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9. El Intertrópico oriental
La parte oriental de la zona intertropical contrasta notablemente con la
occidental. En ésta se alzan las grandes cordilleras que cruzan el
continente de N. a S. y configuran múltiples ambientes, muy distintos
pero contiguos, donde se desarrollaron las civilizaciones mesoamericana
y andina, ambas con centros importantes en las tierras frías. La parte
oriental del intertrópico comprende, en cambio, tierras mayormente bajas
y calientes. Predominan las regiones extensas de ambiente uniforme.
Las zonas a más 1.500 metros. de altitud son pocas y fueron de
importancia menor como centros de población o focos de difusión
cultural. Preponderaban las sociedades tribales basadas en el cultivo de
roza y en poblados de tipo aldeano. Sólo en algunas regiones había
sociedades más complejas del nivel de los cacicazgos.

Incluimos en el Intertrópico Oriental eI archipiélago de las Antillas y una


extensa zona del continente suramericano. Esta comprende tres
regiones montañosas de elevación reducida: los Andes venezolanos a lo
largo de la costa y los macizos de la Guayana y del Brasil. Las tierras
bajas incluyen las costas y las extensas cuencas del Orinoco, del
Amazonas y del Paraná-Paraguay, enmarcadas por las tres regiones
montañosas de la zona y la gran cordillera de los Andes.

Al N. de la línea equinoccial, desde la costa de la Guayana hasta el


Oriente colombiano, rige la distribución ecuatorial de lluvias de
convección con dos estaciones de máximas pluviales en primavera y
otoño. Al N. y S. de esta zona ecuatorial, llueve generalmente durante el
verano. Hay además lluvias orográficas a lo largo de la vertiente oriental

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de los Andes donde se registran las mayores precipitaciones de la
cuenca amazónica. La costa oriental del Brasil, desde Natal a Río de
Janeiro, también se caracteriza por lluvias orográficas; llueve, pues,
durante casi todo el año, con máximas de invierno en el N. y de verano
en el S. Regiones de sequía prolongada son las de la Goajira, partes de
la costa venezolana e islas de Sotavento y el interior del NE. brasileño.

La selva tropical cubre las regiones más húmedas, especialmente la


boya amazónica. La distribución de las lluvias y el drenaje natural del
terreno determinan distintos tipos de selva. La más exuberante es la
«montaña» de las vertientes orientales de los Andes. En Brasil, se
distingue entre la farra firme, la várzea (vega) que se inunda durante las
crecientes, y el agapó, anegado casi permanentemente. En la zona de
sabanas, la selva galería formada a menudo de palmares, penetra a lo
largo de los ríos.

La selva ocupa también una franja costera del Brasil oriental cuya
madera tintórea, el palo brasil, dio nombre al país. En la costa de las
Guayanas y el delta del Orinoco dominan juncias y palmas; los palmares
de babasú cubren grandes extensiones en Maranhāo. En todas las
costas tropicales se encuentran los manglares, tanto en el lado atlántico
como en el pacífico desde Ecuador hasta Panamá.

Las sabanas, o llanuras herbáceas con arboledas o árboles dispersos,


se encuentran en las regiones que tienen una larga estación seca. Son
los llanos de Colombia y Venezuela que se extienden al N. del Guaviare
y del Orinoco, especialmente en la región del Meta y el Apure y los
campos del Brasil central.

Las llanuras pantanosas o anegadas durante la estación de lluvias


también presentan caracteres especiales. En los llanos de Mojos en el E.
de Bolivia hay sabanas de gramíneas y morichales; en el alto Paraguay
el gran pantanal de Mato Grosso combina herbazales con bosques
caduquifolios y palmares. En las regiones más secas predominan los
arbustos espinosos y las cactáceas. Comprenden éstas la catinga del
NE. brasileño y los chaparrales de parte de los llanos venezolanos. El
carácter estepario se acentúa en la costa sudamericana del mar Caribe,
especialmente en La Goajira y las islas de Sotavento.

Pueblos y culturas
La adaptación más general al ambiente intertropical es el cultivo de roza
complementado con la caza, la pesca y la recolección. En la selva el
cultivo principal era el de la yuca para la preparación del cazabe.

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La productividad era más elevada en las vegas donde se concentraba la
mayor parte de la población, que además de cultivar los terrenos más
fértiles dispone de los recursos fluviales. En contraste, las sabanas
tienen suelos pobres y son más difíciles de trabajar; en ellas se
encontraban los pueblos menos agrícolas. Sólo en algunas regiones de
sabana se practicaba el cultivo intensivo mediante técnicas especiales,
como los campos realzados de los llanos de Mojos.

Entre las plantas silvestres sobresalían por su utilidad distintos tipos de


palma, especialmente el moriche (Matiritia vinifera) y el babasú (Orbignia
martiana). Las palmas aportaban savia, meollo y coquitos para la
alimentación, hojas para la cestería y el techado, madera de
construcción y fibra para la cordelería. Algunos grupos, como los
guaraúnos del delta del Orinoco, basaban su economía en la explotación
de los morichales.

Más alimento que la caza daban los ríos, que a más de la pesca
proporcionaban tortugas, sus huevos y manatís. La extensa red fluvial
ofrecía además grandes vías para la comunicación en canoa. A más de
los ríos principales, abundan en los terrenos ribereños los caños, o
igarapés, y entre cursos de agua cercanos es fácil pasar las canoas de
uno a otro por los varaderos o arrastraderos. La facilidad de
comunicación canoera explica la gran difusión por migración de algunas
familias lingüísticas. En la guerra favoreció la movilidad de ciertos grupos
predatorios, como los caribes en las Antillas o los payaguaes del alto
Paraguay.

La antigüedad de las culturas de la selva se documenta en restos


cerámicos de hacia 2.000 antes de Cristo en la región del Ucayali, que
muestran relaciones culturales entre los Andes y la región amazónica. A
partir de 1.000 antes de Cristo ya hay cerámica en varios lugares de la
Amazonia. Hacia esta fecha probablemente ya existía el uso de la yuca
amarga, pues los restos de cerámica de la región del Orinoco se
asemejan a las vasijas usadas durante la época histórica en la
fabricación del cazabe.

De las culturas arqueológicas del Amazonas la más notable es la de la


isla Marajó. La época marajoara, de 600 a 1300 después de Cristo, se
caracteriza por montículos artificiales y urnas funerarias decoradas.
Decayó notablemente desde antes del siglo dieciséis. El desarrollo de
esta cultura se ha explicado a veces por influencias que habrían llegado
río abajo desde los Andes, pero no hay restos arqueológicos que
indiquen la existencia en el Intertrópico Oriental de culturas tan
complejas como las andinas. Las sociedades de esta zona tampoco
tenían en tiempos del descubrimiento una organización estatal
comparable con las de la zona nuclear. Las formas más complejas de
organización política a que habían llegado eran los cacicazgos de las
Antillas mayores, de la costa venezolana y de

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algunos grupos al pie de los Andes orientales. El resto de la zona estaba
ocupado por grupos más primitivos con un mínimo de estratificación
social.

En el Intertrópico Oriental se hablaban muchas lenguas diferentes, pero


había tres grandes familias lingüísticas que habían alcanzado amplia
extensión: la arahuaca, la caribe y la tupí. Su distribución indica que
debe haber habido vastas migraciones a lo largo de las costas y de los
grandes ríos. Los pueblos que hablaban los idiomas de cada una de
estas familias no compartían una comunidad de cultura o complejidad
social, sino que más bien se asemejaban a otros pueblos vecinos de
filiación lingüística distinta. Cada familia tuvo, sin embargo, un área
propia de concentración y originalmente representó acaso un tipo
determinado de cultura.

