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Ficha de Cátedra – UNPAZ - UNDAV

© Marcelo Koenig y Victoria Bedin, abril 2020.-

RADICALISMO, CRISIS POLÍTICA


DEL PROYECTO OLIGÁRQUICO

Hemos visto cómo se construyeron los elementos del Estado Moderno argentino en
relación de dependencia con el imperialismo británico, mediante la hegemonía
oligárquica y a partir de la inserción de nuestro país en la división internacional del
trabajo. Así, sostuvimos que a partir de 1880 se consolidó el poder con la constitución
del Ejército profesional cuyo debut de fuego fueron las campañas genocidas de las
poblaciones originarias patagónicas, que -sumado al exterminio de los pueblos nativos
del norte así como el sofocamiento de los caudillos y las montoneras federales- permitió
consolidar el elemento territorial. Asimismo, concluimos que la población exterminada
que resistía al modelo pretendido por la oligarquía, fue sustituida por inmigración
europea, para cuya homogeneización –tanto entre ellos así como con los pueblos
originarios que quedaron y los que provenían del pasado hispánico- se masificó la
escolarización con el objeto de “hacer” argentinos, tarea que fue completada con la
instauración de la historia oficial, que niega todo pasado suramericano para reducirlo a
la estrecha senda porteñocéntrica y a los próceres de la oligarquía.
Ahora bien, el desarrollo de ese modelo agroexportador generó también sus
propias crisis, tanto a nivel nacional como internacional. Cuando hablamos de crisis nos
referimos a que es el sistema –tomando la idea marxista- el que genera su propio
germen de destrucción o su propio enterrador, para decirlo más gráficamente. Con esto
queremos decir que es el propio sistema el que produce a aquel que lo cuestiona, dado
que muchos de los hijos de aquellos inmigrantes o de esa población asimilada que asuste
a la escuela y le canta a la bandera, son de hecho los que empiezan a reclamar, partiendo
de considerarse argentinos –fin buscado precisamente con la masificación de la
escolarización primaria- la participación política en los asuntos del país. A ellos se deben
sumar otros sectores que incluso tenían alguna porción menor de tierras, pequeños
chacareros y que conjuntamente con aquellos, son los que comienzan a discutir la
cuestión del poder.
En efecto, el radicalismo se compuso mayoritariamente de aquellos sectores que
fueron producto de la propia estructuración económica de la oligarquía, pues el modelo
agroexportador necesitaba de instancias profesionales, burocracia y sobre todo de
servicios, que nacieron al calor de esa estructura, pero que no eran ni los propietarios
de las grandes extensiones de tierra ni los peones de campo. Con los ferrocarriles ello
se ve en forma clara.
"Se trata de un gran frente social entre las clases medias urbanas y rurales del litoral y los
sectores empobrecidos, de tradición federal, del interior, conducido y representado por ese

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hombre tan singular que es Yrigoyen: capaz de expresarlos a todos sin exponer un
programa, sin dejarse fotografiar, sin pronunciar discursos, ni escribir libros" (Galasso, 2011,
p. 130).

Esos sectores –podríamos decir- populares en tanto subalternos a las elites que
hasta entonces manejaban el país, aunque con preponderancia de sectores medios, en
tanto argentinos asimilados culturalmente por la escolarización, empiezan a reclamar
para sí el ejercicio del gobierno, o al menos ser parte de la discusión política en forma
institucionalizada. Por ello Yrigoyen, quien tenía vínculos familiares y de amistad con
parte de la elite, rechaza una y otra vez todas las propuestas que le hacen para formar
parte del dispositivo de poder en forma individual y sin tocar el esquema electoral
vigente. La posición del líder radical fue inclaudicable, ante el fraude, abstención
electoral para no legitimar el régimen oligárquico.
“El incuestionable carácter popular del movimiento lo ratifica el diario 'La Nación' en este
juicio: 'Se entregó en cuerpo y alma a cultivar el favor de las masas menos educadas en la
vida democrática, en desmedro y con exclusión deliberada y despectiva de las zonas
superiores de la sociedad y de su propio partido... Un connubio con las multitudes
inferiores'." (Galasso, s.f., p. 13).

Por su parte, la oligarquía se encontraba por entonces temerosa de los niveles de


organización de los trabajadores europeos –sobre todo por la experiencia de la
Revolución Rusa- aunque ello no tuviera un correlato real con el nivel de organización
que efectivamente existía en estas latitudes. Pues esa mano de obra que el modelo
oligárquico necesitaba y para cuyo fin impulsó la inmigración europea, eran
potencialmente peligrosos en tanto venían con experiencia en la lucha de los
trabajadores anarquistas, socialistas y comunistas en Europa. En consecuencia, ese
temor es el que impulsa al sector más lúcido de la oligarquía –comandado por Roque
Sáenz Peña- a hacer algunas concesiones, como la de la ley que lleva su nombre relativa
al sufragio, para utilizarlo como una especie de válvula de escape al conflicto social.
Podría sostenerse que lo que movía a ese sector era una profunda convicción
democrática, pero lo cierto es que esa oligarquía tenía muy en claro que el radicalismo
no cuestionaba la médula del sistema dependiente, de manera que abrir el juego
democrático no importaba un peligro concreto a sus intereses materiales, aunque sí era
muy efectivo a los fines de actuar como freno al avance de las luchas más radicales como
la de los anarquistas y comunistas.
Lo cierto es que la ley Sáenz Peña tampoco respondía a un avance tan fuerte de
organización de los trabajadores en nuestro país, sino que eran parte de los propios
fantasmas de una oligarquía que se miraba demasiado en el espejo de Europa, y en
consecuencia, sobredimensionaban la cuestión. Allí esas luchas sociales eran realmente
peligrosas, de hecho, en importantes países europeos estuvieron a punto de tomar el
poder. Esas disputas sociales les preocupaban a la élite que además pensaban en que

