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Ficha de Cátedra – UNPAZ - UNDAV

© Marcelo Koenig y Victoria Bedin, abril 2020.-

LA RESTAURACIÓN OLIGÁRQUICA DE LA ‘DÉCADA INFAME’

“Somos una Argentina Colonial: queremos ser una


Argentina Libre.” Manifiesto fundacional de FORJA, 29
de junio de 1935.

1. Consecuencias políticas de la crisis capitalista de 1929/30.

I. Golpe de estado de 1930 y restauración oligárquica.

En 1930, la apertura democrática de la Ley Sáenz Peña termina cuestionada por la propia
oligarquía, ante el escenario mundial abierto con posterioridad al estallido económico mundial,
y más precisamente de la crisis del imperialismo británico. Los enormes esfuerzos por volver a la
granja inglesa en todas sus dimensiones, que harán los sectores oligárquicos durante esta
ignominiosa década, serán en vano dado que el mundo ha cambiado y ello dejó al desnudo que
el modelo agroexportador, vendido por ellos mismos con toda grandilocuencia como el ‘granero
del mundo’, no era tal, sino que su debilidad extrema residía en que sólo funcionaba en la medida
en que Gran Bretaña era la potencia hegemónica en el sistema mundial.

El catecismo laico del libre cambio que sostenía a Inglaterra en la cúspide del sistema, base
fundante del proyecto de país dependiente con su correlato en el régimen de propiedad privada
absoluta e inalienable, consagrado en la Constitución de 1853, entra en crisis en el mundo entero.

“La división internacional del trabajo y la autoregulación del mercado, que aparentó siempre brotar
espontáneamente de un orden natural, ponía en evidencia su quiebra completa. La economía mundial
parecía impulsada por fuerzas demoníacas. Había que imponerle orden consciente a esa anarquía
devastadora. (…) Dirigismo y estatismo hacen su aparición a partir de 1930, tanto en los países
‘liberales’ como en los totalitarios. Era un remedo aterrorizado y simiesco de la planificación
socialista.” (Ramos, 2013b, p. 129)

El escenario que se abre desde la primera “guerra mundial” o interimperialista, pasando por
la crisis de superproducción capitalista del ‘30 y hasta la segunda guerra, se caracteriza por un
reacomodamiento en la hegemonía mundial de las potencias. Los ingleses entraron
repentinamente en su fase decadente en el sistema mundial y, en consecuencia, ello produjo en
nuestro país dependiente el agotamiento de tal economía agroexportadora, que entró en crisis
en la misma medida del ascenso mundial de los Estados Unidos en Occidente, quienes no
necesitaban de los productos primarios para cuya producción se había diseñado exclusivamente
toda nuestra economía de granja semicolonial.

“A diferencia de la economía británica, que se complementaba con la de los países periféricos, la


norteamericana era una economía competitiva para los países agroexportadores. Estados Unidos no
solo era el líder mundial en la producción industrial, figuraba también como uno de los más grandes
productores y exportadores de materias primas y alimentos.” (De Luque y Scaltritti, 2008, p. 125)

Al respecto no podemos dejar de señalar que esa “complementariedad” económica no fue


una decantación “natural” sino todo lo contrario, fue obra y gracia de la imposición británica en
las economías periféricas. Es decir, no se trataba de economías complementarias, sino de una
imposición de un orden internacional imperialista, en el que primaban los intereses británicos
por encima de los intereses de las naciones y los pueblos, porque ese país factoría implicó
opulencia para unos pocos y miseria para las mayorías, pero a la vez significó la destrucción de
toda incipiente producción nacional -como el caso de los ponchos en el noroeste- y el abandono
de las rutas del comercio interlatinoamericano e interprovinciales que fortalecían y potenciaban
el mercado interno. En consecuencia, las economías periféricas se complementaban con la
británica, precisamente por su imposición económica, diplomática y también militar, como -en
el caso argentino- en los intentos frustrados de las invasiones inglesas y en la ocupación de
Malvinas.

Así, vimos cómo en el marco del proceso de consolidación del Estado moderno, la oligarquía
argentina construyó -con capital inglés- un aparato productivo de apéndice agrario, es decir:
hicieron de nuestro país una estructura que se ajustara a su necesidad, una auténtica factoría.
De hecho, a tal punto importábamos absolutamente todo lo que producían los ingleses, que la
bombacha de campo -actualmente mostrada como ícono del gaucho- no era más que un
sobrante inglés de la guerra de Crimea, una zona estratégica por donde se controla la salida del
Mar Negro, en el marco de la alianza entre turcos e ingleses para mantener allí su hegemonía.
Dado que entre el uniforme turcos se componía de este tipo de pantalones y que finalmente la
contienda bélica duró menos de lo planificado, entonces todo ese excedente de producción de

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bombachas, lo colocaron en el apéndice agrario que constituía la Argentina y, vaya paradoja, hoy
es símbolo nacional.

De manera que a partir de la década del ‘30, comienza en el sistema mundo un paulatino
proceso que en rigor al finalizar la primer guerra ya daba sus primeros pasos y que se va a
consolidar con la finalización de la segunda guerra, ambas interimperialistas -porque se disputan
el predominio en el mundo- cuando se afianza el liderazgo mundial de Estados Unidos que será
compartido en oriente con la URSS, cambiando así las hegemonías hacia adentro del sistema de
dominación imperialista, con el declive de Gran Bretaña como potencia hegemónica. Aunque
señalemos que este fenómeno es parte de un proceso de transición, una especie de paréntesis
que se abre a partir de la primera guerra cuando se empiezan a reacomodar los lugares en el
campo del dominador.

Esta transformación es comparable al proceso de traspaso del colonialismo al imperialismo,


en el que se necesitan analizar siglos para ver cómo España va dejando de ser la principal potencia
europea. De manera que estas cuestiones son procesos de largo plazo, en los que no hay un
momento en que de la noche a la mañana España o Inglaterra declinan, sino que primero entra
en crisis su hegemonía y a partir de allí se da un largo proceso de transición y reacomodamiento.
De hecho, si bien Inglaterra empieza a perder la hegemonía nunca dejó de ser un país central,
incluso hasta la actualidad, para que nos demos una idea de la dimensión de estos procesos.

No obstante, podemos ubicar puntos de inflexión para analizar la declinación británica, que
-como dijimos- es en el período que arranca con la primera guerra “mundial” hasta la mitad del
siglo XX. Una muestra clara de ello puede verse con toda claridad analizando los mapas. Si uno
toma un mapa británico de 1910, se encuentra con que más de un tercio del globo está bajo su
dominio. En cambio, un mapa de Inglaterra de 1960 muestra que todavía conserva enclaves
coloniales en lugares estratégicos, pero sin lugar a dudas su dominio es inmensamente menor,
dado que fue perdiendo paulatinamente sus colonias a partir de las primeras que fueron las trece
colonias de América del Norte. A partir de ese momento ya se pued1e ver cómo algunas
cuestiones de su liderazgo empiezan incipientemente a ponerse en crisis, porque inclusive dicha
emancipación se dio a partir de la derrota militar británica frente a los norteamericanos, con
ayuda de los franceses.

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Estos cambios operados en el orden mundial, en nuestro país dejaron al desnudo la
“inviabilidad de la colonia próspera, granja de los ingleses. Es el fin del ‘granero del mundo’ como
pomposamente se auto refería la oligarquía, aunque en realidad no pasaba de ser una de las
tantas dependencias de servicios de los europeos.” (Koenig, 2013, p. 29)

En efecto, el marco descripto de pérdida de hegemonía mundial británica, es la verdadera


causa detrás del golpe de 1930, porque muchos autores lo tratan superficialmente y sobre todo
–desde la visión de la historia centrada en la acción los individuos- se lo suele estudiar desde las
veleidades fascistas de Uriburu. Y en realidad, más allá de su admiración personal a esos
regímenes, fue la oligarquía como sector social la que impulsó el golpe. De hecho, lo de Uriburu
fue prácticamente un paseo, casi no hubo intervención de las Fuerzas Armadas, sino que salieron
del Liceo Militar los que lo acompañaron en la marcha, pero no hubo mayor grado de
compromiso de las Fuerzas como institución. Aunque nadie les impidió la marcha, lo que habla
del apoyo a la consumación del golpe, sobre todo de los sectores oligárquicos.

“Al caer Yrigoyen el 6 de setiembre de 1930 bajo el triple signo de la depresión mundial de 1929, la
ofensiva petrolera yanqui y el retorno político de la oligarquía ganadera al poder, se inicia el
desgraciado período de retroceso de la Argentina como Nación. (…) La economía nacional fue
conducida desde Londres con la abdicación total y consciente de la oligarquía en el mando usurpado.
Las ilusiones fascistas de la primera hora languidecían con el gobierno del general A. P. Justo impuesto
por Gran Bretaña. Una densa red de mentiras pesaba sobre el régimen popular vencido. (…) El general
Justo se ufanaba de ser el sacerdote de la democracia. Todo fue enajenado por términos legales que
hacían de la Argentina una factoría. Presidentes, legisladores, jueces, partidos, prensa, Universidad,
entraron en este vasto engranaje antinacional, mientras el pueblo era aislado y escarnecido por el
fraude científico al que la oligarquía denominaba patriótico.” (Hernández Arregui, 2008, p. 218/219)

En efecto, el golpe de 1930 no sólo fue apoyado por los sectores que hasta entonces eran
los dueños materiales del país, sino que además fue reconocida la legitimidad del gobierno por
la cúspide del poder judicial de la nación, mediante una Acordada que da nacimiento a la
conocida “doctrina de facto”. Por ello no debemos confundirnos en pensar que en la historia
argentina el lawfare es un fenómeno reciente, sino que ese poder del estado siempre expresó
los intereses de las minorías mediante su funcionamiento y raigambre elitista, persiguiendo
judicialmente a los líderes populares. De hecho, según el propio diario La Nación -actuando como
digno guardaespaldas de don Bartolomé, genocida de caudillos y montoneras federales-

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informaba que “Perón debió sobrellevar 119 procesos judiciales, uno de los cuales lo acusaba de
haber tenido relaciones con Nelly Rivas, una adolescente de 15 años” en una nota publicada a
fines del año 2017, cuando se aceleró la persecución judicial a los dirigentes del campo nacional
y popular producto de una victoria pírrica macrista en las elecciones legislativas nacionales de
ese año. “San Martín, Rosas, Perón y Cristina, los acusados por ‘traición a la Patria’”1 titulaba con
toda contundencia la tribuna de doctrina liberal oligárquica, sin vueltas, acaso recordándonos
contra quién combaten en esa guerra jurídica histórica ejecutada por el único poder del estado
que no es sometido a elecciones. Tal es así, que en 1930 Uriburu ni siquiera necesitó tocar a los
miembros del poder judicial.