Los arahuacos se encontraban en las Antillas mayores, en el O. de


Venezuela (caquetíos), llanos de Colombia (achaguas) y La Guajira, así
como a lo largo del Amazonas medio e inferior (manaos, marajó). Más
lejos había otros pueblos arahuacos en la Montaña peruana . (campas), el
alto Xingú (mehinacús), y el Oriente boliviano (mojos, baurés, chanés).
Varios grupos arahuacos estaban organizados en los cacicazgos más
desarrollados del intertrópico, como en Haití, o entre los caquetíos de
Venezuela, los mojos y baurés de Ios llanos de Bolivia y los parecí de
Mato Grosso. Los arahuacos pueden contarse por lo tanto entre los
difusores de la cultura más compleja de la región.

Los caribes predominaban en la región de las Guayanas, en la costa


venezolana y en las Antillas menores. En la costa venezolana algunos
grupos como los cumanagotos y palenques se cuentan Intre los
cacicazgos, pero en general los caribes tenían una organización más
simple. Un grupo más lejano de habla caribe son Ios bacairís del alto
Xingú.

Los tupís ocupaban las regiones en torno a macizo brasileño: las riberas
del S. del Amazonas (omaguas, parentintines, mundurucús) y la costa
NE. y E. del Brasil, adentrándose también por la cuenca del río San
Francisco. El tupí se convirtió en la lengua franca o lingua geral del
Brasil. Otra variedad es el guaraní del Paraguay. El nivel cultural de los
tupís era semejante al de los caribes.

En el intertrópico oriental hay muchos otros grupos lingüísticos de


distribución más reducida que la de los tres mencionados. La mayor
complejidad lingüística se encontraba en el O. de la hoya amazónica,
donde se hablaban idiomas de las familias peno, tucano, jívaro y varias
otras más. En el macizo brasileño la familia gê (a veces escrito ye en
castellano) comprendía idiomas hablados por los grupos de nivel cultural
más primitivo.

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Mapa 9: Intertrópico Oriental
Descripción del mapa 9: Mapa del Intertrópico Oriental, en el cual se
señalan las regiones que lo conforman. Entre estas se encuentra una
gran parte del territorio de Brasil. Fin de la descripción.

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Las Antillas
Dentro de este área cultural, las Antillas tiene el interés especial de
haber sido la primera región en recibir el impacto de la Conquista. En ella
se daban ejemplos de todos los distintos niveles de desarrollo cultural del
intertrópico. Había restos de recolectores cazadores en la parte
occidental de Cuba, los llamados guanahatabeyes, cuya cultura nunca
fue bien descrita. La cultura agrícola, típica de la mayor parte del área,
estaba representada por pueblos de habla arahuaca y caribe. Los
arahuacos se extendieron los primeros desde la Tierra Firme de
Suramérica, llegando a ocupar todas las islas; más tarde fueron
desplazados de las Antillas Menores por pueblos belicosos de habla
caribe, llegados desde la costa de Venezuela.

El grado de complejidad social alcanzado por los distintos grupos de


cultivadores antillanos variaba considerablemente. En general se puede
relacionar con, las condiciones naturales y los recursos disponibles en
cada región. En las islas más extensas de las Antillas mayores se
encontraban las sociedades más populosas y más diferenciadas
internamente, y en La Española los cacicazgos más desarrollados. En
las islas pequeñas de las Bahamas y las Antillas Menores predominaban
estructuras sociales más sencillas. Los idiomas de las Antillas dieron al
español gran parte del vocabulario usado para designar el ambiente
natural y los rasgos de la cultura indígena. Constituye el fondo léxico
indígena de mayor extensión geográfica, si bien muchos términos son
regionalismos o ya han caído en desuso y sólo se encuentran en
documentos y crónicas de la Conquista. La mayor parte de estas voces
son arahuacas, unas pocas caribes o del Darién. Así para describir el
ambiente físico se impusieron los antillanismos arcabuco (bosque
espeso), cayo, ceboruco (pedregal), huracán, jagüey, manigua y sabana.
Entre los nombres de plantas silvestres tenemos bejuco, caoba, ceiba,
guácimo y mangle. Nombres antillanos de insectos son cocuyo, comején,
jején y nigua.
La cultura de La Española es la mejor descrita en las fuentes. No se
generalizó ningún nombre étnico para estos isleños; en la literatura
moderna se les suele llamar taínos.

En La Española se practicaba el tipo de agricultura típico de las tierras


bajas del trópico. Era sobre todo de roza, aunque en el S.O. de la isla se
usaba el riego. El cultivo estaba en manos de las mujeres. El maíz se
cultivaba en todas partes, pero se consumía tierno o se hacía chicha.
Más importantes eran los tubérculos, especialmente la yuca de la cual se
daban tanto las variedades dulces como las amargas. Se cultivaban en
campos, conucos, en los que se preparaba el terreno bien

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mullido en montones de dos palmos de alto, en cada uno de los cuales
se plantaban varios vástagos de yuca. La amarga era el alimento
principal de los pueblos más expansivos del intertrópico oriental como
ara-huacos, caribes y tupís. No se conocía, en cambio, en las tierras
bajas de Mesoamérica, Centroamérica o los Andes ni en varias regiones
de la cuenca amazónica. Para preparar la yuca amarga es preciso
eliminar el veneno. Para ello, primero se descortezaba y después se
rallaba en un rallo. hecho de madera con pedernales engastados. La
masa resultante se embutía en el sebucán, una manga larga de empleita
de palma con un asa en cada extremo. Una vez llena se colgaba un
extremo de la rama de un árbol y por la otra asa metían un palo que
descansaba en un agujero en la base del árbol. Sobre el palo se
sentaban dos o tres mujeres que con su peso estiraban el sebucán
exprimiendo todo el jugo de la masa. Se cemía ésta en un tamiz y para
hacer el cazabe se extendía a cocer sobre el burén (o budare), un platón
de barro puesto sobre el fuego. El jugo exprimido contiene el veneno y
es por lo tanto mortal. Pero se elimina al cocerlo y hecho esto, se usaba
de varias maneras. Servía de base para hacer sopas. Hervido para
espesarlo, se usaba como salsa dulce que, si hervida de nuevo y
serenada, daba salsa agria.

De raíces o tubérculos se cultivaba el age, de identificación botánica


discutida, el boniato, la batata, la yautía (Xanthosoma) y el lirén
(¿Maranta?). Otras plantas de importancia eran el ají, el maní y la
calabaza. Entre las frutas se cuentan la anona, el caimito, la caigua, la
guama (Inga), la guayaba, la guanábana, el hobo (Spondias). la papaya,
la tuna, la pitahaya y la piña. Para recipientes se usaban los frutos del
árbol Crescentia, conocido como hibuero, güiro o tutumo. Se cultivaba el
algodón, así como otras plantas, para fibras duras, de donde los
antillanismos maguey, majagua, pita, henequén y cabuya.

Como estimulantes se usaba el tabaco como cigarros y la cohoba. Esta


última palabra parece aplicarse en algunos casos al tabaco picado, pero
en otros a los polvos de la Piptadenia peregrina.

La caza y la pesca suplementaban los productos del cultivo. Cazaban la


báquira, o puerco montés (Dicotyles torquatus), y roedores silvestres
semejantes al cuy (corles y hutías), así como iguanas, picoteas
(tortugas) y manatís. Para el trasporte por agua, usaban canoas hechas
de un gran tronco ahuecado.

Sacaban oro de los cauces de los ríos y lo elaboraban mediante el


batido; no practicaban la fundición. El guanín (tumbaga) procedía de
Tierra Firme.

Los hombres iban desnudos; las mujeres vestían naguas, un faldellín de


largor variable según su rango. Como adornos usaban orejeras,
narigueras y sartas de cuentas de piedra (cibas) como collares. Los
caciques

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llevaban adornos de guanín como orejeras o corno pectoral colgado del
cuello. Era frecuente pintarse el cuerpo para las fiestas y en la guerra.
Para ello usaban bija (Bixa orellana) y jagua (Genipa americana).

