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“El Socabón”

HISTORIA DE UNA HACIENDA VITIVINÍCOLA EN EL VALLE DE VÍTOR, AREQUIPA

S. XVI AL XXI

Investigación a cargo de:

Enrique Ramírez Angulo


Andrea Ocampo Maceda

AREQUIPA

2018
PRESENTACIÓN

La historia del valle de Vítor como el primer centro vitivinícola del sur del Perú es
también la historia de “El Socabón” 1 . Entre la vorágine del tiempo, familias y
propietarios, hicieron de sus tierras una próspera hacienda productora de vino, cuya
bodega es una de las mejores conservadas del valle. Esta es su historia.

1 Hemos conservado el nombre de la bodega como aparece en las referencias documentales y como los actuales dueños
la identifican.
El valle de Vítor

Antes de la llegada de los primeros españoles, el valle de Vítor era un fértil y productivo oasis
agrícola intensamente explotado por pueblos prehispánicos, quienes, potenciaron su producción
a través del diseño y construcción de canales de regadío. Es así que la vertiente del Vítor se
conectó con otras cuencas que en su conjunto permitían al poblador andino cosechar una variedad
de productos de diferentes climas.

El valle se encontraba casi enteramente poblado, a excepción de algunas zonas del valle bajo en
donde las condiciones no eran propicias para la ocupación agrícola. Innumerables restos
arqueológicos atestiguan la presencia del hombre andino en este fértil territorio. Petroglifos
relacionados con los caminos que cruzan el valle y sirvieron de nexo entre las cuencas de esta
región del sur del Perú. Cementerios y poblados abandonados que han caído a la merced de
huaqueros ignorantes de su pasado y legado.

Vítor, con sus cerca de 8 leguas de terreno y a tan solo 35 kilómetros de la ciudad de Arequipa,
es la continuación de la cuenca del Chili, que en su recorrido desde los Andes desciende por el
desierto costero hasta desembocar en el mar. Comprende los territorios desde Mocoro, en la
cabecera, hasta Tácar, la parte baja del valle. Jurisdiccionalmente el valle pertenecía durante la
colonia al corregimiento de Characato, creado en 1565 por Lope García de Castro, sin embargo,
en 1636 se incorpora al corregimiento de la ciudad (Espinoza de La Borda 1999).

Los pueblos indígenas asentados en Vítor fueron encomendados a Miguel Cornejo, junto con los
de Quilca, la Chimba de Arequipa, Socabaya, Porongoche y Quispillata (Davies 1984: 165), uno
de los primeros y más reconocidos conquistadores del territorio andino. La encomienda indiana
fue una forma de sometimiento de los pueblos indígenas a los españoles, que por sus méritos en
la conquista, fueron premiados con el goce de tributos de estos indios y que a cambio debían
darles protección y evangelización.

Cornejo recibió a otras poblaciones como encomienda, Vítor fue una parte del total de todas ellas.
A su muerte, ocurrida en los primeros meses de 1557 durante la dura contienda en contra de
Hernández Girón, rebelde que luchaba por la perpetuidad de la encomienda, Leonor Méndez su
viuda, queda como administradora de los bienes que le tocarían a sus aún menores hijos, incluidos
sus indígenas encomendados. Debemos anotar que las encomiendas solo eran otorgadas al
conquistador beneficiario y no podrían ser heredadas, sin embargo a lo largo de la colonia se
otorgaron excepciones para que puedan permanecer en posesión de los herederos por dos vidas,
tres o hasta cuatro. Dentro de las encomiendas las poblaciones indígenas conservaban sus tierras
comunales, pero el encomendero podría aprovechar su posición privilegiada en la naciente
sociedad colonial para apropiarse de alguna de ellas y conseguir alguna ganancia vendiéndolas o
explotándolas.

Los españoles asentados en las ciudades prontamente demandaron terrenos de cultivo y pastoreo
para sus actividades comerciales. En 1557 el Cabildo de la ciudad de Arequipa, en respuesta a
muchas solicitudes de sus vecinos, envía en una comisión a Hernando Álvarez de Carmona para
verificar si en los valles de Vítor y Mocoro se podían encontrar tierras disponibles, es decir,
baldías; para ser otorgadas en merced a los demandantes (Davies 1975: 2930). La respuesta fue
favorable y rápidamente Martín López de Carvajal es enviado a medir y tasar estos terrenos para
luego ser entregados.

Iniciada la repartición, Leonor Méndez entabla una vehemente objeción sobre estas acciones, pues
a su juicio se estaba yendo en contra de las tierras de sus indios y por consiguiente reduciendo la
capacidad del tributo que le correspondía, atentando contra sus intereses. Sin embargo, es curioso
anotar que en el mismo año Leonor vendiera a Juan Ramírez Zegarra, un vasto terreno en la
cabecera del valle de Vítor como tierras de su propiedad. ¿Acaso se tratarían de tierras de sus
indígenas?

La encomienda y luego el otorgamiento de tierras por el cabildo a los vecinos de Arequipa, es el


comienzo de una nueva historia en el valle de Vítor. Una historia de uvas, comercio y trabajo. A
pesar que en otros valles del sur del Perú también se instalaron viñedos, fue en Vítor donde se
llevó a cabo “la especialización productiva del vino orientado a satisfacer la demanda del mercado
regional” (Buller 2011: 114).

Los españoles rápidamente introdujeron productos de su dieta al área andina. La vid, la aceituna
y el trigo fueron los primeros productos europeos sembrados en el Nuevo Mundo. Muy pronto,
por el crecimiento de las ciudades y centros productivos, la demanda de estos productos en los
mercados originó que un grupo de emprendedores iniciará la labor de producirlos y conducirlos
a estos lugares. La vid y la producción de vinos se convirtieron en el legado de Vítor y estos
emprendedores fueron arequipeños.

El clima y los suelos volcánicos resultaron idóneos para sembrar cepas que seguramente habían
sido ya aclimatadas antes en pequeños huertos o viñedos ya establecidos en el valle de la ciudad
de Arequipa. Estás primeras cepas habrían sido la “Black Pais” conocida en todo el continente
como la “criolla” y en California como “La Misión”, con baja acidez, alto nivel de azúcar y color
débil, mientras que otras cepas antiguas incluirían la moscatel de Alejandría y las “uvas negras
de vino de las Islas Canarias” información recogida por Garcilaso de la Vega sobre Francisco de
Caravantes a quien se atribuye haber traído esta especie (Rice 2011:160) .