“La Corte Suprema no fue modificada, y por el contrario, sus integrantes avalaron el golpe
revolucionario con la célebre Acordada que, basándose en una jurisprudencia norteamericana y en la
doctrina de Constantineau, justificaba la validez de los actos emanados de los gobiernos de facto por
razones de fuerza mayor. (…) El gobierno de facto no cuestionó, al asumir, la validez de la Constitución
de 1853 con sus reformas por entonces vigentes, jurando, incluso por ella. (…) Las ideas de propiciar
una reforma constitucional destinada a darle aires corporativos, no pasaron de estar en la mente y
en algunos discursos del jefe del movimiento y pocos seguidores de la corriente nacionalista.
Obviamente, fue descartada por los partidos políticos aliados (…) que luego integraron la
Concordancia.” (Ortiz, 1996, p. 465)

Desde los palacios de justicia, salió entonces aquella tristemente célebre Acordada, en virtud
de la cual se legitimaron los actos emanados por todos los golpes militares que se sucedieron
durante el siglo XX y que culminó con la dictadura del 76 con el genocidio y el exilio de miles de
militantes argentinos, una generación completa de cuadros políticos que desaparecieron no
dejándonos ni el polvo de sus huesos parafraseando a Mármol sobre Rosas. La mencionada
Acordada de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, disponía frente al primer golpe militar de
entonces:

“Que [el] gobierno se encuentra en posesión de las fuerzas militares y policiales necesarias para
asegurar la paz y el orden de la Nación, y por consiguiente para proteger la libertad, la vida y la
propiedad de las personas, y ha declarado, además, en actos públicos, que mantendrá la supremacía
de la Constitución y de las leyes del país, en el ejercicio del poder. Que tales antecedentes caracterizan,
sin duda, un gobierno de hecho en cuanto a su constitución, y de cuya naturaleza participan los

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https://www.lanacion.com.ar/politica/san-martin-rosas-peron-y-cristina-los-acusados-por-traicion-a-la-patria-nid2089841

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funcionarios que lo integran actualmente o que se designen en lo sucesivo con todas las
consecuencias de la doctrina de los gobiernos de facto respecto a la posibilidad de realizar
válidamente los actos necesarios para el cumplimiento de los fines perseguidos por él. Que esta Corte
ha declarado, respecto de los funcionarios de hecho, ‘que la doctrina constitucional e internacional se
uniforma en el sentido de dar validez a sus actos, cualquiera que pueda ser el vicio o deficiencia de
sus nombramientos o de su elección, fundándose en razones de policía y de necesidad y con el fin de
mantener protegido al público y a los individuos cuyos intereses puedan ser afectados, ya que no les
sería posible a estos últimos realizar investigaciones ni discutir la legalidad de las designaciones de
funcionarios que se hallen en aparente posesión de sus poderes y funciones.’ (…) Que, el gobierno
provisional que acaba de constituirse en el país, es, pues, un gobierno de facto cuyo título no puede
ser judicialmente discutido con éxito por las personas en cuanto ejercita la función administrativa y
política derivada de su posesión de la fuerza como resorte de orden y de seguridad social.” 2 (Acordada
CSJN, de fecha 10 de septiembre de 1930)

En definitiva, lo cierto es que el movimiento conducido por Uriburu logra instalarse en la


Casa Rosada por el apoyo de vastos sectores, pero fundamentalmente del oligárquico que -en
realidad- estaba gestando su propio asalto al gobierno mediante el retorno al fraude, para
sentarse a negociar las condiciones de reinserción a la órbita británica. Necesitaban, de algún
modo, poner la casa en orden, para conducir la negociación con el objeto de ser aceptados por
Gran Bretaña. Debían entonces mostrar que era ese sector social el que seguía teniendo el poder
y no los ‘demagogos’, ‘populistas’ o la ‘chusma’ que impulsan políticas clave para nuestro
desarrollo autónoma, como la de YPF. Es decir, efectuaron una restauración oligárquica para
dejar en claro que no había más cuestionamientos a ese orden.

Por lo tanto, la cuestión fundamental para la comprensión del proceso histórico, es entender
la causa real tanto del golpe como posteriormente de dicho pacto, en el marco de los intereses
políticos en juego a nivel del sistema mundial. No alcanza con el autoritarismo del general para
explicar el golpe de Uriburu, sino que éste responde al interés oligárquico de concluir con el
proceso democrático que puede llegar a cuestionar fuertemente su base de poder económico.
Consecuentemente apoya a Uriburu para recuperar el poder y volver al fraude poco más de un
año después. Pues, el modelo agroexportador dependía de que el principal comprador lo siga

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http://institutonacionalyrigoyeneano.blogspot.com/2010/09/la-acordada-de-la-corte-que-reconocio.html

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haciendo, aquí reside la clave del golpe, pues reiteramos -al declinar Gran Bretaña como potencia
hegemónica- tiene que reducir gastos y en consecuencia, se repliega sobre sí misma.

El retorno al fraude se da apenas concluido el golpe de Uriburu que dura poco más de un
año y cuyo principal ideólogo tanto como principal beneficiario, es precisamente Agustín Pedro
Justo, que en 1930 “se mueve entre bambalinas, dejando que Uriburu se considere el jefe del
golpe militar, mientras él urde una red de vínculos en los comandos clave del ejército, que le
permiten constituirse, (...) en el hombre fuerte de la institución armada” (Galasso, 2011: p. 204).

Justo era un militar de carrera, profundo admirador de Mitre, que había sido Ministro de
Guerra durante el gobierno de Alvear, y que -como dijimos- concentraba la hegemonía dentro
de las Fuerzas Armadas -a través de la logia “San Martín”-, que no tenían en su mayoría simpatía
fascistas como las voluntades individuales que concitó Uriburu, sino que coincidían en general
con los conservadores. Así era descripto este general, en la biografía escrita por Rosendo Fraga
(en Galasso, 2011, p. 204):

“[H]ombre de fortuna: su padre era un rico hacendado y además, ha recibido valiosos campos al
casarse con una muchacha de la adinerada familia Bernal. Por ello, se incorpora a la Sociedad Rural
y tiene suficiente poder económico como para convertirse en el accionista mayoritario del diario
Crítica. Podría, pues, resumirse su personalidad en pocas líneas: grandes explotaciones
agropecuarias, control del Ejército, ideología mitrista y control del diario de mayor tiraje de aquella
época, todo lo cual lo convierte en el hombre clave de la Década Infame.”

En este marco, Agustín Pedro Justo se hará elegir en las elecciones fraudulentas del 8 de
noviembre de 1931 aparentando hacerlo democráticamente y será quien controle la escena
política hasta su muerte en 1942 que, no casualmente, es cuando se llega al fin de este período
de fraude y entrega. Así, durante este período el ejercicio del poder es concentrado por una
alianza entre las fuerzas conservadoras lideradas por dicho general, “llamados ‘demócratas
nacionales’, [junto] con los socialistas independientes de Federico Pinedo y los radicales
antipersonalistas, constituyendo [así] ‘la Concordancia’, confluencia que levanta la fórmula Justo-
Roca (h). Detrás de esa fórmula, esconde su rostro siniestro la alianza oligarquía-imperialismo
inglés.” (Galasso, 2011, p. 201)

De hecho, el corolario de este proceso es el Pacto Roca – Runciman, al que Jauretche


denominó -junto a otros instrumentos que lo complementaban- el estatuto legal del coloniaje.

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La necesidad de la firma de este acuerdo, surgía en el marco -ya descripto- de la política británica
de replegarse sobre sí misma, plasmada en la Conferencia de Ottawa celebrada en 1932, donde
“consagró el sistema de ‘preferencia imperial’ para la adquisición de productos de sus Dominios;
las amenazas de 1929 (tratado D’Abernon) se hicieron realidad entonces, concretándose la
imposición de cuotas a las importaciones de carne argentina” (Malgesini y Álvarez, 1983, p.
11/12). Como consecuencia, la oligarquía probritánica para poder plantearles que no debían
dejarnos afuera, porque en definitiva materialmente éramos una colonia británica, recuperaron
el control y la dirección política del país.

