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Economía, sociedad y formas de organización del trabajo en el

siglo XX.

Cristina Lucchini
Juan Pablo Bubello

Indice.

Introducción.

Capítulo I. El capitalismo de entreguerras (1918 - 1945)

a. La década del 20´.


b. Taylorismo y Fordismo.
c. La crisis de 1929.
d. La Gran Depresión hasta la II Guerra Mundial.
e. Argentina: del Modelo Agroexportador
a la Industrialización por Sustitución de Importaciones.

Capítulo II. El capitalismo de posguerra (1945 – 1975)

a. El capitalismo en un mundo bipolar. La guerra fría: EEUU - URSS.


b. El rol del Estado. Keynesianismo.
c. Agotamiento y crisis del Estado de Bienestar.
d. Argentina: Populismo. Desarrollismo.

Capítulo III. El capitalismo contemporáneo.

a. El Neoliberalismo.
b. Nuevo paradigma tecnológico. Toyotismo.

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c. Globalización. Hegemonía de EEUU.
d. Argentina: Terrorismo de Estado y Neoliberalismo.
Problemas y desafíos socioeconómicos actuales.

Corolario. La crítica situación Argentina actual.

En este libro se desarrolla una introducción general a las grandes etapas de


los procesos económicos del capitalismo durante el siglo XX. La intención de los
autores es brindar con su trabajo la posibilidad de un encuentro del lector con la
historia social y económica occidental.
Más precisamente, se busca ofrecer al interesado en esta temática una
herramienta intelectual con la cual pueda aproximarse a una primera comprensión
general de ciertos fenómenos y procesos históricos. El capitalismo occidental del
último siglo, aunque sumamente complejo, puede ser estudiado si se establecen
sus características fundamentales distintivas. Ese es el objeto de nuestro libro. No
obstante, el lector podrá siempre profundizar los temas desarrollados acudiendo a
la bibliografía sugerida al final.
Primordialmente, el marco geográfico de nuestro análisis se circunscribirá a
Europa Occidental, Estados Unidos y Japón, explicitando la situación particular del
caso argentino en acápite separado. Como se pretende apuntar nuestra mirada al
capitalismo del siglo XX, sólo se mencionará el caso de la ex-Unión Soviética y del
comunismo en general, en forma tangencial. Asimismo, en la medida de lo posible,
se ha profundizado en la descripción de los procesos con análisis estadísticos,
porcentajes y cifras, pero se ha evitado conscientemente la proliferación de datos
y la multiplicación de citas eruditas, para no generar un discurso caracterizado por
un lenguaje demasiado técnico que dificulte la comprensión.
La íntima vinculación del análisis de las diversas formas de organización del
trabajo (taylorismo, fordismo, toyotismo), el desarrollo y el cambio tecnológico, los
diferentes roles asumidos por el Estado (liberal, keynesiano, neoliberal), los

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cambios institucionales y/o las estrategias elaboradas por los diversos actores
sociales en cada período, integrarán el foco de nuestra atención.
En este marco ligeramente esbozado, entonces, deseamos precisar que la
historia del Capitalismo en el siglo XX puede ser dividida en tres grandes etapas.
Estos períodos –por supuesto, como todo recorte temporal es arbitrario y hasta
pasible de discusión- estructurarán cronológicamente nuestro discurso histórico.
Entendemos que así procesos que son de difícil comprensión y análisis pueden
ser mejor abordados.
El primer capítulo analiza al capitalismo de entreguerras, en el período que
media desde el fin de la I Guerra Mundial (1918) hasta el fin de la II Guerra (1945)
Notables transformaciones acaecieron durante este lapso tanto en Europa
occidental como en Estados Unidos. El auge de los años 20´, de la mano de la
difusión del Taylorismo y el Fordismo, devino en la gran crisis de 1929 y la Gran
Depresión de los años 30´s hasta la II Guerra Mundial. En Argentina, entró en
crisis y finalmente colapsó el viejo Modelo Agroexportador, comenzando el
llamado proceso de Industrialización por Sustitución de Importaciones.
En el segundo capítulo desarrollamos la dinámica económica general del
capitalismo de posguerra, entre 1945 – 1975.
En el contexto de un mundo bipolarizado en la guerra fría entre los EEUU y
la URSS., la competencia entre capitalismo y comunismo permite comprender las
políticas keynesianas y el rol del Estado de bienestar en occidente. Pero la propia
dinámica del capitalismo tiene sus períodos de auges y crisis, que posibilitan las
condiciones para el agotamiento y finalmente la crisis del Estado de bienestar. En
Argentina, las políticas económicas populistas y desarrollistas caracterizan el
período.
En el tercer y último capítulo abordamos el capitalismo contemporáneo
desde 1976 hasta la actualidad.
El Neoliberalismo sustituye al Keynesianismo y se produce el colapso del
Estado de bienestar. Un nuevo paradigma tecnológico (la III Revolución Industrial)
y una nueva organización del trabajo, el Toyotismo, se generalizan en occidente. A
fines del siglo XX, la Guerra Fría concluye y deviene en la hegemonía actual de

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EEUU; mientras que el mundo bipolar desaparece, comienza a pensarse en
términos de Globalización. En Argentina, irrumpe el neoliberalismo de la mano del
terrorismo de Estado de la dictadura militar de 1976, y se despliega y afianza con
los gobiernos democráticos desde 1983.

I. El capitalismo de entreguerras (1918 - 1945)

La primera guerra mundial alteró la base fundamental de las economías de


numerosos países europeos, con profundos efectos sociales y económicos de
todo orden. Provocó grandes transformaciones en la vida cotidiana de millones de
personas. Se desarticularon los mercados y hasta se produjo la ruptura misma de
las relaciones internacionales.
La interrupción del comercio internacional y la pérdida de mercados
extranjeros afectó a la gran mayoría de los países del viejo continente. Muchos
comenzaron un largo camino de declinación económica como consecuencia de
esta guerra. Los porcentajes de participación de los países beligerantes en la
producción mundial bajaron de un 43 a un 34 por ciento –entre 1913 y 1923-,
mientras que en el comercio internacional lo hicieron en un 10 por ciento.
El conflicto obligó a los gobiernos a intervenir activamente en las cuestiones
económicas que consideraban más vitales de sus respectivos países. El esfuerzo
de guerra generó la necesidad imperiosa de disponer de los distintos factores de
producción para distribuirlos.
El reclutamiento masivo de hombres para los mortíferos combates de la
guerra de trincheras, motivó una notable escasez de mano de obra en la
retaguardia, tanto en la actividad industrial de los centros urbanos, como en las
actividades económicas de los ámbitos rurales. La preferencia de la distribución de
materias primas a fin de sostener el esfuerzo de guerra, causó entre las
poblaciones civiles no solo políticas de racionamiento, sino grandes períodos de

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desabastecimiento de alimentos. Distribuir los bienes de primera necesidad en
cada país también era un problema importante para los gobiernos. La guerra
afectaba la circulación de mercaderías y el transporte, quedando tanto el comercio
interno como externo afectado por controles y prohibiciones de todo tipo.
En este contexto, los Estados pasaron a intervenir en los asuntos
económicos, abandonando las políticas de laissez faire vigentes durante décadas.
El liberalismo clásico, fundado en la no-intervención del Estado en los asuntos
económicos, cedió paso a políticas donde los gobiernos participaban activamente.
Para financiar el conflicto, muchos recurrieron a la emisión monetaria,
generando una espiral inflacionaria que trataba de ser contrarrestada con políticas
de control de precios. Gran Bretaña, y en menor medida Francia, ocuparon el rol
de grandes dadores de crédito a sus aliados. Pero, a medida que el conflicto se
prolongaba y sus economías se asfixiaban, comenzaron a pedir prestado a
Estados Unidos. Este país se convirtió no solo en el principal acreedor, sino
también en el gran proveedor de materias primas y productos manufacturados de
los que combatían a los imperios centrales (imperio Otomano, Austrohúngaro y
Alemán)
En noviembre de 1918, tras rendirse Alemania, la guerra finalmente llegó a
su fin. Las consecuencias económicas del conflicto eran catastróficas.
10 millones de personas habían muerto. Las bajas militares en el frente de
batalla, pero también las muertes civiles por la generalización del hambre y las
enfermedades, propiciaron un verdadero desastre demográfico en varias regiones.
La guerra en el teatro de operaciones militares fundamental del frente occidental,
las zonas rurales del sur de Bélgica y del noroeste de Francia, redundó en que
estas regiones sufrieran inmensas pérdidas materiales. Pero los demás países
beligerantes no quedaron exentos de la tragedia. Viviendas, campos, industrias,
maquinarias, minas, servicios de transporte y comunicaciones habían quedado
resentidos en estructura y recursos productivos.
Sin embargo, si la gran guerra perjudicó las economías de los países
europeos que destinaban todos sus recursos al esfuerzo bélico, otros países
extracontinentales se beneficiaron sobremanera. Los países de América Latina y

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Japón, pero sobretodo Estados Unidos, se encargaron de abastecer la creciente
demanda de bienes de los contendientes durante el conflicto.
Estados Unidos consiguió copar los mercados de ultramar que los países
europeos desatendían. Afianzó su liderazgo como gran proveedor de materias
primas, productos manufacturados y créditos. Beneficiado por el aislamiento de los
dos océanos frente al teatro europeo de la guerra, Estados Unidos prácticamente
no necesitó importar ningún producto, pero su economía se transformaba
rápidamente para exportar la más vasta cantidad de bienes a bajo precio,
permitiendo acumular una gran cantidad de divisas por el gigantesco superávit
comercial. Sus bancos acumularon una reserva superior al conjunto de los demás
países y el dólar comenzó lentamente a sustituir a la libra como moneda de
intercambio más fuerte.
Varios tratados de paz se firmaron entre vencedores y vencidos en la
inmediata posguerra.
Los imperios Austro-Húngaro y Otomano fueron desmembrados y
numerosos países nuevos fueron creados, no sólo en función de las
reivindicaciones nacionalistas de las minorías étnicas más importantes, sino
también siguiendo los intereses geopolíticos de las grandes potencias. Pero
numerosos problemas quedaron sin resolver (Italia seguía reclamando territorios
de la nueva Yugoslavia, que aglutinaba ahora arbitrariamente numerosas minorías
étnicas; Prusia quedaba separada de Alemania por un estrecho corredor para
permitir la salida de Polonia al Báltico; etc.) Nuevas reivindicaciones nacionalistas
surgieron a resultas de los tratados (países nuevos como Austria y Hungría
perdían su salida al mar; Turquía dejaba Medio Oriente en manos de Inglaterra y
Francia; etc.) El tratado de paz firmado en Versalles en 1919 además de modificar
el mapa político de Europa central y oriental, sancionó muy severamente a
Alemania, por considerarla “culpable” de la guerra.
Una política extremadamente dura fue impulsada a partir de entonces por
los vencedores, especialmente por Francia y Gran Bretaña. Alemania perdió el 10
por ciento de su territorio continental y todas sus colonias ultramarinas. Se le
obligó a pagar reparaciones de guerra por casi 3000 millones de dólares en cuotas

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que quedaban fijadas hasta 1988. Debía entregar activos de la nación (su flota
mercante, armas, municiones, etc.), desmilitarizarse y hasta soportar la ocupación
de zonas fronterizas geopolíticamente estratégicas (Renania) por potencias
extranjeras. Esto motivó un profundo resentimiento contra los países vencedores
en la población civil alemana, caldo de cultivo para las políticas ultranacionalistas
que bien supieron aprovechar, entre otros, Hitler y sus seguidores Nazis desde los
años 20´.
Sin embargo, los mismos vencedores discrepaban en cuanto a qué hacer
con el “problema alemán”. Francia, más resentida con Alemania, impulsaba una
política mucho más agresiva, pues, obsesionada con garantizar su seguridad
fronteriza, buscaba también vengar su humillante derrota de la guerra franco-
prusiana de 1871 a manos germanas. Inglaterra, por el contrario, seguía
defendiendo su política exterior tradicional: a fin de mantener su iniciativa
estratégica en los mares del mundo y defender su imperio colonial, el sostén del
equilibrio europeo había sido su mayor preocupación desde la derrota de
Napoleón en 1815. Por ende, en la perspectiva inglesa, una Alemania fuerte debía
contrapesar el poderío francés en el continente y hacer de “tapón” frente a
posibles ambiciones rusas hacia occidente. Por su parte, el presidente
norteamericano Woodrow Wilson propiciaba una Sociedad de Naciones para
evitar nuevos conflictos y como ámbito de discusión y resolución de problemas
internacionales, en una ideología idealista que contrastaba notablemente con los
intereses de las otras dos potencias. Los deseos de Wilson se hicieron realidad y
fue creada Sociedad de Naciones.

a. La década del 20´.