El Personaje y la tierra

En 1831 los herederos de la hacienda “El Socabón” entablan un juicio por linderos con una
hacienda vecina, “La Quebrada”, ubicada en la otra margen del río, justo al frente de la primera.
El litigio giraba en torno a la adjudicación de “La Quebrada” de unos terrenos eriazos ubicados
en esa parte del valle, montes y ciénagas, que reclamaban como suyos. Estas tierras en cuestión,
eran parte de “El Socabón” y habían sido reconocidas así desde tiempos antiguos. Los herederos,
presentaron en su defensa, una serie de documentos de los orígenes de la propiedad.

Volviendo en el tiempo, retrocedemos al siglo XVI y nos detenemos en este personaje: Juan
Ramírez Zegarra, quien llegó al Perú junto con la comitiva del virrey marqués de Cañete y fue
sevillano de nacimiento. Casado con Leonor Guzmán y Romani, fue corregidor de Arequipa en
1567 y de Chucuito en 1575 y procurador de Arequipa en Lima luego del terremoto de 1582
(Martínez 1931).

Como dijimos líneas arriba, Ramírez Zegarra no se benefició de ninguna merced de tierra
otorgada por el cabildo, la suya fue una inversión directa sobre la tierra. La propiedad, al parecer,
era de mayor tamaño de las que el cabildo repartía. Muchas de estas tierras a duras penas llegaban
a tener un topo. Es por ello que las propiedades en esta época se denominaban heredades. Hasta
nosotros han llegado algunos fragmentos del documento original en donde se establecen los
límites. El más resaltante de todos estos es el de la “cabecera” cuyo lindero más extremos es la
punta del cerro Moco Oro (hoy Mocoro) donde así mismo se sitúa la boca toma de la acequia que
brindaba agua a la hacienda y a otras propiedades2.

Vista desde el cerro de Mocoro. Al frente la quebrada de Millo o camino a la sierra. Un lindero de
la antigua hacienda del Socabón.

Vista desde el cerro de la boca toma valle abajo. En rojo la ubicación actual de la bodega “El
Socabón” los terrenos que se observan debieron ser viñedos pertenecientes a la hacienda.

Las visitas que se hicieron en Vítor en el siglo XVII nos muestran el panorama completo de los
linderos de la propiedad:

2 ARA. Corte Superior de Justicia. Causas Civiles. Leg. 48. Año 1831.
[en] la 1º que practico Don Luis Losada Quiñones en 22 de junio de 1644 años
que linda por la cabesera “con la toma de la sequia con que se riega esta acienda”
por un lado con el camino de Moco Oro” y por el otro lado con la barranca del
Rio, y de cabesa a la parte de abajo con viña de Antonio de San Juan. La otra
revisita echa por el Señor Villaruel en 12 de agosto de 1655 dice: Linda por la
parte de arriva con un montecillo que llaman Mocorillo y con la sequia de dicha
Asienda y por “el lado derecho con la varranca del Rio, y por el lado isquierdo con
los arenales del pie de los serros a donde están las casas y rancherías” y por la
parte de abajo con la viña de los herederos de Antonio de San Juan. 3

Una vez adquirida la propiedad, la instalación del viñedo debió llevar algunos años. No sólo por
la inversión sino porque se debía esperar de entre cinco a seis años para cosechar la primera
producción de vid. Es por esto que los primeros heredados en Vítor fueron encomenderos o
emprendedores que recurrieron a las compañías para prosperar en el negocio. Nuestro personaje,
había sido recompensado por su participación en contra de la rebelión de Hernández Girón con la
encomienda de los indígenas de Paucarpata, poblado cercano a la ciudad de Arequipa. Esto le
permitía invertir y poder esperar el tiempo necesario para producir vino.

Su nombre aparece en la primera lista de heredados, en una tasación realizada por los mercedarios
en la que imponen a cada propietario del valle de Vítor una suma de dinero que iría destinada a
la evangelización de los indios del virreinato. Juan Ramírez Zegarra debía entregar 28 pesos para
esta tarea (Davies 1984: 169).

La Hacienda

Rápidamente el negocio de producir vinos en los valles del sur del Perú prosperó. Los archivos
locales están llenos de contratos de compra-venta de una gran cantidad de botijas por parte de
comerciantes que visitaban Vítor, Majes, Moquegua y Siguas; en busca de las mejores
producciones para conducirlas al altiplano, especialmente la ciudad de La Paz, el asiento minero
de Potosí a cinco meses de viaje y a la ciudad del Cusco a tres meses. Todos los años arrieros o
trajinantes cargaban las botijas en llamas y mulas, rumbo a estas provincias. Tropas de estos
animales de carga, con miles de botijas en sus lomos pintaban el paisaje del esplendor de un
comercio que sustentaba a Arequipa.

Se sabe con seguridad que aproximadamente desde 1575 y 1577 Juan Ramírez Zegarra vendió el
vino, producido en su propiedad de Vítor a otros comerciantes, para llevarlos al Alto Perú 4. Sin
embargo, también compraba vino de otros productores y participaba en su comercio. Es probable
que en su posición de corregidor de Chucuito, asentamiento en el altiplano circumlacustre y a
mitad de camino hacia las ciudades y centros mineros, haya visto en la comercialización un
negocio rentable, a la par de su producción en Vítor5.

Las características de las propiedades en Vítor en el siglo XVI y gran parte del siglo XVII no
variaron demasiado. La heredad promedio comprendía el viñedo, cuya cantidad de cepas
respondía a la riqueza del propietario, una hacienda grande podía poseer alrededor de 35 000
cepas en promedio. Además, tenían una huerta con árboles frutales como naranjas, higos,
guayabos y granadas; algunos inclusive mantenían sus cepas de uva moscatel en estos espacios y

3 Ibídem
4 ARA. Notarial, Diego Aguilar, Prot. 07, 11.ene.1575. Juan Ramírez vende 520 botijas de vino a Gómez
Hernández.
5 ARA. Notarial. Diego de Aguilar, Prot.08, 17.dic.1577. Francisco Zegarra vende a Juan Ramírez Zegarra

1500 botijas de vino de la tierra.


podían tener olivares. Una pequeña porción de las tierras estaba destinada para el cultivo de alfalfa
y otros productos para el sustento de los trabajadores y esclavos. La propiedad contaba con
edificios más bien sencillos, una bodega con lagar y la vasija correspondiente, la casa del
propietario y la del administrador (Davies 1975).