El pacto fue celebrado por Roca hijo en su carácter de Vicepresidente de la Nación y


Runciman, un funcionario menor, cosa que ya nos habla del trato subordinado que nos
dispensaban como país. En su esencia de lo que se trataba era de reconocer a la Argentina en
igualdad de condiciones que las ex colonias formales, para lo cual se aceptaba cualquier tipo de
condicionamiento en beneficio del capital británico con tal de sostener el comercio bilateral, ese
era centralmente el objeto del pacto. En virtud de no quedar excluidos del circuito comercial
británico dispuesto en el tratado de Ottawa, Roca hijo llega a sostener que nuestro país era parte
integrante del imperio británico. Aunque en rigor, la materialización de ese pacto ya resultaba
inviable porque la razón por la cual Gran Bretaña se replegaba sobre sus ex colonias, no residía
en la elección de beneficiarlas porque ellas tenían la misma capacidad de recursos que la
Argentina, sino que respondía al hecho de la pérdida progresiva de poder, y en ese marco, era
parte de su achicamiento en términos económicos. Con lo cual, la centralidad de lo que constituía
el pacto -más allá del negocio de los frigoríficos ingleses y de las cometas repartidas entre los
funcionarios argentinos- que intentaba volver a las relaciones anteriores, fue de imposible
aplicación.

Aquel famoso -y no precisamente por sus virtudes- Pacto Roca-Runciman, se enmarca en la


desesperación del agonizante país agrario que brota de los propios pronunciamientos de los
representantes argentinos, en ocasión de la firma de tal instrumento, entre los cuales se
encontraba el director de una empresa ferroviaria inglesa que operaba en nuestro país, de
apellido Leguizamón, quien sostuvo que Argentina era una de las joyas más preciadas de la
Corona británica (Puiggrós en Galasso, 2011, p. 207).

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“El 10 de febrero de 1933, en el banquete ofrecido a la misión ‘argentina’ en el Club Argentino de
Londres, la relación de dependencia queda al desnudo, sin pudor alguno. El Príncipe de Gales afirma:
‘Es exacto decir que el provenir de la Nación Argentina depende de la carne. Ahora bien: el porvenir
de la carne argentina depende quizás enteramente de los mercados del Reino Unido’. El Dr. Roca, (...)
le contesta: (...) ‘Argentina, por su interdependencia recíproca es, desde el punto de vista económico,
una parte integrante del Imperio Británico”. En esos mismos días, William Burton, en The Espectador,
sostiene: ‘En materia económica, la Argentina hace tiempo que es prácticamente una colonia
británica’ y en el Parlamento inglés, Sir Arthur M. Samuel afirma: ‘La mejor solución de los problemas
(…) es que la Argentina se convierta en declarado miembro del Imperio Británico’” (Galasso, cit.)

Esta sumisión a la colonialidad declamada y hasta suplicada por los propios representantes
argentinos, hace que este período que va desde el golpe de 1930 hasta 1943, sea comúnmente
conocido como la “década infame”, tal como lo bautizara el periodista nacionalista José Luis
Torre, porque a su vez es una época de una desenfrenada corrupción, que generalmente ocurre
en los momentos de mayores niveles de dependencia. Para graficar de algún modo este
fenómeno y no pensar que estamos haciendo una apelación a la moral en atención al carácter
corrupto de la burocracia política o de los argentinos en general, de esta época datan denuncias
por hechos de corrupción de tal magnitud que tuvieron como consecuencia el asesinato de un
senador en el recinto mismo del Congreso de la Nación. Tal es el caso de Enzo Bordabehere,
senador nacional por Santa Fe del Partido Demócrata Progresista liderado por Lisandro de la
Torre que en 1914 -a partir del juego abierto por la Ley Sáenz Peña- se había escindido del Partido
Autonomista Nacional. Cuando intentan matar a este dirigente con motivo de las denuncias y
cuestionamientos que efectúa sobre el pacto, Bordabehere se interpone y termina siendo
asesinado.

Ahora bien, es preciso señalar que los senadores denunciantes no provenían de sectores
revolucionarios que cuestionaban la relación de dependencia o que planteaban la reforma
agraria, sino que se trataba de una parte de los mismos conservadores que en todo caso
expresaban los reclamos de los ganaderos del sur de Santa Fe que quedaban excluidos del Pacto
de los grandes invernadores con los frigoríficos ingleses y en su investigación se encuentran con
la escandalosa corruptela de los funcionarios, por lo tanto lo que denunciaban eran los
negociados espurios de la carne reclamándoles que conserven el decoro dado que ya constituía
prácticamente un descontrol. Porque si algo hay que resaltar aquí es que cuando se comprimen

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los negocios como en este caso con el imperialismo británico, existe mucho dinero disponible
para las individualidades que breguen por mantenerse adentro del dispositivo de poder. Acaso
un ejemplo similar en la historia reciente, sean las escandalosas comisiones del blindaje y
megacanje, que implicaron uno de los procesos de endeudamiento más grandes de la historia
argentina, precisamente para no salir del negocio financiero de la deuda externa -como
mecanismos de sumisión de las naciones- que culminó con la quiebra y el estallido social de
Argentina en 2001, investigación cuya causa terminó prescribiendo en algún cajón custodiado
por el poder judicial que -como dijimos- históricamente defendió los privilegios.

Otro caso paradigmático que nos sirve para entender el estado putrefacto de la década
infame en la política argentina, fue el caso de corrupción en la renovación de las concesiones
eléctricas al consorcio de la Compañía Hispano Argentina de Electricidad -luego argentinizada
CADE para no pagar impuestos- SOFINA – CITRA.

“En este grupo se reunían: el Midland Bank de Inglaterra, el Deutsche Bank y AEG de la Alemania nazi
y Morgan y la General Electric de Estados Unidos. (...) En 1936 cuando faltan 21 y 26 años para su
vencimiento, las concesiones son renovadas hasta 1997 y 2002 quedando los bienes, que se habían
pagado los usuarios, en poder de las empresas. (...) Las empresas eléctricas sobornaron con 100.000$
cada uno. La UCR recibió $600.000 y los conservadores seis o siete veces más. (...) Alvear ordenó a los
concejales radicales la aprobación del proyecto. La suma fue destinada a la campaña radical de 1937
y a la construcción de la sede partidaria de la calle Tucumán.” (Cullen, 2009, p. 21)

Nos referimos al inmueble donde funciona actualmente el comité de la UCR del distrito
Capital Federal. Se trata de un suntuoso edificio de una belleza arquitectónica y de dimensiones
muy superiores al propio comité nacional, que fue producto de tales dádivas o sobornos,
recibidos por los dirigentes del partido que votaron en beneficio de la empresa concesionaria,
cuestión que en esa época de corrupción y venalidad se encontraba completamente
naturalizado. Es notable que desde ese mismo partido y desde esa misma sede mal habida, se ha
acusado sistemáticamente al peronismo de ladrones y corruptos, tanto en 1955 a partir de
cuando el radicalismo se convidó del poder del partido militar con base en los bombardeos,
fusilamientos y prohibición del peronismo, cuanto de la persecución macrista con el brazo
ejecutor de jueces, servicios de inteligencia y medios de comunicación concentrados, para
encarcelar dirigentes que se atrevieron a tocar sus privilegios, como el caso del ex vicepresidente
Boudou y la estatización de las AFJP, de las cuales Clarín era uno de los principales beneficiarios

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en el negocio de timbear financieramente con ‘la plata de los jubilados’ (en rigor, de los
trabajadores activos con cuyos aportes se sostiene el régimen previsional).

Resumiendo entonces digamos que este período es masivamente recordado como una
década infame, execrable, indigna, por la entrega del patrimonio nacional, la subordinación del
país a los intereses extranjeros, la corrupción generalizada -que llegó hasta a una estafa de los
niños cantores de la lotería nacional para ganar el premio mayor- y finalmente, la vuelta al fraude
en términos político-electorales. De hecho, tal era el nivel de degradación política y sumisión,
que se tenía por costumbre definir en la Cámara de comercio Argentino-británica quién sería el
próximo Presidente del país que sería “elegido” a través del denominado fraude patriótico.

Sin embargo, no son pocos los autores que -desde el ocultamiento de su matriz de
pensamiento- escriben sobre este período de la historia con alguna falta de precisión en los
conceptos, apresurándose a condenar enfáticamente al golpe de estado de 1943 como una
dictadura frente a un gobierno de coalición, precisamente al proceso político que puso fin a este
nefasto período donde no había democracia y caracterizado además -como vimos- por la
generalización de la corrupción, venalidad, sumisión, entrega, fraude y de una miseria extrema
de los sectores populares. Así comienza un artículo de bastante circulación en los primeros años
de formación universitaria de grado sobre nuestra historia que se titula: “Conformación y límites
de la alianza peronista” y arranca con esta descripción totalmente sesgada:

“En junio de 1943 un golpe de estado derrocó al presidente Ramón Castillo y clausuró el poder
legislativo, dando fin al gobierno de la Concordancia, coalición política que gobernaba el país desde
1932. Así, las Fuerzas armadas instauraron una dictadura que se prolongó hasta febrero de 1946,
cuando se realizaron elecciones generales.” (Giuliani, 2008, p. 161) Alejandra Conformación y límites
de la alianza peronista (1943-1955)

Se condena enfáticamente como dictadura no solo puso fin a este nefasto período donde no
había democracia y caracterizado además -como vimos- por la generalización de la corrupción,
venalidad, sumisión, entrega, fraude y de una miseria extrema de los sectores populares.
Además, curiosa dictadura la que, más allá de la heterogeneidad de sectores entre los que sí se
encontraban sectores reaccionarios, no obstante, primaron en aquel gobierno militar los
intereses industriales, la defensa de lo nacional y en definitiva, también de lo popular, dado que
se lograron conquistas históricas del movimiento obrero argentino.

