba.
Pero el tipo de violencia en la que Mike creía tenía un propósito.
Proteger a las personas como Chloe, que se suponía no debían ser
alcanzadas por ella.
Y sin embargo, a Chloe la había alcanzado toda la vida.
Le habían entrenado en la violencia desde su infancia y aún no
lograba comprenderla. ¿Cómo pudo el novio de la madre de Chloe
agarrar a una niña, fracturarle el brazo y golpearla con fuerza contra
la pared? ¿Cómo pudo su padre adoptivo romperle el mismo brazo
y querer violarla? ¿Y cómo pudieron hacer el intento de violarla esos
dos cabrones rusos y luego arrojarla a través de la habitación?
¿Cómo los hombres podían hacer eso? ¿Cómo podía algún
hombre hacer eso a Chloe? Basta con mirarla, pensó, de pie en silencio
en la sala, con los ojos tristes y nerviosa, indescriptiblemente
hermosa, un espíritu tan tierno que te sentías mejor en el mismo
instante en que la veías.
Todo el mundo se sentía mejor cuando ella andaba por ahí.
Gracie y Merry, con el certero instinto primario que poseían los más
jóvenes, se sentían atraídas hacia Chloe como plantas a la luz del sol.
Todo el mundo la amaba.
Incluido él.
Jesús.
Se frotó el pecho.
Regresa a la Tierra, ya sabes… Métela en tu cama.
Pero en lugar de uno de sus suaves parloteos habituales, lo que
salió fue…
—Entonces, ¿quieres un poco de ese té que has traído?
Ella se veía cada vez más perdida.
—Sí. Por favor.
Él no se movió. Ella tampoco.
Algo había sucedido al cerebro de Mike. Se había trabado en un
nuevo engranaje que no reconocía.
Con los años había perfeccionado su charlatanería de seducción.
Tenía trozos enteros de diálogos memorizados, pequeñas
ramificaciones lógicas que él seguía como un robot. Si ella decía esto,
él decía aquello. Pero si ella decía aquello, entonces él decía esto.
También se había cronometrado a la perfección, en media hora
como máximo, podía conseguir que cualquier mujer que deseara
estuviera desnuda y en su cama. O en la de ella. En realidad prefería
en la de ella, así podía irse tan pronto como acababa.
A menudo solo le llevaba unos pocos minutos cerrar la
transacción. Todo le era tan conocido que lo había programado en su
cerebro, por lo que no tenía que pensar realmente en nada.
Ponía el mecanismo en marcha y éste rodaba completamente por
sí mismo, mientras él estaba pensando en dónde dejar sus ropas y
dónde estaba la salida para después.
Nada de todo aquello le servía con Chloe. No tenía libreto,
ninguno en absoluto, porque, bueno… se trataba de Chloe.
Mike sabía que debía dirigirse a la cocina porque ella quería…
¿qué quería? No podía recordarlo. Era irrelevante, porque no quería
dejar la habitación donde ella estaba.
Di algo.
—Y, eh. Vamos a instalarte en mi dormitorio. Solo hay que vaciar
mis cosas de los cajones y hay mucho espacio en el ropero. Las
toallas y… eh, las cosas están…
Joder. ¿Dónde guardaba sus toallas? La señora de la limpieza las
retiraba del baño, hacía algo con ellas y las traía de vuelta al cuarto
de baño. Nunca había visto nada de eso.
—En el armario del pasillo —terminó Chloe por él—. Ahí es
donde Alina las guarda.
Oh. Muy bien.
Mike se sentía fatal. Torpe. Las manos, los pies y la lengua
demasiado grandes. No podía moverse, apenas podía hablar.
—Entonces… supongo que dormiré en el sofá. No hay problema.
Créeme que he tenido que dormir en condiciones bastante peores.
Chloe dio un paso hacia él, luego se detuvo. Sus ojos sondeando
en los suyos, buscando algo.
—¿Es eso lo que quieres, Mike? —su voz era baja, apenas un
susurro—. ¿Dormir en el sofá?
¡Mierda, no!
Tenía las palabras en la lengua, pero no le funcionaba. Abrió las
manos de manera impotente, incapaz de hablar.
Chloe dio otro paso hacia adelante y otro más. Ahora estaba tan
cerca que podía olerla. Verla así, tan hermosa, suave y dorada, sentir
su calor corporal, olerla… era una sobrecarga sensorial. No pudo
soportarlo y cerró los ojos.
Una mano delicada se apoyó en su hombro.
—¿Mike? No has contestado a mi pregunta. ¿Quieres dormir en
el sofá?
Los ojos de Mike se abrieron de repente para encontrar su cara
tan cerca de la suya que podía ver cada una de sus pestañas. La
pregunta no iba en broma. No estaba siendo tímida o jugando
jueguecitos. No era una pregunta ociosa. Ella lo decía absolutamente
en serio.
¿De verdad Chloe quería saber si prefería dormir en el sofá que…
¡Dios!… con ella? ¿Cómo podía preguntarse eso?
Y entonces sucedió algo extraño. Mike se vio superado por
primera vez en su vida. No estaba considerando una situación de
manera integral desde su punto de vista.
Mike vio a Chloe, realmente la vio, mirando más allá de él. Vio el
miedo que tenía, lo valiente que era. Vio lo que sentía por él, allí
mismo, en sus ojos. Vio que cualquiera que fuera su respuesta, ella la
aceptaría.
Pálida, llena de moretones, Chloe estaba preguntando si la
quería. Y cuando él observó, pudo ver que se estaba preparando
para el rechazo.
—No —la palabra salió cruda, ronca, como si no hubiese hablado
en días—. No, no quiero dormir en el maldito sofá.
Mike tendió una mano, vio el vendaje en su brazo y se detuvo.
Dejó caer el brazo a su lado.
—Estás herida.
Tío, la sola idea de hacerle daño… le daba náuseas. Mike era
rudo en el sexo. Nunca había pensado en eso. La mayoría de las
veces su cerebro se desconectaba y su cuerpo se hacía cargo.
Cuando pensaba en ello, que no era a menudo, se daba cuenta
que se follaba al tipo adecuado de mujeres, las que se excitaban con
él, lo que era una buena cosa, también, porque no se esforzaba
mucho por darles placer a ellas.
Él se encargaba del propio y ellas de conseguir el suyo. Ambos
salían ganando.
En ese momento estaba excitado como un loco, duro como un
garrote. Los músculos contraídos al máximo por la tensión sexual.
Aquel era un terreno conocido, era justo el momento en que su
cerebro desconectaba y su polla se hacía cargo.
¿Pero… supón, solo supón que perdía el control y lastimaba a
Chloe en el brazo o que era rudo por donde ella tenía los
hematomas? Podría ocurrir si no prestaba atención. Sintió que bilis
caliente le subía a la garganta de solo pensarlo.
La imagen de Chloe dolorida por culpa suya se abrió paso,
brillante y clara en su mente, fría y precisa. Al oír su grito de dolor,
dolor que le habría causado… Oh, Jesús. Mierda no. Preferiría
arrancarse el corazón.
Porque podría. Si salía con su mierda de siempre, estaría
completamente concentrado en su polla dentro de Chloe y la
experiencia le decía que no estaría pensando en absolutamente nada.
Y la podría lastimar.
—No puedo hacer esto, Chloe —susurró, las palabras casi
físicamente irritantes contra su garganta—. Es que no puedo.
Ella dio un paso hacia atrás bruscamente. Su rostro se cerró por
completo y ahora parecía una pequeña muñeca… de porcelana,
perfecta y sin vida. De alguna manera estaba muy lejos de él, fuera
del alcance de su toque, aunque no estuviera más que a unos
centímetros de distancia. Se había cerrado a él por completo.
—No hay problema —dijo en voz baja—. Necesito una ducha y
luego me iré a la cama. No necesito el té. Voy a, hum, entrar en el,
hum, dormitorio. Ahora mismo.
Su voz comenzó a temblar, a quebrarse. Se volvió rápidamente,
pero no lo bastante rápido para que él se perdiera el dolor en su
rostro, y Mike estuvo a punto de arder de rabia contra sí mismo.
¿No quería hacerle daño? ¿Qué te parece ahora mismo, genio? Estás
causándole muchísimo dolor en estos momentos.
Esta era una mujer que había padecido actos de violencia tres
veces. Más de lo que cualquier mujer debería tener que soportar. Y
cada maldita vez se había quedado completamente sola. Incluyendo
ahora mismo.
En este momento la estaba enviando a su dormitorio sin siquiera
un abrazo. ¿Y por qué? Porque era un cobarde. Toda esa cosa de
dañarla era verdad, pero también eran gilipolleces de primer orden.
No gesticulaba frenéticamente mientras follaba. No mordía o
retorcía las extremidades. Podía controlarse lo suficiente para no
lastimarla físicamente. Eso era todo, una sarta de estupideces.
La verdad era que estaba aterrorizado. No había nada allí que
reconociera ni remotamente como familiar, excepto su erección. E
incluso esta se sentía algo diferente. No era una erección normal de
la clase que tenía cuando una mujer disponible estaba cerca. No, era
una erección Chloe, de cabo a rabo. Imposible de aceptar, imposible
librarse de ella.
Estaba que reventaba de loca energía.
Se sentía tosco e inseguro, como si estuviera a punto de caer en
un enorme agujero negro, para nunca volver a encontrar el camino
de regreso. Estaba aterrorizado de que eso fuera a cambiarle de
algún modo desconocido y de manera instintiva había tomado la
escapatoria del cobarde, rechazándola. No importaba que Chloe
estuviera siendo herida en el proceso, con tal que el trasero del viejo
Mike estuviera a cubierto.
Esos cabrones la habían lastimado físicamente, pero Mike, tío, él
era un verdadero campeón, porque no lastimaba su cuerpo, el cual
sanaría; le lastimaba el corazón, que no cicatrizaría. Le necesitaba en
ese preciso momento y él le estaba volviendo la espalda.
Y aun dándose cuenta de eso, aun sabiendo que Chloe estaba
regresando a su dormitorio para ocuparse de su miedo y de su
trauma por sí misma, como siempre había hecho, él titubeaba,
inmóvil como una estatua. Incapaz de avanzar, de moverse en
absoluto.
Porque aquel era un gran momento para él y su vida iba a
dividirse en dos, justo allí, en ese mismo instante.
Ella desaparecía dentro de la habitación y en un segundo sería
demasiado tarde. Se quedaría para siempre en ese lado de la línea,
solo y herido.
—Chloe —dijo en voz baja—. Detente.
Se detuvo, de espaldas con la cabeza baja.
Y entonces Mike dijo tres palabras que nunca antes había dicho a
un ser humano. Tres palabras que nunca pensó que podría decir, tres
palabras que había trabajado toda su vida para no tener que decir.
—Chloe —la voz era ronca, las palabras dolorosas de decir—. Te
necesito.
Ella se dio la vuelta y Mike hizo una mueca al verle el rostro.
Blanco hielo, sufriendo, sin esperanzas.
Si ella quería despotricar contra él, gritarle, tendría todo el
derecho. Él jamás habría tratado de esa manera tan insensible a
ninguna mujer que hubiera soportado un episodio de violencia.
Entonces, ¿por qué se lo estaba haciendo a ella?
Mirando en lo profundo de su corazón, algo que para él era muy
incómodo y que hacía lo menos posible, entendió por qué. Era
porque Chloe le importaba demasiado, pero ¿cómo podría saberlo
ella?
Segurísimo que nunca le había dicho lo que sentía. No en todos
esos seis meses en los que había sido su sombra. Le reparaba cosas
en la casa, funcionaba casi como su chofer, le llevaba las bolsas con la
comida, le hacía compañía cuando ella trabajaba de niñera y se
aseguraba de que hiciera sus ejercicios de sobrecarga correctamente.
Todas esas cosas de tío bueno que no le costaban nada, pero que
significaban que podía estar junto a ella. Porque levantarse por la
mañana, sabiendo que iba a llevar en coche a Chloe a RBK o al
refugio, o que iba a divisarla en el gimnasio del condominio tres
mañanas a la semana, bueno, eso le alegraba el día.
Ni una palabra sobre lo que significaba para él. Nunca. Ni una
puta palabra.
No era de extrañar que no esperara nada de él, ni siquiera ahora,
cuando lo necesitaba.
Lo estaba mirando, con los ojos abiertos de par en par y la boca
entreabierta. Conmocionada.
—¿Qué has dicho?
El propio Mike estaba sorprendido. La mano que le tendía
temblaba. La mano de francotirador temblaba. Su mano nunca
temblaba, pero ahora sí.
Pasó por encima de ese abismo que los dividía de manera
abrupta en un antes y un después, le tomó la mano sana y se la llevó a
la boca. Su piel era tersa y estaba helada. El frío de la conmoción.
Bueno, por supuesto.
Había sido atacada de manera brutal y violenta. Su peor
pesadilla hecha realidad. Una vez más.
Mike odiaba verla así, la vieja Chloe, la Chloe que había
aparecido en RBK en una búsqueda descabellada, asustada e
insegura. Incluso se movía como la vieja Chloe, lenta, renuente,
tambaleante.
Aquella vieja Chloe había desaparecido en los últimos seis meses,
envuelta en los pliegues de una familia grande y cariñosa, amada
profundamente por dos niñitas y con Mike… pues bien, con Mike
dando muchas vueltas. Por lo menos, haciendo que los músculos de
Chloe se desarrollaran.
Ahora caminaba bien y rápido, se reía a menudo y era una
persona encantadora y tranquila. Antes había sido bonita, ahora era
de una belleza extraordinaria.
¿Cuánto le dolería ver regresar a la mujer dañada que había
llegado a San Diego, teniendo la esperanza, pero sin poder contar
con encontrar a una familia?
—¿Cómo me necesitas? ¿Qué quieres decir? —le preguntó al fin.
Estaba tan conmocionada que le llevó un par de palpitaciones
contestarle—. No entiendo.
Mike continuaba sosteniéndole la mano, tratando de calentársela.
Pero también porque se sentía muy bien en la suya. Subió la otra
mano para tocarle la mejilla. Ella respingó del susto de manera
instintiva y el corazón de Mike dio un golpe enorme en su pecho.
Toda su vida los hombres la habían lastimado. Aunque Chloe
sabía que nunca la podría lastimar, no le había dado ninguna razón
para recurrir a él, para pensar en él como un refugio. Se sentía en
carne viva y sola, escondida en sí misma, rodeada por su soledad
como un campo de fuerza. Mike quería destruir ese campo de
fuerza, hacerlo pedazos.
Chloe controló su respingo y dejó que los dedos le acariciaran la
mejilla, bajando el dorso de estos por el cuello. La piel tan tersa, tan
suave, tan fría.
—Te necesito de todas las maneras que existen, Chloe. No soy
bueno con las palabras como tú, así que no puedo explicártelo, pero
con toda seguridad te lo puedo mostrar.
Se acercó aún más, se inclinó ligeramente, la levantó en sus
brazos y la llevó al dormitorio.

* *
Mike la llevaba a su dormitorio.
De adulta, Chloe nunca había sido llevada en brazos. De niña sí,
enferma en el hospital. En todas las miles de novelas románticas que
había leído, siempre le encantó cuando el hombre llevaba en brazos
a la mujer a alguna parte. Parecía alimentar cierto lado cerebral
femenino primario que era tercamente resistente a las nociones
modernas de igualdad entre sexos.
Suspiraba ante las escenas que leía, sin creer, ni en un millón de
años, que algo así alguna vez le fuera a ocurrir. Y, sin embargo, allí
estaba, en los brazos de un hombre fuerte, que la llevaba a alguna
parte. Al dormitorio, de hecho.
Mike la acarreaba con facilidad, sin mirar por dónde iba. Lo
único que miraba eran sus ojos.
Era inexplicablemente fuerte y no mostraba ningún indicio de
estar haciendo algún tipo de esfuerzo. Bien podría haber estado
llevando un vaso de agua y no una mujer adulta. Y ella había subido
casi siete kilos de puro músculo durante esos últimos seis meses.
Mike se había encargado de eso.
Para mantener el equilibrio, Chloe le había echado los brazos al
cuello, disfrutando del movimiento de sus músculos de los hombros
por toda la cara interna de sus brazos. Puro y absoluto poder
masculino.
Mike caminó lenta y directamente al dormitorio, que ella nunca
había visto. Su corazón latía dolorosamente acelerado cuando
cruzaron el umbral.
La luz de la luna que brillaba fuera de los grandes ventanales
lanzaba un tenue resplandor sobre una enorme cama con un
cabecero de madera curvado, una cómoda grande, una alfombra de
colores claros y un sillón.
Caminó junto a la cama hasta una puerta ubicada en la pared
izquierda. Se agachó apenas con ella en los brazos, abrió la puerta y
accionó el interruptor del cuarto de baño. Chloe entrecerró los ojos
ante el destello de luz.
—Guau —la bajó con cuidado, sin dejarla ir hasta que estuvo
seguro que ella estaba firme sobre sus pies. Sacudió los brazos como
si hubiera acarreado un peso insoportable y resopló de manera
dramática. Un hombre que acababa de terminar una tarea dura y de
enormes proporciones. Dejó escapar un último aliento con un
soplido, poniendo fervor y dramatismo en ello.
—Tío. Realmente has subido esos kilos, Chloe. Por poco no llego
hasta aquí.
Ella miró, sorprendida, sus brillantes ojos azules, era como
sondear en reflectores azules. Los labios masculinos estaban
fruncidos, luchando contra una sonrisa.
¡Él estaba coqueteando con ella!
Había estado baja de peso toda su vida. Una vez, cuando tenía
doce años, después de tres operaciones en cuatro meses, había
perdido tanto peso que su riñón se había descolgado.
Ahora pesaba algo cercano a lo normal, y una buena cantidad de
ese peso era músculo. Ella lo miró con los ojos entrecerrados.
—Ten cuidado, Keillor. O te daré una paliza.
La amplia sonrisa se liberó. Ella le sonrió también, tan contenta
por el momento ligero, que apagaba la oscuridad por un segundo.
Entonces la oscuridad y los recuerdos regresaron.
Chloe tembló de manera involuntaria y Mike se puso serio. Sus
ojos buscaron los de ella, la cara sombría.
—No puedo garantizar que nada malo te vuelva a ocurrir jamás,
dulzura. No puedo. Nadie puede. No puedo garantizar que una teja
no se caiga de un techo y te golpee en la cabeza. No puedo evitar que
un imbécil borracho se estrelle contra tu coche. Pero mírame, Chloe
—le tomó la barbilla con su fuerte mano—. Una cosa sí puedo
garantizar, que esos dos o cualquier otra persona que esos envíen
nunca te tocarán de nuevo, no mientras yo viva. Espero que eso te
haga sentir mejor.
El rostro de Mike se veía decidido y ligeramente pálido. A años
luz de distancia de la cara de tío parrandero que presentaba a todo el
mundo. El bueno de Mike. Bueno para echarse unas cervezas y unas
risas.
Este no era ese Mike. Ni siquiera estaba en el mismo universo de
ese Mike. Este Mike era una fuerza de la naturaleza; resistencia y
voluntad marcándose en cada línea de su cuerpo.
Ella asintió con la cabeza mientras una nube pesada se levantaba.
No, nadie le podría garantizar que ya no le fuera a ocurrir nada
malo. Eso no era posible para nadie. Pero estaba absolutamente
segura de que en ese momento estaba completamente a salvo y si el
brillo caliente en los ojos de Mike era alguna indicación, algo muy
bueno podría ocurrir muy pronto.
El cuarto de baño tenía una enorme bañera y una gran cabina de
ducha.
—Imagino que quieres asearte —dijo Mike—. ¿O quieres algo de
comer primero?
Su brazo todavía la rodeaba. Estaba muy cerca, tan cerca que
podía ver la línea de demarcación entre su espesa barba de un día y
la piel clara y bronceada de su cuello. Los ojos azules se quedaron
clavados en los de ella.
—¡Asearme! ¡Oh sí, por favor! —la idea de lavar la horrorosa
experiencia, de quitar con el agua la violencia y el horror, vencía por
goleada a comer o dormir.
Mike sonrió apenas.
—Me lo imaginaba. ¿Baño o ducha?
Normalmente, baño. Remojarse en agua caliente era una forma
natural de sanar muchas cosas, incluyendo hematomas. Pero ella
quería agua cayéndole encima, llevándose la violencia, chorreando
por su cuerpo, gorgoteando por el desagüe, junto con el recuerdo de
los dos hombres atacándola.
—Ducha.
Él asintió, sus ojos azules sin apartarse en ningún momento de
los de ella. La observaba con atención mientras la hacía entrar y se
metía detrás de ella, manteniendo la mano contra la parte alta de la
espalda femenina, su enorme mano casi la cubría. La mano era
cálida y pesada y él la mantuvo allí, arriba de la cremallera,
esperando su permiso.
Ella asintió con la cabeza de manera brusca.
Él tiró de la lengüeta, un deslizamiento largo y lento por su
espalda, separando los dos lados. El aire frío resbaló por su espalda
desnuda. Lo estaba observando con atención y notó el momento
exacto en que él se dio cuenta de que no llevaba sujetador.
Sus pechos no eran grandes, ni pesados. No necesitaba un
sujetador. Durante el invierno usaba camisolas de seda y en el
verano nada, le gustaba la sensación de la seda, el algodón o el lino
contra la piel desnuda.
La piel de Mike se tensó sobre sus altos pómulos mientras el
dorso de sus dedos la recorría, sin encontrar nada más que piel. La
mano se posó sobre la piel desnuda de la parte baja de la espalda, un
peso caliente y excitante.
El calor se difundía de la mano a todo lo largo de su cuerpo,
desterrando el frío e incluso cualquier idea sobre frío. Chloe estaba
esencialmente en sus brazos. Se quedó de pie en silencio,
disfrutando de cada sensación única, absorbiéndola. El silencio
expectante, el sonido suave de la respiración de Mike, el calor de su
mano, el aura de fuerza y sexo que pulsaba en torno a su persona.
Mike se había abstenido meticulosamente de tocarla en estos
últimos seis meses, por lo que esa enorme sensación de poder y calor
era nueva. Bienvenida, desconcertante, excitante.
Estaban de pie pecho a pecho, la mano de él en la parte baja de su
espalda en el silencioso baño. Un chorro de agua rompió el silencio.
Mike mantuvo la mano debajo del chorro, sin apartar la mirada en
ningún momento.
—¿Cómo de caliente la quieres?
—Caliente, pero no hirviendo.
Ahora sus dos manos estaban sobre ella. Con suavidad apartó el
frontal del vestido, deslizándolo por sus brazos, teniendo especial
cuidado con el brazo vendado. Sosteniéndole la mirada, tiró de la
ropa y esta cayó a sus pies.
Ella estaba vestida con bragas y sandalias.
Con el rostro tenso, Mike retrocedió un poco y la miró. Allá
donde la miraba su piel ardía como si la hubiera tocado con las
manos.
Subiendo la mirada de nuevo, susurró:
—Eres tan hermosa, Chloe.
Por la forma en que la miraba, bien podría haber sido Grace
Kelly, Angelina Jolie e incluso Nicole Kidman, todas juntas en una,
solo que más baja.
—Gracias —bajó la voz al igual que él, como si estuvieran
intercambiando confidencias.
Mike se acercó aún más. Entonces, sin previo aviso, apoyó una
rodilla en el suelo, como lo haría un caballero ante su reina.
Sorprendida, Chloe miró hacia abajo a la parte alta de la cabeza
masculina. Tenía un cabello hermoso, muy brillante, grueso y de
color castaño que mantenía corto. Pero desde arriba podía ver que
sería rebelde si no estuviera cortado muy corto.
La luz del cuarto de baño captaba algunos mechones de cabello
rubio y algunas canas a lo largo de la sien.
Ella levantó la mano, manteniéndola encima de su cabeza,
insegura. Entonces… al diablo con ello… colocó la palma de la mano
sobre la cabeza de Mike y pasó los dedos por el cuero cabelludo. El
cabello era suave y cálido. Un olor a champú de menta flotaba en el
aire.
Algo escapó de la garganta de Mike, un sonido como el ronroneo
de un felino y movió la cabeza debajo de su mano, en clara
invitación. A Mike le gustaba cuando le tocaba el cabello. Chloe
extendió los dedos y los dobló, dejando que las cortas hebras le
hicieran cosquillas.
Él dejó salir aire.
—Me gusta esto —su voz era grave, casi gutural.
—Me alegro —dijo simplemente Chloe.
Mike se quedó de rodillas delante de ella otro minuto mientras
Chloe le pasaba la mano por el pelo, luego levantó la mano y le bajó
las bragas por las piernas, alzando un pie primero y luego el otro.
Chloe movió la mano desde su cabeza al hombro para mantener
el equilibrio. Su cabello se había sentido agradable debajo de los
dedos, pero su hombro… bueno, agradable no era la palabra.
Hacía seis largos meses ella lo había tenido entre sus brazos y
había sido maravilloso. Pero había sido tan fugaz, tan breve. Apenas
recordaba besarle, excepto en sus sueños.
Pero ahora… ¡ah, qué delicia! Músculo de acero, puro poder
masculino fluía a través de sus dedos, casi como un traspaso de
fuerza.
Mike le quitó las sandalias, pero no se levantó. En lugar de eso,
adelantó la cabeza y le acarició el vientre con la nariz. Su rostro
estaba caliente contra su vientre. Tenía un poco de barba incipiente y
le hacía cosquillas en la piel.
La lamió, justo al lado del ombligo y la sensación de cosquilleo se
transformó en una ráfaga de calor tan intenso que fue como una
puerta abierta a una hoguera. Lamió de nuevo, abrió la boca contra
la piel y la mordisqueó.
Chloe se estremeció. La excitación estaba ardiendo en su interior.
Volvió a morder, solo un pequeño mordisco que envió chispas
eléctricas a lo largo de ella. Cuando lamió la diminuta marca del
mordisco, su vagina se contrajo, los músculos se cerraron con fuerza
rodeando un pene invisible. La contracción fue tan fuerte que los
músculos del estómago se movieron.
Mike dejó escapar un suspiro contra su vientre y echó hacia atrás
la cabeza para mirarla. Él había visto… probablemente había
sentido… lo que le hacía. Pero no tenía esa mirada de suficiencia
masculina de un hombre que ha excitado a una mujer. Su rostro
estaba marcado por líneas que parecían casi de dolor.
Exhaló otro suspiro y se levantó con rigidez, casi como si le
dolieran los músculos. Una mirada hacia abajo y Chloe pudo ver
porqué. No tenía puestos sus vaqueros habituales. Llevaba
pantalones de gabardina de algodón color caqui y ella podía verlo
delineado contra el material ligero.
Guau.
—Te excito —no podía creer que había dicho esas palabras. Miró
en torno al cuarto de baño para ver si alguien más estaba allí. Pero
solo estaba Mike.
Él hizo una mueca de dolor.
—No tienes ni idea, Chloe.
—Entonces, ¿por qué…—Aquello era tan difícil. No estaba
acostumbrada a expresar sus deseos. Sería embarazoso si no
necesitara saberlo tanto como necesitaba respirar. Ni entonces ni
ahora tenía sentido para ella. Todo lo que sabía era que el
distanciamiento de Mike esos últimos seis meses había sido muy
doloroso, como una púa filosa clavada en su corazón—. ¿Por qué te
has mantenido alejado? Digo, no que te hayas ido, andabas por ahí
pero… —Las palabras se le atascaron en la garganta pero tenía que
sacarlas a la luz. Nada de tragarse más lo que se necesitaba decir.
Entonces lo miró directamente a los ojos y se sinceró. ¿Qué podría
ser lo peor que pudiera suceder? Bueno, podría romperla en mil
pedazos… no, no tenía importancia. Incluso si la desgarraba en mil
pedazos, había sobrevivido a peores cosas—. Me besaste aquel día,
en el Del Coronado. Te acuerdas, ¿verdad?
Silencio. Solo el sonido del siseo del agua saliendo de la ducha,
salpicando los azulejos. Los músculos de la mandíbula de Mike
saltaron.
—Oh sí, lo recuerdo. Hasta el día en que me muera, Chloe, lo voy
a recordar.
Parecía tan sincero. Y sin embargo…
—¿Entonces por qué, Mike? Me dolió mucho. —Las palabras
brotaron ásperas y cortantes contra los músculos cerrados de su
garganta.
Ella recordaba aquel día con tanta claridad. El beso mágico, como
lo llamaba cuando pensaba en él. Algo mágico, dorado. Perdido.
Como un sueño, hacía mucho tiempo. Cuando la investigación de
Amanda demostró más allá de cualquier sombra de duda que Mike
no podría haber golpeado a aquella pobre mujer, Chloe se había
quedado esperando con Ellen y Nicole. Ambas habían saltado
cuando llegaron sus maridos para abrazarlos.
Chloe había saltado también, para correr hacia Mike.
Y él había dado un paso hacia atrás, los ojos sin expresión alguna
y entrecerrados; y le había roto el corazón. Los brazos que había
extendido para abrazarlo cayeron a sus costados.
Mike se había quedado de pie allí, tieso, mirando al suelo, le
había agradecido de manera formal y se había marchado. Chloe
había permanecido allí, consternada, incapaz de moverse.
Los demás la habían mirado, las mujeres con piedad en los ojos.
Harry le había pasado el brazo por los hombros y la había apretado.
—Gracias, cariño, por lo que has hecho —le había dicho, y ella
había asentido con la cabeza, incapaz de hablar. Porque si hablaba,
las lágrimas le hubieran salido a raudales.
El resto de la noche había sido un borrón, cuando volvieron a
sentarse a la mesa sin Mike y terminaron la comida. Chloe tenía
mucha experiencia con lo de sentirse fuera de lugar, así que había
tragado un poco de comida, desparramado el resto por el plato,
contando los segundos hasta que pudo decir que estaba cansada y
que le gustaría irse a la cama.
Donde lloró hasta quedarse dormida.
Y entonces Mike se presentó a la mañana siguiente, después de
haber llamado al gerente del condominio, le encontró un
apartamento en la planta del de Harry. La acompañó a todas las
tiendas de muebles en San Diego, o así se lo pareció, trabajó junto a
los tíos que trajeron el mobiliario, los ayudó a entrarlos y cuando fue
necesario, los ensambló y la tuvo establecida en menos de tres días.
Desde entonces lo había visto todos los días y nunca la había vuelto
a tocar.
—¿Por qué? —susurró ella.
Él negó con la cabeza, sin dejar de mirarla nunca.
—Eso no es importante ahora, Chloe. Lo importante es que las
cosas han cambiado. Ya no va a volver a ser así. Ahora —la besó en
la frente— vamos a lavarte.
En la ducha, Mike le apoyó con delicadeza el brazo herido sobre
su hombro.
—Ahí va. Necesitamos mantenerlo seco.
Chloe había sido bañada antes, por supuesto. Un montón de
veces en el hospital. Hospitales. Pero nunca como esto.
Mike echó un poco de jabón con olor a menta en un paño y lo
pasó por cada centímetro de su cuerpo, seguido de agua tibia y
luego de su boca. Caricias largas y sensuales de tela, seguidas de
largas y sensuales caricias de su lengua. Por el cuello, por los
hombros. El paño caliente fue más abajo, se movió en círculos por
sus pechos mientras la miraba con muchísima atención.
Chloe podía ver el movimiento de la piel sobre su pecho
izquierdo, a ritmo con el corazón. ¿Entendía el efecto que estaba
teniendo sobre ella?
Levantó la vista para encontrarse con que la miraba con atención,
el rostro tenso, los ojos como un fuego azul clavados en los de ella.
Oh sí. Lo entendía.
Mike se inclinó ligeramente sobre su brazo izquierdo y con el
derecho le lavó el vientre. Ella se sentía sin equilibrio, insegura en
todos los aspectos. Pero Mike la tenía. No iba a caerse.
Le acariciaba con la nariz la parte baja de su pecho izquierdo, el
que latía con fuerza, los labios masculinos pasaban rozando
suavemente sobre la piel, mientras eventualmente la saboreaba un
poco. Un rubor la atravesaba con cada roce de sus labios, con cada
caricia de su lengua. Y entonces… ¡Oh Dios!… le chupó un pezón,
con succiones largas y duras que hacían eco en su vagina, los
músculos internos se contraían con cada succión de su boca. La
respiración de Chloe se volvió errática y si no hubiera tenido su
brazo fuerte sosteniéndola, se habría resbalado hasta el suelo,
incapaz de mantenerse de pie.
Las manos de ella se deslizaron de los hombros masculinos a la
cabeza, sujetándolo mientras la chupaba. Mike apartó la boca, le dio
al pezón una última lamida que sintió hasta en los dedos de los pies,
y se enderezó.
Chloe no tenía que mirar hacia abajo para saber que estaba
excitado. Sus fosas nasales se ensanchaban mientras inspiraba y
exhalaba con fuerza, por debajo de su oscuro bronceado estaba rojo
como una brasa, los labios estaban rojos e inflamados.
De repente abrió los ojos de par en par.
—¿Qué? —preguntó Chloe.
Mike soltó una media risa que sonó como si se estuviera
ahogando.
—No puedo creerlo. No he estado sin un condón en mi bolsillo
desde que tenía quince años. Nunca —cerró los ojos adolorido, luego
los volvió a abrir, azules y feroces—. Y ahora estoy sin uno.
Completamente. Ni siquiera hay uno en la casa. No lo he necesitado
en los últimos seis meses. Mierda —dejó escapar un gran suspiro—.
¿Qué vamos a hacer? No puedo ir hasta a la farmacia. La más
cercana está a casi dos kilómetros y medio de distancia. No puedo
hacerlo. Tampoco puedo pedírselo a Harry o a Sam. Y no me pidas
que haga la marcha atrás porque no creo que pueda. Una vez que
entre en ti no voy a salir por un buen rato largo.
Chloe le acarició el hombro, luego pasó una uña a lo largo del
músculo alto, duro y trabajado, subiendo lentamente desde el
hombro por el cuello hasta detrás de su oído. Ella no lo lastimaba
pero Mike podía sentir el arañazo en él.
Eso lo excitó. Su respiración se aceleró y sus labios se volvieron
aún más oscuros.
—Esto es una tortura, ¿verdad? Me vas a torturar porque no
podemos hacer el amor. Pero aunque no podamos vas a mantenerme
en este estado. Hay reglas, Chloe. Incluso hay una Convención. La
de Ginebra.
Ella se echó a reír. Se inclinó hacia adelante y le mordió con
suavidad la mandíbula. Él se estremeció. Mirando hacia abajo, de
hecho pudo ver su pene erecto moverse dentro de los pantalones.
Lo tenía completamente a su merced. Un juguete. Ese hombre
poderoso ahora estaba en su poder.
Había cosas que necesitaba decirle, pero no ahora. Ahora no era
momento para la oscuridad, ahora era momento para el placer y la
luz.
Se inclinó hacia delante de nuevo y lo besó con suavidad. Se alejó
solo unos pocos centímetros. Mike sentiría el soplo de su aliento
contra él.
—No es un problema, Mike. Hazme el amor ahora.
Su rostro cambió, se volvió más oscuro. Mirándola a los ojos, se
desnudó. Se abrió de un tirón la camisa, el sonido metálico de los
botones cayendo sobre las baldosas lo suficientemente fuerte como
para hacerse oír sobre el estruendo de la ducha, se desabotonó los
pantalones, los dejó caer junto con los bóxer salió de ellos, se quitó
los zapatos y los calcetines con la punta de los dedos de los pies,
todo sin apartarle la mirada.
Entró en la cabina, justo debajo de la ducha, el agua volvió
oscuro su cabello, cayó por su pecho, removiendo los vellos de este
hasta formar una flecha hacia abajo, como si quisiera exhibir ese
enorme pene.
Se apoyó contra la pared de azulejos y colocó una mano enorme
sobre el pecho de Chloe. Ella estaba segura de que podía sentir su
corazón latiendo acelerado contra la palma de la mano. Mirándola
con atención, bajó la mano por el centro de su cuerpo, poco a poco,
las callosidades en la palma haciendo que se le pusiera la piel de
gallina.
En su cadera, la mano la rodeó, se movió más abajo, la acunó.
Cada sentido que tenía Chloe estaba concentrado allí, donde su
mano estaba. La sostuvo allí, cálida, apretada contra ella, luego la
acarició con delicadeza, pasando un dedo en torno a su labio
vaginal.
Al tocarla, la piel de Mike se tensó en torno a sus ojos y sobre sus
altos pómulos. No necesitaba preguntarle si estaba excitada. Podía
sentirlo contra su mano.
El dedo se zambulló, avanzando poco a poco dentro de ella. Las
piernas de Chloe comenzaron a temblar.
—Mike —su voz era un susurro, no de sensualidad, sino porque
no podía meter el suficiente aire en sus pulmones para hablar con
normalidad—. Necesitamos llegar a una cama porque no creo que
mis piernas me puedan sostener.
Los músculos de su mandíbula saltaron.
—¿No? —separó los dedos, la estiró—. Aquí me gusta mucho.
Ahora toda ella temblaba. Todo el aliento escapó de Chloe
cuando acomodó su pene en ella y la penetró poco a poco, por
completo. Era enorme pero ella estaba preparada. En un sentido
muy real, había estado esperando ese momento toda su vida.
Movió sus grandes manos hacia sus caderas, luego le agarró las
nalgas y la levantó hasta que las piernas femeninas le rodearon las
caderas. Se inclinó pesadamente hacia ella, ahora tan profundo en su
interior que era como si le llegara al corazón.
Chloe sentía todo. El vello oscuro de su torso contra sus pechos,
áspero y erizado, los músculos bien marcados de su abdomen contra
su vientre, la áspera mata de vellos púbicos contra la piel sensible de
su sexo.
Podía sentir los latidos del corazón masculino en su pene,
enterrado profundamente en su interior. Su sexo se contrajo con
fuerza y él se movió dentro de ella, volviéndose de alguna manera
más grande, más grueso. Eso la hizo volver a contraerse.
—Dios —masculló él.
Se miraban fijamente el uno al otro. Chloe nunca antes había
visto la cara de otra persona desde tan cerca. Todo lo que pasaba…
cada vez que se tensaba en torno a él, cada vez que se estremecía,
cada vez que sus dedos se aferraban a sus brazos, cada vez que sus
piernas se apretaban… ella podía ver el efecto en él.
—Si me muevo, me voy a correr —dijo Mike con voz tensa.
Ella lanzó un resoplido de risa y su pene se hundió más dentro
de ella cuando Chloe se movió.
—Si nos quedamos aquí, nos ahogamos.
—Un callejón sin salida —murmuró él.
—No del todo —susurró ella, y se tensó en torno a él de manera
deliberada, contrayendo y relajando los músculos mientras se
encaramaba a él, haciendo que se introdujera más profundamente en
ella.
Mike echó hacia atrás la cabeza y gimió, se hinchó dentro de
Chloe y finalmente se movió con estocadas rápidas, duras y cortas.
La fricción creó una inmensa excitación, una excitación que iba a
hacerla estallar.
Sin embargo, fue Mike quien estalló primero, con una estocada
dura y profunda, apretando con fuerza los dientes para contener un
grito mientras lanzaba chorros dentro de ella. Las estocadas y los
chorros de semen de alguna manera estaban sincronizados con las
contracciones del sexo de Chloe y eso siguió sin parar, cada
estocada, cada contracción alimentando el placer.
La parte posterior de la cabeza de Chloe golpeó contra los
azulejos, mientras el agua resbalaba por su rostro levantado y su
mente desapareció en el momento en que su cuerpo se hizo cargo,
rozándose contra la pared a ritmo de las estocadas de Mike hasta
que todo se volvió un enorme borrón, su cuerpo contrayéndose,
Mike corriéndose, el agua cayendo y el placer estallando en su
interior como una bola de fuego de sensaciones. Se olvidó de quién
era y se convirtió en una criatura de instinto y sensaciones.
Finalmente, Mike se detuvo, con la cabeza acurrucada en el
cuello de Chloe, los hombros enormes levantándose mientras metía
aire en los pulmones como si hubiera corrido más de seis kilómetros
en cuatro minutos.
Mike abrió las manos y ella se apoyó en sus temblorosas piernas.
Le besó el cuello y poco a poco se retiró de ella, todavía duro.
—Creo que ahora necesitamos esa cama —dijo Mike.
Capítulo 14

