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Carlos María B)ROCCO La propiedad de la tierra en la campaña bonaerense durante el


período colonial. Un estudio de caso: Areco, 1690-1 en Cuadernos de Trabajo N° 18
Universidad Nacional de Luján, 2000

LA PROPIEDAD DE LA TIERRA EN LA CAMPAÑA BONAERENSE


DURANTE EL PERÍODO COLONIAL.
UN ESTUDIO DE CASO: ARECO, 1690-1789.

Carlos María Birocco

En los últimos años, la problemática de la propiedad de la tierra en la campaña bonae-


rense colonial ha concitado el interés de la historiografía, deseosa en algunos casos de
revisar conceptos como el de latifundio o de afirmarse en ellos, e interesada en otros
por determinar cual era la carga ganadera que podía sostener un establecimiento
productivo. El interés por esta temática ha conducido, lógicamente, a una primera
mensuración del fenómeno, estableciendo frecuencias que iban desde el minifundio
hasta la gran propiedad, a partir de lo cual se han localizado zonas de ocupación más
reciente donde predominaban los dominios de gran extensión o, por el contrario, zo-
nas de antigua ocupación en que, tras muchas décadas de particiones hereditarias, se
hicieron habituales las explotaciones de pequeñas dimensiones.1
Lo interesante es recalcar que, más allá de esta disposición de la historiografía re-
ciente a explicar la distribución de la tierra en el hinterland de Buenos Aires, ya exis-
tían hace dos siglos criterios bastante definidos que permitían distinguir cuando una
finca era lo suficientemente extensa como para constituirse en una explotación agro-
pecuaria rentable. Como es lógico, dichos criterios no eran uniformes sino que se pre-
sentan como socialmente diferenciados. Por un lado, se encontraba la posición de los
estancieros de medianos recursos, casi todos ellos residentes en las áreas rurales, que
ponían un piso de 1000 varas de frontada a una explotación de esas características.
Hallamos así que el cabildo de la villa de Luján, que como es sabido estaba integrado
por hacendados locales, estableció por acuerdo del 2 de junio de 1773 que sólo po-
dían sembrar quienes poseyeran terrenos de más de 1000 varas en propiedad, pues
quienes los tenían en menor extensión corrían los ganados de sus vecinos fuera de sus
querencias, convirtiéndolos en presa fácil de los ladrones. 2

1 Ejemplos de esta preocupación pueden hallarse, entre otros, en Juan Carlos GARAVAGL)A Las
estancias en la campaña de Buenos Aires. Los medios de producción (1750- en Raúl
FRADKIN (comp.) La historia agraria del Río de la Plata colonial. Los establecimientos productivos
C.E.A.L., Buenos Aires, 1993; Eduardo SAGUIER Mercado inmobiliario y estructura social. El Río de
la Plata en el siglo XVIII C.E.A.L., Buenos Aires, 1993 ; Carlos MAYO Estancia y sociedad en la Pampa,
1740-1820 Biblos, Buenos Aires, 1995; Eduardo AZCUY AMEGHINO El latifundio y la gran propie-
dad colonial rioplatense García Cambeiro, Buenos Aires, 1996.
2 Complejo Museográfico Enrique Udaondo Acuerdos del extinguido cabildo de la villa de Luján

pags. 51-52.
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De la misma manera, un estanciero del pago de Areco, Antonio Rodríguez, consul-


tado en un expediente judicial sobre la viabilidad de explotar una finca de 500 varas
de frente, consideraba que una lonja de tierras tan reducida era insuficiente para
criar ganados , pero que un terreno de varas resultaba adecuado para hacerlo.
Naturalmente, las consideraciones de este estanciero, que concordaban con las del
ayuntamiento de la villa, pueden ser contrastadas con la opinión de los grandes pro-
pietarios ausentistas agrupados en el Gremio de Hacendados. Estos inspiraron el cé-
lebre bando de Diego de Salas que prohibía que las suertes de estancia de 3000 varas
de frontada pudieran ser fracionadas, por considerar que se las inhabilitaba para la
producción pecuaria,3 e influyeron en las argumentaciones del síndico del consulado
Cristóbal de Aguirre, que expresaba que sólo las suertes de estancia eran útiles para
conservar y fomentar en ellas la cría de ganados y el comercio con sus regulares pro-
ducciones .4
Estos criterios divergentes merecerían un análisis detallado que, por cierto, no ha-
remos aquí, pero nos ha parecido útil remitirnos a ellos para apreciar el fenómeno de
la propiedad de la tierra desde la óptica de la época. Nos ha parecido correcto hablar
de pequeñas propiedades en el caso de fincas de hasta 999 varas de frontada, que de
acuerdo con los requisitos de uno y otro sector no se hallaban en condiciones de ser
explotadas con criterios de rentabilidad. En segundo lugar, llamaremos propiedades
medianas a las fincas cuyo frente oscilaba entre las 1000 y las 2999 varas, resultando
aceptables sólo para los hacendados locales, mientras que consideraremos, por últi-
mo, grandes propiedades a la que igualaban o superaban en extensión a la suerte de
estancia de 3000 varas de frontada.
El presente trabajo tiene como objetivo determinar la evolución de la propiedad de
la tierra en un distrito localizado en la región bonaerense de poblamiento más tem-
prano, el antiguo curato de Areco, que abarcaba los actuales partidos de Exaltación de
la Cruz, Zárate, Campana, San Antonio de Areco y San Andrés de Giles. Varios aspectos
justifican la especificidad de la zona elegida como objeto de estudio. La misma gozó de
unidad hasta fines de la dominación hispánica, a pesar de que en 1772 se separó en
dos parroquias, Areco y Cañada de la Cruz. En lo militar estuvo al mando de un sar-
gento mayor de milicias, mientras que en lo político fue agregada por real cédula del
30 de mayo de 1759 a la jurisdicción del cabildo de la villa de Luján como un único
partido denominado Areco, para el cual éste designó anualmente un alcalde de la San-
ta Hermandad con atribuciones policíacas y civiles. Como es sabido, el ayuntamiento
de dicha villa mantuvo una disputa jurisdiccional con el cabildo porteño, que desde
1785 nombró alcaldes para Areco y Cañada de la Cruz, asignando por límites a cada
uno de estos nuevos partidos los de las parroquias homónimas.
Hemos podido reconstruir la evolución de la propiedad de la tierra en el distrito
estudiado a partir de un relevamiento serial de las fuentes en distintos repositorios
notariales. Por empezar, fue examinado el conjunto de los protocolos notariales de la
ciudad de Buenos Aires y la villa de Luján entre 1660 y 1790, que constituyen más de
un centenar de volúmenes, gracias a lo cual hemos podido extraer la totalidad de los
instrumentos de compraventa y donación de tierras, cartas de dote y de capital y tes-
tamentos protocolizados en ese período. Estos datos han sido cotejados con unas 87
testamentarias depositadas en el Archivo General de la Nación y una docena de expe-
dientes del mismo tipo extraídos de la serie Escribanía Mayor de Gobierno del Archivo
Histórico de la Provincia de Buenos Aires. Asimismo fueron revisados todos los dupli-

3 Reproducido en Documentos para la Historia del Virreinato del Río de la Plata Facultad de Filoso-
fía y Letras, Buenos Aires, 1912, tomo I, pag. 28.
4 Reproducido por Eduardo AZCUY AMEGHINO El latifundio y la gran propiedad colonial rioplaten-

se, pag. 194.


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cados de mensura correspondientes a los partidos de Zárate, Campana, San Antonio


de Areco, Exaltación de la Cruz y San Andrés de Giles en el Archivo de Geodesia y Ca-
tastro de la Provincia de Buenos Aires, donde se encuentran extractos de los títulos de
propiedad presentados al realizarse cada mensura. Gracias a este intenso trabajo pre-
vio pudo establecerse en forma individual la historia de cada una de las parcelas del
antiguo curato de Areco, a partir de lo cual fue posible dilucidar las variantes sufridas
por la dimensión media de la propiedad en el decurso de un siglo, entre 1690 y 1789.
Al establecer el origen de la propiedad de la tierra pueden diferenciarse claramen-
te dos zonas de ocupación sucesiva. La primera de ellas, acotada a la Cañada de la
Cruz y a la rivera del Paraná de las Palmas en la Pesquería, fue incluida en el reparto
de suertes de estancia que efectuó en 1582 Juan de Garay entre los vecinos fundadores
de la ciudad de Buenos Aires. Las directivas fundacionales, que tendientes a distribuir
equitativamente el terreno entre los vecinos conquistadores, condicionaron la dimen-
sión de dichas suertes, que en todos los casos tuvieron una frontada de 3000 varas
por 9000 varas de fondo. La segunda zona, que se extendió a ambas márgenes del río
Areco, fue adjudicada en época más tardía (en su mayor parte el primer tercio del
siglo XVII) por el mecanismo de merced real, pero en este caso las fracciones de te-
rreno repartidas fueron bastante más extensas. La acumulación de mercedes de tie-
rras, reforzada por compras y composiciones, favoreció que predominara en dicha
zona la gran propiedad, con presencia indiscutida de latifundios como los de Juan de
Samartín, Miguel de Riblos y la Compañía de Jesús en los Seiscientos o los de Joseph
Ruiz de Arellano, Joseph Antonio de Otálora y Marcos Joseph de Riglos en la siguiente
centuria.
Hacia mediados del siglo XVIII ya se había producido en el distrito la apropiación
completa del suelo, con excepción de su vertiente fronteriza con el indígena. La evolu-
ción histórica de la propiedad también admite una sectorización territorial: al afron-
tar el procesamiento estadístico de la masa documental nos vimos obligado a consi-
derar la existencia de tres localidades o pagos , cada uno de los cuales contó con ca-
racterísticas propias: Areco, Cañada de la Cruz y Pesquería. Pueden distinguirse cua-
tro áreas según la dimensión media que observaron las propiedades a finales de dicho
siglo. En el Areco Abajo se conformaron latifundios de varias leguas cuadradas de
superficie que pervivieron, prácticamente sin escisión alguna, hasta la segunda déca-
da del siglo siguiente. En el Areco Medio la gran propiedad no desapareció hasta me-
diados del XVIII para ser reemplazada por estancias de mediana extensión, esto es, de
entre 1000 y 2999 varas de frontada. En la Pesquería, la propiedad resultó suma-
mente afectada por la falta de renovación en los sectores propietarios, lo que aceleró
su fraccionamiento y determinó el predominio del minifundio, tomando por tal toda
parcela de hasta 999 varas de frontada. En la Cañada de la Cruz, por último, puede
decirse que la propiedad pequeña, mediana y grande tuvieron un peso relativo equi-
parable.
Para ejemplificar este punto, ilustrado en el Gráfico nº 1, establecimos tres años
testigo: uno a comienzos de esa centuria (1690), otro a mediados (1740) y un tercero
a finales de la misma (1789). En 1690, la frontada promedio de la propiedad fue cal-
culada en 8382 varas. No obstante, al tomar cada uno de los tres pagos por separado,
se encontraron variaciones significativas: en Areco la frontada promedio, de 10.727
varas, excedía la media, mientras que en la Cañada de la Cruz y en la Pesquería aquella
se hallaba por debajo de ésta, pues en el primero de estos pagos era de 5665 varas y
en el segundo de 6150 varas. Pero más allá de las diferencias zonales, las cifras bara-
jadas permiten señalar a las postrimerías del siglo XVII como la época del apogeo de
la gran propiedad. A excepción de una pocas suertes de estancia repartidas en tiem-
pos de Garay, la mayor parte de las propiedades había sido otorgada en merced hacía
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menos de medio siglo, entre 1640 y 1660, y en parcelas de dilatadas dimensiones, casi
todas ellas superando en dos o más veces la típica suerte de estancia de media legua
de frente. Los procesos hereditarios, por otro lado, aún no habían hecho mella en es-
tas extensas propiedades: bien por el contrario, durante ese siglo algunos latifundis-
tas de la talla de la Compañía de Jesús, Miguel de Riglos o los Samartín se aprovecha-
ron de ellos para acrecentar sus propias heredades, adquiriendo los terrenos subdivi-
didos que lindaban con sus estancias.
En 1740, la frontada promedio en el curato había descendido a 3610 varas. El pago
de Areco seguía manteniéndose por encima de la media, con 5929 varas de frontada,
mientras que la Cañada de la Cruz y la Pesquería se hallaban por debajo de la misma,
con 2066 y 3587 varas respectivamente. Si uno se ajusta a estos guarismos, puede
afirmarse que al iniciarse el segundo tercio del siglo XVIII, la suerte de estancia seguía
siendo todavía la unidad de explotación estándar en esta región de antiguo pobla-
miento. Pero la partición igualitaria entre herederos ya había erosionado en forma
apreciable la gran propiedad, sobre todo en la Cañada de la Cruz. En Areco, por el con-
trario, la etapa de predominio del latifundio se prolongaba: si bien las tierras de los
Samartín habían sido fragmentadas por medio de la compraventa y aparecieron en su
lugar propiedades más reducidas de entre 2000 y 4000 varas de frente, subsistían
otros grandes dominios como los de la Compañía de Jesús, Josepha Rosa de Alvarado
viuda de Riglos, el veedor Nicolás de la Quintana, Jacinto Piñero y Juan de Ayala. El
latifundio del general Joseph Ruiz de Arellano, sito también en dicho pago, llegó a te-
ner una frontada de tres leguas y media al río Areco, y en 1740 extendió sus fondos
hacia las cabezadas del río Luján incorporando tres leguas que le hizo merced uno de
los gobernadores de Buenos Aires.

