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La comunidad irlandesa en la España del siglo xviii

LA COMUNIDAD IRLANDESA EN LA ESPAÑA


DEL SIGLO XVIII

Agustín Guimerá Ravina*


«todos los extranjeros en un país extraño deberán ser cautelosos como debe ser,
especialmente en un lugar pequeño; y cuando esto ocurre,
pueden hacer fortuna allí»
Juan Cólogan

La historia de Canarias, tras la completa incorporación a la Corona de Castilla a fines


del siglo xv y la posterior expansión hispana en América, se imbrica con rapidez en
aquellas corrientes de navegación y comercio que operan en el Atlántico 1. Ello atrae
a numerosos extranjeros que se establecen en el archipiélago: portugueses, flamencos,
genoveses, franceses, ingleses, etc. En el caso que nos ocupa, entre finales del siglo xvii
y la segunda mitad del siglo xviii aquellos irlandeses que emigran a los territorios de la
Monarquía Hispánica se asientan en las islas, destacando especialmente en el comercio.
La segunda generación tomaría parte activa en la vida cultural y política, integrados
plenamente en la sociedad insular. Su huella sigue presente en el paisaje y la memoria
colectiva de Canarias. La isla de La Palma guarda todavía ese recuerdo secular.
Este trabajo enmarca su emigración a las islas en un contexto hispánico, más amplio.
En una primera parte, trascendiendo aquella imagen romántica de la eterna lucha de los
católicos irlandeses contra los protestantes británicos, se analizará las distintas etapas
de este asentamiento en el largo siglo xviii español, entre finales del reinado de Carlos
ii y la terminación de las guerras napoleónicas. En una segunda parte se explorará las
distintas manifestaciones de la identidad múltiple de aquella primera generación de
irlandeses expatriados, una identidad que podríamos calificar de atlántica: procesos de
autodefinición, sistemas de representación y estrategias de conducta. Para ello serán

* Investigador del Instituto de Historia. Consejo Superior de Investigaciones Científicas (Madrid). Correo
electrónico: agustin.guimera@cchs.csic.es.
1
La cita que encabeza estas líneas recoge una comunicación del comerciante irlandés Juan Cólogan a
Roberto Fleming (10 de marzo de 1762) en la que se describe la actitud arrogante hacia los isleños por
el comerciante irlandés Roberto de La Hanty, vecino de Santa Cruz de Tenerife, que le llevó a la ruina;
véase: Guimerá Ravina, Agustín. Burguesía extranjera y comercio atlántico: la empresa comercial irlandesa
en Canarias, 1703-1771. Santa Cruz de Tenerife: Gobierno de Canarias; [Madrid]: Consejo Superior de
Investigaciones Científicas, 1985, p. 128.

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Agustín Guimerá Ravina

muy útiles las fuentes privadas de algunos destacados comerciantes radicados en el


archipiélago2.

1. La comunidad irlandesa en España

Hoy la historiografía europea ha superado la versión romántica de la emigración ir-


landesa al continente europeo, tras la derrota del bando jacobita —partidarios del rey
católico Jacobo ii Estuardo— en la batalla de Boyne (1690)3. Aquellos expulsados de
Irlanda tras el fracaso militar —los denominados Wild Geese— fueron los protagonistas
de una interpretación nacional y victimista de la emigración irlandesa al continente: un
antagonismo católico con la Inglaterra protestante, cargado de masculinidad, heroísmo
y nobleza.
Pero hoy sabemos que aquella emigración fue compleja, en donde se dieron también
razones económicas4. Además trajo consigo la confrontación de estos recién llegados
con las élites del país receptor. Se produce así un doble proceso. Por un lado, surge
una identidad cosmopolita en estos irlandeses, como sucede con otras comunidades
extranjeras en Europa, una mentalidad internacional que trasciende las fronteras de
una monarquía o estado en particular. Por otro, se mantienen viejas formas identitarias,
vinculadas a la familia y la «patria» irlandesa.
Todo ello es aplicable al mundo hispano. Durante el siglo xviii estos irlandeses
establecidos en España se mueven entre una identidad de origen y una lealtad a la
monarquía que les acoge. En España encontraron, sin embargo, más oportunidades de