La fuerza laboral usada en las propiedades era la esclava de manera permanente, mientras que se
recurría a utilizar la mano de obra indígena por temporadas, sobre todo durante las épocas de
vendimia y para la poda de las parras. Los esclavos vivían en rancherías cercanas a las propiedades
y sus labores iban desde la limpieza de las bodegas, recojo de las uvas hasta la elaboración de
botijas. Por ejemplo, en 1592 Juan Ramírez Zegarra se concierta con Luis Chipo, indígena y
natural de la ciudad de Trujillo para hacer botijas y enseñarle a Simón, esclavo de Ramírez
Zegarra, el oficio de botijero durante el año que duraba la contratación 6.

Los siglos XVI y XVII estuvieron marcados por desastres naturales, terremotos y erupciones, que
pusieron en jaque a los productores del valle. Muchas veces las bodegas tuvieron que ser
levantadas de sus escombros y las cepas vueltas a sembrar. Y otras veces los incendios se llevaban
el esfuerzo de familias enteras. Conservar un viñedo y mantener su producción era una ardua
tarea, sin embargo, las ganancias por la alta demanda del vino eran suficiente recompensa. A
pesar de ello el capital escaseaba, por lo que, los propietarios recurrían a créditos y censos con
instituciones religiosas quienes les aseguraban una suma de dinero importante para seguir
produciendo a cambio de un interés anual hasta cancelar el préstamo. Así mismo, los hacendados
recurrieron a vender por adelantado sus producciones, invirtiendo el dinero en mejoras para la
hacienda y bodega y los gastos de la cosecha y vendimia.

“El Socabón” quedó en la familia por más de cuatro generaciones. Juan Ramírez Zegarra no pudo
sucederla a su hijo, pues este murió prematuramente; siendo el universal heredero su nieto, Juan
Zegarra Casaus y Peralta, Almirante del Mar del Sur. Debemos recordar que el uso de los
apellidos no era como el que actualmente se conoce; no consistía en una regla sino más bien era
una estrategia. Muchos pobladores podían reclamar beneficios de algún pariente lejano notable al
usar su apellido. No es de extrañar entonces que Juan Zegarra Casaus usara el apellido de su
bisabuela materna. Es posible que este apellido le haya granjeado tratos especiales en España
cuando se preparaba como militar.

La heredad en estos tiempos aún no era conocida con el nombre de “El Socabón”, según las
noticias que se exponen en el litigio por linderos de 1831, una obra hidráulica en la cabecera de
la propiedad colonial habría sido realizada por el Almirante entre 1640 y 1660, originando el
nombre que hasta la actualidad sobrevive. Se trataría de una serie de ductos abiertos en la misma
roca de un cerro aledaño al río, con el objetivo de desviar las aguas de la boca toma principal
hacia las tierras de la hacienda y las que se encontraban en esa banda del valle.

que linda [El Socabón] por la cabesera de arriva con la punta del serro de
Moco Oro y la sequia con que se riega esta y las demás heredades que están
de esta parte. Los bestijios de la Asequia antigua aun están de manifiesto.
La toma actual que tiene el Socavon, es claro que la mando el Almirante
Casaos el punto en que hoy se halla; pasándola por un socavon cuyo
nombre a tomado la predicha asienda 7.

6 ARA, Notarial. García Muñoz, Prot. 74, 29.oct.1592.


7 ARA. Corte Superior de Justicia. Causas Civiles. Leg. 48. Año 1831.
Los ductos de agua enviados a hacer por el Almirante para derivar el agua
de la bocatoma hacia “El Socabón”. En la actualidad siguen cumpliendo
su misión.
Cimientos de un antiguo puente colonial ubicado sobre los ductos o socavones. A la otra banda la quebrada de
Millo iniciaba el camino hacia la sierra.

A la muerte de Juan Zegarra Casaus, en 1662, dos de sus hijos varones asumen la administración,
sin embargo, los hijos de su primogénito, quien murió también prematuramente, fueron los
beneficiarios de la hacienda. Durante este tiempo, finales del siglo XVII, la producción aún se
centraba en la elaboración de vino y la producción sustentaba los gastos de mantenimiento del
viñedo.

Entre 1663 y 1665 los herederos del Almirante usaron el vino para poder sustentar el “avio de la
viña, poda de siervo, compra de botixas y otros gastos”8. Es decir, el capital para la viña y bodega
era recibido de otros inversionistas y el pago se realizaba con botijas de vino.

“El Socabón” prevaleció, a pesar de los terremotos; la erupción de Huaynaputina en 1600, que
arruinó la mayoría de los sembríos de Vítor y obligó a sus heredados a comenzar desde cero
nuevamente; los constantes incendios que devastaron viñedos completos y la crisis de los
mercados por la sobre producción de vino y de la minería del siglo XVII.

La última generación de propietarios de la hacienda de la familia Ramírez Zegarra, fue la bisnieta


del Almirante, Manuela Rico Corvi y Zegarra, quien la heredó por vía materna, comprando las
partes que les pertenecían a sus hermanos durante al menos 20 años antes de venderla a Manuel
del Rivero y Araníbar. Es recién con este personaje que la hacienda tomaría el nombre de “El
Socabón” para distinguirla de otras. Evidentemente la propiedad no tenía el tamaño ni la
envergadura de la propiedad original del siglo XVI, pues esta, probablemente habría sido
fraccionada por los herederos.

8 ARA. Notarial, Antonio de Silva, Prot. 225 y 226; 30.ene.1663; 18.jun.1663; 25.jun.1663; 19.abr.1662.
Una bodega patriota
No solo era un cambio de siglo, la ancestral bodega “El Socabón” después de ser administrada
por más de doscientos años por los descendientes de Juan Ramírez Zegarra, pasaba a manos de
una prestigiosa familia: Rivero. En una coyuntura particularmente interesante, la conformación
de las intendencias y la erradicación de los corregimientos, el cambio administrativo que implicó
la llegada de nuevos funcionarios de la península a ocupar cargos en el gobierno en desmedro de
los hijos de las familias criollas ocupa nuestra atención, pues fueron estos nuevos personajes
quienes comienzan a invertir en una prospera actividad económica, la producción de vino y
aguardientes en el valle de Vítor.

Manuel de Rivero y Araníbar adquiere la hacienda a través de una compra-venta realizada entre
1791 y 1799 por Felipe Zegarra y Corvi, hijo de Manuela. Otra hacienda adquirida por Manuel
de Rivero fue el “Chañal” o “Chayñal” en la otra banda del rio, lo que le permitió tener el control
de la producción vitivinícola de la parte alta del valle de Vítor.