Club Meteor
La prostituta gritó, luchó. Tosió, gritó otra vez. Debatiéndose.
Vaca estúpida.
¿Qué creía que iba a conseguir? Estaba atada al tablero y tenía en
las manos unas bridas policiales. Bridas irrompibles.
Y aun así el humano deseo de vivir era fuerte, nadie lo sabía
mejor que Nikitin. Había hecho aquello cientos de veces. Y aun
cuando la persona colocada en el tablero inclinado sabía que iba a
acabar mal, luchaba.
Dmitri siguió vertiendo el agua sobre las tres capas de tela que
cubrían la cara de la mujer y lo miró a él por encima de ella.
Nikitin esperó, dándole otra calada larga al Marlboro. Los
cigarrillos americanos eran excelentes. Qué estúpido por parte de los
americanos poner todas aquellas señales de advertencia en los
paquetes. Por supuesto que los cigarrillos mataban. ¿Y qué no mata?
La vida en sí misma mataba.
La tela fue aspirada ya que la mujer, por instinto, trató de
respirar. Pero el trapo estaba empapado y el único resultado fue que
un chorrito de agua le entrara por la nariz y boca. El cuerpo
consideró esto como una amenaza inminente, tan invasiva como una
herida de bala, y reaccionó en consecuencia. El corcoveo y las
contorsiones aumentaron. Si bien en silencio, ya que la mujer no
tenía aliento para hacer ruido.
Él odiaba cuando hacían ruidos.
Nikitin expulsó el humo, contando. Trece, catorce, quince. Asintió
con la cabeza. Dmitri inmediatamente dejó de verter el agua sobre la
tela y la levantó.
La mujer desnuda se retorcía como loca. Era joven y fuerte, se
mantenía en forma. Delgados y lisos músculos se movían bajo
aquella piel del color intenso de la miel.
Ella no iba a romper sus ataduras ―después de todo, éstas
habían sido probadas en soldados aguerridos―, pero podría hacerse
una herida. Un tirón o tensionarse un músculo. Nikitin había
conocido a hombres que se habían roto sus propios huesos por la
angustia, tratando de escapar del agua.
Había telas suaves entre las bridas en sus muñecas y tobillos, y su
piel.
El aplicar el ahogamiento a esta prostitutka tenía como propósito
evitar estropearla. Evitar dejar cualquier señal tangible de tortura.
Ella era un material caro. Nikitin sabía cuánto hacía ganar al club.
Sus dueños, los vory, estarían por allí pronto y pedirían informes si
veían un descenso en sus ingresos.
Nikitin sopló otra voluta de humo por un costado de su boca, se
levantó del taburete desde donde había estado mirando todo el
proceso y caminó hacia la mujer. Tenía la frente atada al tablero con
una correa para que no pudiera volver la cabeza, así que ella hizo la
única cosa que podía hacer. Cerró los ojos.
—Mírame. —Nikitin no se molestó en impregnar de amenaza su
voz. Quería acabar de una vez, lo más pronto posible. Necesitaba la
información y tan pronto como la tuviera, quería alejarse de esta
mujer, rápido.
Ella no abrió los ojos.
—Dmitri —dijo Nikitin sosegadamente, y su segundo colocó la
tela en su cara otra vez y despacio vertió más agua sobre ella.
La mujer contuvo la respiración mientras pudo, pero el reflejo de
respirar es el más potente de todos. Primario. Hay muchos modos de
usar el cuerpo para matarse. Puedes golpearte la cabeza contra la
pared hasta caer ensangrentado e inconsciente. Puedes cortarte las
arterias del cuello o de las muñecas. Puedes hasta tragarte tu propia
lengua. Pero no puedes contener la respiración hasta morir. Tu
cuerpo no te dejará.
Después de un minuto la tela se abombó hacia dentro cuando ella
aspiró el agua y se retorció enloquecida.
Nikitin esperó un segundo, dos, juzgando. Levantó el dedo.
Dmitri paró inmediatamente. Retiró la tela.
—Mírame —dijo Nikitin de nuevo, sin cambiar el tono de voz—.
Podemos hacer esto todo el día y toda la noche.
Los ojos de ella se abrieron de par en par, estupefactos. Da. Así
estaba mejor.
El desafío estaba escrito en la cara de la mujer. Evidentemente,
Sands trataba a sus mujeres demasiado bien. Si esta mujer tan solo
supiera lo que Nikitin podría hacerle… No iba a hacerlo porque ella
todavía era una fuente de dinero, pero se sentía tentado.
—¡Hijo de puta! ¡Pendejo!3 —escupió ella.
Interesante. Nikitin conocía sus antecedentes, sabía que había
nacido en las calles de Tijuana. Que se había educado a sí misma y
salido adelante. Su inglés era, por lo que él podía ver, sin acento y
perfecto. Ella se había convertido en una puta americana.
Pero bajo presión, sus orígenes afloraban.
El tablón estaba inclinado, pies arriba, cabeza abajo. Nikitin
arrastró su taburete, y se sentó al lado de su cabeza en el extremo del
tablón. Se inclinó, sabiendo que su cara cubría por entero su campo
visual. Bien. Ahora mismo, él tenía que llenar su mundo. Él era su
Dios y ella tenía que apaciguarlo.
La mujer dejó de tirar de sus amarres y yació allí, respirando con
fuerza. Nikitin la miró atentamente, subiendo lentamente desde su
cara hasta sus pies.
Estaba desnuda por una razón. El estar desnudo envía de regreso
a la infancia indefensa, despojándote de toda la dignidad. No es que
una puta supiera mucho sobre la dignidad…
Era una mujer extraordinariamente bella, de la cabeza a los pies,
aunque Nikitin fuera inmune a sus encantos. Era inmune a todas las
mujeres. Pero podía ver fácilmente que ella tenía la clase de cuerpo y
cara por los que los hombres pagarían mucho para alquilarlos por
un rato. Muy pocos hombres tenían algo como eso en casa.
Inteligentemente, Sands se aseguraba de que sus putas comieran
bien, durmieran lo suficiente, hicieran ejercicio en el gimnasio debajo
del club; también tenía una regla muy estricta contra las drogas que
hacía cumplir con dolor.
La mercancía era protegida y tratada para que durara en el
terreno más que la mayoría. Nikitin vio una vez a una puta en las
calles de Odessa que aparentaba cuarenta, pero cuyos papeles
mostraban que tenía dieciséis años. La vida en la calle se medía en
años de perro. Cada año en la calle parecía siete. Excepto en el club,
donde los bienes eran mimados y tenían una vida útil mucho más
larga.
Su mirada vagó de vuelta desde sus pies hasta su cara con un
claro mensaje: Te poseo. Por entero.
Acercó el taburete aún más y se inclinó hacia ella hasta que sus
narices se tocaron.
—Dos de mis hombres están desaparecidos —dijo con voz fría y
clara.
La mujer parpadeó, desconcertada. Esto no era lo que ella
esperaba. Un ceño fruncido apareció entre sus cejas.
—¿Piensas que les hice algo?
—Sí.
—A tus… ¿hombres? —Se miró a sí misma, luego volvió a él. Si
ella hubiera dicho las palabras en voz alta, el mensaje no podría
haber estado más claro. ¿Qué podría una mujer hacer a dos de sus
hombres, ex-Spetsnaz4?
Joder.
Por primera vez a Nikitin se le ocurrió que ella realmente podría
no tener ninguna información.
De ser así, él estaba hundido en la mierda más profunda de
todas. Había venido con solo tres hombres. ¿Cuán difícil y peligroso
podría ser invertir en un burdel? La misión era de corte más
económico que militar y Nikitin eligió a sus hombres en
consecuencia.
No había traído a su equipo A al completo. La mayoría de ellos
estaban implicados en la protección de una ruta de diamantes en
Sierra Leona. Estúpido, estúpido. Porque esa inversión de ahí podría
resultar ser todavía más lucrativa que los diamantes. En particular
los diamantes que tenían que ser extraídos a miles de kilómetros de
la civilización y luego escoltados hasta el mercado.
Había subestimado aquello, creyendo que no habría ninguna
oposición. Ellos volaban directamente bajo el radar de las
autoridades y Sands le había asegurado que uno de los ayudantes
del alcalde y dos fiscales de distrito eran miembros del club y que
estarían protegidos.
Y a pesar de eso, había enemigos del club ahí, tenía que ser eso,
de otro modo sus hombres ya estarían allí.
Dos hombres, dos soldados buenos e inteligentes, no podían
desaparecer sin más de la faz de la tierra, ¿verdad?
Habían ido a darle una lección a una Amerikanskaya que era una
molestia menor, como un grano de arena en un zapato. Creando
discordia entre las mujeres. Nikitin incluso había discutido el envío
de un hombre para una tarea tan fácil, pero al final decidió enviar a
dos. Ivan era más duro pero Lyov tenía mejor inglés.
Sin complicaciones. Ten una conversación con la mujer que está
creando problemas a su negocio, convéncela para que lo deje, llama,
y misión completa. Pero no llamaron. Habían abandonado la faz de
la tierra.
Los teléfonos celulares de Ivan y Lyov estaban desconectados y
no se habían puesto en contacto con él.
Esa mujer tenía que saber algo. Iba al refugio a menudo. Sands
estaba, justo ahora mismo, percatándose del hecho de que había
permitido que la insubordinación se filtrara en su cuadra de mujeres.
—¿Dónde están mis hombres? —preguntó otra vez. Mantuvo la
voz baja, plana. No tenía que gritar para hacerse entender. Su
propósito estaba claro. Ella estaba atada como un animal y él tenía
poder sobre su vida y muerte.
Ella trató de sacudir la cabeza y olvidó que estaba atada. Un
sonido como si expulsara vapor escapó de sus labios.
Esto no los iba a llevar a ninguna parte. Nikitin alzó la vista a
Dmitri, chasqueando su dedo. Prepárate para otra ronda.
Dmitri vertió el agua de una jarra grande en una más pequeña,
así el chorrito de agua podría controlarse mejor.
—Mis hombres fueron al refugio, donde aquella mujer te
adoctrinó. Iban a hablar con ella, decirle que estaba cometiendo un
error con las putas del Meteor y que debía dejarlo.
Consuelo jadeó, sus ojos negros brillaron con odio. De haber sido
Nikitin el tipo de hombre que se preocupara, esto podría haberle
molestado. Pero había sido odiado por el mejor. El odio de una puta
no significaba nada en absoluto.
—¡Le hiciste daño! —gritó ella, lanzándole baba.
Nikitin retiró la cabeza, apartándose del escupitajo, lleno de
repugnancia.
—El hecho es —siguió, como si ella no hubiera hablado— que
mis hombres nunca volvieron a casa. No tengo ni idea de lo que les
pasó. Necesito que me digas dónde están.
Nikitin era consciente del hecho de que Consuelo podría no tener
ni idea de lo que les había pasado a Ivan y Lyov. Pero las mujeres,
como las tribus primitivas, tenían una especie de sistema de
información de la selva, que se extendía entre ellas como un virus.
No tenía ninguna otra alternativa. Estaba solo aquí, en este
mundo extraño. Dmitri era el músculo. Músculo decente, auténtico,
y había sido bien entrenado, pero su inglés era mínimo y tenía
limitado uso fuera de la coerción.
Así que Nikitin se veía restringido a aguar putas.
Nikitin tamborileó los dedos en su muslo, la única expresión de
frustración que podía permitirse.
No tenía recursos allí en ese país, ninguno.
Tenía recursos en casa. Pirat, el mejor hacker en Rusia. Nikitin no
tenía ni idea de dónde vivía o siquiera cuál era su nombre. Daba
igual. Pirat era un genio y siempre volvía con una respuesta.
Excepto ahora. Pirat había hackeado todos los hospitales, todas
las comisarías, todos los feeds de noticias, hasta los depósitos de
cadáveres, porque seguramente dos hombres no podían desaparecer
en la nada ¿no? Y a pesar de todo lo habían hecho.
Nikitin necesitaba con desesperación evitarle esas noticias al vory
cuando regresara a casa. Había mucho dinero implicado y el vory no
quería ni siquiera un indicio de problemas.
El perder a dos hombres en el aire era precisamente la definición
de problema.
¡Chert!
Esa puta tenía que saber algo.
—Otra vez —dijo.
Dmitri colocó la tela en su cara.
La puta comenzó a lamentarse aterrorizada, lo cual era
exactamente lo que él quería. Miró desapasionadamente cómo el
agua era vertida y cómo la tela era sorbida en su boca cuando ella
trató de respirar. Juzgó el momento exacto, justo antes del
ahogamiento… ah. Levantó un dedo y Dmitri levantó la tela.
Las lágrimas corrían por la cara de la puta, se ahogaba en busca
de aire, temblando por entero. Gritaba, pero tenía muy poco aliento,
por lo que le salía más un gorgoteo que un grito. Estaba aterrada.
Y no estaba hablando.
Dmitri se movió para colocar la tela en su cara otra vez pero
Nikitin mantuvo en alto una mano. Dmitri se paró, obedientemente.
Nikitin acercó un poco más su taburete.
—Dime todo lo que sepas sobre esta mujer que extiende el
descontento entre vosotras. Su nombre es Chloe. ¿Chloe qué?
Incluso atada, ella fue capaz de encoger un hombro.
—Mason. Creo. —Él abrió la boca para decirle a Dmitri que
comenzara otra vez cuando ella habló—: Nadie usa apellidos en el
refugio. Está prohibido. Así que no sé su apellido con certeza y nadie
más lo sabrá. Solo vi un sobre en su bolso una vez. Ponía «Para
Chloe Mason». Eso es todo lo que sé.
—¿Ella es una voluntaria?
La puta asintió con la cabeza.
—Todas ellas lo son.
De verdad que Nikitin no entendía aquello. ¿Ofrécete para
trabajar con putas? ¿Gratis? ¿Qué sacaba la tal Chloe de ello? Pero él
se había resignado hacía mucho a la estupidez de la especie humana.
Ofrecerse para trabajar con putas estaba al mismo nivel que los
hombres a los que había visto destruirse por el amor de una mujer.
O lo que ellos pensaban que era amor.
Nikitin no entendía eso, tampoco.
No importaba, había muchísimas otras cosas que sí que entendía,
pero que muy bien.
—¿Qué más? —Porque había algo más, podría jurarlo—. ¿Qué
más sabes sobre esta mujer?
La garganta de la prostituta se movió, el indicio de palabras que
no querían salir.
—Otra vez —le dijo con calma a Dmitri.
—¡No! —gritó la prostituta. La piel sobre su pecho izquierdo
temblaba con el latir rápido de su corazón—. Hay algo más, la única
cosa que sé.
Nikitin no contestó. Se limitó a esperar. Ella podía ver a Dmitri
sosteniendo la tela. Él no tenía que hablar.
—Hay… hay un hombre. Viene por ella casi todos los días que
está allí. Parece su sombra. —Tosió, un ataque que duró varios
minutos.
¡Sí! Nikitin no movió ni un músculo. Simplemente preguntó con
calma:
—¿Quién es él?
—No lo sé —resolló con dificultad—. Pero es un hombre grande.
No alto, sino grande. Como un levantador de pesas.
—¿Qué conduce?
Un ceño fruncido apareció entre las cejas femeninas. Tosió otra
vez.
—No sé. Uno de esos coches de gringo, grandes.
—¿Un SUV?
Ella asintió con la cabeza.
—Dime el modelo.
La mujer sacudió la cabeza. Nikitin se reprimió para no darle una
buena bofetada. Esto no ayudaría. Ella no lo sabía. Las putas no
conducían. No les estaba permitido aprender. Un permiso de
conducir en manos de una puta podría ser muy peligroso.
—¿Y dónde vive esa Chloe?
Ella sacudió la cabeza, pero sus ojos parpadearon. Lo sabía. La
zorra lo sabía. Nikitin se inclinó sobre ella, mirándola directamente a
los ojos. Fuera del campo visual de la mujer, le hizo señas a Dmitri.
Éste dejó caer la tela sobre su cara y comenzó a verter. A ella no le
dio tiempo a prepararse y aspiró bruscamente. El único resultado fue
tensar el agarre de la tela sobre su cara. Comenzó a ahogarse
inmediatamente, pataleando como loca contra las restricciones,
lloriqueando tras la tela.
Si le tomara una muestra de sangre ahora mismo, el nivel de
dióxido de carbono sería muy alto.
Trece, catorce, quince. Miró a Dmitri, que levantó la tela.
Los ojos femeninos eran salvajes, desenfocados. Había estado
convencida de que iba a morir. Nikitin una vez había visto a un
soldado de las Fuerzas especiales, Amerikanski, resistir horas de
waterboarding, pero estaba entrenado. No habló pero acabó
reducido a un estado animal y posteriormente le pegaron un tiro,
casi como en un acto de compasión.
Como los de un animal, los ojos de la mujer giraban mirando
alrededor. Nikitin le agarró la mandíbula con fuerza, dolorosamente,
y le giró la cabeza para que lo mirara.
—Escúchame. —Esperó hasta que sus ojos se centraron en él. Ella
respiraba superficialmente con inhalaciones y exhalaciones
desiguales, su cuerpo entero se estremecía.
Bien.
—Dónde. Vive. Chloe.
Nikitin deliberadamente alzó la vista hasta Dmitri, quien estaba
listo. Ella lo vio y se estremeció. Su propio cuerpo le diría a la puta
que no iba a resistir otra ronda. Lo haría, pero eso no era algo que
ella fuera a comprender. Habría muy poco razonamiento rebotando
por su cabeza, solo oscuros miedos primitivos.
La puta abrió la boca pero de su garganta solo salieron sonidos
jadeantes, sonidos de puro terror. Nikitin esperó. No servía de nada
castigarla cuando su cuerpo no le permitiría hablar. Esperó, mirando
sus ojos detenidamente. Reconoció el momento exacto en el cual ella
regresó a sí misma.
—¿Dónde? —repitió él.
No había ninguna resistencia en ella. Ninguna. Su cuerpo casi
había muerto y había vuelto, la experiencia más primaria que una
criatura puede tener. Después de eso, no había nada que ella pudiera
hacer.
—Coronado Shores —jadeó la puta—. Eso es lo que oí que
algunas otras chicas decían. La Torre. —Respiró con dificultad, su
cuerpo intentaba alcanzar aire.
Nikitin no presionó. Tenía una ligera idea de dónde, y sobre todo
qué era Coronado Shores. Un lugar para los ricos. La Torre. Se
guardó aquel nombre para más tarde. Simplemente asintió con la
cabeza, como si quedara confirmado lo que ya sabía.
—¿Qué más? —preguntó manteniendo su tono bajo y aburrido.
Como si lo que ella estaba diciendo fuera poco significativo—. ¿Qué
más sabes sobre ella?
Ahora la mujer pareció confusa. Lo miró directamente a los ojos,
algo que una chernye, una puta, nunca debería hacer. Y que no
hacían. A las mujeres del club se las entrenaba para que no miraran a
un hombre a los ojos hasta que estuvieran teniendo sexo.
Esta le miraba directamente, estaba aterrada y había olvidado su
formación.
—Nada. No sé nada más. —Su voz era baja, con tono todavía
sobresaltado. Y había verdad en cada sílaba.
Nikitin conocía la verdad y conocía las mentiras. Había quebrado
a suficientes hombres para conocer la diferencia. La mujer no tenía
más información para darle. No sabía dónde estaban sus hombres. Si
tuviera la más mínima información, se la habría dado. La mujer no
tenía ninguna utilidad para él.
—Tres veces más — bramó a Dmitri en ruso.
Tres más la quebrarían. La zorra se lo merecía. Si no hubiera
empezado a portarse mal, él nunca habría tenido que enviar a sus
hombres en una misión que se los había tragado del todo
inexplicablemente, dejándolo con un único hombre en un país
extranjero, con el vory en casa esperando con todo listo para la
llegada del primer envío en poco tiempo.
Se puso de pie y miró desde arriba a la mujer que daba tantos
problemas. Si ella no hubiera valido dinero para sus patrocinadores,
ya la habría matado, y no despacio.
—Tres más —dijo otra vez y abandonó el cuarto, cerrando la
puerta insonorizada tras él.