2
Se trata del Archivo Zárate-Cólogan, hoy custodiado en: Archivo Histórico Provincial de Santa Cruz
de Tenerife, La Laguna (ahpsct, fzc). Son los copiadores de cartas y otros documentos de los comerciantes
irlandeses Bernard Walsh Carew o Bernardo Valois (1663-1727) y John Cologan White o Juan Cólogan
(1710-1771), establecidos en el Puerto de la Cruz, Tenerife. Toda la información sobre estos dos personajes
a lo largo del texto se encuentra en la citada obra: Guimerá Ravina, Agustín. Burguesía extranjera y comercio
atlántico… Op. cit.; y del mismo autor, Dios, clan y negocio: las memorias del comerciante irlandés Bernardo
Valois. [Santa Cruz de Tenerife; Las Palmas de Gran Canaria]: Gobierno de Canarias, 2005.
3
Para el caso español véase: Recio Morales, Óscar. Ireland and the Spanish Empire, 1600-1825. Dublin:
Four Courts Press, 2010; Recio Morales, Óscar. Irlanda en Alcalá: la comunidad irlandesa en la Universidad
de Alcalá y su proyección europea, 1579-1785. Alcalá de Henares: Ayuntamiento de Alcalá de Henares, 2004;
Recio Morales, Óscar, Glesener, Thomas (coords.). Los extranjeros y la nación en España y la América
española. En: Cuadernos de Historia Moderna, anejos x (2011); García Hernán, Enrique, Recio Morales,
Óscar (coords.). Extranjeros en el Ejército: militares irlandeses en la sociedad española, 1580-1818. Madrid:
Ministerio de Defensa, 2007; García Hernán, Enrique, Bunes, Miguel Ángel de, Recio Morales, Óscar,
García García, Bernardo J. (eds.). Irlanda y la Monarquía Hispánica: Kinsale 1601-2001, guerra, política,
exilio y religión. Madrid: Universidad de Alcalá: csic, 2002. Véase también: Downey, Declan M., Crespo
MacLennan, Julio (eds.). Spanish-Irish Relations through the Ages. Dublin: Four Courts Press, 2008; Dow-
ney, Declan M. «Irish-European Integration: The legacy of Charles v». En: J. Devlin y H. B. Clarke (eds.).
European Encounters: Essays in Memory of Albert Lovett. Dublin, 2003, pp. 97-117; y Pérez Tostado, Igor,
García Hernán, Enrique (eds.). Irlanda y el Atlántico Ibérico: movilidad, participación e intercambio cultural.
Valencia: Albatros Ediciones, 2010.
4
Para una visión general de Irlanda se puede consultar: Cullen, Louis M. The emergence of modern Ireland,
1600-1900. Dublin: Gill and Macmillan, 1981. Son muy útiles los estudios de: Canny, Nicholas. Kingdom and
Colony: Ireland in the Atlantic world 1560-1800. Baltimore; London: The Johns Hopkins University Press, 1988;
y Canny, Nicholas, Pagden, Anthony (eds.). Colonial identity in the Atlantic world, 1500-1800. Princeton:
Princeton University Press, 1989.

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La comunidad irlandesa en la España del siglo xviii

fortuna económica y ascensión social que en Irlanda, amén de una puerta abierta para
establecerse en Hispanoamérica, vedada oficialmente a otros extranjeros.

1.1. El predominio de los militares (1691-1754)

En este apartado sigo la magnífica síntesis del profesor Oscar Recio. La nobleza vincu-
lada a la milicia ocupó una posición preeminente en la comunidad irlandesa del exilio
en Europa, tras la derrota de Boyne y el posterior tratado de Limerick (1691). La
política exterior de los Habsburgos españoles en relación a Irlanda siempre había sido
la defensa del catolicismo en la isla y los nobles irlandeses fueron bien acogidos, al ser
considerados como el mejor medio para continuar esta influencia española en su tierra
de origen. Durante la Guerra de Sucesión española (1702-1714), el apoyo de los nobles
jacobitas a la causa borbónica levantó muchas expectativas entre los irlandeses exiliados.
Desde entonces se fue consolidando una red jacobita en la Corte de Madrid y el ejército
hispano, con la creación de siete regimientos irlandeses durante el conflicto bélico.
Esta fidelidad al futuro rey Felipe v obtuvo su recompensa. El grupo irlandés en
la Corte consiguió una parcela de poder, mediante diversas vías: a través de enlaces
matrimoniales con poderosas familias de origen español o irlandés; actuando en la
diplomacia; y participando en la vida palaciega, como damas de compañía de la reina.
Pero el ejército fue el campo preferido para el ascenso social y la obtención de
privilegios por estos irlandeses. La expansión constante de la maquinaria militar de los
Borbones españoles fue un poderoso factor de atracción, como en otras monarquías
europeas. Esta estrategia se beneficiaba de la tradición militar en las familias irlandesas,
el prestigio de la nobleza católica en Irlanda y España, así como la presencia de una
influyente comunidad mercantil irlandesa en los puertos franceses y españoles, defenso-
res de la causa jacobita y seculares protagonistas del comercio entre Irlanda y España.
Tras la paz de Utrecht en 1713, se consolidaron tres regimientos irlandeses en Es-
paña —Hibernia, Irlanda y Ultonia— que siguieron funcionando hasta 1818. Durante
la segunda mitad del siglo xviii representaban una tercera parte aproximada de los
ocho regimientos extranjeros al servicio del monarca español, cuyas cifras de efectivos
conocemos5. En esa estadística, las unidades irlandesas agrupaban a más de siete mil
soldados. Toda la oficialidad de estas unidades era de origen o descendencia irlandesa.
Esta endogamia profesional les abría la puerta al privilegio, los honores, títulos nobilia-
rios y puestos administrativos, algunos de ellos muy cerca del poder político en la Corte.
Los mecanismos de promoción social y obtención de privilegios de estos militares
irlandeses son idénticos a otros extranjeros radicados en España y a los propios españo-
les: nobleza de origen, vínculos familiares en los propios regimientos, viejos servicios de
la familia al monarca, méritos militares de carácter excepcional, apelación directa al rey
o compra de graduaciones del ejército. Se acudía también al casamiento de una hija de
un comerciante irlandés con un oficial español, presentando como garantía testimonios
de nobleza realizados por el clero irlandés… la fortuna en busca del honor. No es de

5
No se conoce el número de soldados que agrupaba el regimiento suizo.

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Agustín Guimerá Ravina

extrañar que el 80% de los irlandeses que tomaron un hábito de orden militar durante
el siglo xviii —un total de 80 individuos— tuvieran el oficio castrense.