Finalizada la Gran Guerra, los países capitalistas se lanzaron a la


reconversión de sus economías para adaptarlas a los nuevos tiempos de paz. Se
retornó a las reglas de juego liberales clásicas para el comercio mundial. Los
países de Europa y Estados Unidos buscaron restablecer la estabilidad de precios

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y de las monedas, indispensable para garantizar el flujo comercial internacional.
En 1922, establecieron en la Conferencia de Génova que las reservas auríferas de
los países podrían ser reemplazadas por monedas extranjeras que a su vez fueran
convertibles en oro.
Pero, si durante los 20´ el desarrollo económico general, fundamentalmente
en Estados Unidos, generó en las poblaciones la ilusión de una vuelta a la
prosperidad, lo cierto es que el mundo había cambiado profundamente respecto
del período de preguerra. Había comenzado el ocaso de la primacía europea en la
economía mundial. El liderazgo del viejo continente, ininterrumpido desde el siglo
XVI con la expansión colonial, había llegado a su fin.
Era específicamente Gran Bretaña la que había perdido la superioridad
económica mundial a manos de Estados Unidos. Al finalizar la guerra, se
encontraba agotada, con sus industrias envejecidas y la actividad económica en
franco retroceso, generándose todo tipo de conflictos sociales. Las nuevas
industrias del sur –automotrices y químicas- no consiguieron compensar la
profunda crisis en la que se sumergieron las industrias tradicionales –carbón y
textiles fundamentalmente.
También Francia sufrió permanentes desequilibrios económicos durante
toda la década. Su crecimiento quedaba atado a las reparaciones de guerra que
cobraba de Alemania, las que se efectuaban en forma intermitente y estaban
sujetas a permanente negociación.
En el caso de Alemania, desde el punto de vista infraestructural, había
salido de la guerra indemne. Sus industrias –especialmente electromecánicas,
automotrices, químicas y aluminio- se salvaron de la destrucción porque no se
había combatido en suelo germano. Así, en la inmediata postguerra, Alemania
rápidamente pudo recuperar la producción industrial y el empleo, favoreciéndose
la concentración. Pero las reparaciones de guerra impuestas por los vencedores
de la Gran Guerra desataron una terrible hiperinflación en 1923, empobreciéndose
gran parte de la población. A partir de 1924 y hasta 1929 sin embargo, la
economía alemana comenzará a recuperarse, aunque muy lentamente, merced al
apoyo crediticio de Estados Unidos, motorizado por medio del Plan Dawes.

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Estados Unidos entonces se transformó en la principal potencia económica
en occidente durante los 20´. Sin embargo, entre 1920 y 1921 sufrió una crisis
económica a causa de la finalización del conflicto bélico. Había perdido el fabuloso
mercado protegido de los países beligerantes, y el regreso de los combatientes
americanos incrementaba la desocupación. Así, los principales sindicatos iniciaron
huelgas y en la clase media se extendió el pánico frente a la “amenaza roja”, es
decir, la creencia en la posibilidad de que se produjera una revolución comunista,
como había sucedido con éxito de la mano de Lenin y Trosky en Rusia desde
1917, o el frustrado intento en Alemania de Rosa Luxemburgo, en 1920. El
gobierno americano encarceló y deportó a militantes de izquierda y sindicalistas,
desatándose una ola de xenofobia y nacionalismo.
Pero la pequeña crisis finalizó en Estados Unidos hacia 1921. Su economía
altamente competitiva, productora de materias primas y bienes industrializados,
sumado a la introducción de nuevos métodos de producción, facilitó el despegue
económico.
Desde entonces, si a lo largo de la década del 20´, el incremento de los
volúmenes de cosecha mundiales conllevó a una crisis de sobreproducción, que
repercutió en la baja de los precios internacionales de las materias primas,
afectando al agro americano; en Estados Unidos el boom de su producción
industrial permitió la reducción de las tasas de desempleo por lo menos hasta
1928, contrariamente a lo que sucedía en Europa. Es más, entre 1921 y 1929,
duplicó su producción industrial, llegando a abarcar hasta el 44 por ciento de la
producción mundial.
En este contexto de auge económico, el Estado se abstuvo de intervenir en
la economía, siguiendo la premisa tradicional del liberalismo clásico; los gobiernos
republicanos de Harding, Coolidge y Hoover favorecieron a los sectores
empresarios con políticas impositivas regresivas, un bajo gasto público que motivó
leves presiones fiscales, e incluso rebajas de impuestos.
Paralelamente, las fusiones empresariales crearon grandes corporaciones,
mientras que unos 250 bancos, el 1 por ciento del total, manejaban más de la
mitad de los capitales. El impresionante desarrollo industrial se manifestó en la

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producción de bienes durables (lavarropas, heladeras, radios, automóviles, etc.)
La industria automotriz y la construcción fueron los pilares del auge. La población
rural se desplazó hacia las grandes ciudades, generando migraciones internas
durante toda la década e impulsando la urbanización a un ritmo extremadamente
rápido. Los medios de comunicación se modernizaron y diversificaron, aportando
una de las claves del boom productivo por el lado de la demanda: incentivaron el
consumo por medio de las técnicas modernas de publicidad, fundamentalmente a
través de la radio y la prensa escrita. Novedosos sistemas de créditos al consumo
surgieron también en estos años, los que permitieron el incremento de la demanda
de sectores que, por su poder adquisitivo, se encontraban hasta entonces al
margen del consumo de estos nuevos productos.
Ahora bien. Fundamentalmente también este auge de la productividad, 1 en
la industria americana se debió a la generalización de dos nuevas formas de
organización del trabajo: el taylorismo y el fordismo.

b. Taylorismo y Fordismo.

Los intentos de organizar el trabajo en Estados Unidos databan del siglo anterior.
Durante el siglo XIX, el mercado de trabajo había sufrido grandes
transformaciones. En la mayor parte de este período, una notable escasez de
obreros calificados mantenía sus sueldos muy altos, impidiendo que los
capitalistas pudieran imponer sus condiciones en las relaciones laborales. La
continua falta de mano de obra convertía al obrero de oficio en un obstáculo para
el desarrollo industrial. Los obreros americanos calificados estaban organizados
en una fuerte asociación sindical, la AFL (American Federation of Labor), donde se
gestionaba su relación con la patronal.

1
La productividad es una relación entre las cantidades de producción de un determinado bien y las unidades
de tiempo necesario para producirlo (a mayor volumen de producción por unidad de tiempo, mayor es la
productividad) La productividad puede incrementarse por ejemplo, por innovaciones tecnológicas, por una
nueva organización del trabajo, etc.

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Pero, ya hacia 1850 los industriales desarrollaron en Estados Unidos
estrategias de lucha contra estos obreros calificados. Básicamente, la práctica
pretaylorista contra el oficio se basaba en la introducción de maquinaria en el
proceso de trabajo. Así, los empresarios no sólo buscaron reducir los costos de
producción al reemplazar el trabajo calificado, sino también aumentar el ritmo de
trabajo al estandarizar el movimiento del trabajador, y, sobretodo restar poder de
negociación a las organizaciones obreras al mismo tiempo que luchar contra la
insubordinación y la indisciplina en las fábricas.
Sin embargo, a lo largo del siglo XIX, dos grandes oleadas de inmigrantes
llegaron a Estados Unidos, modificando sensiblemente la estructura de la clase
obrera original. Hasta 1860, arribaron cinco millones de personas procedentes del
norte y el oeste de Europa; mientras que, entre 1870 y 1915, otros quince millones
llegaron provenientes del sur y del este del viejo continente. En su gran mayoría,
eran trabajadores carentes de especialización, sin experiencia ni relación con la
actividad industrial. Se consolidó así en Estados Unidos un extraordinario ejército
de reserva de mano de obra, fundamental para la gran etapa de acumulación de
capitales que se iniciaba.
En este contexto de cambio, donde la composición del mercado de trabajo
quedaba ahora integrada por un sector minoritario de obreros calificados y una
gran masa de trabajadores sin especialización, el taylorismo fue una nueva forma
de organización del trabajo altamente innovadora.
A comienzos del siglo XX, Frederick Taylor buscó racionalizar la producción
industrial, por medio de la separación entre los diseñadores y organizadores por
un lado (técnicos e ingenieros) y los ejecutantes por otro (trabajadores manuales y
obreros) Sistematizó el trabajo obrero por medio del traslado a la gerencia de la
empresa del conocimiento tradicional que poseían estos trabajadores calificados.
Ahora la gerencia concentraba el monopolio del control del proceso de trabajo,
quedando el obrero exento de decidir respecto de la producción. De esta forma, se
alcanzaba uno de los objetivos fundamentales de la nueva forma de organización
laboral: la descomposición del trabajo obrero en sus partes más elementales,