Había dos tipos de casas. Los bohíos, de planta rectangular, techo de


caballete y un pórtico a la entrada, eran de los caciques, donde vivían
con todas sus mujeres. Los caneyes de la gente común eran de planta
circular y techo cónico; podían albergar varias familias. Ambos tipos de
casas tenían paredes de bajareque y techo de palma o yerba. El ajuar de
las casas incluía hayas (cestas), güiros, bateas, y vasijas de cerámica.
Como asientos, en especial para los caciques en las fiestas, usaban
duhos, escabeles tallados en madera o piedra. Dormían en hamacas y
los caciques en plataformas como camas. El nombre de estas últimas
era barbacoa, que a partir del sentido general de plataforma se ha usado
también con los significados de casas sobre palafitos y de parrillas para
asar.
Los poblados eran de tamaño variable, desde los de una sola casa con
varias familias hasta un máximo de unas mil casas con tres mil familias.
Los pueblos tenían un campo para el juego de pelota llamado batey, que
se practicaba con una pelota de goma como el tlachtli de Mesoamérica.
El nombre batey, también dado a la cancha, se generalizó después en
español con el significado de poblado de un ingenio. A un lado del batey
se situaba el bohío del cacique.

La isla Española estaba densamente poblada. A comienzos del siglo


dieciséis la cifra más repetida es de poco más de un millón de
habitantes. Las interpretaciones modernas estiman de cien mil personas
a ocho millones. Se repartían la isla unas treinta provincias cada una con
su cacique. De éstos, cinco eran de mayor categoría y se les dio a veces
el nombre de rey. Los más importantes eran el del Maguá, que incluía la
Vega Real, y el de Xaraguá en el SO., donde se practicaban cultivos
intensivos de riego con las aguas del río Camín. Cada provincia
comprendía varios pueblos o aldeas con sendos jefes.

El cacique organizaba las tareas comunales de su gente. Recogía bienes


de sus sujetos y dirigía empresas guerreras. Recibía visitas de otros
caciques, que eran ocasiones para el consumo y la distribución de los
bienes acumulados. Dirigía igualmente las fiestas, en las que se
celebraban bailes y cantos (areitos) al son de tambores hechos de
troncos ahuecados (como el teponaztli mexicano). Juzgaba los casos
más importantes que merecían la pena de muerte, como era el robo.

Los caciques tenían casas más lujosas que las del común. Usaban ricos
atavíos y adornos de oro y de guanín y viajaban en litera. Tenían muchas
mujeres; de un cacique se dice que tenía treinta. Al morir el cacique
algunas de ellas se enterraban con él. Le sucedía un hijo, o si no

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lo había, preferían al hijo de una hermana antes que a los hijos de
hermanos.

Bajo los caciques de provincias y distritos había un grupo de nobles


llamados nitaínos que ayudaban al cacique en sus tareas. La mayor
parte de la población eran naturalmente los plebeyos. Como
dependientes personales de caciques y nitaínos había un nivel social
inferior de siervos que recibían el nombre de naboríos.

El parentesco está mal conocido. El hombre obtenía la novia mediante el


servicio dado al suegro o por pagos en cuentas (cibas) y hojas de
guanín. La pareja residía en casa del marido y la poliginia era frecuente.

Los arahuacos de las Antillas eran pueblos pacíficos en comparación con


otros grupos del intertrópico. Sin embargo, había luchas entre los
distintos cacicazgos, especialmente por disputas territoriales o por no
entregar su hija un cacique a otro que le había hecho el pago por ella.
Los nitaínos participaban en las juntas en que se decidía la guerra y
formaban la guardia del cacique, pero también peleaban los plebeyos.
Luchaban con dardos y tiradera y con macanas. El arco y flecha era de
uso general en la provincia de los ciguayos, situada en el NE. de la
República Dominicana; en el resto de la isla sólo lo usaban los nitaínos.

El culto religioso se centraba en las imágenes llamadas cemíes que


simbolizaban espíritus de la naturaleza o de los antepasados. Eran
generalmente de piedra, madera, hueso, concha, cerámica, algodón u
oro; también eran cemíes los huesos de los antepasados. El cemí
representaba un ser que se había revelado en sueños o visiones al
vidente mandándole que hiciera la imagen. Cada quién los tenía en su
casa, a veces varios de ellos; los caciques los tenían en un templo fuera
del poblado. En las ceremonias el dueño del cemí colocaba sobre la
imagen polvos del narcótico cohoba, que mediante un tubo sorbía por las
narices. Las visiones provocadas revelaban la voluntad del cemí, quien
podía influir en los temporales, el cultivo, la caza y otras actividades.
Cada cemí tenía su historia, que su dueño cantaba durante las
ceremonias.

La ceremonia principal tenía lugar en el otoño después de la cosecha. En


el templo los servidores del cacique ataviaban a los cemíes y todo el
pueblo acudía en procesión, cantando historias de los cemíes y dirigidos
por el cacique que iba tocando el tambor. Los participantes vomitaban
para purificarse y presentaban ofrendas de cazabe, que después de un
areíto repartían entre todas las familias para que lo guardaran un año
cómo protección contra fuegos y huracanes.
En las curaciones actuaba un chaman, llamado behique (o buhití), que
llevaba un cemí en su atavío. Para curar, sorbía tabaco o cohoba y,
chupando el cuerpo del enfermo, extraía una piedra, hueso o pedazo de

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carne que se consideraba causa de la enfermedad. A veces el paciente
guardaba este objeto en un cestillo, tratándolo como a un cemí.

El riego, la estratificación social y el culto de los cemíes definen el


desarrollo cultural de La Española, más complejo que el de la mayor
parte del intertrópico oriental. El juego de batey y el uso de oro y de
guanín indican conexiones históricas con regiones de la América nuclear.

Otros grupos del intertrópico oriental tenían una organización más


sencilla sin estratificación social marcada y con mayor importancia de la
guerra, tanto en las relaciones entre grupos corno en la organización
interna. Este es el tipo de cultura que distinguía a los caribes de las
Antillas menores. Su economía basada en el cultivo de la yuca, la caza y
la pesca, era semejante a la de los arahuacos. Su vida social se abocaba
a la guerra a fin de obtener mujeres, y hacer cautivos para el sacrificio y
la antropofagia. Según sus tradiciones -procedían de la costa de Tierra
Firme. Habían conquistado las islas gracias a su movilidad en piraguas,
que construían sobre la base de un tronco ahuecado, como las canoas, a
la que añadían tablas para elevar las bordas. También se describen
velas, pero hay dudas de si realmente se usaban en tiempos
precolombinos. Otra ventaja de los caribes en la guerra era el uso de
flechas envenenadas, la «yerba» tan temida por los conquistadores.

Las hazañas guerreras determinaban el prestigio social de los guerreros.


Los cautivos eran atormentados y muertos de un macanazo, y distribuían
los restos entre los guerreros para comérselos. Los valientes recibían el
corazón, el jefe la grasa, y el cuerpo se repartía entre los demás. El
guerrero t9maba el nombre del cautivo que había muerto.

Los pueblos caribes eran pequeños, de unas cien a doscientas


personas. Predominaba la poliginia. Los hombres vivían en una casa de
varones donde les atendían sus mujeres, que vivían en casas separadas
y estaban encargadas del cultivo. Los caribes habían exterminado la
población masculina de los arahuacos que conquistaron, pero tomaron a
las arahuacas cautivadas como mujeres adicionales y parece que
predominaron sobre las caribes. Por eso se describe que en las Antillas
Me-yes se hablaban dos idiomas, el dé los hombres, caribe, y el de las
mujeres, arahuaco.

Semejante a la cultura caribe era la de los tupís costeños. Fue mucho


mejor descrita en el siglo dieciséis y es el mejor ejemplo -que se puede
dar de una cultura del intertrópico oriental en tiempos del descubrimiento.