Durante esta época las haciendas en este valle producían también aguardiente en importante
cantidad, aunque se prestigio se centraba en el vino. Sus mercados continuaron siendo los mismos,
el Alto Perú y el Cusco. La infraestructura de las bodegas podía alternar las construcciones con
sillar, calicanto y adobe según sea el caso. Los techos con tijerales de guarango y “pajarobobo”
eran una constante, sin embargo, algunas poseían techos abovedados, recordando las casonas de
la ciudad de Arequipa. Los lagares aumentaron su tamaño y la cantidad de uvas procesadas era
mayor. Los grandes husillos (conocidos como tornillos en la actualidad) de guarango se erigían
imponentes en lo alto de estos lugares. Mientras que la falca, el instrumento para destilar
aguardientes, tenía su propio espacio, bajo una ramada, al costado de la bodega. Un tinajón con
su “arrimo” de cal y piedra, el pozo, el perol (que podía variar entre 178 a 200 libras) y el bateón
la conformaban9.

La aparente prosperidad de los productores vitivinícolas a inicios del siglo XIX, fue
desapareciendo como consecuencia de la pérdida de mercados por los movimientos insurgentes
patriotas en el Alto Perú, la falta de plata por los elevados impuestos y erogaciones para mantener
los ejércitos del rey, hacían cada vez más difícil obtener beneficios económicos de la producción
de vinos y aguardientes10. Manuel de Rivero y Araníbar no fue ajeno a estas luchas intestinas en
territorio del virreinato del Perú pues no solo entregó cupos a los huestes realistas sino también
asumió una posición política desde 1813. En ese año, fue arrestado por participar en la
conspiración de los rebeldes de Tacna (Wibel 1975:185), tal como se consigna en el informe
secreto entregado a San Martin en 1820, donde indicaban que él y toda su familia eran patriotas
dedicados, a pesar de la complicada situación económica en la que se encontraban los criollos

9
Descripción realizada en base a la tasación de la hacienda El Chañal. ARA. Notarial. Francisco Arce, Prot. 281,
30.jul.1793. Venta a censo de la hacienda “El Chañal” a favor del Capitán Manuel de Rivero
10
“La actividad económica de los criollos, en especial la viticultura se estancó” (Brown 2008:144)
como Rivero, muchos de los recursos obtenidos de la producción vitivinícola de sus propiedades,
probablemente fueron usados para la causa libertaria.

En este informe secreto entregado al libertador San Martin, se consideraba a Manuel de Rivero y
Araníbar como el “Fundador de los sentimientos patrióticos”. El clan patriótico de los Rivero
estaba conformado por uno de sus hijos, que además fue diputado en las Cortes de Cádiz de 1812
y luego encarcelado por apoyar la independencia peruana. Su otro hijo, el religioso Manuel
Gregorio de Rivero, sus dos sobrinos Mariano y Manuel Ureta y Rivero y sus dos yernos, fueron
conspirados en la causa patriótica.

Obtenida la independencia, la naciente nación peruana cargaba con impuestos y cupos a los
productores vitivinícolas criollos, como si ellos fueran los culpables del caos económico
provocado por la guerra libertaria, que terminaron por esquilmar las menoscabadas economías de
los propietarios de las haciendas productoras de vino.

Manuel del Rivero, murió en 1827 antes de ver la anarquía que reinaría en nuestro país por
caprichosos caudillos que se consideraban los salvadores de nuestra nueva patria. Con su muerte,
le suceden los hijos, al tener muchas propiedades, cada hijo recibe una porción de los bienes del
padre, que incluían a “El Socabón”. No sabemos con exactitud cómo fue dividida la propiedad
pero está fue vendida rápidamente por ellos. La actividad vitivinícola de los descendientes sólo
se reduce a la producción de “El Chañal”, propiedad que se quedó en la familia hasta por tres
generaciones más.

Sus herederos fueron testigos del apogeo y declive de la actividad vitivinícola en Vítor, como
consecuencia de la pérdida del mercado del Alto Perú y la constitución del estado boliviano, que
elevo más los impuestos de importación de los aguardientes arequipeños; la apertura al mercado
del “cañazo”11 y la pérdida del mercado cusqueño que optó por consumir este producto por ser
más barato por la cercanía de las haciendas de caña de Abancay.

Los viñedos y parras cargadas de la deliciosa uva, estaban llegando a sus últimas vendimias, la
situación cambiaria como se cambia de cultivo, el valle dejaría de ser tierra exclusiva de viña
para permitir otros cultivos que pondrían en riesgo la existencia de las cepas, que serían
arrinconadas a espacios cada vez más pequeños, pero el legado vitivinícola se mantuvo en
pequeñas producciones adecuándose a los cambios económicos y políticos que traerían estos
azarosos tiempos.

Declive: una silenciosa espera


Los Rivero fueron arrinconados por los funcionarios españoles llegados con las reforma
borbónicas a sustentar casi toda su economía en la actividad vitivinícola, que fue menguando
gracias a los impuestos de realistas y patriotas, las divisiones políticas que destruyeron los
mercados tradicionales del vino y aguardiente, la llegada de capitales ingleses decididos a invertir
en otras actividades comerciales, junto con ellos llegarían otras bebidas destiladas como el whisky,
otro aguardiente que tenían la particularidad de considerarse como la bebidas más sofisticada, por
ser consumidas por los extranjeros, inclusive nuestros vinos fueron relegados por otros traídos de
España, Francia y hasta de Alemania, en desmedro de nuestra producción local, nuestra tinajas
eran silenciadas, nuestras parras olvidadas. Las crecidas del rio, los cambios de gobierno, la
sustitución del mercado interno por el internacional y el centralismo limeño impuesto por Ramón

11
Aguardiente de caña de azúcar.
Castilla después de ser tomada la ciudad en 1858, hicieron casi imposible seguir con esta
actividad.

En 1865 “El Socabón” fue adquirido por Pedro Telaya, permaneciendo en su propiedad por 35
años, durante los cuales tuvieron que mostrar su entereza y perseverancia frente al terremoto de
1868, que destruyó gran parte de nuestra región.

La construcción del ferrocarril de Arequipa Mollendo en 1871 acercó más el valle de Vítor al
mercado internacional que se realizaba por el puerto de Mollendo, pero, no precisamente para
vender sus productos vitivinícolas sino para comercializar otros productos como el algodón o
algunos cereales. Esta ruta ferrocarrilera sirvió para introducir vinos y destilados extranjeros
complicando más la situación de los productores locales.

La guerra con Chile entre 1879 a 1883


acabó con los recursos económicos, la
ocupación de Lima, convirtió a la ciudad
de Arequipa en la capital de las pocas
provincias libres del Perú, este gobierno
presidido por el Contra Almirante
Montero, concentró los tres poderes del
estado y tropas para enfrentar a los
chilenos. Esta gran concentración de civiles y militares, provocó que los recursos de subsistencia
de la ciudad fueran insuficientes, “El Socabón” al igual que otras haciendas del sur del Perú
tuvieron que asumir estos requerimientos mediante el pago de impuestos como predios rústicos,
además, aportar con granos o productos para las tropas peruanas 12 (Imagen).