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aquellos trabajadores inmigrantes venían precisamente con esa experiencia de lucha en
sus países de origen, no obstante, acá no existía era una organización real de esos
trabajadores que hiciera que esa experiencia pudiera realmente disputar el poder.
Tal apertura democrática que planteaba Sáenz Peña era además controlada, porque
estaba pensada para hacer del radicalismo una minoría por las características del
sufragio instaurado por esa ley, cuyos elementos constitutivos eran el voto universal
–para hombres mayores de edad-, secreto y obligatorio, esta última característica es en
todo caso lo más democrático y lo más inexplicable.
Ahora bien, una cuestión fundamental –y lo que muchas veces es soslayado- era
cómo se repartían los cargos legislativos, es decir la proporcionalidad de la asignación
de escaños. El sistema entonces instaurado, era de lista incompleta, con lo cual la fuerza
política que triunfaba en la contienda electoral, ocupaba las dos terceras partes de los
cargos y la primera minoría, se quedaba con el tercio restante. Ello lo que permitía era
que el ganador, tenía facilidades para gobernar porque contaba con la mayoría en
ambas cámaras. En términos actuales, podríamos decir que el sistema garantizaba la
gobernabilidad. Esta idea respondía a que la oligarquía estaba convencida de que el
radicalismo no sería la fuerza triunfante, sino la minoría, cuestión que legitimaría a a los
conservadores como respetuosos de la democracia.
A su vez, cabe señalar aquí, que la elección de todos los cargos públicos electivos no
era en forma directa sino a través del Colegio electoral que proclamaba a los candidatos
electos, de manera que existía una instancia más para que –en caso de que resulte
ganador alguien que no era del paladar de la oligarquía- se abría la oportunidad para la
negociación con los poderes locales que conformaban el Colegio. De todas maneras, en
Argentina nunca hubo una resolución distinta a la proclamación de los candidatos del
partido que resultaba ganador en la cantidad de electores para la elección presidencial.
Lo central que queremos plantear, es que el sistema estaba pensado para que el
radicalismo sea minoría y al mismo tiempo, servía para descomprimir el conflicto
social. De hecho, contaban con el ensayo hecho por la propia oligarquía con el Partido
Socialista cuyo candidato fue el primer parlamentario socialista de América Latina,
Ernesto Palacios, en 1902 y en una época donde sólo se triunfaba en las elecciones a
través del fraude, lo que claramente fue una manera de evitar crisis mayores, aunque el
partido de los doctores implicaba dar lugar a lo más moderado del socialismo, puesto
que no cuestionaban el modelo agroexportador. Por contrario, defendían abiertamente
el libre cambio, la hegemonía británica y dicho modelo, en consecuencia, del mismo
modo que se hacía fraude para los conservadores se lo hizo para la izquierda y se otorgó
una banca al Partido Socialista. Este mismo ensayo, con mayores dimensiones porque
se trataba de una presidencial, pensaba hacerse habilitando la participación del
radicalismo.

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Es entonces que mediante esta ley, se instaura por primera vez el sufragio popular.
Así, los dirigentes más lúcidos de la oligarquía expresados en Roque Sáenz Peña como
Presidente, muy a pesar de quienes desde ese mismo sector reclamaban la peligrosidad
que ello entrañaba, procuró resguardar un sistema en crisis por la falta de democracia y
participación popular, aunque asegurándose asimismo de no cuestionar el nudo
económico de su Constitución real, pues la idea del proyecto agroexportador y el poder
material de la oligarquía terrateniente quedaron intactos, por lo cual tampoco hizo falta
una nueva Constitución escrita.
No obstante, digamos con Sampay que:
“Ciertamente, las leyes electorales de referencia transforman la Constitución oligárquica de
1853 en una Constitución virtualmente democrática. Es decir, la mayoritaria clase sometida
podía conquistar por vía legal el poder político. Y llegado este caso, el carácter elástico del
texto constitucional, esto es, el estar redactado mediante fórmulas genéricas que permiten
determinaciones socialmente progresivas, y la existencia de algunos preceptos
programáticos imbuidos de principios justos, verbigracia, que el objeto del ordenamiento
jurídico-político es ‘promover el bienestar general’ y que el derecho de propiedad debe
ejercitarse ‘conforme a las leyes’ que lo reglamentan, permitía una interpretación moderna
de la Carta de 1853 que legitimara la intervención del Estado en la economía con vistas a
satisfacer los intereses populares.” (Sampay, 2012, p. 95)