* *
Consuelo recobró su juicio despacio. Tenía frío. Un frío terrible en
los huesos, como nunca había tenido. Al nacer en Tijuana y vivir en
San Diego, nunca había experimentado el frío auténtico, nunca había
visto la nieve. Ahora, era como si ella estuviera revestida de hielo.
Abrió los ojos, al principio no reconoció lo que veía. Una
extensión plana, una superficie reflectante. Se quedó mirando un
buen rato hasta que por fin comprendió. Agua. Agua por todas
partes y su propio vómito.
Parpadeó y las cosas comenzaron a centrarse. Yacía en el suelo,
desnuda, en un charco de agua. Temblaba convulsivamente, y tenía
la mente en blanco.
Ignoraba cuánto tiempo llevaba ahí, temblando y temblando en
el frío suelo de baldosas, moviendo solo los ojos. Nada tenía sentido.
Estaba acostumbrada a estar desnuda ―después de todo, así era
como trabajaba―, pero no así. Se sentía más que desnuda, se sentía
despojada de todo, hasta de su humanidad.
Estaba regresando a base de lentas y dolorosas escenas. La
crueldad de los ojos del ruso, las preguntas interminables, el casi
morir ahogada.
No podía recordar cuántas veces le habían puesto aquella tela
horrible sobre la cara pero sí que recordaba la consternación
desesperada de saber que se estaba ahogando, el estar al borde de la
muerte y, en el último segundo posible, de vuelta a la vida, jadeando
y temblando, entumecida por el miedo.
Y el ruso mirándola fijamente, sin expresión en su cara. Era casi
peor que algunos de sus clientes a los que en secreto les gustaba
infligir dolor. Ellos sonreían taimadamente mientras a hurtadillas te
pellizcaban con dureza o te tiraban del pelo demasiado fuerte.
Siempre había una sonrisa reservada, porque estaban haciendo lo
que más les gustaba, hacer daño.
Pero esto no se parecía en nada. Al ruso no le gustó lo que le
estaba haciendo. Tampoco le disgustó. Le era totalmente indiferente.
Sin duda si él hubiera considerado que aquello le ayudaba de alguna
manera, habría ordenado que su hombre siguiera vertiendo el agua
sobre la tela hasta que se hubiera ahogado de veras. Pero como ella
todavía ganaba buen dinerito para el Club Meteor, entonces no la
mató.
Nada de eso significaba algo para él.
Por supuesto, Consuelo nunca había significado nada para los
hombres que la compraban, ella lo sabía. Pero esto estaba un nivel
por debajo del horror del Club Meteor. Y todo llevaba el rumbo de
quedarse sumido en este nivel, ya que los rusos iban a quedarse. Se
decía que estaban metiendo tanto dinero en el club, que por lo que a
Sands respectaba, bien podrían matarlas a ella y sus amigas y usar
las pieles para hacerse abrigos.
Se incorporó vacilante y la mano se le resbaló en el agua,
aterrizando boca abajo en el suelo otra vez. Levantarse le pareció
imposible, algo superior a ella.
Estaba rota interiormente.
A menudo, después de las sesiones sexuales, quedaba herida de
algún modo. La mayoría de los hombres iban con prostitutas porque
así podían tratar a una mujer exactamente como les daba la gana.
Una esposa o una novia esperaban ciertas atenciones que algunos
hombres encontraban difíciles de dar. Algo se acumulaba dentro de
ellos que tenían que soltar durante el sexo pagado.
Consuelo estaba acostumbrada a sentirse usada y tirada, rebajada
por la lujuria y la frialdad. Pero eso era otra cosa, también. Era un
nivel de oscuridad y crueldad que nunca había sospechado que
siquiera existiera. Sabía que había tocado fondo. Si bajaba más,
moriría.
Había sentido cómo las alas oscuras de la muerte la rozaban. Las
enseñanzas olvidadas de las monjas en los barrios bajos de Tijuana
cuando era una niña pequeñita, antes de que su madre la
abandonara, de repente emergieron en su mente. Ella tenía un alma,
y justo acababa de ser tocada por el mismísimo Diablo.
Consuelo sabía, más allá de toda sombra de duda, que tenía que
salir de allí. Por su vida. Por su alma.
No podía quedarse ni un segundo más.
El suelo estaba resbaladizo y ella temblaba, débil. Tenía que
espabilarse, espabilarse ya. Tenía que escapar de ese lugar tan rápido
como pudiera.
Sands trataba a las chicas relativamente bien. Consuelo lo sabía.
Cuando la encontró era una cría abandonada viviendo en las calles,
le había salvado la vida. Dios sabía que él se lo había dicho bastante
a menudo.
Y Sands esperó hasta que ella tuvo quince años para entregarla a
esa clase de vida. Ahora, reconocía que él no lo hizo por la grandeza
de su corazón, sino que fue una decisión comercial con la cabeza
bien fría. Primero fueron las lecciones intensivas de inglés, de
comportamiento y las largas conversaciones con las mujeres más
mayores. La había convertido en una prostituta de lujo que ganaba
para él mucho más dinero del que ella sacaría en la calle.
Había estado tan agradecida. Le avergonzó darse cuenta de que
todos estos años había estado un poco enamorada de Sands. Se
despertaba habiendo soñado que se casaban y tenían niños. Los
sueños dejaban un calor persistente que duraba hasta el primer
servicio del día.
Tonta. Era una tonta. Y si no quería ser una tonta muerta, iba a
tener que moverse rápido.
El núcleo del frío todavía estaba allí pero sentía sus músculos
más fuertes ahora. Capaces de cargar con su peso. El miedo, el temor
y la determinación la abastecieron de combustible cuando colocó las
palmas de sus manos en el suelo resbaladizo.
Miró alrededor durante un segundo para ver a qué se podría
agarrar si sus piernas no resistían, y ahí fue cuando lo vio. Un
pequeño objeto metálico en el suelo detrás de un sillón. De no haber
tenido la cara pegada al suelo no lo hubiera visto. Eso le pertenecía a
él, al ruso5. Ella tenía un recuerdo casi tangible de él arrojando
descuidadamente una chaqueta de cuero oscura sobre el respaldo,
sin prestar atención porque había trabajo que hacer. Una mujer por
torturar.
Consuelo se deslizó por el agua, impulsándose con los codos,
extendió la mano y lo recogió. Un pequeño objeto con una tapa
extraíble. Una memoria USB.
Nada respecto al exterior del pequeño objeto metálico daba pistas
de lo que era, de lo que estaba contenido en su interior. Consuelo
solo esperaba que fuera algo que pudiera perjudicar al ruso6.
Se quedó tumbada en el suelo frío y mojado un rato, jadeando,
agarrando la memoria USB en su puño hasta que se calentó, la única
fuente de calor en el mundo entero.
Finalmente, apoyándose en las manos, se sentó, la cabeza le daba
vueltas y tenía náuseas. Después de otro minuto se puso de pie con
la ayuda de la silla.
Se miró a sí misma, desnuda y temblorosa. Tenía débiles marcas
rojas a través de su pecho, sus espinillas, muñecas y tobillos donde
las ataduras le habían mordido la piel. Además de aquello su piel
parecía pálida e incolora, con un gris subyacente, como de una
persona muerta. De niña había visto a mucha gente muerta, tirada
en las calles como animales por los narcotraficantes7. De niña,
pensaba que la muerte era la cosa más horrible que podría pasarle a
una persona.
Había estado equivocada.
Consuelo se vistió. Con lo esencial, las bragas y el vestido suelto
de lino que había tenido puesto. El sujetador y los zapatos eran
demasiado para ella. Mientras avanzaba hacia la puerta, echó un
vistazo a un espejo y se paró, sobresaltada.
Parecía una muerta en vida.
Consuelo se llevó una mano a la boca y observó a la mujer en el
espejo hacer lo mismo. Era como estar mirando a otra persona. La
Consuelo que conocía estaba muerta. Se asomó por la puerta, no vio
a nadie y se escapó.
Los pasillos estaban principalmente vacíos. La vida en el Club
Meteor realmente no comenzaba hasta las 22:00.
Consuelo sabía que parecía un fantasma cuando se encaminó
hacia su cuarto, un fantasma con los ojos salvajes, el pelo sucio y el
maquillaje corrido. Las pocas chicas que encontró al pasar iban con
la vista baja, y Consuelo se dio cuenta de cuántas veces había visto a
las mujeres del Meteor con aspecto de maltratadas desde la llegada
de los rusos8. Todas habían aprendido a dejarlo pasar, apartar la
mirada y fingir que nada estaba mal.
Ese era el principio de un camino que llevaba directamente al
infierno.
En su cuarto, fue al armario y sacó un par de vaqueros y una
camisa blanca.
Durante un momento se quedó mirando con aborrecimiento la
ropa que había en su armario. Colores brillantes, escotes muy bajos,
la ropa pensada para atraer a los hombres, ropa fácil de quitar para
que los hombres no tuvieran que trabajar para conseguir sexo.
Su mano se cerró en un vestido de raso azul que le sentaba muy
bien. Que hacía que su piel resplandeciera y destacaba sus pechos.
Lo odiaba. Ahí en su cuarto, había al menos $50.000 en vestidos de
noche y lencería fina, y sus manos temblaron ante el deseo de
reducir a tiras todo ese raso, seda y encaje. Cortarlo todo y después
quemarlo.
Pero no se atrevió. El tener alguna posibilidad de escapar pasaba
porque nadie diera la alarma hasta mañana por la tarde. Su primer
cliente era a las 21:00.
A esas horas estaría muy lejos del cliente, un abogado famoso
que últimamente se había descontrolado unas cuantas veces,
mostrándose tal cual era.
Así que en lugar de hacer trizas su ropa o tirarla al suelo, dejó el
armario como estaba, impecable y organizado.
Era tan fácil alejarse de todo aquello.
Sus manos comenzaron a temblar otra vez cuando sacó una
tarjeta de un bolsillo escondido en el forro de su bolso, ya que sus
cuartos eran rutinariamente registrados. La mayor parte de las
chicas memorizaron el número y así lo hizo también Consuelo, pero
le gustaba tanto la tarjeta que la guardó porque era tan bonita.
Una tarjeta de visita normal, de color crema, con solo un número
y un pájaro estilizado en vuelo.
Libertad.
Se rumoreaba que una de las personas tras ese número era el
hermano de Chloe. Si eso era cierto, Consuelo solo podía esperar que
él no la culpara del ataque contra Chloe. Independientemente de la
decisión del hombre, él era ahora su única esperanza.
Marcó los números y esperó, temblando. Cuando una calmada
voz femenina contestó, ella dijo:
—Estoy en problemas. ¿Puede ayudarme?
Capítulo 15

La Torre
Coronado Shores
—¿Tienes hambre? —preguntó Mike—. Al final no te di de
comer.
Chloe estaba en coma sexual. Casi ni entendía lo que le decía.
Más que oír las palabras, sentía su profunda voz resonar en su pecho
y, ya que estaba desnuda sobre él, resonaba contra su propio pecho
también.
—¿Tienes?
Aquel atrayente sonido eran palabras, y por lo visto significaban
algo. Debería estar prestándoles atención, en vez de regodearse en
esos tonos bajos increíblemente masculinos.
Mike restregó su barbilla contra el cabello de ella. Tenía un
principio de barba y el pelo se le quedó enganchado, tirándole un
poquito. Aquel puntito de dolor la hizo regresar a la realidad.
Él había dicho algo… ¡comida!
Chloe estaba a punto de responder que eso era lo último que
tenía en la cabeza cuando su cuerpo habló por ella. Su estómago
rugió sonoramente. Él se rió y, después de un segundo, también lo
hizo ella.
—Por lo visto, estoy hambrienta. —Y lo estaba: famélica. Guau.
Así de repente. Aquella explosión de sentimientos totalmente
nuevos la habían enmascarado. Levantó la cabeza de su pecho y
sonrió al mirarlo a los ojos—. ¿Qué me ofreces?
¿Aquella voz proveniente de su boca era la suya? Era sensual,
ronca. Mike sonrió, tomó su mano y la movió hasta su entrepierna.
Su pene todavía estaba duro como el acero, resbaloso con sus
líquidos. Chloe levantó las cejas. Estaba agotada pero él parecía tener
pilas inacabables. No quería tener sexo ahora mismo pero aun así…
su mano le rodeó instintivamente. Lo sintió engordar incluso más,
moviéndose en su mano.
Como el Príncipe Encantador besando a la Bella Durmiente en los
labios y trayéndola a la vida. Solo que era al revés y usando otra
parte de la anatomía.
La respiración de Mike salió con un siseo y entrecerró los ojos. El
sonido sonó a dolor, y un par de horas antes Chloe habría levantado
la mano, asustada, preguntándose si le habría hecho daño.
Pero ahora lo conocía mejor. No le estaba haciendo daño.
Ahora su rostro se movió formando una sonrisa conocedora.
—No vas a tener comida en un rato a menos que pares —dijo,
levantando el labio en una media sonrisa.
—Los hombres realmente son diferentes de las mujeres —meditó
Chloe, mirándose la mano que acariciaba su pene. Meneó la mano
lentamente, arriba y abajo y sintió la sangre fluir por él. Estaba de
nuevo de color rojo oscuro, la enorme punta redondeada de un tono
ciruela.
Su pene era la cosa más fascinante del mundo. Había estado en el
Tate, el Louvre y los Uffizi, y no había nada que se le comparara.
—Bueno… sí. —Mike levantó las caderas un poco para ponerse
más profundamente en su mano. Su tono fue de: «pues claro que los
hombres y las mujeres son diferentes».
—Me refiero a que no somos… tan obvias en nuestro deseo. No
es tan fácil de decir cuándo estamos excitadas. Y, bueno, también
tenemos un botón de encendido y apagado. No es que tenga
demasiada experiencia, pero parece que ese botón tú no lo tienes por
ningún lado. Estoy reventada y tú todavía estás listo para continuar.
Como una especie de Conejito Duracell.
Era una broma facilona, pero esperaba que él se riera. En vez de
eso, su cara se oscureció y sus caderas dejaron de moverse. Puso su
mano sobre la de ella y detuvo sus movimientos.
—Yo —comenzó a decir—. Yo no… —se detuvo, apretando los
labios fuertemente. En su interior había algún tipo de fuerte
emoción. Su garganta se movía pero no le salían palabras.
Vaya si Chloe entendía aquello, la necesidad de decir algo pero
no ser capaz de hacerlo. ¿Cuántas veces había querido decir algo que
se le había atascado en la garganta? Si la anatomía humana fuera
unas cañerías, su garganta estaría atorada con palabras oscuras y no
pronunciadas.
Levantó la mano para apartarla. Mike quería decir algo y no
podía. Sería cruel distraerle con sexo.
Se sentó y se cubrió con la sábana. No era modestia. Mike se
había regodeado con sus pechos, conocía cada centímetro de ella.
Pero el instinto le decía que era un momento para hablar, no para
sexo.
Su garganta chasqueó y ella se compadeció de él. Le tomó la
mano, la examinó. De hecho, su mano era casi tan fascinante como
su pene, y había sido la fuente de casi el mismo deleite. Su mano era,
definitivamente, un órgano sexual.
Y bonita. Larga, rugosa, callosa. Inmensamente fuerte, con
grandes venas sobresaliendo del dorso. El epítome de una mano
masculina. Absolutamente diferente de la suya.
Enroscó sus dedos con los suyos. Un gesto de afecto, más que de
sexo. Significaba apoyo, no excitación.
—¿Hay algo que quieras decir, Mike? —preguntó amablemente.
Él apartó la mirada, apretó la mandíbula y luego soltó aire y
volvió la cabeza hacia ella.
—Sí, lo hay —se detuvo. Su garganta funcionaba, los músculos se
movían. Aquello era obviamente difícil para él. Chloe entendía lo de
difícil. Esperó.
Otro largo aliento salió de él. Sus dedos se tensaron en los suyos.
—Imagino que ahora es tan buen momento como otro para decir
esto. Es difícil porque no es bonito. Me he acostado con mucha
gente, Chloe.
Ella sonrió. Su hermoso rostro era tan solemne, tan serio, como si
estuviera contándole un secreto de estado.
—Lo sé, Mike. Ellen y Nicole me lo contaron y, bueno, Harry
también. Ellos, hum, dejaron bastante claro que tú… habías ligado.
Mucho.
Ligar. Era una manera suave de decirlo.
—Pero no en los últimos seis meses —dijo, beligerante, como si
ella fuera a negarlo—. No desde el día que te conocí.
Después de eso se calló de golpe. El silencio en la habitación se
hizo pesado, luego opresivo. No dijo ni una palabra.
Su cuerpo, sin embargo, sí hablaba. Cada músculo estaba en alta
tensión, un cuerpo completamente comprimido. Lo que quería decir
era doloroso. Era como si ni siquiera tuviera las palabras para
comunicarlo.
Chloe apoyó la otra mano contra su torso, justo sobre su corazón.
Su latiente corazón.
—Tienes algo que decir, Mike. Me doy cuenta. Y parece que es
difícil para ti. Lo que sea, puede esperar. Tal vez mañana…
—¡No! —respiró y dijo más calmadamente—: No. Necesito
soltarlo. —Miró abajo, a su regazo, donde su pene rígido le llegaba
casi hasta el ombligo. Tan tieso que tendrías que tirar para apartarlo
de su musculoso abdomen—. Allá va. Tengo una gran necesidad
sexual. Algo que la mayoría de la gente considera bueno. Soy un
hombre, relativamente joven, saludable. Tener una gran necesidad
sexual parece que va con todo el pack, ¿no?
Estaba sudando. Una gota de sudor resbaló por su mejilla y cayó
hasta su pecho. Había tanta tensión en él que parecía un tenedor
clavado. Chloe no tenía ni idea de cómo aliviarle. Lo único que podía
hacer por él era estar quieta, y atender.
Chloe asintió.
—Pues no. —Las palabras salieron a través de su mandíbula
apretada—. En todos estos años nunca ha sido una diversión buena,
nunca ha sido limpia, sana. No se sentía sana, se sentía enferma. Era
más que una picazón que había que rascar. Era como, como si algún
veneno terrible se acumulara en mi cuerpo de manera regular y solo
pudiera sacarlo a través de mi polla. Tenía toda esta tensión que se
acumulaba y simplemente no podía estar quieto. Era como estar
poseído. Tenía que salir y hacer algo al respecto. Y sin siquiera
planearlo. Acabaría en un bar. Exactamente el tipo de bar al que una
mujer en busca de ligue iría. No sé… creo que yo debía de emitir
algún tipo de vibración especial u olor, o silbido para perros o algo,
porque cinco minutos en el bar y alguna dama se me acercaba.
Siempre igual, como un reloj. Cinco minutos, diez, y una mujer se
estaba bebiendo mi cerveza y diciéndome su dirección. Aprendí hace
mucho a reconocer a las profesionales. Pagar por ello era ir
demasiado lejos, incluso para mí. Pero cualquier otra era juego
limpio mientras no estuviera casada o viendo a alguien. Aquella fue
otra línea que marqué. Pero eso deja a un montón de mujeres en el
juego. Yo era como esa granada a la que alguien le había quitado el
seguro. Así que recogía a la follada del día… —Se detuvo, mirándola
fijamente con sus ojos azul claro—. Lo siento, pero eso era
exactamente lo que era. No puedo endulzarlo.
Él temblaba bajo sus manos. Ella mantuvo la voz calmada y baja,
exactamente como si hablara con un animal angustiado.
—Está bien, Mike.
Él meneó secamente la cabeza, negando.
—No, no está bien. No está ni cerca de estar bien. —Inspiró
profundamente, tembloroso—. Así que… iba con esta mujer, casi
siempre a su casa porque no me gusta que venga nadie a la mía. Y
follábamos. Y follábamos y follábamos. Podía seguir todo el tiempo
que tuviera que seguir. Una vez oí que habíamos perdido a dos
chicos con los que entrenábamos. Una bomba caminera en Irak. Salí,
me busqué tres mujeres y follé durante veinticuatro horas sin parar.
Yo estaba como en un encantamiento. Tenía demasiado por sacar, sí,
pero no era eso. Era como si… como si bebía lo bastante, follaba lo
bastante fuerte, el tiempo suficiente, yo no…
Se le volvió a cerrar la garganta. Su cuerpo entero daba enormes
muestras de estrés. Tenía los ojos rojos, el aliento salía
superficialmente de su ancho pecho.
—Morirías —dijo Chloe, y él se giró hacia ella de golpe.
—¿Qué?
—Si follabas lo bastante fuerte, el tiempo suficiente, no morirías.
Era la clásica historia de adicción. Dios sabía que había
escuchado muchísimas cuando era voluntaria en la línea telefónica
de ayuda y en el refugio en Londres. Los medios variaban pero el
mecanismo no. Drogas, alcohol, sexo. Aquellos eran los clásicos pero
también había otros. Algunos tenían fetiches con la comida, otros
tenían que gastar dinero hasta que estaban en bancarrota y aun así
seguían, otros se hacían cortes… lo había visto todo y lo había oído
todo.
La historia siempre era la misma, cuando cavabas lo suficiente.
Las adicciones eran como un muro entre tú y la nada. Hasta que
descubrías que la adicción era la nada.
El cuerpo de Chloe no soportaba bien el alcohol. De otro modo,
se preguntaba si podría haberse vuelto alcohólica, simplemente para
llenar el enorme vacío en el corazón de su vida.
El caso de Mike estaba muy claro. Había visto cómo su familia
era masacrada cuando era solo un jovencito. Estaban muertos y él
vivo. Hizo lo que pudo para evitar recordarlo cada segundo de cada
día.
—No, por supuesto que no. No es eso para nada. —Ansioso,
Mike apartó las mantas y se levantó. Cada músculo estaba tenso. Sus
venas sobresalían como si su cuerpo estuviera lanzando más sangre
a las extremidades, preparándose para la batalla—. ¿Que follaba y
bebía para así no morir? —Hizo un sonido de disgusto con lo
profundo de la garganta—. Eso es de locos. Yo no estoy loco. —Con
un dedo tembloroso la señaló, sus ojos asalvajados—. ¡No estoy loco!
—No, por supuesto que no. —Chloe dobló las piernas y se las
llevó al pecho, rodeándose las rodillas con sus brazos. Entendía la
reacción. No tenía miedo de Mike, de ninguna manera, pero
instintivamente su cuerpo se enroscaba sobre sí mismo en la
presencia de un macho fuerte y alterado—. No he dicho eso. Lo has
dicho tú.
Mike caminó por la habitación, con pasos largos y rápidos. Se
pasó las manos por el cabello, que ya estaba revuelto por su sesión
de amor. Se le quedó de punta, sudado. Estaba incluso más excitado
sexualmente que antes. Parecía que todo su cuerpo estaba en
intranquilo movimiento excepto su pene, apoyado como una roca
sobre su plano abdomen.
Estaba que zumbaba, la agitación casi visible en su piel.
Chloe le observó ir y venir, deseando poder ayudarle, sabiendo
que no podía. Tenía que hacerlo él mismo. Les pasaba a todos. Era
una enorme lección que había aprendido de su trabajo en centros de
ayuda y de su propia terapia. Te podían ayudar, pero el verdadero
trabajo, bueno, ese tenías que hacerlo tú solo.
Mike se resistía.
—No tenía miedo de morirme si no follaba. Eso es una locura.
Pero había algo más, algo realmente oscuro e incontrolable. Eso…
esa cosa aumentaba en mi interior y yo iba a explotar si no podía
sacármelo de encima. Excepto en batalla. Esquivar balas parecía que
me ponía en mi sitio. En combate, soy El Hombre. Frío como el hielo.
El Jodido Francotirador, con nervios de acero. Una vez me quedé en
mi escondite tres días con mi traje de combate para un disparo. Sabía
que tendría una oportunidad de un minuto de duración en esos tres
días, así que no comí, bebí muy poco, siempre con el ojo en la mira, y
no dormí. No podía moverme ni un centímetro. Mi ritmo cardíaco
aminoró. No pensé en mi polla ni una vez. Regresé a los Estados
Unidos y entonces se me levantó y así continuó.
—Lamento muchísimo lo de tu familia, Mike —dijo
calmadamente, y él se detuvo de golpe y giró, como si le hubieran
disparado en el corazón.
¿Había sobrepasado los límites? Durante un segundo, se lo
preguntó. Él parecía un salvaje, con el pelo pegado a la cabeza, los
ojos rojos conteniendo las lágrimas y vibrando por la tensión.
—¿Lo sabes? —su voz era ronca, rugosa.
Ella asintió.
Mike quedó paralizado durante un minuto, dos. Luego se
restregó la cara rápidamente, como si despertara. Cuando apartó las
manos de su rostro, las mejillas estaban húmedas por las lágrimas.
—Ay, Dios. —Se sentó de golpe en un lado de la cama junto a
ella. El colchón se hundió por su peso. Apretó las palmas de sus
manos contra los ojos—. Lo veo casi cada noche. Lo veo, una y otra
vez. A veces odio pensar en intentar dormir, porque lo veré en mis
pesadillas, ¿sabes?
—Sí —susurró Chloe—. Lo sé. —Su mano se acercó, dudosa, al
hombro de él, luego la dejó caer encima, suavemente. Podía sentirlo
temblar bajo su mano, como si su piel no pudiera soportar contener
sus pensamientos—. ¿Quieres hablar de ello?
Mike miró al suelo durante tanto tiempo que ella decidió
levantarse, darle un poco de espacio. Su mano tomó la de ella.
—No te vayas.
Ella volvió a sentarse, esperando.
Estuvieron sentados así, con Mike mirando el suelo, durante casi
una hora. A Chloe no le importó. Estaba acostumbrada a esperar.
Algunas veces parecía que toda su vida había sido una espera. Y, en
cierto modo, así fue. Había estado esperando aquello.
Podía esperar todo el tiempo que fuera necesario.
Finalmente la tensión abandonó el cuerpo de Mike con un
enorme suspiro.
—Nunca hablo sobre ello. Nunca. Sam y Harry saben solo lo
básico. Cuando nos conocimos en casa del Viejo Hughes, yo era un
salvaje. Me habían echado de cuatro casas de acogida. No podía
hablar sobre aquello en absoluto. No tenía las palabras. Y aunque
quisiera, Sam y Harry no lo habrían entendido, no en realidad. La
madre de Sam lo echó a un contenedor de basura cuando era un
bebé. ¿La madre de Harry? Tenía adicción por hombres mierdosos y
drogadictos.
Se paró de golpe, mirándola. Comprendiendo.
—Ay, Dios, también era tu madre, cariño. Lo siento.
Chloe asintió. Por desagradable que fuera, era la verdad. Lo que
sabía de su madre biológica era que era una drogata con afición por
otros drogatas. Preferiblemente violentos.
—¿Qué podía decirles? —Mike se encogió de hombros—. La cosa
era que ambos crecieron en la miseria, en absoluto amados. ¿Cómo
iba yo a hablar de mi familia? ¿La familia que había perdido? Mi
padre y mi madre eran… eran los mejores. Los mejores padres. Yo
eso no lo sabía de niño, claro. ¿Qué saben los niños? Piensan que su
mundo es el único mundo que existe. Así que en mi mundo, todos
los maridos querían a sus mujeres y todas las mujeres querían a sus
maridos. Y ambos querían a sus hijos. Papá era ingeniero en una
compañía que diseñaba aviones para Boeing. Mi madre enseñaba en
la secundaria. Éramos cinco. Yo tenía dos hermanos, los dos mayores
que yo. Eddie y Jeff. De doce y catorce años. Yo era el pequeño, el
renacuajo. Era pequeño para mi edad. Me tomaban mucho el pelo,
pero nadie de fuera de la familia jamás se metía conmigo porque
Eddie y Jeff me cubrían las espaldas, siempre. Si alguna vez me
pegaban, Eddie y Jeff se aseguraban de que no volviera a suceder.
Los Keillor. No te metas con ellos porque vas a lamentarlo. —Soltó
una media risa y meneó la cabeza—. Pensaba que éramos la familia
promedio, pero no lo éramos. Éramos algo escaso y especial. Cinco
personas que se querían mutuamente. Eso no pasa a menudo en este
mundo.
Era verdad. Chloe intentó imaginárselo, imaginarse en el
amoroso abrazo de una familia unida. Había tenido una
degustación, desde el exterior, en aquellos últimos seis meses, y era
maravilloso. Pero tener aquello de niño, no conociendo nada más, y
que luego te lo arrebataran. Eso acabaría volviendo loco a
cualquiera.
Mike volvió a mirar el suelo fijamente.
—¿Quieres contarme lo que pasó?
Sus palabras parecieron sacarlo de su ensimismamiento. Él la
miró, solo una rápida mirada de reojo, como una ráfaga de luz azul.
Chloe mantuvo su cara sin expresión, como bien sabía hacerlo. Pero
era difícil no reaccionar al dolor crudo de su rostro.
—De acuerdo. Te lo contaré. Jamás le he contado a nadie la
historia entera. —Soltó una temblorosa respiración, miró fijamente
hacia sus rodillas—. Doce de marzo. Yo tenía diez años. Es sábado, y
estamos yendo a la playa. Papá se detiene en una gasolinera. Ya
sabes, uno de esos sitios con un pequeño supermercado.
Ella asintió, aunque él no la estaba mirando.
—Mamá se olvidó la pelota de voleibol en casa. De todas formas
era vieja, dijo. Podemos comprar una nueva. Así que fuimos, compró
la pelota de vóley, compró un set barato de ping pong y cinco coca-
colas. Yo quería unas barras de Snickers pero mamá se plantó ahí.
Había hecho sándwiches y no le gustaba que comiéramos comida
basura. Miré a Eddie y Jeff, esperando que hicieran algún signo
como de que ellos la comprarían sin que mamá lo supiera y que me
la pasarían luego. Pero nada9. Nada de Snickers para mí. Solté un
puñetazo y una patada mientras ella pagaba. Yo era el pequeño de la
familia y estaba bastante malcriado. No sé en qué estaba pensando.
Tal vez pensaba en robar el Snickers y meterlo en el bolsillo de mis
bermudas, porque era un crío de reformatorio en ciernes. Lo que
fuera. No lo recuerdo. Mamá, papá y mis hermanos me estaban
esperando. Mamá me llamó, dijo que era hora de irnos. Yo estaba en
el otro lado de la tienda, mirando los Snikers, cuando ellos…
entraron.
Los asesinos de sus padres. Chloe le estrujó el hombro.
—Eran dos. Yo tenía una buena vista entre los pasillos. Miré
fijamente porque jamás había visto a alguien como ellos. Dos tipos,
uno alto, el otro bajo, los dos flacos como un palillo. Con rastas,
pantalones caídos hasta la entrepierna, zapatillas deportivas
desatadas. En aquel entonces era un nuevo look, era antes de que se
pusiera de moda y todos los críos quisieran parecer presidiarios.
Ellos para mí eran como extraterrestres, con caras rojas, cayéndoles
el moco de la nariz. Soltaban risitas locamente, cuando hablaban no
tenía sentido lo que decían. Los ojos les daban vueltas en la cara
como si fueran ponis. Cargados hasta las cejas. Hace un par de años,
cuando todavía estaba en los SWAT, accedí a los archivos del caso.
Los tipos estaban volando más alto que una cometa con cocaína. Y
ambos tenían niveles de alcohol en sangre a más de 1,02 por ciento.
Es totalmente posible que no tuvieran ni idea de lo que estaban
haciendo, actuando totalmente por instinto animal.
Se sentó en un lado de la cama, con las rodillas abiertas, las
manos entre ellas, la cabeza colgando baja. Observando el trágico
pasado.
—Leí la transcripción del juicio. Uno de los abogados argumentó
que el Asqueroso Uno estaba tan mentalmente dañado por las
drogas y el alcohol que no tenía consciencia de lo que estaba
haciendo y solo seguía lo que el Asqueroso Dos le dijo que hiciera.
—¿Coló? —El corazón de Chloe ya le dolía.
—No, gracias a Dios. El juez tenía mucho sentido común. Les
echó cuarenta años. Tantos como le fue posible.
—Bien —dijo ella, y él sonrió someramente—. Así que estos dos
delincuentes entraron al supermercado. ¿Y?
—Y exigieron al cajero que abriera la caja registradora. Me
imaginé aquello más tarde. Personalmente los catalogué como bichos
raros y regresé a mirar el expositor de dulces al otro lado de la
tienda. —Su voz era oscura, amarga. Soltó las palabras una a una
como si fueran veneno—. Mi familia estaba bajo amenaza y yo
meditaba en robar dos barras de Snickers.
Chloe aprovechó la oportunidad y le frotó entre los omoplatos.
La tensión le corría hasta los huesos. La emitía a oleadas.
—Eras un niño pequeño —dijo amablemente—. Y no era tu
mundo.
Mike meneó la cabeza como apartando oscuros pensamientos.
—El cajero no fue idiota. Vació la registradora. Había ciento
treinta y siete dólares con treinta y dos. El precio de mi familia. Ni
siquiera ciento cuarenta pavos. Unos veintiocho por cabeza,
incluyendo al cajero… cuando vieron la cantidad, los asquerosos se
volvieron locos, empezaron a gritar. El alto sacó una pistola. El tío
detrás de la caja registradora, en realidad era un crío de diecinueve
años. En la cinta parecía que tuviera doce. Este niño en la
registradora estaba temblando, se saca lo que tiene en los bolsillos.
Ni diez pavos. Ambos mierdosos gritan incluso más. Esta vez
comprendo que pasa algo y camino por el pasillo hacia donde está el
jaleo. Mi padre me ve y menea la cabeza, para que me quede quieto.
El cabrón… lo siento. —Eso con una mirada con ojos entrecerrados
hacia ella.
Chloe asintió. Cabrón le sonaba bien.
—El asqueroso con la pistola la está moviendo en el aire,
parcialmente cubriendo a mi familia. Papá está delante, los brazos
extendidos, mamá, Eddie y Jeff detrás de él.
Mike se detuvo, respirando pesadamente. Chloe continuó
apoyando la mano en el valle profundo y sólido entre sus omoplatos
y esperó.
—En aquel momento pareció que durara una eternidad, todo a
cámara lenta, pero el reloj de la cámara de seguridad dice que todo
aquello duró dos minutos cuarenta segundos.
Dos minutos cuarenta segundos que cambiaron su mundo para
siempre. No hacía falta que Mike lo dijera.
—El empleado bajó la mano para darle al botón de llamada a la
policía y el mierdoso con la pistola, quien probablemente estaba
viendo doble, abrió fuego sin más. Le voló la cabeza. De nuevo mi
padre me hizo un gesto para que estuviera quieto. No era necesario.
Yo no me podría haber movido ni un centímetro. Estaba en estado de
shock. Papá intentaba acercarse hacia la puerta cuando el tipo se giró
y empezó a disparar. Era una semiautomática y recuerdo observar
las carcasas de latón hacer tirabuzones en la luz. Él simplemente…
abrió fuego. Les disparó como a animales. Quedaron hechos un
montón, papá encima del todo, todavía con los brazos abiertos,
todavía intentando protegerles. El otro mierdoso resbaló en la sangre
y cayó, riéndose como un lunático.
Chloe podía verlo tan claramente en su mente… la familia caída,
la sangre, el loco de la pistola, el niño horrorizado.
—Yo era realmente bueno en baloncesto, realmente bueno. Hasta
que… hasta que sucedió aquello yo quería ser jugador profesional de
baloncesto cuando creciera. Tenía una buena mano lanzando. Agarré
latas de ensalada de frutas y de salsa de tomate y se las lancé tan
fuerte como pude, primero al de la pistola y luego al tipo que aullaba
de risa en el suelo. Con el primer lanzamiento le di al que disparó,
dejándolo inconsciente, y también atiné con el otro. No me detuve ni
por un instante, les lancé lata tras lata, aunque estaban en el suelo, y
cada lanzamiento fue a la cabeza. Sus cabezas sangraban, les rompí
las mandíbulas, los pómulos. Gritaba, histérico. Solo me paré cuando
aquel tipo grande con uniforme azul amablemente me tomó por los
brazos y me detuvo.
—La policía —dijo Chloe.
Él asintió secamente con la cabeza.
—Polis, sí. Realmente no recuerdo lo siguiente. Buscaron
familiares, pero mis dos padres eran hijos únicos, todos nuestros
abuelos estaban muertos. Se me asignó a un trabajador social que
«manejó» las finanzas de mi familia y acabó destruyéndolas. Se me
puso en una serie de casas de acogida. Rápidamente me gané la
fama de problemático. Luchaba endiabladamente con todos. Se
acabó la lista de hogares aceptables hasta que aterricé en el último de
la lista, el único hogar que me aceptaría porque como niño
problemático el estado pagaba más. La casa la llevaba un monstruo
sádico llamado Hughes. Pero Sam y Harry estaban allí y nos
guardábamos las espaldas. Me uní a los Marines tan pronto fue
legalmente posible.
—Lo siento mucho, Mike —dijo Chloe calmadamente. Las
palabras no significaban nada pero le salieron desde el fondo de su
corazón. Porque él le había contado la historia de un niño cuyo
mundo estalló en una tarde.
—No tenía que haber pasado —dijo roncamente.
—¿Qué?
—No tenía que haber pasado. Nada de aquello. Podríamos haber
continuado hasta la playa cuando aquellos asquerosos entraron en la
tienda si yo no hubiera sido un mocoso malcriado. Toda mi familia
fue asesinada como perros porque yo quería unas jodidas… —paró
de hablar y volvió a atascársele la garganta— barras de Snickers. Mi
madre y mi padre y mis dos hermanos, muertos por mi culpa.
Chloe tragó aire, consternada.
—Oh no, Mike. —Se inclinó para mirarlo a la cara, intentando
captar sus ojos. Él no levantó la cabeza. Podía ver los tendones de su
cuello sobresaliendo, los surcos de sus facciones profundas—. ¡No
fue culpa tuya! Nada de aquello lo fue. No puedes pensar que
podrías haber detenido a dos drogadictos, uno de los cuales estaba
armado.
—Deberíamos haber estado fuera de allí, en la carretera, si no
fuera por mí.
—Eso es pensamiento mágico. Y tú mismo dijiste que todo pasó
muy rápido. Probablemente los cinco todavía habríais estado allí y
tú también estarías muerto.
Mike tembló bajo su mano y Chloe tuvo un sorprendente flash de
entendimiento. Él deseaba haber muerto también, junto con su
familia. El hecho de que hubiera sobrevivido no era un consuelo, no
para él. Era una maldición. Todavía lloraba a su familia muerta,
todavía sentía culpa. Tenía una manta de acero de culpa
envolviéndole los hombros, un peso tremendo cada minuto de cada
día.
Chloe le entendía profundamente. Toda su infancia y hasta muy
recientemente, se echó la culpa porque sus padres no podían amarla,
no la amaban. Jamás habían intentado mostrar ni siquiera un falso
afecto. Y ella se echaba la culpa por ello, todos los días. Se
preguntaba, a diario, lo que había hecho para alejarlos. Intentó ser
callada y obediente en las raras ocasiones en las que su madre la
visitaba. Vio a su padre una vez al año; cada año hacía de todo para
ganárselo, para que mostrara algo de emoción hacia ella. Jamás
funcionó. Nada de lo que hacía funcionaba. Nunca.
Cómo rastreaba el rostro de su madre buscando algún tipo de…
algo. Algo que pudiera hacer para provocarle sentimientos
afectuosos, algo que pudiera decir, algo que pudiera ser. Era ese
enorme rompecabezas que nunca fue capaz de resolver, y siguió
dando vueltas a lo único que tenía sentido. En ella había un
tremendo defecto que la hacía imposible de amar. Algo en lo más
profundo de su ser. Era todo culpa suya.
Chloe comprendía hasta lo más profundo el ácido de la culpa
goteando como algo abrasivo en la corriente sanguínea. Entendía
que un niño llevara una carga demasiado grande para hombros
pequeños y jóvenes.
El corazón le dolió por Mike. Por haber conocido el amor de una
familia y perderlo, y sobre eso llevar aquella terrible carga de la
culpa casi toda su vida.
Aquellos enormes hombros temblaban, su cabeza estaba girada,
pero podía ver los ojos rojos, las mejillas húmedas.
Una oleada de ternura surgió en ella, tan fuerte que se sorprendió
de que la tierra no temblara por ella.
—Mike —susurró, empujando sus hombros para girarlo. Era tan
enormemente fuerte. No podía obligarlo a girarse, pero él lo hizo. A
ella se le partió el corazón un poco al verle la cara, la fuerza
mezclada con el sufrimiento, y ella se inclinó, apretando su mejilla
contra la suya. Las lágrimas eran frías pero la piel de debajo ardía—.
Suelta ya tu carga, querido. La has llevado demasiado tiempo. No es
tuya para que la lleves.
Lo estaba abrazando, sus brazos incapaces de rodear aquel
gigantesco pecho. Contra el interior de sus brazos y contra la piel de
su pecho, sintió unos temblores profundos, una oleada de
emociones.
—Suéltalo —volvió a susurrar, y él se estremeció, fuerte, como si
algo poderoso se moviera en su interior.
Chloe casi podía ver la carga de acero de la culpa abandonando a
Mike. Pareció casi como si levitara por un momento, algo oscuro
pasando a través de él y saliendo, luego se giró con ella entre sus
brazos y la tumbó en el colchón.
Sorprendida, Chloe le hizo espacio instintivamente. Su cuerpo y
su corazón se abrieron completamente, rodeándolo con brazos y
piernas. Él temblaba por la emoción, muy inusual en un hombre tan
fuerte y controlado. Chloe podía sentir la tensión de sus emociones
soltándose, podía sentirlo en la punta de sus dedos, bajo las palmas
de sus manos, a lo largo de su cuerpo.
Él la besó, ávidamente, chupando, lamiendo, como si su boca
tuviera algo vital para él. Como si no pudiera vivir sin su boca.
Levantó la cabeza solo un segundo, nariz con nariz, ojos azules
llameando al mirarla. Sus manos se enredaron en su cabello y le
tomó la cabeza. Las manos eran tan grandes que casi se la cubrían
por entero. La estaba sosteniendo tanto, manteniéndola quieta, como
si ella de alguna manera pudiera evitar sus besos.
Cuando, por supuesto, los ansiaba.
—Sé que debes estar dolorida —susurró—. Y sé que acabo de
decir que he usado el sexo como si fuera una muleta. Esto no es eso.
—Meneó la cabeza fuertemente, un rizo de cabello oscuro cayó como
una coma sobre su frente—. Aunque de verdad no sé qué coño es. Es
solo que ahora mismo necesito esto más de lo que he necesitado
nada en mi vida. Lo necesito. Te necesito.
Chloe lo observó. Jamás había visto tal intensidad en un rostro
humano. Era como si fuera capaz de ver más allá de sus ojos, ir
directo a su cerebro.
Ella asintió, tenía la garganta seca.
Mike soltó el aire que contenía, moviéndose entre sus brazos.
—Ábrete para mí. —La orden fue baja, gutural.
Ella instintivamente miró abajo, pero todo lo que vio fue un
pecho amplio, pectorales fuertemente definidos cubiertos con una
espesa mata de vello y parte de sus músculos abdominales.
—Me metería dentro de ti, pero no quiero mover las manos. Abre
tus muslos más, déjame entrar.
Mike se levantó un poco más y ella vio su pene, tan duro que
parecía de cera, tan grande que la asustó un poco.
No era el momento de estar asustada, ni siquiera un poco. Chloe
sintió que había estado asustada toda su vida, de cosas no vistas, de
cosas no dichas, de fantasmas. No iba a estar asustada ahora. No con
su hombre al que amar.
Movió las piernas, se abrió con una mano y le agarró con la otra.
Mike soltó un poco de aire cuando ella lo tocó. Estaba totalmente
quieto, sus grandes manos rodeándole la cabeza, mirando
intensamente a sus ojos. No se movió, casi ni respiraba. Aquel
poderoso hombre estaba dándole el poder a ella.
Y ella lo quería. Quería el poder en él, le quería a él.
Lo bajó, lo posicionó en su entrada, alzó las caderas un poco para
que se metiera dentro. Levantó la cabeza para que sus labios le
rozaran la oreja.
—Ahora, Mike —susurró y le mordió ligeramente el lóbulo.
Con un rugido que le salió desde el estómago y que a ella le puso
la piel de gallina, él empujó en ella. La llenó completamente, casi
doliendo, pero no. Inmediatamente pudo sentir que sus músculos
internos empezaban a acomodarlo.
—¿Estás bien? —preguntó Mike, ronco. Una gota de sudor cayó
desde su mejilla hasta uno de sus senos.
Chloe le empujó en la espalda hasta que estuvo completamente
colocado en ella, soportando todo su peso. Los huesos cedieron un
poco pero lo sentía maravillosamente bien. Levantó las piernas, alzó
las caderas para que él estuviera incluso más adentro. Tenía que
sentir su bienvenida. Cada célula de su cuerpo estaba sonriendo,
solo para él.
—Oh, sí —suspiró, agarrándolo incluso más fuerte—. Ámame,
Mike.
Lo hizo. Al principio fue lento, con golpes medidos,
completamente en control. La tocaba por todas partes, dentro y
fuera, la lengua imitaba sus empujes. Sus bocas y sus genitales
hacían ruidos húmedos, eran los ruidos de la total intimidad.
Chloe se dejó ir por completo, sus músculos laxos, como agua, los
empujes de Mike como suaves olas oceánicas enroscándose en la
orilla, sintió el mismísimo ritmo de la vida, una y otra vez…
Estaba tan relajada, sin pensar, solo sintiendo, que el orgasmo la
pilló totalmente por sorpresa. En un momento disfrutaba de la
calidez latiendo en oleadas por su cuerpo, rozando el calor,
disfrutando de sentir a Mike bajo sus manos, contra su pecho e ingle,
sintiendo los ritmos de sus estocadas y de repente, ¡pum!
Su cuerpo disparó, así. De un segundo al otro.
Ni fue aumentando, ni añadiendo más calor al que sentía en su
ingle, ni aumentó la tensión. Solo una repentina descarga eléctrica
tan grande que pensaba que su cerebro y luego su cuerpo
empezarían a convulsionar. No solo su vagina le daba tirones, todo
su cuerpo convulsionaba, un cosquilleante calor que la envolvía. Se
tensó, sintiéndose totalmente fuera de control, como una marioneta.
Instintivamente se agarró a Mike más fuerte porque él era la
única cosa estable en aquel mundo rojo ardiente que se había vuelto
del revés. Tenía los ojos cerrados pero tras los párpados era todo
rojo, como si una bomba hubiera explotado en mitad de la
habitación.
Chloe jadeó y Mike murmuró «síiii». Se estaba contrayendo
fuertemente alrededor de él, profundos tirones de su vagina que
podía sentir hasta el estómago mientras siguió en caída libre,
sosteniéndose fuerte contra Mike porque si no sentiría que caía en
algún tipo de abismo y no volvería a salir al otro lado.
Mike se movió en ella más rápido, más fuerte, haciendo que las
contracciones siguieran y siguieran. Durante un rato (y más tarde no
tendría ni idea de cuánto duró) Chloe perdió todo sentido de sí
misma, de ser un ente separado de Mike. Durante un rato fueron un
único organismo, un cuerpo, moviéndose estrechamente en unión,
alimentando el placer del otro como si fuera una enorme bola
dorada que se fueran pasando.
—Ay, Dios —dijo Mike entre alientos. Su voz sonaba ligeramente
sorprendida y temblorosa. Un escalofrío lo recorrió y se lo pasó a
ella.
Finalmente regresó algún tipo de consciencia a su cabeza, las
contracciones empezaron a remitir, ella comenzó a regresar a su
cuerpo y entonces, ¡pum!, Mike empezó a correrse con enormes
chorros calientes que pudo sentir contra las paredes vaginales y ella
volvió a correrse, oleadas de calor chispeando por todo su cuerpo.
Cuando acabó, estaba totalmente agotada.
Sus cuerpos estaban cubiertos de sudor. Más el de él que el de
ella, pero aún y así. Estaba húmeda alrededor de su entrepierna, otra
cosa hecha en conjunto. También olían. A sexo. Pero era algo
terrenal, olía bien, el olor de dos cuerpos que acababan de unirse.
La cabeza de Mike estaba enterrada junto a la de ella en la
almohada. Giró la cabeza un poco pero él siguió con la cara plantada
en el cojín. Respiraba pesadamente, casi jadeando, aquel enorme
pecho de barril se movía arriba y abajo. No se movió. No se salía de
ella pero tampoco la miraba.
Una pequeña marca de humedad bajó por su mejilla.
Otra oleada de ternura la recorrió, más poderosa que el orgasmo.
Mike se había dejado ir con ella por completo. No tenía ni idea de
cómo hacía el amor normalmente, pero no podía creer que la cosa
poderosa que acababan de compartir fuera algo que pudiera
experimentar cualquier noche con cualquier compañía.
Sencillamente las cosas no funcionaban así.
Él estaba tan afectado como ella y sucedió después de que le
contara la historia del asesinato de su familia y la terrible vergüenza
que llevaba consigo desde entonces.
No quería mirarla. Era posible que no pudiera mirarla.
Estaba bien. Chloe entendía muy bien. Las emociones eran
demasiado para él y Chloe sabía precisamente cómo era eso. Apretó
los brazos alrededor de sus hombros, sintiendo su absoluta fortaleza,
sabiendo que ahora estaba tan indefenso como un niño.
Ella le cuidaría, protegería sus sentimientos. Nadie menos ella
jamás sabría sus vulnerabilidades. También las cuidaría, las
salvaguardaría con ferocidad.
Él la había protegido. Por Dios, ella le protegería a él.
Le pasó la mano por el cabello, en punta por el sudor, y le acunó
la cabeza.
—Duerme, mi amor —susurró. El aliento de Mike salió y con él
algo de su tensión.
Chloe pensó que haría guardia sobre él, pero su propio
agotamiento y estrés pudieron con ella.
Al cabo de cinco minutos, cayó en un profundo sueño con una
tonelada de hombre encima.
Capítulo 16