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Que el fin de la década infame lo hayan puesto sectores de las Fuerzas Armadas, que ni fue
un sueño corporativista que vino picana en mano a fusilar anarquistas, ni fue una dictadura como
la de 1955 que proscribió, bombardeo, fusiló y prohibió una ideología política, ni tampoco se
dedicó a perseguir, chupar, desaparecer militantes políticos. Esto nos obliga a indagar más
profundamente sobre el rol que ocupan los sectores militares en países dependientes o
semicoloniales como el nuestro que nunca consolidó la verdadera y definitiva independencia,
dado que -parafraseando a Jauretche- cambiamos de collar, pero no dejamos de ser perro. Por
ahora nos limitaremos a adelantar, con Jorge Abelardo Ramos (2013), que:

“La diferencia entre naciones opresoras y naciones oprimidas debe extenderse, para comprender la
política argentina, a las oposiciones entre los ejércitos de los países opresores y los ejércitos de los
países oprimidos. La historia del país enseña el papel dual desempeñado por nuestras Fuerzas
Armadas en los momentos de crisis. Si el 4 de junio de 1943 el Ejército asume el poder y ejecuta
numerosas medidas de nacionalismo económico, esto se debía esencialmente a la bancarrota de los
viejos partidos populares y a la carencia de una burguesía nacional capaz de disputar a aquellos la
conducción de ese proceso de liberación. La transformación del Ejército en partido político no
constituía, por lo demás, una absoluta novedad. Desde el Acta de Rancagua, donde San Martín
rompe con Buenos Aires y es designado comandante en jefe por sus propios oficiales, hasta los
episodios más significativos de la guerra civil, hubo siempre en el país un sector del Ejército que
estuvo con el pueblo o los intereses nacionales, enfrentado a otro que defendía los intereses
opuestos.” (Ramos, 2013, tomo 5, La era del peronismo (1943-1976), p. 26)

II. Manifiesto de los radicales fuertes y surgimiento de FORJA:

En relación al impacto que tuvo la caída de Yrigoyen en el radicalismo y volviendo a los inicios
de esta putrefacta década, recordemos antes que nada que poco después de salir de su prisión
en la Isla Martín García, muere el caudillo radical popular en 1933. En consecuencia, las
diferencias que ya existían hacen que se produzca una importante escisión en el partido radical.
Ya vimos como muchos radicales antipersonalistas desde el inicio formaron parte de la
Concordancia, aunque el partido orgánicamente hablando y frente a la proscripción, había
decidido volver a la posición de origen previa a la Ley Sáenz Peña, denominada de abstención
revolucionaria.

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Ahora bien, muerto el Peludo, comienza la cooptación de los conservadores -a través del
ofrecimiento de ocupar distintos cargos en el Estado- sobre el sector antipersonalista de los
llamados galerita por su cercanía -política y económica- a la oligarquía y, en consecuencia,
deciden participar de las elecciones fraudulentas, legitimando de ese modo al régimen
oligárquico de la década infame. De este modo, en 1935 se genera una crisis dentro del
radicalismo -sobre todo, aunque no exclusivamente de los sectores que venían del yrigoyenismo-
que lleva a un importante sector a firmar el manifiesto de los radicales fuertes. Dentro de estos
sectores sin dudas el más importante cuantitativamente es la columna de Córdoba conducida
por Amadeo Sabattini que incluso llega a ser gobernador de la provincia.

El otro grupo importante desde lo cualitativo lo constituyeron quienes fundaron FORJA,


Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina, cuya sigla es tomada de una expresión de
Yrigoyen según la cual los procesos de transformación no son ordenados, sino que parecen un
caos como en una forja donde al mismo tiempo se están creando. Lo que hicieron estos militantes
fue un gran aporte desde el punto de vista cultural e ideológico, porque dentro de este grupo
había algunos cuadros muy formados, brillantes en sus ámbitos de conocimiento, como Raúl
Scalabrini Ortiz y Arturo Jauretche.

Se autodenominaron pensadores nacionales, para diferenciarse de los nacionalistas que por


entonces en nuestro país eran nacionalismos de imitación, es decir importados de otros países,
fundamentalmente -y no casualmente- de Europa, como el falangismo español, el integrismo
francés, el fascismo italiano o el nazismo alemán. A diferencia de los pensadores forjistas, estos
nacionalistas de imitación eran todos antipopulares y hasta aristocráticos, como veremos más
adelante estas corrientes configuraron en la segunda mitad del siglo, una de las vertientes
ideológicas que hicieron un importante viraje, hasta terminar nutriendo a una organización
político-militar peronista como fue Montoneros.

El aporte fundamental de FORJA, fue precisamente crear doctrina, crear ese mencionado
pensamiento nacional. Vale una aclaración al respecto, porque uno podría sostener que todo
tipo de pensamiento escrito en el país es nacional, sin embargo, con pensamiento nacional nos
referimos al hecho de empezar a elaborar y profundizar el conocimiento sobre las condiciones
concretas de la dependencia de un país, nacional en términos de defensa de lo propio, de
independencia y autodeterminación frente a la imposición de intereses foráneos. Es decir,

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hablamos del desafío que implica no limitarse a repetir teorías que se plantean y surgen en otras
circunstancias, sino encarar la ardua tarea que implica conocer cuáles son las condiciones reales
de dependencia que tenía un país como era el nuestro en la década de 1930, de carácter
dependiente, semicolonial o neocolonial según los diversos autores. Pensemos que el desarrollo
político de este grupo se desplegó durante toda la llamada década infame, que empezó con el
golpe de Uriburu y terminó con la Revolución de 1943.

En ese período los pensadores forjistas se dedicaron a discutir y a escribir sobre el núcleo de
las condiciones de dependencia y mediante sus investigaciones desentrañaron cuáles eran los
mecanismos a través de los cuales operaba esa relación de subordinación, visualizando que el
país dominante que taponaba nuestro propio desarrollo era Gran Bretaña. En ese camino,
descubren que uno de los grandes factores de esa dependencia en la estructuración económica,
fue el trazado de los ferrocarriles. A través de los cuales comprenden el mecanismo del capital
que invierten los países imperialistas en la periferia, que lo que hace básicamente es modificar la
estructura de los países dependientes en relación a sus propios intereses. Los primeros que
estudian la cuestión –que quizás para nosotros hoy es una cosa muy gráfica y muy obvia- relativa
a que toda la red ferroviaria va a los puertos en la Argentina y no hay redes transversales, son
precisamente los forjistas.

Nos referimos sobre este punto en particular, a Sacalabrini Ortiz que escribe la historia de
los ferrocarriles argentinos donde hace un pormenorizado estudio de cuál era el poder político
que significaba el manejo de esa red de transporte de mayor peso en esa época en la Argentina
y también escribe “Política británica en el río de la plata”, otra gran obra en ese sentido. Don Raúl
era un cuadro brillante, un hombre que había sido condecorado incluso con premios literarios,
que escribió un excelente ensayo poco tiempo antes, “El hombre que está solo y espera” por el
cual recibió el premio de la municipalidad de la ciudad de Buenos Aires, siendo incluso reconocido
por los diarios más influyentes de la época que eran La Prensa y La Nación. Pertenecía a una
familia acomodada, el padre –que era italiano- Pedro Scalabrini había ido a Entre Ríos como
profesor del normal, cuando se armó la estructura educativa que puso el centro en la
construcción de los colegios normales, uno de los grandes científicos que se importó. Así, el padre
de Raúl Scalabrini fue uno de los encargados de la formación de los docentes de esa escuela que
se estaba construyendo en la época sarmientina y en los años posteriores. De hecho, la hermana

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de Scalabrini aparecía en las notas de sociales de La Nación en Mar del Plata, que en esa época
era comparable con aparecer hoy en la revista Caras veraneando en Punta del Este.

Sin embargo, más allá del auspicioso camino que pudieran abrirle sus relaciones personales,
Raúl se dedica a estudiar –durante casi diez años- la estructura de los ferrocarriles a través de sus
balances y de sus cuentas. Es decir, él profundiza el análisis no sólo en la cuestión de la
dependencia, sino se pone a estudiar por qué además de los ferrocarriles, eran propietarios de
los medios de comunicación, como la corporación de transporte que manejaban los colectivos.
Por qué tenían una tarifa diferencial que favorecía los intereses de Inglaterra. En ese momento
en Argentina, si alguien quería trasladar algo de Santiago del estero a Santa Fe le salía más caro
que trasladarlo a Buenos Aires, porque los ferrocarriles tenían tarifas diferenciales en función de
extraer todo lo que puedan. Scalabrini Ortiz fue elaborando todas estas cuestiones, lo cual le
valió que nunca más apareciera en un solo párrafo en los diarios que mencionábamos, en los
círculos de poder. Desapareció del mapa de los autores considerados importantes en Argentina.
Lamentablemente, no va a ser ni el primero ni el último pensador que desaparece por tomar
determinada posición nacional o, por lo menos, decisiones que a la oligarquía les hacía ruido.

Volviendo entonces, Scalabrini Ortiz rompió con gran parte de los grandes medios que más
allá de las individualidades, era lo que le pasaba a la mayoría de los que discutían la cuestión de
la dominación real, digamos ésta es la matriz central del nacionalismo de tipo popular. Arturo
Jauretche –que era jefe político de este grupo FORJA- siempre se preguntaba por qué cuando los
socialistas (del entonces partido de los doctores de Juan B. Justo) se paraban desde una posición
antimperialista, las convocatorias del día y las crónicas que después elaboraban, tenían difusión
en los mencionados diarios importantes, mientras que su grupo de intelectuales forjistas podían
hacer una diversidad de actividades que carecían de todo tipo de difusión. Pero claro, es que
cuando los socialistas vituperaban contra el imperialismo lo hacían respecto al imperialismo
norteamericano, y las condiciones reales de dependencia en la Argentina no pasaban en ese
momento por la bota norteamericana (como sí sucedería en la segunda mitad del siglo XX) sino
fundamentalmente por la inglesa. Son los diarios pro británicos como La Prensa y La Nación, los
que los ponen en primera plana como una manera de confundir, porque estos socialismos de
imitación –que los hay tanto como nacionalismo y liberalismo de imitación- no pensaban en la
realidad social de las necesidades y problemáticas de los argentinos, pues planteaban la

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dominación, no en términos del imperialismo que realmente sometía a Argentina como país, sino
en términos abstractos y dogmáticos.