La consecuencia de la aplicación de le ley sancionada en 1912, fue el triunfo de los


sectores populares imponiendo su voluntad de hacer Presidente de la Nación al líder
radical, don Hipólito Yrigoyen. Aunque de algún modo, el sector social dominante
también conservaba ciertos resortes que le permitían asegurarse su poder, dado que -
en el peor de los casos, tal como sucedió- la primer elección con sufragio popular de a
historia, no se efectuó con la renovación de todas las bancas del Congreso, dando fiel
expresión a la decisión soberana del Pueblo, sino que solo se eligió la porción de cargos
que se renovaban por concluir mandato, y recordemos al respecto que los senadores
tenían períodos de 9 años de duración de su mandato. Con lo cual Yrigoyen en su primer
gobierno, tuvo ambas Cámara legislativas en contra. Recién en el segundo mandato –
que duró solo dos años- contó con mayoría en diputados, no así en senadores porque
representaban a las provincias, que casi la totalidad de ellas seguían funcionando los
colegios electorales, con lo cual seguía existiendo el mecanismo de control sobre quién
accedía al Senado por parte de la oligarquía.
Entonces este modelo democrático lo que hizo fue poner en crisis al sistema,
porque si bien no se esperaba el triunfo de la UCR, aunque eso no significara cambiar el
modelo agroexportador, sí implicaba otras cuestiones que se filtraban como, por
ejemplo, un cambio rotundo en la política exterior y las relaciones internacionales. Un
claro ejemplo de ello, fue el sostenimiento de la neutralidad en la primera guerra
mundial o interimperialista. Que, si bien en un primer momento era conveniente para
los intereses ingleses y los conservadores por consecuencia, lo apoyaban, cuando las

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potencias aliadas -y vastos sectores en el país- comenzaron a presionar para que
Argentina se alineara, Yrigoyen mantuvo la neutralidad.
Al respecto, Jorge Abelardo Ramos (2013, p. 169) -recordando que los
norteamericanos antes de su etapa imperialista ya habían comprendido que la
neutralidad es una fuente de enriquecimiento- señala que las causas de tal política
exterior en Yrigoyen y los suyos, eran muy claras:
“Soslayan de ese modo a los compromisos financieros, económicos y militares que
necesariamente implican una intervención en los conflictos de las grandes potencias. A esto
se añade que la neutralidad en países exportadores de materias primas como la Argentina,
les permite beneficiarse de los altos precios de sus productos y al ampliar su mercado
interno por el nacimiento y expansión de nuevas industrias, aflojan su dependencia general
de las metrópolis, incapaces en estos períodos de lucha a muerte de presionar con sus
importaciones industriales a las semicolonias.”

En efecto, frente al alineamiento total de los gobiernos oligárquicos al sistema de


dominación mundial, en el nuevo gobierno surgido del sufragio popular, emerge la
defensa de la soberanía nacional en decisiones de política exterior en el sentido de una
construcción autónoma de los grandes poderes, como se vio claramente en la postura
argentina al culminar la guerra, cuando se iniciaron las deliberaciones en la Liga de las
Naciones. En aquella oportunidad, el caudillo radical envió a la delegación -representada
por Honorio Pueyrredón, canciller, y Marcelo T. de Alvear, embajador en París- con
instrucciones terminantes en el sentido de que el nuevo organismo:
“no debía ser una expresión del bando vencedor en la contienda, sino una asociación de
todos los estados soberanos. Como este punto de vista no fue aceptado, Yrigoyen retiró a la
delegación, declarando ‘que la Nación Argentina se ha encontrado sola, pero se siente
poderosa para llevar a la humanidad el aporte de su concurso, íntimamente convencida de
que, al fin la suprema justicia se impondrá en el mundo’” (Levene, 1980, p. 300)

No sólo eso, sino que además el caudillo radical propuso que los miembros del
Consejo Ejecutivo sean elegidos mediante la Asamblea respetando el principio de
igualdad de los Estados, so pena de no participar como país de dicha Liga. Ante esta
decisión, en Ginebra presionan a los delegados argentinos, quienes titubean en cumplir
sus instrucciones.
“Cuando Yrigoyen [los] amenaza con desautorizarlos públicamente y ordena redactar un
decreto reemplazando al ministro de Relaciones Exteriores, Pueyrredón y Alvear acatan la
autoridad del Presidente y se retiran de la Liga de Naciones. Con ese acto, no solamente no
participaba el país de la farsa diplomática que sucedía a la farsa sangrienta, sino que
tampoco aprobaba el Tratado de Versalles que (…) había sido jurídicamente enlazado a la
constitución de la Sociedad de las Naciones.” (Ramos, 2013, p. 173/4)

En cuanto a los pueblos hermanos de la región, el yrigoyenismo implicó una ruptura


con el orden oligárquico basado -como hemos descripto- en la negación del pasado

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común suramericano y su admiración cultural al eje noratlántico que denostó
sistemáticamente al pasado hispanoamericano, acaso sea éste un aspecto más para
despreciar al movimiento que conducía el caudillo radical.
“Respecto de la América española, practicó Yrigoyen una política de efectiva fraternidad.
Desdeñoso de las pequeñas emulaciones, encaró, con todas las nacionalidades originadas
en el viejo tronco común de la hispanidad, una conducta que no daba margen al juego
divisionista que enfrentando a la Argentina con algunas, especialmente vecinas, facilitó
tantas veces peligrosas penetraciones de los imperialistas.” (Levene, 1980, p. 299)