Consuelo sujetó la unidad USB en la mano húmeda y comprobó


por décima vez la dirección que había escrito en un trozo de papel y
la dirección en la gran placa de bronce al lado de la puerta
ornamental del elegante edificio en el centro de San Diego.
Nunca se había aventurado en esa parte de la ciudad. No tenía
ninguna razón para hacerlo. En su mayor parte estaba compuesta
por edificios de oficinas. Las personas que entraban y salían por las
grandes puertas de cristal eran tan lejanas para ella como los
marcianos.
Estaba segura que ninguno de ellos vendía su cuerpo para
ganarse la vida.
Levantó la cabeza, de pronto muy decidida. Esa parte de su vida
había terminado. La gente de esa oficina a la que había llamado
ayudaba a mujeres a desaparecer. Habían ayudado a dos mujeres del
refugio a desaparecer, así es como había conseguido la tarjeta de
visita.
Consuelo sería capaz de convencerlos para que ayudaran a una
prostituta o ella misma desaparecería, aunque no tenía las
herramientas para ello. Lo único que tenía eran los veinte mil dólares
que había cogido del agujero oculto y la unidad USB. No tenía
documentos, ninguno.
Estaba en los Estados Unidos de manera ilegal, siempre había
sido ilegal. Incluso si pudiera volver a cruzar la frontera, que no
podía, tampoco tenía documentación en México. Y ningún lugar a
donde ir. No se permitía documentos, pasaportes, permiso de
conducir, casa a la que volver, nada.
En definitiva, sería una locura que la ayudaran. Iba a ser más
problemático de lo que valía la pena.
Por otro lado, tal vez lo que sostenía en su puño podría valer algo
para ellos. Algo con lo que podría comerciar por su vida.
El sudor le bajaba por la espalda, como sucedía a menudo
cuando tenía miedo. Cuando sonreía escoltando a un cliente a la
habitación que había pagado junto con el alquiler de su cuerpo, y
parecía que podría ser violenta. Que podría disfrutar haciendo daño.
Había una regla en la casa que era que si no se derramaba sangre, no
era daño.
A ese cliente solo se le cobraría más la próxima vez.
Así que Consuelo hizo ahora lo que hacía cada vez que estaba
asustada, pegó una sonrisa suave en su cara y entró por la puerta,
sin saber lo que había al otro lado.

* *
Mike había sido soldado gran parte de su vida adulta. Los
soldados no abrían los ojos lentamente, confiando en que el mundo
era un lugar maravilloso. Se despertaban de golpe, alertas al
instante, listos para la acción, sabiendo que el mundo estaba lleno de
hijos de puta asesinos que no podían esperar a atacar.
El ser soldado es una ocupación darwiniana. Aquellos que no
pueden saltar desde el sueño profundo al estado de alerta en un
segundo se quedan fuera muy rápido. Por lo general, al otro lado de
un cañón.
Los viejos hábitos tardan en morir, sobre todo cuando son del
tipo que fomentan la supervivencia. Él ya no era un soldado, pero
Mike todavía se despertaba en un instante, por lo general tratando
de averiguar cómo librarse de pasar tiempo con la mujer a la que
había follado la noche anterior.
Normalmente se despertaba con una sensación de vacío,
exhausto y melancólico, deseando saltar de la cama en la que se
encontraba y volver a casa. Donde se sentiría vacío, exhausto y
melancólico.
Oh tío. Ahora no. No, señor. Se sentía muy bien, a pesar de que
definitivamente no quería saltar de la cama y ponerse en marcha.
No. No tenía ninguna fuerza en sus músculos. Tío, no quería ir a
ninguna parte, no con el elegante y suave cuerpo de Chloe, medio
sobre él, medio fuera.
A veces tenía que recordar quién era la nena de la cama, pero
ahora no. Porque no era una nena, era Chloe.
Era un día soleado. Podía decirlo porque el interior de sus
párpados estaba pintado de oro. Y llegaba una brisa cálida desde el
océano, que agitaba las cortinas.
Se sentía limpio. Purificado. Purgado de alguna antigua bilis
negra que había envenenado su sistema desde siempre. No podía
recordar la última vez que se había sentido tan optimista. El sexo de
la noche anterior le había quemado vivo. Había reducido al viejo
Mike a cenizas y ahí estaba la nueva versión, listo para enfrentarse a
un nuevo día con una sonrisa alegre.
Mike no podía recordar la última vez que había pensado en
enfrentarse a un nuevo día con una alegre sonrisa. Tal vez nunca.
Se sentía… se sentía como debería sentirse una virgen después de
tener sexo por vez primera. En realidad no recordaba mucho sobre
su primera vez, con la excepción de que había sido de pie en una
puerta, porque había estado borracho aquella vez. Pero si hubiera
tenido una vida diferente, si no hubiera estado tan jodidamente
cabreado todo el tiempo, podía imaginarse que su primera vez se
sentiría así. Como si él, personalmente, hubiera descubierto todo un
nuevo mundo de placer.
Excepto que en vez de descubrir el sexo con alguna sosa
estudiante a los diecisiete, lo había descubierto con Chloe, que era
cualquier cosa menos sosa.
Era tan sabia y adorable.
Y tan caliente.
Tío, era un tipo con suerte.
—¿Mike? —Chloe empujó contra su hombro.
—¿Humm?
Ella se escurrió por debajo de su brazo, mientras él gemía por la
pérdida de su leve peso y su calor. Podía detenerla en cualquier
momento. Sin lugar a dudas. Salvo, espera, no parecía tener ningún
control sobre su cuerpo. Sus músculos habían sido sustituidos por
algodón. Trató de aferrarse a ella, pero su mano cayó de vuelta al
colchón.
—Mike Keillor —le reprendió—, prometiste por dos veces
alimentarme anoche y sin embargo aquí estoy, todavía hambrienta.
Deberías avergonzarte de ti mismo. Una niña podría morir de
hambre aquí.
Las palabras fueron un sonido ligero, suave desde algún lugar en
el horizonte. No les prestó mucha atención. Le gustaba el sonido de
la voz de Chloe.
Un susurro de sábanas, la cama se hundió ligeramente, y pudo
oír el suave golpeteo de pies descalzos.
Chloe tenía pies bonitos. Su mente vagó ligeramente hacia un
estado de meditación con los pies de Chloe, mientras los agradables
sonidos de una ducha llenaban la habitación con el sonido relajante.
—Está bien —dijo ella, de vuelta en el dormitorio—: Creo que
voy a tener que cocinarme algo yo misma. Vamos a ver qué tienes.
Espero que haya algo con lo que trabajar.
Pudo oírla salir.
Una arruga se formó en su frente. Chloe. Cocina.
El zumbido se hizo más intenso, más oscuro.
Error de cálculo.
Abrió los ojos de golpe. Chloe en la cocina. ¡No, no, no!
Impulsándose, se levantó de la cama y se puso una bata. Chloe y
las cocinas no eran una buena combinación. Chloe en la cocina era
un desastre en ciernes. La mujer no tenía ninguna noción de cocinar,
pero estaba interesada en aprender. Después de comer uno de sus
experimentos, no importó cuánto la amara, no pudo tragar el resto.
Ni siquiera Merry, que la adoraba, pudo comer más de un bocado o
dos.
Chloe en la cocina no era bueno.
Corrió a la cocina, luego se detuvo en la puerta, mirándola
moverse bajo el sol caliente de la mañana. Era cierto que no sabía
cocinar. Pero, de nuevo, era tan jodidamente bonita.
Llevaba una de sus camisetas, que le llegaba hasta las rodillas y
ondeaba en torno a sus brazos. Estaba descalza, un bonito pie sobre
el otro mientras se concentraba en quemar la tostada. Había
sintonizado la radio del mostrador en una emisora de rock clásico y
balanceaba ese bonito trasero al ritmo de «Hotel California».
Era como una pequeña princesa de las hadas llegada desde el
cielo para quemar su café y hacer huevos revueltos con trozos de
cáscara.
Él no había dicho ni una palabra, pero ella de repente dejó la
cuchara de madera que estaba utilizando para empujar una masa
fibrosa de huevos por la sartén y se giró.
El mostrador era un desastre y la comida olía horrible. Sin
embargo, ella le sonrió y su corazón simplemente dio un vuelco en
su pecho.
Chloe.
A la mierda. Contrataría un cocinero.
—Ten. —Su sonrisa era cegadora. ¿Cómo diablos se iba a resistir
un hombre? Le tendió una taza—. He hecho el desayuno.
—Eso está bien, cariño. —Tomó la taza, tratando de no vomitar
ante el olor a goma quemada, y tomó un sorbo. No estaba tan malo,
si no te importaba el sabor. Por lo menos estaba caliente.
—Siéntate —le ordenó ella y colocó una sartén humeante sobre la
mesa de la cocina. La tostada quemada la siguió en un plato. Había
puesto la mesa de forma agradable, hurgando en sus armarios para
encontrar platos presentables, colocando paños de cocina como
manteles individuales. Se veía bien. Mike se alegró de haber ido por
fin a IKEA a comprar todo tipo de cristal después de que Ellen se
riera de los frascos de mermelada que utilizaba como vasos.
La mesa se veía muy bonita. Se veía aún mejor cuando Chloe se
sentó. Mike raspó valientemente algo de negro de su tostada y la
untó con mantequilla, esparciendo mermelada para disimular el
sabor a carbón vegetal.
Chloe estaba haciendo trampa. Ella estaba tomando una taza de
té, no había manera de quemar el té y delicadamente cortaba la parte
superior de un huevo pasado por agua. Mike se sirvió los huevos
revueltos, haciendo caso omiso de las cáscaras. Cuando mordió una,
tragó. Al infierno, era proteína.
Era una mañana hermosa. El sol se levantaba detrás del edificio,
pero el cálido resplandor suave del océano brillaba por las abiertas
puertas francesas que daban a un pequeño balcón. El cielo tenía ese
glorioso color azul que solo el sur de California parecía capaz de
producir, y el mar estaba en calma, con solo unas pocas olas que
parecían encajes.
Mike sintió que una enorme sensación de paz se asentaba sobre
él. Sonrió a Chloe y ella le devolvió la sonrisa. A continuación,
frunció el ceño en una mueca de desaprobación.
—No me diste mucho con lo que trabajar —dijo, y le lanzó una
mirada reprobatoria--. Creo que usé todo lo que tenías en el
frigorífico. Tenemos que ir a comprar comida, ¿no te parece?
Mike se quedó inmóvil, la felicidad que había sentido hacía un
segundo salió volando como el aire de un globo agujereado. El
mundo y todos sus problemas, los acontecimientos del día anterior,
se apresuraron a regresar a su cabeza en una marea negra.
Le tomó la mano y eligió cuidadosamente sus palabras.
—Cariño —aspiró profundamente, preparándose. Bien podría
acabar de una vez—. Cariño, no me gusta la idea de que salgas de
casa ahora mismo. —Eso era decir poco. La idea de Chloe fuera, un
objetivo para esos cabrones desconocidos, le volvía un poco loco—.
No tenemos ninguna pista sobre quién te atacó ayer. Hasta entonces,
me sentiría más feliz si… te quedaras aquí.
Una pequeña línea apareció entre las cejas de Chloe.
—¿Aquí? ¿En la casa? ¿Sin salir, ni siquiera contigo? ¿Hasta
cuándo?
Mike apretó la mandíbula.
—Hasta que sepamos más acerca de quien te atacó.
—Pero… uno está muerto y el otro en el hospital, al parecer, sin
hablar. ¿Estoy en lo cierto?
Él apretó aún más las mandíbulas. Tenía que concentrarse en
aflojarla.
—Sí.
El ceño entre las cejas se profundizó.
—Pero… ¿eso significa que crees que debo quedarme aquí
indefinidamente?
Esta era la parte difícil, la parte que le estaba volviendo loco. Si
sabía algo acerca de las mujeres, y lo hacía, a ella no iba a gustarle
recibir órdenes. Aunque a su juicio, Chloe ahora era definitivamente
suya, suya para protegerla y cuidarla, Mike se daba cuenta de que en
realidad no había dicho Las Palabras. Y a las mujeres les gustaban
Las Palabras. O por lo menos pensaba que sí, porque aquí estaba
pisando aguas desconocidas. Nada más que el ocasional «cariño» en
la cama cuando no podía recordar el nombre de la mujer había
pasado alguna vez por sus labios.
El hecho es que Mike se sentía unido a Chloe por bandas de
acero, inmutables e indestructibles. Ella ahora era su familia. Había
perdido ya una y a ella no iba a perderla. De ninguna manera.
¿Cómo decírselo? ¿Proponer que se encerrara en su casa
veinticuatro horas al día, siete días a la semana hasta que supiera
con certeza que era seguro salir? ¿Y quién sabía cuándo lo sería?
A Chloe le gustaba moverse, muy natural para alguien que había
pasado sus años de infancia, básicamente, en una cama de hospital.
Disfrutaba de sus paseos diarios por la playa, disfrutaba de ir a la
oficina, le gustaba ir de compras, a las librerías y a las tiendas de té.
También le gustaba un entorno suave y acogedor. Su
apartamento era una delicia, en comparación con la casa de Mike,
que era funcional y desnuda.
Hizo una mueca cuando miró por la puerta de la cocina a la sala
de estar. Inhóspito, poco acogedor, con un enorme sofá, una gran
mesa baja y un televisor enorme. Nada más, ni siquiera una
alfombra en el suelo. Eso no era del estilo de Chloe, y sin embargo,
se proponía encerrarla allí dentro.
Ella iba a rebelarse y él iba a ponerse firme, odiaba la idea.
Simplemente la odiaba. En lo que se refería a él, Chloe era suya.
Quería amarla y mimarla. Quería darle todo lo que quisiera. Quería
bañarla en regalos, hacer lo que ella quisiera hacer, ir a donde ella
quisiera ir.
Quería hacerla feliz. Y un día ser una pareja, y todo eso estaba
enteramente en su propia cabeza. Ahora estaba proponiendo
encerrarla durante un periodo indeterminado de tiempo.
Porque no había ninguna duda. No había modo que la dejara
salir mientras hubiera una mínima sospecha de que ese mafioso ruso
de mierda la hubiera convertido en un objetivo. Ninguna manera.
Si ella se enojaba con él o le gritaba, lo aceptaría porque de
ninguna manera iba a estar en peligro.
Podría perderla por mantenerla a salvo.
Esa idea, la idea de perder a Chloe… bien, era impensable. No
iba a suceder.
—¿Mike? —repitió en voz baja—. ¿Quieres que me quede aquí de
forma indefinida?
La mandíbula le dolía, la estaba apretando con fuerza. Pudo
sentir cómo se rompía un fragmento de esmalte.
—Sí. —Su voz era gutural y duro—. Eso es lo que pienso.
Él estaba vibrando por la tensión, listo para la batalla, dispuesto a
hacer lo que fuera necesario, pero le enfermaba el corazón pensarlo.
—¿Crees que estaré más segura aquí que en otro sitio?
—¡Joder, sí! —Las palabras salieron disparadas—. Sí —repitió,
forzando la voz para que sonara un poco menos loca.
Sus hermanos y él habían hecho algunas modificaciones en sus
apartamentos. Él tenía una puerta que no destacaría en una cámara
acorazada del banco, que se abría con un teclado. Había forrado las
paredes junto a la puerta con paneles de acero, y luego los había
cubierto con paneles de yeso y había pintado. Todas las ventanas
tenían cristal de diez capas de Mylar, ISO 9001. En esencia,
necesitarías un lanzagranadas antitanque para entrar.
No había ninguna plataforma para que un francotirador les
alcanzara. Un francotirador en tierra no tendría un solo tiro. Un
ángulo muy agudo, demasiado alto. Y un francotirador en un barco
tendría un tiro muy largo desde una plataforma móvil.
Él mismo era francotirador y lo había comprobado todo. Incluso
había salido en barco para ver si un francotirador podría disparar. Él
no pudo.
Tenía sensores de movimiento en el balcón por si acaso a algún
cabrón se le metía en la cabeza bajar desde el tejado, y para ello
tendría que superar la cubierta de púas que había colocado sobre el
balcón.
No, ese lugar era seguro. Ahora solo tenía que mantener a Chloe
allí dentro.
Estaba sudando y podía oír su respiración entrecortada en la
habitación, como la de un toro.
Esto no iba bien y no tenía ni idea de cómo mejorarlo.
Chloe le miraba a la cara con cuidado, su propio rostro
completamente en blanco. Ella podía hacer eso. Él no. Sabía que en
este momento, su propio rostro reflejaba hasta la última gota de
tensión que sentía.
Y luego, para su sorpresa, Chloe le puso la mano sobre la suya y
apretó suavemente.
—Si eso es lo que quieres, Mike, está bien. —Buscó sus ojos—. No
te sentirías a gusto conmigo fuera de casa hasta averiguar qué está
pasando. ¿Tengo razón?
Mike tenía la garganta obstruida, apretada por un tornillo
inquebrantable. Asintió con la cabeza bruscamente.
Su voz era suave, amable.
—Pasé mucho de mi infancia encerrada. Permanecer aquí
mientras aclaras las cosas no me matará. Si eso te da paz mental,
Mike, con mucho gusto me quedaré aquí.
¡Oh Dios! Se sintió caer de rodillas. Ella no iba a mantenerse firme
por principio. Ella no iba a hacerle ser el tipo malo, el malvado de la
película, porque lo haría si tuviera que hacerlo, pero tío, no quería.
A pesar de que nunca se había encontrado con aquello en su trato
con las mujeres, lo reconoció al instante. Se llamaba trabajo en
equipo, como en los Marines. Como en los SWAT. Como con Sam o
Harry. Haz lo más duro por tu colega. Haz un sacrificio si es
necesario.
Ella no quería quedarse en casa, pero lo haría, si eso le daba paz
mental.
Eran un equipo. Él tenía su propio equipo, ahora.
Mike se dio la vuelta horrorizado, parpadeando para evitar un
chorro de lágrimas. ¿Qué mierda? Él nunca lloraba. Jamás. Ni
siquiera había llorado en el funeral de su familia cuando había
estado tan enfadado. Allí había llorado la noche anterior y maldito
fuera si no tenía una fuga de agua en estos momentos.
Le desconcertó. Tenía todas esas furiosas… cosas dentro de él, no
tenía ni idea de cómo manejarlas.
—Mike. —Chloe le tocó suavemente la mano otra vez y él la
miró. Ella estaba sonriendo—. Vamos a salir al balcón y conseguir un
poco de aire fresco. Porque probablemente querrás que me quede
dentro cuando no estés aquí.
—Sí, absolutamente. —Está bien. Ahora sabía cómo manejarlo. Se
limpió la cara y se levantó—. Déjame comprobarlo antes.
Salió al balcón. Casi todas las habitaciones de su casa tenían un
balcón que daba al océano. Era lo que le había hecho cerrar el trato,
sin contar el hecho de que sus dos hermanos, Sam y Harry, ya eran
propietarios de apartamentos en el condominio.
El balcón de la cocina era estrecho pero profundo, lo
suficientemente grande para contener una pequeña mesa para dos
personas para que pudieran comer al aire libre. Algo que nunca
había pensado hacer hasta ahora. Cuando todo aquello terminara y
Chloe estuviera viviendo con él y, presumiblemente, hubiera
decorado un poco para que no fuera como vivir en la estación
espacial, era algo que iba a hacer. Poner una mesa pequeña ahí en el
balcón de la cocina para que pudieran comer al aire libre.
No la comida de Chloe, por supuesto. Haría que la cocinera de
Sam, Manuela, enviara algo. O lo ordenaría.
Se apoyó en la baranda del balcón y se asomó con cuidado. Al
igual que un soldado, dividió el área en cuatro cuadrantes.
Cuadrante uno, despejado, dos, despejado, tres, cuatro. Todo el
horizonte estaba despejado. Nada ahí fuera, ni siquiera barcos de
pesca. Nadie caminaba por la playa, tampoco. Un paisaje
completamente vacío.
—Sal, cariño. Está limpio.
Mike dio un paso atrás para que Chloe pudiera apoyarse contra
la barandilla. Ella levantó la cara, sonriendo, y tomó una respiración
profunda y luego colocó los codos sobre la barandilla.
—Huele tan maravilloso. Y los colores son tan intensos. Eres muy
afortunado de tener esta vista, Mike. Me encanta mi vista sobre la
bahía, pero esto es otra cosa.
Él se puso de pie detrás de ella, con las manos junto a las suyas
en la barandilla, enjaulándola con su cuerpo. Ella pronto viviría allí
si él tenía algo que decir al respecto. Entonces podría ver el mar todo
lo que le apeteciera.
—Me alegra que te guste.
Ella volvió el rostro y le sonrió, Mike le devolvió la sonrisa, todos
los nervios se habían ido. Completamente relajado.
Bueno, a excepción de una parte de él. Esa parte que no se
relajaba en absoluto, y estaba más tensa por segundos.
Ella miraba al océano. Le levantó el cabello, ondas suaves que
caían sobre su mano, y le besó la nuca. Ella se estremeció. Él estaba
tan sintonizado con ella, que sintió su placer contra los labios, como
un oleaje de miel transfiriéndose de ella a él.
Oh, sí.
Se abrió la bata y se acercó, empujando contra ella. Chloe no
pudo evitar sentir su erección. Giró un poco la cabeza y Mike pudo
ver la sonrisa. Empujó contra su trasero y la sintió apretarse
ligeramente hacia atrás.
Él tarareó un poco mientras le levantaba la camiseta, mirando la
extensión de suave piel dorada de su estrecha espalda y delgada
cintura. Colocó la mano sobre la parte baja de su espalda, casi
cubriéndola, luego la subió rozándola. Su piel se sentía como seda
caliente fluyendo debajo de su mano, músculos suaves y apretados.
Un ligero beso justo donde el pelo se curvaba sobre el esbelto cuello,
y ella se estremeció de nuevo. Pudo sentir cómo cambió su
respiración. Se hizo más profunda, más lenta.
Movió los labios arriba y abajo, le tocó detrás de la oreja con la
lengua, donde se estremeció una vez más. Aunque Mike tenía una
hermosa vista del mar enfrente de él, solo tenía ojos para la mujer
ante sí. El sonido de sus suspiros, los suaves movimientos, el
arqueamiento de la espalda cuando le acarició los costados, eran
como una sustancia adictiva de la que nunca se cansaba.
Estaba duro como una roca. Ella estaba en lo cierto. Cualquiera
podía ver que estaba ansioso por correrse, pero ¿y Chloe? ¿Estaba
lista? Solo había una manera de averiguarlo.
Mike movió la mano sobre su trasero y la bajó, hacia las
profundidades sedosas. Ella le deseaba, oh sí. Cuando deslizó un
dedo en su interior, lo apretó con fuerza a su alrededor como un
estrecho puño húmedo. Chloe gimió y él le besó el hombro,
sintiendo cómo él mismo lloriqueaba.
Oh tío, aquello era muy excitante. A pesar de que no podía
contar el número de mujeres a las que había follado, lo sentía como
algo nuevo, como si nunca lo hubiera hecho antes. Y no lo había
hecho. Por supuesto no de ese modo.
Se alegró de haber sufrido esa fobia de traer mujeres a casa,
porque eso hacía que lo que tenía con Chloe fuera nuevo y fresco.
Le mordisqueó el hombro, solo un poco, aunque por la forma en
que lo sentía podría haber sido un poco más fuerte, y sintió su
sobresalto. Movió los labios lentamente, poco a poco desde su
hombro, subiendo por el esbelto cuello, hasta la oreja y dijo:
—Abre las piernas para mí, Chloe. —No podía reconocer su
propia voz, ronca y baja.
Ella las abrió y él estuvo a punto de caer de rodillas. Oh, sí, justo
sobre sus rodillas, le daría la vuelta suavemente y la lamería. La
besaría allí, como hacía con su boca. Un sonido vibrante se alzó de
su pecho de solo pensarlo y lo podía visualizar, claro como el día.
Chloe, con las rodillas muy separadas, temblando mientras él la
amaba con la boca.
Pero ese escenario funcionaba mejor en la cama e iba a cambiar
de la teoría a la práctica tan pronto como la llevara allí, pero no
ahora. La barandilla era lo suficientemente baja como para que si
Chloe se arqueaba hacia atrás cayera cuatro pisos y él no quería ni
una molécula de esa posibilidad en su cabeza.
Ya habría tiempo suficiente, el resto de sus vidas de hecho, para
que la tumbara sobre la cama como un delicioso cucurucho de
helado de vainilla al que lamer.
Pero, por ahora… la rodeó con un brazo y ancló su otro brazo en
la barandilla. Chloe no se iba a caer. Si llovía fuego del cielo no la
dejaría caer. Nunca la dejaría caer.
Con un largo suspiro se deslizó en su interior, en todo ese calor.
Pudo sentir cómo su cuerpo daba la bienvenida al suyo, cómo con
cada centímetro, cedía para él. Comenzó a moverse lentamente,
inclinado sobre ella. Colocó la palma sobre su vientre, sosteniéndola
quieta, y fue recompensado cuando sintió que sus músculos internos
le apretaban el pene, el movimiento tan fuerte que casi pudo sentirlo
contra la piel de la palma de su mano.
Podría quedarse así para siempre, moviéndose dentro de ella
como la marea del océano, dentro y fuera, lentamente, como una
fuerza eterna hecha solo para eso. Hecha solo para amar a Chloe.
Otro apretón de su sexo y se acercó aún más, empujando más
profundamente. Ella gimió y sus piernas temblaron. Cristo, esto iba
demasiado rápido. Quería pasar toda la mañana en el balcón,
haciendo el amor con Chloe, con el olor del mar y la tostada
quemada en su nariz, pero no iba a suceder.
—Mike —susurró con voz temblorosa, la cabeza hacia abajo, con
los pequeños puños sobre la barandilla. Su pelo se balanceaba atrás
y adelante con sus embestidas. Se arqueó contra él, plenamente
abierta, y él se acercó más, movimientos cortos y rápidos ahora,
mientras sentía cómo le bajaba el sudor caliente por la espina dorsal.
Estaba sudando, jadeando, los movimientos rápidos y duros.
Chloe dejó escapar un sonido de lamento que se alzó en el aire de
la mañana y empezó a correrse, apretones calientes y líquidos que
eran imposibles de resistir. Mike apoyó los pies y empujó en su
interior hasta que algo dulce y caliente le atravesó y salió de su polla,
pulsos duros y fuertes que parecieron hacerse eco de los latidos de
su corazón.
Mike quedó envolviendo a Chloe durante largos minutos,
recuperándose poco a poco. Con un suspiro, ella se relajó y movió la
cabeza hacia atrás para descansarla sobre su hombro. Mike le besó el
cabello. Estaban tan cerca que era difícil saber dónde acababa él y
empezaba ella.
La acarició con la nariz, disminuyendo su ritmo cardíaco y
ralentizando la respiración. Todavía estaba en su interior, pero si se
movía, saldría. Quería quedarse exactamente así durante el resto de
su vida. La abrazó con fuerza.
—Te amo —susurró.
—Lo sé —respondió ella también susurrando.
Se quedaron allí, Chloe en el abrazo de Mike, mirando al mar,
satisfecha por completo. Mike juró cuando oyó sonar su teléfono
móvil.
—Tengo que contestar, cariño.
Se volvió para sonreírle.
Maldición. Quien fuera que llamara, mejor que fuera buena o les
destriparía.
Se salió de ella, su polla odiando el frío después del calor de
Chloe, cogió el móvil, comprobó la pantalla. Harry.
—¿Sí?
La voz de Harry era baja, grave.
—Mike, tienes que venir. Tenemos una pista de quién atacó a
Chloe.
Capítulo 17