Los tupinambás
Los europeos encontraron toda la costa del Brasil, desde la región de
Pará hasta Río Grande do Sul, ocupada por pueblos de habla tupí. Se

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supone que se habían extendido en tiempos recientes a lo largo de la
costa sin penetrar muy adentro al interior. El nombre tupinambá se daba
especialmente a la gente de Río de Janeiro, Bahía y Maranhāo. Otros
grupos eran los tupiniquines en la costa S. de Bahía y Espíritu Santo, y
los caetés de Pernambuco. La población más antigua que encontraron
recibía de los tupís el nombre tapuya, «enemigo», que se ha aplicado a
distintos grupos. Algunos de ellos todavía ocupaban parte de la costa a
la llegada de los europeos. Hablaban idiomas sin relación con el tupí y
dependían de la caza y la recolección más que del cultivo.

A pesar de la gran extensión ocupada por los tupís costeños, había una
notable uniformidad cultural entre todos ellos. En lo fundamental, tenían
el mismo tipo de agricultura descrito para los arahuacos de las Antillas,
basado en el cultivo de la yuca que utilizaban de manera semejante.
Pero el idioma tupí dio al portugués y al castellano de Suramérica una
terminología distinta a la antillana. Así la yuca es mandioca, la manga
para exprimirla es tipití, tapioca es la fécula y beijú el cazabe. Cultivaban
además otras plantas típicas de la agricultura del trópico, algunas de las
cuales también se conocen por el nombre de origen tupí: el maíz (abutí),
la batata (jetica), la tayoba o mangarito (la yautía antillana, Xanthosoma),
frijoles, calabaza, maní (mandubí), ají, piña (ananás), lagenaria, higüero
(maracá), tabaco, algodón, achiote (urucú) y jagua (jenipapo). El cauim
en tupí era la chicha de yuca o de maíz. También consumían muchos
frutos de plantas silvestres o semicultivadas como la papaya, el marañón
o cajuil (cajú, Anacardium occidentale), la guayaba (aracá), la anona
(araticú) y el hobo (cajá, Spondias). Además era muy importante el uso
de varias palmeras corno el burití (moriche), el babasú y el pindó.
Colectaban un tipo de hormigas de abdomen grasoso que tostaban,
huevoy de guará (un ibis), miel y cera de abejas. Cazaban con arco y
flecha, pero era más importante la pesca, así como la recolección de
ostra. No había animales domésticos, ni el perro, que era desconocido,
pero tenían varios animales amansados o semidomesticados,
especialmente papagayos, que usaban para las plumas. Guisaban
comúnmente asando en parrillas como la barbacoa antillana (moguem).
De este modo conservaban las ostras y preparaban harina con el
pescado o la carne, que molían después de asarlo.

Para hacer instrumentos cortantes usaban piedra, huesos afilados,


dientes de roedores o de tiburón, rajas de bambú y conchas. De cestería
hacían tamices, sopladores, cestos, tipitís y nazas. Las vasijas eran de
cerámica o de calabazos. Para el trasporte acuático tenían canoas, botes
de corteza y balsas de troncos.

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El algodón se usaba para hacer hamacas, jarreteras y el tipoy, una
especie de cabestrillo o cincha para llevar a las criaturas. No tejían telas
para vestir; hombres y mujeres iban enteramente desnudos. Los jóvenes
se ataban el prepucio y los viejos usaban un estuche peniano hecho de
hojas, pero no eran prácticas de uso general.

Ambos sexos se depilaban el cuerpo, incluso las cejas y el pubis. Los


hombres se rasuraban la frente y usaban adornos de plumas en el
cabello. En ceremonias usaban capas de plumas de guará o un adorno
redondo en los riñones de plumas de ñandú. En otras ocasiones se
untaban el cuerpo de miel o cera para pegarse plumas. Usaban como
collares un pectoral en forma de media luna hecho de hueso, o bien
sartas de cuentas blancas de caracolas o de dientes de enemigos
muertos. Las sartas de cuentas se usaban también para trueques,
incluso la venta de cautivos como esclavos al entrar en contacto con los
portugueses. Los niños se horadaban el labio inferior a los 5 o 6 años y
empezaban a usar bezote (tembetá) de hueso. Los mayores lo usaban
de piedra verde. Algunos jefes y curanderos también se insertaban
bodoques en los carrillos. Ambos sexos usaban orejeras, se tatuaban y
se pintaban el cuerpo. Las muchachas de Bahía llevaban en las piernas
jarreteras muy apretadas para abultar las pantorrillas.
Los tupinambás vivían en aldeas formadas por grandes casas
comunales generalmente llamadas malocas en Brasil. Cada poblado
tenía de cuatro a nueve malocas alrededor de una plaza central y el
conjunto estaba rodeado de empalizadas. Las malocas eran de planta
cuadrangular de 15 a 150 m. de largo; cada una albergaba varias
familias. El techo era de palma y bajaba hasta el suelo para formar las
paredes. En el interior cada familia ocupaba su propio espacio donde
colgaba sus hamacas, tenía su fogón y guardaba sus posesiones en las
vigas o en plataformas. Cuando empezaba a pudrirse el techo de las
malocas o se agotaban las tierras de cultivo vecinas, abandonaban la
aldea para construir otra en nuevo lugar.

Los residentes de la maloca formaban un grupo conectado por


parentesco de sangre y de afinidad bajo la autoridad de un jefe, llamado
en las fuentes «principal». El número de habitantes se calcula haber sido
de 100 a 600. La maloca se perpetuaba y adquiría nuevos miembros
mediante distintas formas de casamiento y de residencia.

La concepción patrilineal del, parentesco impedía que el hombre casara


con mujeres relacionadas con él por vía de varón. En cambio, el enlace
preferido era con una sobrina, hija de su hermana, o con otras
muchachas nacidas de mujeres de su linaje. El tío se consideraba con
derecho a la sobrina y cuando él mismo no la tomaba por mujer
autorizaba el casamiento con otro pretendiente. También era posible el
enlace

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entre primos cruzados (hijos de un hermano y una hermana). De hecho
si el casamiento de tío materno y sobrina sororal se repite en
generaciones sucesivas, la hija de la hermana resulta ser también prima,
hija del hermano de la madre. Según un mito, después del diluvio se
salvó una pareja de un hombre con su hermana, que ya estaba preñada,
de la cual se originó numerosa descendencia. Así se remonta al tiempo
mítico el comienzo del casamiento preferencial entre tío y sobrina
sororal.

En los enlaces sin previa relación de parentesco, el futuro yerno hacía


regalos y servía al padre de la novia durante dos o tres años. Al cabo de
éstos se sumaba al grupo doméstico de ella y seguía sirviendo al suegro
en todas las actividades económicas como rozar, cazar y pescar, así
como en la guerra. Todo yerno trataba de abandonar la maloca del
suegro para ir a residir con sus propios parientes. Para ello debía hacer
regalos o dar una hija al hermano de su mujer. Al nacer una niña,
después de cortado el ombligo, el tío materno la levantaba y la retenía
como futura esposa. De este modo el padre de la niña se libraba del
servicio que debía al suegro y eI tío adquiría una mujer por la cual no
tendría que servir.

Otro medio de aumentar el grupo doméstico era conseguir cautivos.


Aunque éstos eran al fin sacrificados, durante cierto tiempo formaban
parte del grupo, en situación semejante a la de los yernos. El apresor
daba a su cautivo como mujer una hija, hermana u otra mujer que pedía
a un amigo con este fin. Otras veces lo casaban con la viuda de un
guerrero muerto poco antes, al que reemplazaba tomando posesión de
su hamaca y de sus adornos. Los hijos de un cautivo adquirían la
filiación del padre y por lo tanto se les consideraba enemigos y eran
sacrificados cuando niños. Por lo común, la cautiva se convertía en
mujer adicional del apresor y sus hijos eran libres. Si el dueño no quería
tomarla como mujer tenía libertad sexual.