Gráfico nº 1- Variaciones en la extensión media de las parcelas


entre 1690 y 1789 (expresado en varas de frontada)

12000

10000

8000

6000

4000

2000

0
media Areco CCruz Psqría

.1690 .1740 .1789

Fuente: Archivo General de la Nación, Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires,


Archivo de Geodesia y Catastro de la Provincia de Buenos Aires, legajos varios

En 1789, por último, la frontada promedio general era de 1062 varas. En Areco és-
ta trepaba a las 1679 varas, en la Cañada de la Cruz a las 815 varas y en la Pesquería a
5

las 691 varas, conservándose siempre el primero de estos pagos por sobre la media y
los otros a niveles inferiores. Bajo el efecto de un siglo de fragmentación provocado
por herencias y compraventas, singularmente corrosivo para un sector de la propie-
dad extensa desde mediados del siglo XVIII, habían surgido una multitud de pequeñas
parcelas. Puede decirse, entonces, que la extensión promedio de la propiedad se apro-
ximaba en la etapa tardocolonial a la que se propone para Areco un conocido artículo
de Juan Carlos Garavaglia, según el cual la media era en este partido de 1316,3 varas
de frontada por propietario, basándose en 43 sucesiones fechadas entre 1751 y
1815.5 Debe decirse, sin embargo, que la gran propiedad no se había convertido en un
fenómeno residual ni menos aún había desaparecido, pues seguía ocupando la mayor
parte de la superficie del antiguo curato, aunque con una deliberada concentración en
el curso inferior del río Areco y el curso superior del arroyo de la Cruz.

Gráfico nº 2- Distribución de la propiedad pequeña, mediana y grande


en 1690, 1740 y 1789

100%
90%
80%
70%
60%
50%
40%
30%
20%
10%
0%
1690 1740 1789

0-999 1000-2999 3000y +

Fuente: idem Gráfico nº 1.

Si como hicimos nosotros se toma como piso de la gran propiedad la suerte de es-
tancia (esto es, la parcela de 3000 varas de frontada) el 55,8% de la superficie del
antiguo curato de Areco estaba en 1789 ocupado por establecimientos que deben ser
rotulados como tales. Ahora bien, incluso si variamos el criterio utilizado para medir
las proyecciones del fenómeno, adoptando por ejemplo la concepción leveniana de lo
que era un latifundio, que lo situaba por encima de las cuatro leguas cuadradas, se
hallarían en la zona ejemplos para ilustrarlo suficientemente, al punto que las fincas
que ocupaban el 35% de la superficie del distrito estudiado se ajustaban a esos pará-
metros.6 Esto equivale a decir que hubo, por un lado, una multitud de pequeñas y me-

5Juan Carlos GARAVAGL)A Las estancias en la campaña de Buenos Aires... , pag. .


6Véase Ricardo LEVENE Investigaciones acerca de la historia económica del virreinato del Río de la
Plata Academia Nacional de la Historia, Buenos Aires, 1962.
6

dianas parcelas y por otro, un número limitado pero contundente de grandes domi-
nios que no se vieron afectados por las particiones hereditarias.
Un recorrido imaginario por la zona nos permitirá ubicar esas propiedades exten-
sas. Hacia la desembocadura del río Areco nos hallamos con los dos fundos de mayor
superficie del antiguo curato. Sobre la banda derecha del río se encontraba la célebre
Estancia de Areco, que perteneció a la Compañía de Jesús hasta la expulsión de esta
orden y que luego pasó a ser administrada por el Ramo de Temporalidades, hasta que
en 1785 fue sacada a subasta y comprada por el coronel Joseph Antonio Otálora. La
misma contaba con una superficie de 23,6 leguas cuadradas.7 De la otra banda del río
se hallaban las estancias de Marcos Joseph Riglos, que anteriormente pertenecieran a
su padre Miguel de Riglos, que poseían 14,13 leguas cuadradas de superficie entre el
Areco y la Cañada Honda.8
Remontándonos por el río Areco, de la banda derecha, se encontraban las tierras
que fueran del general Joseph Ruiz de Arellano. En 1789 éstas ya habían sido en su
mayor parte subdivididas, aunque el heredero de aquel, su cuñado Juan Francisco de
Suero, conservaba aún unas 2,5 leguas cuadradas sobre el arroyo de Giles. En su pe-
ríodo de mayor extensión, hacia mediados de ese siglo, las estancias de Ruiz de Are-
llano habían promediado las 10,5 leguas cuadradas.9 Si siguiéramos hasta el Areco
Arriba, más allá del camino de Córdoba, nos toparíamos por último con el latifundio
de los Betlemitas, cuyo corazón se hallaba en los Arrecifes, pero se extendía hacia el
sur hasta el curso superior del río Areco. Este sector del terreno, con 7500 varas de
frente a dicho río y 22.000 varas de fondo que daban a las chacras de Ayala y al mojón
de Pintos en la Cañada Honda, tenía 5,8 leguas cuadradas de superficie.10
Por supuesto que existían otras propiedades menos desmesuradas en su extensión,
pero que excedían en dos o más veces el tamaño de una suerte de estancia, como las
tierras de Francisco Alvarez Campana en el Rincón de la Cañada de la Cruz, que tenían
varas de frente al Paraná sobre la tierra firme con legua y media de fondo , más
un ensanchamiento al arroyo de la Cruz de 4040 varas de frente por 4000 de fondo.
La superficie de la misma era de 1,11 leguas cuadradas.11 Lo mismo puede decirse de
las estancias de Jacinto Piñero en el Areco Arriba, de Francisco Julián de Cañas en la

7 La Estancia de Areco fue objeto de diversas mensuras. La primera de ellas, realizada con motivo de
la expropiación en , establecía que este latifundio tenía quince leguas de frente y seis de fondo
desde el mojón de Pedro Olivera al paso de Sosa, más otras 15 leguas de cabezadas sin especifica-
ción de fondo, más leguas que se agregan al fondo desde el mojón de Barbosa hasta el paso de So-
sa . En Juan Bautista de Lasala juzgaba que el mismo contaba con leguas de frente al Paraná,
7 de frente al Areco y 15 de sobras. Finalmente, la mensura que efectuó el agrimensor José de la
Villa de 1816, con motivo del fallecimiento de Otálora, alegaba que estas tierras se componían de
29.700 varas de precio superior sobre el Paraná, 33.375 varas de precio medio sobre el Areco y
31.330 varas de cabezadas de precio ínfimo. Considerando en forma bastante conservadora que
estas varas tenían todas legua y media de fondo, la medición de Villa sugiere la superficie de 23,6
leguas cuadradas que damos por ciertas.
8 En 1813 se establece que las estancias de Riglos ocupaban 508.800.218 varas cuadradas; Archivo

de Geodesia y Catastro de la Provincia de Buenos Aires [en adelante AGYCPBA] duplicado de men-
sura n° 45 del partido de Areco.
9 La acumulación de tierras que llevó a cabo el general Ruiz de Arellano por medio de compraventas

se extrae de varios expedientes del Archivo General de la Nación [en adelante AGN]: IX-49-1-4,
Escribanías Antiguas, f. 909; Registro de Escribano n°3-1733, f. 373v., Registro de Escribano n°3-
1734/148, 636v. y 654v. La referencia a la merced del gobernador Salcedo en Registro de Escri-
bano n°6 1754-1756, f. 216.
10 La estimación de la superficie del latifundio betlemítico se origina de las mediciones realizadas al

entregarse estos terrenos en enfiteusis a los hermanos Luzuriaga en 1823; AGYCPBA, Libro de Men-
suras Antiguas, duplicado n° 72.
11 AGYCPBA, duplicado de mensura n° 17 del partido de Campana.
7

Cañada de la Cruz y del sargento mayor Felipe Antonio Martínez en la Cañada de Giles.
Salvo en el caso de las estancias de la Compañía de Jesús y los Betlemitas, a las que
su carácter de fincas de propiedad corporativa preservó del fraccionamiento, el resto
de estos grandes dominios no estuvo exento de las particiones hereditarias, puesto
que en ninguno de los casos se constituyó en prenda de mayorazgo ni se vio sujeto a
prácticas sustitutivas que trabaran la dispersión parcelaria, como la afectación a cape-
llanías. No obstante, dichas particiones lograron ser sorteadas, como lo ilustra el caso
de las estancias de Miguel de Riglos. Aunque fueron divididas entre los descendientes
de su primer propietario, existió entre estos quien compró su parte al resto de los
herederos y conservó indiviso el patrimonio rural de la familia. Tal papel correspon-
dió a Marcos Joseph de Riglos, hijo de Miguel, que adquirió las parcelas que tocaron
en el reparto sucesorio a sus sobrinos, los hijos del veedor Nicolás de la Quintana.12
Esta defensa de la unicidad de la gran propiedad puede apreciarse asimismo en la
mensuración de las tierras y el sostenimiento de litigios con los propietarios vecinos,
prácticas costosas que podían solventar sólo unos pocos. El general Joseph Ruiz de
Arellano, gracias a una mensura realizada por el alcalde provincial de la Santa Her-
mandad Gaspar de Bustamante, se apoderó de unos terrenos que su vecina Paula Cas-
co de Mendoza consideraba como propios.13 Una pérdida semejante afectó a los here-
deros de Miguel de Sosa y Monsalve cuando en 1758 se vieron despojados de 3750
varas de frontada que poseían de la otra banda del río Areco a causa de un querella
con Marcos Joseph de Riglos.14 Y el cuñado de este último, el veedor Nicolás de la
Quintana, pagó pesos con la intención de obviar pleitos a fray Gerónimo de Ave-
llaneda, cura rector de la iglesia de San Juan, que reclamaba como biznieto del antiguo
propietario Rodrigo Ponce de León una legua y media de estancia de la otra banda de
Areco a los herederos de Riglos.15
En realidad, si bien algunos de los latifundios del curato de Areco fueron objeto de
parcelamiento durante este período, ello no se debió a los procesos hereditarios, co-
mo ocurrió con la mayoría de las propiedades de menor tamaño, sino a la subdivisión
por venta. Esto sucedió con los terrenos pertenecientes al maestre de campo Juan de
Samartín, loteados en las primeras décadas del siglo XVIII, y con los del general Jo-
seph Ruiz de Arellano, de los que se originó un importante número de propiedades de
mediana extensión entre 1740 y 1770. Estos dos grandes dominios se convirtieron de
esa forma en un semillero de fincas más pequeñas, al punto de que un no desdeñable
16,5% de las varas de frontada vendidas en el período se originó en forma directa en
la fragmentación de los mismos.

La rotación de la propiedad de la tierra


En el antiguo curato de Areco, los ritmos de rotación de la propiedad fueron bastante
fluidos. Para estimar el número de generaciones en que una parcela permaneció en
poder de una misma familia, recurrimos a un concepto manejado por el sociólogo es-
pañol Rafael Benítez Sánchez Blanco en su estudio sobre la transmisión de la propie-
dad de la tierra en el reino de Valencia: el de intervalo intertransmisiones. Se trata,
según define este autor, del período medio de permanencia de una propiedad en las

12 Carlos M. B)ROCCO (istoria de un latifundio bonaerense: las estancias de Riblos en Areco, -


en Anuario de Estudios Americanos Escuela de Estudios Hispanoamericanos, Sevilla, 1996,
tomo LIII, n° 1, pags. 73-99.
13 AGN Registro de Escribano n°2-1749, f. 524.
14 AGN Sucesión 8417 Herederos de Miguel de Sosa contra Riglos.
15 AGN Sucesión 7710, Gerónimo de Avellaneda contra herederos de Riglos.
8

mismas manos.16 No se pudo, sin embargo, utilizar esa noción más que en forma res-
tringida, pues la relativa escasez de expedientes sucesorios nos impidió intercalar las
transmisiones por herencia en el conjunto de los traspasos. Pero como en el curato de
Areco las compraventas se hallan bien documentadas, pudo calcularse en cambio el
intervalo interventas, que puede definirse como el período en que la propiedad del
terreno permaneció en poder de uno o más miembros de una familia, desde que fue
adquirida hasta que se convirtió en nuevo objeto de venta. Esta última medición me
permitió establecer que las parcelas permanecieron en poder de una familia por 1,36
generaciones, si se toman éstas por períodos de 25 años. Esta apreciación no con-
cuerda con la de Eduardo Saguier, que propone para Areco un índice de 3,5 genera-
ciones promedio de permanencia dominial y para la Cañada de la Cruz de 4,1 genera-
ciones. Posiblemente, el criterio de medición del fenómeno del que se vale este autor
no haya sido cronológico sino genealógico, lo que lo haría básicamente distinto al que
hemos utilizado nosotros.17
Sabido que la propiedad del terreno observó una rotación relativamente fluida a lo
largo del período estudiado, queda por examinar qué incidencia tuvo ésta en el proce-
so de fragmentación de las parcelas entre 1689 y 1790. Al constatar cómo se redujo el
tamaño promedio de las parcelas a lo largo de este siglo uno debe preguntarse a quién
debe responsabilizarse de ello. Una hipótesis posible sería atribuir ese efecto al sector
propietario, quien por medio de una desmedida venta de fracciones habría acabado
por afectar la dimensión media de las parcelas; otra sería adjudicarlo a los incidentes
hereditarios, regulados por un criterio de partición igualitaria de los bienes mortuo-
rios. Es obvio que ninguna de estas causantes pudo haber obrado en forma excluyen-
te: queda más bien por determinar cuál predominó sobre la otra, y en qué proporción
lo hizo. Resta saber, asimismo, si las familias propietarias aceptaron pasivamente el
embate de la normativa hereditaria o se valieron de estrategias socialmente difundi-
das para retrasar el fraccionamiento, aunque a la larga sus resultados fueran limita-
dos.
La relativamente escasa cantidad de testamentarias y sucesiones que llegaron a
nuestros días nos ha impedido confrontar estas hipótesis desde el estudio de las
transmisiones hereditarias. Pudo reunirse, en cambio, una importante masa de tras-
pasos inter vivos, quedando incluida bajo esta denominación toda transferencia de la
propiedad del suelo que se produjo en vida del propietario. Hemos reunido para la
zona estudiada unas 183 transmisiones de parcelas inter vivos para el período que se
extiende entre 1690 y 1789. Entre ellas predominan claramente las compraventas,
aunque no faltó una pequeña cantidad de escrituras de donación y dotación. En tér-
minos de superficie, las mismas supusieron que 356.844 varas de frontada fueran
traspasadas en una o más oportunidades, de las cuales 42.250 varas lo fueron me-
diante donación (11,8%), 4200 varas mediante carta de dote (1,2%), 3750 varas por
fallo judicial a favor de un litigante (1,1%) y 306.644 varas a resultas de la compra-
venta (85,9%). Deducidos los repetidos traspasos de una misma parcela, se trató de
un total de 223.864 varas frontales que sufrieron una o más veces el traspaso inter
vivos a lo largo de un siglo.
A partir de este conjunto de trasferencias ha podido establecerse que de cada 100
varas frontales de tierra en propiedad, 84,4 varas sufrieron entre 1690 y 1789 el
traspaso inter vivos, mientras que las 15,6 varas restantes se conservaron durante
toda esa centuria en poder de los descendientes de su adquirente, sin más mediación