Amerikanski, pensó Nikitin con disgusto mientras observaba a los


dos fornicando en el balcón a través de binoculares camuflados. Casi
tan malos como los rusos.
Había encontrado una foto de Chloe Mason en Facebook.
Increíble lo tontos que eran los americanos. Pero ahora sabía qué
aspecto tenía, y esa puta de mierda que estaba follando allá arriba
era Chloe Mason, su mejor oportunidad de descubrir qué había
pasado con sus hombres. Estaba allí, escondido entre los arbustos
frondosos que formaban una barrera entre los edificios y el mar,
reconociendo su apartamento, que tenía las cortinas cerradas,
cuando allí estaba ella, una planta más abajo, follando con un
hombre desconocido.
Había aparcado al inicio de la franja conocida como Coronado
Shores, que había reconocido en Google Earth. Había visto de
inmediato que había un buen puesto de observación a unos
cincuenta metros del edificio, al otro lado de la carretera que corría a
lo largo de la península. Esta zona, Coronado Shores, era territorio
de hombres ricos. Nikitin había servido a los vory y sabía cómo les
gustaba vivir a los ricos.
Sin embargo, ningún ruso vor que se preciara permitiría que una
franja densamente ajardinada separara la carretera de la playa. O si
existía, sería patrullada día y noche por guardias.
Americanos tontos, tan confiados.
Vio la cara de esa Chloe Mason, mientras la follaban por detrás,
observando todos sus movimientos, cada expresión. Tratando de
averiguar qué clase de mujer era, cómo había podido costarle dos
buenos hombres.
El hombre que la follaba. Eso tenía que ser. Nikitin observó para
obtener una vista de su rostro, pero por el momento, tenía el rostro
sepultado en el hombro de Chloe Mason. Pero era fuerte,
inusualmente ancho de espaldas, densamente musculoso, aunque no
alto.
Al igual que la descripción de la prostituta.
¿Era ese el hombre que le había costado dos buenos hombres?
Nikitin sacó su iPad de la mochila. Los americanos estaban tan
mal en tantas cosas, pero eran excelentes en alta tecnología. Sin
embargo, cada vez que se necesitaba capacidad intelectual, había
que mirar a Rusia.
Nikitin entró su nombre de usuario y contraseña, sacó una
fotografía de su huella digital con su iPhone 3G y la envió.
Cuarenta y siete segundos más tarde, Pirat estaba en línea.
Nikitin tenía una cuenta abierta con él. Simplemente hablar con Pirat
costaba diez mil dólares por hora. A él le gustaría mantenerlo
durante un cuarto de hora.
—¿Qué necesitas?
—Planos de un edificio en Coronado Shores, San Diego, California. La
Torre. Los nombres de los propietarios. En particular, el propietario del
tercer apartamento a la izquierda del cuarto piso.
Después de un minuto y medio, tenía el plano y los nombres de
todos los propietarios registrados. El propietario del apartamento,
que se encontraba en ese momento follando a Chloe Mason, Nikitin
levantó los prismáticos para comprobarlo. El hombre tenía
resistencia. El propietario del apartamento era un tal Michael Keillor.
Una fotografía llenó la pantalla. Cabello castaño oscuro, ojos
azules. Un rostro duro, incluso brutal.
Nikitin comenzó a escribir una solicitud de información, pero los
hechos ya estaban llenando la pantalla.
Michael Keillor. Ex Marine, Force Recon. Fue un puñetazo
enorme. Una advertencia de que un enemigo formidable se había
cruzado en su camino. Un tigre en lugar de un gato. Los americanos
eran, sí, un pueblo suave. Pero no sus soldados. La Force Recon era
una de las Fuerzas Especiales. Spetsnaz.
Sí, ese hombre sin duda podría haber eliminado a Ivan y Lyov, si
tenía armas y el elemento sorpresa.
Los datos continuaron llegando. Después de dejar los Marines,
Michael Keillor se unió al Departamento de Policía de San Diego
como miembro del equipo SWAT. Nikitin sabía que eran los oficiales
tácticos del departamento de policía.
Y ahora era socio de una empresa de seguridad, RBK Security
Inc.
Ex soldado, ex policía, ahora co-propietario de una empresa de
seguridad. Nikitin sintió que sus sentidos se agudizaban,
exactamente como si aquel fuera el momento antes de ir a la batalla.
Pero ningún soldado entra en la batalla a ciegas.
Información sobre Chloe Mason, dueña de una propiedad en el mismo
edificio.
Mientras esperaba a que Pirat buscara en sus bases de datos,
Nikitin, levantó los prismáticos una vez más. La pareja estaba
llegando al final de acto sexual. ¿Acaso la gente no se daba cuenta de
lo ridículos que parecían en medio de las relaciones sexuales? La
boca de la mujer estaba abierta, los ojos cerrados. Ambos cuerpos
estaban bañados en sudor, visible desde allí.
Era repugnante.
La pantalla cambió, bajó los binoculares y miró la pantalla.
Chloe Mason, de 28 años, adoptada a la edad de 5 por Rebecca y George
Mason, de Boston. Asistió a internados católicas en Londres desde los
quince hasta los dieciocho años. Licenciatura en literatura inglesa por la
Universidad College de Londres. Hermana de Harry Bolt, socio de RBK
Security Inc.
Una vez era una coincidencia, dos veces un patrón.
RBK Seguridad.
Metió la mano en el bolsillo para anotar la dirección y se congeló.
¡Niet!
Buscó en su chaqueta de cuero, tratando desesperadamente de
encontrar un agujero en el forro porque era imposible. Tal vez en el
otro bolsillo. No.
Se quitó la chaqueta como si estuviera en llamas, pasó las manos
por los dos bolsillos exteriores una vez más, el bolsillo interior, una y
otra vez. Pasó los dedos cuidadosamente por el forro solo por si
acaso, sabiendo todo el tiempo que no estaba allí.
La memoria USB. La memoria USB con todos los datos de la
subasta: fotos, estadísticas, mediciones. Certificados médicos. Y,
sobre todo, los nombres de los admitidos a la subasta. Médicos,
abogados, directores generales, todos en una subasta ciega para
hacer ofertas para comprar niñas pre-púberes.
Esa memoria USB contenía dinamita y si lo perdía, su vida habría
terminado. Y el final no sería bonito. Los vory no eran conocidos por
su misericordia.
Había mantenido la memoria con él en todo momento. Dónde…
Y de repente, lo supo. La puta de Consuelo lo tenía. Se había
quitado la chaqueta para interrogarla, no acostumbrado al cuero
mojado. De alguna manera la memoria USB se había caído y sin
lugar a dudas, ella lo tenía. La había dejado tumbada en el suelo en
su propio vómito. Si lo había visto, lo habría cogido.
Toda la información en la memoria estaba encriptada pero no
había modo de que no la tuviera consigo cuando el barco con las
chicas llegara. Los datos eran necesarios para establecer la subasta.
La información que contenía valía al menos cinco millones de
dólares, quizás más, dependiendo de cómo fuera la subasta. Iba a ser
una subasta online anónima, pero no podían organizarla sin los
datos de la puta memoria USB.
A las chicas del Meteor, ante su insistencia, se les había inyectado
un pequeño transmisor de identificador por radiofrecuencia, con el
pretexto de vacunarlas contra las enfermedades de transmisión
sexual. Había una manera de rastrearlas con su teléfono móvil pero
sería descargar los datos y luego encontrar a Consuelo, perdería el
tiempo.
Pirat cargaba en segmentos de cuartos de hora. Nikitin todavía
tenía siete minutos. Subió el código de los dispositivos RFID, el
usuario y la contraseña y le pidió que rastreara a Consuelo.
Pirat era rápido. En un minuto tuvo la respuesta.
Esperaba que estuviera en el Meteor pero recibió el mensaje:
Identificador por radiofrecuencia - tag # 3701 en Birch Street 1147.
Edificio Morrison.
¿Qué hay en el edificio? Tecleó.
Se quedó mirando la respuesta en estado de shock.
Compañía llamada RBK Seguridad.
* *
Todo iba suavemente, mucho más de lo que esperaba. Consuelo
se quedó mirando la pared blanca ante ella con la placa que decía
Seguridad RBK durante largos minutos, empezando a entrar en
pánico cuando se abrió suavemente y una mujer sonriente y amable
con un elegante traje y recortado cabello gris apareció al otro lado.
—Llámame Marisa —dijo con una voz ligeramente acentuada, y
Consuelo se sintió mejor de inmediato.
Era un lugar muy concurrido, un lugar rico, donde las ricas
personas de éxito hacían lo que fuera que hicieran. Consuelo no
conocía el mundo exterior. Había sido una niña abandonada y luego
una puta toda la vida.
Nunca había visto mucho del mundo exterior. Cuando entró, fue
como si entrara en otro universo, uno mejor.
Uno donde las mujeres no iban semidesnudas ni mostraban
carne como en una carnicería. Y donde los hombres no tenían los
ojos vidriosos por el alcohol y la lujuria, casi infrahumanos en sus
deseos, como animales con dinero.
Esa era su vida cotidiana y se daba cuenta de lo increíblemente
deficiente que era esta en todos los sentidos. La única gracia era la
solidaridad con las otras chicas, pero desde que los rusos habían
llegado con su nuevo régimen duro, se evitaban. No podían
ayudarse mutuamente. Nadie podía ayudarlas ahora.
Todo el mundo sabía lo que le había sucedido a Consuelo. Nadie
podría haberla ayudado, por lo que la evitaban. Había salido del
Meteor aquella misma mañana, sin mirar a nadie a los ojos.
Ahí era tan diferente. Todo el mundo estaba ocupado con algo
importante, valorados por lo que eran, por lo que sabían. Miró todo
con avidez, todo, absorbiendo por los poros el ambiente fresco y
tranquilo, donde nadie iba a comprar a nadie.
Ese iba a ser su nuevo mundo. Era eso o morir.
Marisa la acompañó a través de ese enorme vestíbulo que olía a
fresco y limpio, y no a perfume y alcohol, bajaron por un pasillo y se
detuvieron frente a otro muro blanco.
Brilló una luz verde sobre una cámara encima de la puerta y se
abrió suavemente.
—Entre —dijo una voz profunda.
Consuelo se congeló un momento. Ahí estaba. Ese era su último
refugio y su última esperanza.
Observó a través de otro gran espacio a dos hombres muy
grandes, de pie. Por un instante, se preguntó por qué estaban en pie
y luego la golpeó como un mazazo.
Estaban de pie por ella.
Como si fuera una dama.
Ella se detuvo, el corazón palpitante, con las rodillas súbitamente
débiles, luchando contra las lágrimas.
Todo el mundo esperó con paciencia. Marisa a su lado, los dos
hombres grandes frente a ella. Respiró profundo y siguió caminando
hasta que se detuvo delante del gran escritorio brillante.
Ambos hombres la miraban, caras en blanco, ojos sobre ella.
Ninguno de ellos le miró los pechos o las piernas, la miraron a los
ojos. Se permitió mirar a la derecha.
Uno de los hombres le resultaba familiar, aunque sabía que
nunca lo había visto antes. Cabello rubio oscuro, ojos café claro, casi
dorados, la piel de un dorado claro.
—Usted es el hermano de Chloe. —No era una pregunta. Estaba
allí, en la cara.
Él bajó la cabeza.
—Sí, lo soy. Mi nombre es Harry Bolt y soy el hermano de Chloe,
aunque no compartimos el apellido. —Inclinó la cabeza hacia su
derecha—. Y éste es Barney Carter. Me alegra conocerla.
Y entonces hizo algo tan inusual que Consuelo no lo reconoció.
Le tendió la mano. Por un segundo, pensó que tal vez le estaba
enseñando algo y miró su mano para ver de qué se trataba. Pero la
mano no tenía la palma hacia arriba, estaba simplemente extendida.
Extendida para ella.
La miró por un momento, luego a él. Su rostro era tan parecido al
de Chloe y sin embargo totalmente masculino, mientras que ella era
tan femenina. Eso la desconcertó. Consuelo no tenía familia y
tampoco ninguna de las otras chicas del Meteor. Nunca había visto
parecidos familiares antes.
Vacilante porque no podía recordar la última vez que había
estrechado la mano de nadie, se acercó. El apretón fue cálido, fuerte
y breve.
—Señora —dijo una voz de bajo, y se volvió hacia el otro hombre.
Donde Harry Bolt parecía un exitoso hombre de negocios que
trabajaba al aire libre a veces, en oposición a los abogados y
directores generales con los que tuvo relaciones sexuales, ese
hombre parecía peligroso. Alguien por quien cruzarías la calle para
evitarle. Más alto y más ancho que Harry Bolt, era enorme y rudo,
los bíceps sobresalían de la camiseta.
Él también le tendió la mano y se la apretó de manera aún más
breve que Harry Bolt, pero con gran suavidad. Podría aplastarle la
mano por capricho, pero todo en él transmitía una enorme fuerza
bajo un enorme control.
Harry Bolt asintió con la cabeza.
—Siéntese, por favor, señora…
—Solo Consuelo —dijo. Casi había olvidado su apellido, lo había
dicho tan pocas veces.
—Consuelo, por favor tome asiento. —Harry Bolt hizo señas
hacia una silla cómoda, rodeó su gran escritorio y se sentó. El
peligroso, Barney, se sentó en una silla a su lado.
Ambos hombres la miraban con expresiones que ella no pudo
entender hasta que lo comprendió. Ellos no sabían que era una
prostituta. Iba vestida con pantalones vaqueros y una blusa blanca,
sin maquillaje. No lo sabían.
Oh, Dios mío.
Durante un segundo, se quedó allí sentada con dos hombres que
no conocía y que no sabían lo que era. Que la miraban y la trataban
como si fuera una mujer normal.
Había pasado la mayor parte de su vida en el interior del Meteor.
No podía recordar la última vez que un hombre no la trataba como
una puta.
Inhaló y espiró. Si todo iba bien, existía la posibilidad de una
vida en la que esto sucediera todos los días. Dejarlo atrás.
Por favor.
—Entonces. —Harry Bolt cruzó las manos sobre su escritorio.
Quería que le dijera por qué estaba aquí, pero no había ninguna
presión sobre ella, ninguna. Era una empresa ocupada, con éxito,
estaba claro por todo lo que había visto, pero él le estaba dando su
tiempo—. ¿Es usted amiga de mi hermana?
Otro aliento. Solo un segundo más de ser normal.
Bajó los ojos y los levantó.
—Sí. Es mi culpa que Chloe fuera herida. Es por mi culpa y la de
algunas de mis… amigas.
Nada cambió en su expresión. Consuelo volvió un poco la cabeza
para mirar al otro hombre. Barney. Ninguna expresión allí, tampoco.
—¿Cómo es eso, Consuelo? —preguntó Bolt con suavidad.
—Ella habló con nosotras, nos animó. Nos dio un poco de coraje.
Algunas de nosotras empezamos a hablar. A rebelarnos un poco.
Ellos no pudieron soportarlo y enviaron a los rusos.
Él se enderezó de repente, disparando una mirada al otro
hombre.
—¿Los rusos? ¿Qué rusos?
Otra respiración profunda. Había sido un momento tan breve.
Bajó los ojos otra vez, habló a sus rodillas.
—Los rusos del Club Meteor, en el que trabajo. Tres hombres y
su líder. Un hombre llamado Nikitin. Llevan allí desde hace un año.
Han puesto dinero en el club, mucho. Hay algo acercándose, se están
preparando para algo. Algo grande va a suceder.
Por fin levantó los ojos, esperando ver el desprecio y el asco. En
cambio Harry Bolt parecía pensativo. Se encontró con la mirada del
otro hombre otra vez, dando golpecitos a la mesa con un lápiz.
Ambos se volvieron hacia ella de nuevo, pero Consuelo no vio
absolutamente nada en su mirada que demostrara que la habían
entendido. Nada.
¿Cómo podía ser eso?
—¿Sabes qué es el Club Meteor? —preguntó ella.
—Sí, por supuesto —respondió Bolt, con la mente obviamente en
otra parte—. ¿Así que dos de esos rusos fueron los que atacaron a
Chloe?
Increíble. Ella acababa de decirles que era prostituta y ellos
simplemente lo ignoraron. Estoicamente había echado a un lado el
placer de ser tratada como una dama cuando les dijo dónde
trabajaba. Se le había encogido el pecho, respiraba profundamente,
pero sus reacciones aliviaron la tensión.
—Sí. Sus nombres son Lyov e Ivan. Son matones. Hombres
violentos. Golpearon a dos de mis amigas del Meteor. Una tuvo que
ser hospitalizada. La llevaron al otro lado de la frontera para recibir
atención médica. Nunca la volví a ver.
—Espere. —Harry Bolt no apartó los ojos de ella mientras cogía
un móvil y presionaba un par de teclas—. Sí —dijo, tan pronto como
alguien descolgó en el otro extremo—. Ha pasado algo. Tenemos una
pista sobre los hombres que atacaron a Chloe. Rusos, ella tenía
razón. —Escuchó—. Ajá. Tan pronto como puedas. Date prisa.
Colgó.
—¿Por qué atacaron a mi hermana?
—Estos rusos. Están haciendo una gran inversión, como ya he
dicho. Algo grande se está acercando. El dueño del Meteor, Franklin
Sands, siempre está tratando de causar una buena impresión a los
rusos, con ganas de que todo sea perfecto. Chloe… habló con
nosotras. Nos escuchó. Nos hizo sentir mejor. Ella tiene un toque
especial, ¿sabes?
Bolt asintió sombríamente.
—Sí, lo tiene.
Consuelo quiso frotarse las palmas húmedas, quería mirar al
suelo de nuevo, pero no lo hizo. Enderezó los hombros y miró al
hermano de Chloe a los ojos.
—Chloe realiza sesiones de grupo. No creo que sea realmente
una terapia, pero no lo sé. Ella escucha en su mayor parte. Sin
embargo, todas nos sentimos mejor después. Nos sentimos mejor,
más limpias. Y luego tuvimos que volver. Volver al Meteor. —Su voz
se volvió ronca. Tosió—. Cada vez era más difícil. Y supongo que
empezamos a rebelarnos un poco. No fue culpa de Chloe. Ella no
nos dice lo que debemos hacer, cómo deberíamos comportarnos,
pero simplemente algunas de nosotras… no podíamos continuar.
Nuestro jefe estaba furioso con nosotras. Está tratando de causar una
buena impresión a los rusos. No quiere problemas. Susie, una de
nosotras, dijo que iba a dejarlo, que Chloe quería que lo dejara. No
era cierto. Chloe nunca decía nada de eso en absoluto. Nunca nos
daba consejos, nunca nos empujaba en ninguna dirección, solo
escuchaba. Pero lo que dijo Susie fue suficiente para volver locos a
los rusos.
—¿Así que fue eso? —preguntó Bolt—. ¿La razón de por qué la
atacaron?
Consuelo asintió con la cabeza.
—Para hacer que diera marcha atrás. Para que dejara de remover
las cosas.
—Hijo de puta. —El rostro del hombre se volvió aún más
sombrío, aparecieron arrugas blancas alrededor de su boca. Miró
brevemente al otro hombre, que parecía como si también quisiera
golpear a alguien—. Esos hombres se están hundiendo. Los rusos
también.
¡Su momento!
—Esto podría ayudar. —Consuelo sacó la memoria USB de su
bolso y la deslizó por la mesa grande y brillante—. Se lo quité al jefe
ruso, Nikitin. No sé su nombre de pila. Debe contener algo valioso.
Lo guardaba en el bolsillo de su chaqueta.
—Información, ¿eh? —Bolt examinó cuidadosamente el
dispositivo—. Fabricación rusa. Supongo que no es de extrañar. —Se
dio la vuelta, conectando la memoria a su ordenador y observó
atentamente la pantalla. Manipuló algunas teclas. Consuelo no sabía
nada de ordenadores. Estaba prohibido que las chicas tuvieran
ordenadores.
Bolt hizo un sonido de frustración.
—Está encriptada. Parece un cifrado de 216 bits. Es un grado
muy fuerte de protección. Llevará algo de trabajo craquearlo.
Consuelo apenas le entendía. Lo único que realmente
comprendió era que tal vez lo que había traído no era útil. Había
pagado un alto precio por ello. Parpadeó para contener las lágrimas.
—¿No se puede leer?
Oh Dios, había estado contando con esto. Contando con eso
porque la memoria USB la ayudaría a desaparecer. Había dejado el
Meteor para siempre, no había vuelta atrás. Pero si no había futuro,
¿qué iba a pasar con ella?
—No, no sin algo de trabajo. Y vamos a necesitar un pirata que
hable ruso. —Bolt habló ausente, luego la miró. Aunque Consuelo
estaba acostumbrada a ocultar sus emociones, todas las putas lo
aprendían o no podían trabajar, descubrió que ahora no podía. Lo
que sentía, estaba allí mismo, en su cara.
No podía respirar, no podía pensar.
—¿Qué sucede? —Esa voz profunda fue suave de repente.
Ella se retorcía las manos pero luego las detuvo. Bajó la mirada
hacia sí misma y se horrorizó al ver que la modesta blusa blanca de
algodón revoloteaba sobre su pecho izquierdo mientras su corazón
latía con fuerza por el pánico.
Miró a Bolt y al hombre de aspecto rudo, Barney.
—No puedo volver atrás —susurró—. Se lo he traído como…
como pago, porque dicen que ayuda a las mujeres a desaparecer.
Pensé que si el ruso tenía información, debía ser valiosa. No puedo
volver atrás. No puedo… —Su voz se quebró y dejó de hablar,
respirando entrecortadamente asustada—. No puedo volver. No
puedo pasar por eso otra vez. El ruso… me puso un trapo en la cara,
vertió agua sobre el paño y…
El otro hombre, Barney, se puso en pie de repente.
—¿La sometió al maldito submarino10? —rugió y Consuelo se
echó atrás.
Ella siempre había aprendido a reconocer los estados de ánimo
de los hombres, tenía un instinto animal para ello. Y ese hombre se
había vuelto peligroso.
Se puso rígida y se le quedó la cara en blanco.
—Tranquilo, Barney —dijo Bolt—. No estás ayudando. Estás
asustando a la dama. —Asintió hacia ella—. Lo siento. Barney no
está enfadado con usted, está enfadado con el hombre que aplicó la
tortura por ahogamiento a una mujer. Tendrá que disculparle,
señora.
Ella mantuvo la espalda recta, se volvió hacia Bolt, a
continuación, hacia el otro hombre, ese Barney, a continuación, de
vuelta a Bolt. Había sido bonito que la llamaran dama y se dirigieran
a ella como «señora», pero a pesar de que la hacía sentirse muerta
por dentro, tenía que decirlo.
—No soy una dama, señor Bolt. Si sabe lo que es el Meteor sabe
en qué trabajo, trabajaba allí, así que sabe lo que soy.
—Una mujer hermosa —gruñó Barney, y ella se volvió hacia él,
mirándolo sorprendida. Había tenido mucho acné de joven. Su piel
cetrina estaba picada. Su feo rostro rugoso estaba ruborizado—. Eso
es lo que es. Hace lo que hacía mi madre, porque ella tenía tres hijos
que alimentar y esa era la única manera de hacerlo. No hay
vergüenza. Hay un montón de vergüenza para el cabr…
—¡Barney! —ladró Bolt.
El hombre apretó las mandíbulas.
—Lo siento, jefe —dijo finalmente.
Consuelo bajó la cabeza, dejando que el cabello cayera sobre su
rostro, ocultándolo. Ocultándose. Una lágrima cayó sobre su muslo,
causando una pequeña mancha húmeda en sus pantalones vaqueros.
La áspera voz de bajo de Barney se volvió suave.
—La vergüenza no es suya. Está en todos esos hombres que le
harían eso a una mujer.
Consuelo continuó mirándose las rodillas. No podía levantar la
cara, no podía hablar, no podía moverse, apenas podía respirar.
Bolt estaba hablando en voz baja por el sistema de
intercomunicación. Nadie se movió hasta que la puerta se abrió.
Consuelo no se dio la vuelta. Probablemente era algún otro de la
empresa.
Tal vez para echarla, porque había traído algo completamente
inútil.
No era un hombre, era una mujer. Una mujer muy hermosa, alta,
de pelo negro con intensos ojos azules. Por un momento, pensó
Consuelo, haría una fortuna en el Meteor, a continuación, se avergonzó
de sí misma.
Esta era una mujer muy amada. Era seguida por un hombre
grande que posaba la mano en su espalda porque estaba muy
embarazada. Se cernía sobre ella, observándola como un halcón.
Las chicas del Meteor no se quedaban embarazadas. Las que lo
hacían lo perdían muy rápido. Consuelo no había experimentado
nunca una pareja que estuviera esperando un hijo juntos. Era una
idea novedosa. La gente tenía hijos todo el tiempo, por supuesto. Es
solo que ella no lo había visto. Su mundo y los niños no se
mezclaban.
Harry y Barney se levantaron mientras la mujer se movía
lentamente, pero con gracia, a pesar del enorme vientre. Barney
acercó una silla al lado de la mesa y la mujer se sentó en ella con un
suspiro. Su hombre… ¿amante? ¿marido? estaba detrás de ella, con
las manos enormes sobre sus hombros.
Harry frunció el ceño.
—¿Qué estás haciendo en la oficina cuando vas a soltar al bebé de
un momento a otro?
Ella suspiró de nuevo.
—Sí, pero estoy terminando un trabajo enorme y quería despejar
el camino para poder tomarme un par de semanas de descanso
después del nacimiento.
—Un par de meses —gruñó el hombre detrás de ella. Era
protector y entrañable, a pesar de estar con el ceño fruncido y tener
un aspecto bastante aterrador, casi tan aterrador como Barney, la
mujer se echó a reír.
—Semanas. Puedo trabajar desde casa al principio, Sam.
El hombre detrás de ella, ¿Sam?, resopló y dejó escapar un
suspiro de exasperación, como un toro. La mujer se echó a reír otra
vez.
Sam miró a Bolt.
—Entonces, ¿qué tenemos aquí? ¿Por qué has llamado a Nicole?
Ah. El nombre de la hermosa mujer era Nicole.
—Ya que Nicole está por aquí, he pensado que tal vez nos podría
ayudar. —Bolt le entregó la memoria USB.
Ella la miró con curiosidad.
—¿Qué hay dentro?
—No lo sé. Es ruso, cifrado. Y los archivos grabados son,
probablemente, rusos. Sabes ruso, ¿no?
—Un poco. Lo suficiente como para captar la esencia de un texto.
—Y me dijiste que tienes a ese genio ruso de las computadoras en
tu lista de colaboradores. Hace traducciones técnicas. ¿Crees que…?
—Oh, sí. —Nicole sonrió y Consuelo parpadeó. ¿Cómo podía
una mujer embarazada de cien meses ser tan hermosa?—. Sí,
efectivamente. Creo que es el hombre para el trabajo. ¿Es urgente?
—Es posible que haya información sobre los hombres que
atacaron a Chloe.
Hubo un silencio eléctrico.
Nicole extendió la mano como si supiera que encontraría la mano
de su marido y lo hizo. Él la levantó de la silla.
—Entonces vamos a averiguar qué hay en esta memoria tan
rápido como sea humanamente posible —declaró Nicole,
sosteniendo en su mano la pequeña memoria. Su rostro se había
vuelto serio—. Harry, voy a confiscar el otro equipo.
Él asintió con la cabeza mientras Nicole se sentaba ante un
ordenador portátil y elegante. Lo abrió y con un beep lo arrancó, el
brillo de la pantalla se reflejó en el rostro de Nicole. En un segundo,
se había ido.
Nicole estaba inmersa en lo que estaba haciendo, mirando
fijamente a la pantalla, tecleando rápidamente, deteniéndose, a
continuación, volviendo a empezar.
—Está bien —dijo, recostándose y frotándose el vientre—. Se lo
he enviado a mi loco pirata ruso, mi amigo Rudy. Él nunca duerme.
Ha echado un vistazo y dice que no debería llevarle mucho. Lo ha
llamado encriptación «Mafia», está acostumbrado a ello. ¿Tienes
alguna idea de lo que contiene?
—Algo importante, eso es seguro —dijo Bolt. Asintió con la
cabeza a Consuelo—. Ella se la quitó el hombre que ordenó atacar a
Chloe. Un tipo que le hizo el ahogamiento simulado.
—¿Ahogamiento simulado? —Nicole se enderezó, haciendo una
mueca. Extendió la mano y su marido la tomó suavemente para
ayudarle a levantarse de la silla.
Nicole se acercó a ella y le puso una mano sobre el hombro.
—No va a volver con esos horribles hombres.
—Eso es condenadamente cierto —dijo su marido. Bolt y Barney
asintieron con la cabeza.
La garganta de Consuelo estaba tensa, en carne viva. No podía
hablar, movió la cabeza.
—No. —Su voz salió como el sonido de un animal herido—.
Nunca.
Esa era su oportunidad. Eso era para lo que había ido. Pero no
pudo pronunciar las palabras. Los cuatro la observaban, tres
hombres y una mujer, esperando con expresiones en blanco a que
ella hablara.
Consuelo había sido educada en la dura escuela de reprimir sus
sentimientos, de lo contrario no podría funcionar en el Meteor.
Algunas noches los reprimía tanto que pensaba que habían
desaparecido.
No lo habían hecho.
Se habían comprimido en una bola dura, negra, que la ahogaba.
Los cuatro siguieron mirándola, esperando.
Tenía que hacer aquello. Tenía que hacerlo, porque no había
vuelta atrás. Preferiría morir.
—E-Espero que haya algo útil en esa memoria USB —dijo por fin,
la voz ronca y tensa—. Espero que haya algo que haga daño al ruso,
que le encierre. Porque es quien va tras Chloe. Lo traje como pago.
Un pago parcial. Porque dicen, dicen que ustedes pueden ayudar a
las mujeres a irse. A desaparecer. Y nunca las encuentran. —Por
favor, rezó al Dios en el que ya no creía—. También tengo dinero. —
Escondió el temblor de sus manos mientras sacaba un grueso sobre
de papel manila. Miró a los ojos de Bolt mientras los deslizaba sobre
su escritorio. Él la miraba a ella, no al dinero—. Veinte mil dólares —
susurró—. Para llevarme lejos.
¿Era suficiente? No tenía ni idea. Lo único que sabía era que ella
también estaba empujando su corazón latiendo a través de la mesa.
Harry Bolt colocó una gran mano sobre el sobre y lo detuvo.
¿Quería más? ¿Podría conseguir más? No trabajando en el Meteor,
por supuesto. Tal vez podría trabajar de camarera, pero ¿dónde? En
cualquier lugar de San Diego, Nikitin, Sands y sus hombres la
encontrarían.
Su corazón casi se detuvo cuando Bolt movió la mano con el
sobre debajo por el escritorio de vuelta a ella.
—No podemos tomar su dinero, Consuelo.
Pero, por supuesto, ¿cómo podría aceptar el dinero de una
puta11? Era un hombre respetable en una empresa respetable. Ricos y
poderosos, incluso. ¿En qué había estado pensando? Había estado
alrededor de hombres ricos el tiempo suficiente. Los ahorros de su
vida eran probablemente lo que él gastaba en regalos de Navidad
para su esposa, si tenía una. Por supuesto, no tenía ningún uso para
su dinero manchado.
Él solo la había condenado a muerte.
Debería levantarse, salir e ir… ¿a dónde? Sus piernas no la
sostendrían, lo sabía. ¿Qué podía hacer, a dónde iría? Ni siquiera
podía pensar más allá del pánico en su mente, mostrando escenas de
pesadilla de ahogamiento.
Consuelo respiraba con dificultad.
Bolt estaba diciendo algo, pero ella no podía oír nada con el ruido
en su cabeza.
—¿Qué?
Él repitió con paciencia.
—Nosotros no aceptamos dinero de las mujeres y niños a los que
ayudamos. La desaparición lleva algún tiempo y preparación.
Durante los próximos días la alojaremos en un lugar muy seguro
mientras le preparamos algunos documentos para su nueva vida.
Estará a salvo, se lo prometo. Barney la cuidará. Nadie le hará daño.
Su mirada se disparó a Barney. Él le sostuvo la mirada y asintió
con la cabeza, como para confirmar lo que había dicho Bolt.
Nadie te hará daño.
—¿A dónde le gustaría ir?
En blanco. En blanco por completo. Ni siquiera había
considerado la elección de un lugar. Solo pensaba en huir, como un
matorral rodando en el viento, y en detenerse cuando el viento se
detuviera.
¿Podía elegir?
—Miami. —La palabra salió de la nada, pero en el instante que
salió de su boca, se sintió bien. Correcto—. Me gustaría ir a Miami.
—Buena elección. Muchos hispanos estadounidenses. Las
grandes ciudades son buenas para ocultarse. Vamos a prepararle
nuevos documentos y una historia. Mantenga un perfil bajo y
después de un año o dos comenzará a sentirse como esa nueva
persona.
Por favor.
—Abriremos una cuenta bancaria para usted en Miami bajo su
nuevo nombre e ingresaremos otros diez mil. Con lo que tiene,
debería ser suficiente durante un tiempo. Espere unos meses y luego
puede buscar un empleo. Camarera o dependienta. Nada demasiado
lujoso.
Consuelo estaba casi más allá de las palabras. Negó con la cabeza
aturdida. No, nada demasiado lujoso.
El Meteor era lujoso. Quería estar lo más alejada posible del lujo.
Lejos del falso lujo y los olores fuertes de perfumes caros y licores.
Quería un apartamento pequeño y no demasiado costoso, solo para
ella, ropa normal, quería dar largos paseos por el parque, ver la
televisión y dormir sola por la noche. Lo quería tanto que temblaba.
Y la gente de esa habitación se lo iba a dar.
—Gracias —dijo. Parpadeó, y comenzó a llorar—. Muchas
gracias. Me ha devuelto la vida.
Nicole se levantó, con la ayuda del hombre de aspecto rudo que
nunca abandonaba su lado y caminó hacia ella. Esta mujer hermosa,
elegante. Una dama.
Puso la mano sobre el hombro de Consuelo.
—Gracias a ti, Consuelo. Tú sola has salido de esa situación. Solo
te estamos ayudando. Sigue las instrucciones que recibirás de Harry
y de Barney y estarás bien. Todos te deseamos lo mejor en tu nueva
vida.
Consuelo puso la mano sobre la de Nicole, sin pensar, luego
horrorizada de sí misma, trató de apartarla. Pero Nicole la había
agarrado y no lo permitió.
—Buena suerte —dijo, inclinándose para susurrarlo al oído de
Consuelo, y fue como una bendición.
Barney estaba en una puerta lateral, sosteniéndola abierta.
—Señora —dijo, su voz tan profunda que resonó en su estómago.
O tal vez fue la palabra. Tan insignificante. Tan importante.
Consuelo se levantó y salió por la puerta.

* *
El hombre que había estado follándose a Chloe Mason en el
balcón se fue. Nikitin vio el vehículo subir del aparcamiento
subterráneo. Las ventanas laterales estaban tintadas pero el
parabrisas delantero estaba limpio y le dio una excelente vista de la
cara del hombre, el que había sudado mientras montaba a la mujer.
Chloe Mason estaba sola. Y Chloe Mason iba a conseguir que le
devolvieran su memoria USB.
Iba a necesitar su baúl, e iba a necesitar a Dmitri. Pero primero
mandó un correo electrónico a Pirat.
Encuentra las coordenadas de paisaje plano vacío alrededor de San
Diego.
La respuesta llegó de inmediato: Superado el anticipo.
¡Pizdets! ¡Joder!
Nikitin mantuvo en línea a Pirat. Y sí, había superado el crédito.
Apretando los dientes, transfirió diez mil dólares de su cuenta de las
Bahamas a la cuenta de Pirat en Goa.
¿Feliz ahora? pensó con amargura. Pero no lo tecleó.
Tres minutos más tarde tuvo una serie de coordenadas,
fotografías de satélite a diez mil metros de altitud, cinco mil, mil,
quinientos, cien, y tan cerca que habría podido leer los números de
matrícula si hubiera habido coches alrededor. No había ninguno. Era
un desierto. Desierto Anza-Borrego estaba escrito en letras blancas
en la parte inferior de la foto de resolución mil metros de altura.
Aunque su pantalla del iPhone era pequeña, Pirat había
proporcionado mapas extensos y Nikitin pasó diez minutos
desplazándose a través de ellos. Pirat también había proporcionado
un mapa con una línea azul que conducía al desierto.
Hizo cálculos en su cabeza. Si conducía a gran velocidad, podría
llegar hasta el desierto en cuarenta minutos. Le daría tiempo para
coordinar la entrega.
Llamó a Dmitri, le dio las coordenadas de dónde estaba, le dijo
que trajera el baúl y aparcara dos edificios de condominios más allá
de La Torre.
Mientras esperaba observó el apartamento del cuarto piso. Las
cortinas de una de las habitaciones, ¿el dormitorio? estaban corridas,
pero el resto de la vivienda, que se extendía a lo largo de cinco
habitaciones, todas ellas conectadas por un balcón, con uno pequeño
separado, donde los dos habían follado, estaban abiertas. Podía ver a
la mujer moverse de vez en cuando.
Tenía la mandíbula dolorida y los dedos apretados sobre los
prismáticos con tanta fuerza que fue una sorpresa que no mellara el
metal. El sudor le bajaba por la espalda.
Nikitin era un soldado, y uno bueno. Había estado en el Spetsnaz
durante catorce años, en el Vympel12, lo mejor de lo mejor.
Había estado en combate, luchado en numerosos tiroteos en
África y Chechenia. Pero al entrar en combate, si eras bueno y él lo
era, tenías una oportunidad de sobrevivir.
Ahí no. Si no era capaz de recuperar la memoria USB cuando el
vory llegara para la subasta, era hombre muerto. Y su muerte sería
lenta. No sería ni siquiera personal. El vory sabía que tendría que dar
una lección con él para aquellos que fueran descuidados con
información que valía millones de dólares. La lección sería la muerte
con una cantidad épica de dolor, cada minuto filmado, como una
lección objetiva.
Estaba elaborando un plan sobre la marcha con muy poca
información, en un país extranjero, con un operativo. Todo por culpa
de esa puta que estaba en ese elegante apartamento, hablando de
rebelión a las prostitutas.
Nikitin mantenía un estrecho control sobre sus emociones en
todo momento. Se había movido en círculos peligrosos toda su vida.
Su padre había sido fusilado por sedición cuando se negó a llevar a
sus hombres a una misión suicida a Afganistán.
Nikitin sabía lo peligroso que era el mundo, lo sabía en sus
huesos y en su sangre. El hecho de que ahora se encontrara en el filo
del cuchillo de una muerte horrible a causa de la intromisión de una
mujer de mierda le hizo temblar de rabia.
Si fuera por él, habría entrado en ese puto apartamento y le
volaría la cabeza, y durante un segundo, durante un segundo
incontrolable, quiso hacerlo con tanta fuerza que se estremeció.
Pero entonces, toda una vida de disciplina descendió sobre él una
vez más, encerrándolo en su abrazo fuerte. Era como si su cerebro
hubiera tenido estática por un momento, una mala recepción, pero
ahora estaba de nuevo sintonizado.
Vio con claridad lo que había que hacer y cómo lo haría, vio que
si lo hacía de manera limpia y rápida podría haber una manera de
salir de esto. Con algo de suerte, que tenía que empezar a tener de
nuevo, el vory nunca sabría lo que había sucedido.
Podría, tal vez, explicar la desaparición de los dos hombres
asignados informando de la pérdida de una considerable suma de
dinero en efectivo. Los dos hombres habían sustraído el dinero y
desaparecido, probablemente al sur de Tijuana. Nikitin podía
prometer al vory que tan pronto como la nueva transacción acabara
les rastrearía y recuperaría el dinero.
Pero por ahora, tenía que ponerle las manos encima a Chloe
Mason.
Dmitri aparcó a unos quinientos metros. Nikitin oteaba
atentamente el horizonte, 360 grados. No había nadie observándole,
nadie en los balcones del condominio de lujo, nadie dando un paseo.
Ese era un barrio residencial y la mayoría de los habitantes estaban
en el trabajo.
Metió los prismáticos en la mochila, luego se levantó y caminó
hasta la acera, hacia un hombre que se estaba tomando un descanso
matinal y hacía ejercicio.
Pasó junto a Dmitri, observando con cuidado a los espectadores,
y luego retrocedió, golpeando en la ventana del lado del conductor.
Bajó con un zumbido.
—¿Conseguiste todo? —preguntó Nikitin en voz baja. En
respuesta, Dmitri abrió la parte trasera del vehículo.
Nikitin hizo un rápido inventario. Preparó dos mochilas, para él
y Dmitri. GSh-18 con supresores, tres cargadores. Nada de rifles,
ahora no, eso vendría más tarde. Dos máscaras de gas, una bombona
con la tubería empotrada, de alta velocidad de perforación, una
pequeña cantidad de C4 con mecha de detonación.
Se guardó la pistola en la parte baja de la espalda, el resto en la
mochila. La sopesó e hizo gestos a Dmitri.
Dmitri cerró el maletero y se puso a caminar junto a él. Nikitin le
dio su mochila.
—Tranquilo —murmuró Nikitin—. Agradable y lento.
Se encaminaron hacia el final de la península, dos hombres en
ropa deportiva, dando un paseo. Sin dudarlo, cruzaron las enormes
puertas de cristal de dos pisos de la Torre.
Su suerte aguantaba, pensó Nikitin. Ya era hora. No se habían
encontrado con nadie, ni un coche en la carretera. El gran vestíbulo
estaba desierto a excepción de un guardia detrás de una consola en
forma de U.
Nikitin miró a su alrededor con una leve sonrisa en sus labios, un
conocedor apreciando un edificio bien diseñado. Cuatro cámaras de
seguridad en las esquinas, en ángulo para cubrir toda el área del
vestíbulo. Y dos cámaras de vídeo en los ascensores.
—¿Necesitan ayuda, amigos? —El guardia de seguridad tenía
una sonrisa amable en su rostro, pero era joven, en forma y alerta. Se
levantó mientras Nikitin y Dmitri se acercaban, una mano sobre el
mostrador, la otra suelta a su lado, justo al lado de la Bere a en la
funda.
Una serie de monitores de alta resolución brillaban en un estante
debajo de la encimera.
Nikitin se apoyó en el mostrador que le llegaba al pecho con una
sonrisa, asegurándose de no tocar nada con las manos. El guardia no
podía verle estirar la mano hacia la espalda.
—Sí —dijo, sacudiendo la cabeza con tristeza—: estoy buscando
al señor Darren Smith. Dijo que vivía en Coronado Shores, en el
condominio La Torre. ¿Estoy en el lugar correcto?
—Sí, señor, lo está —contestó el guardia—. Pero me temo que no
tenemos a nadie con ese…
Con un movimiento suave, Nikitin levantó el GSh y disparó a
quemarropa al puente de la nariz, directamente a través del neo
córtex. Un chorro de color rosa y gris salió disparado detrás de la
cabeza y el guardia se desplomó en el suelo, ya muerto.
—Nombre —terminó la frase Nikitin.
No necesitaban hablar. Ambos hombres se pusieron los guantes
de látex que estaban en la mochila de Dmitri. Nikitin desconectó los
monitores, mientras que Dmitri metía el cuerpo debajo de la
plataforma. Había algunas manchas de sangre en el suelo, pero
tenías que asomarte por encima del mostrador de seguridad para
verlas. Nikitin asintió con la cabeza a Dmitri, que caminó
rápidamente por el gran vestíbulo, los tacones de las botas
resonaban sobre el suelo de mármol. Colocó restricciones de plástico
alrededor de los picaportes interiores de las puertas y los apretó. Las
restricciones eran casi invisibles desde el exterior. Se necesitarían
doscientos treinta kilos de presión para romperlas. El edificio estaría
aislado del mundo exterior durante el corto tiempo que les llevaría
coger a Chloe Mason.
Cualquiera que visitara o regresara al apartamento vería un
guardia de seguridad desaparecido y puertas cerradas con llave, así
que asumiría que había habido problemas y, probablemente,
llamaría al 112.
No, esto era América, se recordó. Al 911.
Estudió el sistema de cámaras de seguridad un minuto, mientras
Dmitri se ocupaba de las puertas delanteras. Estaba familiarizado
con la mayoría de los sistemas de seguridad. Este era de alto nivel.
Pero no invulnerable.
Apagó un interruptor y alzó los ojos hacia las cuatro esquinas del
vestíbulo. Las luces LED de las cámaras estaban apagadas.
Bueno, el edificio estaba cerrado y ciego.
Fase dos.
La mujer Mason había estado en el cuarto piso, tercer
apartamento desde la izquierda. Por lo general, tendría que ascender
a varios pisos por encima del apartamento, y luego bajar por la
escalera, pero el tiempo apremiaba. El sistema de seguridad estaba
apagado, pero no tenía ni idea de si había dos guardias de turno. Ese
era el problema de improvisar, sin información ni planificación
adecuada. Así que tomó el ascensor.
Fuera de la puerta del apartamento, Nikitin extendió la mano y
Dmitri colocó un escáner de infrarrojos en la misma. Nikitin lo
encendió, y luego miró con el ceño fruncido, a la pantalla. No había
nada. Absolutamente nada.
Caminó rápidamente por el pasillo, con el objetivo del escáner, y
encontró dos personas detrás de las puertas y las paredes de los
apartamentos. Uno, dos puertas más abajo a la derecha, y otro,
detrás de la puerta del último a la izquierda.
Las señales de calor eran pequeñas. Mujeres u hombres muy
pequeños. Amas de casa o señoras de la limpieza, lo más probable.
Volvió rápidamente a la vivienda donde estaba Chloe. Nada.
Una puerta común, obviamente una puerta corredera operada
por un teclado a la derecha. La puerta era impenetrable hasta para
los infrarrojos. También las paredes a cada lado de la puerta.
¡Mierda! Ese Mike Keillor era muy consciente de la seguridad.
Nikitin miró a Dmitri. Indicó el apartamento de al lado y Dmitri
asintió.
Se trasladaron a la puerta de al lado en completo silencio. Dmitri
había sido bien entrenado. Nikitin no tenía que dar órdenes.
Apuntó el infrarrojo a la puerta del apartamento justo al lado de
donde estaba Mason. Madera, ninguna barrera al infrarrojo.
Caminó a lo largo del pasillo correspondiente a la vivienda y no
vio señales de calor en absoluto. Perfecto. Quienquiera que poseyera
ese lugar estaba fuera, probablemente en el trabajo. Si estaban de
compras, lo lamentarían, porque Nikitin dispararía a matar si
regresaban.
Sus armas estaban fuera del alcance del rastreo de las fuerzas de
la ley estadounidenses. Las cámaras de seguridad apagadas. Si tenía
que matar, nunca lo rastrearían. Estaban siendo muy cuidadosos,
pero incluso si dejaban atrás una muestra de ADN, ni él ni Dmitri
estarían en su sistema.
Nikitin miró la cerradura. Era asequible, pero llevaría tiempo.
Asintió con la cabeza a Dmitri y retrocedió. El disparo fue apenas
audible junto a la pistola. Sonó como una lata de cerveza al abrirla.
Con un ligero empujón a la puerta, entraron. Nikitin
inmediatamente giró a la derecha, apuntando con su escáner a las
paredes, mientras que Dmitri pasaba de una habitación a otra, con el
arma preparada.
Para cuando Dmitri regresó haciendo la señal de todo limpio,
Nikitin había encontrado a Chloe, sentada en una habitación junto al
salón de este apartamento. Estudió el monitor del escáner.
Una figura menuda sentada en una silla, la mano enroscada en
torno a algo caliente, la única fuente de calor parecía un horno de
microondas, enfriándose rápidamente.
Estaba sentada bebiendo té o café. Perfecto.
El veintitrés de octubre de dos mil dos, Nikitin había sido un
joven teniente de la unidad antiterrorista de élite Vityaz bajo el
mando del FSB. Había sido enviado a Moscú desde Grozni para un
curso de tres meses sobre terrorismo nuclear, biológico y químico
cuando se produjo la llamada a las nueve y veinte de la noche.
Cincuenta terroristas habían tomado como rehenes a más de
novecientas personas en un teatro durante la representación de un
musical popular. Los terroristas estaban armados hasta los dientes y
llevaban chalecos explosivos. Unos pocos rehenes que habían estado
detrás del escenario escaparon por la parte trasera e informaron a las
Fuerzas Especiales que se establecieron alrededor del teatro. Los
terroristas se movían entre los rehenes, fundamentalmente eran
bombas andantes.
Era imposible tomar por asalto el teatro, el número de víctimas
sería horrible. Insostenible para un gobierno electo con un billete de
antiterrorismo.
Las negociaciones llegaron a un punto muerto que duró cuatro
días. A las cinco de la madrugada del veintiséis, las fuerzas rusas
rociaron el teatro con fentanil, un potente anestésico, noqueando a
los rehenes y a los secuestradores por igual.
El fentanil era cien veces más fuerte que la morfina y podría
tumbar a un oso en cinco segundos. Una pequeña hembra humana
iba a ser pan comido.
Nikitin colocó el escáner de infrarrojos en el suelo, levantó el
monitor y sacó un taladro de alta velocidad de su mochila. Tenía que
actuar con rapidez. Si la mujer Mason salía de la cocina para entrar
en una habitación sin pared común, su única alternativa sería
romper la pared de forma inmediata, pero eso sería darle tiempo
para que llamara al 911.
No, la necesitaba inconsciente, ya mismo.
Se arrodilló junto a la unión entre la pared y el suelo, y aplicó el
taladro. Emitía un zumbido suave, que le hizo fruncir el ceño. Era
pequeño, pero notable en una habitación tranquila.
Miró a Dmitri y vocalizó shum. Dmitri asintió con la cabeza y
unos minutos más tarde la música rock a todo volumen llegó de la
sala de estar. Perfecto. Bloqueaba el ruido del taladro.
El taladro era pequeño pero poderoso. Mordió la pared del
apartamento, atravesando el aislamiento y el yeso, y, finalmente, la
pared del otro lado. De inmediato apagó el taladro.
Nikitin mantuvo los ojos en el monitor. La mujer seguía sentada
en su silla. Su señal térmica era la misma, pero la temperatura de la
taza había bajado.
Nikitin encajó el extremo de un tubo de goma sobre la espita de
la bombona y metió el otro extremo cuidadosamente a través del
agujero de la pared hasta que asomó por el otro lado. Se detuvo
cuando calculó que el tubo sobresalía unos centímetros por el
agujero.
Era un riesgo calculado. Nada indicaba que esta mujer Mason
fuera un operativo. Era una civil, una civil americana, y era tan
inconsciente de los alrededores como una roca. Era muy poco
probable que se diera cuenta de una pequeña pieza de goma de color
carne y muy pronto quedaría inconsciente.
Nikitin se encajó una máscara de gas sobre la cara, tirando a
Dmitri la suya. Una vez que hubo comprobado que funcionaban,
Nikitin abrió la llave, recogió el escáner y se levantó.
Al principio no pasó nada. Entonces, la mujer de color fuego al
otro lado de la pared se enderezó, levantando la cabeza. Como arma,
el fentanil era inodoro, pero era posible que hubiera un ligero silbido
mientras llenaba la pequeña habitación.
La mujer se puso de pie, y por un terrible momento Nikitin pensó
que el fentanil no estaba funcionando. De repente, se desequilibró, se
apoyó en la mesa y luego se deslizó flojamente al suelo.
Segunda fase, completa.
Nikitin empaquetó todo, mientras Dmitri colocaba pequeñas
cargas a lo largo de un rectángulo virtual de un metro y medio de
altura y dos metros de ancho. Cuando terminó, Dmitri subió la
música al máximo y salieron de la habitación, esperando a un lado
de la puerta del salón, mientras Dmitri apretaba el detonador.
La explosión fue audible, pero menos fuerte que la música.
Nikitin y Dmitri corrieron hacia la pared que dividía las dos
viviendas, las máscaras de gas les protegían del polvo de yeso y del
fentanil.
Empujaron con los hombros la pared, desgarrando y abriéndose
camino a golpes hasta llegar al otro apartamento. Nikitin se inclinó,
Dmitri le entregó su mochila y levantó a la mujer inconsciente por
encima del hombro.
Un rápido vistazo a la puerta de entrada mostró que había otro
teclado, el cual, sin duda, estaba unido a algún tipo de señal para el
propietario de que la puerta principal había sido violada.
Ningún problema. Salieron a través del agujero volado en la
pared y por la puerta principal del apartamento propiedad de unas
personas menos paranoicas.
Su suerte aguantaba. El ascensor los llevó hasta el nivel de
estacionamientos. Nikitin permaneció en las sombras, mientras
Dmitri iba a buscar la camioneta. Mientras esperaba, Nikitin
comprobó las cámaras de seguridad. Todas fuera.
Dmitri bajó la rampa, dio la vuelta y retrocedió. Nikitin colocó a
la mujer Mason en la parte trasera, controló sus ojos y su pulso.
Estaba completamente inconsciente. El fentanil es una sustancia
peligrosa. Nikitin no lo había dosificado y ni siquiera sabía cuál era
la dosis letal. En el asedio al Nord-Ost, ciento setenta personas
habían muerto por el gas.
Chloe Mason sin duda iba a morir, pero no antes de que él
recuperara su memoria USB. Nadie negociaría algo valioso por un
cadáver.
Le puso las restricciones de plástico alrededor de las muñecas.
Luego sacó una jeringa y se la clavó en el muslo. M5050, un antídoto.
Tenía que ser capaz de caminar en aproximadamente una hora.
Se metió en el asiento del pasajero, marcó las coordenadas GPS
en el sistema de navegación por satélite e indicó a Dmitri que
condujera.
Tercera fase completa, listo para la fase cuatro.
Capítulo 18