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permitiendo que el empresario se apropie de él para fijar las normas del proceso
industrial.
Pero la innovación fundamental de este método, conocido como scientific
management, radicó en la introducción del cronómetro en el proceso de trabajo.
Taylor subdividió la tarea laboral en la empresa en etapas, buscando no sólo una
mayor especialización de los obreros sino fundamentalmente reducir los tiempos
muertos del proceso productivo. 2 Los trabajadores ahora debían trabajar conforme
a los ritmos impuestos por el cronómetro, debiendo incrementar su esfuerzo en la
misma jornada de trabajo. Las tareas asignadas desde la gerencia eran muy
simples para los obreros, dado que ahora toda la labor intelectual ya no estaba en
sus manos sino en los departamentos de planeamiento y diseño de la empresa. Al
obrero entonces no sólo se le quitaba el control sobre las herramientas, sino,
sobre todo, su dominio sobre el trabajo, al imponerse una separación entre
pensamiento y ejecución. La simplificación de las tareas dentro del taller posibilitó
que se incorporaran en masa los inmigrantes al proceso productivo. Ya no se
necesitaron obreros calificados, simplemente eran sustituidos por trabajadores no
especializados, los unskilled. De esta forma, se abarató notablemente el costo de
producción. Pero, fundamentalmente, Taylor pudo efectivizar la incorporación de
obreros no calificados que permitió una notable modificación de la composición del
trabajo, pues los más calificados y con tradición sindical quedaron ahora cada vez
más al margen del proceso productivo.
La segunda gran innovación en la organización del trabajo fabril fue
implementada por Henry Ford en 1918, apenas unos años después de Taylor.
Ford incorporó en sus fábricas la línea de montaje o cinta sin fin (rápida,
incansable y continua) Esta innovación inauguró la era del despotismo de la
máquina sobre el trabajo humano. El trabajador recibía la pieza central por medio
de la cinta, y procedía a fijarle otra, completándose el montaje sucesivamente con
otros trabajadores a su lado. El producto terminado aparecía al final de la línea.
Esta línea de montaje disciplinaba enormemente los ritmos y modos del
trabajo obrero. Su principio rector era el agregado de piezas sucesivas a una

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velocidad específicamente predeterminada por la empresa. El trabajo en la fábrica
quedaba organizado en torno a este transportador de cinta. Así, se imponía la
despersonalización del trabajo, donde la tecnología sustituía al antiguo capataz.
Era la nueva fábrica racionalizada. El trabajador debía moverse rápidamente
siguiendo el ritmo impuesto por la cinta, con movimientos que se tornaban
irremediablemente repetitivos y rutinarios, eliminando todo movimiento ajeno a la
actividad específica asignada. Así, se incrementaba notablemente la productividad
del trabajo obrero, puesto que se eliminaban considerablemente los "tiempos
muertos”.
Una de las principales consecuencias de esta nueva forma de organización
del trabajo fue la producción masiva de unidades de producción estandarizadas, al
permitirse un flujo continuo de producción. Todas las piezas fabricadas eran
idénticas entre sí (producción en serie)
Ahora bien, al incentivar la producción en masa de los productos y al no
incrementarse en la misma medida la demanda, Ford encontraba un difícil
problema para resolver: la posibilidad de acumular stocks invendibles. Por ende,
introdujo respecto de los salarios de los trabajadores de sus empresas una
innovación absolutamente original: el five dollars day. Así elevó cinco dólares
diarios al jornal del obrero, por encima del precio del mercado. Conseguía, por un
lado, no sólo garantizar una provisión continua de mano de obra trabajadora a sus
fábricas, sino también propiciar la desindicalización de sus obreros buscando
disciplinarlos para evitar el ausentismo, soportar las condiciones extenuantes de la
jornada laboral, y contribuir al ahorro personal. Pero, sobre todo, el incremento
salarial evitaba la crisis de sobreproducción, al incrementar el consumo productivo,
masificando la demanda de los productos de sus empresas.
Pero, como la introducción del fordismo deparaba la necesidad de sostener
en forma continua la demanda, sin perjuicio del five dollars day, el consumo en los
años 20´ era impulsado también por el desarrollo del crédito y la publicidad. El uso
de créditos se generalizó en Estados Unidos para comprar los artículos más
variados, especialmente, electrodomésticos y automóviles. Paralelamente, la

2. Los “tiempos muertos” son los momentos de la jornada laboral donde el trabajador no está efectivamente

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introducción de la publicidad buscaba diferenciar productos y crear en el mercado
necesidades cada vez más amplias.
En síntesis. Aunque todavía persistían las formas de organización de
manufacturas tradicionales en ciertos sectores, los modelos taylorista y fordista se
hicieron cada vez más hegemónicos entre las empresas americanas durante toda
la década del 20´, sufriendo la economía en su conjunto una transformación
sustancial. Ahora se imponía una forma moderna de acumulación de capital,
basada en la producción en masa y el consumo masivo creciente. Estados Unidos,
de la mano del sector automotriz como eje del dinamismo económico, emergía
como la primera sociedad de consumo de masas, donde la innovación
tecnológica, la creciente debilidad de las asociaciones sindicales, las fusiones de
empresas y el relativamente débil sistema impositivo, facilitaron el incremento de
la productividad industrial. La estandarización de las mercancías, sin embargo, fue
una debilidad del sistema fordista, al no introducir mecanismos de diferenciación
de los productos lanzados al mercado (lo cual, como veremos, será uno de los
ejes más importantes del sistema japonés)

c. La crisis de 1929.