16 Rafael BENITEZ SANCHEZ-BLANCO Familia y transmisión de la propiedad en el país valenciano


(siglos XVI-XV)) en Francisco C(ACON J)MENEZ y Juan (ERNANDEZ FRANCO comp. Poder,
familia y consanguinidad en la España del Antiguo Régimen Anthropos, Barcelona, 1992, pag. 37.
17 Eduardo SAGUIER Mercado inmobiliario y estructura social pag. 90.
9

que la de los mecanismos de la herencia. Esta primera estimación, sin embargo, resul-
ta engañosa si no se tienen en cuenta otras variables. En primer lugar, es necesario
aclarar que en casi la mitad de los casos conocidos los traspasos no tuvieron inciden-
cia ni en el parcelamiento del terreno ni en el acrecentamiento de la propiedad, pues
la transmisión de títulos no implicó el acto de fraccionar una parcela de mayor tama-
ño, ni ayudó tampoco a extender la superficie de los terrenos ya poseídos por el ad-
quirente.
En realidad, si se enfoca el fenómeno desde el número de varas traspasadas, la
transmisión inter vivos condujo a modificaciones en las dimensiones de las parcelas
en poco más de la mitad de los casos, mientras que el 46,6% de la superficie del anti-
guo curato no se vio afectada a lo largo del período mencionado. El 12,7% de las varas
traspasadas sirvió para acrecentar la frontada de la parcela del adquirente sin frac-
cionar la del transmisor, pues éste no conservó fracción alguna de la misma. El 33,6%
de dichas varas contribuyó, por el contrario, a fraccionar la parcela del transmisor,
pues conservó una porción en sus manos, pero no la del adquirente, ya que éste no
poseía terrenos previamente. En el 7,1% restante se concitaron los dos efectos: acre-
centar los terrenos que ya poseía uno y menguar los del otro.
No puede negarse, sin embargo, que el efecto atomizador de los traspasos fue rela-
tivamente mayor en las parcelas de pequeño tamaño, ya que de las 96 unidades cuya
transferencia se originó en el fraccionamiento de una propiedad mayor, 39 tenían
hasta 999 varas de frente. Aún así, el conjunto de lotes de exiguo tamaño con este ori-
gen tiene escasa significación si se lo compara con las muchas pequeñas propiedades
que existían en 1789, pues según el Censo de Hacendados realizado ese año éstas al-
canzaban un total de 162 unidades entre Areco, Cañada de la Cruz y Pesquería. Ha de
concluirse, entonces, que aunque la compraventa y otro tipo de transacciones inter
vivos pudieron incidir en la formación de la pequeña propiedad, ésta fue más bien
resultante de las particiones hereditarias.

Gráfico nº 3- Efecto de las transacciones inter vivos en la propiedad del terreno,


tomando en cuenta las varas de frontada

Fracciona y acrecienta (7,1%)

Sólo fracciona (33,6%) Ni fracciona ni acrecienta (46,6%)

Sólo acrecienta (12,7%)

Fuente: Archivo General de la Nación, Registros de Escribano y Escribanías Antiguas,


Archivo de Geodesia y Catastro de la Provincia de Buenos Aires, varios legajos.
10

Pasemos ahora a la difusión de estrategias de retraso del parcelamiento de la pro-


piedad. Entre los propietarios pequeños y medianos, las maniobras para evitar la
fragmentación de la propiedad se observan con escasa frecuencia, posiblemente a
causa de la falta de recursos para llevarlas a cabo. La más común de ellas, la venta
entre parientes ejecutada luego de una partición hereditaria, gozó de escasa difusión.
Sólo se dispone entre 1690 y 1789 de 20 ejemplos entre los 158 casos documentados;
no se descuenta, claro está, que puedan haber habido arreglos informales entre cohe-
rederos de los que, como es natural, no nos ha llegado noticia. Si se calculan estos
movimientos en varas de frontada, puede afirmarse que apenas el 8,54% de los terre-
nos transados fue adquirido por un individuo emparentado con el vendedor, mientras
que del 91,46% restante no resultó parentesco alguno entre vendedor y comprador. A
esto debe agregarse que de las 20 compraventas documentadas que se produjeron
entre parientes, tan sólo 7 estuvieron dirigidas a que el adquirente acrecentara los
terrenos en propiedad.
Los lazos de parentesco tuvieron algo más de peso en las escrituras de donación:
de las 18 que fueron documentadas durante el período, 11 se produjeron entre indi-
viduos emparentados, de lo que resultó el traspaso de 32.500 varas de frontada sobre
las 42.250 que fueron transmitidas a través de este procedimiento. Esto, no obstante,
no significó que la donación se constituyera en un mecanismo de retraso del parcela-
miento, sino lo contrario: en 10 de los referidos 11 casos la misma supuso el fraccio-
namiento para la propiedad del donante.
No puede afirmarse, en consecuencia, que entre los pequeños y medianos estancie-
ros del antiguo curato de Areco existiera una política generalizada de reconcentración
de la propiedad de la tierra que tendiera a corregir la fragmentación ocasionada por
los procesos hereditarios. Sin embargo, esto no significó que no se implementaran
algunas acciones que, por necesitar de menores recursos patrimoniales para ser lle-
vadas a cabo, estuvieron al alcance del sector aludido. Una de ellas fue, por ejemplo, la
de evitar la concesión de tierras a través de la dote, que con mucha mayor asiduidad
era sustanciada en cabezas de ganado, enseres de la casa, vestuario y, más raramente,
en cantidades en plata.18 Sólo se hallaron seis casos de hacendados que fraccionaron
terrenos de su propiedad para dotar a sus hijas, cinco de ellos en la Cañada de la Cruz
y uno en Areco: las varas de frontada transmitidas mediante este mecanismo no cons-
tituyeron sino el 1,17% del total de las traspasadas inter vivos durante el período es-
tudiado.
La práctica de la reconcentración de la propiedad por medio de la compraventa,
que en ciertos casos dio lugar al surgimiento de grandes propiedades, indudablemen-
te existió, aunque resultó poco representativa como modo de reconstruir las parcelas
familiares. Si se tiene en cuenta el total de los traspasos documentados para el área y
el período estudiados, en efecto, uno se halla con que en 46 traspasos el comprador
figura como lindero de la propiedad adquirida, de los cuales 38 se produjeron entre
sujetos no emparentados y sólo 8 entre individuos vinculados por lazos parentales.
Expresado en varas de frontada, 56.825 fueron traspasadas entre terceros no vincu-
lados, mientras que no más de 13.824 lo fueron entre parientes.
Acaso el ejemplo más espectacular de acumulación de terrenos por medio de la
compraventa a lo largo del siglo XVIII haya sido el del general Joseph Ruiz de Are-
llano, cuyas posesiones se hallaban de esta banda del río Areco. La base de su patri-
monio territorial fueron 9000 varas que recibió por medio de su esposa María Rosa
de Giles, a las que agregó por sucesivas adquisiciones otras dos leguas de frontada

18Esta tendencia ha sido asimismo constatada por Carlos MAYO Estancia y sociedad en la Pampa
pag. 58.
11

sobre dicho curso de agua. En 1740, gracias a una merced real, extendió los fondos de
sus estancias a tres leguas, con lo que el arroyo de Giles quedó incluido en toda su
extensión dentro de su propiedad. Aunque en menor escala, varios estancieros de la
Cañada de la Cruz, la mayor parte de estos pertenecientes a las familias más antiguas
de este pago, se transformaron en propietarios de fundos de mediana y gran exten-
sión a través de la acumulación de pequeñas parcelas, resultantes de la fragmentación
de propiedades que otrora fueran de gran tamaño. Se trató de Mayoriano Casco de
Mendoza, Juan Joseph Barragán, Joseph Joaquín Molina, Juan de Asebey, Francisco
Julián de Cañas y el ausentista Francisco López García, entre otros. Sólo en este pago
la reconcentración de la propiedad de la tierra puede verse como la contracara de la
parcelación hereditaria, y en un número limitado de casos.
Un interesante ejemplo de propietario localresidente que logró reconstruir la pro-
piedad inmueble familiar mediante pequeñas compras es el de Juan Joseph Barragán,
quien recuperó la porción más extensa de la suerte de estancia que perteneciera a su
abuela Inés Méndez Caravallo mediante adquisiciones a los coherederos, llegando a
concentrar en 1787 unas 1793 varas de frente en la Cañada de la Cruz. Este heredó de
sus padres una fracción de 750 varas de frontada y de su tío soltero Simón Barragán
un corto lote de 94 varas, a los que agregó 281 varas que compró en 1766 a sus her-
manas María Jacinta y María Bautista, que las habían recibido en la partición de los
bienes de su tío Simón. Un año más tarde compró a su tía Lucía Hurtado de Mendoza
210½ varas, y en 1792 les sumó 103 varas contiguas que compró a los cuñados de
esta última, Juan Francisco Brian y Francisco Ortega. Poco antes, en 1791, el párroco
de Capilla del Señor le había vendido 100 varas que los deudos de su primo Gabriel
Hurtado le habían entregado para pagar su entierro.19
También un propietario ausentista como Francisco López García, bien conocido
por haber sido el primer apoderado del Gremio de Hacendados, acumuló tierras en la
Cañada de la Cruz mediante la compra de fracciones a los herederos de los vecinos
más antiguos, Pedro de Molina, Luis Gómez y Tomás de Monsalve. En 1766 adquirió
1600 varas de la otra banda del arroyo de la Cruz a Joseph de Molina, nieto del prime-
ro, a las que en 1774 sumó 331½ varas linderas que le vendieron Pedro, Pedro Joseph
y Estefanía Gómez, descendientes del segundo. De esta banda del arroyo había com-
prado en 1764 a Miguel de Monsalve 1000 varas que éste heredara de su padre To-
más, a las que poco más tarde agregó otras 500 que le vendió Joseph Inocencio Mon-
salve, hermano del anterior. Con motivo de conformar un único bloque territorial,
acabó por trocar a Mariano del Aguila las tierras que comprara a Miguel de Monsalve
por otras que éste tenía de la otra banda, junto a las que López García ya poseía. 20
Interesa destacar como no sólo un propietario ausentista como López García sino
también las grandes familias localresidentes desecharon la práctica de la propiedad
dispersa.21 Lázaro Vásquez de la Barreda, vecino de la Cañada de la Cruz, vivió en las
tierras que su esposa Escolástica Tapia heredó de su abuelo Antonio Lagos hasta que
en 1762 compró a Francisco Alvarez Campana un terreno de 2045 varas de frontada

19 Archivo General de la Nación [en adelante AGN] Sucesión 4304, testamentaria de Simón Barra-
gán; Sucesión 6258, testamentaria de Andrea Galeano; Archivo de Geodesia y Catastro de la Provin-
cia de Buenos Aires [de aquí en más AGYCPBA] duplicado de Mensura n° 5 del partido de Exaltación
de la Cruz.
20 AGN IX-49-7-1, Protocolos de la Villa de Luján, fs. 207v. y 977v.; Registro de Escribano [en adelan-

te RE] n°5-1766, f. 69; Registro de Escribano n°3-1775/1776, f. 378v.