Mike entró en la oficina de Harry, captando la situación de un


vistazo. Harry parecía como si quisiera machacarle la cabeza a
alguien, Nicole recostada en un sillón, con los pies encima de la
mesita de café, los dedos cruzados sobre la enorme barriga y los ojos
cerrados. Sam, en pie detrás de ella como un enorme perro guardián,
con las manos sobre los hombros de ella.
—Informe de situación —dijo Mike, tan pronto como la puerta se
cerró detrás de él. Los ojos de Nicole se abrieron por un segundo,
luego se cerraron de nuevo.
—Bien, tenemos el nombre del hombre que ordenó el ataque
sobre Chloe —dijo Harry, y Mike se congeló. Cada célula, cada
músculo, paralizados.
—¿Quién? ¿Y dónde? —logró abrir la garganta lo suficiente como
para sacar las palabras.
El hombre que había ordenado el ataque sobre Chloe. El hombre
al que solo le quedaban algunas horas de vida.
—Guau —dijo Sam cuando Mike se dirigió sin pronunciar una
palabra hacia el armario de las armas.
—Vale, un momento —dijo Harry, manteniendo las manos en
alto cuando Mike le gruñó—. Escucha, ella es mi hermana. ¿Crees
que no quiero vengarme del cabrón? ¿Al menos tanto como tú? Pero
necesitamos más información.
Al salir de casa, Mike había estado tan relajado que parecía que
no tuviera huesos. Ahora, se sentía como si su cabeza estuviera a
punto de estallar. No quería más información, no la necesitaba. Si
tenían un nombre, tenían una dirección, él quería estar allí ya.
Apenas podía razonar más allá del zumbido en su cabeza.
Costaba pensar qué pasos dar, cómo planificarlo, porque su cabeza
estaba demasiado llena de imágenes de una Chloe rota y herida.
—¿De dónde viene la información?
—Del mismo lugar que vino el nombre. Una mujer a la que Chloe
ayudó. Trabaja en el Club Meteor. Chloe mantuvo algunas charlas
con ella y algunas otras mujeres, todas comenzaron a rebelarse, y
este tipo envió a sus sicarios para enseñarle una lección a Chloe.
—¿El nombre? —Para enseñarle una lección a Chloe. Que algún
hombre lastimara a Chloe, enviara a hombres a darle una paliza
porque ella hizo amistad con algunas pobres mujeres que trabajaban
en el Meteor… Cristo, ese tipo era un muerto andante. Cuando Mike
escuchó quién era, se le erizó todo el vello del cuerpo.
—Anatoly Nikitin. Antiguo FSB, Fuerzas Especiales. Ahora
trabaja para uno de los grandes conglomerados de la mafia rusa
como matón. —Harry le dedicó una mirada molesta a Nicole, que
descansaba en el sillón—. Nicole encontró eso. Me lo arrojó a la cara.
Una sonrisa apenas perceptible apareció en la boca de Nicole. Sin
abrir los ojos, agitó los dedos en un gesto de saludo.
—Según la mujer que vino a nosotros, este ruso es la vanguardia
de una inversión mayor que los rusos están haciendo en el Meteor, y
tienen algo muy grande planificado. El ruso llegó con otros tres
sicarios, dos de los cuales están fuera de servicio gracias a ti.
Fue un placer, pensó Mike agriamente. Tío, era una pena no
haberles dado una paliza a los dos.
—Hemos obtenido esta información de una mujer, como he
dicho. El ruso no tiene ojos por aquí y no sabe lo que sucedió con sus
hombres. Fue una buena jugada eso de mantener la información
anónima. El ruso, este Nikitin, le hizo el ahogamiento simulado a la
mujer buscando más información.
Mike volvió la cabeza lenta y cuidadosamente hacia Harry,
intentando asegurarse de que su cabeza no estallara.
—¿Qué?
Harry resopló, con líneas sombrías en su cara.
—Ya me has oído. El cabrón le hizo el waterboarding a esa mujer
porque buscaba información sobre Chloe. Ella no tenía nada que
darle así que él lo hizo tres veces más. Simplemente para mostrarle
quién es el jefe.
Mike sintió náuseas por un momento. El entrenamiento SERE era
parte del adiestramiento de reconocimiento militar, y Mike lo había
experimentado en el remoto emplazamiento de entrenamiento en
Warner Springs. Supervivencia, Evasión, Resistencia y Escapada. Eso
más o menos era lo que les decían que les enseñaban a afrontar si
alguna vez eran atrapados por el enemigo.
Los Marines tenían razón al someter a los solicitantes a lo peor
que podían echarles encima porque, por Dios, el enemigo tenía
todavía guardadas cosas peores. Él había experimentado el R2I
(Resistencia al interrogatorio), donde había sido sometido a toda
clase de tortura física con riesgo de muerte. De todas las pruebas a
las que Mike había sobrevivido, el ahogamiento había sido
absolutamente lo peor.
Había habido algo muy oscuro en eso: te reducía a un estado
animal de pánico. Obtenía resultados, porque destruía rápidamente
a los hombres. Mike había sobrevivido a dos rondas por los pelos,
pero le había costado días recuperarse y todavía tenía pesadillas.
Usado contra enemigos que habían jurado destruir a su país, él
podría considerar justificable su uso.
¿Pero una mujer siendo torturada por ahogamiento porque
buscaban información sobre otra mujer? Y cuando no tuvo nada que
ofrecerle, ¿ser torturada tres veces más como castigo? ¿Ese era el tipo
de hombre que iba tras Chloe? Tío, él iba a caer.
Chloe. Sin pensarlo, su móvil estaba en su mano y el primer
número en su lista de marcado rápido estaba sonando.
—¿Hola? —Mike exhaló al oír su voz. Harry se relajó solo un
poco, también.
—Hola, cariño, solo comprobaba. ¿Todo bien?
Él escuchó cuidadosamente su tono.
—Mike, te fuiste hace cerca de media hora, ¿qué podría ocurrir
en media hora? Estoy bien. Estoy sentada en tu cocina, bebiendo té.
En seguida voy a ir a buscar algo para leer que no sea revistas de
armas y todas las novelas de Stephen Hunter que se hayan escrito.
Me he olvidado el Kindle en mi casa y necesito algo para leer.
Él sonrió. Ella sonaba estupendamente. Tal vez un poco aburrida.
Aburrida estaba bien. Aburrida era genial, en realidad.
—Hay un Kindle en el dormitorio. Bájate tú misma algunos libros
de Amazon. Cárgalo a mi tarjeta de crédito, la contraseña es
«remington13».
—¿Cuál, si no? —Chloe se rió—. Vale, creo que lo haré. Entonces,
¿supongo que te veré más tarde?
Apuesta a que sí.
—Bien, cariño, tan pronto como pueda. No vayas a ninguna parte
y no le abras a nadie excepto a mí o a uno de nosotros. Comprueba
la cámara de seguridad de afuera antes de abrir la puerta. —
Desconectó el teléfono móvil y miró a Harry—. Ella está bien.
—Sí, lo he oído. Y buena suerte si alguien intenta forzar la
entrada de tu casa. Tan solo un ratito más y creo que colocaremos un
puente en esta cosa. Tan pronto como hayamos craqueado lo que hay
en esta memoria USB podremos tomar represalias. Con un poco de
suerte, se lo podemos llevar a Kelly y él tendrá a este ruso, Nikitin, y
al otro tipo deportado tan rápido que sus cabezas darán vueltas.
Mike entrecerró los ojos. Deportarlos no era lo bastante
permanente para él. Él quería…
Harry entrecerró los ojos.
—Esto es todo, Mike. Tenemos que llevarle ante la justicia. Nada
de prácticas fraudulentas que acaben por volverse contra nosotros y
mordernos el trasero. ¿Está claro? Quiero a Chloe a salvo tanto como
tú, pero tampoco te quiero pasando treinta años en el trullo. Chloe se
pondría realmente furiosa con eso, un montón.
Mike abría la boca para contestar cuando se abrió la puerta
lateral y Barney entró frunciendo el ceño, con un bolso de mujer
pequeño y lleno de volantes colgando incongruentemente de una
manaza grande y velluda, y un escáner en la otra. Justo detrás de él
entró una bellísima mujer de cabello oscuro, claramente asustada,
con huellas de lágrimas secándose en sus mejillas.
Antes de que Mike o Harry pudieran preguntar lo que había
hecho Barney para provocar los llantos femeninos, Barney tiró el
bolso sobre el escritorio de Harry con repugnancia. La mujer apenas
se mantenía en pie, con los brazos cruzados sobre su diafragma,
temblando como una hoja.
—¿Qué es esto, Barney? —Harry frunció el ceño.
—Malas noticias, jefe. Le pregunté a la señorita Consuelo aquí
presente ―sacudió un pulgar enorme hacia la mujer― si ella estaba
siendo monitoreada. Dijo que había apagado su teléfono móvil antes
de venir aquí. Pero entonces encendí el escáner y captó un
localizador en alguna parte, y no podemos encontrarlo. No creo que
esté en el bolso. —Conectó el escáner. Un pequeño led se iluminó y
emitió un pitido apenas perceptible. Desafortunadamente el nivel de
audio del escáner no estaba directamente relacionado con la
distancia. Solo podía decir que había un localizador dentro de un
radio de metro y medio, no dónde estaba.
—Encontrémoslo —dijo Harry. Recogió el bolso, que se veía casi
tan ridículo en su mano como en la de Barney, y presionó un botón.
Marisa apareció casi inmediatamente en la puerta. Miró a la llorosa y
temblorosa mujer e inmediatamente lanzó dagas con la mirada a
cada hombre en la habitación.
—Vosotros, ¿qué le habéis hecho a esta mujer?
Barney levantó sus enormes manos.
—Nada, Marisa, lo juro.
La mujer, Consuelo, había dejado de llorar y parecía asombrada.
—No, no, señora. Nadie me ha lastimado. Ni mucho menos. Me
temo que yo podría haberlos lastimado a ellos.
Harry le dio el bolso lleno de volantes a Marisa.
—Necesito que lleves esto al vestíbulo durante algunos minutos,
por favor, Marisa. Necesitamos descubrir si hay dentro un bicho
transmitiendo la posición de Consuelo.
La cara de Marisa se despejó de inmediato. Ella estaba
íntimamente familiarizada con todos los trucos que los hombres
podían usar para seguirle la pista a las mujeres que querían lastimar.
Harry no necesitaba darle más explicaciones.
—Lo llevaré al vestíbulo y luego al patio exterior, solo para que
podáis estar seguros. —Miró a Consuelo—. Nadie excepto yo lo
tocará, te lo garantizo.
Consuelo extendió las manos, rodeándose el rostro con las
palmas.
—No me importa. Lo que me preocupa es que tal vez lleve algo
encima que les permitiera seguirme hasta aquí.
Marisa desapareció. La puerta ondeó detrás de ella.
El led todavía lucía, inalterado. Lo que fuera que hacía saltar la
señal no estaba en el bolso.
Barney estaba frente a Consuelo, con ligero rubor en sus
pómulos.
—¿Señora? —retumbó—. Está en su persona. Tiene que estarlo.
—Miró a Harry y Mike con impotencia, el rubor cambió a un rojo
semáforo.
Barney era tirador cualificado, un sexto dan, y el mecánico de
compañía. Mantenía la flota de vehículos de RBK en perfecto estado
de funcionamiento. Era un maestro en el combate cuerpo a cuerpo y
tenía una colección asombrosa de LP’s de blues.
También tenía dificultades al tratar con mujeres, en particular en
el departamento de decir no. Nicole, Ellen y Chloe se aprovechaban
de él.
Mike desapareció tras una puerta que cerró firmemente a su
espalda. Delante de él había un panel con un teclado pequeño.
Tecleó una larga cadena de caracteres alfanuméricos y el panel se
abrió. Detrás había un enorme almacén lleno de armas, en su mayor
parte suyas, y equipamientos para cada posible necesidad. Había
material por un valor de varios centenares de miles de dólares allí
dentro, cada artículo catalogado.
Mike no necesitó mirar a su alrededor. El almacén había sido
organizado por él y era obsesivo-compulsivo cuando se trataba de
armamento y equipo. Sabía exactamente qué coger y dónde estaba.
Lo sacó, volvió a marcar el código y la alarma, y regresó a la
habitación.
Ese escáner era de último modelo, tanto la señal sonora como la
señal luminosa eran sensibles a la proximidad.
Mike se acercó a la mujer, con una mano abierta en el gesto
universal de paz, la otra con una vara pequeña de titanio con una
pantalla justo encima del mango, algo como la varita de Harry
Po er.
—¿Puedo? —preguntó, y ella asintió, pareciendo un poco menos
aterrada.
Nicole abrió los ojos repentinamente. Era propensa a echar
pequeñas siestas durante el día y todo el mundo la dejaba descansar.
Captó la escena de un vistazo y alzó la mano hacia Sam. Sam no la
ayudó a alzarse tanto como ella se elevó a sí misma.
Afortunadamente, Nicole se había dado cuenta de que la mujer
podría sentirse incómoda, así que fue hacia ella y colocó una mano
reconfortante en el hombro de la mujer.
La mujer trató de sonreír, aunque la ansiedad era patente en su
cara. Cuanto más se acercaba Mike, más fuerte era el sonido del
escáner. Algo había en ella, estaba claro.
Mike comenzó por la cabeza y no fue más allá del cuello. La luz
parpadeó y la señal de audio creció hasta ser un pitido molesto. ¿La
camisa?
—¿Nicole?
Nicole sonrió y tocó la camisa blanca de Consuelo, manoseando
el cuello.
—¿Puedo?
La mujer asintió.
Nicole apartó amablemente el cabello castaño de la mujer hacia
un lado para comprobar el cuello y se congeló. Recorrió con el dedo
el cuello delgado de la mujer.
—Eh, ¿chicos? Creo que tenemos algo aquí.
Nicole levantó el pelo en una cola de caballo y señaló un pequeño
punto rojo.
—¿Consuelo, qué es eso?
La mano de Consuelo se alzó hasta tocarse el cuello, con el rostro
en blanco. Parpadeó.
—Oh, lo olvidé por completo. Es un pinchazo de algún tipo.
Alguna vacuna. Todas nos pusimos una. Contra las ETS. Y también
para el control de natalidad.
Mike pasó la varita por su cuello y el escáner prácticamente saltó
y gritó: ¡Allí está!
—No creo que le pusieran una vacuna, señora. Creo que le
implantaron un bicho con el que pudieran saber su paradero.
La cabeza de la mujer se alzó tan rápido que Nicole dejó caer su
pelo. Formó remolinos alrededor de sus hombros. Estaba pálida,
conmocionada.
—¿Tengo algo dentro de mí que les dice dónde estoy? ¡Oh Dios
mío, oh Dios mío! —Ella giró en redondo, frenética, intentando
escapar de aquello que había en su cuerpo—. ¡Quítenmelo,
quítenmelo, quítenmelo! —Estaba gritando y dando saltos—. ¡Él me
encontrará, sabe dónde estoy justo ahora, vendrá a por mí y me
atrapará, ¡Oh Dios mío, ayúdenme! ¡Va a venir, va a venir!
¡Ayúdenme!
Un hombre de piedra sería incapaz de resistirse a tales niveles de
pánico y ninguno de ellos estaba hecho de piedra.
—Tranquila señora, está bien. La llevaremos a un doctor…
—¡No! —gritó ella—. ¡Quítenmelo ahora! ¡Oh Dios, por favor,
quítenmelo! —Estaba dando saltos por el pánico.
Harry permaneció inmóvil durante un momento pareciendo
perplejo, algo muy poco propio de Harry. Él siempre sabía qué
hacer. Mike estaba perdido también. Tenían que quitarle el bicho,
pero si ella no quería ir a un doctor, ¿qué se suponía que iban a
hacer?
Barney estaba ruborizado por completo ahora.
—Mm, ¿señora? ¿Confiaría en mí para quitárselo? Tengo
formación médica. —Sostuvo en alto sus enormes manos—. Puedo
ser delicado, se lo prometo.
Ella ni siquiera vaciló.
—¡Oh Dios, sí! ¡Quítemelo ahora!
Barney miró a Mike.
—Necesitaré nuestro equipo médico.
Mike sabía exactamente dónde estaba. En un minuto, le daba a
Barney su instrumental especial, hecho para ellos por un equipo de
doctores, diseñado según un equipo de campaña para traumas.
Contenía casi todo lo necesario para tratar heridas que no
requirieran cirugía mayor.
Consuelo se sentó sujetando su pelo hacia un lado mientras
Barney rociaba un anestésico en el punto que Nicole había
encontrado, lo enjugó, tomó un bisturí y cuidadosamente hizo una
pequeña incisión, arrancando un diminuto dispositivo electrónico
con pinzas. La herida apenas sangró y solo requirió dos puntos
adhesivos.
Él sostuvo en alto las pinzas.
Consuelo, que estaba pálida, sacudió las manos.
—¡Deshágase de eso, ahora! ¡Nikitin sabe que estoy aquí, vendrá
a por mí!
Mike pulsó un botón en el escritorio de Harry.
—Nikitin está a punto de llevarse una buena sorpresa. —Uno de
sus hombres, Dan Ryan, asomó la cabeza adentro—. Adelante, Dan.
Barney, envuelve ese transmisor en una hoja de papel y dáselo a Dan
—. El diminuto trozo de silicio ensangrentado fue dentro de un
sobre y a las manos de Dan—. Quiero que tú y Lee salgáis ahora
mismo. Toma uno de nuestros vehículos, cruza la frontera a Tijuana
y busca una habitación en algún antro que ofrezca posibilidades de
vigilancia por delante y por detrás, paga varios días por adelantado,
deja el sobre en un cajón y ponte justo en la parte de atrás sin ser
visto. Mantén la vigilancia y espera a que dos rusos lo encuentren.
Es un transmisor que está siendo seguido por algunos tipos malos,
así que sigue los protocolos de seguridad. Ya sabes qué hacer.
—Estoy en ello, jefe. —Dan hizo un saludo irónico y salió.
Consuelo había dejado de llorar. Dejó salir una enorme
exhalación.
—Gracias —dijo temblorosamente.
Harry inclinó la cabeza.
—Barney, ve a la casa refugio con Consuelo. Tendré a alguien
que te lleve cualquier nueva información para ella. Luego lleva a
Consuelo al norte. Conduce un par de días hasta que sientas que has
encontrado el lugar correcto. Envíame un mensaje de texto a mi
móvil desechable cuando os hayáis establecido. Haz que Consuelo
encuentre un lugar donde vivir y abra una cuenta corriente.
Transferiremos algún dinero allí tan pronto como lo hagas.
Consuelo, no busque un trabajo de inmediato. Mantenga un perfil
bajo el radar. Cuando hayamos acabado con Nikitin, se lo haremos
saber y podrá ir a Miami. Estará a salvo.
—A salvo —susurró ella—. Por favor.
Había un completo silencio en la habitación. Nicole la rodeó con
el brazo y la besó en la mejilla.
—Buena suerte, querida —dijo.
Harry esperó hasta que Consuelo y Barney se fueron.
—Me gustaría que supiéramos hasta dónde llegaron esos
cabrones, entonces podríamos ir a Kelly. Me pregunto…
Su ordenador portátil de repuesto dio un suave pitido.
Nicole miró el monitor y sonrió.
—El bueno de Rudy. Ha craqueado el código. Veamos lo que
tenemos aquí. Oh, está en Skype.
Mike, Harry y Sam se reunieron alrededor del monitor, mirando
a un pequeño cuadrado en la mitad superior de la pantalla. El
hombre tenía un aspecto imposiblemente joven con unos ojos azules
enormes y una barba llena de manchas rojizas. Se puso serio y habló
unas pocas palabras en ruso. Nicole respondió lentamente,
escogiendo sus palabras cuidadosamente.
Mike realmente admiraba eso. Ella era básicamente trilingüe, su
francés y su español eran tan buenos como su inglés. Y sabía el
suficiente ruso y árabe como para pasar inadvertida. El mismo Mike
apenas sabía inglés. Él era mucho mejor con las armas.
—¿Qué dice?
—Él dice… dice que es malo. —La cara de Nicole era sombría—.
Echemos un vistazo.
Suspiró y se enderezó en la silla tratando de encontrar una
posición confortable con aproximadamente cuatro millones de
toneladas fajadas en su estómago. Había sido igual con Merry
también. Ella había estado tan grande como una casa y luego había
venido Merry, esa diminuta y delicada criaturita. ¿Qué hacían los
niños allí dentro? ¿Jugar al golf?
Nicole tocó una tecla y la pantalla cobró vida. Había una serie de
fotos, primeros planos y de cuerpo entero, de niñitas. Todas ellas
rubias, y todas muy muy guapas. El rango de edad iba
aproximadamente de seis a diez. Las fotos eran muy nítidas, de una
calidad profesional, bien iluminadas y con buena composición. Al
lado de cada foto había una serie de palabras en alfabeto cirílico
seguidas de números.
Una voz masculina mantenía comentarios en directo en ruso.
Nicole se inclinó hacia adelante, concentrándose, con una arruga
entre sus cejas.
De pronto se quedó sin aliento y tendió su mano. La mano de
Sam estaba justo allí para ella. Miró a su marido, con el rostro
mortalmente pálido.
—Oh Dios mío, Sam —susurró.
—¿Qué es, cariño? ¿Qué te pasa? —Se agachó delante de ella,
sosteniendo su mano—. ¿Qué ocurre? ¿Es el bebé?
—Sam. —Nicole miró a Mike y a Harry, con las lágrimas cayendo
por su pálido rostro—. Mike, Harry. ¡Oh Dios mío!
Sam era un tipo duro, duro en la batalla y duro en la sala de
juntas. Sus únicas debilidades conocidas eran Nicole y Merry. Y la
niñita en camino. Si Nicole resultaba herida, Sam estaría frenético.
La piel de Mike picaba. Lo que había en ese monitor era también
una amenaza para Chloe. Se inclinó hacia adelante.
—¿Qué es eso, Nicole? ¿Qué está diciendo? ¿Qué son esas fotos?
Con un sonido estrangulado, Nicole se levantó, dio dos pasos
temblorosos hacia la papelera cerca del escritorio de Harry y vomitó.
Un Sam que parecía preocupado la sostuvo mientas ella se
enderezaba temblando, limpiándose la boca.
Las lágrimas caían por su cara mientras miraba a su marido,
agarrándose de sus brazos.
—¡Sam —dijo con urgencia —tenemos que detenerlos! ¡Tienes
que hacer algo!
Mike miró a Harry. Nicole no era ninguna histérica. Había algo
muy sucio en esos archivos.
Un sollozo enorme escapó de ella y se inclinó sobre la papelera
otra vez, aunque solo salió bilis transparente. Ella se enderezó,
estremeciéndose.
—Esas chicas están en un barco, de camino hacia aquí. Esas
pobres niñitas. ¡Tenemos que hacer algo! ¡Pararlo! Es una subasta.
Van a vender a esas niñitas al mejor postor.
Otro estremecimiento y rompió aguas.
Capítulo 19

Chloe se despertó con un jadeo y el corazón martilleando. Su


cabeza pulsaba con agudo dolor, como si llevara una corona de
espinas.
—Bien, estás despierta. —La voz, profunda y acentuada, vino de
algún lugar frente a ella—. No me sirves muerta.
Las palabras no tenían sentido, ninguno. Era ruido junto con otro
ruido, un zumbido bajo.
Su mundo era dolor, la luz del sol directamente en sus ojos era
como una lanza brillante atravesándole la cabeza. Mantendría los
ojos abiertos solo unos pocos segundos cada vez. Le dolía el costado
derecho como si le hubiera caído algo pesado encima. Había un
dolor más agudo en su bíceps derecho, tenso, concentrado y
ardiente. Tenía los brazos atados juntos en las muñecas. Finalmente
fue capaz de girarse lo suficiente para ver dónde le dolía, pero solo
un momento. Vio un punto rojo brillante. En mitad del punto había
un agujero, una diminuta herida de puntura. Cerró los ojos.
¿Le había mordido un insecto enorme? ¿Podría explicar eso su
reacción a la luz, el retumbante dolor de cabeza, la laxitud? Tal vez,
pero no explicaba el zumbido bajo como… como un motor.
¿Un… coche? ¿Estaba en un coche?
Mantener los ojos abiertos más de unos pocos segundos era
imposible, era como tener un foco teatral brillando directamente a
los ojos.
El tono del zumbido cambió y ella rodó contra algo suave. La
profunda niebla en su cabeza se disipó lo suficiente para reconocer
que sí estaba en un coche que acababa de cambiar de marcha. Estaba
tumbada sobre un lado en el asiento trasero y había una tira de
plástico atando sus muñecas. Intentó separar las manos pero era
inútil. Todo lo que hizo fue cortarse la piel de las muñecas.
No podía entender nada de aquello. ¿Estaba en una pesadilla? Su
último recuerdo era de estar sentada tan feliz en la cocina de
Michael, bebiendo a sorbitos su té. ¿Había vuelto a la cama, se había
dormido, y ahora estaba soñando con que estaba cautiva?
Ruiditos metálicos y mecánicos de un teléfono móvil. No un
número. Alguien en marcación rápida.
—No, no soy Chloe, señor Bolt —dijo aquella profunda voz con
acento ruso—. Chloe está viva y su hermana seguirá así en tanto
haga lo que le digo exactamente…