Aunque no sólo el aporte de FORJA fue el de escribir, estudiar y denunciar por primera vez
sobre cómo la estructura productiva mediante la inversión directa del capital inglés nos ponía de
rodillas convertidos en apéndice agrario del gran taller del mundo, sino también estudian,
escriben y militan discutiendo la superestructura política y cultural destinada a desorientarnos
de los fines nacionales, constituida fundamentalmente por la historia mitrista masificada por la
escuela pero también por la difusión de los diarios, la nomenclatura de las calles, las instituciones,
los símbolos, la academia, en fin todo el aparato ideológico-cultural cuyo producto Jauretche lo
sintetiza en el concepto de colonización pedagógica, asimilable a lo que los pensadores del giro
decolonial entienden como la colonialidad del pensamiento. En otras palabras, negar lo propio,
lo americano, lo periférico como lugar desde donde poder producir pensamiento, negarnos a
nosotros mismos como productores de cultura, de política, de ideas, alienarse o enajenarse en
ese Hombre considerado superior por civilizado europeo, al que sólo podemos aspirar a copiar.
Así, en su Manual de zonceras, Jauretche (2008, p. 23) sostiene:

“Las zonceras de que voy a tratar consisten en principios introducidos en nuestra formación
intelectual desde la más tierna infancia –y en dosis para adultos- con la apariencia de axiomas, para
impedirnos pensar las cosas del país por la simple aplicación del buen sentido.” “La idea no fue
desarrollar América según América, incorporando los elementos de la civilización moderna;
enriquecer la cultura propia con el aporte externo asimilado, como quien abona el terreno donde
crece el árbol (…) La incomprensión de lo nuestro prexistente como hecho cultural o mejor dicho, el
entenderlo como hecho anticultural, llevó al inevitable dilema: todo hecho propio, por serlo, era
bárbaro, y todo hecho ajeno, importado, por serlo, era civilizado. Civilizar, pues, consistió en
desnacionalizar.” (el resaltado me pertenece)

Y como si esto fuera poco, este grupo de pensadores nacionales hizo además un riquísimo
aporte a la cultura popular argentina. De FORJA salió acaso una de las mejores plumas de la
poesía argentina, también silenciadas por las usinas de pensamiento y de difusión de una
argentina sumida bajo el coloniaje mental, por tratarse de letras de tangos que eran la música
popular de la época, comparable a la cumbia villera en términos actuales. Homero Manzi es el
mejor ejemplo de ello, entre tantos otros. Sirva para ilustrarlo, esta cita del excelentísimo prólogo

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titulado “Lo popular”, que Homero escribió en un libro de tangos de Héctor Gagliardi, publicado
en 1946:

“Esta pobre América que tenía su cultura y que estaba realizando, tal vez en su dorado fracaso, su
propia historia y a la que, de pronto, iluminados almirantes, reyes ecuménicos, sabios cardenales,
duros guerreros, y empecinados catequistas ordenaron: ¡Cambia tu piel!, ¡Viste esta ropa!, ¡Ama a
este Dios!, ¡Danza esta música!, ¡Vive esta historia! Nuestra pobre América que comenzó a correr en
una pista desconocida, detrás de metas ajenas, y cargando quince siglos de desventajas. (…) Nuestra
pobre América que comenzó su nueva industria cuando los toneles de Europa estaban transpasados
de olorosos y antiguos alcoholes; cuando los telares estaban consagrados por las tramas sutiles y
asombrosas; cuando la orfebrería podía enorgullecer su pasado con nombres de excepción; cuando
verdaderos magos, seleccionando maderas, con cavidades y barnices, sabían armar instrumentos de
maravillosa sonoridad; cuando la historia estaba llena de guerreros, el alma llena de místicos, la
belleza llena de artistas, y la ciencia llena de sabios. Nuestra pobre América a la que parecía no
corresponderle otro destino que el de la imitación irredenta. No podíamos intentar nada nuestro.
Todo estaba bien hecho. Todo estaba insuperablemente terminado. ¿Para qué nuestra música? ¿Para
qué nuestros Dioses? ¿Para qué nuestras telas? ¿Para qué nuestra ciencia? ¿Para qué nuestro vino?
Todo lo que cruzaba el mar era mejor. Y, cuando no teníamos salvación, apareció lo popular para
salvarnos. Instinto de pueblo. Creación de pueblo. Tenacidad de pueblo.” (el resaltado me
pertenece)

2. Consecuencias económicas y sociales de la crisis capitalista de 1929/30.

I. Agotamiento del modelo agroexportador y proceso de industrialización por


sustitución de importaciones:

Vimos cómo ante el declive británico y en consecuencia, el agotamiento o derrumbe del


modelo agroexportador, se intenta ante todo reajustar los lazos de dependencia, mediante el
Pacto Roca-Runciman, que implicaba además que todas las empresas inglesas recibieran
subsidios, exenciones aduaneras, el monopolio del transporte de la carne a empresas inglesas,
donaciones de tierras, se contrae además un empréstito con capitales ingleses destinados a
remitir utilidades de empresas inglesas radicadas en Argentina que no podían girarse por falta de

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divisas, se crea el banco central mixto bajo hegemonía del capital inglés, se estableció un nuevo
sistema de cambios para una devaluación que favoreciera a exportadores (Cullen, 2009);
medidas todas que Jauretche denominó en términos generales: el Estatuto Legal del Coloniaje.
Aun así, concluimos que el proyecto era en su esencia inviable porque en realidad venía
decantándose el proceso de decadencia de Inglaterra como potencia hegemónica en el sistema-
mundo, y el ascenso de Estado Unidos.

Entonces, todo aquello que hasta entonces comprábamos al mercado externo -sobre todo a
los británicos- empieza incipientemente a producirse acá, porque su propia crisis encareció
significativamente la importación y a la vez habíamos sufrido un importante descenso en las
exportaciones producto del cierre de las economías centrales en esta coyuntura de guerras
interimperialistas y crisis de superproducción capitalista.

Este es el marco en el que un sector de la oligarquía, empezó a mirar con buenos ojos
convertirse en una burguesía nacional, es decir ocupar ese rol social en las relaciones de
producción, entonces surgen algunas empresas locales de estos sectores. Aunque para Galasso
(2011) en realidad estos empresarios son fundamentalmente inmigrantes e hijos de inmigrantes
que se vieron favorecidos con la devaluación del peso, y además, agrega:

“Estos industriales que nacen al calor de la crisis y de la guerra componen un empresariado nuevo, al
cual le interesa el mercado interno, protegido por la crisis y la guerra, respecto al producto extranjero
y entran en colisión con el modelo agro exportador semicolonial. Son industrias de capitales
nacionales, incapaces aún de competir en el mercado mundial, y que necesitan créditos baratos y
mercado interno en expansión, como lo fueron las surgidas durante la primera guerra, derrumbadas
luego hacia 1922, cuando el radicalismo no las protege. Sin embargo, cabe advertir que al surgir en
un país semicolonial, ese empresariado carece de los rasgos típicos de la burguesía francesa, inglesa
o yanki que fueron capaces de liderar un proceso de desarrollo capitalista nacional, expandiendo el
mercado interno y avanzando en las empresas de base.” (p. 232)

Por otra parte, esa devaluación de nuestra moneda bajaba el costo laboral y por ende, la
mano de obra barata también atraía a capitales extranjeros. Escenario que coincidía a su vez -
como sostiene Cullen (2009)- con la acumulación industrial norteamericana y de Europa
continental, para quienes en este momento se torna más rentable exportar equipos, capitales y
técnicos, que productos terminados. Se radican en consecuencia, un sinnúmero de empresas en
el país; que van desde textiles, de electrodomésticos (Philco 1931), alimentos (Nestlé 1930),

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como farmacéuticas y químicas (Pond’s 1939), de maquinarias y neumáticos (Pirelli 1930, Good
Year 1931).

“Hasta la crisis, para Inglaterra la forma de expandirse consistía en la inversión en los sectores de
materias primas, en infraestructura para su comercialización y en las finanzas. La exportación de su
capital hacia estas áreas estaba organizada para dejar libres los recursos ingleses para la producción
industrial en su propio país. Su incapacidad estructural de adaptación a nuevas oportunidades de
inversión la coloca en desventaja frente a EEUU cuyas inversiones industriales tendrán una
importancia cada vez mayor, lo mismo que las del capital europeo continental. (…) En este contexto,
una industrialización limitada a la sustitución de importaciones de productos manufacturados
extranjeros y abastezca el mercado interno sin modificar fundamentalmente la estructura económica
es la alternativa donde coinciden los diferentes sectores de la clase dominante y el capital extranjero”
(Cullen, 2009, p. 25)

Ahora bien, la contracara de este incipiente y desordenado proceso de industrialización por


sustitución de importaciones, es el surgimiento de los sectores trabajadores industriales, porque
de otro modo uno no podría entender al peronismo, que no inventa al trabajador, sino que es
una consecuencia que emerge de tal proceso porque es la expresión política de sus intereses. Lo
cual implicó además un vertiginoso aumento de la incidencia en el proceso productivo que se
tradujo en una mayor capacidad de negociación con el Estado (Koenig, 2013). Poder que va
conduciendo al movimiento obrero a la resolución institucionalizada de los conflictos.