Dos hombres no emparentados podían establecer una relación de ayuda


mutua y parentesco ficticio que los primeros europeos titularon de
«compadres». Los franceses entablaron relaciones de este tipo que
facilitaron el establecimiento de los «truchimanes», que dejaban entre los
tupinambás como agentes para recoger el brasil mientras regresaban los
barcos. Un tupinambá, establecía una relación de hospitalidad con un
francés, tratándose como «compadres» (tuasap). A veces el tupinambá
le daba una hija como concubina y en este caso se hablaban como
suegro y yerno.

La poliginia era común. Algunos hombres tenían nada más una mujer y
no tomaban mujeres adicionales hasta haberse independizado de su
suegro. Otros tenían tres o cuatro; los principales y valientes, diez o más.
En el caso de jefes de aldea se mencionan hasta treinta mujeres y, dada

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su autoridad, se instalaban todas en su maloca. De algunos jefes se dice
que tenían mujeres en varias aldeas. Cada mujer tenía su propio fogón y
hamaca en la maloca, así como su propia plantación. El marido comía
por turno con cada una de ellas.
Las viudas casaban con un hermano mayor u otro pariente del difunto
que hubiera vengado su muerte si había muerto en la guerra o que
hubiera tomado un cautivo, dedicándolo a «renovar» la tumba del
difunto, como se explica adelante. A veces se unían al mismo cautivo.

El divorcio era fácil y las dos partes podían casarse de nuevo. Si un


hombre joven no encontraba mujer de su edad con quien casarse
tomaba una vieja, que descartaba cuando encontraba mujer joven.

La muchacha prometida a un principal según la forma de casamiento


preferido debía guardar la castidad hasta que le hubiera crecido largo el
cabello rasurado en la ceremonia de pubertad y entonces la entregaban
al novio. Las muchachas que no contraían este tipo de casamiento
gozaban de cierta libertad sexual y sus propios padres las daban para el
servicio de sus huéspedes.

Después del casamiento la mujer debía fidelidad: En caso: de adulterio la


mujer de un jefe o la que no tenía parientes para protegerla eran muertas
o repudiadas. El hombre era rara vez castigado por temor a provocar
contiendas, pero el cautivo culpable de adulterio sí era muerto.

Se ve cómo el principal de una maloca podía usar las distintas formas de


casamiento para aumentar los miembros de su grupo. Desde luego la
poliginia le daba mujeres e hijos. Además atraía yernos que le sirviesen
casándolos con sus hijas. Las hijas de éstas mediante el enlace preferido
de tío y sobrina, quedaban para los hombres de la maloca sin necesidad
de ir a servir a un suegro. La autoridad y los recursos de un jefe de
maloca también le permitirían ayudar a sus hijos a independizarse de los
suegros a quienes hubieran ido a servir. Además la maloca aumentaba
su contingente con cautivos.

En la división del trabajo dentro del grupo doméstico los hombres


cazaban y pescaban, hacían las rozas, desbrozando y quemando, traían
leña, lavaban las hamacas, hacían vasijas de calabazos, cestos, arcos,
flechas y capas de pluma. Las mujeres sembraban, escardaban y
cosechaban; traían agua y cocinaban. Además hilaban el algodón,
hacían hamacas y elaboraban la cerámica.
El principal tenía su hogar en el centro de la maloca. Todos los días de
madrugada arengaba a su gente amonestándoles a que fuesen al trabajo
como sus antepasados y señalándoles las tareas. Los cazadores y
pescadores al volver a la aldea entregaban parte de la presa al principal.
Las familias de la maloca cooperaban en hacer roceríos; el beneficiado
preparaba chicha para los que le ayudaban.

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La aldea era la unidad política principal con un jefe (moribixabá) y un
consejo. Como vimos, cada aldea comprendía de cuatro a nueve
malocas. A veces un moribixabá tenía autoridad sobre varias aldeas. La
población total del grupo local bajo el mando de un jefe variaba por lo
tanto considerablemente, desde 500 a 12.000 personas. En la región de
Maranhāo se mencionan de uno a cuatro jefes por aldea. Había uno para
las veintisiete aldeas de la isla de San Luis, quien era el jefe de su propia
aldea.

El jefe de una aldea era siempre el principal de su propia maloca. Tenía


numerosos parientes que lo ayudaban con hombres y bienes. Era el
guerrero más valiente y el que más cautivos había apresado, y actuaba
como capitán en las guerras. En los asuntos de paz, convocaba en la
plaza de la aldea el consejo de principales y ancianos, al que podían
asistir todos los hombres de la comunidad. Cuando moría un jefe, lo
sucedía un hijo, hermano o pariente que tuviera las cualidades
necesarias.

Belicosos con los enemigos, dentro de la aldea propia y en la relación


con aldeas amigas, se esforzaban por mantener la cordialidad y la
cooperación. Mientras que con un extraño se fomentaba la venganza
violenta por la muerte de un pariente y sacrificaban a los prisioneros de
guerra, dentro de la aldea se evitaba que la venganza degenerara en
contiendas hereditarias. Las disputas raramente pasaban de palabras y
puñadas. En caso de riñas durante las borracheras, las mujeres
escondían las armas para que no se mataran, pues en tal caso se podría
provocar la escisión del grupo. Con todo, dominaba la ley del talión y el
principio de que cada cual tomara la venganza por su mano. En algún
caso se dice que tras un homicidio, los propios parientes del matador le
daban muerte a fin de mantener la paz.
Había formas de cortesía bien definidas. Un uso descrito con frecuencia
es lo que se ha llamado «salutación lacrimosa». Las mujeres, al recibir
una visita, lloraban copiosamente expresando la soledad que habían
sentido y relatando lo que había pasado durante la ausencia del
visitante. Es una costumbre de varias tribus suramericanas con paralelos
en los mares del Sur, que a veces se ha mencionado como indicio de
relaciones traspacíficas.

Al nacer una criatura se acostumbraba la llamada cobada, o sobreparto


masculino. El padre guardaba hamaca y se abstenía de carne, pescado
y sal hasta que se le secara el ombligo al recién nacido; por algún tiempo
no hacía trabajos pesados pues ello podría dañar a la criatura.

Las niñas pasaban por ceremonias de pubertad bien marcadas. Al tener


la primera menstruación les rasuraban la cabeza, les tatuaban el cuerpo
y pasaban tres días escondidas en la hamaca. Les hacían más

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tatuajes después de la segunda regla y empezaban a hacer vida normal
después de la tercera. Se ponían un cinto de algodón que debían
quitarse después de su iniciación sexual.

A los varones les agujereaban el labio para usar el bezote a los cinco o
seis años y entonces empezaban a ligarse el prepucio. Se les educaba
para la caza y la guerra pero no tenían ceremonial de iniciación durante
la pubertad. Algunas fuentes mencionan libertad sexual, pero según
varios informes los jóvenes no se casaban, ni debían tener relaciones
sexuales, ni beber en las fiestas, sino hasta después de haber capturado
un prisionero para el sacrificio. Esto se celebraba con un complicado
ritual que, como veremos, era semejante a la iniciación de las púberes,
en el que se les tatuaba y daba un nuevo nombre. Era posible, sin
embargo, recibir del padre o de otro pariente el don de un prisionero para
el sacrificio y obtener así el rango correspondiente.

En las relaciones con los enemigos había un estado de guerra


permanente. Algunos, los llamados tapuyas, tenían costumbres
guerreras distintas a las de los tupinambás, pero otros, también de
estirpe tupí, seguían las mismas normas de conducta, practicando la
captura y sacrificio de los cautivos, seguido de canibalismo. De todo ello
dependía el rango social de los guerreros.
Para preparar una expedición se reunían los guerreros de una o varias
aldeas y hacían los planes bajo la dirección de los jefes (morobixás) en
un consejo del cual excluían a mujeres y niños. El objeto era sorprender
una aldea enemiga, atacando en la madrugada o al anochecer.