1.2. La hora irlandesa en España (1754-1825)

Aquel protagonismo de los militares irlandeses en la Monarquía Hispánica es un factor


clave para entender la influencia de la comunidad irlandesa en España en este segundo
período histórico. Este predominio tiene su cénit a mediados de la centuria, con la as-
censión al poder de Ricardo Wall (1694-1774), como secretario de Estado (1754-1763),
equivalente a primer ministro en la actualidad6. Descendiente de refugiados jacobitas,
había abrazado pronto la carrera militar, formando parte del regimiento Hibernia y
distinguiéndose en las campañas de Italia y norte de África. Tras ser embajador en Gé-
nova y Londres, llega a la cúspide del poder en 1754. Desde esta posición privilegiada
ayuda a su paisanos.
Obtiene un mayor patrocinio real de los irlandeses, avalando a su importante co-
munidad mercantil, obteniendo su ingreso en las órdenes militares, promocionando sus
carreras castrenses, eligiendo a individuos de esta nación para la actividad diplomática,
el ejercicio de la medicina en la Corte y los hospitales militares o navales, y apoyando
su actividad científica o literaria7. Así figuran el médico del rey John O’Higgins, el aca-
démico de medicina Timothy O’Scanlan, el naturalista y geógrafo Guillermo Bowles,
el fisiócrata Bernardo Ward y otras personas que se distinguieron en la Ilustración
española. El caso más sobresaliente fue el general Alejandro O’Reilly (1723-1794), que
desplegó una labor reformadora del ejército en Cuba, Puerto Rico y Luisiana. Tras el
desastre de la expedición a Argel en 1775, de la que fue comandante general, su estrella
militar se eclipsó8.
Pero, como queda dicho, deseo centrar mi estudio en el papel desempeñado por
la comunidad mercantil irlandesa en este proceso secular, pues tenemos la fortuna de
contar con abundante documentación privada en Canarias, que nos permite ahondar
en los mecanismos que definen la identidad compleja de estos recién llegados, de la
primera generación de irlandeses en España.

6
Téllez Alarca, Diego. D. Ricardo Wall: Aut Caesar Aut Nullus. Madrid: Ministerio de Defensa, 2008;
y Téllez Alarca, Diego. Absolutismo e Ilustración en la España del siglo xviii: el Despotismo Ilustrado de D.
Ricardo Wall. Madrid: Fundación Española de Historia Moderna, 2010.
7
Creo que Wall es el personaje poderoso a que se refiere un comerciante irlandés de Málaga: «Este gran
hombre me honra con su amistad y parece tener un afecto particular a nuestros paisanos, porque los tiene por
agradecidos, como deben estar (y espero están) a los muchos y grandes favores […]». Juan Galwey a la viuda
de Russell e hijos, de Santa Cruz de Tenerife, 20.05.1768 (Archivo Zárate-Cologan, Cartas de Comerciantes
siglo xviii).
8
Torres Ramírez, Bibiano. «Alejandro O’Reilly en Cuba». Anuario de estudios americanos, n. 24 (1967),
pp. 1357-1388; Torres Ramírez, Bibiano. Alejandro O’Reilly en Las Indias. Sevilla: Escuela de Estudios
Hispanoamericanos, 1969; Guimerá Ravina, Agustín. «Historia de una incompetencia: el desembarco de
Argel, 1775». En: Manuel Díaz-Ordoñez (coord.). Informe «Logística anfibia: el poder naval del Imperio
español en el Mediterráneo durante el siglo xviii». Revista universitaria de historia militar, v. 5, n. 10 (2016),
pp. 135-155; y Villaba Pérez, Enrique. «O’Reilly y la expedición de Argel (1775): sátiras para un fracaso».
En: Agustín Guimerá Ravina y Víctor Peralta (coords.). El equilibrio de los imperios: de Utrecht a Trafalgar:
actas de la viii Reunión Científica de la Fundación Española de Historia Moderna (Madrid, 2-4 de junio de
2004). Madrid: Fundación Española de Historia Moderna, 2005, v. ii, pp. 565-586.

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La comunidad irlandesa en la España del siglo xviii

2. La comunidad mercantil irlandesa en España

Los comerciantes irlandeses habían creado una red mercantil en los principales puertos
de Holanda, Bélgica, Francia, Portugal y España antes de la denominada «Revolución
Gloriosa» de 1688-1691. Familias oriundas de los puertos de Dublín, Waterford,
Wexford, Cork, Limerick y Galway habían desarrollado con anterioridad a aquella
fecha una serie de vínculos comerciales y familiares en un sistema portuario atlántico
formado por Londres, Dublín, Ostende, Nantes, Burdeos, Bilbao, Lisboa, Sevilla, Cádiz
y otros enclaves marítimos. Esta corriente mercantil se potenció después del tratado
de Limerick. De allí se expandieron a los puertos de Hispanoamérica y las posesiones
francesas y británicas en América9.
Formaron así parte de aquella élite comercial extranjera establecida en los puertos
atlánticos, situándose en el corazón de la vida económica, social, política y cultural de
estas comunidades portuarias. Sus ventajas de acceso a los mercados internacionales
le valieron el apoyo de cónsules, embajadores y autoridades civiles o militares. Sus
múltiples funciones —comercio, seguros, banca, navieras, etc.— les permitieron llevar
a cabo un modo de vida cosmopolita.
Los irlandeses fueron también exitosos en los puertos españoles relacionados con
el comercio hispanoamericano10. En Cádiz, los británicos —mayoritariamente irlande-
ses— representaban el 19% de los comerciantes extranjeros en 1762, después de los
franceses y los súbditos de los estados italianos. Pero desde el punto de vista económico
ocupaban ese año la segunda posición detrás de los franceses, con el 15% de las rentas
anuales del comercio exterior. En el censo de extranjeros de 1791 figuran ciento dieci-
nueve nombres irlandeses. En el Puerto de Santa María se encuentra el apellido Terry
y en Sevilla los White y Plukett. En Huelva aparecen cincuenta nombres irlandeses en
los 1700-1750. En Málaga la mitad de los comerciantes extranjeros son irlandeses en
1716-1719, así como el 60% de los matrimonios de los mercaderes extranjeros en todo
el siglo. En este puerto figuran como adelantados de la protoindustrialización Tomás
Quilty Valois o Guillermo O’Sheam.