* *
Harry, que era casi tan bueno con los ordenadores como Nicole,
estaba sentado frente al ordenador, pasando sobre los archivos con
la rueda del ratón.
Nicole y Sam estaban de camino al hospital, Sam les mantenía
actualizados. Sonaba nervioso y como si estuviera rompiendo los
límites de velocidad para llevar a Nicole al doctor para no tener que
encargarse él de ayudar a nacer a su pequeña.
Harry de repente se sentó.
—Mierda.
—¿Qué? —Mike se acercó, frunciendo el ceño. ¿Había algo peor
que niñitas vendidas en una subasta?
Fue pasando las fotos, deseando poder vomitar como Nicole.
Hermosas e inocentes niñas. La mayoría demasiado delgadas, pero
claramente bonitas. No entendía ruso, pero sí entendía los números
perfectamente. Las edades, que iban de los seis a los diez años y las
apuestas, que empezaban todas con cincuenta mil dólares.
Había toneladas de información, que iba a ir directamente al FBI
tan pronto como la nena de Sam y Nicole hubiera nacido. El FBI iba
a querer hablar con Sam también, y de ninguna manera iba a
apartarse de Nicole. Ni con un arma apuntada a su cabeza. Era mejor
si simplemente esperaban a que Sam estuviera libre.
—Mira esto. —Harry señaló la pantalla.
—No veo… —Y lo hizo. Una lista de nombres escritos en alfabeto
latino, no cirílico. Una lista de nombres de posibles clientes, hombres
que pujaban por esas niñas.
Se necesitaba mucho para que Mike se asombrara, pero estaba
apabullado. Había gente que conocía, gente que reconocía. Hombres
que jamás sospecharías que fueran asquerosos compradores de niñas
pequeñas.
El ayudante principal del alcalde, cuatro fiscales de distrito, cinco
directores generales de grandes corporaciones, un famoso periodista,
el jefe de cirugía de un hospital principal… la lista seguía y seguía.
Por lo visto comprar niñitas era algo popular.
Quería vomitar como Nicole y quería dar un puñetazo en la
pared y agujerearla. Harry solo miraba sombríamente a la pantalla.
—Esos asquerosos van a pagarlo.
Aquella era una idea que calentaba el fuego.
—Oh, seh —prometió Mike—. El FBI va a encargarse de todo
esto. —Y sabía a quién llamar precisamente. Agente Especial Aaron
Welles, que era un amigo y cuya madre había sido maltratada de
manera sistemática por su padre. Era una gran ayuda para RBK con
las mujeres maltratadas porque tenía una implicación emocional.
Y la pedofilia —de nuevo Mike tuvo que controlar una náusea.
Todo lo que tenía que hacer era pensar en sus sobrinas y en algún
cabronazo haciéndoles daño y se volvía loco.
—Aaron va a estar sobre todos estos tipos. ¿Cuándo llegan las
niñas?
Harry miró el monitor como si mirando más fuerte pudiera
entender mejor el ruso. Dejó caer las manos.
—No te lo sé decir —gruñó, frustrado—. Maldición. Espero que
ahora no. Esas niñas desaparecerán rápido si tienen oportunidad de
tomar tierra.
—Intenta cortar y pegar la info en el Traductor de Google —
sugirió Mike—. ¿Qué? —dijo cuando Harry lo miró fijamente.
Harry estaba golpeando el teclado.
—Odio cuando tienes buenas ideas sobre ordenadores. Es cosa
mía. Tú eres bueno con las armas, yo soy bueno con los ordenadores.
Así es como debería ser. Vale, allá vamos. —Leyó la traducción y se
sentó hacia atrás, aliviado—. Lo tengo. El barco se espera en el
puerto de San Diego en dos días. La Guardia Costera puede
interceptarlo. Esos tipos no sabrán de dónde les vino. Tenemos que
asegurarnos de que nadie les advierte, si no echarán a las pobres
niñas por la borda.
El móvil de Harry zumbó. Lo sacó y miró a Mike.
—Es Chloe.
Mike frunció el ceño. ¿Por qué llamaba Chloe a Harry y no a él?
Se acercó más hacia Harry, escuchando sin disimulo. ¿Chloe
necesitaba algo? Si así era, por Dios que Mike se lo daría, no Harry.
—Sí, corazón —dijo Harry y luego se paralizó. Disparó la mirada
hacia Mike y puso los altavoces.
—…no soy Chloe, Señor Bolt —dijo una voz profunda y con
acento—. Chloe está viva y su hermana seguirá así en tanto haga lo
que le digo exactamente. Tiene algo que me pertenece. Le devolveré
a su hermana a cambio de eso.
Cada uno de los pelos en el cuerpo de Mike se alzaron en pánico.
Una gota de sudor rodó por la mejilla de Harry.
—¿Quién es usted? —preguntó, aunque Harry sabía tan bien
como Mike quién era. Nikitin. El ruso. El hombre que no había
dudado en torturar con agua a una mujer. El hombre que tenía a
Chloe.
Chloe en sus manos.
Mike sintió un escalofrío. Su cuerpo reaccionó de una manera
como nunca antes. Sintió un shock eléctrico y empezó a bombear
sudor de golpe. Sus músculos se debilitaron, tuvo que enderezar las
piernas para mantenerse en pie. Su estómago se retorció
dolorosamente y casi no llegó a tiempo a la cesta de basura de
diseño que Nicole había usado y que acaba de ser lavada por Marisa.
Fue absolutamente incontrolable. Mike se imaginó a Chloe
siendo torturada, ahogada en agua, y su cuerpo entero rechazó el
pensamiento de manera tan brusca que se le puso el estómago del
revés.
Harry lo miró airado, cubriendo el micrófono para que el
cabronazo del otro lado no le escuchara soltar hasta su primera
papilla.
—Coordenadas GPS —estaba diciendo el hombre—. Tendrá que
seguir esas coordenadas por sí mismo. Veré si alguien le sigue,
créame. Venga solo y venga con la memoria USB, y saldremos de
todo esto y lo olvidaremos.
Desconectó.
—Por poco te descubres —se quejó Harry. Sonaba normal pero
su rostro estaba de color blanco hielo.
—No pude evitarlo —murmuró Mike, limpiándose la boca.
El ceño fruncido de Harry se marcó más.
—Contrólate, Mike —soltó—. No vas a ayudar a Chloe si estás
descontrolado. Créeme.
—¿Tiene a Chloe? ¿Cómo? Mi casa es segura, maldición. ¿Cómo
ha podido meterse ese cabrón?
Mike abrió el programa que controlaba las videocámaras de su
bloque de apartamentos. Los demás dueños no sabían nada sobre él.
Cliqueó sobre el material guardado y no oyó nada excepto estática.
—Joder —murmuró, marcando un número. Escuchó mientras el
teléfono de la seguridad en el primer piso sonaba y sonaba—.
Seguridad no lo coge. José está de guardia esta mañana. El tipo es
bueno. Si no lo coge, o está inconsciente o muerto. Déjame probar
otra cosa. —Marcó su propio número y lo escuchó sonar, cada
llamada como un gong que hacía eco en su cuerpo. De ninguna
manera Chloe no podía no responder.
Mike y Harry se miraron el uno al otro.
—La tiene —dijo sin más. Harry asintió.
Joder.
Mike intentó estabilizarse, intentó volver a meter la cabeza en el
juego, intentó encontrar su fría calma, aquel lugar seco y calmado en
su interior que le permitía funcionar bajo las más terribles de las
circunstancias.
No estaba.
Había desaparecido.
Se quedó allí, bombeando sudor por el cuerpo, las manos
temblorosas, la mente llena de estática, incapaz de pensar, solo ver.
Imágenes de Chloe, rota y sangrando, en las manos de hombres
violentos.
No podía hacerlo, simplemente no podía. No tenía ningún
mecanismo en su interior para soportar aquello. Fue a la papelera y
se inclinó, luego se tambaleó por el puñetazo de Harry, que le dio en
toda la barbilla.
—¡Joder tío! —Harry le había dado directo en la cara—. No vas a
entrar en pánico ahora conmigo, Mike. Mi hermana está en las
manos de un monstruo. Casi la pierdo una vez y no voy a perderla
ahora. ¡Regresa, hijo de puta, y ayúdame! ¡Si no te sacas la cabeza del
culo, vamos a perderla!
Mike se levantó, se restregó la mandíbula y respiró aire dentro y
fuera de sus pulmones. Harry todavía sabía soltar un puñetazo.
Harry estaba aterrorizado. Pero la cosa era que si Chloe moría,
Harry estaría devastado. La lloraría por siempre. Pero su vida
continuaría. Tenía una esposa y una hija, y su familia estaría allí.
Si algo le pasaba a Chloe… la mente de Mike se apartó de aquel
pensamiento, pero él no soltó la deprimente idea. Necesitaba
entender aquello. Si algo le pasaba a Chloe, si moría, Mike no tendría
nada. Era como si hubiera vivido toda su vida en una cueva
húmeda, fría y oscura, y Chloe hubiera abierto la puerta de la cueva
y le hubiera mostrado un hermoso mundo de color. Si Chloe
desaparecía, aquella puerta se cerraría de golpe para siempre. Jamás
tendría otra oportunidad porque solo Chloe podía abrirle la puerta.
Tenía que luchar por la vida de ella y por la suya.
Se quedó allí, con la cabeza gacha como un toro, ignorando el
dolor de su mandíbula. El sudor frío de su cuerpo lo enfrió, pero
dejó de sudar como un animal. Se miró las manos. Estaban firmes,
como siempre lo habían estado.
Tenía la cabeza clara.
—¿Dónde son las coordenadas? —preguntó secamente.
Harry suspiró de alivio.
—Gracias a Dios que estás de vuelta. Te necesito, Mike. No
puedo hacer esto solo.
Sus ojos se encontraron.
—Nada va a sucederle a Chloe —dijo Mike, su voz firme—.
Vamos a traerla a casa. Si podemos pillar al mierdoso, entonces eso
será la guinda del pastel. Pero, ¿lo principal? Traer a Chloe a casa.
Harry estaba aporreando el teclado.
—Las coordenadas GPS están aquí. —Su dedo descansó sobre un
mapa—. Aquí, cerca de la Reserva India Los Coyotes.
Perfecto, cerca de Warner Springs, donde él había pasado el
entrenamiento SERE. Mike conocía aquella zona íntimamente. Había
estado huyendo de «enemigos» Marines durante dos semanas.
Había sudado, sangrado y casi muerto allí.
—Lo ha escogido porque hay tramos planos. Está planeando un
show, un intercambio. Lo ha escogido de un mapa o alguien se lo ha
encontrado. Porque ese es un lugar de entrenamiento de operaciones
especiales navales, y no estará familiarizado con la zona. Yo sí,
Harry. Vamos a ganar esto. —Mike hizo zoom sobre el mapa y
siguió la ruta con su dedo—. Es casi todo autopista para llegar allí.
La 163 hasta la 15 y luego la 78. Luego nos metemos en las colinas
hasta donde nos quiere tener.
—Él no sabe que te tengo. —La pesada mano de Harry aterrizó
en el hombro de Mike y lo miró a los ojos. Había envejecido diez
años en los últimos diez minutos—. Vamos a traer de vuelta a mi
hermana.
Mike le apretó brevemente la mano y luego fue hacia el armero.
—Puedes contar con ello, joder.
Capítulo 20

—Vamos —dijo Harry calmadamente. Estaba conduciendo la


furgoneta Transit de la compañía, que parecía normal y corriente,
incluso un poco vieja desde fuera, por la pintura ligeramente
oxidada en algunas partes y sucia con barro. Estaba equipada con
suficientes caballos para llevarlos hasta la luna, tenía suficiente
blindaje para detener todo menos un misil, y tenía tantos aparatos de
comunicación como un batallón de combate.
Mike se movió en la parte trasera de la furgoneta, firme y seguro.
El pánico de antes había desaparecido, sustituido por una profunda
calma.
Un Predator B14 desarmado daba vueltas por encima de sus
cabezas a veinte mil pies, completamente invisible. Mike no tenía ni
idea de cuántos brazos había tenido que retorcer Aaron para
lograrlo, pero le importaba una mierda. Todo lo que le importaba era
que estaba observando la zona de combate desde su monitor y era
capaz de hacer zoom sobre ella.
Hecho: dos hombres les estaban esperando en un Ford Taurus en
un punto a casi dos clics de las coordenadas GPS dadas. Hecho:
Chloe estaba en algún lugar desconocido.
El terreno era fácil de leer para un francotirador. Llano y sin
marcas. Lo habían escogido para estar seguros de que no habría
emboscadas, pero no podían saber que Aaron y los SWAT de San
Diego estaban desplegados a diez clics de distancia. No lo
suficientemente cerca para salvar a Chloe pero sí como para asegurar
que, pasara lo que pasara, los rusos no iban a ir a ninguna parte.
Salvar a Chloe era el trabajo de Mike. Y tenía la herramienta
adecuada para ello. Por instinto había escogido una Barre MRAD
con ráfagas Lapua 338. Podría disparar a las pelotas de una mosca y
mantenerla viva, cantando como soprano.
Era un arma de elección SEAL. Aunque los SEAL no eran ni de
lejos tan buenos como los Marines Force Recon, como a menudo le
recordaba a Sam, eran lo suficientemente buenos para Mike.
Se había pasado la última hora repasando posibles escenarios en
su cabeza. Estaba listo.
—Freno —dijo Harry e hizo que la furgoneta se frenara de golpe.
Justo en las coordenadas, vio Mike en el monitor.
Su teléfono móvil vibró. Un sms, de Aaron.
Recuerda, nada de disparos a matar.
El polvo casi no se había asentado alrededor de la Transit cuando
el teléfono de Chloe sonó en el asiento delantero. El ruso había
llamado dos veces durante el camino para asegurarse de que estaban
yendo.
El conductor salió, sosteniendo un par de binoculares en una
mano, un teléfono móvil en la otra y un rifle colgando cruzado en su
espalda. Se llevó el teléfono móvil a la oreja.
Harry puso los altavoces.
—Así que, está solo, ¿sí?
—Sí.
—Gire el vehículo para poner la parte trasera hacia mí, y abra las
puertas.
Mike se revolvió. La furgoneta tenía un panel falso detrás, entre
el conductor y los asientos de pasajeros. Sus hombros eran
demasiado anchos para caber cómodamente, pero se las apañó.
Tenían potentes binoculares Sunagor en la furgoneta. Las lentes
tenían una capa especial antirreflejante. Una estrecha abertura le
mostraba la escena a dos kilómetros. El coche oscuro, el hombre
rubio que sostenía los binoculares, el rifle colgado a su espalda. Un
hombre en el asiento del pasajero. Ni rastro de Chloe.
—Primero muéstrame a mi hermana —dijo Harry.
El ruso, Nikitin, hizo un gesto con la cabeza. El hombre del
asiento del pasajero salió y abrió la puerta trasera del coche y
empezó a dar tirones.
Mike mantuvo la respiración estable, su mente en calma. Pero en
algún lugar en lo profundo, ardía el odio.
El segundo ruso tiró de Chloe tan fuerte que la cabeza golpeó el
polvo. Mike observó mientras el ruso tiraba de ella hacia arriba con
un brusco movimiento. La boca de Chloe se abrió con un grito de
dolor que no pudo oír, pero sí ver.
Mike movió los binoculares una fracción y echó un buen y largo
vistazo a la cara del hombre. Se selló en su mente.
—¿Mike? —dijo Harry calmadamente, casi sin mover los labios.
Tenía la mano sobre el micrófono—. Informe de la situación.
Ambos tenían unidades de comunicación, casi indetectables.
Mike habló al micro.
—Chloe parece básicamente no dañada. Un poco lenta, tal vez.
Creo que la han drogado.
—¿Satisfecho? —la voz del ruso vino desde el altavoz—. Mueve
el vehículo.
Sin una palabra, Harry puso la Transit en movimiento y la giró
para que los rusos vieran la parte trasera. Salió y abrió las puertas.
Mike sabía que el ruso básicamente estaba viendo una furgoneta
vacía a través de sus binoculares. Todo su material estaba
almacenado entre las paredes. El suelo estaba vacío.
Estarían en la mierda si el ruso insistía en dejar la Transit así.
Mike necesitaba sitio para prepararse.
Harry cerró las puertas y se apresuró a regresar al asiento del
conductor. Posicionó la furgoneta para que el lado lateral estuviera
de cara a los rusos.
—¿Qué está haciendo? —rugió Nikitin.
—Ah. Solo volviendo a colocar en su sitio la furgoneta. —Harry
salió y caminó adelante, pasando de cualquier objeción. Mike no
podía oír ya al ruso, solo a Harry.
—¿Y ahora qué hago? —preguntó Harry. Escuchó, colocó el
móvil en su sujeción en el cinturón y empezó a desabrocharse la
camisa.
El ruso le había pedido que le mostrara que estaba desarmado.
Harry se sacó la camisa, mantuvo las manos en alto y se giró.
Cuando dio un círculo entero, se subió las perneras del pantalón de
una en una para mostrar que no tenía un arma extra en una funda de
tobillo.
Pero sí tenía una Glock 17 en una funda dentro de su cinturilla en
la zona baja de su espalda. Habían escogido el arma juntos.
Cualquier tiro a larga distancia sería cosa de Mike. Harry no podría
ocultar un rifle. Se recolocó la camisa pero la dejó desabrochada.
—De acuerdo —le dijo Harry al móvil, y empezó a andar hacia
delante lentamente. El segundo ruso le puso a Chloe una pistola en
la cabeza y también empezó a caminar hacia adelante.
Nikitin se sacó el rifle con una mira de setenta centímetros al
hombro. Era un SVD, el Dragunov. Era un buen rifle. Pero el de
Mike era mejor. Y por bueno que fuera el cabronazo disparando,
Mike era mejor. El ruso podía ser el jodido mejor en el mundo
disparando, y Mike seguiría siendo el mejor.
Podía sentir la frialdad mortalmente calma del francotirador
cayendo sobre él. Su ritmo cardíaco se hizo más lento. Estaba frío, en
control. Nada podía inquietarle. No tenía pensamientos, solo una
misión.
Un latido diminuto, diminuto, pulsó cuando vio a través de los
binoculares que Chloe tropezaba al caminar, dejando marcas de
polvo tras sus pies, con una pistola en la cabeza. Un brote de calor
pulsó por su cuerpo hasta que él lo controló.
Frío. Calmado.
Habían creado estrategias para una cantidad de escenarios como
aquel. Nikitin contaba con su rifle apuntando hacia Chloe para
mantener a Harry en línea. Incluso si Harry se las ingeniara para
atacar al ruso con la pistola en la cabeza de Chloe, Nikitin podría
dispararle a ella.
Tendrían una mínima ventana de posibilidad y Mike estaba
empezando a prepararse para ella.
Retiró lentamente el tejado solar. Era uno especial que permitía
operaciones fuera del techo del vehículo. El ruso no sería capaz de
ver que todo el techo ahora estaba libre y abierto al cielo.
Los cálculos comenzaron, complejos e intrincados y tan
familiares que se concentró en los números, porque los números le
salvarían. Porque ser rápido no iba a ser suficiente.
Los números le recorrían la cabeza. Viento: nada. Calor: 30
grados. Humedad: baja. Distancia mil setecientos ochenta y dos
metros. Calculaba la caída de la bala.
Harry estaba ahora a cincuenta metros del hombre armado y
Chloe. Mike podía verle la cara mejor ahora. Estaba aterrorizada,
pero parecía más consciente, la cabeza levantada, concentrada en
Harry.
Cuarenta metros.
El ruso miró detrás de él y movió a Chloe ligeramente a la
izquierda para que estuviera directamente en la línea de Harry. Mike
no podría disparar a Nikitin sin disparar a Chloe. Harry solía tener
una señal con la mano para Chloe cuando era pequeña. Una señal
especial que significaba “apártate del camino de Rod”. Hacía solo unas
noches que él se lo había recordado. Ella lo había olvidado por
completo.
Harry iba a usar la señal y Chloe iba a tener que entenderla
incluso en mitad de una neblina inducida por drogas.
Joder.
Treinta metros.
Mike estaba observando por su mirilla, una Schmidt & Bender 5-
25x56 PMII con Retículo P4F, marcada para hasta dos mil metros.
El ruso le estaba diciendo algo a Harry, quien sacó la memoria
USB de su bolsillo y la levantó.
Veinte metros.
Harry dejó caer la mano hacia un lado como si nada.
Mike puso un cajón bajo el techo solar y se subió encima,
manteniendo la cabeza por debajo de la línea del techo. Solo tendría
una fracción de segundo para disparar.
La Cantinela Boyd. Observar. Orientarse. Decidir.
Quince metros.
La mano de Harry se curvó a uno y otro lado como si limpiara
arena de la playa.
Chloe cayó como una roca.
El ruso que la había estado sosteniendo fue arrastrado fuera de la
línea por la caída de Chloe.
Fue todo lo que Harry necesitó. Su mano continuó su
movimiento y se sacó la Glock y disparó al ruso a la cabeza, un
redondo y pulido agujero que se volvió neblina rosácea saliendo por
su cabeza desde atrás.
Chloe estaba en el suelo, Mike tenía el disparo.
Actúa.
En un suave movimiento como si lo hubiera practicado miles de
veces, Mike salió, se echó el rifle al hombro, suspiró y apretó el
gatillo, poniendo cinco mil libras de energía cinética en la cabeza de
Nikitin.
Explotó.
Mike recordó la advertencia de Aaron. Nada de disparos a matar.
—Ups —dijo, y tiró el rifle.
En segundos corría a toda velocidad por la arena pesada,
corriendo tan rápido como jamás había corrido en su vida, corriendo
por su vida, porque allí estaba ella, intentando levantarse de la
arena.
Su vida.
Todo aquel control frío y calmado se había ido, desvanecido.
¡Puf! Estaba sudando y temblando, incapaz de respirar
profundamente a través de las apretadas bandas que oprimían su
pecho.
Corrió directamente a Chloe y se las apañó para detenerse antes
de aplastarla, la arena levantándose delante de sus botas.
—¡Chloe! —Logró soltar la palabra antes de que su garganta
echara el pestillo.
Harry miraba al ruso muerto a sus pies. Sin más le dio una
patada, un golpe maligno de su bota que le habría causado serios
daños si el jodido no hubiera estado ya muerto.
—¿Chloe? —Mike lo volvió a intentar, su voz tensa y ronca, como
si alguien la hubiera rociado con arena.
Ella se levantó, lentamente, le sonrió y abrió sus brazos.
Él la achuchó, intentando no aplastarla contra sí, intentando no
tirar de ella a través de sí mismo, pasando su piel, directamente a su
corazón, adonde pertenecía ella.
Su propio corazón martilleaba, el sonido tan alto que no podía ni
oír lo que ella le estaba diciendo, todo su cuerpo pulsaba con el
ritmo de su corazón.
—¿Eh?
Chloe se rió y le señaló al helicóptero volando sobre ellos, con
FBI escrito en blanco en un costado.
Arena voló alrededor de ellos con remolinos calientes y
asfixiantes.
—Ha llegado la caballería —gritó Harry, con el pulgar levantado
hacia arriba—. Nos vamos a pasar horas en la comisaría.
—No —le gritó Mike a su vez—. Chloe y yo nos vamos a casar
primero. Ahora mismo.
Harry puso los ojos en blanco.
—¿No crees que deberías preguntárselo antes, listillo? —gritó.
Mike se giró hacia Chloe.
Habría sido bonito levantarle el cabello con su mano y susurrarle
una dulce proposición matrimonial a su lindo oído, pero su cabello
se meneaba fuertemente por el impulso de los rotores y ella no oiría
un susurro.
—Chloe Mason —gritó—, ¿te casas conmigo? —apuntálalo, pensó
—. ¿Ahora mismo?
Ella se rió y lo besó.
—¡Sí! —le gritó a su vez.
Epílogo

Tres años más tarde


Apartamento de Sam Reston
No se les esperaba. Mike y Chloe llegaron a la hora de la comida
dos días antes de lo previsto.
Ambos sintieron que tenían que regresar a casa a toda prisa con
las noticias.
Las dos familias estaban almorzando juntas, como solían hacer
los sábados. Merry, tan aguda como siempre, fue la primera en
verlos. O más bien en ver a Chloe. Cuando Chloe andaba cerca, Mike
apenas existía.
Soltando un gritito Merry corrió a los brazos de Chloe, seguida
de Gracie y su hermana Emma, junto con Laura, nacida el día que
por poco muere Chloe.
Las cuatro niñas saltaban alrededor de Chloe con una mezcla de
palabras y excitación, solicitando atención. Mike dio un paso a un
lado, saliéndose de en medio.
Nicole y Ellen eran geniales. Sam y Harry eran chicos realmente
afortunados.
Pero Chloe era lo más, y la había pillado Mike. No sabía cocinar y
no era una genio con el dinero, pero los niños la adoraban y eso era
más importante que nada. La Tía Chloe era fundamental en sus
vidas. Siempre estaba allí, y Nicole y Ellen sabían, más allá de
cualquier sombra de duda, que si tenían trabajo que hacer y una de
las nenas estaba mala, Chloe estaría allí y la querría y cuidaría como
una madre.
Era el mejor don de todos.
Merry estaba saltando arriba y abajo, intentando ver por detrás
de la espalda de Chloe.
—Tía Chloe, ¿nos has traído regalos?
—¡Regaloz! —repitió Laura, batiendo las manos. Era una
pregunta ridícula, por supuesto. Chloe era absolutamente incapaz de
ir a ningún sitio sin comprar regalos para las niñas. Y mucho menos
a Londres, donde habían estado yendo de manera regular durante
los últimos dos años. Habría sido más creíble que le salieran alas y
volara y no que regresara con las manos vacías.
Cada vez Chloe esperaba poder sacar los regalos con orden, pero
todas las veces el destino se reía cruelmente. Los sonidos de papel
rasgándose y gritos de alegría empezaron detrás de ellos. Merry,
Laura, Gracie y Emma estaban saltando arriba y abajo, estaban en el
séptimo cielo de las chicas.
Nicole se levantó de la mesa, sonriendo, seguida de Ellen.
—Vaya, esta sí que es una agradable sorpresa. Íbamos a
organizaros una pequeña fiesta de bienvenida, ¡pero habéis llegado
antes de tiempo! Así que entrad, acabamos de sentarnos a comer.
Manuela nos ha hecho un puchero fantástico.
Ellen le tocó la mano a Chloe.
—¿Cómo está la Hermana Mary Michael? ¿Y las chicas?
Mike ayudó a Chloe a sacarse el abrigo, preguntándose cómo no
se daban cuenta. Y aún así, allí estaban, Nicole y Ellen, dos pirañas
en lo que se refería a olisquear nuevas noticias, totalmente a ciegas.
—La Hermana Mary Michael está bien. Envía su cariño. Ludmila
ganó el primer premio en un concurso internacional de piano. Todo
el mundo está muy excitado por ello. Y las chicas quedaron
realmente felices con sus regalos. Tengo las notas de agradecimiento
en el bolso.
Nicole y Ellen sonrieron felices. Juntar paquetes para las chicas
en Londres para que Mike y Chloe se los llevaran se había
convertido en algo serio. En algo muy serio y feliz. Se pasaban días
recorriendo tiendas buscando la cosa perfecta y a juzgar por los
rostros ansiosos y felices, lo habían hecho bien.
El barco había sido detenido y asaltado tan pronto cruzó en
aguas americanas. El enorme escándalo por la trama de pedofilia fue
portada de periódicos durante seis meses y los efectos en cascada
todavía se sentían.
Mike, Sam y Harry habían seguido cada caso con gran interés,
regocijándose con cada sentencia a prisión.
Mientras tanto nadie sabía qué hacer con las niñas. Los archivos
de su existencia habían sido destruidos. Algunas niñas no sabían ni
la ciudad donde vivían. Todo lo que conocían era el orfanato y se les
había borrado de los informes.
Así que Chloe llamó a la Mujer Maravilla. O al menos así es como
lo sintieron en aquel entonces. La Hermana Mary Michael del
internado de Chloe. Una mujercita de cuarenta kilos cuando estaba
mojada, vestida con hábito de monja y con la autoridad de un
general. A través de negociaciones que no habrían estado fuera de
lugar en una fusión entre Microsoft y General Motors, se las apañó
para adquirir la custodia de las niñas y se las llevó a Londres, donde
estaban creciendo para convertirse en hermosas y felices jóvenes.
Chloe siempre había dicho que ella había heredado una gran
cantidad de dinero, así que fundaron un fideicomiso de veinte
millones de dólares para ayudar con los gastos al Sagrado Corazón y
para pagarles la educación universitaria.
Chloe y Mike las visitaban a menudo, y últimamente sus viajes a
Londres habían aumentado, pero no era solo para ver a las chicas.
Había una nueva y muy eficiente clínica de fertilidad en
Knightsbride y les había tocado el gordo de Navidad.
—Tengo noticias —dijo Chloe suavemente, y todo el mundo se
detuvo y la miró. Ella brillaba, sus ojos con aquel color dorado que
todavía le volvía loco de deseo. Ella alargó la mano hacia él—. Mike
y yo tenemos algo que decir. Nosotros, bueno, hemos estado yendo a
Londres muy a menudo en estos últimos seis meses y sé que os
habéis estado preguntando por qué. Hemos ido a un centro
especializado en una nueva técnica de fecundación in vitro.
Sam y Harry tenían expresiones en blanco. Nicole y Ellen
soltaron un profundo aliento.
—Tenemos buenas noticias. Mike y yo… estamos embarazados.
De dos… —Chloe enrojeció ferozmente, sonriendo de felicidad.
Detrás de ellos la locura de los regalos había aumentado hasta
proporciones de locos, trozos de papel volando en el aire. Mike
pensó en todo el estrógeno que flotaría en el aire en unos pocos años.
Bueno, sus chicos se encargarían de ello.
—…Niños —dijo con satisfacción.

Fin
Agradecimientos

Como siempre, un enorme gracias a mi agente, Ethan Ellenberg,


y a mi editora, Mary Chen. Gracias también para Amanda Bergeron,
siempre lista para echar una mano.

Notas

[←1]
Grupo de Operaciones Especiales de la Marina de los Estados Unidos
especializado en operaciones de inteligencia militar (espionaje). (N.T.)
[←2]
John: nombre que se les da a los hombres que van con prostitutas. (N.T.)
[←3]
En español en el original (N.T.)
[←4]
Spenaz: Fuerzas especiales de élite militares y policiales de la Federación Rusa (N.T.)
[←5]
Español en el original (N.T.)
[←6]
Español en el original (N.T.)
[←7]
Español en el original (N.T.)
[←8]
Español en el original (N.T.)
[←9]
En español en el original (N.T.)
[←10]
Se refiere al waterboarding (N.T.)
[←11]
En español en el original (N.T.)
[←12]
Fuerzas especiales del desaparecido KGB (N.T.)
[←13]
Marca de revólver (N.T.)
[←14]
Vehículo aéreo no tripulado (N.T.)

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