21 Se define propiedad dispersa como el conjunto de fincas pertenecientes al mismo propietario

que, aunque sin continuidad territorial, son explotadas con criterio unitario; Antonio Miguel BER-
NAL Economía e historia de los latifundios Instituto de España-Espasa Calpe, Madrid, 1988, pags.
21.
12

al río Arrecifes, al cual se trasladó con sus animales.22 Bartolomé Maldonado, propie-
tario de 1000 varas de estancia en Areco, descuidó las haciendas que su esposa Agus-
tina Irala tenía en los Arrecifes por aplicarse a las propias, al punto de que ésta se lo
imputó en su testamento: digo para el descargo de mi conciencia que todas mis ha-
ciendas son y están menoscabadas y disminuidas durante este mi último matrimonio
por haber experimentado y palpado una suma omisión y descuido para ellas departe de
mi marido, despreciándome mis advertencias y avisos en orden al reparo de dichas ha-
ciendas, y por haber de vivir con él en paz, disimulaba su desidia respecto de que no
eran suyas .23 La figura de la propiedad dispersa era a tal punto inaplicable para algu-
nos estancieros que al casarse Miguel de Sosa y Monsalve y Paula Casco de Mendoza,
viudos los dos, acordaron administrar sus haciendas en forma independiente, aunque
estuvieran muy próximas y sólo mediara entre ellas el río Areco.24

Propiedad de la tierra y relaciones de parentesco en el pago de Areco


En atención a que las familias propietarias que habitaban los tres pagos que confor-
maban el área estudiada (Areco, Cañada de la Cruz y Pesquería) manifestaron com-
portamientos diferenciados, nos hemos visto obligado a tratarlos por separado. El
primero de ellos, Areco, situado a ambas márgenes del río homónimo, se extendía
entre el límite que existía a fines del siglo XVIII entre las tierras realengas y los terre-
nos apropiados (que más o menos coincide con el límite actual entre los partidos de
San Antonio de Areco y Carmen de Areco) y su desembocadura. Hacia el norte lindaba
con las suertes principales de la Cañada Honda, que desde 1750 pertenecían al curato
del Baradero, mientras que hacia el sur se prolongaba en la forma de tierras de cabe-
zadas sobre el arroyo de Giles, en el actual partido de San Andrés de Giles, hasta el
linde con las suertes principales del río Luján.
Al estudiar la estructura de la propiedad dominial en este pago, lo más notable es
la pervivencia de la gran propiedad lo largo de más de un siglo. Si bien es cierto que la
frontada promedio se redujo abruptamente entre 1690 y 1789 de 10.727 a 1679 va-
ras, esto no afectó más que a una parte de los fundos extensos. Al finalizar este perío-
do, las grandes heredades ocupaban todavía más de las dos terceras partes de la su-
perficie del pago, y el número de éstas (11 en 1690, 10 en 1789) se mantenía en forma
sustancial.
De los tres pagos considerados, Areco fue aquel en que el proceso de fragmenta-
ción fue menos erosivo para la propiedad de la tierra. Si se lo compara con la Cañada
de la Cruz y la Pesquería, se observa que la pequeña propiedad ocupaba una menor
superficie a finales del período estudiado (el 13,3%). Estos fundos relativamente pe-
queños se encontraban concentrados en la banda izquierda del río Areco, entre las
estancias de Juan Miguel de Sosa y Jacinto Piñero, y eran fruto del parcelamiento he-
reditario de las tierras que originariamente pertenecieron a Francisco de Abalos, Pa-
blo Casco de Mendoza, Bartolomé Maldonado y otros, las cuales permanecieron hasta
entrado el siglo XIX en manos de sus descendientes. En lo que se refiere a la propie-
dad mediana, la misma procedía fundamentalmente del loteo de las tierras de Joseph
Ruiz de Arellano, sobre la banda derecha del río Areco.

22 AGN Registro de Escribano n°5 1762, f. 210v.


23 AGN Registro de Escribano n°5-1756, f. 33.
24 Aquí también se superponían otras razones, como el hecho de mantener cada uno a su numerosa

prole. Declaraba Miguel en su testamento de que considerando el crecido número de hijos que
cada uno de por sí tenía de su antecedente matrimonio mantuvieron de por sí sus haciendas separa-
damente y con total independencia costeando cada uno de ellos los gastos necesarios para su cuidado
y costo de vestuarios ; AGN Registro de Escribano n° -1751, f. 51.
13

El estudio del fraccionamiento de la propiedad de la tierra en el pago de Areco nos


permitió constatar que las principales familias de hacendados de fines del siglo XVIII
tuvieron un origen heterogéneo, y hemos llegado a identificar la existencia de tres
grupos que se fueron incorporando sucesivamente al sector propietario por medio de
la compraventa de tierras y el matrimonio, que describiremos a continuación.

1) Las familias de grandes propietarios del primer tercio del siglo XVIII
En el pago de Areco fueron excepcionales las familias que accedieron a títulos sobre la
tierra a fines del siglo XVII y se mantuvieron en posesión de los mismos hasta bien
entrado el siglo siguiente. Basándonos en lo investigado, sólo pueden mencionarse
dos: los Sosa y Monsalve y los Giles. Juan de Sosa y Monsalve, fundador de la primera,
fue yerno de Felipe de Herrera y Guzmán, quien compró una estancia de 9000 varas
de frontada de una banda del río Areco y otra de 6000 varas en la banda contraria en
1644. En cuanto a Pedro de Giles, antepasado del segundo de estos linajes, compró
6000 varas de estancia a Felipe Jácome Lavañín en 1689 en la banda derecha del río y
recibió en merced un terreno de la misma extensión en la banda izquierda.
Gran parte de las primeras familias de propietarios del pago de Areco obtuvo títu-
los sobre el terreno entre las décadas de 1700 y 1720, debido a que uno de los gran-
des latifundistas del pago, el maestre de campo Juan de Samartín, loteó los terrenos
que poseía a ambas márgenes del río Areco. Esta operación debe considerarse parte
de una estrategia complementaria de concentración de la propiedad, ya que mientras
Samartín vendía estas parcelas, compraba otras en los pagos de los Arrecifes y Bara-
dero, donde conformó otro gran dominio de superiores dimensiones. A partir de en-
tonces, empiezan a mencionarse vecinos que volverán a reconocerse en los padrones
de 1738 y 1744: Francisco de Abalos, que compra 2000 varas en 1708; Juan de las
Casas, que adquiere una suerte de estancia en 1723; Nicolás de Peñalba, que compra
en 1728 la suerte que heredará en 1737 por su hijastro Miguel Moyano. También se
reconoce dentro de este primer grupo a Juan de Ayala, Pablo Casco de Mendoza, Bar-
tolomé Maldonado y Jacinto Piñero, que se convirtieron en propietarios entre 1719 y
1729.
Un proceso similar al que ocurrió con el latifundio de Juan de Samartín, aunque al-
go más tardío, se aprecia en las tierras de los Griveo en el Areco Arriba, localizadas
asimismo a ambas bandas del río. En 1735 Pedro de Griveo, nieto de quien las recibie-
ra en merced real a comienzos del siglo XVII, Domingo de Griveo, vendió un lote de
1500 varas de frontada a Pascual Riveros, cuyos descendientes se mantuvieron en
posesión de esta fracción hasta la tercera década del siglo XIX. En 1738 vendió otras
1500 varas a Diego Romero.
Naturalmente, una centuria de particiones hereditarias provocó que la mayor parte
de estas familias se encontrara hacia finales de siglo en posesión de parcelas cada vez
más pequeñas, o incluso no llegara a conservar terrenos en propiedad, lo que condujo
indefectiblemente a un cambio en la caratulación social de los mismos. Ejemplos de
ello se hallarán en las familias Abalos, Giles y Vera, once de cuyos miembros se halla-
ban en 1789 en posesión de pequeñas fracciones de entre 100 y 400 varas de fronta-
da.25 Los integrantes de otras dos familias, Ayala y Cornejo, fueron en su mayor parte
reducidos a la condición de arrendatarios en las estancias de los Padres Betlemitas,
próximas al sitio en que medio siglo antes poseyeran tierras. La Casa de Betlehem,
que había obtenido tierras en el Areco Arriba por donación testamentaria de Juan
Francisco Basurco, entró en litigio con los antiguos ocupantes del terreno, cuyos títu-
25Se trata de Antonio, Manuel y Miguel Toledo, Marcelo Rodríguez Toledo y Basilio Bogado, des-
cendientes de Pedro de Giles; Pedro Rodríguez, Francisco Puebla y Prudencia Vera, descendientes
de Joseph Vera; Marcos Ponce, Petrona y Margarita Abalos, emparentados con Juan de Abalos.
14

los acabaron siendo desconocidos por la justicia. De los treinta y cinco arrendatarios
que en 1789 tributaban en el pago de Areco a esta orden religiosa, nueve descendían
por línea materna o estaban casados con descendientes de Juan de Ayala y Bartolomé
Maldonado, antiguos dueños de estas tierras antes de que fueran expropiadas por la
casa conventual.26 A principios del siglo XIX, un alcalde se asombraría de encontrar a
los descendientes del estanciero Francisco Cornejo viviendo debajo de unos cueros ,
en terrenos arrendados a los Betlemitas, y entre ellos a una jovencita que, lejos de
llevar la vida de recato considerada apropiada a su género, fue vista haciendo a
caballo los oficios de hombre .27
Este no fue, sin embargo, el destino común de la totalidad de las familias que com-
ponían este grupo; por el contrario, puede hablarse de una evolución social divergen-
te. Algunos integrantes de las mismas, sorteando los vaivenes de las sucesiones, con-
servaron su condición de propietarios grandes y medianos y siguieron ocupando un
lugar de prestigio en la sociedad local. Hacemos referencia particularmente a cuatro
parentelas arequeras: los Sosa y Monsalve, los Piñero, los Moyano y los Casco de
Mendoza. La posición prestigiosa de que gozaron en el partido se evidencia princi-
palmente en su repetida actuación como alcaldes de la Santa Hermandad y en la ocu-
pación de puestos jerárquicos en las milicias rurales. Varios de sus miembros, en efec-
to, recibieron nombramiento de alcalde: Joseph de Sosa y Monsalve en 1723, 1730 y
1735, Miguel de Sosa y Monsalve en 1724 y 1731, Pablo Casco de Mendoza en 1750 y
1753, Juan Miguel de Sosa en 1754, 1779 y 1790, Justo Sosa en 1782, Jacinto Piñero
en 1758 y Pedro Joseph Piñero en 1784 y 1787. También ejercieron el más alto cargo
militar desempeñado por vecinos locales en la estructura miliciana: el de sargento
mayor del partido. Fueron sargentos mayores Pablo Casco de Mendoza de 1746 a
1758, Pedro Joseph Piñero de 1778 a 1779 y Justo de Sosa de 1779 a 1780. Jacinto
Piñero, por su parte, fue sargento mayor del vecino pago de Arrecifes entre 1746 y
1755, pues además de ser propietario de tierras en Areco lo era en el cercano pago de
la Cañada Honda.
Los miembros de este subgrupo que se mantuvo en la cúspide social no sólo mo-
nopolizaron los cargos militares y de justicia sino que actuaron como representantes
de los vecinos porteños en el pago, sea a través de comisiones de una entidad corpo-
rativa como el cabildo, sea recibiendo encargos de particulares. Las comisiones del
ayuntamiento se centraron, sobre todo, en la vigilancia del movimiento de los gana-
dos: en 1736 se ordenó a Miguel de Sosa y Monsalve que prohibiera la saca de ganado
en pie del partido de Areco, mientras que en 1749 y 1752 Jacinto Piñero fue elegido
para recoger los animales pertenecientes a los criadores de Areco que se hallaban
dispersos y procediera a su reparto. En cuanto a los encargos de particulares, algunos
fueron requeridos para auxiliar la recaudación de impuestos como el diezmo y la al-
cabala, como lo hicieron Joseph de Sosa y Monsalve y Martín Casco de Mendoza.
Puede decirse que los miembros de estas cuatro parentelas prefirieron las alianzas
matrimoniales de tipo homogámico (esto es, con miembros de familias de similar sta-
tus social, fueran o no del partido) antes que las puramente endogámicas (entre pro-
pietarios del partido). Esto se ilustra con el caso de Paula Casco, hija de un rico estan-
ciero de la Cañada de la Cruz, el capitán Francisco Casco de Mendoza, quien casó pri-

26 Entre los descendientes de Ayala que arrendaban terrenos de los Padres Betlemitas encontramos
a Sebastián Aguilar, que era hijo de Margarita Ayala; Juan Gabino y Juan Antonio Castro, hijos de de
Bernarda Ayala, y Francisco Genés, hijo de Petrona Ayala. En cuanto a Ramón Lescano y Feliciano
Romero, el primero era esposo de María Magdalena Ayala y el segundo de Margarita Aguilar, hija de
Margarita Ayala. Francisco Cornejo y su hijo Joseph Antonio, por último nieto y biznieto de Barto-
lomé Maldonado, también eran arrendatarios de dichos religiosos.
27 AGN Sucesión 5345, Testamentaria de Francisco Cornejo.
15

mero con Joseph de Sosa y Monsalve y luego con un hermano de éste, Miguel de Sosa
y Monsalve. Este último había casado en primeras nupcias con Margarita Monsalve,
hija de otro gran propietario de la Cañada de la Cruz, el regidor Tomás de Monsalve.
Jacinto Piñero, por último, desposó a la hija bastarda de un gran terrateniente de los
Arrecifes, el maestre de campo Juan de Samartín, que le cedió unas tierras de cabeza-
das en la Cañada Honda en concepto de dote de su esposa.
Más allá de las tendencias que afectaron a las cuatro parentelas preponderantes, se
han estudiado también las preferencias matrimoniales del primer grupo de familias
propietarias en su conjunto. Para ello, lo mismo que para analizar al resto de las fami-
lias de propietarios del resto del antiguo curato de Areco, nos hemos valido tanto de
los padrones de 1738 y 1744 como de los registros parroquiales de San Antonio de
Areco y Capilla del Señor, el primero de los cuales cuenta con libros de matrimonios
desde 1732 y el segundo desde 1778. Gracias a esta compulsa documental es posible
afirmar que los propietarios de este primer grupo contrajeron matrimonio con otros
miembros del mismo en el 20,61% de los casos conocidos, mientras que el 15,26% de
las veces lo hicieron con sujetos pertenecientes a un segundo grupo que compró tie-
rras a partir de 1750. El porcentaje de matrimonios con miembros de familias de los
cercanos pagos de la Cañada de la Cruz y la Pesquería es de un escaso 3,05%, y se re-
mite a las alianzas homogámicas del subgrupo que se mantuvo socialmente bien posi-
cionado hasta fines del siglo XVIII.
Los demás descendientes de las primeras familias propietarias (el 61,08%) se vie-
ron obligados a aceptar en matrimonio a sujetos pertenecientes a los sectores no pro-
pietarios, muestra por demás significativa de que no pudieron mantenerse en el esca-
ño social que había ocupado durante las primeras cuatro décadas de esa centuria. En
estas familias antiguas, como se ve, la pérdida de la propiedad, al igual que su excesi-
vo fraccionamiento, tuvieron un estrecho correlato con sus alianzas matrimoniales
con migrantes o desposeídos. También, sin embargo, provocaron la solidaridad y el
estrechamiento de los vínculos entre sus miembros, bien expresados en las relaciones
de compadrazgo que se volvieron bastante frecuentes entre estas familias empobre-
cidas del Areco Arriba.