9
Crespo Solana, Ana (coord.). Comunidades transnacionales: colonias de mercaderes extranjeros en el Mundo
Atlántico (1500-1830). Madrid: Doce Calles, 2010; Dickson, David, Parmentier Jan, Ohlmeyer, Jane (ed.).
Irish and Scotishh Mercantile Networks in Europe and Overseas in the Seventeenth and Eighteenth Centuries.
Gent: Academia Press, 2007; Fernández Pérez, Paloma, Lluch, Andrea (eds.). Familias empresarias y grandes
empresas familiares en América Latina y España: una visión de largo plazo. Bilbao: Fundación bbva, 2015; y
Fernández Pérez, Paloma, Rose, Mary B. (eds.). Innovation and Entrepreneurial Networks in Europe. New
York; London: Routledge, 2010; y Villar García, M. Begoña. «La contribución irlandesa al progreso de
Europa en el siglo xviii: Militares, políticos y comerciantes». Baetica: estudios de Arte, Geografía e Historia,
n. 24 (2002), pp. 445-360.
10
Chauca García, Jorge. «Irlandeses en el comercio gaditano y americano del setecientos». En: i Coloquio
Internacional ‘Los extranjeros en la España Moderna’. Málaga: [s. n.], 2003, v. i, pp. 267-277; Fernández Pérez,
Paloma. El rostro familiar de la metrópoli: redes de parentesco y lazos mercantiles en Cádiz, 1700-1812. Madrid:
Siglo xxi, 1997; García Fernández, María Nélida. Comunidad extranjera y puerto privilegiado: los británicos
en Cádiz en el siglo xviii. Cádiz: Universidad de Cádiz, 2005; Lario de Oñate, María del Carmen. La colonia
mercantil británica e irlandesa en Cádiz a finales del siglo xviii. Cádiz: Universidad de Cádiz, 2000; Villar
García, María Begoña (coord.). La emigración irlandesa en el siglo xviii. Málaga: Universidad de Málaga,
2000; y Villar García, María Begoña. «Ingleses e irlandeses en España». En: La inmigración en España (actas
del Coloquio Santiago de Compostela, 6-7 de noviembre de 2003). Santiago de Compostela: Universidad de
Santiago de Compostela, 2004, pp. 31-76.

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Agustín Guimerá Ravina

Canarias también fue un destino preferido de los irlandeses11. En el censo de ex-


tranjeros de 1791 en Tenerife los británicos —en su mayoría irlandeses— ocupaban la
tercera posición numérica, detrás de los franceses y portugueses. Lo mismo sucedía en
Gran Canaria. Pero los irlandeses controlaban en esa fecha el 43% del comercio al por
mayor en Tenerife aquel año, aventajando en mucho a los franceses. En 1764 un comer-
ciante inglés describía así el poder de esta élite mercantil irlandesa en el archipiélago12:

La mayor parte del mencionado comercio con Europa y las colonias inglesas está
en manos de los irlandeses católicos romanos establecidos en Tenerife, Canaria
y La Palma, y los descendientes de los irlandeses que se establecieron allí ante-
riormente y se casaron con españolas.

Así, a partir del último tercio del siglo xvii se instalan en Tenerife los Brook (Arro-
yo) los Walsh (Valois) y los FitzGerald (Geraldín), seguidos por numerosos irlandeses,
algunos de los cuales fundarán verdaderas sagas familiares: Cólogan, Murphy, Forstall,
Russell, Madan, Mead, Commyns, Power, Creagh, White (Blanco), La Hanty, Key, Wa-
ding, Lynch, Roch, O’Ryan, Blanch Field (Campoblanco), Cullen, Mahony, MacDaniel,
MacCarrick, O’Reilly, Clancey, Sinnott, Barry, Sall, O’Shee y Edwards (Eduardo). En
Gran Canaria lo harán los Walsh, O’Shanahan, Fogorty, Mill, Cane, Mead, etc. En La
Palma figuran comerciantes y otros oficios oriundos de Irlanda: McGhee, Stafford,
Daniell, Lynch, Commyns, Hickson, Draper, Condy, Colon, Kábana y O’Daly, el más
influyente de todos ellos.

2.1. Identidad e identidades

Me refiero aquí sólo a la primera generación de comerciantes irlandeses establecidos


en España en aquel largo siglo xviii.
Las autoridades españolas presionaron a los irlandeses residentes para que clari-
ficasen su identidad y abrazasen por completo una identidad española. Existía una
desconfianza hacia todo extranjero en la sociedad receptora. Los irlandeses reacciona-
ron a esta presión, combinando una identidad común irlandesa —Irishness— con una
identidad española, desarrollando así una extraordinaria capacidad de adaptación al
nuevo ambiente social donde se ubican.
La identidad —llamada también etnicidad— es «una forma de reforzar las relaciones
culturales de un grupo determinado para que adquieran relevancia cultural»13. Esta

11
Aparte de los estudios citados de Guimerá Ravina de 1985 y 2005, véase: Hernández González, Manuel.
«Los mercaderes de origen extranjero en el tráfico canario-americano (1765-1808)». En: Ana Crespo Solana
(coord.). Comunidades transnacionales: colonias de mercaderes extranjeros en el mundo atlántico (1500-1830).
Madrid: Doce Calles, 2010, pp. 155-188; Iglesias Hernández, María Luisa. Extranjeros en Gran Canaria: primer
tercio del siglo xviii. Santa Cruz de Tenerife: Gobierno de Canarias, 1985; y Lorenzo Tena, Antonio. «Una
colonia irlandesa en la isla de La Palma durante el siglo xviii». Boletín Millares Carlo, n. 27 (2008), pp. 82-100.
12
Glas, George. Descripción de las islas Canarias (1764). La Laguna: Instituto de Estudios Canarios, 1976,
pp. 133-134.
13
Olmo, Margarita. «La solidaridad en el proceso de formación de grupos étnicos». En: Josepa Cucó y Joan
Pujadas (coords.). Identidades colectivas: etnicidad y sociabilidad en la Península Ibérica. Valencia: Generalitat
valenciana, 1990, p. 137.