Ocupada la ciudad en octubre de 1883 por casi un año, la actividad comercial de vinos y
aguardientes nacionales resultó casi nula. Si no era por los impuestos y cupos de los militares
chilenos, lo era por el robo de las bebidas por salteadores del camino. Un caos desatado que puso
en riesgos la existencia misma de la producción de todos los valles.

Pasada la guerra y la ocupación y firmado el Tratado de Ancón; el país buscó con ahínco
reconstruirse. Los valles vitivinícolas enfrentaban sus propios problemas, como la disminución
de mano de obra especializada pues los peones y jornaleros habían sido obligados a integrar las
montoneras pierolistas (Piérola) o caceristas (Cáceres) por medio de la leva 13 en la vorágine de
disputas entre caudillos luego de la guerra.

Todas estas dificultades que venían una tras otra provocaron que la actividad perdiera atractivo y
beneficio económico para la familia Telaya que procedió a vender la propiedad.

Con el cambio de siglo no variaría la situación, la etapa de reconstrucción nacional se basó en


elevar y crear más impuestos a todas las actividades económicas especialmente a la producción
de bebidas alcohólicas.

12Diario “La Bolsa”, 14 junio de 1882, página 3.


13El impacto de las montoneras sobre el pueblo es descrito por Víctor Andrés Belaunde cuando las tropas del pierolista
“Jesup”: “quien se aproxima a la estación de Vitor…el telegrafista logro avisar al mando cacerista llego montonera
apoderándose de gallinas, carneros y otras aves” (Belaude 1967:85). 14 Diario “La Bolsa” 18 de julio de 1905,
“Contribución rustica”.
“El Socabón” en el siglo XX

El nuevo siglo traía para “El Socabón” un nuevo propietario:


Mariano A. Belaunde, que utilizando términos contemporáneos
era todo un emprendedor que tenía dentro de su planes la
construcción del ferrocarril que uniría los valles de Vítor y Majes
de ahí la importancia de contar con grandes haciendas en ambos
valles, “El Socabón” en Vítor y la hacienda de cañaveral en Toro
Muerto en el valle de Majes; una casa comercial en la ciudad de
Arequipa y minas en Tiabaya (Cerro verde).

La prosperidad acompañada de honestidad genera envidias que


pueden ser maquilladas, pero terminan destruyendo todo lo que se
atraviesa en su camino. Los Belaunde no disfrutarían de las uvas,
los lagares o las tinajas ya que ocho meses después de ser
adquirida la hacienda de Vítor, Mariano, en ese entonces Ministro
de Hacienda, fue acusado de desviar fondos. En ningún momento evade la justicia siendo enviado
a la cárcel por tres años, el tiempo que dura el proceso judicial. Luego de este periodo se
demuestra su inocencia. Este proceso origina la quiebra económica de los Belaunde, por ello, sus
propiedades fueron rematadas a manos de los que le acusaron. Es pues que, “El Socabón” sería
adquirida en pública subasta por Alejandro López de Romaña en 1906. Antes de su venta, la
propiedad fue administrada por Luis Bedoya y Pedro Luis Telaya como se consigna en la nómina
de contribuyentes de 1905.

La hacienda estuvo en propiedad de la familia López de Romaña


por 35 años, entre 1906 y 1941, durante este periodo tuvieron que
diversificar sus productos agrícolas sembrando desde frutas y
cereales hasta algodón, disminuyendo las áreas dedicadas a la vid,
aspecto que llamo la atención de algunas comisiones de colonos
italianos que consideraban que si las cosas continuaban así “se
perderían las viñas que están allí (…) [debido a que] no se cultiva
la viña con el esmero que exige la planta (…). No se hace vino la
mayor parte se hace aguardiente”14. Para esta comisión que buscó
colonizar el valle de Vítor con familias de viticultores italianos o
españoles, la riqueza del valle era más que evidente, pero este
proyecto no prosperó. Debemos percatarnos que el más interesado
fue el gobierno central
dirigido por la familia López de Romaña,
probablemente contratarían a estos trabajadores
extranjeros para satisfacer los gustos europeos de
nuestro mercado. Como tantos proyectos no prosperó,
debido a la falta de presupuesto y poco interés de
autoridades y hacendados. Estos últimos además
tuvieron que enfrentar aún más impuestos que los
obligaban a contrabandear sus productos por los antiguos caminos de arrieros y superar la
persecución que se hacía a su consumo en la ciudad de Arequipa.

14 Colonización del valle de Vítor. Boletín del Ministerio de Fomentos Emigrantes para el Perú marzo 1905.
Los López de Romaña enfrentaron la mayor cantidad de controles que se promulgaron para la
producción y comercialización de aguardientes y vino, el 31 de marzo de 1925 se publicaba el
reglamento de alcoholes que regiría en todo el país, en esta publicación se retoma el tema del
embotellamiento y traslado de vinos y aguardientes de las zonas de producción (valles) a otras
zonas diferentes donde se encontraban los depósitos para su correspondiente comercialización
lazo ancestral entre los valles y la ciudad.

La visión que tenía de la actividad vitivinícola se evidencia en el


aviso publicado en el diario “El Deber” del 18 de julio de 1926,
en pleno oncenio de Leguía, convirtieron a “El Socabon” en el
modelo de uso de equipos de última tecnología en la actividad
vitivinícola, no solamente eso, era el espacio donde se expedía y
mostraba dichos equipos: prensas para las uvas, bateón de raulí
para pisar las uvas, pipas y cuarterolas, de roble y raulí. Todo en
funcionamiento, bajo la atenta mirada de su administrador
Alfredo Carrasco (imagen). Existía la intención de mejorar la
producción vitivinícola en el valle de Vitor, desgraciadamente
los racimos de esperanza se perdieron en las arenas de la
indiferencia y la obtención rápida de dinero sembrando y
cultivando otros productos, los ojos de los productores estaba
puesta en las nacientes irrigaciones y la explotación de una
industria lechera a gran escala.

El problema limítrofe que aun teníamos con Chile y la


devolución de Tacna y Arica era un tema que exacerba el patriotismo que inclusive, llegó a
expresarse en el ámbito vitivinícola. En algunos periódicos, consideraban que la producción de
buenos vinos y aguardiente se hacía no solamente para ofrecer un buen producto a sus
consumidores, sino que debían ser mejores que los productos chilenos.