2) Las familias de propietarios surgidas hacia mediados del siglo XVIII, fundamental-
mente gracias al loteo de las tierras de Ruiz de Arellano
Las estancias del general Joseph Ruiz de Arellano, uno de los dominios más extensos
de este antiguo curato, poseían tres leguas de frente al río Areco por tres leguas de
fondo en dirección a la Cañada de Giles. Paradójicamente, la conformación territorial
de este latifundio debía mucho a las empresas ruinosas de su dueño. Este, que se
desempeñaba como tesorero de la Santa Cruzada de estas provincias, había girado la
recaudación de este tributo en a la ciudad de Asunción para beneficiarla antes
de depositarla en las cajas eclesiásticas del Alto Perú, operación que se vio frustrada
por el estallido de la Rebelión de los Comuneros, que le ocasionó la pérdida de todas
sus inversiones en el Paraguay. A partir de este desastre personal se volcó principal-
mente a la explotación de sus haciendas, convirtiéndose en uno de los más importan-
tes criadores de ganado mular, gracias a lo cual recuperó en parte su fortuna. Por me-
dio de varias compras acrecentó en una legua el frente de su propiedad al río Areco en
1733 y 1734, y en 1740 amplió los fondos de sus terrenos cuando el gobernador Mi-
guel de Salcedo le hizo merced de las todas tierras que se hallaban sobre la Cañada de
Giles.
A fines de la década de 1740 la rentabilidad de esta finca había comenzado a de-
caer y Ruiz de Arellano retornó a su carrera mercantil, razones que lo condujeron a
delegar la dirección de este establecimiento rural en su cuñado Juan Francisco de
16

Suero y su mayordomo Juan de Cañas.28 En 1751 donó al primero, además, todas las
tierras de cabezadas que poseía sobre el arroyo de Giles. Para entonces había comen-
zado a lotear estas terrenos, según el mismo expresó, por temor de la decadencia que
experimentó en las haciendas de ellas . Luego de su muerte, en , las ventas serían
continuadas por su viuda doña María Teodora de Suero, por su cuñado Juan Francisco
de Suero y finalmente por el hijo de éste, Francisco Esteban de Suero, prolongándose
el loteo de las tierras sobre el Areco hasta la década de 1760 y el de las cabezadas de
la Cañada de Giles hasta finales de siglo.
El fraccionamiento de estas tierras facilitó a nuevas familias ingresar al sector pro-
pietario. A mediados de la centuria surgen así nuevos nombres como los de Ascencio
Vallejos, Antonio Monsalve, Miguel Galeano, Andrés de Sosa, Tomás de Figueroa, Jo-
seph Peñalba, Miguel Labayén, Francisco Xavier de Lima, Sebastián de Castro, Bernar-
dino Gelves y Tiburcio Casco, muchos de los cuales nos resultan familiares porque
actuaron como alcaldes y comisionados de los cabildos de Buenos Aires y Luján a par-
tir del segundo tercio del siglo. El origen de este grupo es heterogéneo: no sólo los
hubo oriundos de la cercana Buenos Aires sino también de las provincias del interior,
como en los casos del cordobés Vallejos, el santafecino Figueroa y el sanjuanino Lima.
A estos se agregaron los descendientes de familias vecinas de la Cañada de la Cruz y la
Pesquería, que aprovechando la oferta de tierras se establecieron en el vecino pago de
Areco, como lo fueron los citados Monsalve, Castro, Gelves y Casco.
Las familias de este segundo grupo se mostraron algo más propensas que las ante-
riores a aliarse por medio del matrimonio con otras familias de propietarios: el 23,5%
de las uniones conocidas se produjo en el interior del grupo, de las cuales el 13,7%
fueron con descendientes de los primeros propietarios de Areco y el 13,7% con inte-
grantes de familias propietarias de los vecinos pagos de la Cañada de la Cruz y la Pes-
quería. Son, no obstante, los miembros de sexo masculino de dicho grupo quienes
aceptaron en mayor medida cónyuges provenientes de las familias propietarias, como
se comprueba en el 63,6% de las uniones registradas. Detrás de este guarismo, el in-
dicador más alto de homogamia del antiguo curato durante el período estudiado, pu-
do haber existido la intensión de acrecentar el patrimonio inmobiliario, compensando
con tierras heredadas de sus familias políticas las fracciones de terreno cada vez más
pequeñas que fueron recibiendo a través de los canales hereditarios. Como sucediera
anteriormente con el primer grupo de familias, el segundo sufrió antes de finalizado
el siglo los primeros embates de una tradición sucesoria basada en las particiones
igualitarias: ello se comprueba al examinar el Censo de Hacendados de 1789, donde
nos encontramos con que treinta y dos integrantes del mismo poseían terrenos cuya
extensión promedio era de 698 varas de frontada. De todos modos, sólo existe la pre-
sunción de que esta política matrimonial estaba dirigida a acrecentar a largo plazo el
acervo inmobiliario de los contrayentes, ya que se carece de otros elementos que
permitan asegurarlo.

3) Las familias propietarias de extracción mercantil, llegadas hacia el último tercio del
siglo
A partir de 1760, pero sobre todo desde 1770 en adelante, el crecimiento del pueblo
de San Antonio de Areco, paralelo a un aumento de la población del pago, atrajo a un
cierto número de peninsulares (en su mayor parte gallegos) que establecieron en di-
cho poblado sus tiendas, casas de estanco y pulperías.

28 Expresa en la viuda de Ruiz de Arellano, María Teodora de Suero, que los ganados vacunos
al tiempo de su muerte se hallaban consumidos por pérdidas, gastos y ventas, y en cuanto a las crías de
mulas que lo que permanece es lo que compró a dicho difunto su cuñado don Juan Francisco de Suero...
y la cría aparte que entregó, tres o cuatro años ha, a Juan de Cañas ; AGN )X-49-2-6, f. 206.
17

Los propietarios de tierras no se oponían a la posibilidad de tramar alianzas con


los migrantes de origen europeo por medio del matrimonio. El 12% de las mujeres del
primer grupo descrito y 12,64% de las del segundo grupo se unieron por medio del
casamiento con sujetos oriundos de la península, no todos los cuales, sin embargo, se
afincaron como comerciantes. Un migrante ibérico como el valenciano Joseph Vague,
por ejemplo, se insertó primero en el grupo de los hacendados mediante su matrimo-
nio con María Gregoria Moyano, hija del estanciero Miguel Moyano. Vague adquirió en
1774 una estancia de 1000 varas de frente de esta banda del río Areco, lindera a la
que pertenecía a su suegro, y una década más tarde lo hallamos acopiando mulas
compradas a sus vecinos para entregarlas a un tratante cordobés, Ambrosio Funes,
con quien había firmado un contrato para proveerlo de 600 animales.29
Los pulperos y pequeños mercaderes que se afincaron en el pueblito de San Anto-
nio de Areco hacia el tercer tercio del siglo XVIII fueron altamente propensos a con-
formar alianzas matrimoniales con el segundo grupo de propietarios. Esto pudo obe-
decer, en parte, a razones de inmediación geográfica: la residencia de unos y otros se
hallaban bastante próximas, ya que tanto las tierras de la mayor parte de dichos es-
tancieros como el referido poblado eran desgloses del antiguo latifundio de Ruiz de
Arellano. Varios de dichos propietarios tenían, además, casa propia en dicho pueblito.
Todo esto pudo haber coadyuvado para que varios gallegos que establecieron su
tienda o pulpería en San Antonio de Areco desposaran a las descendientes de los pro-
pietarios del segundo grupo: vemos que una hija de Francisco Xavier de Lima casó con
Felipe Antonio Martínez y una de sus nietas con Agustín de la Iglesia; dos de las hijas
de Bernardino Gelves se unieron con Blas Fermín López y Pedro Rey; una hija de Mi-
guel Galeano lo hizo en primeras nupcias con Francisco Alvarez y en segundas con
Vicente Lamela, en tanto que una de sus nietas fue desposada por Pedro Fontela; por
último, una hija de Miguel Labayén casó con Juan Biados y una nieta del mismo con
Ramón Blanco. En cuanto a los pulperos porteños instalados en el poblado de San
Antonio de Areco que se unieron a mujeres de este segundo grupo, hallamos los
ejemplo Luis Quintana y Manuel García, esposos respectivos de Ignacia de Lima y Ca-
talina Figueroa.
Las alianzas matrimoniales entre pulperos peninsulares y las hijas de los hacenda-
dos locales se sustanciaron bastante tardíamente: sólo dos de ellas son anteriores a
1765. Durante su primera etapa de convivencia no faltaron, por cierto, roces entre
uno y otro grupo. Un ejemplo de ello procede de , en que dos gallegos inquietos ,
el pulpero Pascual Martínez y el carpintero Juan de Vieytes, se coligaron con Bernabé
Almada, dueño de un horno de ladrillos, para que Francisco Xavier de Lima talase los
árboles de sus quintas en las salidas del pueblo de San Antonio de Areco, con motivo
de prolongar sus calles.30 Este choque inicial devino de su intento por facilitar la co-
nectividad del poblado con el resto del pago, resistida por quienes como Lima preten-
dían mantener a esta población en su condición de mera aldea agrícola.
Las alianzas matrimoniales entre propietarios rurales y pulperos se tradujeron,
una vez efectuadas, en muestras de solidaridad intergrupal. En 1787 Blas Fermín Ló-
pez, Pedro Rey y Juan Rosado, tres gallegos dueños de pulperías en la población de
San Antonio de Areco, fueron acusados por el alcalde Antonio Magallanes de haber
comprado sebo y grasa a los esclavos y peones de Marcos Joseph de Riglos, que roba-
ban reses a éste. En esta causa judicial se presentaron a declarar a favor de esos pul-
peros tres vecinos del pago, Pascual Antonio Figueroa, Vicente Lamela y Joseph Villa-
suso, y el sargento mayor del partido, Felipe Antonio Martínez.31 Al revisar los ante-
29 Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires [en adelante AHPBA] 13-2-5-32bis
30 AGN IX-1-4-1, Comandancia de Fronteras.
31 AHPBA 34-1-14-8, Juzgado del Crimen.
18

cedentes genealógicos de cada uno de los declarantes nos hallamos con que el prime-
ro era cuñado del pulpero Manuel Antonio García y el tercero era suegro del gallego
Cayetano González, mientras que el segundo y el cuarto eran ellos mismos nativos de
Galicia. Es difícil deslindar en este caso hasta donde la lealtad surgía de los vínculos
parentales y hasta donde de antiguos vínculos de paisanaje.
A partir del establecimiento de estos pulperos, que en su mayor parte provenían de
España y en menor medida de la ciudad de Buenos Aires, se consolidó un tercer grupo
de familias propietarias de la tierra. Ocho de los mismos realizaron inversiones en
tierras y haciendas: Francisco Alvarez, Ramón Antonio Blanco, Manuel Antonio Gar-
cía, Agustín de la Iglesia, Fermín Blas López, Felipe Antonio Martínez, Pascual Martí-
nez y Pedro Rey. Ha podido comprobarse que, en general, repitieron el mismo patrón
de inversiones: primero instalaron su pulpería, la mayor parte de las veces en un solar
comprado en el poblado de San Antonio de Areco, algunos antes y otros poco después
de casarse con mujeres del partido, y posteriormente adquirieron tierras de estancia
y ganados. Con excepción de Manuel Antonio García, que acumuló lotes de minúscula
extensión hasta concentrar una estanzuela de 380 varas de frente, el resto prefirió las
propiedades de mediano o gran tamaño, que superaban las 1000 de frente.
Un caso digno de ser destacado fue el del sargento mayor Felipe Antonio Martínez,
al que el Censo de Hacendados de 1789 indica como poseedor de 4250 varas de es-
tancia en el partido de Areco. Este gallego, llegado al Río de la Plata en 1763, perma-
neció entre 1767 y 1774 en Buenos Aires, donde estableció un tendejón en una de las
esquinas de la plazuela de la iglesia de San Francisco. En 1769 contrajo matrimonio
con una de las hijas de un conocido estanciero arequero, Francisco Xavier de Lima:
acaso esta alianza lo movió a dejar su establecimiento urbano a cargo de un depen-
diente y pasar al pueblito de San Antonio de Areco, donde instaló una pulpería. Esto
no lo dejó, sin embargo, desconectado de la ciudad, a la que siguió bajando periódi-
camente con partidas de cuero, trigo, sebo, grasa y plata . En una ocasión, incluso,
giró 500 pesos por medio de Felipe de Arguibel a la península, donde fueron emplea-
dos en la compra de lienzos de lino, que Martínez vendió en Buenos Aires con un 50%
de aumento sobre sus precios de costo y flete.32 En 1790, al producirse el deceso de
su esposa Feliciana Lima, se inventarió una pulpería en San Antonio de Areco, tasada
en 3466 pesos, y una estancia de 2250 varas de frontada. No mucho más tarde se
acrecentaría su patrimonio inmobiliario mediante la compra a Juan Francisco de Sue-
ro de un terreno que, según la escritura de venta, tenía 9800 varas de frente y tres
cuartas leguas de fondo, 2 leguas y 2000 varas por un costado hasta encontrar con la
Cañada de Giles . El caso de Martínez sirve para ilustrar en que manera las utilidades
del tráfico de mercancías terminaban desviándose hacia inversiones en tierras y ha-
ciendas, al punto de que este traficante dejó finalmente el manejo de su tienda de San
Antonio en manos de un dependiente para atender personalmente sus intereses de
ganadero.

