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“El mundo está en las manos de aquellos que tienen el coraje de soñar y correr
el riesgo de vivir sus sueños”
Paulo Coelho
Miguel Felipe Dávila Noriega, Ingeniero Agrónomo y entomólogo forjado al calor de los
años, profesor de profesores, profesional reconocido por propios y extraños, cuya vida
giró sobre dos ejes fundamentales: por un lado, su familia y amigos, y, por otro, su
pasión por el desarrollo agrario y las abejas.
Por medio de sus tres hijos, Raúl, Cecilia y Miguel, hoy su familia y enseñanzas se han
ramificado en 7 nietos y 1 bisnieta, que reconocen con orgullo lo que es ser parte del
legado que él nos dejó.
Mi padre llegó a Lima procedente de Iquitos, a inicios de la década de los años 50, con
la firme motivación de ingresar a la Escuela Nacional de Agricultura; cuando Lima era
prácticamente rural, tenía menos de 1 millón de habitantes y el Perú no más de 7
millones.
Su pasión por la entomología quizá nació entre sus juegos de niñez, en un Iquitos de
los años 30, con 6 manzanas de ancho y 10 manzanas de largo, rodeado por una
selva llena de mitos y leyendas. Nos contaba que, su juego favorito era corretear para
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atrapar chicharras, insectos de color negro y verde que viven prendidos en los árboles
de la selva; tienen cuatro patas y dos enormes alas con las que emiten un sonido
fuerte y agudo. Estos insectos son parte importante de la diversión de los pequeños,
quienes pasan horas atrapándolos para luego atarles una pequeña soguilla al cuerpo y
jugar a las carreras: gana quien los hace volar más alto o más lejos.
Postular a la Escuela Nacional Agraria era muy difícil en esa época, más todavía para
un provinciano recién llegado como mi padre; reto superado por las enseñanzas de
sus padres que tempranamente le dejaron, y la dura vida en el Iquitos de aquellos
tiempos, situación que sin duda moldeó su carácter, haciéndolo disciplinado y
perseverante hasta ver cumplidas sus tareas.
Así como él pudo ingresar a la ENA, lo hicieron muchos alumnos que preparó con la
misma dedicación, enseñando todas las materias necesarias, sobre todo relacionadas
a las matemáticas. La docencia empezaba a fluir como parte de su carácter. Esta
profesión le sirvió para generar ingresos, y sobre todo generar las relaciones
necesarias en una Lima que se negaba aún a salir de la acartonada verticalidad de la
sociedad de la época.
Las matemáticas siempre lo acompañaron en cada momento, hasta sus últimos días
prefería hacer las operaciones a lápiz y papel, y no usar su Casio que no obstante
tener como 30 años, lucía aún como acabada de salir de la tienda Hiraoka. La
matemática y su pasión por la entomología en su niñez, lo hicieron observar por horas
el comportamiento de los insectos y el orden de estos dentro del supuesto caos de su
existir, destacaba la importancia de las hormigas en el ecosistema y su gran Estado
jerárquico, evolución organizacional y educativa basada en la producción dirigida a la
sostenibilidad de la especie y su supervivencia en un medio tan hostil. De tanto
observarlas, y como una manera de aproximarse a su entendimiento, matematizó la
interacción de las hormigas, así como su tiempo de reacción ante diversos estímulos,
alimentos, luz, fuego, agua de manera empírica. Estas observaciones iniciales forjadas
en su niñez, lo llevaron a interesarse en el estudio de un insecto relativamente nuevo
en Perú de los 50s, la Apis melífera, con semejantes características sociales que las
hormigas, pero de generosa actitud al proveernos de sus nutritivos productos. Desde
que ingresó a la ENA, les dedicó incontables horas, llegando a basar su tesis de grado
en ellas, denominándola “Las matemáticas y las abejas”, donde en base a la
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Sus recuerdos, anécdotas y tertulias de sobre mesa, eran la mejor estrategia para
cautivar a su público, no hay alumno suyo que no recuerde alguna de sus historias.
Por lo general estos cuentos transcurrían en sus aventuras por la selva, donde sólo
rivalizaban con las aventuras de Tom Sawyer; Asimismo, replicaba con mucha
comicidad sus vivencias por los corredores de la ENA, donde era llamado
cariñosamente por sus compañeros: “el ropavejero”, en alusión a sus múltiples
emprendimientos y mil oficios que desempeñó durante sus años de estudio.
Motivado por el estudio de estos bichitos zumbadores, supo aprovechar las ventajas
que ofrecía la ENA, al otorgar apoyo para emprendimientos a los estudiantes; así con
el aval de su Director Alberto León, con su compadre y socio Manuel Abastos iniciaron
la cría de las abejas con unas cuantas colmenas que pronto llegarían a un centenar.
Menuda tarea lo mantenía en la escuela desde muy temprano, hasta muy tarde,
siendo que en ninguna de las dos oportunidades le atinaba al bus de transporte de la
escuela que partía de Paseo Parodi hacia la puerta 1 de La Molina. Con el afán de no
descuidar su tarea, compró una bicicleta, las llamadas chacareras, con la que
emprendía sus viajes desde su domicilio en San Miguel hasta La Molina y Viceversa,
con la finalidad de no estar sujeto a horarios. Su disponibilidad y disposición fue
aprovechada por el Director para encargarle la administración de las comunicaciones
de la escuela, incluyendo la prestigiada revista Agronomía.