Hace apenas un lustro que los vinos de Majes y Vitor, no obstante la buena
calidad de la uva de esos valles, era de inferior calidad por su falta de buena
manipulación, salvo raras excepciones.

Hoy no sucede los mismos en Moquegua, Locumba, Majes y Vitor, se


elaboran magníficos vinos y licores, que no tiene nada que envidiar a los
extranjeros; y que tiene sobre estos la garantía de que son elaborados de
pura uva… pueden competir con los mejores de manufactura
chilena…Tanto por esta razón como por patriotismo nuestro público
debería consumir solamente los vinos nacionales… deberían desterrar los
vinos chilenos y proveerse solamente de productos nacionales. 15

Según las estadísticas elaboradas por el Ing. Gilardi, el valle de Vítor en 1923, de un total de 1340
hectáreas, cultivaba vid solo en 300 hectáreas las cuales producían 14 mil quintales de vino
(Gilardi 1923:146-147), era una pequeña cantidad, pero la tradición se mantenía a pesar de todas
las dificultades. Como hemos visto en este periodo se pretendió tecnificar a las haciendas y
bodega para modernizar la producción vitivinícola; el problema es que estaba a cargo de
administradores que no podían hacer mayores cambios, una de las quejas de Ing. Gilardi es que
las cepas que se usaban eran viejas.

15 Diario “El Pueblo” 12 de junio de 1922: “La industria vinícola”.


En pleno conflicto bélico (Segunda Guerra
Mundial) “El Socabón”, es adquirido por la familia
Chirinos Soto quienes la tienen en posesión por 27
años, periodo comprendido entre 1941 a 1968.
Durante estos años las actividades agrícolas son
influencias por las propuestas del Servicio
Interamericano de Producción de Alimentos, una
institución norteamericana, quienes determinaron
la política agraria de nuestro país de acuerdo a las
necesidades de los países aliados. Por ejemplo,
cuando se necesitó lino para los ejércitos, se
sembró y cosechó en nuestros valles. Luego
promovieron el cultivo de hortalizas 16, pero, eso beneficios solo duraron hasta que culminó la
guerra en 1945, quedando nuevamente los campos con productos alimenticios para su
subsistencia, sin un mercado definido para el vino y el pisco, denominación aplicada desde 1946
para diferenciar del aguardiente de caña que también se producía en los valles. Esta situación fue
afrontada por los administradores designados por la familia Chirinos Soto a esto se sumaron los
terremotos de 1958 y 1960 que afectaron a los viñedos y bodegas, hasta que la reforma agraria
impuesta por el gobierno militar tocó a estas propiedades.

Un año antes que el golpe de estado sacara del poder al arquitecto Fernando Belaunde Terry
sobrino de un antiguo propietario de “El Socabón”, la familia Chirinos Soto, prominentes
políticos del partido gobernante, vendieron la hacienda a Agapito Valencia y su familia; quienes
la tuvieron por 18 años, tiempo que coincide con el gobierno militar de Juan Velasco Alvarado y
Morales Bermúdez. En el censo de 1972, se considera a “El Socabon” como fundo habitado por
14 personas de ambos sexos que se dedicaban a la producción de uva para vino, pisco y alguna
cantidad para mesa. A pesar de la política nacionalista del gobierno, ésta no llegó a promover el
consumo de bebidas alcohólicas producidas en nuestros valles. Fue una época de indiferencia y
contrabando como única alternativa de expender el vino y pisco.

La nueva etapa de democracia, vendría acompañada con sueños y proyectos de emprendedores


que buscaban no solo subsistir, sino recuperar, el legado ancestral de las prácticas vitivinícolas de
los valles del sur del país, es así que “El Socabón” es adquirido por la familia Chávez Lucero en
1986. La familia, comandada por Oscar Chávez, venía de una larga tradición de destiladores y
comercializadores de aguardiente de uva. Su padre había comenzado con el negocio en el valle
de Caravelí, en la costa arequipeña, famoso por sus cepas y vinos.

Cuando la propiedad fue adquirida por esta familia, sólo formaba parte de ella la antigua bodega
y algunos terrenos aledaños; y es que durante el siglo XIX y XX sufrió de constantes
parcelaciones que redujeron su tamaño notablemente. Los amplios viñedos que conformaban la
antigua heredad de los Ramírez Zegarra, los Rivero y los Telaya pasaron a ser reestructurados
para adaptar la tierra a cultivos más rentables como el forraje, tubérculos y distintas verduras.

En buena cuenta, la antigua bodega de la propiedad, que hoy conserva su centenario nombre, “El
Socabón”, es la guardiana de la historia de un rico valle que albergó a hombres y mujeres, que

16 Diario “Noticias” 9 de febrero de 1944.


con su empeño y laboriosidad desarrollaron una de las industrias más importantes de nuestra
historia.

Hoy, la propiedad se encuentra al mando de Anyela Chávez y su esposo Denis Pinto, quienes,
sabedores de la historia e importancia que durante muchos años ocultó “El Socabón”, comienzan
a devolver a todo un valle su identidad y memoria perdida.
Las tinajas de “El Socabón”

Las tinajas, grandes vasijas de cerámica sin vidriar, llegaron al valle de Vítor tan pronto las
primeras haciendas o herededades comenzaron a producir vino. Sin embargo, no debemos olvidar
que desde que los conquistadores llegaron, el uso de vasijas de barro cocido para transportar y
guardar los productos que llegaban desde España fue muy común.

Los antecedentes de estas vasijas están en el mundo occidental, aunque las sociedades
prehispánicas también usaron vasijas para almacenar y transportar, principalmente líquidos,
fueron las tinajas los recipientes que se usaron para la industria del vino y el aguardiente. En la
antigua Grecia las vasijas de arcilla conocidas como pithoi eran usadas para conservar numerosos
productos, en especial cereales y aceites; mientras que en Roma las dolia, vasijas también de
cerámica de cuerpo muy ancho y base más bien angosta, almacenaban granos y servían de
transporte en el comercio en el Mediterráneo (Rice 2011:218). Las tinajas, en España se siguieron
usando hasta bien entrado el siglo XX.

Durante los primeros años de la colonia, el comercio de España se caracterizó principalmente por
mantener un monopolio y ser proteccionista, es decir, que la corona sólo aprobaba que el comercio
sea conducido por mercaderes castellanos que tuvieran la licencia correspondiente y por lo tanto,
las colonias sólo debían ser abastecidas con productos traídos desde la península, más no de otras
colonias y territorios. Es así, que vinos del sur de España sobre todo, fueron enviados a las
colonias. Grandes cantidades eran recibidas en el puerto de Panamá en barriles pipas de madera
con una capacidad de 456 litros aproximadamente y en barriles de menor tamaño; acompañados
de envases de arcilla vacios, botijas, estos últimos eran usados para transportar el vino a las
ciudades y pueblos de españoles (Rice 2011).