Peleaban con arco y flecha y con macanas de madera dura de hoja


plana y extremo redondeado y afilado. Para la defensa usaban escudos
de corteza o piel de tapir. A veces sitiaban una aldea enemiga
construyendo una empalizada a su alrededor. También atacaban con
flechas encendidas para pegar fuego a las malocas del enemigo.

Asaban los cuerpos de los enemigos muertos en la batalla y se llevaban


las cabezas como trofeo. También cortaban los genitales de hombres y
mujeres y los llevaban a sus casas donde los tostaban y daban a guardar
a sus mujeres, que se los daban de comer como cosa sagrada. Pero el
objetivo principal era hacer prisioneros. Frecuentemente atacaban varios
guerreros juntos a un enemigo para apresarlo; el primero que lo tocaba
diciendo «eres mi cautivo», quedaba como dueño.

Al regreso, antes de entrar a la aldea, adornaban a los cautivos


rasurándoles la frente y pegándoles plumas al cuerpo. Al llegar, los
llevaban a «renovar», es decir limpiar, las tumbas de los muertos
recientes y les daban la hamaca, los adornos y las armas del muerto. Se
consideraba peligroso tocar las pertenencias de un pariente muerto
antes de que las usara y descontaminara un cautivo. Conforme a ideas
semejantes, si los

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hermanos u otros parientes del difunto habían muerto en la guerra, sus
viudas no podían casarse de nuevo hasta que su marido hubiera sido
vengado mediante la muerte de un enemigo. A veces daban la viuda al
mismo cautivo, o, si el vengado no había dejado mujer, le daban una de
sus hermanas.

Al entrar los cautivos a la aldea, los recibía la gente con danzas y


canciones insultándolos y amenazándolos con la suerte que les
esperaba de ser muertos y comidos, y los llevaban a bailar delante de la
choza' donde guardaban las maracas sagradas (V, adelante). Juntados
todos los de la aldea, decidían a quién debían tocar las distintas partes
del cautivo a la hora del banquete y todos ellos contribuían hasta
entonces a alimentarlo. También decidían quién debía sacrificarlo y
quiénes lo ataviarían, rasurándolo éste, pintándole ese otro el cuerpo de
genipa, emplumándolo aquél, etc.

El apresor podía quedar él mismo como dueño del cautivo o dárselo a un


hijo o a otro pariente, quien adquiriría el privilegio de sacrificarlo, o bien
cambiarlo por plumas y adornos.

A los cautivos varones les daban mujeres, como se ha dicho, y


trabajaban como miembros del grupo doméstico de su dueño. No
trataban de escapar porque su propia gente no los admitiría y se
consideraba un honor acabar la vida en el sacrificio ritual. Normalmente
morían sacrificados, puesto que era obligación vengar de esta manera a
los parientes muertos en guerra. Al comenzar los tratos con los
portugueses les vendían los cautivos por esclavos. También salvaban al
que era «gran cantor e inventor de trobas», así como a los hijos que éste
engendrara. Las cautivas quedaban al servicio del apresor trabajando en
las rozas y otros menesteres. Como vimos, a veces las tomaban o daban
como mujer y entonces podían vivir largo tiempo. A éstas, como a
cualquier cautivo que muriera antes de ser sacrificado, les quebraban la
cabeza antes del entierro.

Mientras llegaba el tiempo de su sacrificio, el cautivo seguía una vida


más o menos normal, aunque llevaba una cuerda atada al cuello que
indicaba su condición. En algunas ocasiones, especialmente las
borracheras durante las fiestas, estaba expuesto a insultos y distintos
individuos señalaban la parte de su cuerpo que les correspondería a la
hora del banquete caníbal.

El dueño del cautivo y el consejo de la aldea decidían la fecha del


sacrificio e invitaban a otras aldeas vecinas a la celebración y a las
preparaciones, que requerían cierto tiempo especialmente la elaboración
de grandes cantidades de chicha. Las ceremonias del sacrificio duraban
varios días y algunas fuentes dan descripciones detalladas de lo que
sucedía cada día. Los relatos existentes se refieren a los presos en la
guerra

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pero también se dice que a los hijos de éstos se les sacrificaba con
iguales ceremonias. El cautivo era ataviado con pinturas y le
emplumaban el cuerpo. Para el sacrificio, lo sujetaban con una gruesa
soga ceremonial hecha de algodón que dos individuos tenían cada uno
de un extremo. El dueño se ataviaba y atacaba al cautivo con una
macana especial que tenía el mango adornado con tejido de palma y
borlas de pluma. Sujeto a la soga el cautivo tenía cierta libertad de
movimiento para esquivar los golpes del sacrificador y además le daban
a veces una macana con que defenderse. Esta manera de sacrificio se
ha comparado al llamado «sacrificio gladiatorio» en México. Tarde o
temprano, el cautivo caería muerto de un macanazo en la cabeza.

Descuartizaban el cuerpo dando las entrañas a las mujeres que las


preparaban en un potaje, y asando el resto en barbacoa que
correspondía a los hombres. La carne se repartía entre todos los
participantes en la ceremonia. Los jóvenes no hacían más que probarla y
lo más quedaba para los viejos que la guardaban para hacer fiesta de
ella. Los invitado' la llevaban a sus aldeas para comerla con sus vecinos
después de hacer chicha para la bebida.

Se dice que los tupinambás apreciaban la carne humana. Según unos


informes, las mujeres corrían al muerto a beber de la sangre. Las madres
se untaban los pechos de sangre para que las criaturas pudieran mamar
de ella y también llevaban a los niños a untarlos de la sangre de la
víctima. Otros dicen que no era raro que vomitaran después de comer
carne humana por no ser capaces de digerirla. Asimismo se insiste en el
odio y la venganza como el motivo no sólo de la guerra y de la captura
de prisioneros, sino también del canibalismo. Las cabezas se guardaban
como trofeos puestas en montones o clavadas en los postes de la
empalizada de la aldea. Los dientes se usaban para collares y de las
canillas hacían flautas que llevaban a la batalla.

El sacrificio del cautivo aumentaba el prestigio del matador, quien


tomaba nuevo nombre mediante una serie de ceremonias que algunas
fuentes describen como «hacerse caballero». En cuanto asestaba el
golpe mortal, el sacrificador corría a su maloca donde pasaba tres días
sin hablar y sin comer carne ni pescado, acostado en su hamaca. Lo
rasuraban y le tatuaban el cuerpo con dibujos que indicaban que había
muerto a un cautivo. Igualmente tomaba nombre nuevo el que mataba a
un enemigo en la batalla. Todo ello es semejante a los ritos de pubertad
de las doncellas, así como a los ritos de transición de la cobada y del
luto. El matador adquiría un nuevo nombre que se anunciaba en la fiesta
con que terminaba su reclusión. Un joven debía matar a un enemigo en
la guerra o en la ceremonia para ser aceptado como marido. Cuantos
más enemigos había matado un hombre, tantos más nombres podía usar

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y tanto mayor era su fama como guerrero valiente que había vengado las
muertes infligidas por el enemigo.

La caza de un jaguar se consideraba en cierto modo semejante a la


muerte de un cautivo. Al capturar un jaguar, el cazador lo llevaba a la
plaza de la aldea y las mujeres lo adornaban con plumas y brazaletes. El
cazador lo mataba como a un cautivo y tomaba un nuevo nombre,
haciendo ceremonias como las usadas en el sacrificio de un guerrero
enemigo.

Los mitos de los tupinambás hablan de un creador y héroe cultural


conocido bajo varios nombres que a veces son sinónimos pero otras
veces parecen ser un desdoblamiento de un personaje primordial, el
abuelo mítico Tamoi.