El auge económico industrial de Estados Unidos escondía en los años 20´,


sin embargo, muchas debilidades. La creciente productividad del sistema no pudo
ser compensado por la demanda efectiva, posibilitándose así una situación de
sobreproducción.
La contracción del mercado internacional y el incremento de la producción
mundial tras la gran guerra, produjo una baja de los precios internacionales de las
materias primas. En Estados Unidos consecuentemente, se generalizó la caída de
las exportaciones y la consecuente acumulación de stocks invendibles, lo cual
devino en una crisis en el campo. Muchos agricultores y tamberos no pudieron

realizando tareas productivas.

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seguir invirtiendo y comenzaron a acumular deudas hipotecarias en un contexto de
caída del precio de la tierra.
Desde el punto de vista fiscal, las políticas de los gobiernos republicanos
eran regresivas, manteniendo el gasto público muy bajo. Esta leve presión del
fisco se traducía en la posibilidad de mayores excedentes para los empresarios,
quienes los destinaban a inversiones productivas pero también a especulación.
Más aún, los sectores medios y hasta asalariados pudieron acceder al
mercado de valores, generalizándose entonces la compra a crédito de acciones a
través de la suscripción de garantías hipotecarias.
Los elevados beneficios de las grandes empresas producto de la gran
expansión económica de los años 20´, sirvieron para financiar la mayor parte de
los fondos especulativos.
En esta línea, a partir de 1928, estalló una verdadera fiebre, pues a la
especulación de los grandes inversores se sumó la de los fondos de inversión,
conformados por miríadas de pequeños ahorristas que invertían su dinero en
títulos y acciones. Los movimientos especulativos se generalizaron, no sólo en
inversiones financieras, sino también a operaciones con viviendas y otros rubros.
Así, aún cuando las cotizaciones de la Bolsa de Wall Street acompañaron el
período de auge, a lo largo de la década crecientemente dejaron de reflejar la
marcha de la economía real.
Entonces, hacia julio de 1929, el sistema económico comenzó a dar señales
de agotamiento.
La crisis agrícola, la desaceleración del ritmo de construcción y la caída de
la producción en el sector industrial –especialmente automotriz- fueron los
principales síntomas. El mercado de Wall Street parecía ajeno a estos signos y
continuaba operando casi fuera de control. El 23 de octubre de 1929, lo que había
comenzado con un pequeño rumor apenas unos días antes, se tradujo en el crac
de la Bolsa: la confianza –base del sistema de especulación- se derrumbó ante la
quiebra fraudulenta de una gran empresa londinense de productos fotográficos
con intereses en máquinas tragamonedas y servicios financieros. Entonces, la ola
de pánico se extendió rápidamente y la cotización de las acciones cayó en forma

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extraordinaria. Pero, al desprenderse de sus títulos, los inversores contribuyeron
también al derrumbe general de las cotizaciones. Muchos ahorristas se
apresuraron a retirar su dinero de los bancos, propiciando aún más el desplome
financiero.
Así, la desinversión se generalizó en el sector industrial y ochenta mil
empresas y cuatro mil bancos quebraron en los inmediatos años siguientes. La
economía de Estados Unidos ingresaba en una inédita Gran Depresión.

d. La Gran Depresión hasta la II Guerra Mundial.

La profundidad de la crisis desatada en 1929 era desconocida en la historia


económica de Estados Unidos. La producción y el comercio exterior colapsaron, al
mismo tiempo que se incrementaban las quiebras de empresas y por ende, la
desocupación. Hacia 1933, el porcentaje de desempleados alcanzó el 25 por
ciento, unos 15 millones de desocupados. Peor aún. Como muchos obreros no
pudieron seguir cancelando los créditos hipotecarios que habían contraído en los
años 20´, al ser desalojados, incrementaron el número de personas que vivían en
las calles. Entonces el conflicto social se acentuó en algunos sectores ante los
reclamos de estos trabajadores despedidos. En 1932, la empresa Ford dejó sin
empleo al 75 por ciento de sus obreros. La protesta fue duramente reprimida por la
policía con un saldo de cuatro muertos.
En el sector industrial, los sectores más afectados fueron especialmente las
empresas de producción de bienes de consumo durable y la industria pesada. La
producción se redujo entre un 30 y un 50 por ciento, mientras que los precios de
los bienes durables se redujeron casi un 20. En el campo, los precios agrícolas
cayeron todavía más, en el orden de un 60 por ciento. La contracción del sector
rural de la economía americana, afectaba a buena parte de la población, que por
esos años aún representaba un 20 por ciento del total.
Así, entre 1929 y 1932, Estados Unidos, en tanto primera potencia
económica mundial, arrastró en su caída consigo a buena parte de todos aquellos

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países que integraban el capitalismo occidental. La Gran Depresión adquirió una
escala internacional.
La contracción de la economía americana conllevó a que el comercio
mundial se redujera casi un 40 por ciento. El volumen del comercio internacional
cayó en un tercio y su valor en un 60 por ciento. Más aún. Ante la crisis económica
originada en Estados Unidos, muchos inversores americanos repatriaron sus
capitales de Europa, para poder afrontar sus pérdidas. Pero esto generó la
bancarrota del sistema de pagos internacional. La reducción de los préstamos
americanos a los países deudores generalizó la crisis financiera a nivel
internacional.
También se frenaron bruscamente buena parte de los intercambios
comerciales. En 1932 el valor del comercio mundial era de un 35 por ciento menor
con relación a 1929. Se redujeron los precios internacionales de las mercancías
ante la contracción de la demanda. En los países con preponderancia de
actividades agrícolas, especialmente los de Europa Oriental, la crisis sacudió con
fuerza a sus economías, ante la caída general de los precios de las materias
primas. En estos casos, las rentas cayeron casi el 50 por ciento. Pero también la
caída de la producción industrial afectó a los países más importantes de Europa
occidental, fundamentalmente a Gran Bretaña, Alemania, Francia e Italia. Hacia
1932, el índice de producción industrial había caído entre un 20 y un 55 por ciento.
Al principio de la crisis, la mayoría de los países acudieron presurosos a
utilizar sus reservas monetarias. Pero, cuando estas se agotaron, muchas
empresas fueron a la quiebra al disminuir la inversión y la actividad económica
general. Al igual que sucedía en Estados Unidos, millones de trabajadores
perdieron así sus empleos en el viejo continente. En Alemania, los desocupados
en 1933 eran casi 6 millones. Las pérdidas masivas de empleos en Europa
occidental fomentaron aún más el deterioro económico, especialmente de los
mercados internos al contraerse la demanda bruscamente.
En este contexto, al profundizarse la Gran Depresión, los gobiernos de la
mayoría de los países comenzaron a sostener sus economías interviniendo con
regulaciones y medidas diversas.