Propiedad de la tierra y relaciones de parentesco en el pago de la Cañada de la


Cruz
El pago de la Cañada de la Cruz comprendía ambas márgenes del arroyo de la Cruz,
desde sus nacientes en los actuales partidos de Luján y San Andrés de Giles hasta su
desembocadura en las inmediaciones del puerto de Campana. Quedaba incluido en él
el territorio de los actuales partidos de Campana y Exaltación de la Cruz.

32 AGN Sucesión 6726, Testamentaria de Feliciana Lima.


19

En la Cañada de la Cruz es, sin duda, donde más temprano se perciben los efectos
de los repartos hereditarios: mientras que en 1740 casi no existían propiedades pe-
queñas en Areco y Pesquería, éstas se constituían en aquel pago en el 50% de las uni-
dades. Esto, fundamentalmente, se debió a que habiéndose asentado varias de las fa-
milias tradicionales muy tempranamente, durante las últimas décadas del siglo XVII,
las consecuencias del desglose hereditario pueden vislumbrarse aquí antes que en
otras partes del curato. Pero a diferencia de lo que sucedió en la Pesquería, el proceso
no se completó hasta producir la atomización completa de las grandes propiedades
laicas, sino que en 1789 puede observarse una distribución pareja de la propiedad en
sus distintas frecuencias. La pequeña, mediana y gran propiedad ocupaban cada una
aproximadamente un tercio del total de la superficie del pago, con una casi imper-
ceptible superioridad de la última por sobre las otras dos.
Ahora bien, si contamos el número de establecimientos, es evidente que las parce-
las de tamaño pequeño eran más numerosas en la Cañada de la Cruz (61) que en la
Pesquería (55), pero debe tenerse en cuenta que el primero de estos pagos era casi
tres veces más extenso que el segundo. Lo que merece remarcarse aquí no es la pre-
sencia de pequeñas propiedades, sino que en 1789 las parcelas medianas y grandes
sumaran 22 unidades y ocuparan algo más de dos tercios de la superficie del pago. Es
que en la Cañada de la Cruz, a diferencia del resto del antiguo curato de Areco, pueden
citarse importantes ejemplos de reconcentración de la tierra, como los de Juan Joseph
Barragán, Francisco Julián de Cañas o Juan de Asebey, lo que permite afirmar que los
procesos naturales de fragmentación de la propiedad se han visto corregidos, aunque
sólo parcialmente, por el sector propietario.
En esta reafirmación patrimonial de las antiguas familias propietarias se concitan
dos procesos de carácter complementario: uno de erosión de la propiedad grande y
pequeña a causa de las particiones hereditarias, y otro de recomposición de dicha
propiedad, que ciertos hacendados llevaron a cabo a través de compraventas a los
herederos. Este último proceso podía tanto producirse en el interior del grupo fami-
liar como fuera de él.
Ya hemos citado como ejemplo de reconstitución de la propiedad dentro del ámbi-
to familiar el que llevó a cabo Juan Joseph Barragán, que logró apropiarse mediante
compraventas a sus coherederos de dos tercios de la suerte de estancia que había
poseído a comienzos del siglo su abuela Inés Méndez Caravallo. Algo parecido sucedió
con Mayoriano Casco de Mendoza, que compró a sus hermanos y cuñados las tierras
cuyos títulos se dispersaron a causa de las sucesiones de su padres Francisco Casco
de Mendoza y María Gelves, al punto de que pudo recuperar la propiedad de 4500 de
las 6000 varas que habían pertenecido a estos. A menor escala, Pedro Gelves compró
a su hermano Antonio la fracción que le tocó por muerte de su padre Andrés Gelves,
reuniendo así 712 de 1000 varas que fueran de su progenitor.
La reconcentración no buscaba siempre, sin embargo, reconstruir la propiedad fa-
miliar, sino que a veces se extendía sobre los terrenos que otrora poseyeran antiguas
familias locales. Joseph Joaquín Molina, aunque era descendiente de un importante
propietario de principios del siglo XVIII, no tendió a recuperar las tierras de éste, sino
que entre 1767 y 1790 fue adquiriendo fracciones a los herederos de Francisco Bur-
gos Toledo. De las 3000 varas de estancia en la Cañada de la Cruz que declaró poseer
en el Censo de Hacendados de 1789, 1476 provenían de sus compras a dichos herede-
ros. En forma similar actuaron los yernos de Antonio Lagos, Santiago Burgos y Fran-
cisco Julián de Cañas. El primero unió las 1500 de estancia que recibió en herencia su
esposa Josepha Lagos con 500 varas que compró a Juan Barbosa y 1000 varas que
adquirió a Ana de Castro, mientras que el segundo añadió a las 1500 varas heredadas
20

por su mujer Juana Rosa Lagos 3000 varas que compró a Feliciano Morales y 2376
varas que compró a Juan Antonio de Corro.
Contrariamente a lo sucedido en Areco, no hubo en la Cañada de la Cruz una cons-
tante renovación en el interior de la élite propietaria local, sino que las grandes fami-
lias propietarias de comienzos del XVIII se mantuvieron en la tenencia de la tierra
hasta finalizar esa centuria. Los Casco de Mendoza, Barragán, Burgos, Lagos, Monsal-
ve, Del Aguila, Castro, Gelves, Molina y otros antiguos linajes locales controlaron du-
rante todo el siglo una parte no desdeñable de la tierra. En relación con esto, nótese
que de 59 propiedades censadas en 1789 que eran fracciones de otras que ya existían
en el período 1690-1729, 36 se hallaban aún en posesión de los descendientes de sus
propietarios originarios o de quienes contrajeron nupcias con estos. Al finalizar la
centuria, esas antiguas familias dominan todavía el 47,6% de la superficie apropiada
en el pago.
La supervivencia de estas viejas familias locales es, paradójicamente, una de las
causas de la excesiva fragmentación de la propiedad de la tierra que se produjo en
este pago en el siglo XVIII. Los hacendados que no lograron reconcentrar los títulos
sobre el terreno luego de las particiones hereditarias se vieron conminados a dispo-
ner de parcelas cada vez más pequeñas. Esta, no obstante, no debe atribuirse sola-
mente a esas particiones, sino también a la marcada tendencia heterogámica de gran
parte de las familias propietarias de este pago. En la Cañada de la Cruz, sobre un total
de 168 uniones matrimoniales, las mujeres pertenecientes a dichas familias aceptaron
por cónyuges en el 75,6% de los casos a sujetos no propietarios. Esto, a la larga, ten-
dría un efecto de deterioro sobre la extensión media de la propiedad, ya que el objeto
de estos enlaces era procurar seguridad jurídica a las actividades agropecuarias de los
pequeños campesinos desposeídos, que desposaban a las herederas con la finalidad
de acceder, a la larga, a parcelas propias.
No encontramos aquí, como lo hicimos en el pago de Areco, migrantes europeos
vinculados por medio del matrimonio a las mujeres propietarias: sólo el 4,8% de éstas
fue desposada por sujetos oriundos del Viejo Continente. De entre los mismos no sur-
ge más que el caso de un pulpero, Juan de Asebey, que posteriormente se convirtió en
dueño de 1000 varas de estancia, pero éstas no pasaron a sus manos por herencia de
su mujer, sino por dos compraventas concertadas en 1788 y 1794.

Propiedad de la tierra y relaciones de parentesco en el pago de la Pesquería


El pago de la Pesquería, también llamado de Las Palmas, se cernía sobre la costa del
Paraná de las Palmas desde la desembocadura del río Areco hasta la de la Cañada de
la Cruz, prolongándose en la forma de tierras de cabezadas sobre los arroyos de la
Pesquería y las Palmas. Se trata, grosso modo, del actual partido de Zárate.
Este pago se caracterizó en el período estudiado por su realidad contrastante. Hacia el
norte nos hallamos con el latifundio que perteneció hasta 1767 a la Compañía de Je-
sús y, que tras pasar por la administración de las Temporalidades, fue adquirido en
1785 por el coronel Joseph Antonio de Otálora. Hacia el sur, en cambio, encontramos
a un puñado de familias propietarias que adquirieron los títulos sobre el terreno en-
tre la última década del siglo XVII y las primeras del siglo XVIII y se mantendrían en
propiedad de los mismos a lo largo de esta última centuria: los Zárate y sus descen-
dientes los Rodríguez de la Torre y los Cabrera, así como también los Olivera, los Pa-
lacios, los Saavedra, los Castro, los Cordobés, los López Osornio, los Sayas y los Gelves.
En la Pesquería, la fragmentación de la propiedad no implicó una renovación de los
sectores propietarios ni se vio corregida por la reconcentración de los títulos sobre el
terreno por medio de compraventas, lo cual determinó que a la larga la zona sur del
21

pago, habitada por familias localresidentes, fuera ganada por el minifundio. En 1789
más del 90% de las propiedades podían considerarse de pequeño tamaño, ocupando
las mismas el 35,9% de la superficie del pago. Estas experimentaron un rápido creci-
miento en escaso medio siglo, entre 1740 y 1789, en desmedro de la propiedad me-
diana y grande.
El 53,5% de los hacendados censados en 1789 en la Pesquería eran descendientes
o cónyuges de los descendientes de quienes adquirieron títulos sobre la tierra en el
período 1690-1729: esto es un indicador de que las particiones hereditarias fueron
las principales responsables del intenso parcelamiento que sufrió la propiedad del
suelo. Este se vio, lógicamente, acompañado de una marcada tendencia endogámica:
los integrantes masculinos de dichas familias ostentan el índice más alto de matrimo-
nios entre miembros de linajes propietarios del mismo pago, el cual asciende al 58,6%
de las uniones contraídas.
Fueron, precisamente, estos matrimonios relativamente frecuentes entre los
miembros de las antiguas familias del pago los que hacen cuestionar, si no rechazar, la
idea de considerar a los ínfimos fundos censados en 1789, muchos de los cuales no
tienen ni 200 varas de frontada, como verdaderas unidades de explotación. Parafra-
seando a la antropóloga española Dolors Cosmas D'Argemir, nunca debe perderse de
vista que la división hereditaria está restringida por la imposibilidad de fragmentar
las explotaciones hasta el infinito.33 Esta atomización de la propiedad se vio contra-
rrestada por estrategias de compensación, unas basadas en el parentesco (reunión de
pequeñas parcelas pertenecientes a individuos emparentados para emprender la ex-
plotación conjunta) y otras en la elusión de la normativa vigente (omisión del reparto
de tierras con motivo de herencias, con el fin de conservar el patrimonio indiviso).
Este último recurso se constata en testamentos como el de Roque Reynoso, que decla-
ró que poseía unas varas de tierra de parte materna las que ignoro cuantas sean por
no habérsenos repartido 34, o el de Joaquín Cabrera, que aunque dueño de 400 varas
de terreno, señalaba tener parte en otras mil y más varas que no habían sido sujetas
al reparto hereditario pero constaban de los instrumentos que hicieron don Pascual
Zárate y nuestros primeros autores que poseyeron las nominadas tierras sobre las már-
genes del río Paraná .35
El excesivo número de propietarios en una reducida superficie no sólo tendería a la
conformación de redes solidarias entre individuos emparentados, tanto para explotar
el terreno como para omitir las particiones hereditarias, sino que sería fuente de
inevitables tensiones. La gran fragmentación de la tierra conminó a muchos de estos
modestos campesinos a expandirse sobre las propiedades linderas, siendo esto el ori-
gen de controversias judiciales. María de Melo por ejemplo, reclamó en 1745 la semi-
lla que le debían en carácter de renta los intrusos que habían ocupado parte de su
estancia, habiéndose poblado en el fondo de dichas tierras más de doce personas . Los
mismos se encontraban junto al arroyo de Morejón, cuya posesión fue motivo de dis-
crepancia entre los propietarios de la Pesquería y los de la Cañada de la Cruz, y eran
en su mayor parte miembros de la familia Correa, que tenían sus tierras más allá de
dicho arroyo.36
Obviamente, estos litigios entre propietarios fueron aprovechados por los despo-
seídos para ahorrarse el pago del arriendo. Estas disputas, cuya falta de definición