El héroe cultural Monan creó el cielo, la tierra y los animales, pero no el


mar ni las nubes. No recibía culto alguno. Bajo el nombre de Maira-
Monan o Sume se describe un gran hechicero (payé) que vivía recluido y
ayunando y fue el benefactor de la humanidad. Dio origen a las plantas,
enseñó el cultivo a una muchacha y dio leyes a la humanidad. Por
razones desconocidas fue perseguido y muerto en una hoguera. Al
arder, le estalló la cabeza, originándose el trueno (Tupan), mientras que
el fuego de la hoguera dio ser al rayo. Otro ciclo mítico importante, con
paralelos en Mesoamérica, es el de las aventuras de dos gemelos a
quienes da a luz la mujer de Maira.

Había también varios mitos sobre la destrucción del mundo. En uno,


Monan causó un gran fuego que después él mismo apagó mediante un
diluvio del que se originaron los ríos y el mar. Otro mito atribuía al enojo
de uno de dos hermanos insultado por el otro, que le arrojó el brazo de la
víctima que devoraba.
Creían en algunos seres sobrenaturales con atribuciones bien definidas,
como Tupan, que va de E. a O. echando truenos, rayos y lluvia. Otro,
Añan, era el espíritu maligno. Pero en general creían en la intervención
de numerosos espíritus de características menos definidas que existían
dondequiera, especialmente en bosques, tumbas y lugares oscuros.
Eran a menudo dañinos y provocaban enfermedades, sequía o derrota
en la guerra. Atacaban a la gente y tomaban forma de animal, como
pájaro negro, murciélago o salamandra. El fuego ardía toda la noche en
las malocas para ahuyentar a los espíritus, y por lo mismo la gente que
salía de noche andaba siempre con fuego.

El especialista en lo sobrenatural recibía el nombre de payé.


Principalmente era un curandero, pero también se dedicaba a adivinar y
a invocar la lluvia. Tenía poder especial para dominar ciertos espíritus,
generalmente de forma animal, que le servían en sus tareas y a quienes
consultaba para adivinar. Se iniciaba el payé con un período de reclusión

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y ayuno, acabado el cual anunciaba, que había establecido relación con
los espíritus. También para comunicarse con los espíritus en el curso de
sus actividades se recluía, después de nueve días de continencia, en
una choza construida para este objeto, donde invocaba a los espíritus,
quienes le contestaban con silbidos. Algunos payés pretendían que iban
a la ultratumba, donde se comunicaban con los muertos. En las
curaciones soplaban humo de tabaco y chupaban el cuerpo del paciente
para extraer lo que consideraban causa de la enfermedad.

Algunas mujeres en trance daban profecías y algunas viejas actuaban


como curanderas, pero en general los payés eran hombres. Su
reputación se basaba en el éxito que tuvieran en curaciones y profecías.
En cada aldea había por lo menos- uno o dos payés. Los más famosos
recibían el nombre de caraiba, explicado a veces como santidad, o pay
uasú (gran payé). Algunos eran jefes de aldeas o de grupos de ellas.

El culto público más importante se centraba en las maracas, sonajas


hechas con el fruto del güiro o maracá, en el que metían maíces o
piedrecillas y que decoraban con pinturas y plumas de modo que eran
también imágenes de espíritus. Las maracas eran consagradas por un
payé que atraía un espíritu a alojarse en ellas. Todos los años visitaban
las aldeas payés que tenían poder de hacer que las maracas hablaran y
concedieran lo que se les pedía. Cada familia tenía su maraca y la
presentaba a los payés, quienes las sahumaban con tabaco y
pronunciaban encantamientos para conferirle el poder de hablar.
También incitaban a los dueños de las maracas a ir a la guerra y tomar
cautivas, porque «los espíritus ansiaban la carne de cautivo». Después
de la !ceremonia, las maracas eran tabú para las mujeres. Las colocaban
en 'iría choza a manera de templo, donde les llevaban ofrendas de
alimentos para pedirles favores. Los espíritus de las maracas daban
consejos y revelaban el futuro. Al regreso de una expedición guerrera,
llevaban a los cautivos a su presencia y los hacían bailar.

Las almas de los guerreros muertos en la batalla o en el sacrificio iban a


un paraíso en el O., donde vivían felices en compañía de sus
antepasados y del abuelo mítico. También iban allá las mujeres de los
guerreros famosos, pero el común de las mujeres y los cobardes iban
donde Añan, el espíritu maligno.

Enterraban a los muertos en una hamaca, a veces dentro de una urna de


cerámica, con sus adornos y bezotes, junto con ofrendas de comida.
Enterraban a los padres de familia en la maloca en el mismo lugar donde
dormía; a los niños, fuera, detrás de la maloca, y a otros en los huertos u
otros lugares que hubiesen sido de su agrado. Cerca de la tumba hacían
fuego para ahuyentar a los espíritus. Al comenzar el período de luto, los
hombres dejaban de rasurarse la frente mientras que las mujeres se
cortaban

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el pelo. El fin del luto se celebraba en una fiesta con gran consumo de
chicha.

Otros pueblos del Intertrópico


Hacia el S. del territorio tupinambá, el ambiente tropical cede
gradualmente ante las tierras más templadas del S. del Brasil, Paraguay
y la Mesopotamia argentina. Las sabanas, palmares y selvas del trópico
lindan con los bosques de araucarias y las pampas. Esta fue una zona
de expansión tupí donde quedaron como enclaves pueblos de cultura
más sencilla. Los tupís meridionales recibían en general el nombre de
guaraní y ocupaban principalmente el Paraguay, Misiones y las regiones
colindantes del Brasil. El grupo más meridional habitaba el delta del
Paraná en el Río de la Plata. La cultura guaraní en todos sus aspectos
era muy semejante a la de los tupinambás, aunque se halla peor
descrita. Algunos grupos guaraníes se habían extendido hacia el N. en
tiempos del descubrimiento. El - caso más notable es el de los
chiriguanos (o chiriguanaes), que llegaron a la región de Santa Cruz de
la Sierra en Bolivia en las fronteras del imperio incaico, donde saquearon
pueblos de la provincia de Charcas. Como defensa, los incas
construyeron fortalezas fronterizas en tiempos de Huayna Capac.

En la cuenca del Amazonas había cierta diversidad cultural, aunque


dentro de normas ya apuntadas al describir los grupos antillanos y los
tupinambás. Así, por ejemplo, se hallaban muy extendidos el cultivo de la
yuca, los poblados de una o pocas malocas, los ritos de pubertad de las
muchachas y el uso de alucinógenos en relación con el shamanismo.

La organización del parentesco y la composición de los grupos locales


variaba conforme prevaleciera uno u otro de los rasgos ya mencionados I
para los tupinambás. En el N.O. de la cuenca predominaba la
organización virilocal, pero en. las Guayanas el servicio deI novio y la
residencia uxorilocal daban cierta apariencia matrilineal a la estructura de
los grupos locales.

En algunas regiones, más que en los casos esbozados, sobresalían las


ceremonias de iniciación de los varones, con el uso de objetos sagrados,
como trompetas, que formaban la base de un culto masculino prohibido a
las mujeres.

En contraste con el exocanibalismo de los tupís y caribes, quienes


sacrificaban a sus enemigos, otras tribus del intertrópico practicaban el
endocanibalismo, es decir, consumían los restos de sus propios muertos.
Esta costumbre se daba más que nada en la Montaña y el O. de la hoya
amazónica. Por lo común cremaban los muertos y luego consumían las

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cenizas y los huesos molidos mezclados con chicha. El uso ha
sobrevivido hasta hoy entre los yanomamos del alto Orinoco en las
colindancias de Venezuela y Brasil.