17
El proteccionismo se generalizó, con medidas que incluyeron cuotas de
importación y subas de aranceles, a fin de proteger las golpeadas economías
nacionales. Veintitrés países subieron directamente sus aranceles a nivel general,
mientras que cincuenta países incrementaron los derechos aduaneros en sectores
particulares. Paralelamente, las políticas devaluacionistas y la manipulación de la
moneda por medio del control de cambios también se hicieron corrientes para
impulsar las exportaciones. Así, el sistema monetario basado en el patrón oro se
derrumbó, desapareciendo el intercambio multilateral de los años 20´ y
generalizándose las políticas económicas nacionalistas. Además muchos países
comenzaron a tener severos problemas de endeudamiento, al quedar impedidos
de cumplir con sus obligaciones contraídas durante la década anterior. En un
esfuerzo último por sostener sus precarios sistemas financieros y monetarios,
algunos directamente anularon sus deudas, suspendieron los pagos de intereses o
congelaron sus obligaciones de corto plazo. Hacia 1932, diecisiete países
declararon la moratoria de sus deudas públicas y otros siete de sus deudas
privadas.
Pero, todas estas restricciones monetarias, fiscales, medidas arancelarias y
devaluaciones desataron paradójicamente una presión aún mayor sobre el
precario equilibrio de relaciones económicas internacionales. La Gran Depresión
se generalizaba en la gran mayoría de los países de Occidente.
El presidente de Estados Unidos desde 1932 Franklin Roosvelt, implementó
un programa económico en dos etapas (1932-1935; 1936-1941), llamado nuevo
trato o New Deal, basado fundamentalmente en una fuerte intervención del Estado
en la economía. Aunque fuertemente atacado por los liberales ortodoxos que se
oponían a sus medidas “socialistas”, el punto central de su plan de acción era un
amplio plan de obras públicas para recuperar los niveles de empleo y la creación
de fondos especiales para la asistencia de los desocupados. Con ello buscaba un
doble objetivo económico y social. Por un lado, Roosvelt aliviaba la emergencia
causada por los millones de desempleados; por el otro incentivaba la demanda por
medio de la recuperación del nivel adquisitivo de la población al multiplicar el
número de trabajadores asalariados. Paralelamente, el gobierno fijó los precios y

18
las cuotas de producción industrial, y convocó a las más poderosas corporaciones
del país a un acuerdo general. En el sector agrícola, implementó también las
cuotas de producción y subsidios, buscando planificar parcialmente la producción
a cambio del apoyo estatal. Asimismo, se lanzó un programa de ayuda financiera
federal para garantizar los depósitos bancarios, hipotecas sobre las explotaciones
agrícolas y la construcción de viviendas. A tal fin, se controló severamente el
sistema bancario y la bolsa de valores, atacando la médula del sistema de
especulación bursátil: se establecieron los encajes bancarios y la prohibición de la
compra de acciones sobre la base de la ganancia esperada. A partir de 1935, el
énfasis se trasladó al intento de regular las relaciones laborales, marcando una
ruptura total con el liberalismo clásico del lassez- faire. En el plano fiscal, se
implementó un impuesto a la riqueza, generando gran oposición en los sectores
conservadores.
En este contexto, desde el punto de vista teórico, fue el economista inglés
John Keynes quien argumentó que la teoría económica liberal clásica, que dejaba
al libre arbitrio de la ley de oferta y demanda a los actores sociales y negaba toda
posibilidad de intervención al Estado en la coyuntura económica de crisis, no
estaba en condiciones de dar respuesta a la Gran Depresión. Era claro para
Keynes que el mercado era incapaz de recuperar el equilibrio en forma automática
como sostenía la ortodoxia económica. De ahí que propusiera abandonar el
laissez-faire, y, como medidas transitorias y provisionales hasta que finalizara la
crisis, que el Estado se transforme en el nuevo motor de la economía, por medio
de amplias políticas de inversión pública y acción social, a fin de restablecer la
demanda por medio de la generación de empleo. En 1936 sus ideas se plasmaron
en un libro cuyo título era Teoría General de la ocupación, el interés y el dinero.
Allí el gasto público deficitario, la redistribución del ingreso y las facilidades
monetarias se transformaban en los tres pilares de su plan de acción.
En Europa, al igual que en Estados Unidos, el abandono de las ideas del
liberalismo clásico también se generalizó, aunque con profundos matices según
cada país.

19
El gobierno inglés implementó una política económica que poco se alejó de
los postulados tradicionales ortodoxos. El Estado no intervino sino indirectamente
en la economía, sin articular ningún plan de obras públicas. Por el contrario, el
gasto público se recortó severamente, a fin evitar el déficit de las cuentas del
Estado. La recuperación del mercado interno, eje de la aspiración de crecimiento
por el gobierno, se tradujo en protección y controles al comercio, planes de
créditos baratos para la reconstrucción industrial y la promoción de la construcción
de viviendas y un plan de devaluaciones y abandono del patrón oro para promover
las exportaciones. Además, se refugió en el mercado que ofrecía el Imperio
británico. Así al recuperarse las exportaciones y el mercado interno, Gran Bretaña
durante los años 30´, consiguió recuperar los índices macroeconómicos
fundamentales, aunque el desempleo se mantuvo alto durante toda la década.
La economía de Francia se estancó durante todo el período posterior a
1929, contrastando con el notable auge de los años 20´. Sus reservas de divisas
le permitieron sobrellevar por algún tiempo la Gran Depresión, sin abandonar el
patrón oro. Pero, para mantener los costos en un marco de la devaluación general
de las monedas a escala internacional, el gobierno implementó fuertes medidas
deflacionistas. Los salarios cayeron el 12 por ciento, mientras que se redujo
considerablemente el gasto público y se impusieron grandes restricciones al
intercambio comercial. Hacia 1936 el resultado de esta política era poco alentador.
Por el contrario, los índices de producción y empleo continuaban cayendo,
contrayéndose la demanda en el mercado interno. El nuevo gobierno de izquierda
de León Blum, intentó a partir de 1937 aplicar políticas más activas: un programa
de obras públicas, el abandono del patrón oro y aumento de los salarios. Pero la
economía francesa no saldría de la crisis sino hasta el inicio de la II Guerra
Mundial.
En el caso de Alemania, como hemos mencionado, la economía sufrió un
gran impacto con la Gran Depresión. Pero, a partir de 1933, el gobierno nazi de
Adolfo Hitler adoptó un plan económico con un alto grado de intervencionismo
estatal. La economía, en el marco del capitalismo y sin expropiación de la
propiedad privada, pasó a estar no obstante fuertemente planificada. El control

20
estricto del comercio exterior (bajando las importaciones no esenciales y
estimulando las exportaciones con subsidios), el mantenimiento de los salarios y
los precios, pero, sobre todo, un programa masivo de obras públicas ayudaron a
bajar rápidamente los índices de desempleo (del 44 por ciento en 1932 a menos
del 1 por ciento en 1938) Ya desde noviembre de 1934 la producción industrial se
reorientó hacia el rearme. Para 1939, el gasto militar era del 23 por ciento de la
renta nacional. Para aumentar el gasto estatal, el gobierno implementó medidas
de fuerte restricción de la inversión privada, especialmente de la industria de
bienes de consumo durables. El ahorro forzoso y la suba de impuestos ayudaron
asimismo para frenar la demanda de los consumidores privados. El consumo
privado cayó en proporción a la renta nacional del 72 al 54 por ciento entre 1929 y
1939. Así, fundamentalmente el gasto público se financió con endeudamiento y
sobre todo con la fuerte presión fiscal.
Al final de la década, aún la recuperación de la mayoría de las economías
era incompleta, siendo visible especialmente, con excepción de Alemania, en los
todavía muy altos niveles de desempleo. Si fueron las políticas keynesianas
exitosas para salir de la Gran Depresión o si, por el contrario, las economías
occidentales se recuperaron ante la necesidad de rearmar a los países por la
inminencia de una nueva guerra mundial, sigue siendo materia de debate actual.
Lo cierto es que para 1939, al comenzar la II Guerra Mundial, ya se producía la
recuperación general de las economías del capitalismo occidental.

e. Argentina: del Modelo Agroexportador


a la Industrialización por Sustitución de Importaciones.