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La comunidad irlandesa en la España del siglo xviii

cohesión social se manifestaba a través de relaciones como la familia, el trabajo y el


origen. La clave de esta identidad era una doble actitud, compatibles entre sí: por un
lado, la conciencia de una diferencia con respecto a los demás comerciantes y restantes
grupos sociales; por otro, un sentido de pertenencia a una comunidad mayor, transna-
cional, que no está reñida con una integración en la sociedad española. En las páginas
que siguen veremos cómo la identidad de estos irlandeses expatriados se establece a
partir de un proceso de autodefinición, un sistema de representaciones y unas actitudes
comunes. Sin embargo, hay que tener presente la múltiple naturaleza de las identidades,
la dificultad de autodefinir una identidad. Se trata de un fenómeno flexible, que cambia
con el tiempo y se adapta a variadas circunstancias14.

2.2. Proceso de autodefinición

En este objetivo de descubrirse a sí mismo y legitimar su posición en la sociedad recep-


tora intervienen diversos aspectos: sentido del lugar, las expectativas, el nivel de vida
y el sentido de la historia.
Se ha exagerado el significado de las revueltas irlandesas y los resultados económicos
de la actitud gubernamental inglesa en la isla. El siglo xvii irlandés fue una época de
paz, salvo las campañas de Cromwell en 1641-1652 o la citada «Revolución Gloriosa»
de 1688-1691. La economía isleña experimentó una rápida expansión. Ahora bien, la
presión política y la pugna confesional entre católicos y protestantes constituyeron
factores de expulsión en la sociedad de Irlanda, unidos a ciertas dificultades en algu-
nos sectores de la economía irlandesa. Hay que tener en cuenta además los factores
de atracción en el exterior, como el empleo en los ejércitos continentales y en las casas
comerciales de aquellos puertos atlánticos.
Del lugar de origen al lugar de arribada. Estos emigrantes de finales del siglo xvii
y todo el siglo xviii son conscientes asimismo de sus vínculos seculares con la Monar-
quía hispánica, ya desde el siglo xvi, a través del comercio, la milicia, la universidad
y la iglesia, mostrando en sus peticiones al rey los servicios de su gente a la Corona y
asegurando la constancia en la verdadera fe, su militancia católica.
En el caso de Canarias, el temprano asentamiento de comerciantes irlandeses desde
1680 debe relacionarse con el comercio de los famosos vinos malvasía, que experimenta
su fase final de crecimiento hasta el inicio de la Guerra de Sucesión española. El archi-
piélago era además antesala de Hispanoamérica y un lugar atractivo para los extranjeros
interesados en el comercio atlántico, ya desde el siglo xvi. A su condición de encrucijada
atlántica se añadía la lejanía de Sevilla y luego Cádiz —centro del sistema portuario
monopolístico del comercio americano— o la propia Corte de Madrid, distanciamiento
que facilitaba los buenos negocios y el ascenso social.

14
Sigo aquí el magnífico esquema teórico de: Canny, Nicholas. «Identity Formation in Ireland: The Emer-
gence of the Anglo-Irish». En: Nicholas Canny y Anthony Pagden (eds.). Colonial Identity in the Atlantic World,
1500-1800. Princeton: Princeton University Press, 1989, pp. 159-212. Son útiles los trabajos de: Greene, Jack
P. «Changing Identity in the Bristish Caribbean: Barbados as a Case Study», en esta misma obra, pp. 213-266;
y Claydon, T. y McBride, I. (eds.). Protestatism and National Identity: Britain and Ireland, c. 1650-c. 1850.
Cambridge: Cambridge University Press, 1998.

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Agustín Guimerá Ravina

España ofrece muchas expectativas para estos expatriados. La mitología que en-
cierran las rebeliones de los católicos irlandeses pueden despertar las simpatías de la
sociedad española, en un contexto de una secular rivalidad hispano-británica. Pero
también hay otros objetivos. En el caso de los jacobitas —los defensores del derrotado
Jacobo ii— persiguen la recuperación de una posición económica y política que han
perdido en su isla. Aspiran a recuperar el trono británico para los Estuardo.
Como otros comerciantes, extranjeros o no, exhiben su estilo de vida sofisticado,
su fortuna, aspirando a formar parte de la élite española. Tomemos como ejemplo al
comerciante Bernard Walsh, del Puerto de la Cruz (Tenerife). La relación de sus pro-
piedades rústicas y urbanas es muy ilustrativa. Destaca en primer lugar, su hacienda
de La Paz, a las afueras de la localidad, dominando el Puerto y una gran extensión
de océano: una magnífica casona —todavía existente—, jardín francés, corrales, pajar,
molino de viento, estanque, viñedos, morales y trigales. Fue un lugar muy alabado por
viajeros y naturalistas. En el centro de la población levantó sus espléndidas casas prin-
cipales de dos plantas —hoy Hotel Marquesa—, con balcones, patio central y mirador.
Allí tenía su escribanía comercial. Tuvo otras casas, bodegas y almacenes en el Puerto
de la Cruz, algunas de las cuales se conservan todavía. Es como si quisiera recrear su
Waterford natal allende los mares. Además poseía un molino de agua en La Orotava,
junto a fincas y casas en Icod, La Matanza, La Laguna y Santa Cruz.
Su riqueza comerciante se manifiesta también en el lujoso mobiliario —de caoba y
mármol preferentemente— en su hacienda de La Paz o sus casas principales del Puerto:
espejos, escritorios, relojes, mesas, sillas, armarios, pinturas, cornucopias; juegos de té,
café y chocolate —de porcelana china—; bandejas y fuentes de plata; joyas de piedras
preciosas, oro y perlas; ropa fina; etc.
Su formación cultural se expresa en los fondos de su magnífica biblioteca, con
quinientos sesenta y ocho volúmenes, la mitad en lengua francesa, seguida por una
gran porción de obras en inglés, y a gran distancia los libros en latín, griego, holandés
y español. La literatura del barroco francés predomina y abundan los escritos de la
Antigüedad clásica. En cuanto a la temática, sobresalen las obras literarias, seguidas de
la religión, historia, viajes, ciencia y otras disciplinas. Bernard Walsh redactó además
unas memorias en inglés, donde narra su vida, algunos acontecimientos de Tenerife,
las erupciones volcánicas, sus excursiones al Teide y cuevas de la isla, así como pensa-
mientos religiosos y oraciones: todo un universo cultural barroco y católico, con tintes
exóticos. Veamos un ejemplo15:

El año 1690 fui a ver la Cueva de Icod, que es asombrosa por su profundidad.
Se extiende desde la costa hasta el Pico del Teide y tiene unas concavidades
muy grandes. Caminé cerca de dos millas bajo tierra. Allí pueden verse varios
huesos de gigantes, tal y como fueron depositados, y otras maravillas de la
Naturaleza […].

Su búsqueda de estatus de hidalguía en la sociedad hispana, propio de aquella so-


ciedad estamental, se manifiesta en un árbol genealógico, oratorio privado, capilla en la

15
Guimerá Ravina, Agustín. Dios, clan y negocio… Op. cit., p. 63.

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La comunidad irlandesa en la España del siglo xviii

iglesia parroquial del Puerto con su tumba de mármol, escudos de armas y la institución
del mayorazgo en su descendencia.
Su yerno John Cologan siguió la senda de Walsh en estos patrones de riqueza comer-
ciante, aumentando la biblioteca familiar con ciento cincuenta y siete volúmenes, donde
ya figuran obras de la Ilustración francesa y española. Asimismo mejora el mobiliario
de la hacienda de La Paz y las casas principales del Puerto de la Cruz.
El sentido de la historia fue también un medio de autodefinición para estos oriundos
de Irlanda. En general, los comerciantes irlandeses radicados en España defienden el
mito de un antiguo origen ibérico de su comunidad isleña. Igualmente sacan a colación
la antigua cristiandad de la isla desde los celtas, la persecución religiosa en la Irlanda de
los siglos de la Reforma y Contrarreforma, la fidelidad al catolicismo que pagaron sus
antepasados a menudo con la exclusión y el exilio. Los colegios irlandeses en España
son propagandistas de esta visión histórica y los jacobitas exiliados proclaman a los
cuatro vientos sus servicios a la Monarquía Hispánica desde el siglo xvi.

2.3. Sistemas de representación

Estos irlandeses se consideran a sí mismos comerciantes y extranjeros, para diferenciarse


de la sociedad española y sus élites tradicionales. Este sistema de representación dota
de ambigüedad a estos inmigrantes, que se consideran irlandeses católicos y súbditos
británicos a la vez16. Además, muchos apellidos de estos irlandeses que se establecen
en España entre 1690 y 1800 proclaman su pertenencia a ese grupo de Old English,
como veremos enseguida.
Sus vidas suelen ser el prototipo de una carrera comerciante de la Europa moderna.
Aprenden el oficio trabajando como aprendices con familiares o compatriotas fuera de
Irlanda. Con el soporte familiar van generando su propio patrimonio económico, a través
de la participación en compañías de comercio e inversiones navieras, fundamentalmente
con socios irlandeses. Su matrimonio con miembros de otras familias mercantiles de
origen irlandés en España consolida su posición dentro de este grupo. La endogamia
profesional y de origen les abre muchas puertas. Pronto adquieren propiedades que
mejoran su estatus socioeconómico: casas, fincas rústicas, almacenes, bodegas, molinos,
barcos, etc. Sus limosnas y fundaciones de carácter religioso en España —capellanías,
hospitales, etc.—, la residencia en aquellos puertos hispanos durante unos años, el
matrimonio con personas nacidas en estos lugares y la adquisición de bienes raíces son
los instrumentos típicos para conseguir finalmente la naturalización española.
Al mismo tiempo proclaman su origen foráneo, formando sociedades foráneas o
siendo agentes de otros comerciantes extranjeros no irlandeses, incluso de religión
protestante. Son miembros de la «nación» británica por su condición de irlandeses,
tratando de colocar a sus compatriotas en los cargos consulares. Pero, al mismo tiempo,

16
Recio Morales, Óscar. «Identity and Loyalty: Irish Traders in Seventeenth-Century Iberia». En:
David Dickson, Jan Parmentier and Jane Ohlmeyer (ed.). Irish and Scotish Mercantile Networks… Op.
cit., pp. 197-210.