Estas botijas, que transportaban el vino castellano al Perú comenzaron a ser llamadas botijas
peruleras (Ravines 1989), luego, en el sur peruano, serían conocidas simplemente como botijas
y su fabricación se convirtió en una actividad comercial común, apareciendo artesanos
especializados en ese arte. Su tamaño permitía transportar, a lomo de mula, el preciado líquido
que contenían. Aunque variaban su capacidad de acuerdo al lugar, el promedio de su capacidad
era de entre 9 a 12 litros. Esta medida durante el período colonial se registraba en arrobas y
cuartillas, aunque durante el auge de los aguardientes se usaba el quintal para su transporte al Alto
Perú.

La medida oficial para botijas en el valle de Vítor durante los siglos XVI, XVII y XVIII fueron
las 16 cuartillas, es decir, aproximadamente de entre 8.5 a 9 litros, mientras que el quintal era
equivalente a 100 libras o 46 kilos (Rice 2011). En cuanto a las tinajas, estás variaron en su tamaño
a lo largo del tiempo, aumentaron su tamaño con el paso de los años. Las de mayor capacidad
pueden llegar hasta los 1000 o 1500 litros; y estarían relacionadas con la producción de
aguardientes en el siglo XVIII; mientras que las más pequeñas, con una capacidad de entre 400
litros aproximadamente (Ibídem 2011), de cuerpo más ancho, fueron usadas principalmente en la
fermentación de vinos.

Entre las características más resaltantes de las tinajas de los valles del sur del virreinato del Perú,
se encuentran las inscripciones incisas en el cuerpo de la vasija, las cuales eran grabadas antes de
ser cocidas. Se supone, y es muy probable, que estas inscripciones respondan a las fechas – los
años – en las que fueron elaboradas. Además acompañan a estos datos algunos temas religiosos
como dibujos de cruces acompañados por el nombre de alguna advocación de la Virgen María,
nombres de santos – en especial San José – y fiestas religiosas. Según Rice (2010) estos nombres
estarían asociados a santos europeos relacionados a los vinos y agricultura en general, aunque
también podrían estar relacionadas con fiestas religiosas y cofradías locales.

Ilustración de Guamán Poma de Ayala


mostrando a un Corregidor interviniendo a dos indios
trajinantes con una llama cargada con dos botijas de
vino envueltas en canastillas o isankas.

Tomado de Det Kongelge Bibliotek. www.KB.dk Fol. 524.

Botijas reutilizadas en un antiguo canal de la ciudad de Arequipa Tomado


de: Arequipa Patrimonio Cultural de la Humanidad. 2001.
Las tinajas se elaboraban de greda que era llevada especialmente para tal efecto hasta Vítor, era
importante además que el maestro tinajero o el artesano especializado en esta actividad cuente
con mano de obra que le permitiese cumplir con la tarea. Durante los años más tempranos de la
actividad vitivinícola, el trabajo de hacer tinajas era usado, inclusive, como un reemplazo del
dinero en efectivo a la hora de comprar una propiedad o hacer un negocio. Por ejemplo, el 5 de
junio de 1576, Alonso Picado, vecino de Arequipa y Juan Rodríguez, tinajero, celebran un
contrato de compra-venta, en donde el primero le vende un pedazo de tierras en Vítor por cuantía
de 2200 arrobas de vasija de tinajas que el segundo hará y para ello le dará barro, mano de obra
y los materiales que necesitara17. Estás tinajas eran cocidas a 9000º C cuando no tenían engobe18
y a 1200ºC cuando lo tenían (Rice 2011). Las botijas en cambio, podían ser producidas tanto en
los valles como en las ciudades. Al ser envases para el transporte su elaboración corría a cuenta
tanto de los productores como de los comerciantes. Tal vez, por su continua movilidad son muy
pocos los ejemplares intactos de botijas de los que se tiene registro. La mayoría de vestigios se
reducen a una gran cantidad de fragmentos regados cerca a bodegas y caminos de herradura.

La historia de una hacienda vitivinícola se puede recorrer a través de las tinajas de sus bodegas.
Es una constante en el valle de Vítor, y en general en los valles del sur, que las bodegas conserven
tinajas muy antiguas que sus antiguos dueños vendieron junto con la propiedad. A esta parte de
la bodega, se le denominaba vasija e incluía todas las tinajas que conservaban y mantenían en
funcionamiento. La ubicación de Vítor en un área sísmica que a lo largo de los años ha soportado
fuertes terremotos, ha hecho que muy pocas tinajas de los años más tempranos sobrevivieran. Tal
vez porque los movimientos más violentos se registraron en el siglo XVI y XVII. Inclusive las
construcciones de las bodegas son del siglo XVIII en adelante. Al igual que en la ciudad, los
productores tuvieron que innovar en ideas de construcción para evitar la completa destrucción de
las mismas por estos desastres naturales.

En la bodega de “El Socabón” se pueden advertir dos momentos importantes en la elaboración de


sus tinajas, la primera en el siglo XVIII con tinajas que van desde 1713 hasta 1786 y la segunda
entrado el siglo XIX con tinajas fechadas en 1852. Este grupo aún conserva su lugar original en
la bodega, a los lados del lagar y puntaya. Además, la propiedad aún conserva una tinaja de 1681,
relacionada, probablemente a la gestión de los hijos y nietos del almirante Juan Zegarra y Casaus.