Más aún, Abelardo Ramos (2013) resalta dos momentos que describen su posición.
Por un lado, en plena economía mundial de la primer guerra, Yrigoyen condonó la
bochornosa deuda que Mitre le había impuesto a la República hermana del Paraguay,
luego de la Guerra de la Triple ‘Infamia’, en la que las oligarquías de pueblos hermanos
le cobraron a ese país la osadía de cuestionar el lugar de granja que nos deparaba en la
división internacional del trabajo. También en Santo Domingo, Yrigoyen tuvo un gesto
de patriótica hermandad americana cuando mandó al acorazado argentino 9 de julio, a
izaron y saludar únicamente la bandera dominicana en el marco de una ocupación
norteamericana, lo que produjo que:
“Patriotas dominicanos se lanzaron a las calles e izaron la bandera de su tierra en un torreón
de una vieja fortaleza: el barco argentino disparó veintiún cañonazos saludando a la enseña.
Grandes manifestaciones populares desfilaron por Santo Domingo vitoreando a la
Argentina y a Yrigoyen.” (Del Mazo en Ramos, 2013, p. 172)

Recogiendo entonces los lineamientos aquí esgrimidos, podría definirse al


movimiento nacional expresado por el radicalismo yrigoyenista, siguiendo los
argumentos de Galasso (2011, p. 131), como un movimiento de masas de naturaleza:
• Democrática: porque tiene como objetivo principal la soberanía popular a través
del sufragio libre, bandera fundamental que ha enarbolado en su larga lucha
conspirativa y abstencionista, así como por el respeto a las instituciones de la
democracia.
• Nacional: en tanto expresa a las mayorías populares, lo que le valía la
adjetivación de “chusma yrigoyenista”, y desarrolla desde el gobierno una
política exterior soberana y de índole latinoamericanista. El límite en este
aspecto fue no enarbolar las banderas del antiimperialismo, en términos de
cuestionar el modelo agroexportador que nos subordinaba a los designios del
imperialismo británico.
• Agrarista: dado que no propone impugnar la relación semicolonial establecida
respecto al imperialismo inglés, es decir, el empleo de la renta agraria diferencial
-total o parcialmente- para subvertir el modelo agropecuario y lanzar un fuerte
desarrollo industrial, sino que reclama solamente la participación de esa renta.

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En relación a la cuestión social, podría decirse que el yrigoyenismo mostró sus
contradicciones, dado que las huelgas de trabajadores que se sucedieron entre 1917 y
1919 sobre todas las que fueron lideradas por los anarco-comunistas que se jugaban por
la vía insurreccional para la revolución social -aunque su nivel organizativo distaba
mucho de poder triunfar en ese sentido- obtuvieron una dura respuesta de parte del
gobierno radical. La Semana Trágica derivada de la huelga de los trabajadores de los
talleres Vasena y los fusilamientos de la ‘Patagonia rebelde’ son muestras cabales de
cómo se relacionó con un sector del movimiento obrero, que muchas veces
-colonización pedagógica mediante- no comprendieron la necesidad de un movimiento
o frente de liberación nacional en países semicoloniales o dependientes como la
Argentina, por eso muchos terminaron, terminan y terminarán en el más acérrimo
antiyrigoyenismo y antiperonismo, es decir en la vereda de enfrente de los grandes
movimientos de masas nacionales o bien, a lo sumo, en el margen de su historia.
Sobre este punto hay que tener en cuenta que las propias condiciones de
reanimación industrial por el contexto de la guerra, de por sí promueve en estos años
grandes huelgas que ya en 1919 casi cuadruplica las del año 1916 y el número de
huelguistas trepa de veinticinco mil a trescientos mil. “La actitud de Yrigoyen ante estos
movimientos despertará en la oposición oligárquica no menos furia que la independencia
en la política exterior.” (Ramos, 2013, p. 174)
En este contexto, aquella sangrienta semana de 1919, la presión de los sectores de
poder arreciaban sobre el caudillo, sobre todo porque las huelgas tocaban a los sectores
relacionados directamente al modelo agroexportador: “amenazas de lockout patronal
de las empresas ferroviarias, anuncios de traslado de frigoríficos a Uruguay, presiones
de la Sociedad Rural Argentina, denuncias del diario La Prensa sobre un presunto peligro
anarquista, amenazas británicas de rescisión de los contratos cerealeros y de boicot de
nuestros puertos” (Marcaida, Rodríguez y Scaltritti, 2007, p. 92), entre muchas otras.
Curiosamente, el abogado de Vasena era Melo, un radical que luego será el
responsable de la ruptura del partido por el sector antipersonalista. Ello, vale aclararlo,
porque Vasena es el gran responsable de encender la mecha del conflicto cuando
contrata trabajadores desocupados para reemplazar a quienes se encuentran en huelga
y los arma para que puedan ingresar en los talleres. En esos enfrentamientos de
trabajadores interviene la policía asesinando sangre trabajadora y luego se desata una
semana de estallido.
“El gobierno de Hipólito Yrigoyen perdió el control de la situación y vivió la más aguda crisis
política de su mandato. Con el apoyo del Ejército, logró reestablecer el orden, pero, a
cambio, tuvo que adoptar severas medidas represivas contra los huelguistas. (…) Para evitar
un golpe de Estado y mantener la limitada cuota de poder que conservaba, el gobierno
adoptó duras medidas para sofocar las luchas obreras en le huelga general de 1921 y en los
conflictos de la Patagonia. (…) Mientras que, con sus cambiantes acciones, perdía el apoyo
de vastos sectores de la clase trabajadora, Yrigoyen abandonó paulatinamente los aspectos

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auténticamente progresistas de su política, perdió iniciativa y dinamismo” (Marcaida, et.
al., 2007, p. 93)