33 María Dolors COSMAS D'ARGEM)R Matrimonio, patrimonio y descendencia. Algunas hipótesis


referidas a la península ibérica en Francisco C(ACON J)MENEZ y Juan (ERNANDEZ comp. Poder,
familia y consanguinidad en la España del Antiguo Régimen Anthropos, Barcelona, 1992, pag. 166.
34 AGN Sucesión 8136, Testamentaria de Roque Reynoso.
35 AGN Sucesión 5343, Testamentaria de Joaquín Cabrera.
36 AGN IX-41-6-4, María de Melo contra ocupantes de su terreno.
22

podía prolongarse a veces por años, solían convertir los linderos entre propiedades
en una verdadera tierra de nadie. En 1763 otro vecino de la Pesquería, Pedro de Oli-
vera, hizo reclamos a la justicia contra los ocupantes precarios de su estancia. Tras
haber autorizado a uno de sus sobrinos a sembrar en sus tierras, tuvo noticias de que
se habían agregado a éste varios sujetos a sembrar sin tener la atención de darme par-
te ; pasó a reconvenirlos y logró que le abonaran renta en semilla. Pero dos de ellos,
Fernando Cuenca y el mulato Martín, se negaron a hacerlo, argumentando que no pa-
garían por no ser costumbre . Lejos de convertirse en ocupantes ocasionales, Cuenca
y el mulato buscaban permanecer en esas tierras, pues se habían poblado en ellas con
rancho y pozo, volviendo nuevamente a sembrar . Se valieron, para no ser expulsados,
de un litigio que se suscitó entre Pedro de Olivera y uno de sus vecinos, Joaquín Ca-
brera, asentando su población y sementeras en el lindero que estos se disputaban.
Olivera debió recurrir a un comisionario de justicia, Joseph Balvidares, para que fue-
ran expulsados de sus tierras.37
La cercanía del latifundio de la Compañía de Jesús ofreció a los miembros exceden-
tes de las familias propietarias la posibilidad de ocupar nuevas terrenos bajo la figura
del arrendamiento. En julio de 1767, al producirse el secuestro de las estancias de la
Compañía de Jesús en Areco, el 44,4% de sus arrendatarios pertenecía a dichas fami-
lias, número que había ascendido al 61,9% en 1789, cuando el latifundio ya había pa-
sado al dominio del coronel Joseph Antonio Otálora. Ciertamente, dicho latifundio
ofrecía a aquellas familias una válvula de escape contra el excesivo fraccionamiento
de la propiedad, que junto a la elusión de los repartos sucesorios fue en definitiva lo
que les permitió permanecer en el pago.
Tomemos un ejemplo, el de los descendientes de Pablo Saavedra, propietario de
500 varas sobre el Paraná de las Palmas. Sus descendientes, que eran muchos, o bien
heredaron de éste parcelas de ínfimas dimensiones o bien carecieron de terrenos
propios. No causa extrañeza, entonces, que se trasladaran al territorio de los Jesuitas,
situado a una escasa legua de las tierras de la familia. En el momento de ser expulsa-
dos estos religiosos, tres herederos de Pablo Saavedra, su yerno Martín Barrios y sus
hijos Manuel y Miguel, se hallaban arrendando sus terrenos. Más tarde, en 1789, el
Censo de Hacendados indica como arrendatarios del coronel Otálora, comprador de
estas estancias, a una hija de Pablo, Catalina Saavedra, a sus nietos Pedro Sambrano y
Juan de la Cruz Barrios y a los esposos de seis de sus nietas, Bernabé Altamirano, Ger-
vasio Arias, Jorge Piñero, Esteban Reynoso, Juan Bautista García y Juan Joseph Sosa.
Ejemplos como estos, que se repiten con otras familias tradicionales de la zona como
los López Osornio, los Zárate y los Correa, hacen percibir el fenómeno del minifundio
como complementario y no como antagónico al del latifundismo: al fin y al cabo, estas
familias geográficamente inmediatas que fueron semillero de arrendatarios también
deben de haber sido las que brindaron sucesivamente a los jesuitas, la administración
de Temporalidades y el coronel Otálora, dueños de este latifundio, los peones que se
necesitaban en tiempos de la siega o el marcado de animales.

Relaciones parentales y distribución de la propiedad de la tierra


Para analizar la influencia de los vínculos parentales en la propiedad del suelo en el
antiguo curato recurrimos a dos vías divergentes, que arrojaron resultados similares.
En primer lugar, el relevamiento de documentación de origen parroquial nos permitió
construir una base de datos que incluye un total de 803 uniones matrimoniales (291
de Areco, 305 de la Cañada de la Cruz y 207 de la Pesquería) en las que por lo menos

37 AGN IX-41-9-2, Pedro Olivera contra Fernando Cuenca.


23

uno de los contrayentes pertenecía a las familias propietarias del partido. Se quiso
establecer, a partir de la misma, quienes se constituyeron en cónyuges aceptables
(permítasenos el uso de un término utilizado por Susan Socolow en un conocido tra-
bajo38) para dichas parentelas, en función de considerar la unión sacramentada no
como un mero acontecimiento individual sino concerniente al conjunto familiar. Se
cruzó, en segundo lugar, la información extraída del Censo de Hacendados de 1789 (la
más importante fuente documental relativa a la distribución de la propiedad de la
tierra del período tardocolonial) con la proveniente de los archivos parroquiales y las
fuentes notariales, y se elaboró la ficha genealógica de cada uno de los propietarios
censados, estableciendo a partir de estos antecedentes la vinculación parental entre
los sucesivos propietarios de cada parcela entre 1690 y 1789.
Del análisis de las alianzas matrimoniales tramadas por las familias de propietarios
resultaron diferenciados dos tipos de uniones: los que se produjeron entre miembros
de familias propietarias y los que implicaron a no propietarios. En el primero de los
casos se hace referencia tanto a los matrimonios concertados entre sujetos residentes
en un mismo pago como entre individuos oriundos de pagos vecinos, siempre que
ambos contrayentes pertenecieran a parentelas propietarias reconocidas. En el se-
gundo se incluyen las uniones sacramentadas entre miembros de familias propieta-
rias e individuos que no lo eran, así los originarios de la jurisdicción de Buenos Aires
como los foráneos, distinguiéndose en este último caso los migrantes del interior de
los ultramarinos. Preferimos separar del último tipo descrito los matrimonios con
individuos de casta o de procedencia bastarda, por tratarse de enlaces que eran con-
siderados denigrantes por la población española. Analicemos, entonces, quiénes
fueron los cónyuges aceptables en el antiguo curato de Areco.

Cuadro nº 1- Cónyuges de miembros de familias propietarias

CON YU GE Are co .% Cda . Cruz .% Pe sque ría .%


propietario en el pago 104 36,5 54 18,6 63 29,9
propietario en el curato 25 8,8 42 14,4 33 15,6
no propietario bonaenense 114 40 159 54,6 94 44,6
migrante europeo 20 7 8 2,8 10 4,7
migrante del interior 19 6,7 14 4,8 8 3,8
sujeto casta/bastardo 3 1 14 4,8 3 1,4
TOTAL 285 100 291 100 211 100

Fuente: Archivo General de la Nación, Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires,


Archivo de Geodesia y Catastro de la Provincia de Buenos Aires,
Archivo Parroquial de San Antonio de Areco, Archivo Parroquial de Capilla del Señor

1) Cónyuges propietarios: Durante el período escogido, las uniones endogámicas (es


decir, entre vecinos propietarios del mismo pago) no lograron imponerse por sobre
las exogámicas. En los pagos de Areco y la Pesquería, sólo uno de cada tres matrimo-
nios se produjo entre miembros de las familias propietarias locales, mientras que en
la Cañada de la Cruz, la proporción descendió a uno de cada cinco. Esto se debía, sin
lugar a dudas, a que se priorizó la perspectiva inmediata de ampliar el círculo familiar

38 Susan SOCOLOW Cónyuges aceptables: la elección de consorte en la Argentina colonial, -


en Asunción LAVR)N (coordinadora) Sexualidad y matrimonio en la América hispánica. Si-
glos XVI-XVIII Alianza, México, 1991, pags. 229-259.
24

incorporando nuevos brazos en calidad de yernos o cuñados, secundarizando un mó-


vil a largo plazo como era el de entorpecer la atomización de la propiedad mediante la
instrumentación de uniones endogámicas. De todos modos, cuando se diferencie la
política matrimonial por sexos, concluiremos que estas observaciones deben ser rela-
tivizadas.
Ahora bien, si ampliamos el radio de homogamia, sumando a las alianzas entre
propietarios del pago las que se produjeron entre estos y los propietarios de los pagos
vecinos, tendremos una visión algo diferente. El porcentaje de uniones entre miem-
bros de familias propietarias, residentes en el mismo pago o no, trepa de esa manera
en Areco al 45,3% de los casos, en la Cañada de la Cruz al 33% y en la Pesquería al
40,8%.
Los matrimonios entre miembros de familias propietarias de diferentes pagos del
curato se observaron con mayor frecuencia entre individuos de la Cañada de la Cruz y
la Pesquería. Aquí ha de tenerse en cuenta la función mediadora de las iglesias, capi-
llas y oratorios rurales, que fueron un espacio de frecuentación al que concurría la
feligresía por lo menos una vez al año a cumplir con el precepto anual (comunión y
confesión en la Pascua de Resurrección), situación que aprovechaba hasta el mismo
Estado, cuyos agentes utilizaban el atrio de las mismas para difundir sus bandos de
buen gobierno. En el caso de estos dos pagos, sus feligreses se concitaban para sus
ejercicios rituales en la Capilla del Señor de la Exaltación, que fue viceparroquia del
curato de Areco desde 1735 y parroquia independiente desde 1772. No parece extra-
ño, entonces, que muchas de estas uniones se hallan gestado a partir de la concurren-
cia común a este sitio de culto.
Los feligreses del pago de Areco, en cambio, que asistían a la iglesia parroquial de
San Antonio, contrajeron enlace en forma menos habitual fuera del mismo (8,8% de
los casos). Es interesante advertir, sin embargo, que entre los propietarios estableci-
dos hacia mediados del siglo XVIII en este pago a partir del fraccionamiento del lati-
fundio del general Joseph Ruiz de Arellano, resultan más frecuentes los vínculos ma-
trimoniales con las familias de los pagos cercanos de la Cañada de la Cruz y la Pesque-
ría (19,69%) que los que establecen las familias arequeras más antiguas (5,35%). Es-
to se debe a que varios de los sujetos que se afincaron en Areco hacia mediados de la
centuria habían sido previamente residentes en los pagos cercanos (Miguel Galeano,
Andrés de Sosa y Ascencio Vallejos, por ejemplo) o bien eran miembros excedentes de
la familias de la Cañada de la Cruz que perpetuaron lazos ya establecidos por sus an-
cestros (el caso de Tiburcio Casco).
2) Cónyuges no propietarios: Entre los cónyuges no propietarios predominaron am-
pliamente los nativos de la jurisdicción de Buenos Aires. No obstante, debe advertirse
que es posible que exista en la documentación consultada un subregistro de los mi-
grantes del interior: el examen de los registros parroquiales nos ha permitido com-
probar que, a la larga, una parte de los migrantes tendía a adoptar el epíteto de ve-
cino del partido , omitiéndose la referencia de origen. Los cónyuges migrantes, aun-
que en los tres pagos fueron relativamente escasos, resultaron más abundantes en
Areco, seguido éste por la Cañada de la Cruz y quedando rezagada la Pesquería. Curio-
samente, este orden es también el de proximidad a las fronteras con Córdoba y Santa
Fe, pudiendo presumirse que la misma favoreció el asentamiento de individuos pro-
cedentes de las provincias del interior, facilitado por la presencia de los caminos
reales que atravesaban el antiguo curato.
En lo que respecta a los migrantes europeos, que fundamentalmente englobaban a
los españoles peninsulares y en medida muchísimo menor a portugueses y nativos de
otros países del Viejo Mundo, estos se unieron más frecuentemente con mujeres naci-
das en el pago de Areco, y menos con las de los otros dos pagos. Puede atribuirse este
25

detalle a que los migrantes oriundos de la metrópoli tendían a establecerse en los


pueblos más que en el ámbito rural propiamente dicho, y en el período que estudia-
mos se los halla fundamentalmente en San Antonio de Areco, el poblado que más cre-
ció en la zona con anterioridad a 1790.
3) Cónyuges de casta o de procedencia bastarda: Puede sospecharse que haya existido
un subregistro de los contrayentes no propietarios de casta, como se dijo que ocurrió
con los procedentes del interior. Si esto sucedió, sin embargo, debió de ser en pocos
casos, ya que los párrocos solían mostrarse más estrictos al momento de asignar el
epíteto étnico en las partidas matrimoniales, e incurrían en omisiones de este tipo
sólo en casos de rotundo ascenso social.
Los matrimonios entre vecinos propietarios de tierras y sujetos de casta fueron
realmente escasos, y lo mismo sucedió con los matrimonios con sujetos reputados
como bastardos o ilegítimos. Esto se explica al considerar que dichas uniones eran
reputadas como denigrantes para el contrayente blanco. Obsérvese, de todos modos,
que fueron más numerosas en la Cañada de la Cruz que en los otros dos pagos: al pa-
recer, es una manifestación extrema de la tendencia exogámica que caracterizaba a la
población propietaria de ese pago. No he dado todavía con otra explicación que justi-
fique esta superioridad de casos.
El mismo análisis presentado en el punto anterior fue repetido separando a los
contrayentes del sector propietario por sexos. De ello resultó que las uniones llevadas
a cabo por propietarios de sexo masculino tendieron a la endogamia más que las que
las concertadas por los de sexo femenino. Esto equivale a decir que los hombres bus-
caban en mayor medida consortes pertenecientes a las familias propietarias, mientras
que las mujeres fueron desposadas en mayor número de casos por sujetos no propie-
tarios. Las cifras así lo confirman: en el pago de Areco el 62,8% de las mujeres del
sector propietario casaron con sujetos extraños al mismo, mientras que en la Cañada
de la Cruz y la Pesquería esto ocurrió en el 75,6 y el 61% de los casos respectivamen-
te. En cuanto a los hombres de dicho sector, en Areco el 55,7% de ellos se unió a mu-
jeres de extracción propietaria y en la Pesquería el 58,6%. La regla que se acaba de
enunciar tiene su excepción en los hombres de la Cañada de la Cruz, de los que sólo el
44,3% casó dentro del grupo propietario.