“El crecimiento cuantitativo de la clase obrera con un peso creciente en el proceso productivo se
traduce en una fuerte tendencia a resolver los conflictos institucionalmente. Aumenta la capacidad
de negociación del movimiento obrero lo que ubica a las organizaciones sindicales en un creciente
protagonismo frente a los poderes públicos. Los dirigentes sindicales surgen como interlocutores de
un Estado que (...) se plantea atemperar el conflicto con una clase obrera a la que el nuevo desarrollo
del capital precisa como productora y consumidora.” (Cullen, 2009, p. 35)

Incluso en esta época empiezan a aparecer necesidades de regulación de la economía que


otrora era un sacrilegio para los propios conservadores, ante el encarecimiento de la
manufactura que acelera la sustitución de importaciones y la cada vez menor compra de la
materia prima, como por ejemplo la Junta Reguladora de Granos para fijar el precio de los
productos agropecuarios y evitar la superproducción, dado que no era fácil depositarlos en un
mercado externo cerrado, en un contexto de crisis y en guerras.

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“No fue con Perón sino con estos gobiernos, de ideología liberal en lo económico, cuando el Estado
comenzó a intervenir en forma sistemática en la economía argentina. La regulación y centralización
del sistema bancario a través de la creación del Banco Central, la implementación del control de
cambios y del impuesto a los réditos, la creación de numerosas "juntas reguladoras", "comisiones
asesoras", etc., que abarcaban casi toda la actividad productiva del país, marcaron el inicio de un
nuevo tipo de políticas económicas que luego Perón continuaría aunque con otros contenidos.”
(Rapoport, 1989, p. 3)

Entonces, el rol del Estado deja de ser el de pasividad y en rigor, garante de la propiedad
privada absoluta, para tener un papel más activo en la economía y no porque fuera parte de las
convicciones de los conservadores que conducían políticamente (de facto) los destinos del país,
sino producto de la necesidad y para defender los intereses de la propia oligarquía.

De hecho, “Ya en 1936, The Economist de Londres vaticinaba: ‘el verdadero peligro en la

Argentina está en que el país evoluciona cada vez más hacia el nacionalismo industrial.’”
(Scalabrini Ortiz en Ramos, 2013, p. 41). Si esto decían en plena década infame por ciertas
medidas intervencionistas de una oligarquía acorralada y obligada por la crisis, es fácil imaginar
con la aversión que verían desde esos intereses de las naciones imperialistas a las medidas de
corte nacionalista e industrialista que se empezaron a tomar a partir de 1943 y que se
profundizaron sustancialmente a partir de 1945.

II. Migraciones internas, proceso de transformación del sujeto popular trabajador

El agotamiento del modelo agroexportador significó un enorme drama social, pues la crisis
golpeó duramente los sectores populares. Filas enormes de humildes tenían que esperar para
comer en la olla popular, a lo largo y ancho del país. Una angustiosa realidad magistralmente
descripta por los tangos de la época, donde se muestra el triste panorama de un pueblo
devastado espiritual y materialmente.

En la misma medida en que los tangos expresaban las consecuencias sociales de la crisis, los
diarios ocultaban tal dramático paisaje. Al respecto, es interesante lo que señala Hernández
Arregui (2008), para tomarlo como antecedente de un fenómeno que se consolida como
mecanismo de opresión hacia fines del siglo XX y principios del XXI, con el papel de los medios

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masivos de comunicación como divulgadores del odio a lo popular y del escepticismo corrosivo
respecto a la política:

“Los diarios, mediante campañas coordinadas, mantenían en la ignorancia a la opinión pública. (…)
Allí se hablaba de todo menos de la masa humana aniquilada. La tuberculosis era la enfermedad
definitoria de una época y, al mismo tiempo, millones de argentinos creían en el país más rico de la
tierra como se les había enseñado en la escuela. En el periodismo, los sueldos indecentes se
compensaban con la cocaína barata, el ajenjo importado en los despachos de bebidas o en los
burdeles o cafetines del centro con mujeres de todas las latitudes y todas las epidermis. Esa
inteligencia, víctima ella misma del imperialismo colonizador, no creía en el país. Su escepticismo, sin
conciencia real de los fundamentos extraindividuales de su fracaso como intelectualidad, estaba
ordenado y mediatizado por la función antinacional deprimente que cumplía en los diarios, meras
sucursales de los monopolios extranjeros.” (p. 222)

Este es el momento en el que, corridos por el hambre en las provincias, se produce un


importante proceso de migraciones internas, cuyo origen nos remite a principios de siglo cuando
el ferrocarril llegó a los límites de las tierras más aptas, repartidas entre las familias de una
oligarquía ligada por la sangre con los negocios del imperio británico. Entonces, como vimos, el
precio y la renta del suelo se elevaron considerablemente, consolidando el poder de los grandes
terratenientes. Sin embargo, luego de la crisis mundial, este proceso económico vinculado
fundamentalmente al mercado externo, es decir, al proyecto dependiente del imperialismo
británico, llegó a su agotamiento. En consecuencia, se agravaron sustancialmente las condiciones
de miseria en las cuales vivían las mayorías populares, y ello derivó en un ciclo expulsivo de la
mano de obra que empleaba, muchas de las cuales habían sido desplazadas de las tierras que
habían habitado por siglos.

“La migración interna está constituida por los peones rurales, arrendatarios y pequeños propietarios
expulsados del campo por los tradicionales problemas derivados de la tenencia de la tierra,
agudizados por la crisis y el avance de la ganadería sobre la agricultura. Al mismo tiempo, la industria
se encuentra en el momento del proceso de trabajo donde se produce el pasaje de las artesanías y las
manufacturas a la producción en serie. Los trabajadores pierden control en el proceso de trabajo y no
se requiere de mano de obra altamente especializada. Así estos migrantes de origen rural se
transforman con relativa facilidad en obrero industriales lo que da lugar a una importante
transformación en la composición de la clase obrera.” (Cullen, 2009, p. 28/29)

21
En el mismo sentido, De Luque y Scaltritti (2008) señalan:

“El cambio en la composición étnica de los trabajadores o lo que ha dado en llamarse la


argentinización de los sectores populares se debió a la confluencia de dos procesos. Mientras la
inmigración ultramarina se redujo desde 1930 a cifras insignificantes, las migraciones internas
alcanzaron por entonces una magnitud considerable (…) [como] consecuencia de una importante
contracción del empleo rural, pero también de un incremento significativo y simultáneo de las
actividades industriales en las ciudades del este del país. (…) La industria no sólo absorbió a los
desocupados de las ciudades, sino que además se convirtió en un polo de atracción para las
poblaciones del campo, alentando un verdadero éxodo rural-urbano.” (p. 137/138)

De manera que esas corrientes migratorias internas se van concentrando en las grandes
ciudades:

“La ciudad de Buenos Aires y sus alrededores, donde terminó concentrándose casi del 60% de los
establecimientos industriales de la Argentina, se transformó en el principal foco de atracción de mano
de obra procedente de distintos puntos del país. El fenómeno adquirió en algunos momentos
dimensiones semejantes y aún mayores, que en los años de auge de la inmigración ultramarina. En el
período 1936-1947, se calcula anualmente llegaban entre 70.000 y 120.000 migrantes a las
estaciones ferroviarias de Retiro y Constitución, para instalarse en la ciudad y en partidos
recientemente industrializados del conurbano como San Martín, Avellaneda y Lanús.” (De Luque y
Scaltritti, 2008, p. 138)

Por su parte, la tilinguería de la ciudad puerto ya empezaba a destilar su odio a lo que se


empezaba a constituir como masa trabajadora, la Argentina incipiente de overol y descamisada.
“La clase media de Buenos Aires mira con temor y desprecio a estos vecinos de tez bronceada,
ojos aindiados y pómulos salientes, que usan ropas de colores vivos y andan sin saco, expresión
de barbarie en aquellos años del treinta y tantos. Con absoluta falta de solidaridad los estigmatiza
como ‘Veinte y veinte’ o ‘cabecitas negras’, molesta por mezclarse con ellos en tranvías y
colectivos, desdeñosa de sus tonadas provincianas, como ante intrusos que vienen a perturbar su
mundo de gente blanca y supuestamente culta, de buenos modales y gustos ‘civilizados’.”
(Galasso, 2011: 233/4). He aquí la semilla del ‘aluvión zoológico’ de esos sectores desdeñosos de
lo popular, cuando lo vieron asomarse aquel 17 de octubre, decidiendo el rumbo del país.

En definitiva, durante este último período de la década llamada infame, se fue constituyendo
un proceso de transformación que iba a parir el sujeto político que diez años más tarde se

22
conformará como actor político fundamental del movimiento nacional expresado por el
peronismo. En efecto, esos migrantes van modificando y reconfigurando el rostro de los grandes
centros urbanos.

“Lo hacen más mestizo, más profundo, lo ligan con tradiciones, culturas, formas de abarcar lo político
que se entremezclan con los cambios relativamente recientes que aportaron las corrientes
migratorias de los lugares pobres de Europa que se iban arraigando en proceso vertiginoso para los
tiempos de la vida de una nación. Con la afluencia del interior profundo, de una identidad argentina
ancestral y fecunda; se da un vasto proceso de transformación étnico, social y cultural de los
trabajadores. No se constituyen en guetos, sino que se mestizan también con aquellos trabajadores
inmigrantes que eran hasta entonces mayoría en la manufactura y que habían traído las formas de
lucha y organización de los trabajadores de sus países natales. Pusieron en crisis, incluso, la forma de
relacionarse, la estructuración orgánica y la cultura política (muchas veces más vinculada a los
problemas de la clase obrera europea y su estructura económica que a las particulares condiciones
de un país dependiente como el nuestro).” (Koenig, 2013, p. 33/34)

3. Los oficiales nacionalistas e industrialistas del GOU y la revolución militar


que puso fin a la década infame.