Ahora bien, haciendo un balance general de la relación de Yrigoyen con los


trabajadores, no podemos dejar discutir con los citados autores en cuanto a que el líder
radical perdió apoyo de los trabajadores o iniciativa política, dado que por el contrario
-con posterioridad a los trágicos sucesos- siguió siendo refrendado en las urnas por los
sectores populares, aun nombrando a un sucesor ante la imposibilidad constitucional de
presentarse a elecciones presidenciales para otro mandato consecutivo y luego
refrendado nuevamente en las elecciones de 1928 como Presidente de la Nación.
Pues, en rigor, es necesario destacar que durante sus períodos de gobierno el salario
se duplicó, la producción industrial creció y se lograron importantes conquistas como la
jornada laboral de 8 horas, el salario mínimo, el abaratamiento de productos de primera
necesidad, el precio máximo de la carne que permitió su consumo interno, la obligación
del pago de salarios en moneda nacional y no en bonos o tickets, la prohibición de
desalojos y del aumento de alquileres, incluidas importantes medidas tendientes a
superar la falta de viviendas. Ello sin contar el sinnúmero de proyectos legislativos como
lo fueron la Ley de Previsión Social o el Código de Trabajo, cuyo rechazo tuvo que
soportar el yrigoyenismo una y otra vez desde los sectores oligárquicos que no solo
dominaban el Congreso sino que detentaban el poder material del país agrario.
De todos modos, lo cierto es que la imagen y la historia del radicalismo quedó
manchada con los sucesos de represión al movimiento obrero que señalamos, dado que
el paternalismo de Yrigoyen hacia esos sectores no alcanzó para dar una respuesta
diferente a la desplegada históricamente por la oligarquía y que de hecho el radicalismo,
combatió duramente.
Por otra parte, vale aclarar que la caracterización que dimos sobre el movimiento
nacional que expresa Yrigoyen, mal podrían extenderse en rigor al gobierno de Marcelo
T. de Alvear, segundo Presidente radical al que erige el propio Yrigoyen, que expresa a
los llamados “galerita”, en referencia a su pertenencia como sector social más cercana
a la oligarquía -que de hecho los siente propios- que a los sectores populares
yrigoyenistas y, en términos políticos, a los viejos conservadores. En efecto, durante el
gobierno de don Marcelo, sus más encumbrados funcionarios y dirigentes, se escinden
el partido -cuestión que no será ni la primera ni la última vez que sucede durante el siglo
XX- creando la UCR antipersonalista para fustigar al caudillo “peludo”. Galasso (2011, p.
168) describe magistralmente, cómo con Alvear:
“[L]a revolución democrática del Radicalismo inicia su giro a la derecha. Así, los ministros
del nuevo gobierno nada tienen en común con los modestos ministros del anterior. Los
personajes que ambulan por la Casa Rosada cambian repentinamente en sus vestimentas,
costumbres y lenguaje. Guarangos, chinas y compadritos son desplazados por gente pulcra,
de buenos modales, prohombres como un constitucionalista, un estanciero, un científico,

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figuras descollantes del foro, de la política y de la cultura en general. (…) De este modo, la
derecha del radicalismo, en clara conciliación con los hombres del ‘régimen’ que
abominaban de Yrigoyen, quiebra al movimiento nacional.”

En este mismo sentido, aunque desde otra perspectiva ideológica, es Félix Luna
quien sostiene no solo que don Marcelo Torcuato interrumpió la obra de Yrigoyen, sino
que constituyó “un retroceso en la voluntad de emancipación que encarnaba el
radicalismo. (…) Siendo como era, radical (y de los viejos) es necesario concluir que no
interpretó los antiguos anhelos populares por una Argentina transformada sobre bases
de justicia.” (Luna, 2011, s/n).
Y es en efecto así, porque el yrigoyenismo en el poder no solo fue expresión de los
sectores populares, sino que también produjo importantes consecuencias económicas
que llegaron a cuestionar el nudo del proyecto de país dependiente. Acaso el hito en
este aspecto, consistió en la creación de la empresa nacional Yacimientos Petrolíferos
Fiscales (YPF), la decisión política y estratégica más simbólica que da cuenta de cómo
mediante la democracia pueden penetrar algunos cuestionamientos que impliquen la
creación de un modelo económico diferente y por lo tanto, a partir de la defensa de la
cuestión nacional, se posibilite la construcción de un proyecto de país autónomo de los
grandes centros de poder mundiales.
La petrolera nacional se crea entonces, a instancias del general Mosconi en su
carácter de responsable de la aviación del Ejército, dado que la Fuerza Área Argentina
como tal -es decir como fuerza propia- se crea recién en 1945, con el peronismo en el
poder. La necesidad se planteó a partir de la carencia de suministro por parte de las
empresas extranjeras que manejaban el petróleo en nuestro país, por cuestiones
meramente especulativas ante un inminente aumento del crudo, cuestión que hacía
palmario el carácter y la dimensión de la falta de independencia real argentina, es
entonces cuando aquel lúcido general comenzó a impulsar la idea de crear una empresa
propia.
Así impulsa la creación de YPF y el radicalismo lo toma de las ideas nacionalistas que
tenían en su concepción, a diferencia de los conservadores que con su colonialismo
congénito consideraban que solo participaríamos en cualquier conflicto militar
internacional con la venia o previa autorización británica, con lo cual no tenían problema
en que sus empresas controlen el hidrocarburo.
Dicha empresa constituyó en los hechos un modelo en torno al cual se estructuraron
muchas empresas nacionales de distintos países de América Latina, incluida la
importante empresa petrolera mexicana, de hecho, recordemos que la boliviana se
llama directamente YPFB.
Incluso, la política en la materia iba consolidándose a tal punto que, durante el
segundo gobierno del viejo caudillo radical, impulsaba la celebración de un convenio