Formó parte de la Promoción Carlos Derteano Urrutia del año 53, en esa promoción
encontramos personas como Alfonso Flores Mere, Oswaldo Gamero, José León,
Antonio Manrique, Luis Paz, Fausto Robles, Jorge Pacheco, Klaus Raven, Mario
Zapata entre otros que lo acompañaron en aulas y luego en diversas iniciativas
destinadas a colocar la apicultura como política pública del sector.
Luis Gamarra Dulanto, profesor de cultivo algodonero en los 50s, personaje importante
en la Sociedad Nacional Agraria, recomendó al recién egresado, para que participe
dentro del comité de defensa técnica del algodón, en el cargo de Jefe Técnico
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Administrativo, donde ejercería sus funciones por 10 años. Luego hacia el año 63
inició un emprendimiento propio.
Tal como relataba mi padre, fueron épocas muy duras pero hermosas, y muy
reconfortantes, dado que hasta que la Universidad Nacional Agraria no se hizo cargo,
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nadie hacía uso de la apicultura moderna con las características empresariales que se
le supo imprimir. En el año 1974, inicia actividades para hacer crecer al apiario y funda
el club apícola que llega a tener más de 300 miembros en todo el país, y con cuyos
aportes construye un taller de carpintería aplicada (de servicios, investigación y
transferencia tecnológica), para construir colmenas y marcos, así como investigar
sobre otros implementos y dispositivos, que vieron la luz en esos años y ahora son de
uso común entre otros accesorios apícolas. Cabe señalar que, este emprendimiento
de la UNALM fue inédito en nuestro país y sin temor a equivocarme se adelantó 40
años a los Centros de Innovación Productiva y Transferencia Tecnológica – CITE de la
actualidad.
Durante los años 70, viajó varias veces a La Plata y a San Juan del Estero en
Argentina país líder en la apicultura de la región, allí estudió sobre los sistemas de
aseguramiento de calidad de la miel y la cría moderna de las abejas. En 1974 con los
conocimientos adquiridos, detecta por primera vez los rasgos de africanización de
abejas en Pucallpa, debido a la variación de su agresividad innata, forma y
dimensiones de su cuerpo. En 1984 es el primero en dar la alerta a través de diversos
informes e investigaciones, sobre el ingreso de del ácaro de la Barroa al Perú y que
desde ese año empezó a diezmar paulatinamente las colmenas peruanas y la
productividad de la industria.
No obstante, sus múltiples labores, nunca dejó de preocuparse por su rol como padre,
y de motivar nuestro emprendimiento, la disciplina y creer en el autoempleo. Recuerdo
los sábados que se dedicaba a enseñarme matemáticas y sus ejemplos siempre
incluían algún insecto que se restaba, sumaba, dividía y multiplicaba, así quien no
aprendía!. También recuerdo cuando en el jardín de infancia las maestras organizaban
el día de las mascotas, y su contribución era proveerme de jaulas para transporte de
reinas, con zánganos en ellas, los otros niños adoraban la experiencia. El primer
emprendimiento de negocio familiar que recuerdo, fue una pequeña plantita para el
envase de miel de abeja en mi casa, producto que se colocaba en las Tiendas Wong
de 2 de mayo y óvalo Gutiérrez, así como en diversas bodegas de barrio. Un día
Erasmo Wong Padre, nos devolvió los frascos de miel que se habían solidificado,
aduciendo que el producto se había malogrado, yo preso de la indignación rompí el
silencio de niño tímido para replicarle “miel que no se solidifica no es miel pura señor”,
luego de lo que mi padre intervino y explicó las consideraciones al respecto. Hoy veo
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con orgullo que en las tiendas por retail se vende miel cristalizada, era sólo un tema de
información.
En esa época había tanta abundancia y variedad de miel en el pequeño almacén que
habíamos armado en nuestra casa que, hasta la mascota de la familia, una perrita
cocker spaniel, comía miel, habiéndola mi padre adiestrado para que nos indique cuál
miel le gustaba más. Sin saberlo, nuestros proveedores eran aprobados o reprobados
por tan noble mascota.
En agosto del 93, fue reconocido por la Sociedad Entomológica del Perú por las
actividades y acciones realizadas para la apicultura en los 40 años de labores
ininterrumpidas vinculadas al desarrollo del agro peruano.
Un año más tarde, recuerdo haberlo visto en su sillón preferido, leyendo el diario del
día, con una sonrisa de satisfacción enorme: dado que en el marco de la Ley N°26305,
promulgada el 11 de mayo de 1994, se declaraba de interés nacional la Apicultura y la
actividad agro-industrial de los productos apícolas, y se ordenaba la formulación
periódica de un Plan Nacional de Desarrollo Apícola; lo consideró como el mejor
reconocimiento tácito de su carrera.
No me queda nada más que poner vida a sus palabras, nunca más vigentes que
ahora, extrayendo para ello el párrafo final de la carta dirigida al rector de la UNALM,
el año 1993 con motivo de solicitar su cese: