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“Ley del hielo”: Una problemática existente en contextos íntimos y

universitarios.
Nombre (aquí).
Parafraseando a Edith Sánchez en su artículo “La ley del hielo: una forma
disfrazada de abuso psicológico”, se entiende como tal a una “técnica utilizada
por aquellas personas que pretenden aparentar comportamientos racionales
que, en realidad, son inexistente, llevando a una violencia y abuso de poder de
manera pasiva y que, lamentablemente, el abusado no es capaz de distinguir.”
De esta manera comienza un análisis intenso sobre los efectos nocivos de una
ley implícita en muchas relaciones. Dicha técnica dice caracterizarse por una
forma de indiferencia, en todos lo ámbitos que esta palabra nos proporciona,
que tiene por fin principal anular y vejar a la persona sobre la que se aplica.
Actualmente, nos enfrentamos cada vez más a este tipo de situaciones
acrecentadas por la pandemia. Las relaciones personales con nuestro entorno
se han vuelto cada vez más “explosivas” dado el tiempo que permanecemos en
un encierro continuo e indefinido. Este tipo de conductas se llevan a eventos
cada vez más simples y absurdos, desde discusiones por nimiedades hasta
peleas intensas y, considerando que no podemos escapar de dichas
desventuras, nos volcamos a la aplicación de una “ley del hielo” una y otra vez.
Este tipo de conductas dejan en evidencia “inmadurez, mezquindad y falta de
inteligencia emocional (…)”, además de efectos negativos y perdurables en
quienes lo aplicamos.
Dicho del texto, los efectos insanos de la “ley del hielo” son aquellos que se
encuentran “en el marco de un silencio duro y crudo”.
Las consecuencias negativas derivadas de este tipo de abuso psicológico son
variadas. La primera de ellas es el efecto negativo en lo emocional y sentimental
que experimenta la persona afectada, tales como estrés, depresión o angustia.
Muchos de estos sentiemientos también se desarrollan en la etapa académica
en la que nos encontramos. El ingreso a la universidad es visto como una señal
de logro y prestigio, en la cual nos relacionamos con otros para surgir. No es
ajeno a nadie que para triunfar necesitamos del apoyo emocional de actores
tras nosotros. Sin embargo, esto no siempre se logra. La pandemia actual nos
obliga a relacionarnos en un sistema del cual no teníamos mayor conocimiento
o control, por lo que formar lazos socioafectivos se vuelve más complejo. Lo
anterior, solo fomenta la posibilidad de un posible “abuso de poder emocional”
por parte de nuestras familias o de nuestros compañeros, ya que, ante cualquier
bajo rendimiento académico o problema en la que requiramos ayuda, nos
veremos enfrentados a una insana “ley del hielo”, la cual se reflejará en la falta
de empatía y comunicación, apoyo y soporte, por parte de quienes nos rodean,
provocando en sí, los efectos nocivos anteriormente mencionados.
Ahora bien, no es desconocido que nuestro cerebro somatiza las emociones o
sentimientos que experimentamos. Así lo recalca la autora, quien indica:
“Hay estudios que prueban que el sentimiento de estar siendo excluido o
ignorado da lugar a algunos cambios en el cerebro. Existe una zona
llamada “corteza cingulada anterior”, cuya función es la de detectar los
diferentes niveles de dolor en el ser humano. Pues bien, se comprobó
que esta zona se activa cuando a alguien le aplican la ley del hielo”.
(Sánchez, Edith, 2019).
Los síntomas físicos que se comienzan a experimentar son “(…) dolores de
cabeza, problemas digestivos, (…) insonmio y fatiga”. Estos son solo algunos
de los posibles efectos que tiene la aplicada frialdad a la cual nos encontramos
expuestos.
La autora bien refuerza un síntoma en particular, el cual, tarde o temprano,
también experimentaremos: el estrés. Este efecto tan desfavorable para
algunos y temido por otros tantos, se indica que puede ser aplicado por
cualquier persona, pero que aparece con mayor fuerza cuando es aplicado por
algún ente de autoridad como un director, un profesor o los padres.
La situación sanitaria a la que estamos enfrentando de manera obligada, el
encierro que esta produce, la comunicación obligada por canales digitales, ya
han dejado estragos en nuestras emociones y en la visión de cómo
enfrentamos los eventos adversos que se nos presentan. Si a eso le sumamos,
cualquier circunstancia que produzca un torbellino de sentimientos angustiosos
y estresantes, nuestros resultados en lo académico y, sobre todo, la motivación
al enfrentar nuevos desafíos, se verá opacada, disminuída e, inevitablemente,
desaparecerán, por lo que nuestros resultados, académicos y sociales con
nuestro entorno, se verán afectados en el corto y mediano plazo.
Una cita digna de recordar es que “Algunos piensan que al imponer ese
régimen el otro va a cambiar algún comportamiento o va a hacer que el otro
haga lo que ellos quieren que haga. Lo consideran casi una herramienta
educativa”. (Sánchez, 2019). Esto, es claro que no es así. Somos seres
sociales que actualmente nos encontramos más destruyendo relaciones con el
silencio que forjando lazos que nos serán útiles para afrontar nuevos sucesos
en la historia de nuestra vida. La relación entre pares es vital y no puede ser
subyugada por un rendimiento académico o una situación mal conversada.
El artículo nos ofrece una solución y una advertencia simple: utilizar el silencio
como una forma de no exacerbar situaciones disgustantes y no como una
solución a problemas más profundos, siendo la comunicación el eje principal
del inicio de una sensación de seguridad y confianza con los demás; además
de no permitir el abuso y sometimiento a una forma de incomunicación
exagerada sin una previa explicación de las cuasas. “Cuando hay un problema
entre dos seres humanos, lo único sano es buscar la manera de dialogar para
encontrar soluciones”. (Sánchez, 2019).

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