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entre YPF y la Universidad de Buenos Aires -a cargo de Mosconi- con el fin de que los
ingenieros civiles e industriales puedan especializarse para ocupar cargos técnicos
directivos relacionados con la “industrialización del petróleo”, dicho expresamente en
el texto del proyecto.
En este marco, YPF fue creciendo vertiginosamente y se fue percibiendo la
dimensión cuantitativa y cualitativa de los negocios de las petroleras, entonces se
maduró la necesidad de una ley que nacionalizara los hidrocarburos, dejando su manejo
en manos de la empresa estatal, como sucedía en la mayoría de los países centrales. Sin
embargo, cuando este proyecto de ley estaba en tratamiento y un día antes de las
elecciones que podrían dar a Yrigoyen mayoría en el Senado por primera vez, se
concretó el golpe de estado conducido por Uriburu, por lo que muchos historiadores
han sostenido que ese golpe tuvo “olor a petróleo”, aunque -como veremos- ello no
alcanza para explicar la complejidad del proceso abierto en 1930.
Esta decisión política relativa a los hidrocarburos, es una cabal demostración de
cómo a través de la democracia lograba penetrar una concepción nacionalista que
cuestionaba el nudo del proyecto de país dependiente, porque el solo hecho de contar
con una petrolera propia también permitía un sinnúmero de políticas para un proyecto
de desarrollo autónomo y soberano.
Lo cierto es que la lucha por el monopolio estatal en materia petrolera, se convirtió
en una causa hasta personal del caudillo radical, cuya defensa “lo enfrentaba tanto con
los grupos agro-exportadores como con los intereses de Inglaterra y Estado Unidos en la
materia. Al mismo tiempo, los compromisos con su base popular -por ambiguos y
contradictorios que fuesen- no lo hacían confiable para contener la crisis general del
sistema.” (Cullen, 2009, p. 17).
En efecto, cuando comienza a gestarse el proyecto de ley, se reúne un grupo de
jóvenes militantes radicales con el viejo líder, a quienes les dijo: “Salgo de mi rancho a
la edad en que los hombres se jubilan, en que solo se tiene serenidad para esperar la
llegada de la muerte y solo lo hago por mi ley de petróleo, para salvar de garras ajenas
y propias los tesoros que dios desparramó bajo el suelo de esta tierra” (Manzi citado por
Galasso, 2011, p. 182)
En esta misma línea de defensa de lo nacional, aunque tal vez YPF tenga mayores
implicancias por la potencialidad que engendra, debe inscribirse la decisión de Yrigoyen
de crear la Flota Mercante y los ferrocarriles de fomento, a los que acertadamente Jorge
Abelardo Ramos les dedica especial atención, dado que significaron -aunque de un
modo muy incipiente- el antecedente directo a la nacionalización del comercio exterior
de los años peronistas, además de ser ferrocarriles “extrapampeanos” cuyo impulso y
desarrollo podían reconstruir los lazos perdidos con Chile y la región suramericana. Por
lo tanto, implicaban otro cuestionamiento más al vínculo de sumisión y dependencia

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con el imperialismo británico -aunque no haya estado pensado expresamente para esos
fines- del mismo modo que sucedió con la petrolera nacional.
“[don Hipólito n]o enfrentaba al Imperio. Buscaba reducir su subyugante poder imponiendo
a las compañías ferroviarias mejoras laborales para los trabajadores, y la presencia del
Estado ante los gerentes ingleses (…). Su propósito era crear una estructura ferroviaria
nacional con los llamados ‘ferrocarriles de fomento’, tendiente a desarrollar las economías
de las provincias olvidadas del norte, ferrocarriles que Juan B. Justo llamaría ‘verdadera
carcoma de la riqueza pública’. Esa actitud de Yrigoyen que podría ser considerada como
una demostración de nacionalismo agrario y defensivo, se demostrará con el convenio
celebrado con Gran Bretaña a través de la misión presidida por Lord D’Abernon. La síntesis
del acuerdo con Inglaterra era el siguiente: introducía al Estado como un protagonista
principal en un sector del comercio exterior.” (Ramos, 2013b, p. 63)

El convenio establecía créditos a la Argentina con el objeto de adquirir materiales


de fabricaciones inglesas para los nuevos tendidos de ferrocarriles del Estado y a su vez,
Inglaterra utilizaría ese crédito en el país para la compra de productos primarios. No
obstante, los contubernistas (conservadores, antipersonalistas, socialistas y socialistas
independientes) criticaron el proyecto sobre todo por su defensa a ultranza de los
intereses británicos, dicho esto abiertamente en el debate parlamentario. Los
cuestionamientos a la creación de ferrocarriles estatales -aún con la participación
inglesa en el negocio- eran hechos en nombre de la defensa del libre comercio y en
contra de que el Poder Ejecutivo administre esos fondos por lo que consideraban
“demagogia yrigoyenista”. Como vemos, la acusación de corrupción propinada por los
sectores oligárquicos a gobiernos populares, nació en Caseros y se repetirá tantas veces
en la historia como aparezcan líderes que interpreten la necesidad del Pueblo en un
momento histórico determinado.
“Yrigoyen se proponía reiniciar la obra del ferrocarril Huaitiquina, paralizada por Alvear
durante seis años. Para ampliar la red de los ferrocarriles del Estado, adquiría materiales de
construcción, rieles, vagones y locomotoras en Gran Bretaña. Con la intervención del Estado
se establecía un tratado de gobierno a gobierno. Con este sistema se soslayaba a los trusts
de comercialización de comercialización de cereales y carnes, pieza esencial del sistema
oligárquico imperial desde hacía medio siglo. La competencia del Estado en la materia, al
introducir un factor nuevo en la comercialización, no podía ser grata a los monopolios
internacionales. Parcial como era, el convenio D’Abernon constituía una transición hacia el
monopolio del comercio exterior.” (Ramos, 2013b, p. 64)