Durante el siglo XIX, América Latina se convirtió en uno de los mercados


más importantes de provisión de materias primas y de consumo de productos
manufacturados de la economía inglesa. La participación de esta región en el
comercio exterior británico nunca decayó por debajo del 10 por ciento desde 1840.
Hacia 1913, Gran Bretaña tenía invertidos en Latinoamérica el 25 por ciento de

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sus inversiones en el exterior. Argentina – considerada en conjunto con Chile y
Brasil- apenas un año antes del comienzo de la Gran Guerra participaba en el 72
por ciento del comercio inglés y concentraba el 67,3 por ciento de sus inversiones.
Así, nuestro país se había insertado perfectamente dentro del esquema de
división internacional del trabajo, como productor y exportador de productos
primarios (especialmente cereales y carnes) y, paralelamente, como consumidor e
importador de bienes manufacturados y capitales (ferrocarriles, bancos, seguros)
Su mercado de trabajo se constituyó entre 1860 y 1914 con migraciones masivas
de trabajadores urbanos y rurales procedentes de Europa, promovidas por el
gobierno argentino, que motivó un incremento muy acentuado de la población. De
unos 3 millones de personas que habitaban el país hacia 1885/89, en 1910/14 se
había pasado a casi 7.3 millones. Paralelamente, el mercado de capitales se
configuró con los préstamos, inversiones y créditos suministrados por Inglaterra, a
través de sus bancos. El mercado de tierras, por su parte, se afianzó con la
expansión de la frontera agrícola desde 1879, cuando el ejército nacional expulsó
a los indígenas de sus tierras en la llamada “Conquista del Desierto”. Así, se
generaron todas las condiciones de posibilidad para un fuerte auge económico
basado en la exportación de materias primas a mercados ultramarinos,
especialmente a Gran Bretaña. La exportación de cereales pasó de 389 millones
de toneladas en 1885/89 a 5294 millones en 1910/14.
En este contexto, eran los capitalistas ingleses los que controlaban el
sistema de transportes de materias primas en nuestro país. La producción de las
economías regionales llegaba al puerto por medio del amplio sistema de redes
ferroviarias trazado y financiado por los ingleses. La red férrea pasó de 249
kilómetros en 1865, a 35000 en 1914. Desde el puerto de Buenos Aires, inmerso
en una ciudad en continua expansión (ambos igualmente construidos con
capitales ingleses) las materias primas se embarcaban en barcos mercantes y
frigoríficos, de capital también británico. Esta hegemonía inglesa en la economía
argentina se basaba en el sistema de alianzas políticas con la elite terrateniente
local, fundamentalmente, los de la fértil Pampa Húmeda nucleados en la Sociedad
Rural Argentina (SRA)

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A partir de la I Guerra Mundial, sin embargo, esta relación bilateral se
transformará cada vez más en una de tipo trilateral, pues el conflicto bélico
internacional afectó el intercambio comercial, y entonces también el de Gran
Bretaña y Argentina. Ahora nuestro país comenzó incipientemente a desarrollar
industrias livianas, textiles y alimenticias, ante la imposibilidad de Inglaterra, en el
contexto de financiar su esfuerzo de guerra, de proveer manufacturas a la
Argentina. Pero, al finalizar la Gran Guerra, la economía inglesa volverá a proveer
de productos industriales a Argentina, afectando la aún débil infraestructura
industrial local.
En este contexto, comenzará la penetración de los productos de Estados
Unidos en la economía Argentina, compitiendo con Inglaterra por el mercado de
nuestro país. Se producirá así, durante los años 20´, un “comercio triangular” entre
Gran Bretaña, Argentina y Estados Unidos.
Durante esta década, Estados Unidos fomentó abiertamente sus
exportaciones hacia la Argentina, incrementándolas en un 124,5 por ciento entre
1913 y 1927. Asimismo, invirtió en varios sectores de nuestra economía (petróleo,
frigoríficos) y promovió las exportaciones de vehículos, automotores y maquinarias
agrícolas (en 1922 se radicará Ford Motors y en 1925 General Motors). Los
capitalistas americanos también adquirieron firmas ya existentes, comprando
acciones de compañías ferroviarias, bancos y de servicios eléctricos y telefónicos.
Paralelamente, el comercio tradicional de Argentina con Gran Bretaña se
mantenía, mientras tanto, sobre la base de exportación de materias primas a
cambio de importaciones de productos manufacturados y capitales. Pero el saldo
comercial en este intercambio, que para Argentina era superavitario hacia fin de la
década, contrastaba notablemente con el mercado de Estados Unidos, donde se
mantenía un déficit constante. Sucedía que la economía norteamericana era
autosuficiente no sólo en materia industrial sino también en la producción de
materias primas y, además, su mercado estaba fuertemente protegido por altas
tarifas aduaneras. Así, no dependía de las importaciones de alimentos para
abastecer su mercado local. En este contexto entonces, Argentina utilizaba el