17
ARA. Notarial, Diego de Aguilar, Prot. 7, fs. 213-214.
18Barro diluido en agua y técnica que consiste en la adición de esta mezcla como un baño sobre la vasija
(Ravines 1989)
La más antigua tinaja conservada en “El Socabón” es también una de las más pequeñas. La forma
es más redonda que las demás y resalta la decoración en la boca.
Relación de las tinajas conservadas en “El Socabón”

# Advocación Nombre del tinajero Año


1 Mariano Francisco Vizcarra 1852
2 Mariano Francisco Vizcarra 1852
3 Mariano Francisco Vizcarra 1852
4 Mariano Francisco Vizcarra 1852
5 Mariano Francisco Vizcarra 1852
6 Mariano Francisco Vizcarra 1852
7 San Cristóbal 1739
8 San Cristóbal 1739
9 Mariano Francisco Vizcarra 1852

10 San Jerónimo 1739


11 Sin inscripción (60 arrobas)
12 Sin inscripción (60 arrobas)
13 1839
14 1839
15 1839
16 San Francisco Javier 1681
17 Natividad Mariano Francisco Vizcarra 1852
18 1839
19 Sin inscripción Sin año
20 Mariano Francisco Vizcarra 1852

21 Sin inscripción Sin año


22 Mariano Francisco Vizcarra 1852

23 San Francisco 1713


24 1838-1839
25 El gran poder de Dios 1815
26 San Pedro y San Pablo 1798
27 San (ilegible) 1796
28 San Caietano 1796
29 Santa María 1796
30 San Jonas 1713
31 Francisco Vizcarra 1852

32 El Santo nombre dulce de Dios 1796


33 Santa Teresa de Jesús 1739
34 Mariano Francisco Viscarra 1852
Bodegilla
35 San Francisco Javier 1713
36 Mariano Francisco Vizcarra 1852

37 1739
38 Sin inscripción Sin fecha
39 Mariano Francisco Vizcarra 1852

40 Señor San José 1798


41 Mariano Francisco Vizcarra 1852

42 1835
43 Sin inscripción Sin fecha
Las tinajas de mayor tamaño en “El Socabón” fueron elaboradas por
Mariano Francisco Vizcarra, maestro botijero en 1852. Su uso está relacionado a la elaboración de
aguardientes. Están adosadas sobre una base especial que las encajona y evita que se muevan o
caigan.
Detalle de diferentes tipos de decoración de la boca de tinajas de “El Socabón”. Arriba: La decoración
en cuadrados concéntricos recuerda la iconografía geométrica de los pueblos prehispánicos asentados
en Vítor. Centro: Elaborado ribete en la boca de esta tinaja del siglo XVIII. Abajo: Decoración en la
boca de una tinaja del siglo XIX. Una de las más grandes que guarda la bodega.
A comienzos del siglo XVIII las haciendas vitivinícolas del sur comenzaron a producir aguardiente
debido a la gran demanda de esta bebida en los centros mineros y las ciudades del altiplano del
virreinato. Las tinajas comienzan a crecer, la producción de vino debe aumentar para destilar su alma
y crear más aguardiente. Arriba: Tinaja del siglo XVIII, la forma es más alargada que las del siglo
pasado. Nótese el pequeño conducto por donde la tinaja era vertía el producto de la fermentación de
sus mostos y destilados. Abajo: Inscripción en tinaja de 1713.
La antigua bodeguilla de “El Socabón” guarda las tinajas de mayor tamaño, testigos de años de
bonanza y especialización.
Diferentes sellos de artesanos o de talleres de artesanos dedicados a la elaboración de tinajas.
Procedencia: actual hacienda “El Chañal” y antigua bodega en Tácar.
“Firme de mi nombre Miguel Espinosa Maestro de las tinaxas” 1729. Inscripción
en tinaja en bodega abandona en Tácar.

Inscripción en el cuerpo de una tinaja indicando su medida en quintales (qq). Se trata de una vasija
destinada al almacenamiento de aguardiente.
Detalle de una tinaja reparada. Procedencia: hacienda abandonada Tácar.
“Sirvo para el uso de Don Juan Salaverri y Rivero
Carabineros
Fui militar, perdí el tiempo
Soy Labrador y lo gano
Al lado de mi adorada
Como a gusto por mi mano”
Año 1837
Juan Salaverry y Rivero fue el hijo de Manuela de Rivero y Bezoaín, nieta de Manuel de
Rivero, quien a finales del siglo XVIII fue el propietario de las haciendas del Socabón y el Chañal. No es de
extrañar encontrar estas vasijas en el Chañal pues tal como reza la inscripción fueron elaboradas para el uso de
Salaverry y Rivero. El verso plasmado respondería a los años en que sirvió en el ejército junto a su medio
hermano, quien fue presidente del Perú Felipe Santiago Salaverry y Solar, en la guerra civil que afrontaba el
país. Luego de la ejecución de este último, el impacto en la vida de su hermanastro debió ser tan grande que
decidió recluirse en las viejas propiedades familiares. Fue también gracias a su hermanastro que Juan pudo
usar el apellido paterno, pues al ser ilegítimo, no podía usarlo para firmar; en 1835 Felipe le autoriza llevar el
apellido paterno. No duraría mucho la desilusión de pertenecer al Ejército, pues ya en el cenit de su vida
participó y salió victorioso en el combate de 2 de mayo que enfrentó al Perú con España.
Fuentes primarias

ARCHIVO REGIONAL DE AREQUIPA (ARA)

Sección notarios

Diego de Aguilar 1575, 1577 y 1600.


Antonio de Silva 1662, 1663, 1664 y 1665.
Alonso Laguna 1662.
Adrián Ufelde 1600 y1601.
García Muñoz 1592 y 1593.
Francisco Arce 1793.
José A. de Gómez 1800.

Corte Superior de Justicia

Causas Civiles, Leg. 48, año 1831.

ARCHIVO MUNICIPAL DE AREQUIPA

Diarios

“La Bolsa”
“El Pueblo”
“Noticias”

ARCHIVO MOSTAJO -UNSA

Ministerio de Fomento 1905


Proyecto para colonizar el valle de Vítor
Bibliografía

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BROWN, Kendall
2008 Borbones y aguardiente. La reforma imperial en el sur peruano:
Arequipa en vísperas de la independencia. Lima: Instituto de Estudios
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2011 Vinos, Aguardiente y Mercado. Auge y declive de la economía del vino
en los valles de Arequipa (1770-1853). Lima: Quellca.

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1975 “La tenencia de tierra en Arequipa colonial. 1540-1560”. En: Historia
Nº1. Arequipa: Universidad Nacional de San Agustín, pp. 29-46 1984
Landowners in colonial Perú. Texas: University of Texas Press.

ESPINOZA DE LA BORDA, Álvaro


1999 El Corregidor en Arequipa. 1548-1651. Tesis para optar el título
profesional de licenciado en Historia. Universidad Nacional de San
Agustín: Arequipa.

DE LA VEGA, Garcilaso
1609 Comentarios Reales de los Incas. S/e.

GILARDI, C.A.
1923 “Importante monografía de la región”. En: La Campiña, nº 20, p.21.

MARTÍNEZ, Santiago
1936 Fundadores de Arequipa. Tipografía La Luz: Arequipa.

RAVINES, Roger y Fernando VILLIGER


1989 La cerámica tradicional del Perú. Lima: Los Pinos.

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2011 Vintage Moquegua. Histoy, wine, and archaeology on a colonial
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