41
Agustín Guimerá Ravina

buscan obtener la protección de las autoridades civiles y militares españolas, en caso


de guerra o conflictos comerciales. Su doble condición de británicos y avecindados en
España les permite negociar tanto en Hispanoamérica como en las colonias británicas
del Caribe, Norteamérica, incluso la India Oriental. Su relación con la nobleza española
y las autoridades hispanas están pues teñidas de esta ambigüedad.
En el fondo, esta primera generación de comerciantes irlandeses posee una iden-
tidad múltiple, transnacional, atlántica, cosmopolita. Su horizonte vital es el océano y
aquellos sistemas portuarios interconectados. Suelen tener corresponsales en numerosos
enclaves marítimos: Cádiz, La Habana, Veracruz, La Guaira, Jamaica, Nueva York,
Charleston, Boston, Filadelfia, Rhode Island, Londres, Bristol, Dublín, Waterford, Saint
Malo, Nantes, Amsterdam, Ostende, Dunquerque, Rotterdam, Bremen, Hamburgo,
Génova…
Muchos de estos apellidos de irlandeses establecidos en España delatan su perte-
nencia al grupo social denominado Old English17. Son los descendientes de aquellos
apellidos de origen anglo-normando, que colonizaron Irlanda a partir del siglo xii.
Llegaron a controlar una tercera parte de la tierra cultivable de la isla y los puertos del
comercio exterior. En el siglo xvi los gobiernos de Enrique viii e Isabel i se apoyaron
en este grupo social —donde figuraban abogados y administradores— para aumentar
su autoridad en Irlanda, como intermediarios entre la realeza y los grandes propietarios
de origen gaélico.
Tras un período de armonía con un nuevo grupo que llega a la isla hacia 1560 —los
New English—, la polarización política derivada de la nueva confesionalidad protes-
tante del gobierno de Londres lleva a los Old English a una encrucijada: conciliar su
catolicismo con la lealtad a la monarquía inglesa. A partir de 1575 la supervivencia de
esta élite privilegiada se torna muy difícil, sometidos a una discriminación religiosa.
Su postura, más conservadora que la manifiesta por los New English, favorece a estos
recién llegados. La rebelión de 1641 marca el fin de su influencia en el Parlamento de
Irlanda. Sus tierras son confiscadas y pierden su poder político en el gobierno provin-
cial y central. Sus descendientes que emigraron al continente guardarían celosamente
el recuerdo de sus ancestros, sintiéndose orgullosos de sus orígenes.
La causa jacobita de 1688-1691 sólo aumentará este sentimiento de pérdida, la
mitificación de su pasado familiar, la añoranza de otros tiempos. No es de extrañar
que en sus casas familiares haya retratos de Jacobo ii o Jacobo iii, y en sus bibliotecas
figuran obras sobre las rebeliones y guerras civiles en Irlanda, Oliver Cromwell o los
Estuardo destronados.

17
En el listado que presento sobre apellidos irlandeses en Canarias se deben separar los de otros orígenes
como O’Shanahan, O’Daly, O’Shee y O’Ryan, MacCarrick o McGhee. Véanse los citados trabajos de: Canny,
Nicholas. Kingdom and Colony... Op. cit.; Canny, Nicholas. «Identity Formation in Ireland…». Op. cit.; y
Clarke, Aidan. The Old English in Ireland, 1625-1642. Dublin: Four Courts Press, 2000.

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La comunidad irlandesa en la España del siglo xviii

2.4. Actitudes

Las mentalidades son —según Fernand Braudel— «prisiones de larga duración». En el


caso de estos expatriados irlandeses en España, la familia alargada o el espíritu de clan
irlandés se une a la confesionalidad católica para dar sentido a una parte de su vida,
encontrar un anclaje en unas raíces lejanas, en principio inestables, más allá del mar.
En aquella sociedad del Antiguo Régimen la familia constituye la unidad de socia-
bilidad, el agente de socialización, el reproductor del sistema social vigente, la garantía
de la sucesión y el mantenimiento de la fortuna económica. Pero se trata de una familia
extendida, que no sólo aglutina a parientes sino también a protegidos.
Los irlandeses desarrollan este concepto familiar con sus clanes. Se trata de un
entramado de alianzas familiares, cuyos miembros se instalan en los principales puer-
tos de la época: desde Irlanda a Holanda, la Francia atlántica, Bilbao, Sevilla, Cádiz,
Huelva, Puerto de Santa María, Málaga, Canarias e Hispanoamérica. Entre estos clanes
hay una verdadera carrera por ampliar sus bases de relación y poder.
Bernard Walsh de Tenerife constituye un buen ejemplo de estos vínculos nacionales
e internacionales, del espíritu de clan. Sus árboles genealógicos, la trayectoria profe-
sional de sus miembros, los parientes que les acogen en el extranjero, las compañías
mercantiles que forman entre ellos, los corresponsales en sus negocios, los enlaces
matrimoniales con otras familias irlandesas de aquellos puertos constituyen testimonios
fehacientes de esta solidaridad. Incluso hay miembros del clan Walsh-FitzGerald que
han apoyado a Jacobo ii durante el conflicto de 1688-1691, a través del empréstito, la
representación política o la milicia. En sus anales aparece algún miembro de la familia
que ha muerto en Boyne, defendiendo a su rey católico. Los retratos de sus familiares
adornan las estancias de sus mansiones y sus parientes son padrinos de bautizo o ma-
trimonio, testigos de actos sociales o testamentos, tutores o maestros de sus pupilos,
capellanes de sus familias y encargados de la educación mercantil de sus parientes.
La clave de la bóveda de estos expatriados irlandeses es su militancia católica. La
confesionalidad debe ser interpretada como un medio esencial para crear una cohesión
política e ideológica. En el caso de los irlandeses católicos se prolonga en el tiempo,
ya desde las rebeliones del siglo xvi. Aquella perseverancia confesional se manifiesta
en los escritos de aquellos comerciantes irlandeses en España en torno a sus antepa-
sados: un obispo exiliado a este país; un antepasado franciscano o jesuita que destacó
en Roma o la universidad de Salamanca, que sobresalió en la ciencia o la poesía, que
acompañó al monarca inglés católico en una misión diplomática…
Algunos siguen ofreciendo donaciones a hospitales religiosos e instituciones cari-
tativas de Irlanda. Suelen tener un oratorio privado en sus casas. La devoción a san
Patricio es patente en alguna pintura en sus hogares, en la capilla que levantan en alguna
iglesia parroquial, en la celebración de su fiesta anual. Bernard Walsh, por ejemplo,
poseía en el salón de sus casas principales cinco cuadros de gran tamaño, representando
a san Patricio, san Francisco Xavier, san Jorge, san Patricio y Jesucristo… todo un
santoral vinculado al catolicismo de Irlanda. Las pinturas del retablo de su capilla de
San Patricio, que todavía existe en la iglesia parroquial del Puerto de la Cruz, son un