Ahora bien, en aquel referido debate parlamentario por la firma del convenio, no
sólo los llamados contubernistas cantaron loas a Gran Bretaña, sino que también lo
hicieron los propios oradores yrigoyenistas. Lo que nos habla de que aún en la segunda
presidencia del “Peludo”, el nacionalismo democrático del movimiento mantiene su
carácter agrarista. Al respecto, Abelardo Ramos (2013b, p. 67) señala:

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“Esta anglofilia agraria de los productores menores, que se manifestaba en [los] oradores
yrigoyenistas, arroja una viva luz sobre el amorfismo social del radicalismo y la resistencia
de Yrigoyen para conducir una batalla ideológica decisiva contra la oligarquía. (…) En estos
vínculos estrechos de la pequeña burguesía agraria, comercial y exportadora con el poder
británico podía encontrarse el límite final de sus divergencias con la oligarquía privilegiada.”

Como consecuencia de todo lo expuesto, ya para 1929 la caída de Yrigoyen era


inminente, y tal como sucedió con la culminación de todos los procesos nacionales de la
historia, los sectores oligárquicos no escatimaron tinta en odio contra el ascenso de los
sectores sociales subalternos. Para muestra basta el genial sarcasmo historiográfico de
Jorge Abelardo Ramos (2013),
“Todas las fuerzas son lanzadas al campo de batalla: la Federación Universitaria Argentina
y los partidos políticos, los profesores universitarios y la Sociedad Rural, la Unión Industrial,
la Cámara Argentina de Comercio, la Bolsa de Buenos Aires, los grandes diarios y los
estrepitosos órganos menores. Hermosos, aunque envejecidos perros de raza, mastines
feroces y cuzcos ladradores, de aguzados dientes y hambre perpetua, lo que habitualmente
se conoce como ‘la prensa porteña’ eligió como blanco a Yrigoyen.” (p. 67)

Así, una vez más desde las mismas páginas del diario La Nación -el guardaespaldas
de Mitre, parafraseando a Homero Manzi- desde donde se denostaba a los caudillos de
las montoneras federales, y aún contra el propio Alberdi cuando se animó a cuestionar
la conducción política del liberalismo oligárquico basada en el exterminio de gauchos y
nativos, esta vez se destilaba el odio contra el caudillo radical. El diario La Nación del día
posterior al golpe -citado por Galasso (2011, p. 192)- publicaba:
“Ayer, en un movimiento popular, verdadera apoteosis cívica, Buenos Aires ha enterrado
para siempre el régimen instaurado por el señor Yrigoyen. Hasta pocas horas antes de su
caída parecía firmemente asentado sobre la venalidad, la sumisión y el desprecio de la
inteligencia. Estas características constituían los rasgos fundamentales de su ‘ética’, que
junto con los adornos grotescos de su adjetivación delirante y los descoyuntamientos de su
sintaxis, darían una fisonomía especial a todo un período de la vida argentina […] Por incuria
mental y un poco también por espíritu de burlesca oposición a todos los partidos orgánicos
-desde el socialista hasta los de extrema derecha- [la nación argentina] prefirió endiosar a
ese hombre que no entendía ni se dejaba entender, ni quizás, se entendía él mismo.”

Cabe decir aquí, en palabras de Hernández Arregui (2008), que el profundo


desprecio que la clase alta depositó en cabeza de Yrigoyen tanto como en la de Perón,
y podríamos extenderlo a cualquier líder que exprese lo popular, no era la incultura sino
precisamente el peligro de la democratización de la cultura (p. 54). Tal es el motivo del
odio desenfrenado que profesaron desde sus tribunas de doctrina.
También fueron contundentes e incluso presagiosas las palabras del conservador
Sánchez Sorondo, ministro del Interior del golpe de Uriburu, quien dirá que “[l]a época
yrigoyenista ha pasado ya vomitada por el pueblo al gheto de la historia. El 6 de
septiembre marca, en la historia argentina, una de las grandes fechas nacionales. Junto

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con el 25 de mayo y el 3 de febrero, son las Revoluciones Libertadoras.” (Galasso, 2011,
p. 194). Acaso como un augurio de lo que vendrá con el golpe que derroca a Perón, que
no casualmente lleva ese nombre y se inscribe en la línea histórica Mayo-Caseros.
“[L]a caída de Yrigoyen significaba el cierre de un período democrático sustentado en las
clases medias del litoral y los sectores populares del interior. Ese frente nacional
democrático no había podido quebrar la dependencia, pero había avanzado -dentro del
modelo impuesto por el Imperio Británico-, con atisbos de autonomía y arrestos anti
oligárquicos. Ahora, volvían los que querían retrasar el reloj de la Historia.” (Galasso, cit.)