23
saldo positivo de su balanza comercial con Inglaterra para financiar su déficit con
Estados Unidos.
Al mismo tiempo, estos últimos invertían fuertemente en la economía
inglesa, vendiéndole numerosos productos industriales y convirtiéndose en su
principal acreedor financiero.
La preocupación de los gobiernos ingleses por la creciente competencia de
los norteamericanos en la economía argentina, llevó a la firma del tratado
D´Avernon con nuestro país, en setiembre de 1929. Argentina e Inglaterra se
proveían una línea de créditos para comprarse mutuamente material ferroviario y
manufacturas a cambio de cereales y carnes. Pero el gobierno argentino nunca
ratificó el tratado, pues al año siguiente, cuando en el Congreso se discutía su
aprobación, se produjo el golpe de 1930 contra el gobierno de Yrigoyen.
Sin perjuicio de todos estos cambios, ha sido la crisis de 1929 y, sobre todo,
la Gran Depresión durante la década del 30´, los que fueron quebrando
paulatinamente el Modelo Agroexportador y promovieron un cambio hacia el
modelo de Industrialización por Sustitución de Importaciones.
Gran Bretaña, golpeada por la caída general del comercio y la producción
internacional, promovió una política de preferencia imperial para su intercambio
comercial. A partir de 1932, en la conferencia de Ottawa dispuso que solamente
exportaría e importaría productos manufacturados y materias primas a las colonias
de su imperio, subiendo los aranceles de protección con relación a todos los
países que no integraran la comunidad británica de naciones. Esto llevó a febriles
negociaciones del gobierno argentino, que se veía ahora marginado del mercado
inglés, amenazando en respuesta con dejar de pagar su deuda externa a
Inglaterra. En 1933, ambos países acordaron un tratado (recordado como Roca-
Runciman por el nombre de los funcionarios que lo signaron en representación de
cada país) Mientras Inglaterra se comprometió a seguir importando las materias
primas desde Argentina –fundamentalmente la carne congelada-, nuestro país se
obligaba a comprar productos manufacturados y saldar, en tiempo y forma, los
intereses de su deuda externa. El gobierno argentino buscaba de esta manera,
casi desesperadamente, mantener los intereses del sector ganadero y al mismo

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tiempo, sostener un modelo agroexportador en un marco internacional que había
cambiado profundamente con relación a los años 20´.
Sin embargo, a medida que avanzó la década del 30´, los gobiernos de
Justo, y especialmente de Ortiz y su reemplazante Castillo, elegidos por medio de
manipulaciones electorales y elecciones fraudulentas, irán paulatinamente
promoviendo un proceso de industrialización por sustitución de importaciones.
Ahora el elemento dinámico de la expansión económica se buscó en la producción
industrial en lugar de la actividad agrícologanadera tradicional.
Sucedía que el contexto internacional había cambiado derrumbándose la
antigua división internacional del trabajo. A partir de 1930, las dificultades del
comercio internacional generaban, por un lado, la imposibilidad de los países
industriales de mantener el volumen de sus exportaciones manufactureras y de
ahí que, por ende, redujeran también sus importaciones para mantener su balanza
de pagos. Por otro lado, los países periféricos, tenían serios inconvenientes para
mantener exportaciones de materias primas en los mismos niveles tradicionales y
entonces, tampoco podían sostener la importación de productos terminados. En el
caso argentino, el país comenzó a sufrir una severa escasez de divisas, lo cual
redundará, a su vez, en su incapacidad de mantener las importaciones de bienes
industriales. De ahí que el gobierno de Justo promoviera el acuerdo Roca-
Runciman.
Pero, al mismo tiempo, la imposibilidad de importar los mismos volúmenes
de productos manufacturados que antes de la Crisis de 1929, llevó a la expansión
del sector industrial en Argentina. A las tradicionales producciones textiles y de
alimentos, se sumó ahora la industria mecánica y la química. Esta industrialización
moderada sustituyó las importaciones para el mercado interno y evitó la salida de
divisas. Vale precisar no obstante, que los industriales de principios de los años
30´ en Argentina no configuraron una alternativa al poder hegemónico del sector
agrario. Esta industrialización sustitutiva, aún no alteró demasiado, en esos
primeros años, la estructura económica basada en el modelo agroexportador.
Sucedía que, entre 1933 y 1943 la conducción económica del país estaba
en manos del ministro Federico Pinedo, quien promoverá una nueva formulación

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económica. Al mismo tiempo que intentará preservar el mercado inglés tradicional
para la exportación de materias primas, Pinedo buscó estimular el desarrollo
industrial local, básicamente a partir del aporte de capitales extranjeros. Sin
embargo, la industria era y debía ser un apéndice de la actividad económica
fundamental: la producción de materias primas para la exportación seguía siendo
el pilar de su modelo económico. Así se promovía desde el gobierno una nueva
alianza, basada en los intereses tradicionales de la Sociedad Rural y la promoción
de un nuevo sector vinculado con la actividad industrial.
En el marco de estas políticas, hacia fines de la década del 30´, ya se había
gestado entonces un proceso de diferenciación de la burguesía industrial local. A
las empresas tradicionales se sumaron las empresas extranjeras – especialmente
provenientes de Estados Unidos-, caracterizadas por su gran respaldo financiero.
Estas se concentraron especialmente en la producción de caucho, automóviles,
hierro y acero, y promovieron alianzas con industrias de capital nacional. Así, para
1939, la elite económica dirigente se integraba en la oligarquía terrateniente
tradicional, la burguesía nacional nucleada en la Unión Industrial Argentina (UIA) –
con o sin asociación al capital extranjero- y las expresas extranjeras.
Fue el inicio de la II Guerra Mundial a partir de 1939, que aceleró las
tentativas industrialistas en nuestro país promoviendo finalmente el agotamiento
de la hegemonía del Modelo Agroexportador tradicional.
En el contexto de fuerte debate entre aliadófilos y germánofilos para inclinar
nuestro apoyo a uno u otro bando en el conflicto, y mientras Argentina oficialmente
se mantenía neutral, los militares más nacionalistas comenzaron a enarbolar la
doctrina de la “Defensa Nacional”. Argumentaban que era absolutamente
necesario, en el contexto de la nueva guerra mundial, industrializar al país sobre la
base del desarrollo de una industria pesada, garantizar el abastecimiento local y
cerrar el mercado exterior, a fin de asegurar la soberanía e independencia en el
supuesto de tener que ingresar al conflicto. Esta postura, convergió naturalmente
con las propuestas industrialistas que defendía desde hacía años la UIA, y con las
ideas de los intelectuales más nacionalistas. Pero Pinedo mantenía aún en 1940,

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su postura tradicional de subsumir el desarrollo industrial a la preeminencia de la
actividad agricóloganadera de exportación.
El golpe militar de 1943, promovido entre otros sectores por el GOU (Grupo
de Oficiales Unidos) del ejército, desplazó entonces a la vieja oligarquía
terrateniente del poder y posibilitó la consolidación del nuevo modelo de
acumulación basado en la actividad industrial, poniendo fin a la hegemonía del
modelo agroexportador.
Los años de la guerra verán surgir entonces un aparato productivo industrial
en manos del Estado (Fabricaciones militares –1941-; Altos Hornos Zapla –1945-),
la expansión de sectores industriales ya existentes para la producción de tractores
motocicletas y automóviles (Fábrica Militar de Córdoba - IAME), y también el
surgimiento y consolidación de una gran cantidad de pequeñas y medianas
industrias vinculadas a la producción de alimentos y textiles. Todas orientaron su
producción para satisfacer la demanda del mercado interno, aunque, algunas
consiguieron durante esos años exportar parte de sus productos entre los países
vecinos. Con esta industrialización, se recuperaron los niveles de empleo. La
población ocupada en la industria se duplicó entre 1935 y 1946, pasando ese año
a emplear 1 millón de personas.

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