Cuadro n° 2- cónyuges de los miembros masculinos


de las familias propietarias en el antiguo curato

CON YU GE Are co .% Cda . Cruz .% Pe sque ría .%


propietario en el pago 52 42,6 31 25,4 34 41,5
propietario en el curato 16 13,1 23 18,9 14 17,1
no propietario bonaenense 50 41 59 48,3 32 39
migrante europeo 0 0 0 0 0 0
migrante del interior 1 0,8 5 4,1 0 0
sujeto casta/bastardo 3 2,5 4 3,3 2 2,4
TOTAL 122 100 122 100 82 100

Fuente: idem cuadro n° 1


26

Cuadro n° 3- cónyuges de los miembros femeninos


de las familias propietarias en el antiguo curato

CON YU GE Are co .% Cda . Cruz .% Pe sque ría .%


propietario en el pago 52 31,7 23 13,7 29 23,6
propietario en el curato 9 5,5 18 10,7 19 15,4
no propietario bonaenense 65 39,6 100 59,5 56 45,6
migrante europeo 20 12,2 8 4,8 10 8,1
migrante del interior 18 11 9 5,4 8 6,5
sujeto casta/bastardo 0 0 10 6 1 0,8
TOTAL 164 100 168 100 123 100

fuente: idem cuadro n° 1

¿Qué explicación puede darse a la tendencia recién descrita? Es probable que la


población propietaria masculina consideraba sus propias uniones matrimoniales co-
mo una forma de acrecentar a largo plazo el patrimonio inmobiliario personal a tra-
vés de las hijuelas hereditarias de sus esposas. Sin embargo, se valían de sus hijas y
hermanas para inmovilizar a la población flotante de la zona, compuesta tanto por
migrantes como por individuos nativos de la jurisdicción bonaerense que no poseían
terrenos propios. La exogamia femenina puede ser considerada, si se acepta esta in-
terpretación, como una estrategia de los sectores propietarios para retener mano de
obra, convirtiéndola en familiar.
En otro orden de cosas, se aprecia que aunque fueron pocos los matrimonios entre
propietarios y migrantes procedentes del interior, estos últimos fueron en su mayor
parte hombres. Esto no es sino una evidencia de que las migraciones internas eran un
fenómeno preponderantemente masculino, concretamente de varones solos que en
un número limitado de ocasiones hallaron en la unión con mujeres propietarias una
manera de establecerse en forma permanente, lo mismo que un resguardo jurídico
contra la expulsión hacia las tierras de origen o a la frontera con el indio. En las esca-
sas uniones entre propietarios y sujetos de casta o de procedencia bastarda, por últi-
mo, la relación es la inversa, pues fueron levemente más abundantes en la población
propietaria masculina. Esto se debe a que las mujeres españolas que se casaban con
un sujeto socialmente inferior corrían, según comenta Robert McCaa, mayores riesgos
de perder su calidad que los hombres.39

A manera de conclusión: la antigüedad en la detentación de la propiedad de la


tierra en 1789
Por medio de la reconstrucción de la evolución histórica de la propiedad de la tierra
en el antiguo curato de Areco, hemos inferido en este trabajo los procesos de fraccio-
namiento, reconcentración y traspaso que sufrieron las parcelas del antiguo curato de
Areco entre 1690 y 1789, de los cuales resultaron determinadas su dimensión media
a lo largo del período escogido, los ritmos de rotación de la propiedad, la influencia de
los traspasos inter vivos en el fraccionamiento, la tendencia a la reconcentración de la
propiedad del terreno y la difusión de estrategias de retraso en la subdivisión heredi-
taria. De esta confrontación han surgido como realidades contrastantes pero a la vez
39Robert McCAA Calidad, clase y matrimonio en el México colonial: el caso de Parral, -
en Pilar GONZALBO (compiladora) Historia de la familia Instituto Mora-UNAM, México, 1993, pag.
168.
27

complementarias la presencia de propiedades pequeñas y medianas, por un lado, y de


dominios de considerable extensión por otro.
Hemos también establecido, a grandes líneas, cuál fue la política matrimonial de las
familias propietarias, así tomada desde un enfoque general como diferenciándola por
sexos. Para cerrar nos queda cotejar los alcances de dicha política estableciendo la
antigüedad en la detentación familiar de la propiedad de la tierra hacia fines del siglo
XVIII, como una forma de determinar como incidieron las particiones hereditarias en
las familias localresidentes.
Ya hemos comentado que, en vistas a la imposibilidad de reunir una abundante
masa de documentación sobre los repartos hereditarios, en atención a la relativamen-
te escasa supervivencia de inventarios sucesorios y testamentarias para el período y
la región escogidos, nos vimos obligados a analizar el proceso de partición hereditaria
a través de indicadores indirectos. La metodología utilizada en este caso fue la de cru-
zar la información de carácter genealógico extraída de padrones y archivos parro-
quiales con los boletos de compraventa de tierras extraídos de los protocolos notaria-
les y con la declaración de títulos que efectuó cada propietario en el Censo de Hacen-
dados de 1789. Gracias a ese procedimiento pudo ser establecido el parentesco entre
los sucesivos propietarios de cada parcela entre 1690 y 1789.

Cuadro n° 4- Antigüedad de la detentación de la propiedad en


familias propietarias en 1789 (en número de establecimientos)

Areco Cda. Cruz Pesquería


1690-1709 11 32 15
1710-1729 8 4 15
1730-1749 8 11 13
1750-1769 28 5 12
1770-1789 9 7 1
TOTAL 64 59 56

fuente: idem cuadro n° 1

Al afrontar esta temática también debió diferenciarse la situación por localidades.


En el pago de Areco, por ejemplo, se observa que la mayor parte de la población pro-
pietaria de fines del siglo XVIII era de origen relativamente reciente. El 57,8% de las
fincas pertenecientes a vecinos de dicho pago en 1789, las cuales comprendían el 62%
de la superficie apropiada, era detentado por quienes adquirieron los títulos de pro-
piedad en el período 1750-1789 o por la primera generación de descendientes de es-
tos.
En el pago de la Cañada de la Cruz, por el contrario, el 54,2% de las tierras perma-
necía en manos de las mismas familias que habían adquirido títulos sobre las mismas
en el período 1690-1729. Estas controlaban el 47,6% del total de la superficie apro-
piada en este pago. Esto no quita, sin embargo, que nuevos compradores adquirieran
el 28,9% de los terrenos en los últimos veinte años del período estudiado. Se trata de
nueve vecinos que emprendieron, como ya se mencionó, la reconcentración de la pro-
piedad del suelo, ocho de los cuales pertenecían a antiguas familias del partido o ha-
bían desposado a descendientes de las mismas: Mariano del Aguila, Joseph Fausto
Sosa, Francisco Julián de Cañas, Juan Pascual de la Llama, Joseph Joaquín Molina, Pe-
dro Nolasco Montenegro, Clemente Gutiérrez y Jorge Correa. A estos se suma un único
28

peninsular que afrontó la acumulación de títulos sobre el terreno a través de compra-


ventas, el gallego Juan de Asebey.
En la Pesquería, la situación era aún más extrema que en la Cañada de la Cruz. Si no
se tiene en cuenta el latifundio de los Jesuitas, el 57,6% de la superficie apropiada en
este pago estaba en manos de los descendientes de quienes adquirieron la tierra en el
período 1690-1729. Estos fueron el 53,5% de los censados en 1789. La ausencia de
ventas recientes resulta notable, combinada con una alta fragmentación de la propie-
dad por obra de las particiones hereditarias, pues a diferencia de la Cañada de la Cruz,
en este pago no hubo casos notorios de reconcentración que corrigieran por lo menos
parcialmente esta tendencia.
En cuanto a la antigüedad generacional del sector propietario, debe decirse que en
Areco los compradores de parcelas que aún se hallaban vivos al realizarse el Censo de
1789 y la primera generación de descendientes sumaban el 58,21% de los propieta-
rios empadronados ese año. Se constituían en la población propietaria más joven de
la zona estudiada, y en correlato con ello era en este pago donde las fincas eran más
extensas, debido a que se habían visto afectadas en menor medida por los procesos
hereditarios. En la Cañada de la Cruz, en cambio, los progresos de la parcelación he-
reditaria se relacionan con un envejecimiento de la población propietaria: el , %
de los propietarios en 1789 son exponentes de la segunda, tercera y cuarta genera-
ción de poseedores del terreno. A los efectos de la comparación, téngase en cuenta
que en la Cañada de la Cruz los compradores de parcelas que vivían en 1789 y la pri-
mera generación de descendientes de primeros propietarios sumaban tan sólo
37,24%, mientras que en la Pesquería no sobrepasaban el 36,5%.
Nos queda, por último, establecer los alcances del parentesco por afinidad entre
los propietarios de 1789 y los poseedores originarios de cada parcela. En Areco y la
Pesquería, la mitad de quienes ostentaban los títulos de propiedad en 1789 tenían
lazos comprobables de afinidad con la familia propietaria original, lo que puede to-
marse como una muestra de que el matrimonio se presentaba para los no propieta-
rios como una de las estrategias más difundidas para acceder a la propiedad de la tie-
rra. En la Cañada de la Cruz, los ejemplos de parentesco por afinidad con los descen-
dientes del propietario originario llegaron incluso a predominar, aunque ligeramente,
por sobre los de parentesco sanguíneo. Esto puede cotejarse con nuestro análisis de
los registros parroquiales, expuesto anteriormente, del que se desprende que en este
pago, el 67% de los cónyuges no poseía terrenos propios. Las tendencias exogámicas
de los miembros femeninos de la población propietaria, conducentes a retener a
quienes no tenían tierras, quedaron manifiestas en uno y otro caso.
Como ya hemos referido, una de las estrategias del campesinado propietario para
obtener nuevos brazos para sus explotaciones rurales fue la de ofrecer a las propias
hijas en matrimonio: esa puede ser una explicación de la tendencia exogámica que se
aprecia en dichas mujeres, la cual terminaba a la larga redundando en la fragmenta-
ción de la propiedad del suelo. Debe acotarse, sin embargo, que sólo una pequeña par-
te de la población flotante era absorbida por el sector propietario a través de dicha
estrategia. El Censo levantado en la Cañada de la Cruz y la Pesquería en 1789 registra
un total de 52 no propietarios, que son el 27 % del total de los empadronados, distri-
buidos de la siguiente manera: arrendatarios, sin tierras y agregados.40 En
Areco, el mismo Censo arroja como resultado la existencia de 34 arrendatarios y de
126 individuos sin derechos jurídicos sobre la tierra, que constituían el 14,9% y el

40Mónica ()GA Tierra y ganado en un pago bonaerense de antiguo poblamiento en Eduardo AZ-
CUY AMEGHINO y otros Poder terrateniente, relaciones de producción y orden colonial García
Cambeiro, Buenos Aires, 1996, pags. 109-110.
29

55,3% de los empadronados respectivamente.41 Entre los últimos, 38 eran agregados,


constituyéndose el resto en arrendatarios y pobladores de tierras no conocidas y
realengas.
Consideramos que aunque el fenómeno del agregamiento pudo expresar en térmi-
nos de relaciones de propiedad la tendencia exogámica ya descrita, se encuentra su-
bregistrado en dicho Censo, ya que en éste sólo cupo la mención de individuos que
poseían sus propios rodeos de animales y, en la mayor parte de los casos, su propia
marca de errar. Al cotejar los archivos parroquiales, llama verdaderamente la aten-
ción que muchos de los consortes de las mujeres propietarias no fueran empadrona-
dos en 1789, lo cual indica que habían sido absorbidos por sus familias políticas y que
no tenían ganados propios, o bien que estos se hallaban mezclados con los del resto
del grupo familiar que integraban.
Bajo la denominación de agregado se superponían dos situaciones diferenciadas: lo
eran, por un lado, quienes recibían de un terrateniente permiso para instalarse en su
estancia, rindiéndoles una renta en trabajo a cambio de una parcela de tierra o de
mantener ganado en el rodeo de su patrón, pero por otro los que compartían las ta-
reas productivas con un par, recreándose en este caso una relación cuasifamiliar
con el productor al que se agregaba.42 De acuerdo con lo investigado, creemos perti-
nente agregar que este último tipo de agregamiento terminaba constituyéndose en
buena parte de los casos en vínculo familiar, ya que el matrimonio resultaba una for-
ma de reforzar vínculos entre pequeños campesinos que en muchos casos sólo se di-
ferenciaban por la circunstancia de que uno de ellos era dueño de una exigua lonja de
terreno.

41 Eduardo AZCUY AMEGHINO y Gabriela MARTINEZ DOUGNAC Tierra y ganado en la campaña de


Buenos Aires según los censos de hacendados de 1789 IIHES, Buenos Aires, 1989, pag. 82.
42 Mónica ()GA Tierra y ganado en un pago bonaerense de antiguo poblamiento , pag. .

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