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Agustín Guimerá Ravina

espejo de aquellas devociones irlandesas. Incluso, algunos acontecimientos políticos


que tienen lugar en el Reino Unido levantan en estos comerciantes la esperanza de
restaurar en aquel trono a los católicos Estuardo.
Así, el comerciante irlandés Juan Cólogan muestra su entusiasmo a los amigos de
América, cuando el príncipe Carlos Estuardo inicia su rebelión en Escocia en julio de
174518:

Aquí nos hallamos en el mayor regocijo por la felicidad con que prosigue nuestro
Príncipe Carlos en la empresa, y mediante tener toda Escocia por suya, habiéndo-
sele sometido voluntariamente, tenemos grandes esperanzas que logrará ponerse
la Corona de su padre. Su Divina Majestad lo disponga así para el consuelo de
todo Católico.

Aquella «psicología de combate» —en palabras de Chausinand Nogaret— impregna


la vida cotidiana de la primera generación de comerciantes irlandeses. El barroco y el
espíritu contrarreformista dan una gran importancia a la religiosidad externa y la con-
sideración social de la confesionalidad, como es manifiesto en sus cuadros de santos, en
la decoración de sus capillas o sus funerales. Pero también se asiste a un proselitismo,
con libros para la conversión de los herejes y la acogida en sus casas de adolescentes
protestantes para educarlos en el catolicismo.
En sus bibliotecas abunda la literatura religiosa. En los escritos de Bernard Walsh
se palpan sus devociones a la Inmaculada, Jesucristo Salvador, el Corpus Christi, la
Santísima Trinidad, san Francisco de Asís o los santos jesuitas. Incluso se observa en
sus memorias un exceso de emoción mística, a la que dedica una tercera parte de su
contenido, con ecos de la poesía mística inglesa e irlandesa. Este misticismo puede ser
interpretado también como un anclaje mental para estos emigrados católicos de primera
generación a tierras ultramarinas, lejos de sus raíces irlandesas.
En el caso de su yerno John Cologan su espíritu es más ilustrado y sus manifesta-
ciones religiosas parecen más contenidas.

Epílogo (1808-1814)

Entre finales del siglo xviii e inicios del siglo xix los irlandeses siguieron actuando en
España como un grupo identificable. Por ejemplo, en Tenerife los Cólogan se casaron
con los Fállon, y los Murphy con los Meade y Power. Pero su integración en la sociedad
isleña es plena. Tanto los Murphy como los Cólogan fueron alcaldes o ediles en los
ayuntamientos de Santa Cruz y del Puerto de la Cruz, y en las actividades de la Real
Sociedad Económica de Amigos del País19.

18
Juan Cólogan a Bernabé Murphy, 11.11.1745 (ahpsct, fzc: Copiador de Cartas a).
19
Véase: Guimerá Peraza, Marcos. «Bernardo Cólogan y Fállon (1771-1814)». Anuario de estudios atlán-
ticos, n. 25 (1979), pp. 307-355; Guimerá Peraza, Marcos. «Los Cólogan, alcaldes del Puerto de la Cruz de
La Orotava (siglos xviii y xix)». Anuario de estudios atlánticos, n. 38 (1992), pp. 199-250; Guimerá Peraza,
Marcos. José Murphy (1774-1841): vida, obra, exilio y muerte. 2ª ed. ampl. Santa Cruz de Tenerife: Ayuntamiento
de Santa Cruz de Tenerife-Cámara de Comercio, Industria y Navegación de Santa Cruz de Tenerife, 2003.

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La comunidad irlandesa en la España del siglo xviii

La invasión napoleónica de 1808 dividió a la comunidad irlandesa en España. El


político Gonzalo O’Farrill se convierte en ministro de Guerra con José Bonaparte y
algunos isleños como Bernardo de Iriarte o el marqués de Bajamar se vuelven afrancesa-
dos. En el bando patriota se encuentran militares de origen irlandés. En el archipiélago
el militar Carlos O’Donnell es clave en la creación de la Junta Suprema de Canarias,
presidida por el marqués de Villanueva del Prado, con los comerciantes José Murphy
y Bernardo Cólogan como miembros activos de la misma20. Pero eso es ya otra historia.

20
Véanse también los siguientes trabajos: Gumerá Peraza, Marcos. Los diputados doceañistas. Santa Cruz
de Tenerife: Aula de Cultura de Tenerife, 1967; Guimerá Peraza, Marcos. El marqués de Villanueva del Prado
y don José Murphy en la Junta Suprema de Canarias (1808-1809). La Laguna: Instituto de Estudios Canarios,
1993; Guimerá Peraza, Marcos. «En el bicentenario de la Junta Suprema de Canarias, 1808-1809». Boletín de
la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife (La Laguna), n. extraordinario (2008), pp. 169-189.

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