Durante la última parte de la llamada década infame, y al tiempo que se producía la referida
profunda transformación del pueblo argentino, en el plano político se daba una convivencia
mutuamente beneficiosa, aunque paradójica, entre un presidente conservador y probritánico,
como Ramón Castillo, y los oficiales industrialistas del Ejército en quienes éste se apoya para
sostener sus objetivos coyunturales, que consistían fundamentalmente la continuidad de la
política internacional de neutralidad en la segunda guerra. Ello permitía el sostenimiento del 40%
de las importaciones inglesas de productos primarios agropecuarios argentinos, de modo que
Castillo era consecuente con el interés británico, aún a pesar de las presiones norteamericanas
para la declaración de guerra al Eje, que se manifestaron en los reclamos diplomáticos de la
Conferencia de Río de Janeiro de 1942.

En este contexto, por iniciativa de la oficialidad -en particular por impulso del General Savio-
y con la venia del Presidente, se crean en este período la Dirección General de Fabricaciones
Militares, destinada a producir armamentos -ante el bloqueo militar de EEUU e imposibilitada su

23
provisión por los europeos- aunque también se contemplaba la fabricación de otros productos
industriales. Asimismo, se avanza decisivamente en el proceso de construcción de los Altos
Hornos Zapla en Jujuy y se crea el Instituto Geográfico Militar.

De modo que, los oficiales nucleados en el GOU (Grupo de Oficiales Unidos o Grupo Obra de
Unificación, según los diversos autores) fueron quienes llevaron adelante la tarea política y
nacional de despliegue de los intereses industrialistas. El GOY era una logia militar
profundamente antiliberal y fuertemente contraria a la entrega y la corrupción que reinaba en la
década infame, creada en marzo de 1943 poco después de la muerte del general Justo, quien
había conducido materialmente a las fuerzas armadas desde el golpe de 1930. Eran
fundamentalmente nacionalistas, algunos con simpatías en los fascismos europeos, otros no.
Pero lo sustancial es que no solamente veían con malos ojos la dependencia concreta respecto
de los ingleses, sino además respecto de los norteamericanos. Ello sumado a que, producto de
su formación política, también tenían una marcada interpretación negativa respecto del
comunismo (Koenig, 2013).

Estos militares -entre los cuales el entonces coronel Perón era uno de sus integrantes más
notables, aunque no era el jefe de la logia- se habían formado en la escuela prusiana, estudiando
a los clásicos de la guerra como Carl von Clausewitz , pero sobre todo influenciados por el
concepto del mariscal Colmar von der Goltz expuesto en su libro Nación en Armas –que también
podría ser traducido sin traicionar su sentido como “El Pueblo en la guerra”-, quien invierte lo
planteado por Clausewitz en relación a que la guerra es la continuación de la política por otros
medios. Así entendida la política (sobre todo aquella que apunta a la justicia al interior de la
comunidad) es indispensable para la guerra, una antesala, sin la cual no puede haber una
respuesta militar eficiente. Lo que planteaba era que ningún Estado estaba preparado para la
guerra con otra nación, si no existía una sociedad con un nivel de justicia y equidad interna que
le permitiera afrontarla, así como sentirla propia.

Al mismo tiempo en esta coyuntura en la que aparece el GOU y producto de una serie de
sucesos fortuitos, se va gestando un escenario político propicio para la idea de una conspiración
militar que ponga fin a esta sombría década.

“Marcelo Torcuato de Alvear, jefe de la oposición, fallece el 24 de marzo de 1942. Roberto Ortiz muere
poco después -el 15 de julio de 1942- cuando ya había entregado el poder en su vicepresidente, el

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catamarqueño Ramón Castillo. Al mismo tiempo, la corriente liberal-justista del ejército se debilita y
eso se hace ostensible cuando, en noviembre de 1942, reemplaza al Ministro de Guerra (...) de
extracción justista, por el Gral. Pedro Pablo Ramírez, de extracción uriburista, amigo de jefes
nacionalistas, aunque también de dirigentes radicales. Poco más tarde, el 11 de enero de 1943, fallece
el Gral. Justo, víctima de una hemorragia cerebral. Castillo se encuentra, entonces, frente a la
necesidad de “inventar” a su reemplazante (...) por supuesto a través del fraude, en el estilo
tradicional de los conservadores. (Galasso, 2006, p. 151)

A su vez, en el plano internacional, el fin y el bando victorioso de la guerra está prácticamente


decidido, de modo que los sectores políticos de la Concordancia presionan a Castillo para darle
continuidad al régimen económico y su cauce político fraudulento. De este modo, el entonces
Presidente en lugar de pararse desde el Ejército decide responder a sus compromisos con la
Concordancia, decidiendo proclamar en la Cámara de Comercio Argentino-Británica -como de
costumbre- al terrateniente salteño Robustiano Patrón Costas, dueño del Ingenio XX, a quien se
le atribuían simpatías con los aliados y por tanto, quien pondría fin a la política de neutralidad.

Un día antes de que se haga efectiva la proclamación del candidato del fraude patriótico, se
produce el golpe de estado del 4 de junio, precipitado por los rumores que corren tanto acerca
del fin de la neutralidad como de la inminente remoción del ministro de Guerra, General Ramírez,
cuestión que anima a un sector militar heterogéneo en su composición, a dar por finalizado este
período histórico de fraude y sumisión a los intereses extranjeros, particularmente británicos,
efectuando así la toma de facto del gobierno, golpe encabezado por el General Rawson, de
efímera presidencia.

“En una unión contra natura, nacionalistas y pro aliados, germanófilos y liberales, decidieron juntos
pasar a la acción (el 4 de junio) con el apoyo de la UCR y de algunas personalidades del partido
conservador. El golpe no lo dio el GOU. El GOU predominó después” (Rouquié en Galasso, 2006, p.
154)

Como señala Koenig (2013) los únicos hechos luctuosos de aquella jornada constituyen todo
un símbolo. Por un lado, vale aclarar, no existió ningún tipo de resistencia popular para defender
el régimen conservador dado que no lo sentían propio. Sin embargo, sí hubo víctimas fatales en
un combate frente a la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), una de las principales sedes
de la Marina, cuyo intento de impedir el avance de la columna que venía de Campo de Mayo, no
resulta sorprendente dado su carácter pro británico y pro oligárquico.

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“Al llegar la columna de insurrectos frente a la escuela de mecánica de la armada, su director, el
capitán de Mario Fidel Anadón -luego sería fervoroso peronista- ofrece resistencia. El coronel Eduardo
Ávalos avanza sobre la escuela pero ésta -al comando de la armada- lo recibe con disparos de
ametralladora. Durante un rato se mantiene un intenso fuego cruzado, hasta que Anadón se rinde. El
enfrentamiento deja un número importante de víctimas. Si bien, como sostiene Potash, ‘nunca se
publicó la cifra oficial de bajas’, algunos estiman que hubo 30 muertos, mientras otros llevan el
número a 70.” (Galasso, 2006, p. 156)

Por supuesto, otra posición no había de esperarse de nuestra Marina de Guerra que se
mantuvo siempre consecuente con las posiciones más reaccionarias, de hecho -como veremos-
durante el genocidio iniciado en 1976, precisamente la ESMA constituyó el centro clandestino
más grande del país, por el cual se estima que pasaron más de cinco mil militantes detenidos
desaparecidos. Por lo tanto, no es de extrañar que muestre ya en esa cancha de 1943 sus
pretensiones de detener cualquier transformación y estuviera dispuesta a ser el epicentro desde
donde atacar, aferrada a los intereses liberales de una oligarquía con olor a bosta de vaca (Koenig,
2013) que no asumía el país nuevo que paulatinamente emergía.

“La segunda guerra mundial acentúa la fuerza y el interés de estos sectores sociales para quebrar el
orden del viejo país agropecuario y lanzar a la Argentina por un camino nuevo, distinto, que puede
definirse, según la óptica de cada uno de estos sectores, como: Liberación Nacional, crecimiento
industrial, desarrollo del mercado interno, estatización e impulso de áreas estratégicas, pacto social,
pleno empleo, redistribución del ingreso nacional a favor de los trabajadores, avanzada legislación
social. El golpe militar del 4 de junio de 1943, más allá de sus contradicciones abre el camino para la
confluencia de estos sectores.” (Galasso en Koenig, 2013, p. 21)

Las principales medidas adoptadas por la revolución de junio, en atención al marcado


carácter antinorteamericano así como anti-inglés del movimiento, fueron dirigidas a desarmar
los mecanismos del estatuto legal del coloniaje, que prácticamente otorgaban a las potencias
imperialistas el control absoluto de nuestro aparato productivo, y a intervenir fuertemente en la
economía para proteger la incipiente industria nacional.

“El Banco Central fue nacionalizado. Se disolvieron las Juntas Reguladoras de la Producción y el
Instituto Movilizador Bancario. Se continúo la organización de la Flota Mercante del Estado, tendiente
a lograr el monopolio estatal del transporte marítimo de las exportaciones. Se estatizaron la
Corporación de Transportes de Buenos Aries (en manos de capitales ingleses), los elevadores de

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granos, la Compañía Primitiva de Gas, el tramo ferroviario Rosario-Mendoza y las empresas
telefónicas del interior dependientes de [un] trust americano (…). En sintonía con las necesidades de
los sectores industriales locales se crearon el Banco de Crédito Industrial y una Secretaría de Industria
con jerarquía ministerial. Se revaluaron las tarifas aduaneras y con el declarado objetivo de ampliar
el mercado interno y aumentar la productividad agraria, se congelaron y rebajaron los
arrendamientos y alquileres agrarios.” (Cullen, 2009, p. 47).

Más aún, el poder de los oficiales nacionalistas, cuya proveniencia era sobre todo de
infantería e ingeniería -y no de la caballería, que siempre fue el cuerpo más aristocrático del
Ejército- le otorgó una impronta claramente industrialista a este proceso histórico, que además
se desarrollaba en un marco exterior favorable al despliegue de tales intereses.