Por su parte, según Jorge Abelardo Ramos (2013), las causas externas de la
inminente caída de Yrigoyen fueron la crisis mundial del 29/30, las intrigas petroleras, la
movilización oligárquica, periodística y política de la oposición cipaya, de izquierda y
derecha. Sin embargo, resalta como causa interna -a la que considera más profunda y
verdadera- que el ciclo del caudillo radical estaba agotado. Para el citado autor, el viejo
Yrigoyen, enfermo y quebrado reflejaba la ruina del movimiento, que sólo su autoridad
cubría todavía y que suscitaba la devoción de las masas populares.
“Solo un nuevo movimiento nacional democrático, cuyo protagonista fuera el proletariado
argentino, podía llevar más adelante la bandera de la revolución nacional empuñada un día
por Yrigoyen. Pero la clase obrera industrial estaba todavía en formación. Debían transcurrir
aún quince años para que los trabajadores ‘nacionalizados’ por obra de la industrialización,
que atrajo a los ‘cabecitas negras’ al cinturón de Buenos Aires, levantasen resueltamente el
estandarte de la revolución y abriesen un nuevo período en la historia de los argentinos.”
(p. 86)

Recapitulando entonces, consideramos que los avances democráticos de la Ley


Sáenz Peña, aunque fueron inicialmente pensados para otorgar al radicalismo sólo una
minoría que descomprimiera la situación, permitieron la llegada al poder de Hipólito
Yrigoyen, porque los sectores populares suelen desbordar los cauces impuestos. Y con
el caudillo radical llegaron también los reclamos de importantes sectores, hasta
entonces olvidados, que si bien en muchos casos eran producto social de la propia
Constitución real, tenían intereses contradictorios con la vieja oligarquía.
Una nueva Constitución escrita no se configuró como impulso de la transformación
democrática, sino que la interpretación revolucionaria de la vieja Constitución se hizo
bandera. Levantar el cumplimiento de esta lectura de la Constitución fue caballito de
batalla de Yrigoyen. Y si bien no alcanzó a la instancia de la necesidad de una nueva
Constitución (ni real, ni escrita), la apertura democrática hizo posible el inicio de
cuestionamientos varios a la estructura de dependencia (Koenig, 2015), como los que
hemos descriptos y entre los cuales, YPF es el caso más paradigmático para entender lo
que aquí queremos dejar sentado.
Esta situación de tensión entre la interpretación revolucionaria de la Constitución,
el paulatino avance de los sectores populares que permitía el cuestionamiento de ciertas

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estructuras de dependencia, la conservación del poder oligárquico y la continuidad del
proyecto económico, se cortó por su hilo más delgado: la dependencia con el mercado
mundial. Esto hizo crisis en la segunda presidencia de Hipólito Yrigoyen, cuando
Inglaterra, forzada por la bancarrota de 1929, exigió una parte mayor del producto del
trabajo argentino y esto no podía consumarse sin excluir de la política a los sectores
populares. Pero no sólo las causas externas gravitaron, también la debilidad del propio
radicalismo que durante la presidencia de Alvear había frenado en gran medida la
democratización en connivencia con los conservadores, frenando el impulso
democratizador de la sociedad que le imponía Yrigoyen.
Sin embargo, el regreso de “el Peludo” al gobierno volvió con la amenaza de que la
“chusma” radical impusiera nuevas condiciones políticas y económicas. Y entonces la
oligarquía decidió hacerse del poder político mediante un Golpe de Estado, que era un
mensaje a sus amos del Norte: la casa está en orden. Como afirma Sampay: “la crisis de
la Constitución escrita de 1853 residía en que el sector social dominante, para retener
el gobierno real del país y contener el avance de los sectores populares, necesitaba
suprimir los derechos democráticos que en el siglo pasado le permitieron conquistar y
consolidar la supremacía frente al absolutismo político y a una organización monopolista
de la economía” (Sampay citado por Koenig, 2015, p. 41).
El producto de este cercenamiento de la cuestión democrática es la llamada
“década infame” durante la cual se restauran no sólo el dominio oligárquico sino
también se profundizan la dependencia frente a los británicos.
“[D]espués de derrocado el gobierno de Yrigoyen se repristinó el sentido esencial de la
Constitución de Alberdi, excluyendo de la política a los sectores populares, pero de ello
resultó la expoliación de esos sectores populares en beneficio de los intereses británicos. En
efecto, el imperialismo inglés, apremiado por el colapso de su economía, se adueñó, con
público escándalo, de los principales recursos de la riqueza nacional” (Sampay, 2013, p. 144)

Este período, que se extiende desde 1930 hasta 1943, cuyo actor político principal
fue el general Agustín P. Justo y su mayor símbolo económico va a ser el Pacto Roca-
Runciman, al que Arturo Jauretche llamó “el estatuto legal del coloniaje”. Julio Argentino
Roca hijo, vicepresidente de Justo, fue todo un símbolo de las nuevas condiciones de
dependencia negociando ese pacto en condiciones humillantes para nuestro país,
cuando llegó a afirmar: “La geografía política no siempre logra en nuestros tiempos
imponer sus límites territoriales a la actividad economía de las naciones. Así ha podido
decir un publicista de celosa personalidad que la Argentina, por su interdependencia
recíproca, es, desde el punto de vista económico, una parte integrante del imperio
británico” (Regolo, citado por Koenig, 2015, p. 42).

Sigue en: Ficha de cátedra “La restauración oligárquica de la década infame”

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