De interés especial son algunos grupos que habían alcanzado un nivel


de organización más complejo que apuntaba en la dirección de los
cacicazgos.
Los omaguas, de habla tupí, ocupaban las tierras más fértiles de las
riberas del Amazonas, aproximadamente desde la confluencia del Napo
hasta la del Purús, donde se describen caseríos contiguos en una
extensión de 200 leguas. Había una estratificación social incipiente.
Cada familia tenía como esclavos cautivos adquiridos en la guerra o por
trueque; no se menciona en cambio el canibalismo. Los jefes tenían más
autoridad que entre los otros grupos de la región.

Otros grupos de cultura más compleja organizados en cacicazgos se


encontraban en el E. de Bolivia y el Mato Grosso. Eran los mojos y
baurés de los llanos del Mamoré, los manasís de los llanos de Chiquitos
y los paresís del Mato Grosso.

Los mojos y baurés eran pueblos de habla arahuaca. Sus cultivos


principales eran la mandioca dulce y la batata. Abrían rozas en la selva a
orillas de los ríos, pero lo más notable era el sistema de cultivo en los
llanos. Como adaptación a las inundaciones de la estación lluviosa,
construían en grandes extensiones camellones, o sea, campos
realzados, atravesados por acequias para el drenaje y calzadas para la
comunicación entre los poblados. Estos eran relativamente grandes,
hasta de cuatrocientas casas, y estaban construidos sobre montículos
creados gradualmente por la acumulación de desechos. Junto a los ríos
las casas se alzaban sobre pilares con el piso cubierto de tierra para el
fogón. Entre los baurés los pueblos estaban rodeados por una
empalizada.

Tejían telas de algodón, o bien hacían telas de corteza, que usaban para
hacer las camisas que vestían los hombres y el faldellín de las mujeres.
Otras artes importantes eran la cerámica, la cestería, el tallado en
madera y el mosaico de plumas.

La organización política de los mojos es poco conocida. Entre los baurés,


cada pueblo tenía un cacique que dirigía la guerra y dispensaba justicia.
También organizaba empresas comunales de cultivo, caza y pesca.
Recibía alimentos de su gente y tenía varias mujeres; lo sucedía un hijo
que debía nacer de una mujer de rango, hija de otro cacique.

Los mojos creían en varios dioses con atribuciones bien definidas: el


agua y la pesca, las lluvias y los relámpagos, las cosechas, o los
jaguares. Unos dioses eran casados, otros solteros; unos particulares de
ciertos pueblos, y otros generales a todos.

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Se distinguía entre los curanderos que sanaban y adivinaban mediante
visiones, y los sacerdotes encargados de ceremonias en los templos
como representantes de la comunidad. Cada pueblo tenía un templo
construido con la cooperación de todos los vecinos, del cual se excluía a
las mujeres, si bien ellas también participaban en ciertas celebraciones.
En el templo guardaban cabezas humanas —no se sabe si de los
guerreros propios o de los enemigos—, así como cabezas y garras de
jaguar y trompetas u otros instrumentos musicales secretos para las
mujeres. Celebraban diez o doce grandes ceremonias al año —el tiempo
apropiado era la luna nueva— en las que bebían grandes cantidades de
chicha, por lo que los misioneros describieron estos templos como
«bebederos».

Era notable el culto del jaguar. Estaba dirigido por los hombres que
habían .escapado al ataque- de un jaguar, quienes, tras el accidente,
ayunaban y guardaban castidad uno o dos años para evitar su venganza.
El cazador que mataba un jaguar también pasaba por una ceremonia de
ayunos y reclusión en el templo, y recibía el nombre secreto de la fiera,
revelado por el sacerdote. Al acabar la ceremonia había fiesta y bebida y
el sacerdote ofrecía libaciones al dios' en nombre del matador. De este
modo, la muerte del jaguar era entre los mojos equiparable al sacrificio
de los guerreros enemigos o del jaguar entre los tupinambás.

La cultura más desarrollada de los mojos y baurés se ve fundada en el


sistema intensivo de cultivo. El culto del jaguar y de otros sobrenaturales
contribuía un mecanismo de integración social que contrasta con el
énfasis guerrero de muchas otras sociedades de este área cultural.

En varias partes del intertrópico oriental había grupos con una tecnología
muy sencilla y poco desarrollo de la agricultura; algunos desconocían
totalmente el cultivo. Carecían de ciertos rasgos típicos del área, como la
hamaca, y algunos incluso de canoas, ya que habitaban regiones
interiores de las selvas y sabanas de la tierra firme, pues las zonas
ribereñas estaban ocupadas por cultivadores. Se les suele clasificar en
una categoría de marginales pero no había una cultura común a todos
ellos. Se encontraban en regiones muy distintas y presentaban varias
formas de adaptación al medio y de organización social que se han
podido estudiar en detalle entre algunos grupos que aún perduran.

Había pueblos que practicaban principalmente la caza en las selvas del


interior, como varios grupos llamados macú en las cuencas del río Negro
y del Uaupés. Todavía hoy subsisten los nambicuaras de Mato Grosso,
así como los sirionós de Bolivia y los guayaquís del Paraguay,
recolectores los dos últimos de habla tupí. En las sabanas de los llanos
de Colombia y Venezuela eran numerosos los guahibos, que vivían
fundamentalmente de la caza y la recolección y hacían poco uso de los
recursos fluviales. En los ríos de esta región se encontraban los yaruros,
canoeros

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dedicados a la pesca. Ambos grupos existen todavía, aunque ya se ha
modificado su cultura. Otro grupo fluvial especializado en la pesca eran
los guatós del alto Paraguay. En tiempos coloniales los mura del bajo
Madeira eran pescadores y saqueadores de los poblados agrícolas;
originariamente usaban botes de corteza. En el delta del Orinoco aún
subsisten los guaraos o guaraúnos, quienes explotaban recursos
variados mediante la pesca, la caza y la recolección, especialmente de la
palma moriche.

De todos estos grupos marginales los más extendidos son los del Brasil
oriental, que han sobrevivido hasta la actualidad y han sido objeto de
investigaciones detalladas en las últimas décadas. Hablan idiomas de la
familia gê que se considera pariente lejana de la caribe, y han atraído el
interés de los antropólogos por lo intrincado de su organización social.
Los gs más estudiados recientemente son los bororós, timbiras, apinayés
y canelas), cayapós, xavantes y xerentes. Algunos de ellos, o pueblos
afines, pueden haber sido los llamados tapuyas en las fuentes antiguas,
según el nombre tupí para «enemigo». Aunque no es posible generalizar
esta identificación, los estudios modernos indudablemente documentan
un estilo de vida de considerable antigüedad, ya que debido a remota
localización en el interior, estos pueblos se mantuvieron aislados hasta
tiempos recientes.

Son grupos que prefieren vivir en la sabana dedicados a la caza y la


recolección, aunque también tienen algo de cultivo en las selvas
ribereñas y de pesca en los ríos. A pesar de esta economía menos
agrícola, los poblados suelen ser tan grandes como los de los
cultivadores típicos de la selva. La planta circular o semicircular de la
aldea refleja la visión del mundo y de la sociedad. El centro corresponde
a la esfera ceremonial propia de los hombres; la periferia a la esfera
doméstica de las mujeres, donde, según la regla de residencia uxorilocal,
los hombres se incorporan al hogar de sus mujeres. Sobre esta base,
cada sociedad tiene una combinación propia de varias de las
instituciones que forman los ingredientes sociales característicos de esta
zona: mitades ceremoniales, asociaciones de varones y grupos de
coetáneos. La pertenencia a las mitades a veces se define mediante el
parentesco y puede regular el matrimonio; en otros casos se relaciona
con la transmisión de nombres personales, independientemente del
parentesco.

Aunque cada grupo tiene una organización peculiar, varios de los


elementos más característicos, como la importancia de la residencia
uxorilocal, la casa de varones y la importancia del sistema de los
nombres personales en la organización ceremonial, muestran
conexiones con los antiguos caribes y tupinambás. Las descripciones de
las fuentes históricas se confirman y complementan en sus rasgos
esenciales con los estudios etnográficos modernos.

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