“El golpe militar había puesto al descubierto un proceso silencioso que se venía gestando en la
economía antaño puramente agropecuaria: la Argentina se volvía industrial (...) En 1943, la Argentina
obtenía un superávit jamás alcanzado en la historia de su balanza de pagos, (...) los índices de
ocupación industrial subían constantemente y el país prosperaba al abrigo de la neutralidad. La
guerra imperialista operaba como el factor principal en el desenvolvimiento capitalista del país.”
(Ramos, 2013, tomo 5, p. 40)

Aunque, es preciso señalar que solamente los cuadros más lúcidos entre los oficiales,
comprendían que sin darle un sustento político a este avance material independiente, el proceso
era de una fragilidad absoluta (Koenig, 2013). En ese entendimiento, el joven Coronel Perón toma
el Departamento Nacional de Trabajo, una dependencia menor dentro de la administración
pública, a la sazón dedicada a ser una mera hacedora de estadísticas, y la convierte -
jerarquizándola institucional y políticamente- en la famosa Secretaría de Trabajo y Previsión,
desde donde impulsa la construcción de una alianza del régimen militar con los trabajadores.

En efecto, pocos días después de consumarse el golpe, Arturo Jauretche y Homero Manzi se
proponen conocer a los hombres que, dentro de las corrientes diversas que lo componían,
podrían ser receptores de su pensamiento nacional. De hecho, Ramírez -que condujo el golpe
más allá de las pocas horas en las que Rawson apareció como cara visible- tenía estrechos
vínculos con el comité nacional de la Unión Cívica Radical. Se terminan gestando entonces
reuniones que pasaron a ser diarias, donde don Arturo -en tanto expresión de las ideas
elaboradas y defendidas durante esos años por FORJA- se convierte en uno de los principales
asesores del coronel Perón en la Secretaría, durante todo su primer año de su gestión.

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“Así, en ese momento trascendental para Juan, cuando el soldado deja paso al político que se
transformará en conductor de un pueblo, se encuentra con Arturo Jauretche, la más consecuente
expresión de aquel yrigoyenismo que constituyó el primer movimiento de masas en la Argentina del
siglo XX. Quien había visto morir a Yrigoyen y había empuñado el fusil en la revuelta popular contra
el régimen (Paso de los libres, 29/12/1933), aparecía entonces, en el momento oportuno, para
reafirmarle al coronel que ‘no hay nacionalismo sin pueblo’, que solo ‘los descamisados’ podrán
aplastar a ‘los vendepatria’, a ‘los cipayos’, que la independencia económica y la soberanía política
no se plasman sin la justicia social y que es preciso ratificar la soberanía como ‘tercera posición’ en
una línea latinoamericanista. De este modo, mientras el coronel se sumerge profundamente en la
cuestión social -en sus reuniones cotidianas con delegados y dirigentes sindicales-, la relación directa
con Jauretche le facilita la síntesis de esos reclamos con el nacionalismo revolucionario.” (Galasso,
2006, p. 165)

De este modo, se van sintetizando en Perón y su grupo, la necesidad de resolver en forma


conjunta para nuestro pueblo, la cuestión nacional y la cuestión social, dada nuestra condición
de país semicolonial o dependiente. En tales reuniones que llegaron a ser casi diarias en la
Secretaría, según relata el propio Jauretche, pudo desarrollar toda la teoría que los forjistas
venían pensando, estudiando y elaborando durante toda esa triste década de entrega del
patrimonio nacional y de miseria generalizada, que a la vez lo sostenían desde el volante, los
manifiestos y la militancia en la calle: “la necesidad de la independencia económica, de la justicia
social, de la soberanía, es decir, liberación respecto del imperialismo británico y la puesta en
marcha de una Nueva Argentina que desarrolle sus fuerzas productivas, elevando
sustancialmente las condiciones económico- sociales del pueblo.” (Galasso, cit.)

Ahora bien, Perón impulsa una política hacia el movimiento obrero organizado que
claramente ya existía, aunque a partir de su gestión logra consolidar la organización de muchos
otros sectores del trabajo y las afiliaciones sindicales crecen exponencialmente. Desde la
Secretaría se generaron entonces convenios con mejoras para los asalariados en múltiples ramas,
desde textiles hasta los obreros de la carne. Convenios que muchas veces incluían vacaciones
pagas e indemnizaciones por despidos. También se fue extendiendo el aguinaldo (o mes trece)
que se torna obligatorio para todos los trabajadores a partir de diciembre de 1945. De hecho, los
propios autores que consideran al proceso del ‘43 como una dictadura, reconocen:

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“La STP abría nuevas áreas de acción estatal, jerarquizaba las políticas sociales y concentraba la
gestión de las relaciones laborales, las políticas de vivienda y de jubilaciones. Al mismo tiempo
aseguraba la protección de los pequeños productores rurales e indígenas. (...) La legislación social
implicó el reconocimiento estatal de derechos por los que luchaba el movimiento obrero desde
principios del siglo XX.” (Giuliani, 2008, p. 168)

En rigor, en apenas dos años de andar, la revolución del 4 de junio de 1943 -aún en el marco
de las disputas y contradicciones internas- plasmó muchas de las reivindicaciones históricas del
movimiento obrero argentino, desde su creación en el siglo XIX. Como parte de esas
contradicciones también podemos mencionar la decisión del general Ramírez, quien -tejiendo
alianzas de sustentabilidad del proceso- otorgó a la Iglesia una serie de concesiones entre las que
se destaca el restablecimiento de la enseñanza obligatoria de la religión en todos los colegios,
cuestión que es duramente criticada tanto por liberales cuanto por marxistas. Aunque también
existen marxistas como Hernández Arregui, que comprende la situación de colonialidad y por
tanto señala que:

“La conspiración militar del 4 de junio de 1943 ofrece características ideológicas complejas, en las que
se conjugan causas múltiples, elementos reaccionarios y nacionales. (…) El movimiento, que sufrió
sucesivas etapas y mutaciones ideológicas, sobrevivirá en la historia por su fuerte, aunque confuso,
sentido emancipador, que era al mismo tiempo la conciencia histórica del período, viva en las masas
(…). Correspondió a Perón unir el Ejército con el Pueblo. O más expresamente, con el movimiento
sindical. La síntesis significó que, por primera vez en la historia argentina, fue posible sacudir el
yugo del coloniaje.” (Hernández Arregui, 2008, p. 45, el resaltado me pertenece)

A fines de 1943 y como reacción frente a las referidas políticas sociales impulsadas por la
Secretaría, la Unión Industrial Argentina -que inicialmente había apoyado las políticas
proteccionistas- rompió con el gobierno militar, tildando de demagógico e inconsulto el decreto
que establecía el aguinaldo para algunos sectores, las jubilaciones, y amparándose en la libertad
de comercio criticaban el proyecto de establecimiento de un salario mínimo, vital y móvil. Ello
sumado a que en octubre de 1944 se sancionó el Estatuto del Peón Rural, la primera legislación
del siglo XX que se tocaba directamente los intereses materiales de la oligarquía terrateniente y
su manejo casi feudal de los peones a quienes consideraban prácticamente de su propiedad, cosa
que enfrentó duramente -como era de esperarse- a la Sociedad Rural con el gobierno militar,

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quienes se acoplan a las críticas de la UIA en su “Manifiesto de la Industria y el Comercio” donde
fustigan públicamente las políticas impulsadas desde la Secretaría por Perón.

No obstante, hacia adentro de la revolución militar, con la sustitución de Ramírez por Farell,
el GOU había alcanzado la máxima magistratura y por tanto, Perón también llegaba a la cúspide
de su poder. Además del cargo de Secretario de Trabajo y Previsión, también era Director del
Consejo de Posguerra, Ministro de Guerra y Vicepresidente de la Nación.

Sin embargo, las presiones arrecian al gobierno militar que se empieza a encontrar jaqueado
por dentro y por fuera. No solo por el bloqueo económico y el congelamiento de activos
argentinos que efectúan los norteamericanos, además de una extendida propaganda que
acusaba al gobierno de nazi, sino que Spruille Braden es nombrado embajador en Argentina y
ejerce una política injerencista muy activa para intentar destruir el avance del ala nacionalista e
industrialista popular expresada por Perón, Mercante y su grupo. Incluso se convierte en orador
principal de las marchas opositoras. La más importante de ellas, la Marcha por la Constitución y
la Libertad, que nucleaba a conservadores, radicales, socialistas y comunistas, todos vitoreando
con banderas de Rivadavia y Sarmiento, reclaman la cesión del poder a la Corte Suprema para
que convoque a elecciones.

A su vez, los sectores reaccionarios también jaquean internamente a los oficiales populares,
haciéndolos retroceder. Este es el contexto en el que terminan apresando a Perón en la Isla
Martín García. La partida de nacimiento del peronismo se está gestando allí, en la prisión de un
Coronel que dialogaba con los obreros y hacía valer sus derechos.

“Un Ejército jamás vencido en una guerra exterior y siempre utilizado por partidos que vendieron lo
que las armas unificaron como Estado Nacional. Solo una vez ese Ejército no fue traicionado. Y fue
cuando en 1945 se unió al pueblo. Fuerzas raigales de la nacionalidad, Ejército y clase obrera, son las
únicas que pueden resistir a un vasallaje impuesto desde afuera y cumplido adentro por mandantes
serviles. La opción es de hierro. Nación o factoría.” (Hernández Arregui, 2008, p. 45/46)

Las presiones internas de los grupos pro-nazis como el general Perlinger acérrimo enemigo
del entonces coronel, de los liberales antipopulares, de la izquierda dogmática siempre funcional
a los sectores oligárquicos y las de la embajada norteamericana, no pudieron imponerse cuando
apareció allí un Pueblo digno, decidido a torcer el rumbo de la historia.

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